jueves, 31 de diciembre de 2015

El Gran Rubí de Nathaniel Hawthorne

     Nathaniel Hawthorne, nacido con el nombre de, Nathaniel Hathorne, nació el 4 de julio de 1804, y murió el 19 de mayo de 1864, a la edad de 59 años. Nathaniel Hawthorne fue un novelista estadounidense, así como un romántico oscuro, y cuentista.
     Nathaniel Hawthorne nació en 1804 en Salem, Massachusetts, de Nathaniel Hathorne y Elizabeth Clarke Manning. Sus antepasados ​​incluyen a John Hathorne, el único juez que participó en los juicios de las brujas de Salem, quien nunca se arrepintió de sus acciones. Nathaniel, posteriormente, añadiría una “w” para cambiar su apellido a, “Hawthorne,” con el fin de ocultar esta relación. Ingresó en el Bowdoin College, en 1821, siendo elegido miembro de la sociedad, Phi Beta Kappain, 1824, y se graduó en 1825.      Hawthorne publicó su primera obra, una novela titulada, Fanshawe, en 1828. Posteriormente trataría de suprimirla, considerando que no se igualaba a la calidad de su obra posterior.      Hawthorne publicó varios cuentos en varios periódicos, los cuales posteriormente recopilaría en una colección, bajo el titulo de, “Cuentos Contados Dos Veces,” en 1837. 
     Al año siguiente, Hawthorne se comprometió en matrimonio con Sophia Peabody.          Trabajó en una Aduana y se unió a Brook Farm, una comunidad trascendentalista, antes de casarse con Peabody en 1842. Posteriormente la pareja se mudó a la mansión, The Old Manse, en Concord, Massachusetts, mudándose posteriormente a Salem, a la región de The Berkshires, y posteriormente, a Concord.
     “La Letra Escarlata,” fue publicada en 1850, seguido por una sucesión de otras novelas. Un nombramiento político llevó a Hawthorne y su familia, a Europa, antes de su regreso a The Wayside, en 1860. Hawthorne murió el 19 de mayo de 1864, y fue sobrevivido por su esposa y sus tres hijos.
     Gran parte de los escritos de Hawthorne, se centran en Nueva Inglaterra. Muchos de sus trabajos con alegorías morales con una inspiración puritana. Sus obras de ficción son consideradas parte del movimiento romántico y, más concretamente, el romanticismo oscuro. Sus temas suelen centrarse en la maldad y el pecado intrínsecos de la humanidad. Además,  sus obras a menudo tienen mensajes morales y una profunda complejidad psicológica. Sus trabajos publicados incluyen novelas, cuentos, y una biografía de su amigo Franklin Pierce.
Biografía
Vida Temprana
     Nathaniel Hawthorne nació el 4 de julio de 1804, en Salem, Massachusetts; su lugar de nacimiento se ha preservado, y se conserva abierto al público. William Hathorne, descendiente del autor, un puritano, fue el primero de la familia a emigrar de Inglaterra, primero estableciéndose en Dorchester, Massachusetts antes de trasladarse a Salem. Allí se convirtió en un miembro importante de la colonia de la Bahía Massachusetts, y sostuvo muchos cargos políticos, entre ellos magistrado y juez, haciéndose famoso por sus duras condenas. El hijo de William y tatara-abuelo del autor, John Hathorne, fue uno de los jueces quien supervisó los juicios de brujas de Salem. 
     Habiéndose enterado de esto, el autor probablemente añadió la “W” a su apellido, siendo de unos veinte años de edad, poco después de graduarse de la universidad, en un esfuerzo por desvincularse de sus antepasados ​​notorios. El padre de Hawthorne, Nathaniel Hathorne, Sr., era un capitán de barco que murió en 1808 de la fiebre amarilla en Suriname. El señor Hathorne había sido miembro de la Sociedad Marina de las Indias Orientales. Después de su muerte, el joven Nathaniel, su madre y dos hermanas, se fueron a vivir con parientes maternos, los Manning, en Salem, donde vivió durante 10 años. Durante este tiempo, el 10 de noviembre de 1813, joven Hawthorne fue golpeado en la pierna mientras jugaba “palo y la bola” y quedó cojo y postrado en cama por un año, a pesar de varios médicos no pudieron encontrar nada malo en él.
     En el verano de 1816, la familia vivía en régimen de internado con los agricultores antes de mudarse a una casa recientemente construida, específicamente para ellos por sus tíos Richard de Hawthorne y Robert Manning en Raymond, Maine, cerca del lago Sebago. Años después, Hawthorne vería hacia atrás su estancia en Maine con cariño: “Fueron días encantadores, de esa parte del país que era salvaje entonces, con desmontes dispersos, y nueve décimas partes de bosques primitivos.” 
     En 1819, Hawthorne fue enviado de nuevo a Salem para ir a la escuela y pronto se quejó de la nostalgia y de estar demasiado lejos de su madre y hermanas. A pesar de su nostalgia, con tal de divertirse, envió siete entregas del periódico, El Espectador a su familia, en agosto y septiembre de 1820. El periódico hecho en casa, se escribía con la mano. El periódico incluía ensayos, poemas, y las noticias, utilizando el desarrollo de humor adolescente del joven autor. El tío de Hawthorne, Robert Manning, insistió, a pesar de las protestas de Hawthorne, en que el niño asistiera a la universidad. 
     Con el apoyo financiero de su tío, Hawthorne fue enviado a Bowdoin College en 1821, en parte debido a las conexiones de la familia en la zona, y también debido a su tasa de matrícula relativamente barata. En el camino a Bowdoin, en la estación en Portland, Hawthorne se reunió el futuro presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, y los dos se hicieron amigos rápidamente. Ya una vez en la escuela, Hawthorne también se reunió con el futuro poeta, Henry Wadsworth Longfellow, el futuro diputado, Jonathan Cilley, y el futuro reformador naval  Horatio Bridge. Años después de su graduación con la clase de 1825, describiría su experiencia universitaria a Richard Henry Stoddard:
     Fui educado en el Colegio Bowdoin. Yo era un estudiante flojo, negligente de las normas de la universidad, y los detalles de la vida académica. En lugar de ello, elegía alimentar mis propias fantasías, en vez de profundizar en las raíces griegas y ser contados entre los tebanos letrados.
Carrera Temprana
    En 1836 Hawthorne se desempeñó como editor de la revista mensual de Boston,  la Revista Americana de Conocimiento Útil y Entretenido. Durante este tiempo se hospedó con el poeta, Thomas Green Fessenden, en Hancock Street, en Beacon Hill, en Boston. Se le ofreció un puesto como pesador y estimador en la Aduana de Boston, con un salario de $ 1,500 al año, que aceptó el 17 de enero, 1839. Durante su tiempo allí, alquiló una habitación propiedad de George Stillman Hillard, socio de negocios de Charles Sumner. Hawthorne escribió en la relativa oscuridad de lo que él llamó su “nido de búho,” en el hogar familiar. Al mirar hacia atrás en este período de su vida, escribió: “No he vivido, pero sólo soñado con vivir.” Contribuyó con cuentos cortos, entre ellos, “El Joven Goodman Brown,” y “El Ministro de Velo Negro,” a varias revistas y publicaciones anuales, aunque ninguno atrajo gran atención hacia el autor. El comodoro, Horatio Bridge, almirante naval, ofreció cubrir el riesgo de recopilar y publicar  estas historias, en la primavera de 1837, en un solo volumen, titulado, “Cuentos Contados Dos Veces,” lo que hizo a Hawthorne, ser conocido localmente.
Matrimonio y Familia
     Mientras estaba en el Bowdoin, Hawthorne apostó a su amigo Jonathan Cilley una botella de vino marca Madeira, que Cilley se casaría antes que él. Para 1836, él Hawthorne ya había ganado la apuesta, pero no seguiría siendo un soltero toda la vida. Después de coqueteos públicos con mujeres locales, tales como María Silsbee y Elizabeth Peabody, Hawthorne comenzó a perseguir a la hermana de esta última, la ilustradora y trascendentalista, Sophia Peabody. Buscando una posible casa para él y Sofía, Hawthorne se unió a la comunidad utópica trascendentalista en Brook Farm, en 1841, no porque estaba de acuerdo con el experimento, sino porque le ayudó a ahorrar dinero para casarse con Sofía. Hawthorne pagó un depósito de $ 1.000, y fue puesto a cargo de palear la colina de estiércol, referida en lo sucesivo como “la mina de oro.” 
     Posteriormente Hawthorne abandonaría el lugar ese año, aunque su aventura en la granja Brook, probaría ser una inspiración para su novela, “The Blithedale Romance.” Hawthorne se casó con Sophia Peabody en julio 9, de 1842, en una ceremonia en el salón de Peabody en West Street, en Boston. La pareja se trasladó a la mansión, The Old Manse, en Concord, Massachusetts, donde vivieron durante tres años. Su vecino, Ralph Waldo Emerson, lo invitó a su círculo social, pero Hawthorne era casi patológicamente tímido y se quedaba en silencio cuando se hacían las reuniones. En la, Old Manse, Hawthorne escribió la mayor parte de los cuentos recogidos en, “Musgos de una Old Manse.”
      Al igual que Hawthorne, Sophia era una persona solitaria. A lo largo de su vida temprana, ella sufría migrañas frecuentes y se sometió a varios tratamientos médicos experimentales. Estubo la mayor parte del tiempo postrada en cama, hasta que su hermana le presentó a Hawthorne, después de lo cual sus dolores de cabeza parecen haber disminuido. Los Hawthorne disfrutaron de un matrimonio largo y feliz. De su esposa, a quien Hawthorne se refería como su “Paloma,” Hawthorne escribió que ella, “es, en el sentido estricto, mi único compañero; y no necesito ningún otro; no hay vacante en mi mente, no más que en mi corazón ... Gracias a Dios que me basto, por su corazón sin límites!” Sophia admiraba mucho la obra de su marido. En uno de sus diarios, ella escribió:
     “Siempre estoy tan deslumbrada y desconcertada con la riqueza, la profundidad, las ... joyas de belleza en sus producciones, que siempre estoy buscando una segunda lectura, en la que puedo reflexionar, y meditar, y tomada plenamente por la riqueza milagrosa de los pensamientos.”
     En el primer aniversario del matrimonio de los Hawthorne, el poeta Ellery Channing vino a Old Manse por ayuda. Una adolescente local, llamada Marta Hunt, se había ahogado ella misma en el río, y la barca de Hawthorne, El Lirio del Estanque, fue necesaria para encontrar su cuerpo. Hawthorne ayudó a recuperar el cadáver, al que calificó como, “un espectáculo de tal horror perfecto que.... Ella era la imagen misma de la agonía.” Posteriormente el incidente más tarde inspiraría una escena en su novela, “The Blithedale Romance.”
     Nathaniel Hawthorne y Sofía tuvieron tres hijos. Su primero, una hija, nació el 3 de marzo de 1844. Fue nombrada Una, una referencia a la novela medieval de Edmund Spenser, “La Hada Reina,” para disgusto de los miembros de la familia. Hawthorne escribió a un amigo: “Encuentro una clase de felicidad muy sobria y seria, que brota del nacimiento de un niño.... Ello no se puede eludir por mucho tiempo. Tengo negocios en la tierra ahora, y tengo que mirar a mi alrededor, buscando los medios para lograrlos.” En 1846, su hijo Julian nació. Hawthorne escribió a su hermana Luisa, el 22 de junio de 1846, una carta con la noticia: “Un pequeño troglodita hizo su aparición aquí en diez minutos para las seis de la mañana, que decía ser su sobrino.” Su último hijo, Rose, nació en mayo de 1851. Hawthorne llamó, “mi flor de otoño.”
Años Centrales.
     En abril de 1846, Hawthorne fue nombrado oficialmente como, “Inspector para el Distrito de Salem y Beverly e inspector de ingresos para el puerto de Salem,” con un sueldo anual de $1200.00. Tenía dificultad para escribir durante este período, como él admitido a Longfellow:
     Estoy tratando de retomar mi pluma ... Cada vez que me siento solo, o camino solo, me encuentro soñando con cuentos, como antaño; pero esas mañanas en la Aduana deshacer todo lo que las tardes y las noches había hecho. Sería más feliz si pudiera escribir.
     Al igual que su nombramiento anterior a la aduana en Boston, este empleo era vulnerable a la política del clientelismo. Siendo un demócrata, Hawthorne perdió este trabajo debido al cambio de administración en Washington, después de la elección presidencial de 1848. Hawthorne escribió una carta de protesta al Boston Daily Advertiser, que fue atacado por los Whigs y apoyado por los demócratas, lo que hizo que el despido de Hawthorne, fuese un evento muy comentado en Nueva Inglaterra. Hawthorne estuvo profundamente afectado por la muerte de su madre, poco después a finales de julio, de lo que calificó, “la hora más oscura que he vivido.”  Hawthorne fue nombrado el secretario correspondiente del Liceo de Salem, en 1848. Los invitados especiales que vinieron a hablar en esa temporada, incluyeron a, Emerson, Thoreau, Louis Agassiz, y Theodore Parker.
     Hawthorne volvió a escribir y publicó, “La Letra Escarlata,” a mediados de marzo de 1850, que incluía un prefacio donde se refería a su permanecía de tres años en la Aduana, y hacía varias alusiones a los políticos locales, que no apreciaron su trato. “La Letra Escarlata,” fue uno de los primeros libros producidos en masa, en los Estados Unidos, y se vendieron 2500 volúmenes dentro de los primeros diez días. Además, Hawthorne ganó más de $ 1500 en los próximos 14 años. El libro fue pirateado inmediatamente por los libreros de Londres, y se convirtió en un inmediato éxito de ventas en los Estados Unidos. Así, Hawthorne inició su período más lucrativo como escritor. 
     Uno de los amigos de Hawthorne, el crítico Edwin Percy Whipple, se opuso a la “intensidad morbosa” de la novela y sus densos detalles psicológicos, escribiendo que el libro, “tiende a convertirse, como Hawthorne, en demasiado doloroso anatómicamente en su exposición de estos.” 
     Sin embargo, el escritor ingles del siglo XX, D.H. Lawrence, dijo que, “La Letra Escarlata,” podría ser la obra más perfecta de la imaginación notreamericana. Hawthorne y su familia se mudaron a una pequeña granja roja, cerca de Lenox, Massachusetts, a finales de marzo de 1850. Hawthorne llegó a ser amigo de Herman Melville, iniciando ésta amistad el 5 de agosto de 1850, cuando los autores se reunieron en un día de campo organizado por un amigo en común. 
     Melville acababa de leer de Hawthorne colección de cuentos, “Musgos de Una Vieja Casa Parroquial,” y su opinión sin firma de la colección titulada, “Hawthorne y sus Musgos,” fue impresa en, El Mundo Literario, el 17 de agosto y 24 de agosto. Melville, que estaba componiendo en ese entonces, Moby Dick, escribió que estas historias, revelaron un lado oscuro en Hawthorne, “envuelto en la negrura, diez veces más negra.”  Melville dedicó, Moby Dick (1851) a Hawthorne: “En prueba de mi admiración por su genio, este libro se inscribe a Nathaniel Hawthorne.”
     El tiempo de los Hawthorne en, The Berkshires, Massachusets, fue muy productivo. Tanto, La Casa de los Siete Faldones, (1851), que el poeta y crítico, James Russell Lowell, dijo que era mejor que, “La Letra Escarlata,” y la llamó, “la contribución más valiosa sobre la historia de Nueva Inglaterra, que se ha hecho,” así como, The Blithedale Romance (1852), su única obra escrita en primera persona,  fueron escritas aquí. 
     También publicó en 1851, una colección de cuentos cortos, recontando mitos, “El Libro de las Maravillas para Niños  Niñas,” un libro que había estado pensando en escribir desde 1846. Sin embargo, el poeta Ellery Channing informó que Hawthorne, “sufrió mucho viviendo en éste lugar.”  Aunque la familia disfrutó de la escenografía de, The Berkshires, Hawthorne no disfrutó de los inviernos en su pequeña casa roja. Abandonaron el 21 de noviembre de 1851. Hawthorne señaló: “Estoy harto de Berkshire.... me he sentido lánguido y desanimado, durante casi toda mi residencia.”
Al Borde del Camino y Europa
     En 1852, los Hawthorne volvieron a Concord. En febrero, compraron The Hillside, un hogar previamente habitado por, Amos Bronson Alcott y su familia, Hawthorne le cambió el nombre a Al Borde del Camino. Sus vecinos en Concord incluían a Emerson y Henry David Thoreau. Ese año, Hawthorne escribió la biografía campestre de su amigo Franklin Pierce, describiéndolo como, “un hombre de actividades pacíficas,” en el libro, que se titula, La vida de Franklin Pierce
    Horace Mann, dijo, “Si él presenta a Pierce como un gran hombre o como un hombre valiente, será la mayor obra de ficción que jamás haya escrito.” En la biografía, Hawthorne representa a Pierce como estadista y soldado que no había logrado grandes hazañas, debido a su necesidad de hacer, “poco ruido,” y así, “retirarse a un segundo plano.” También quedaron fuera los hábitos de consumo de Pierce, pesar de los rumores de su alcoholismo, e hizo hincapié en la creencia de Pierce que la esclavitud no podía, “ser subsanada por artificios humanos,” sino que, con el tiempo, “desaparecería como un sueño.” 
     Con la elección de Pierce como Presidente, Hawthorne fue recompensado en 1853, con la posición de cónsul de los Estados Unidos en Liverpool, poco después de la publicación de los Cuentos de Tanglewood.  El puesto, considerado la posición de servicio exterior más lucrativo en el momento, era descrito por la esposa de Hawthorne como “segundo en dignidad a la Embajada en Londres.” En 1857, su nombramiento llegó a su fin, al cierre de la administración Pierce, y la familia Hawthorne, viajó por Francia e Italia. Durante su estancia en Italia, previamente bien afeitado, Hawthorne dejó crecer un bigote espeso.
     La familia regresó a Al Borde del Camino. en 1860,  y ese año vio la publicación de, El Fauno de Mármol, su primer libro nuevo en siete años. Hawthorne admitió que había envejecido considerablemente, refiriéndose a sí mismo como, “arrugado por el tiempo y los problemas.”
Últimos Años y Muerte
     Al comienzo de la Guerra Civil Norteamericana, Hawthorne viajó con William D. Ticknor a Washington, D.C. Allí conoció a Abraham Lincoln y a otras figuras notables. Hawthorne escribió sobre sus experiencias en el ensayo, “Principalmente Sobre Asuntos de Guerra,” en 1862.
     La falta de salud le impidió completar varios más romances. Sufriendo de dolor en su estómago, Hawthorne insistió en un viaje de recuperación con su amigo Franklin Pierce, aunque su vecino Bronson Alcott estaba preocupado Hawthorne estaba demasiado enfermo. Mientras hacia un recorrido por las Montañas Blancas, Hawthorne murió mientras dormía en mayo 19, de1864, en Plymouth, Nueva Hampshire. Pierce envió un telegrama a Elizabeth Peabody, pidiéndole que informar a la señora Hawthorne en persona. La señora Hawthorne estaba demasiado triste por la noticia como para manejar los arreglos funerarios por sí misma. 
     El hijo de Hawthorne, Julian, en el momento de su primer año en la Universidad de Harvard, se enteró de la muerte de su padre al día siguiente. Coincidentemente, fue el mismo día en que fue iniciado en la fraternidad, Delta Kappa Epsilon, con la colocación con los ojos vendados en un ataúd. Longfellow escribió un poema en homenaje a Hawthorne, publicado en 1866, llamado, “Las Campanas de Lynn.” Hawthorne fue enterrado en lo que hoy se conoce como, “La Cresta de los Autores,” en el Cementerio Sleepy Hollow, en Concord, Massachusetts. Los portadores del féretro, incluyeron a Longfellow, Emerson, Alcott, Oliver Wendell Holmes, James Thomas Fields, y Edwin Percy Whipple.  Emerson escribió del funeral: “Pensé que había un elemento trágico en el evento, que podría ser más plenamente interpretado, en la dolorosa soledad del hombre, que, supongo, ya no podía soportar, y murió de la misma.”
     Su esposa Sophia y su hija Una, fueron enterradas originalmente en Inglaterra. Sin embargo, en junio de 2006, fueron re-enterradas en parcelas adyacentes a Hawthorne.
Escritos
     Hawthorne tenía una relación particularmente estrecha con sus editores William Ticknor y James Thomas Fields. Hawthorne dijo una a Fields, “Me preocupo más por tu opinión, que por la de una gran cantidad de críticos.” De hecho, fue Fields quien convenció a Hawthorne a convertir, “La Letra Escarlata,” en una novela en lugar de una cuento corto. 
     Ticknor manejaba muchos de los asuntos personales de Hawthorne, incluyendo la compra de cigarros, la supervisión de las cuentas financieras, e incluso la compra de ropa. Ticknor murió con Hawthorne a su lado, en Filadelfia en 1864; de acuerdo con un amigo, Hawthorne se quedó, “aparentemente aturdido.”
Estilo Literario y Temas
     Las obras de Hawthorne pertenecen al romanticismo o, más específicamente, al romanticismo oscuro; son cuentos con moralejas que sugieren que la culpa, el pecado, y el mal son las cualidades naturales más inherentes a la humanidad.  Muchas de sus obras están inspiradas en la Nueva Inglaterra puritana, combinando el romance histórico cargado de simbolismo, y temas psicológicos profundos, rayando en el surrealismo.  Sus representaciones del pasado son una versión de la ficción histórica, utilizada tan sólo como un vehículo para expresar temas comunes del pecado ancestral, la culpa y el castigo. Sus escritos posteriores también reflejan su visión negativa del movimiento trascendentalista.
     Hawthorne era predominantemente un cuentista a principios de su carrera. Tras la publicación de “Cuentos Contados Dos Veces,” sin embargo, señaló, “no pienso mucho en ellos,” y que esperaba poca respuesta por parte del público. Sus cuatro novelas más importantes fueron escritas entre 1850 y 1860. La Letra Escarlata (1850 ), La Casa de los Siete Faldones (1851), El Blithedale Romance (1852) y El Fauno de Mármol (1860). Otra novela romance extensa, Fanshawe, fue publicada anónimamente en 1828. Hawthorne define un romance como algo que se diferencia radicalmente a una novela, en que no se preocupa por el curso posible o probable de la experiencia ordinaria. En el prefacio de, “La Casa de los Siete Tejados,” Hawthorne describe su romance escrito como el uso de un, “medio atmosférico para llevar a cabo o suavizar las luces y profundizar y enriquecer las sombras del cuadro.”
     Las feministas y los historicistas han revalorizado en los últimos años las representaciones temáticas de Hawthorne de la mujer como figuraciones de potencial transformador. Estos académicos están interesados ​​particularmente en la incondicional, Hester Prynne, en su propias palabras de su visión del futuro, la “profetisa destinada,... Ángel y apóstol de la próxima revelación.” Camille Paglia vio a Hester como una mística, “una diosa errante quien todavía lleva la marca de sus orígenes asiáticos ... moviéndose serenamente en el círculo mágico de su naturaleza sexual.” 
     Lauren Berlant denomina toma de cargo pero cuidado Hester “al ciudadano como Mujer [personificando] el amor como una cualidad del cuerpo, que contiene la luz más pura de la naturaleza,” resultándole una, “teoría política traidora” una “Mujer simbólica,” literalización de fútiles metáforas puritanas. Los historicistas ven a Hester como una protofeminista y avatar de la autosuficiencia y la responsabilidad que llevó al sufragio de las mujeres y la emancipación reproductiva. Anthony Splendora encontró su probable genealogía literaria entre otras arquetípicamente caídas pero redimidas mujeres, tanto histórica como mítica, que se puso de pie por sus derechos meritorios: a saber, Psique de una antigua leyenda, Eloísa del siglo XII, la tragedia de Francia que implica al filósofo de renombre mundial Pedro Abelardo, Anne Hutchinson, primera hereje de Estados Unidos, alrededor del año 1636, y una amiga de la familia Hawthorne, Margaret Fuller. En la primera aparición de Hester, en, “La Letra Escarlata,” Hawthorne la compara a un, “bebé en su pecho,” a María, Madre de Jesús, “la imagen de la Divina Maternidad.” Su potencialidad como agencia de la transformación es, pues, inmediata y específica. 
     En su estudio de la literatura victoriana, en la que tales mujeres, “parias galvánicas,” que Hester caracteriza prominente, Nina Auerbach fue tan lejos como para nombrar a la caída y posterior redención de Hester, “la única e inequívoca graficalidad religiosa de la novela.” En cuanto a Hester como una figura deidad, Meredith A. Powers encuentra en la caracterización de Hester, “la primera en la ficción estadounidense donde el arquetipo de la diosa aparece muy gráficamente,” como una diosa, “no la esposa del matrimonio tradicional, permanentemente sujeto a un señor masculino.” Powers señaló, “su sincretismo, su flexibilidad, su capacidad inherente para alterar y así evitar la derrota de estatus secundario, en una civilización orientada hacia objetivos.” 
      Aparte de Hester Prynne, las mujeres focales de otras novelas de Hawthorne, desde Ellen Langton de Fanshawe, a Zenobia y Priscila de, The Blithedale Romance, así como Hilda y Miriam de, El Fauno de Mármol, y Phoebe y Hepzibah de, La Casa de los Siete Faldones, están más plenamente realizadas que sus personajes masculinos, quienes se limitan a orbitan alrededor de ellsa.  Esta observación es igualmente verdadera para sus protagonistas de sus cuentos cortos, hembras centrales que sirven como inequívocos focos alegóricos: la hermosa, pero perturbante, belleza de Rapaccinis, atada al jardín, como hija de Eva, la provocativamente casi perfecta Georgana de, “La Marca de Nacimiento;” el imperdonable contra pecado (abandonó) de Ester, de, “Ethan Brand;” y el ama de casa, Faith Brown, eje de la profunda creencia en Dios, de, Young Goodman Brown. “¡Mi fe se ha ido!” exclama Brown en desesperación, al ver a su esposa en un aquelarre. Hawthorne no podría haber sido más explícito en la comprensión de su visión de la importancia de, y sus simpatías esperanzadas con las mujeres.
     Hawthorne escribió también no ficción. En 2008, la editora sin fines de lucro,  The Library of América, seleccionó, “La Colección de Figuras de Cera,” de Hawthorne, para incluirla en su retrospectiva bicentenaria del Verdadero Crimen de Norteamérica.
Crítica
     Edgar Allan Poe escribió importantes, y algo poco halagadores comentarios de tanto, “Cuentos Contados Dos Veces,” como, “Musgos de una Vieja Casa Parroquial.” La evaluación negativa de Poe, se debió en parte a su propio desprecio de los cuentos alegóricos y morales, y sus acusaciones crónicas de plagio, aunque admitió:
“El estilo de Hawthorne es la pureza misma. Su tono es singularmente eficaz-salvaje, quejumbroso, pensativo, y en total acuerdo con sus temas... miramos a él como uno de los pocos hombres de genio indiscutible, que nuestro país sin embargo, ha dado a luz.”
     Ralph Waldo Emerson escribió, “La reputación de Nathaniel Hawthorne como escritor es un hecho muy agradable, porque su escritura no es buena por cualquier cosa, y esto es un tributo al hombre.” Henry James elogió a Hawthorne, diciendo: “La cosa fina en Hawthorne es que se preocupaba por la psicología profunda, y que, a su manera, trató de familiarizarse con ella.” El poeta John Greenleaf Whittier escribió, que él admiraba la “belleza” rara y sutil en los cuentos de Hawthorne. Evert Augusto Duyckinck, dijo de Hawthorne, “De los escritores estadounidenses destinados a vivir, él es el más original, el menos en deuda con modelos extranjeros o precedentes literarios de ningún tipo.”
     La respuesta contemporánea a la obra de Hawthorne, elogió su sentimentalismo y la pureza moral, mientras que las evaluaciones más modernos se centran en la complejidad psicológica oscura. A partir de la década de 1950, los críticos se han centrado en el simbolismo y el didactismo.
     El crítico Harold Bloom ha opinado que sólo Henry James y William Faulkner desafían la posición de Hawthorne como el más grande novelista estadounidense, aunque admite que está a favor de James como el más grande novelista estadounidense. Bloom considera las mejores obras de Hawthorne son principalmente, “La Letra Escarlata,” seguida por, “El Fauno de Mármol,” y algunos cuentos cortos como, “My Kinsman, Major Molineux,” “El joven Goodman Brown,” “Wakefield,” y “Feathertop.”
El Gran Rubí
de Nathaniel Hawthorne
     El fabuloso tesoro se encontraba en la región más solitaria del norte de los Estados Unidos, en lo que hoy es el estado de Maine. Los indios nativos de aquellos parajes, que respetaban profundamente la naturaleza, rara vez se aventuraban por aquellas montañas de cristal. Una vez que un grupo de indios se aventuró a ingresar ahí, el líder guía dijo, “Deber salir rápido de aquí…” la fabulosa riqueza que ocultaban esas montañas, era una riqueza natural e insólita. Los indios despreciaban los bienes materiales y no les interesaba poseer el secreto de la región, ni verificar la leyenda. Los cuatro indios exploradores, decidieron abandonar. Uno de ellos dijo, “No volver en mucho tiempo…” Otro dijo, “No volver nunca. ¡Este ser país de los espíritus!” Pero cuando se trata de riquezas materias…como el oro…el hombre blanco no le teme ni a Dios ni al Diablo. Por eso, mientras los indios evitaban las montañas blancas, siempre había hombres blancos que buscaban arrancarles su secreto…Sí…uno tras otro, ascendían los solitarios montes en búsqueda de el Gran Rubí.
     Cierto día, a la caída de la tarde, al correr la década de 1660…una partida de aventureros se hallaba reunida en la vertiente más abrupta de las montañas de cristal. El día había transcurrido en una estéril y agotadora búsqueda del gran rubí. Salvo una joven pareja, todos estaban allí llevados por el ansia egoísta de apoderarse de la preciada y fantástica gema. Cierta camaradería los había llevado a construirse una tosca cabaña a la que todos volvían a la caída del sol. Entre ellos y la colonia más próxima, había una enorme extensión de tierras, vírgenes. De día parecían extraños entre sí. Pero de noche, la gran soledad de los montes hacia nacer en ellos cierta hospitalidad. 
     Así, al caer el manto de la noche, el calor de una gran hoguera los reunía al frente de la tosca cabaña. Mateo, el joven anfitrión, dijo esa noche, mientras preparaba la hoguera, a un hombre cazador, vestido de pieles, “Por fin descansamos…¿Verdad amigo?” El hombre cazador pensó, “¿Amigo?¡Bah! En realidad no puede ser mi amigo, otro hombre que también busca el gran rubí.” Podría decirse que nunca, en ningún lado, se había reunido una sociedad más singular que aquella. Siete hombres y una muchacha , todos en pos de la fabulosa joya tan temida por los otros. 
     El más viejo del grupo, un hombre espigado y curtido, tenía unos 60 años de edad y vestía con pieles de animales salvajes. Se le conocía simplemente por el nombre de buscador. Durante largo tiempo, sus mas íntimos compañeros habían sido el siervo, el oso y el lobo. Para los indios era un hombre de signo siniestro, a quien el gran rubí había herido con una locura especial. La joya era para él, el sueño obsesionante de su existencia. El hombre pensaba, “¿Cuánto tiempo llevo buscando? Ya no recuerdo…” Decían que por su desordenado afán por el rubí, había sido condenado a vagar por los montes hasta el fin de los tiempos, siempre con igual esperanza febril al salir el sol. 
     Cerca del triste buscador, estaba un personaje no tan viejo que cubría su cabeza con un sombrero de forma extraña, indefinible. Provenía de allende el mar, y se llamaba doctor Cascaphodel. Se había convertido a sí mismo en una momia ajada y seca, a fuerza de respirar emanaciones malsanas durante sus constantes experimentos de química y alquimia. Decían que para cumplir un experimento fracasado, había extraído de su cuerpo la mejor parte de su sangre. Y que desde entonces, no había vuelto a ser persona sana y normal. 
     Otro aventurero era Ichabod Pigsnort, un importante comerciante y regidor del cabildo de Boston. Sus enemigos contaban que, todas las mañanas y noches, después de cumplir sus oraciones, se revolcaba completamente desnudo sobre una enorme cantidad de monedas de plata, en una especie de locura provocada por su insaciable avaricia. 
     El cuarto hombre jamás había dado un nombre a sus compañeros, pero por su aspecto, algunos se referían a él como el cínico. Lo distinguía una sonrisa maligna y unas gafas enormes que debían deformar todo cuanto veía.
     El quinto aventurero también carecía de nombre, y al parecer se trataba de un poeta. Tenía ojos vivos y brillantes. Aunque su aspecto era terriblemente desmesurado, pero eso debía ser muy natural, pues la gente aseguraba que su alimento consistía en crepúsculos y neblinas mañaneras y rajas de nubes, todo ello sazonado con rayos de luna, siempre que podía procurárselos. Lo cierto, en todo caso, es que su poesía tenia sabor a todas las fantasmagorías. 
     El sexto hombre era un joven de porte altanero, tocado con un gran sombrero empenachado. Vestido con un traje de ricos encajes que aprovechaba cualquier momento para pulir la pedrería del puño de su espada. Su nombre era Lord de Vere. El hombre pensaba, “Estas joyas palidecerán cuando sea mío el gran rubí.” Se decía que, cuando estaba en sus propiedades, pasaba gran parte del tiempo en la cripta de sus antepasados, removiendo sus ataúdes en busca de riquezas y vanidades terrenas que pudieran hallarse aún entre los huesos y el polvo, pensando, “Ya encontré monedas de oro. ¡De seguro hay más cosas!” 
     Finalmente, se veía también a un joven apuesto y a su lado una persona encantadora. El nombre de ella era Ana, y el de su marido era Mateo; dos nombres sencillos, bien escogidos para tan dulce pareja. En ella se mezclaban la reserva del adolescente y el fuego de la mujer enamorada. Lucían tan enamorados que los demás parecían fuera de lugar en aquella extravagante reunión de espíritus enfebrecidos por la búsqueda del gran rubí. Y era obvio que cualquier conversación iniciada, terminaría girando en torno a una sola cosa, “Presiento que pronto, muy pronto, aparecerá el gran rubí.”
     Algunos relataban las circunstancias que los habían llevado allí. Alguno comentaba su llegada en velero al continente americano. Diciendo que desde el mismo mar, había visto el resplandor del gran rubí. Otros decían cómo habían visto de noche al gran rubí, desplazándose mágicamente cual meteoro en el cielo. Se hablaba de las insuperables tentativas hechas hasta entonces para descubrir el lugar en que se hallaba la enorme joya. Y de la extraña fatalidad que había robado el éxito a tantos aventureros. Algunos no se explicaban cómo era tan difícil encontrar una gema, cuyo resplandor superaba al de la luna y casi rivalizaba con el brillo del sol. Como cuando dos soldados que la buscaban en la floresta, uno de ellos dijo, “Allá está.” El otro dijo, “Pero al acercarse parece alejarse.” Cada uno de los soldados se reía en sus adentros del otro, seguro de su propio y eventual triunfo, pensando, “El rubí será mío…de nadie más…” El otro, imaginaba que ya lo tenía y pensaba, “¡Seré yo el favorecido por la fortuna!” También se hablaba de tradiciones indias, según las cuales, un Espíritu vigilaba y resguardaba el gran rubí, y confundía a quienes lo buscaban, pensando el Gran Espíritu, “¡Ja, Ja, Ja! Se perdieron.” Nadie había visto al Espíritu Indio, pero a tal Espíritu le achacaban incontables fracasos de los buscadores del rubí. Así mismo, decían que aquel fantasma, cambiaba constantemente de lugar la gran joya, haciendo imposible su localización.
     Así, describiendo los mas fantásticos sucesos en torno al gran rubí, los exploradores pasaban las noches, antes de caer rendidos para emprender la búsqueda de nuevo, con la llegada del nuevo día. Pero, en el fondo, en realidad, nadie creía en tantas leyendas. Achacaban el fracaso de tantas expediciones a la falta de sagacidad y perseverancia, o bien, como uno de ellos decía, en torno a la fogata, “Hay causas naturales que bien pueden impedir el paso por ciertos sitios de estas montañas.” Y otro decía, “¡Claro!¡Todo es un problema geográfico!” Y esa noche, en la que se inicia nuestro relato, de pronto, el hombre al que llamaban “El cínico” se puso de pie, y ofreció a todos, aquella sonrisa maligna que constantemente vagaba por sus labios., y dijo, “Bien, compañeros de peregrinación. Henos aquí siete hombres y una hermosa damisela. ¡Todos encadenados a la misma empresa! Para pasar el rato, les propongo algo, ¿Porqué no expone cada uno de nosotros, lo que se propone hacer con el gran rubí? Claro está, si tiene la fortuna de hallarlo. ¿Qué dice el buen amigo de la piel de oso? ¿Cómo gozarías del premio que tantos años llevas buscando en las montañas de cristal?” 
     El hombre contestó, “¿Qué cómo gozaría del gran rubí? ¡ah! Sería mentira decir que lo disfrutaría. No espero ningún goce de la joya. Sigo buscando esa maldita piedra porque la vana ambición de mi juventud, es ahora el sino de mi vejes. Esa búsqueda es mi única fuerza. Es la energía de mi alma. Si abandonára la búsqueda, seguramente caería en alguna barranca, como hombre sin brújula. ¡Si fuera joven, creo que renunciaría a la búsqueda! Ah, pero si lo encuentro…¡Me llevaría el rubí a una cueva que conozco y abrazándolo, me tendería a morir, uniéndolo así conmigo por toda la eternidad!”
     El doctor Cascaphodel gritó con filosófica indignación, “¡Cómo puedes decir eso desdichado! No eres digno ni de ver, siquiera de lejos, el brillo de esa gema. ¡El rubí es un triunfo del laboratorio de la naturaleza! Sera mío porque será la coronación de mi reputación científica. En cuanto lo tenga, regresaré con él a Europa, y le dedicaré el resto de mi vida. Voy a reducir al rubí a sus primeros elementos. Reduciré una porción a un polvo impalpable. Otras partes serán disueltas  en ácidos, en un crisol, sometidas al fuego del soplete. Con mis procedimientos llegaré al más minucioso análisis de la gema. Y claro, por último, escribiré un grueso volumen, para comunicar al mundo, mis maravillosos descubrimientos. ¡Ja, Ja, Ja! ” 
     El cínico dijo, “Con ese ‘grueso volumen’ cualquier persona sabrá cómo fabricar por sí misma un gran rubí.” El doctor dijo, “Un momento. Eso no puede ser. Si se fabricasen nuevas gemas, se disminuiría el valor de las joyas auténticas. ¡Debe mantenerse alto el valor de la piedra!¡Yo persigo una ganancia concreta! Para venir aquí, dejé encargados mis negocios ordinarios. He arrostrado el peligro de ser muerto o capturado por los indígenas ateos que rondan abajo en los valles. Incluso, el sacerdote de mi iglesia consideró que buscar el gran rubí, es tan malo como hacer tratos con el demonio. Así que, ¡El rubí será mío, lo sé! No he arriesgado mi alma, mi cuerpo, mi reputación, mi profesión, para regresar con las manos vacías. ¡Seré riquísimo!” El cínico dijo, “Pero, ¿Quién te comprará la joya?” 
     El doctor dijo, “¡Bah! No será mi problema! En cuanto tenga el rubí, viajaré por Inglaterra, Francia, España, ¡Italia! Si hace falta, iré a los más remotos países paganos. ¡Ofreceré la gema al mejor postor! Entre los potentados de la tierra, sobrará quien lo quiera, para que lo luzca en su corona. ¿Alguno de ustedes tiene un proyecto más razonable? Me gustaría escucharlo.” Exclamó entonces el poeta, “¡Yo lo tengo, sórdido comerciante! ¿Acaso no anhelan otra cosa más que el oro?¿Todo lo quieres reducir a esa escoria material en la que dicen que te revuelcas? Si yo encuentro el rubí, ¡Ja! Lo ocultaré bajo mi capa, y regresaré rápidamente a mi buhardilla, en un callejón londinense. Allí gozaría de su vista, mi alma bebería todo su esplendor. Su magnificencia impresionaría todas mis fuerzas intelectuales. ¡Y cada línea de poesía refulgirá con esa luz incomparable! Así, aún años después de mi muerte, el esplendor de la gema, brillará en mi poesía.”
      El cínico dijo, “¡Bien dicho, poeta! Aunque me temo que el resplandor del rubí, bien podría incendiarte, con todo y tu famosa buhardilla.” Hubo risas. Comentó entonces el altivo Lord de Vere, “Lo que dice el poeta es lo más absurdo del mundo. ¡Llevarse el rubí a un callejón oscuro de Londres!¡Ja!¡El asunto ya está resuelto! El rubí será mío, claro está. Porque no hay mejor lugar para la joya que el vestíbulo del castillo de mis nobles antepasados. Allí lucirá a lo largo de los siglos, haciendo mediodía de la medianoche. Reflejando su esplendor en las armaduras, escudos, y arneses. ¿Porqué todos han fracasado en la búsqueda del gran rubí? ¡Porque el destino me reserva la joya a mí! El rubí será símbolo de la gloria de mi encumbrada estirpe. ¡Su lugar en el futuro será en el castillo de los De Vere!” El cínico dijo, “¡Je! Qué nobles pensamientos, De Vere…Pero, ¿No quedaría mejor el rubí en esa cripta de tus antepasados en donde le robas los tesoritos a los muertos?” El joven anfitrión habló, y dijo, “Yo tengo un propósito parecido al del lord, por eso Ana y yo buscamos el gran rubí.” 
     Lord De Vere dijo, “¡Cómo!¡Acaso tienen ustedes un castillo también!” El joven dijo, “No, no tenemos un castillo. Tenemos la cabaña más hermosa del mundo. Jamás se ha visto algo tan bien hecho, aunque humilde. Ana y yo nos casamos hace poco, y decidimos buscar el rubí, porque necesitamos su luz. Nos iluminará la casa durante el invierno. Tendremos algo que mostrar a quienes nos visiten. ¡Y qué gozo será despertar por la noche, y poder vernos la cara uno al otro!”
     Los aventureros sonrieron al escuchar los ingenuos proyectos de la pareja. Lord de Vere pensó, “¡Están locos! El rubí sería orgullo del más poderoso monarca del mundo. ¡Y ellos lo quieren para su ‘hermosa’ cabañita!” El cínico soltó la más estruendosa carcajada. “¡Jo, Jo, Jo!” El joven Mateo dijo, “Pero dime, hombre, ¿De qué te ríes?¿Qué harías tú con el gran rubí?” La voz del cínico se cargó de indefinible sarcasmo, “¡Todos ustedes son unos necios!¿No se dan cuenta de que el gran rubí no existe? He viajado miles de kilómetros y treparé hasta la última cima de esta montaña, y meteré la cabeza en todas las hendiduras y quebradas, para probarle al mundo entero, que la leyenda del rubí es una gran patraña. ¡Solo aquellos que sean más burros que ustedes creerán aún que existe!” 
     El cazador con la piel de oso pensó, “De todos nosotros, este cínico tiene los motivos más vanos e impíos. Este hombre es vil y maligno. Estoy seguro que si pudiera, borraría a las estrellas del cielo para decir que la noche es lo más excelso del universo. Con razón le dicen ‘El cínico’” Y en eso, el joven anfitrión dijo, apuntando al horizonte, “¡Miren, miren!” La joven dijo, “¡Oh, Dios!” Todos se incorporaron sobresaltados. Un resplandor rojo mostraba los perfiles de las montañas. Se iluminaba el bosque. Lord de Vere dijo, “¿Acaso habrá tormenta?” El doctor dijo, “¿Será un fenómeno eléctrico?” Todos prestaron atención, esperando escuchar el rugido de un trueno. Pero nada pudieron percibir. El doctor dijo, “Pues si se trata de una tormenta, no se acercará por aquí.” El cazador dijo, “No fue una tormenta.” El joven dijo, “No…¡Es la luz del gran rubí!”
     Llegaba la hora de retirarse, de olvidar aquel extraño resplandor para volver a verlos en agitados sueños y seguirlo buscando al día siguiente. El joven tomó a su esposa de la mano, y dijo retirándose, “Mañana, mañana quizá hallemos el gran rubí…” El joven matrimonio se había acomodado en un rincón de la choza, tras una cortina de ramas, amorosamente tejida por Ana, quien dijo, “¿Tendremos suerte, Mateo?” Mateo dijo, “Espero que sí, mi vida.” Ana se acercó a darle un beso, y dijo, “Mañana será el gran día, lo siento.” Mateo dijo, “Por ahora, sueña en nuestra felicidad.” Uno a uno, los demás buscadores del rubí, fueron cayendo en brazos de Morfeo. Todos, sin excepción, pasarían esas horas de descanso soñando con las glorias de la misteriosa y elusiva gema. 
     Las estrellas parecieron apagarse y, bajo el negro manto de la noche, el silencio pasó a reinar en las montañas de cristal. ¿Qué deparaba el destino a los siete hombres y la mujer? Horas después, los dorados rayos del sol acariciaron la soledad del bosque. Ana y Mateo despertaron de visiones radiantes para encontrarse con la mirada del otro clavada en sus ojos. “¡Mi vida!” “¡Amor mío!” Sonreían como tontos, sintiendo toda la vida y el amor que les rodeaba. Y una vez completamente despiertos, Ana se asomó a la ventana, y dijo, “¡Mateo, Oh Dios! ¡Ya es tarde, todos han partido!” Mateo dijo, “¡Apurémonos o perderemos el gran rubí!”
     En efecto, parecía que la joya si existía. Eludiría a la joven pareja. Desde antes del alba, los demás habían salido en su búsqueda. El cazador, estando confiado pensaba, “¡Llevo la delantera!” Solo los enamorados habían dormido tan profundamente. El cínico pensaba, “Probaré que esa estúpida gema no existe.” Ana y Mateo se apresuraron a rezar sus oraciones. Se lavaron en un pequeño remanso del gran río Amondosuck, y apenas tomaron un poco de aliento, y finalmente volvieron sus rostros a la ladera de la montaña. Era algo así como un símbolo de ternura matrimonial, verlos ascender la abrupta pendiente, auxiliándose el uno al otro. De pronto, Ana perdió su zapato. Mateo dijo, “Sin él no podernos avanzar.” Ana le dijo, “¡Ten cuidado!” Mateo estuvo a punto de caer, pero se sostuvo y apoyó en una rama, y por fin rescató al zapato. Con grandes cuidados volvió al lado de ella. Mateo se sentó y dijo, “Quede agotado.” Ana le dijo, “Pero…tenemos que seguir…” Ambos sacaron fuerza de la flaqueza y siguieron ascendiendo. Mateo decía, “¡Ánimo, vamos!” Y al cabo de unas horas alcanzaron al fin la parte superior del bosque. Entonces Mateo dijo, “No hay señal de los otros.” Ana dijo, “¡Mejor!”
     Se extendía ante ellos una desolada región de rocas desnudas azotadas por helados vientos. Ante aquella soledad terrible e infinita, Mateo miró hacia el camino ya recorrido, y dijo, “¿Y…si volviéramos?” Abrazó a Ana y dijo, “Quizá haya peligros más adelante.” Pero el amor a las joyas encendía el sencillo ánimo de Ana. No quería renunciar a la esperanza de encontrar la gema más deslumbrante del mundo. Ana dijo, “Subamos un poco más.” Mateo dijo, “Entonces…¡Vamos!” Y siguieron adelante los peregrinos del gran rubí, hollando ahora la verdasca y las ramas estrechamente entrelazadas en pinos enanos, cubiertos por el musgo de centurias. Pasaron entre masas y fragmentos de enormes rocas desnudas, amontonadas confusamente entre si, como si fueran dólmenes construidos por gigantes a la memoria de un jefe de titanes. 
     Ana dijo, “Siento miedo.” Mateo dijo, “No temas. Pronto saldremos de aquí.” En ese reino de desolación y muerte, nada crecía y nada respiraba. La única vida que había allí, era la que alentaba sus dos corazones. Parecía que la misma naturaleza, se negaba a hacerles compañía. Ana pensó, “Jamás he visto tal soledad.” Y de pronto, una espesa niebla pareció brotar de la misma niebla. Parecía que en aquella cima, se habían dado cita todas las nubes vecinas. Mateo ansió violentamente volver a la tierra verde y jugosa que había dejado atrás, y dijo, “Debemos regresar.” Pronto dejaron de ver el azul del cielo. Ana dijo, “Pero…ahora casi no vemos nada, ni para adelante ni para atrás.” Con tímidos pasos siguieron adelante, estremeciéndose fuertemente. Temerosos de que la niebla fuera a ocultarlos uno del otro, separándolos para siempre. Pronto, tanto la fuerza como el valor de Ana comenzaron a fallar. Mateo trato de no mostrar que el miedo también se apoderaba de él, y pensó, “¿Cuándo romperá ésta maldita niebla?” Y finalmente, Ana dijo, “No puedo dar un paso más. ¡Estamos perdidos Mateo! ¡Jamás volveremos a la Tierra! Y pensar lo felices que pudimos ser en nuestra cabañita.” 
     Mateo dijo, “Calma Ana.” Abrazándola, Mateo miro a su alrededor, esperando algún milagro. Mateo pensó, “¡Oh, Dios!” Y de pronto, Mateo dijo, “No te apures, corazón mío. Mira…por allá brilla el sol. Con su ayuda llegaremos al camino hacia abajo. Regresaremos y no pensaremos ya más en el gran rubí.” Ana dijo, “No puede ser. A esta hora el sol debe estar en lo alto. ¡No donde brilla esa luz! Seguimos perdidos. Ese no es el sol.” Mateo dijo, “¿Entonces? ¿Qué es esa luz?” Era un resplandor deslumbrante que parecía herir a la niebla con partículas rojizas, incandescentes. Ana pensó, “¡Oh Dios!” Poco a poco, la niebla fue apartándose. La pareja sintió que volvía a nacer, después de atravesar la región del caos primordial. Ahora, con la luz, parecía volver el orden en la naturaleza. Mateo dijo, “¡Vamos Ana, ya falta poco!” De pronto dejaron atrás la misteriosa niebla. Mateo dijo, “¡Por fin!” Estaban a unos pasos del inmenso lago. Pero tuvieron que cerrar los ojos con un grito de admiración mezclado de espanto, a fin de preservar la vista ante un resplandor deslumbrarte. El matrimonio había encontrado el lago misterioso y, brillando sobre él, la maravilla tan anhelada del gran rubí. Los esposos se abrazaron estremecidos por su propia ventura. Pero la leyenda decía que quien encontrára la gema, estaría señalado por el destino. Pero ahora, aquella idea sembraba de pronto un feroz espanto en las sencillas almas de Ana y Mateo. El rubí era como una estrella bajada a Tierra. Poco a poco, el espanto dio paso a una felicidad indescriptible, como lo era la roja luminosidad que los envolvía que cubría de fuego el lago, las rocas y el cielo. Ana dijo, “No lo puedo creer.” Mateo dijo, “Pero aquí estamos.”
     Acostumbrando su vista al resplandor, contemplaban la joya, embelesados, como niños recién nacidos. Y entonces, Ana dijo, “¡Mateo, mira eso!” Hasta ese momento, el fulgor les había impedido ver una figura al pie del gran rubí. Mateo dijo, “¡Es el buscador!” Estaba acostado y enía los brazos extendido y el rostro vuelto hacia arriba como si bebiera el torrente de encendida luz, sin embargo, estaba inmóvil. La gigantesca gema flotaba a 20 centímetros de su estomago. Ana dijo, abrazando a Mateo, “¡Oh Dios!¡Esta muerto, Mateo!” Mateo dijo, “La alegría del hallazgo lo mató.” Ambos temblaban intensamente. Mateo dijo, “Quizá la verdadera luz del gran rubí sea la muerte.” En eso llegó el cínico y dijo, “¡El gran rubí!¡La gran patraña! Si encontraron el gran rubí, ¿Porqué no me lo muestran!” Era el cínico con sus enormes gafas. 
     Pero no parecía ver la increíble gema, ni al lago, ni a las rocas, ni siquiera la silueta del desdichado buscador, y dijo, “¡Bah!¿Dónde está el ‘Gran Engaño?’ ¿Dónde está el famoso rubí del que hablan? Los desafío a que me lo hagan ver.” Tan maligna ceguera indignó a Mateo, y dijo, “¡Allí está!” Ana dijo, “¡Quítate esas gafas aborrecibles y no podrás dejar de verlo!” El cínico dijo, “¡Necios!¡Si uso las gafas precisamente para ver! Pero me las quito para desenmascarar su engaño.” Entonces, al mirar hacia la fabulosa gema, emitió un gemido profundo y estremecedor. Inclinó la cabeza y con ambas manos, tapó sus ojos miserables.  A partir de ese momento, pudo decirse que para el pobre cínico, no hubo luz ni del gran rubí, ni luz ninguna, ni siquiera la del sol. Había usado las horrendas gafas tanto tiempo que un solo rayo de la esplendorosa joya, había bastado para cegarlo para siempre. En ese momento, Ana perdió el conocimiento, no sin antes decir, “Mateo…vámonos…” Mateo dijo, sobresaltado, “¡Mi amor!” Con un poco de agua del lago encantado, pudo hacerle volver en sí. Mateo dijo, “Mi vida, ¡Despierta!” Ana dijo, “Si, sí…pero…vámonos…” Mateo la tomo de los hombros y dijo, “¡Sí, amada mía! Volveremos a nuestra humilde cabaña. Usaremos la bendita luz del sol, y la pálida luz de la luna, que penetra en nuestras ventanas…Al caer la noche, encenderemos la chimenea, y nunca anhelaremos otra luz que la que todo el mundo pueda compartir con nosotros.” Ana dijo, “Sí, sí. La verdad es que con el terrible resplandor del gran rubí, no podríamos ni vivir durante el día, ¡Ni dormir durante la noche!” Ambos se arrodillaron frente al algo. Mateo dijo, “Saciemos nuestra sed, antes de emprender el regreso.” Ana dijo, “¡Sé que hacemos lo correcto!”
     Poco después, iniciaron el peligroso descenso, guiando al pobre cínico ciego. Justo antes de perderlo de vista, dirigieron una última mirada al riso del gran rubí. Ana dijo, “Adiós maravilla terrible.” Vieron entonces cómo los vapores ascendían de nuevo en una densa niebla, a través de la cual la inaudita gema ardía aún. Mateo dijo, “Nuevamente una atmósfera misteriosa se adueña del lago.” Ana dijo, “Los indios tiene razón, es un lugar sagrado.” Por lo que a los demás aventureros se refiere, dice la leyenda que el venerable Ichabod Pigsnuri, renunció pronto a la búsqueda del gran rubí, diciendo, “Esto fue una empresa absurda, desesperada…Mejor regreso a mis negocios en Boston…¡Allá puedo ganar mucho dinero!” Sin embargo, su sabia resolución se vio interrumpida por una partida de indios, uno de los cuales dijo al verlo, “Este cara pálida tener cara de rico.” Lo llevaron secuestrado hasta Montreal, donde lo tuvieron en calidad de rehén. Finalmente pagó un importante rescate que representó casi toda su fortuna. Y su larga ausencia puso tal desorden en su negocios, que al volver a su ciudad, pronto se vio en la más completa miseria, pensando, “Antes me revolcaba en mis monedas, y ahora apenas tengo para un pan.”
     El ambiciosos doctor Cascaphodel, pudo volver a Inglaterra, y no con las manos vacías. El alquimista encontró un maravilloso fragmento de granito.  Lo redujo a polvos, lo disolvió en ácidos, lo fundió en el crisol, y lo amaso con el soplete. Al cabo de algún tiempo, publicó uno de los infolios más gruesos conocidos hasta entonces, para efecto de sus ambiciones. El pedazo de granito le había servido igual que la maravillosa gema.
     Por un yerro semejante, el poeta encontró un gran pedazo de hielo cristalizado en una sombría cueva de las montañas blancas. Volvió a su miserable buhardilla londinense, jurando que la naturaleza de su roca correspondía exactamente, a la del rubí, escribiendo, “¡Oh, divino mineral. Inspiración de la naturaleza.” Los grandes críticos no tardaron en llegar a una sola conclusión en torno a la poesía inspirada por el hallazgo del poeta. Uno de los críticos decía, “Le falta el esplendor de ese célebre rubí.” Otro crítico dijo, “¡Pero tiene su poesía toda la frigidez del hielo!”
     Lord de Vere cansado y frustrado, volvió al triste castillo de sus antepasados, diciendo, “Gran Rubí. ¡Bah!” En vez de la gran luz del rubí, tuvo que contentarse con un candelabro corriente para seguir buscando tesoros en la cripta de sus antepasados. Él también, cuando le llegó la hora, pasó en su ataúd a llenar otro sitio en la cripta de sus antepasados. Y cuando las luces funerarias iluminaron su triste sepelio. Pudo asegurarse quien estuvo allí, que no hacía falta ningún gran rubí, para mostrar lo vacio de toda vanidad terrena.
     El cínico siguió recorriendo el mundo convertido en objeto de conmiseración. La voluntaria ceguera de sus pasados años, se vio ahora castigada con un deseo insaciable y agónico de luz. De noche, volvía sus orbitas apagadas hacia las estrellas y la luna. Al alba, como un idolatra persa, volvía su rostro hacia oriente. Pidiendo limosna todo el camino, viajó a Roma para presenciar la magnífica iluminación de sus iglesias, la cual nunca pudo apreciar. Y finalmente perecería en el gran incendio de Londres. Él mismo se dirigió al centro de aquel infierno con la loca esperanza de percibir algún débil resplandor de las pavorosas llamas que incendiaron el cielo y la tierra, diciendo, “¡Ja, Ja, Ja!¡Ahora veré la luz!” Nunca se supo decir verdad, si su último deseo se cumplió.
     Mateo y Ana volvieron a su cabaña y pasaron muchos años de paz y dicha. Siempre sentían placer al contar la leyenda del gran rubí a parejas de esposos. Mateo contaba, “Allí estaba al salir de la niebla.” Y Ana contaba, “Sí, a la mitad del lago encantado.” Una de sus oyentes decía, “¡Qué maravilla!”
     Se decía, sin embargo, que desde que aquellos dos mortales, habían rechazado una joya que hubiera podido oscurecer todas las cosas de la tierra, el brillo de la gema se había desvanecido. Años después, dos cazadores esposos acampaban, y estando alrededor de una fogata, uno de ellos dijo, “Nunca he visto ese resplandor que guió a otros como a Mateo y Ana…” La otra dijo, “Yo tampoco…” Otros peregrinos esposos que llegaron al lago, dijeron que solo encontraron allí una piedra opaca con algunas escamas de mica que brillaban tenuemente bajo la luz del sol. Uno de los peregrinos dijo, “Este no puede ser el lago.” La otra dijo, “No…¡Sigamos buscando!” Otra tradición dice que al partir del lago la pareja de esposos, la gema se desprendió de la roca y se perdió en las aguas, seguida misteriosamente por la figura petrificada del desafortunado buscador. Esa tradición afirma que el rubí sigue brillando como siempre, pero al fondo de las aguas, vigilado por la figura inmóvil de quien la buscó toda su vida y ahora por toda la eternidad, queda bañado por su luz inextinguible. Pero lo que es seguro es que mientras haya hombres sobre la tierra, siempre habrá quien se aventure hacia las soledades de las montañas blancas, cruzando un bosque tras otro, pasando de una cima a la siguiente, buscando el mágico resplandor que indica el lago encantado, donde alguna vez Mateo y Ana encontraron el Gran Rubí.
      Tomado de Novelas Inmortales, Año IX, no. 463, octubre 1 de 1986. Guión: M. Arce. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.