viernes, 12 de abril de 2024

La Muchacha de Treppi de Paul Heyse

     Paul Johann Ludwig von Heyse nació el 15 de marzo de 1830, y murió el 2 de abril de 1914, a la edad de 84 años. Paul Heyse fue un distinguido escritor y traductor alemán.

    Miembro de dos importantes sociedades literarias, el, Tunnel Über der Spree, de Berlín y, Die Krokodile, de Múnich, escribió novelas, poesía, 177 cuentos, y unos sesenta dramas. La suma de las muchas y variadas producciones de Heyse, lo convirtió en una figura dominante entre los literatos alemanes.
     Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura de 1910, "como tributo al arte consumado, impregnado de idealismo, que ha demostrado durante su larga y productiva carrera como poeta lírico, dramaturgo, novelista, y escritor de cuentos de renombre mundial". Wirsen, uno de los jueces del Nobel, dijo que "Alemania no ha tenido un genio literario más grande desde Goethe". Heyse es el quinto galardonado en literatura de mayor edad, después de Alice Munro, Jaroslav Seifert, Theodor Mommsen y Doris Lansing.

Vida

Berlín 1830 a 1854

     Paul Heyse nació el 15 de marzo de 1830, en Heiliggeiststraße, Berlín. Su padre, el distinguido filólogo Karl Wilhelm Ludwig Heyse, era profesor en la Universidad de Berlín, y había sido tutor del hijo menor de Wilhelm von Humboldt, entre 1815 y 1817, y de Felix Mendelssohn, entre 1819 y 1827.

    Su abuelo paterno, Johann Christian August Heyse, nacido el 21 de abril de 1764, en Nordhausen, y fallecido el 27 de julio de 1829, en Magdeburgo, fue un famoso gramático y lexicógrafo alemán. La madre de Paul Heyse era judía.

Paul Heyse asistió al rebautizado Friedrich-Wilhelms-Gymnasium hasta 1847. Más tarde, fue recordado como un estudiante modelo.
    Sus conexiones familiares, le valieron una temprana entrada en los círculos artísticos de Berlín, donde conoció a Emanuel Geibel, un hombre quince años mayor que él, que se convertiría en su mentor literario y amigo de toda la vida, y que le presentó a su futuro suegro, el historiador del arte y escritor, Franz Kugler.

     Después de dejar la escuela, Paul Heyse comenzó a estudiar filología clásica. Conoció a Jacob Burckhardt, Adolph Menzel, Theodor Fontane, y Theodor Storm, y en 1849, se unió al grupo literario Tunnel über der Spree. Frühlingsanfang, o, Inicio de la Primavera, 1848, el primero de los poemas de Heyse que se imprimió, expresó su entusiasmo por la reciente Revolución.
   Después de una breve excursión para ver a las milicias estudiantiles, regresó a casa sin unirse a ellas, aparentemente por consideración a las preocupaciones de sus padres y amigos.

    Después de estudiar dos años en la Universidad de Berlín, en abril de 1849, partió hacia Bonn, para estudiar historia del arte y lenguas romances.
     En 1850, finalmente decidió emprender una carrera como escritor, y comenzó una disertación bajo la supervisión de Friedrich Diez, un pionero de la filología románica en Alemania; pero cuando se descubrió que tenía una aventura con la esposa de uno de sus profesores, lo enviaron de regreso a Berlín.
    El primer libro de Heyse, Der Jungbrunnen, o, La Fuente de la Juventud, una colección de cuentos y poesía, fue publicado de forma anónima por su padre ese mismo año, al igual que su tragedia, Francesca von Rimini.
    Casi al mismo tiempo, Heyse recibió del editor Alexander Duncker, un manuscrito del entonces desconocido Theodor Storm. La entusiasta crítica de Heyse, a, Sommergeschichten und Lieder, o Cuentos y Canciones de Verano, sentó las bases de su futura amistad.

    En 1851, Heyse ganó un concurso organizado por los miembros del, "Túnel," para la balada, Das Tal von Espigno, o, El Valle de Espigno, y su primer cuento, "Marion" (1852), recibió el mismo honor.
    Le siguió en 1852 el, Spanisches Liederbuch, o, Cancionero Español, una colección de traducciones de poemas y canciones populares de Geibel y Heyse, que se convertiría en una de las favoritas, de compositores como Robert Schumann (Opp. 74 y 138), Adolf Jensen (Op. 21), y Hugo Wolf (colección de Lieder Spanisches Liederbuch, 1891).
     Wolf también compuso poemas de la colección Italienisches Liederbuch, o, Cancionero Italiano, de Heyse, de 1860 (colección, Lieder Italienisches Liederbuch 1892–96). A lo largo de su carrera, Heyse trabajó como traductor, sobre todo de literatura italiana (Leopardi, Giusti).

    Varios miembros del, "Túnel," comenzaron a encontrar desagradables sus formalidades y su carácter público, y en diciembre de 1852, se formó un círculo más pequeño, el Rütli: incluía a Kugler, Lepel, Fontane, Storm y Heyse. En mayo de 1852, Heyse obtuvo un doctorado por su trabajo sobre los trovadores, y una beca prusiana le permitió partir hacia Italia, para buscar antiguos manuscritos provenzales.
    Se hizo amigo de Arnold Böcklin, y Joseph Victor von Scheffel, pero se le prohibió la entrada a la biblioteca del Vaticano, después de ser descubierto copiando pasajes de manuscritos inéditos.
     Regresó a Alemania en 1853, donde, con el paisaje italiano aún fresco en su mente, escribió las primeras obras que lo hicieron famoso: su cuento más famoso, "L'Arrabbiata" o, "La Furia", 1853, publicado en 1855; y el, Lieder aus Sorrent, o, "Canciones de Sorrento", 1852/53. Gran parte de sus nuevos escritos aparecieron en, Argo, el anuario de los escritores de Rütli.

Munich

1854 a 1914

    Emanuel Geibel convenció al rey de Baviera, Maximiliano II, para que concediera a Heyse una cátedra titular en Munich. Heyse fue nombrado así profesor de filología románica, aunque nunca enseñó en la universidad de esa ciudad.

    Después de casarse el 15 de mayo con Margarete Kugler, llegó a Munich el 25 de mayo de 1854. En su primera audiencia con el rey, Heyse presentó sus cuentos en verso, Hermen, y comenzó una vida productiva como uno de los Nordlichtern o, "auroras boreales":
    Geibel, Heyse y Riehl, y estableció otra sociedad literaria, Die Krokodile, o, Los Cocodrilos, que incluía a Felix Dahn, Wilhelm Hertz, Hermann Lingg, Franz von Kobell, el historiador cultural, Wilhelm Heinrich Riehl, Friedrich Bodenstedt y el escritor de viajes y mecenas de arte, Adolf Friedrich von Chack. En diciembre, Heyse inició una larga correspondencia con Eduard Mörike.

   El 22 de agosto de 1855, nació su primer hijo, Franz. Heyse tuvo cuatro hijos de su primer matrimonio: Franz (1855-1919), Julie o Lulu (Frau Baumgarten, 1857-1928), Ernst (1859-1871) y Clara (Frau Layriz, 1861-1931).
    En 1859, las obligaciones con la familia Kugler, llevaron a Heyse a asumir el cargo de editor del Literaturblatt zum deutschen Kunstblatt, o, Literatura sobre el Arte Alemán, y rechazó una tentadora oferta del gran duque Carl Alexander von Weimar, que habría implicado mudarse a Turingia.

    El 30 de septiembre de 1862, su esposa Margarete murió en Merano, de una enfermedad pulmonar. Heyse completó el drama histórico, Ludwig der Bayer, una pieza de época bávara, que Maximiliano II había estado ansioso por ver durante mucho tiempo, pero su producción teatral fue un fracaso. Sin embargo, Heyse trabajó durante toda la década de 1860 en nuevas obras y finalmente logró su mayor éxito con, Kolberg (1865).

    Heyse se casó con Anna Schubart en 1867. Durante las siguientes tres décadas, Heyse continuó escribiendo prolíficamente. A pesar de una serie de duelos, su vida transcurrió sin incidentes, y su fama creció constantemente hasta convertirse en una figura mundialmente famosa.
    Heyse fue uno de los primeros oponentes del naturalismo, haciendo referencias críticas a él, en forma impresa mucho antes de que su influencia se pudiera sentir en Alemania. Los críticos más jóvenes que favorecían el naturalismo, atacaron sus escritos, a lo que él respondió en Merlín (1892): pero su influencia en el público, fue insignificante.
   Fue apodado, Dichterfürst, el príncipe de la poesía, y trabajó incansablemente para promover el entendimiento internacional dentro de Europa. Fue elegido miembro internacional de la Sociedad Filosófica Estadounidense, en 1895.
    En 1900, fue nombrado ciudadano honorario de Munich, y varias publicaciones especiales honraron su 70 cumpleaños; y en 1910, fue nombrado miembro de la nobleza, antes de recibir el Premio Nobel de Literatura, el 10 de diciembre.
   No pudo asistir a la ceremonia, y estuvo representado en Suecia por el conde von Pückler.

   Sus últimas obras publicadas fueron, Letzten Novellen e Italienischen Volksmärchen, o, Novelas Cortas Recientes y Cuentos Populares Italianos, (1914). Murió el 2 de abril de 1914, varios meses antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, y fue enterrado en la antigua sección del Waldfriedhof (Nr. 43-W-27).

   Una calle y un túnel en Múnich, "Paul-Heyse Strasse" y "Paul-Heyse-Unterführung", llevan su nombre, así como, "Heysestrasse" en Hamburgo Bergedorf. (Wikipedia en Ingles).

La Muchacha de Treppi

de Paul Heyse

     Treppi es un solitario pueblecito de pastores que se encuentra en los Montes Apeninos.

  Los caminos que llevan a él, son casi intransitables, por lo que solo llegan algunos campesinos que trafican con pastores y contrabandistas que saben los más abruptos y difíciles senderos, para quienes el perdido lugar es un sitio de paso seguro.
Muy raras veces se presenta un pintor para quien el paisaje agreste haga las delicias. Era mediado de octubre, y en la noche clara y despejada, solo en una de las humildes viviendas se veía actividad. Un hombre tranquilizaba a unos perros que ladraban a unos caballos, “¡Quítate ya Fuoco, que ya vienen los hombres! Después armas gran escándalo si te pisan.” Minutos después, una mujer al lado del perro, dijo, “¿Todo listo, Pietro?”
   Pietro dijo, “Sí, los caballos acaban de comer y han descansado los suficiente como para avanzar toda la noche.” Uno de los viajeros dijo, “Volveremos en dos semanas, si nada se atraviesa en el camino.” La mujer, quien era la que dirigía la posada, dijo, “Cuídense de los carabineros, últimamente andan rondando muy cercas de aquí.” El viajero subió a su caballo y dijo, “Ahora no tenemos nada que temer, vamos sin mercancía. Es al regreso cuando debemos estar alerta.” La mujer dijo, “¡Suerte! Que la Madona les acompañe.”
    Los hombres se marcharon y un silencio absoluto reinó en el lugar. Al entrar a la posada, la mujer dijo, “No creo que venga nadie más por la noche.” Una mujer que limpiaba una mesa, cuyo nombre era Nina dijo, “Quien sabe. Aún es temprano, apenas son las diez.” La joven sin responder se sentó junto al fogón. Con la mirada perdida y sumida en sus pensamientos.
   Nina, la mujer mayor que limpiaba, le dijo, “¿No va a comer un poco de polenta?” La joven quien acariciaba al perro dijo, “No, no tengo hambre.” Durante algunos minutos solo se escuchó el ruido que hacia Pietro al comer, y de pronto, la joven posadera dijo, “¡Cascos de caballos! Alguien viene hacia acá.” La joven dijo a Piero, “Pietro, ve a ver de quien se trata.” Minutos después, llegaron tres hombres. La posadera dijo, “Pasen y siéntense. Supongo que quieren cenar. Por suerte hoy hice bastante polenta.”
   Pietro entró a la posada se dirigió a la joven, y le dijo, “Patrona, son dos de Porretta, sin mercancías, condujeron por el monte a un señor que no tiene en orden sus papeles. No solo quieren cenar, el señor también desea una cama para pasar la noche.” La joven patrona dijo, “Prepárales el cuarto de a lado.”  Mientras la joven patrona los atendía, uno de los hombres pensó al verla, “Qué hermoso perfil tiene esa mujer. Debe ser la dueña de la casa. Ni siquiera se ha dignando a mirarnos.” Entonces el hombre dijo, “¿Tiene vino en casa, Patrona?”
    Como herida por un rayo, la joven se levantó, mientras el perro gruñía. El hombre pensó, “¿Qué le pasa a ella y al perro?” Entonces el hombre insistió y dijo, “¿Es que no se puede preguntar si hay vino, Patrona?”
  El perro se lanzó ladrando. El hombre gritó, “¡¿Eh, qué le sucede a ese animal!?” La joven gritó, “¡Atrás, Fuoco, atrás! ¡Quieto!” Mientras Pietro detenía a Fuoco, el hombre dijo, “Éste pero debe estar loco.” La joven dijo, “Pietro, enciérralo en la cuadra…Nina, trae vino para el señor.”
    Le fue servido el vino al forastero, que se veía entre sorprendido y molesto. Mientras bebía el forastero pensó, “No comprendo qué sucedió. Yo solo pedí vino, y eso no es para que se formara un escándalo tan grande.” Cuando los hombres terminaron de comer, uno de ellos dijo, “El sol sale a las cuatro, señor. No necesita partir antes de esa hora para llegar a Pistoia a la hora convenida…” Otro hombre dijo, “Y tambien hay que pensar en los caballos, que tienen que descansar sus buenas seis horas.” El forastero dijo a sus acompañantes, “Está bien, amigos, váyanse a dormir.”
     Uno de los hombres dijo, “Nosotros lo despertaremos cuando todo esté listo para partir, señor.” Antes de retirarse, el hombre mayor de barba se dirigió a la joven, y le dijo, “Le traigo un saludo de Constanzo de Bolonia. Dice que cuando estuvo aquí la última vez debió haber dejado olvidado su cuchillo.”
    La joven dijo, “¡No!” El hombre le dijo, “Ya le dije yo que si hubiera estado aquí, ya se lo hubiera enviado enseguida, pero…” La joven dijo, “Nina, enséñales el camino del cuarto, por si lo han olvidado.” Nina dijo, “Los dejo y regreso a…” La joven dijo, “No, ve a descansar, buenas noches Nina.”

    Cuando solo quedo la joven y el forastero, la joven dijo, “Filippo, ¿Ya no me conoces?” Él la observó un momento, y no pudo dejar de impresionarse por esa belleza delicada y salvaje a la vez. Filippo dijo, “La verdad, no se quién es usted…no creo haberla visto antes…” La joven, cuyo nombre era Fenice, dijo, “¡No es posible! Y yo que creía que a pesar el tiempo y la distancia no me habia olvidado.”
   Filippo dijo, “Pero, ¿Cuándo nos conocimos?” Fenice se sentó a la mesa y dijo, “Hace siete años estaba segura que permanecía en tu recuerdo. No te ha olvidado Fuoco, ni el odio que sentía por ti. Y yo, yo nunca te olvidé. En cambio, tú ni siquiera recuerdas cuando y donde me conociste…”

     Fenice comenzó a narrar. “Fue hace nueve años, una tarde que regresaba a casa después de haber andado vagabundeando entre las peñas. Tú descansabas bajo un árbol y Fuoco te ladró.” Fenice comenzó a narrar y recordar.  Filippo descansaba bajo un árbol y dijo, “Eh, niña, ¿Está muy lejos el pueblo?” Patrona dijo, “No…” Fuoco ladraba, y Filipo dijo, “¡Detenga a esa fiera!” Patrona dijo, “¡Fuoco, ven acá!”
     Filippo acercó su maletín y dijo, “Veo que no le soy nada simpático.” Fenice dijo, “¡Quieto Fuoco!” Filippo se acercó, y dijo, “¿Me puede guiar hasta el pueblo?...Espera, no te voy a hacer daño.” Fenice dijo, “¿Qué…qué busca por aquí?” Filippo dijo, “Nada, he estado enfermo y el médico me recomendó los aires de la sierra. Por eso me he dedicado a recorrerla.” 
   Hubo un silencio y Filippo agregó, “Siempre regreso a las aldeas o pueblos, pero al parecer hoy me alejé demasiado y me he perdido. Estoy agotado y me empezaba a resignar a pasar la noche bajo el árbol, cuando apareciste. Te ruego me indiques donde está el pueblo. Te pagare.” Fenice dijo, “No…no es necesario…sígame…”
    Mientras caminaban, Filippo dijo, “¿Hay algún lugar donde pueda cenar y dormir?” Fenice dijo, “En casa de mis padres…allí se alojan todos los forastero…” Filippo se detuvo y le tomó el antebrazo de Patrona, diciendo, “Eres muy bonita…la joven más hermosa que he conocido…” Patrona le dijo, “¡No diga esas cosas o lo dejo aquí solo!” Filipo le dijo, “¡Vaya, tienes mal carácter! Eres arisca como éstos lugares.” Fenice le dijo, “Dése prisa o me castigarán por tardar tanto en regresar.”
    Cuando llegaron al pueblo, la madre de Fenice dijo, “¿Dónde estabas? ¿Quién es ese hombre?” Fenice dijo, “Lo encontré cuando venía hacia acá. Buscaba dónde comer y pasar la noche.” Su madre dijo. “Que se siente…” Luego dijo al padre de3 Fenice, “Y tú, ve por vino.” Poco después, el padre de Fenice platicaba sentado a la mesa con el forastero, “Ya verá joven, qué buen vino. Sírveme a mí tambien, mujer.”
     Después de beberlo, Filippo dijo, “Tiene razón, es excelente. ¿De dónde lo traen?” Fenice dijo, “De Pistoia.” Entonces, su madre le dijo, “¿Qué haces aquí? Ve a tu cuarto, Nina.” Fenice dijo, “Sí, madre.” Fenice era tímida, tenía gran temor a sus padres, pero por primera vez no obedeció, porque Filippo habia entrado en su corazón. Fenice pensó, “No puedo dejar de mirarle. Es tan apuesto, y su voz me hace sentir algo extraño al oírla…algo que nunca experimenté antes.”
    Esa noche por primera vez en su vida, Fenice no pudo dormir. Fenice pensó, “Seguramente se va mañana y ya no volverá a verlo. Qué dolor siento de solo pensarlo.” En ese momento Fenice no sabía que era amor lo que su corazón sentía. Mientras lloraba, Fenice pensó, “Si nunca lo vi antes, porqué deseo tanto que jamás se vaya, porque de solo pensarlo, lloro.”

     Al día siguiente Fenice se levantó haciendo lo posible por ocultar la tristeza que le embargaba. Su madre le dijo, “Ya era hora que aparecieras. Ayúdame que tendremos huéspedes por unos días.” Fenice dijo, “¿Qui…quién…?” Su madre le dijo, “El joven que trajiste anoche. ¡Muévete Nina, ve por agua!” Fenice dijo, “Se queda…no se irá hoy. ¡Ni mañana…ni pasado…se queda!” Fenice jamás habia sentido una alegría tan grande.
     Esa mañana sus tareas le parecieron algo tan simple como cantar o reír. Entonces, mientras Fenice llevaba una cántaro de agua, Filippo la encontró, y le dijo, “Buenos días. Permíteme que te ayude.” Fenice dijo, “No, si mi madre lo ve llevando el cántaro, me castigará.” Filippo dijo, “Pero es demasiado para ti.” Fenice dijo, “Estoy acostumbrada. Vaya a la casa y siéntese a tomar el desayuno.”
    Filipo dijo, “Después, voy a salir a caminar, ¿Me acompañas?” Fenice dijo, “No puedo, tengo labores que hacer.” Filippo dijo, “Entonces, me quedaré y platicaremos.” Fenice dijo, “No…mi madre se enojará…voy a llevar a las cabras a pastar…si quiere allí.” Filippo dijo, “Claro que quiero…te esperaré lejos de la casa para que no tengas problemas.” Fenice dijo, “Ahora entre. Seguro me regañarán por haberme demorado.”

    Ese día, Fenice llevó a las cabras al lugar más alejado, donde nadie los pudiera ver. Una vez que se instalaron para platicar, Filipo dijo, “Yo vengo de Florencia, ¿La conoces?” Fenice le dijo, “No. Jamás he salido de aquí.” Filippo dijo, “Es una ciudad muy hermosa. Para mí, es la más bella de Italia.” Fenice dijo, “Me gustaría verla algún día.” Fuoco comenzó a gruñir, “¡GRRRRR!” Fenice dijo, “¡Quieto Fuoco!”

     Filippo continuó, “Allí estudio leyes. Quiero ser un gran abogado.” Fenice lo miró, y pensó, “Será todo un señor, y yo nunca dejare de ser una pastora.” Entonces, Filippo le dijo, “Eres muy bella, Fenice. La joven más hermosa que he conocido.” Fenice dijo, “No diga eso. En Florencia debe haber damas bellas, elegantes…no como yo, una aldeana…” Filippo dijo, “Sí, hay mujeres bellas, pero ninguna como tú, con tu frescura, tu naturalidad.” Fenice dijo, “Qué bonito habla…siento como si el corazón  se fuera a salir de mi pecho al escucharle.”

    Fueron los días más dichosos de su vida. Y cuando Filippo llevaba una semana con ellos, Fenice estaba recargada en el tronco de un árbol, cuando Filippo le dijo, “Fenice, eres la mujer más adorable del mundo, con un atractivo del que ni siquiera estas consciente.” Fenice le dijo, “Qué está diciendo…sus palabras me dan miedo…yo…” Fenice no pudo terminar la frase, porque en ese instante se sintió transportada al cielo por un beso.
    Tras unos ladridos, Fuoco la hizo regresar a la realidad. Fenice lo separó y dijo, “Por favor…no.” Asustada, avergonzada, solo atinó a salir corriendo. Filippo gritó, “Fenice, espera…regresaaa.” Fenice se sentía confundida y feliz a la vez. La mujer que dormía en ella, habia despertado.
    Tras las preguntas de su madre, Fenice respondía, “Nada madre….¿Que puedo tener yo?” Su madre le dijo, “¡Es lo que me gustaría saber, cuidadito con lo que haces! He visto rondando mucho por aquí, al hijo de Giusseppe.” Fenice pensó, “¡El hijo de Giusseppe! Y ese a mi qué me importa. Debo tener cuidado, si mi madre supiera…”

     Los días siguientes pasaron como un sueño para Fenice. Filippo se mostraba tan tierno, tan cariñoso, como si la amára. Recostados en el césped, Filippo la abrazaba, diciendo, “Me enloqueces. Eres niña y mujer, a la vez. Toda tú hueles a flores y hierbas…” Fenice reaccionó, y dijo, levantándose, “¡No…deténte…no está bien!” Filippo exclamó, “Pero…” Fenice huyó, mientras Filipo le gritaba, “¡Fenice…por favor…no te vayas…!” Durante el resto de ese día,
     Fenice no quiso verlo, no se atrevía a enfrentar su mirada. Y por la noche, Filippo tocó a la puerta de su ventana, diciendo en voz baja, “Fenice, abre la ventana…tengo que hablar contigo por favor, tengo que verte…” Fenice se levantó de su cama y escuchó desde su habitación, “Fenice…Fenice…te lo suplico…Fenice, ábreme…” Fenice pensó, “No, no puedo…él quiere lo que una mujer solo debe dar a su marido.”
    Filipo continuaba, “Fenice…Fenice…” Fenice pensó, “Por favor, que se vaya. Si continúa, no podré seguir negándome, lo amo. Ahora lo sé. Lo amo y jamás querré a nadie como él.” Por fin Filippo se cansó de suplicar, y lo hizo cuando Fenice estaba al límite de voluntad y de sus fuerzas. Fenice se sentó en su cama y pensó, “¿Me amará como yo a él…? Filippo…Filippo…mañana te diré cuanto te quiero…me atreveré y te lo diré…”
    Fenice pasó casi toda la noche en vela. Solo en la madrugada logró conciliar el sueño. Cuando despertó, ya habia salido el sol. Al ir a la cocina, Fenice dijo, “Buenos días, madre.” Su madre le dijo, “Ya era hora de que aparecieras. Limpia la mesa.” Su madre cortaba cebollas, entonces, Fenice dijo, “¿Preparo el desayuno del huésped?” Su madre dijo, “¿El huésped? Hace dos hopras que se marchó.” Fenice dejo caer el plato y exclamó, “¿Se fue? ¿Se fue para siempre?”
   Su madre dijo, “Sí. ¡Mira lo que has hecho! Recoge los pedazos antes de que te de una paliza por tonta…” Fenice salio de la casa gritando, “¡Se fueee!¡Noooo!” Su madre gritó, “¡Te has vuelto loca? ¡Ven acá! ¡Feniceee!” Pero ella no escuchaba nada. No salía que Filippo se había marchado. Fenice lloraba en el campo libre, exclamando, “¡Filippooooo, vuelveeee…Filippoooo, te amooo, te amooo!”
    Fenicia estaba enloquecida. Recorrió los senderos de punta a punta, gritando, llorando, “¡Te odio, Filippo, te maldigo porque me has dejado, porque después de hacerme conocer el amor, me has abandonado…!” Fenice se arrojó al césped, y exclamó llorando, “!Te odio porque jamás podre amar a nadie más! ¡A nadie, a nadie…solo a ti! ¡Te has llevado mi corazón y duele tanto!”

    Fenice vagó por la montaña todo el día, y cuando regresó, su padre la recibió con una bofetada, diciendo, “Me has llenado de vergüenza. Saliste gritando como una loca por ese tipo.” Estaba furiosos. Su padre la golpeo sin piedad con un látigo. Fenice gritaba, “¡Ayyyy! Por piedad, ya no…ya no…¡Aaaah!” Su madre dijo, “¡Piedad! Deberías tener vergüenza. ¡Pégale más para que aprenda!” Desde ese día, su vida fue un infierno. Sus padres jamás la perdonaron y no perdían oportunidad de recordarle su, “terrible falta.”
    Mientras Fenice hacia labores, pensaba, “No lo puedo olvidar. Ni un instante se aparte de mi mente. ¿Y él? ¿Dónde estará?” Su madre le decía, “¡Fenice, te estoy hablando! Seguro estás pensando en ese hombre. Cuando te vas a convencer de que se burló de ti. Un señorito de ciudad, fijarse en ti. ¡Bah! ¡Eres una tonta! Ese hombre ya debe estar casado y con una mujer de su clase.” Fenice dijo, “Madre, por favor…”
    Su madre le dijo, “¡Callate! Bien merecido te lo tienes. Te quedarás soltera. Una mujer como tú no merece que ningun hombre decente se case con ella.” Fenice pensó, “Señor, por qué no comprende que no cometí ningún pecado. Mi única falta fue amar mucho, tanto que nunca lo he olvidado.” Fenice recién habia cumplido 23 años, cuando murió su madre. Su padre no resistió su pérdida, y falleció tres meses después.
    Cuando Fenice vio el ataúd de su padre descender a la tumba, pensó, “Nunca los vi hacerse un gesto de cariño, decirse una palabra amable, pero se amaban. Ahora estan juntos para siempre.” Poco después, al revisar los papeles que su padre le habia dejado,
    Fenice pensó, “Jamás habia imaginado que mi padre era rico. Soy dueña de gran cantidad de las mejores tierras de pastoreos de estos rumbos…Y no solo eso. Poseía varias casas, un enorme número de animales, y mucho dinero guardado. Me alegro de ser rica. Ahora poder hacer lo que tanto desee durante todos estos años. Voy a ir a Florencia y buscaré a Filippo.”

    Fenice partió llena de esperanzas. Dos días después, Fenice viajaba en el tren. Pensando, “Un contrabandista me dijo dónde podría alojarme. Aunque tenga que recorrer Florencia entera, lo encontraré.” Cuando Fenice se encontró en la ciudad, fue a la dirección que el contrabandista le habia referido. Una señora la recibió, diciendo, “¿Dices que te envía Marco Ricardi? Entonces puedes quedarte el tiempo que desees. Él es un buen amigo mío.”
    Fenice dijo, “Gracias, le pagaré por mi estadía.” La señora Juliana y Fenice simpatizaron de inmediato. Fenice le contó su historia, y Julia le dijo, “Buscaremos a ese hombre, pero antes tú necesitas algunos cambios. Tu vestimenta está bien para la montaña, pero no para Florencia.” Julia le enseñó muchas cosas, asombrándose por lo rápido que aprendía. Sin embargo, Fenice pensaba, “He ido casa por casa y nadie sabe de él.”
    Hasta que una tarde, Fenice llegó a casa de una mujer, y dijo, “Se llama Filippo…y tiene el pelo oscuro, los ojos grandes y negros…” La mujer le dijo, “Ya sé a quién se refiere, al abogado. Se marchó de Florencia hace un año. Nadie sabe dónde fue.” Con la muerte en el alma, Fenice regresó a casa de Juliana, a quien dijo, “Siempre tuve la esperanza de volver a verlo. Pensaba que si venía a Florencia, lo iba a encontrar, pero ahora lo he perdido para siempre.”
   Julia le dijo, “Fenice, olvídate de ese hombre. Ha pasado mucho tiempo. Ya son siete años desde que lo conociste, y apenas si se vieron una semana. Él jamás regresó. Eso indica que ya no te recuerda. Aqui hay dos o tres hombres que te pretenden. Decídete por uno de ellos. No sigas soñando con lo imposible.”
    Fenice dijo, “Juliana, Filippo se llevó mi corazón. Es imposible que yo pueda pensar en otro hombre. Mucho menos amarlo.” Julia dijo, “Pero eso significa que te quedarás sola, que renuncias a casarte,  tener hijos.” Fenice dijo, “Voy a regresar a Treppi, donde lo aguardaré. Si algún día lo vuelvo a ver, estoy segura que será allí.”

   Asi Fenice terminó su narración a Filippo. Entonces Fenice dijo, “Durante estos nueves años, he podido casarme. Aquí muchos me pretenden, pero yo solo te quería a ti. Cuando alguien me suplicaba, me decía palabras dulces, surgía el recuerdo de tu voz, de tus palabras, las más dulces que pudieran haberse escuchado. Y todo perdía sentido para mí, menos tu recuerdo. Hace algún tiempo me dejaron en paz, como si supieran que tu ibas a volver.”
   Filippo dijo, “Fenice, lamento mucho lo que me cuentas. Yo nunca imaginé que te hubieras enamorado en tal forma de mí. Tú tenías 16 años, yo 22. Éramos muy jóvenes. ¡Vaya pícaro que era yo en esa época!” Fenice dijo, “¿Acaso me mentías al decirme que me amabas? ¿Tus palabras eran falsas?” Filippo dijo, “Bueno, yo…no mentía pero…”
    Fenice dijo, “Entonces…¿Me llevaras contigo? Podemos vivir donde desees. Yo tengo mucho dinero. Nos iremos juntos, ¿Verdad?” Filippo dijo, “Fenice, las cosas no son tan fáciles como crees. Quiero que te sientes y me escuches.” Ella obedeció con el alma llena de tristes presentimientos. Y Filippo comenzó a narrar su historia.

    Los disturbios políticos que empezaron en esa época, tuvieron inició justamente en Florencia. Filippo como abogado defendió a muchos de los que detenían acusándolos de instigadores a los desórdenes. Una tarde, un hombre, entró a la oficina alarmado, y dijo, “Filippo, amigo, debes marcharte cuanto antes. Hay orden de meterte a la cárcel.” Filippo dijo, “¿Por qué? No he hecho nada contra la ley.”
    El hombre dijo, “Te acusan de estar de parte de los rebeldes. Hay mucha gente que quiere perderte.” Filippo dijo, “Es injusto. Yo solo he cumplido como profesional. Jamás me he metido en política.” El hombre dijo, “Lo sé, pero de nada te valdrá decirlo. Te someterán a interminables interrogatorios y nada te salvará de la prisión. Vete, hazme caso.” El hombre tenía razón, y Filippo pudo escapar a tiempo.
    Mientras iba en el tren, Filippo pensaba, “Voy a instalarme en Bolonia. Allí tengo conocidos, hombres importantes que me estiman.” Allí, con ayuda de sus amigos, logro tener una buena clientela. Sin embargo, en pocos meses comenzaron los disturbios en Bolonia. Uno de sus amigos dijo a Filippo, “La situación se está haciendo intolerable. Han detenido a gente intachable, sin ninguna razón.”
    Filippo dijo, “Ya me he enterado, creo que no es la mejor manera de mejorar la imagen del gobierno.”  El hombre dijo, “Acaban de aprender a Giorgio Mantua.” Filippo dijo, “¡No es posible! Pero si es un hombre que no se mete en nada n con nadie.” El hombre dijo, “Pues le acusan de conspiración contra el gobierno. ¡No he visto injusticia más grande!”
   Filippo dijo, “Voy a defenderlo. No descansaré hasta demostrar su inocencia.” El hombre dijo, “Pero se da cuenta que al hacer eso se echará muchos enemigos encima?” Filippo dijo, “Puede que asi sea, pero Giorgio Mantua me ayudó cuando llegue a Bolonia.”

    Un mes después, Giorgio Mantúa agradecía a Filippo, “Filippo, no tengo como agradecerte lo que has hecho. Si no fuera por ti, aún estaría en la cárcel.” Filippo dijo, “Nada tiene que agradecerme, usted ha sido un gran amigo.” Tras una pausa, Filippo agregó, “Debes tener cuidado. Muchas personas tienen interés en que yo está en la cárcel.” Giorgio dijo, “Lo sé. Le gente de Bolonia ve en usted al salvador del caos en que estamos viviendo.” Filippo dijo, “Pero yo he dicho en todas las formas, que no deseo meterme en nada, por lo tanto, ¿Qué temen mis enemigos?”
    Giorgio dijo, “Quizá lo mejor sería que se ausentara por un tiempo, hasta que se calmen los ánimos.” Filippo asi lo hizo. Pero una semana después, llegó el otro amigo de Filippo para darle una mala noticia, “He sabido que hay un gran malestar en tu contra, por haber logrado sacar de la cárcel a Giorgio Mantua.” Filippo le dijo, “Como abogado, nadie me puede reprochar que cumpla con mi deber. No me arrepiento de haberlo hecho.” Pero, una tarde que
     Filippo caminaba por la ciudad, un borracho lo reconoció, y comenzó a increparlo, “Abogadillo miserable…¡Hip…! Eres…tan sinvergüenza como ese Mantua…¡Hip…! ¡Mírenlo…saca de la cárcel a los pillos…! A ti deberían…¡Hip…! Meterte a la cárcel!¡ Auch!”
    El hombre ya estaba cercas de Filippo quien lo empujó, y dijo, “¡Eres un borracho y no me molestaré en contestarte!” El borracho quedo tirado en el suelo. Entonces otro hombre se acercó a Filippo y le dijo, “Infame, contesta a las palabras con los puños. Un hombre de verdad no hace eso, solo un cobarde.”
    Filippo pensó, “Está buscando la forma de sacarme de mis casillas, de provocarme. Esto es algo planeado. No debo perder la calma.” Filippo enfrentó al hombre y le dijo, “Ese hombre me insultó, y no merece una respuesta. Solo lo hice aún lado para pasar. Está totalmente borracho.” El hombre le contestó, “Nada disculpa que lo golpeara. ¡Lo dicho, es usted un cobarde!” A pesar de su propósito de mantener la calma, Filippo no pudo contenerse, y le dijo, “¡No vuelva a repetir eso o no respondo de mí!”
    El hombre le dijo, “¡Vaya, me está amenazando! Pues no permito que un miserable me hable asi. Prepárese para un duelo.” En ese momento aparecieron otros dos hombres, que seguramente aguardaban entre la gente. Filippo dijo, “¡Está loco, batirnos por un borracho que me insultó!” El hombre dijo, “A ese que trata de borracho al cual golpeó, es mi hermano. Voy a lavar el honor de mi familia.” A continuación, uno de los dos hombres que se acercaron dijo, “Un verdadero hombre no se niega a un duelo. Pero al perecer esta frente a ti, una damisela, Carlo.”
     El otro hombre dijo, “Si tiene la valentía de enfrentarte, que lo dudo, seremos tus testigos.” Filippo dijo, “Bien nos batiremos. Ustedes buscaron esto a propósito y lo han conseguido. ¡Mañana será el duelo!” El hombre dijo, “No, mañana es imposible. En unas horas debo partir a Toscana. El duelo tendrá que ser allá.” Filippo dijo, “Eso no es posible. No pretenderá que yo viaje a Toscana. No tengo porque hacerlo.”
   El hombre dijo, “Claro que tiene. Usted fue quien ofendió, insultó, usted es el provocador. Mi viaje está preparado desde hace mucho y no puedo aplazarlo. No sé cuándo regresaré, pueden pasar meses, por lo tanto usted podrá ir a Toscana o todos los aquí presentes serán testigos de su cobardía.” Filippo dijo, “Iré, voy a demostrarle que no es falta de valor y decisión lo que me hacía rechazar éste duelo, si no la sensatez.”

    Para salir de Bolonia se necesitaba pasaporte, y Filippo fue a pedir uno. Al llegar a la oficina de pasaportes, el cajero le dijo, “No puedo dárselo.” Filippo dijo, “Pero, ¿Por qué? No tiene ningun derecho a negármelo.” El cajero dijo, “Mire, es mejor que se marche, se lo digo por su bien. Tengo ordenes de la autoridad superior que debo cumplir.”

     Entonces Filippo comprendió el juego en que pretendían envolverlo, y pensó, “Me tendieron una celada y caí en ella. Me hicieron concertar un duelo y ahora me impiden cumplir como hombre de honor. Me conocen y saben que no permitiré que mi nombre quede lleno de vergüenza, por lo que esperan que salga de Bolonia. Entonces me atraparán, asi podrán seguirme proceso y tenerme en la cárcel todo el tiempo que deseen. Pues no lo lograrán. Iré a batirme y no podrán impedirlo. Mi honor quedará intacto…”

     Filippo terminó su narración, y dijo a Fenice, “Hablé con unos contrabandistas y ellos me han guiado por caminos desconocidos. Mañana llegaremos a Pistoia y por la tarde será el duelo.” Fenice le dijo, “¡No vayas, Filippo de mi alma! Ellos solo quieren matarte.” Filippo dijo, “Lo sé. Mi contrincante es el mejor tirador de toda Toscana, pero no quedaré en mal lugar, y quizá, hasta con suerte, pueda vencerlo.”
    Fenice dijo, “No, si te enfrentas a ese hombre, te asesinará. El corazón me lo dice, y yo me volveré loca de dolor. Te amo y no quiero volver a perderte.” Filippo dijo, “Fenice, tienes que quitarte de la cabeza la idea de ese viejo e insensato amor. Quizá el destino quiso que pasara por aquí para que…no me vaya yo de éste mundo sin que te haya liberado de esa absurda fidelidad. Pobre niña, ahora podrás olvidarme, y…” Fenice dijo, “Nunca jamás dejaré de quererte. Sé que estoy en este mundo para adorarte siempre.”
     Filippo dijo, “Debes ser razonable. Tú amas a otro Filippo, a un jovenzuelo irresponsable que nada tiene que ver con el hombre que soy ahora.” Fenice dijo, “Te equivocas. Yo te amo. Mucha más ahora que te he vuelto a ver. No vayas a la muerte. Si te quedas aquí, nadie te encontrará. Pero si prefieres vivir en otro lado nos iremos a donde desees. Yo conozco bien todos los caminos Iremos a Génova, o Venecia, Nápoles.” Filippo dijo, “Fenice, tú no puedes ser mi mujer. Si no me matan mañana, será dentro de poco, porque sé muy bien que estoy en medio de su camino.”
     Fenice lo abrazó, llena de amor,  y le dijo, “¿Prefieres la muerte a mis brazos? ¿Después de tanto que te he aguardado, podrás volver a dejarme?” Filippo pensó, “¡Qué hermosa es! Huele a rosas, a hierba fresca…y sus labios jugosos y sensuales invitan al beso…¡No, estoy loco!” Filippo se desligó y dijo, “¡Basta, Fenice! Es mejor que me vaya a dormir. Mañana quiero partir de madrugada y necesito descansar.” Fenice dijo, “¡Eres cruel! ¿No he expiado bastante el haber tenido demasiado juicio una noche hace nueve años?” Filipo dijo, “Hiciste bien entonces y harás bien ahora. Buenas noches, Fenice. Éste es una adiós definitivo. No es necesario que te levantes al vernos marchar.”
     Fenice dijo, “¡No es necesario!¿Qué necesidad tiene una mujer de ver marchar para siempre al hombre que adora? ¿Verdad?” Filippo dijo, “Por favor. Indícame el lugar donde voy a dormir. No quiero seguir hablando de esto, me molesta.” Fenice dijo, “Está bien, sígueme…” Fenice lo dejo en la habitación que le habia preparado, y luego, Fenice pensó, llorando, “No puedo dejar que vaya a la muerte. Han sido tantos años de dolor, de espera, y ahora solo lo veo para saber que lo pierdo para siempre.”

     Al día siguiente, Filippo se levantó tarde. Entonces, se dirigió a la cocina, diciendo, “¿Por qué no me levantaron al amanecer, como dije? Seguro fue cosa tuya, ¿Verdad?” Fenice dijo, “Sí, estabas cansado, pero todavía puedes llegar a Pistoia con tiempo suficiente para enfrentarte por la tarde con esos asesinos.” Filippo le dijo, “¿Y quién te pidió que te preocuparas por mi cansancio? ¿Es que piensas seguir importunándome y haciéndome la vida imposible? Te advierto que esto no te va a servir de nada. ¿Dónde está mi gente?” Fenice dijo, “Se marcharon.”
   Filippo dijo enfurecido, “¿Qué dices? ¿Te estas burlando de mí?¿Dónde estan? ¡Como si fueran a largarse antes de cobrar? ¡Tú, te atreviste!” Fenice dijo, “Les dije que necesitabas dormir, y que yo te acompañaría hasta abajo, pues debo ir a encargar vino.” Filippo dijo, “¿Permitir que tú me guíes, víbora? ¡Jamás! Olvídate de poder embaucarme en tus trampas y ardides…¡Ahora estamos más separados que nuca!¡Contigo no voy! Le diré a algunos de los hombres del pueblo que me acompañe.” A continuación, Filippo lanzo una bolsa de monedas en la mesa y dijo, “¡Cóbrate lo que pagaste!”
     Fenice dijo, “Todos los hombres estan en el monte. En Treppi solo quedan viejos y mujeres que deben cuidar a sus hijos. Si no te guio yo, no llegaras hoy a Pistoia. No veo porque te niegas a lo que haga. No temas que vaya a suplicarte como anoche. Ya me he convencido de que no eres para mí. Es verdad que te quiero un poco, todavía, pero no puedo obligarte a que me correspondas.” Filippo dijo enfurecido, “¡Vete al infierno, peste!” Tras unos minutos, Filippo pensó, “Maldita mujer. ¡Como se ha atrevido! A éstas horas yo debería estar llegando a Pistoia.”
    Poco a poco, Filippo fue calmando su furia, y empezó a pensar con más tranquilidad. Mirando hacia el campo, Filippo pensó, “!Y si realmente se ha dado cuenta de que su amor es una locura. La verdad parece otra muy diferente a la de anoche.” Filippo entró a la casa y la observó unos minutos en la cocina, y luego dijo, “Si te has vuelto tan razonable iré contigo.” Fenice dijo, “Como quieras. Te serviré el desayuno. Tenemos que comer algo antes. En varias horas no encontraremos nada.” Filippo se sentó a la mesa, y mientras Fenice le servía, Filippo dijo, “Tendré que ensillar el caballo.” Fenice dijo, “Se lo llevaron. Es muy peligroso descender a caballo. Yo te llevare por un camino más corto.”

     Ambos salieron y avanzaron a buen paso. Durante el camino, Filippo fue olvidando su malhumor y comenzaron a platicar. Mientras caminaban, Filippo dijo, “Asi que los contrabandistas han ayudado a otros perseguidos por las autoridades.” Fenice dijo, “Asi es. La mayoría hace alto en Treppi.” Distraído con la charla no se dio cuenta de que el sol estaba cada vez más alto y aun no aparecía la campiña Toscana, cuando de pronto, Filippo dijo, “Ya deberíamos haber dejado estos parajes agrestes y estar llegando al valle.”
    Cuando Filippo notó el silencio de Fenice se detuvo y dijo, “¡Alto! Tú me has estado engañando. Éste no es el camino a Pistoia.” Fenice dijo, “No.” Entonces Filippo estalló, y dijo, “¡Por todos los diablos del Infierno, como pude confiar en una hipócrita como tú!¡Maldita sea mi ceguera!¿Porque hiciste esto, ladina?” Fenice dijo, “Todo se puede hacer cuando se ama.” Filippo dijo, “¡Traidora! Llévame a Pistoia por el camino más corto o te ahogaré con mis propias manos.” Fenice lo enfrentó, y le dijo, “¡Ahógame! ¡Hazlo, Filippo, anda! No me importa. Mátame porque la muerte viniendo de ti será una felicidad.” Filippo le dijo, “Te aborrezco. No te necesito para nada. Allá veo una choza. Iré a pedir que me indiquen el camino. ¡Adiós víbora!”

    Fenice no dijo ninguna palabra ni hizo el menor movimiento para detenerlo. Fenice pensó, “Ve a donde quieras, yo permaneceré aquí…esperándote.” Filippo empezó a avanzar, pero después de unos minutos pensó, “Hace más de una hora que camino, y cada vez la choza se ve más lejos. Doy vueltas y vueltas sin llegar a ningun lado. Esa maldita tiene la culpa…como la odio…es…es…tan hermosa…la mujer más bella que he visto…y me ama, me ama mucho…Con la mejor buena fe, a querido librarme de la muerte. No debi tratarla en la forma en que lo hice. Fui un tonto. ¡Uf, qué calor! Tengo la lengua seca. Sigo dando vueltas y vueltas, sin llegar a lugar alguno.”
   Al poco rato, Fenice lo vio llegar, y dijo, “¡Por fin vuelves, Filippo! Te esperaba mucho antes.” Filippo pensó, “Se está burlando de mí, la muy canalla.” Al verla tan tranquila Filippo volvió a llenarse de cólera, y dijo, “¡Bruja miserable! No he vuelto por mi voluntad, pero ahora mismo me marcho, y prefiero morir a volver a verte.”
     Fenice se levantó de la roca donde estaba sentada, y extendiendo sus brazos le dijo, “Aunque no quieras reconocerlo, tú me amas. Yo bien lo sé. Nacimos el uno para el otro.” Filippo dijo, “¿Amarte yo a ti? Nunca. No te acerques…” Filippo se iba haciendo para atrás, sin saber que se acercaba a un pequeño acantilado. Cuando Filippo decía, “Soy capaz de…” Sucedió lo inesperado. Filippo cayó al pequeño precipicio. Fenice exclamó, “¡Filipooooo!” Horrorizada, Fenice lo vio desaparecer por el borde rocos del abismo.

     Rápida como el viento, Fenice se dirigió a la choza de los pastores, que estaba más cercas de lo que Filippo habia imaginado, y poco después, uno de los pastores dijo, “Está vivo, pero tiene una herida en la cabeza y el brazo roto.” El otro pastor dijo, “Hay que llevarlo a Treppi. Allí lo curará la vieja Chiaruccia.” El pastor se disponía a cargarlo, cuando Filippo comenzó a hablar, “Tengo que ir a Pistoia…me esperan…no puedo moverme…alguien vaya a decir al dueño de La Fortuna, lo que me pasa…me llamo…” Filippo se desvaneció.
    Entonces Fenice dijo, “Volvió a perder el conocimiento. Llévenlo a Treppi, que yo iré a Pistoia.” Eran las tres de la tarde, cuando Fenice entró a la posada. Fenice dijo al posadero, “Traigo un recado del señor abogado Filippo Mannini.” El posadero dijo, “¿Dónde está? Desde la mañana estan esperándolo unos señores.” Fenice dijo, “Tengo que hablar con ellos. El abogado sufrió un accidente,” El posadero dijo, “Ven conmigo. A esos señores no les va a agradar la noticia.”

    La joven fue conducida a un comedor donde se encontraban tres hombres, a los que explicó lo sucedido. Uno de los hombres dijo, “No creo nada. Me parece que él está ahora herido en Treppi como yo en Roma.” Fenice dijo, “Pueden ir a verle. Yo los conduciré. Mi única condición para hacerlo es que nos acompáñe un médico.” Sin poner la menor objeción, fueron por el médico del pueblo, y se pusieron en marcha. Atardecía cuando llegaron al pueblo. Antes de entrar a la casa, Fenice dijo, “Después de que lo vean, me dirán si he mentido, o si él no se quiso presentar.”
    Al entrar, Fenice dijo, “¿Cómo está, Chiaruccia?” La mujer contestó, “No muy mal, gracias a la Virgen Santísima.” Fenice dijo a Filippo, “Te he traído al señor con el que tenías que batirte, para que vea porque no acudiste a la cita.” Filippo dijo, “Él no está entre ellos. No conozco a ninguno de esos caballero.” Uno de los tres hombre se acercó a la cama de Filippo, y dijo, “No, claro que no. Soy el comisario de policía y he venido a detenerlo. Doctor, examínelo y vea si está en condiciones de llevárnoslo ahora mismo.” Fenice pensó, “Malditos, yo misma los he traído para perderlo.”

     Mientras el doctor revisaba al herido, ella salió de la habitación. Entonces el doctor dijo al policía, “Tiene fiebre, y sus heridas son de cuidado. Yo no estoy desacuerdo en que se le traslade, porque podría empeorar.” Pero el policía dijo, “No estamos para andar con miramientos. Nos lo llevaremos ahora mismo. Prepárenlo mientras busco quien nos guie montaña abajo.”
   Cuando salieron de la habitación, llego un hombre y les dijo, “Váyase de ésta casa y sin el herido o de los contrario no volverán a ver Pistoia. No intenten tampoco volver porque pondremos un centinela.” Otro hombre dijo, “Y no podrán atravesar el lugar donde empieza la escalerilla de piedra, pues les lloverían piedras que les dejarían aplastados.”
     Entonces el primer hombre dijo, “Váyanse orgullosos de la heroica acción de haber engañado a una muchacha, y haber querido asesinar a un hombre herido.” El policía dijo, “Venimos en nombre de la ley. La haremos respetar y eso puede costarle la vida a varios de ustedes.” Fenicia habló, y dijo, “No se atreverán. Por cada uno de nosotros que  caiga, morirán seis de ustedes. Es mejor que se vaya, el camino está libre, señores.”
   El policía dijo, “Algún día Filippo Mannini tendrá que dejar éste lugar, y entonces estaré esperándolo en Pistoia porque a Bolonia no puede regresar.” No tuvieron más opción que retirarse. Chiaruccia, la mujer que cuidaba a Filippo le dijo, “No temas, hijo. Duerme tranquilo. Chiaruccia te cuida, y de tu seguridad se encarga Fenice. Dios la bendiga.”

     Días después permaneció Filippo bajo los cuidados de Chiaruccia, reponiéndose rápidamente. Mientras yacía aun en su cama, Filippo dijo, “¿Y Fenice? No ha entrado ni una vez a verme. Quiero darle las gracias por lo que hace por mí.” Chiaruccia le dijo, “Yo se lo diré. Ella pasa el día en el monte. Lleva el ganado a pastar.” Filippo pensó, “Quizá ya no le importo. Ahora que yo no puedo dejar de pensar en ella, creo que ha dejado de amarme. Y yo soy el culpable. No supe valorar su amor. Qué tonto fui. La traté mal. La herí tanto…nada de lo que haga podrá borrar mis ofensas.”

   Cuando Filippo pudo levantarse, dio pequeños paseos por los alrededores. A Fenice la veía rara vez, y ella actuaba como si no existiera. Filippo pensaba al verla, “Allá viene. Cada día está más hermosa. Me tiene trastornado. No puedo pensar en nada que no sea ella.” La joven se detuvo frente a él, con la cara seria, como tallada en granito.
    Fenice le dijo, “Me ha dicho Chiaruccia que ya puede emprender el viaje. Mañana abandonará Treppi. Solo le pido que prometa que no irá a Pistoia.” Filippo le dijo, “Lo prometo, pero con una condición…que vengas conmigo.” Fenice se enojó y dijo, “No creo haber hecho nada para merecer esa burla…debe prometer sin condiciones, señor Filippo, si es usted un caballero.” Filippo dijo, “No me estoy burlando. ¿Vas a rechazarme después de que me has gritado tu amor, que me has dicho que durante nueve años no me has olvidado?”
    Fenice dijo enojada, “No recuerdo eso. Yo me porté mal. Por mi culpa estuvo a punto de morir. Voy a ver que le preparen un caballo y un guía lo acompañara.” Filippo le dijo, “Fenice, no puedo creer que tu amor se haya terminado, ahora que yo…” Fenice lo interrumpió, “No siga. No es necesario que por lastima o gratitud diga lo que no siente. No me debe nada. Solo váyase y con eso quedan saldadas las deudas…Ahora sé que es imposible comprar a un hombre con unos cuantos favores como con siete años de espera.”
   Filippo dijo, “Fenice, si ya no me amas, no me importa vivir o morir. Mi mundo está vacío, mi vida no tiene objeto sin ti. Ahora lo sé.” Hubo una pausa de tiempo. Enseguida Filippo dijo, “Fenice, no quiero perderte. Por fin he comprendido porque jamás me case. Porque no ame a otra mujer. Tú estabas en el fondeo de mi corazón. Lo estuviste siempre.” Ella permaneció como una estatua. De pronto pareció cobrar vida. Sus labios se estremecieron y…Fenice lo abrazó, diciendo, “¡Eres mío, y yo seré tuya, tuya para siempre!”

A la mañana siguiente marcharon rumbo a Génova. El día se mostraba placido y esplendoroso, como el porvenir de la feliz pareja. 

  Tomado de, Joyas de la Literatura. Año X, Numero 201. Mayo 1, de 1993. Guion: Herwidg Comte. Adaptación: Emmanuel Hass. Segunda Adaptación: José Escobar.