sábado, 5 de agosto de 2023

Magdalena, de Horacio Walpole

Magdalena

de Horacio Walpole 

     Entre las novelas de terror que hemos adaptado tenemos, Frankenstein, número 691, El Fantasma de la Ópera, No. 920, y Drácula, No. 122, auténticas obras maestras en su tipo. Ésta vez nos ocupamos de quien es considerado, uno de los iniciadores del género, merced a, El Castillo de Otranto, Horacio Walpole, conde de Oxford. Prepárense amigos lectores para desentrañar, la secuencia de, Magdalena, o el Hado de los Florentinos, publicada en 1766. 

     En el siglo XV, los estados italianos de Pisa y Florentina, vivían en gran rivalidad. Los ciudadanos florentinos, prepotentes y orgullosos, se instalaban en Pisa, ante el desagrado de sus habitantes. Dos habitantes de Pisa, dialogaban entre sí, “Mira ese maldito florentino. Al pasar nos miró como si fuéramos sus esclavos.” Su compañero le dijo, “Todos ellos se han hecho ricos, a costa nuestra. Los mejores negocios y tierras están en sus manos.”
   Aunque en general, la hostilidad se limitaba a mirarse con odio, a veces ocurrían fuertes enfrentamientos. Un día, un grupo de habitantes de Pisa provocó a dos florentinos, y comenzaron a gritar, “¡Esta ciudad es nuestra! Nada tienen que hacer aquí.” Uno de los florentinos les gritó, “Deberían agradecernos el que hayamos hecho florecer un lugar que estaba en la miseria.” Uno de los de Pisa les gritó, “Lo que han hecho es robar y explotarnos. Regresen a Florencia villanos.” El florentino se enojó, y le dijo, “¡Cállate!” El de Pisa le contestó, “Te voy a…” A continuación comenzó una batalla campal, y todos comenzaron a darse de golpes.
   Con el paso de los años, los ánimos se fueron calmando, pero el rencor continuaba latente en los corazones. Un día, cuatro hombres bebían en una taberna de Pisa. Uno de ellos dijo, “Mi hermano murió en una pelea contra los florentinos. Algún día me cobraré esa deuda.” Otro dijo, “También a mí esos canallas tienen algo que pagarme.” A pesar de todo, muchos florentinos ya sentían a Pisa como su estado natal, y se habían integrado a la sociedad del lugar.
    Entre ellos, Jacopo Martino, un rico comerciante retirado, respetado y querido, por cuantos lo conocían. Un día, Jacopo fue visitado por su primo. Jacopo lo recibió con gran alegría, “Primo Giacomo, no podía creer que estuvieras aquí, cuando me anunciaron tu visita. Tantos años sin verte.” Su primo Giacomo le dijo, “Casi veinte. Siempre esperé que algún día regresarás a Florencia.” Jacopo le dijo, “¿Regresar? ¿Para qué? Aquí he hecho mi vida, y aquí espero morir.” Giacomo le dijo, “Pero ya nada te ata a este lugar. Tu esposa, que era pisana, murió hace mucho, y te ha retirado de los negocios. Además, los florentinos no son bien vistos, aunque aparentemente se les acepte.”
    Jacopo dijo, “Yo nunca he tenido problemas. Los más importantes nobles, me honraron con su amistad. Además, tengo razones sentimentales. Aquí me casé, aquí nació mi hija, y aquí transcurrió mi época más feliz.” Giacomo le dijo, “¿Cómo está Magdalena? Ya tiene diecinueve años, ¿verdad?” Jacopo dijo, “Sí es la joven más hermosa de todo Pisa. Es la imagen viva de su madre.” Giacomo preguntó, “¿No se ha casado?” Jacopo dijo, “No, y no creas que le faltan pretendientes. Nobles y ricos de Pisa me han pedido su mano. Pero ella no ha accedido, dice que solo se casará cuando esté enamorada.”
    Giacomo le dijo, “No debes permitir que piense así. Tú como su padre, sabes mejor lo que le conviene.” Jacopo dijo, “Ella es la razón de mi vida, Giacomo. Quiero que sea feliz, pero si en algún momento aparece un pretendiente que considere que la hará dichosa, insistiré para que lo acepte.” Giacomo le dijo, “Eso está bien, siendo tu única hija, soñarás con gloria y honores para ella.” Entre tanto, Dora la institutriz, y Magdalena, estaban en el jardín. Dora dijo, “Niña Magdalena, se hace tarde, y ya debemos regresar a casa.”
    Magdalena dijo, “Aún no, Dora. Está tan bonita la tarde, y no hay nada que me agrade más que caminar por los jardines.” En ese momento, un joven se acercó, y al mirar a Magdalena, pensó, “¡Qué mujer tan hermosa! Nunca antes vi un rostro tan perfecto y angelical.” La insistente mirada del joven, atrajo la atención de Magdalena. El joven pensó, “Sus ojos son como dos estrellas. Tengo que saber quién es, cómo se llama.” Entonces, Dora dijo, “Niña, ¿Que observa tan atenta?” Magdalena dijo, “Yo…nada…” Dora dijo, “Humm…vámonos. Ese joven está mirando con impertinencia.” Magdalena dijo, “No exageres Dora. En ningún momento se ha mostrado irrespetuoso.”
    Dora dijo, “Entonces, ya se había dado cuenta. Con mayor razón debemos retirarnos.” Magdalena dijo, “Pero…” Dora dijo, “¡Nada! Su padre le permite estos paseos en los que yo estoy de acuerdo, pero bajo mi cuidado. Si no nos marchamos ahora mismo, tendré que decirle lo que ha sucedido.” Magdalena le dijo, “Pero si no ha pasado nada. Creo que exageras tu dedicación hacia mí.” Dora le dijo, “Desde que murió su madre, me he ocupado de usted, y lo seguiré haciendo mientras pueda.” Entonces Magdalena pensó, “Nunca antes un hombre había hecho latir mi corazón, como ahora éste desconocido.”
     Durante el resto del día, Magdalena no pudo apartar su mente de la imagen del joven. Magdalena pensaba, “Su aspecto era el de un noble. Que buen mozo, que distinguido.” Entonces Jacopo, su padre, le dijo, “Magdalena, ¿Te sucede algo?” Magdalena dijo, “¿Cómo? No…padre, estaba distraída…” Jacopo dijo, “Ya me di cuenta, hija. ¿Hay algo que te preocupa?” Magdalena dijo, “No…no…¿Qué me decía?” Jacopo dijo, “Que estuvo a punto de visitarte tu primo Giacomo. Le habría gustado verte, pero le fue imposible esperar tu regreso.” Magdalena dijo, “Muchas veces me has hablado de él. Lamento no haberle saludado.” Jacopo dijo, “Prometió regresar dentro de unos meses, pero dudo que lo haga. No le gusta Pisa ni sus habitantes. Ahora solo se detuvo de paso a Florencia, el tiempo justo para saludarme.”
    Magdalena dijo, “Creo que es absurda la mala voluntad que existe entre pisanos y florentinos.” Jacopo dijo, “Sabes que pienso igual, pero no es fácil borrar rencores de años y años.” Magdalena le dijo, “Nosotros no nos podemos quejar, nunca hemos tenido problemas.” Jacopo dijo, “Confío en que jamás los tendremos. Cuando llegue la hora de casarte, lo harás con un noble de este lugar. Eso será como un escudo para que nunca seas molestada.” Magdalena le dijo, “¿Casarme? No he pensado en ello, padre.” Jacopo le dijo, “Ya tienes diecinueve años hija, pretendientes no te faltan, aunque ninguno me ha parecido merecedor de ser tu esposo. Pero el día menos pensado, aparecerá alguien con todas las cualidades, y entonces, tendrás la boda más fastuosa de Pisa.” Magdalena dijo, “No nos adelantemos a los acontecimientos, ni a lo que me tiene deparado el destino.”
     Poco después, en la soledad de su habitación, Magdalena pensaba, “No me casaré sin amor. Siempre he soñado con unirme a un hombre del que esté enamorada. Qué triste sería vivir junto a alguien que no se quiere. No podría soportarlo. En cambio alguien como…¡Qué locura estoy pensando! Solo lo he visto una vez. No debo recordarlo.” Molesta con ella misma, Magdalena se acostó, pero, al no poder conciliar el sueño, pensó, “¿Qué me pasa? No puedo dormir. Jamás me había sentido tan inquieta.” Magdalena se levantó, y yendo hacia la ventana, pensó, “Debe ser el calor…sí, esa es la razón de mi desasosiego. Un poco de aire, me calmará.”
     De repente, Magdalena miró a través de la ventana a un hombre, y pensó, “¡Él! Pero, ¿Cómo supo dónde vivo? ¿Me habrá seguido cuando regresaba de paseo? Eso significa que él, al igual que yo…¡Oh, siento que voy a desfallecer!” El joven la miró en la ventana, y pensó, “Allí está. Mi espera ha tenido recompensa. Voy a hablarle, a decirle que desde que la vi, solo ella está en mi pensamiento.” El joven le dijo, “Hermosa doncella, perdone mi atrevimiento, pero no tengo otra forma de llegar a usted.” Magdalena empezó a retirarse, pensando, “No debo escucharlo, no es propio de una dama. Si mi padre se entera…” Entonces, el joven dijo, “No se vaya, se lo suplico. Necesito decirle lo que mi corazón siente. La vi y la amé. Es usted la realidad de mis sueños.” Magdalena pensó, “Y tú de los míos, ahora lo sé.”
     El joven continuó, “Mi nombre es Borgiano De Capri. Soy un noble florentino que he venido a Pisa a completar mis estudios. Sé que usted se llama Magdalena, y que es la dama más bella, culta, y gentil, de toda Pisa. Yo le suplico…” Magdalena escuchaba como en un sueño. De pronto, Magdalena escuchó pasos, y pensó, “¡Dios mío alguien viene!” Era Dora quien abrió la puerta portando un candelabro con una vela encendida, y le dijo, “¿Le sucede algo mi niña? Escuché ruido…¿Qué hace levantada?” Magdalena le dijo, “Yo…no podía dormir…quise tomar un poco de aire…” Dora le dijo, “La nóto muy nerviosa. Me pareció escuchar voces.” Magdalena le dijo, “Deliras Dora. Seguramente tuviste pesadillas.”
   Dora se dispuso a sentarse en un sillón, y dijo, “Puede ser. Acuéstese, me quedaré aquí hasta que duerma.” Magdalena le dijo, “No es necesario.” Dora la ayudó a acostarse y a taparse, y dijo, “Claro que sí. ¡A dormir! Mañana debe estar bonita y descansada. Recuerde que es el baile de los Condes de Cabréle.” Magdalena le dijo, “No me interesa asistir.” Dora le dijo, “Debe hacerlo. Sería una falta de cortesía rechazar la invitación.” Mientras tanto, afuera junto a la ventana, Borgiano pensaba, “Me escuchó. Estoy seguro. Pero al parecer, alguien entró en su habitación. Creo que no le soy indiferente. Mañana regresaré. Que largas se me harán las horas hasta volver a verla.”
   Al día siguiente, Dora dijo a Magdalena, “Se ve maravillosa. Será la más bella del baile.” Pero Magdalena le dijo, “Eso no es importante para mí. No me agradan los bailes, tú lo sabes.” Poco después, en el baile, dos jóvenes caballeros dialogaban entre sí. Uno de ellos era el príncipe Meali Lanfranchi, quien dijo, “¿Quién es esa joven?” El otro caballero dijo, “La hija de Jacopo Martin.” Lanfranchi dijo, “Nunca vi criatura más perfecta. Ninguna de las mujeres que están en el salón, se le puede comparar.” El otro caballero dijo, “No eres el único que piensa así. Pero te aseguro que es inaccesible.” Lanfranchi dijo, “¿Qué quieres decir?” El otro caballero dijo, “Muchos nobles la han intentado cortejar. Ella los ha rechazado a todos.” Lanfranchi dijo, “Pues me interesa, y no soy de los que se dan por vencido. Tú lo sabes bien.”
     El otro caballero le dijo, “Esta vez no creo que puedas hacer tu voluntad.” Lanfranchi dijo, “Lo veremos. Preséntame a Jacopo.” El otro caballero le dijo, “¿Piensas que así llegarás más fácilmente a ella?” Lanfranchi le dijo, “Sí, mientras los otros intentaron cortejarla, yo empezaré por ganarme la voluntad del padre.” El caballero le dijo, “Veremos si tu estrategia tiene éxito.” Al poco tiempo, ambos hombres fueron hacia Jacopo. El caballero dijo a Jacopo, “Señor Martíno, permítame presentarle al príncipe, Meali Lanfranchi.” Lanfranchi le dijo, “Es un honor para mí, conocer a tan digno caballero.” Jacopo se sintió impresionado ante esas palabras. Los Lanfranchi eran una de las familias más importantes y poderosas de Pisa. Jacopo le dijo, “No había tenido un gusto de verlo en anteriores reuniones.”
    Lanfranchi le dijo, “Hace solo una semana que estoy aquí. He vivido la mayor parte de mi vida fuera de Pisa. Ahora mi padre me pidió regresar a hacerme cargo de los asuntos de la familia.” Jacopo dijo, “Comprendo, imagino que después de tanto tiempo, se sentirá un poco extraño aquí.” Lanfranchi dijo, “Relativamente, ésta ciudad tiene un raro encanto. Ustedes, como todos los que nacimos en ella, lo deben sentir.” Jacopo dijo, “Bueno, yo soy florentino, pero siento a Pista como mi ciudad natal.” Lanfranchi dijo, “Florentino…no todos opinan así, generalmente desprecian Pisa.” Jacopo dijo, “No es mi caso. Me casé con una dama de aquí. En este lugar he pasado los años más felices de mi vida.” Lanfranchi dijo, “Creo que esa es la solución para terminar con rencores. Matrimonios entre florentinos y pisanos.”
     Jacopo le dijo, “Tiene razón, el amor no sabe de sentimientos innobles.” Enseguida Lanfranchi miro la llegada de Magdalena, y exclamó, “¡Qué joven tan hermosa! Su distinción demuestra que es descendiente de reyes. ¿Quién será?” Jacopo dijo, “Es mi hija Magdalena.” Lanfranchi exclamó, “¡Su hija! Dignos uno de otro. Con su permiso, solicitaré a tan bella dama, el honor de un baile.” Mientras ambos bailaban, el caballero dijo a Jacopo, “Creo que el príncipe se ha prendado de su hija.” Jacopo dijo, “Es muy prematuro afirmar algo así. Solo le impresionó su belleza. No puedo negar que mi hija es muy hermosa.” Sin embargo, Jacopo pensó, “Magdalena casada con un príncipe. Siempre soñé con lo mejor para ella, pero jamás aspiré a tanto.”
    Horas después, Jacopo dijo a Magdalena, “Hija, te veías muy linda. Vi que el príncipe Lanfranchi bailó contigo. Es un hombre muy distinguido, e importante.” Magdalena le dijo, “La verdad no me fijé mucho en él.” Jacopo le dijo, “¿Acaso no te causó buena impresión? A mí sí, y espero que tu actitud sea amable hacia él.” Magdalena le dijo, “¿Por qué padre?” Jacopo dijo, “Porque así lo deseo, y sé que tú no me contradecirás. Siempre has respetado mis decisiones. Ahora ve a dormir, es muy tarde.” Magdalena dijo, “Buenas noches, padre.”
     En la soledad de su habitación, mientras Magdalena se desvestía, pensó, “No me agrada el príncipe. Hay algo en él, que me parece falso, desagradable. Quizás solo son ideas mías…temo que papá lo considere un futuro pretendiente. No, sería absurdo. Es un príncipe, y yo no soy noble. Además, mi padre es florentino. Estoy imaginando cosas.” Magdalena se asomó por la ventana, y pensó, “¿Habrá venido Borgiano esta noche? Qué habrá pensado al no verme?” A continuación, Magdalena vio a un hombre acercándose, y pensó, “¡Allá está! Eso significa que le impórto, que no ha dejado de pensar en mí. Y yo en él. Tantas veces soñé con el amor, y llega en la forma tan inesperada.”
    Estando frente a su ventana, Borgiano le dijo, “Magdalena, he estado horas aguardando. Estaba lleno de temor, pensando que no deseabas verme. ¿Puedo tener alguna esperanza? ¿Puedo pedir que me permitas hablar de este amor que me consume?” Magdalena le dijo, “Sí, Borgiano. Te escucharé.” El amor son necesita un comienzo, y para Magdalena y Borgiano, éste ya se había presentado. Durante quince días platicaron cada noche, mientras en sus corazones, la flama del amor crecía con más fuerza. 
    Un día, Borgiano le dijo, “No puedo vivir sin ti. Dime que me amas tanto como yo a ti.” Magdalena le dijo, “¿No te he demostrado, permitiendo estos encuentros furtivos, que te quiero más que a nadie en el mundo? Si mi padre se enterára, no sé de lo que sería capaz, pero a pesar de ello, te abro la puerta del jardín cada noche.” Borgiano le dijo, “Amada mía, es una gran muestra de tu cariño, pero quiero que me prometas que jamás serás de nadie sino mía. Permíteme hablar con tu padre, pedirle tu mano.” Magdalena dijo, “Aún debemos esperar. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo explicarle la forma como nos conocimos? Se sentirá engañado, jamás me lo perdonaría, sería un golpe terrible.”
     Borgiano dijo, “¿Qué haremos entonces? ¿Acaso estamos condenados a ocultar siempre nuestro amor?” Magdalena dijo, “No, encontraré la forma de decírselo. Dame un poco de tiempo.” Borgiano le dijo, “¿Cuánto? Deseo que seas mi esposa. Si fuera posible, me casaría contigo ahora mismo.” Magdalena le dijo, “Te prometo que dentro de un mes, serás recibido en esta casa.” Borgiano dijo, “¡Un mes! Mi único consuelo será pensar en la felicidad con que seré recompensado.” Magdalena le dijo, “¡Ahora vete, amor mío! Mi padre fue a cenar a casa del conde Mangino, puede regresar en cualquier momento.” Borgiano dijo, “Me es tan difícil dejarte, pero no quiero que tengas problemas.” Al besarse, sellaron una promesa de amor que nada ni nadie lograría romper.
    Borgiano dijo, “Hasta mañana, adorada mía.” Magdalena dijo, “Amor querido, no me olvides ni un instante. Recuerda que solo vivo para ti.” Mientras tanto, en la reunión, Lanfranchi dialogaba con Jacopo, “Me gustaría hablarle en privado. ¿Le importa si vamos a otro salón?” Jacopo le dijo, “Estoy a sus órdenes.” Una vez que estuvieron en otro salón, Lanfranchi le dijo, “Antes que nada, quiero decirle que su amistad me es muy valiosa para mí, y que me gustaría que esta fuera eterna.” Jacopo le dijo, “No esperaba yo una muestra de afecto tan grande, de una persona tan importante como usted. Me siento muy honrado con sus palabras, y tenga la seguridad, que jamás traicionaré ésta amistad.”
     Lanfranchi le dijo, “Me alegra escucharlo, pues en nombre de la amistad, deseo solicitarle algo.” Jacopo le dijo, “Cuente con ello, si estoy en posibilidad de complacerlo.” Lanfranchi dijo, “Pienso que sí. Deseo que me conceda la mano de su hija.” Jacopo se asombró, y dijo, “¡De Magdalena! ¿Desea usted casarse con Magdalena?” Lanfranchi le dijo, “¿Porque le extraña? ¿Acaso no me considera digno de su hija?” Jacopo le dijo, “Por supuesto que sí. No podía desear mejor esposo para ella.” Lanfranchi le dijo, “Entonces, ¿Estás de acuerdo?” Jacopo dijo, “Por mí no hay inconveniente, pero…no sé si ella le aceptará.” Entonces Lanfranchi le dijo, “¡Cómo! ¿Acaso no es el padre quien decide el destino de los hijos? Ella debe obedecer lo que usted le indique. Así se estila en las altas esferas. Supongo que bajo estas reglas, ha sido educada a Magdalena.”
     Jacopo le dijo, “Sí, en efecto. Pero yo deseo que sea feliz, y se case con un hombre de su agrado.” Lanfranchi le dijo, “Entonces, si ella no quiere…” Jacopo le dijo, “No se preocupe. Estoy seguro de que aceptará. ¿Cómo podría negarse a unir su vida a un hombre tan lleno de cualidades como usted?” Jacopo se levantó de su asiento, y dijo, “Puede visitarla mañana. Entre tanto, yo le hablaré de su petición, y a su favor.” Lanfranchi dijo, “Gracias. Es mi deseo que la boda se verifique lo antes posible. Digamos de aquí a tres meses.” Al día siguiente, Magdalena decía a su padre, “Te ves muy contento, padre. ¿Alguna razón especial?” Jacopo le dijo, “¡Oh, sí! Muy especial. Sobre todo porque te concierne, y sé que te hará dichosa.” Magdalena dijo, “¿A mí? No comprendo.”
    Jacopo le dijo, “Mi querida Magdalena, ¿Qué más puede pedir un padre que ver a su hija convertida en la esposa del primer noble de Pisa?” Magdalena se impresionó, y dijo, “¿Qué dices?” Jacopo le dijo, “Que el príncipe Lanfranchi ha pedido tu mano.” Magdalena dijo, “Pero yo…yo no deseo casarme aún…no quiero dejarte, ni siquiera por un príncipe.” Jacopo le dijo, “Eres la mejor de las hijas, la más cariñosa, pero yo no seré un obstáculo en tu futuro. Si bien al casarte irás a vivir al palacio de tu esposo, eso no significa que no nos veremos con frecuencia. Aunque te extrañaré mucho, seré feliz visitándote llena de honores y Gloria.” Magdalena le dio la espalda y le dijo, “No quiero nada de eso padre. No conozco al príncipe. No puedo casarme con alguien a quien no he tratado.”
     Jacopo le dijo, “No es esa mi intención. El príncipe vendrá hoy a visitarte. Se tratarán durante un tiempo, unos dos meses. Luego, se efectuará la boda, una boda que hará época en Pisa.” Magdalena se entristeció, y pensó, “No me casaré con el príncipe. Ámo a Borgiano, y solo me uniré a él.” Jacopo puso su mano en su hombro, y le dijo, “Bueno hija, ve a ponerte más hermosa, si eso es posible, para recibir a tu futuro prometido.”  Magdalena pensó, “Desde el primer instante, haré comprender a ese hombre que no debe esperar nada de mí.” Esa tarde, Lanfranchi se presentó ante Magdalena, diciendo, “Me inclino ante la más bella noble y distinguida dama de toda Italia.” Magdalena le dijo, “Es usted muy amable, pero no soy una persona a la que agraden los elógios.” Lanfranchi le dijo, “Comprendo, debe estar cansada de escucharlos, pero nunca se los han dicho con la sinceridad de mis palabras, estoy seguro.”
   Magdalena dijo, “Siempre he pensado que el elogio más sincero, es el que no se dice, pero que podemos adivinar.” Jacopo platicó un momento, y luego se retiró para dejarlos solos. De inmediato la actitud de Lanfranchi cambió, y le dijo, “Supongo que su padre ya le habrá hablado de nuestra próxima boda.” Magdalena le dijo, “Usted da por hecho algo en lo que no estoy en absoluto de acuerdo.” Lanfranchi le dijo, “Como todas las mujeres, se hace la difícil, pero conmigo no valen esas tretas.” Magdalena dijo, “¿Cómo dice?” Lanfranchi levantó la voz, y le dijo, “Escuchaste bien. Serás mi esposa antes de tres meses. Está decidió.” Magdalena le dijo, “¡Cómo se atreve a hablarme así!” Lanfranchi la tomó a la fuerza y dijo, “¡Vamos, menos remilgos!” Magdalena le contestó, “¡Basta! ¿Así corresponde a la amabilidad de mi padre? ¿Insultando a su hija?”
     Magdalena se retiró, mientras Lanfranchi pensó, “¿Qué se cree esa joven? ¿Acaso no se da cuenta del honor que le hago, al fijarme en ella?” Enseguida llegó Jacopo, y dijo, “Me acaba de decir Magdalena que ya se retira. ¿Por qué tan corta la visita?” Lanfranchi dijo, “Tengo importantes asuntos que atender.” Jacopo lo acompañó a la puerta y le dijo, “Espero que regrése pronto. Las puertas de ésta casa, están siempre abiertas para usted.” Lanfranchi dijo, “No desdeñaré tan amable invitación. Jacopo pensó, “Al parecer las cosas van lentas. Tomará algún tiempo para que mi Magdalena lo acépte. Así es mi hija. Lo mejor que puedo hacer, es no decir nada ni a ella ni a él. Sólos se arreglarán mejor.” Al día siguiente,
     Magdalena hilaba, cuando llegó Dora y le dijo, “Mi niña, acaba de llegar el príncipe Lanfranchi, y su padre le pide que báje al salón.” Magdalena le dijo, “Dile que me discúlpe, que no me siento bien.” Dora titubeo y dijo, “Pero…” Magdalena se levantó de su hilar y le dijo, “Vé a hacer lo que te digo. Me niego a aceptar los requerimientos de este hombre. Quiero que lo sepa desde ahora.” Dora le dijo, “No está bien que desobedezca al señor. Por lo que me ha dicho, le sería grato que usted se case con el príncipe.” Magdalena dijo, “Yo no estoy dispuesta a aceptarlo. Sé que mi padre no me obligará a una boda en contra de mis deseos.” La actitud de Magdalena, no podía menos que enfurecer a Melani Lanfranchi.
     Por lo tanto, dialogando con su amigo, éste le dijo, “¿Qué te ha pasado con la hija de Jacobo? ¿Ya conquistaste al padre?” Lanfranchi le dijo, “A él sí. Gustoso me da la mano de Magdalena.” Su amigo le dijo, “Entonces la boda es cosa hecha.” Lanfranchi dijo, “Aún no. Ella no acepta, y Jacopo no quiere obligarla.” Lanfranchi hizo una pausa, tras la cual dijo, “No sé qué se imagina esa joven. Voy diario a su casa, y se niega a verme. No sabe de lo que soy capaz. Se arrepentirá de su actitud, como de haber nacido.” Su amigo le dijo, “¿Qué piensas hacer?” Lanfranchi le dijo, “Ya lo verás. Te aseguro que me casaré con ella, y entonces pagará todos sus desdenes e insolencias.”
     Y mientras Lanfranchi planeaba su venganza, Borgiano dialogaba con Magdalena en el jardín, diciendo, “Magdalena, ya ha transcurrido un mes desde que me pediste que tuviera paciencia.” Magdalena le dijo, “Tendremos que esperar un poco más, Borgiano. Ahora no es el momento de hablar con mi padre.” Borgiano le dijo, “¿Por qué? ¿Crees que no estará de acuerdo con nuestra boda? Soy noble, tengo dinero, te ámo. ¿O es que tú ya no me quieres?” Magdalena le dijo, “¿Cómo puedes decir eso? Eres la vida misma para mí. Nada deseo más que ser tu esposa. A pesar de mis deseos y los tuyos, tenemos que continuar ocultando nuestro amor.” Borgiano le dijo, “Dame una razón. Presiento que algo ocurre. Siempre eludes decírmelo, pero ahora debes hacerlo. Tengo que saberlo.” A su pesar, Magdalena tuvo que contarle de las pretensiones de Lanfranchi.
     Borgiano le dijo, “¿Y y tu padre está de acuerdo? ¿Quieres casarte con él?” Magdalena le dijo, “Sí, pero no me obligará. Cuando mi padre se dé cuenta que yo jamás aceptaría al príncipe por esposo, dejará de insistir. Por eso te suplico un poco más de paciencia. Estoy segura de que Lanfranchi, se dará pronto por vencido.” Borgiano dijo, “Está bien, la tendré. Pero procura no hacer muy larga la espera, amor mío.” Así transcurrió otro mes, y un día, varios pisanos, entre ellos Borgiano, dialogaban en la calle. “Carlos Octavo de Francia y su ejército, han cruzado la frontera de Italia.” Otro hombre dijo, “¿Que va a ser de nuestro país? La invasión sólo traerá desolación y miseria.” Borgiano dijo, “Para nosotros nada puede ser peor. Ya hemos sido invadidos y maltratados por los florentinos.”
     Otro de los hombres dijo, “Es cierto, aunque tuvimos algunos años de tranquilidad, últimamente nos han vuelto a tratar como si fuéramos sus esclavos.” Otro hombre dijo, “Y a costa nuestra, han hecho grandes fortunas. La ambición de esos malvados, no tiene límite.” Otro de los hombres dijo, “Nada podemos hacer contra ellos son poderosos. No es justo que estemos sometidos a sus caprichos.” Borgiano dijo, “Deberíamos aprovechar la presencia de Carlos Octavo, transformarlo en nuestro Ángel Salvador.” Otro de los hombres dijo, “Tienes razón, será la única forma de echar de nuestra ciudad a los florentinos.” Uno de los hombres dijo, “Nuestro débil y mal organizado ejército, nada puede contra los mercenarios contratados por ellos.” Otro hombres dijo, “Pero con la ayuda de los franceses, saldríamos victoriosos.”
     Otro hombre dijo, “Ya hemos soportado bastante. En toda Italia los franceses serán recibidos con hostilidad.” Borgiano dijo, “Si nosotros les rendimos homenaje, nos ganaremos su simpatía, y así lograremos nuestro objetivo.” Otro de los hombres dijo, “¡Ya verán los florentinos de lo que somos capaces!” Lo que comenzó como una charla callejera, tomó fuerza y días después, las tropas de Carlos Octavo, entraban a Pisa, y un grupo de pisanos los vitoreaba, “¡Viva Carlos Octavo!” “¡Viva el ejército francés!” “¡Viva nuestro Salvador!” “¡Vivaaa!” Entonces, cuando la marcha se detuvo, uno de los pisanos hablo, y dijo, “Majestad, pedimos su protección y ayuda, a nuestra ciudad. Por años ha estado invadida por el enemigo los florentinos. Han abusado de nosotros, apoderándose de las mejores tierras, quitándonos lo que nos pertenece. Majestad, en usted confiamos para librarnos de ese enemigo, que tanto nos ha hecho sufrir.”
    Carlos Octavo dijo, “Pueden contar con mi protección y ayuda.” Los pisanos vitorearon, “¡Viva el rey de Francia!” “¡Viva nuestro Salvador!” Esta respuesta tan favorable, los elevó de la más profunda depresión, a una exaltación salvaje. Los Pisanos comenzaron a gritar, “¡Ahora podremos vengarnos!” “¡El rey de Francia a nos protegerá!” “¡Acabaremos con los florentinos!” Después de tanto tiempo de sentirse doblegados, los pisanos se lanzaron a los peores excesos. Comenzaron a buscar florentinos, y al ver a uno, comenzaron a gritar, “¡Allá va uno!” “¡Todos contra él!” “¡Te daremos un merecido!” “¡Nooo!” “¡Ahhh!” “¡Socorro!”
     Mientras golpeaban a un florentino, este gritaba, “¡Aah piedad, piedad!” Un pisano dijo, “¡Piedad! ¿Cuándo la han tenido ustedes con nosotros?” La noticia de los desmanes contra los florentinos, se supo de inmediato en toda la ciudad. Un matrimonio de florentinos ricos, dialogaban preocupados. La esposa dijo a su marido, “¿Qué sucede?” Su esposo le dijo, “Los pisanos quieren acabar con nosotros. Se sienten protegidos por Carlos Octavo.” La mujer dijo, “¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer?” Su esposo le dijo, “Marcharnos de aquí, antes de que sea tarde pero.” Su esposa le dijo, “Pero, dejaremos nuestra casa, todo lo que nos pertenece.”
     El hombre dijo, “Nos llevaremos lo que podamos. ¡A prisa! Quiero estar lejos de aquí hoy mismo. A cada momento las cosas se pondrán peor.” En esos mismos momentos, Jacopo dialogaba, “Conde Manfredi, estoy consternado con lo que sucede. Sería muy doloroso para mí, tener que dejar Pisa.” Manfredi le dijo, “No hay razón para ello, Jacopo. Usted cuenta con nuestro apoyo y amistad. Además, ésta situación pasará pronto. Durará una semana, quizá diez días, y luego, todo volverá a la normalidad. No debe pensar siquiera en marcharse. Permanezca en su casa, y no se deje ver, hasta que los ánimos se calmen.” Jacopo dijo, “¡Qué alivio siento al escucharlo! No quisiera tener que abandonar un lugar donde he sido tan feliz.”
     Manfredi le dijo, “No tiene de qué preocuparse. Ya sabe cuánto se le estima y considera. Verá como pronto, todo será como antes.” Jacopo dijo, “Tiene razón. No me moveré de mi casa, hasta que todo haya pasado.” Cuando Jacopo llegó a su casa, Magdalena le dijo, “Padre, estaba tan preocupada por ti. Cerca de aquí hubo grandes disturbios.” Jacopo le dijo, “Tranquila hija. Los ánimos están muy exaltados, pero no tardarán en apaciguarse.” Magdalena le dijo, “¿Estás seguro? ¿No tendremos que abandonar Pisa?” Jacopo le dijo, “No, hablé con el Conde Manfredi, me aconsejó que no saliéramos de casa, y esperáramos. Según él, la situación que vivimos durará sólo unos días. Estoy seguro de que tiene razón.” Magdalena le dijo, “¡Ojalá! Para ti para mí, sería muy doloroso tener que irnos.”
     Esa noche, Borgiano regresó, Magdalena le dijo, “Borgiano, no debiste venir. Las cosas están muy difíciles para los florentinos. Si te ven, son capaces de matarte.” Borgiano le dijo, “Amor mío, no puedo estar un solo día sin verte.” Magdalena le dijo, “Quiero pedirte algo, regresa a Florencia, y cuando todo haya pasado, vuelve.” Borgiano le dijo, “¿Y dejarte? ¡No, me quedaré! Nada va a sucederme.” Magdalena le dijo, “Por favor, vete. Temo por ti. Si algo te pasa, creo que moriría de dolor.” Borgiano le dijo, “Sabré cuidarme, te lo prometo. Tengo que estar cerca de ti. ¡Como desearía que estuviéramos casados!” Magdalena le dijo, “Cuando todo esto pase, hablaré con mi padre. No vamos a esperar más.”
     Borgiano le dijo, “Tus palabras me llenan de gozo. Te amo tanto. Eres todo para mí.” Con el paso de los días, la situación se ponía cada vez peor para los florentinos. Una noche, un mayordomo de Jacopo llegó con el siguiente aviso, “Señor, el príncipe Lanfranchi pide ser recibido.” Jacopo dijo, “Que pase de inmediato.” Magdalena dijo, “Yo me retiro.” Jacopo dijo, “No hija, quizá nos traiga buenas noticias, y me gustaría que las escucharas.” Antes que Magdalena pudiera responder, Lanfranchi entró, diciendo, “Buenas noches. ¡Ah, veo que estoy de suerte! Por fin puedo ver a la bella Magdalena.” Magdalena los miró a ambos como si fueran serpientes que tiene en su poder a su presa. Lanfranchi pensó, “Su actitud no me gusta. No es la de siempre. Se muestra prepotente y desagradable.”
     Magdalena pensó, “Este hombre no trae buenas intenciones.” Entonces Lanfranchi dijo, “¿Qué sucede? Los noto preocupados. ¿Tienen algún problema?” Jacopo le dijo, “Usted sabe bien que sí. Los últimos acontecimientos.” Lanfranchi dijo, “¡Ah, es eso! Ánimo, mi buen Jacopo, no hay por qué estar triste. Nada le pasará estando bajo mi protección.” Lanfranchi miró a Magdalena, y dijo, “La mano más alta de la ciudad, no se atreverá a tocar uno de sus cabellos, si yo se lo prohíbo.” Enseguida, Lanfranchi miró a Jacopo, y dijo, “Como padre de mi novia, le juro que estarás algo de cualquier atropello.” Jacopo se extrañó, y dijo, “¿Ha dicho como padre de su novia?” Lanfranchi contestó, “Exactamente, he decidido que la bodas efectúen unos días. Tres o cuatro, más tardar.” Jacopo le dijo, “Pero…es muy precipitado. Magdalena no está decidida, y yo pienso que…”
     Entonces Lanfranchi dijo, “Ahora no se trata de lo que ustedes piensen, ni de lo que ella decida. Ahora yo mando y ordeno.” Lanfranchi quiso tocar a Magdalena y dijo, “Ésta linda palomita, será para mí.” Magdalena retrocedió, y dijo, “¡Jamás! ¡No me toque!” Lanfranchi dijo, “¡Que bella se ve enfadada! Una vez casada, le quitaré ese aire altivo, y será la más dócil de las mujeres.” Jacopo se enfureció, y le dijo, “¡Villano! Se aprovecha de nuestro infortunio, pero no le daré a mi hija por esposa.” Lanfranchi dijo, “¿Villano? Me haz insultado, miserable viejo, a mí, que te hago el honor de fijarme en tu hija.” Lanfranchi dijo, “Pues bien, la boda será mañana, ni un día después. Veremos si te atreves a llamarme nuevamente villano.” Magdalena le dijo, “¡Nunca me casaré con usted!”
     Lanfranchi señaló a Jacopo y le dijo, “Eso lo veremos. Mañana será la boda, o este viejo encontrará la muerte, y tú quizá algo peor.” Magdalena se arrodilló, y dijo, “¡Virgen santa ayúdanos! No permitas que mi padre sufra por mi mala suerte.” Lanfranchi dijo, “Pierdes el tiempo. Ni la virgen podrá salvarte. Es mejor que empieces a prepararte, o el viejo pagará.” Magdalena le pidió de rodillas, “Le suplico tenga piedad de él. No se ensáñe con mi padre. Mátenme a mí.” Lanfranchi la aventó, diciendo, “Puede que lo haga cuando me canse de ti.” Magdalena exclamó, “¡Ahhh!” Cuando Lanfranchi se retiró, Jacopo le dijo encolerizado, “¡Maldito, maldito! Y pensar que hasta hace horas, le habría entregado feliz a mi hija.” Jacopo se tranquilizó, se sentó, y dijo, “¡Cómo puede estar tan ciego! Es un demonio. ¡Es el peor de los malvados!”
     Magdalena le dijo, “Padre, no te desesperes. Tú no tienes la culpa de nada.” Jacopo le dijo, “Perdóname hija. Qué terrible equivocación habría cometido. ¡Perdóname!” Magdalena le dijo, “Nada tengo que perdonarte. Sé cuánto me quieres y pensabas que era lo mejor para mí.” No fue fácil para la joven calmar al anciano que se encontraba en un estado de completa desesperación. Magdalena ayudó a su padre a levantarse, y le dijo, “Ven, debes acostarte. Estás muy cansado.” Jacopo le dijo, “Pero ¿Qué haremos…qué haremos?” Magdalena le dijo, “No te preocupes, ya encontraremos una solución. Ahora tienes que dormir.” Jacopo le dijo, “Está bien, iré a mis habitaciones.” Cuando Jacopo se despidió de su hija, dijo, “Buenas noches, hija querida, que el cielo nos proteja.”
     Magdalena dijo, “Dios tendrá misericordia de nosotros, padre.” Cuando la joven quedó sola, pensó, “No tengo salvación, si me niego a lo que pretende éste canalla. Se vengará con mi padre. No puedo acceder. He jurado a Borgiano ser su esposa. Debo encontrar la forma de salvar a mi padre y a mí misma. Iré a hablar con Juliána. Ella es mi amiga, y me quiere. Pertenece a uno de las familias más importantes de Pisa. Le pediré que nos ayude a escapar. Mañana estaremos muy lejos de aquí. Veré la forma de comunicarme con Borgiano, y él también irá con nosotros. Sé que Juliana no me fallará. Siempre nos hemos querido como hermanas.” En ese mismo momento, Jacopo iba saliendo de casa, pensando, “Mi hija no se sacrificará. Voy a ver al conde Manfredi. Le pediré protección, él ver a la forma de ayudarnos.” Padre e hija habían tenido la misma idea.
     Mientras Magdalena avanzaba, por las calles de Pisa, de noche, se escuchaban los gritos de los rebeldes. “¡Mueran los florentinos!” “¡Los sacaremos a todos de nuestra ciudad!” Magdalena pensó, “Debo esconderme. Si me ven, estoy perdida.” Entonces, Magdalena vio a un grupo de rebeldes gritar, “¡Los sacaremos de sus casas!” “¡Les quitaremos todo lo que poseen!” Al cabo de un tiempo, Magdalena pensó, “Por fin se fueron. Debo apresurarme. Espero no encontrar otros en mi camino.” En loca carrera, Magdalena trató de llegar al palacete de su amiga. Pero de repente tropezó, exclamando, "¡Aayy!” Enseguida, un hombre se acercó a ella, para auxiliarla. “¿Se ha hecho daño? ¿Necesita ayuda?” Magdalena!” exclamó, “Yo…”
     De repente, el hombre exclamó, “¡Señorita Magdalena!” Magdalena dijo, al reconocerlo, “¡Piro!”  El hombre había estado al servicio de Jacopo, cuando éste era comerciante. Piro le dijo, “¿Que hace por aquí? ¿No se da cuenta de que va directo a su destrucción. No debería salir de casa.” Magdalena le dijo, “Tengo que ir al palacio del duque de Mortillo.” Piro la tomó del antebrazo, y le dijo, “¡Imposible! Hay pisanos por todas partes. La matarían. Venga conmigo.” Magdalena exclamó, “No, yo debo…” Entonces, ambos escucharon a los rebeldes gritar, “¡Vamos por el viejo Jacopo! ¡Queremos su dinero!” Piro dijo, “Escondámonos, rápido.”
    Escondidos detrás de un árbol, Piro y Magdalena vieron y escucharon que el líder de los rebeldes era Lanfranchi, quien decía, “Lo único que yo quiero es a su hija. Lo demás se lo pueden repartir ustedes.” Magdalena dijo, “Lanfranchi va a casa. Debo impedirlo.” Piro le dijo, “No podrá entrar. La detendrán antes que lo logre, ¡Vámonos!” Pero Magdalena se resistió, y Piro tuvo que insistir y forzarla, diciendo, “¡Por favor hágame caso!” Magdalena exclamó, “¡Noooo!” Magdalena se desmayó. Piro pensó, “Todo esto ha sido demasiado para ella. Mejor, así podré salvarla.” La tomó en sus brazos, como si fuera una pluma, se alejó de la ciudad. Poco después,
     Piro la encargaba a un grupo de florentinos, diciendo, “Es Magdalena Martíno, encárguese de ella. Yo debo regresar a la ciudad, para saber qué pasó con su padre.” Uno de los florentinos le dijo, “No tardes, recuerda que apenas amanezca, nos pondremos en marcha.” Piro la había llevado con un grupo de florentinos, que se aprestaba a huir hacia Florencia. Una mujer que cuidaba y atendía a Magdalena dijo, “Pobrecita, es mejor que esté inconsciente.” Cuando amaneció, la mujer que cuidaba a Magdalena dijo, “Hija, ya vamos a partir. Te ayudaré a levantarte.” Magdalena despertó, diciendo, “Mi padre…mi padre...”
     Piro, que habia regresado, le dijo, “No se preocupe. Su padre está bien. No lo pude sacar de la ciudad, pero se encuentra en un lugar seguro.” Magdalena le dijo, “¿Cómo lo sabe?” Piro dijo, “Me lo dijo su sirvienta, Dora. El señor no estaba en casa, cuando llegó Lanfranchi con su gente.” Pero Piro contó a Magdalena porque Jacopo había salido. Piro dijo, “Hablé con el señor. Me pidió que la llevara a Florencia. Él se reunirá con usted en cuanto le sea posible.” Magdalena dijo, “Gracias a Dios que mi padre está bien. No importa lo que hayan hecho con la casa, él se salvó.” Piro dijo, “La quemaron después de saquearla. Según me dijo Dora, se llevaron todo, y lo que no pudiéron, lo destruyeron. También me contó que un joven florentino, trató de impedirles que entraran a la casa. Lo capturaron y al parecer lo mataron.”
     Magdalena sintió una punzada en su corazón, y dijo, “¡Un joven! ¿Quién era, cómo se llamaba?” Piro dijo, “Borgiano…sí, Borgiano de Capri. Dijo su nombre cuando le preguntaron quién era.” Magdalena exclamó, “¡Noooo Borgiano muerto!” Piero la contuvo para que no se desvaneciera y dijo, “Señorita, ¿Qué le sucede? Ya le dije que su padre está bien.” Magdalena dijo, “Borgiano muerto…muerto…”  En ese momento, el líder de los florentinos gritó, “¡Vamos Piro! No hay tiempo que perder.” Piro dijo a Magdalena, “Señorita, venga. En Florencia estará a salvo.” Magdalena se dejó conducir como sonámbula, y subió al carruaje, diciendo, “Borgiano, mi amado adorado, Borgiano muerto…”
    Cuando llevaban media hora de camino, una muchedumbre los detuvo, y comenzaron a gritar, “¡Son florentinos que huyen!” “No los dejaremos escapar.” En un instante, se armó una feroz batalla. Piro protegía a Magdalena pero un pisano se le acercó, diciendo, “Te voy a matar, perro.” Piro dijo, “Ya lo veremos.” Piro comenzó a forcejear hasta que fue atravesado por una lanza. Magdalena exclamó, “¡Asesino!¡Asesino!” A pesar de la feroz resistencia de los florentinos, fueron doblegados. Uno de los pisanos gritó, “¡Caminen, la cárcel los espera!” Nuevamente en la ciudad, fueron conducidos a prisión. Cuando Magdalena entró a la celda, miró a un hombre tirado en la celda, y gritó, “¡Borgianoooo!”
     Uno de los prisioneros dijo, “Se ha desmayado.” Uno de los carceleros dijo, “Déjala allí, ya recobrará el reconocimiento, o morirá ¡Que importa!” Los ultrajes a los florentinos fueron en aumento hasta que, el monarca Carlos Octavo fue informado. “Majestad, ya es demasiado lo que la gente de ésta ciudad, se ha ensañado con los florentinos.” Al enterarse el monarca en detalle de la situación, decidió repararla, en lo que fuera posible, y ordenó, “Que los presos sean puestos de inmediato en libertad, y no se les moleste, o retiraré mi apoyo a Pisa.” Ese mismo día, las cárceles fueron abiertas.
     Entonces, Magdalena fue encontrada por Dora, vagando por las calles. Dora le dijo, “Mi niña Magdalena! ¡Dios mío! Su padre la cree en Florencia, ¿Que ha pasado?” Magdalena le dijo, “¿Quién es usted?” Dora la tomó del hombro y le dijo, “¡Oh no! Creo que…ha perdido la razón. Mi niña, venga conmigo la llevaré con su padre.” Magdalena le dijo, “Mi padre ha muerto…Borgiano ha muerto…todos los que amaba me han dejado.” Poco después, Dora guiaba a Magdalena a su casa. Cuando entró a su casa, Dora dijo a Jacopo, “Señor, señor, mire. La encontré vagando por la calle.” Jacopo exclamó, “¡Magdalena!”
    Jacopo se arrojó hacia ella, diciendo, “¡Hija, qué hicieron contigo! ¡Hija de mi alma!” Magdalena exclamó, “¡Noooo, no me toque!” Jacopo le dijo, “Magdalena, soy tu padre, ¿No me reconoces?” Magdalena le dijo, “Mi padre tenía el cabello blanco. El suyo es rojo, está lleno de sangre, la sangre de mi padre, y Borgiano.” Jacopo se desesperó, y dijo, “Dora, ¿Qué le ha sucedido? ¿Por qué está aquí? ¿Por qué no me reconoce?” Dora le dijo, “Señor, creo que ha estado en la cárcel. La encontré cerca de allí…temo que perdió la razón.” Entonces, Jacopo sufrió un ataque al corazón, “¡Mi hija!...¡Ahhg!” Dora exclamó, “¡Señor!” El anciano había sufrido demasiado, y este último dolor, fue un golpe que su corazón, no pudo soportar. Jacopo se desplomó. Dora lo examinó, y dijo, “Está muerto…” Magdalena dijo, “Como mi padre…como Borgiano…”
    Entretanto, Borgiano caminaba por las calles, pensando, “Por fin esos perros me dejaron libre. Antes que nada, tengo que averiguar dónde está Magdalena.” El joven que no había muerto, como creyó Piro, había sido llevado a la cárcel, dos días después. Borgiano fue a casa de Piro, quien le dijo, “Mi buen amo Jacopo murió, y la señorita estuvo en la cárcel. ¡Ha señor, cuánta maldad con gente tan buena!” Borgiano dijo, “Mi pobre Magdalena, cómo habrá sufrido. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?” Piro le dijo, “Está en casa de Dora su haya. Es una tragedia, el señor pensaba que se encontraba en Florencia, y estaba a punto de ir a reunirse con ella.” Esa tarde, Borgiano fue a casa de Dora, y le explicó quién era y el inmenso amor que le unía con Magdalena.
     Dora comenzó a llorar, y le dijo, “Señor, nunca imaginé que mi niña estuviera enamorada…yo creo que es mejor que no la vea.” Borgiano dijo, “¿Por qué? La llevaré a Florencia. Olvidará todo lo que ha pasado, y seremos felices.” En ese momento, Magdalena apareció, ante el asombro de Borgiano, quien exclamó lleno de sorpresa, “¡Magdalena!” Magdalena le dijo, “No se acerque…mi padre ha muerto…Borgiano ha muerto…” Dora, quien lloraba, dijo a Borgiano, “Ha perdido la razón. Yo la cuido, pero a veces se me escapa, y tengo que salir a buscarla. Pobrecita.” Borgiano exclamó, “Mi adorada, mi amada, ¡Loca!” Dora se lenó de cólera, y dijo, “La culpa de todo la tiene ese malvado príncipe Lanfranchi. Él es el causante de todas estas desgracias.”
     Poco después, Borgiano salía de aquella casa, con la muerte en el alma, pensando, “Lo mataré. Voy a buscarlo hasta que lo encuentre, y entonces, lo mataré.” Varios días, Borgiano vagó por la ciudad, hasta que, un día, Borgiano encontró a un hombre, y le dijo, “¡Lanfranchi!” Era Lanfranchi, quien dijo, “¿Quién es usted? ¿Qué quiere?” Borgiano le dijo, “¡Soy Borgiano de Capri, un florentino que le hará pagar la desgracia de Magdalena y su padre!” Lanfranchi contestó, “¡Ja, Ja, Ja! Antes que te des cuenta, te habré traspasado con mi espada.”
     Ambos empuñaron sus espadas, y comenzaron a luchar. Lanfranchi era el mejor espadachín de Pisa, pero Borgiano estaba poseído por una furia incontenible. Lanfranchi dijo, “¡Así como te mataré a ti, acabaré con todos los perros florentinos!” Pero Borgiano dio una estocada mortal a Lanfranchi, quien exclamó, “¡AHHGH!” Borgiano le hirió, al mismo tiempo que exclamó, “¡Vete al infierno!”
   Borgiano se alejó, dejando moribundo a su enemigo. Al poco tiempo, dos hombres llegaron al auxilio de Lanfranchi. Uno de los hombres dijo, “Es el príncipe Lanfranchi. ¿Quién lo ha herido? Se está muriendo.” Lanfranchi, quien agonizaba, alcanzó a decir, “Fue…Borgiano de Capri…un florentino. ¡Ahhhg!” Poco después, Borgiano era detenido. La gente estaba enardecida, y gritaban, “¡Asesino, mataste a un hombre noble y bueno.” “¡Pagarás tu crimen!”
   Quince días después, Borgiano era ejecutado en el potro, un horrible instrumento de tortura. Una mujer de entre la multitud, se fue abriendo paso. Uno de los hombres gritó, “¡Quítate de aquí!” Otro hombre gritó, “¡Está loca! ¡No deberían andar suelta!” Una gran multitud se había congregado en la plaza, para ver morir a Borgiano. Uno de los hombres de la multitud, dijo, “Hay que ver que es valiente, no ha dado un solo grito.”
   Otro hombre dijo, “No sé de qué están hechos esos florentinos.” Entonces, una mujer se a cercó al estrado, y gritó, “¡Borgiano!” Borgiano reaccionó, y gritó, “Magdalena…mi amor…” Magdalena gritó, “No lo maten…Borgianooo…” Borgiano dijo, “Magdalena…te ámo…¡Ahg!” Magdalena exclamó, “Borgiano…¡Ahhh!” Magdalena se desplomó. Uno de los hombres dijo, “Esta mujer está muerta.”

    Quizá por casualidad, o por burla, los cuerpos fueron enterrados juntos. A pesar de lo agreste del lugar, una profusión de flores silvestres cubrió las tumbas, como si la naturaleza quisiera rendir un homenaje, a este desgraciado amor.

   Tomado de, Novelas Inmortales. Año XI, No. 567. Septiembre de 1988. Guión: Herwigd Comte. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.