domingo, 15 de junio de 2014

Edipo Rey de Sófocles


     Sófocles nació en Atenas, Grecia, en el año de 496 a. C.  y murió en Atenas, en al año de 406 a. C. Sófocles fue un poeta trágico de la Antigua Grecia. Autor de obras como Antígona o Edipo Rey, se sitúa, junto con Esquilo y Eurípides, entre las figuras más destacadas de la tragedia griega. De toda su producción literaria sólo se conservan siete tragedias completas que son de importancia capital para el género.
     Las principales fuentes de las que proceden sus datos biográficos son la Vida de Sófocles escrita por un anónimo en el siglo I, además de fragmentos dispersos que se pueden encontrar en las obras de PlutarcoAteneoAristóteles y otros autores. La Suda también le dedicó un breve artículo. Otros autores de la Antigüedad, entre los que se puede destacar a Duris de Samos, escribieron también sobre él, pero sus obras no se han conservado.
     Sófocles nació en Colono, una aldea cercana a la ciudad de Atenas, dentro de una familia de posición acomodada, en 497 o 496 a. C., según datos de la Crónica de Paros, o en 495 a. C., según el anónimo autor de la Vida de Sófocles. Era hijo de Sófilo, un fabricante de armas. Uno de sus maestros fue Lampro, que lo instruyó en la danza y le enseñó a tocar la lira. A los 16 años estaba al frente del coro que celebró con un peán la victoria de la batalla de Salamina, en el año 480 a. C., donde también participó Esquilo como combatiente y el mismo año que nació Eurípides.
     Se le atribuía belleza física pero voz débil. Le gustaban los ejercicios gimnásticos, la música y la danza. Algo más tarde del año 460 a. C. se casó con Nicóstrata, con quien tuvo un hijo: Iofonte, que se dedicó también a la tragedia. Ya con 50 años se enamoró de una meretriz, Teóride de Sición. Con ella tuvo a Aristón, que a su vez fue padre de Sófocles el Joven, por quien Sófocles sentía gran estima y que llegó a ser también escritor de tragedias. La Suda menciona los nombres de otros tres hijos de Sófocles de los que no existen más datos.
     Participó activamente en la vida política de Atenas: en 443 o 442 a. C. fue el heletómano, cargo que desempeñaba la persona dedicada a administrar el tesoro de la Liga de Delos. Gracias, en parte, al éxito de su obra Antígona, representada en el año 442, fue elegido estratego, cargo que desempeñó por primera vez durante la Guerra de Samos bajo la autoridad de Pericles, pero la flota que dirigía fue derrotada por Meliso. Es posible que también fuera estratego en el conflicto contra los habitantes de Anea del año 428 a. C. y en 423/422 a. C., en época de Nicias. En 413-411 a. C. perteneció al Consejo de los Diez Próbulos, formado en Atenas tras el fracaso de la Expedición a Sicilia. Según el biógrafo anónimo de su vida, no se distinguió especialmente por sus dotes como político pero amó su ciudad y rechazó invitaciones de autoridades importantes de otras ciudades con tal de no abandonar Atenas. Un relato anecdótico contaba que, habiendo desaparecido una corona de oro de la AcrópolisHeracles se le apareció a Sófocles y le indicó donde se hallaba esta. Después de que la joya fue recuperada, Sófocles empleó la recompensa que recibió en construir un santuario dedicado a Heracles denunciador.
     Según la Suda fue autor de 123 tragedias, pero el anónimo autor de la Vida de Sófocles dice que Aristófanes de Bizancio conoció 130 obras atribuidas a Sófocles pero consideró apócrifas 17 de ellas. Sófocles participó por vez primera en las Grandes Dionisias de 468 a. C., donde venció a Esquilo. En total, compitió en 30 concursos de las fiestas Dionisias: venció en 18 de ellos. Además venció 6 veces en las Leneas.
     Sófocles fue también un teórico: Escribió un tratado Sobre el Coro, que se ha perdido, se le atribuye el aumento de dos a tres del número de actores, aumentó el número de coreutas de doce a quince, introdujo la escenografía y fundó el llamado Tíaso de las musas, donde se rendía culto a las musas y se hablaba de arte.
     Fue amigo de Heródoto, a quien compuso una oda de la que solo se conserva un breve fragmento. Incluso reflejó en sus tragedias algunos pasajes de la obra del historiador. Otro de sus amigos fue Ion de Quíos. En un fragmento que se conserva de este autor se relata una anécdota de Sófocles en la que destaca su ingenio.
     También desempeñó funciones religiosas: fue sacerdote de una divinidad local de la salud llamado Halón y en el año 420 a. C. participó en el acto en que los atenienses adoptaron el culto a Asclepio.
     En su vejez se le atribuía cierta tacañería en los temas monetarios e incluso fue llevado al tribunal de justicia por su hijo Iofonte, que pretendía que se le declarase falto de razón, y por lo tanto, incapaz para administrar su hacienda, pero salió absuelto cuando recitó parte de su drama Edipo en Colono.
     Se cuenta que, tras la muerte de Eurípides, que ocurrió escasos meses antes de la suya propia, Sófocles presentó en el teatro a su coro enlutado y sin corona, en homenaje a él. Murió en el año 406 o en 405 a. C.
     Poco después de su muerte, Frínico, en su obra Las Musas, le dedicó un elogio:
“Bienaventurado Sófocles, que después de una larga vida murió como un hombre feliz e ingenioso. Hizo muchas hermosas tragedias. Tuvo un fin agradable sin dolor alguno.”
     Tras su muerte, Sófocles fue venerado como si fuera un héroe, con el nombre de Dexio. En los Museos Vaticanos se conserva una copia de una estatua que lo representa, y que había sido realizada en el siglo IV a. C. (Wikipedia).
     Edipo Rey es una tragedia griega de Sófocles, de fecha desconocida. Algunos indicios dicen que pudo ser escrita en los años posteriores a 430 a. C. Aunque la tetralogía de la que formaba parte, de la que se han perdido las demás obras, solo logró el segundo puesto en el agón dramático, muchos consideran Edipo Rey la obra maestra de Sófocles, entre ellos, Aristóteles, quien la analiza en la Poética. La obra nos presenta a Edipo en su momento de mayor esplendor, como rey de Tebas y esposo de Yocasta. Para salvar a la ciudad, Edipo comienza a investigar la muerte del rey anterior, Layo. Poco a poco se descubre la verdad: Edipo es el asesino que él mismo busca. Layo era su padre y su esposa, Yocasta, es al mismo tiempo su madre. Yocasta se suicida y Edipo, tras cegarse a sí mismo, pide a su cuñado Creonte que le deje partir al destierro y se quede con sus dos hijas, ya que sus dos hijos son hombres y sabrán cómo actuar.
Argumento
Peste en Tebas
     Edipo, rey de Tebas, se dirige a una muchedumbre encabezada por un sacerdote, que se ha congregado ante el rey para pedir un remedio a la peste que asola la ciudad de Tebas. Para conocer las causas de esta desgracia, el propio Edipo ha mandado a su cuñado Creonte a consultar el oráculo de Delfos. La respuesta del oráculo es que la peste se debe a que no se ha vengado la muerte de Layo, el rey anterior: su sangre derramada amenaza con dar muerte a todos los habitantes de la ciudad hasta que el asesino sea ejecutado o exiliado.
Predicciones de Tiresias
     Edipo pronuncia un bando solemne en el que pide a todo el pueblo tebano que colabore en el esclarecimiento del crimen. Tanto el asesino como el cómplice podrán, si se entregan, conservar la vida, aunque tendrán que partir al exilio; cualquier testigo que haya visto lo sucedido debe decirlo sin temor y Edipo le recompensará. Pero si el culpable no se entrega, a todo el que sea responsable de ello se le prohibirá participar en la vida de la ciudad y Edipo pide a los dioses que él y los suyos mueran de la peor manera posible.
     Por consejo de Creonte, Edipo ha llamado al adivino ciego Tiresias para que ayude a esclarecer lo sucedido. Cuando llega Tiresias, el rey y el coro lo reciben con muchísimo respeto, pero pronto queda claro que el vidente no quiere colaborar y se niega a hablar sobre el crimen. El diálogo entre Edipo y el adivino degenera por ello en un enfrentamiento (agón), en el que ambos se insultan. Irritado, Tiresias declara que Edipo es el asesino que está buscando, e incluso le anuncia, en lenguaje voluntariamente críptico, que vive en incesto con su madre y ha tenido hijos con ella; que aunque se crea extranjero es tebano de nacimiento y que dentro de poco se quedará, como él, ciego. Edipo llega a la conclusión de que el anciano y Creonte se han puesto de acuerdo para acusarle del crimen y desplazarle así del trono.
Acusaciones contra Creonte
     Entre los ancianos tebanos cunde la duda por las confusas palabras de Tiresias. Creonte aparece indignado ante las acusaciones que ha hecho Edipo, de conspiración para usurpar el trono. Edipo señala que resulta inexplicable que Tiresias, que estaba en la ciudad en el momento del asesinato de Layo, no declare entonces lo que sabe, y haya esperado hasta ahora para acusarle de aquel crimen. Creonte replica que, como cuñado y amigo de Edipo, ya tiene suficiente poder en Tebas y que nunca desearía las preocupaciones y problemas que debe afrontar un rey. Además, señala a Edipo que no se debe acusar sin pruebas y que si no cree que lo que ha dicho el oráculo de Delfos es cierto, puede ir él mismo a comprobarlo. También le dice que si Edipo tiene pruebas de que él se ha confabulado con el adivino Tiresias, él mismo se condenará a muerte.
Revelaciones de Yocasta
     Yocasta, que es esposa de Edipo, ejerce de mediadora en la disputa. Tras conocer los motivos, dice a Edipo que no debe hacer ningún caso de las adivinaciones proféticas y pone como ejemplo un oráculo de Apolo que predijo a Layo que moriría asesinado por uno de sus hijos. Sin embargo, Layo murió de otra forma, asesinado por unos bandidos en un cruce de tres caminos, y el único hijo que tuvieron murió poco después de nacer, pues se lo dieron a un criado para que lo matara. Por tanto, señala Yocasta, el oráculo no se cumplió en modo alguno.
     Sin embargo, Edipo, al conocer los detalles de la muerte de Layo, se alarma y exige que traigan a su presencia al único testigo del asesinato. Hay un gran suspenso porque Yocasta no conoce los motivos de ese miedo de Edipo.
Edipo Cuenta Su Historia
     Edipo relata a Yocasta cómo sus padres fueron Pólibo y Mérope, reyes de Corinto. En un momento dado le llegaron rumores de que no era hijo biológico de ellos y, al consultar el oráculo de Delfos, Apolo no respondió sus dudas y en cambio le dijo que se casaría con su madre y mataría a su padre. Por ello había abandonado Corinto, para tratar de evitar el cumplimiento de esa profecía. Más tarde, en sus andanzas, había tenido un incidente en un cruce de caminos, había matado varias personas y sus características eran las mismas que las conocidas en el asesinato de Layo. La esperanza que tiene Edipo de no ser el asesino de Layo es que el único testigo había afirmado que habían sido varios los asesinos.
Noticias de Corinto
     Yocasta manda llamar al testigo y también se presenta como suplicante ante el templo de Apolo para que resuelva sus males.
     Mientras tanto, llega un mensajero inesperado que trae noticias sobre los supuestos padres de Edipo en el reino de Corinto. Pólibo ha muerto a causa de su vejez y quieren proclamar a Edipo como rey de Corinto. Yocasta, tras oír las noticias, trata de hacer ver a Edipo que tampoco el oráculo según el cual iba a matar a su padre se había cumplido y por tanto ya no debería de temer el otro oráculo que decía que se casaría con su madre.
     El mismo mensajero es conocedor de la circunstancia de que en realidad Pólibo y Mérope no eran los padres naturales de Edipo, porque él mismo lo había recogido cuando era un bebé e iba a ser abandonado por un pastor en el monte Citerón, con las puntas de los pies atravesadas (de ahí el significado de su nombre: pies atravesados o hinchados, según la traducción).
     Al conocer los temores de Edipo, el mensajero le explica estos hechos pasados con la intención de que Edipo se tranquilice.
     No obstante, el rey de Tebas desea saber más sobre su origen y descubre que el mismo pastor que fue testigo del crimen de Layo había entregado a Edipo, cuando éste era un bebé, al mensajero.
Resolución de los Enigmas
     La reina Yocasta, tras oír el relato completo del mensajero, ya ha comprendido todo el profundo misterio y sale huyendo después de intentar en vano que Edipo se detenga en su investigación.
     Por fin llega el testigo del crimen. Edipo y el mensajero lo interrogan y al principio se resiste a dar respuestas, pero ante las amenazas de Edipo revela que el niño que le habían entregado para que lo abandonara en el monte Citerón era hijo del rey Layo y la reina Yocasta y que lo habían entregado para que muriera, impidiendo que se cumpliera un oráculo funesto. Sin embargo, él lo había entregado al mensajero por piedad.
     Edipo comprende que Yocasta y Layo eran sus verdaderos padres y que todos los oráculos se han cumplido.
     A partir de esta revelación un mensajero de la casa cuenta todos los detalles del suicidio de la reina Yocasta y la posterior ceguera de Edipo.
     Edipo aparece con los ojos ensangrentados y pide ser desterrado. Dice que ha preferido cegarse porque no puede permitirse ver, después de sus crímenes, a sus padres en el infierno, a los hijos que ha engendrado, ni al pueblo de Tebas.
     Creonte, que asume el poder, pide a los tebanos que se apiaden de Edipo y lo hagan entrar en el palacio. A continuación dice que consultará de nuevo al oráculo para saber lo que tiene que hacer con Edipo. Este dice que no tenga piedad con él, pide ser desterrado y dice a Creonte que cuide de sus dos hijas, acto que finalmente es consumado.
     Los últimos versos del corifeo son una especie de conclusión o moraleja en las que se expresa que incluso aquellos que parecen felices y poderosos están en todo momento expuestos a sufrir desgracias.
El Coro
     El coro es un personaje colectivo que comenta y juzga lo que ocurre en la tragedia. Representa al ciudadano tebano, que tiene sus esperanzas puestas en Edipo pero confía también en los dioses. Es un personaje conciliador, cuya preocupación es salvar la ciudad. Le desagradan las rencillas de los personajes y la impiedad que manifiesta Yocasta al poner en duda la veracidad de los oráculos de Apolo.
Intervenciones del coro:
·         Primera: después del prólogo, para elevar una plegaria a las divinidades de la ciudad con el fin de eliminar la peste.
·         Segunda: después de la primera parte que canta su desconcierto y quiere encontrar la causa de la peste por un lado, y por otro siente angustia por las palabras del adivino y por su fidelidad al rey.
·         Tercera: medita sobre la profecía que el oráculo hizo a Layo y el destino de éste.
·         Cuarta: después de la tercera parte, da ánimos a Edipo, sugiriendo que este puede ser en realidad hijo de un dios y una ninfa del monte Citerón.
·         Quinta: antes del epílogo en la que canta la desdicha al ver lo que ha sido su rey y en lo que se ha convertido.
Al final de la obra, el coro mantiene su afecto por Edipo, cuya desgracia deplora.
Temática
     La obra plantea varios temas y se ha interpretado de formas variadas a lo largo de los siglos.
·         Uno de los temas que se plantean es la fuerza del destino. Los personajes reciben malos presagios y cuando actúan con el fin de evitar su desgracia, no hacen sino cumplir con la profecía. Se trata de un tema común a la tragedia y a la mitología griega en general. En esta obra de Sófocles, por ejemplo, el personaje Layo recibe el aviso de que su hijo Edipo lo asesinará y decide abandonar al niño en el campo a su suerte. Pero el niño sobrevive y se da una precondición para que se produzca el asesinato: Edipo crece sin saber que Layo es su padre. Años más tarde, el oráculo le dice a Edipo que matará a su padre. Creyendo huir de su destino, huye de Corinto para no matar al que cree su padre, sin saber que precisamente esa acción lo cruzará con su verdadero progenitor en el camino.
·         Otro tema es el tabú en las relaciones familiares. Edipo mata a quien bajo ninguna circunstancia debería matar, a quien le diera la vida, y tiene relaciones incestuosas con quien lo engendró, su propia madre. Sin embargo, Edipo realiza estas acciones éticamente reprobables sin ser consciente de ello. El padre del psicoanálisisSigmund Freud, retomó esta idea para elaborar el concepto de "Complejo de Edipo." Freud argumenta que el primer despertar sexual ocurre durante la niñez y se manifiesta en el deseo sexual hacia el progenitor de sexo opuesto y la hostilidad contra el progenitor del propio sexo. Freud se vale de esta obra (escrita más de dos mil años antes) para ilustrar que los deseos incestuosos son una primitiva herencia humana y que la vigencia de esta obra se debe a la permanencia de tales pulsiones. El rechazo del incesto y el parricidio que ha cometido lleva a Edipo a agredirse a sí mismo, dejándose ciego (lo que algunos discípulos de Freud han interpretado como una metáfora de la castración).
·         La obra plantea también el problema de la búsqueda de la verdad y los riesgos y perjuicios que entraña alcanzar el conocimiento. Nietzsche habla de este drama en el capítulo nueve del Nacimiento de la Tragedia. Presenta a Edipo como un transgresor, un héroe condenado a caer por haber intentado llegar demasiado lejos. Al transgredir la naturaleza y las normas sociales, y querer averiguar aquello que está prohibido, Edipo descubre un mundo cuya visión está vedada al resto de los mortales. Comete una versión masculina, heroica, del pecado original, al elegir comer del árbol del conocimiento que condena a la humanidad a abandonar la inocencia. En este caso es su curiosidad y su entereza lo que le estimula a investigar. Ese abandono de la inocencia, de la cómoda ignorancia, es el destino cruel y heroico de Edipo, y su gesta consiste en su sacrificio. Como Prometeo, él paga por un bien que la humanidad recogerá tras su acción.
·         Edipo Rey es también una afirmación del poder de los dioses. A través de toda la obra queda clara la influencia decisiva que tiene Apolo en los acontecimientos, dando forma al destino de los personajes. Se descubre que la palabra divina es exacta, que debe obedecerse sin titubeos y que hay que respetar a quienes la profieren. (Wikipedia)
Edipo Rey
de Sófocles
     Para los antiguos griegos, el destino representaba la idea de una ley suprema que gobernaba la vida, tanto de los dioses, como de los mortales. El destino podía ser favorable o adverso, pero no había forma de eludir su dictamen. Esta noción parecida a la noción cristiana de providencia, fue fundamental en la vida y pensamiento de la antigua cultura griega. Para bien o para mal, no había para los griegos manera de escapar de esta predestinación, fuera como la de Hércules llevado a cumplir heroicas hazañas, o como la de Cadmio o Armonía, convertidos en serpientes al final de sus vidas, esta impotencia humana o divina, antes los dictados misteriosos de la providencia quedó magníficamente ilustrada en una de las obras teatrales más célebres de la historia. Es, para muchos, la obra maestra de uno de los más grandes dramaturgos. Es quizá la obra clásica por excelencia.
     Nuestra historia comienza en Tebas, la gran ciudad de las siete puertas. Tebas fue fundada por Cadmo, después de matar a una monstruosa serpiente. Habiendo matado al monstruo, una voz le ordena sembrar los dientes de la bestia. Entonces, de los colmillos sembrados brotaron guerreros. Aquellos fantásticos hombres se habían prácticamente exterminado entre sí. Pero quedaron cinco, que se convertirían en súbditos de Cadmo. Con ellos, Cadmo fundó la gran ciudad. El personaje de esta tragedia fue descendiente de Cadmo. El rey Layo, de Tebas, pertenecía a la tercera generación de descendientes de Cadmo, y era un gobernante apreciado por sus súbditos. Layo contrajo matrimonio con Yocasta, una prima de lejano parentesco. Pronto la reina quedó embarazada.
     Como todos los griegos, Layo consultaba frecuentemente el oráculo. Layo pensó, “Aquí en el templo de Apolo quizá sepa algo sobre nuestro futuro. ¡Apolo es el dios de verdad!” El templo de Delfos era sagrado. Y lo que en él dictara dios, se consideraba infalible. Una vez frente a la profetiza, Layo dijo, “Quiero saber qué me espera, ¡Oh pitonisa de Apolo!” La mujer dijo, “¿Estás seguro, oh rey? Conocer el futuro es peligroso. Puede ser peor que ignorar el destino. ¡Lo que diga a través de mi el dios, sucederá inevitablemente!” Layo dijo, “Lo sé.” La mujer dijo, “Y aunque sepas lo que ha de suceder, no podrás de ningún manera cambiar tu futuro, ¡Nunca!” Layo dijo, “Entiendo.” La mujer dijo, “Esta bien, entonces.” La pitonisa procedió a los rituales necesarios para invocar al dios de la verdad. La mujer dijo, “¡Oh, Apolo, habla a través de mi! ¡Tu súbdito lo pide!” En ocasiones el dios se negaba a hablar, en otras hablaba pronto o tardaba. Pero en esa ocasión, la pitonisa entro en u profundo trance, y rápidamente la mujer pronunció una sentencia fatal: “Layo ¡Morirás a manos de tu hijo!” Inmediatamente Layo se lamentó, diciendo, “¡Noo! ¡No puede ser!” La mujer dijo, “Ten cuidado, ¡Oh, rey de Tebas!” Asombrado, presa de angustia, Layo huyó de Delfos.
     Aterrado, mientras Layo huía a caballo, decidió que podría alterar su destino. Layo pensó, “Sé lo que haré, ¡pero no se cumplirá el oráculo!” Layo entro a su casa y vio a su esposa durmiendo embarazada. Layo pensó, “¡Mi hijo no habrá de matarme nunca! Y no podrá matarme porque él mismo no vivirá!” Poco después, la reina daba a luz a un hermoso varoncito. Cuando Layo lo cargó en sus brazos, Yocasta le preguntó, “¿Qué nombre hemos de darle?” Layo dijo, “¡Ninguno!” Yocasta dijo alarmada, “¡Cómo!¿Porqué?” Layo dijo, “Despídete de esta criatura. Nunca más la volverás a ver. No pidas explicaciones. Son cosas del destino. Soy el rey, sé lo que hago, ¡Tú obedecerás!” Y esa misma noche, Layo se reunió en secreto con un sirviente, y teniendo el niño en sus brazos, le dijo, “Llevarás a este niño a los montes y allí lo dejaras.” El siervo dudó, y entonces Layo le dijo, “¡Harás lo que te ordeno o te costará la vida!” Layo miró al niño antes de darlo, y le dijo, “¡Tienes tus piecitos atados!¡Así no llegaras lejos! ¡No vivirá mucho, estoy seguro!”
     El sirviente obedeció y llevando su pequeña carga, se internó en lo más recóndito de los montes que rodeaban a Tebas. Al alba, el siervo volvió con las manos vacías, y dijo, “Cumplí tu órden, oh rey!” Layo dijo complacido, “¡Bien! Lo logré, eliminé a ese hijo que según la profecía, algún día me quitaría la vida! ¡He burlado mi destino! Ja, Ja, Ja. ¡Yo soy el dueño del futuro! ¡Yo también hago predicciones y el oráculo de Delfos no se cumplirá!” Yocasta se atuvo a las órdenes de Layo, y la vida siguió en palacio, como si nada hubiera pasado. Layo vivió tranquilo, sin darse cuenta que sus actos obedecían a la locura de creerse superior al destino. Pero muchos años después, ¡Habría de morir! Lejos de su palacio. Cuando esto sucedió habían pasado muchos, muchos años, desde que enviara a su hijo a morir en los montes. Unos hombres trajeron el cadáver al palacio y lo pusieron a los pies de Yocasta, diciendo, “El rey…fue muerto…” Yocasta preguntó, “¿Cómo sucedió?” El hombre dijo, “Fuimos asaltados por bandidos.” Yocasta dijo, “Pero, Layo partió a Tebas con una buena escolta…” El hombre dijo, “Sí señora. Éramos cuatro acompañantes con el rey, pero los bandidos eran más. Finalmente solamente yo pude escapar con vida.” Yocasta dijo, “¡Esto no se quedara así! Habrá una investigación. Se llegara al fondo del asunto. ¡Y los culpables pagaran con sus vidas!”
     Pero la muerte del rey no se investigó debidamente, pues por aquellos días, una extraña maldición cayó sobre el reino de Tebas. Un terrible monstruo comenzó a asolar los alrededores sembrando terror y muerte entre los habitantes. La gente llegaba pidiendo asilo a Tebas. La causante de aquel extendido pánico, era una criatura llamada la Esfinge. El monstruo tenía cuerpo de león, y poseía alas poderosas como Pegaso, el corcel divino. Pero su rostro era de mujer y también su pecho. Solía aparecérsele repentinamente a los viajeros. Una vez que esto sucedía, uno de los viajeros preguntaba, “¿Qué deseas, Oh Esfinge!” Ella decía, “Lo mismo que le pido a todos. Les voy a plantear un enigma, un acertijo. Si me contestan correctamente podrán seguir el camino. Y si no, ¡Sus vidas serán mías!”
     Nadie lograba responder sus adivinanzas, y uno tras otro, incontables hombres, fueron cayendo bajo sus mortales garras. Civiles, soldados, hombres, mujeres, y niños. ¡Nadie estaba a salvo del tétrico juego del monstruo! Pronto Tebas se encontró en estado de sitio. La reina viuda no acertaba a terminar con aquella diabólica amenaza y las siete puertas de la ciudad dejaron de abrirse. Los campos dejaron de labrarse. El ganado quedó descuidado, y poco a poco se anuncio una hambruna para todos los tebanos. Creonte, el hermano de Yocasta, y regente de la ciudad en ausencia del rey, pensó incluso en hacer una oferta a todos los súbditos, pensado que así surgiría un valiente que acabaría con la amenaza. Creonte leyó el edicto ante la multitud, “Escuchen todos: Se decreta que quien pueda acabar con la amenaza de la Esfinge, recibirá la corona de Tebas, ¡Sera Rey!” Y eso no era todo. Creonte continuó, “¡También recibirá la mano de la reina Yocasta!¡Es imposible ofrecer más a quien venza al monstruo!”
     Pero ni esa promesa, ni la oferta del reino y de la mano de la reina, parecieron conseguir resultados. Y la espantosa criatura siguió sentando sus reales en los alrededores de la ciudad fundada por Cadmo. Entonces, llegó al reino de Tebas un extraño hombre de gran valor e inteligencia, cuyo nombre era Edipo. Edipo provenía de Corinto, de donde había salido poco antes, debido a una predicción del oráculo délfico. Edipo pensaba, “¿Podré evadir mi destino? Creo que lo he logrado ¡Jamás volveré a Corinto! Así evitaré seguramente la tragedia que me pronosticó la pitonisa.” Edipo recordó aquel día en que se gestó su decisión de abandonar Corinto para siempre. El rey Polibo, monarca de Corinto, preguntó a Edipo, “¿dónde vas Edipo?” Edipo contestó, “A consultar el oráculo, padre.” El rey pensó, “Espero hijo que el oráculo no sea cruel contigo.”
     Toda la infancia de Edipo, toda la vida, había transcurrido en el palacio de Polibo. Su vida era feliz, pero ese afán de todos los hombres por buscar conocer su futuro, lo llevaría a consultar a la pitonisa. Una vez estando frente a ella, la pitonisa le dijo, “¿En verdad quieres hurgar en las brumas del tiempo y el destino?” Edipo dijo, “¡Sí!” La mujer dijo, “¿Porqué, príncipe Edipo?¿Porqué?” Edipo dijo, “hay ciertos rumores. Dicen por ahí que no soy realmente hijo de Polibo y de su esposa Merope.” La pitonisa dijo, “Esta bien, pero no me guardes rencor por lo que diga la diosa a traves de mi boca.” Edipo dijo, “Por supuesto que no…” La mujer entonces dijo,  comenzando su ritual, “¿Puedes resolver, Oh Dios, las dudas de Edipo?” Finalmente la pitonisa entró en trance, y dijo, “…Edipo…vas a matar a tu padre…y además…¡te casarás con tu madre!” El oráculo no resolvía sus dudas, pero pintaba un horrendo destino. Edipo corrió como desesperado, pensando, “¡Es imposible!¿Matar a mi padre?¿Casarme con mi madre? Ningún hombre merece tal destino. ¡Tengo que evitarlo!”
     Esa misma noche Edipo abandonó Corinto, dando las más breves explicaciones al rey Polibo y a la reina Merope. Edipo les dijo, “Solo así viviré en paz, evitando una tragedia anunciada por el oráculo.” Polibo le dijo, “Que la fortuna te acompañe.” Triste por abandonar su hogar, pero a la vez feliz, pues creía haber vencido al oráculo, Edipo se dedicó a vagar sin rumbo. Vivió algunas aventuras, y llegó al reino de Tebas. Y allí se enteró de lo que ocurría. Al mirar a dos hombres aproximarse a él, Edipo les preguntó, “¿De qué huyen, amigos?” Uno de los hombres le dijo, “De un monstruo. De una amenaza imposible de vencer…¡Se llama la Esfinge!” Edipo dijo, “¿La Esfinge?” Poco después, los pobres tebanos huyeron y Edipo tomó una decisión, pensando, “Humm…no tengo hogar. No tengo amigos…No tengo nada en esta vida…Así que intentaré resolver el enigma de esa criatura.” Edipo vagó por la región donde se suponía vivía el engendro. 
     Hasta que cierto día, Edipo escuchó una voz que le decía, “¡Detente caminante!” Era la Esfinge. Edipo le dijo, “¿Qué quieres de mi?” Ella dijo, “Poca cosa. Tienes que resolver un enigma. Si no me das la respuesta correcta, ¡Morirás hoy mismo!” Edipo le dijo, “No tengo miedo. Pregúntame lo que quieras.” La mujer dijo, “Escucha bien, solo te lo diré una vez.” Lentamente, como si ya saborease el triunfo y la muerte del joven, la Esfinge habló, “¿Qué criatura anda en cuatro pies en la mañana…en dos pies al mediodía…y en tres pies al caer la tarde?” Edipo dijo pensativo, “¿Qué criatura puede ser?” La Esfinge le dijo, “¿No puedes contestar? Prepárate a morir. ¡Nadie contestará jamás al acertijo! ” Edipo dijo, “¡Espera! Tengo la respuesta.” La Esfinge dijo, “No es posible.” Edipo dijo, “Esa criatura que mencionas ¡Es el Hombre!” La Esfinge dijo, “¿Cómo?” Lentamente Edipo habló, “En su infancia, el hombre camina a cuatro patas. Cuando alcanza la madurez, camina sobre dos pies, y al llegar a la vejes tiene tres pies. Pues se ayuda con un bastón. ¡El Hombre!¡Esa es la respuesta a tu enigma!”
     Hubo un silencio pesado en el que nada se escuchó, ni el viento. Entonces la Esfinge se irguió terrible, lanzando un aullido que retumbó en todas las cañadas  de la sierra por un momento. Edipo pensó que se le echaría encima, y que lo haría trizas con sus tremendas garras. Los ojos de la Esfinge relumbraron como ascuas infernales y su boca se torció con un odio feroz inexpresable. Edipo dijo, “¡Oh, Dioses!” Y entonces, inexplicablemente, el monstruo se lanzó al abismo, pereciendo y chocando contra las puntiagudas rocas del precipicio. Hubo testigos de la insólita victoria del extraño sobre el monstruo que todos consideraban invencible. Un soldado griego se acercó a Edipo y le dijo, “¡Venciste a la Esfinge extranjero!¡Has librado a Tebas de la muerte!” Poco después toda Tebas aclamaba al héroe que había resuelto el acertijo, gritando unos, “¡Edipo!¡Viva Edipo!”
     Como salvador del reino que era, Edipo fue recibido con todos los honores en el palacio. Yocasta lo recibió y le dijo, inclinándose, “Seré tuya, como se había prometido.” Fue así como Edipo, que lo había abandonado todo en Corinto, ganó mucho más en Tebas de lo que había dejado atrás. Edipo sería casado con Yocasta y ascendería al trono. Pasarían muchos años de felicidad y habrían de nacer dos hijas y dos hijos en el palacio real. Edipo pensó, “Finalmente creo que eludí mi destino. Al salir de Corinto, evité matar a Polibo y casarme con Merope. Hice lo correcto. No maté a mi padre ni tuve nupcias con mi madre. Tal parece que en este caso, el oráculo supuestamente infalible, no se cumplió, ¡Ni se cumplirá! No hay nada que nuble la felicidad de mi vida.” 
     Pero con el transcurrir del tiempo, cuando los hijos de Edipo llegaron a la mayoría de edad, una terrible plaga se abatió sobre todo el reino. Por doquier, los hombres comenzaron a morir. Cosechas, animales, pareciera que todo ser viviente perecería sin remedio. Quienes no morían por la enfermedad, enfrentaban el espectro de la muerte por hambre. Y Edipo, el rey, sufría igual o más que todos, diciendo, “Todos mis súbditos son hijos míos. ¡Lloro por ellos!” Incapaz de soportar la miseria de su pueblo, Edipo envió a Creonte, su cuñado, a consultar el oráculo de Delfos, para indagar el motivo de aquella plaga asesina. Y Creonte volvió con una buena noticia, diciendo, “Apolo declaró que la peste terminará con una condición. Hay que encontrar y castigar al asesino del viejo rey Layo, ¡Eso es todo!” Edipo dijo, “¡Se hará! Aunque han pasado muchos años desde que murió Layo, ¡Cumpliremos la orden de Apolo y los Tebanos volverán a ser felices!”
     Edipo en persona dirigía la investigación, y de inmediato dio los primeros pasos. Enseguida ordenó, “Que me traigan al viejo Tiresias, el profeta ciego. Seguramente el anciano sabrá algo. Él mismo es una especie de oráculo.” Pero, al presentarse el profeta invidente, se negó a contestar las preguntas del rey, diciendo, “No diré nada.” Edipo le dijo, “¡Podría obligarte a hacerte hablar!” Tiresias dijo, “¡Necios tontos, son mas ciegos que yo!” Edipo dijo, “¡Cómo! Es obvio que sabes algo. ¡Habla por los dioses! O, ¿es que no dices nada porque tú mismo tuviste que ver en la muerte de Layo?” Aquella sospecha de Edipo enfureció al profeta y se dice que solo entonces hablo diciendo lo que nunca quiso mencionar. Tiresias le dijo, “¡Necio, Edipo no hay hombre más necio que tú! ¡Tú, tú mismo eres el asesino que buscas!” Edipo dijo, “¡Estas absolutamente loco!” Furioso Edipo hizo venir a la guardia, y dijo, “¡Llévenselo, jamás quiero verlo!¡Y que nunca vuelva a pisar Tebas!”
     Tanto Edipo como Yocasta se burlaron de lo dicho por Tiresias. Yocasta le dijo, “Nada es seguro de lo que dicen profetas y oráculos.” Edipo exclamó, “¡Bah!” Yocasta dijo, “Hace muchísimos años, el oráculo de Delfos predijo que el hijo que tuve con Layo, mataría a su padre, pero Layo ordenó que nuestro hijo fuera abandonado en el monte, con los pies atados. ¡El niño murió!” Edipo dijo, “¿Y Layo?” Yocasta dijo, “Murió asaltado por ladrones. El asalto tuvo lugar en un sitio donde se juntan tres caminos.” Edipo le preguntó, “Y…¿Cuándo ocurrió esa desgracia?” Yocasta dijo, “Layo murió…poco antes de que llegaras a Tebas y vencieras a la Esfinge.” Edipo se quedó meditando, y enseguida preguntó, “¿Cuántos hombres iban con Layo?” Yocasta dijo, “Eran…cinco, solo uno vivió para contar el suceso…” Enseguida Edipo dijo, “¡Que venga ese sobreviviente del asalto! Es indispensable que hable con él…”
     Yocasta dio la orden de que trajeran al sirviente en cuestión y los reyes siguieron platicaron. Yocasta comenzó a inquietarse al notar que Edipo se veía más y más preocupado. Yocasta le dijo, “¿Qué piensas…en qué piensas Edipo?” Edipo le dijo, “Sabrás todo lo que se, Yocasta. Hace años en Corinto escuché rumores de que yo no era hijo ilegítimo del Rey Polibo, y la reina Merope. Consulté con el Oráculo, pero sobre ese asunto no se me dijo nada. Sin embargo, se me dijo que un día mataría a mi padre. Y que también, me casaría o mi madre. Por eso abandoné Corinto y jamás volví. Mis viajes me trajeron a este reino. Y antes de enfrentarme a la Esfinge, cierto día llegue a un cruce de tres caminos, y vi venir un pequeña cuadriga con cuatro jinetes de escolta. El hombre de la cuadriga me pidió el paso de mala manera. Incluso me azotó con su látigo, cosa que me enfureció. Yo era joven e impetuoso, y mi condición de príncipe me llevó a vengarme al instante. En un arranque de furia, maté al hombre de la cuadriga. Acto seguido, arremetí contra los cuatro hombres que acompañaban al muerto. No sé de dónde saqué fuerzas, pero con la lanza del primer soldado caído, maté a otro. Quedaron dos jinetes y conseguí desmontar al tercero. Con su propia espada, lo envié  al otro mundo. Y cuando me disponía enfrentarme al cuarto y último jinete, ¡Huyó como un cobarde! Allí estuve un tiempo, asombrado de mi propia hazaña. Sin armas, me había enfrentado a cinco hombres, y había acabado con cuatro de ellos, allí, en el cruce de tres caminos. Poco después me alejé para siempre de ese lugar. Me enfrenté a la Esfinge, y terminé llegando a Tebas, de donde no he partido, desde entonces.”
     Al terminar aquel relato, Edipo se vio más nervioso que nunca. Enseguida lanzó su copa de vino, diciendo, “¡Por los Dioses!” Yocasta dijo, “¿Qué pasa?” Edipo dijo, “Dijiste que Layo murió en un cruce de tres caminos. ¿Sera posible que Layo haya sido aquel hombre de la cuadriga?” Yocasta dijo, “Lo que dices, ¡Es imposible!” Edipo dijo, “¿Porqué? Habla. ¡Siento que me acecha la locura!” Yocasta dijo, “El hombre al que mataste no pudo ser Layo, porque Layo y su escolta fueron muertos por una gavilla de asaltantes, ¡Recuérdalo!” Edipo descansó, y dijo, “Sí…sí, ¿Verdad?” En eso, tocaron la puerta y se escuchó la voz del guardia, “Oh, rey, te busca un mensajero que viene de Corinto.” Edipo dijo, “¿De Corinto?” De inmediato abrieron la puerta. Edipo pensó, “¿Qué noticia puede traer?” Tercio, el mensajero se presentó, y dijo, “Edipo, el rey de Corinto, Polibo, ¡Ha muerto!” Yocasta gritó triunfante, “¡Falló el Oráculo, falló! Sí Edipo. Polibo murió, tu padre ha muerto y no lo mataste tú. La profecía que me relataste no se cumplió.” Entonces Tercio, dijo, “¿Es que acaso huiste de Corinto por no matar a Polibo, oh Rey Edipo?” Edipo dijo, “¡Es correcto!” Terciodijo, “Estabas en un error…no tenias nada que temer…” Edipo dijo, “Pero…¿Qué dices?” Yocasta pensó, “¡Oh, Dioses!¿Qué pasa?” Edipo dijo, “¡Explícate, hombre!” Tercio dijo, “S-sí…Polibo te educó como si fueras su hijo…pero no lo fuiste nunca…yo…y fui quien te llevo al rey de Corinto…”
     Edipo gritó mas angustiado que nunca en su vida, “Pero, ¿De dónde me sacaste?¿Qué quieres decir?” Edipo entonces se abalanzó y se abrazó a Tercio  diciendo, “¿Quiénes fueron entonces mi padre y mi madre?” Tercio dijo, “No lo sé, Oh, Rey, ¡No lo sé!” Poco a poco Yocasta palideció y en su corazón comenzó a latir ferozmente, como si fuera a escapársele del pecho. Edipo dijo, “¿No sabes?” Tercio dijo, “Yo te recibí cuando eras un bebé, de manos de un sirviente de Layo…” Yocasta los interrumpió con un horror indecible dibujado en el rostro, y dijo, “¡No lo escuches más, Edipo!¿Qué puede importar lo que cuenta un miserable sirviente!” Edipo dijo, “¡Claro que importa!¡Necesito saber la verdad sobre mi nacimiento!” Yocasta le dijo, “Te suplico, no sigas, ¡No hables, no preguntes más!” Y Yocasta huyó de la sala, casi arrollando a una encorvada figura que venía entrando. Sin volver la vista atrás, atravesó los pasillos hacia sus habitaciones, gimiendo, gritando cosas incomprensibles para los habitantes del palacio. Y Edipo, se quedó entre los dos ancianos. El anciano recién llegado, dijo, “¿Me mandaste llamar, Oh Rey?” Tercio dijo, “Él, oh rey, es el hombre que me entregó al bebé. Él te llevó a mi esa noche.” Edipo le preguntó al anciano, “¿Es cierto?¿Conoces a este hombre?” El anciano recién llegado, dijo, “No sé. Estoy tan viejo. Casi no veo.”
     Tercio le tomó las manos y le dijo, “Recuerda hombre. Recuerda aquella noche. Yo estaba en el monte cuidando un rebaño de borregos del rey Polibo. Y de pronto, te vi venir en la oscuridad, llevando a una criatura envuelta. ¡No es posible que no recuerdes!” El anciano le dijo, “¡Maldito seas, no hables más!” Edipo dijo al anciano siervo, “¿Te atreves a retener la información que se te pide?¡A hierro y fuego podría hacer que digas todo lo que sabes!” El viejo sirviente se arrodilló y comenzó a sollozar, diciendo, “¡Piedad, oh rey, piedad!” Tercio se acercó al anciano y le dijo, “¿Acaso no me diste un niño recién nacido aquella noche, un niño recién nacido que es tu rey, Edipo de Tebas?” Finalmente, casi susurrando, el anciano confesó: “¡Oh rey, no me preguntes más! Sí, sí. Es cierto. Yo le di al niño recién nacido.” Pero Edipo no se detendría ante nada. Tenía que saber toda la verdad, y dijo, “Escucha bien anciano. Te haré una pregunta más, y si tengo que repetirla, ¡morirás! ¿De dónde salió aquel niño recién nacido que entregaste a mitad de la noche en el monte.” El hombre dijo, “¡O, dioses, perdónenme!” Mientras Edipo tenía su espada en la mano, el anciano se inclinó y dijo, “¡El recién nacido…!¡Mejor que se lo diga la reina, señor!” Edipo levantó su espada, entonces el anciano dijo, “El recién nacido me lo dio el rey Layo…” Edipo lo levantó y tomándolo de las ropas le dijo, “¿Estás seguro de lo que dices?” Con voz entrecortada, sollozando, el anciano sirviente prosiguió, “Sí…se supone que yo debí de haber matado al recién nacido. Debí de haberlo matado para evitar una profecía…” Edipo dijo, “¿Una profecía?¿Una profecía que decía que el recién nacido…un día…mataría a su padre?” El anciano dijo, “Así…es…”
     Entonces, un horrendo grito, un grito proveniente de la garganta de Edipo Rey, retumbó en el palacio de la ciudad de las siete puertas: “¡Oh, Dioses, Noooo! Por fin… lo entiendo todo…¡Estoy maldito!” Ante el dolor de Edipo, el anciano sirviente le dijo a Tercio, “¿Debí matar a aquel recién nacido, o debí dártelo?¿Hice mal…al compadecerme de la criatura y dártela sin explicarte el porqué?” Tercio le dijo, “No te atormentes anciano. En todo esto está la voluntad del destino. Somos simples peones de una voluntad superior. No podías hacer más de lo que hiciste.” Edipo dijo, “¡Maldito soy! El oráculo se cumplió absolutamente. Fue un sueño el querer evadir mi destino.”
     Y así era. Había asesinado al creador de sus días, y había contraído matrimonio con su propia madre. Edipo dijo, “Nadie…ni en la Tierra ni en el Cielo, puede ayudarme...¡Nadie puede ayudar a Yocasta, ni a mis hijos!¡Estamos malditos todos!” Finalmente, después de buscar a su esposa por todo el palacio, llegó a la habitación real. Yocasta, incapaz de soportar la verdad, se había quitado la vida ahorcándose. Edipo desesperado, tomó un objeto puntiagudo y alzándolo dijo, “Yo también alzaré la mano contra mí mismo. ¡Maldito soy y mi luz se hará oscuridad! ¡Adiós luz…ya que gracias a ti vi lo que nunca debí ver!” Momentos después, cuando súbditos del rey llegaron a la recamara real, uno de ellos dijo, “¡Oh, dioses!” El otro dijo, “¡El rey se ha sacado los ojos!” Edipo también, incapaz de soportar todo lo ocurrido, se había cegado con el broche de Yocasta. Mientras uno de los súbditos cargaba a Edipo rumbo a su aposento, Edipo dijo, “¡Todos los males del mundo han caído sobre Tebas!” Mientras lo recostaban en su aposento, Edipo dijo, “Así tenía que ser. Ya no veré más. Ya no veré este mundo en el que fui maldito desde que nací.”
     Se dice que culminada la tragedia, Edipo vivió algún tiempo más en Tebas, acompañado de sus hijas Antígona e Ismene, mientras crecían sus dos hijos Polinices y Eteocles. Creonte, el hermano de Yocasta, ocupó la regencia de Tebas, y la normalidad volvió a Tebas, gracias a que el asesino de Layo, Edipo, había sido castigado por su propia mano. Pero finalmente los tebanos pidieron a Edipo que abandonara el reino. Él obedeció, y solo su hija Antígona, le acompañó al exilio. Tiempo después, la ciudad de Colona, recibió al viejo ciego, y, según Sófocles, allí había de morir, acompañado hasta el fin por la fiel Antígona. 
     Según otras fuentes, Edipo murió en Tebas o en Atenas; y se dice que al final de su vida, el Dios Apolo lo consoló diciéndole que quería una bendición sobre la tierra que lo vería morir…y no solo eso, sino que, una vez muerto, pasaría a disfrutar la compañía de los dioses. Para muchos estudiosos, como lo mencionamos al principio, la desdichada vida de Edipo viene a simbolizar el hecho de que para los antiguos griegos, ningún hombre puede sobreponerse a los dictados del destino.
     Edipo Rey, de Sófocles, uno de las obras maestras de la literatura trágica universal, termina con esta palabras, “Miren, ustedes que viven en Tebas, este hombre fue Edipo, ese poderoso Rey que conoció el misterio del Enigma. A quien toda la ciudad envidió, el favorito de la fortuna. Contemplen en su historia la tormenta de sus calamidades, y, siendo mortales, piensen en ese último día de la muerte, que todos habrán de ver, y no hablen de la felicidad de ningún hombre, hasta que sin pena hallan rebasado la meta de la vida.”
Tomado de Novelas Inmortales, Año XI No. 533, Febrero 3 de 1988. Guión: M. Arce. Adaptación: Remy Bastien. Segunda adaptación: José Escobar.