Los Poetas
Bécquer, Querol, Campoamor, Núñez de Arce
El Romanticismo, después del agitado periodo en que vivió por obra
simultánea del ambiente y de sus personajes, dejó en España fuerte saturación
lirica que no tardó en cristalizar al margen de toda disciplina de escuela.
Cuatro poetas: Bécquer, Querol, Campoamor, Núñez de Arce, todos ellos de acento
muy personal, representan la poesía española de la etapa posrromántica.
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), sevillano, es poeta de temperamento tímido y
reconcentrado, de carácter huidizo y de la más honda inspiración melancólica.
Sus Rimas tienen un acento único en la
lírica española: desilusión amorosa, ingratitud del ser amado, soledad de los
muertos, monotonía de la vida, temas románticos, pero sentidos con un lirismo
despojado de exuberancia verbal, lo que le da el carácter íntimo inconfundible.
Obra de acento íntimo, casi toda ella “amorosa,” y vida modesta, casi
oscura, de colores mortecinos. Muy joven se trasladó a Madrid, a la conquista
de la gloria literaria, y allí residió casi siempre dedicado al periodismo. Su
obra literaria no vio la luz reunida en volumen, hasta después de su muerte.
La prosa de Bécquer es también obra de poeta y artista. Algunos dan preferencia a las, Leyendas, donde los primores de estilo y el profundo conocimiento
de épocas lejanas, armonizan suavemente con la fantasía creadora el autor.
Después de Bécquer, que es la primera cumbre de la lirica posrromántica,
la segunda cumbre es Vicente Wenceslao
Querol (1836-1889). Aunque casi desconocido del gran público, lo acompañó
la admiración de los espíritus selectos. Y hoy es como una resurrección.
Nació en Valencia, donde residió la mayor parte de su vida. Pertenecía a
un grupo de poetas que, además de hacer obra en castellano, como Teodoro
Llorente, enriquecieron la lirica de lengua valenciana, y dieron impulso a la
poesía de carácter regional.
La obra de Querol, tierna y humana, está en el camino de las más puras
glorias de la poesía española. Canta con robustez y aliento los grandes ideales: la religión, la patria, la mujer, el
hogar.
Entre sus poesías, reunidas con el título genérico de Rimas (1877), figuran dos
composiciones: la Carta a Pedro Antonio
de Alarcón Acerca de la Poesía y En
Nochebuena, que Menéndez y Pelayo seleccionó para su colección de las cien
mejores liricas de la lengua castellana.
Inmensa fue en cambio, con relación a la fama de Bécquer y de Querol, la
de Ramón de Campoamor (1817-1901),
poeta mediocre aunque fácil
versificador, popularísimo en la segunda mitad del siglo XIX, y que se
distinguió por el carácter filosófico de sus composiciones. Cultivó un género
de poesía de sentimentalismo inocente, mezclado con una filosofia superficial.
A veces es escéptico y zumbón. Otras aconseja y desengaña. Algunas de sus
composiciones: El Tren Expreso; ¡Quien Supiera Escribir!; Lo Que Hace el
Tiempo, y multitud de sus Doloras,
Humoradas, y Pequeños Poemas (tres géneros por él inventados) fueron alimento
popular español durante largos años.
La poesía de Gaspar Núñez de Arce
(1834-1903) extremó la nota grandilocuente. Es el poeta de temple mas recio y
de forma mas estructural del siglo XIX.
Aunque Núñez de Arce se distinguió también como autor dramático (El Haz de Leña; Deudas de la Honra, etc.), se lo tiene principalmente como poeta lírico.
Conocidísimos son sus poemas: El Vértigo;
Raymundo Lulio; La Última Lamentación de Lord Byron; La Visión de Fray Martin; la Elegía
a Herculano y el delicadísimo Idilio.
Los Gritos del Combate, otras de las obras que contribuyeron a la fama de éste poeta, agrupan
las composiciones que, Núñez de Arce, escribió en épocas azarosas para España y
que le inspiraron, “el espectáculo de las discordias, desventuras y miserias a
que debió su ruina la generosa y malograda Revolución de Septiembre.”
Núñez de Arce figuró en la rama liberal de la política.
Fue gobernador civil de Barcelona y luego, en Madrid, redactó el Manifiesto de 26 de octubre de 1868, en que el gobierno de país exponía sus aspiraciones liberales, y sus propósitos de reorganización política. Perteneció más tarde a las Cortes Constituyentes, donde votó la libertad religiosa y contribuyó a la elección de don Amadeo de Saboya.
En las enconadas luchas políticas de la época, siempre abogó Núñez de Arce, por la concordia, estimando que una ruptura entre españoles, había de causar la perdición irremisible de todos y el aniquilamiento de la patria. Fue en este sentido un buen patriota y, en sus versos políticos, un gran poeta civil, digno émulo de Quintana, y enemigo por igual de la demagogia y de la tiranía.
Fue gobernador civil de Barcelona y luego, en Madrid, redactó el Manifiesto de 26 de octubre de 1868, en que el gobierno de país exponía sus aspiraciones liberales, y sus propósitos de reorganización política. Perteneció más tarde a las Cortes Constituyentes, donde votó la libertad religiosa y contribuyó a la elección de don Amadeo de Saboya.
En las enconadas luchas políticas de la época, siempre abogó Núñez de Arce, por la concordia, estimando que una ruptura entre españoles, había de causar la perdición irremisible de todos y el aniquilamiento de la patria. Fue en este sentido un buen patriota y, en sus versos políticos, un gran poeta civil, digno émulo de Quintana, y enemigo por igual de la demagogia y de la tiranía.
Aunque sin clasificación determinada, no sería justo olvidar entre los
poetas líricos de la segunda mitad del siglo XIX, al salamantino, José María Gabriel y Galán (1870-1905), del que se ha dicho
que es un pariente próximo de los grandes clásicos castellanos. Gabriel y Galán
que fue maestro de escuela de Guijuelo, en Piedrahíta, y labrador después en
unas aldea de la provincia de Cáceres llamada Guijo de Granadilla, se reveló como
poeta en unos Juegos Florales; y toda su obra, fluida y espontánea, tiene el
sincero acento de un gran vate bucólico. Convivió con humildes campesinos y
cantó su vida y sus faenas en composiciones de exquisita belleza, avaloradas
con un lenguaje de rico sabor castellano.
Las obras de Gabriel y Galán están
publicadas en varios volúmenes con los títulos de Castellanas; Extremeñas; Campesinas; Nuevas Castellanas y
Religiosas. Las composiciones que se le citan como las mejores son, Los Pastores de Mi Abuelo; El Ama, inspirada en la muerte de su
madre; El Embargo, de patética
emoción, y El Cristo Benditu, con
motivo del nacimiento de su hijo.
Retrocedamos ahora un poco en el tiempo
para pasar a la poesía dramática, que, después del renacer con que había
brillado merced a los grandes autores románticos, conocía una nueva etapa de
depresión.
Bretón de los Herreros y Ventura de la
Vega, neoclasicistas, produjeron su obra en peno desarróllo del Romanticismo;
pero cultivaron de preferencia la comedia moratiniana, y fueron dos verdaderos
discípulos y continuadores del autor de, El
Sí de las Niñas.
Manuel Bretón de
los Herreros (1796-1873) es uno de los autores más fecundos en su siglo, pues
escribió más de 170 obras dramáticas, que abarcan casi todos los géneros, y un
imponente caudal de poesías satíricas y festivas. Tradujo muchas tragedias
francesas, e hizo varias refundiciones del teatro clásico castellano.
Entre sus comedias originales, muy certeras al satirizar las costumbres de su tiempo, sobresalen: A la Vejez Viruelas; Marcela o ¿Cuál de las Tres?; A Madrid Me Vuelvo; El Pelo de la Dehesa, y La Escuela del Matrimonio. Es el poeta cómico de la España del siglo XIX, el pintor de la burguesía, de 1830 a 1860. Gran artista del verso bufo, supo conciliar el lirismo con la comedia de costumbres contemporáneas, y obtuvo los efectos graciosos mas imprevistos e irresistibles.
Entre sus comedias originales, muy certeras al satirizar las costumbres de su tiempo, sobresalen: A la Vejez Viruelas; Marcela o ¿Cuál de las Tres?; A Madrid Me Vuelvo; El Pelo de la Dehesa, y La Escuela del Matrimonio. Es el poeta cómico de la España del siglo XIX, el pintor de la burguesía, de 1830 a 1860. Gran artista del verso bufo, supo conciliar el lirismo con la comedia de costumbres contemporáneas, y obtuvo los efectos graciosos mas imprevistos e irresistibles.
Ventura de la Vega (1807-1865),
nacido en Buenos Aires de padre español y de madre argentina, se educó y vivió
en Madrid desde la infancia. En
literatura tiene dos aspectos: el de poeta lírico, y el de autor dramático, mas
importante el segundo que el primero. Como poeta representa el espíritu
neoclásico de su tiempo. Reaccionó duramente contra el Romanticismo, y su ídolo
literario fue Leandro Fernández de Moratín.
Después de ésta reacción moratiniana
comenzó contra las extravagancias del Romanticismo otra reacción análoga a la que ya se había producido en Francia: es
lo que podríamos llamar la escuela de la ponderación, puesto que se
caracterizaba por un mayor cuidado de la medida, del gusto, de la verdad en el
arte, así como también por la tendencia a erigir el teatro en tribuna de moral.
Fue el momento en que se extendió a España la influencia de Ponsard, de Augier,
y de Dumas hijo, y en que comenzaban a escribir Abelardo López de Ayala y Manuel
Tamayo y Baus, el momento en que aparece en la escena española la llamada “Alta
Comedia.”
López de Ayala (1828-1879),
poeta de corte clásico y de tendencia moralista, intentó adaptar la forma
poética de Calderón a las exigencias de tesis, y de la comedia de carácter. En,
El Tanto Por Ciento (1861), cuyo
éxito fue ruidoso, en un momento en que el país se abría a las empresas
industriales y a las especulaciones financieras, hizo una curiosa sátira contra
el agiotismo, y en, Consuelo (1878),
tipo de mujer voluble en la que el amor llega a tornarse en la loca ambición,
un penetrante estudio del alma femenina.
Manuel Tamayo y Baus (1829-1898) nació
en Madrid de familia de actores y, todavía niño, hizo traducciones y arreglos del
teatro francés, que representaron sus padres.
Produjo relativamente poco, pero su obra
es interesante y vigorosa. Aunque vivió hasta fines del siglo XIX, su carrera
literaria no se extiende más que de 1850 a 1870, fecha en que dejó de escribir
para el teatro y se dedicó por entero a sus tareas de director de la Biblioteca
Nacional, simultáneamente con las de secretario perpetuo de la Academia de la
Lengua.
La verdadera carrera de Tamayo comenzó en
1853 con su tragedia Virginia, obra
cuya inspiración y mesura, representaba una reacción contra las extravagancias
a que iba derivando el teatro romántico. El éxito fue clamoroso, y se consideró
la Virginia como la obra maestra de
la tragedia romántica en España.
Con
La Ricahembra, escrita en colaboración con Aureliano Fernández Guerra,
reanudó Tamayo la tradición nacional de la comedia histórica. La obra,
evocación de la España medieval, recuerda por el sabor algo arcaico del estilo,
y por el carácter de la factura poética, la vena escénica de Lope de Vega y de
Tirso de Molina.
Dos años después, en 1856, estrenó La Bola de Nieve, bonita comedia de
costumbres que se eleva hasta el drama psicológico, después de haber dado
preferencia a sus anteriores obras al movimiento escénico y a la acción, fue Locura de Amor, estrenada en 1855. El
asunto está inspirado en la historia de doña Juana la Loca, y es un drama que,
vertido a varios idiomas, se representó con gran éxito en las principales
escenas de Europa, en Italia, en Alemania, en Rusia.
Un intervalo de varios años, entre 1856 y
1862, divide en dos partes bien delimitadas la carrera literaria de Tamayo y
Baus. A partir de la segunda época, el dramaturgo pasó a ser un moralista
elocuente y audaz que, en nombre de su fe religiosa, trazaba el proceso de la
sociedad moderna, considerando el teatro como arma polémica contra la impiedad
y el vicio, como medio de resistencia a las malas doctrinas. Su arte hízose más
vigoroso, más sencillo; la trama de sus obras más prieta, reduciendo todo lo
posible el numero de los personajes, y aproximándose cada vez más, a los procedimientos
del arte clásico. Fue también entonces cuando abandonó definitivamente el verso
por la prosa por el deseo, sin duda, de traducir mas llana y sinceramente la
verdad.
A ésta segunda etapa pertenecen: Lo Positivo (1867); Lances de Honor (1863) y Un Drama Nuevo (1867), el mayor triúnfo de su carrera, una de las producciones mas extraordinarias del teatro moderno, y obra justamente celebre por la profundidad de los caracteres, el análisis de las pasiones, y la intensidad dramática de la acción.
A ésta segunda etapa pertenecen: Lo Positivo (1867); Lances de Honor (1863) y Un Drama Nuevo (1867), el mayor triúnfo de su carrera, una de las producciones mas extraordinarias del teatro moderno, y obra justamente celebre por la profundidad de los caracteres, el análisis de las pasiones, y la intensidad dramática de la acción.
En el último tercio del siglo XIX
asistimos a la aparición del neorromanticismo con la obra dramática del
prolífico y espectacular Echegaray, pontífice de la nueva modalidad escénica,
seguido por Eugenio Sellés (El Mundo
Gordiano), Feliú y Codina (La Dolores)
y Joaquín Dicena (Juan José), entre
otros de menor fuste.
José Echegaray (1832-1916) es el
dramaturgo que más fuertemente logró subyugar al público de su tiempo con
piezas de la mas distintas tendencias. Llenó, ayer, el teatro con obras que,
hoy ya no se representan. A fines del siglo XIX se le tenía en Madrid, su cuna,
por un genio. Hoy se le achaca, como autor dramático, mucha afectación, poca
naturalidad y ninguna verosimilitud. Ambos juicios son exagerados. Por una
parte, el teatro de Echegaray es artificioso, y sus personajes, fantoches que
supeditan su existencia a las “situaciones” preparadas fríamente de antemano
por el autor.
Pero, con todo, no es posible negar al autor de, El Gran Galeoto, inspiración elevadísima e intensa fuerza dramática. Si hubiera tenido más ponderación al exponer las pasiones, y menos afición al efectismo escénico, nadie se atrevería a negarle el primer puesto entre los dramaturgos españoles del siglo pasado. Las más celebradas de sus obras fueron, además de la citada, La Esposa del Vengador; O Locura o Sanidad; En el Seno de la Muerte; Vida Alegre y Muerte Triste, y Mariana (entre sus obras en verso); Mancha que Limpia; El Loco Dios, y La Muerte en los Labios (entre sus obras en prosa); Un Ciclo Incipiente (entre sus comedias).
Pero, con todo, no es posible negar al autor de, El Gran Galeoto, inspiración elevadísima e intensa fuerza dramática. Si hubiera tenido más ponderación al exponer las pasiones, y menos afición al efectismo escénico, nadie se atrevería a negarle el primer puesto entre los dramaturgos españoles del siglo pasado. Las más celebradas de sus obras fueron, además de la citada, La Esposa del Vengador; O Locura o Sanidad; En el Seno de la Muerte; Vida Alegre y Muerte Triste, y Mariana (entre sus obras en verso); Mancha que Limpia; El Loco Dios, y La Muerte en los Labios (entre sus obras en prosa); Un Ciclo Incipiente (entre sus comedias).
Tendencia digna de mención en esta época
del teatro español es la restauración del sainete al estilo de don Ramón de la
Cruz, género cultivado con gran fortuna, entre otros muchos autores cómicos,
por Ricardo de la Vega, José López Silva, Javier de Burgos y Tomás Luceño.
Pero el género que conoce en esta época un
esplendido renacimiento es la novela, en que se revelan y brillan maestros
indiscutibles, dignos de parangonarse con los mejores novelistas europeos de su
tiempo.
Después de la novela histórica al modo de
Walter Scott, cultivada por Larra, Patricio de la Escosura y otros escritores
de la escuela romántica, después de la plebeyesca “novela por entregas” y de
los finos cuadros costumbristas de Trueba y de Fernán Caballero, la novela
española se presenta briosa y triunfadora con autores como, Pedro Antonio de
Alarcón, Juan Valera, José María de Pereda, Benito Pérez Galdós (figura
compleja, vasta, cilópea), Emilia Pardo Bazán, y Armando Palacio Valdés. Los
cuatro últimos tiene sabor naturalista. Los dos primeros vienen a ser el
eslabón que une ésta novela naturalista con la de costumbres, tan finamente
lograda por la autora de, La Familia de
Alvareda.
Aunque Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) descuella en la novela, tiene
también interesante libros de viajes como, La
Alpujarra; De Madrid a Nápoles, y
El Diario de un Testigo de la Guerra de
África, obras amenísimas, tal vez las mejores del género en español y las
más celebradas y leídas, junto con las de Blasco Ibáñez, entre nuestras
narraciones de viajes. También escribió poesías siendo la más notable de
cuantas compuso el canto épico titulado, El
Suspiro del Moro.
Como novelista dejó numerosas narraciones
breves y otras, más extensas, que inauguraron la etapa moderna de la novela
española y se cuentan entre las mejores de nuestras obras de imaginación: El Sombrero
de Tres Picos; El Capitán Veneno;
El Niño de la Bola: La Pródiga. La más famosa y discutida de
esta novela es, El Escándalo,
admirada por su estilo, su arte en la composición y la delicadeza y exactitud
sicológica. Alarcón sigue siendo un novelista de actualidad en España por lo
mucho que se leen y aprecian sus producciones.
Juan Valera (1827-1905) no
fue solo novelista. Su actividad intelectual recorrió con éxito diversos
géneros: la poesía, el teatro, la crítica literaria. Fue un verdadero humanista y un artista de la
pluma. La más famosas de sus novelas es, Pepita
Jiménez, de estilo castizo y de fina observación. Otras novelas muy
estimables de Valera son, Juanita La
Larga; Morsamor; El Comendador Mendoza; Doña Luz; Pasarse de Listo, y Las
Ilusiones del Doctor Faustino.
Como critico dio estudios y ensayos de alto valor estético, contándose entre los mejores uno sobre, El Quijote y la Manera de Comentarle y de Juzgarle, otro sobre Amadis de Gaula. También se citan con elogio el ensayo acerca del naturalismo que Valera tituló, Apuntes Sobre el Arte Nuevo de Escribir Novelas, y su notables, Cartas Americanas, donde se hizo eco de la literatura americana de lengua española, contribuyendo a que fueran justamente estimados en España, desde los comienzos, escritores tan eminentes como Rubén Darío, Olegario Andrade, Juan Montalvo, y otros.
Como critico dio estudios y ensayos de alto valor estético, contándose entre los mejores uno sobre, El Quijote y la Manera de Comentarle y de Juzgarle, otro sobre Amadis de Gaula. También se citan con elogio el ensayo acerca del naturalismo que Valera tituló, Apuntes Sobre el Arte Nuevo de Escribir Novelas, y su notables, Cartas Americanas, donde se hizo eco de la literatura americana de lengua española, contribuyendo a que fueran justamente estimados en España, desde los comienzos, escritores tan eminentes como Rubén Darío, Olegario Andrade, Juan Montalvo, y otros.
Un ilustre maestro de la novela, un
admirable pintor de paisaje y de los tipos de su tierra fue José María de Pereda (1833-1905),
hidalgo montañés nacido en Polanco. Culminó en la novela de carácter regional e
incorporó al idioma bellísimos modismos sorprendidos en el ambiente donde se
desarrollan sus principales obras: Escenas
Montañesas; El Sabor de la Tierruca;
La Puchera; Sotileza; Peñas Arriba; Don Gonzalo Gonzales de la Gonzalera,
etc.
Benito Pérez
Galdós (1843-1920) se
distingue por igual en la novela y en el teatro, al que adaptó las principales
de sus obras novelescas.
Nació en Las Palmas, Canarias, cursó la
carrera de Derecho e hizo sus primeras armas literarias como periodista,
dedicándose luego a la novela y publicando en 1870, La Fontana de Oro. Es un pensador enamorado del progreso, de la
tolerancia, y de la libertad. El conjunto de su obra constituye al propio
tiempo la más vasta y perfecta pintura de la sociedad española del siglo XIX.
En sus novelas de costumbres y de
tendencia social: Fortunata y Jacinta;
Gloria; Marianela; Doña Perfecta;
El Abuelo; El Amigo Manso; La Familia de
León Roch, seduce, “la difícil facilidad” del estilo; el lenguaje llano,
pero nunca vulgar; la amenidad de la fabula, que en la novelas de Galdós se
identifica con el retrato de la vida misma; la descripción afortunada de medio
y estudio hondo y certero de los personajes, con sus ideas y pasiones. Creó,
además, un tipo excelso de novela histórica con sus famosos Episodios Nacionales, que produjo
interpolándolos entre las demás obras a lo largo de toda su vida literaria. El
primero de los “episodios” y uno de los más perfectos, Trafalgar, data de 1873; el último, Canovas, de 1912, esto es, cuando a Galdós, ya anciano y casi
ciego, le quedaban pocos año de existencia.
Emilia Pardo Bazán (1852-1921) nació
en La Coruña y fue una mujer de tipo poco corriente en la España de su tiempo.
Dio muestras de extraordinario vigor intelectual en sus novelas, sus obras
criticas, sus conferencias, sus nobles y esforzadas campañas por la
dignificación de la mujer.
Entre sus novelas sobresalen las de asunto
gallego: Morriña; Los Pasos de Ulloa; Bucólica; una novela de acción y de fondo histórico: Misterio, que se refiere al hijo de
Luis XVI y de María Antonieta; y muy bellas son también: Un Viaje de Novios; El Cisne
de Vilamorta; La Sirena Negra, y La Quimera.
Como cuentita escribió varias obras
maestras: Indulto; Las Tijeras; Nieto del Cid, coleccionados junto con otros, en: Cuentos de Marineda; Cuentos de Amor; Cuentos Sacro-profanos, etc.
Entre todos estos novelistas españoles del
siglo pasado, a los que aún podrían añadirse nombres como los de Jacinto
Octavio Picón, por su Dulce y Sabrosa,
y el del padre Luis Coloma, por sus
Pequeñeces, el último en el orden cronológico es
Armando Palacio Valdés (1853-1938), asturiano nacido en la adehuela de Entralgo. Empezó su carrera literaria ejerciendo la crítica, y en 1881 publicó su primera novela: El Señorito Octavio, a la que siguieron Marta y María; El Idilio de un Enfermo; José; la popularísima, La Hermana San Sulpicio, donde con tanta gracia y soltura pinta las costumbres andaluzas; La Espuma, reflejo de la alta sociedad madrileña; Los majos de Cádiz; La Alegría del Capitán Ribot; La Aldea Perdida; etc. Trascribe la vida con naturalidad, en estilo llano y asequible, y ha creado inolvidables figuras de mujer.
Armando Palacio Valdés (1853-1938), asturiano nacido en la adehuela de Entralgo. Empezó su carrera literaria ejerciendo la crítica, y en 1881 publicó su primera novela: El Señorito Octavio, a la que siguieron Marta y María; El Idilio de un Enfermo; José; la popularísima, La Hermana San Sulpicio, donde con tanta gracia y soltura pinta las costumbres andaluzas; La Espuma, reflejo de la alta sociedad madrileña; Los majos de Cádiz; La Alegría del Capitán Ribot; La Aldea Perdida; etc. Trascribe la vida con naturalidad, en estilo llano y asequible, y ha creado inolvidables figuras de mujer.
Otros géneros: La filosofia, la literatura
social y política, la oratoria, la crítica literaria y erudita también tienen
en éste periodo, ilustres representantes. Entre los filósofos descuellan el
sacerdote don
Jaime Balmes (1810-1848), gran pensador y escritor metódico, aunque no muy correcto, autor de, El Criterio; Filosofia Fundamental; El Protestantismo Comparado con el Catolicismo; Cartas a un Escéptico en Materia de Religión. Fue el restaurador de los estudios filosóficos de España. Tuvo claro talento y extraordinarias aptitudes para la exposición de la lógica, e influyó hondamente en la educación de su siglo, con el notabilísimo estudio de la mente humana, que es El Criterio.
Jaime Balmes (1810-1848), gran pensador y escritor metódico, aunque no muy correcto, autor de, El Criterio; Filosofia Fundamental; El Protestantismo Comparado con el Catolicismo; Cartas a un Escéptico en Materia de Religión. Fue el restaurador de los estudios filosóficos de España. Tuvo claro talento y extraordinarias aptitudes para la exposición de la lógica, e influyó hondamente en la educación de su siglo, con el notabilísimo estudio de la mente humana, que es El Criterio.
Entre los escritores sociales, Concepción Arenal (1820-1893),
penalista eminente que alcanzó fama universal con sus estudios sociológicos.
Francisco Pi y
Margall (1824-1901),
escritor político, escribió, Las
Nacionalidades, doctrina federalista, e importantes estudios sobre la Edad
Media.
El más grande e indiscutible artista de la
palabra en esta época en que brillaron los más grandes oradores españoles de
todos los tiempos, fue don Emilio
Castelar (1832-1899).
Descolló ante todo como orador político,
pero también cultivó la filosofia, la historia y la novela. Sus obras
principales son: La Civilización de los
Cinco Primeros Siglos del Cristianismo; Cartas
Sobre Política Europea; Discursos Políticos y Literarios; Galería de Mujeres Celebres. Las
novelas, La Hermana de la Caridad; Fra Filipo Lippi. Y las crónicas de
viaje, Un Año en París, y Recuerdos de Italia.
Joaquín Costa (1846-1911),
político independiente, de ideas avanzadas y de recio patriotismo se distinguió,
además, por sus trabajos de erudición literaria y por sus obras sicológicas y
de económica agraria.
También hizo estudios literarios en los
que dedujo consecuencias políticas y jurídicas. Citemos, entre sus obras: La
Poesía Popular; Teoría del Hecho
Jurídico, Individual, y Social; Mitología y Literatura Celtohispana; Oligarquía y Caciquismo, etcétera.
Francisco Giner de
los Ríos (1840-1915), fue
un educador que dejó honda huella en numerosos discípulos que honran la
avanzada cultural de la España anterior al cataclismo de 1936: Rafael Altamira,
el gran americanista; Manuel Bartolomé Cossío, pedagogo insigne y uno de los “descubridores”
de El Greco; el profesor Luis Zulueta; el erudito Ramón Méndez Pidal; el
crítico de arte José Pijoán; el poeta Antonio Machado y muchos otros que en
diversas artes y disciplinas, han dado a España, en nuestra época, dentro y
fuera del país, el prestigio digno de su pasado.
Don Francisco Giner fue el alma de la
Institución Libre de Enseñanza de Madrid y un polígrafo eminente que trató de
muchas materias con incomparable competencia. Además, de sus numerosas obras
jurídicas y políticas sobresalen sus, Estudios
de Literatura y Arte; sobre Educación,
sobre Artes Industriales y Sociología.
En la crítica literaria conquistó
autoridad y renombre el profesor de la universidad de Oviedo, Leopoldo Alas (1852-1901), colaborador
de varios periódicos madrileños donde hizo famoso el seudónimo de Clarín. También escribió varias obras de
imaginación, entre ellas, La Regenta,
novela que refleja la vida asturiana, y cuentos tan admirables como, Adiós, Cordera, y El Gallo de Sócrates.
Al final de este desfile de escritores del
siglo XIX hemos reservado la figura ingente de Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), sabio polígrafo nacido en
Santander, y autoridad máxima de la erudición y la crítica española en la
universidad Central, vacante por el fallecimiento de Amador de los Ríos. Una
serie de importantes publicaciones en que el talento del escritor corría
parejas con la ciencia del erudito, abrió casi inmediatamente las puertas de la
Academia Española al joven profesor, y, a partir de entonces, sus profundos y
certeros trabajos renovaron en parte la historia de la literatura y del
pensamiento español.
Su primera obra importante fue, La Ciencia Española, destinada a
combatir las acusaciones de ignorancia dirigidas a veces contra su país; dos
años después dio el inapreciable monumento, Historia
de los Heterodoxos Españoles, una de las obras fundamentales para el
conocimiento de la cultura española. Siguieron: Calderón y su Teatro; Historia
de las Ideas Estéticas en España, considerada como su obra capital; Estudios de la Crítica Literaria; Horacio en España; Historia de la Poesía Castellana en la Edad Media; Tratado de los
Romances Viejos; Juan Boscán; Historia de la Poesía Hispanoamericana,
etc.
Escribió, además, numerosos prólogos y extensos comentarios: Antología de Poetas Liricos Castellanos; Edición Monumental de las Obras de Lope de Vega; Orígenes de la Novela Española. Tradujo a Esquilo, Horacio, Cicerón y otros autores de la antigüedad clásica y entre sus poemas originales son muy notables la Epístola a Horacio, y A Mis Amigos de Santander.
Escribió, además, numerosos prólogos y extensos comentarios: Antología de Poetas Liricos Castellanos; Edición Monumental de las Obras de Lope de Vega; Orígenes de la Novela Española. Tradujo a Esquilo, Horacio, Cicerón y otros autores de la antigüedad clásica y entre sus poemas originales son muy notables la Epístola a Horacio, y A Mis Amigos de Santander.
Se distinguió extraordinariamente como
humanista, bibliógrafo, filosofo, critico, historiador, y además, como artista
y como maestro.
Su obra se continua en la escuela que ha
dejado. En efecto, discípulos suyos fueron Bonilla y San Martin, Menéndez
Pidal, Rodríguez Marín, Cejador, Cotarelo y Mori, Puyol y Alonso, Blanca de los
Ríos, Navarro Ledesma, Rogerio Sánchez, etc.
Se ha llamado “Generación del 98” a un
grupo de escritores que, a raíz de los desastres marcados por la fecha a que
este término alude, (1998: pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, últimos
restos del Imperio Colonial), trató de buscar en la propia entraña española, la
reconstrucción ideológica con franco pesimismo y criticismo. Los intelectuales
más representativos de éste grupo son, Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno,
Azorín, Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán, Antonio Machado, José Ortega y
Gasset: Unos poetas, otros novelistas, otros filósofos o críticos; los mas
participando en mayor o menor grado de varias de esas cualidades; otros,
grandes maestros o eruditos como Manuel Bartolomé Cossío o Ramón Menéndez
Pidal.
El hombre que condena el espíritu de la
“generación del 98” es Ángel Ganivet,
pensador genial y ferviente patriota, nacido en Granada en 1862 y muerto en
Riga, donde era cónsul de España, ahogándose voluntariamente en 1898, el año
mismo del desastre colonial. Tan profundo y original era el pensamiento de
Gavinet, que Navarro Ledesma no había dudado en compararlo con el mismo
Cervantes por la lozanía y la gracia del estilo, así como por su honda
filosofia y por la agudeza de su sátira. Había viajado mucho por el extranjero
como diplomático y supo penetrar el genio español, las causas y efectos de la
situación en que había caído España al finalizar el siglo XIX; y supo también,
más que ningún otro, formular las esperanzas y las necesidades del porvenir.
Todas las obras de Ángel Ganivet merecen
mencionarse, porque en la suma de ellas está contenida la ideología del genio
muerto en flor, a los treinta y seis años: Granada
la Bella (1996); en ese mismo año, La
Conquista del Reino de Maya por el Último Conquistador Español Pío Cid,
ficción novelesca donde Ganivet afirma la aptitud de los españoles para la
conquista, pero no para la colonización; Cartas
Finlandesas (1898); casi al mismo tiempo, Los Trabajos del Infatigable Pio Cid, crítica de la idiosincrasia
española.
A título póstumo se publicaron la
siguientes: en1904, El Escultor de su
Alma, drama místico en tres autos, representado por primera vez en Granada en 1899; el Epistolario, que comprende algunas de las cartas dirigidas, por
Gavinet a su amigo Navarro Ledesma; en 1905,
Hombres del Norte, esbozos críticos sobre los dramaturgos escandinavos:
Ibsen, Jonás Lie, y Björnson; El Porvenir
de España, cartas de Gavinet sobre este tema y otras cruzadas entre él y
Unamuno, que es, precisamente otra de las grandes figuras de la “generación del
98” y que estuvo unida estrechamente a la
de Ganivet por análogas inquietudes y parecidas reacciones intelectuales.
Miguel de Unamuno, nacido en Bilbao
en 1864 y muerto en Salamanca en 1937, ocupa en la vida intelectual contemporánea
un puesto en primer plano: catedrático
de griego y después rector de la Universidad de Salamanca; filosofo, ensayista
literario, conferenciante; poeta, novelista, cuentista. Sus obras conocerán
retoños de actualidad a lo largo del tiempo, y tardaran en envejecer porque en
esas obras palpitan ideas, sentimientos, problemas, inquietudes eternas. Como
Gavinet, Unamuno busca la verdadera España y para ello recorre toda la
península, poniéndose en contacto con las gentes del pueblo. Adquiere una
visión directa de la tierra y de los hombres, y esas impresiones de peregrino
intelectual, están recogidas principalmente en dos de sus libros: Por Tierras de Portugal y de España y Andanzas y Visiones Españolas. Busca a
España en su libro más representativo y, meditando ese libro, escribe en 1906
su personalísima, Vida de Don Quijote y
Sancho, donde las ideas se entrecruzan apretadamente, sucintado otras
nuevas hasta hasta el infinito. Busca a España en las grandes figuras de la
literatura clásica y produce esa hermosa serie de Ensayos donde se encuentra
uno particularmente famoso, el titulado, “En
Torno al Casticismo.”
Impregnados de su intensa inquietud espiritual, política,
social, o religiosa, están los, Soliloquios
y Conversaciones; Contar Esto y
Aquello; Del Sentimiento Trágico de
la Vida en los Hombres y en los Pueblos; La Agonía de Cristianismo. Como novelista escribió, Paz en la Guerra, novela de la
fratricida guerra carlista; Niebla; Abel Sánchez; Amor y Pedagogía; Nada Menos
que Todo Un Hombre. En poesía cultivó el romance y el soneto; uno de sus
poemas, El Cristo de Velázquez
(1920), es famoso.
Esta obra poética, nacida a lo largo de
toda la vida del pensador, armoniza sus nostalgias y sus delicadezas de gran lírico
con el vigor intelectual característico de Unamuno. Su primer libro de poesía (Poesías) data de 1907; y a éste
siguieron, además del ya citado poema, El
Cristo de Velázquez, el Rosario de
Sonetos Liricos (1911); Rimas de
Dentro (1923); Teresa (1924); De Fuerteventura a Paris (1925) y el Romancero del Destierro (1927).
Pio Baroja (1872-1956),
vascongado, es otro de los escritores de ese grupo que tan honda influencia
ejerció en las letras contemporáneas de España.
Tiene obra extensísima donde pulula un
mundo de tipos extraordinarios. Entre sus novelas de asunto vasco sobresalen: La Casa de Aizgorri; El Mayorazgo de Labraz, y Zalacaín el Aventurero. Obras muy
extrañas, de carácter sicológico e impregnadas de amargo humorismo, son los Inventos, Aventuras y Mistificaciones de Silvestre Paradox y el Paradox Rey. En “la lucha por la vida,”
trilogía que comprende, La Busca; Mala Hierba, y Aurora Roja, describe el hampa madrileña, con un desfile de tipos
no menos extravagantes que reales.
Otras notables novelas de Baroja son, El Árbol de la Ciencia; La Feria de los Discretos; La Ciudad de la Niebla, y La Dama Errante, además de las comprendidas en la serie que lleva por título colectivo, Memorias de Un Hombre de Acción, en que el autor, siguiendo las huellas de un personaje mitad histórico, mitad novelesco, Eugenio de Aviraneta, narra el desarrollo de las ideas liberales basándose en la historia de España del siglo pasado. Y todas esas novelas son muy amenas, nutridas de acción, sin hojarasca verbal, desbordantes de vida y movimiento: El Aprendiz de Conspirador; El Escuadrón del Brigante; Los Caminos del Mundo; Los Recursos de la Astucia; El Sabor de la Venganza; La Isabelina, etc.
Otras notables novelas de Baroja son, El Árbol de la Ciencia; La Feria de los Discretos; La Ciudad de la Niebla, y La Dama Errante, además de las comprendidas en la serie que lleva por título colectivo, Memorias de Un Hombre de Acción, en que el autor, siguiendo las huellas de un personaje mitad histórico, mitad novelesco, Eugenio de Aviraneta, narra el desarrollo de las ideas liberales basándose en la historia de España del siglo pasado. Y todas esas novelas son muy amenas, nutridas de acción, sin hojarasca verbal, desbordantes de vida y movimiento: El Aprendiz de Conspirador; El Escuadrón del Brigante; Los Caminos del Mundo; Los Recursos de la Astucia; El Sabor de la Venganza; La Isabelina, etc.
Ramón Menéndez
Pidal, nacido en 1869,
es el maestro por excelencia de la crítica literaria y filológica española.
Firme prestigio, indiscutible autoridad asentada en una vida de trabajo
consagrada a la ciencia literaria. Continúa, en cierto modo, el esfuerzo de
Menéndez y Pelayo. Ha aplicado especialmente sus investigaciones a la época
medieval. Autor de, La España del Cid,
obra magistral sobre dicha época, y de muchos y valiosos estudios coleccionados
en libros como, La Leyenda de los
Infantes de Lara; Poesía Juglaresca;
La Epopeya Castellana; Orígenes del Español; La Lengua de Cristóbal Colon; Gramática Histórica de la Lengua Española,
etc.
José Ortega y
Gasset (1883-1955),
nacido en Madrid, catedrático de metafísica, conferenciante y escritor muy
apreciado por las minorías selectas de todos los países de lengua española,
fue, hacia 1925, el animador y el maestro de un importante núcleo de la
juventud. Creó y dirigió, La Revista de
Occidente. Como Gavinet y Unamuno, también consagró Ortega lo más fino y
peculiar de su obra a estudiar la sicología del pueblo español.
Descuellan en ésta obra, nutrida de ciencia y de bellezas, las, Meditaciones del Quijote, que datan de 1914; los hermosos ensayos reunidos en los nueve volúmenes de, El Espectador (publicados entre 1916 y 1917); La España Invertebrada (1923); La Rebelión de las Masas (1929).
Descuellan en ésta obra, nutrida de ciencia y de bellezas, las, Meditaciones del Quijote, que datan de 1914; los hermosos ensayos reunidos en los nueve volúmenes de, El Espectador (publicados entre 1916 y 1917); La España Invertebrada (1923); La Rebelión de las Masas (1929).
Otro representante característico de la
“generación del 98” es José Martínez Ruiz (Azorín)
pequeño filosofo arbitrario y agresivo en sus comienzos, conservador y
clasicista más tarde. Y siempre pintor
excelso del alma manchega en novelas y ensayos como La Voluntad; Los Pueblos;
Antonio Azorín; Castilla; La Ruta del
Quijote.
Una segunda etapa, en que éste escritor
alcanza las regiones más puras del arte literario, dentro de un lenguaje
impecable, sobrio y de extrema belleza, presenta obras como las novelas, Félix Vargas, y Superrealismo; Angelita
(Auto sacramental); Blanco en Azul
(cuentos) y los ensayos, Pensado en
España, y Valencia (1941).
Ramón del Valle Inclán (1870-1936), gallego de las Rías Bajas, fue un orfebre literario al modo de Barbey d’Aurevilly, de quien tenía el aire raro y rebelde, la fantasía caballeresca, el sello tradicionalista, el temple combativo, y la propensión a la eutrapelia. En su juventud había viajado por México y otros países de América, y estas correrías contribuyeron a estimular su brillante fantasía.
Escribió narraciones amorosas de gran
belleza; Femeninas; Epitalamio; Corte de Amor; Corte de
Sándalo; Jardín Umbrío; y la
creación que le dio celebridad fue la del marqués de Brandomín héroe de sus Sonatas las cuales aparecieron por éste
orden; Sonata de Otoño; Sonata de Estío; Sonata de Primavera; Sonata
de Invierno.
A las sonatas siguieron otros libros magníficos, de léxico opulento, bellísimas joyas barrocas: Águila de Blason; Romance de Lobos; Voces de Gesta; El Yermo de las Almas; etc. Dió también tres novelas históricas referentes a la Guerra Carlista; Los Cruzados de la Causa; El Resplandor de la Hoguera; Gerifaltes de Antaño, y varias composiciones dramáticas que se publicaron en 1928, agrupadas bajo el titulo de, Retablo de la Avaricia, la Lujuria, y la Muerte; Ligazón; La Rosa de Papel; El Embrujado; La Cabeza del Bautista; Sacrilegio.
A las sonatas siguieron otros libros magníficos, de léxico opulento, bellísimas joyas barrocas: Águila de Blason; Romance de Lobos; Voces de Gesta; El Yermo de las Almas; etc. Dió también tres novelas históricas referentes a la Guerra Carlista; Los Cruzados de la Causa; El Resplandor de la Hoguera; Gerifaltes de Antaño, y varias composiciones dramáticas que se publicaron en 1928, agrupadas bajo el titulo de, Retablo de la Avaricia, la Lujuria, y la Muerte; Ligazón; La Rosa de Papel; El Embrujado; La Cabeza del Bautista; Sacrilegio.
Las últimas novelas de Valle Inclán (serie
de El Ruedo Ibérico) quedan como un
dechado de sátira histórica, cual un verdadero monumento del idioma. Consta de
tres series, y cada una de tres novelas. Se destaca Tirano Banderas.
Vicente Blasco
Ibáñez (1867-1930),
valenciano, sobresale como paisajista. Aunque contemporáneo de muchos autores
del 98, es completamente ajeno a ellos por su temática. Su obra, muy vasta,
comprende varias épocas perfectamente delimitadas.
A la primera época de su producción
pertenecen los cuentos y novelas de carácter regional valenciano. Entre éste
primer núcleo de obras hay tres fundamentales: La Barraca, novela de la huerta; Cañas y Barro, novela de la vida semilacustre de los campesinos de
la Albufera; Flor de Mayo,
novela de la vida de los pescadores.
El segundo grupo contiene las novelas de
rebeldía, de proselitismo, entre las que descuellan, La Catedral, de ambiente toledano; El Intruso, (contra el jesuitismo militante); La Bodega, novela de la vida agraria andaluza, de sus señoríos y de
sus parias; La Horda, novela del
hampa madrileña.
La guerra europea de 1914 inspiró a Blasco
Ibáñez otra serie de obras: Los Cuatro
Jinetes del Apocalipsis; Mare Notrum;
Los Enemigos de la Mujer.
Al margen de estos grupos de novelas,
merecen citarse los admirables Cuentos
Valencianos; una novela arqueológica: Sónnica
la Cortesana, en la que el autor evoca a la antigua Sagunto; Sangre y Arena, novela de los toreros, y
Los Muertos Mandan, novela de las
Islas Baleares.
Ha escrito hermosos libros de viaje, que
condensan tal vez sus mejores dotes de escritor: En el País del Arte, (tres meses en Italia); Oriente; Los Argonautas,
que aunque contiene una trama novelesca, se concreta a narrar un viaje trasatlántico
con hermosas evocaciones, a manera de frescos de la epopeya del Descubrimiento;
La Vuelta al Mundo de un Novelista,
verdadero prodigio descriptivo, la más amena y pintoresca de las narraciones de
viajes.