sábado, 28 de octubre de 2023

La Posada Maldita de Ponson du Terrail

     Pierre Alexis, Vizconde de Ponson du Terrail, nació el 8 de julio de 1829, y falleció el 20 de enero de 1871, a la edad de 41 años. Ponson du Terrail fue un novelista francés. Fue un prolífico autor que produjo aproximadamente setenta y tres volúmenes, en un espacio de unos veinte años. Se le recuerda hoy, especialmente, por la creación del personaje de Rocambole.

Biografia

     Nació el 8 de julio de 1829, en Montmaur, en los Alpes franceses.

Sus primeros trabajos literarios, encuadrados en el género gótico, le abrieron los mercados periodísticos de París, donde comenzó a publicar sus primeros libros de la serie, Rocambole,” en el diario, La Patrie, en 1857.

     La importancia de esta serie en las letras francesas, es destacada, pues representa la transición de la antigua novela gótica, a una más moderna de aventuras heroicas. La palabra, rocambolesco, se hizo muy común en Francia, para caracterizar las aventuras de ficción, en las que el personaje principal, se ve implicado en una cadena de acontecimientos de lo más dispar, algunas de riesgo, otras inverosímiles, para lograr sus objetivos.

    La serie logró un gran éxito literario y económico, lo que permitió a Ponson du Terrail, continuar escribiendo para la prensa de París, durante muchos años.

     Durante la guerra franco-prusiana en 1870, que terminó con la derrota de Napoleón III, Ponson comenzó a vivir un episodio similar al de sus novelas de Rocambole: tras abandonar París, se dirigió a las cercanías de Orleans, para ponerse al frente de una guerra de resistencia a la ocupación alemana; finalmente, tuvo que huir a Burdeos, acosado por las tropas de ocupación, que habían incendiado su castillo.

    Murió en Burdeos en 1871, dejando incompleta su última obra. Fue enterrado en el cementerio de Montmartre de París.

Serie Rocambole

Los Dramas de París (Diario "La Patrie", 1857-1858)

La Herencia Misteriosa.

Sor Luisa la Hermana de la Caridad.

El Club de los Explotadores.

Turquesa la Pecadora.

El Conde de Artoff.

Las Hazañas de Rocambole (Diario "La Patrie", 1858-1859)

Carmen la Gitana.

La Condesa de Artoff.

La Muerte del Salvaje.

La Venganza de Bacará.

El Manuscrito del Dominó (Diario "La Patrie", 1860-1862)

Los Caballeros del Claro de Luna.

La Vuelta del Presidiario.

El Testamento del Grano de Sal.

Daniela.

La Resurrección de Rocambole (Diario "Le Petit Journal", 1865-1866)

El Presidio de Tolón.

La Cárcel de Mujeres.

La Posada Maldita.

La Casa de Locos.

¡Redención!

La Última Palabra de Rocambole (Diario "La Petite Presse", 1866-1867)

La Taberna de la Sangre.

Los Estranguladores.

Historia de un Crimen.

Los Millones de la Gitana.

La Hermosa Jardinera.

Un Drama en la India.

Los Tesoros del Rajah.

Las Miserias de Londres (Diario "La Petite Presse", 1867-1868)

La Maestra de Párvulos.

El Niño Perdido.

La Jaula de los Pájaros.

El Cementerio de los Ajusticiados.

La Señorita Elena.

Las Pemoliciones de París (Diario "La Petite Presse", 1869)

Los Amores de Limosino.

La Prisión de Rocambole.

La Cuerda del Ahorcado (Diario "La Petite Presse, 1870)

El Loco de Bedlan.

El Hombre Gris.

Otras Obras

·         Las Tragedias del Matrimonio.

·         Los Dramas Sangrientos.

·         La Juventud de Enrique IV.

·         La Reina de las Barricadas.

·         El Regicida.

·         Aventuras de Enrique IV.

·         El Herrero del Convento.

·         Los Amores de Aurora.

·         La Justicia de los Gitanos.

·         Las Máscaras Rojas.

·         Clara de Azay.

·         La Viuda de Sologne.

La Posada Maldita

de Ponson Du Terrail

  Una noche de invierno de 1870, en un lóbrego hospicio parisiense, aquella silueta femenina se deslizó entre camas, y biombos sin turbar el sueño de los internos, al salir a un callejón trasero, con una preciosa carga viva entre sus manos. Dos transeúntes mal vestidos y descuidados físicamente, eran testigos de aquello. Uno de ellos dijo al otro, “¡Mondieu, una mujer huyendo! ¡Alarma, alarma!” Ante aquello, la fuga parecía imposible, salvo que un misterioso enmascarado, conocido como, Rocambole, el muy temido y amado, estaba al tanto de los hechos…y esta trepidante aventura, tiene como escenario principal, un lugar tétrico de nombre: La Posada Maldita.

     Una vez más, la entrada en escena del paladín, causó asombro y zozobra, entre sus enemigos, uno de los cuales gritó,
“¡Cuidado, es Rocambole!” Era tan rápido para cubrirse como para contraatacar, a los más de diez hombres. Rocambole les dijo, “¡Malditos soy mejor que ustedes!” Rocambole golpeó a uno de ellos con su bastón. Enseguida dijo, “¡Ahora, mi remolino predilecto!” Rocambole giro su brazo con el bastón en semicírculo, golpeando a varios. Los hombres exclamaron, “¡Oh! ¡Ay!” Un hombre abrazó a Rocambole por detrás. Rocambole dijo, “¿Y tú, grandulón? ¿Atacas por la espalda?” El grandulón le dijo, “¡Te tengo; es mis abrazo de la muerte!”
    Rocambole pensó, “¡Uf me quita el aire…vendrá la muerte por asfixia…si no resuelvo esto pronto!” El grandulón gritó, “¡Apuñálalo de frente ahora mismo!” El del, “abrazo de la muerte,” voló como un muñeco, encontrándose con aquel puñal que le ocasionaría su propia muerte. El hombre que tenía el puñal dijo, “¡Gordo, gordo, no quise hacer esto! ¡Ohhh!” Rocambole pensó, “¡Un criminal menos! Pero todavía quedan dos.” Su pericia en la lucha, temida por toda el hampa de Francia, puso nuevamente a su favor una situación que parecía perdida. Mientras tanto, la mujer que venía huyendo, vio venir a un carruaje, y pensó, “¡Oh, estoy aterrada! ¿Y ahora qué haré? Algo providencial me ayudó, pero ese coche parece abalanzarse…y ya no tengo tiempo de apartarme.”
     Dos hombres se bajaron del carruaje, y la mujer gritó,
“¡De-Déjenme en paz por Dios!” Uno de los hombre se acercó para tranquilizarla, y le dijo, “¡Calma muchacha, venimos a ayudarte, somos amigos!” La mujer se subió al pescante, y el hombre dijo al chofer, abordando, “¡Vámonos de aquí!” El chofer le dijo, “¡Tus deseos son ordenes para, Juan el Matarife, querido Mirón! ¡Ja, Ja, Ja!” Mientras tanto, Rocambole escalaba un pequeño muro de un puente y escapaba por una calle. Uno de los hombres que venía persiguiéndolo, gritó, “¡No lo dejen escapar, su cabeza vale oro!” Otro hombre que escalaba el mismo muro gritó, “¡Se nos escapa!” Pero otro dijo, “¡No, el maldito cree que será fácil…!” Pero
     Rocambole se topó con otro grupo de hombre que lo esperaba y le cerraban el paso. Rocambole pensó,
“¡Oh no, hay más por allí, me rodean!” La escena era contemplada de cerca por el vizconde de Morlux, quien venía acompañado de otro hombre y un policía.  El vizconde dijo, “¡Allí está el secuestrador, jefe. Pronto la guillotina separará en dos su cuello!” El policía le dijo, “¡Pude ver a la mujer que huía con un pequeño, sí!” El vizconde dijo, “¡Ajá! ¡Y ahora ese tipo cubre su fuga! ¿Y sabe quién es él? Nada menos que el legendario Rocambole, antiguo miembro del Club de los Estranguladores: ladrón, criminal…una buena presa para usted, estimado jefe.” El vizconde hizo una pausa, y dijo, “Mis hombres lo pondrán a su disposición.”
     El jefe de la policía dijo, dudoso, “¡Caray! ¡Hay quien dice que es un ser benéfico!” El vizconde se enojó, y dijo, “¿Quién ha dicho? ¿Quiere usted que lo acúse ante sus autoridades, de complicidad con Rocambole?” El jefe de la policía le dijo, “¡No, vizconde de Morlux, echémosle el guante! ¡Je!” Al entender la situación, Rocambole pensó, “¡Delincuentes y policía, todos contra mí! Morlux, el rey del mal, los convenció, y ahora me acosan…” Sólo le quedaba una vía de escape, y Rocambole no titubeó, y se lanzó contra el grupo, dejando escapar un grito de guerra, “¡AAAAAAH!” Uno de los hombres que lo vio venir, dijo, “¿Qué hace? ¡Rayos truenos, cuidado!”
     Rocambole se lanzó como un ariete sobre el equipo, golpeándolos con su bastón. Uno de los hombres heridos, exclamó,
“¡Ay, ese demonio!” El jefe de la policía dijo, “¡No importa, el callejón está bloqueado, aguanten!” De repente, Rocambole quito la tapa de una alcantarilla y se lanzó al interior.  Uno de los hombres dijo, “¡Dios, ahora entiendo lo que se propóne!” El vizconde dijo, “¡No dejen que se meta, conoce muy bien las cloacas!” Mirando desde arriba de la calle, el jefe de policía dijo, “¡Se metió como una rata de alcantarilla!” El vizconde dijo, “¡Por allí, por allí, el alcantarillado en ésta zona no es muy complejo!” Ya dentro del alcantarillado,
     Rocambole volteó, y vio que lo seguían, y pensó,
“¡Me siguen pero el lugar que búsco está al extremo de las cañerías!”  Arriba en la calle, el jefe de la policía dijo a unos hombres, “¡Vamos, ya se metieron hombres nuestros tras él, me queda una sola salida, y allí estaremos esperando!” Varias cuadras al sur, otro grupo de hombres que lo esperaban en la calle en el otro extremo, vieron una tapa de alcantarilla quitada. Uno de los hombres dijo, “¡Diablos, llegamos tarde! ¡Ya salió a la superficie!” Entonces, comenzaron a buscarlo, varios hombres, hasta que una pareja de policías se detuvo frente a una posada. La posada tenía un letrero donde se leía, “La Posada Maldita. No se admiten perros gendarmes, ni extraños.”  Uno de los policías dijo, “¡Oh, debe estar aquí, se cuenta que todo desconocido entra…no vuelve a aparecer!”
     El otro policía dijo,
“¡Bah, somos la ley, allanemos enseguida ese tugurio!” Irrumpieron a un interior que nadie visitaría jamás, ni aún en las horas más soleadas del día. En la trastienda, Rocambole dijo al encargado de la Posada, “¡Llegaron, Cara Rota! ¡Ve y dales la bienvenida!” Cara Rota dijo, “Déjelos a mi cargo, patroncito…” Cuando el hombre se retiró, Rocambole pensó, “La posada es una de mis guaridas. ¡Jamás darán conmigo en éste lugar!” A continuación, Rocambole apartó un fondo falso en un armario, se metió, y volvió a colocarlo, descolgándose hacia un subterráneo. Mientras Rocambole caminaba por el túnel, pensó, “¡Mirón y el Matarife, ya habrán llegado con ella!”
    Cuando llego al final del túnel, Rocambole encontró a dos hombres que cuidaban a una mujer con un niño. Una lámpara iluminaba la oscuridad de aquel lugar. Rocambole exclamó
, “¡Ah qué alegría, todo salió como lo planeé!” Mirón dijo, “Así es patrón, aquí está la palomita!” La mujer que cargaba el niño en sus brazos, dijo, “¡Por favor señor, no me diga eso!” Rocambole le dijo, “No temas, Antonia, sé todo sobre ti, mis hombres te han vigilado de continuo.” Antonia dijo, “¿Es decir que fue usted…?” Rocambole dijo, “En efecto, yo te envié el mensaje para que visitáras el hospicio de enfermos mentales de Morlux.” Rocambole agregó, “Eres su sobrina, por eso te dejaron entrar. ¡Te indiqué incluso, dónde escondían al último hijo del ministro!”
    Antonia dijo,
“¡Pobrecillo, un dibujo con su rostro circula por ahí!” Rocambole dijo, “Lo liberaste; tu tío y los tuyos te vieron…como yo esperaba. ¡Antonia, sé que eres una buena mujer!” Antonia le dijo, “Jamás señor soñé, que mi propio tío sería el secuestrador.” Rocambole le dijo, “¡Y hay más aún! Pero lo desenmascararémos. ¡Escúcha!” Poco a poco, Rocambole dispuso los planes futuros. Mientras tanto, en La Posada Maldita, el posadero dialogaba con los dos policías. “¿No leyó el cartel? ¡Prohibido los polis, amigo! Sin embargo, lo dejaré buscar cuánto guste…en la posada…” Antes de que terminára la frase, los dos policías ya estaban inspeccionando.
    La patibularia grey de parroquianos miró a los recién llegados con odio y amenaza, mientras éstos últimos revisaban la posada llenos de temor. Después de que se buscó en vano entre los clientes, el posadero señaló las puertas de la trastienda, y les dijo,
“¿No miran aquí? ¡Vamos, no se queden con dudas!” Al entrar, uno de los policías, miró el armario, y dijo, “Veo que no hay nadie, solo está éste mueble…” El posadero se adelantó, y abriendo una puerta del armario, dijo, “¡Adentro cabría un hombre de pie! Veamos.” Cuando el gendarme se acercó a mirar el interior, dijo, “¡Vacío! ¿Por qué me muestra todo esto?”
    El posadero le dijo,
“¡Para disipar sospechas, mi negocio es limpio, no nos gustan éstas visitas!¡Je!” Cuando el gendarme vio que no habia nada, dijo, temblorosamente, “Dis-cúl-peme, yo…tengo que…bus-car…y….” Entonces el posadero les gritó, “¡Largo de mi casa! La próxima vez, algunos de los suyos saldrán lastimados. ¡No lo olvide!” Mientras tanto afuera, el vizconde dialogaba con Timoleón, “¡Ese maldito se nos escapó, pero fue mi sobrina quien metió las narices, llevándose al chico del ministro.” Enseguida, el vizconde dijo, “¡Timoleón, ella será acusada del secuestro, varios de los nuestros la vieron salir con el chico! ¿No?” Timoleón le dijo, “¡Por Dios, señor, es vuestra propia sobrina!”
    El vizconde se encolerizó, y le dijo, “¡Le prohibí acercarse a mi hospicio! ¡Ahora pagará con la muerte su desobediencia! ¡Daré la orden de que la acusen, tenlo por seguro!” Timoleón le dijo, “¿Y luego…si ella a su vez lo acusa a usted?” El vizconde le dijo, “¡Eres torpe! ¡Nadie le creerá! Pero además, nos aseguraremos de que se cálle para siempre…¡Je!” A continuación, llegó el jefe de policía, y dijo, “¡Vizconde, Rocambole parece haberse esfumado!” El vizconde dijo, “¡Me lo imaginaba, jefe! También hay una chica, recuerde esos horribles secuestros…¡Y sé quién es ella!” En el pescante del coche, alguien que parecía dormir, y que lo conducía, pensó, “¡Uh qué interesante plática! Rocambole oirá con atención, cuando se lo cuente…”
    Al día siguiente, en una calleja de Mont-Martre, una figura femenina y huidíza, avanzba con un bebé… de pronto, un afroeuropeo decía a unos guardias, “¡Pol Dio, una mujé so'spechosa con un nenito…le vi la cara al chico…e…e el dibujo ese!” Uno de los señores civiles que tambien la buscaba, dijo al verla, “La que secuestró al pobrecillo; ahora verá esa gata!” Un guardia gritó, “Atrápenla sin dañarla, la ley se encargará de ella!” Entre varios hombres la rodearon, y un civil dijo, “¡Ya la tenemos!” El guardia que venía atrás les gritó, “¡Les digo que no le hagan nada, o los golpearé! ¡Déjenla a mi cargo, apártense y circulen!” El jefe de la policía, tomó al pequeño en sus brazos, y dijo, “¡Ya te esposé! Sí, arpía, es él, es ese inocente…”  
     Uno de los civiles gritó, “¡Iremos a verte guillotinada, maldita!” Al ser llevada a prisión, ella envió una última mirada temerosa hacia aquel negro, su primer acusador. Poco después, el raro personaje caminaba solitario por una callecita lateral, cuidando que nadie lo viera. En un portal deshabitado, el personaje se escondió, y pensó, “¡Ahora una pequeña metamorfosis!” Escondido, allí había dejado un maletín. Y mientras se desmaquillaba frente a un pequeño espejo, pensó, “¡Amigo negro, me serviste para dar la alarma, ahora me despido de ti…y te lo agradezco! ¡Je!”  Poco después, un hombre vestido con ropa de calle, salía de allí, sin dejar vestigios. Nadie diría que era el legendario Rocambole.
    Más tarde, en un elegante barrio de la ciudad, un hombre llegaba ante una mansión aristocrática. Desde la banqueta, el hombre pensó,
“¡Ah, el vizconde tiene su palacio, pero jamás admitiría que yo entrára por la puerta del frente!” Golpeó por la entrada de servicio. Una institutriz abrió la puerta, y le dijo, “¡Páse de prisa, mi señor lo espera!” Sentado en un sillón, el vizconde bebía un té. Al verlo entrar, el vizconde le dijo, “¡Ven Timoleón, toma el té conmigo! Aprovecha, será la última vez que me visites en mi casa.” Timoleón le dijo, “¿Por qué dice eso?” El vizconde dijo, “Luego que lleves a cabo mi plan, te convendrá irte a Lombardía, o a América…” Timoleón dijo, “¿Tan lejos, vizconde?”
    El vizconde dijo, “¡Bien lejos! Porque cuando Rocambole sepa lo que hiciste, te hará lo que le hago a esta tostada así.” ¡CRUNCH! El vizconde mordió la tostada. Timoleón, se asustó, y dijo, “¡No agregue más miedo al que ya tengo!” El vizconde le dijo, “¡Es mi garantía de seguridad, siempre y cuando me sigas siendo fiel! Porque yo mismo puedo entregarte a su cólera, querido Timoleón…” Tras una pausa, el vizconde dijo, “Pero somos socios, ¿Verdad? ¡No exageremos! Te óigo.” Timoleón dijo, “¡Su sobrina fue atrapada en Montmartre!” El vizconde dijo, “¡Magnífico! Ahora comunícate con Lolo…ya sabes lo que te dije anoche.” Timoleón dijo, “De inmediato señor. ¡Su sobrina no podrá 'cantar'!”
     El asustado Timoleón, salió y tomó un coche, ordenando,
“¡Al sur, cochero!” Hubo un largo viaje por las avenidas, desde aquella zona de residencia, hacia otras más humildes. Por fin se apeó en unas callejuelas de mala muerte. En un canal subsidiario del Sena, había un extraño, “pescador” cuyo anzuelo no salía del agua. Timoleón pensó al verlo, “¡Allí está Lolo, vaya extraña forma de esconderse de la policía!” Llegando atrás de Lolo, cuando ni siquiera lo veía, Timoleón le dijo, “¡Oyeme bien, Lolo, tengo un trabajo delicado!” Lolo le dijo, “¿Traes buena pasta, hermano?” Timoleón le dijo, “Así es, pero aún sin ella, no te negarás! ¡Me manda el señor X!” Lolo se sobresaltó, y le dijo, “¡Ah caray, no quiero volver a prisión!” Timoleón le dijo, “¡Sí, él te haría ajusticiar! Te dejo el paquete, Lolo.”
    Lolo dijo, “¡Está bien, ya vete, llevas medio minuto a mi lado!” Timoleón se acercó a la barca varada, dejando un paquete. Sus movimientos fueron observados por el, “pescador.” Lolo jaló su caña, y sacó su presa amarrada al sedal: una cadena para defenderse, y un frasco de aguardiente. A continuación bebió de aquel alcohol fuerte y recio. Luego, tomó el paquete, y pensó, “¡Ah, aquí está ésto! A trabajar, llevaba tres días esperando, comiendo unos panes secos que me trajo Felipona, como quien tira basura al agua…” Lolo vació en su mano, el contenido del paquete, y exclamó, “¡Monedas de oro puro, y una capsulita; perfecto!”
     También había una nota con instrucciones. Lolo leyó la nota, “¡Hum!... y ya en el bote, dárselo en el té, hablando con Magdalena, la Chata, ¡Hum!” Después el rufián guardó el frasco y la cadena en el mismo escondite, y dejó aquel lugar solitario. Poco después, cerca de allí en unos tiraderos de basura, Lolo gritó al ver a una mujer, “¡Hey, Felipona, ven acá, tengo un duro amarillo para ti!” Cuando Lolo se acercó, Felipona le dijo, “¡Dime cómo ganarlo, Lolo, y volaré si hace falta!” Lolo le dijo, “¡Bah, no exageres! Te lo diré, luego que hagas el trabajo lo tendrás.” De aquel modo, se ataron los lazos de un plan siniestro.
     Felipona, la pepenadora, era una mujer sin escrúpulos, y para ella, aquella misión era de rutina… También Lolo, acabada su parte, volvía a,
“pescar.” Al llegar al bote, Lolo pensó, “¡Ya vuelvo a estar aquí! Me cuidaré bien…” A continuación, metió la mano en un orificio del bote de madera, y pensó, “Guardaré ahora éstas monedas. ¡Como indicaban las instrucciones, rompí el papel en pedazos, y lo tiré!” De pronto, Lolo escuchó una voz a sus espaldas, “Lolo, amigo mío, tenemos que hablar!” Lolo volteó, y exclamó, “¡Qui-Quien dem…? ¡Oh, no no!” Rocambole lo enfrentó, y le dijo, “¿Olvidas que tengo gente en el basurero, y que tú y la vieja Felipona, son demasiado visibles, además de que sólo se juntan para alguna fechoría?” Lolo exclamó, “¡Pie-pie dad, Rocambole! ¡Ohhh!”
     Rocambole lo empujó al bote, aventándolo, y dijo,
“¡Si quieres tu cadena, tómala, puedo vencerte con las manos atadas!” Lolo cayó en el bote, y dijo, “¡N-no lo haré!¡No quiero morir!” Rocambole lo tomó del cuello de su chamarra, y le dijo, “¡Vamos, cuéntame el asunto, o te ahogas!” Lolo dijo, “¡Ha-hablaré! ¡Esta chica, la secuestradora…morirá envenenada…en el bote…y Felipona…!” Rocambole lo aventó, diciendo, “¡Ya entiendo, no necesito más, lo han hecho otras veces! Solo dime quién te encargó la faena.” Lolo cayó, diciendo, “¡Auch! No quiero hablar.” Rocambole dijo, “¡Ni lo pienses!¡O quedas tuerto de ambos ojos!” Lolo dijo, “¡Fue…fue Timoleón!” Rocambole tomó la botella y la cadena, y dijo, “Me llevaré éstas cosas, no las necesito. ¡Si alguien muere envenenado, en San Lázaro, volveré por ti!” Lolo dijo, “Ya no puedo remediarlo!”
     Rocambole dijo, “¡Nada es irremediable! Se acabó tu diversión, Lolo, haz de cuenta que una cuerda pende sobre tu cuello…” Lolo dijo, “¡Oh, oh, qué desdichado soy!” Mientras tanto, Felipona llegaba a la feria, pensando, “¡Allí en la feria popular haré mi comedia!” Se paseó despacito, entre el tianguis de frutas y verduras. Felipona pensó, “Allí en la Feria Popular, haré mi comedia!” Una vez que Felipona llego a un puesto de frutas, pateó un carrito de frutas, tumbando la fruta, y dijo, “¡Maldito, me perjudicaste una vez, esta vez no podrás alcanzarme!”   El frutero gritó, “¡Ayudeneme, está arruinando mi venta!” Felipona corrió, satisfecha, y un hombre gritó, “¡Detengan esa maldita vagabunda!”
      Felipona dijo, “¡Ja, Ja, Ja!¡Eres bruto, Nicola!” De pronto, al pasar por las frutas tiradas, Felipona pensaba, “¡Muy bien querida, pon broche de oro a tu obra!” Pero resbaló y cayó, exclamando, “¡Ah!” Dos gendarmes aprovecharon y la capturaron. Uno de ellos dijo, “¡Te tengo, vieja sucia, pagarás en el calabozo!” Felipona gritó, “¡Ay, no me dejen que me pegue!¡Ay, ay, aayyy!” Poco después, la pepenadora era conducida a San Lázaro, donde el comerciante Nicola, formalizaría su denuncia. Mientras tanto, en un escondite, bajo la Posada Maldita, Rocambole ponía en acción a varios aliados. Rocambole decía, “…y ya saben, Timoleón fue uno de los nuestros, antes de venderse a Morlux, conocemos sus varios escondites! ¿No? ¡Localícenlo en menos de dos horas!”
    Mirón dijo,
“Sí, también hablaremos con soplones amigos…” Empezó una tortuosa pesquisa por los distintos escenarios de la ciudad, por parte de Matarife y Mirón. En los abastos de carne, solían surgir novedades. A veces los datos venían de personas inverosímiles, pues un ciego, que se hacia pasar por ciego, para pedir limosna, dijo tras el interrogatorio, “¿Timoleón, Sandra? Acabo de verlo. ¡Se tapaba el rostro con una bufanda! Creo que en dirección a la la cité.” Sandra le dijo, “¡Gracias ciego, Rocambole te aprecia cada día ves mejor!” Pronto, Sandra localizó a su patrón, y dijo a Rocambole, “…y anda por la cité. ¡Extraño el lugar para huir!” Rocambole dijo, “¡No, al contrario, es el mejor sitio para hacerlo!” Sandra dijo, “¿La cité? ¡Por Dios!” Rocambole pensó, “Un lugar donde nadie lo buscaría! ¡La catedral! ¡Ese bellaco debe hacer tiempo antes de dejar París!”
     En la inmensa bóveda gótica de, Notre Dame, de París, había poca gente, y a un lado, un orante solitario, que decía en su pensamiento,
“¡Oh, estoy loco de miedo, si no déjo ésta ciudad enseguida, Rocambole me matará! ¡Lo presiento! ¡Bueno, ya no puedo detener la muerte de Antonia, solo alejarme, hacerme humo!” De manera paranoica, el hombre se levantó del banco, y pensó, “Por Dios, desvarío, creo ver ojos siniestros por todas partes, espiándome, amenazándome!” En realidad, el bandido no desvariaba tanto, pues Rocambole lo venia espiando. Al verlo, Rocambole pensó, “¡Timoleón, eres un traidor, te las verás conmigo!” Cuando Timoleón salió de la Iglesia, empezó una cautelosa persecución de Rocambole, haciendo uso de su asombrosa facultad para pasar desapercibido.
    Timoleón fue hacia una abigarrada zona comercial. Al pasar frente a espejos deformantes, las imágenes le devolvían una figura absurda. Al pararse frente al espejo deformante Timoleón pensó,
“¿Qué me pasa? ¡Nunca he temido andar por aquí!” A la distancia, Rocambole lo vigilaba. Cuando Timoleón avanzó, Rocambole pensó, “¡Debí haberlo previsto! El patán va hacia el escondite de aquel traficante de joyas que conocimos…¡Nunca pensé que se lo hubiera apropiado para sí! Muy bien. Preparémosle de una bienvenida entonces.”
     Timoleón entró a un edificio, y bajó unas escaleras hacia una habitación, pensando,
“¡Vaya, mis temores son infundados! Llegué hasta aquí, el resto del escape será más fácil…” Cuando Timoleón entró a la habitación, pensó, “¡Ah, a salvo! Afuera creí que…¡Bah, eso acabó!” Timoleón pensó al llegar a su sala, “¡Llegué a mi cueva de Alí Babá! ¡Los frutos de robos, secuestros, crímenes…¡Un bello santuario!” Enseguida, Timoleón se dirigió a su recamara, pensando, “Y también está mi tesoro mayor…mi tesorito…” Una mujer recostada boca abajo despertó, y dijo, “¿Quí…quién me despierta?”
    Timoleón dijo, “¡Soy yo, preciosa Julia, no temas!” La mujer se incorporó, y dijo exaltada, “¡Apártese, no me tóque!” Timoleón dijo, “¿Aún te resistes, querida? ¡Bien, seré paciente! Pero recuerda, serás mía…pronto.” La mujer le dijo, “¡Usted es mi tío, sí, pero mamá murió bajo su atención, usted no quiso hospitalizarla, ni cuando estaba grave!” Timoleón dijo, “¡Bah, mi hermana era una molestia, pequeña!” Timoleón agregó, “No quería que me acercara a ti, ¿Lo crees? ¡Era una idea absurda que la piadosa muerte le borró!” La mujer le dijo, “¡Maldito, vivo con usted solo porque es mi tío!” Timoleón dijo, “¡Serás mía hazte a la idea! ¡Todos mis tesoros son tuyos…o si no, puedo matarte! ¡Ven aquí!”
    La mujer gritó,
“¡Déjeme, por favor!” Rocambole escuchaba, trepado arriba de la recamara por un domo abierto, desde la parte de afuera, y pensó, “¡Maldito rufián, ahora tratará de forzarla!” La mujer se zafaba, gritando, “¡Déjenme, nunca seré suya!” A continuación, Rocambole se colgó del domo, y entrando a la habitación, dijo, “Timoleón, prepárate a enfrentarte con tu antiguo jefe!” La furia de Rocambole fue incontenible. Cuando lo tenía sometido, Rocambole le dijo, “¡Ahora acabaré contigo!” Pero la mujer dijo, “¡No se ensucie con la muerte de éste cobarde!” Rocambole lo sujetó del cuello de su chamarra, y dijo, “No temas Julia, oí lo que hablaban. ¡Siempre soy limpio, doy oportunidad a mis peores rivales!” Timoleón le dijo, “¿Qué, qué me harás?”
     Rocambole le dijo,
“¡Por ahora Julia se va conmigo. Si Antonia muere, no la verás más.” Timoleón dijo, “¡No, la escondo desde que era niña, la necesíto!” Timoleón lloraba. Entonces Julia le dijo, señalándolo con su dedo, “¡Maldito, siempre lo respeté como familiar, y hoy intentó forzarme, nunca se lo perdonaré!” Con lágrimas en los ojos, Timoleón le dijo, “¡Julia, todo lo que hago es por ti!” Julia lo abofeteó, diciendo, “¡Me das asco, Timoleón!” Entonces, Rocambole le dijo, “¿Qué ibas a hacer ahora, habla?” Timoleón dijo, “Iba a Lombardía, o acaso América. Justamente vine por ella para irnos juntos…¡Saldría ésta noche!”
    Rocambole dijo,
“Esta noche…¿Cuál era la condición de los pasajes?” Timoleón dijo, “La noticia de la muerte de Antonia. ¡Por Dios, Morlux es cruel, en ella tiene su misma sangre!” Rocambole le dijo, “¡Oye bien! ¡Todo esto es una trampa mía para Morlux! ¡Lo planeamos con Antonia, es tiempo de que concluya su reinado en el Club de los Estranguladores! Su propia sobrina lo perderá ¿Oyes? ¡Y también tú!” Timoleón dijo, “¿Yo? pero ¡Cómo podría?” Rocambole le dijo, “¡Tendrás tu oportunidad en un duelo conmigo! ¡Si gáno, adiós…pero si me gánas, te dejaré a Julia! Y no deseo que esto ocurra, Timoleón.” Antes de irse con Julia, Rocambole le dijo, ¿Dónde tiene Morlux a los otros chicos secuestrados? ¿En aquel horrible hospicio?”
    Timoleón le dijo
, “¡Sí! Y viven en las residencias del norte, les abres, número quinientos veinte.” Rocambole le dijo, señalándolo, “Te espero pasado mañana, en los prados de, Les Champs Elysee, a solas los dos, excepto Julia.” Timoleón dijo, “¡Allí estaré, mientras tanto, me quedaré aquí!” Rocambole le dijo, “¡Más vale que así lo hagas, un secuaz mío, tendrá éste sitio bajo vigilancia a partir de este momento!” Cuando Rocambole y Julia se fueron, Timoleón pensó, “¡Diablos, estoy en un lío! Cuando Morlux sepa ésto, querrá matarme, pero témo más a Rocambole…” El paladín huyo con la joven, simulando que no notaba la mirada admirativa y curiosa de ella. El recorrido de ambos, acabó en la Posada Maldita. Allí, en la cueva, lo esperaban Mirón y Matarife, a quienes les dijo, “¡Amigos, tengo más trabajo para ambos!”
    Rocambole dijo, señalando con su dedo, “Mirón, cuida con tu vida a Julia, y tú Juan, vigila aquel viejo escondite del traficante de joyas en las galerías, de día y noche. ¿De acuerdo?” Mirón dijo, “Así se hará.” Después, Rocambole desandó el camino hacia la taberna, ayudado de un candelabro y una vela, pensando, “¡Debo apurarme, la vida de Antonia pende de un hilo!” Cuando Rocambole llegó a la trastienda de la Posada Maldita, a través del túnel, entrando por el armario falso, dijo al posadero, “Tráeme los disfraces, Cara Rota, todos.” Cara Rota le dijo, “Enseguida, patrón.”
    Después, un parroquiano que era pintor, entró a la trastienda, y dijo a Cara Rota,
“¡Oye! ¿Quién está ahí, a qué tanto misterio?” Cara Rota le dijo, “Espera a verlo tú mismo, artista.” El hombre dijo, “¡Caray, si es Rocambole no veo la razón…¡Por Dios, un policía! ¿Pero cómo…?” Cara Rota dijo, “¡Ja, Ja, Ja! ¡Artista, es Rocambole. No lo notaste.” El hombre dijo, “¡Caray, aún sabiéndolo…me enchina la piel!” Cara Rota dijo, “¡Así es el patrón, amigo, solo él puede lograrlo.”
    Más tarde, un gendarme como cualquier otro, merodeaba por las inmediaciones de San Lázaro. A través de la oscuridad de la noche, Rocambole miró a la distancia un edificio, y pensó,
“¡El presidio! No es mi primera visita secreta…” En un callejón próximo, seguro de no ser visto, Rocambole movió la tapadera de una alcantarilla, y se introdujo, bajo la calle.
    Mientras tanto, en una celda de la zona femenina, una mujer encerrada maquinaba pícaramente en sus pensamientos,
“¡Eres genial Felipona, sigue y acaba con ello!” La mujer observaba una aguja, y pensó, “¡Un pequeño toque, en la zona carnosa de la nariz, sin dolor provocará una hemorragia aparatosa…” Hecha aquella mínima pinchadura, Felipona comenzó a gritar, “¡Socorro auxilio, me muero!” Dos mujeres gendarmes escucharon los gritos. Una de ellas dijo, “¿Quién grita de esa manera?”  Felipona gritaba, “¡Socorro!” La otra gendarme dijo, “¡La vieja pepenadora habrá intentado suicidarse!”
    A continuación, las mujeres abrieron la puerta de la celda. Al encontrar a Felipona en el suelo, una de las gendarmes dijo, “¡Cielos, está bañada de sangre!” La otra dijo, “¡Voy por los de enfermería!” Poco después, la, “mujer herida,” era llevada a servicios de emergencia. Más tarde, las gendarmes platicaban. Una de ellas dijo, “¡Bah, no tiene casi nada! Me pregúnto cómo se hirió la nariz, ésta vieja bruja…” Poco después, las gendarmes fueron por Felipona a la enfermería. Y al llegar, una de ellas dijo, “Doctor, ya está limpia su celda, devolvamos la allí.” Pero el doctor dijo, “Tiene un shock nervioso. ¡Déjenle unas horas de reposo, para que se recupére!”
     Entonces la gendarme dijo,
“¡Doctor, no se déje engañar, ella es peligrosa!” El doctor dijo, “¡Yo me hago responsable, vuelvan por ella en cinco horas.” Entonces Felipona despertó, y les dijo, “¡Ah, les oí! Doctor, gracias por la ayuda, ¡Je!” A un lado, inadvertidamente, una una mujer grande y desagradable, llamada Magdalena, no se perdía detalle de aquello. Poco después, Felipona, la supuesta, “enferma,” pareció reposar profundamente. Entonces, Magdalena, la enfermera misteriosa, se acercó, y dijo, “¡Vieja Felipona, a mí no me engañas con tu teatro!” Felipona dijo, “¡Shit! ¿Eres Magdalena, la Chata? ¡Acércate!" Magdalena le entregó una pastilla, diciendo, “¡Encárgo de Timoleón, vía Lolo! 'Cápsula Mortal'” Felipona dijo, “¡Dios, veneno para alguien! ¿Quién?” La mujer dijo, “¡Para la del secuestro, esa recién llegada!”
     Felipona dijo, “¡Suficiente! Sin duda, órdenes del señor X.” La enfermera le dijo, “¡Tendremos buena paga! ¿Eh?” Felipona le dijo, “O una muerte rápida, querida, ¡Cuidado!” En eso, el doctor llegó, y dijo, “¿Que hace enfermera?” La mujer le dijo, “La tapo, doctor, duerme como un Ángel.” El doctor dijo, “En cuanto despierte, que la devuelvan a su celda.” La enfermera dijo, “Así será, doctor.” Afuera, el “policía,” se apartó de la ventana donde había estado escuchando. Nadie sospechó que fuera un extraño. Al toparse con otro gendarme en su vigilancia, el, “policía” dijo, “¡Buenas tardes oficial!” Se paseó como en una larga ronda, entre las celdas, buscando la celda ocupada por Antonia, su amiga.
    El hombre pensó,
“Por lo visto, a las detenidas no les dan un uniforme.” Entonces, Rocambole se detuvo en una celda, una mujer salió del interior. Era Antonia, quien dijo, “¿Qué hace usted…?” El hombre dijo, “¡Shit! ¡Soy Rocambole, oye bien lo que quiero que hagas! ¡Si te traen agua, o té, no bebas. Tira el contenido de la taza, sin quebrarla, y tomate esto!” Antonia dijo, “¿Qué es?” Rocambole le dijo, “¡Sólo cumple eso, el resto yo lo haré!” Antonia dijo, “¡Bien aunque no entiendo…! ¿Cómo llegaste aquí? ¡Por Dios, se va sin contestar! Que hombre tan enigmático…” Poco después, una mujer gendarme, llevaba una charola de té, y decía a otras gendarmes, “¡Ah, llevemos el té de la noche a la del pabellón cinco, tanto ellas como nosotros dormiremos después!”
    Enseguida, la mujer dio una instrucción específica a una de las gendarmes, y le dijo,
  señalando a la charola, “Querida, llévales esto. ¡La tercera es para la nueva, tiene más azúcar que las demás, así lo prefiere!” La gendarme contestó, “Se lo pasaré al vigilante de turno. Claro…” En el breve recorrido a solas, la mujer vació el contenido de un sobrecito en una de las tasas de té, y pensó, “¡Ya está! La cápsula se disuelve!” Después, la gendarme entregó la charola con los tes a un guardia, y dijo, “…y da la tercera taza a la nueva, esa es la orden.” Cuando el guardia partió con la charola, la mujer pensó, “Un trabajo limpio, sin duda…¡Ja!”
     El guardia llegó a la celda de Antonia con la charola, y le dijo, “¡Toma tu té, preciosa!” Antonia exclamó, “¡Té para mí, gracias!” Cuando el guardia se fue, Antonia pensó, “Lo tíro y tómo esto…¡Ahora mismo!” Un dolor agudo le abrazó la garganta, y gritó, “¡AAAAYYY!” Después, un doctor la revisaba. El doctor dijo a los guardias, “Muerta, al parecer de un infarto! Fue rápido…” Mientras se atendía a la, “muerta,” un, “sargento,” hizo algo sin ser notado. Revisando la tasa, pensó, “¡He aquí la taza, eres valiente, Antonia!”
     El doctor dijo,
“Por ahora llévenla a la morgue. En dos horas procederé a una prolija autopsia.”  Un guardia dijo, “Muy bien doctor.” Rocambole, disfrazado de Sargento, pasó por la morgue, para revisar todo, y pensó, “¡Bien, todo se ve perfecto! Volveré por ti, amiga!” En la sala de enfermeras, una enfermera, Magda, escuchaba satisfecha a dos enfermeras, una de las cuales decía, “¡…y parece que cayó fulminada! ¡Pobrecilla!” Entonces Magda dijo, “Estoy cansada. ¿Me traerías un té a mi cuarto, Lil?” Lil le dijo, “Claro Magda, en diez minutos lo tendrás…”  Magdalena le dijo, “¡Recuerda, solo a una cucharita de azúcar!” Lil le dijo, “¡Claro que lo recuerdo, ve tranquila!”
     Mientras se retiraba, Magdalena no notó que detrás de ella Rocambole la seguía, quien pensó,
“¡Asesina eres, Magdalena, la chata, te conozco!” Ella se creyó sola, y se dirigió a la enfermería, y al abrir la puerta pensó, “¡Falta un detalle, solo así estaré segura!” Se detuvo frente a la camilla de Felipona, y pensó, “¡Felipona, cumpliste, estás vieja, y duermes de verdad! Es hora de que te despidas del mundo…” Con una almohada, Magdalena acabó su macabra tarea, diciendo, “¡Adiós, vieja, sin duda Timoleón esperaba esto!” Pero no estaba sola en aquello. Rocambole la vigilaba, y pensó, “¡Una criminal completa! Mató a su colega… ¡No me temblará la mano al hacer lo que haré!”  
     Rocambole regresó a la enfermería, y dejó la tasa de Antonia, que había albergado el contenido mortal. Después de retirarse, Rocambole regresó, y tocó la puerta, y pensó, “Ahora no puedo dar un paso en falso…” Una enfermera, Lil, abrió, y dijo, “¿Qué desea, agente?” Rocambole dijo, “Me manda la señorita Magda por su té, enfermera.” Lil dio la vuelta, y dijo, “¡Esa impaciente! Está bien, ya tengo el agua lista, solo lo prepararé…” Lil lo preparó, y lo entregó en una tasa sobre un pequeño plato, diciendo, “¡Oh, qué feliz azar, creí no tener aquí tasas y…!” Entonces Rocambole hizo una maniobra, y regresando la tasa de té, dijo, “Así es, enfermera, ¡Me retiro, ando de ronda!” Entonces, Lil le dijo, “¡Se va tan pronto? ¡Usted me cae bien!”
     Rocambole le dijo,
“Ya volveremos a vernos… ¡Quizás!” Cuando Rocambole se retiró, Lil pensó, “¡No estaba mal ese hombre! ¿Quién será? ¡Soy tonta, ni siquiera le pregunté su nombre!” Poco después, Lil llevó el té a la habitación de Magda. Lil tocó la puerta, y dijo al abrir, “¡Magda, tu té!” Magda dijo, “¡Gracias querida, dámelo!” Entonces Lil le dijo, “Oye, acabo de conocer a un buen mozo.” Magda le dijo, “¡Mañana me cuentas, Lil! ¡Estoy cansada! ¡Adiós!”  Magda tomó la tasa de té, y pensó, “¡Esa boba! Magda, te has portado bien, mereces tu infusión aromática, bébela con gusto…” Magda bebió un largo sorbo de la misma taza, cuyo contenido había preparado poco antes. Los restos del veneno, fueron más que suficientes. Magda se llevó la mano a la garganta, y gritó, “¡OH; QUE DOLOR! ¡Oh, ohhh!¡Aaaarggg!”
     Murió instantáneamente, y su cuerpo inerte sería descubierto horas más tarde, al otro día. Felipona, la pepenadora, y Magdalena, la Chata, cayeron víctimas de su propia conspiración criminal. Una hora más tarde, en silencio, se abrió a la puerta de la morgue, y, Rocambole pensó para si mismo, “¡Doctor, falta una hora para su autopsia! Lo siento, pero la muerta no esperará hasta entonces.” Rocambole cargó a Antonia, y pensó, “¡Vámonos, nada tenemos que hacer aquí!” Rocambole salió con el mismo sigilo por el mismo lugar insospechable, por el que había entrado al recinto carcelario. Horas más tarde, empezaba un amanecer más limpio en la capital francesa.
    Al menos era la opinión del célebre Rocambole, quien ya en su morada, pensaba,
“¡Sí, esas dos arpías fuera de combate, alegran un poco mi existencia! Pero aún no es todo…” Enseguida, Rocambole advirtió la presencia de su invitada, “¡Oh? ¿Tú estabas aquí, muchacha?” Julia dijo, “Te esperaba, Rocambole, llegaste muy tarde anoche.” Rocambole, la tomó de los hombros, y le dijo, “Tuve mucho trabajo, ¿Qué te pasa?” Julia le dijo, “¡No quiero volver con mi tío, no me hace falta el duelo!” Rocambole le dijo, “¡Nunca me écho para atrás en eso, querida! Cálmate.” Julia exclamó, “¡Oh!” Julia lo amaba, y le besó sus labios demostrándoselo. Julia le dijo, “¿Entiendes porque no quiero que corras riesgos?”
    Rocambole le dijo,
“¡Despacio muchacha! Primero acabemos éste asunto, y luego hablaremos…¿Qué opinas?” Julia dijo, “¡Está bien! ¡Pero anoche llegaste con una…!” Rocambole le dijo, “¡Ah, celos! Es Antonia, ella nos ayudará a acabar con los asesino. Tú y ella serán amigas, creo…” Julia le dijo, “¿No me mientes?” Rocambole le dijo, “¡En absoluto, ve ahora mismo con ella!” Un rato después, ambas platicaban cordiales. Rocambole pensó, “¡Julia estaba sola, necesitaba una amiga! Pero dejemos eso, hay cosas más urgentes…” A continuación, Rocambole dijo, “Antonieta, debes ir conmigo, ya está todo listo.” Antonia dijo, “Le explicaba a Julia cómo morí, y reviví.”
    Julia los acompañó al carruaje, y Rocambole le dijo, “¡Volveré Julia, mañana discutiré con tu tío!” Julia le dijo, “¡Cuidado, la banda es peligrosa! ¡Estaré esperando!” Cuando iban en el carruaje, Antonieta dijo, “No dañes a esa chica, amigo, te ama.” Rocambole le dijo, “¡También a mí me gusta! ¡También estoy solo!” Antonia le dijo, “¿Porque hicimos todo eso, en San Lázaro?” Rocambole dijo, “Quería que supieras cuál es el grado de peligrosidad de tu tío. ¡Es el rey del mal, preside el Club de los Estranguladores! Solo anoche trató de eliminarme, hizo matar a una vieja…y la asesina de ella murió víctima de su propio veneno.” Antonia dijo, “¡Yo solo supe que ese niño…quise salvarlo!”
    Rocambole dijo, “Los míos, gente de la Posada Maldita, ya tienen la orden de actuar. La mandé con Mirón. ¡Tú testimonio contra Morlux, será fundamental!” Antonia dijo, “¡Si, daré mi testimonio, es un daño público!” Cuando bajaron del carruaje, Rocambole dijo, “Bien, hemos llegado, manos a la obra.” Antonia le dijo, “No temas por mí, he comprendido todo, y estoy dispuesta.” Se anunciaron y fueron introducidos de inmediato. El vizconde recibió a Antonia, mientras Rocambole escuchaba detrás de una cortina. El vizconde dijo, “¡Querida Antonia! ¿Dónde estabas? ¿Quién te acompaña?” Antonia le dijo,  “¡Todo se acabó, tío, saqué de tu hospicio a ese niño…”
     El vizconde sacó una pistola y apuntando dijo,
“¡Querida, debías haber muerto anoche en San Lázaro! Pero lo haremos ahora, sin que queden rastros…Por lo que me comentaron, moriste oficialmente. ¡Solo se extraña la desaparición de tu cadáver! Pero ahora, les devolveremos tu cuerpo bien muerto, ¡Je!” Rocambole salió a la vista, y dijo, “Acabó la comedia, Morlux, entrégate.” El vizconde dijo, “¿Por qué? ¡Yo tengo el arma, y tú, Rocambole, eres un delincuente que corrompiste a mi sobrina! Tengo una perfecta coartada, ya ves…” Rocambole le dijo, “Yo tengo una coartada mejor, más creíble. Mira a éste costado!” El vizconde dijo, “¿Crees que caeré en ese truco…? ¡Oh, No, No!” Los gendarmes de policía, aparecieron. Entonces, el vizconde dijo, “¡Jefe! ¿Creerá acaso éstas tontas palabras, o lo que dice el bandido Rocambole?” El jefe de los gendarmes dijo, “¡No es solo eso, vizconde. ¡Venimos del hospicio, acabamos de rescatar a los siete secuestrados!” Entonces el vizconde dijo, “¡Está bien, otra víctima no importa, esto es una larga costumbre para mí! ¡Nadie se mueva!”
    Entonces, inesperadamente, Rocambole sacó un cuchillo, y dijo,
“¡Todos al suelo!” Pero el vizconde le apuntó, y le dijo, “¡Maldito, te mataré primero!” Y disparó, pero el criminal nervioso, no dio en el blanco. Entonces Rocambole le lanzó el cuchillo, y dijo, “¡Morlux, aquí pagarás tu carrera de asesino!” Fue una perfecta estocada a distancia. Morlux cayó fulminado. El jefe de los gendarmes dijo, “Esto se acabó. Hay muchos cargos contra él…y casi todos sus secuaces, cayeron al defender el hospicio.” Rocambole dijo, “Dice casi y dice bien. ¡Aún falta un pez gordo! ¡Y éste me toca a mí! ¡Es Timoleón! ¡Adiós señores!” El jefe de los gendarmes le dijo, “¡Espere usted, no puede irse así, yo, yo…!”
     Cuando Rocambole se fue, el jefe de los gendarmes dijo a Antonia,
“¿Y el otro hombre, el que me trajo?” Antonia dijo, ¿Mirón? ¡También se ha ido, jefe, deberá hablar conmigo! Tengo unas cuantas cosas que contarle de mi tío…” Un carruaje como muchos otros, se alejaba de aquel lugar. Dentro del carruaje, Rocambole dijo a Mirón, “Hicimos bien las cosas, amigo, somos un buen equipo.” Mirón dijo, “¿Todavía nos necesitas para lo restante?” Rocambole dijo, “¡No! Eso me lo dejará a mí solo…vuelvan a la a la Posada Maldita, habrá nuevos casos para todos.” Mirón dijo, “Está bien, eres un buen patrón, Rocambole.” Pasó ese día, luego al siguiente, y entre árboles y flores, Rocambole y Julia se conocieron mejor.
   Julia le dijo,
“¿Estás seguro de no querer echarte atrás, mi amor?” Rocambole dijo, “No, ya te lo dije. ¡No podríamos ser felices con semejante lastre!” Enseguida, Rocambole sacó un estuche de pistolas, y dijo, “Traje el juego de pistolas, claro.” Julia señaló hacia un carruaje que se acercaba, y dijo, “¡Allí viene otro coche, debe ser Timoleón!” Timoleón bajó del carruaje y dijo, “¿Ya estamos listos? ¿Julia será para quien venza?” Rocambole dijo, “Ella lo sabrá. ¡Disputemos por nuestro honor!” Rocambole mostró el estuche abierto con las dos pistolas a Timoleón, y le dijo, “Las dos tienen una bala, Timoleón. Toma la que gustes.” Timoleón dijo, “¡Está bien!”
   Después de revisar la pistola, Timoleón dijo,
“Parece buena, ¡Una bala capaz de matar a un caballo!” Rocambole le dijo, “¡Aprovéchala, no habrá otra oportunidad!” Se pararon uno frente al otro, y Rocambole dijo, “Espalda con espada, diez pasos y giro, con disparo. ¿Qué opinas?” Timoleón dijo, “¡Correcto, que ella cuente los paso!” Ambos se pusieron en posición, y Julia dijo, “¿Listos? Uno…dos…¡Cinco…seis…siete!...ocho…¿Eh? ¡Oh, no! ¡Traición!” Timoleón volteó, apuntando, y pensó, “¡Es ahora o nunca!” Timoleón disparó,  pero la bala rozó en la capa, por la parte del hombro. Timoleón pensó, “¡Maldición, un roce en el hombro!” Hubo un silencio, y Timoleón pensó, “¡Gasté mi tíro!¡Demonios!” Rocambole apuntó sin apuro, ante el horror del otro. Timoleón exclamó, “¡Pie-Pie-Piedad!”
     La muerte chispeó en los ojos del frío paladín. Entonces ocurrió algo asombroso, que nadie esperó. Rocambole volteó y miró al chofer apuntando con un arma hacia Julia. Inmediatamente Rocambole le disparó, diciendo, “¡Muere, ibas a matarla a ella!” Aquel tirador cayó con la bala atorada en el pecho. Entonces Timoleón pensó, “¡No me mató! ¡Gastó su tiro! ¡Ahora es la mía!” Julia gritó, “¡Cuidado Rocambole, trae un puñal el cobarde!” Timoleón se acercó a Rocambole, y le dijo, “¿Cobarde yo? ¡Lo mataré, Julia, y luego daré cuenta de ti!” Rocambole volteó. Timoleón dijo, “¡Ah, eres rápido, pero estás perdido!” Rocambole dijo, “¡Todavía no!”
   Julia le lanzó una pequeña daga, y dijo,
“¡Toma Rocambole!” Timoleón dijo, “¡Ja! ¿Con éste juguete me harás frente?” La mano de Rocambole reptó despacio, hasta el arma, la cual yacía en el césped. Timoleón se le lanzó, diciendo, “¡Tienes tu oportunidad! ¡Peleemos de igual a igual!” Rocambole le dijo, “¡Sí, con esto me alcanza, cobarde!” Giraron en la hierba, acechándose. Timoleón lo sometió en el suelo, y apuntando su cuchillo, le dijo, “¡Ja! ¡Ella morirá! ¡Iré a Islandia con mi botín! ¡Hay muchas mujeres en el mundo para amarme!” Timoleón dejó que se levantara, y enseguida dijo, “¡Nunca creí tener al gran Rocambole a mi merced!”
    Rocambole pensó,
“¡Presume! No sabe lo que le prepáro.” Rocambole estando un árbol pegado a su espalda, le dijo, “¡Vamos acaba de una vez! ¡Tengo un hombro herido!” Timoleón le dijo, “¡Como quieras, será un placer! ¡Ja!” Azuzado, Timoleón se lanzó a fondo…pero su arma solo encontró el vacío. Un tronco cumplió el destino que se le asignaba. Timoleón se llenó de sorpresa al ver que su cuchillo estaba atorado en el tronco, y dijo, “¡M-Mi cuchillo…no puedo desensartarlo!” Hubo una escena extraña, como un hondo abrazo de ambos contendientes, y un grito escalofriante. “¡AHHHH!” Uno de ellos se desplomó despacio. Era Timoleón.
    Rocambole se levantó, y dijo,
“¡Jugó…y perdió, aún con trampas!” Julia dijo, “¡Se lo merecía, pobre infeliz!” La chica soltó en llanto, toda la tensión y el miedo que había acumulado durante años, con aquel cruel tío encargado de su custodia. Pero ahora para ella comenzaba una nueva vida. Lo primero fue curar aquel hombro, de leve herida. Días más tarde, tomaron un expreso hacia el sur, que los llevó en el largo viaje hasta las costas del Mediterráneo. El gran Rocambole y Julia, habían formado una pareja duradera. Disfrutando de las vacaciones bien ganadas, el mar los acuñó con su oleaje amigo.
     En la playa fueron felices, olvidando por completo la ajetreada vida parisiense del paladín francés. Rocambole le dijo,
“¿Me acompañarás con mi extraña forma de actuar?” Julia le dijo, “¡Lo haré! ¡Me esconderé para no ser tu punto débil, y vendré aquí contigo, y nos desquitaremos, y…” Ya nada podía separarlos. Semanas más tarde, regresaron hacia la romántica y peligrosa ciudad luz. La Posada Maldita los esperaba, y Rocambole, ahora acompañado, se dispuso a reanudar su lucha, en favor del bien, amante de la Paz y la Justicia.

Tomado de, Novelas Inmortales, Año IX, No. 539. Marzo 16, de 1988. Guión: Raúl Prieto Cab. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.