La
novela describe la difícil situación de los campesinos franceses desmoralizados
por la aristocracia francesa en los años previos a la revolución, la brutalidad
correspondiente demostrada por los revolucionarios hacia los antiguos
aristócratas en los primeros años de la revolución, y los muchos paralelismos
sociales poco favorecedores con la vida en Londres durante el mismo período de
tiempo. De ello se sigue la vida de varios protagonistas a través de estos
eventos. Los personajes más importantes son Carlos Darnay y Sydney Carton. Carlos Darnay es un
antiguo aristócrata francés que cae víctima de la ira indiscriminada de la
revolución, a pesar de su naturaleza virtuosa. Sydney Cartón es un desperdiciado
abogado ingles, quien se esfuerza por redimir su vida malgastada con un amor no
correspondido con la mujer de Carlos Darnay. La novela de 45 capítulos fue publicada
en 31 entregas semanales en la nueva revista literaria de Dickens titulada All the Year Round. De abril de 1859 a
noviembre de 1859, Dickens también republicó los ocho capítulos en secciones
mensuales en cubiertas verdes. Todas menos tres de las novelas anteriores de
Dickens habían aparecido sólo como cuotas mensuales. La primera entrega semanal
de, Historia de Dos Ciudades, corrió en el
primer número de All the Year Round
el 30 de abril de 1859. La última corrió treinta semanas después, el 26 de
noviembre.
Sinopsis
Libro
Primero: Vuelta a la Vida
Como sugiere el título, el primer capítulo establece inmediatamente
la era en la que la novela tiene lugar: Inglaterra y Francia en 1775.
Fue el mejor de
los tiempos, era el peor de los tiempos, era la
edad de la sabiduría, era la
edad de la estupidez, era la época de la
fe, era la época de la incredulidad, era la estación de la Luz, que fue la época de la
oscuridad, era la primavera de la
esperanza, era el invierno de la
desesperación, teníamos todo ante
nosotros, no teníamos nada ante nosotros, todos íbamos directo al
cielo, todos íbamos directo
a la inversa ...
El señor Jarvis Lorry y la señorita Lucie
Manette, viajan a Saint
Antoine, un suburbio de París, y
se reúnen con Monsieur Defarge, y Madame
Defarge. El señor Defarge opera una
tienda de vinos que utilizan para organizar una banda clandestina
de revolucionarios, que se refieren, el uno al otro, por el nombre
en clave de, "Jacques", que Dickens
tomó de los jacobinos, un grupo revolucionario francés real.
Monsieur Defarge
era siervo del
Dr. Manette, antes de la encarcelación de éste último. Después de la reciente liberación del Dr. Manette, de la
cárcel, Defarge se ocupa de él.
La señorita Lucie Manette, y el señor Lorry, han sido enviados para conocer al médico liberado. Como resultado de su largo
encarcelamiento, el Dr. Manette sufre
una forma de psicosis, una obsesión con
la fabricación de calzado, un oficio
que aprendió en la prisión. Al principio, él no reconoce a su hija, la señorita Lucie Manette, cuya existencia él desconocía. Sin embargo, el doctor finalmente reconoce su semejanza
con su madre, a través de sus
ojos azules y un largo cabello
dorado (una hebra que
encontró en la manga de su camisa cuando fue
encarcelado). El señor
Lorry y la señorita Lucie Manette,
se llevan al Dr. Manette
con ellos a Inglaterra.
Libro Segundo: El Hilo de Oro.
Cinco años más tarde, dos
espías británicos, John Barsad, (cuyo nombre real es Solomon Pross)
y Roger Cly, están
tratando de incriminar al inmigrante francés, Carlos Darnay, para su propia conveniencia, y Carlos Darnay va a juicio por traición
a la patria, en Old Bailey.
Ellos afirman falsamente, que Carlos Darnay dio información a los franceses sobre las tropas británicas en América del Norte. Sin embargo, Carlos Darnay es absuelto cuando Barsad, que afirma que sería
capaz de reconocer a Carlos Darnay en cualquier lugar, es incapaz
de distinguirlo de
un abogado presente en la corte,
Sydney Carton, que es casi idéntico
a él.
Haciendo un retroceso en el tiempo, y por otro lado en París, el despreciado aristócrata, Marquis Saint Evrémonde,
ordena al conductor de su coche,
conduzca de prisa. Sin embrgo, el conductor lo hace tan imprudentemente rápido, que viajando a través de las calles
llenas de gente, golpea y
mata al hijo de un campesino: Gaspard. Ante el percance, el marqués simplemente lanza una moneda al aire hacia Gaspard, para compensarle por su pérdida. La señora Defarge,
una testigo del incidente, consuela a Gaspard. Mientras
el cochero del marqués avanza,
la moneda lanzada a Gaspard es arrojada
de nuevo hacia el coche por una mano desconocida, golpeando al marqués. La moneda fue lanzada probablemente por la mano de Madame Defarge, enfureciendo al marqués.
Tras el incidente, al llegar a su castillo,
el marqués se reúne con su sobrino y heredero, Carlos Darnay. Por disgústo contra su familia, Carlos Darnay se despojó de su verdadero apellido, y adoptó
una versión inglesada del nombre de soltera de su madre, D'Aulnais. El siguiente texto muestra la filosofía del marqués, tal y como se la expresa a su sobrino Carlos:
‘La represión es la única filosofía duradera, la oscura razón del miedo y la esclavitud, mi amigo,’ observó el marqués,’ ‘mantendrá a los perros
obedientes al látigo, tanto como este techo,’ mirando hacia arriba, ‘tapa el
cielo.’
Pero esa noche, Gaspard,
quien siguió el marqués a su castillo encaramado en la
parte inferior del carro, apuñala
y mata al marqués mientas duerme. Gaspard deja una nota en el cuchillo diciendo: “Vaya rápido en su carro, pero a su tumba. Esto, es de JACQUES.” Después de nueve meses de darse a la fuga, Gaspard es capturado y ahorcado por encima
de la fuente del pueblo.
Ya en Londres, Carlos Darnay obtiene el permiso del
doctor Manette para casarse
con su hija Lucie, pero Sydney Carton confiesa su amor a Lucie también. Sabiendo que
ella no le va a amar en retribución, Sydney Carton promete, “abrazar cualquier sacrificio por ti y
por aquellos seres queridos por ti.”
En la mañana de la
boda, Carlos Darnay revela
su verdadero nombre, y quien es su familia, un
detalle que el doctor Manette
le había solicitado que mantuviera oculto.
El Dr. Manette revierte
su zapatería obsesiva.
Su cordura se
restaura antes de que Lucie regrese de su luna de miel, y todo el incidente se
mantiene en secreto de ella. Lorry
y la señorita Pross, destruyen el banquillo y las herramientas de fabricación de calzado,
que el doctor Manette había traído de París.
Es 14 de
julio 1789, los Defarges ayudan a dirigir la toma de la Bastilla, un edificio que es no solo
símbolo de la tiranía real, sino también una tienda masiva de municiones. Los
manifestantes del Tercer Estado necesitan pólvora para los fusiles que habían
tomado del Hôtel des Invalides. La
Bastilla es casi vaciada de prisioneros, quedando sólo siete ancianos molestos
por toda la perturbación: cuatro falsificadores, dos lunáticos, y un aristócrata
desviado, el conde de Solages. Defarge entra en la antigua celda del doctor
Manette, “Ciento cinco, Torre Norte.”
El lector no sabe lo que Monsieur Defarge está buscando, hasta el libro 3,
capítulo 10. Se trata de una declaración, en una nota, en la que el doctor Manette explica
por qué fue encarcelado.
Al
pasar el tiempo en Inglaterra, Lucie y Carlos Darnay comienzan a formar una
familia, un hijo (que muere en la infancia) y una hija, la pequeña Lucie. Lorry
encuentra un segundo hogar y una especie de familia con los Darnays. El abogado Stryver,
quien una vez tuvo intenciones de casarse con Lucie, se casa con una viuda rica
que tiene tres hijos, y se hace aún más insoportable mientras sus ambiciones
comienzan a hacerse realidad. Sydney Carton, a pesar de que rara vez visita a los
Darnays, es aceptado como un amigo cercano de la familia, y se convierte en un
favorito especial de la pequeña Lucie.
Libro Tercero: La Pista de una Tormenta.
Carlos Darnay, siendo llamado por un ex funcionario que ha sido encarcelado injustamente, decide volver a Francia para liberarlo. Pero poco después de su llegada, se le denuncia por ser un aristócrata frances, emigrado a Inglaterra, y es encarcelado
en la prisión de, La Force, en París. El Dr. Manette y Lucie, junto con la señora Pross, Cruncher Jerry,
y la “pequeña Lucie,” la hija de Carlos y Lucie Darnay, llegan
a París, y se reúnen con el señor Lorry, para tratar de
liberar a Carlos Darnay. Pasa un año y tres meses, y Carlos Darnay es finalmente juzgado.
El Dr. Manette, que es
visto como un héroe por su
encarcelamiento en la odiada Bastilla, es capaz de ponerlo en libertad, pero Carlos Darnay es inmediatamente detenido de nuevo. Darnay es llevado a juicio otra vez al día siguiente, bajo los nuevos cargos presentados por los Defarges y un, “fulano sin nombre,” que pronto se sabe, es el doctor Manette. El doctor involuntariamente lo condena, a través de un escrito narrativo de su confinamiento a manos del padre
de Carlos Darnay. Manette se horroriza cuando se utilizan las palabras de su padre, el doctor, para condenar Darnay.
En una diligencia, la señora Pross se asombra al ver
y encontrar a su hermano perdido hace mucho tiempo: Salomón Pross. Pero Salomón no quiere ser
reconocido. Sydney Carton, derepente,
da un paso adelante de las sombras,
e identifica a Salomón Pross como John Barsad,
uno de los hombres que trataron de
incriminar a Carlos Darnay por traición en el juicio de Old Bailey. Carton amenaza
con revelar la identidad de Salomón, como un británico y un oportunista que espía tanto a favor de los franceses, como a favor de los
británicos, según le conviene.
Carlos Darnay se enfrenta en el
tribunal contra el señor Defarge, quien identifica a Carlos Darnay como el sobrino del Marqués
de San Evremonde, y
lee la carta que el Dr. Manette había escondido en su celda en la Bastilla. Defarge puede identificar a Carlos Darnay como un Evremonde,
porque Barsad le
dijo sobre la identidad de Carlos Darnay,
cuando Barsad estaba
a la pesca para obtener información en la tienda de vinos
de los Defarges, en el Libro 2, capítulo 16.
La carta
narra cómo es que el Dr. Manette fue encerrado en la Bastilla por el padre de Carlos Darnay y su tío, por tratar el doctor Manette de denunciar sus crímenes contra una familia de
campesinos. El marqués de Saint Evermonde, tío de Carlos Darnay, se había encaprichado con una chica campesina, a
quien había secuestrado y violado. A pesar de los intentos del Dr. Manette para
salvarla, ella murió. El tío entonces mató al marido de la campesina, haciéndolo
trabajar hasta la muerte. El padre de la campesina fallecida, murió de un ataque
al corazón, al ser informado de lo que había sucedido. Antes de morir defendiendo
el honor de la familia, el hermano de la campesina violada, había escondido a la último miembro de la familia, su hermana menor. La carta también revela que el
doctor Manette, fue encarcelado debido a que los hermanos Evremonde descubrieron
que no podían sobornarlo para guardar silencio. El documento concluye maldiciendo
a los Evrémondes, “a ellos, y a sus
descendientes, hasta el último de su estirpe.” El Dr. Manette se horroriza,
pero sus protestas se ignoran, por lo que no se le permite recuperar su condena. Carlos Darnay es enviado a la prisión de, La Conciergerie, y es condenado a la
guillotina al día siguiente.
Poco después, Sydney Carton merodea en la
tienda de vinos de los Defarges,
cuando oye por casualidad a la señora
Defarge hablando de sus planes
para que el resto de la familia
de los Darnay, sean condenados: a saber, Lucie y la “pequeña Lucie.” Sydney Carton descubre que la
señora Defarge, era la hermana sobreviviente
de la familia campesina atacada
salvajemente por los Evrémondes.
El único detalle de la trama que pudiera dar al lector alguna simpatía por la señora Defarge, es la pérdida de su familia, y que ella no tiene nombre (de familia). Defarge es su apellido
de casada, y el Dr. Manette
no conoce su apellido de soltera,
a pesar de que se lo preguntó a su
hermana moribunda. En la noche, cuando el Dr. Manette vuelve,
destrozado después de pasar el día en muchos intentos
fallidos para salvar la vida a Carlos Darnay, se ha vuelto a su búsqueda obsesiva con sus instrumentos de zapatería. Sydney Carton insta a Lorry
a huir de París con Lucie, su padre, y la pequeña Lucie, pidiéndoles que se vayan tan pronto como él
se una a ellos en el coche.
Esa misma mañana, Sydney Cartón
visita a Carlos Darnay en
prisión. Sydney Cartón da un medicamento para sedar a Carlos Darnay, y Barsad,
con quien Sydney Carton se ha puesto de acuerdo,
se lleva a Carlos Darnay de la prisión para que escape. Sydney Carton decide hacerse
pasar por Carlos Darnay, para ser
ejecutado en su lugar. Lo hace por amor a Lucie.
Siguiendo las instrucciones anteriores
de Sydney Cartón, la familia de Carlos Darnay
y Lorry, huyen de París, y de Francia. En el
carruaje está un Carlos Darnay inconsciente, que lleva los documentos de
identificación de Sydney Cartón.
Mientras tanto, la
señora Defarge, armada con una pistola, va a la residencia de la familia de Lucie, con la esperanza de atrapar a Lucien y encontrarla llorando ilegalmente la muerte de Carlos Darnay,
un enemigo de la República, sin embargo, los residentes ya
se han ido. Para darles
tiempo de escapar, la señora
Pross enfrenta a Madame
Defarge y luchan.
En la lucha, la pistola de Madame Defarge se auto
dispara, matándola. El ruido del
disparo y la sorpresa de la
muerte de Madame Defarge, causan
que la señora Pross, quede permanentemente sorda.
La novela concluye con
el guillotinamiento de Sydney Carton. Mientras
está en espera de subir al cadalso,
es abordado por una costurera, también
condenada a muerte, que lo confunde con Carlos Darnay, pero, al acercarse, se da cuenta de la verdad. Impresionada por su
valentía y sacrificio desinteresado,
ella pide que se quede cerca de él, y
él está de acuerdo. A su llegada de ambos, a la guillotina, Sydney Carton la consuela diciéndole
que sus finales serán rápidos, y
además irán donde no existe el tiempo ni los problemas, “en una tierra mejor donde... [Ellos] serán
misericordiosamente protegidos,” y
ella es capaz de cumplir con su muerte en paz. Los
últimos pensamientos de Sydney Cartón son proféticos:
Veo a Barsad, Cly, Defarge , El Venganza, [un lugarteniente
de Madame Defarge], el miembro del juardo, el juez, largas filas de los nuevos opresores que se han
levantado a la destrucción de lo viejo, pereciendo por éste instrumento de
castigo, antes de que se dejára fuera de su uso actual. Veo una ciudad hermosa, y un pueblo brillante, que surge de éste abismo, y, en su lucha por ser
verdaderamente libres, en sus triunfos y derrotas, a través de largos años, veo
el mal de éste tiempo y de la época anterior, de los cuales éste es el
nacimiento natural, gradualmente haciendo la expiación por sí mismo y consumándose.
Veo la vida, por quienes yo pongo mi vida, tranquila, útil, próspera y feliz, en esa Inglaterra, que yo no veré más. La veo a Ella, con un niño sobre el pecho, que lleva mi nombre. Veo que su padre, viejo y encorvado, pero recuperado y fiel a todos los hombres, está en su consultorio, y en paz. Veo al buen viejo [el señor Lorry], su amigo de tantos años, en un plazo de diez años, enriqueciéndolos con todo lo que tienen, muriendo tranquilamente como recompensa.
Veo, por lo tanto, que tengo un santuario en sus corazones, y en los corazones de sus descendientes, de aqui a generaciones. La veo a ella, una anciana, llorando por mí en el aniversario de éste día. Veo a ella, y a su marido, con sus vidas realizadas, yendo uno, al lado del otro, en su último lecho terrenal, y sé que cada uno de los dos, no se considera más honrado y sagrado, en el alma del otro, de lo que ambos me consideran a mí.
Veo a ese niño que yace sobre su pecho y que lleva mi
nombre, todo un hombre logrando su camino en el sendero de la vida, que una vez fue
mío. Lo veo a él haciéndolo tan bien, que mi nombre se hizo ilustre allí por la
luz de la suya.
El es algo mucho, mucho mejor que yo. Esto es lo mejor que he hecho, el mayor descanso que jamás he conocido.
Lucie y Darnay
tienen un primer hijo al principio en el libro, que nace y muere dentro de un
solo párrafo. Parece probable que éste primer hijo aparece en la novela para
que su hijo posterior, que lleva el nombre de Carton, pueda representar otra
forma en que Cartón restituye a Lucie y a Darnay a través de su sacrificio.
Análisis
Historia de Dos
Ciudades, es una de las dos únicas obras de ficción histórica
que Charles Dickens hizo. La otra es Barnaby Rudge. Tiene menos personajes y subtramas que una típica
novela de Dickens. La fuente
histórica primaria del autor
fue La Revolución
Francesa: Una Historia de Thomas Carlyle. Dickens
escribió en su prefacio a, Historia de Dos Ciudades, que, “nadie puede aspirar a añadir nada a la filosofía del maravilloso libro del Sr. Carlyle.”
Lenguaje
Dickens utiliza
traducciones literales del idioma
francés para los diálogos de los caracteres que no pueden hablar Inglés, por ejemplo, “¿Qué demonios haces en
esa galera allí?” y “¿Dónde está mi esposa?
--- Aquí me ves.” La edición de Penguin Classics
de la novela señala que, “No todos los lectores han considerado
el experimento como un éxito.”
Humor
Historia de Dos
Ciudades se destaca de
la mayoría de las otras novelas de
Dickens como la
que contiene el menor humor.
Eso no es sorprendente, ya que el contexto
histórico y el enfoque de la
novela, el Reinado del Terror
francés, podría hacer ver demasiado
sombría la novela como para permitir que aparezcan los personajes más chiflados por
los que Dickens es conocido.
Aún así, Dickens, en su forma habitual, se
las arregla para encontrar la
oportunidad de hacer una serie de comentarios irónicos acerca de diversos aspectos de la época y del
lado más oscuro de la naturaleza humana.
Si un personaje cómico pudiera ser encontrado en la novela, probablemente sería Jerry Cruncher, sin embargo, su ocupación como
un “resurrectionista” (ladrón
de tumbas) y su abuso de su mujer arroja la luz más siniestra en su
carácter.
Temas
Resurrección
En la
Inglaterra de Dickens, la resurrección siempre se asentaba firmemente en un
contexto cristiano. Más ampliamente, Sydney Carton es resucitado en espíritu al
cierre de la novela. Así como él, paradójicamente, da su vida física para
salvar a Carlos Darnay, de igual manera en la creencia cristiana, Cristo murió
por los pecados del mundo. Más concretamente, “El Libro Primero, se trata del renacimiento del Dr. Manette y de su
muerte en vida por su encarcelamiento.”
Aparece la Resurrección por primera vez cuando el señor Lorry responde al mensaje realizado por Jerry Cruncher con las palabras, “Volvió a la Vida.”
Aparece la Resurrección por primera vez cuando el señor Lorry responde al mensaje realizado por Jerry Cruncher con las palabras, “Volvió a la Vida.”
La resurrección
también aparece durante el viaje en coche del señor Lorry a Dover, ya que
constantemente reflexiona sobre una hipotética conversación con el Dr. Manette:
“¿Enterrado cuánto tiempo? Casi dieciocho
años...” “¿Usted sabe que usted está
volviendo a la vida? Me dicen que sí.” Lorry cree que está ayudando a
volver a la vida al Dr. Manette y se imagina a sí mismo, “desenterrando” al
doctor Manette de su tumba.
La resurrección es el tema principal de la novela. En los pensamientos de Jarvis Lorry sobre el doctor Manette, la resurrección es vista por primera vez como tema. También está presente como último tema: el sacrificio de Cartón. Dickens originalmente quería llamar la novela entera Vuelta a la Vida. Este título, en cambio, se convirtió en el título del primero de los tres “libros” de la novela.
Jerry es
también parte del tema recurrente: él mismo está implicado en la muerte y
resurrección de manera que el lector no sabe todavía. La primera pieza de
presagio viene en su observación sobre sí mismo: “¡Usted sería de mala manera ardiente, si el regresar a la vida estuviera
de moda, Jerry!” El humor negro de esta declaración se hace evidente hasta
mucho más adelante. Cinco años más tarde, una noche nublada y muy oscura, en
junio 1780, el señor Lorry vuelve a despertar el interés del lector en el misterio
diciendo a Jerry que es “casi una noche...
para traer a los muertos de sus tumbas.” Jerry responde con firmeza que él
nunca ha visto a la noche hacer eso.
Resulta que la participación de Jerry Cruncher en el tema de la resurrección es que él es lo que los victorianos llamaban “El Hombre Resurrección,” que, ilegalmente, desentierra cadáveres para vender a los médicos, pues no había manera legal de conseguir cadáveres para estudiar en ese momento.
Lo
contrario de la resurrección es por supuesto la muerte. La muerte y la resurrección
aparecen a menudo en la novela. Dickens se enoja de que en Francia e Inglaterra,
los tribunales reparten condenas a muerte por delitos insignificantes. En
Francia, los campesinos están incluso condenados a muerte sin juicio, por el
capricho de un noble. El marqués le dice a Darnay con placer que, “en la habitación de al lado (mi
habitación), un compañero... fue apuñalado en el acto por profesar alguna
delicadeza insolente respetando su hija, su hija!”
Curiosamente,
la demolición de la mesa de trabajo de zapatos del Dr. Manette por la señorita
Pross y el señor Lorry se describe como “la
quema del cuerpo.” Parece claro que este es un caso raro en que la muerte o
la destrucción (lo contrario de resurrección) tienen una connotación positiva,
ya que la “quema,” ayuda a liberar el
médico de la memoria de su largo encarcelamiento. Pero la descripción de
Dickens de este tipo y acto de curación es sorprendentemente extraña:
Tan malvados la
destrucción y el secreto parecen
a las mentes honestas, que el señor Lorry y la
señorita Pross, en el ejercicio
de la comisión de su obra y en la eliminación de sus huellas, casi sentían,
y casi parecían, como cómplices de un crimen horrible.
El martirio de Sydney
Carton expía todas sus pasadas fechorías. Incluso
encuentra a Dios en los últimos días de su vida, repitiendo palabras de
consuelo de Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida.”
La resurrección es el tema dominante de
la última parte de la novela. Darnay es rescatado en
el último momento y vuelto a la
vida; Carton elige la muerte
y la resurrección a una vida mejor
que la que él haya conocido jamás:
“era el rostro de hombre
más lleno de paz que nunca vio allí... parecía sublime
y profético.”
En el sentido más amplio, al final de la novela de
Dickens prevé un orden social
resucitado en Francia, surgido de las cenizas de lo antiguo.
Agua
Hans
Biedermann escribe que el agua, “Es el
símbolo fundamental de toda la energía del inconsciente, una energía que puede
ser peligrosa cuando se desborda de sus propios límites (una secuencia de sueño
frecuente).” Este simbolismo se adapta a la novela de Dickens, en Historia de Dos Ciudades, las imágenes
frecuentes de agua representan el edificio de la ira de la multitud de
campesinos, una ira con la que Dickens se solidariza hasta cierto punto, pero
que en última instancia encuentra irracional e incluso animal.
Al
principio del libro, Dickens sugiere esto cuando escribe: “El mar hizo lo que quiso, y lo que quiso fue destrucción.” El mar
representa aquí la llegada de la turba de revolucionarios. Después que Gaspard
asesina al marqués, es “colgado allí doce
metros de alto y se queda colgando, envenenando el agua.” El envenenamiento del pozo representa el
impacto amargo de la ejecución de Gaspard en el sentimiento colectivo de los
campesinos.
Tras
la muerte de Gaspard, la toma de la Bastilla es guiada (desde el barrio de San
Antonio, por lo menos) por los Defarges: “Como
un torbellino de aguas que hierven en un punto central, por lo que, todo este
odio circulando alrededor de la tienda de vinos de Defarge, y cada gota humana
en el caldero tiene una tendencia a ser succionada hacia el vórtice...” La multitud
se concibe como un mar, “con un rugido
que sonaba como si todo el aire en Francia hubiera sido formado en una palabra
odiada, la palabra Bastilla, el mar viviente aumentó, ola tras ola, profundidad
tras profundidad, y se desbordó la ciudad...”
El carcelero
de Darnay se describe como, “insalubremente
hinchado tanto en la cara como en la persona, como para parecer un hombre que había sido
ahogado y lleno de agua.” Más tarde, durante el Reinado del Terror, la
revolución había crecido, “mucho más
perversa y distraída... que los ríos del Sur fueron sobrecargados por los
cuerpos de la violencia ahogados por la noche...” Más tarde, una multitud
se, “hinchaba y rebosaba por las calles
adyacentes... la Carmañola los absorbió a cada uno, los apartó entre ellos.”
Durante
la lucha con la señorita Pross, Madame Defarge se aferra a ella con, “más sujeción de la mano que una mujer que se
ahoga.” Los comentaristas de la novela han señalado la ironía de que la
señora Defarge es asesinada por su propia arma, y tal vez Dickens significa por
la cita anterior la sugerencia de que tal venganza viciosa, tal como lo es Madame
Defarge, destruiría eventualmente incluso hasta a sus autores.
Tantos
han leído la novela a la luz del enfoque freudiano, que han relacionando la
exaltación moral del superego como algo británico, sobre el inconsciente id
placentero francés. Sin embargo, en la última caminata de Carton, él ve un
remolino que, “daba vueltas y vueltas sin
sentido, hasta que la corriente lo absorbe, y lo llevó hacia el mar,” en su
cumplimiento, mientras el impulso masoquista y moral, esta sin embargo, en una
unión extática con el subconsciente.
Luz y
Oscuridad
Como es
común en la literatura Inglésa, el bien y el mal están simbolizados por la luz
y la oscuridad. Lucía Manette es la luz y la señora Defarge es la oscuridad. La
oscuridad representa la incertidumbre, el miedo y el peligro. Es de noche
cuando el señor Lorry cabalga a Dover, está oscuro en las cárceles; sombras
oscuras siguen a Madame Defarge; sombrías oscuras zonas de calma ecuatoriales
perturban al Dr. Manette; su captura y cautiverio están envueltos en las
tinieblas, la finca del marqués se quema en la oscuridad de noche, Jerry
Cruncher incursiona tumbas en la oscuridad, en segundo lugar la detención de
Charles también se produce por la noche. Tanto Lucie y el señor Lorry sienten
la amenaza oscura que es la señora Defarge.
“Esa horrible mujer parece arrojar una sombra sobre mí,” comenta Lucie.
Aunque el señor Lorry trata de consolarla, “la
sombra de la manera de éstos Defarges era oscuridad sobre él.” Madame
Defarge es, “como una sombra sobre el
camino blanco,” la nieve que simboliza la pureza y la oscuridad la
corrupción de Madame Defarge. Dickens también compara el color oscuro de la
sangre a la nieve blanca pura: la sangre lleva en la sombra de los crímenes de
sus excretores.
Justicia
Social
Charles
Dickens fue un defensor de los pobres maltratados debido a su terrible
experiencia cuando se vio obligado a trabajar en una fábrica siendo un niño. Su
padre, John Dickens, continuamente vivía encima de sus posibilidades y con el
tiempo fue a la cárcel de deudores. Charles se vio obligado a abandonar la
escuela y comenzó a trabajar diez horas en Warren Blacking Warehouse, ganando
seis chelines a la semana. Su simpatía, sin embargo, está con los
revolucionarios sólo hasta cierto punto: Él condena la locura de la chusma que
pronto se establece. Cuando locos y mujeres masacran a mil cien detenidos en
una noche, y de prisa vuelven a afilar sus armas en la piedra de afilar,
muestran, “ojos que cualquier espectador no
embrutecido habría dado veinte años de vida, de petrificar con una pistola bien
dirigida.”
Se le
muestra al lector que los pobres son tratados brutalmente en Francia e
Inglaterra por igual. Mientras el crimen prolifera, el verdugo en Inglaterra es,
“encadenado a largas filas de
delincuentes diversos, ahora colgando ladrónes... ahora quemando a la gente en
las manos,” o colgando a un hombre dolido por robar seis peniques. En
Francia, un niño es condenado a cortarle las manos y quemarlo vivo, sólo porque
no quería arrodillarse en la lluvia, ante un desfile de monjes que pasaban a
unos cincuenta metros de distancia. En la lujosa residencia de Monseñor, nos
encontramos con, “descarados
eclesiásticos de los peores del mundo mundano, con ojos sensuales, lenguas
sueltas, y vidas más flojas... oficiales militares destituidos de conocimientos
militares... [y] los médicos que
hicieron grandes fortunas... de trastornos imaginarios.” Este incidente es
ficticio, pero está basado en una historia real relacionada por Voltaire en un
folleto famoso, Un Relato de la Muerte
del Chevalier de la Barre.
Tan
irritado está Dickens por la brutalidad de la ley Inglesa que describe a
algunos de sus castigos con sarcasmo: “el
poste de la flagelación, otra institución querida y vieja, muy humanizante y
suavizante para ver en acción.” Él culpa a la ley por no buscar las reformas:
“Todo lo que es, está bien.” es la
máxima de la Old Bailey. La horripilante descripción del acuartelamiento
(ahorcado, arrastrado y descuartizado) destaca en su atrocidad.
Dickens
quiere que sus lectores tengan cuidado de que la misma revolución que tanto daño
hizo a Francia no vaya a pasar en Gran Bretaña, que (por lo menos al principio
del libro) se demuestra que es tan injusta como Francia. Pero su advertencia se
dirige no a las clases bajas británicas, sino a la aristocracia. Él usa reiteradamente
la metáfora de la siembra y la cosecha, y si la aristocracia continúa plantando
las semillas de una revolución a través de comportamiento injusto, pueden estar
segura de cosechará esa revolución en el tiempo. Las clases bajas no tienen ninguna
agencia en esta metáfora: ellas simplemente reaccionan ante el comportamiento
de la aristocracia. En este sentido se puede decir que mientras que Dickens se
compadece de los pobres, él se identifica con los ricos: son el público del
libro, su “nosotros” y no su “ellos.”
“Aplasten a la humanidad fuera de forma, una vez más, bajo similares
martillos, y se torcerán a sí mismos en las mismas formas torturadas. Siembren
la semilla de la misma licencia rapaz y la opresión de nuevo, y seguramente
producirán el mismo fruto según su género.”
Con la
gente muriendo de hambre y pidiendo al Marqués por alimentos, su respuesta poco
caritativa es dejar que las personas coman hierba. Las personas se quedan sin
nada más que las cebollas para comer y se ven obligados a pasar hambre mientras
los nobles están viviendo pródigamente a espaldas de la gente. Cada vez que los
nobles se refieren a la vida de los campesinos, es sólo para destruir o
humillar a los pobres.
Relación con
la Vida Personal de Dickens.
Algunos han
argumentado que en, Historia de Dos
Ciudades, Dickens reflexiona sobre su recientemente comenzado romance con la
actriz de dieciocho años de edad, Ellen Ternan, que era posiblemente platónico,
pero ciertamente romántico. Se ha observado el parecido de Lucie Manette con
Ternan físicamente.
Después
de protagonizar una obra de Wilkie Collins titulada, Profundidades Heladas, Dickens fue primeramente inspirado a
escribir, Historia de Dos Ciudades. En la obra,
Dickens protagoniza el papel de un hombre que sacrifica su propia vida para que
su rival pueda tener a la mujer que ambos aman. El triángulo amoroso en la obra
se convirtió en la base para las relaciones entre Charles Darnay, Lucie Manette,
y Sydney Carton en, Historia de Dos Ciudades.
Sydney
Carton y Charles Darnay también pueden tener importancia en la vida personal de
Dickens. La trama gira en torno a la similitud casi perfecta entre Sydney Carton
y Charles Darnay. Los dos se ven tan parecidos que Carton salva dos veces
Darnay a través de la incapacidad de los demás para distinguirlos. Carton es
Darnay hecho malo. Carton sugiere con mucho:
“¿Te interesa especialmente del hombre [Darnay]? -murmuró, ante su propia imagen [estando frente al espejo], ' ¿Por qué te interesas, en especial, en un hombre que se parece a ti? No hay nada en ti que no te guste, ya lo sabes. ¡Ah, que confusión! ¡Qué cambio has sufrido en ti mismo! Tienes una buena razón para hablar con un hombre, para que te muestre en lo que has caído, y lo que podrías haber sido! Intercambia de lugar con él, y habrás sido mirado por esos ojos azules [perteneciente a Lucie Manette] como estaban, y compadecido por ese rostro agitado como estaba? ¡Vamos, y acláralo en palabras llanas! Odias al compañero.”
Muchos han
sentido que Cartón y Darnay son, doppelgängers,
o sea, dobles fantasmagóricos, que Eric Rabkin define como un par, “de personajes que, en conjunto, representan
una personalidad psicológica en la narrativa.” De ser así, tendrían que prefigurar
obras como Dr. Jekyll y el Sr. Hyde,
de Robert Louis Stevenson. Darnay es digno y respetable, pero aburrido, al menos
para la mayoría de los lectores modernos, Carton es de mala reputación, pero
magnético y atractivo.
Uno sólo puede sospechar cual personalidad psicológica es la que Cartón y Darnay juntos encarnan (si es que lo hacen), pero a menudo se piensa que es la psique del propio Dickens. Dickens podría haber sido muy consciente de que entre ellos, Cartón y Darnay compartieron sus propias iniciales. Sin embargo, él lo negó cuando se le preguntó.
Uno sólo puede sospechar cual personalidad psicológica es la que Cartón y Darnay juntos encarnan (si es que lo hacen), pero a menudo se piensa que es la psique del propio Dickens. Dickens podría haber sido muy consciente de que entre ellos, Cartón y Darnay compartieron sus propias iniciales. Sin embargo, él lo negó cuando se le preguntó.
Personajes
Muchos de
los personajes de Dickens son “planos,”
no “redondos,” en los famosos
términos del novelista E.M.Forster, lo que significa más o menos que tienen
sólo un estado de ánimo. En Historia de
Dos Ciudades, por ejemplo, el marqués es incesantemente malo y disfruta
siéndolo; Lucie es perfectamente amorosa y apoya. (Como corolario, Dickens da a
menudo a estos personajes tics verbales o caprichos visuales que él menciona
una y otra vez, como las abolladuras en la nariz del Marqués). Forster cree que
Dickens realmente nunca creó personajes redondeados.
Sydney Carton: Un abogado
Inglés de mente rápida, pero deprimido. A pesar de que es retratado en un
principio como un alcohólico cínico, que en última instancia se convierte en un
héroe desinteresado.
Lucie Manette: Una señora pre - victoriana ideal, perfecta en todos los sentidos. Ella es amada tanto por Cartón como por Charles Darnay, con quien se casa, y es la hija del doctor Manette. Ella es el “hilo de oro,” después de los cual el Libro Segundo se titúla. Es titulado así, porque ella sostiene a su padre y la vida de su familia en conjunto, y debido también a que su cabello es rubio, como el de su madre. Ella también vincula a casi todos los personajes en el libro.
Lucie Manette: Una señora pre - victoriana ideal, perfecta en todos los sentidos. Ella es amada tanto por Cartón como por Charles Darnay, con quien se casa, y es la hija del doctor Manette. Ella es el “hilo de oro,” después de los cual el Libro Segundo se titúla. Es titulado así, porque ella sostiene a su padre y la vida de su familia en conjunto, y debido también a que su cabello es rubio, como el de su madre. Ella también vincula a casi todos los personajes en el libro.
Charles Darnay: Un joven noble
francés de la familia Evremonde.
Disgustado por la crueldad de su familia a los
campesinos franceses, al grado que tomó el
apellido de “Darnay” (después
del aoellido de soltera de su madre,
D'Aulnais) y salió
de Francia a Inglaterra. Él
exhibe una honestidad admirable, en su decisión de revelar al Doctor Manette
su verdadera identidad, como un miembro
de la infame familia Evremonde. Así, también, es
lo que prueba su valentía en su decisión de regresar a París, con gran riesgo personal para salvar al encarcelado Gabelle.
Dr. Alexandre
Manette: El
padre de Lucie, mantenido como prisionero en la Bastilla durante dieciocho años. El Dr. Manette muere 12 años
después de la muerte de Sydney Carton.
Monsieur Ernest Defarge: El propietario de una tienda de vinos franceses y líder de la Jacquerie, esposo de la señora Defarge; siervo del Dr. Manette en su juventud. Uno de los principales líderes revolucionarios, que abrazan la revolución como una causa noble, a diferencia de muchos otros revolucionarios.
Madame Teresa Defarge: Una revolucionaria femenina vengativa, podría decirse que la antagonista de la novela.
Jacques Uno, Dos y Tres: compatriotas Revolucionarias de Ernest Defarge. Jacques Tres es especialmente sanguinario y sirve como miembro del jurado en los tribunales revolucionarios.
Monsieur Ernest Defarge: El propietario de una tienda de vinos franceses y líder de la Jacquerie, esposo de la señora Defarge; siervo del Dr. Manette en su juventud. Uno de los principales líderes revolucionarios, que abrazan la revolución como una causa noble, a diferencia de muchos otros revolucionarios.
Madame Teresa Defarge: Una revolucionaria femenina vengativa, podría decirse que la antagonista de la novela.
Jacques Uno, Dos y Tres: compatriotas Revolucionarias de Ernest Defarge. Jacques Tres es especialmente sanguinario y sirve como miembro del jurado en los tribunales revolucionarios.
La Venganza: Una
compañera de Madame Defarge referida como su “sombra” y la teniente, una miembro de la hermandad de mujeres
revolucionarias en Saint Antoine, y fanática revolucionaria. (Muchos
franceses y mujeres cambiaron sus nombres para mostrar su entusiasmo por la
Revolución).
El Reparador de Carreteras: Un campesino que más tarde trabaja como aserrador de madera y asiste a los Defarges.
Jarvis Lorry: Un gerente de ancianos en el Banco Tellson y un querido amigo Dr. Manette.
El Reparador de Carreteras: Un campesino que más tarde trabaja como aserrador de madera y asiste a los Defarges.
Jarvis Lorry: Un gerente de ancianos en el Banco Tellson y un querido amigo Dr. Manette.
Señorita
Pross: institutriz de Lucie Manette desde Lucie tenía diez años. Ella es ferozmente
leal a Lucie y para Inglaterra.
El marqués
de San Evremonde: El cruel tío de Charles Darnay. También llamado “El Joven.” Heredó el
título del “anciano” de la muerte.
El
anciano y su esposa: El hermano gemelo del Marqués de San Evremonde,
conocido como “el Viejo” (que
ostentaba el título de Marqués de San Evremonde en el momento de la detención
del Dr. Manette), y su esposa, que le teme. Ellos son los padres de
Charles Darnay.
John
Barsad (nombre verdadero Salomón Pross): Un espía de Gran Bretaña, que más
tarde se convierte en un espía de Francia (momento en el que debe ocultar su
identidad británica). Él es el hermano
perdido de la señorita Pross.
Roger Cly: Otro espía, colaborador de Barsad.
Roger Cly: Otro espía, colaborador de Barsad.
Jerry
Cruncher: Portero y mensajero de Banco Tellson y secreto, el “Resurrection Man” (ladrón de cadáveres).
Su
primer nombre es corto, ya sea para que Jeremías o Gerald; este último nombre
comparte un significado con el nombre de Jarvis Lorry.
Joven Jerry Cruncher: Hijo de Jerry y su esposa Cruncher. Joven
Jerry sigue a menudo a su padre en torno a pequeños trabajos de su padre, y en
un momento en la historia, sigue a su padre por la noche y descubre que su
padre es un, hombre resurrección, o sea, un ladrón de cadáveres. Joven
Jerry admira a su padre como un modelo a seguir, y aspira a convertirse en un, hombre resurrección, mismo cuando crezca.
Mrs. Cruncher: Esposa de
Jerry Cruncher. Ella
es una mujer muy religiosa, pero su marido, un poco paranoico, dice que ella
está orando en contra de él, y es por eso que no suele tener éxito en el
trabajo. Ella
es a menudo abusada verbalmente y, casi tan a menudo, también físicamente, por
Jerry, pero al final de la historia, parece sentirse un poco culpable por esto.
Sr. C.J. Stryver: Un abogado arrogante y ambicioso, apadrina a Sydney Carton. Hay una percepción errónea frecuente que el nombre completo de Stryver es “C.J. Stryver,” pero esto es muy poco probable. El error proviene de una línea en el libro 2, capítulo 12: “Después de probarlo, Stryve, C.J., estaba convencido de que ningún caso más claro podría ser.” Las iniciales C.J. casi seguro se refieren a un título legal (probablemente “presidente del Tribunal Supremo”); Stryver se imagina que está jugando cada papel en un juicio en el que intimida a Lucie Manette para casarse con él.
La costurera: Una joven mujer atrapada en el Terror. Ella precede a Sydney Carton, quien la consuela estando ambos en la guillotina. Théophile Gabelle: Gabelle es “el administrador de correos, y algún que otro funcionario de impuestos, unidos,” para los inquilinos del marqués de San Evremonde. Gabelle es encarcelado por los revolucionarios, y su carta suplicando trae a Darnay a Francia. Gabelle se “lleva el nombre del impuesto sobre la sal odiado.”
Gaspard: Gaspard es el hombre cuyo hijo es atropellado por el marqués. Luego mata al marqués y se esconde durante un año. Con el tiempo es encontrado, arrestado y ejecutado.
“Monseñor:” La denominación de “monseñor” se utiliza para referirse tanto a un aristócrata específico en la novela, como a la clase general de los aristócratas desplazados en Inglaterra.
Un muchacho campesino y su hermana: Víctimas del Marqués de San Evremonde y su hermano. Ellos son el hermano y la hermana de la señora Defarge.
Sr. C.J. Stryver: Un abogado arrogante y ambicioso, apadrina a Sydney Carton. Hay una percepción errónea frecuente que el nombre completo de Stryver es “C.J. Stryver,” pero esto es muy poco probable. El error proviene de una línea en el libro 2, capítulo 12: “Después de probarlo, Stryve, C.J., estaba convencido de que ningún caso más claro podría ser.” Las iniciales C.J. casi seguro se refieren a un título legal (probablemente “presidente del Tribunal Supremo”); Stryver se imagina que está jugando cada papel en un juicio en el que intimida a Lucie Manette para casarse con él.
La costurera: Una joven mujer atrapada en el Terror. Ella precede a Sydney Carton, quien la consuela estando ambos en la guillotina. Théophile Gabelle: Gabelle es “el administrador de correos, y algún que otro funcionario de impuestos, unidos,” para los inquilinos del marqués de San Evremonde. Gabelle es encarcelado por los revolucionarios, y su carta suplicando trae a Darnay a Francia. Gabelle se “lleva el nombre del impuesto sobre la sal odiado.”
Gaspard: Gaspard es el hombre cuyo hijo es atropellado por el marqués. Luego mata al marqués y se esconde durante un año. Con el tiempo es encontrado, arrestado y ejecutado.
“Monseñor:” La denominación de “monseñor” se utiliza para referirse tanto a un aristócrata específico en la novela, como a la clase general de los aristócratas desplazados en Inglaterra.
Un muchacho campesino y su hermana: Víctimas del Marqués de San Evremonde y su hermano. Ellos son el hermano y la hermana de la señora Defarge.
Fuente
Mientras actuaba en Profundidades
Heladas, Dickens se le dio una obra de teatro
para leer llamada, El Corazón Muerto, por Watts Phillips que tenía el escenario
histórico, la historia básica,
y el clímax que Dickens utilizó en, Historia de Dos Ciudades. La obra fue
producida mientras que, Historia de Dos
Ciudades, comenzó por entregas en All the Year Round lo que llevó a hablar
de plagio.
Otras fuentes son la Historia de la Revolución Francesa de Thomas
Carlyle; Zanoni por Edward Bulwer-Lytton,
El Castillo de Spector por Matthew Lewis; Viajes en Francia por Arthur Young, y Tableau de Paris por Louis-Sébastien
Mercier. Dickens también
utiliza materiales de una narración
de prisión durante el Terror de Beaumarchais, y los registros del juicio de un espía francés, publicado
en El Registro Anual. (Wikipedia en Ingles.)
Historia de Dos
Cuidades
de Charles Dickens
Una
noche tormentosa, el carruaje de correos, con tres viajeros a bordo, subía
penosamente la cuesta de Dover. El cochero gritaba, “¡Vamos!¡Arreeee!” De pronto, un jinete se acercó, diciendo, “¡Eh!¡Detenéos!” Temiendo un asalto, el
cochero y su ayudante apañaron sus pistolas. El cochero gritó, “Antes de acercarte más, dime quien eres y
qué deseas si no quieres morir.” Descubriendo su rostro, y con voz fuerte,
el intruso gritó su nombre, “¡Soy Jerry
Cruncher!¡Y traigo un recado de la banca Tellsone y Compañía, para el señor
Jarvis Lorry!” Enseguida uno de los viajeros reconoció la voz, diciendo, “¡No hay cuidado señores! Jerry es empleado
de mi compañía, y hombre de mi confianza." Los hombres guardaron sus armas y el
mensajero se adelantó para entregar un sobre, diciendo, “Tome usted, señor
Lorry.”
Acercándose
al farol del coche el caballero leyó, “Esperad
a la señorita en Dover.” Y en seguida dio extrañas instrucciones al
emisario: “Ve y di a los socios de la
banca Tellstone que el prisionero ha resucitado.” A Ferry le pareció muy
rara aquella respuesta, y dijo, “¡No
entiendo señor!¡Esas palabras no tienen sentido!” Pero el viajero insistió,
y dijo, “Tú solo dí a los señores
exactamente esas palabras y sabrán que he recibido esta carta ¡Anda!¡Y no hagas
preguntas!” Dicho esto, el mensajero desapareció en el camino, y el
carruaje continuó la subida por la escarpada cuesta. Mientras tanto Ferry cabalgando
reflexionaba con aire sombrío, pensando, “‘El
prisionero ha resucitado’ ¡Misteriosas palabras! Si hay algo que a mí me
aterra, es pensar que algún día uno de mis muertos resucitará…como no me
alcanza lo que gano, tengo que pasar las noches laborando como sepulturero.” Arrebujándose
en su capa, creyó sentir entonces una amenaza latente en el viento helado que
surcaba la noche, pensado, “¡Oh!¡Mis
muertos!¡Si pudieran hablar!¡Dios santo!¡Todo lo que dirían de mi!¡Brrr!¡La
verdad es que no siembre los trato con la cortesía debida!”
La tarde del día siguiente, el coche correo
llegó por fin a Dover, y se detuvo frente a la fonda del Rey Jorge. Los
pasajeros entraron a la fonda y el posadero les dio la bienvenida. Tras un
momento de charla, el posadero dijo, “¿Así
que viene usted de la banca Tellstone de Londres?” el caballero contestó, “Sí. Viajo hacia París por cuestión de
negocios.” El posadero sonrió obsequioso, diciendo, “Entonces le daré
nuestra mejor habitación. Los señores de Tellstone y compañía son frecuentes
clientes nuestros. Pase, pase por aquí." Poco después tras de haberse aseado y
cambiado de ropa, el caballero bajaba a la fonda, diciendo, “¡Posadero! Haga favor de darme algo de
comer, y otro buen tarro de cerveza.” Acababa de sentarse a la mesa cuando
una hermosa joven rubia entró en el local, haciendo que todos los parroquianos
volvieran extrañados a mirarla. Levantándose algo turbado el banquero se
dirigió a la recién llegada, “¡Perdone!¿Es
usted la señorita Lucía Manette?” Ella pareció reconocerlo, “¿Y usted el señor Jarvis Lorry?” Jarvis
dijo, “El mismo Lucía. Siéntese por
favor. Celébro verle de nuevo después de 20 años.”
Ambos se sentaron. Enseguida Lucía dijo, “Estoy realmente ansiosa por escuchar lo que tiene que decirme señor Lorry.
Decía usted en su carta que era referente a…” Jarvis dijo, “A su padre, señorita. Si, en efecto.”
El rostro de Lucía se ensombreció, y dijo, “¡Mi
pobre padre!¡Era tan pequeña cuando murió, que casi no puedo recordar su
rostro!” Entonces Lucía quiso saber, y preguntó, “¿Acaso se ha agotado el patrimonio que él y mi madre dejaron en la
banca Tellstone para sostenerme todos estos años?” Pero Lorry la
tranquilizó, “No, no mi querida señorita.
No se trata de eso. Ellos administraron con acierto su pequeña fortuna, y aún
queda a usted lo suficiente para no pasar penurias el resto de su vida.”
Fue entonces que el agente de la banca le dio a Lucía Manette la asombrosa
noticia, “Sucede que…¡Vuestro padre
vive!” Al oír aquello, la muchacha abrió desmesuradamente los ojos y no
pudo evitar dar un grito, “¡Vive!¡No
puede ser!” Enseguida, por no poder resistir el golpe de tan tremenda
impresión, se desmayó. En ese momento entró en la posada una robusta mujer que procedió enseguida
a auxiliarla, era la señora Pross quien dijo, “¡Lucía, mi pobre
niña! ¿Qué te han hecho?” Gran revuelo se armó en el lugar. El posadero
dijo, “¡Pónganle un poco de alcohol en
las sienes!” La mujer dijo, “¡Yo la
he cuidado desde que era pequeña!¡Así que no me diga lo que tengo que hacer!”
Lorry, presa de pánico, iba y venía sin saber qué hacer ni que decir. Entonces
la mujer le dijo, “¿Qué le ha dicho usted
a mi pobre niña para ponerla así, mal hombre?” Al fin Lucía volvió a abrir
los ojos, diciendo, “¡Oh, v-vaya, e-estoy
bien!” Lorry dijo, “¡Bendito sea
Dios!”
Respuesta del primer golpe emocional, Lucía se dispuso a escuchar todo
lo que Lorry tenía que decirle: “¿Recuerda
usted Lucía, que un hombre la trajo hace veinte años de París, sobre sus
rodillas, en un carruaje? Pues aquél hombre era yo y usted una pequeña rubia y
dulce que debía reunirse en Londres con su madre.”
El tiempo retrocedió, y Lucia recordó ese momento, cuando era una
pequeña niña rubia, sentada sobre las rodillas de Lorry, diciendo, “¿Porqué mi papá no viene con nosotros,
monsierur?” Lorry le dijo, “E-es
que…ha tenido que permanecer unos días en París, por negocios, nenita. Pero no
te preocupes. Pronto estarás con tu querida mamá.” Cuando llegó su mamá, la
señora Manette juzgó prudente decirle que su padre había muerto. Lucía dijo, “¡Oh, mamá!¡Yo quiero a mi papito!¡Él no
puede haber muerto sin decirme adiós!” Y apenas dos años después, ella la dejaba
también, diciendo en su lecho de muerte:
“D-debes ser fuerte Lucía…d-desde ahora estarás sola pero nada te faltará.”
Lucía sufría diciendo, “¡Mamá, mamá!”
La nana le dijo, “Cálmate, mi pequeña…yo
te cuidaré. Ya no llores.” Lucía decía, “¡Soy
huérfana!” Pasaron todos esos años y Lorry desde Londres se encargó de
administrar el patrimonio que sus padres le legaron a Lucía, quien decía a la señora Pross,“Nana, ¡Ha llegado carta del señor Lorry!
Dice que enviará el dinero para mi ingreso en el Liceo de París.” Pero lo
que tanto Lucia como Lorry ignoraban es que el doctor Manette no había muerto, sino que yacía en las
mazmorras de una horrible prisión francesa. Lorry continuó narrando la historia
a Manette, “Y no fue sino hasta hace unos
días que nuestra banca se entero de ello; me lo notificó y me comisionó para
comunicárselo y llevarla al lugar donde se encuentra ahora.” Lucía se
mostró inquieta e impaciente, y dijo, “¡Oh!¡Iremos
cuanto antes!¿No es verdad?” Lorry dijo, “Claro que sí, Lucía. Mañana mismo partiremos.” Sin embargo, de
repente el rostro bello de la joven denotó una terrible aprehensión, y dijo, “¡Oh, Señor Lorry!¡Tengo tanto miedo!”
Poco
después, Lucía y Lorry embarcaron rumbo a Francia. Y tras una tranquila
travesía. Arribaron al puerto francés de Calais. Poco después, acompañados por
la señora Pross, Lucía y Lorry llegaron al arrabal de san Antonio, en la
capital de Francia. Una profunda tristeza se reflejó en los ojos de ella. Lucía
pensó, “¡Oh, Dios mío!¡Cuanta miseria!”
Conforme avanzaban por entre las callejuelas, las escenas de hambre y
desesperanza laceraban más y más el corazón de la joven, pensando, “¡Esos niños casi desnudos jugando entre la
basura!¡Qué espanto!¡Cuánto dolor!” Ambas mujeres se detuvieron, por
indicación de Lorry, frente a una sucia y vetusta posada. Lorry dijo, “Aquí es. Entremos.” Lorry agregó, “¿Aún tiene miedo Lucía?” Lucía dijo, “¡Oh, señor Lorry!¡Más que nunca!” Lorry
se dirigió al tabernero, “Señor Defarge,
soy el enviado de la banca Tellson. Ella es Lucía Manette.” Aquel hombre
grande y corpulento pareció alegrarse por la llegada de los viajeros, y dijo, “¡Oh, sí!¡Qué bueno que llegaron! Pasen,
pasen.” Defarge miro entonces a Lucía detenidamente, y dijo, “¡Es usted muy parecida a su difunta madre,
señorita Lucía!” Lucía dijo, “¿Conoció
usted a mi madre?”
Defarge
dijo, “¡Oh, sí! Yo serví en la casa del
doctor Manette y su esposa durante varios años.” En el rostro duro y fuerte
de Defarge, se dibujó una expresión de ternura, y dijo, “Cuando me casé con Teresa, el doctor Manette me regaló el dinero para
poner esta posada…¡Nunca dejé de agradecérselo!” Enseguida, una voz
femenina, ruda y malhumorada, le interrumpió, “¡Agradecer!¡Agradecer!¡Eres blando como la manteca!¿Qué tenias que
agradecer?” Y la señora Defarge con un gran trozo de carne en una mano, y
un enorme cuchillo en la otra, salió de la penumbra, diciendo, “¡Después de explotar a tu padre y a tu
madre toda su vida te dan una limosna y la agradeces!¡Puafff!¡Eres un cretino
Pierre!” En presencia de aquella mujer, y ante su profunda mirada de odio,
Lucía, sin saber porqué, bajó los ojos. Defarge dijo, “¡Teresa, por Dios!¡No digas eso!¡Esta joven es la hija del
doctor!¡Aquella niña!¿Recuerdas?” La respuesta de ella heló la sangre en
las venas de todos los presentes: “Si…¡claro
que la recuerdo!¡Ella debió morir; y no mi pequeña hija, que ahora tendría su
edad.”
Rápidamente
para evitar que su mujer continuara en aquella agresiva actitud, Defarge señaló
hacia un pasillo oscuro e invitó a los recién llegados a seguirlo, diciendo, “Bueno, bueno, será mejor que ustedes vean
cuanto antes al doctor. Vengan por aquí.” Lucía se estremeció al pensar que
su padre estuviera viviendo en aquel lugar inmundo. Defarge dijo, “Está aquí adentro. Enseguida abriré.” A
la joven le pareció incongruente que aquel antiguo criado tuviera encerrado
bajo llave a su padre, y pensó, “Pero…no
entiendo. ¿Porqué le ha encerrado la puerta con llave?” Defarge dijo, “¿No le ha explicado usted a la señorita el
estado en que se encuentra el doctor, señor Lorry?” Lucía exigió una
explicación a aquella extraña conducta, y dijo, “Señor Lorry, ¿Qué sucede? ¡Necesito saberlo enseguida!” Ya no
había tiempo para una explicación. La terrible verdad se develaba sola ante
Lucía, con dolorosa claridad. Defarge dijo, “Usted
misma puede verlo, señorita. Él estuvo encerrado muchos años. Su razón no
resistió. ¡Ni siquiera recuerda su nombre!” Defarge se aproximó
cautelosamente al anciano, diciendo, “Señor,
ha venido alguien que lo sacará de aquí, y que le quiere mucho.”
Aquel
hombre, por llevar tanto tiempo prisionero, no concebía la libertad, y dijo, “La puerta…cierra…¡cierra la puerta!” Y
con terrible gesto de súplica, enterrado ante la luz, pidió verse de nuevo
a oscuras y enclaustrado en aquel cuarto vacio, diciendo, “¡No, no!¡Por Dios, no!¡Tiene que estar cerrada!¡Mis ojos me duelen!¡Por
la virgen pura, cierren esa puerta!” Lucía miraba sollozando, con infinita
lástima, a su anciano padre; al que, durante veinte años, creyó muerto, y dijo,
“¡Oh, Dios!¡Haga lo que dice, señor
Defarge!¡Vuelva a cerrar la puerta!” Lucía estaba terriblemente confundida, y
pensó, “Ese pobre hombre, no tiene nada
en común con el padre que adoré de niña ¡Le quiero, sin embargo! Pero…¿Qué
puedo hacer ahora?” De pronto, Lucía tomó una resolución, “Señor Defarge, entrégueme la llave.” Defarge
dijo, “¿L-la llave señorita?” Lorry
creyó adivinar lo que ella se proponía, y se alarmó profundamente. Lorry dijo, “¡Lucía, no trate usted de conseguir cosas
imposibles! El doctor está enfermo. Hay que ponerlo en manos de otros médicos.”
Los ojos ya secos de la joven denotaban un carácter firme y una fuerte
voluntad, y dijo, “Ahora, por favor,
váyase. Debo estar sola con él por unos días. Tratare de hacerle perder el
miedo y aceptar de nuevo la compañía de otros.” La señora Pross se negaba
a aceptar tal decisión, y dijo, “No
permitiré que hagas eso, niña. Él está mal de la cabeza. Puede inclusive
atacarte.” Lucía dijo, “Lo haré de
todas maneras, nana. Así que no discutamos y cálmate. No me sucederá nada.”
Viendo que era imposible hacerla desistir de su noble propósito, Lorry y
Defarge se llevaron a la señora Pross. Lucía les dijo, “Cuiden solamente de traernos alimento, y ropa de abrigo. Si necesita
algo, lo pediré.” Lucía permaneció en el interior de aquel maloliente
cuarto, tratando de que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, y escuchando
los golpecitos que su padre daba a los zapatos con un martillo, como si fuese un
zapatero. Lucía pensó, “Dentro de unos
minutos podre distinguir perfectamente lo que hay aquí.” Poco a poco ella logro ver en la
tiniebla. Se aproximó a su padre, y posó su mano en el hombro de él, diciendo, “No te haré daño…¿Entiendes? He venido para
estar contigo, para ser otra prisionera.” Ella permaneció allí, con el
anciano, comportándose realmente como una prisionera más. Durmiendo y comiendo
en las rudimentarias condiciones en que él lo hacía. Mientras Lucía lo veía
comer, pensó, “Se atreve a comer en mi
presencia. Voy venciendo ya su aversión.” Con una enorme paciencia, Lucía
logró que su padre llegara a ver y sentir su cercanía como algo normal en su
vida diaria. Hasta el punto de permitirle colaborar con él en sus labores de
zapatero. Viviendo días y días prisionera en aquella cárcel voluntaria, compartiendo el silencio y la penuria en que su padre dejaba transcurrir las
horas, llegó a sentir una profunda ternura por aquel hombre, y por todos
aquellos que, como él, hubieran sufrido cautiverio.
Cuando
Lucía le hablaba, el doctor Manette parecía quedarse extasiado con su voz, como
haciendo un sobrehumano esfuerzo por reconocerla. Lucía le decía, “¿Vas a decirme ahora cómo te llamas,
compañero de celda?” Hasta que una tarde, él comenzó a repetir por toda
respuesta, “105, Torre de Norte, 105, Torre de Norte…” Agotada, sintiendo que aquella tarea de volver a la razón y al
mundo de los afectos a aquella alma solitaria y lacerada, era superior a sus
fuerzas, Lucía lloró entonces sin desconsuelo, pensando, “¡Oh, todo es inútil!” Cuando de pronto, sintió que una mano torpe
acariciaba con gran delicadeza los rizos dorados que caían sobre su frente.
Lucía dijo, “¡Oh!” Vio entonces, con
enorme alegría, cómo se reflejaban en los ojos del anciano, un vital
sentimiento de ternura. Lucía dijo, “¡Dios
mío!¡No lloraré más, no te preocupes…!¡Oh, soy tan dichosa!” Sin decir
nada, él metió su mano en la bolsa interior de la raída chaqueta, como buscando
algo. Lucía pensó, “Parece querer
enseñarme algún objeto que guarda.” En efecto, apareció en su mano una
pequeña bolsita de cuero. Lucía pensó, “¿Qué
será?” Sacó de la bolsita un mechón de cabellos rizados y rubios, que
contempló con gran ternura, pensando, “¡Eso
quería decirme! Esos cabellos deben ser míos o de mi madre…y los ha tenido
veinte años con él…” La emoción traicionó a Lucía, quien intentó abrazarlo
diciendo, “¡Padre, padre mío!¡Cómo has
debido sufrir!” También con lágrimas en los ojos, el doctor comparó su
tesoro con los rubios rizos de Lucía, y dijo, “M-mi n-niña…mi n-niña pequeñita…”
Desde entonces el anciano se dejó atender y cuidar por su hija, y fue
poco a poco acostumbrándose a la luz. Lucía le dijo un día, “¿Lo ves? Pronto podremos salir a dar un
paseo.” Un día, Lucía logró pacientemente que el doctor accediera a salir a
la calle que no había visto en veinte años. Lucía lo tomó de la mano y le dijo,
“Anda, ven. No tienes nada que temer.
Confía en mí, Padre.” Por fin Lucía decidió que su padre podía viajar. Se
despidieron de Defarge y se dispusieron a regresar a Londres, donde los Manette
fijarían su residencia. Al despedirse, Lucía dijo, “Gracias por haber protegido a mi
padre desde su salida de la prisión, y por haber avisado a la banca Tellsone.”
Defarge dijo, “Realmente, yo siempre
quise bien a la familia Manette y cuando supe que el doctor vivía, e iba a ser
liberado de la torre del norte, después de veinte años de prisión, le traje a
esta casa.” El tabernero parecía ser un hombre franco y sencillo. “No tardé mucho en investigar que la banca
Tellstone manejaba la fortuna de la familia. Y así pude dar con usted. Me alegro
que su cariño y su paciencia hayan podido hacer tanto por el doctor Manette.
Creo que a su lado se curará pronto.”
De
esa manera los Manette, Lorry y la señora Pross dejaron Paris, para volver a
Inglaterra. Cinco años después vivían tranquilos en una hermosa casa londinense,
donde Lorry los visitaba a menudo, y la señora Pross se ocupaba de las labores
domésticas. Aquella noche, como tantas otras, Lorry llegó de visita a casa de
sus amables amigos. La señora Pross dio la bienvenida a Lorry, “El doctor y la señorita Lucía le esperan en
la salita, señor Lorry, pase por favor.” Lorry dijo, “Gracias, señora Briggs. Tengo que darles una noticia.” El doctor
Manette estaba ya completamente curado, y Lucía vivía pendiente de él. El
doctor dijo, “¡Vaya Lorry, creímos que ya
no venia!” Lucía dijo, “Es cierto.
Suele usted ser puntual. ¿Qué lo retrasó tanto?” Lorry explicó el motivo de
su tardanza, “Recibí un mensaje de los
tribunales, en que se me cita como testigo para un juicio por alta traición.
Hay aquí además otra notificación para ustedes.” Al oír esto, Lucía
preguntó ansiosamente, “¿Se nos cita
también como testigos? ¿Y a quien se acusa como traición a la patria?”
Lorry dijo, “Aun tal Carlos Darnay.”
El rostro de la chica dejo traslucir súbita angustia, diciendo, “¡Carlos Darnay!¡No puede ser!” Lorry
dijo, “¿Qué sucede?¿Acaso usted lo
conoce?” Por la mente de la joven pasaron rápidamente escenas ocurridas
durante su viaje de regreso a Inglaterra, hacia justamente cinco años. Lucía
dijo, “¡Oh, sí! ¿No lo recuerda usted?
Viajó con nosotros cuando retornó a Francia.”
Lucía
siguió narrando lo que recordaba, “Era un
joven gentil y educado que solía charlar conmigo, mientras la señora Pross
cuidaba a mi padre en su camarote.” Lucía recordó cuando aquel hombre le
dijo, “Debe distraerse un poco Lucía. Me
parece que se preocupa demasiado por el doctor, y si continúa así, va a
enfermar usted también.” Lucía recordó, “Recuerdo
que me contó que huía de su familia y había renunciado a sus bienes. Prometió que
algún día me aclararía porque.” Lucía recordó cuando el hombre le dijo, “Espero que no desconfíe de mi, por haberle
dicho esto. En realidad, no puedo hablarle con la sinceridad que usted se
merece.” Lucía continuó narrando, “Mi
corazón me decía que aquel joven no era malo, y a pesar de su misterio, confié
en él.” Lucía recordó cuando le dijo, “No
se preocupe señor Darnay. Yo también he sido víctima de crueles destinos. No le
juzgo ahora ni le juzgare nunca.”
Lo
que sucedió después en aquel viaje, ya no fue dicho por Lucía a Lorry y a su
padre pero lo recordó en aquellos momentos vivientes. Recordó cuando Darnay le
besó la mano diciendo, “La ámo, Lucía. No
podría soportar que usted me juzgara.” Ella no hablaría a nadie de aquella pasión dulce y violenta que
vivió con Carlos Darnay, durante el resto de la travesía, diciéndole, “¡Oh, Carlos, es una locura, pero te ámo!¡Yo también te ámo!” Ni mencionaría su amargura al sentir que todo
terminaba en el arribo del barco a los muelles ingleses. Carlos le dijo, “Lucía, amor mío…no puedo ofrecerte nada
ahora. Soy un ser sin patria y sin bienes pero algún día la suerte me
favorecerá…” Ella había aceptado desde el principio que se trataba de una
relación condenada al fin. Aunque era doloroso que algo tan hermoso se
rompiera. Al despedirse, Lucía le dijo, “Por
favor…no hagas promesas. Todo ha sido maravilloso.” La última vez que lo
vio, fue todavía en la cubierta de aquella embarcación. Mientras ella, su padre
y la señora Pross bajaban al muelle. Lucía pensó, “Adiós amor mío.” Carlos pensó, “¿Sera
posible que no vuelva nunca más a verla?”
La
voz de Lorry la arrancó de sus queridos sueños, quien dijo, “Carlos Darnay…pero, ¿Cómo es posible que yo
no recuerdo ni su voz ni su rostro?” Lucía se levantó entonces a servir té
a su invitado, diciendo, “Es
natural…usted se pasó el viaje entero enfermo en su camarote, ¿Quiere el té con
crema o solo?” Lorry dijo, “Con crema
querida, ¡Y es verdad!¡Aquel viaje fue espantoso para mí! Tuvieron que sacarme
en camilla del barco. Sí, ahora me explico.” Llegó el día señalado para la
primera audiencia. La sala del tribunal supremo de la justicia británica estaba
repleta cuando el juez anuncio la apertura de la sesión. El juez dijo, “¡Que entre el acusado!” Carlos Darnay
entró en el recinto, custodiado por dos guardias. La acusación fue pronunciada
en voz alta: “Carlos Darnay, se le acusa
de alta traición a los intereses de su real majestad, el supremo monarca de
Inglaterra. Ya que usted ha venido prestando servicios a la monarquía de Francia,
país con el que estamos en guerra. ¿Se reconoce usted culpable?” Antes de
responder, los ojos del acusado se fijaron en los ojos húmedos y emocionados de
Lucía. Carlos Darnay pensó al verla, “¡Ella!¡Ella
aquí!¡Por fin vuelvo a verla, aunque sea en estas tristes condiciones!” El
juez se impacientó, “¡Responda Carlos
Darnay!¿Es usted o no es usted culpable?” Y el joven acusado respondió,
todavía con los ojos intensamente clavados en los de la muchacha, “¡Soy inocente!¡Juro que soy inocente!” Habló
entonces el fiscal, “En nombre del rey,
voy a probar a ustedes que este joven de apariencia noble y delicada es en
realidad un taimado malandrín que ha traicionado a Inglaterra, actuando en
poder de Francia, la patria de sus padres.”
El
primero de los testigos fue llamado a declarar, y el fiscal dijo: “El señor John Barrault, que fuera amigo del
acusado hasta enterarse de los planes siniestros de éste, nos dirá lo que
sabe.” El testigo habló, “Fui
contratado como secretario de Carlos Darnay, al ser nombrado éste ayudante del
señor Barrault, fabricante y vendedor de armas de guerra. Varias veces noté que Darnay ordenaba copiar
las listas del armamento que se vendía al ejército ingles, y se guardaba tales
copias. Sospeché que allí había algo extraño. Y lo vigilé.” Todos
escuchaban con solemne atención, “Supe
que viajaba continuamente a Francia, y enviaba también con frecuencia largas
cartas a sus amigos de allá. Me apoderé de sus de sus envíos, y los entregué a
la corte.” El fiscal entregó al juez, como prueba del delito, un conjunto
algo desordenado de papeles. El fiscal dijo, “He aquí la prueba del delito. Estos son los informes que el susodicho
Darnay enviaba a Francia, conteniendo datos respecto al armamento inglés.” Varios
repitieron más o menos las mismas acusaciones contra Darnay: “Yo que soy marinero, le vi en Calais
hablando misteriosamente con un militar Francés.” “Sé que él vivió en Francia
desde pequeño.” “Habla con desprecio del rey de Inglaterra.”
El
fiscal, de pronto, señaló a Lucía Manette, como testigo de cargo: “Suplico a la señorita que pase al estrado.”
Lucía pensó, “¿Yo? ¡Ese hombre
tratara de utilizarme para inculpar a Carlos!¡Y no podre hacer nada para
ayudarlo!” Y en efecto, el fiscal dijo, “Usted
conoció a Carlos Darnay en la travesía de Francia a Londres hace cinco años, ¿No es
verdad, señorita?” Ella dijo, “Sí, es
verdad. Nos conocimos en el barco.” Las preguntas eran malintencionadas, “¿Le habló él de los motivos que tenia para
venir a Inglaterra?” Lucía dijo,
“No…me aseguró sin embargo que eran honrados. Pero que no podía aclararme
entonces en qué consistían!” El fiscal continuó con aire de triunfo, “Doctor Manette, ¿Habló el acusado con
usted, respecto a su procedencia y sus proyectos?” El doctor dijo, “Lo siento…yo no lo recuerdo. En aquel
entonces me hallaba enfermo de la razón.” Terminados los interrogatorios,
el fiscal resumió su caso, “Creo que las
declaraciones han probado suficientemente la culpabilidad de Darnay. ¡Pido para
él la pena de muerte!” El grito angustiado de Lucía resonó por toda la
sala: “¡NOOO!”
Sin embargo, no todo estaba
perdido. El abogado defensor de Darnay se levanto de su asiento. “¡Pido a su señoría me permita ahora el
interrogar a los testigos!” Comenzó por hacer confesar a John Barrat los
motivos que tenia para guardar resentimiento contra el acusado. Barrat dijo, “Bueno, si…fui despedido porque él delató
ante el señor Barrault mi negligencia.” E hizo caer en irrisorias contradicciones al resto de los testigos. Uno de ellos dijo, “B-bueno…si…en realidad aquel podía ser un
militar austriaco.” Otro dijo, “Su
madre era francesa y quedó huérfano cuando niño, si.” Y otro dijo, “Bueno…lo que le escuché decir fue que Jorge
Washington llegaría a ser un personaje histórico más importante que el rey de
Inglaterra actual…” Llegó una vez más el turno de Lucía. El fiscal dijo, “Señorita, es obvio que usted no desea decir
nada para inculpar a Carlos Darnay, ¿Le cree realmente usted un traídor a la
patria?” Lucía dijo, “¡Oh, no señor!
Llegué a conocerlo muy bien durante la travesía y es una persona de nobles
sentimientos y elevados ideales.” Fue entonces que el defensor reveló los
secretos de Darnay: “El joven Darnay se
llama en realidad Carlos de Saint Evremont y es sobrino del Marqués de
Evremont, ilustre y poderosos personaje de la corte francesa.” Mientras el
defensor aclaraba el pasado de Darnay, el doctor Manette comenzaba a
comportarse de manera extraña, diciendo, “Torre
del Norte, Torre del Norte…105…Torre del Norte…” Afortunadamente todos se
hallaban embebidos en lo que el defensor narraba con gran poder de
convencimiento: “Muerto el padre de
Carlos, cuando éste contaba apenas doce años de edad, él y su madre fueron a
vivir con su tío.”
El fiscal siguió narrando
cuando el tío de Carlos los recibió en su llegada, “¡Claudette querida!¡Estas tan pálida! Aquí tendrás que dejarte de
tristezas y divertirte como todos nosotros y este pequeño, en lugar de un
‘gentleman’ sombrío como su padre, será un alegre y galante miembro de la
corte.” El fiscal siguió narrando, “La
madre de Carlos ingresó, poco tiempo después, en un convento, y el pequeño
quedó exclusivamente al cuidado del marqués. El marque había procreado solo una
hija y era viudo. Así que tenía en mente casar a Carlos con Elvira, su
heredera, cuando los dos tuvieran edad suficiente para ello. En una ocasión, el
tío de Carlos les dijo, mientras comían en la mesa, ‘He contratado a una
institutriz alemana para ustedes. La que tenían era inglesa. Y ahora no está de
moda que los niños aprendan anglosajón.’”
El fiscal continuó con la narración, “Carlos
creció, pues en el marquesado de Saint Evremont, A él le agradaban la lectura y
los paseos solitarios. Elvira, sin embargo, era una alegre y frívola criatura,
entregada por completo al bullicio y los placeres de la corte, diciendo, ‘¡Ja,
ja, ja! Quizá en el baile de esta noche me decida a darte el beso que me pides,
Jaques…¡Oh, pero no te fíes de mi, pues tal vez me decida por Jean…¡Oh, Ji, Ji,
Ji!¡Mira que cara ha puesto!’En el palacio del marquesado se daban continuamente
fiestas, en las que derrochaba lujo y fastuosidad. El marqués solía invitar a
su casa a los más poderosos personajes de la corte. Ella decía al verlos llegar, ‘Diviértanse,
diviértanse, sonrían y bailen…para eso los he invitado.’ Y mientras tanto, la
miseria y la muerte se enseñoreaban de las gentes que habitaban los barrios más
tristes de París. En las tierras de labranza que rodeaban el castillo, la
siembra no se realizaba porque el marqués quería tener pastos suficientes para
sus caballos de raza pura. Y los campesinos morían de hambre, diciendo, ‘Esta
noche, mis hijos comerán solo raíces silvestres.’ Al joven Darnay no le pasaba
desapercibida la cruel indiferencia de los nobles por la suerte de los
desdichados, pensando, ‘¡Oh, esta pobre gente debe odiarnos!¡Y no les falta
motivos para ello!’ Fue así como Carlos Darnay comenzó a trabar contacto con
algunos escritores y artistas franceses, en cuyas juntas se discutía el estado
social de las cosas, diciendo, ‘Yo creo que nuestro futuro está en el
enciclopedismo, que algunos escritores como Voltaire postulan.’ El joven Jean
Gabelle, hijo de uno de los sirvientes del palacio, acompañaba siempre a
Carlos. En una de las reuniones intelectuales Carlos le dijo a Gabelle, ‘¿Quién
es aquel hombre, Jean?’ Gabelle era inteligente y rebelde. Y desde niño se
había interesado en las cuestiones intelectuales. Gabelle le dijo, ‘Es Dennis
Diderot, uno de los ideólogos del nuevo movimiento de ideas, al que llaman
enciclopedia.’
“Una tarde Carlos fue invitado por su tío a ir
con él hasta París, que no quedaba muy lejos de su palacio. Al subir a carruaje
el tío dijo, ‘Volveremos a tiempo para la cena, sobrino.’ Los carruajes de los
nobles solían correr a toda velocidad por las populosas calles de los barrios
parisinos, aterrando a los transeúntes que se apresuraban a esquivar los cascos
de los caballos. Y aquella tarde, como cualquier otra, los niños jugaban
despreocupadamente por la calle. Uno de aquellos pequeños, de apenas ocho años
de edad, fue arrollado por el carruaje de Saint Evremont. Cuando logró detener
la loca carrera, era ya demasiado tarde. Asomándose por la ventanilla del
carruaje, el tío dijo, ‘¿Qué sucede?¿Por qué nos hemos detenido Pierre?’El
cochero dijo, ‘¡Oh, señor!¡Pobre criatura!¡La hemos arrollado!’ El padre de la
criatura atropellada, con el cadáver sangrante de esta en los brazos, la presentó
al marqués y a Carlos, diciendo, ‘¡Miren lo que han hecho con mi pequeño hijo!’
El marqués entonces con aire displicente puso una moneda de oro sobre el cuerpo
del niño muerto, ante la mirada atónita del pobre hombre, diciendo, ‘Toma. Así
podrás comer algo…de todas formas la vida no le deparaba a tu hijo más que
miserias.’ Carlos no podría olvidar nunca más la mirada rencorosa y dolorida de
aquel hombre, y el tío dijo, ‘¡Cochero, adelante o llegaremos tarde al
palacio!’ En el momento de avanzar el carro, el joven recibió en pleno rostro
un proyectil que le sangró en la mejilla. Era la misma moneda de oro que el marqués
había entregado a su víctima, la cual estaba ahora manchada con su sangre.
Carlos dijo, ‘Ha sido esto lo que me ha
golpeado, tío.' El poderoso marqués se indignó, diciendo, ‘¡Esos bellacos
ineducados!¡Te digo que no puede uno ser benigno con ellos!¿Te das cuenta? Le
doy una limosna y ahora te la arroja para herirte en la cara. ¡Hay que
tratarlos con mano dura!’ La herida que aquella moneda causo a Carlos, fue mas
profunda en su mente, que en su delicada piel, y dijo, ‘La muerte de ese
niño…no tiene ningún sentido. Nada de esto tiene ningún sentido.’ Ante la
sorpresa de su tío Carlos ordenó a su tío que se detuviera, ‘¡Para los caballos
Pierre!¡Voy a bajarme!’ El marqués dijo, ‘¿A bajarte?¿Qué te sucede
sobrino?’Las palabras del muchacho afrentaron poderosamente al señor, ‘Me
parece infame que pases sobre el tierno cuerpo de un niño con tus caballos, y
que sigas tu camino hacia palacio tan tranquilo…¿Es que no te das cuenta de que
has cometido un asesinato?¡Has segado la vida de ese pequeño!¡Luego, has dado
una limosna a su padre. Lo que solo ha servido para humillarlo más. ¡Yo no
quiero ser cómplice de tal infamia!’ En aquel momento Carlos volcó toda la ira
acumulada durante años, contra la indiferente tiranía de su pariente más
cercano, diciendo, ‘Por tu culpa han muerto muchos de los campesinos del
marquesado. Ya que les impides sembrar para dar el pasto a tus caballos. Solo
piensas en las intrigas de la corte, y en las pequeñas miserias de los
cortesanos, cuando a tu alrededor la gente sufre y muere por tu estúpida
ambición.’
Ante la furia de Carlos, el marqués solo respondió
con sarcasmo a todas sus acusaciones, ‘De manera que me reprochas que cuide mis
propiedades y mi poder, que sea enemigo de la vulgaridad de la plebe…Tú,
que vives de mi pan y mi palacio!¡Va!’Las palabras soberbias del tío encerraban
una terrible amenaza, diciendo, ‘Todo lo que has dicho te convierte en mi
enemigo. Reservaba para ti lo mejor de mi herencia. Incluso, la mano de mi
hija. Has disfrutado de una inmejorable educación, de comodidad y de afecto
dentro de mi casa. Has disfrutado de mi fortuna, pero no deseas compartir mis
culpas…¡Muy cómodo de tu parte, Carlos! Pero has de saber que el poder y la
culpa van en un solo paquete. Y que has elegido el vacio, la miseria. ¡Y mi
enemistad para siempre!’Carlos se bajó del carruaje y mientras se alejaba el
carruaje, aún escuchó la voz de su tío, ‘Has bajado de mi carruaje…¡Y te
quedaras ahí en la calle!¡A ver si en ella encuentras la paz y la justicia que
buscas!’ Fue así como Carlos dejó para siempre el apellido Saint Evremont para
llamarse solo Darnay, como su madre. Y emprendió la travesía para Inglaterra,
huyendo de la venganza de su tío.”
El abogado defensor terminaba así de narrar la historia de Carlos Darnay, “Por eso no pudo decir, en aquel barco, a
que se dedicaría en Inglaterra. Ya que contaba con hallar a algunos amigos de
su padre. Pero ignoraba la suerte que le aguardaba.” El defensor ayudó a
Lucía a bajar del estrado, diciendo, “Creo
que todo lo que he dicho, y lo cual puede comprobarse, además de la falta de
moral y convicción de los testigos del fiscal, anulan la causa contra Carlos
Darnay. Gracias por su testimonio, señorita.” Pero en ese momento, sin que
nadie le diera tiempo de detenerlo, el doctor Manette, enloquecido, saltó sobre
Carlos Darnay, dispuesto a matarlo, diciendo, “¡Tú!¡Maldito carcelero!¡Tú acabaste con mi vida!¡Y así acabaré con la
tuya!” Lograron separar al doctor de Darnay, pero aún la mirada del ex
prisionero seguía siendo de intenso odio hacia el muchacho. El fiscal detuvo al
doctor diciendo, “¡Por Dios, doctor, cálmese
ya!” El doctor dijo, “¡Fue él!¡Fue él
quien me encerró en la torre!¡Saint Evremont!¡Fue él!” Lucía no pudo
resistir la idea de que su padre hubiera vuelto a perder la razón, y cayó
desmayada en medio de la sala. Un joven alto y delgado, muy parecido a Carlos
Darnay, levantó en brazos a la muchacha, y salió con ella fuera de la sala.
Cuando
ella volvió a abrir los ojos, dijo, “¡Carlos!”
Pero no se trataba de Darnay. El hombre dijo, “L-lo siento señorita Lucía…soy Cartone, ayudante del defensor.”
Lucía se incorporó y Cartone le ofreció un vaso de agua, diciendo, “No entiendo, ¡Usted se parece tanto a
Carlos!¿A dónde me ha traído?” Cartone dijo, “Estamos en un saloncito del tribunal. No se preocupe. Su padre está
siendo atendido.” En esos momentos, el alterado doctor Manette, era
conducido por Lorry y un par de enfermeros hacia una clínica. Mientras el
fiscal ayudaba a llevarlo, dijo, “Tendrá
que volver al tratamiento, ¡Qué Barbaridad!” Cartone y el abogado defensor
de Darnay se hicieron cargo de Lucía. El abogado defensor le dijo, “Carlos ha sido absuelto, señorita Manette. Siento mucho lo de su
padre. Ahora, si nos permite, la llevaremos a su domicilio.” Lucía no
dejaba de admirar el extraño parecido que había entre Sydney Cartone y
Carlos Darnay, diciendo, “¿Son ustedes
amigos o parientes de Carlos?” El abogado defensor le dijo, “No señorita. Yo soy defensor de oficio y
Cartone es mi ayudante.”
Ella estaba lejos de imaginar que aquel joven tan semejante a su amado
era en realidad un ser brillante, superdotado, que se veía obligado a realizar
un trabajo arduo y difícil con el que el otro salía a lucirse. Desde niño, su
extremada sensibilidad, le había hecho parecerse débil y ser el blanco de los
abusos de los demás. Un niño solía decirle, “¡Lo
que pasa es que eres un cochino tartamudo!” Él decía, “¡N-no e-es ci-cierto!” Los
demás niños reían. Estudió la carrera con enormes penurias. Solía trabajar
durante el día de mesero en una taberna, tras haber estudiado la noche entera.
Todo para que ya siendo abogado, encontrára colocación solamente como ayudante
de un defensor de oficio que le hacía realizar toda la tarea, para luego salir
airoso, gracias al talento y al esfuerzo de Cartone en los tribunales. Mientras
su patrón abogado se iba con una dama, le decía, “Hasta la vista amigo. Procura terminar eso hasta mañana.” Cuando Cartone conoció a Carlos Darnay, le pareció estar ante una imagen idealizada de sí
mismo, como si se encontrára por fin con la realización de los que siempre había
querido ser, pensando, “¡He allí lo que
yo pude haber sido, de haber nacido en el seno de la aristocracia!” Desde
ese momento sintió una gran simpatía por su doble, y se propuso salvarlo de
cualesquier acusación que hubiera caído sobre él, pensando, “No sé porqué siento una gran confianza en
este joven, tan semejante a mí.”
Al
despedirse, Cartone, siendo llevado por un impulso irresistible tomó la mano de Lucía
y la besó. Lucía pensó, “¡Oh, por un
momento me pareció estar frente a Carlos!” Pero el inevitable tartamudeo de
Cartone sacó bruscamente a la joven de su ensueño, “No-nos ve-ve-veremos pronto se-señorita Manette,” Ella dijo, “¡Oh, sí, sí, claro!” Posteriormente,
al hallarse sola en su alcoba, Lucía se echó a llorar, pensando, “¡Oh, Dios mío!¡Volveré a encontrar a
Carlos y descubrir al mismo tiempo que por causa de él o de su familia mi
padre perdió la razón!” Darnay por su parte, caminaba triste por una calle
de Londres, pensando, “Lucía…la he
hallado de nuevo, y la he perdido definitivamente. Nunca me perdonará por
pertenecer a la familia Saint Evremont.”
Mientras
tanto, en Francia estallaban las revueltas populares que comenzarían con la
toma de la Bastilla y culminarían con una verdadera revolución. Los Defarge, tras
de la toma del poder por los revolucionarios, formaban parte de un tribunal
popular. Una de las mujeres rebeldes dijo a la multitud, “El castillo de Saint Evremont ha sido devastado y yo misma busque al
marqués por todas partes, pero el muy canalla había huido.” Los vecinos del
arrabal de San Antonio ignoraban que el astuto marqués, avisado del peligro, se
había disfrazado de mendigo, y había logrado llegar hasta Calais, donde embarcó
para Italia, pensando mientras subía al barco, “¡Je!¡Logré burlar a eso miserables!” Pero también ignoraban que
aquel barco, en el que el tirano creía estar a salvo de la muerte, naufragó en
mar abierto, sin que uno solo de sus tripulantes quedara vivo. Sedientos de
venganza, las víctimas del marqués habían ideado un plan para cebarse en Carlos
Darnay. Una mujer de la multitud dijo, “Nos
queda el sobrino consentido del marqués. Está en Inglaterra pero le haremos
venir, comunicándole que Gabelle está preso, y le necesita.” Otro de los de
la multitud dijo, “¡Sí!¡Sí!¡Que venga!”
En
Londres, Lucía Manette atendía a su padre postrado en cama, diciendo, “Bebe esto papá. Te hará bien” El
doctor, postrado en cama solo decía,
“Torre del Norte 105, Torre del Norte 105.” Sydney Cartone visitaba frecuentemente
la casa de los Manette, diciendo. “¿Có-cómo
si-sigue el doctor Lu-Lucía?” Ella le dijo, “Igual Cartone, pero quédese, y hágame compañía. Le ofrezco un poco de
té.” La amistad entre los dos jóvenes fue haciéndose cada vez más estrecha.
Sentados a la mesa, tomando el té, ella le dijo, “Te confieso que aún amo a Carlos Cartone, pero no se…creo que nos
separa la desgracia que su tío le causó a mi padre.” El amor pleno y
desinteresado de él conmovía hondamente a Lucía, quien decía, “Tú tiene casi la misma cara de Carlos, pero
tu mirada es más triste y tu sonrisa tímida y amarga.” Y cuando aquella
corriente de mutua comprensión se hacía más y más intensa, la voz de la señora Pross resonó en la estancia, “¡Lucía!¡Tu
padre te llama!”
Lucía
fue ante su padre, quien yacía en cama. Tomando una mano de su hija entre las
suyas, el doctor, que parecía haber recobrado la lucidez, comenzó a hablar,
lenta y pausadamente, “Hija…he recordado.
Al fin he recordado todo.” El doctor comenzó a narra su historia, “Todo comenzó un día en que recibí un
mensaje del marques de Saint Evremont, rogándome atender a su esposa que había
caído enferma. Después de leer la carta, yo te dije a ti, que eras una
chiquilla, ‘Siento dejarte sola ahora que tu madre ha ido a Londres, hijita,
pero tengo que salir.’ La señora marquesa agonizaba y, ahogada por la culpa, me
habló en sus últimos momentos de la infinidad, de crímenes cometidos por su
temible esposo, diciendo, ‘Dígalo usted al rey, doctor. Es necesario que
alguien ponga fin a este infierno.’ Salí de esa recamara tras expirar la
marquesa, reflexionando respecto a los horrores que ella me había narrado, y a
la necesidad de denunciarlos, pensando, ‘Tiene razón. ¡Esto es inaudito!’ Entonces
varios hombres me sujetaron violentamente, diciendo uno de ellos, ‘¡Dése preso,
doctor Manette!’ Y yo solo dije, ‘¿Eh? P-pero…¿qué se propone?
Apareció entonces ante mí, el causante de tantos
infortunios, diciendo, ‘Esta usted acusado de asesinar a mi esposa, doctor…no
se resista. Tengo cien testigos que pueden jurar que usted la envenenó.’ Traté de resistirme a aquella nueva infamia, pero era inútil. Atado de mano le dije,
‘¡No puede hacer esto!¡Diré a todo el mundo respecto a sus crímenes y a su
tiranía!’El hombre solo dijo, ‘¡Ja, Ja, Ja!¡Usted no dirá nada, doctor!¡Ahora
es mi prisionero!’ Fui entonces encerrado en lo alto de la torre del norte del
castillo de Evremont, precisamente en una celda que no sé porque, tenía el
número 105, grabado con letras doradas en el marco de la puerta. Así pase 20
años de mi vida, en la oscuridad, comiendo pan y bebiendo agua inmunda, sin
hablar con nadie, sin asomarme nunca al exterior. Un día, un pobre zapatero
remendón fue arrojado en mi celda. Fue el único compañero de prisión que tuve
en todo ese tiempo. Me enseñó el oficio de zapatero que podía ejercer en
aquella oscuridad, y murió al poco tiempo, dejándome otra vez completamente
solo. Creo que perdí la razón cuando los carceleros sacaron el cuerpo de aquel
hombre de la celda, y supe que el resto de mi vida lo pasaría en aquel
espantoso horror.’
Lucía lloraba conmovida al escuchar las palabras de su padre, diciendo, “¡Cuánto has sufrido!¡Cuánto!” El doctor
dijo, “Querida…ahora que lo he recordado
todo claramente de nuevo, creo que debo decirte algo más.” El doctor sabía
que lo que tenía que decir, alegraría el corazón de su hija, “Ese joven Carlos Darnay…no tiene culpa
alguna de lo sucedido.” Al sentir que sus emociones más secretas eran
descubiertas por su padre, Lucía enrojeció. Su padre dijo, “Sé que lo amas y no es justo que le guardemos rencor por un crimen que
él no cometió.” En ese preciso instante, Cartone recibía un mensaje que ponia en su rostro gran excitación, diciendo, “¡No
puede ser!” Bajó entonces Lucía del aposento de su padre, radiante por la
felicidad, y al ver a Cartone le dijo, “¡Cartone!¿Se
va usted?” Tartamudeando más que de costumbre por la emoción, él trató de
explicarle, “Pre-preso de nuevo…él e-está
pre-preso en Francia.” Ella no sabía
aún de que se trataba, y dijo, “¡Por
Dios, no le entiendo!¿Quién está preso?” Le extendió entonces el mensaje
que había recibido, diciendo, “to-to-me…le-lea.” Ella dijo, “si.” La carta lo decía claramente. Se
trataba de Carlos Darnay, “Viaje
inmediatamente a Paris. Darnay nos llama. Está preso de los revolucionarios. Repórtese en el despacho.” Cartone comprobó con tristeza el intenso
dolor que aquel mensaje producía a su amada Lucía, pensando, “¡Su corazón pertenece a Carlos!¡No hay para
mi ninguna esperanza!” Enseguida, una generosa promesa salió de sus labios,
“Lucía…no quiero verla tan triste…no se
preocupe. Yo le salvaré. Sé que usted le ama. Y yo haré lo que sea por lograr
que ustedes vuelvan a reunirse y sean felices.” Los ojos de ella estaban,
una vez más, llenos de lagrimas, diciendo, “Hágalo,
Cartone…¡Por lo que más quiera salve a Carlos Darnay!” El abogado se alejó
de aquel lugar, con las palabras de ella clavadas en el corazón, pensando, “¡Por lo que más quiera!¡Claro que sí!¡Lo
que más quiero eres tú Lucía!”
En Paris, Carlos Darnay se enfrentaba a las ansias vengativas de las
victimas de su tío. Y una de sus más furibundas acusadoras, era la robusta
señora Defarge, quien le decía, “Este
refinado caballerito es el heredero de Saint Evremont...y, por tanto, debe
morirse en la horca.” La mujer comenzó a hablar al jurado de los motivos de
su resentimiento, “Mi hija… mi pequeña
hija de solo tres años, murió por culpa del maldito marques.” La mujer
narró la historia, “Una noche, mi niñita
enfermó y el único médico de los alrededores la atendía, diciendo, ‘Hay que
vigilarla, mujer. Es muy pequeña, y si viene una complicación no lo resistirá.’
Entraron entonces los esbirros del marqués, diciendo uno de ellos, ‘Doctor, la
pequeña Elvira está enferma. Tiene que venir enseguida al castillo.’ Supliqué
al doctor que permaneciera al lado de mi hija, diciendo, ‘Por favor doctor…no
la déje. Usted mismo dijo que corre peligro. El marque puede enviar por otro
médico para la pequeña Elvira.’ El doctor trató de hacerles ver que estaba
atendiendo a una enferma, pero se lo llevaron a rastras, en mi presencia. El
doctor decía, ‘No…esperen. Debo quedarme aquí…¡Suéltenme!’ Uno de los hombres
dijo, ‘¡Usted vendrá con nosotros!¡Y no hay nada más que decir!’ Al poco rato
mi pequeña murió. El médico regresó algo más tarde, pero ya no había nada que
hacer. Solo le dije al doctor, ‘¡Ese marqués está loco! Elvirita solo tenía un
poco de gripe, y yo…¡Oh Dios mío!’ El día que prendimos fuego al castillo de
Evremont, fui tan feliz como cualquiera de ustedes. Llevé a Elvira hacia una de
las más lujosas salas, diciendo, ‘¡Ahora padecerás, como padeció mi hija, que
debiera tener tu edad!’ La niña me decía, ‘¡Suélteme!¡Por Dios, tenga piedad de
mi!’Me aseguré de que aquella jovencita presuntuosa no escapara a su destino.
Le cerré la puerta con llave diciendo, ‘¡Más vale que te resignes a morir!’ La
niña gritaba, ‘¡Abra, por piedad!¡Déjeme salir!’Aún escuché sus gritos de
auxilio cuando bajé para escapar del fuego, que ya invadía el castillo.”
El padre de aquel niño muerto por los caballos de Evremont, en plena
calle, también señaló como culpable a Carlos: “Tú al menos vengaste la muerte de tu hija! Pero mi pobre Pablo fue
arrollado por el carruaje del marqués…¡Y éste hombre iba con él!” Un coro
de voces furiosas de alzó gritando improperios contra el acusado: “¡A la horca!¡Muera el heredero!¡Hay que
acabar con esta estirpe de asesinos!” Fue entonces que llegaron Cartone y
el defensor a la asamblea, diciendo, “¡Señores!¡Por
Dios!¡Orden!¡Justicia para el acusado!¡En Francia nadie ha querido defender a
Carlos Darnay! Pero yo estoy dispuesto a hacerme cargo de su caso.” La
gente miró con suspicacia a los recién llegados. Pero todos volvieron a
sentarse. El defensor dijo, “Debo
solicitar a la asamblea que se dé una oportunidad al acusado…” Los ánimos
volvieron a exaltarse. Uno de la multitud dijo, “¿Acaso el marqués nos dio alguna vez una oportunidad para no morir de
hambre?” Otro gritó, “¡No le daremos
a ese bastardo oportunidad de volver a tiranizarnos!” El defensor trató de
imponerse aludiendo a las leyes, “Señores,
les recuerdo que esto es un juicio…no un lugar para ventilar rencillas y
decidir venganzas.” De pronto, un cuchillo de cocina, que nadie supo nunca
de dónde provino, atravesó la espalda del defensor, quien dijo, “¡Y-yo…!¡Aaagh!”Al ver esto, Cartone
decidió salir rápidamente de aquel lugar.
Mientras
tanto, en Londres, Lucía Manette recibía dos cartas. Al verlas, dijo, “¡Las dos vienen de París!¡Dios mío!”
Una de ellas era del propio Defarge, “Comunicamos
al doctor Alejandro Manette y a su hija Lucía, que el descendiente único del
Marqués de Saint Evremont, Carlos Darnay, ha sido condenado a muerte. Por
tanto, la infamia de que fueron víctimas, ha quedado vengada. S. Defarge.”
Temblando sin poder casi leer por el dolor, Lucía abrió la otra misiva, “Carlos no morirá. Voy a hacer algo casi
imposible. Sonría, y no me olvide.”
Darnay,
en una mazmorra, esperaba el cumplimiento de su sentencia, pensando, “mañana, al amanecer, todo habrá cesado.
Deseo que llegue el momento. ¡Esta esperanza es horrible!” El tiempo transcurría con lentitud perversa. En un pasillo cercano, dos sombras se agazapaban. Una era
Cartone, quién permaneció en la oscuridad mientas la guardia iba a ser
relevada. La otra era del, quien llevó comida y bebida al prisionero, diciendo, “Tome esto, Darnay. Debe comerlo ahora, pues
tengo de retirar enseguida las vasijas.” Carlos Darnay regreso las vasijas al
relevo, y dijo, “¡Gracias guardia, he
bebido ya!” Uno de los guardias que era calvo dijo, “Procúre descansar. Mañana terminará todo!” El relevo se sentó en
el banco, mientras el calvo se alejó con su mojada peluca en la mano. El relevo
le dijo, “Tomaré tu lugar Pipo.”
Cartone aguardaba el momento de realizar sus planes. Pipo dijo, “Hasta mañana.” El relevo dijo, “Que duermas bien.” Fue entonces que la
sombra se puso en movimiento. Entonces el relevo dijo al ver la sombra, “Debe estar ya dormido. El soporífero que le
di es potente.” La sombra dijo, “Ahora
te encargaras de que sea llevado al barco, con rumbo a Londres, como hemos
convenido.” Así el plan de Cartone se consumió. Cartone dio unas monedas al
guardia y dijo, “Toma, y llévatelo ahora
mismo.” El guardia dijo, “Mis amigos se encargaran de lo demás,
descuida.” Lo imposible había sido realizado. A pesar de la fuga, había aún
un prisionero en la celda de los condenados a muerte. Cuando el guardia cargó
en su lomo a Carlos Darnay, narcotizado, Sydney Cartone pensó al verlo, desde su nueva celda,
pues había tomado su lugar, “Allá va él,
que es quien puede hacer dichosa a mi amada.”
Al amanecer Cartone sería
sacrificado en lugar de Darnay. Y Carlos, muchas horas después, despertaba en
la cubierta de un barco, diciendo, “¡Oh,
mi cabeza! P-pero…¿Qué es esto?¿Dónde estoy?” Un marino ingles le ofrecía,
y le decía, “Esta usted en la goleta
‘Dorian,’ que llegará a Londres dentro de unos días. Beba si quiere. Le hará
bien. Al parecer un milagro le ha salvado de morir en la guillotina, amigo.”
Darnay no podía comprender, y dijo, “Si…yo
debía morir…debía haber muerto al amanecer, pero ¿Cómo llegue hasta este
barco?” El marino le extendió entonces un misterioso lacrado, y dijo, “Tóme. Quien pagó porque le trajéramos a
bordo, nos dio esto para usted. Supongo que en éste sobre encontrará respuesta
a sus peguntas.” Carlos leyó y releyó varias veces aquellas cartas,
conmovido hondamente por su contenido, y dijo, “Solo nos vimos unos cuantos días, ¡Cómo pudo llegar a estimarme
tanto!” Carlos leyó, “Siento que al morir en su lugar, vivo al
menos un poco de la vida que me hubiera gustado vivir. He podido, al menos una
vez en mi experiencia, hacer gala de la generosa nobleza que quise tener
siempre. Reúnete con Lucía. Házla feliz. Ella te espera. No hay ya rencores que
obstruyan la felicidad de ustedes. No me recuerden con tristeza, sino con amor.
Cartone.”
Lleno de nuevas esperanzas, Darnay bajó de aquella embarcación en los
muelles ingleses, pensando, “Nunca creí que
volvería a ver las casas y las gentes de Inglaterra.” Poco después tocaba
la puerta de la mansión de los Manette. El doctor Manette en persona le
recibió, ya completamente restablecido, diciendo, “Pase, pase, Darnay. Acepte mi mano de amigo.” Pasaron a sentarse
ambos. Entonces el doctor dijo, “Recibimos
apenas esta mañana la carta en que se nos anunciaba su llegada…mi hija aún no
sabe que usted se ha salvado.” Sydney Cartone había enviado también aquella
misiva, dirigida a Lucia, para explicarle cómo era que había salvado a Carlos Darnay. Darnay pudo constatar que aquel hombre, que sufriera tanto a causa
de su tío, había recuperado por completo el uso de sus facultades, y no animaba
hacia él animadversión alguna. El doctor dijo, “Lucía no tardará en llegar…” Y en efecto: “Papá…esa capa que hay en el recibidor…¡Oh, Dios mío!” Los jóvenes
se lanzaron, espontáneamente, uno en brazos del otro. Lucía dijo, “¡Carlos!¡Era verdad, has vuelto!” Carlos
dijo, “¡Ha sido un milagro Lucía!”
La
boda se celebró pronto. Y ese mismo día, Lucía y Carlos dejaron caer en el mar
dos hermosas azucenas en memoria de Cartone, el más dulce, humilde y generoso
de los amigos.
Tomado de Novelas Inmortales,
No. 190. Año IV Julio 8 de 1981. Adaptación: Dolores Plaza. Segunda Adaptación:
José Escobar.