sábado, 14 de julio de 2012

Waverley de Walter Scott

      Waverley, es una novela escrita en 1814 por el escritor, poeta y editor escocés Walter Scott. Cuenta las guerras entre escoceses e ingleses de los años 40 del siglo XVIII. Los Hannover habían unido las dos regiones, pero surgieron en Escocia personas que apoyaban a la dinastía de los Estuardo.



     La novela gira en torno a Eduardo Waverley, personaje con el corazón dividido. Su padre, Ricardo Waverley, fue fiel a los Hannover y luchará en el bando inglés, pero fue criado por unos tíos muy escoceses. Hay, además, dos mujeres, la novia inglesa y la patriota escocesa. Eduardo cambia dos veces de bando, los ingleses vencen y Eduardo Waverley es perdonado, y se casa con la novia.

     El centro de la novela es el conflicto entre los dos bandos, será lo que le guste a G. Lucaks, ya que proviene del sentimiento de alguien que sabe que la unión con Inglaterra, es inevitable, pero esto supone la pérdida de las costumbres escocesas. El tema central de la obra es la historia de Escocia, ya que aparecen escenarios y costumbres de este país, y no, como anteriormente, las historietas románticas. Scott usó para crear la obra, los mismos efectos retóricos que usaban los historicistas. Ambos se informan, se documentan.
     El sistema narrativo de la Novela histórica, es el mismo que el utilizado en la transcripción de un documento. A veces, el autor se presenta como un editor que publica el documento, y dice que lo ha encontrado. Este método se realiza para intentar otorgar un carácter verídico a lo narrado. Esto ya se había hecho en el Quijote, pero no tiene la misma función que en las novelas históricas del siglo XIX. Este recurso se llevó a cabo en su mayor grado con,  Los Novios, de A. Manzoni, quien usa un manuscrito inventado, presentado como un texto incomprensible, y el libro es la explicación. Waverley tiene incluso notas al final del libro, al igual que las obras históricas, con las que nos presenta la veracidad de la historia, y aclara algunos aspectos de los hechos y los personajes.
    Las características de los héroes en la Historia Historicista, son los reyes, ministros, o generales militares. Sin embargo, en las novelas históricas, aunque éstos también aparecen, son personajes secundarios. Los protagonistas son seres movidos por la historia, incapaces de moldearla. Esto permite un punto de vista más amplio.
     Waverley es una novela histórica de 1814 escrita por Sir Walter Scott. Inicialmente publicada anónimamente en 1814 como la primera incursión de Scott en la ficción en prosa. Waverley, a menudo considerada como la primera novela histórica, se hizo tan popular, que en sus últimas novelas, Scott se anunciaba como “el autor de Waverley.” Su serie de obras sobre temas similares escritos en el mismo período de tiempo, se han convertido y han llegado a ser conocidas colectivamente como las "Novelas de Waverley." En 1815, Scott tuvo el honor de cenar con Jorge, el Príncipe Regente, quien quería conocer al "autor de Waverley.” Se cree que en esta reunión Scott convenció a Jorge que, como un príncipe Estuardo podía pretender la jefatura jacobita de las tierras altas, una declaración que se dramatizaría cuando Jorge se convirtió en rey y visitó Escocia. La Abadía de Waverley ha sido considerada  por  la oficina del Patrimonio Inglés como la fuente o inspiración de Sir Walter Scott para esta novela. Sin embargo, esto probablemente no es el caso.

     Waverley está ambientada  durante el levantamiento jacobita de 1745, el cual buscaba restaurar la dinastía de los Estuardo en la persona de Charles Edward Stuart (o "Bonnie Prince Charlie"). La novela tiene que ver con la historia de un joven soñador, un soldado Inglés, Edward Waverley, que fue enviado a Escocia en 1745. Eduardo viaja rumbo al Norte, desde el hogar de su aristocrática familia, en el sur de Inglaterra, primero a las tierras bajas de Escocia y el hogar de la familia de un amigo de su tío, el Barón Bradwardine, luego a las tierras altas en el corazón de la rebelión jacobita de 1745 y sus secuelas. El protagonista epónimo Inglés cuyo apellido lleva por nombre la novela, Eduardo Waverley, se ha criado en la casa de la familia de su tío, sir Everard Waverley, quien mantiene en la familia la tradición conservadora y las simpatías jacobitas, mientras que el padre de Eduardo, Richard Waverley, un Whig, trabaja para el gobierno de Hannover en las cercanías de Londres. A Eduardo Waverley se le da una comisión en el ejército de Hannover, y es acantonado en Dundee. A continuación, rápidamente abandona con el fin de visitar al Barón Bradwardine, un amigo jacobita de su tío, y conoce a la hermosa hija del barón, Rose.
     Cuando los montañeses salvajes visitan el castillo del barón, Eduardo Waverley está intrigado y va a la guarida en la montaña del clan Mac-Ivor, donde conoce al cacique Fergus y su hermanas Flora, que resultan ser una jacobita activa, preparándose para el levantamiento del 45. Eduardo Waverley ha sobrepasado su licencia, y es acusado de deserción y traición a la patria, y luego es arrestado. Los montañeses lo rescatan de su escolta, y lo llevan a una fortaleza Jacobita, en el castillo Doune, y luego al Palacio de Holyrood, donde conoce al mismo Bonnie Prince Charlie. Alentado por la hermosa Flora Mac-Ivor, Eduardo Waverley visita a los jacobitas, y toma parte en la batalla de Prestonpans, donde salva la vida de un coronel que resulta ser un amigo cercano de su tío. De éste modo, escapa a la venganza, y se casa con la hija del barón, Rose Bradwardine.
      La obra de Scott muestra la influencia de las ideas de la Ilustración del siglo 18. Scott creía que cada ser humano era básicamente decente, independientemente de su clase, religión, política o ascendencia. La tolerancia es un tema importante en sus obras históricas. Las novelas de Waverley expresan su creencia en la necesidad de un progreso social, que no rechace las tradiciones del pasado. Scott fue el primer novelista en retratar personajes campesinos con simpatía y realismo, y fue igualmente justo para describir a los comerciantes, soldados, e incluso reyes.
        El Romanticismo que busca en las distintas naturalezas de diferentes cosas, es considerado para explicar por qué determinadas orientaciones mentales o giros cruciales del pensamiento en la literatura de la época, son frecuentemente marcados por una clase de "especie" de identificación. Probablemente el ejemplo más dramático ocurre en la novela, 'Frankenstein,' cuando el personaje principal - después de vacilar entre posibles verdades opuestas, de una forma que nos recuerda a Eduardo Waverley - por último se encuentra (literalmente) identificado con los de su propia especie.
        Como esto podría sugerir, el autor de estas líneas anteriores, A. Welsh, a continuación, pasa a sugerir que Scott muestra preocupaciones similares dentro de sus propias novelas. Las heroínas de la serie de las Novelas de Waverley se han dividido en dos tipos: las rubias y las morenas, en el sentido de la equidad y la oscuridad que marca el drama de Shakespeare, pero en una forma mucho más moderada.
     Se dice que: “La heroína adecuada de Scott es una rubia. Su papel  corresponde al de una heroína pasiva, con quien en verdad [Eduardo] se casa al final. Ella es eminentemente hermosa, y eminentemente prudente. Como la heroína pasiva, ella sufre en medio de los eventos, pero rara vez los mueve. Las varias heroínas oscuras, no menos bellas, son menos restringidas por la presión de sus propios sentimientos ... Ellas le permiten a sus sentimientos que le dicten a la razón, y parecen simbolizar la pasión misma.”
     Esto es evidente en Waverley. Rose es eminentemente matrimoniable; Flora es eminentemente pasional. Sin embargo, también se debe tener en cuenta que Welsh está, en primer lugar, estableciendo una tipología que en parte es antigua, pero también reforzada a través de las Novelas de Waverley. En segundo lugar, que Scott, o sus narradores, permiten los pensamientos, sentimientos y pasiones de los personajes femeninos, los cuales a menudo, son ignorados o no reconocidos por los héroes, como Eduardo Waverley.
    Una interpretación diferente del carácter es proporcionada por Merryn Williams. Reconociendo la pasividad de la heroína, ella argumenta que las mujeres de Scott eran totalmente aceptables para los victorianos. Ellas son - por lo general - moralmente más fuerte que los hombres, pero no los desafían, y su auto-sacrificio "para igualar la apariencia de deber" no tiene límites. Por lo tanto, Flora desafiará a EduardoWaverley, pero no a Fergus de manera significativa. Además, Flora tiene cierto margen de maniobra, aunque limitado, sólo después de la muerte de Fergus.
     La división en la familia Waverley había sido causada por la Revolución Inglésa en la segunda mitad del siglo XVII. El miedo a la revolución está siempre presente en Waverley, no sólo como tema o realidad histórica, sino como un miedo primitivo tan profundo en Scott como lo fue en Shakespeare, tal como se manifiesta en varias alusiones a lo largo de la novela y por las referencias directas a las obras de Shakespeare: Enrique V y Enrique VI en el capítulo 71.  Edward Waverley es como Don Quijote, pues su visión del mundo es el resultado de su lectura, y su educación no estructurada, que consiste en mucha curiosidad, pero alimentada de información mal arreglada y variada.  Aunque Scott  señala en sus instrucciones a sus lectores que: 







      De la minuciosidad con la que he trazado las actividades de Waverley, y el sesgo que inevitablemente comunicó a su imaginación, el lector tal vez anticipará, en la siguiente historia, una imitación de Cervantes. Pero él hará mi prudencia injusta en tal suposición. Mi intención no es seguir los pasos de este autor inimitable, al describir la perversión total de intelecto, al interpretar erróneamente los objetos de la realidad presentados a los sentidos, sino las aberraciones más comunes de la sana crítica, la que comprende los sucesos de hecho, en su realidad, pero les comunica a ellos una tintura de su propio tono romántico y colorido.
    Tras su publicación, Waverley fue un éxito sorprendente. La primera edición de mil copias se vendio totalente en el plazo de dos días de su publicación, y en noviembre la cuarta edición se encontraba ya en las prensas. Los críticos también fueron cálidos en sus elogios, sobre todo Francis Jeffrey en lapublación Edinburgh Review, donde alabó su fidelidad a la naturaleza, la fidelidad a la “experiencia real,”  la fuerza de la caracterización y descripción vívida. Algunos críticos, sin embargo, sobre todo John Wilson Croker, quien escribió para la Quarterly Review, expresó sus reservas sobre la conveniencia de mezclar la historia y el romance.  A pesar de los esfuerzos de Scott para preservar su anonimato, casi todos los revisores adivinaron que Waverley era su trabajo. Muchos lectores también reconocieron su mano. Una de ellas,  Jane Austen, escribió: “Walter Scott no tiene ningún negocio en escribir novelas, sobre todo las buenas - No es justo. Él tiene fama y dinero suficiente como poeta, por lo que no debería quitarle el pan de la boca a otras personas. . - No me gusta, y no quiero decir que como  Waverley, si puedo evitarlo -, pero temo que debo.”  
     Los primeros cinco capítulos, a menudo se piensa que son lentos y sin interés, una impresión en parte debido a los propios comentarios de Scott sobre ellos al final del capítulo cinco. Sin embargo, la creencia de John Buchan, de que la novela era un “disturbio para la diversión y la excentricidad,” parece una opinión minoritaria. Scott, sin embargo, trata de ser cómico, o por lo menos de seguir las convenciones de la novela picaresca. Los comentarios sobre la transmisión de información a través de las cartas semanales de tinta, el nombre del abogado que se explica por sí mismo, Clippurse, el deseo de Sir Everard y cortejar a la hermana más joven, Lady Emily, todo apunta hacia esta dirección.
     En el libro de Eckermann, Conversaciones con Goethe, Goethe elogió Waverley como “la mejor novela de Sir Walter Scott,”  y aseguró que Scott “no ha escrito nada para superar, o incluso igualar, su novela publicada por primera vez.” Él considera a Scott como un genio y como uno de los más grandes escritores de Inglés de la época, junto con Lord Byron y Thomas Moore. Al hablar de talento de Scott como un escritor, Goethe dijo: “Usted va a encontrar por todas partes en Walter Scott, una notable seguridad y el rigor en su trazado, que procede de su amplio conocimiento del mundo real, obtenido de estudios de toda la vida y observaciones, y una discusión diaria de las relaciones más importantes.” 
     Edward Morgan Forster es conocido como uno de los críticos más feroces y más crueles de Scott. Su crítica ha recibido una fuerte oposición de los estudiosos de Scott, que creen que su ataque es un síntoma de su ignorancia, tal vez de la literatura, pero con mayor seguridad de todas las cosas de Escocia. Esta hostilidad se llega a los círculos académicos, como se hace evidente por la conferencia de Alan Massie: El Atractivo de Scott a la Novela Práctica, la conferencia inaugural en la conferencia de 1991 sobre Scott. La defensa de Scott subsume una defensa de una cultura nacional en contra de los ataques de lo inglés. Otros han, sin embargo, sugerido que esto tergiversa el caso de Forster.
    Georg Lukács ha sido responsable del restablecimiento de Scott como un novelista serio.  Lukács es más firme en su creencia de que Waverley es la primera gran novela histórica de los tiempos modernos. Así se desprende de la distinción que establece entre la novela costumbrista del siglo XVIII, donde las realidades sociales son descritas con poca atención al cambio diacrónico, y la erupción de la historia en la vida de las comunidades, como ocurre en las novelas históricas. Además, que Waverley marca un hito importante está firmemente establecido en frase de Lukács, que “La novela histórica surgió a principios del siglo XIX, más o menos al momento de la caída de Napoleón.” (Wikipedia)






Waverley

de Walter Scott

     El baronet Sir Everard Waverley terminó de leer le carta que le habían entregado hace algunos momentos con un gesto de pesar. “¡No  es posible que mi hermano me haga esto! Privarme ahora de la presencia de Eduardo.” El anciano se sentía profundamente abatido. “Richard siempre me ha causado pesares. Esto es peor que cuando se marchó para siempre.” Su mente se trasladó a la época en que su hermano aún vivía con él.
     Sir Everard recordaba aquella visita a su hermano Richard: “Richard, necesito hablar contigo. Es muy serio lo que debo decirte.” Richard no dudó en decirle, “Dí lo que sea, rápido. Tengo cosas importantes que hacer.” Everard le dijo, “Me imagino de qué se trata. Estoy al corriente de lo que estás haciendo.” Richard le dijo, “Ah, ¿Estás enterado?” Everard le dijo, “Sí. Sé que estas dispuesto a adoptar el credo político de los Hannover y servir al rey Jorge.” Richard le dijo, “Así es. Es el soberano reinante y a quien debemos obediencia.” Everard le dijo, “¡Richard!¡El rey Jorge ha usurpado el trono a los Estuardo! Los Hannover crearon una dinastía a la que nadie debe aceptar.” Richard le dijo, “Pero yo sí. Además, no tengo otra alternativa si quiero dejar de ser solo un segundón en nuestra familia.” Everard le dijo, “¿Porqué hablas así? ¿Acaso alguna vez te he hecho sentir que no eres el dueño igual que yo?” Richard dijo, “No, pero no quiero soportar durante el resto de mi vida el papel de hermano del amo del señorío de Waverley.” Everard le dijo, “Soy diez años mayor que tú, nuestro padre al morir me pidió que velara por ti. Debo hacerte comprender que estas errado.” Richard dijo, “Pierdes tu tiempo. Me iré de aquí. Espero obtener un puesto en el parlamento, fama y fortuna y lo lograré sirviendo a los Hannover.”
     Everard le advirtió, “¡Si te vas olvídate de nuestra casa y de mi! Además, te desheredaré.” Richard dijo, “¡Haz lo que quieras! Mañana partiré para siempre.”

     Al día siguiente, Richard abandonó el castillo dirigiéndose a Londres. En la mañana sus dos hermanos, Everard y Raquel desayunaban. Entonces, Raquel le dijo a Everard, “¿No lo pudiste convencer de que recapacitára?” Everard le dijo, “No Raquel. Simplemente no acepta ser nuestro hermano menor y que yo haya heredado la baronía y la fortuna de los Waverley.” Raquel le dijo, “Tu deberías casarte Everard. Necesitas un heredero. Nuestro nombre no debe desaparecer.” Everard le dijo, “Tienes razón, pero desde que murieron nuestros padres he estado tan ocupado que no he tenido tiempo de pensar en ello.” Raquel le dijo, “Ya tienes 35 años. Ya es hora de que veas por tu felicidad.” Everard le dijo, “Los años pasan más aprisa de lo que deseamos. Entre educar a Richard y preocuparme de nuestras tierras no he pensado en mí.” Raquel le dijo, “Todo lo has hecho muy bien, aunque nuestro hermano no ha respondido como debía.” Everard le dijo, “No hablemos mas de ello. Tú, Raquel, ¿Tampoco has pensado en casarte? Muchos caballeros suspiran por tu mano.” Raquel le dijo, “Sabes que en mi corazón hay un recuerdo que venéro. Cuando Leonard murió en la guerra, yo juré que jamás me casaría.” Everard le dijo, “Sé cuanto lo amaste, cuanto sufriste con su muerte, pero aún estas a tiempo de ser feliz.” Raquel le dijo, “No, Everard. Ya tengo 30 años. Además, sé que no podría ser infiel a la memoria de Leonard.” Everard dijo, “Mi querida Raquel, ojalá yo encontrara una mujer tan fiel como tú.” Raquel dijo, “Sé que sientes gran admiración por lady Emily Blandeville. Apresúrate en pedir su mano o llegarás demasiado tarde.” Everard dijo, “Lo haré. De todas las mujeres que he conocido, Emily es la única que ha hecho latir con fuerza mi corazón.”
     Días después, Sir Everard se presentaba en el castillo de los Blandeville, padre de Emily. La señora Blandeville dijo, “¡Qué suerte para nosotros que un noble de la posición de sir Everard se haya fijado en nuestra hija!” El señor Blandeville dijo, “La casa de Waverley tiene gran renombre y Emily será la esposa de un baronet.” Pero durante los días que estuvo como huésped, sir Everard se dio cuenta que la joven aceptaba sus galanteos con reserva. Mientras Everard veía a la joven tocar arpa, pensaba, “No me rehúsa, pero mis atenciones no le producen ningún placer.” Cada día se sentía más enamorado pero la joven no correspondía en absoluto en sus atenciones. Una tarde que esperaba a Lady Emily, lady Ann, su hermana, le dijo, “Sir Everard, ¿Podríamos hablar un momento?” Everard le dijo, “Por supuesto lady Ann.” Lady Ann le dijo, “Es acerca de mi hermana Emily. La pobrecita sufre mucho, y yo no puedo permitirlo.” Everard le preguntó, “¿Qué le sucede? Dígamelo, por favor. Si puedo ayudar en algo cuente con ello.” Lady Ann le dijo, “Si me atrevo a venir a hablarle es porque me he dado cuenta que es usted un hombre de gran corazón y todo un caballero.” Everard le dijo, “Agradezco sus palabras pero quisiera que sin preámbulos me dijera lo que le sucede a Emily.” Lady Ann dijo, “Ella lo estima mucho, Sir Everard, pero no lo ama, y nunca podrá hacerlo.” Everard dijo, “Entonces por eso se mostraba tan reservada en mi presencia.” Ann dijo, “Sí, Emily está muy enamorada de un primo nuestro. Ambos se quieren, pero mis padres desean casarla con usted.”
     Everard sintió como si el mundo se le cayera encima, pero supo mantener su dignidad. Lady Ann continuó, “Le suplico le ayude. Si insiste en unirse serán desagraciados los dos.” Everard le dijo, “No se preocupe, lady Ann, yo arreglaré esto. Dígale a Emily que jamás le negaría su felicidad.” Lady Ann le dijo, “¡Oh, sir Everard, es usted maravilloso!” Everard le dijo, “No me lo agradezca. Y ahora, por favor quisiera estar solo.”
     Al día siguiente, después de hablar con el padre de la joven, Everard pidió ver a Emily, diciendo, “Vengo a despedirme. En pocos momentos partiré a mis tierras, pero quería decirle que deseo que sea feliz.” Lady Emily le dijo “No tengo palabras para agradecerle lo que hace por mí.” Everard le dijo, “No tiene que hacerlo. Pronto se casara con el hombre que ama. Su padre me prometió que accederá a la boda.” Lady Emily le dijo, “Sir Everard, espero algún día poder corresponder a este noble gesto suyo.”               
     Los años pasaron. Después de su fracaso amoroso con Emily, sir Everard no volvió a intentar buscar la felicidad. Una mañana mientras desayunaban Raquel y Everard, Raquel dijo, “Everard, me he enterado que nuestro hermano Richard se casó hace un año.” Everard dijo, “Ya lo sabía. Su esposa es una distinguida dueña de vastas y ricas propiedades cerca de aquí.” Raquel dijo, “Así es, y como la joven lady está a punto de ser madre se han trasladado a vivir a estos contornos.” Everard dijo, “Después de cinco años Richard regresa. Creo que le ha ido muy bien en la corte.”
     Semanas más tarde nuevas noticias llegaron al castillo. Everard llegando de su jornada se acercó a su hermana Raquel, quien bordaba, y le dijo, “Raquel, me acabo de enterar que la esposa de Richard tuvo un niño sano y hermoso, pero ella murió.” Raquel dijo, “¡Oh, pobre de nuestro hermano!” Everard continuó “Él regresó a Londres y dejó al pequeño en manos de una nodriza y los criados de la casa.” Raquel dijo, “Se fue y no nos anunció el nacimiento de nuestro sobrino ni la muerte de su esposa. ¡Qué ingrato es con nosotros!”
     Transcurrieron otros cinco años durante los cuales no hubo el menor acercamiento entre los hermanos. Y una mañana, el pequeño Eduardo Waverley acompañado de una criada en la calle, quiso subir a un pescante. Entonces la criada le dijo, “¡Eduardo, vamos! ¡Ese no es el carruaje de tu papá!” El pequeño Eduardo le dijo, “¡No, no! ¡Déjame subir!” En ese momento, el dueño del carruaje, Sir Everard, pasaba por ahí, y al ver al pequeño y a la criada dijo, “¿Qué sucede?” La criada le dijo, “Perdone, sir, el niño ha confundido el carruaje e insiste en subir.” Everard se puso en cuclillas, tomó al niño en sus brazos diciendo, “Este pequeño es…es hijo de sir Richard Waverley, ¿verdad?” La criada le dijo, “Así es, sir.” Everard sin dejar de mirarlo, dijo, “Todo en él muestra que es un Waverley, ¿Está sir Richard en Londres o aquí?” La criada dijo, “Llegó ayer, sir.” Everard soltó al niño y dijo, “Por favor, diga a sir Richard que lo espero esta tarde en el castillo de Waverley, que su hermano le suplica que acuda.” La criada dijo, “Así lo haré.”
     Esa tarde, Everard esperó ansiosamente a su hermano que finalmente se presentó. Estando ambos sentados en el salón, Richard dijo, “No habría venido si no es por tu llamado. La última vez que nos vimos me advertiste que me olvidara de ti.” Everard dijo, “Han pasado diez años Richard. No nos hagamos reproches. Hoy vi a tu hijo, y es de él de quien deseo hablarte. Sé que pasa la mayor parte del tiempo en manos de criadas, ya que tu estás casi siempre en Londres.” Richard dijo, “Así es. Mis obligaciones no me permiten quedarme aquí.” Entonces Everard le dijo, expresando un poco de tensión, “Bien, como tú sabes, yo no me casé, por lo tanto, no tengo herederos. Si tú lo permites, tu hijo podría ser el dueño de todo.” Richard le dijo, “¿Y qué deseas que yo haga?” Everard dijo, “Permite que vega a vivir con nosotros. Raquel y yo lo cuidaremos, le daremos la mejor educación. Será el heredero de Waverley.” Richard permaneció en silencio. Sabía que era la única forma para asegurar a su hijo la sucesión del título y las propiedades.  Everard continuó, “Tú no puedes encargarte de él. Es muy pequeño. Necesita una madre ¿y qué mejor que nuestra hermana Raquel para cuidarlo?” Richard dijo, “Está bien. Acepto pero con una condición.” Everard dijo, “Dímela.” Richard dijo, “Que cuando yo sea mayor yo pueda decidir sobre su futuro y también intervenir en algunos aspectos de su educación.” Everard le dijo, “Tienes ese derecho, pero espero estés conforme con lo que yo disponga. Lo educare como al futuro baronet.” 
     Así el pequeño Eduardo fue a vivir al castillo y allí creció con sus tíos. Mientras lo veían cabalgando, Raquel le dijo a Everard, “¡No hay jinete mas experto que él!” Everard le dijo, “Podemos estar orgullosos de nuestro Eduardo. Todo lo aprende con facilidad y lo hace perfecto.” Everard la tomó del brazo y juntos caminaron. Entonces Raque le dijo, “Richard no se podrá quejar de cómo lo hemos educado.” Everard le dijo, “Al parecer, no le preocupa mucho. En estos diez años apenas lo ha visto dos veces.” Raquel le dijo, “Pero nosotros no hemos permitido que se olvide de su padre. Le hemos inculcado amor y respeto hacia él.” Everard le dijo, “Y eso es lo correcto. La verdad es que somos muy afortunados de tener a Eduardo con nosotros.”
    Pasaron otros siete años y el día en que Eduardo cumplió veintidós llegó la carta. Después de leer la carta Everard pensó, “Y ahora Richard quiere llevarlo lejos de aquí.” En ese momento llegó Raquel diciendo, “¿Qué sucede, hermano?¿Porqué me mandaste decir que deseabas verme de inmediato?” Everard le dijo, “Acabo de recibir carta de Richard. Dice que desea que Eduardo se dedique a la carrera de las armas.” Raquel le dijo, “¡Oh no! ¿Pero porqué?” Everard dijo, “Porque es mal visto en Londres que no sirva al rey. Por lo tanto Eduardo ocupará un puesto en el regimiento de Dragones.” Raquel le dijo, “Richard no debió de decidir esto sin consultarte.” Everard dijo, “Dice que no hay tiempo para ello, ya que Eduardo deberá incorporarse a su cuartel, en Escocia en el plazo de un mes.” Raquel preguntó, “¿Tendrá que ir a Escocia? ¡No es justo, no debemos permitirlo!” Everard dijo, “No puedo negarme. Le prometí a Richard que no me opondría si decidía intervenir en el futuro Eduardo.” Raque le dijo, “Pero él ya está dedicado a las leyes. Es lo que le gusta. No debiste prometer nada.” Everard le dijo, “Temí que si me negaba, no lo dejaría vivir aquí.”  Raquel dijo, “¡Oh Everard, moriré de tristeza cuando Eduardo se marche!” Everard dijo, “Regresará. Quizá Richard tenga razón. Debe conocer el mundo. En 22 años apenas si ha salido de nuestras tierras.” Raquel dijo, “¿Y qué necesidad hay? Incluso me he dado cuenta de que se ha interesado por algunas de las señoritas de la comarca.”  Everard dijo, “Y nada se puede hacer. Lo que Richard ha dispuesto debe cumplirse.”
     Ese mismo día, sir Everard comunicó a su sobrino la decisión de su hermano. Tanto Eduardo, como Everard y Raquel estaban sentados a la mesa. Entonces Everard dijo, “Es la voluntad de tu padre que sigas la carrera de armas, en la que tanto se han distinguido nuestros antepasados.” Eduardo dijo, “Yo ya tengo una carrera tío, pero si por nuestro nombre debo entrar al ejército, lo haré.” Sir Everard le dijo, “Adoptaré las medidas convenientes para que puedas presentarte como el descendiente y heredero de la casa Waverley.” Eduardo dijo, “Se lo agradezco tío, aunque le advierto que si no me gusta no permaneceré mucho tiempo en el regimiento.”

     Una semana más tarde, Eduardo se disponía a partir. Raquel le dijo, “Adiós hijo. Cuídate. Recuerda que aquí queda tu tía rezando por tu seguridad y salud.” Eduardo le dijo, “Tía querida, regresaré a verte en la primera oportunidad.” Enseguida el joven se volvió hacia su tío quien estaba aparentando serenidad. Everard le dijo, “Aquí tienes la carta para mi amigo el barón Bradwar, en cuanto tengas un permiso ve a saludarlo.” Eduardo le dijo, “Así lo haré tío. Ten la seguridad.” Tío y sobrino se abrazaron separándose después de un momento. Everard dijo. “Quedo más tranquilo sabiendo que llevas a Jonás como criado. Cuídate mucho y no dejes de escribir.” Eduardo le dijo, “No te preocupes. Te tendré informado de lo que haga.”
     Momento después, Eduardo se subía a su caballo y se ponía en marcha. Después de dos días llegó a Londres, donde se detuvo para saludar a su padre. Entonces Richard le dijo a su hijo, “No sabes lo que me alegra que te vayas a incorporar al regimiento. Me imagino que Everard y Raquel se habrán enfurecido por su decisión.” Eduardo le dijo, “No, padre. Simplemente me la dieron a conocer, y acto seguido mi tío se preocupó de preparar todo para mi viaje.” Richard dijo, “Me alegro. Temía que se opusiera y amenazara con desheredarte si yo insistía.” Eduardo dijo, “¡Jamás se le ocurrió algo semejante! Quizá hubiera actuado así si yo me hubiera opuesto.” Entonces Richard le dijo, “¿Tú oponerte? ¿Te hubieras atrevido?” Eduardo dijo, “Quizá. Pero no se dio el caso, pues yo hace tiempo tenía deseos de viajar.” Richard le dijo, “Me alegro que así haya sido. Ahora quiero darte algunas recomendaciones.” Eduardo dijo, “Tú dirás padre.” Richard le dijo, “En Escocia abstente de hacer amistades con los enemigos del rey Jorge; con los que aún sueñan con el regreso de los Estuardo.” Eduardo le dijo, “No creo que en el regimiento haya enemigos del rey.” Richard le dijo, “Ahí no, pero desgraciadamente el territorio escocés está lleno de nobles que son desleales al rey, y esos son los que hay que evitar.” Eduardo dijo, “Entiendo.” Richard dijo, “Te lo digo porque muchos de ellos conocen a Everard y si se enteran de que tu estas allí, querrán ponerse en contacto contigo.” Eduardo dijo, “Pero si son amigos de mi tío, no está bien que los rehúya.” Richard le dijo, “Su compañía podría hacerte mala fama en el regimiento y perjudicarme en mi puesto.” Eduardo dijo, “No te preocupes padre. No es mi intención causarte problemas.”

     Eduardo prefirió no mencionar la carta que su tío le había dado para el barón Bradwar. Richard le dijo, “Veo que eres un hombre consciente y un buen hijo. Eso me satisface. Vayamos al comedor. La cena ya está servida.”
     Al día siguiente muy temprano, Eduardo se volvió a poner en camino, esta vez directamente rumbo a Escocia. Mientras cabalgaban, Eduardo le dijo a su criado Jonás, “Descansaremos solo por las noches. En una semana estaremos en el cuartel.” Jonás le dijo, “Así es señor, aunque quizá sería mejor ir más despacio. Tiene tiempo y llegará menos agotado.” Finalmente llegaron a Dundee, y Eduardo se presentó ante el coronel del regimiento. En los meses siguientes el joven se entregó con ardor a su educación militar. Mientras tanto, dos oficiales lo observaban comentando entre ellos, “¿Ese es Eduardo Waverley?” El otro oficial le contestó, “Si. Es uno de los mejores elementos que han llegado a este cuartel. Ya dirige su propio grupo de soldados.” Aunque todo lo aprendía rápidamente e incluso se le hacia fácil, Eduardo no estaba del todo satisfecho. Recostado en su cama pensaba, “Definitivamente no creo estar hecho para la vida militar. Me aburre la rutina que hay que cumplir.” El joven a quien sus tíos habían dado una educación superior, se sentía desgraciado. Eduardo pensaba, “Trataré de adaptarme y luego veré.”
     Lentamente transcurrió el tiempo y luego el verano. Un día Eduardo se presentó ante el coronel diciendo, “Coronel, quisiera que me diera algunas semanas de permiso. Deseo conocer Escocia y creo que ésta es la época adecuada.” El coronel le dijo, “Puede usted ausentarse teniente Waverley. Le daré permiso por un mes.” Al día siguiente Eduardo se puso en camino. Lo primero que pensaba hacer era visitar al barón Bradwar. Mientras cabalgaba con su criado, Eduardo dijo, “Según me dijo mi tío, sus tierras están cerca de la aldea de Tully Veoland.” Su criado le dijo, “Entonces tendremos que atravesar las tierras de Parth-shire.” Cuando llegaron a la aldea, unas mujeres los orientaron, diciendo, “Sigan por aquí derecho y encontrarán la mansión del barón de Bradwar.” Siguieron el camino indicado y poco después se encontraron frente a la casa del barón. Ambos se apearon. Entonces Eduardo dijo, “No se ve a nadie alrededor.” Su criado dijo, “Tal vez sea la hora de la sienta y criados y amos estén durmiendo.”         
     Después de haber mirado en torno suyo, Eduardo se dirigió resueltamente hacia la puerta. Eduardo tomó la aldaba. La llamada retumbó en toda la mansión. El mayordomo abrió la puerta, “¿Señor?” Eduardo se presentó, “Deseo ver al barón Bradwar. Soy Eduardo Waverley.” El mayordomo lo hizo pasar de inmediato, diciendo, “El barón no se encuentra en estos momentos.” Eduardo preguntó, “¿Regresará pronto?” El mayordomo le dijo, “Está supervisando la cosecha de cebada, pero le enviaré un recado avisándole que está usted aquí.” Eduardo le dijo, “Quizá es mejor que no lo moleste. Puedo esperar a que regrése.” El mayordomo dijo, “¡Oh, no señor! El barón no me perdonaría si no le comunico de inmediato su llegada.” Eduardo dijo, “Está bien. Haga lo que crea más conveniente.” Entonces el mayordomo dijo, retirándose, “Avisaré a la señorita Rosa, hija del barón, que usted se encuentra aquí.” Sin esperar respuesta el mayordomo lo dejó solo. Momentos después llegó Rosa, “¿Señor Waverley? Yo soy Rosa Bradwar.” Eduardo dijo, recibiendo su mano, “Señorita, es un honor conocerla.” Eduardo se sintió hondamente impresionado por la dulzura que irradiaba la joven, quien dijo, “Siéntese por favor. Mi padre no tardará en venir.” Eduardo dijo, “Espero no sea inoportuno con mi llegada.” Rosa le dijo, “De ninguna manera. Papá estima mucho a sir Waverley. Estará feliz de verlo a usted y saber así noticias de su amigo.” Eduardo dijo, “Mi tío le ha enviado una carta. Me habría gustado venir antes, pero este es mi primer permiso en el ejército.”
     Los jóvenes, que habían simpatizado desde el primer momento, se encontraban platicando amenamente cuando apareció el barón. El barón Bradwar dijo al ver a Eduardo,  “¡Eduardo Waverley, qué alegría verte aquí!” Eduardo dijo, “Señor barón, agradezco sus palabras.” Después de efusivos saludos, se sentaron a conversar. El barón dijo, “Hija, ordena que nos sirvan el té. Eduardo debe venir cansado y la deliciosa bebida lo reconfortará.” Ella dijo, “Sí, padre. Voy de inmediato.” El resto de la tarde y durante la cena el barón no dejo de preguntar acerca de su amigo Everard, diciendo, “Hace años que no nos vemos, pero por lo que me dice en la carta, el tiempo no ha enfriado nuestra amistad.” Mientras tanto, Eduardo pensaba, “¡Qué hermosa y dulce es Rosa! No puedo apartar los ojos de ella, aunque se ruboriza intensamente cuando se da cuenta que la miro.”
     Al día siguiente Eduardo se levantó temprano y salió a dar un paseo alrededor de la casa. Cuando vio a Eduardo levantado, el barón le dijo, “¿Ya levantado? Pensé que querrías descansar un poco más.” Eduardo dijo, “Dormí perfectamente bien y me siento muy descansado.” El barón le dijo, “Me alegro. ¿Quieres acompañarme a recorrer mis tierras?” Eduardo le dijo, “Con mucho gusto barón.” Pasaron la mañana en el campo cabalgando y aunque Eduardo demostró interés por lo que veía, su pensamiento estaba lejos de ahí. Entonces el barón dijo, “Creo que ya debemos regresar a casa. Rosa nos debe estar esperando para comer.” Eduardo pensó, “¡Por fin! ¡Cómo ansío verla otra vez!”
     En los días siguientes, Eduardo acompañó al barón al campo y de cacería, pero trataba de pasar gran parte del tiempo junto a Rosa. Un día ella encontró a Eduardo leyendo y le dijo, “Creí que andabas con mi padre.” Eduardo le dijo, “No. Debo escribir unas cartas y es necesario que lo haga hoy mismo.” Ella le dijo, “Entonces me retiro para no molestarte.” Eduardo le dijo, “¿Tú molestar? ¡Por favor no digas eso! Tenerte cerca es lo que más deseo.” Ella lo miro emocionada. Desde el momento en que el joven llegó a casa, todos sus pensamientos giraban en torno a él. Eduardo la miró de frente tomándola de los hombros le dijo, “Rosa, tengo que decírtelo, no puedo esperar más. ¡Te amo! Me enamoré de ti en el instante que te conocí.” Rosa le dijo, “¡Oh, Eduardo! Qué felicidad escucharte decir eso. Yo…también te amo.” Eduardo la tomó de sus brazos y la besó dulcemente. Después de unos instantes se separaron. Eduardo le dijo, “Amor mío, jamás imagine que aquí encontraría la mujer de mi vida.” Ella le contestó, “Nunca me había sentido tan dichosa.” Eduardo dijo, “Hablaré con tu padre. Estoy seguro que no se negará a que seamos novios.” Rosa le dijo, “Espero que nos de su bendición.” Eduardo la tomó de las manos y le dijo, “Voy a escribir a mi coronel pidiéndole un nuevo permiso.” Ella le dijo, “¡Ojalá te lo conceda! No quiero que te vayas ahora que se que me amas.”
     Esa noche Eduardo habló con el barón, quien le dijo, “Nada me puede complacer más que mi hija se una a un Waverley.” Eduardo le dijo, “Gracias barón. Espero ser siempre digno del aprecio que ahora me demuestra.” El barón le dijo, “Sé que mi amigo Everard también recibirá con satisfacción la noticia.” Eduardo le dijo, “No creo que mi tío hubiera deseado una mujer más perfecta para ser mi esposa.” Pasaron dos semanas, en las cuales Rosa y Eduardo sólo vivieron para el inmenso amor que sentían el uno por el otro. Sin embargo una mañana llegó una carta. Eduardo miró el sobre y al darse cuenta que era del coronel lo abrió de inmediato. Eduardo leyó, “Me concede el permiso. Ah, pero también me recomienda que no pase tanto tiempo con personas consideradas no afectas al rey.” Eduardo siguió meditando, “El coronel está equivocado. Si bien el barón no ha jurado fidelidad al rey, tampoco se puede decir que haga nada contra él. Seguramente me hace estos comentarios por mi bien, pero está mal informado. Cuando regrese le aclararé las cosas.”
     Olvidándose de todo lo que no fuera su nuevo permiso fue en busca de Rosa. Y cuando la encontró, le dijo, “Mi amor, me han concedido la licencia que pedí. Podré quedarme a tu lado unas semanas más.” Rosa le dijo, “¡Qué alegría! Estaba temerosa de que ya tuvieras que partir.” Así pasó otra semana más, y una mañana, Eduardo se dirigió a Rosa, “¿Qué sucede, Rosa? Escuché gritos y cuando pregunté a qué se debía nadie me ha dado razón” Rosa le dijo, “Anoche entraron ladrones a nuestras tierras y se robaron vacas. ¡Oh Eduardo, tengo tanto miedo de lo que sucederá ahora.” La joven habló con la voz quebrada por la angustia. Eduardo le dijo, “Amor cálmate y explícame bien.” Ella le dijo, “Mi padre considera este robo una afrenta e intentará recuperar los animales.” Eduardo le preguntó, “¿Les habían robado anteriormente?” Ella el dijo, “No, porque sin que mi padre supiera, el administrador pagaba protección a Fergus Macivor.” Eduardo le dijo, “¿Y tu padre se enteró?” Ella le dijo, “Así es y consideró indigno de su categoría seguir pagando. Esto es consecuencia de su negativa.” Eduardo le dijo, “¿Y crees que el barón irá a enfrentarse con los bandoleros?” Ella le dijo, “Sí, y temo por él, ya que si causa algún daño a los ladrones estaremos para siempre en peligro.” Rosa dejó escapar una lágrima y continuó, “Nosotros no podemos defendernos como antes. Nos decomisaron todas las armas por no prestar juramento de fidelidad al rey Jorge.” Eduardo le dijo, “Por favor mi amor, no llores.”
     En ese momento entró el barón, diciendo, “Rosa, es una vergüenza que una señorita distinguida demuestre debilidad como si fuera la hija de un granjero.” Rosa dijo, “Perdóname papá, yo…” El barón le dijo, “Ya tengo bastante con que nos roben y no contar con qué defendernos para también tener que escuchar tus lamentaciones.” Eduardo dijo, “Barón, ¿Puedo hacer algo para ayudarlo?” El barón le dijo, “Agradezco tu interés Eduardo. Después de que hable con el administrador te pondré al corriente de lo que decida hacer.” Eduardo le dijo, “Estoy a su disposición para lo que sea.” 
     Cuando los jóvenes volvieron a quedar solos, Eduardo pregunto a Rosa, “¿Tú crees que ese tal Mac-ivor fue el autor del robo?” Rosa dijo, “¡Oh, no! El es un caballero de gran prestigio e importancia y cabeza de un poderoso clan montañés muy respetado.” Eduardo le dijo, “Entonces no comprendo qué tiene que ver él con los ladrones.” Rosa dijo, “Respecto a su relación con los bandidos no lo sé bien, pero ni el más temerario de ellos se atrevería a robar a alguien que te paga tributo.” Eduardo dijo, “No entiendo porque señores como tu padre deben pagarle para que los proteja.” Rosa dijo, “Fergus dirige el mayor grupo de gente armada de estos contornos. Es el único que puede defender a los que vivimos en las tierras bajas, de los bandidos de las montañas.” Eduardo le dijo, “¿Y porque tu padre se negó a pagar, ahora le roban?” Rosa le explicó, “Sí. Mi padre era amigo de Fergus, pero cuando se enteró del pago por protección, se enfureció. Incluso, lo retó a duelo.” Eduardo dijo, “¿Llegaron a cruzar las armas?” Rosa dijo, “No, porque Fergus dijo que jamás levantaría la mano contra una persona de edad y tan merecedora de respeto como mi padre.” Eduardo dijo, “Entonces ese Mac-ivor es joven.” Rosa dijo, “Así es. Apenas tiene 27 años y es muy apuesto. Su hermana Flora es la mujer más bella que ha existido nunca.” Eduardo le dijo, “No digas eso Rosa. No te haces justicia. No creo que halla nadie más hermosa que tú.” Rosa dijo, “Si la conocieras, no pensarías así. No solo es bella, tiene una inteligencia privilegiada. Se educó en Francia en un convento.” Eduardo le dijo, “Quizás tú la ves con más dones de los que realmente posee.” Rosa dijo, “No hay hombre que la conozca que no se enamore de ella, pero sin esperanza. Flora es una verdadera reina y se comporta como tal.” Eduardo dijo, “¿Ah, si? Debe ser bastante desagradable.” Rosa le dijo, “No. Tiene juna forma de ordenar que nadie se atreve a desobedecer. Es como si se sintieran agradecidos de poder servirla.” Eduardo dijo, “Bueno, me alegro de no haberme topado con semejante mujer.” Rosa dijo, “Y yo también. Quizá si la hubieras visto antes que a mí, yo no tendría la dicha de tu amor.” Eduardo le dijo, “No lo pienses ni por un momento. Tú eres lo más importante para mí. Jamás podría amar a otra mujer.”
     Poco antes de comer, el barón se unió a la pareja. Rosa dijo, “¿Has decidido algo, papá?” El barón dijo, “Solo hay una solución: ir a tratar de recuperar nuestro ganado.” Eduardo dijo, “Pero lo que me ha dicho Rosa es una temeridad. Usted no cuenta con las armas necesarias para hacer frente a los ladrones.” El barón dijo, “Así es, pero me niego a que se queden con nuestras reses. Si lo permito regresarán y se llevaran las pocas que dejaron.” En ese instante se abrió la puerta del salón. El mayordomo se presento, y dijo, “Señor, un emisario de Fergus Mac-ivor desea verlo.” El barón dijo, “Hazlo pasar de inmediato.” Momentos después, cuando el hombre escocés se presentó, el barón dijo, “Bienvenido Evan Dhu, ¿Qué nuevas hay de Fergus Mac-ivor?” El hombre dijo, “Le envía sus saludos afectuosos, señor barón” El aire de dignidad con que el barón se dirigió al emisario, le pareció a Eduardo propio de un príncipe que recibe a un embajador. El hombre dijo, “Se ha enterado del robo de sus reses y lo lamenta. Desea aclarar que nada ha tenido que ver con eso.” El barón dijo, “Jamás pensé que Fergus estuviera involucrado en tan bajo asunto.” El emisario dijo, “Le ruega considere lo pasado entre ustedes como terminado y desea que las cosas vuelvan a ser como antes.” El barón dijo, “Yo también lamento el malentendido que nos ha tenido alejados.” El mensajero dijo, “Para demostrar su buena voluntad, Fergus está dispuesto a hacer que su ganado sea devuelto y que no se vuelvan a molestar sus propiedades.” El barón dijo, “Y yo demostraré mi buena voluntad permitiendo que mi administrador haga un arreglo con ustedes a ese respecto.” El hombre dijo, “Yo iré ahora a recuperar el ganado. Si usted lo desea, alguien de su confianza podrá acompañarme.” El barón dijo, “Al único que enviaría sería mi administrador, pero lo necesito ahora aquí.” Eduardo que no había perdido palabra de lo que hablaba, intervino rápidamente, diciendo, “Barón, ¿me permitiría que yo fuera? Desde que llegué, he deseado conocer las montañas.” El barón le dijo, “Sí, ya me lo habías dicho, pero no creo que esta sea la mejor oportunidad.” El hombre dijo, “¿Por qué no? Será difícil que encuentre un guía mejor que yo. Si las vacas están donde yo supongo, verá un sitio como jamás ha imaginado.” Rosa dijo, “Permítele que vaya Padre. Eduardo desea mucho conocer Escocia y sus costumbres.” El barón dijo, “Está bien. No puedo oponerme.” El hombre escocés dijo, “Partiremos de inmediato. Nos espera un camino largo y deseo llegar al sitio que he dicho antes de la noche.”
     Poco después Eduardo se preparaba para partir. Eduardo se despidió de su siervo, diciendo, “Te quedarás aquí, Jonás. Yo regresaré pronto.” Jonás le dijo, “Señor, acuérdese que su tío me encargó que no me separara de usted.” Eduardo le dijo, “No te preocupes. Estaré bién. Si me demoro más de lo previsto, veré la forma de comunicarme contigo.” Eduardo se separó del criado y se dirigió hacia donde estaba Rosa, diciendo, “Mi vida, pronto regresaré. Si no fuera por los grandes deseos que tengo de conocer las montañas, no te dejaría.” Rosa le dijo, “Ve tranquilo Eduardo. Quizá no tengas otra oportunidad como ésta y debes aprovecharla.” Eduardo la tomó de los hombros y dijo, “Tengo grandes planes para cuando regrese. Deseo que nos casemos cuanto antes.” Rosa le dijo, “¿Casarnos? Es lo más bello que me podría decir.” Eduardo le dijo, “No hay nada que nos impida hacerlo. A mi regreso arreglaremos todo para la boda.” Rosa dijo, “Te esperaré ansiosa.”
     Eduardo subió a su caballo, y partió junto con tres hombres. Rosa se quedó en la puerta viendo alejarse a su amado, pensando, “Cuídate vida mía, y regresa pronto.” Los cuatro jinetes cabalgaron toda la tarde. Al anochecer, uno de los guía escoceses dijo, “Después de atravesar éste desfiladero estaremos muy cerca del sitio a donde vamos.” Un poco atrás, a caballo, Eduardo dijo, “Todo el camino ha sido muy hermoso. Penetrar en estas montañas es algo que no imaginé que haría.” El guía dijo, “Para un hombre que no las conoce es difícil y peligroso. Por eso pensé que sería una buena oportunidad que viniera conmigo.” Eduardo le dijo, “Se lo agradezco. Pronto regresaré a Inglaterra y quizá pase mucho tiempo antes de que vuelva nuevamente a estas tierras.” De pronto avistaron un valle. Eduardo dijo, “¡Es el paisaje más bello que he visto nunca!” El guía dijo, “Muy poca gente ha venido a este lugar. Sólo los que nacieron en las montañas lo conocen y sin embargo muchos no saben que existe.”
     Cuando llegaron al lago, Evans se acercó a unos tupidos matorrales, descubriendo un bote de entre la maleza, dijo, “¡Aquí está! Ayúdenme a llevarlo al agua.” De inmediato se acercaron y sacaron un bote que estaba oculto. Una vez en el agua, Evan subió al bote, diciendo, “¡Vamos! Suban pronto.” Momento después el bote se dirigía al otro extremo de lago. Mientras remaban, vieron a lo lejos una hoguera encendida. Entonces uno de los remeros dijo, “Ya nos han visto. Han prendido la hoguera.” Evans dijo, “Eso quiere decir que no me equivoqué y que Donald está allí.” Al llegar a la orilla, descendieron de la embarcación, dirigiéndose hacia una gran cueva. Un hombre con vestimenta escocesa les dio la bienvenida. Evans dijo, “Gracias Donald Been.” Eduardo no perdía un detalle de lo que sucedía a su alrededor. Donald dijo, “Entren. Haré que les sirvan de comer.” Evan dijo, “La verdad es que hemos cabalgado toda la tarde y estamos cansados y hambrientos.” Entraron a la cueva y allí les sirvieron sopa y tajadas de carne asada, que devoraron con rapidez. Mientras comían, Evan dijo, “Tengo que hablar contigo, Donald.” Donald dijo, “Después, cuando los demás descansen.”
     Durante la cena se habló de la situación del país. Eduardo pensó, “Es interesante como este hombre está informado de todo lo referente a las fuerzas armadas inglesas.” Con toda tranquilidad, Donald se explayó sobre el número de armas y tropas con que contaban los regimientos estacionados en Escocia. Eduardo pensó, “No solo estoy asombrado sino también alarmado por lo que dice. ¿Cómo pudo obtener tales datos?” Sin poder aclarar sus dudas, pero no perdiendo palabra de lo que decía Donald, Eduardo terminó la cena. Después, Donald le dijo, “Venga, le indicaré el lugar donde puede descansar.” Eduardo lo siguió hasta un rincón de la caverna. Donald le dijo, “Le he hecho preparar este lugar, que para una persona como usted puede no ser suficientemente cómodo.” Eduardo le dijo, “Se lo agradezco. Estoy tan agotado que dormiré perfectamente.”
     A la mañana siguiente, cuando Eduardo se despertó, notó que estaba solo, pensado, “No hay nadie. Es como si siempre hubiera estado vacía.” Eduardo se levantó y salió fuera de la cueva. Una mujer que calentaba una olla le dijo, “Buenos días. Pronto estará su desayuno.” Eduardo le dijo, “Buenos días. ¿Cuál es tu nombre? ¿Dónde están los demás?” Ella le dijo, “Soy Alicia, hijastra de Donald. Evan fue al lago. ¡Mire ahí viene!” Evan le dijo, “¿Descansó bien Eduardo?” Ambos se acuclillaron en la tierra para desayunar. Eduardo dijo, “Sí, incluso creo que dormí demasiado.” Evan dijo, “Desayunaremos y nos pondremos en camino.” Eduardo preguntó, “¿Y Donald?” Evan le dijo, “Se fue muy temprano.”
     Cuando terminaron de desayunar subieron al bote. Mientras este se deslizaba por el lago, Evan empezó a hacer elogios de Alicia. Eduardo dijo, “Me pareció una joven muy agradable. Lástima que esté condenada a una vida tan peligrosa junto a esa gente.” Evan dijo, “Es hermosa e inteligente, me gusta mucho. Se lo he dado a entender pero ella no se da por aludida. Donald la quiere mucho y la protege. Le da todo lo que ella desea.” Eduardo le dijo, “No creo que esté contenta de tener que vivir con un vulgar ladrón de ganado.” Evan dijo, “Donald no es un vulgar ladrón. Nunca en su vida ha atrapado menos de una manada entera.” Eduardo dijo, “Eso demuestra que es un bandido.” Evan le dijo, “El que roba una vaca a una pobre viuda o a un labriego sin medios, ese es un ladrón. Pero el que se apodera de los animales de un rico terrateniente no es un bandido, es un caballero que se dedica a la ganadería.” Eduardo le dijo, “O sea que ustedes no consideran un robo lo que Donald hace?” Evan dijo, “No, los montañeses no consideramos eso como algo vergonzoso. Es como coger un árbol del bosque o un pez del rio.” Eduardo le dijo, “Veo que tiene una idea de la ley totalmente diferente a la mía. Y ahora dígame, ¿Qué pasó con el ganado del barón?” Evan le dijo, “Oh, por eso no se preocupe. Ya se lo llevaron de regreso, menos dos vacas que sacrificaron antes de nuestra llegada.” Eduardo dijo, “Por lo menos recuperará gran parte de lo que le pertenece.”
     Habían llegado a la orilla opuesta y desembarcaron para luego montar en sus cabalgaduras. Mientras cabalgaban, Eduardo dijo, “Este no es el camino por donde venimos, ¿Verdad?” Evans le dijo, “Por supuesto que no. Vamos en sentido totalmente contrario.” Eduardo dijo, “Y ¿a dónde nos dirigimos, si es que puedo preguntarlo?” Evan dijo, “A casa de Fergus Mac-ivor. No pensará usted pasar por sus tierras sin saludarlo.” Eduardo dijo, “Me gustaría conocerlo, ¿estamos muy lejos de la casa?”  Evan dijo, “Oh, no. A solo unas cuantas millas.” Atravesaron varios desfiladeros, montes y valles hasta llegar a la entrada de la casa Mac-ivor. Al llegar, Evan dijo, “Ya sabían de nuestra llegada, pues la puerta está abierta.” Al entrar al espacioso patio, Eduardo vio un espectáculo increíble: guerreros escoceses luchaba. Evan explicó, “Están haciendo simulacros de lucha con el fin de hallarse siempre en buenas condiciones físicas.” Después de un momento, Fergus ordenó terminar las escaramuzas y se acercó a saludarlos. Fergus extendió la mano a Eduardo, diciendo, “Me alegro que haya aceptado venir hasta aquí. Un amigo del barón es siempre bien recibido.” Eduardo dijo, “Agradezco sus palabras en nombre del barón y mío.” Tras los saludos de rigor, Fergus lo guió hacia el interior de la casa, diciendo, “El toque de las gaitas indica que la comida ya está lista. Hágame el honor de entrar en mi ruda morada.”
     Se dirigieron a una inmensa habitación, donde había una enorme mesa de roble. Fergus dijo a Eduardo, “Como mi huésped de honor, usted ocupará la cabecera conmigo.” Después que se sentaron, los demás ocuparon sus puestos. Fergus dijo, “Sírvase a su gusto. Aquí comemos sin grandes ceremonias.” Mientras comían, los gaiteros no dejaron de tocar y entre la música y el ruido de la conversación, Eduardo se sentía aturdido. Fergus dijo, “Deberá disculpar la confusión debido a tan numerosa concurrencia, pero aquí al hospitalidad es un deber sagrado.” Eduardo dijo, “Lo entiendo. No se preocupe.” Cuando terminaron de comer, Fergus dijo, “Haré que lo lleven a una habitación para que descanse.” Eduardo dijo, “Se lo agradezco. La verdad es que me siento agotado.” Guiado por un criado, Eduardo fue conducido a una amplia recamara. Cuando vio la cama, Eduardo pensó, “Dormiré un rato. Lo necesito desesperadamente.” Se tendió en la cama y de inmediato se quedó dormido. Horas más tarde un emisario lo despertó, “¡Señor!” Eduardo dijo “¿Qué sucede?” El emisario dijo, “El señor Fergus y Lady Flora lo esperan para tomar el té.” Eduardo todavía acostado dijo, “¿El té? Pero si acabamos de comer.” El emisario dijo, “No, señor. Ya son las seis de la tarde. Sobre el sillón le deje ropa limpia para que se cambie.” Mientras el emisario se retiraba, Eduardo dijo, “Esta bien. Gracias. Iré de inmediato.”
     Poco después Eduardo era conducido hasta un elegante y sobrio salón. Fergus lo recibió, diciendo, “Ah Señor Waverley. Espero que haya descansado cómodamente.” Eduardo dijo, “Así es. Dormí como una piedra.” En ese momento Eduardo vio a la mujer más bella que jamás habían contemplado sus ojos. Fergus dijo, “Quiero presentarle a mi hermana Flora.” Flora dijo, “¿Cómo está usted Señor Waverley? Me dá mucho gusto que sea nuestro huésped.” Él tomó la mano que ella le tendía casi sin atreverse a tocarla. Eduardo dijo, “Señorita. Conocerla es el honor más grande que he tenido en mi vida.” Ella dijo, “Por favor. Tóme asiento. Serviré el té. Hoy prescindiremos de mis damas de compañía.” Por primera vez en su vida, Eduardo se sentía cohibido ante una mujer.
     Ella actuaba como si él y Fergus fueron sus vasallos. Flora habló, “Me ha dicho mi hermano que usted está en el ejército y que es el heredero del baronet Everad Waverley.” Eduardo dijo, “Así es. Mi tío nunca se casó. Por lo tanto, yo, siendo su sobrino, heredaré el título.” Flora dijo, “Me imagino que usted ser una digna rama del tronco del señorío de tronco de Waverley.” Eduardo dijo, “No entiendo qué quiere usted decir.” Flora lo miró un instante con sus enormes ojos verdes y luego habló lentamente. “Que el baronet siempre ha sido fiel a los viejos reyes, a los Estuardo, y sería muy penoso que usted no pensara igual, ¿verdad?” Fergus dijo, “Flora, no olvides que el señor Waverley pertenece al ejército ingles.” Flora preguntó, “¿Entonces usted sirve a los Hannover?” Eduardo dijo, “La verdad es que entré al ejército para complacer a mi padre. Mi verdadera vocación no es la carrera de las armas.” Flora dijo, “Perdóneme señor Waverley, pero nuestro clan, como todos los de los alrededores, somos fieles a los Estuardo” Fergus dijo, “Mi hermana ha dedicado su vida a luchar para que los Estuardo recuperen el trono.” Flora dijo, “Como mujer no puedo tomar las armas, eso lo hace Fergus. Yo hago lo que puedo en favor  del verdadero y único monarca.” Eduardo dijo, “Mi lady, con alguien como usted abogando por una causa, no se necesitan soldados.” Flora dijo, “Le agradezco sus palabras, pero no es así como se consiguen los triunfos. Es necesario algo más que galanterías.” Eduardo dijo, “Disculpe yo…” Flora dijo, “Está bien. No tiene que disculparse. Voy a retirarme. Espero que su estancia junto a nosotros sea agradable.”
     Antes que Eduardo pudiera contestar, Flora salió de la habitación. Fergus se rió, “¡Ja ja ja! Por favor, no se preocupe por Flora. Nació para ser reina y se comporta como tal.” Eduardo dijo, “Da la impresión que siempre ha hecho su voluntad.” Fergus dijo, “Así ha sido desde que nació. Mi padre la adoraba y cumplía todos sus caprichos y yo me he dedicado a hacer lo mismo.” Eduardo le preguntó, “¿Nunca le ha negado nada?” Fergus dijo, “No, ¿Para qué? Desde pequeña se trazó una meta y lo único que puedo hacer es ayudarla a cumplirla.” Eduardo dijo, “Quizá en su caso yo haría lo mismo.”
     En los días siguientes Eduardo se dio cuenta de que sus pensamientos estaban llenos de la imagen de Flora. Eduardo dijo, “Fergus, creo que ya debo regresar donde el barón Bradwar, pues pronto deberé reincorporarme a mi regimiento.” Fergus dijo, “¡Oh, no! Aún no debes abandonarnos. En unos días se llevara a efecto una gran cacería y no debes perdértela.” Eduardo no necesitaba más que eso para decidir continuar su estancia allí. Eduardo le dijo, “Escribiré al barón diciéndole que me quedaré algún tiempo más y le pediré que me envíe la correspondencia que me puede haber llegado.” Fergus dijo, “Me parece muy bien. No te arrepentirás.” De inmediato Eduardo se dirigió a escribir la carta. Eduardo pensó, “Debería mandar unas líneas a Rosa. No es que la haya olvidado pero nada es igual desde que conocí a Flora. Quizá me estoy haciendo demasiadas ilusiones pero creo que ella siente algo por mí. Cada día es más amable.” Efectivamente, muchas veces Flora lo invitaba a su salón particular y allí hablaban de diferentes temas, especialmente de política. Mientras escribía. Eduardo pensaba, “No sé si es amor lo que siento por ella. De lo que sí estoy seguro es que no soy capaz de hacer sufrir a Rosa.” A pesar de sus reflexiones solo escribió una carta al barón y otra al coronel de su regimiento, pidiéndole un nuevo permiso. Al terminar la carta, Eduardo pensó, “Ya está, ahora la sellaré.” Eduardo buscó su sello en el que figuraban las armas de la casa de Waverley, pero no pudo encontrarlo. Eduardo pensó, “Que extraño, estoy seguro que lo traía conmigo. Quizá se me cayó en el camino.” Eduardo cerró la carta y pensó, “Las mandaré sin sellar. Aunque eso puede ser considerado como una descortesía, no tengo otro remedio.”
     Después de despachar las misivas, Eduardo se olvidó de todo lo que no fuera estar en compañía de Flora. Así pasó una semana. Una mañana desayunaban Flora, Fergus y Eduardo. Entonces Fergus dijo, “Mañana partiremos en cacería. Asistirán a ella los jefes de los clanes más importantes.” Eduardo dijo, “Por lo que me has dicho, es todo un acontecimiento en la región.” Fergus dijo, “Efectivamente es el evento más importante del año.” Mientras los mayordomos traían la comida, Flora dijo, “Eduardo, he hecho dejar en su habitación algo que me gustaría mucho que usara mañana.” Eduardo le dijo, “Por supuesto que lo haré, Flora, si ese es su deseo.” Flora dijo, “Le agradezco que esté dispuesto a complacerme.” Cuando Eduardo se retiró a su habitación, encontró un traje escocés, y pensó, “el traje típico de ésta región. Flora me considera parte de su gente. Eso quiere decir que significo algo para ella.”
     Al día siguiente, cuando se aprestaban a partir de cacería, vio a Flora, que desde una ventana lo miraba. Al verla Eduardo pensó, “Ya no puedo engañarme, creo que me ama ¡Si pudiera quedarme y no ir a esta cacería!” Pero ya Fergus daba la orden de marcha. Mientras cabalgaba, Eduardo pensó, “Hasta pronto, Flora. Cuando regrese, espero que se haga realidad lo que me imagino.” Después de cruzar hermosos parajes llegaron al punto de reunión, donde ya se encontraban los jefes de otros clanes. Uno de los jefes dijo, “Hay mas ciervos que el año pasado.” Fergus dijo, “Me alegro. Eso significa que la cacería será espléndida.” Se formó el primer grupo que saldría en busca de los ciervos, en el que iban Fergus y Eduardo. Llegaron a un claro donde una manada de ciervos se encontraba pastando. El jefe del clan dijo, “Nunca habíamos encontrado ejemplares tan magníficos.” Fergus dijo, “Silencio. No levantes la voz. Cualquier ruido los puede espantar.” De pronto, el jefe de la manada miró al grupo y arremetió furiosamente contra los hombres. El jefe del clan dijo, “¡Cuidado, vienen hacia nosotros!” Fergus dijo, “Escapemos o nos pasarán por encima.”
     En el momento en que Eduardo se disponía a huir, su caballo tropezó. Sin dudarlo, Fergus descabalgó y corrió hacia él arrastrándolo hacia un árbol. Cuando los animales desaparecieron, Fergus le dijo a Eduardo, “Un segundo mas y nos aplastan, ¿estás bien?” Eduardo dijo, “Un poco mallugado y con un horrible dolor en la pierna.” En ese instante, se les reunieron los demás. Uno de los cazadores dijo, “Hay que llevarlo al campamento. Al parecer se ha dislocado un tobillo.” Otro dijo. “Vamos, lo ayudaremos a subir al caballo.” En el campamento lo llevaron a una tienda, donde fue curado por un montañés a base de hierbas y ungüentos.  El montañés le preguntó, “¿Cómo te sientes?” Eduardo le dijo, “Bastante maltratado. Creo que me dieron algo para dormir porque se me cierran los ojos.” El montañés le dijo, “Descansa. Mañana amanecerás mejor.” Eduardo le dijo, “Gracias por todo, amigo.”
     Eduardo durmió hasta la mañana siguiente, en que amaneció como si lo hubiesen apaleado. Cuando lo visitó el montañés, le dijo, “Tu pie esta terriblemente hinchado. No podrás apoyarlo en el suelo por lo menos unas semanas.” Eduardo dijo, “Así lo creo.” El montañés comentó, “El camino hasta la casa es largo y pesado. Macintosh, que vive aquí cerca, ha ofrecido darte hospitalidad.” Eduardo le dijo, “Se lo agradezco mucho. Y tú, ¿irás conmigo?” El montañés le dijo, “No, debo ir a reunirme con algunas personas que desean hablar conmigo. Cuando regrese pasare por ti para llevarte a casa.” Eduardo dijo, “Esta bien. Te esperare.” Aunque deseaba hacer más preguntas, Eduardo consideró imprudente formularlas, y se dejo trasladar a casa de Macintosh. El montañés le dijo, “Estarás en buenas manos. Espero encontrarte restablecido a mi regreso.”
     Pasaron 15 días antes de que Fergus llegara a buscarlo. En ese tiempo, Eduardo se había mejorado totalmente. Al verlo, Eduardo le dijo, “Me alegro de volver a verte. No pensé que tardaras tanto.” Fergus le dijo, “Asuntos importantes me retuvieron. Pero ya estoy aquí y emprenderemos de inmediato el camino.” Ese mismo día, al atardecer, llegaron a las propiedades de Fergus. Eduardo vio con alegría que Flora salía a recibirlos. Al verlo, Flora le dijo, “Supe de su accidente, Eduardo. Lo lamento. Espero y ya se encuentre bien.” Eduardo dijo, “Así es Flora. Fue solo una torcedura, más dolorosa que grave,” Flora dijo, “Me complace saberlo. Y tú Fergus, ¿Qué me puedes decir?” Fergus dijo, “Te traigo saludos con todo el respeto y admiración que tu belleza e inteligencia merecen.” Eduardo se dio cuenta que el rostro de Floras se transfiguraba y que su cara se erguía con más orgullo que nunca. Flora dijo, “Solo cumplo con mi deber, pero me siento inmensamente feliz de ser digna de esa admiración y respeto.” Dicho esto, Flora entró a la biblioteca seguida de los dos hombres. Flora se dirigió a Eduardo, “Han llegado estas cartas para usted, Eduardo.” Eduardo le dijo, “Gracias Flora. Con su permiso, me retiraré a cambiarme.”
     Después de cambiarse Eduardo abrió inmediatamente las cartas. En cuento leyó, Eduardo dijo, “¡No es posible! ¡Esto es una injusticia atroz!” Eduardo continuó meditando, “No me han enviado ningún aviso anterior a este. Solo la carta donde eme concedían un nuevo permiso.” Cuando Eduardo bajó a cenar, Fergus se dio cuenta de inmediato que algo le sucedía. Fergus le preguntó, “¿Recibiste malas noticias, Eduardo? Tienes el semblante descompuesto.” Eduardo dijo, “Si, noticias que me han llenado de ira por lo injustas.”  Flora le dijo, “Quizá si nos las dice podríamos ayudarlo.” Eduardo le dijo, “Se me acusa de no haberme presentado al regimiento cuando se me ordenaba. Estoy en calidad de desertor.” Fergus dijo, “No es posible. ¿Cuándo deberías presentarte?” Eduardo dijo, “Según la carta hace un mes, pero esto es una confabulación. Yo pedí un permiso que se me concedió, y luego otro.” Flora dijo, “Entonces han tramado algo contra usted.” Eduardo dijo, “Eso me temo. Dice la carta que se me enviaron varios citatorios que yo no conteste. La verdad es que no he recibido ninguno.”  Flora dijo, “Es claro que están tratando de perjudicarlo. Aquí no hemos recibido nada más que lo que acabo de entregarle. Su honor insultado no puede dejar esto sin venganza.” Eduardo dijo, “¿Venganza? Pero ¡Contra quién! Cómo saber quién está detrás de todo esto.” Flora le dijo, “La venganza debe ser contra la usurpadora casa Hannover, a quien ni su abuelo ni su tío habían prestado servicio.” Eduardo dijo, “Desde la época de mi abuelo, dos generaciones de los Hannover han poseído el trono.” Fergus dijo, “Es cierto, y por nuestra culpa, porque no hemos sabido pelear por la causa de los Estuardo.” Flora dijo, “Pero ahora estamos preparados. Los verdaderos reyes ocuparan su trono.” Eduardo miró a Flora impresionado. La joven hablaba con una fuerza que jamás había mostrado antes. Eduardo pensó, “Pareciera que está defendiendo su trono. Su devoción por esa familia no tiene límites.” Flora agregó, “Usted debe abrazar nuestra causa, ser de los nuestros. Se lo pido con todo mi corazón.” Eduardo dijo, “Desearía complacerla, pero antes de tomar una resolución debo ir a arreglar mi situación en el ejército.” Flora dijo, “¿Cree que vale la pena después que lo han calumniado en la forma más infame?” Eduardo dijo, “Tengo que hacerlo. No podría abrazar una causa sin antes haber limpiado mi nombre de toda mancha.” Flora dijo, “Quizá tiene razón. Tenerlo a usted de nuestro lado representa un gran triunfo. Su familia es conocida en todo el reino. Muchos seguirán sus pasos cuando se enteren que ya no sirve a los usurpadores y está dispuesto a luchar por los Estuardo.” Fergus dijo, “No debes sentirte presionado, Eduardo. Se va a aclarar tu situación y cuando regreses hablaremos.” Eduardo se levantó de la mesa, diciendo, “Es lo que haré. Mañana partiré a primera hora.” Flora dijo, “Confío en que regresará y se podrá del lado de nuestra causa, que es la justa.”
     Al día siguiente el joven Eduardo se despidió de los hermanos y partió hacia un regimiento. Después de un tiempo de cabalgar, Eduardo pensó, “Por fin una aldea. Descansare allí un poco, antes de proseguir mi viaje.” Desmontó el abalo y entro a una hostería, donde fue recibido por el dueño. Eduardo dijo, “Quisiera comer algo y que den agua y pienso a mi caballo.” El dueño le pregunto, “¿De dónde viene usted, señor?” Eduardo le dijo, “Eso no importa. Dígame si puede facilitarme lo que necesito o me iré a otro lado. De poder, puedo. Solo preguntaba porque se ve que viene usted de lejos. Quizá de las montañas.” Ante la impertinencia del hostelero, Eduardo se molestó seriamente, diciendo, “Creo que no es asunto suyo de donde vengo ni adónde me dirijo, ¿Me atenderá o no?” El hostelero dijo, “Si, pero debo informarme porque están sucediendo muchas cosas y debemos estar alertas.” Eduardo le dijo, “¿Está seguro de lo que dice?” El hostelero dijo, “Si, y por eso todo forastero que llega debe presentarse ante la máxima autoridad de este lugar, el comandante Melville.” Eduardo dijo, “Esta bien. Pasare a saludarlo antes de seguir mi camino. Déme rápido algo de comer que tengo prisa.” El hostelero dijo, “No señor. Primero debe ir a hablar con el comandante y luego lo atenderé.” Eduardo dijo, “¡Esto es un abuso! Usted no tiene autoridad para ordenarme nada.” El hostelero dijo, “Yo no, pero llamare a quien la tiene. Usted me pareció sospechoso desde el primer momento.”
     El hostelero no sospechaba nada. Simplemente estaba molesto porque Eduardo no había contestado a sus preguntas. El hostelero dijo en voz alta, “¡Soldados! ¡Soldados! Aquí hay un hombre que no desea presentarse ante el comandante.” De inmediato apareció un grupo de uniformados, antes los cuales Eduardo dijo, “En ningún momento me he negado a presentarme. Dije que lo haría después de comer.” Uno de los uniformados le preguntó, “¿Cuál es su nombre señor?” El joven contestó, “Eduardo Waverley.” El uniformado dijo, “¿Waverley? Es necesario que nos acompañe de inmediato.” Eduardo fue llevado ante el comandante Melville, quien después de leer su carta de información dijo, “¿Así que usted perteneció al regimiento de dragones y es sobrino de Everard Waverley?”  Eduardo dijo, “Exactamente.”  El comandante dijo, “Pues caballero, siento en el alma que me haya cabido en suerte este doloroso deber.” Eduardo dijo, “No entiendo señor.” El comandante preguntó, “Señor Waverley, ¿en qué ha ocupado su tiempo desde que obtuvo permiso en el regimiento hasta ahora?” Eduardo contestó, “Me imagino que esa pregunta obedece a alguna acusación, y me gustaría saber qué cargos me imputan.” El comandante habló, “Se le acusa de incitación a la rebelión a los hombres que usted comandaba y de darles el ejemplo de deserción prolongada.” Eduardo dijo, “¡No es posible!” El comandante dijo, “Pero así es. Aquí tengo la orden de detención contra usted y es lo que haré.” Eduardo dijo, “Esto es una equivocación. Precisamente yo iba a mi regimiento a aclarar mi situación.” El comandante dijo, “Un piquete de soldados lo acompañará hasta allá. Se sabe que usted ha estado todo este tiempo en compañía de grupos de montañeses.” Eduardo dijo, “No puedo negarlo, pero eso no quiere decir que comparta sus ideas ni que me haya unido a ellos.” El comandante dijo, “Lo siento, eso tendrá que aclararlo ante sus superiores y le aseguro que no va a ser nada fácil.” Eduardo dijo, “Me imagino. Todo me condena y me hace parecer culpable.”
     Mientras esperaba ser escoltado por los solados, ya dentro de un calabozo Eduardo pensaba en su situación a la que no encontraba salida, pensado, “Seré juzgado y condenado por un delito que no he cometido. ¿Cómo convencerlos de que soy inocente? Mi única fala es haberme ausentado, pero eso lo hice con permiso. ¿Quién tendrá tanto interés en perjudicarme?” Horas más tarde Eduardo era conducido a su antiguo regimiento. Llevaban un largo tiempo de camino cuando en un cruce se les acercó un hombre. Uno de los soldados preguntó, “¿Quién es usted amigo?” El hombre, quien también venía a caballo dijo, “Un pobre buhonero. Me dirijo a Stirling y les ruego me permitan ir con ustedes.” El soldado aceptó y el hombre se sumó al grupo.
     Al atardecer, cuando pasaban por un escarpado sendero, el soldado dijo a Buhonero, quien cantaba, “¿No podría cambiar de canción? Hace mucho que toca la misma tonada y me he aburrido de escucharla.” En ese instante fueron rodeados por un grupo de montañeses. Un escocés les dijo, apuntando con una escopeta, “¡No se muevan si no quieren morir todos!” Un soldado dijo, “¡Malditos! El buhonero esta en confabulación con ellos.” El escocés dijo, “Obedezcan y no les haremos daño.” Otro montañés dijo, “Queremos sus armas y al prisionero únicamente.” Los soldados no tuvieron otra alternativa que obedecer. Después de quitarles las armas y los caballos a los soldados, el montañés del dijo, “No pretendan seguirnos. No dudaremos en matar a quien lo haga.” Los montañeses partieron a todo galope. Después de un rato se detuvieron y pernoctaron haciendo una fogata. Entonces Eduardo preguntó, “¿Quiénes son ustedes? ¿Quién los mandó?” Uno de los montañeses le dijo, “No podemos decir nada. Tenemos ordenes de llevarlo a un lugar y eso haremos.”
     Durante el tiempo que duro el viaje Eduardo preguntó varias veces hacia donde se dirigían pero no obtuvo respuesta. Mientras viajaban, Eduardo pensó, “Quizá me encuentro en peores condiciones que si hubiese llegado al regimiento. No me queda más que esperar.” Finalmente llegaron a un antiguo castillo. Un hombre a la usanza escocesa recibió a Eduardo, diciendo, “Venga amigo.” Adentro del castillo se veía una febril actividad. Entonces Fergus apareció, “Querido amigo, bienvenido al castillo de Holyrood.” Eduardo dijo, “Fergus, debí imaginarme que estabas detrás de esto.” Fergus le dijo, “Así es. Di órdenes que te siguieran y ayudaran en caso de que te encontraras en dificultad, y así fue.” Eduardo le dijo, “Te lo agradezco, aunque ahora hay un cargo más contra mí. Se me acusa de haber huido.” Fergus dijo, “Ya eso no importa. Te habrás convencido de que no puedes esperar nada de los que sirven a los Hannover y te unirás a nosotros.” Eduardo dijo, “Fergus, yo…” Fergus dijo, “Estamos listos para pelear por el trono y devolvérselo al príncipe Carlos Estuardo.” Eduardo dijo, “¿Y creen que podrán vencer a las tropas inglesas?” Fergus dijo, “Nos hemos preparado durante mucho tiempo. Nada podrá impedir que salgamos victoriosos.” Eduardo dijo, “¿Y Flora?” Fergus dijo, “Esta aquí. Ya lo veras, pero antes deseo que conozcas a alguien muy importante. Ven conmigo.”  Fergus lo condujo hasta un salón del castillo,  y lo llevo hacia una persona diciendo, “Alteza real, permítame que le presente…” El hombre lo interrumpió, diciendo, “Ya sé, al descendiente de una de las más antiguas y leales familias inglesas. Eduardo Waverley.”
     El príncipe se detuvo un momento, pero antes que Eduardo pudiera contestar, prosiguió: “Mac-ivor me ha dicho que usted aboga por las causas justas y la mía lo es. ¿Puedo contar con usted como uno de los míos?” Eduardo dijo, “No puedo comprometerme con ninguna causa, aunque soy perseguido y calumniado por el ejercito ingles, aún formo parte de él.” Fergus dijo, “Eduardo, nuestro deber es servir al legítimo soberano.” El principie dijo, “Mac-ivor, no hay que presionar al señor Waverley. Acaba de llegar. Está cansado. Hay que darle tiempo a que se reponga.” Eduardo dijo, “Selo agradezco alteza. Disculpe si en estos momento no puedo ofrecerle más que mis respetos.” El príncipe dijo, “Espero y pronto se decida a abrazar una causa que se apoya en la mas estricta justicia.”   Dicho esto el príncipe dio por terminada la entrevista. Mientras caminaban, Fergus le dijo a Eduardo, “Creí que estarías dispuesto a servir al príncipe. ¿O es que estas de parte de los Hannover?” Eduardo dijo, “Yo estoy de parte de Inglaterra y haré siempre lo que sea mejor para mi patria.” Fergus dijo, “Esta bien. Te llevaré a una habitación para que descanses y medites sobre lo que te he dicho.” Eduardo dijo, “Sí. Necesito reponerme. Desde que nos separamos he estado cabalgando sin parar.” Fergus lo dejo en la recamara y de inmediato Eduardo se acostó, durmiéndose profundamente horas más tarde.
     Tiempo después, Jonás, el siervo de Eduardo, lo despertaba, “¡Señor! ¡Señor!” Eduardo dijo despertándose, “¡Jonás! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste?” Jonás le dijo, “Supe donde estaba porque la señorita Rosa pudo averiguarlo, ¡Ay, señor, está usted en grave peligro!” Eduardo se levantó de la cama, diciendo, “No entiendo nada. Por favor explícame.” Jonás le dijo, “La señorita Rosa estaba muy preocupada por no tener noticias suyas. Entonces llegaron los soldados a buscarlo por desertor.” Eduardo le preguntó, “¿Fueron a casa del barón?” Jonás le dijo, “Así es. También lo acusan de traición. La señorita Rosa jamás creyó en tal cosa.” Eduardo dijo, “¡Rosa, bendita sea! ¡Qué mal me he portado con ella!” Jonás dijo, “Ella se ha portado en forma admirable ahora que todo anda tan revuelto y que Donald Been aprovecha para hacer toda clases de atropellos.” Eduardo dijo, “Ese bandido sigue haciendo de las suyas.” Jonás agregó, “Con el pretexto de que sirve a los Estuardo, saquea y roba todo lo que le parece. Al barón no le ha dejado ni una res.” Eduardo dijo, “¡Se ha atrevido el muy canalla!” Jonás continuó, “Y no solo eso. La señorita Rosa ha dado protección a la hijastra de Donald. La pobre está muy avergonzada por la conducta de él.” Eduardo dijo, “Así me pareció cuando la conocí.”  Jonás dijo, “Lo único que desea es entrar a un convento, pero ese bandido no se lo permite. La señorita va a ayudarla.” Eduardo le dijo, “Me alegro, Jonás, pero, ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?” Jonás le dijo, “A eso voy, señor. Resulta que el culpable de todo lo que le sucede es Donald. Así se lo dijo Alicia a la señorita Rosa.” Eduardo dijo, “¿Estás seguro de lo que dices?” Jonás le dijo, “Sí, él le robó su sello y valiéndose de él, escribió a los soldados que usted mandaba pidiéndoles que desertaran y sirvieran a los Estuardo.” Consternado Eduardo dijo, “¡Por eso me acusan de traición!” Jonás continuó, “Además, él mandaba a uno de sus hombres a recoger las cartas que le enviaban desde el regimiento.” Eduardo dijo, “¡Ah, malvado! Lo buscaré donde sea y lo haré pagar por eso.” Jonás dijo, “Señor, hay algo más. Su guarnición la dirige ahora el general Talbot. Yo hablé con él. Me pidió que usted se presente. Todo se arreglará.” Eduardo dijo, “Sí, Jonás, iré y enfrentaré lo que sea.” Jonás le dijo, “Por favor, tenga cuidado. Me he dado cuenta de que aquí las cosas se pondrán difíciles para usted. No creo que lo dejen salir. A mi me trajo un hombre que conoce estos parajes como la palma de su mano. Es incondicional a la señorita Rosa.” Eduardo dijo, “Y él, ¿nos llevaría de regreso?” Jonás le dijo, “Sí. Ellos nos esperan con caballos no lejos de aquí. Tendremos que aguardar hasta la noche para huir.” Eduardo dijo, “Esta bien Jonás, eso haremos.”
     Momentos después entró Fergus en la habitación, quien dijo al ver a Eduardo, “Querido amigo, te veo bastante repuesto. Flora desea verte.” Eduardo dijo, “Me siento muy bien y teniendo a mi fiel Jonás cerca de mí, no puedo estar mejor atendido.” Fergus dijo, “Me alegro. Al parecer el barón Bradwar  consideró que debía enviarlo a tu lado y por lo que veo hizo bien.” Eduardo dijo, “Jonás ha estado siempre conmigo. Conoce mis gustos y me sirve como nadie.” Fergus lo condujo hasta un salón donde esperaba Flora, quien al verlo dijo, “Me complace volver a verlo, caballero Waverley.” Eduardo le dijo, “A mí también Flora.” Ella lo miró con altivez como moleta por el familiar trato. Flora dijo, “Me ha dicho mi hermano que aún no decide luchar por los Esturado.” Eduardo dijo, “Ya dije que mientras no aclare mi situación en el ejercito, no tomaré ninguna desición.” Flora le dijo, “Un ejército que será derrotado y sus miembros castigados por apoyar a los usurpadores del trono.” Eduardo le dijo, “No esté tan segura de ello. Los Hannover cuentan con la lealtad de miles de soldados.” Flora le dijo, “Eduardo, me desilusiona oírlo hablar así. Quizá no es usted la persona que yo creía.” Eduardo le dijo, “Lamento que así sea, Flora.” Antes de que ella pudiera contestar, Fergus entró al salón, diciendo, “Flora, su alteza desea verte.” Flora dijo, “Seguiremos hablando después, Eduardo. Su alteza no debe esperar.”
     Cuando la hermosa mujer salió del salón, Eduardo dijo, “Es como tú decías. Tu hermana tiene un porte de aire de una reina.” Fergus dijo, “Y es lo que aspira a ser. Si el príncipe Carlos recupera el trono, Flora espera ser la reina de Inglaterra.” Eduardo dijo, “¿Tan segura esta de que el príncipe se casara con ella?” Fergus dijo, “Sin su ayuda jamás recuperaría el trono. Flora tiene la inteligencia y fuerza de voluntad que a él le hace falta.” Eduardo pensó, “Y una ambición sin límites. Es la mujer mas bella que he conocido, pero no tiene corazón.” Esa noche cuando todos dormían, Eduardo salió sigilosamente de su habitación, al lado de Jonás, quien le dijo, “Vamos por aquí, señor. El camino está despejado. Los centinelas roncan y los que hacen la ronda andan por otro lado.” Sin mayores tropiezos lograron salir del castillo y poco después se encontraban con el hombre que los guiaría, quien le dijo, “¡Vámonos rápido! Cuando se den cuenta de que usted ya no esta debemos encontrarnos lejos de aquí.”
     Después de un semana de viaje, Eduardo se presentó ante el general Talbot, quien le dijo, “Me siento complacido de que haya acudido a mi llamado, teniente Waverley, sobre todo porque su tío esta muy preocupado por usted.” Eduardo dijo, “¿Mi tío?” Talbot dijo, “Sí, y él es la persona que más estimo en el mundo porque le debo mi felicidad. Yo soy esposo de Emily Blandeville.” Eduardo conocía la historia y comprendió entonces porqué el general quería ayudarlo. Talbot continuó, “Su criado me contó cómo usted fue llevado a faltar al ejército, totalmente en contra de su voluntad.” Eduardo dijo, “Desgraciadamente es así, general, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea por reivindicar mi nombre.” Talbot le dijo, “Los clanes de las montañas han empezado a luchar para devolver el trono a los Estuardo. Tenemos que hacerles frente.” Eduardo dijo, “Estoy dispuesto a luchar a su lado, pero antes quisiera pedirle algo muy importante para mí.” Talbot dijo, “Si está en mi mano concedérselo, cuente con ello.” Eduardo dijo, “Deseo ir por Donald Been. Sé dónde puedo encontrarlo. Le haré frente con mi tropa y los haremos rendirse. Ellos son los que verdaderamente están causando estragos.” Talbot le dijo, tomándolo al hombro, “Ta daré un grupo de hombres y armas suficientes. Confío en ti Eduardo.” Eduardo dijo, “Gracias general. Le demostraré que soy merecedor de esa confianza.”
     Eduardo partió nuevamente hacia las montañas, pero esta vez comandando a un grupo de soldados. Mientras cabalgaban Eduardo conversaba con uno de sus soldados, “Por lo que nos han dicho, tomó este camino después de robar en la aldea que acabamos de pasar.” El soldado le dijo, “Lo alcanzaremos teniente.” Continuaron el accidentado camino hasta llegar a un valle, y allí descubrieron a los montañeses alrededor de una fogata. Uno de los soldados ingleses dijo desde la penumbra, “¡Ellos deben ser!” Eduardo dijo, “No quiero que lo maten. Deseo llevarlo prisionero.” Los soldados ingleses se acercaron sigilosamente. De pronto, se mostraron a los escoceses con sus armas. Eduardo dijo, “¡Donald, ríndete! ¡Te tenemos cercado!” Donald contestó, “¡Tendrán que matarnos! ¡De otro modo, jamás nos rendiremos!” Los montañeses trataron de tomar sus armas, pero los soldados dispararon. Viendo que sus hombres caían, Donald no tuvo otra alternativa que rendirse.
     Frente a frente, Eduardo le dijo a Donald, “Pagarás por todos tus crímenes y  fechorías.” Donald le dijo, “Eres un maldito traidor.” Eduardo le dijo, “Jamás hice ningún tipo de acuerdo contigo. Eres un bandido que trató de enlodar mi nombre.” Donald le dijo, “Y lo conseguí.” Eduardo le dijo, “Ahora tendrás que decir la verdad frente a un tribunal militar.” Otro soldado ingles dijo, “Nosotros nos encargaremos de él, teniente.”
     Mientras tanto, los hombres comandados por Fergus se dirigían a la ciudad donde estaba el ejército, dispuesto a atacarlo. Mientras cabalgaban, Eduardo dijo a uno de sus soldados, “Si tomamos la cuidad, tenemos las puertas abiertas para llegar a Edimburgo.” El soldado le dijo, “Si lo logramos tendremos la mitad del triunfo en nuestras manos.” El ejército ingles se acampó fuera de la cuidad. Uno de los soldados tomando un estandarte dijo, “Llegaremos de madrugada y los tomaremos por sorpresa.” Apenas había empezado a amanecer cuando los montañeses dispararon sus cañones contra el campamento ingles. Fergus gritó, “¡Apunten con presición! ¡No debemos darles tregua¡” Pero el ejército que tenia apostada su caballería en un lugar cercano ara rodear a los rebeldes. Entonces, uno de los montañeses gritó, “¡Fergus, mira! Los inglese vienen contra nosotros por la retaguardia.” Ingleses y escoceses se trenzaron en feroz batalla. La infantería inglesa eras mas fuerte y numerosa, sin embargo, las bajas se registraban en ambos bandos. Uno de los soldados montañeses gritó, “¡No nos dejaremos vencer! ¡Pelearemos hasta la muerte por los Estuardo!” Sin embargo, el ejército inglés los aventajaba en número y en preparación. Los hombres de Fergus empezaron a flaquear. Finalmente, gritos de triunfo estallaron del lado ingles. La victoria era completa.
     Uno de los soldados dijo, “General, hay muchos montañeses heridos.” Fergus dijo, “Que los atiendan en el hospital de campaña.”

     Al día siguiente, Eduardo llegó al campamento ingles y se presento ante el general Talbot con uno de sus soldados llevando a Donald, Eduardo dijo, “He aquí al mayor bandido de las montañas y el causante de mi descredito.” Talbot dijo, “Será juzgado por la corte marcial. Nadie lo salvará de la horca.” Eduardo dijo, “Cuando venía en camino, supe de la batalla que se libró aquí y el completo triunfo de nuestro ejército.” Talbot dijo, “Así es. Hemos eliminado la mayor parte del peligro, ya que desbandamos gran parte de las fuerzas rebeldes.” Eduardo preguntó, ¿Los dirigía Mac-ivor, ¿verdad?” Talbot dijo, “Así es. Él quedó gravemente herido. Está en el hospital de campaña.”
     Después de hablar con el general, Eduardo se dirigió al hospital. Estando frente a la cama de Mac-ivor, dijo, “Fergus, soy yo Eduardo.” Fergus dijo, “Amigo…voy a morir…” Eduardo le dijo, “Sanarás. Yo abogaré por ti. Trataré que te den una pena leve.” Fergus dijo, “No. Sé que no volveré a las montañas. Tú regresaras a Inglaterra. Iremos por distintos caminos. Quise llevarte por el mío aún contra tu voluntad, pero supiste mantenerte firme…¡Coff…¡Coff, Coff!” Eduardo dijo, “No hables, descansa.” Fergus dijo, “Me queda poco tiempo. Te suplico…vayas donde esta Flora…en Carlisle…dile que hasta el último momento cumplí.” Eduardo dijo, “Lo haré amigo, no te preocupes.” Fergus agregó, “…que di mi vida, pero que no pude conseguir que se hiciera realidad un sueño…que me perdone…” Dicho esto, Fergus cerró sus ojos para siempre. Eduardo dijo, “Fergus, amigo. ¡Oh Dios, ha muerto!”
     Días después Eduardo visitaba a Flora. Flora lo recibió diciendo, “Gracias por venir. Sé que es portador de tristes noticias.” Ambos se sentaron. Eduardo dijo, “Su hermano murió como un valiente. Peleó hasta el fin.” Flora dijo, “Me lo dijeron algunos hombres que lograron huir. Sabía que esto podría suceder, pero nunca creí que fuera tan amargo.” Eduardo dijo, “Flora, la fuerza de su alma la ayudará a conformarse.” Eduardo estaba impresionado por el aspecto de ella. Su hermoso rostro se veía demacrado y sus ojos no tenían brillo. Flora dijo, “La fuerza de mi alma que tanto me enorgullecía ha matado a mi hermano.” Eduardo dijo, “No diga eso. No se culpe. Él luchaba por algo en lo que creía.” Flora dijo, “No. Yo enardecí siempre sus propósitos. Por mí él luchó como lo hizo. Soy la causante de su muerte.” Eduardo dijo, “Fergus sufriría al escucharla hablar así.” Flora dijo, “Tiene razón. Es tarde para arrepentimientos.” Eduardo dijo, “¿Qué piensa hacer ahora?” Flora dijo, “Me retiraré a un convento en Francia. Allí me quedaré hasta que la muerte se apiade de mi.” Eduardo dijo, “¿Puedo hacer algo por usted?” Flora dijo, “Sí. Entregue esto a Rosa. Supe que ustedes son novios. Vaya a buscarla. Ella lo ama.” Eduardo dijo, “Y yo también. Estaba confundido, pero jamás dejé de amarla. En cuanto arregle mis problemas iré a su lado.”
     Eduardo abrió el estuche que contenía la tiara de brillantes con que Flora adornaba sus cabellos. Eduardo dijo, “Pero esto es de un valor incalculable.” Flora dijo, “Antes de tenerla yo, perteneció a una reina. Quiero que Rosa la conserve. Ahora debemos despedirnos para siempre.”

     Un mes después de estos sucesos, Eduardo, ya con su nombre sin tacha, regresaba a casa del barón Bradwar. Al verlo Rosa dijo, “Eduardo. Dios mío. Eres tú.” La joven sin dudarlo un instante, corrió a sus brazos. Eduardo le dijo, “Rosa, mi vida, por fin te tengo nuevamente a mi lado.” Rosa dijo, “Sabía que regresarías. Estaba dispuesto a esperar todo el tiempo que fuera preciso.” Eduardo le tomó sus mano, diciendo, “Tenemos tantas cosas de qué hablar. Pero antes que nada, quiero decirte que nos casaremos cuanto antes.” Rosa dijo, “Cuando tu digas.” Eduardo dijo, “Le pediré a tu padre que permita nos casemos en Waverley. Mis tíos estarán deseosos de vernos.” Rosa dijo, “Estoy segura que papá no se negará.”
     Una semana después, un elegante cortejo viajaba con destino a Waverley. En la carroza, Eduardo dijo a Rosa, “Mañana estaremos en lo que serán tus tierras. Mi tío escribió que han preparado todo para nuestra boda.” Rosa dijo, “Para la ceremonia usaré la tiara de Flora. Lo haré como un tributo a ella y a su hermano. No te opones ¿verdad?” Eduardo dijo, “No mi vida, al contrario. Fergus fue un buen amigo y un gran hombre. Tenía un ideal y murió por él.” Rosa le dijo, “Gracias Eduardo. ¡Te amo!”  
Tomado de Novelas Inmortales. No. 116. Año IV, Enero 21 de 1981. Adaptación: Adriana Romero. Segunda Adaptación: José Escobar. 
         

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