Alexandre Dumas hijo, nació el 27 de julio de 1824 en París y murió el 27 de noviembre de 1895 en Marly- le- Roi. Fué un novelista y dramaturgo francés . Él fué como su padre un autor de éxito. Es conocido principalmente por su novela, La Dame Aux Camelias, así como sus dos obras El Hijo Natural y Un Padre Pródigo.
Hijo de Alexandre Dumas y su vecina de al lado, Catherine Laure Labay (1793-1868), fue puesto de pensiones muy temprano. Fue declarado un hijo natural, de padre y madre desconocidos. Su padre lo reconoció en marzo de 1831 cuando él tenía siete años. Se mantuvo en él, durante toda su vida, un profundo resentimiento hacia su padre, lo que se manifiesta en sus obras, marcadas por el tema de la desintegración de la familia e inspiradas por un moralismo y una cierta dureza. Él se las arregló para superar su angustia.
Hijo de Alexandre Dumas y su vecina de al lado, Catherine Laure Labay (1793-1868), fue puesto de pensiones muy temprano. Fue declarado un hijo natural, de padre y madre desconocidos. Su padre lo reconoció en marzo de 1831 cuando él tenía siete años. Se mantuvo en él, durante toda su vida, un profundo resentimiento hacia su padre, lo que se manifiesta en sus obras, marcadas por el tema de la desintegración de la familia e inspiradas por un moralismo y una cierta dureza. Él se las arregló para superar su angustia.
Admirador de George Sand , a quien llamó su “querida madre ,” él hizo varias visitas a su finca de Nohant y adaptada para el escenario de su novela, El Marqués de Villemer. Vivió con la princesa Narishkin, cuyo nombre de soletar era Nadezhda von Knorring (1826-1895) (conocida como Nadine ), con quien tuvo una hija nacida fuera del matrimonio: Marie- Alexandrine -Henriette ( 1860-1934 ), a quien reconoció en 1864, y una hija después de su matrimonio: Olga Marie -Jeanne, conocida como Jeannine (1867-1943), futura esposa del politécnico Ernest Lecourt Hauterive ( 1864-1957 ). Alexandre Dumas y Nadine no pudieron casarse hasta el 31 de diciembre de 1864, después de la muerte del príncipe Narishkin. Esta unión fue mal vista por la sociedad bien pensante. Dos meses después de la muerte de Nadine, Dumas se casó con Henriette Escalera, cuyo nombre de soltera era Regnier, y murió poco después. Se hace amigo de Julio Verne, y dedica a él en 1885 su novela Matías Sandorf, transposición balcánica del Conde de Monte Cristo. En esta ocasión, Dumas hijo dice que siempre se ha considerado como el verdadero hijo de su padre, Alexandre Dumas. Ambas cartas se reproducen en la introducción de la novela de Julio Verne.
Alejandro Dumas hijo fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1874. Su muerte ocurrió 27 de
noviembre de 1895 en su propiedad de Yvelines, Marly- le- Roi, y fue enterrado
en el cementerio de Montmartre en París.
Portavoz
de Causas Singulares
Profundamente afectado por su infancia dolorosa y su ilegitimidad, Dumas hijo será la voz
de causas singulares y denunciará los actos de la sociedad impactante. En sus
novelas El Hijo Natural y El Padre Prodigo, critíca fuertemente el
destino de la sociedad de mujeres abandonadas y niños ilegítimos. Es por eso
que fue etiquetado como un autor de escándalos. Sin embargo, el escritor
patrocinará la Lotería del Lingote de Oro
organizado por la autoridad en 1851.Dumas hijo escribió en 1872, La Cuestión de las Mujeres para la, Asociación para la Emancipación Gradual de la Mujer, creada por Arles- Dufour y Julie -Victoire Daubié. Este texto, prologado por el periodista Julie- Victoire Daubié estará prohibido a la venta ambulante en el año de 1873. Este compromiso no detiene a Dumas hijo quien escribe acerca de las mujeres revolucionarias de la Comuna: “Vamos a hablar de estas mujeres, por respeto a las mujeres a las que se ven cuando están muertos.” (Wikipedia en Francés)
Alejandro Dumas Hijo nació el 27 de julio de 1824 y murió el 27 de noviembre de 1895. Fue un escritor y novelista francés, quien siguió los pasos de su padre, Alejandro Dumas.
Hijo
natural de Alexandre
Dumas y Marie-Catherine
Labay, costurera, fue, como su padre, un autor mundialmente reconocido. En 1831, su padre lo reconoció legalmente y le procuró
la mejor educación posible en la institución Goubaux y la academia Bourbon. Las
leyes, por aquella época, le permitieron a Dumas padre separar al hijo de su
madre y la agonía de ésta inspiró a Dumas hijo en sus escritos sobre caracteres
femeninos y trágicos. En casi toda su obra enfatizó el propósito moral de la
literatura y, en su novela El
Hijo Natural (1858), expuso la teoría
de que aquél que trae un hijo ilegítimo al mundo, tiene la obligación moral de
legitimarlo y casarse con la mujer.
Además
de soportar el estigma de la ilegitimidad, Dumas hijo llevaba sangre negra. Su
abuelo, Thomas-Alexandre
Dumas, era un mulato descendiente
de un noble francés y una negra haitiana. En los internados
escolares, Dumas hijo fue siempre vituperado por sus compañeros. Todas estas
experiencias determinaron sus pensamientos, comportamiento y escritos. En su
primer libro de poemas, Pecados
de Juventud (1847) denunciaba, de
alguna forma, la vida disipada que llevó en su juventud, renegando de ella.
En 1844, Dumas se trasladó a Saint-Germain-en-Laye para vivir con su padre. Ese mismo año, en París, conoció a Marie Duplessis, una joven cortesana que inspiraría su novela romántica, La Dama de las Camelias (1848). Adaptada como obra teatral, alcanzó tal éxito que animó a Dumas a proseguir con su carrera de dramaturgo. Se tituló, en inglés Camille y constituyó la base para la ópera de Giuseppe Verdi, La Traviata (1853). En sus obras teatrales, cargadas de enseñanzas morales, denuncia los prejuicios sociales de la época y aboga por los derechos de la mujer y de los niños.
En 1864, Alexandre Dumas, hijo, se casó con la princesa Nadeja Naryschkine (más conocida como Nadine Dumas), con quien tendría una hija. Tras el fallecimiento de ésta, contrajo matrimonio con Henriette Régnier.
En el transcurso de su vida, Dumas escribió otras doce novelas y varias obras teatrales. En 1867, publicó su novela semi-autobiográfica "El Caso Clemenceau,” considerada por muchos como uno de sus mejores trabajos literarios.
Fue elegido miembro de la Academia francesa en 1874 pese a la oposición pertinaz de Victor Hugo. En 1894 se le concedió la Legión de Honor.
Falleció
el 27 de noviembre de 1895 en su propiedad de Marly-le-Roi (Yvelines), y fue
enterrado en el cementerio de Montmartre (París). (Wikipedia en español).
Marie Duplessis, cuyo verdadero nombre fue, Rose-Alphonsine Plessis, nació en Nonant-le-Pin, Orne, Baja Normandía, el 15 de enero de 1824 y murió en París, el 3 de febrero de 1847, a los 23 años. Fue una famosa cortesana francesa, condesa de Perregaux por matrimonio, cuya vida
inspiró la novela La Dama de
las Camelias, de Alexandre
Dumas (hijo), y la ópera, La Traviata, del compositor Giuseppe Verdi. La vida de Marie Duplessis está considerada como
uno de los mayores exponentes del llamado Romanticismo Francés.
Biografia
Infancia
Alphonsine nació en 1824, en Nonant-le-Pin, Orne, y era hija de Marin Plessis y de Marie-Anne-Michelle Deshayes. Su padre, buhonero, era hijo natural de una prostituta y de un sacerdote que jamás llegó a reconocerle, mientras que su madre descendía directamente del poderoso linaje de los Du Mesnil d'Argentelles, una familia aristócrata, señores de Argentelles y de Mesnil entre otros territorios. El poder de los Du Mesnil d'Argentelles había mermado considerablemente desde principios del siglo 18, habiendo perdido finalmente su fortuna, sus posesiones y sus títulos durante la Revolución Francesa. La abuela de Marie-Anne-Michelle fue la noble dama Anne du Mesnil d'Argentelles. Alphonsine pasó su infancia en su aldea natal junto con su hermana Delphine, rodeadas de miseria y marcadas por el alcoholismo y la violencia de su padre. En 1829 aproximadamente, su madre abandonó el hogar familiar y se marchó a servir como ama de llaves para una amiga de su abuela, Lady Yarborough. Marie-Anne-Michelle, su madre, no volvería a ver a sus hijas, pues murió un año después, enferma de tuberculosis, en la residencia familiar de los Yarborough, a orillas del Lago Lemán, en Suiza. Tras la marcha precipitada de su madre, las dos hermanas vivirían con una tía materna, quien al poco tiempo envió de vuelta a Alphonsine con su padre. Éste, según algunos biógrafos, empezó a ofrecerla a algunos hombres a cambio de unas monedas abriéndole la puerta del mundo de la prostitución cuando contaba solamente con 12 años.
Llegada a París
Tras trabajar en un mesón en Exmes y en una fábrica de paraguas en Gacé, Alphonsine llegó a París en 1839 de la mano de una compañía de gitanos circenses a la que, según algunas biografías, había sido vendida por su padre. Trabajó en una tienda de verduras y en una tienda de lencería hasta que conoció en un baile a un restaurador de la Galería Montpensier del Palais Royal que se interesó en su belleza y la tomó como su protegida instalándola en un pequeño piso. Tras él, llegó su primera gran conquista, el conde Antoine Alfred Agénor de Guiche, quien más tarde sería Duque de Gramont, Príncipe de Bidache y Ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón III
Agénor de Guiche y otros amantes
Siendo ya la amante oficial del conde de Guiche y
afincada en un piso más lujoso, decidió cambiar su nombre, poco elegante, por
el de Marie, a la vez que añadía a
su apellido la partícula Du, con vistas de darle un toque más aristocrático a su vida. Además,
Agénor pagó un tutor personal que se encargó de enseñarla a escribir, a
pronunciar un buen francés, y a impartirle nociones de piano, danza,
literatura, historia y protocolo. Cuando los Gramont se enteraron de que el buen
nombre de la familia corría peligro de verse relacionado con una prostituta,
Agénor, presionado, se vio obligado a abandonarla. Así, terminada su relación
con el conde de Guiche y empezando a despuntar en la vida social del París
decimonónico, llegaron otros tantos hombres, todos ellos ricos o nobles y
dispuestos a invertir una gran fortuna en sus caprichos: Ferdinand
de Montguyon, Roger de Beauvoir, Henri de Contades, Olimpio Aguado, Adrien de Plancy, Pierre de
Castellane o Eduardo Delessert, la mayoría de ellos presentados a la cortesana en el famoso y elitista Jockey Club de París, del cual era socia.
François-Charles-Edouard
Perregaux y Gustav Ernst von Stackelberg
En 1841, conoció al que años más tarde se encargaría de
convertirla en condesa, François-Charles-Edouard Perregaux, conde de Perregaux (1815-1889). Su aventura amorosa les llevó a pasar un verano
romántico en una mansión de Bougival que el conde de Perregaux
había comprado para ella. Sin embargo, los síntomas de una feroz tuberculosis empezaron a hacerse patentes
en la vida diaria de la joven cortesana, hecho que propició su visita a Baden-Baden en busca de las aguas termales curativas. De regreso en
París, Perregaux, viéndose casi arruinado e incapaz de seguir manteniendo la
costosa vida de Marie, vendió la mansión y se marchó a Londres aconsejado por el consejero
de su familia para poner en orden sus asuntos financieros. Aproximadamente a
principios del año 1844, mientras tomaba las aguas termales en Bagnères-de-Luchon, Marie conoció al embajador de Rusia en Francia, el septuagenario conde Gustav Ernst
von Stackelberg, que la tomaría como su protegida.
Según la leyenda que gira en torno a su relación, el
conde habría visto en ella la imagen de su hija, recientemente fallecida a
causa de tuberculosis, y habría decidido tomarla bajo su protección. De
cualquier manera, éste la cubrió de regalos y alquiló para ella un lujoso
entresuelo en el Boulevard de la Madeleine dónde Marie, interesada profundamente en rodearse de escritores,
filósofos, poetas, actores y demás genios, celebraba asiduamente cenas que
derivaban en tertulias literarias y que lograron reunir a personalidades de la
altura de Alexandre
Dumas (padre), Alfred de Musset, Eugène Sue o Charles Dickens. Por esta época, se ganó el
sobrenombre de “La Divina Marie” y comenzaba a ser la cortesana mejor
pagada de todo París, gastando más de 200.000 francos de oro al año. También, era
común verla paseando en su cupé azul tirado por caballos pura sangre por el Bois de Boulogne, comiendo en la famosa Maison Dorée, o sentada en un palco de
cualquier teatro con un ramo de camelias blancas entre las manos.
Alejandro Dumas, hijo, y Franz Liszt
En septiembre de 1844, conoció al hombre que habría de
inmortalizarla después, el joven escritor Alexandre
Dumas (hijo). Su relación amorosa, llena de altibajos, reproches y
celos, duró hasta agosto de 1845, cuando Alexandre le hizo llegar una nota de
despedida:
Querida
Marie:
No soy lo bastante rico para amarte como quisiera ni lo suficiente pobre para ser amado como quisieras tú. Olvidemos todo entonces, tu un nombre que debe serte casi indiferente, yo una felicidad que se me hace imposible. Es inútil decirte cuánto lo siento porque tú sabes bien cuánto te amo. Entonces, adiós. Tienes demasiado corazón como para no entender el motivo de mi carta y demasiada inteligencia como para no perdonarme.
No soy lo bastante rico para amarte como quisiera ni lo suficiente pobre para ser amado como quisieras tú. Olvidemos todo entonces, tu un nombre que debe serte casi indiferente, yo una felicidad que se me hace imposible. Es inútil decirte cuánto lo siento porque tú sabes bien cuánto te amo. Entonces, adiós. Tienes demasiado corazón como para no entender el motivo de mi carta y demasiada inteligencia como para no perdonarme.
Mil recuerdos.
30 de agosto, a medianoche.
A.D.
A pesar de que la vida de Marie Duplessis gira en torno a la de su alterego: Margarita
Gautier, personaje principal de La Dama de
las Camelias, en realidad, su relación con Dumas no fue ni tan
romántica ni tan idealizada como el escritor se encargaría más tarde de
relatar. Los motivos de su carta de despedida, según algunos autores, no
habrían sido ni los celos ni la escasa fortuna que éste podía poner a su
disposición, sino el miedo atroz a resultar contagiado por la tuberculosis.
Tras esta despedida, Dumas no volvería a verla jamás, pues tomó la decisión de
marcharse de viaje con su padre a España, dónde acudiría al enlace de Antonio de Orleans, duque de
Montpensier. La muerte de la cortesana le sorprendió en Marsella, dónde un
amigo le comunicó la noticia.
Terminada la relación con el joven Dumas, Marie tuvo tiempo aún de realizar la
última de sus conquistas. Se trataba del compositor húngaro Franz Liszt, al que
conoció en noviembre de 1845 y con quien comenzó una apasionada relación
amorosa que terminaría pronto, cuando el músico decidió abandonarla en París,
turbado por el grandioso éxito que le esperaba en el resto de Europa. Se despidió de la cortesana
prometiéndole que realizarían juntos un viaje a Constantinopla, proyecto
que se vería frustrado por la muerte de ésta. Cuando Franz se enteró de la
muerte de la que había sido su amante, le escribió una emotiva carta a la que
era su amiga y amante, la condesa Marie d'Agoult, en la que decía:
No soy
partidario de las Marions de Lorme o las Manons Lescaut. (...) Pero Marie
Duplessis era una excepción. Tenía un buen corazón. (...) Fue sin duda la más
absoluta y perfecta encarnación de la Mujer que jamás haya existido. Y ahora
está muerta y no sé qué extraño acorde de elegía vibra en mi corazón en
recuerdo suyo.
Franz Liszt
Matrimonio
Finalmente, enferma de muerte, abandonada por Dumas y
por Liszt, terminó por casarse el 21 de febrero de 1846 en Londres con uno
de sus antiguos protectores, el conde de Perregaux. Aunque el matrimonio sólo
era legal en el Reino Unido, a su vuelta a París se hizo componer su propio escudo de armas. Con él, mandó grabar su vajilla, su papel de cartas, e incluso la
puerta de sus coches de caballos. A partir de entonces, empezaría a ser
conocida como Madame la comtesse du Plessis, Madame la comtesse de Perregaux, o siguiendo la moda de utilizar el nombre del marido, Madame la comtesse
Edouard de Perreugax.
Fallecimiento
y Entierro
Finalmente,
Marie Duplessis fallecería el 3 de
febrero de 1847, a las 23 horas, en su piso
del Boulevard de la Madeleine,
número 11 (hoy 15). Tras recibir la unción de los Santos Óleos, fue amortajada
por su sirvienta y velada por su marido, que hacía semanas que no se apartaba
de la cabecera de su cama. El funeral se llevó a cabo dos días después, en la Iglesia
de la Madeleine, siendo enterrada en un nicho temporal del Cementerio de Montmartre y, diez días después, trasladada a la tumba
donde hoy descansa, cuya construcción fue encargada por su marido y que lleva
una simple inscripción sin falsas partículas de nobleza o títulos
aristocráticos:
Ici Repose
ALPHONSINE PLESSIS
Née Le 15 Janvier 1824
Decedée le 5 Fevrier 1847
De Profundis
ALPHONSINE PLESSIS
Née Le 15 Janvier 1824
Decedée le 5 Fevrier 1847
De Profundis
Desde de
su entierro hasta hoy, nunca faltan camelias en su tumba que manos anónimas van
dejando cada día.
En la Literatura: La
Dama de las Camelias, de Dumas, hijo.
Tras la muerte de la cortesana, Dumas, apesadumbrado,
le dedicó una elegía, titulada "M.D.", que está incluida en su
obra Péchés de Jeunesse (1847), en la que rememora los meses pasados a su lado. Uno
de esos versos hace alusión a los últimos momentos de la cortesana:
Pauvre
fille! on m’a dit qu’à votre heure dernière,
Un seul homme était là pour vous fermer les yeux, Et que, sur le chemin qui mène au cimetière, Vos amis d’autrefois étaient réduits à deux! |
¡Pobre
niña! Me dijeron que en vuestra última hora,
Un solo hombre estaba allí para cerraros los ojos, Y que en el camino que lleva al cementerio, Vuestros amigos de otrora ¡se habían reducido a dos! |
Alexandre
Dumas, hijo.
Y Dumas tenía razón. A la hora de su muerte, de todos
sus amigos y amantes, sólo su marido la acompañaba, y como dice la elegía, tan
sólo dos personas acompañaron su féretro hasta el cementerio: su marido y su
protector, el conde ruso Gustav Ernst von Stackelberg.
Meses después, otorgándole el sobrenombre que hoy la
caracteriza, Dumas se encerraría en la habitación de un hotel para escribir la
que, aunque maquillada, había sido su historia con Marie Duplessis: La
Dama de las Camelias, en la que una joven cortesana, Margarita Gautier,
sacrificaba su vida por amor y moría de tuberculosis sola, abandonada y
embargada por sus acreedores.
En la música: La Traviata de Verdi
Entre 1852 y 1853, Verdi puso música al libreto que Francesco
Maria Piave había escrito basándose en la obra de Dumas (hijo). La
ópera fue estrenada en el teatro La Fenice de Venecia el 6 de marzo de 1853 siendo un fracaso
rotundo. Sin embargo, un año más tarde, la representación de París sería un
éxito absoluto, catapultando La Traviata a lo más alto. A partir de
entonces, la figura histórica de Marie Duplessis, convertida esta vez en la
prostituta Violetta Valery, ha llegado a nuestros días convertida en una figura
primordial del romanticismo.
Museo de la Dama de las Camelias
En la población de Gacé, lugar donde Marie había trabajado durante su
pre-adolescencia en una fábrica de paraguas, se erige un castillo del siglo 16 que alberga hoy un museo
dedicado a su vida (Wikipedia).
La Dama de las Camelias (primera
publicación en 1848) es una
novela firmada por Alejandro
Dumas (hijo). Esta obra está inspirada en un hecho real de la vida
de Alejandro relativo a
un romance con Marie Duplessis joven
cortesana de París que mantuvo
distintas relaciones con grandes personajes de la vida social. La novela
pertenece al movimiento literario que se conocería como Realismo, siendo de
las primeras que formarían parte de la transición del romanticismo. La ópera La Traviata, del
compositor italiano Giuseppe Verdi, se basó
en esta novela.
Espacio y Tiempo
La novela está ambientada en París, y algunos lugares
campestres cercanos como Bougival. Podríamos
ubicarla alrededor de 1840, durante la
monarquía de Luis Felipe de Orleans. La
duración de la trama es de aproximadamente tres años, aunque sólo durante un
año existe acción. La obra comienza con los funerales de Margarita Gautier,
protagonista de la obra.
Tema
Los principales temas de la novela son: la prostitución reflejada en la vida de la protagonista
Margarita Gautier, sus costumbres y amistades. Por otro lado encontramos la abnegación en diversos actos de la protagonista,
sobre todo con respecto a su amor por Armando Duval.
También la obra critica los prejuicios
sociales, que radican en el rechazo social de aceptar a Margarita,
principalmente se representan en el padre de Armando Duval, quien le exige
sacrificios. Por último, encontramos en menor medida, los celos y la venganza en el personaje de Armando Duval.
Coexisten dos narradores en la novela, por una parte un Narrador editor quien conoce al narrador protagonista, Armando
Duval. Está escrita en un lenguaje sencillo y estructurada en veintisiete
capítulos sin títulos.
Personajes Principales
Protagonistas
·
Margarita Gautier (La Dama de las Camelias): Es la
protagonista, enamorada de Armando Duval, sin familia, es una chica cortesana
relacionada con muchos caballeros, entre los que destacan el Duque y el conde.
Nació en el campo, pero abandonó a su familia para vivir en París, donde se
destacaría por su vida licenciosa y sus grandes gastos, además de por siempre
estar acompañada de un ramo de camelias; era una joven muy hermosa, pero
bastante enfermiza. Aunque parece adolecer de superficialidad, con el avance de
la obra se presenta como una mujer enamorada, sencilla y sobre todo abnegada.
Se enamora de Armando Duval, primero condicionándole que le dejara vivir como
le pareciera y portándose obediente ante sus mandatos, pero termina por
abandonar todas sus costumbres licenciosas para vivir de forma estable con
Armando Duval. Sin embargo, el padre de éste le rogaría que deje a su hijo, lo
que constituiría su último sacrificio. Regresa a su vida licenciosa,
simplemente para acelerar su penosa y solitaria muerte, causada por la tisis, que venía
arrastrando desde hacía tiempo.
·
Armando Duval: Joven que se enamora de
Margarita. Desde el primer encuentro la amó a escondidas, y fue el primero en
preocuparse por la salud de la joven, gracias a lo que obtuvo su amor. Nunca
aceptaría en su totalidad la condición de Margarita, aunque durante cierto período
toleró vivir con el dinero de los otros amantes de la hermosa joven. Finalmente
lograría que ella abandone su vida licenciosa, pero posteriormente al verse
abandonado y sentirse traicionado, cortejaría a Olimpia, otra mujer de
condición semejante, con el único objetivo de hacerle daño a su verdadero amor.
Luego se enteraría que el “engaño” de
Margarita era sólo otra prueba de su amor, lo que lo dejaría desolado.
Personajes Secundarios
·
Narrador: No es nombrado durante la novela. Comienza su
actuación al acudir al remate de los bienes de Margarita Gautier, y adquirió por
bastante dinero un libro intitulado Manon Lescaut del Abbé Prévost. Posteriormente Armando Duval intentaría comprarle el
libro, y el narrador se lo regaló, lo que dio inicio a una gran amistad entre
estos personajes.
·
Prudencia Duvernoy: Vecina y amiga de Margarita.
Durante su juventud fue una cortesana, como la protagonista, luego se dedicó a
vender sombreros y ropa. Mantenía su amistad con Margarita por interés, puesto
que cuando Margarita enfermó y debió mantener cama la abandonó.
·
Julia Duprat: Amiga de Margarita. Nunca la
abandonó, llegando inclusive a escribirle cartas a Armando cuando su amiga se
encontraba moribunda y después de su muerte.
·
Padre de Armando: Señor bastante conservador,
vive en el campo, cuando se entera de los amores de su hijo intenta convencerlo
de abandonar esas pasiones, al ver infructuosos sus tentativas, decide intentar
con Margarita, la cual aceptaría renunciar a su amor.
·
Olimpia: Comparece al final de la obra. Es al parecer
amiga de Margarita, sin embargo, Armando la utilizaría para darle celos a la
misma.
Personajes Accidentales
·
El Conde: Joven que enamoraba y mantenía a Margarita,
sin embargo a ésta le aburría y lo despedía con rapidez.
·
El Duque: Viejo de enorme fortuna que amaba a
Margarita, sobre todo porque tenía una hija de gran parecido a la protagonista
que había muerto. Era el principal benefactor de la
joven.
·
Gastón: Amigo de Armando Duval, solo aparece en el
principio de la obra.
·
Nanine: Sirvienta de Margarita.
·
José: Criado de Armando, se encargaba de mandar las
cartas a margarita de parte de Armando.
·
Blanca: Hermana de Armando.
Argumento
Capítulo I.
El Narrador se entera por casualidad de que murió una cortesana y que
sus bienes serían puestos en remate para cubrir sus deudas, se entera de que la
difunta era conocida suya, únicamente de vista: Margarita Gautier.
Capítulo II.
Margarita era de singular hermosura, asistía a todos los estrenos de
la Ópera y del Teatro, su fama como cortesana era bastante conocida, siempre
asistía a todas las funciones con tres cosas: sus gemelos, una bolsa de
bombones y un ramo de camelias, su florista le habría puesto el sobrenombre de
“La Dama de las Camelias". Ella vivía de una pensión indeterminada que le
daba el duque, él cual la trataba pródigamente y con respeto.
Capítulo III.
El narrador acude al remate, el cual fue bastante concurrido. Puja por
el libro Manon Lescaut de Abbé Prévost, el cual tenía
dedicatoria, se lo adjudican por un valor diez veces superior al real, sólo por
orgullo personal pujó de tal manera. La Dedicatoria dice “Manón a Margarita,
humildad”, firmado por Armando Duval.
Capítulo IV.
De la venta de los bienes de la cortesana se obtuvieron 150.000
libras, de los cuales dos terceras partes fueron a parar a las manos de sus
acreedores y el resto a su amante, una hermana que tenía años sin verla.
Armando Duval acude a ver al narrador en un estado deplorable y depresivo y le
ruega que le venda el libro mencionado enseñándole una carta suscrita por
Margarita en la cual le pide que acuda al remate a comprar algo para
recordarla. El narrador le regala el libro lo que da inicio a una buena amistad
entre el joven, que le agradece el regalo y marcha llorando, y el narrador.
Capítulo V.
Pasó un largo tiempo y el narrador no tenía noticias de Armando Duval,
así que decidió ir a preguntar por él en el cementerio, donde vislumbró la
tumba de la joven adornada con innumerables camelias. El jardinero le contó que
un joven había ordenado que se mantuviera siempre así y que éste había partido
para que la hermana de la difunta autorizase el traslado del cuerpo, puesto que
en ese cementerio sólo tenía licencia por cinco años, y quería otorgarle una de
por vida. El narrador obtiene la dirección de Armando Duval y va a visitarle.
Parte hacia su casa pero, al día siguiente, recibe un mensaje suyo en el que lo
invita.
Capítulo VI.
El narrador acude y ve al joven en un estado convaleciente, el cual da
la razón del traslado del cuerpo y el porqué tenía que estar presente diciendo: Es lo único que puede curarme.
Tengo que verla. Llevo sin dormir desde que me enteré de su muerte, y sobre
todo desde que vi su tumba. No puedo hacerme a la idea de que esa mujer, a
quien abandoné tan joven y tan bella, esté muerta. Tengo que cerciorarme por mí
mismo. Tengo que ver lo que ha hecho Dios con aquel ser que tanto amé, y quizá
el asco del espectáculo reemplace la desesperación del recuerdo...
Acuden juntos al desentierro, el cual resulta muy doloroso para Armando,
y chocante para el narrador.
Desarrollo
Capítulo VII.
Armando, todavía en cama, le encomienda al narrador
la escritura de un libro sobre los hechos que le narra. Entonces empieza a
contarle la historia: Armando dice que desde que conoció a Margarita, supo que
estaba destinado a enamorarse de ella aunque deseara que fuera difícil la
conquista: Y yo, que habría querido sufrir por aquella mujer, temía que
me aceptara excesivamente de prisa y me concediera excesivamente pronto un amor
que yo hubiera querido pagar con una larga espera o un gran sacrificio. Los
hombres somos así; y es una suerte que la imaginación deje esta poesía a los
sentidos y que los deseos del cuerpo hagan esta concesión a los sueños del
alma. Armando Contó que la vez que fueron presentados, fue en la
Ópera, y había hecho el ridículo, ella diría que “nunca había visto nada más
chistoso que él”. A partir de aquí, Armando la intentaría ver varias veces,
pero de repente ella enfermó de tisis, acudió a
su casa innumerables veces preguntando por su estado de salud, sin dejar jamás
recado, tarjeta de visita o subir a visitarla. No la vería por dos años.
Capítulo VIII.
Después de este tiempo la volvió a ver y su amor no
había disminuido. Sus palabras lo manifiestan: -Lo que no impidió que
mi corazón latiera cuando supe que era ella; y los dos años pasados sin verla y
los resultados que aquella separación hubiera podido ocasionar se desvanecieron
en la misma humareda con el solo rozar de su vestido. Entonces le
pidió a una conocida, Prudencia Duvernoy, una regordeta que había sido
cortesana, que se la presente nuevamente. Ella le contó que Margarita era la
protegida de un duque muy viejo y muy rico, que ella nunca se dormía antes de
las dos de la mañana y que a veces tenía compañía, pero que no tenía amantes.
aunque un conde joven la cortejaba, a ella le aburría.
Capítulo IX.
Se volvieron a presentar Armando y Margarita, ésta
aunque al principio no pudo recordar, después lo haría, pidiendo disculpas por
la vez anterior. Armando aceptó que él era el hombre que iba a preguntar por su
estado de salud durante su enfermedad, lo que ella agradeció. Margarita trataba
con mucha crueldad al conde, a quien despidió para recibir a Armando, Prudencia
y un amigo de Armando, Gastón, durante la alegre reunión, en la que la joven
hizo gala de sus modales. A Margarita le sobrevino una crisis de tos por lo que
salió presurosa a su recámara, y Armando la siguió, en extremo preocupado por
su salud.
Capítulo X.
Armando le recomendó abandonar esa vida licenciosa,
ella contestó que a nadie le importaba su estado de salud, a lo que el joven
replicó diciendo que a él sí. Armando confesó que la amaba con locura, ella
después de algunas cavilaciones lo aceptó pero condicionándole que debería ser:
confiado, sumiso y discreto. Ante la pregunta de cuándo se volverían a ver,
esto es lo que Margarita contestó Porque -dijo Marguerite, liberándose
de mis brazos y tomando de un gran ramo de camelias rojas comprado por la
mañana una camelia que colocó en mi ojal - porque no siempre se pueden cumplir
los tratados el mismo día en que se firman. Luego le dijo que se verían
cuando la camelia que le entregó cambie de color, se besaron y ella justificó
su actuar de esta forma:
Quizá le parezca raro que me haya mostrado tan
dispuesta a aceptarlo así, en seguida. ¿Sabe a qué se debe? Se debe -continuó,
tomándome una mano y colocándola contra su corazón, cuyas palpitaciones
violentas y repetidas yo sentía-, se debe a que, ante la perspectiva de vivir
menos que los demás, me he propuesto vivir más de prisa.
Capítulo XI.
Armando estaba feliz y sorprendido de lo ocurrido, y
se empecinaba en creer que no se trataba de una mujerzuela. Fue a verla, como
había prometido en la víspera y ella le contestó que no se acordaba del pacto,
sin embargo, el joven se iba acostumbrando al actuar de la joven. Luego
Prudencia le dijo que Margarita opinaba que era encantador.
Capítulo XII.
En esa ocasión Armando pasó la noche con Margarita,
ella lo despachó a las cinco porque el duque vendría temprano y le prometió
mandarle instrucciones para su próxima cita, entregándole una llave de sus
aposentos. Al día siguiente, Armando le haría una gran escena de celos porque
la había visto con el conde en el teatro, pero luego se dio cuenta de que él
había aceptado ciertas condiciones y la joven lo perdonó, haciéndole saber que
se estaba enamorando de él.
Capítulo XIII.
Prudencia le recomendó a Armando que no fuera
celoso, que él no podría mantener la vida de lujos de Margarita, y que lo
conveniente era que únicamente se amaran, conscientes de la realidad. Margarita
invitó a Armando a pasar varios meses en el campo, pero el joven se ofendió,
diciendo que no aceptaría tal situación con esos medios, otra vez se dio cuenta
del error en que incurría y fue perdonado por segunda ocasión. Al día siguiente
Armando recibe un recado de Margarita que decía “Me siento mal, no venga hoy,” sin embargo acudió y vio que el
conde entraba en la casa, por lo cual sufrió mucho.
Capítulo XIV.
Armando escribe una carta zahiriente para Margarita.
Se desespera por haber actuado de tal manera, nuevamente se arrepiente y le
ruega perdón:
“Alguien que se arrepiente de una carta que escribió
ayer, que se irá mañana si usted no lo perdona, desearía saber a qué hora podrá
ir a depositar su arrepentimiento a sus pies. ¿Cuándo podrá encontrarla sola?
Ya sabe usted que las confesiones deben hacerse sin testigos.”
Capítulo XV.
Armando le preguntó a Margarita la
razón por la cual le engañó, ella respondió de tal forma:
-Amigo mío, si yo fuera la señora duquesa de tal o de
cual, si tuviera doscientas mil libras de renta, y siendo su amante, tuviese
otro amante distinto de usted, tendría usted derecho a preguntarme por qué lo
engañaba; pero, como soy la señorita Margarita Gautier, tengo cuarenta mil
francos de deudas, ni un céntimo de fortuna y gasto cien mil francos al año, su
pregunta es ociosa y mi respuesta inútil.
Le dijo que aceptó ver al conde para poder hacer el
viaje al campo, puesto que no quería deberle nada a Armando, luego dijo que
siempre estaba muy vigilada. Confesó la razón por la cual había aceptado a
Armando como amante: porque es el único que se ha compadecido de ella, pero:
-Entonces te encontré a ti, joven, ardiente, feliz, y
he intentado hacer de ti el hombre a quien llamaba en medio de mi ruidosa
soledad. Lo que yo amaba en ti no era el hombre que eras, sino el que ibas a
ser. Tú no aceptas ese papel, lo rechazas como indigno de ti; eres un amante
vulgar; haz como los demás: págame y no hablemos más.
Armando vuelve a pedir perdón y no se va de París.
Capítulo XVI.
Armando aceptaba todas las
condiciones que le daba Margarita, pronto le entregaría el Manon
Lescaut del Abate Prevost. Armando cambió su vida y sus hábitos, tuvo
que adquirir algunas deudas y jugar para poder obsequiar a su enamorada.
Intentaba curar a Margarita, y funcionaba de cierta manera.
Capítulo XVII.
Margarita quiso pasar una
temporada en una alegre casa campirana en Bougival, por lo que se la pidió al duque,
el cual al poco se enteraría que habitaba con Armando en aquella casa, lo que
provocó que le diera un ultimátum a la joven “Yo (y la renta) o Armando Duval”.
Ella escogería el amor, haciendo que la felicidad de Armando se elevara sobremanera.
Margarita terminó con todas sus costumbre anteriores, incluso con sus
amistades... El duque volvería a rogar que le acepte, sin importar
circunstancias, pero la joven reformada rechazaba abrir sus cartas.
Capítulo XVIII.
Los jóvenes hacían proyectos para su
porvenir, Margarita prefería no regresar a París. Armando notó que los bienes
de Margarita iban desapareciendo, por lo que acudió a París y se enteró de que
la joven tenía muchas deudas y estaba vendiendo todo, Prudencia le dijo:
-¡Ah! - continuó con esa insistencia típica de la
mujer que puede decir: “¡Qué razón tenía yo!” - ¿Cree que basta amarse e irse
al campo a vivir una vida pastoril y vaporosa? No, amigo mío, no. Al lado de la
vida ideal existe la vida material, y las resoluciones más castas están sujetas
a la tierra por hilos ridículos, pero de hierro, y que no se rompen tan
fácilmente.
Capítulo XIX.
Armando se compromete a pagar
todo, ella rechaza la oferta de Armando, proponiendo que vivan humilde y
austeramente, pero Armando le reconviene diciendo que Margarita necesitaba de
sus lujos. Ella responde:
-En una relación como la nuestra, si la mujer tiene
aún un poco de dignidad, debe imponerse todos los sacrificios posibles antes
que pedir dinero a su amante y ofrecer un aspecto venal a su amor. Tú me quieres,
estoy segura, pero no sabes lo frágil que es el hilo que sujeta al corazón el
amor que se siente por chicas como yo. ¿Quién sabe? ¡Quizá un día de mal humor
o de aburrimiento lo imaginaras ver en nuestra relación un cálculo hábilmente
combinado! Prudencia es una charlatana. ¡Para qué quería yo los caballos!
Vendiéndolos, economizo; puedo pasarme sin ellos perfectamente y así no me
gastan nada. Todo lo que te pido es que me quieras, y tú me querrás lo mismo
sin caballos, sin cachemiras y sin diamantes.
-Tú, que no quieres permitirme que comprenda tu
posición, y tienes la vanidad de velar por la mía; tú, que, al conservarme el
lujo en medio del que he vivido, quieres conservar la distancia moral que nos
separa; tú, en fin, que no crees que mi cariño sea lo suficientemente
desinteresado para compartir conmigo tu fortuna, con la que podríamos vivir
felices juntos, y prefieres arruinarte, esclavo como eres de un prejuicio
ridículo. ¿Crees que yo comparo un coche y unas joyas con tu amor? ¿crees que
para mí la felicidad consiste en las vanidades con que una se contenta cuando
no ama nada, pero que se convierten en algo muy mezquino cuando ama? Tú pagarás
mis deudas, malbaratarás tu fortuna ¡y me mantendrás al fin! ¿Cuánto tiempo
durará todo eso? Dos o tres meses, y entonces será demasiado tarde para
emprender la vida que propongo, pues entonces lo aceptarías todo de mí, y eso
es lo que un hombre de honor no puede hacer. Mientras que ahora times ocho o
diez mil francos de renta, con los cuales podemos vivir. De lo que tengo, yo
venderé lo superfluo, y sólo con esa venta me haré con dos mil libras al año.
Alquilaremos un lindo pisito en el que nos quedaremos los dos. En verano
vendremos al campo, pero no a una casa como ésta, sino a una casita suficiente
para dos personas. Tú eres independiente, yo soy libre, somos jóvenes; en
nombre del cielo, Armando, no vuelvas a arrojarme a la vida que me vi obligada
a llevar en otro tiempo.
Capítulo XX.
Armando aceptaría gustoso la propuesta de su amada,
poco después llegaría su padre. El señor Duval le reprocha a Armando su
conducta al flanco de la señorita Gautier y le ordena abandonarla, Armando
rechaza la imposición.
Capítulo XXI.
Armando le contaría la situación a su enamorada.
Ella le pide que haga a su padre reconsiderar para poder amarse con total
libertad. Armando no encontraría a su padre por algunos días pero cambiaría
drásticamente de estado de ánimo de Margarita. Armando al fin encuentra a su
padre, el cual dice que toleraría la relación de su hijo.
Nudo
Capítulo XXII.
Armando feliz regresaría con su amada, llevándose
una gran decepción al no encontrarla, se había ido a París. Como era muy tarde,
el joven acudió a París caminando, sólo encontró una carta en su casa, la cual
decía:
“Armando,
cuando lea esta carta, ya seré la amante de otro hombre. Así que todo ha
terminado entre nosotros.
Vuelva con
su padre, amigo mío, vaya a ver a su hermana, joven casta, ignorante de todas
nuestras miserias, y a su lado olvidará muy pronto todo lo que le haya hecho
sufrir esa pérdida que llaman Margarita Gautier, a quien quiso usted amar por
un instante y que le debe a usted los únicos momentos felices de una vida que
ella espera que ya no será larga.”
Armando se llenaría de desdicha y desesperación, y por
necesidad, acudiría a compartir su tristeza con su padre, con el cual
regresaría al día siguiente a su lugar de origen.
Capítulo XXIII.
Armando se caracterizaba por su desánimo, sintió la
necesidad de volver a verla y regresó a París. La vio, había recuperado sus
caballos y bienes, y al parecer la vida libertina de antaño. Esto llevó a
Armando a la ira y a desear venganza. Visitó a Prudencia, a quien le dijo sobre
su relación con Margarita:
-Está perdonada, puede decírselo. Es una buena chica,
pero es una golfa, y lo que me ha hecho debía esperármelo. Hasta le agradezco
su resolución, pues hoy 'me pregunto adónde nos hubiera llevado mi idea de
vivir siempre con ella. Era una locura..
Luego le pediría los datos de Olimpia, una amiga de
Margarita, a quien pensaba conseguir con dinero. Armando concurrió a una fiesta
ofrecida por Olimpia, ahí vio a su anterior amante con celos:
Cuando, lleno de mis dolorosas emociones, llegué al
baile, estaba ya muy animado. Bailaban, gritaban incluso, y, en una de las
contradanzas, descubrí a Marguerita bailando con el conde de N..., el cual
parecía muy orgulloso de exhibirla y parecía decir a todo el mundo: ¡Esta mujer
es mía!
Armando se empeñaría en conseguir a Olimpia esa misma
noche, lo cual obtendría.
Capítulo XXIV.
La relación con Olimpia provocaría bastantes
desazones a Margarita, la cual terminaría su amistad con ella y se vería cada
vez más pálida. Armando estaba feliz con los efectos de su artimaña. Poco
después Margarita acudiría a pedirle clemencia, que había sufrido mucho y que
las circunstancias le habían obligado a abandonarle. Armando le dijo que
olvidaría todo lo acaecido y pasaron la noche juntos:
-No, no -me dijo casi con espanto-, seríamos muy
desgraciados; yo ya no puedo valer para hacerte feliz, pero mientras me quede
un soplo de vida seré la esclava de tus caprichos. A cualquier hora del día o
de la noche que me desees, ven y seré tuya; pero no asocies más tu futuro con
el mío: serías muy desgraciado y me harías muy desgraciada. Aún seré por algún
tiempo una chica bonita: aprovéchate, pero no me pidas más.
Al día siguiente Armando fue a visitarla pero no le
dejaron pasar pues se encontraba con el conde, iracundo escribió un mensaje:
Volví a mi casa como un borracho, y ¿sabe lo que hice
durante el minuto de delirio celoso que bastó para la acción vergonzosa que iba
a cometer? ¿Sabe lo que hice? Me dije que aquella mujer estaba burlándose de
mí, me la imaginaba en su tete-à-tête inviolable con el conde, repitiendo las
mismas palabras que me había dicho por la noche, y, cogiendo un billete de
quinientos francos, se lo envié con estas palabras.
"Se ha ido usted tan de prisa esta mañana, que olvidé
pagarle. Ahí tiene el precio de su noche."
Le devolvieron el recado y los 500 francos,
desesperado y quizá arrepentido, acudió a su encuentro pero lo único que
recibió fue “La señora se ha ido a
Inglaterra hoy a las seis”.
Descenlace
Capítulo XXV.
Y esa era el final de lo que Armando podía contar,
el resto eran cartas que habían sido escritas por la joven durante la
enfermedad que la acabaría, las cuales nunca fueron recibidas. La primera
comenzaba:
No pude resistir el deseo de darle una explicación de
mi conducta, y le escribí una carta; pero, escrita por una mujerzuela como yo,
tal carta puede parecer una mentira, a no ser que la muerte la santifique con
su autoridad y que en vez de ser una carta sea una confesión.
Confesó que mientras él buscaba a su padre, éste llegó
a visitarla y le rogó que dejara a su hijo, puesto que interfería directamente
con las relaciones familiares y con la felicidad de su hija:
Bueno, pues mi hija va a casarse. Se casa con el
hombre que ama y entra en una familia honorable que quiere que todo sea
honorable en la mía. La familia del hombre que será mi yerno se ha enterado de
la vida que Armando lleva en París y ha manifestado que retirará su palabra si
Armando sigue viviendo así. En sus manos está el futuro de una niña que no la
ha hecho nada y que tiene derecho a contar con el futuro.
¿Puede usted y se siente con fuerzas para destrozarlo?
En nombre de su amor y de su arrepentimiento, Margarita, concédame la felicidad
de mi hija.
Ella aceptaría...
Capítulo XXVI.
Margarita continuaría con las cartas suplicando que
Armando la visite, o que muera de una vez. Su salud empeoraba y el único
consuelo que recibió fue una carta del padre de Armando, acompañada de dinero.
Al poco le embargarían sus bienes, y las cartas comenzarían a ser escritas por
Julia Duprat, pues su amada estaba imposibilitada.
Me ha hecho prometer que le escriba cuando ella ya no
pueda, y estoy escribiéndole delante de ella. Dirige sus ojos hacia mí, pero no
me ve: su mirada está ya velada par la muerte cercana; sin embargo sonríe, y
estoy segura de que todo su pensamiento y toda su alma están puestos en usted
Cada vez que alguien abre la puerta sus ojos se
iluminan y siempre cree que va a entrar usted; luego, cuando ve que no es
usted, su rostro recobra su dolorida expresión, queda bañado en un sudor frío,
y sus pómulos se tiñen de púrpura.
Finalmente la joven moriría en la más extrema
desgracia y soledad.
Capítulo XXVII.
Acaba el relato, el narrador comenta que acompaña al
joven de regreso a su casa y apunta:
Volví a París, donde escribí esta historia tal como me
la contaron. No tiene más que un mérito, que quizá le será discutido: el de ser
verdadera.
No saco de este relato la conclusión de que todas las
chica como Margarita son capaces de hacer lo que ella hizo, ni mucho menos;
pero tuve conocimiento de que una de ellas había experimentado en su vida un
amor serio, por el que sufrió y por el que murió, y he contado al lector lo que
sabía. Era un deber.
No soy apóstol del vicio, pero me haré eco de la desgracia
noble dondequiera que la oiga implorar.
La historia de Margarita es una excepción, lo repito;
pero, si hubiera sido algo habitual, no habría merecido la pena escribirla. (Wikipedia)
La Dama de las Camelias
de Alejandro Dumas (Hijo)
Fue aquella noche, cuando la vio
por primera vez en el teatro de las Varietés; su encantadora personalidad
cautivó aún más a Armando Duval, que sus facultades de actríz. La mujer se
desplazaba en el escenario con un donaire y una delicada belleza. Atraía
poderosamente las miradas masculinas. Armando dijo, “Yo he visto antes a Margarita Gautier.” Gastón, su compañero de asiento
le contestó, “Sera mejor que no pretendas
enamorarte de ella Armando. Es tan peligrosa como irresistible.” Armando
exclamó, “¡Hum!” Armando Duval había
vivido poco en Paris y desconocía realmente la existencia chispeante y mundana
que allí imperaba. Al mirarla Armando dijo, “¡Es
una mujer fantástica!” Las alegres carcajadas de Margarita resonaron en sus
oídos como el preludio de una inolvidable experiencia. Armando dijo, “La he visto varias veces en la plaza de la
bolsa.” Poca atención prestaba Armando a la obra de teatro. Su mente se remontaba a
un tiempo atrás, en un lujoso almacén de Paris donde la había visto. Había
bajado de una fastuosa calesa abierta. Su vestido acentuaba más su hermosura.
Armando creyó que era una visión celestial. Gastón, el calavera y alegre
camarada, le dió un codazo volviéndolo bruscamente a la realidad, diciendo, “¡Cae el telón y tu ni te enteras!”
Armando dijo, “¡Eh!” Gastón le dijo, “Por lo que veo, Margarita te idiotizó.”
Armando le dijo, “No estés tan seguro.
Ninguna mujer me hará perder la cabeza.” A pesar de las palabras de Gastón,
Armando ya no se preocupo más que por preguntar incesantemente por la actriz,
diciendo, “Es una mujer interesante. Dime
todo lo que sepas de ella. Si…sinceramente me ha impresionado.” Gastón
dijo, “Mira, su afición por las camelias
le ha valido el mote de: ‘La Dama de las Camelias.’ Además, goza de pésima
reputación. Por ella se han arruinado encumbrados personajes.” De repente
callaron. Un grupo de gente se acercaba. Armando sintió que su corazón de
descompasaba al escuchar la argentina risa de Margarita, quien era custodiada
por varios admiradores que se deshacían en elogios. Uno de sus admiradores le
dijo, “¡Estuviste fenomenal, Margarita!”
Margarita dijo, “¿Lo crees?”
Entonces Gastón le dijo a Armando, “¿Te
gustaría que te presentara a la chica de dá más de que hablar en todo París?”
Armando dijo, “¡De mil amores!” Como
si respondiera a los vehementes deseos de Armando, Madame Gautier les envió una
seductora sonrisa a él y a Gastón, diciendo, “¡Pero si ahí está mi querido amigo!” Armando se quedo enamorado.
Era como si Margarita lo hechizara con su mirada. Gastón besó su mano,
diciendo, “Es un placer verte y
felicitarte Margarita.” Ella le dijo, “¿Dónde
andabas bribón, que no habías venido al teatro?” De pronto, Margarita
perdió el interés en preguntar a Gastón y centró su atención en Armando. Gastón
dijo, “Te presento a Armando Duval, quien
tiene verdadera vehemencia en conocerte.” Prudencia, la acompañante de Margarita
observó también a Armando y dijo algo a la actriz en secreto. Armando pensó al
verlas, “¡Me he quedado hecho un
estúpido!” Lo invadía la emoción, a pesar que veía claramente que la actriz
se mofaba de su turbación y timidez. Armando besó su mano y dijo, “¡A…a sus pies madame!” Margarita dijo, “Es un placer Armado.” Luego Margarita y Prudencia hablaron entre dientes, sin impórtales lo que él pensara. Prudencia dijo, “¿De dónde
sacaría Gastón semejante bobo?” Margarita rió.
Gastón pensó que Amando sufría y que ya era
tiempo de cortar aquella tortura, diciendo, “¡Has
dejado a mi amigo sin aliento Margarita!” Margarita dijo, “¿De veras? ¡Por un momento creí que era
mudo!” Armando quiso, a pesar de todo, mostrarse cortes, diciendo, “Señora, mis respetos para usted.”
Margarita se rió, y Prudencia, su acompañante dijo, “¡Oh,
pero qué cómico!” Tras despedirse forzosamente de Gastón y Armando, las
mujeres se alejaron destornillándose de risa. Gastón dijo, “No lo tomes tan a
pecho, hombre.” Por su parte, Prudencia le decía a Margarita, “Te trató como lo hubiera hecho con una
duquesa.” Margarita dijo, “Se ve que
ha vivido poco. Se muestra tan ingenuo…” La sonrisa mordaz de Margarita
había sido un latigazo para Armando, quien la imaginaba muy distinta. Al verlas
partir, Gastón dijo a Armando, “¿Qué te
pareció la Gautier?” Armando dijo, “Pues.”
Gastón le dijo, “Por la expresión tan
fúnebre que traes me estás haciendo creer que te interesa seriamente esa mujer.
¡Vamos Armando! No es más que una aventurera con un barniz de distinción…cuando
se cansa…los manda al paseo.” Armando dijo, “Tienes razón. Yo le estoy dando una importancia y valor que de ninguna
manera merece.”
Días después se celebraba una función de gala en la ópera cómica. Gastón
y Armando acudieron a la exitosa noche de estreno, donde concurrirían también
encumbradas personalidades del teatro y de la élite social. Armando, quien
constantemente pensaba en Margarita, la descubrió en un palco del proscenio
acariciando su inseparable ramos de camelias. Armando pensó, “¡Soy un imbécil! Veo a esa mujer y pierdo
la cabeza y ella tan trivial, casquivana y mordaz…” Era tan intensa la mirada
de Armando que atrajo la mirada de la hermosa mujer, quien dijo, “¡Uh lala!¡El
chico formal y solemne que se sale del cascarón!” Al ella mirarlo, él creyó que
le taladraban sus pupilas, las manos le sudaban, y el corazón le palpitaba
desaforadamente. Entonces Margarita le dijo a su dama acompañante, “¡Oh, Prudencia! ¡Voltea hacia allá, donde
está Gastón!” Prudencia le dijo, “¡Caray
Margarita, has impresionado al tierno potrillo!” Prudencia realizó grandes
esfuerzos para no estallar en ruidosas carcajadas. Margarita dijo, “Tiene una cara de inocencia que me
divierte muchísimo.” Armando dijo, a Gastón, “¡Madame Gautier se ríe más de mi, que de todos los payasos de la
ópera!” Gastón dijo, “No conoces a
mujeres del tipo de Margarita! ¡Mira, nos hace señas para que vayamos a verla
al palco!¡Antes le compraremos unos bombones!” Armando dijo, “Pero…” Mientras Gastón actuaba con
marcado desparpajo, Armando no podía controlar su nerviosismo. Llegaron al
estante de golosinas, y Gastón dijo, “Una
libra de pasas escarchadas.” Armando dijo, “¿Le gustan?” Gastón dijo, “Le
encantan…pero hombre, palideces a cada instante ¡Por Margarita!” A Armando
se le trabaron las mandíbulas y no pudo responder. Hasta que dijo, “No niego que es una mujer subyugadora pero
su vida, salpicada de escándalos, la ha desprestigiado bastante.”
Cuando los caballeros llegaron a ellas,
Prudencia y Margarita se rieron entre dientes al ver a Armando. Gastón dijo, “Tienes trastornado a mi pobre amigo,
Margarita.” Margarita dijo, “¿Es
verdad?” Armando enrojeció intensamente. La proximidad de aquella hermosa
creatura lo perturbaba. Gastón entregó algo a Margarita, quien dijo, “¡Ay, mis deliciosos bombones!” Era
usual dar más importancia a la charla que a la misma representación, sin
embargo, hablaban en voz baja. Margarita disfrutaba de las golosinas,
ilusionada como una niña. Entonces, Margarita dijo a Gastón, “¿Cómo dijiste que se llama tu amigo?”
Gastón dijo, “Armando Duval.” Sin
embargo, la emoción y timidez de Armando lo sumían en obstinado mutismo.
Prudencia dijo, “¡Por el cielo, que es
muy apuesto!” Margarita dijo, “Pero,
¿porqué no habla, es mudo? ¿No te parece, Prudencia?” La amiga de Margarita
no pudo resistir más, y explotó en sonora y picaresca risa: “Ja, Ja, Ja! Margarita te desmutizará,
chico, si te acepta entre el círculo de sus amigos.” Armando no sabía que
decir. “Disculpe, yo…yo acompañé a Gastón
y presentarme y hacerle conocer mi admiración.” Acto seguido, Armando salió
del palco sin despedirse, pensado, “¡Me
ha tomado por un estúpido!” Armando hubiera querido escapar del teatro,
pero dedujo que eso sería conceder más importancia a la Gautier. Gastón pensó, “Regresaré a mi butaca. Claro que si.”
Armando adoptó una expresión de serenidad desusada y luchó inútilmente por
concentrarse en el espectáculo. Más toda su mente era ocupada por la bella
imagen de la mujer. Armando pensó, “No
volveré a gastar un átomo de mi pensamiento en esa cínica.” Momentos
después llegó Gastón y dijo, “¡Caramba mi
amigo, dejaste a esas mujeres reventando de risa con tanta caballerosidad!” Con
el rabillo del ojo, Armando observó hacia el palco y se percató que la Gautier
también lo miraba. Gastón le dijo, “Te lo
advertí. Quizás si les hubieras contado un chiste rojo o verde, se hubieran
reído, pero no de ti.” Al final de la función, Margarita y Prudencia
abandonaron el palco. Armando, impulsado por un resorte se puso de pie. Gastón
dijo, “¿A dónde vas?”
Armando seguía los dictados de su propio corazón ardiente y poético,
aunque sintiera muy estropeada su sensibilidad. Gastón le dijo, “¡Ha bribón!¡Vas en pos de esa preciosa
majadera! No quieras tomarme el pelo y recuerda que esa mujer solo pesca peces gordos.” Gastón
agregó, “Te comprendo hermano, es una mal
educada pero como amante es sencillamente deliciosa.” Armando le dijo, “No tengo interés en comprobarlo.” Las
palabras de Armando eran del todo falsas. Ansiaba alimentarse del alma de su
adorable visión. Armando estrechó su
mano con Gastón y dijo, “¿Me perdonas?
Quiero estar solo.” Mientras partía, Armando buscó con la mirada a la
Gautier y la vio irse acompañada de dos jóvenes además de Prudencia. Armando
enrojeció de ira y celos, pensando, “¡Le
sobran galanes!” Este era el inicio de una pasión que iba torturándolo cada
instante de su existencia. Armando pensó mientras veía que el grupo se subían a una
calestra, “¿A dónde irá?” Esclavo de
esa incertidumbre amorosa, que es amarga y dulce, se dispuso a seguir el
vehículo, como si en él se resumieran los tesoros más codiciados de la tierra.
Pidió una calsestra y mientras viajaba pensó, “¿Yo, Armando Duval, miembro de una distinguida familia, pensando en
esa corrompida casquivana?” Y Armando, pese a todos sus prejuicios, llegó
hasta el lujoso restaurante que habían elegido Margarita y sus amigos para
cenar. Esperó a que entraran y después estuvo contemplando a través de una
ventana a la mujer que le quitaba el sueño. A la una de la madrugada el grupo
salió. Armando los espió cubriéndose en la oscuridad de la noche. Armando
alquiló otro cabriolé y volvió a seguirlos por la calle Rue D’Antin. Armando
pensó, “¡Maldita sea! Me muero por saber
su domicilio.” Luego Armando los vio entrar en un edificio. Le lastimó
intensamente la confianza con que Margarita trataba a aquellos hombres.
Los días que siguieron Armando
luchó denodadamente por apartar a la Gautier de su pensamiento, pero todo fue
en vano. Mientras leía, Armando pensaba, “¡No
puedo olvidarla! Ya que recibo una raquítica pensión, no puedo obtenerla y me
contentaré espiándola en plazas, tiendas y teatros.” Todas las noches,
Armando ocupaba un palco en el Varietes,
para llenarse la retina con la imagen de la mujer. Armando pensaba, “Estoy enamorado de ella.” En varias
ocasiones Gastón lo descubrió y sus burlas no se hicieron esperar, diciéndole, “Nadie se enamora de mujeres como la Gautier.”
A Armando le dolía el sarcasmo de su amigo, pero Armando ya estaba
encadenado a la artista, aunque intentaba ocultarlo. Armando le dijo, “Vine a ver sólo la obra.” Armando se
rehusó a aceptar la invitación de Gastón a cenar después de la función, y se
echó a andar por solitarias callejuelas. Conocía tan bien el camino a la Rue D’
Antin, domicilio de Margarita, y hacia allá lo dirigieron las pulsaciones de su
corazón. Armando lleno de celos, pensó, “Ya
debe de estar llegando con esa partida de libertinos, amigos con los que
alterna.” Cuando se aproximaba al edificio, Armando escuchó las carcajadas
de Prudencia, las cuales herían la quietud de la noche. Armando pensó, “¡Esa maldita zorra!” Armando también
escuchó voces y risas de hombres que le hicieron estremecerse de cólera.
Armando pensó, “¡Quiero ser yo quien la
acompáñe y no esos desdichados!”
Con
el tiempo, Armando se ausentó un tiempo de Paris, dedicándose intensamente a
sus estudios y trabajos, buscando un escape a aquella pasión torturante. Pero
todo era en vano. El rostro risueño de madame Gautier vivía con él, y le
absorbía sus pensamientos. Le fue imposible contener el deseo de volver a
verla. Regresó a París, y una noche que ocupaba un palco en el Varietes,
Armando notó que otra actriz ocupaba su lugar, y pensó, “¿Por qué? ¡Otra ocupa su lugar!” Nervioso Armando se lanzó a los
camerinos. Casualmente se encontró a Prudencia, le dijo, “¡Hola!” Prudencia dijo, “¡Uh
la la, el joven caballerito!” Armando formuló la pregunta sin preocuparse
ya de manifestar abiertamente su interés:“¿Y madame Gautier?” Prudencia le dijo, “Está enferma la pobre. Hace días que no sale de su casa. Yo la cuido
todo lo que puedo. A excepción de estos momentos, pues Margarita me envió a
traer un recado a su empresario.” Armando hubiese querido en ese momento
llegar como exhalación a la calle de Rue D’Antin. Ambos se acercaron a la
calestra. Armando preguntó, “¿Qué es lo
que tiene?” Prudencia dijo, “Sufre de
pecho. Trabajar en el teatro no es adecuado para alguien tan delicada como
ella.” Prudencia permitió que Armando la acompañara. El muchacho le hizo
varias preguntas intentando no parecer demasiado interesado. Prudencia dijo, “Pues sí, Margarita y yo somos grandes
amigas. Vivo enfrente de su casa. Tengo una tienda de modas y soy su modista.”
Armando dijo, “¡Ajá! Quiero pedirle un
gran favor. Me interesa la amistad de Margarita. Usted puede ayudarme.”
Prudencia dijo, “¡Por Dios. Muchacho. Qué
cosas dices! Todavía estas muy joven para tener como amiga a una mujer como
Margarita. Se disputan su amor hombres muy ricos y poderosos. Ahora la protege
un viejo duque adinerado que mas que amante, hace las veces de padre para ella.
Y el conde de Vendieu está chiflado por ella. Es rico pero Margarita lo trata
con la punta del zapato.” Armando pensó,
“¿Qué me espera a mí que soy un pobretón?”
Cuando la calestra llego a la casa de Margarita, Armando dijo, “Yo he visto entrar allí a otros hombres.” Prudencia
dijo, “¿Así que la espías, eh, muchacho?
Margarita lleva un alto nivel de vida y jamás inclina sus ojos a ningún
pelagatos.” Armando dijo, “¡Ay de
mí!” Prudencia sintió cierta simpatía por Armando y lo invitó a tomar una
copa a su casa. Prudencia lo invitó a pasar y le dijo, “Te agradará mirar de mi balcón hacia el de ella.” Armando se
instaló. Prudencia fue por dos copas con licor y le dijo, “El anciano duque tiene problemas con su familia por su afecto a
Margarita.” De pronto, del balcón de enfrente se escuchó una melodiosa voz
que emocionó a Armando: “¡Prudenciaa!”
Prudencia dijo, “Oye, es ella. La
rompecorazones.” Prudencia se arropó preparándose para salir, y dijo, “¡Chico, es hora de que vayas a casita!
Seguramente Margarita me exigirá que acuda a verla.” Un fluido vivificante
corría por las arterias de Armando tan solo de imaginar que pudiese ver a la
Gautier. Armando dijo, “¡Déjeme ir con
usted!” Un nuevo grito de Margarita hizo brincar a Prudencia que se
precipitó hacia el balcón. Margarita le dijo desde su balcón, “¿Qué demonios pasa contigo mujer?” Prudencia
dijo, “¡Ya voooyy! ¡Ya voy caray! ¡Tengo
aquí conmigo una visita imprudente que no quiere largarse!” Margarita dijo,
“¿Quién es?” Armando había abrazado
la infantil pretensión de que la Gautier lo recordase. Prudencia dijo, “¡Un tal Armando Duval!” Margarita dijo, “¡En mi vida he oído ese nombrecito!” Armando
rechinó los dientes con ira, y dijo, “¡Lléveme
con ella, por favor. Quizás al verme me recuerde!” Prudencia le dijo, “¡Te ves cómico!” Margarita dijo, “Pues trae al tal Armando Duval, Prudencia.
A lo mejor nos divierte.” Prudencia dijo, “¡Sí. Allá vamos!” Armando dijo, “Lo más probable es que quiera ver en mi a uno de los bufones de la
ópera cómica.” Prudencia le dijo, “¡Eres
un loco de atar!” Armando pensó, “Sé
que este día marcará para siempre el futuro de mi vida.” Prudencia dijo, “¡Has corrido con mucha suerte!”
Una
agraciada camarera salió a recibirlos. El piso derrochaba elegancia y buen
gusto. Margarita tocaba al piano y un apuesto joven la contemplaba. La escena
era por demás aburrida. Armando pensó, “¿Y
quién es ese?” Prudencia dijo algo a su oído, “Es el conde de Vandieu. Esta loco por Margarita y ella lo encuentra
completamente soso.” Al verlos Margarita se puso de pie y les ofreció una
hermosísima sonrisa. Armando deslumbrado por su exquisita personalidad, perdió
de momento la facultad de hablar. Margarita dijo, “¡Hola!” Prudencia le dijo, “¿Cómo
te has atrevido a levantare de la cama?” Margarita dijo, “¡Bah, ya me había cansado!” Prudencia
dijo, “Mira, él es Armando Duval.”
Armando besó su mano y dijo, “Madame, ya
tuve en otra ocasión el honor d ser presentado a usted.” A Armando le
afligió la idea de que Margarita volviera a burlarse de él. Margarita dijo, “¡Ah, sí. El amigo de Gastón!” Armando
dijo, “Que por cierto, le parecí a usted bastante
chistoso.” Margarita dijo, “La que
estuve muy descortés y burlona fui yo. Pero ahora me habrá ya perdonado
¿verdad?” Armando dijo, besando su otra mano, “¡Con toda el alma!” Margarita fue hacia el conde de Vandieu, y
dijo, “Les presénto a un buen amigo,
aunque algo tedioso.” Armando pensó, “¿Cómo
se expresa así delante de él.” El conde se puso rojo como la grana, y
extendiendo su mano a Armando dijo, “Margarita
es afecta a las bromas pesadas.” Armando dijo, “Mucho gusto.” Armando pensó, “Esta
tan enamorado de Margarita como yo. Lo compadezco porque padece la misma
enfermedad.”
Margarita
parecía tener especial interés en molestar al joven conde, y dijo, “Armando Duval es un hombre comprensivo y
generoso. Perdonó mi impertinencia cuando nos conocimos por primera vez.”
Prudencia se rió. El conde dijo, “Eres
bastante despiadada conmigo Margarita.” Margarita dijo, “Una muy buena razón para que prescindas de mi ¿no crees?” Armando
aprovechó la situación y dijo, “Eso que
tocaba al piano me fascina.” Margarita rio y dijo, “¡Ja, Ja, Ja!¿De verdad quiere someterse a semejante suplicio?” El
conde dijo, “Es mucho mejor que someterse
al suplicio de tus endemoniados sarcasmos, mujer.” Margarita dijo, “Solo con el conde no siento remordimiento
de herirle los tímpanos.” El conde dijo, “¿De modo que guardas para mi tal ‘consideración’?” Margarita ya no
pudo responder porque tocaba la puerta con insistencia. Margarita dijo, “¡Naninee! ¡Ábre!” La domestica dijo, “¡Sí, madame!” Naninee abrió la puerta y
dijo, “Monsieur Gastón, sea bienvenido.”
Gastón dijo al entrar, “Preciosa Naninee,
¿Cómo estás?” Margarita dijo al verlo, “¡Gastón,
es magnífico que hayas venido, tendremos una estupenda velada!” Gastón
dijo, “¡Caray Margarita, pensé
encontrarte acostada y reposando!” El conde de Vandieu hizo un gesto de
desagrado, y dijo, “Me retiraré espero no
haberte aburrido demasiado.” El conde besó la mano de Margarita, quien
dijo, “Despreocúpate, no ha sido mas
ahora que otros días.”
Naninee fue a acompañar al
conde, quien se había tornado aún más sombrío, y pensaba, “¡No sé porqué la deseo tanto!¡Debería pisotearla!” Cuando el conde
se fue, Margarita dijo, “¡Ese conde me
crispa los nervioso!¡Le he dicho muchas veces que me deje en paz!”
Prudencia dijo, “¡Y el pobre te llena de
costosos regalos!” Gastón le dijo a Armando, “¿No temes terminar en la situación de ese desdichado conde?” Armando
dijo, “¡Estoy corriendo ese riesgo!”
Mientras tanto, Prudencia le decía a Margarita, “¡Caramba, este reloj que te acaba de obsequiar el conde vale más de
mil escudos!” Margarita le dijo, “Para
mí no es más que una bagatela.” Armando y Gastón escucharon lo que dijo
enseguida, “Cuando analizo que tengo que
soportar su compañía deduzco que apenas hace lo justo trayendo regalillos.” Armando
pensó, “Creí que era una mujer que se
vendía al mejor postor. Pero veo que lo cierto es que desprecia a un joven
apuesto y rico.” Margarita fue hacia Gastón y Armando, quien sintió un
intenso júbilo en su corazón. Margarita dijo, “Naninee preparará ahora la cena para todos. ¡Es la primera vez que
Armando Duval viene y lo celebraremos!”
Armando creía traspasar los umbrales
de la gloria. Margarita dijo, “Naninee
prepara un ponche y algo de pollo.” Prudencia dijo, “¡Humm, estupendo!” Gastón puso su mano en el hombro de Armando y
le dijo, “¡Anda, eres invitado por la
mujer que ha sido amada por incontables hombres, pero ella hasta ahora no ha
amado a ninguno!” Todos se sentaron a la mesa. Entonces Armando dijo, “Me gustaría que de vez en cuando me
permitiera visitarla, Margarita. Presentarle mis respetos.” Prudencia rió, “¡Ja, Ja, Ja! ¡Es usted excepcional!” Después
de la cena, Margarita comenzó una canción picaresca que divertía a Gastón y a
Prudencia. Al ver a Margarita, Gastón dijo,
“Esta bastante subida de color.” De repente, la sangre subió a las mejillas
de Margarita y un acceso de tos la sacudió: “¡Cof!¡Cof!¡Cof!”
Prudencia dijo, “¡Otra vez esta maldita
molestia!” Armando se preocupó tanto que más parecía un padre que un galán,
diciendo, “¡Llamaremos a un médico!”
Margarita se quedó asombrada de su sincero gesto, y dijo, “¡Vamos, no se preocupe! ¡Me sucede a diario!” Armando le dijo, “Debe cuidarse!” Madame Gautier continuó
bromeando y entonando procaces canciones. Armando se dirigió a ella en tono zumbón,
“¡Ya deje de cantar tanta inmundicia o le
volverá la tos!” Margarita se rió, “¡Ja,
Ja, Ja!¡Cómo me divierte usted Armando!”
Después de la cena Margarita
sintió intenso frío y quiso ir a la chimenea. Armando ya no se separó de ella.
Margarita estaba contenta de la
compañía. Armando le dijo, “Si se siente
indispuesta, nos iremos.” Margarita dijo, “No, no. Aún tengo deseos de charlar.” Se sentaron y Prudencia
dijo, “¡Voy a platicarles las andanzas de
la baronesa Laffite!” Margarita dijo,
“¡Por Dios!¡Armando Duval se va a escandalizar!” Y como respuesta a sus
pensamientos Margarita volvió a sufrir otro terrible acceso de tos. Margarita
se puso intensamente roja y arrojó una bocanada de sangre. Prudencia y Gastón
parecían acostumbrados a aquellas escenas. Margarita se levantó para ir al
cuarto del baño. Armando dijo, “¿Dónde
vive el médico de Margarita?” Prudencia dijo, “¡Bah, se compondrá!” En una palangana de agua se apreciaban varios
hilos de sangre que afligieron demasiado a Armando, quien dijo, “¡Oh, usted sufre demasiado! Se está
matando usted misma Margarita.” Margarita se limpio la boca con un pañuelo
y dijo, “Le agradezco su preocupación
Armando.” Armando estaba transido de felicidad. Margarita le dijo, “¡Pero eres un chiquillo!” Armando besó
su mano diciendo, “¡Un chiquillo que la
adora!”
Armando volvió a la siguiente noche, pero Naninee le impidió la entrada,
diciendo, “Madame Gautier se encuentra en
cama.” Armando dijo, “¡Oh lo siento
muchísimo!” Armando deseaba con el alma acudir en su auxilio, pero Naninee
cortó de tajo sus aspiraciones, diciendo, “Tiene
prohibidas las visitas.” Durante varios días, Armando acudió al domicilio
de Margarita para informarse de su salud, y llevarle un ramo de camelias
frescas. Transcurrieron varias semanas en las cuales ni un solo día había
fallado Armando en sus visitas al domicilio de Margarita. Un día, Naninee le
dijo, “Mi señora acepta que pase a
verla.” Armando dijo, “¡Naninee, me
hace usted realmente feliz!” Armando fue a su recamara. No obstante que era
verano, Margarita estaba cubierta de terciopelos y gruesas frazadas, como si
sufriera un crudo invierno. Margarita dijo, “¡Adelante
Armando!” Armando dijo, “Anhelaba
tanto volver a verte…” Armando la tuteó llevado por un hondo sentimiento de
amor y compasión. Margarita dijo, “¡Eres
un gran muchacho al venir, pues cuando estoy enferma, mis amigos me abandonan!
Piensas que quizás una mujer como yo, no merece atenciones.” Armando besó
su mano y dijo, “¡Qué injusticia, tú eres
digan de todo respeto!” Margarita dijo, “Es
muy agradable escuchar eso. ¿Qué puede importarle a alguien una mujer enferma
que escupe sangre?” Armando le dijo, “Yo
nada soy para ti, Margarita, pero tú has llegado a influir grandemente en mi
vida.” El idealismo de aquel muchacho resultaba inverosímil. Armando dijo, “¡Me importas tú misma más que nadie en mi
familia!” Margarita preguntó incrédula y sarcástica, “¿Me cuidarías a pesar de mi incurable enfermedad?” Armando dijo, “Pasaría todos los días de mi vida a tu lado
Margarita, además, sé que vas a aliviarte. Eres tan joven…” Ahora fue ella
quien lo miró con conmiseración, y dijo, “La
sangre que escupí viene de los pulmones. No tengo remedio.” Armando dijo, “¡Estoy enamorado de ti, Margarita!¡Eres la
mujer más fascinante que he conocido!” Margarita dijo, “¡Oh, Armando, no sabes lo que dices!”
Al día siguiente, un ardiente
sol bañaba la bulliciosa ciudad de París. Multitud de palomas revoloteaban en
los Campos Elíseos. Armando convenció a Margarita de que almorzaran en un
restaurante al aire libre. Al ir saliendo juntos, Armando le dijo, “¡El sol te hará muy bien!” Ella le
dijo, “Gracias.” Al verlos llegar,
varios comensales empezaron a hacer comentarios, “¡Mire de quién se hace acompañar ahora la Gautier! ¿Tendrá fortuna ese
muchacho?” El otro hombre dijo, “La
Gautier no acepta querimientos de pobretones.” El hombre le dijo, “Recuerdo aquel noble riquísimo que la
impulsó como actriz, y que a la postre quedó en la ruina. Pagar los caprichos
de esa mujer implica grandes riesgos. ¡Ese joven no es adinerado!” Cuando
se sentaron la mesa, Margarita le dijo, “¡No me repitas más que estas enamorado de
mi!” Armando le dijo, “¡Imposible!”
Margarita le dijo, “No es fácil cargar
con una mujer enferma que además gasta cien mil francos al año.” La cantidad
excesiva impresionó a Armando. Margarita le dijo, “El viejo duque me quiere más como una hija que a una amante, y es el
único que ha sido fiel. El conde de Vandieu ha dejado de ir a verme. Prudencia,
según ella, mi mejor amiga, se fastidia de verme toser y también me abandona
algunos días.” Margarita sintió que eran observados. Margarita se levantó y
dijo, “Demos un paseo a pie.” Armando
dijo, “Creo que estás muy débil para
caminar.”
Margarita
aspiraba el perfume de sus camelias al mismo tiempo que reflexionaba en las
palabras de Armando. Margarita le dijo, “¿Qué
es lo que quieres de mi, Armando?” Armando le dijo, “Te amo, y quiero que por mi dejes esa vida que llevas.” Margarita
rió, “¡Ja, Ja, Ja! Bien. ¿Y el duque, y
mis cien mil francos, y mi lujoso piso podrías seguir pagando todo?”
Armando percibió que la emocionaba su amor y ello contaba a su favor. Armando
la tomó de los hombros y le dijo, “¡Estoy
terriblemente celoso de esos hombres que te visitan!” Margarita le dijo, “Ni soy virgen, ni tampoco dama de la
nobleza, y no tengo por qué darte explicaciones. Si yo te aceptara, Armando, no
aceptaría ni preguntas del pasado ni del porvenir. ¡Amo mi libertad! Y de
ningún manera aceptaría intromisiones de nadie en mis actos.” Armando le
dijo, “¡Sería difícil no saberte solo
mía!” A pesar de sus reticencias, Margarita dejo que la estrechara
apasionadamente. Armando dijo, “¡Te
adoro!” Sus labios se acercaron. Margarita le dijo, “El duque es un viejo celoso y…” Armando le dijo, “Yo obtendré una fortuna y mandaras al
diablo a todos.” Madame Gautier, aceptó la cálida caricia y se percató de
que correspondía a ella con el mismo ardor, como nunca lo había experimentando
con hombre alguno. A Margarita le fue sumamente difícil ocultar su turbación
frente al muchacho, y le dijo, “Quiero
pedirte un gran favor.” Armando dijo, “¡Lo
que sea!” Margarita dijo, “Para que
yo acepte es preciso que me demuestres ser confiado y discreto y sumiso. No
molestarte por nada.” A Armando le indignaba aquella situación que le parecía
ofensiva y humillante. Armando le dijo, “¡Se
me retuercen las entrañas de pensar que…” Margarita dijo, “¡Si no te parece, digámonos adiós para
siempre!” Margarita lo abrazó y le dijo, “¿Sabes por qué te acepto, Armando? Porque quizá me quede poco tiempo
de vida.” Aquella revelación no hizo más que acelerar las pulsaciones de su
corazón enamorado.
Armando no pudo pegar los ojos en toda la noche, pensado, “Me dejará visitarla diario. ¡Oh, es un
sueño maravilloso!” Armando creyó que Margarita lo iba a recibir cariñosa y
feliz la noche siguiente. Margarita, el objeto de su ciego amor disfrutaba del
fuego de la chimenea. Margarita recibió indiferente los regalos que le llevaba.
Armando se sintió ofendido, diciendo, “¿Quieres
que me retire?” Margarita le dijo, “No,
si deseo acostarme lo haré, aunque estés aquí. La verdad es que aún no tengo
sueño.” En ese momento sonó la campana de la puerta y Margarita no esperó a
que acudiera Nanine. Margarita dijo, “¡Ya
me tiene hasta la coronilla ese imbécil del conde!” Era en efecto el
enamorado conde que se esclavizaba a ella como si sus desprecios fuesen un
acicate. Margarita le dijo, “¡Ya te dije
que no voy a recibirte! Estoy enferma y no tengo humor de hablar contigo.”
El conde dijo, “Pero es que…” La
contestación de Margarita fue un violento cerrón de puerta que hizo saltar a
Armando. Margarita dijo, “¡Este imbécil!
Cree que por que es muy rico tiene derecho a que lo soporte. ¡Me importan muy
poco su dinero y sus regalos!” Armando pensó, “Y a mí me acepta pobre como soy. Me han dicho que es corrupta y
libertina. Lo cierto es que tiene sentimientos y dignidad.” Margarita dijo,
“Y la tal Prudencia es también una
maldita calamidad. Le pedí un favor y se demora demasiado en hacerlo.”
Margarita estaba realmente colérica. Armando no se atrevía a hablar. Margarita
dijo, “¡Nanine!¡Prepáranos un ponche y la
cena, pero pronto!¿Entiendes?” Nanine dijo, “Sí, si señora.” Margarita dijo a Armando, “Cenarás conmigo. Mientras tanto entretente con un libro mientras me
cambio.” Armando dijo, “E…Encantado
Margarita.”
Armando
comenzaba a leer, sin concentrarse en una palabra, cuando entró Prudencia,
diciendo, “¡Hola Armando!¡Veo que
progresas!” Armando le dijo, “¡Hola
mujer!” Prudencia le dijo, “Te tengo
buenas noticias. Margarita me ha preguntado mucho por ti, y es la primera vez
que se interesa por un pobretón.” Enseguida, Margarita apareció con un
bellísimo tocado de noche que le sentaba a las mil maravillas, diciendo, “¡Ya era hora que llegaras, Prudencia!¿Te
dio dinero el duque?” Prudencia dijo, “Por
supuesto. Aquí tienes seis billetes de mil francos.” Aquella conversación
proferida delante de Armando, fue para él como un latigazo. Armando pensó, “¿Tendré que aguantar siempre esto?” Prudencia
dijo, “Margarita, yo necesito cuatrocientos
francos, hija mía.” Margarita dijo,
“Lo sé…Mañana te los daré en cuanto cambie.” Feliz de haberle cobrado el
favor, Prudencia se despidió de ambos luego de lanzarles una maliciosa mirada,
diciendo, “¡Que tengan muy buenas
noches!” Margarita tomó del brazo a Armando y dijo, “Ven. Estaremos tranquilos ahora. ¿No te enojas si me acuesto?”
Armando dijo, “Te lo ruego. Te ves muy
cansada.” Nanine entro a la recamara
después de tocar discretamente, diciendo, “Un
pollo frío, fresas y una botella de burdeos. ¿Está bién?” Margarita dijo, “Perfecto.” Margarita pasaba de un
pésimo humor, a otro de gran optimismo, diciendo, “Puedes irte Nanine. Nosotros nos serviremos.”
Después de una opípara cena y
la euforia por el burdeos. Margarita se abandono en brazos del que sería su
nuevo amante. Jamás imaginó Armando, romántico por naturaleza, placer
semejante. Obtener a Margarita era disfrutar de una felicidad inconcebible.
Cuando la luz del día violaba la intimidad de aquella alcoba, Margarita se
separó de Armando, diciendo, “Es preciso
que te vayas. El duque viene todas las mañanas a verme, y si llegara a
encontrarte, sería el caos.” Un grito de rebeldía quería escapar de sus
labios, pero Armando había prometido ser discreto y sumiso, y dijo, “¡Esta bién!” Margarita le entregó una
llave y dijo, “Escúchame. Te daré ésta
llave para que vuelvas todas las noches a menos que yo cambiara de idea.”
Armando dijo, “¡No te atreverás a
hacerlo!” Armando se alejo con gran alegría, a pesar de lo incierto de sus
amores, pensado, “La mujer más deseada de
París, ya es mía.” Desde aquel día, las visitas de Armando se repitieron.
Toda su existencia se resumía en el amor de aquella mujer. Pero en la
delectación del mismo placer, había amargura. Algunas noches, Nanine lo
esperaba a la entrada del edificio, y le decía, “Mi señora le ruega disculparla. El duque ha venido. Hasta mañana, por
favor. ¡Puede darme las camelias!” Armando echó a andar por las calles con
el corazón oprimido, pensando, “¿Y qué
puedo hacer con la raquítica renta que me envía mi padre?”
Al
llegar a su habitación, una carta le aguardaba. La posadera esperaba para
entregársela, diciendo, “¡Monsieur
Duval!¡Llegó esto para usted!” Armando dijo, “¡Oh, Gracias!” El corazón le saltaba de gozo al reconocer la letra
de Margarita: “Te espero esta noche en el
Varieté. Ven durante el entre acto. Te ama: Margarita.” Cuando Armando
llegó al teatro, vio que Margarita ocupaba un palco del proscenio. Armando
eligió un sitio que le permitiera observar hacia allá. Nunca como aquella noche,
le pareció a Armando tan bella. Ella atraía más a los espectadores que a la
misma representación. Mujeres y hombres cambiaban comentarios: “La Dama de las Camelias luce mejor cada
vez.” Una mujer corroída por la envidia agregó en tono sarcástico: “¡Lástima que la tuberculosis no vaya a
dejar ni vestigios de ella!” De repente, Armando vio que alguien se
acercaba a Margarita, y pensó, “¡Maldición,
allí llega ese maldito duque!¡Cómo deploro no tener dinero!¡Odio que se acerque
a Margarita! ¡Y también allí está esa gorda convenenciera, cómplice de
Margarita!”
Durante la representación Armando estuvo mordiéndose los labios, y
pensó, “¡La convenceré de que nos vayamos
de París, que vivamos en el campo!” Armando observó cuando Margarita, en el
tercer entre acto, habló brevemente con el duque. Armando pensó, “¿Qué es ahora lo que trama?” El duque
abandonó el palco, y ella volteó hacia Armando sonriéndole seductoramente e
indicándole que fuese hacia allá, donde estaba ella. Armando se levantó y
pensó, “Vivo solo para obedecerla. ¡Estoy
lúcido!” Al llegar con ella, Armando dijo, “Buenas noches, no es muy agradable el papel que represento.” Margarita
le dijo, “No te muestres trágico, que
contamos con pocos minutos para charlar.” Armando le dijo, “¿No va a volver el viejo del demonio?”
Margarita dijo, “¡Ja, Ja, Ja! Eres muy
divertido Armando, y no me agradeces que haya mandado al pobre anciano a la
dulcería para poder platicar contigo.” Prudencia dijo, “Se extrañó el viejo que pidieras más dulces” Margarita besó a
Armando y dijo, “¡Bah!¡Que piense lo que
quiera!” Armando se mostró frío. Margarita dijo, “Si vas a continuar enojado será mejor que continuemos lo nuestro.” Prudencia
se levantó y dijo, “¡Voy a estar al
pendiente del duque, hijitos!” Margarita dijo a Armando, “Recuerda que no debes fallar en esas tres
cualidades que exijo de ti.” Armando le dijo, “¡Sí, la principal es que me muestre siempre como imbécil!” Armando
ni siquiera se daba cuenta que eran observados con gran interés. Margarita
dijo, “¡Vuelve a tu butaca mi amor y no
te enfurruñes más!” Armando dijo, “¡No tengo otra alternativa!” Margarita
agregó, “¡Y esta noche a las once te
espero!¿Lo ves? Has corrido con suerte. He inventado un buen pretexto al viejo
duque.”
Prudencia lo recibió aquella noche mientras Margarita se acicalaba.
Cuando Armando llego dijo, “¿Dónde está?
¡Espero que no con el conde Vandieu o con el anciano duque!” Prudencia le
dijo, “Un momento amiguito, nada de
estúpidas escenas de celos. Bastante hace Margarita con otorgarle su amor. Con
sus siete u ocho miserables francos, no alcanzaría para pagar el gasto de su
coche. ¿No lo comprendes? Acéptalo tal como es y agradécele que te reciba, pero
no cometas la imbecilidad de exigirle nada, porque nada le otorgas.”
Armando se llevó las manos a la cara y dijo, “¡Oh, por desgracia ese es mi caso!” Armando pensó, “Margarita no es la encarnación de la
virtud. Es la mujer más codiciada de París, y la más bella también.”
Enseguida apareció la actriz y se arrojó en los brazos enamorados de Armando y
lo besó con todas las fuerzas, con todo el ímpetu de su primer amor. Margarita
le dijo, “¿Todavía enojado conmigo mi
amor?” Prudencia dijo, “¡Le acabo de
dar un sermón de esos que hace época!” Mientras la besaba, Armando pensó, “Es deliciosa y muy buena conmigo. Esta
consciente de que también me ama y valoriza mas los sentimientos que el
dinero.”
Prudencia
fue a ayudar a Nanine. Margarita le dijo a Armando, “¿Has pensado en mí?” Armando le dijo, “Todo el día mi amor y te confieso que deploro mucho enamorarme por vez
primera. Además he pensado en un sueño maravilloso que puede convertirse en
realidad.” Armando le dijo, “¡Compartámoslo
juntos!” Margarita dijo, “Quiero
liquidar todas mis deudas, alejarme de París y pasar juntos tu y yo el verano
en el campo.” Armando le dijo, “¡Somos
una sola alma, Margarita. Pensamos lo mismo!” Re repente Armando se pudo
sombrío y dijo, “Solo que yo no podría
con ese gasto, pero lo solucionare.” Margarita dijo, “Yo seré quien allane el problema.” Armando enrojeció de ira e
indignación. Entonces Margarita dijo, “Será
el viejo duque el que nos pague la estancia allá. Él es como un segundo padre
para mí.” Armando se puso de pie como impulsado por un resorte, y dijo, “¡Mentira!¡Te ve con pasión a pesar de sus
años!¡Lo odio al maldito!” Margarita dijo, “¿Volveremos a reñir por eso, Armando?” Enseguida ella lo tomó de
la cabeza y dijo, “¿Me quieres, verdad?
Entonces comprenderás que dos o tres meses en el campo me ayudarán mucho en mi
salud.” Él la miró y se asombró de ver un cristalino llanto en sus bellos
ojos. Margarita lo abrazó y le dijo, “¡Sí,
Armando, estoy demasiado loca como para amarte y cerrar los ojos a la
realidad!¡Tú eres el único que ha tenido compasión de mi!¡Nunca he recibido
sincero afecto de nadie…!” Armando le dijo, “¡Margarita, soy tuyo!¡Soy tu esclavo!¡Te quiero!” Margarita dijo,
“¡Oh amor mío!”
Armando dependía de la voluntad de Margarita, de las visitas del duque,
y también de las del conde Vandieu. Antes que perder a la mujer que amaba,
condescendía con aquello que lo hacía sentirse ridículo y humillado,
deteniéndose ante la puerta y diciendo, “¡Ahora
tiene visitas, no podré entrar!” Armando había obtenido el título de
abogado, pero no lo ejercía en aquel entonces y vivía solo de los francos que
el enviaba su padre. Mientras viajaba en la calestra, Armando pensaba, “Es cierto que ella no me exige nada, pero
yo debo ofrecerle algo, aunque sean paseos, bombones, camelias y visitas al
teatro. No tengo deudas pero ahora es necesario contraerlas. Estoy gastando dos
mil quinientos francos al mes.” Lo peor es que ya empezaba a correrse la
voz en París de que Margarita Gautier lucia un nuevo y apuesto amante. Armando,
después de empeñar algunos objetos de mediano valor que tenia, comenzó a gastar
todos sus ingresos del año. Una vez en el restaurante, Armando le decía, “¡Pide lo que quieras mi cielo!”
Margarita le decía, “En pocas semanas,
cuando ponga algunos asuntos en orden, partiremos para el campo.” Armando
dijo, “Lo deseo ardientemente.”
Existía
en París una estricta prohibición de casas de juego y ello originaba que
hubiese muchas clandestinas. Estando en una de ellas, Armando pensó, “No tengo otro remedio que arriesgar el
fondo de dinero qué todavía conservo.” Posesionado por una pasión calcinante,
se lanzó a otra pasión intensa también que quizá le ayudaría a conservar la
primera. Estando frente a la ruleta, Armando dijo, “¡Quinientos francos al siete negro!” En ocasiones la suerte le era
propicia y salía de frascati henchido de felicidad, y mientras contaba los
billetes decía, “¡Si sigo así eliminare
al duque y al conde!¡Margarita será solo para mí!” El cariño de Armando era
la mejor curación para Margarita. Vivían gratas experiencias. Margarita
correspondía a las angustias de Armando, exigiendo lo menos posible, solo
continuaba aceptando al viejo duque. En esa forma, Margarita demostraba que era
capaz de dar una amor desinteresado, fiel, e intenso. El amor de Armando había
operado también una positiva transformación en sus hábitos. Margarita le decía,
“Te prometo no desvelarme más.” Las
mejillas de Margarita antes tan pálidas, estaban ahora u poco coloreadas y los
accesos de tos, se habían calmado. Ella le decía a Armando, “Tú has sido mi mejor medicina.” Armando
quería apartarla de aquella vida insalubre y tortuosa que le había dado fama en
Paris.
Un día, Armando le dijo a Margarita,
“Es tiempo que ya termines con el duque. Me ha ido muy bien en el casino y
puedo retirarme con un buen fondo para vivir sin sobresaltos.” Margarita le
dijo, “Todo marcha bien Armando, sin
embargo, ahora no puedo terminar con el duque. Sería un golpe que el pobre
viejo no resistiría. Espera un poco.” Cuando llego Armando a su casa,
encontró varias cartas de su padre y de su hermana. Al recogerlas, Armando
pensó, “Soy tan feliz con Margarita que
me he olvidado de que ellos existen. Mi papá, un hombre tan recto, ¿Qué diría
si supiera que Margarita Gautier es mi amante?” Armando leyó la carta: “Querido hijo: Te esperábamos desde el mes
pasado y henos aquí llenos de tristeza por tus ausencias y silencios. Te
participo que tu hermana se casara pronto con una persona de excelente
familia.” Armando no quiso leer más. Le parecía que en esa carta ya había
un reproche por su amor por Margarita. Armando pensó, “Mi padre recibiría un fuerte disgusto si se enterara.” Armando se
dispuso a contestarle para evitar que por la causa de la incertidumbre,
quisiesen ir a buscarlo. Mientras escribía, armando pensó, “Le diré que no se preocupe por mí.”
Posteriormente,
Armando acudió al casino. La suerte le resultaba demasiado amable: ganaba la
envidiable cantidad de diez mil francos. Armando era afortunado en el juego y
en el amor. Al día siguiente llegaba a la casa de Margarita cargado de regalos.
Ese día fue una noche de felicidad memorable para ambos. Estaban profundamente
enamorados y nada parecía turbar su sueño de amor. Los rayos de un esplendoroso
sol los despertaron al día siguiente. Estando aún los dos en cama, Margarita le
dijo, “¡Quiero que me lleves al campo
aunque sea este día Armando!” Armando le dijo, “¡Vamos mi cielo!” Más tarde, en el lujoso carruaje de Margarita
ambos partían en compañía de Prudencia.
Al recargarse en el hombro de Armando, margarita pensaba, “Nanine avisara al duque, para que no acuda
a visitarme ahora.” Armando lleno de júbilo dijo, “¡No he olvidado nada, los huevos, las cerezas, la leche, el conejo
asado y todo lo que se necesita para un almuerzo en el campo! ¡Prudencia, tú
dirígenos a un buen sitio!” Prudencia dijo, “¡Hay hijitos! ¡Iremos al Bougnal, al Point du Jour!”
Hora y media después se hallaban en un
precioso albergue, mitad hotel, mitad restaurante. Almorzaron bajo la sombra de
un frondoso árbol, extasiados con el paisaje y deleitándose con los bocados que
preparaba Prudencia. Dieron después un paseo por el rio en una pequeña barca.
Margarita sonreía con felicidad que a llenaba totalmente. Armando pensaba, “Aquí Margarita no es la artista de teatro
ni la aventurera, es solo una chiquilla, o quizá una linda novia provinciana.”
Por la noche pasearon en la inmensa soledad del campo estrechamente abrazados,
deleitándose en cada instante vivido. Armando dijo, “¡Nunca quiero que nos separemos!” Armando vislumbró una lejana
casita. Se advertía que estaba deshabitada, y entonces se imaginó que él y
Margarita vivían allí. Armando dijo, “¿Te
gusta?” Margarita dijo, “¡Oh, sí!”
Sus pensamientos comulgaban con los de Margarita, quien dijo, “Sería delicioso vivir tu y yo allí por el
resto de nuestras vidas.” Armando dijo, “Mañana
preguntaremos si se alquila.”
Prudencia los acompañó al día siguiente. Los sueños de Armando se
rompían bruscamente al escuchar a Prudencia, la alocada mujer, quien dijo, “¡Pide al duque le la alquile para ti,
Margarita!” Margarita dijo, “¡Buena
idea!” Armando dijo, “¡Yo gané en el juego!¡Podré pagarla!” Margarita dijo,
“¡De ningúna manera! ¡Al duque le sobra
la plata!” Surgió la discusión, pero al fin lo convencieron de que el duque
pagara el alquiler de la casa. Armando, por enésima vez, aceptó, volviendo a
París al día siguiente. Algunos días después Margarita dijo a Prudencia y a
Armando, “¡Hablé con el duque y
aceptó!¡Podemos habitar la casa!” Prudencia le dijo, “¡Eres extraordinaria!” Armando dijo, “¡Me avergüenza engañar así a ese hombre!¡Es lo más indigno que he hecho
en mi vida!” Margarita dijo, “¡El
duque no sospecha nada! Lo más probable es que el duque quiera visitarme varias
veces en Bougnal; bien he pensado en todo. He conseguido un departamento para
ti. Cada vez que se vaya el duque te enviaré un mensaje.” Prudencia dijo, “Mejor plan no se te pudo ocurrir.” Armando
dijo, “¡Haré algo desesperado para que
renuncias a ese hombre!” Margarita dijo,
“¡Si sospechara que me entrevisto contigo me quitaría su protección!”
El
proyecto se realizo. Prudencia quedaría al cuidado del duque y los caballos de
Margarita, además de su fastuoso piso. Cuando los vio partir en el carruaje,
Prudencia pensó, “¡Iré a visitarlos muy
pronto!” Armando se había instalado en el hotel, pero pasaba la mayor parte
del tiempo en la casita recién alquilada. Algunos días después Prudencia iba a
visitarlos, y Armando escuchó casualmente una conversación entre ambas.
Margarita le dijo: “¡El duque ha venido a
verme!” Prudencia dijo, “Yo se la
causa hija. Se ha enterado de los de Armando y dice que lo abandones o no te
dará un franco más.” Margarita dijo, “¡Oh!”
Prudencia dijo, “¡Mánda al diablo a
Duval, Margarita. No vas a vivir siempre con romanticismo!” Margarita le
dijo, “¡Con él sería yo feliz en una
choza!” Armando no podía espera prueba más grande de amor y fidelidad.
Inmediatamente irrumpió en la estancia, diciendo, “¡Acaba de una vez con ese hombre! Termina con el pasado. Lo único que
interesa ahora es el maravilloso presente que vivimos.” Margarita le dijo, “¿Te sientes con valor para ello, Armando?”
La vida en Bougival continuó deslizándose placenteramente. Vivirían con
la renta de Armando. Pero una tarde en que Armando había ido a Paris, Prudencia
llego muy alarmada a visitar a Margarita, diciendo, “He vendido el coche, los caballos y otros objetos. Adquiriste muchas
deudas y los acreedores me traen en jaque.” Margarita dijo, “Me quedan aún algunas cosas de valor.
Conservo varias joyas.” Prudencia le dijo, “Armando debe saber de los sacrificios que haces. ¡No entiendo porque
no se lo dices!” Margarita le dio no solo joyas sino también valiosos
abrigos y cachemiras. Prudencia dijo, “Te
traeré de inmediato el dinero.” Margarita dijo, “Por el cielo, no vayas a apropiarte de gran parte de él.” Prudencia
hizo como si no la escuchara y se alejó a toda prisa antes de que Armando
llegara y se diera cuenta de las angustias de su amante. Margarita acompañó a
Prudencia a la calestra. De repente Margarita la miro con impaciencia, y le
dijo, “Vandieu está dispuesto a pagar tus
deudas si vuelves con él.” El llanto la sacudió, y dijo, “¡No quiero nada de nadie!¡Consagraré mi
vida a Armando!” Prudencia dijo,
“¡Bah, no creí que llegara a tan estúpida conclusión!” Mientras tanto en
París Monsieur Duval, padre de Armando esperaba a Armando en su casa desde
varias horas atrás. El muchacho se sobresaltó al verlo, y dijo, “¡Papá!” Su padre le dijo, “Sé que vives con Margarita Gautier.
Conocerás entonces las murmuraciones que giran en torno a ella. No me dirás que
va a renunciar a esa vida y renunciar a los miles de francos que otros le
ofrecen.” Armando le dijo, “Perdóname
pero no renunciaré a ella.”
A
Armando le dolía sinceramente destrozar a su padre, pero no pensaba retroceder.
Su padre le dijo, “No toleraré que vivas
con esa escoria.” Armando le dijo, “¡No
la llames así porque yo a idolatro!” Su padre le dijo, “Hasta la provincia donde vivimos han llegado los rumores del
escándalo. ¡Nos enlodas! Mi abogado me ha dicho que has retirado el fondo de la
renta anual.” Armando dijo, “Margarita
vive conmigo. Debo sostenerla.” Su padre le dijo, “Acabará con la herencia que destino para ti y no permitiré que te
arruines!¡Vendrás ahora mismo conmigo!” Armando le dijo, “Lo lamento padre, no iré!” Su padre se
contuvo para no abofetear al hijo que amaba tanto, y le dijo, “¡Está bien Armando, se lo que debo de
hacer!” Armando dijo, “Y te ruego que
no vayas a dañar a Margarita.”
Armando
regreso a Bougnal y refirió a Margarita omitiendo las palabras ofensivas de su
padre. Armando le dijo, “¡Mi padre no
entiende mi amor por ti!” Margarita le dijo, “¡Ni lo entenderá! No insistas tanto en tu afecto hacia mí. Deja que
pase algún tiempo y él quizás se convenza de que yo he cambiado.” Armando
le dijo, “¿Lo crees así, mi amor?”
Margarita fingía una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. Un funesto
presentimiento se agitaba en su corazón, pensando, “Su padre debe odiarme con toda el alma, ¡Jamás me aceptará!”
Al día siguiente Armando regresó a Paris. Pero antes, al despedirse, le
dijo a Margarita, “Buscaré a mi padre y
trataré de calmar los ánimos.” Margarita le dijo, “¡Dios te bendiga!” Sin embargo, horas después, un sirviente le
anunciaba a Margarita una inesperada visita: “Monsieur Duval le ruega lo reciba ahora mismo!” Margarita exclamó,
“¡Oh Dios!” Margarita sintió un vacío
en el estómago al ver a aquel hombre de inquisitiva mirada, quien le dijo, “¡Vengo a exigirle que deje a mi hijo en
paz!” Margarita solo dijo, “¡Monsieur!”
El señor Duval agregó, “Además, mi
hija va a casarse, a formar parte de una familia honorable. Si saben de los
amores de Armando con usted, no dude que se romperá el compromiso, y mi
hija se verá amenazada por la maledicencia.”
Esta era la ocasión de redimirse en aras del más inmenso amor. El señor Duval
agregó, “¡Conserve el recuerdo de este
amor que se han tenido y que ello la fortalezca!” Margarita levantó su
rostro bañado en lágrimas hacia el señor Duval, quien le dijo, “¡Comprendo que mi hijo se haya enamorado de
usted. Es tan bella como angelical.” Margarita le dijo, “¡Concediéndole lo que me pide, señor, me
sentencia usted a la muerte. La vida sin Armando no tendrá para mí ya el menor
interés.” El señor Duval le dijo,
“Piense en que él comienza a vivir y usted ya ha vivido demasiado.”
Margarita le dijo, “Voy a pedirle a
Armando, señor, que me dé un beso como se lo daría a su hija, porque al
aceptarlo, estoy aceptando también lo que me solicita.”
Fue hasta el día
siguiente, que Armando regresó a Bougnal, llevando unas flores, y pensando, “No encontré a mi padre, pero ya habrá tiempo
de hablar con él.” Armando se extrañó de ver la casa sumida en profunda
oscuridad. Nanine apareció al fín con un candelabro que apneas iluminaba la
escena. Nanine dijo, “¡La señora se fue a
París!” Armando dijo, “Pero, ¿Por
qué?” Al día siguiente Margarita amanecía en la casa del conde de Vandieu,
a quien le decía, “Espero que ahora no me
resultes tan tedioso como de costumbre, querido.” El conde le dijo, “No te parezco así cuando págo tus deudas y
me hago sordo a tu aventura con el tal Duval.” Ella le dijo, “¡Bah!” Armando estaba entonces en la
casa de Prudencia quien ya tenía órdenes de Margarita respecto a qué
explicación darle. Prudencia le dijo, “¡Olvídate
de ella!” Armando dijo, “¿Por qué?”
Prudencia le dijo, “Esta hasta el cuello
de drogas y no quiere exigirte lo de tu herencia. Aceptó de nuevo a Vandieu.” Armando
sintió que un huracán se
abatía en su interior, la tomó de los hombros y le dijo, “¡Quiero que ella me lo diga. Deseo escucharlo de sus labios!”
Prudencia le dijo, “Aquí está una carta
que te dejó. La verdad es que a Margarita le gusta gastar a manos llenas.”
Armando le dijo “¡Mientes!¡Ella me ama!”
Armando estaba iracundo y lleno de congoja, y a la vez, sus ojos se resistían a
dar crédito a aquellas líneas, diciendo, “¡No!¡No
puede ser!” “Voy a vivir con el conde de Vandieu. Prefiero cortar de tajo
nuestras relaciones, pues hubiese resultado muy doloroso para ambos.”
A partir del doloroso día en que recibiera la
visita de Monsieur Duval, Margarita cayó enferma. Prudencia le preguntó al
doctor, “¿Cómo está?” El doctor le
dijo, “La veo muy mal.” Sin embargo,
pese a su delicada salud, Margarita seguía desvelándose y en continuas fiestas.
Margarita brindaba, “¡Salud!” Uno de
sus galanes le decía, “Brindemos por
verte tan chispeante como siempre.” Días después se llevaba cabo una fiesta en casa de Olimpia, una bella
mujer de vivir frívolo y despreocupado. Margarita y el conde fueron invitados.
Armando se ingenió para conseguir una invitación, pues sabía que iría
Margarita. Gastón le dijo a Armando, “¡Olvídate
ya de la Gautier!” Cuando llegaron, el baile se hallaba muy animado.
Armando sintió que un dardo atravesaba su alma. Margarita bailaba con Vandieu.
Se miraron los dos. Margarita pensó, “¡Armando!¡Amor
mío!” Él era incapaz de percibir la infinita ternura de ella. Armando
pensó, “¡He allí a esa maldita
mercantilista!” Margarita se separó del conde y fue en pos de una copa de
vino. Armando la siguió. Margarita pensó, “¿Qué
va a hacer, Dios mío?” Sacó un puñado de francos y los lanzó a la cara de
la desdichada, diciendo, “¡Tengo mucho
más para comprarte, ya sé que solo te interesa el dinero!” El conde Vandieu
iba a lanzarse contra Armando, pero se lo impidieron. El conde gritaba, “¡Déjenme darle su merecido a ese maldito!” Olimpia,
la bella anfitriona, temiendo que todo degenerara en un duelo fue al rescate de
Armando, tomándolo del brazo, y diciendo, “¡Ven
conmigo!”
Margarita,
pálida como una muerta, huyó de la casa de Olimpia, sintiendo que un frio
intenso la hacía temblar convulsivamente, pensando, “¡Oh, pobre Armando, no sabe lo que hace!¡Sufrirá tanto como el día que
se entere de la verdad!” Pero Armando estaba demasiado lastimado, y no
pensaba más que vengarse de ella. Olimpia, mujer de pocos escrúpulos, era su
mejor aliada, y le dijo, “Sin embargo,
creo que sigues enamorado de esa tuberculosa. Eres un caso especial pues los
otros que ha tenido y tiene, no tardarán en abandonarla cuando la enfermedad la
acabe. Bueno, un amor hace olvidar a otro amor. Armando, me atraes y sobre todo
ahora que sé que has ganado mucho en el casino.”
Armando
se entregó a una vida turbulenta. Se hacía exhibir por todos lados con Olimpia,
deseando que Margarita se enterase. Transcurrieron algunos meses. Margarita había
caído en cama. Al enterarse de que Olimpia era la amante de Armando, su mal se
acentuó. Solo su fiel doméstica la acompañaba dispuesta a aligerar su dramática
soledad. Margarita escupía sangre todo el día. Prudencia se había alejado
también de ella, al ver que sus días estaban contados, pensando, “¡Infeliz Margarita!¡Pero, ni modo, así es
la vida! He vendido hasta la camisa. Apenas si lo que queda en su piso de
objetos de arte, alcanzará para sus deudas o sepultura.” Sin embargo,
Prudencia tuvo remordimientos. Se había beneficiado con la amistad de la
enferma y eso la impulsó a escribir una carta a Monsieur Duval: “Margarita se muere. Se lleva a la tumba un
gran dolor, por el desprecio de Armando. Si hay algo de piedad, avísele a su
hijo. Esta pisoteando brutalmente a mi pobre amiga. Prudencia Duvernoy.” Monsieur
Duval leyó aquel mismo día aquellas patéticas líneas y se sintió fustigado por
el remordimiento. Desde provincia se dirigió a la pensión donde vivía Armando.
Lo encontró embriagándose para olvidar la pasión que lo consumía. Su padre le
dijo, “Hay algo muy grave que tengo que
decirte. Es una confesión que debo hacerte. Me siento obligado a corresponder
con una persona que ha demostrado tener altos valores morales.” Armando le
dijo, “¿De quién hablas?” Monsieur
dijo, “De Margarita. Yo la obligue a que
te abandonara. Me dijo que te amaba y que renunciaría a ti.”
Fue una noche de febrero
a media noche, cuando Margarita se ahogaba. El médico le había aconsejado a
Nanine que hiciera llamar al sacerdote. El médico dijo, “¡Ella pide confesarse!” Nanine dijo, “¡Sí señor!” Todas las agonías inimaginables se fundieron en una
sola en indescriptible angustia para Armando, después de escuchar a su padre.
Armando pensó, “¡Margarita de mi vida!”
Cuando Armando llegó llorando a aquel piso que fuera testigo de su gran amor
Margarita se asfixiaba; el sacerdote había recibido ya su confesión. El
sacerdote dijo, “Dice Nanine que es usted
Armando Duval. La señora lo ha estado llamando desde hace muchos días.” Armando
dijo, “¡Oh Dios!” Margarita creyó que
era víctima de una alucinación. Armando se postró ante ella, flagelado por
horribles sentimientos de culpa. Margarita dijo, “¿Tú?” Ella aún incrédula extendió sus manos hacia él y sintió en
sus dedos el llanto ardiente de aquel hombre que la había amado y lastimado tan
intensamente. Margarita dijo, “¡Armando,
vida mía!” Armando dijo, “Mi padre me
lo confesó todo. No sé qué podría hacer para reparar el daño que te he hecho,
pero te juro que en ningún momento dejé de amarte!” Como si su presencia
acallara sus torturas, Margarita entró en agonía, sonrió débilmente y apretó
con sus últimas fuerzas las manos de su Armando, diciendo, “No te separes de mi. Dile a tu padre que lo perdoné, lo mismo que a
ti, desde el primer momento. Dame por favor ese ramo de camelias. Quiero
llevarlas conmigo hasta la tumba al igual que el calor de tus manos.” Armando
se abrazó a ella y recordó su último suspiro en un ardiente y poster beso. El
alma de Margarita, sublimada por un verdadero amor, voló hacia elevadas
alturas.
Tomado de, Novelas Inmortales. Novedades Editores.
Junio 20 de 1979.Adaptación: Marta Casto. Segunda Adaptación: José Escobar.