La Gitanilla, es una novela corta de, Miguel de Cervantes, que abre su colección de relatos breves, Novelas Ejemplares.
Esta, novela, que sigue la tradición italiana de, novellieri, creada por figuras como, Giovanni Boccaccio, y desarrollada por autores como, Mateo Bandello, en el Renacimiento italiano, supone el pórtico del tomo en el que reunió sus doce novelas de asunto amoroso titulado, Novelas Ejemplares, (Madrid, Juan de la Cuesta, 1613). Es también la más extensa de todas ellas.
En ella se utiliza el conocido recurso de la anagnórisis, por el que su protagonista, “Preciosa, la gitanilla”, es reconocida en el desenlace como de origen noble. La muchacha fue educada por los gitanos y vive tocando y cantando para ganar su sustento cuando un noble se enamora de ella. Para seguirla y como prueba de amor, el caballero acepta seguir la vida nómada y marginal con ella y, por fin, tras el reconocimiento de su verdadera condición, la novela acaba en feliz matrimonio entre iguales. (Wikipedia en Español)
de Miguel de Cervantes Saavedra
Era el día de Santa Ana, y ante el edificio de la iglesia, en que se veneraba a la santa patrona, se había formado un gran corrillo. La gente gritaba con algarabía, “¡Bravo!” “¡Dios guarde tu gracia!” Una hermosa mujer bailaba al ritmo de las castañuelas. El hombre del violín, era un gitano quien decía, “Vengan los curros, que el sonido del dinero es la mejor música para acompañar el baile.” Un hombre de entre los que estaban reunidos, gritaba, “¡Vamos Bonita!” Dos damas que veían el baile comentaron entre sí. “¡Qué muchacha tan bonita! Baila como los Ángeles mismos.” La otra dama comentó, “Lástima que sea gitana.”
Al terminar de bailar, la hermosa gitana tenía todo el público embelesado. La gente aplaudía, y un hombre gritó, “¡Bravo por tu belleza y tu gracia!” Al caer la tarde, el grupo de gitanos regresó a su campamento. Los carromatos se reunieron en el campo, y se instalaron las tiendas. Entonces, una señora gitana se acercó a una anciana y le dijo, “Rafaela, supe del éxito que tuvo Preciosa, en Madrid.” Rafaela el contestó, “¡Y cómo no! ¡Mi nieta es la mejor bailadora que se haya en todo el gitanerío!” La mujer le dijo, “Y la más guapa. Con su donaire, puede opacar a la dama más encumbrada.” Rafaela le dijo, “La he criado bien. Ella es mi seguridad para el futuro.” La mujer le dijo, “Buen tesoro tienes, mucho deberás cuidarlo para que no se te pierda.” Rafaela le dijo, “No tengo de qué preocuparme. Preciosa es honesta y juiciosa como ninguna.” La mujer le dijo, “Eso es muy cierto. Se diría que por sus venas corre sangre de gente bien nacida.” Rafaela le dijo, “¡Cuidado con lo que hablas! Nació gitana y muy honrada se siente de serlo.” En los días siguientes, las gitanas recorrieron todo Madrid, bailando y cantando. Un hombre quien estaba mirando el espectáculo, gritó, “¡Dale a las castañuelas, hermosa, que aquí hay cuártos!” Otro hombre gritó, “¡Bien se ha de pagar una gracia como la tuya!” La fama de, Preciosa, no tardó en crecer, y Rafaela no se daba abasto para recoger el dinero. Rafaela pensaba, “Esta muchachita es una mina de oro.” Una mañana, cuando, Preciosa, terminó de bailar, un hombre se le acercó, y le dijo, “Te he visto actuar y no hay otra que se te iguale. Dios te dió dones de reina.” Ella le contestó, “Favor que me hace el caballero.” El hombre le dijo, “Soy poeta, y tu salero me inspiró un romance.” El hombre dio un pergamino, y dio, “Toma. Estoy seguro que te gustará.” Preciosa le dijo, “Si no hay en sus palabras nada que me pueda ofender, no tiene por qué no gustarme.” El hombre dijo, “No me atrevería a ofender a quien en la corte debería estar.” Preciosa le dijo, “Mal quisiera yo ir a palacios, donde bajo elegantes trajes, hay más trúhanes que caballeros.” Preciosa agregó, “Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte por donde el cielo quiera.” En ese momento, se escuchó la voz de Rafaela gritar, “¡Preciosa, ven acá, niña!” Preciosa se despidió, y dijo, “¡Adiós, señor poeta!” El hombre pensó, “¡Valla con la gitanilla! Ni el Diablo tiene la lengua más suelta.” Al llegar Preciosa con Rafaela, ésta le dijo, “¿Quién era ese, con el que hablabas?” Preciosa le dijo, “No lo sé. Me dio un romance que dijo había escrito y que es bueno.” Rafaela le dijo, “¿Y qué te pidió a cambio? Mira que el ingenio no se regala.” Preciosa le dijo, “No me pidió nada.” Rafaela le dijo, “A ver qué dice, léelo. No me fío yo de quienes dan obsequios sin razón.” Preciosa leyó, “Gitanita, que de hermosa te pueden dar parabienes, por lo que de piedra tienes, te llama el mundo. Preciosa. Preciosa joya de amor. Esto humildemente escribe el que por ti muere y vive pobre, aunque humilde amador.” Después de escuchar el poema, Rafaela dijo, “Mala señal. Nunca los enamorados han de decir que son pobres. La pobreza es enemiga del amor. No lo olvides, niña.” Preciosa dijo, “No se preocupe, abuela, que no hay gitano necio, ni gitana lerda, y yo tengo bien claro el entendimiento. A mí no me conmueven promesas ni finezas de enamorado. Las quimeras y fantasías quedan para los bobos.” Rafaela dijo, “Calla niña, que estás diciendo más de lo que yo te he enseñado. No te metas en altanerías que todas amenazan caídas.” Preciosa le dijo, “Abuela, aunque de dieciocho años, soy ya vieja en los pensamientos. No olvide que en nosotras aprendemos en una hora, lo que otras en un año.” Rafaela le dijo, “Ya no hables más. Mejor vámonos que pronto caerá la noche, y no quiero andar a oscuras por esos caminos de Dios.” Siguió la gitanilla cosechando aplausos, alabanzas, cuartos, hasta que, una mañana, un caballero se acercó a las gitanas. Una de las gitanas dijo, “Miren qué mozo tan bién plantado.” Otra de las gitanas dijo, “¿Qué hará en este lugar, solo y a pie? Se ve que es un caballero principal.” El caballero se acercó a las gitanas y Rafaela se puso enfrente de todas. El caballero dijo, “Buenos días. ¿Me permiten unas palabras?” Rafaela dijo, “Siempre que no sean muchas. Ya tardamos en llegar a Madrid.” El caballero explicó, “Quisiera hablar con usted y Preciosa, solamente. No sé arrepentirán de escucharme, se los aseguro.” Rafaela dijo, “Bueno, pero ya le dije que no nos entretenga mucho.” Enseguida, Rafaela dijo a las gitanas, “Ustedes caminen un poco, y espérennos bajo un árbol.” Mientras las gitanas se retiraban, Preciosa dijo a las gitanas, mientras se estaban retirando, “No se tarden. El sol empieza a pegar fuerte.” A continuación, Rafaela dijo, “Y ahora, hable usted.” El caballero dijo, “Señoras, soy el hijo único de un hombre poderoso y rico, y por lo tanto, un único heredero. Hace unos días vi a Preciosa en la calle, mientras bailaba. Verla y enamorarme fue todo uno. La quiero, pero no para burlarla, sino para hacerla igual, y mi señora.” Rafaela le dijo, “¿Qué dice? ¿Quiere casarse con ella?” El hombre dijo, “Así es. Si me acepta, pondré a sus pies mi nombre y mi fortuna.” Rafaela dijo, “¿Y cuál es su nombre, si se puede saber?” El hombre dijo, “Juan de Cárcamo. Mi padre es don Francisco de Cárcamo, conocido y respetado en la corte.” Rafaela dijo, “Puede que sea quien usted dice, y puede que no. ¡Cómo sabremos que no miente?” Juan le dijo, “Le daré la dirección de mi casa. Pueden tomar informes. Le juro por lo más sagrado, que mi amor por Preciosa, es honesto.” Rafaela dijo, “De crédulos en juramentos, está lleno el mundo.” Juan le dijo, “Como prueba de mi buena fe, tengo en esta bolsa cien escudos de oro, en señal de lo que pienso darle en el futuro.” Rafaela dejo escapar una mirada de asombro, y dijo, “¡Cien escudos de oro!” Preciosa se acercó para intervenir, y dijo, “Abuela, permita que yo responda a este caballero enamorado.” Rafaela le dijo, “Hazlo, hija. Sé que sabrás hacer honor a mis enseñanzas.” A continuación Preciosa dijo, “Señor, a pesar de que no soy vieja en edad, sí lo soy en algunos conocimientos, y no porque la experiencia me los haya dado. Sé que los recién enamorados, son impetuosos, y no se detienen ante nada, por conseguir lo que desean, pero cuando lo consiguen, muchas veces, en lugar de encontrar la Gloria, dan con el infierno. Entonces, abren los ojos del entendimiento, y aborrecen lo que antes adoraban. Como no es cosa para que esto suceda, yo no creo en las palabras, y dudo de muchas obras. Soy una pobre gitana, pero tengo dos joyas que estimo más que a mi vida: mi entereza, y virginidad. Si usted pretende llevársela, bajo promesas de matrimonio, ya puede regresarse por donde vino. Pero si ha hablado con la verdad, y quiere ser mi esposo, antes he de poner mis condiciones, y hacer averiguaciones.” Hubo un silencio, y a continuación, Juan de Cárcamo dijo, “En el amor que te tengo, no cabe el engaño. Averigua cuanto quieras de mí. En cuanto a las condiciones, dime cuáles son.” Preciosa dijo, “Tendrá que dejar la casa de sus padre, y vivir en nuestro campamento, vistiendo el traje de gitano.” Juan de Cárcamo expresó una mirada de asombro y exclamó, “¿Quée?” Preciosa agregó, “Dos años serán de prueba. Si al final de éstos, estamos contentos el uno con el otro, seré su esposa.” Hubo un silencio tras el cual, Preciosa agregó, “Podría ser que en éste tiempo, recupére la vista que tiene perdida, y desee huír de lo que ahora persigue.” Juan le dijo, “No imaginé que me pedirías algo así, pero si esa es la condición, para que seas mi esposa, considerame gitano desde ahora.” Preciosa le dijo, “Quizá deba pensarlo con más detenimiento, vuelva a su casa y considére bien lo que ha de hacer.” Juan de Cárcamo dijo, “Bien seguro estoy de lo que quiero. Solo necesito ocho días para arreglar mis asuntos y me uniré a ustedes.” Juan hizo una pausa y agregó, “Antes de irme, quisiera pedirle algo, si es que me permite hacerlo.” Preciosa dijo, “Diga usted que en pedir no hay engaño.” Juan de Cárcamo le dijo, “Hoy irás a Madrid, y averiguarás sobre mí, pero después, no deseo que regreses. Allí hay muchos que te admiren, y temo que te cortejen.” Preciosa le dijo, “No acepto esa falta de confianza que es dudar de mi honestidad, ni me agradan los hombres celosos, pues son simples o confiados.” Rafaela intervino en la discusión, y dijo, “¡Muchacha, qué estás diciendo! ¿Qué sabes tú del amor celos y confianza?” Preciosa dijo, “Abuela, lo que digo no es nada para lo mucho que aún podría decir.” Las palabras de, Preciosa, su forma de comportarse, solo añadían leña al fuego, que ardía en el pecho del enamorado. Juan dijo, “Preciosa tiene razón, y me avengo a su exigencia. Dentro de ocho días, nos veremos aquí mismo.” A continuación, Juan expendio una bolsa llena de dinero, y dijo, “Les entrego los cien escudos como señal de mi buena fe.” Preciosa detuvo a Rafaela y dijo, “¡No los tomes abuela! Aún no sabemos si este caballero nos ha engañado.” Pero Rafaela la hizo a un lado, diciendo, “¡Quita niña! No voy a permitir que por mi culpa, pierdan las gitanas la fama que por siglos han adquirido de codiciosas y aprovechadas.” Preciosa dijo, “Abuela no puedes.” Rafaela tomó la bolsa de dinero, diciendo, “¿Quieres que desprecies cien escudos cuando andamos en un oficio tan peligroso y lleno de tropiezos?” Rafaela agregó, “Si por desgracia alguno de los nuestros cayera en manos de la justicia, solo el oro ablandaría a un juez.” Preciosa dijo, “Está bien, quédate con ellos, al fin que lo que se regala sin pedirlo, bien se puede aceptar.” Estando todo resuelto, Preciosa dijo, “Y ahora vámonos, que nuestros compañeros han esperado mucho y ya deben estar enfadados.” Rafaela dijo, “Si el caballero les obsequia una moneda de plata, les alegrará la cara.” Sin demora, Juan repartió unas monedas entre los gitanos. Finalmente, Preciosa dijo, “Hasta más ver caballero, piense bien en lo que ha de hacer.” Juan le dijo, “Nada me hará cambiar de parecer. Desde que te vi, te apoderaste de mi corazón, y siempre serás su dueño.” Enviándole con la vista el alma, el enamorado se alejó. Mientras se alejaban, Rafaela le dijo a Preciosa, “Ya sabía yo que con tu belleza conquistarías a un caballero rico y apuesto. ¡Ah Preciosa, qué más podrías pedir! Sé ve que está muy enamorado, y de que es rico no cabe duda. Es el esposo que merece.” Preciosa dijo, “Abuela, antes que nada hay que informarse si es realmente quien ha dicho, y después veremos.” Cuando llegaron a Madrid habia mucha musica y algarabía en las calles. Entonces, un hombre se acercó a Preciosa y le dijo, “Preciosa, dichosos los ojos que te pueden ver por las calles, soñando con la suerte de encontrarte.” Preciosa exclamó, “El señor poeta que escribe encendidos romances.” El hombre le dijo, “Quiero darte otro, pues tu belleza inspira hasta a los que nunca han hecho un verso.” Preciosa le dijo, “Se lo agradezco, pero no me fío de palabras de poeta, que por norma son mentirosillos.” El hombre le dijo, “Permíteme demostrarte que estás equivocada. Quisiera tener la riqueza del rey midas para ponerla a tus pies. Pero como no la tengo, solo puedo ofrecerte estos versos en los que he puesto el corazón.” Preciosa tomo la carta y dijo, “Señor poeta, nada espere de mí sino es mi amistad que es mejor una buena amistad que un mal romance.” Dicho esto, la gitanilla se alejó, y poco después, al llegar a una gran casa, Preciosa dijo, “Por las señas, esa debe ser la casa. Si allí vive, es que no mintió.” Rafaela dijo, “Ahora mismo lo sabremos. ¡Hagan sonar las panderetas niños que la música abre puertas y ventanas!” Y la astuta vieja, no se equivocaba, porque desde dentro de la casa, Juan se asomaba por la ventana, y decía a sus invitados, “Señores, lo que ha interrumpido nuestra charla, es un grupo de gitanas que han tomado la calle por escenario.” Juan pensó dentro de sí, “¡Gitanas! Que me ahorquen si no es Preciosa, que no ha tardado en venir a investigar si le mentí.” Los caballeros salieron a la terraza. Enseguida uno de los caballeros dijo, “Miren aquella que gracia tiene. ¡Hagámoslos entrar! Por unos reales, bailará y cantará para nosotros.” Juan pensó, “Mejor, asi a mi amada ya no le quedará ninguna duda.” A continuación, Juan les gritó, “Niñas, entren que aquí les daremos dinero.” La musica y el baile se detuvieron, y Rafaela dijo, “¡Vamos! sacaremos información y cuartos.” Cuando estuvieron en el interior de la casa, uno de los caballeros se dirigió hacia Preciosa, y dijo, “Tú debes ser la hermosa criatura de la que habla todo Madrid.” Preciosa dijo, “Bonita creo que lo soy; pero no tan hermosa como dice.” El hombre, quien era el padre de Juan dijo, “Por vida de Juan, mi hijo, que eres más bella de lo que había escuchado.” Preciosa dijo, “¿Y quién es Juan, su hijo?” El hombre dijo, “Éste gallardo mozo que está aquí.” Preciosa dijo, “Mal parecido no es…yo podría decirle muchas cosas…solo mirando su cara.” Preciosa se acercó a Juan y dijo, “Según las líneas de su frente, no pasarán tres años antes de que esté casado. Veo tambien que es algo enamoradizo, impetuoso, y acelerado, y prometedor de cosas que parecen imposibles. Muy pronto ha de hacer un viaje a un lugar lejano.” Juan dijo, “En eso has acertado. En lo otro te equivocas, nunca prometo lo que no he de cumplir.” Enseguida, Rafaela sonó las castañuelas y dijo, “¡Bueno, bueno, a bailar que para eso nos llamaron estos señores.” El padre de Juan dijo, “Aquí tengo un doblón de oro, para premiar la gracia y la habilidad.” A la voz del oro, las gitanillas pusieron todo su empeño. Mientras el violín sonaba, y Preciosa bailaba, Rafaela pensó, “No hay duda de que está enamorando. La mira de una manera. Ya puedes estar tranquila, Rafaela. Tu vejez no será triste.” Terminada la función, don Francisco de Cárcamo se acercó a Rafaela y dijo, dando unas monedas, “Toma, bien ganado lo tienes.” Rafaela dijo, “Gracias. Que tenga larga vida el señor. Ahora nos retiramos con su venia, y la de los presentes.” Cuando estuvieron en la calle, Rafaela dijo, “¡Qué contenta estoy, Preciosa! Todo lo que dijo don Juan es cierto. Ya tienes esposo rico.” Pero Preciosa dijo, “Aún no, abuela. No olvides que debe unirse a nosotros, y quien dice que el galán no se arrepienta.” Rafaela le dijo, “¡Qué va! Si hubieras visto cómo te miraba, cuando estabas bailando. Se le salía el corazón por los ojos.” Preciosa dijo, “Ya veremos. En ocho días, hasta el más loco puede recuperar la cordura.” Rafaela dijo, “¡Ni lo digas! ¿Acaso no te agrada el mozo? Es apuesto, elegante, y rico.” Preciosa dijo, “De agradarme sí, pero, no quiero empeñar mi corazón todavía.” Preciosa pensó, “No, no quiero, pero aun así siento que mi corazón ha empezado a latir solo para él.” Una semana después, Preciosa se encontraba dentro de su tienda, en el campamento gitano, pensando, “Hoy es el día. Que sea lo que Diosito y la Virgen de la Caridad hallan dispuesto para mí.” Una hora más tarde, un hombre se acercaba al campamento. Rafaela y Preciosa se acercaron a recibirlo. Rafaela dijo, “Allá está. Tú qué dudabas de que cumpliría. ¡Nuestro futuro ya está arreglado, hija de mi alma!” Preciosa dijo, “Veremos si resiste vivir entre nosotros, o se harta antes de un mes.” Rafaela dijo, “Pues ponle empeño niña, que otro pájaro como éste, no cae fácilmente por bonita que seas.” Preciosa dijo, “¿Empeño? Yo puse mis condiciones, y si no está de acuerdo, cada cual por su camino y ya.” Cuando Juan se acercó a las mujeres, dijo, “Buenos días, Preciosa. Estaba temiendo que me dejaras esperando.” Preciosa dijo, “Aunque nuestra fama sea de incumplidos, los gitanos también tenemos palabra.” Rafaela dijo, “Ya he dicho en el campamento, que habrá un nuevo compañero. Vamos pues, que nos esperan.” Preciosa dijo, “Allá cambiará el traje y de nombre. Mientras sea gitano, se olvidará del De Cárcamo. Sólo será Juan, el gitano.” Poco después, Rafaela dijo, “Éntre a este carromato. Ahí podrá mudarse de vestimenta.” Preciosa se sintió triste y nerviosa, y dijo, “Aún está a tiempo de arrepentirse, don Juan de Cárcamo.” Juan dijo, “Preciosa, si por tenerte a mi lado veo pasar el resto de mi vida aquí, gustoso lo haré.” Preciosa dijo, “Entonces le aguarda una vida libre y buena, si se acomoda a ella.” Enseguida, dos gitanos entraron al carromato con Juan, y uno de ellos dijo, “Hemos sido designados para prepararte en tu nueva vida.” Juan dijo, “A tus órdenes estoy. Quiero ser uno más de ustedes.” El otro gitano dijo, “En cuanto a cambies de ropa, se hará la ceremonia en que recibirás a Preciosa por esposa.” El otro gitano dijo, “Tienes mucha suerte. Preciosa es nuestra reina. No hay otra como ella en todo el gitanerío.” Cuando el joven estuvo listo, salio del carromato. Al verlo, una gitana del campamento dijo, “Si vestido de caballero se veía guapo, ni se diga de gitano.” Otra gitana dijo, “¡Qué suerte la de Preciosa! No hay un mozo más bien parecido que ese.” El hombre anciano del campamento se acercó, y dijo, “Juan, por tu voluntad y por amor has venido a unirte a nosotros. Te aceptamos como uno más.” A continuación, el hombre extendió su mano, señalando a Preciosa, y dijo, “Ésta muchacha que es la flor y nata de toda hermosura de las gitanas que sabemos viven en España la entregamos a ti. Tómala, ya sea como esposa, o como amiga. Mírala bien, y si no te agrada, elige a otra doncella por compañera. Pero has de saber, que una vez escogida, no la has de dejar por otra. Para nosotros, la fidelidad es ley. Pocas cosas tenemos que no sean comunes, excepto la mujer, o la amiga.” Juan dijo, “Estoy dispuesto a acatar sus leyes, y agradezco que me entreguen a Preciosa, por quien daría la vida.” Preciosa dijo, “Juan, si por nuestras leyes me han entregado a ti, yo por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, voy a compartir mi vida contigo, solo si cumples las condiciones que acordamos antes de que vinieras aquí. Si te quedas, te estimaré mucho si te vuelves, no te tendré en menos. Todavía estás a tiempo de decidir.” Juan dijo, “Preciosa, se hará como tú quieres. Por tu amor estoy dispuesto a pasar esta prueba, o cualquiera otra a la que desees someterme. Dime qué juramentos quieres que haga, o qué otra seguridad puedo darte de que no faltaría lo prometido.” Preciosa dijo, “Los enamorados, por conseguir su deseo, prometen las alas de Mercurio, y los rayos de Júpiter. No quiero juramentos, ni siquiera promesas, sólo aguardaré el paso del tiempo, y lo que ocurra durante el.” Juan dijo, “Entonces, ya que está todo dicho, voy a repartir doscientos escudos de oro entre los aquí presentes.” Al oír esas palabras, los gitanos casi enloquecieron de alegría, y comenzaron a gritar, “¡Viva Juan el gitano! ¡Viva! ¡Viva Preciosa, su amada!” El resto del día y parte de la noche, se dedicaron a celebrar. Mientras Juan y Preciosa bailaban alrededor de una fogata, una gitana dijo a Rafaela, “Quién hubiera pensado que un señorito, bailara como Juan.” Rafaela dijo, “El amor enseña rápido, hija. Si antes con Preciosa, se ganaba buen dinero, ahora con pareja sacaremos el doble.” Días después, se levantaba el campamento, y los gitanos abandonaban las cercanías de Madrid. Dentro de la caravana, Juan guiaba al pollino a pie, quien cargaba a Preciosa, quien le dijo, “Juan, debiste aceptar la mula que te ofrecieron. Es largo el camino que hay que recorrer hasta Toledo.” Juan le dijo, “No importa. Por nada perdería la dicha de ir junto a ti, sirviéndote de lacayo.” Continuaron su trayecto, mientras Preciosa pensaba, “Hace solo seis días que está con nosotros, y creo que ya no podría vivir sin su presencia. Corazón traicionero que fácilmente te has entregado sin escuchar la voz de la razón.” A dos leguas de Toledo se detuvieron, y levantaron el campamento. Mientras Preciosa llevaba una cubeta de agua, Juan se acercó y le dijo, “Déjame ayudarte Precios. Tus manos se han hecho para acaricia, y no para estas pesadas labores.” Preciosa le dijo, “Gracias pero ya estoy acostumbrada. Las gitanas nacimos para trabajar.” Juan le dijo, “Aunque hayas nacido gitana, para mí eres una reina, a la que hay que servir y adorar. Cada día te amo más, Preciosa.” Preciosa pensó, “Y yo a él, pero es muy pronto para que lo sepa. Antes debo estar bien segura de su cariño.” En Toledo la pareja tuvo un gran éxito, y por todos lados se hablaba de la gallardía del gitano, y la belleza de la gitanilla. De Toledo pasaron a Extremadura, y una noche, los perros del campamento ladraron. De inmediato salieron los gitanos a ver qué sucedía. Un hombre comenzó a gritar, “¡Socorro!¡Ayyy! ¡Ayudenme!” Varios gitanos llegaron al auxilio. Uno de los gitanos dijo, “¡Quietos! ¡Suéltalo Sansón!” Después que controlaron a los perros, uno de los gitanos dijo, “¿Qué anda haciendo por estos lados a estas horas? ¿Acaso pretendía robarnos?” El hombre dijo, “Nada de eso perdí mi ruta por favor ayúdenme. No soporto el dolor en la pierna.” El gitano dijo, “Aunque somos gitanos, no carecemos de caridad. Le curaremos y pasará la noche con nosotros.” Poco después, el hombre reposaba en un camastro, dentro de una de las tiendas. Rafaela observó la mordida del perro en la pierna del hombre, y dijo, “Fue poca cosa. Tuvo suerte porque Sansón es capaz de comerse a un cristiano.” Entonces Juan pensó, “Preciosa no ha dejado de mirarlo. ¿Se sentirá atraída por ese tipo?” Rafaela llego con un tarro y una bebida caliente, y dijo al hombre, “Ahora tómese esto que le hará dormir. No hay mejor medicina que el descanso.” El hombre dijo, “Mucho les agradezco lo que han hecho por mí.” Cuando dejaron solo al enfermo, Juan platicaba fuera de la tienda con Preciosa, quien le decía, “Juan, yo no conozco a ese hombre. Dos veces lo vi en Madrid. Me escribió unos romances. Allá vestía de paje con ropa muy elegante. No comprendo qué hacía por aquí vestido de pastor.” Juan le dijo, “¿No lo imaginas eh? Ha venido a buscarte. Tu belleza lo ha trastornado como a mí.” Juan agregó, “Ya veo que enamorados no te faltan. Como estás segura de lo que mucho te amo, te ufanas en hacérmelo saber.” Preciosa le dijo, “¿Cómo puedes hablar así? ¿Acaso te he dado motivo? ¿He mirado siquiera otro hombre, desde que aquí tú estás con nosotros?” Juan le dijo, “A él no le quitabas los ojos de encima.” Preciosa dijo, “Porque desde un principio me pareció conocido, y trataba de recordar dónde lo había visto.” Preciosa agregó, “Mañana interrógalo y averigua qué hace por estos lados. Si sus intenciones son las que sospechas, haz que se vaya. Yo te doy mi palabra de no dejarme ver por él, ni por ninguno que tú no quieras.” Entonces Juan, bajó su mirada, y le dijo, “Preciosa perdóname. No pude evitar sentirme celoso, te amo demasiado, y temo que tu nunca llegues a quererme.” Preciosa le dijo, “Desecha esos temores, porque jamás podré amar a otro que no seas tú.” Juan le dijo, lleno de júbilo, “¡Amada mía, qué dices! ¿He logrado ganar tu corazón?” Preciosa le dijo, “Sí Juan, solo pido que tú me quieras la mitad de lo que yo te amo.” Juan le dijo, “Adorada, el resto de mi vida no será suficiente para demostrarte mi cariño.” Ambos se besaron, y en ese beso, la gitanilla entregaba para siempre su corazón. Entonces Preciosa le dijo, “Juan, aunque te haya confesado lo mucho que te quiero, tenemos que esperar los dos años de prueba.” Juan le dijo, “Haremos lo que tú quieras. Que me importan dos años, si aguardaré a tu lado." Al día siguiente, Juan fue a la tienda, para platicar con el hombre convaleciente. Al entrar a la tienda, Juan le dijo al hombre, "¿Cómo se siente?” El hombre dijo, “Mucho mejor. No sé qué hizo esa gitana, pero su cura es maravillosa. Creo que podré partir hoy mismo.” Juan le dijo, “¿Y puedo saber a dónde va? Porque este lugar está muy apartado del camino principal.” El hombre dijo, “Me dijo a Nuestra Señora de la Peña de Francia por unos negocios.” Juan le dijo, “¿Ah sí? Pues ese lugar lo dejó atrás, por lo menos a media tarde de ayer.” El hombre dijo, “Bueno…es que…no conozco estos rumbos y me extravié.” Juan le dijo, “Miente muy mal. Yo le he visto a usted antes. Viene de Madrid, donde era paja y poeta.” El hombre dijo, “No…yo…sí es verdad. Una desgracia me hizo salir de allí.” Juan le dijo, “¿Y puede saberse cuál? Prometo guardar el secreto, y ayudarle en lo que me sea posible.” El hombre dijo, “Se la contaré, porque mi situación es tan comprometedora, que no sé cómo salir de ella. Mi nombre es Alfonso de Hurtado. Yo vivía en casa de un conde, que me trataba más que como criado, como pariente. El conde tiene un hijo de mi edad, el cual es amigo mío. Éste caballero estaba locamente enamorado de una dama muy bella. La habría hecho su esposa, pero el conde deseaba casarlo con una noble aunque no fuera tan hermosa. Él, como buen hijo, acataba la voluntad de su padre, pero no por esto, dejaba de visitar a su amada.” Alonso de Hurtado comenzó narrar su historia. Hace unos días, a la caída de la tarde, íbamos a casa de dicha señora, el compañero que me acompañaba me dijo, al ver a dos hombres fuera de la casa, “¿Quiénes serán? ¿Qué hacen allí?” Yo le dije, “Por sus ropas, me parece que son personajes importantes.” Cuando nos acercamos a los hombres, uno de ellos dijo, “Te voy a hacer una advertencia. No vuelvas a acercarte a esta casa.” Mi compañero dijo, “¿Con qué derecho me da órdenes?” El hombre dijo, “Con el que me concede el amor que siento por la dama que vive aquí. Si mis palabras no son suficientes, hablará mi espada.” Mi compañero le dijo, “Te voy a demostrar ahora mismo, que la mía no es muda.” De inmediato, salieron a relucir las espadas y yo me quedé atrás. Al cubrir a mi compañero, estuvimos luchando dos a dos. En el momento menos esperados, clavé mi estocada, al agresor, diciéndole, “Así aprenderás a no meterte en lo que no te importa.” Poco duró la lucha. Dos certeras estocadas, terminaron con la vida de los contrarios. Finalmente dije a mi compañero, “Vámonos, si nos detienen, estaremos perdidos.” Alonso Hurtado, terminó su narración, “Al encontrarse los cadáveres, se hicieron averiguaciones. Se supo que habíamos sido nosotros, y tuvimos que huir de Madrid. Nos escondimos en un monasterio. Allí nos separamos. El hijo del conde se fue con destino a Francia, y yo pretendo ir a Italia. Esa es mi historia. Cómo ve, tengo que irme cuanto antes de España, pues mi cabeza peligra.” Después de oír la historia, Juan le dijo, “No se preocupe, nosotros pensamos ir a Murcia. Le diré a Preciosa y a Rafaela que partamos nosotros primero. Ustedes nos acompañarán viajando con gitanos. Nadie sospecharía. Allí hay un grupo al que podrán unirse ellos van a Italia.” Alonso Hurtado le dijo, “Se lo agradezco tanto. Me temo que ya están siguiendo mis pasos, porque los que matamos, eran personas muy importantes.” Alonso hizo una pausa, y agregó, “Quiero preguntarle algo. Esa gitanilla llamada, Preciosa, ¿Es algo suyo?” Juan le dijo, “Si, es mi esposa. ¿Por qué?” Alonso dijo, “No, por nada. Yo le escribí unos romances. Mejor ni la miro. Sé cómo piensan los gitanos, con respecto a sus mujeres.” Juan le dijo, “Veo que es inteligente. Preciosa tiene dueño y éste jamás ha errado con la espada, no lo olvide.” Dos días después, Juan se despidió de Alonso, “Aquí te dejamos. Con ellos podrás seguir sin problemas.” Alonso dijo, “Jamás olvidaré lo que han hecho por mí. Juan, te mereces a Preciosa, como ella a ti. Que sean siempre felices.” Poco después, Juan, Rafaela y Preciosa, viajaban en caballos. Juan dijo, “Es mejor que nos quedemos en un mesón en el próximo poblado, esperando a nuestros compañeros, así entraremos todos juntos a Murcia.” Rafaela dijo, “Como tardarán por lo menos una semana, ustedes trabajarán entre tanto, que no es cosa de perder dinero.” Dos horas más tarde, Juan decía a la mesonera, “Queremos dos cuartos, estaremos seis o siete días.” Al ver a Juan, María, la hija de la mesonera, pensó, “Que gitano tan apuesto. Bien podría pasar por un caballero.” Desde el momento que la hija de la mesonera vio a Juan, la hija de la misionera perdió la cabeza, y el corazón. Al poco tiempo, Juan y Preciosa comenzaron a bailar en la calle. Al mirar a Juan, la hija de la mesonera pensó, “Él merece más que andar vagando por los pueblos. Yo puedo hacer que su suerte cambie.” Convencida de lograr sus propósitos, buscó la oportunidad de acercársele, y una noche, mientras Juan daba de comer al caballo, María, la hija de la mesonera le dijo, “Juan quiero hablarle.” Juan le dijo, “Diga usted, María.” María le dijo, “Tú me caíste bien desde que te vi por primera vez. Yo estoy soltera y rica la hija única de la dueña del mesón deja los gitanos quédate conmigo yo estoy dispuesta a hacer tu esposa y compartir lo mío contigo.” Juan le dijo asombrado, “¿Qué dices?” Pero María le dijo, “No me importa que seas gitano. Puedes pasar por un hombre de bien. Así será, si te casas conmigo.” Juan le dijo, “Agradezco tu ofrecimiento, pero estoy comprometido. Los gitanos solo tomamos por esposa a gitanas.” María se enojó, y le dijo, “¿Te atreves a rechazarme? ¡Es increíble! Yo…” En ese momento se escuchó la voz de Preciosa decir, “¡JUAN!” Juan dijo, “Voy, Preciosa.” Al verlo partir, María pensó, “¿Que se ha creído…? Esto no se quedará asi. ¡Me vengaré!” Al llegar Juan con Preciosa, ésta le dijo, “Juan, ya llegaron otros compañeros. Están acampados a una lengua y de aquí. Andrés y Pepe vinieron a avisar.” Juan pensó, “Me alegro, eso significa que podemos irnos, y ya no tendré problemas con la hija de la mesonera.” Poco después, Juan hablaba con la mesonera, “Señora, mañana temprano nos vamos. Ésta noche se quedarán aquí unos compañeros nuestros.” Por su parte, al escuchar esto, María pensó, “Se va. Pues yo le voy a demostrar que de mi nadie se burla.” Al día siguiente, María salio a la calle gritando detrás de la caravana gitana, “¡Deténganlos! Esos gitanos me han robado. ¡Se llevan mis alhajas!” A los gritos acudió a la justicia. Frente a los soldados, María señalaba a la caravana, diciendo, “¡Son ladrones! ¡Ladrones!” Preciosa intercedió por la caravana, y dijo, “Nosotros no hemos robado nada. Revisen nuestras cosas.” Pero María dijo a los soldados, señalando a Juan, “No es necesario que los revisen a todos. Vean los bultos de éste gitano. Lo vi salir de mi aposento.” Juan se defendió, y dijo, “Eso no es verdad. Aquí están mis pertenencias. Si algo encuentran en ellas, denme el castigo que merezca.” Uno de los soldados abrió los bultos, y encontró un mundo de alhajas y collares. Entonces María dijo, “Ese es mi collar de corales, y allí están los candelabros de plata. ¡Miren con qué buena cara se encubre un ladrón!” El soldado dijo, “¡Sinvergüenza!¡Todos son unos bandidos!” Tan impresionado estaba Juan con lo sucedido, que había quedado como una estatua. Entonces un soldado lo señaló, diciendo, “¡Miren al ladrón! Niega el hurto a pesar de haberlo atrapado con él.” Entonces, el soldado lo abofeteó, diciendo, “¡Toman ladronzuelo desvergonzado!” El bofetón hizo reaccionar a Juan, y recordar que no era gitano, sino caballero. Juan le dijo, “¡Esto te costará!” Tomando su espada, antes de que pudiera impedirlo, dio una estocada de muerte al soldado. Preciosa exclamó., “¡Juan nooo!” Enseguida un soldado dijo, dando la orden, “¡Mató a un soldado de su majestad, deténganlo!” Preciosa exclamó, “¡Juan oh no!” Un soldado lo detuvo, y dijo, “¡Asesino!” Juan dijo, “¡Déjenme!” Otro soldado lo sujeto y dijo, “Pagarás lo que hiciste.” El soldado dio un bofetazo, y dijo, “¡Toma, esto y más te mereces!” El soldado que estaba a cargo de los demás soldados dijo, “Si pudiera, te ahorcaría ahora mismo.” Preciosa gritó, “¡Suéltenlo!” El soldado capitán gritó, señalando al grupo de gitanos, “¡Detengan también a esos gitanos. Todos irán a Murcia, donde serán juzgados.” Tres horas después, un matrimonio noble, observaba la llegada de los prisioneros a Murcia. El hombre dijo, “Ese gitano mató a un soldado. Nada lo librará de la horca.” La mujer dijo, “Miren esa gitanilla. En su cara parece estar toda la belleza de España.” El hombre dijo, “¡Qué ojos, que cutis! ¡Nunca he visto una mujer más hermosa!” La mujer dijo, “Pobrecilla, ella no puede ser culpable de nada.” Por todo Murcia se corrió la voz de la belleza de Preciosa, y la noticia llegó a oídos de la esposa del corregidor, quien dijo, “Fernando, quiero conocer a las gitanilla de la que habla toda la ciudad.” El corregidor dijo, “Está en la cárcel junto con los otros malandrines. Es la ley, y mi papel hacerla cumplir.” La esposa le dijo, “Quiero que la traigan aquí. Tú eres el corregidor y nadie se opondrá a tus órdenes.” El caballero que nada negaba a su esposa, no tardó en complacerla. Asi, Preciosa se presentó ante la esposa del corregidor, quien le dijo, “Acércate…razón tienen los que te alaban su belleza…y aún se quedan cortos en elogios.” Entonces Preciosa le dijo, “Señora, el Señor ha escuchado mis rezos. Ayúdeme. El gitano que está preso, es inocente.” Preciosa se arrodilló, y con lágrimas suplicó, “Él no es ladrón, mató porque el soldado lo ofendió. Se lo suplico, no permita que lo ejecuten.” La esposa del corregidor le dijo, “Cálmate, ya no llores, que me partes el alma. Si es inocente, la justicia será benévola con él.” Preciosa dijo, “Por lo que más quiera en el mundo, ayúdeme.” En ese momento llegó el corregidor, y dijo, “¿Por qué llora esa muchacha?” Preciosa dijo, “¡Señor corregidor, misericordia! Si mi esposo muere, yo moriré también.” La esposa del corregidor, dejo escapar una lagrima y dijo, “Pobrecilla, está desesperada.” Preciosa se arrodilló ante el corregidor, y dijo, “Él no ha robado. Él no es culpable.” El corregidor le dijo, “Asesinó a un soldado a sangre fría.” Preciosa le dijo, “Defendía su honor, se lo júro. ¡Compadézcase de mi dolor!” Al mirar esa escena, Rafaela pensó, “Rafaela, no puedes dejar que se cometa una injusticia. En tus manos está remediárla.” Rafaela se acercó al corregidor y dijo, “Señores míos, permítame ir a buscar algo que he de mostrarles, y que hará cambiar las cosas, aunque a mí me cueste la vida.” Sin esperar respuesta, Rafaela salió del aposento regresando después. Tras regresar con un pequeño cofre, Rafaela dijo, “Preciosa, sal que he de hablar a solas con los señores.” La gitanilla se retiró, sin dejar de sollozar. A continuación, Rafaela dijo, “Estoy dispuesta a recibir el castigo que merezco, pero lo prefiero a ver sufrir a Preciosa, a quien quiero como una hija.” El corregidor dijo, “¿Qué tienes que decir?” Rafaela dio el pequeño cofre a la esposa del corregidor y le dijo, “Tome, señora, ábralo. Allí encontrará algo que será su felicidad, y mi perdición.” Al revisar el contenido del cofre, la esposa del corregidor pensó, “Ropa de bebé, aquí hay un papel.” Enseguida la esposa del corregidor exclamó, “¡Estas son pertenencias de Constanza de Acevedo y Meneses, hija de Guiomar Méndez y Fernando de Acevedo…¡Oh Nooo!” Enseguida, la mujer mostró las prendas a su esposo y dijo, “¡Fernando, mira! La ropa de la hija que nos robaron, cuando apenas tenía seis meses.” Enseguida, la mujer miro a Rafaela y dijo, “¿Por qué la tiene usted? ¿Sabe dónde está ella?” Rafaela le dijo, “Es la gitanilla que estuvo llorando antes ustedes.” La señora se encolerizó, y le dijo, “¡Oh Dios! ¿Ella es mi hija? ¿No me engaña? No podría soportarlo.” Rafaela le dijo, “No señora, Preciosa tiene un lunar en forma de estrella en el hombro, y otro…” La mujer completó la frase, y dijo, “…en la planta del pie derecho.” Rafaela le dijo, “Así es, puede usted comprobarlo…” No espero más, y la corregidora corrió a donde estaba Preciosa, y tras revisar el lunar en el hombro, dijo, “¡Sí, aquí está! ¡Dios mío, tu bondad es infinita, ven conmigo niña adorada!” Preciosa la siguió sin comprender lo que sucedía, mientras iba diciendo, “¡Yo hija de ustedes?” Al llegar frente al corregidor, la corregidora dijo, “Fernando, nuestra hija Constanza tiene los lunares, pero más que ellos me lo dice el alma.” Llena de confusión, Preciosa exclamó, “¿Yo hija de ustedes?” El corregidor habló, y dijo, “Asi es. Esa mujer te robó cuando apenas eras una bebé.” La corregidora dijo, “Esto es un milagro. Durante todos estos años hemos sufrido lo indecible, por tu perdida.” Rafaela dijo, “Estoy arrepentida de lo que hice y dispuesta a aceptar el castigo que quieran darme.” El corregidor dijo, “Es tanta nuestra felicidad que te perdonamos. Lo único que no puedo dejar de reprocharte es que sabiendo que es hija de señores, permitieras que se casara con un gitano ladrón y homicida.” Entonces Rafaela dijo, “No, él no es gitano ni ladrón. Si mató, lo hizo por defender su honra.” El corregidor dijo, “¿Cómo que no es gitano?” Rafaela dijo, “Señor, permítame contarle la verdad sobre ese joven.” Cuando la vieja terminó de hablar, Preciosa dijo, “Ya ven, él no es culpable. Como caballero, no podía permitir que un soldado lo golpeára.” La corregidora dijo, “Cálmate hija, no voy a dejar que sufras, porque me doy cuenta que lo amas mucho. Fernando, un caballero como don Juan de Cárcamo, no debe estar en un calabozo.” El corregidor dijo, “Yo arreglaré eso, pero no quiero que se sepa nada de lo que aquí ha sucedido, hasta que yo lo diga.” El corregidor salió y se dirigió a la cárcel. Cuando el corregidor entro al calabozo, Juan estaba encadenado, y dijo a Juan, “¿Cómo está la buena pieza? Tendrás que pagar duro es ser ladrón y asesino.” Juan le dijo, “Señor, yo jamás he robado. En cuanto a esa muerte…” El corregidor le dijo, “No te estoy pidiendo explicaciones. Lo que deseo saber es si es verdad que eres el esposo de la gitanilla que venía contigo.” Juan le dijo, “Sí ella ha dicho que lo soy, es verdad, porque Preciosa no miente.” El corregidor dijo, “Lo que no es poco mérito para una gitana. Ella ha dicho también que el matrimonio no se ha consumado.” Tras una pausa, el corregidor dijo, “Al saber que morirás en la horca, ha pedido la gracia de ser realmente tu mujer.” Hubo un silencio, tras lo cual el corregidor agregó, “Se quiere honrar como viuda de un ladrón como tú.” Juan dijo, “Si eso es lo que ella desea, y usted me concede esa gracia, dichoso iré a la muerte.” El corregidor le dijo, “Mucho la has de querer a ella.” Juan dijo, “Tanto que por ella daría más que la vida.” El corregidor dijo, “Entonces no me negaré a cumplir la última voluntad de un condenado.” El corregidor se acercó a Juan y le dijo, “Esta noche enviaré por ti, y mañana irás a la horca.” Juan le dijo, “Acáto su decisión, señor corregidor.” El resto del día lo pasó Juan en medio de un profundo pesar, pensando, “Mi adorada Preciosa, nada puedo hacer para evitar el dolor que te causará mi muerte.” Entretanto, la corregidora consolaba a Preciosa, diciendo, “Hija, ya no llores. Tu padre no permitirá que sufras. Él arreglará todo para bien.” Preciosa dijo, “Yo no podré seguir viviendo si lo llevan al cadalso.” Su madre le dijo, “Confía en mí. Y ahora ven que quiero que cambies de ropa, y vistas las que te corresponden.” Esa noche, Preciosa y la servidumbre vestían de gala. Entonces, uno de los sirvientes llegó y dijo, “Señor corregidor, ya está aquí la persona que usted espera." El corregidor le dijo, “¡Que páse, Rodrigo!” Cuando Juan entró a la sala, exclamó, “¡Preciosa eres tú!” Preciosa dijo, “Juan, ¡Oh, no!” La corregidora dejó escapar una lágrima. El corregidor exclamó en voz baja, “Tranquila hija, que pronto tu dolor se convertirá en dicha.” El corregidor se acercó a Juan, y le dijo, “Antes de que tomes a Preciosa por esposa, quiero saber si lo harás como Juan de Cárcamo.” Juan se asombró, y exclamó, “¡Usted sabe mi verdadera identidad!” El corregidor le dijo, “Ella me la reveló. ¿Qué contestas a mi pregunta?” Juan le dijo, “Gitano o caballero, la ámo, y saber que ella me corresponde, me hace el rey del mundo.” El corregidor dijo, “Siendo asi, señor Juan de Cárcamo, Preciosa será tu esposa, después que hayan recibido la bendición de la iglesia.” El corregidor agregó, señalando a Preciosa, “Ella es Constanza de Acevedo y Meneses, nuestra única hija y la joya más preciada de nuestra casa, y de nuestra vida.” Juan exclamó, lleno de asombro, “¡Su hija! No entiendo.” Ante el asombro del joven, le contaron la historia de Preciosa. La corregidora dijo, “Hemos perdonado a ésa gitana, porque nos la devolvió, y además, Preciosa le tiene cariño.” Preciosa dijo, “Siempre fue buena conmigo. Me crió y me cuidó, y ahora está arrepentida de lo que hizo.” El corregidor dijo a Juan, “Ya ves, mi hija no desmerece en nada a su nombre y linaje.” Juan le dijo, “Me alegro que Preciosa haya encontrado a sus padres, y ustedes hallan recuperado a su hija.” Entonces, Rafaela dijo con tristeza, “Pero para mí nada cambia. La amé siendo gitana, y la amaré como dama distinguida.” Juan miró a Preciosa y dijo, “Por ella me convertí en gitano, y si me pidiera otra prueba de mi amor, no importa la que fuera, se la daría.” Preciosa dijo, “Ya no tengo ninguna duda de tu cariño. Por mi culpa te encuentras en esta situación.” Enseguida, Preciosa dijo a su padre, el corregidor, “Padre ¿Qué pasará ahora con Juan?” El corregidor le dijo, “No te preocupes, yo sabré arreglar este asunto. Tú solo dedícate a ser feliz.” La corregidora dijo, “Creo que será conveniente que Juan avise a su padre, para que con su consentimiento y beneplácito, se efectúe la boda.” Juan dijo, “Mañana mismo le enviaré un mensaje. Estoy seguro que no tardará en presentarse por estos lados.” Días después, el corregidor revisó el caso penal de Juan, y al descubrir la verdad, regresó a su casa con su esposa, a quien dijo, “Guiomar, ya está todo resuelto. Se interrogó a la mesonera quien confesó que ella puso las alhajas en los bultos de Juan.” Guiomar dijo, “¿Por qué haría una cosa así?” El corregidor explicó, “Ella se enamoró de él, y como Juan la despreció, decidió vengarse.” El corregidor agregó, “En cuanto al soldado, dos mil ducados hicieron olvidar a sus parientes, la tristeza de su muerte.” Guiomar dijo, “Siento un gran alivio al saber que ya nada empaña la dicha de nuestra hija.” Un mes más tarde, el padre de Juan, Don Francisco de Cárcamo, hablaba con el corregidor, “Gustoso doy mi consentimiento para la boda. No podría pedir una mejor esposa para mi hijo.” El corregidor dijo, “Y nosotros nos sentimos muy contentos con la elección de Preciosa.” Don Francisco dijo, “Nunca habría podido imaginar que la bella gitana era hija de un caballero tan importante.” El corregidor dijo, “Una hija que creíamos perdida para siempre, pero Dios nos concedió la dicha de recuperarla.” El día de la boda, en las campanas de toda la iglesia de Murcia, tañeron con alborozo. La gente del pueblo se dirigió a la iglesia. Una pareja exclamó, “Corramos que nos quedamos sin ver a los novios.” Nunca se vio una novia más bella y un novio más apuesto. Cuando los recién casados salían de la iglesia, la gente gritó, “¡Viva Preciosa! ¡Vivan los novios!”Tomado de, Novelas Inmortales, Año XIII. No. 621, Octubre 11, de 1989. Guión: Herwigo Comte. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.