Sófocles nació en Atenas, Grecia, en el año de 496 a. C. y murió en Atenas, en al año de 406 a. C. Sófocles fue un poeta trágico de la Antigua Grecia. Autor de obras
como Antígona o Edipo Rey, se sitúa, junto con Esquilo y Eurípides, entre las figuras
más destacadas de la tragedia griega. De toda su
producción literaria sólo se conservan siete tragedias completas que son de
importancia capital para el género.
Las principales fuentes de las que
proceden sus datos biográficos son la Vida de Sófocles escrita
por un anónimo en el siglo I, además de fragmentos dispersos que se pueden
encontrar en las obras de Plutarco, Ateneo, Aristóteles y
otros autores. La Suda también le dedicó un breve artículo.
Otros autores de la Antigüedad, entre los que se puede destacar a Duris de Samos,
escribieron también sobre él, pero sus obras no se han conservado.
Sófocles nació en Colono, una aldea
cercana a la ciudad de Atenas, dentro de una familia de posición acomodada, en 497
o 496 a. C., según datos de la Crónica de Paros, o en
495 a. C., según el anónimo autor de la Vida de Sófocles.
Era hijo de Sófilo, un fabricante de armas. Uno de sus maestros fue Lampro, que
lo instruyó en la danza y le enseñó a tocar la lira. A los 16 años estaba al
frente del coro que celebró con un peán la victoria de la batalla de
Salamina, en el año 480 a. C., donde
también participó Esquilo como combatiente y el mismo
año que nació Eurípides.
Se le atribuía belleza física pero
voz débil. Le gustaban los ejercicios gimnásticos, la música y la danza. Algo
más tarde del año 460 a. C. se casó con Nicóstrata, con quien tuvo un
hijo: Iofonte, que se dedicó también a la tragedia.
Ya con 50 años se enamoró de una meretriz, Teóride de Sición. Con ella tuvo a
Aristón, que a su vez fue padre de Sófocles
el Joven, por quien Sófocles sentía gran estima y que llegó a ser también
escritor de tragedias. La Suda menciona los nombres de otros
tres hijos de Sófocles de los que no existen más datos.
Participó activamente en la vida
política de Atenas: en 443 o 442 a. C. fue el heletómano,
cargo que desempeñaba la persona dedicada a administrar el tesoro de la Liga de Delos. Gracias,
en parte, al éxito de su obra Antígona,
representada en el año 442, fue elegido estratego, cargo que desempeñó por primera
vez durante la Guerra de Samos bajo la autoridad de Pericles, pero la
flota que dirigía fue derrotada por Meliso. Es posible que también fuera
estratego en el conflicto contra los habitantes de Anea del
año 428 a. C. y en 423/422 a. C., en época de Nicias. En 413-411 a. C.
perteneció al Consejo de los Diez Próbulos, formado en
Atenas tras el fracaso de la Expedición a
Sicilia. Según el biógrafo anónimo de su vida, no se distinguió especialmente
por sus dotes como político pero amó su ciudad y rechazó invitaciones de
autoridades importantes de otras ciudades con tal de no abandonar Atenas. Un
relato anecdótico contaba que, habiendo desaparecido una corona de oro de la Acrópolis, Heracles se le
apareció a Sófocles y le indicó donde se hallaba esta. Después de que la joya
fue recuperada, Sófocles empleó la recompensa que recibió en construir un
santuario dedicado a Heracles denunciador.
Según la Suda fue
autor de 123 tragedias, pero el anónimo autor de la Vida de Sófocles dice
que Aristófanes
de Bizancio conoció 130 obras atribuidas a Sófocles pero
consideró apócrifas 17 de ellas. Sófocles participó por vez primera en las Grandes Dionisias de
468 a. C., donde venció a Esquilo. En total, compitió en 30 concursos
de las fiestas Dionisias: venció en 18 de ellos. Además venció 6 veces en las Leneas.
Sófocles fue también un teórico: Escribió un
tratado Sobre el Coro, que se ha perdido, se le atribuye el aumento
de dos a tres del número de actores, aumentó el número de coreutas de
doce a quince, introdujo la escenografía y fundó el llamado Tíaso
de las musas, donde se rendía culto a las musas y se hablaba de arte.
Fue amigo de Heródoto, a quien
compuso una oda de la que solo se conserva un breve fragmento. Incluso reflejó
en sus tragedias algunos pasajes de la obra del historiador. Otro de sus amigos
fue Ion de Quíos. En un fragmento que se conserva de
este autor se relata una anécdota de Sófocles en la que destaca su ingenio.
También desempeñó funciones
religiosas: fue sacerdote de una divinidad local de la salud llamado Halón y en
el año 420 a. C. participó en el acto en que los atenienses adoptaron
el culto a Asclepio.
En su vejez se le atribuía cierta
tacañería en los temas monetarios e incluso fue llevado al tribunal de justicia
por su hijo Iofonte, que pretendía que se le declarase falto de razón, y por lo tanto, incapaz para administrar su hacienda, pero salió absuelto cuando recitó
parte de su drama Edipo en Colono.
Se cuenta que, tras la muerte de
Eurípides, que ocurrió escasos meses antes de la suya propia, Sófocles presentó en el
teatro a su coro enlutado y sin corona, en homenaje a él. Murió en el año 406 o
en 405 a. C.
Poco después de su muerte, Frínico, en su obra Las Musas, le dedicó un elogio:
“Bienaventurado
Sófocles, que después de una larga vida murió como un hombre feliz e ingenioso.
Hizo muchas hermosas tragedias. Tuvo un fin agradable sin dolor alguno.”
Tras su muerte, Sófocles fue
venerado como si fuera un héroe, con el nombre de Dexio. En
los Museos Vaticanos se conserva una copia de una estatua que lo representa, y que
había sido realizada en el siglo IV a. C. (Wikipedia).
Edipo Rey es una tragedia griega de Sófocles, de fecha
desconocida. Algunos indicios dicen que pudo ser escrita en los años
posteriores a 430 a. C. Aunque la tetralogía de la que formaba parte, de la
que se han perdido las demás obras, solo logró el segundo puesto en el agón dramático, muchos consideran Edipo Rey la obra
maestra de Sófocles, entre ellos, Aristóteles, quien la analiza
en la Poética. La obra nos presenta a Edipo en su momento de mayor esplendor,
como rey de Tebas y esposo de Yocasta. Para salvar a la ciudad, Edipo comienza a
investigar la muerte del rey anterior, Layo. Poco a poco se descubre la verdad:
Edipo es el asesino que él mismo busca. Layo era su padre y su esposa, Yocasta,
es al mismo tiempo su madre. Yocasta se suicida y Edipo, tras cegarse a sí mismo, pide a su cuñado Creonte que le deje partir al destierro y se
quede con sus dos hijas, ya que sus dos hijos son hombres y sabrán cómo actuar.
Argumento
Peste en Tebas
Edipo, rey de Tebas, se dirige a una
muchedumbre encabezada por un sacerdote, que se ha congregado ante el rey para
pedir un remedio a la peste que asola la ciudad de Tebas. Para conocer las
causas de esta desgracia, el propio Edipo ha mandado a su cuñado Creonte a consultar el oráculo de Delfos. La respuesta del oráculo es que la peste se debe
a que no se ha vengado la muerte de Layo, el rey anterior: su sangre derramada amenaza con
dar muerte a todos los habitantes de la ciudad hasta que el asesino sea
ejecutado o exiliado.
Predicciones de Tiresias
Edipo pronuncia un bando solemne en el que pide a todo el pueblo tebano
que colabore en el esclarecimiento del crimen. Tanto el asesino como el
cómplice podrán, si se entregan, conservar la vida, aunque tendrán que partir
al exilio; cualquier testigo que haya visto lo sucedido debe decirlo sin temor
y Edipo le recompensará. Pero si el culpable no se entrega, a todo el que sea
responsable de ello se le prohibirá participar en la vida de la ciudad y Edipo
pide a los dioses que él y los suyos mueran de la peor manera posible.
Por consejo de Creonte, Edipo
ha llamado al adivino ciego Tiresias para que ayude a esclarecer lo sucedido. Cuando
llega Tiresias, el rey y el coro lo reciben con muchísimo respeto, pero pronto
queda claro que el vidente no quiere colaborar y se niega a hablar sobre el
crimen. El diálogo entre Edipo y el adivino degenera por ello en un
enfrentamiento (agón), en el que ambos se insultan. Irritado, Tiresias declara
que Edipo es el asesino que está buscando, e incluso le anuncia, en lenguaje
voluntariamente críptico, que vive en incesto con su madre y ha tenido hijos
con ella; que aunque se crea extranjero es tebano de nacimiento y que dentro de
poco se quedará, como él, ciego. Edipo llega a la conclusión de que el anciano
y Creonte se han puesto de acuerdo para acusarle del crimen y desplazarle así
del trono.
Acusaciones contra Creonte
Entre los ancianos tebanos cunde la duda por las
confusas palabras de Tiresias. Creonte aparece indignado ante las acusaciones que
ha hecho Edipo, de conspiración para usurpar el trono. Edipo señala que resulta
inexplicable que Tiresias, que estaba en la ciudad en el momento del asesinato
de Layo, no declare entonces lo que sabe, y haya esperado hasta ahora para
acusarle de aquel crimen. Creonte replica que, como cuñado y amigo de Edipo, ya
tiene suficiente poder en Tebas y que nunca desearía las preocupaciones y
problemas que debe afrontar un rey. Además, señala a Edipo que no se debe
acusar sin pruebas y que si no cree que lo que ha dicho el oráculo de Delfos es
cierto, puede ir él mismo a comprobarlo. También le dice que si Edipo tiene
pruebas de que él se ha confabulado con el adivino Tiresias, él mismo se
condenará a muerte.
Revelaciones de Yocasta
Yocasta, que es esposa de Edipo,
ejerce de mediadora en la disputa. Tras conocer los motivos, dice a Edipo que
no debe hacer ningún caso de las adivinaciones proféticas y pone como ejemplo
un oráculo de Apolo que predijo a Layo que moriría asesinado por uno de sus
hijos. Sin embargo, Layo murió de otra forma, asesinado por unos bandidos en un
cruce de tres caminos, y el único hijo que tuvieron murió poco después de
nacer, pues se lo dieron a un criado para que lo matara. Por tanto, señala
Yocasta, el oráculo no se cumplió en modo alguno.
Sin embargo, Edipo, al conocer
los detalles de la muerte de Layo, se alarma y exige que traigan a su presencia
al único testigo del asesinato. Hay un gran suspenso porque Yocasta no conoce
los motivos de ese miedo de Edipo.
Edipo Cuenta Su Historia
Edipo relata a Yocasta cómo sus padres fueron Pólibo y Mérope, reyes de Corinto. En un momento dado le llegaron rumores de que no
era hijo biológico de ellos y, al consultar el oráculo de Delfos, Apolo no respondió sus dudas y en cambio le
dijo que se casaría con su madre y mataría a su padre. Por ello había
abandonado Corinto, para tratar de evitar el cumplimiento de esa profecía. Más
tarde, en sus andanzas, había tenido un incidente en un cruce de caminos, había
matado varias personas y sus características eran las mismas que las conocidas
en el asesinato de Layo. La esperanza que tiene Edipo de no ser el asesino de
Layo es que el único testigo había afirmado que habían sido varios los asesinos.
Noticias de Corinto
Yocasta manda llamar al testigo y también se presenta como suplicante
ante el templo de Apolo para que resuelva sus males.
Mientras tanto, llega un
mensajero inesperado que trae noticias sobre los supuestos padres de Edipo en
el reino de Corinto. Pólibo ha muerto a causa de su vejez y quieren proclamar a
Edipo como rey de Corinto. Yocasta, tras oír las noticias, trata de hacer ver a
Edipo que tampoco el oráculo según el cual iba a matar a su padre se había
cumplido y por tanto ya no debería de temer el otro oráculo que decía que se
casaría con su madre.
El mismo mensajero es
conocedor de la circunstancia de que en realidad Pólibo y Mérope no eran los
padres naturales de Edipo, porque él mismo lo había recogido cuando era un bebé
e iba a ser abandonado por un pastor en el monte Citerón, con las puntas de los pies
atravesadas (de ahí el significado de su nombre: pies atravesados o hinchados,
según la traducción).
Al conocer los temores de
Edipo, el mensajero le explica estos hechos pasados con la intención de que
Edipo se tranquilice.
No obstante, el rey de Tebas
desea saber más sobre su origen y descubre que el mismo pastor que fue testigo
del crimen de Layo había entregado a Edipo, cuando éste era un bebé, al
mensajero.
Resolución de los Enigmas
La reina Yocasta, tras oír el relato completo del mensajero, ya ha
comprendido todo el profundo misterio y sale huyendo después de intentar en
vano que Edipo se detenga en su investigación.
Por fin llega el testigo del
crimen. Edipo y el mensajero lo interrogan y al principio se resiste a dar
respuestas, pero ante las amenazas de Edipo revela que el niño que le habían
entregado para que lo abandonara en el monte Citerón era hijo del rey Layo y la
reina Yocasta y que lo habían entregado para que muriera, impidiendo que se
cumpliera un oráculo funesto. Sin embargo, él lo había entregado al mensajero
por piedad.
Edipo comprende que Yocasta y
Layo eran sus verdaderos padres y que todos los oráculos se han cumplido.
A partir de esta revelación un
mensajero de la casa cuenta todos los detalles del suicidio de la reina Yocasta
y la posterior ceguera de Edipo.
Edipo aparece con los ojos
ensangrentados y pide ser desterrado. Dice que ha preferido cegarse porque no
puede permitirse ver, después de sus crímenes, a sus padres en el infierno, a
los hijos que ha engendrado, ni al pueblo de Tebas.
Creonte, que asume el poder,
pide a los tebanos que se apiaden de Edipo y lo hagan entrar en el palacio. A
continuación dice que consultará de nuevo al oráculo para saber lo que tiene
que hacer con Edipo. Este dice que no tenga piedad con él, pide ser desterrado
y dice a Creonte que cuide de sus dos hijas, acto que finalmente es consumado.
Los últimos versos del corifeo
son una especie de conclusión o moraleja en las que se expresa que incluso
aquellos que parecen felices y poderosos están en todo momento expuestos a
sufrir desgracias.
El Coro
El coro es un personaje colectivo
que comenta y juzga lo que ocurre en la tragedia. Representa al ciudadano
tebano, que tiene sus esperanzas puestas en Edipo pero confía también en los
dioses. Es un personaje conciliador, cuya preocupación es salvar la ciudad. Le
desagradan las rencillas de los personajes y la impiedad que manifiesta Yocasta
al poner en duda la veracidad de los oráculos de Apolo.
Intervenciones
del coro:
·
Primera: después del prólogo, para elevar una plegaria
a las divinidades de la ciudad con el fin de eliminar la peste.
·
Segunda: después de la primera parte que canta su
desconcierto y quiere encontrar la causa de la peste por un lado, y por otro
siente angustia por las palabras del adivino y por su fidelidad al rey.
·
Tercera: medita sobre la profecía que el oráculo hizo
a Layo y el destino de éste.
·
Cuarta: después de la tercera parte, da ánimos a
Edipo, sugiriendo que este puede ser en realidad hijo de un dios y una ninfa
del monte Citerón.
·
Quinta: antes del epílogo en la que canta la desdicha
al ver lo que ha sido su rey y en lo que se ha convertido.
Temática
La obra plantea varios temas y se ha
interpretado de formas variadas a lo largo de los siglos.
·
Uno de los temas que se plantean es la fuerza del destino. Los
personajes reciben malos presagios y cuando actúan con el fin de evitar su
desgracia, no hacen sino cumplir con la profecía. Se trata de un tema común a
la tragedia y a la mitología griega en
general. En esta obra de Sófocles, por ejemplo, el personaje Layo recibe el
aviso de que su hijo Edipo lo asesinará y decide abandonar al niño en el campo
a su suerte. Pero el niño sobrevive y se da una precondición para que se
produzca el asesinato: Edipo crece sin saber que Layo es su padre. Años más
tarde, el oráculo le dice a Edipo que matará a su padre. Creyendo huir de su
destino, huye de Corinto para no matar al que cree su padre, sin saber que
precisamente esa acción lo cruzará con su verdadero progenitor en el camino.
·
Otro tema es el tabú en las relaciones familiares. Edipo mata a quien
bajo ninguna circunstancia debería matar, a quien le diera la vida, y tiene
relaciones incestuosas con quien lo engendró, su propia madre. Sin embargo,
Edipo realiza estas acciones éticamente reprobables sin ser consciente de ello.
El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, retomó
esta idea para elaborar el concepto de "Complejo de Edipo." Freud argumenta que el primer
despertar sexual ocurre durante la niñez y se manifiesta en el deseo sexual
hacia el progenitor de sexo opuesto y la hostilidad contra el progenitor del
propio sexo. Freud se vale de esta obra (escrita más de dos mil años antes)
para ilustrar que los deseos incestuosos son una primitiva herencia humana y
que la vigencia de esta obra se debe a la permanencia de tales pulsiones. El rechazo del incesto y el
parricidio que ha cometido lleva a Edipo a agredirse a sí mismo, dejándose
ciego (lo que algunos discípulos de Freud han interpretado como una metáfora de
la castración).
·
La obra plantea también el problema de la búsqueda de
la verdad y los riesgos y perjuicios que entraña alcanzar el conocimiento. Nietzsche habla
de este drama en el capítulo nueve del Nacimiento de
la Tragedia. Presenta a Edipo como un transgresor, un héroe
condenado a caer por haber intentado llegar demasiado lejos. Al transgredir la
naturaleza y las normas sociales, y querer averiguar aquello que está
prohibido, Edipo descubre un mundo cuya visión está vedada al resto de los
mortales. Comete una versión masculina, heroica, del pecado original, al elegir
comer del árbol del conocimiento que condena a la humanidad a abandonar la
inocencia. En este caso es su curiosidad y su entereza lo que le estimula a
investigar. Ese abandono de la inocencia, de la cómoda ignorancia, es el
destino cruel y heroico de Edipo, y su gesta consiste en su sacrificio. Como Prometeo, él paga
por un bien que la humanidad recogerá tras su acción.
·
Edipo Rey es también una afirmación del poder de los
dioses. A través de toda la obra queda clara la influencia decisiva que tiene
Apolo en los acontecimientos, dando forma al destino de los personajes. Se
descubre que la palabra divina es exacta, que debe obedecerse sin titubeos y
que hay que respetar a quienes la profieren. (Wikipedia)
Edipo Rey
de Sófocles
Para los antiguos griegos, el
destino representaba la idea de una ley suprema que gobernaba la vida, tanto de
los dioses, como de los mortales. El destino podía ser favorable o adverso,
pero no había forma de eludir su dictamen. Esta noción parecida a la noción
cristiana de providencia, fue fundamental en la vida y pensamiento de la
antigua cultura griega. Para bien o para mal, no había para los griegos manera
de escapar de esta predestinación, fuera como la de Hércules llevado a cumplir heroicas hazañas,
o como la de Cadmio o Armonía, convertidos en serpientes al final de sus vidas, esta impotencia humana o divina, antes los dictados misteriosos de la
providencia quedó magníficamente ilustrada en una de las obras teatrales más
célebres de la historia. Es, para muchos, la obra maestra de uno de los más
grandes dramaturgos. Es quizá la obra clásica por excelencia.
Nuestra historia comienza en
Tebas, la gran ciudad de las siete puertas. Tebas fue fundada por Cadmo,
después de matar a una monstruosa serpiente. Habiendo matado al monstruo, una
voz le ordena sembrar los dientes de la bestia. Entonces, de los colmillos
sembrados brotaron guerreros. Aquellos fantásticos hombres se habían
prácticamente exterminado entre sí. Pero quedaron cinco, que se convertirían en
súbditos de Cadmo. Con ellos, Cadmo fundó la gran ciudad. El personaje de esta
tragedia fue descendiente de Cadmo. El rey Layo, de Tebas, pertenecía a la
tercera generación de descendientes de Cadmo, y era un gobernante apreciado por
sus súbditos. Layo contrajo matrimonio con Yocasta, una prima de lejano
parentesco. Pronto la reina quedó embarazada.
Como todos los griegos, Layo
consultaba frecuentemente el oráculo. Layo pensó, “Aquí en el templo de Apolo quizá sepa algo sobre nuestro futuro.
¡Apolo es el dios de verdad!” El templo de Delfos era sagrado. Y lo que en
él dictara dios, se consideraba infalible. Una vez frente a la profetiza, Layo
dijo, “Quiero saber qué me espera, ¡Oh
pitonisa de Apolo!” La mujer dijo,
“¿Estás seguro, oh rey? Conocer el futuro es peligroso. Puede ser peor que
ignorar el destino. ¡Lo que diga a través de mi el dios, sucederá
inevitablemente!” Layo dijo, “Lo sé.”
La mujer dijo, “Y aunque sepas lo que ha
de suceder, no podrás de ningún manera cambiar tu futuro, ¡Nunca!” Layo
dijo, “Entiendo.” La mujer dijo, “Esta bien, entonces.” La pitonisa
procedió a los rituales necesarios para invocar al dios de la verdad. La mujer
dijo, “¡Oh, Apolo, habla a través de mi!
¡Tu súbdito lo pide!” En ocasiones el dios se negaba a hablar, en otras
hablaba pronto o tardaba. Pero en esa ocasión, la pitonisa entro en u profundo
trance, y rápidamente la mujer pronunció una sentencia fatal: “Layo ¡Morirás a manos de tu hijo!”
Inmediatamente Layo se lamentó, diciendo, “¡Noo!
¡No puede ser!” La mujer dijo, “Ten
cuidado, ¡Oh, rey de Tebas!” Asombrado, presa de angustia, Layo huyó de
Delfos.
Aterrado, mientras Layo huía
a caballo, decidió que podría alterar su destino. Layo pensó, “Sé lo que haré, ¡pero no se cumplirá el
oráculo!” Layo entro a su casa y vio a su esposa durmiendo embarazada. Layo
pensó, “¡Mi hijo no habrá de matarme
nunca! Y no podrá matarme porque él mismo no vivirá!” Poco después, la
reina daba a luz a un hermoso varoncito. Cuando Layo lo cargó en sus brazos,
Yocasta le preguntó, “¿Qué nombre hemos
de darle?” Layo dijo, “¡Ninguno!”
Yocasta dijo alarmada, “¡Cómo!¿Porqué?”
Layo dijo, “Despídete de esta criatura.
Nunca más la volverás a ver. No pidas explicaciones. Son cosas del destino. Soy
el rey, sé lo que hago, ¡Tú obedecerás!” Y esa misma noche, Layo se reunió
en secreto con un sirviente, y teniendo el niño en sus brazos, le dijo, “Llevarás a este niño a los montes y allí
lo dejaras.” El siervo dudó, y entonces Layo le dijo, “¡Harás lo que te ordeno o te costará la vida!” Layo miró al niño
antes de darlo, y le dijo, “¡Tienes tus
piecitos atados!¡Así no llegaras lejos! ¡No vivirá mucho, estoy seguro!”
El sirviente obedeció y
llevando su pequeña carga, se internó en lo más recóndito de los montes que
rodeaban a Tebas. Al alba, el siervo volvió con las manos vacías, y dijo, “Cumplí tu órden, oh rey!” Layo dijo
complacido, “¡Bien! Lo logré, eliminé a
ese hijo que según la profecía, algún día me quitaría la vida! ¡He burlado mi
destino! Ja, Ja, Ja. ¡Yo soy el dueño del futuro! ¡Yo también hago predicciones
y el oráculo de Delfos no se cumplirá!” Yocasta se atuvo a las órdenes de
Layo, y la vida siguió en palacio, como si nada hubiera pasado. Layo vivió
tranquilo, sin darse cuenta que sus actos obedecían a la locura de creerse
superior al destino. Pero muchos años después, ¡Habría de morir! Lejos de su
palacio. Cuando esto sucedió habían pasado muchos, muchos años, desde que
enviara a su hijo a morir en los montes. Unos hombres trajeron el cadáver al
palacio y lo pusieron a los pies de Yocasta, diciendo, “El rey…fue muerto…” Yocasta preguntó, “¿Cómo sucedió?” El hombre dijo, “Fuimos asaltados por bandidos.” Yocasta dijo, “Pero, Layo partió a Tebas con una buena escolta…” El hombre dijo, “Sí señora. Éramos cuatro acompañantes con
el rey, pero los bandidos eran más. Finalmente solamente yo pude escapar con
vida.” Yocasta dijo, “¡Esto no se
quedara así! Habrá una investigación. Se llegara al fondo del asunto. ¡Y los
culpables pagaran con sus vidas!”
Pero la muerte del rey no se
investigó debidamente, pues por aquellos días, una extraña maldición cayó sobre
el reino de Tebas. Un terrible monstruo comenzó a asolar los alrededores
sembrando terror y muerte entre los habitantes. La gente llegaba pidiendo asilo
a Tebas. La causante de aquel extendido pánico, era una criatura llamada la
Esfinge. El monstruo tenía cuerpo de león, y poseía alas poderosas como Pegaso,
el corcel divino. Pero su rostro era de mujer y también su pecho. Solía
aparecérsele repentinamente a los viajeros. Una vez que esto sucedía, uno de
los viajeros preguntaba, “¿Qué deseas, Oh
Esfinge!” Ella decía, “Lo mismo que
le pido a todos. Les voy a plantear un enigma, un acertijo. Si me contestan
correctamente podrán seguir el camino. Y si no, ¡Sus vidas serán mías!”
Nadie lograba responder sus
adivinanzas, y uno tras otro, incontables hombres, fueron cayendo bajo sus
mortales garras. Civiles, soldados, hombres, mujeres, y niños. ¡Nadie estaba a
salvo del tétrico juego del monstruo! Pronto Tebas se encontró en estado de
sitio. La reina viuda no acertaba a terminar con aquella diabólica amenaza y
las siete puertas de la ciudad dejaron de abrirse. Los campos dejaron de
labrarse. El ganado quedó descuidado, y poco a poco se anuncio una hambruna
para todos los tebanos. Creonte, el hermano de Yocasta, y regente de la ciudad
en ausencia del rey, pensó incluso en hacer una oferta a todos los súbditos,
pensado que así surgiría un valiente que acabaría con la amenaza. Creonte leyó
el edicto ante la multitud, “Escuchen
todos: Se decreta que quien pueda acabar con la amenaza de la Esfinge, recibirá
la corona de Tebas, ¡Sera Rey!” Y eso no era todo. Creonte continuó, “¡También recibirá la mano de la reina
Yocasta!¡Es imposible ofrecer más a quien venza al monstruo!”
Pero ni esa promesa, ni la
oferta del reino y de la mano de la reina, parecieron conseguir resultados. Y
la espantosa criatura siguió sentando sus reales en los alrededores de la
ciudad fundada por Cadmo. Entonces, llegó al reino de Tebas un extraño hombre
de gran valor e inteligencia, cuyo nombre era Edipo. Edipo provenía de Corinto,
de donde había salido poco antes, debido a una predicción del oráculo délfico.
Edipo pensaba, “¿Podré evadir mi destino?
Creo que lo he logrado ¡Jamás volveré a Corinto! Así evitaré seguramente la
tragedia que me pronosticó la pitonisa.” Edipo recordó aquel día en que se
gestó su decisión de abandonar Corinto para siempre. El rey Polibo, monarca de
Corinto, preguntó a Edipo, “¿dónde vas
Edipo?” Edipo contestó, “A consultar
el oráculo, padre.” El rey pensó, “Espero
hijo que el oráculo no sea cruel contigo.”
Toda la infancia de Edipo,
toda la vida, había transcurrido en el palacio de Polibo. Su vida era feliz,
pero ese afán de todos los hombres por buscar conocer su futuro, lo llevaría a
consultar a la pitonisa. Una vez estando frente a ella, la pitonisa le dijo, “¿En verdad quieres hurgar en las brumas del
tiempo y el destino?” Edipo dijo, “¡Sí!”
La mujer dijo, “¿Porqué, príncipe
Edipo?¿Porqué?” Edipo dijo, “hay
ciertos rumores. Dicen por ahí que no soy realmente hijo de Polibo y de su
esposa Merope.” La pitonisa dijo, “Esta
bien, pero no me guardes rencor por lo que diga la diosa a traves de mi boca.”
Edipo dijo, “Por supuesto que no…” La
mujer entonces dijo, comenzando su
ritual, “¿Puedes resolver, Oh Dios, las
dudas de Edipo?” Finalmente la pitonisa entró en trance, y dijo, “…Edipo…vas a matar a tu padre…y además…¡te
casarás con tu madre!” El oráculo no resolvía sus dudas, pero pintaba un
horrendo destino. Edipo corrió como desesperado, pensando, “¡Es imposible!¿Matar a mi padre?¿Casarme con mi madre? Ningún hombre
merece tal destino. ¡Tengo que evitarlo!”
Esa misma noche Edipo
abandonó Corinto, dando las más breves explicaciones al rey Polibo y a la reina
Merope. Edipo les dijo, “Solo así viviré
en paz, evitando una tragedia anunciada por el oráculo.” Polibo le dijo, “Que la fortuna te acompañe.” Triste por
abandonar su hogar, pero a la vez feliz, pues creía haber vencido al oráculo,
Edipo se dedicó a vagar sin rumbo. Vivió algunas aventuras, y llegó al reino de
Tebas. Y allí se enteró de lo que ocurría. Al mirar a dos hombres aproximarse a
él, Edipo les preguntó, “¿De qué huyen,
amigos?” Uno de los hombres le dijo, “De
un monstruo. De una amenaza imposible de vencer…¡Se llama la Esfinge!”
Edipo dijo, “¿La Esfinge?” Poco
después, los pobres tebanos huyeron y Edipo tomó una decisión, pensando, “Humm…no tengo hogar. No tengo amigos…No
tengo nada en esta vida…Así que intentaré resolver el enigma de esa criatura.”
Edipo vagó por la región donde se suponía vivía el engendro.
Hasta que cierto día, Edipo escuchó una voz que le decía, “¡Detente caminante!” Era la Esfinge. Edipo le dijo, “¿Qué quieres de mi?” Ella dijo, “Poca cosa. Tienes que resolver un enigma. Si no me das la respuesta correcta, ¡Morirás hoy mismo!” Edipo le dijo, “No tengo miedo. Pregúntame lo que quieras.” La mujer dijo, “Escucha bien, solo te lo diré una vez.” Lentamente, como si ya saborease el triunfo y la muerte del joven, la Esfinge habló, “¿Qué criatura anda en cuatro pies en la mañana…en dos pies al mediodía…y en tres pies al caer la tarde?” Edipo dijo pensativo, “¿Qué criatura puede ser?” La Esfinge le dijo, “¿No puedes contestar? Prepárate a morir. ¡Nadie contestará jamás al acertijo! ” Edipo dijo, “¡Espera! Tengo la respuesta.” La Esfinge dijo, “No es posible.” Edipo dijo, “Esa criatura que mencionas ¡Es el Hombre!” La Esfinge dijo, “¿Cómo?” Lentamente Edipo habló, “En su infancia, el hombre camina a cuatro patas. Cuando alcanza la madurez, camina sobre dos pies, y al llegar a la vejes tiene tres pies. Pues se ayuda con un bastón. ¡El Hombre!¡Esa es la respuesta a tu enigma!”
Hasta que cierto día, Edipo escuchó una voz que le decía, “¡Detente caminante!” Era la Esfinge. Edipo le dijo, “¿Qué quieres de mi?” Ella dijo, “Poca cosa. Tienes que resolver un enigma. Si no me das la respuesta correcta, ¡Morirás hoy mismo!” Edipo le dijo, “No tengo miedo. Pregúntame lo que quieras.” La mujer dijo, “Escucha bien, solo te lo diré una vez.” Lentamente, como si ya saborease el triunfo y la muerte del joven, la Esfinge habló, “¿Qué criatura anda en cuatro pies en la mañana…en dos pies al mediodía…y en tres pies al caer la tarde?” Edipo dijo pensativo, “¿Qué criatura puede ser?” La Esfinge le dijo, “¿No puedes contestar? Prepárate a morir. ¡Nadie contestará jamás al acertijo! ” Edipo dijo, “¡Espera! Tengo la respuesta.” La Esfinge dijo, “No es posible.” Edipo dijo, “Esa criatura que mencionas ¡Es el Hombre!” La Esfinge dijo, “¿Cómo?” Lentamente Edipo habló, “En su infancia, el hombre camina a cuatro patas. Cuando alcanza la madurez, camina sobre dos pies, y al llegar a la vejes tiene tres pies. Pues se ayuda con un bastón. ¡El Hombre!¡Esa es la respuesta a tu enigma!”
Hubo un silencio pesado en el
que nada se escuchó, ni el viento. Entonces la Esfinge se irguió terrible,
lanzando un aullido que retumbó en todas las cañadas de la sierra por un momento. Edipo pensó que
se le echaría encima, y que lo haría trizas con sus tremendas garras. Los ojos
de la Esfinge relumbraron como ascuas infernales y su boca se torció con un
odio feroz inexpresable. Edipo dijo, “¡Oh,
Dioses!” Y entonces, inexplicablemente, el monstruo se lanzó al abismo,
pereciendo y chocando contra las puntiagudas rocas del precipicio. Hubo
testigos de la insólita victoria del extraño sobre el monstruo que todos
consideraban invencible. Un soldado griego se acercó a Edipo y le dijo, “¡Venciste a la Esfinge extranjero!¡Has
librado a Tebas de la muerte!” Poco después toda Tebas aclamaba al héroe
que había resuelto el acertijo, gritando unos, “¡Edipo!¡Viva Edipo!”
Como salvador del reino que
era, Edipo fue recibido con todos los honores en el palacio. Yocasta lo recibió
y le dijo, inclinándose, “Seré tuya, como
se había prometido.” Fue así como Edipo, que lo había abandonado todo en
Corinto, ganó mucho más en Tebas de lo que había dejado atrás. Edipo sería
casado con Yocasta y ascendería al trono. Pasarían muchos años de felicidad y
habrían de nacer dos hijas y dos hijos en el palacio real. Edipo pensó, “Finalmente creo que eludí mi destino. Al
salir de Corinto, evité matar a Polibo y casarme con Merope. Hice lo correcto.
No maté a mi padre ni tuve nupcias con mi madre. Tal parece que en este caso,
el oráculo supuestamente infalible, no se cumplió, ¡Ni se cumplirá! No hay nada
que nuble la felicidad de mi vida.”
Pero con el transcurrir del tiempo, cuando los hijos de Edipo llegaron a la mayoría de edad, una terrible plaga se abatió sobre todo el reino. Por doquier, los hombres comenzaron a morir. Cosechas, animales, pareciera que todo ser viviente perecería sin remedio. Quienes no morían por la enfermedad, enfrentaban el espectro de la muerte por hambre. Y Edipo, el rey, sufría igual o más que todos, diciendo, “Todos mis súbditos son hijos míos. ¡Lloro por ellos!” Incapaz de soportar la miseria de su pueblo, Edipo envió a Creonte, su cuñado, a consultar el oráculo de Delfos, para indagar el motivo de aquella plaga asesina. Y Creonte volvió con una buena noticia, diciendo, “Apolo declaró que la peste terminará con una condición. Hay que encontrar y castigar al asesino del viejo rey Layo, ¡Eso es todo!” Edipo dijo, “¡Se hará! Aunque han pasado muchos años desde que murió Layo, ¡Cumpliremos la orden de Apolo y los Tebanos volverán a ser felices!”
Pero con el transcurrir del tiempo, cuando los hijos de Edipo llegaron a la mayoría de edad, una terrible plaga se abatió sobre todo el reino. Por doquier, los hombres comenzaron a morir. Cosechas, animales, pareciera que todo ser viviente perecería sin remedio. Quienes no morían por la enfermedad, enfrentaban el espectro de la muerte por hambre. Y Edipo, el rey, sufría igual o más que todos, diciendo, “Todos mis súbditos son hijos míos. ¡Lloro por ellos!” Incapaz de soportar la miseria de su pueblo, Edipo envió a Creonte, su cuñado, a consultar el oráculo de Delfos, para indagar el motivo de aquella plaga asesina. Y Creonte volvió con una buena noticia, diciendo, “Apolo declaró que la peste terminará con una condición. Hay que encontrar y castigar al asesino del viejo rey Layo, ¡Eso es todo!” Edipo dijo, “¡Se hará! Aunque han pasado muchos años desde que murió Layo, ¡Cumpliremos la orden de Apolo y los Tebanos volverán a ser felices!”
Edipo en persona dirigía la
investigación, y de inmediato dio los primeros pasos. Enseguida ordenó, “Que me traigan al viejo Tiresias, el
profeta ciego. Seguramente el anciano sabrá algo. Él mismo es una especie de
oráculo.” Pero, al presentarse el profeta invidente, se negó a contestar
las preguntas del rey, diciendo, “No diré
nada.” Edipo le dijo, “¡Podría
obligarte a hacerte hablar!” Tiresias dijo, “¡Necios tontos, son mas ciegos que yo!” Edipo dijo, “¡Cómo! Es obvio que sabes algo. ¡Habla por
los dioses! O, ¿es que no dices nada porque tú mismo tuviste que ver en la
muerte de Layo?” Aquella sospecha de Edipo enfureció al profeta y se dice
que solo entonces hablo diciendo lo que nunca quiso mencionar. Tiresias le
dijo, “¡Necio, Edipo no hay hombre más
necio que tú! ¡Tú, tú mismo eres el asesino que buscas!” Edipo dijo, “¡Estas absolutamente loco!” Furioso
Edipo hizo venir a la guardia, y dijo, “¡Llévenselo,
jamás quiero verlo!¡Y que nunca vuelva a pisar Tebas!”
Tanto Edipo como Yocasta se
burlaron de lo dicho por Tiresias. Yocasta le dijo, “Nada es seguro de lo que dicen profetas y oráculos.” Edipo
exclamó, “¡Bah!” Yocasta dijo, “Hace muchísimos años, el oráculo de Delfos
predijo que el hijo que tuve con Layo, mataría a su padre, pero Layo ordenó que
nuestro hijo fuera abandonado en el monte, con los pies atados. ¡El niño
murió!” Edipo dijo, “¿Y Layo?” Yocasta
dijo, “Murió asaltado por ladrones. El
asalto tuvo lugar en un sitio donde se juntan tres caminos.” Edipo le
preguntó, “Y…¿Cuándo ocurrió esa
desgracia?” Yocasta dijo, “Layo
murió…poco antes de que llegaras a Tebas y vencieras a la Esfinge.” Edipo
se quedó meditando, y enseguida preguntó, “¿Cuántos
hombres iban con Layo?” Yocasta dijo,
“Eran…cinco, solo uno vivió para contar el suceso…” Enseguida Edipo dijo, “¡Que venga ese sobreviviente del asalto!
Es indispensable que hable con él…”
Yocasta dio la orden de que
trajeran al sirviente en cuestión y los reyes siguieron platicaron. Yocasta
comenzó a inquietarse al notar que Edipo se veía más y más preocupado. Yocasta
le dijo, “¿Qué piensas…en qué piensas Edipo?” Edipo le dijo, “Sabrás todo lo que se, Yocasta. Hace años
en Corinto escuché rumores de que yo no era hijo ilegítimo del Rey Polibo, y
la reina Merope. Consulté con el Oráculo, pero sobre ese asunto no se me dijo
nada. Sin embargo, se me dijo que un día mataría a mi padre. Y que también, me
casaría o mi madre. Por eso abandoné Corinto y jamás volví. Mis viajes me
trajeron a este reino. Y antes de enfrentarme a la Esfinge, cierto día llegue a
un cruce de tres caminos, y vi venir un pequeña cuadriga con cuatro jinetes de
escolta. El hombre de la cuadriga me pidió el paso de mala manera. Incluso me
azotó con su látigo, cosa que me enfureció. Yo era joven e impetuoso, y mi
condición de príncipe me llevó a vengarme al instante. En un arranque de furia,
maté al hombre de la cuadriga. Acto seguido, arremetí contra los cuatro hombres
que acompañaban al muerto. No sé de dónde saqué fuerzas, pero con la lanza del
primer soldado caído, maté a otro. Quedaron dos jinetes y conseguí desmontar al
tercero. Con su propia espada, lo envié
al otro mundo. Y cuando me disponía enfrentarme al cuarto y último
jinete, ¡Huyó como un cobarde! Allí estuve un tiempo, asombrado de mi propia
hazaña. Sin armas, me había enfrentado a cinco hombres, y había acabado con
cuatro de ellos, allí, en el cruce de tres caminos. Poco después me alejé para
siempre de ese lugar. Me enfrenté a la Esfinge, y terminé llegando a Tebas, de
donde no he partido, desde entonces.”
Al terminar aquel relato,
Edipo se vio más nervioso que nunca. Enseguida lanzó su copa de vino, diciendo,
“¡Por los Dioses!” Yocasta dijo, “¿Qué pasa?” Edipo dijo, “Dijiste que Layo murió en un cruce de tres
caminos. ¿Sera posible que Layo haya sido aquel hombre de la cuadriga?”
Yocasta dijo, “Lo que dices, ¡Es
imposible!” Edipo dijo, “¿Porqué?
Habla. ¡Siento que me acecha la locura!” Yocasta dijo, “El hombre al que mataste no pudo ser Layo, porque Layo y su escolta
fueron muertos por una gavilla de asaltantes, ¡Recuérdalo!” Edipo descansó,
y dijo, “Sí…sí, ¿Verdad?” En eso,
tocaron la puerta y se escuchó la voz del guardia, “Oh, rey, te busca un mensajero que viene de Corinto.” Edipo dijo,
“¿De Corinto?” De inmediato abrieron
la puerta. Edipo pensó, “¿Qué noticia
puede traer?” Tercio, el mensajero se presentó, y dijo, “Edipo,
el rey de Corinto, Polibo, ¡Ha muerto!” Yocasta gritó triunfante, “¡Falló el Oráculo, falló! Sí Edipo. Polibo
murió, tu padre ha muerto y no lo mataste tú. La profecía que me relataste no
se cumplió.” Entonces Tercio, dijo, “¿Es que acaso huiste de Corinto por no
matar a Polibo, oh Rey Edipo?” Edipo dijo, “¡Es correcto!” Terciodijo, “Estabas
en un error…no tenias nada que temer…” Edipo dijo, “Pero…¿Qué dices?” Yocasta pensó, “¡Oh, Dioses!¿Qué pasa?” Edipo dijo, “¡Explícate, hombre!” Tercio dijo, “S-sí…Polibo te educó como si fueras su hijo…pero no lo fuiste
nunca…yo…y fui quien te llevo al rey de Corinto…”
Edipo gritó mas angustiado
que nunca en su vida, “Pero, ¿De dónde me
sacaste?¿Qué quieres decir?” Edipo entonces se abalanzó y se abrazó a Tercio diciendo, “¿Quiénes fueron
entonces mi padre y mi madre?” Tercio dijo, “No lo sé, Oh, Rey, ¡No lo sé!” Poco a poco Yocasta palideció y en
su corazón comenzó a latir ferozmente, como si fuera a escapársele del pecho.
Edipo dijo, “¿No sabes?” Tercio dijo,
“Yo te recibí cuando eras un bebé, de manos
de un sirviente de Layo…” Yocasta los interrumpió con un horror indecible
dibujado en el rostro, y dijo, “¡No lo
escuches más, Edipo!¿Qué puede importar lo que cuenta un miserable sirviente!”
Edipo dijo, “¡Claro que importa!¡Necesito
saber la verdad sobre mi nacimiento!” Yocasta le dijo, “Te suplico, no sigas, ¡No hables, no preguntes más!” Y Yocasta
huyó de la sala, casi arrollando a una encorvada figura que venía entrando. Sin
volver la vista atrás, atravesó los pasillos hacia sus habitaciones, gimiendo,
gritando cosas incomprensibles para los habitantes del palacio. Y Edipo, se
quedó entre los dos ancianos. El anciano recién llegado, dijo, “¿Me mandaste llamar, Oh Rey?” Tercio dijo, “Él, oh rey, es el hombre que me
entregó al bebé. Él te llevó a mi esa noche.” Edipo le preguntó al anciano, “¿Es cierto?¿Conoces a este hombre?” El
anciano recién llegado, dijo, “No sé.
Estoy tan viejo. Casi no veo.”
Tercio le tomó las manos y
le dijo, “Recuerda hombre. Recuerda
aquella noche. Yo estaba en el monte cuidando un rebaño de borregos del rey
Polibo. Y de pronto, te vi venir en la oscuridad, llevando a una criatura envuelta.
¡No es posible que no recuerdes!” El anciano le dijo, “¡Maldito seas, no hables más!” Edipo dijo al anciano siervo, “¿Te atreves a retener la información que se
te pide?¡A hierro y fuego podría hacer que digas todo lo que sabes!” El
viejo sirviente se arrodilló y comenzó a sollozar, diciendo, “¡Piedad, oh rey, piedad!” Tercio se
acercó al anciano y le dijo, “¿Acaso no
me diste un niño recién nacido aquella noche, un niño recién nacido que es tu
rey, Edipo de Tebas?” Finalmente, casi susurrando, el anciano confesó: “¡Oh rey, no me preguntes más! Sí, sí. Es
cierto. Yo le di al niño recién nacido.” Pero Edipo no se detendría ante
nada. Tenía que saber toda la verdad, y dijo, “Escucha bien anciano. Te haré una pregunta más, y si tengo que
repetirla, ¡morirás! ¿De dónde salió aquel niño recién nacido que entregaste a
mitad de la noche en el monte.” El hombre dijo, “¡O, dioses, perdónenme!” Mientras Edipo tenía su espada en la mano,
el anciano se inclinó y dijo, “¡El recién
nacido…!¡Mejor que se lo diga la reina, señor!” Edipo levantó su espada,
entonces el anciano dijo, “El recién nacido
me lo dio el rey Layo…” Edipo lo levantó y tomándolo de las ropas le dijo, “¿Estás seguro de lo que dices?” Con voz
entrecortada, sollozando, el anciano sirviente prosiguió, “Sí…se supone que yo debí de haber matado al recién nacido. Debí de
haberlo matado para evitar una profecía…” Edipo dijo, “¿Una profecía?¿Una profecía que decía que el recién nacido…un día…mataría
a su padre?” El anciano dijo, “Así…es…”
Entonces, un horrendo grito,
un grito proveniente de la garganta de Edipo Rey, retumbó en el palacio de la
ciudad de las siete puertas: “¡Oh,
Dioses, Noooo! Por fin… lo entiendo todo…¡Estoy maldito!” Ante el dolor de
Edipo, el anciano sirviente le dijo a Tercio, “¿Debí
matar a aquel recién nacido, o debí dártelo?¿Hice mal…al compadecerme de la
criatura y dártela sin explicarte el porqué?” Tercio le dijo, “No te atormentes anciano. En todo esto está
la voluntad del destino. Somos simples peones de una voluntad superior. No podías
hacer más de lo que hiciste.” Edipo dijo, “¡Maldito soy! El oráculo se cumplió absolutamente. Fue un sueño el
querer evadir mi destino.”
Y así era. Había asesinado al
creador de sus días, y había contraído matrimonio con su propia madre. Edipo
dijo, “Nadie…ni en la Tierra ni en el
Cielo, puede ayudarme...¡Nadie puede ayudar a Yocasta, ni a mis hijos!¡Estamos
malditos todos!” Finalmente, después de buscar a su esposa por todo el
palacio, llegó a la habitación real. Yocasta, incapaz de soportar la verdad, se
había quitado la vida ahorcándose. Edipo desesperado, tomó un objeto puntiagudo
y alzándolo dijo, “Yo también alzaré la mano
contra mí mismo. ¡Maldito soy y mi luz se hará oscuridad! ¡Adiós luz…ya que
gracias a ti vi lo que nunca debí ver!” Momentos después, cuando súbditos
del rey llegaron a la recamara real, uno de ellos dijo, “¡Oh, dioses!” El otro dijo, “¡El
rey se ha sacado los ojos!” Edipo también, incapaz de soportar todo lo
ocurrido, se había cegado con el broche de Yocasta. Mientras uno de los súbditos
cargaba a Edipo rumbo a su aposento, Edipo dijo, “¡Todos los males
del mundo han caído sobre Tebas!” Mientras lo recostaban en su aposento,
Edipo dijo, “Así tenía que ser. Ya no
veré más. Ya no veré este mundo en el que fui maldito desde que nací.”
Se dice que culminada la
tragedia, Edipo vivió algún tiempo más en Tebas, acompañado de sus hijas
Antígona e Ismene, mientras crecían sus dos hijos Polinices y Eteocles. Creonte, el
hermano de Yocasta, ocupó la regencia de Tebas, y la normalidad volvió a
Tebas, gracias a que el asesino de Layo, Edipo, había sido castigado por su propia
mano. Pero finalmente los tebanos pidieron a Edipo que abandonara el reino. Él
obedeció, y solo su hija Antígona, le acompañó al exilio. Tiempo después, la
ciudad de Colona, recibió al viejo ciego, y, según Sófocles, allí había de
morir, acompañado hasta el fin por la fiel Antígona.
Según otras fuentes, Edipo murió en Tebas o en Atenas; y se dice que al final de su vida, el Dios Apolo lo consoló diciéndole que quería una bendición sobre la tierra que lo vería morir…y no solo eso, sino que, una vez muerto, pasaría a disfrutar la compañía de los dioses. Para muchos estudiosos, como lo mencionamos al principio, la desdichada vida de Edipo viene a simbolizar el hecho de que para los antiguos griegos, ningún hombre puede sobreponerse a los dictados del destino.
Según otras fuentes, Edipo murió en Tebas o en Atenas; y se dice que al final de su vida, el Dios Apolo lo consoló diciéndole que quería una bendición sobre la tierra que lo vería morir…y no solo eso, sino que, una vez muerto, pasaría a disfrutar la compañía de los dioses. Para muchos estudiosos, como lo mencionamos al principio, la desdichada vida de Edipo viene a simbolizar el hecho de que para los antiguos griegos, ningún hombre puede sobreponerse a los dictados del destino.
Edipo Rey, de Sófocles, uno de las obras maestras de la literatura
trágica universal, termina con esta palabras, “Miren, ustedes que viven en Tebas, este hombre fue Edipo, ese poderoso
Rey que conoció el misterio del Enigma. A quien toda la ciudad envidió, el
favorito de la fortuna. Contemplen en su historia la tormenta de sus
calamidades, y, siendo mortales, piensen en ese último día de la muerte, que
todos habrán de ver, y no hablen de la felicidad de ningún hombre, hasta que sin
pena hallan rebasado la meta de la vida.”