La novela gira en torno a Eduardo Waverley, personaje con el corazón dividido. Su padre, Ricardo Waverley, fue fiel a los Hannover y luchará en el bando inglés, pero fue criado por unos tíos muy escoceses. Hay, además, dos mujeres, la novia inglesa y la patriota escocesa. Eduardo cambia dos veces de bando, los ingleses vencen y Eduardo Waverley es perdonado, y se casa con la novia.
El centro de la novela es el conflicto entre los dos bandos, será lo que le guste a G. Lucaks, ya que proviene del sentimiento de alguien que sabe que la unión con Inglaterra, es inevitable, pero esto supone la pérdida de las costumbres escocesas. El tema central de la obra es la historia de Escocia, ya que aparecen escenarios y costumbres de este país, y no, como anteriormente, las historietas románticas. Scott usó para crear la obra, los mismos efectos retóricos que usaban los historicistas. Ambos se informan, se documentan.
El sistema narrativo de la Novela histórica, es el mismo que el utilizado en la transcripción de un documento. A veces, el autor se presenta como un editor que publica el documento, y dice que lo ha encontrado. Este método se realiza para intentar otorgar un carácter verídico a lo narrado. Esto ya se había hecho en el Quijote, pero no tiene la misma función que en las novelas históricas del siglo XIX. Este recurso se llevó a cabo en su mayor grado con, Los Novios, de A. Manzoni, quien usa un manuscrito inventado, presentado como un texto incomprensible, y el libro es la explicación. Waverley tiene incluso notas al final del libro, al igual que las obras históricas, con las que nos presenta la veracidad de la historia, y aclara algunos aspectos de los hechos y los personajes.
Las características de los héroes en la Historia Historicista, son los reyes, ministros, o generales militares. Sin embargo, en las novelas históricas, aunque éstos también aparecen, son personajes secundarios. Los protagonistas son seres movidos por la historia, incapaces de moldearla. Esto permite un punto de vista más amplio.
Waverley es una novela histórica de 1814 escrita por Sir Walter Scott.
Inicialmente publicada anónimamente en 1814 como la primera incursión de Scott
en la ficción en prosa. Waverley, a
menudo considerada como la primera novela histórica, se hizo tan popular, que en
sus últimas novelas, Scott se anunciaba como “el autor de Waverley.” Su serie de obras sobre temas similares
escritos en el mismo período de tiempo, se han convertido y han llegado a ser
conocidas colectivamente como las "Novelas
de Waverley." En 1815, Scott tuvo el honor de cenar con Jorge, el
Príncipe Regente, quien quería conocer al "autor
de Waverley.” Se cree que en esta reunión Scott convenció a Jorge que, como
un príncipe Estuardo podía pretender la jefatura jacobita de las tierras altas,
una declaración que se dramatizaría cuando Jorge se convirtió en rey y visitó
Escocia. La Abadía de Waverley ha sido considerada por la
oficina del Patrimonio Inglés como la fuente o inspiración de Sir Walter Scott
para esta novela. Sin embargo, esto probablemente no es el caso.
Waverley está ambientada durante el levantamiento
jacobita de 1745, el cual buscaba restaurar la dinastía de los Estuardo en la
persona de Charles Edward Stuart (o "Bonnie Prince Charlie"). La
novela tiene que ver con la historia de un joven soñador, un soldado Inglés,
Edward Waverley, que fue enviado a Escocia en 1745. Eduardo viaja rumbo al
Norte, desde el hogar de su aristocrática familia, en el sur de Inglaterra,
primero a las tierras bajas de Escocia y el hogar de la familia de un amigo de
su tío, el Barón Bradwardine, luego a las tierras altas en el corazón de la
rebelión jacobita de 1745 y sus secuelas. El protagonista epónimo Inglés cuyo
apellido lleva por nombre la novela, Eduardo Waverley, se ha criado en la casa
de la familia de su tío, sir Everard Waverley, quien mantiene en la familia la
tradición conservadora y las simpatías jacobitas, mientras que el padre de Eduardo,
Richard Waverley, un Whig, trabaja para el gobierno de Hannover en las
cercanías de Londres. A Eduardo Waverley se le da una comisión en el ejército
de Hannover, y es acantonado en Dundee. A continuación, rápidamente abandona con
el fin de visitar al Barón Bradwardine, un amigo jacobita de su tío, y conoce a
la hermosa hija del barón, Rose.
Cuando los
montañeses salvajes visitan el castillo del barón, Eduardo Waverley está intrigado y va
a la guarida en la montaña del clan Mac-Ivor, donde conoce al cacique Fergus y
su hermanas Flora, que resultan ser una jacobita activa, preparándose para
el levantamiento del 45. Eduardo Waverley ha sobrepasado su licencia, y es
acusado de deserción y traición a la patria, y luego es arrestado. Los montañeses
lo rescatan de su escolta, y lo llevan a una fortaleza Jacobita, en el castillo
Doune, y luego al Palacio de Holyrood, donde conoce al mismo Bonnie Prince
Charlie. Alentado por la hermosa Flora Mac-Ivor, Eduardo Waverley visita a los jacobitas, y toma
parte en la batalla de Prestonpans, donde salva la vida de un coronel que
resulta ser un amigo cercano de su tío. De éste modo, escapa a la venganza, y se
casa con la hija del barón, Rose Bradwardine.
La obra de Scott
muestra la influencia de las ideas de la Ilustración del siglo 18. Scott creía que
cada ser humano era básicamente decente, independientemente de su clase,
religión, política o ascendencia. La tolerancia es un tema importante en sus
obras históricas. Las novelas de Waverley expresan su creencia en la necesidad
de un progreso social, que no rechace las tradiciones del pasado. Scott fue el
primer novelista en retratar personajes campesinos con simpatía y realismo, y fue
igualmente justo para describir a los comerciantes, soldados, e incluso reyes.
El
Romanticismo que busca en las distintas naturalezas de diferentes cosas, es
considerado para explicar por qué determinadas orientaciones mentales o giros cruciales
del pensamiento en la literatura de la época, son frecuentemente marcados por
una clase de "especie" de identificación. Probablemente el ejemplo
más dramático ocurre en la novela, 'Frankenstein,' cuando el personaje principal
- después de vacilar entre posibles verdades opuestas, de una forma que nos recuerda
a Eduardo Waverley - por último se encuentra (literalmente) identificado con los
de su propia especie.
Como esto podría
sugerir, el autor de estas líneas anteriores, A. Welsh, a continuación, pasa a
sugerir que Scott muestra preocupaciones similares dentro de sus propias
novelas. Las heroínas de la serie de las Novelas de Waverley se han dividido en
dos tipos: las rubias y las morenas, en el sentido de la equidad y la oscuridad
que marca el drama de Shakespeare, pero en una forma mucho más moderada.
Se dice que: “La heroína adecuada de Scott es una rubia.
Su papel corresponde al de una heroína pasiva,
con quien en verdad [Eduardo] se casa
al final. Ella es eminentemente hermosa, y eminentemente prudente. Como la
heroína pasiva, ella sufre en medio de los eventos, pero rara vez los mueve.
Las varias heroínas oscuras, no menos bellas, son menos restringidas por la
presión de sus propios sentimientos ... Ellas le permiten a sus sentimientos que
le dicten a la razón, y parecen simbolizar la pasión misma.”
Esto es evidente en Waverley. Rose es eminentemente matrimoniable; Flora es eminentemente pasional. Sin embargo, también se debe tener en cuenta que Welsh está, en primer lugar, estableciendo una tipología que en parte es antigua, pero también reforzada a través de las Novelas de Waverley. En segundo lugar, que Scott, o sus narradores, permiten los pensamientos, sentimientos y pasiones de los personajes femeninos, los cuales a menudo, son ignorados o no reconocidos por los héroes, como Eduardo Waverley.
Una interpretación diferente del carácter es proporcionada por Merryn Williams. Reconociendo la pasividad de la heroína, ella argumenta que las mujeres de Scott eran totalmente aceptables para los victorianos. Ellas son - por lo general - moralmente más fuerte que los hombres, pero no los desafían, y su auto-sacrificio "para igualar la apariencia de deber" no tiene límites. Por lo tanto, Flora desafiará a EduardoWaverley, pero no a Fergus de manera significativa. Además, Flora tiene cierto margen de maniobra, aunque limitado, sólo después de la muerte de Fergus.
La división en la familia Waverley había sido causada por la Revolución Inglésa en la segunda mitad del siglo XVII. El miedo a la revolución está siempre presente en Waverley, no sólo como tema o realidad histórica, sino como un miedo primitivo tan profundo en Scott como lo fue en Shakespeare, tal como se manifiesta en varias alusiones a lo largo de la novela y por las referencias directas a las obras de Shakespeare: Enrique V y Enrique VI en el capítulo 71. Edward Waverley es como Don Quijote, pues su visión del mundo es el resultado de su lectura, y su educación no estructurada, que consiste en mucha curiosidad, pero alimentada de información mal arreglada y variada. Aunque Scott señala en sus instrucciones a sus lectores que:
Los primeros cinco capítulos, a menudo se piensa que son lentos y sin interés, una impresión en parte debido a los propios comentarios de Scott sobre ellos al final del capítulo cinco. Sin embargo, la creencia de John Buchan, de que la novela era un “disturbio para la diversión y la excentricidad,” parece una opinión minoritaria. Scott, sin embargo, trata de ser cómico, o por lo menos de seguir las convenciones de la novela picaresca. Los comentarios sobre la transmisión de información a través de las cartas semanales de tinta, el nombre del abogado que se explica por sí mismo, Clippurse, el deseo de Sir Everard y cortejar a la hermana más joven, Lady Emily, todo apunta hacia esta dirección.
Esto es evidente en Waverley. Rose es eminentemente matrimoniable; Flora es eminentemente pasional. Sin embargo, también se debe tener en cuenta que Welsh está, en primer lugar, estableciendo una tipología que en parte es antigua, pero también reforzada a través de las Novelas de Waverley. En segundo lugar, que Scott, o sus narradores, permiten los pensamientos, sentimientos y pasiones de los personajes femeninos, los cuales a menudo, son ignorados o no reconocidos por los héroes, como Eduardo Waverley.
Una interpretación diferente del carácter es proporcionada por Merryn Williams. Reconociendo la pasividad de la heroína, ella argumenta que las mujeres de Scott eran totalmente aceptables para los victorianos. Ellas son - por lo general - moralmente más fuerte que los hombres, pero no los desafían, y su auto-sacrificio "para igualar la apariencia de deber" no tiene límites. Por lo tanto, Flora desafiará a EduardoWaverley, pero no a Fergus de manera significativa. Además, Flora tiene cierto margen de maniobra, aunque limitado, sólo después de la muerte de Fergus.
La división en la familia Waverley había sido causada por la Revolución Inglésa en la segunda mitad del siglo XVII. El miedo a la revolución está siempre presente en Waverley, no sólo como tema o realidad histórica, sino como un miedo primitivo tan profundo en Scott como lo fue en Shakespeare, tal como se manifiesta en varias alusiones a lo largo de la novela y por las referencias directas a las obras de Shakespeare: Enrique V y Enrique VI en el capítulo 71. Edward Waverley es como Don Quijote, pues su visión del mundo es el resultado de su lectura, y su educación no estructurada, que consiste en mucha curiosidad, pero alimentada de información mal arreglada y variada. Aunque Scott señala en sus instrucciones a sus lectores que:
De la minuciosidad con la que he trazado las actividades de
Waverley, y el sesgo que inevitablemente comunicó a su imaginación, el lector
tal vez anticipará, en la siguiente historia, una imitación de Cervantes. Pero
él hará mi prudencia injusta en tal suposición. Mi intención no es seguir
los pasos de este autor inimitable, al describir la perversión total de
intelecto, al interpretar erróneamente los objetos de la realidad presentados a
los sentidos, sino las aberraciones más comunes de la sana crítica, la que
comprende los sucesos de hecho, en su realidad, pero les comunica a ellos una
tintura de su propio tono romántico y colorido.
Tras su publicación, Waverley
fue un éxito sorprendente. La primera edición de mil copias se vendio totalente en el
plazo de dos días de su publicación, y en noviembre la cuarta edición se
encontraba ya en las prensas. Los críticos también fueron cálidos en sus elogios,
sobre todo Francis Jeffrey en lapublación Edinburgh
Review, donde alabó su fidelidad a la naturaleza, la fidelidad a la “experiencia real,” la fuerza de la caracterización y descripción
vívida. Algunos críticos, sin embargo, sobre todo John Wilson Croker, quien escribió para la Quarterly Review, expresó sus reservas
sobre la conveniencia de mezclar la historia y el romance. A pesar de los esfuerzos de Scott para
preservar su anonimato, casi todos los revisores adivinaron que Waverley era su trabajo. Muchos lectores
también reconocieron su mano. Una de ellas, Jane Austen, escribió: “Walter Scott no tiene ningún negocio en escribir novelas, sobre todo las buenas
- No es justo. Él tiene fama y dinero suficiente como poeta, por lo que no debería
quitarle el pan de la boca a otras personas. . - No me gusta, y no quiero decir que como Waverley, si puedo evitarlo -, pero temo que debo.” Los primeros cinco capítulos, a menudo se piensa que son lentos y sin interés, una impresión en parte debido a los propios comentarios de Scott sobre ellos al final del capítulo cinco. Sin embargo, la creencia de John Buchan, de que la novela era un “disturbio para la diversión y la excentricidad,” parece una opinión minoritaria. Scott, sin embargo, trata de ser cómico, o por lo menos de seguir las convenciones de la novela picaresca. Los comentarios sobre la transmisión de información a través de las cartas semanales de tinta, el nombre del abogado que se explica por sí mismo, Clippurse, el deseo de Sir Everard y cortejar a la hermana más joven, Lady Emily, todo apunta hacia esta dirección.
En el libro de Eckermann, Conversaciones
con Goethe, Goethe elogió Waverley como
“la mejor novela de Sir Walter Scott,”
y aseguró que Scott “no ha escrito nada para superar, o incluso igualar, su novela
publicada por primera vez.” Él considera a Scott como un genio y como uno
de los más grandes escritores de Inglés de la época, junto con Lord Byron y
Thomas Moore. Al hablar de talento de Scott como un escritor, Goethe dijo: “Usted va a encontrar por todas partes en
Walter Scott, una notable seguridad y el rigor en su trazado, que procede de su
amplio conocimiento del mundo real, obtenido de estudios de toda la vida y
observaciones, y una discusión diaria de las relaciones más importantes.”
Edward Morgan Forster es conocido como uno de los críticos más feroces y más crueles
de Scott. Su crítica ha recibido una fuerte oposición de los estudiosos de
Scott, que creen que su ataque es un síntoma de su ignorancia, tal vez de la
literatura, pero con mayor seguridad de todas las cosas de Escocia. Esta
hostilidad se llega a los círculos académicos, como se hace evidente por la
conferencia de Alan Massie: El Atractivo
de Scott a la Novela Práctica, la conferencia inaugural en la conferencia
de 1991 sobre Scott. La defensa de Scott subsume una defensa de una cultura
nacional en contra de los ataques de lo inglés. Otros han, sin embargo,
sugerido que esto tergiversa el caso de Forster.
Georg Lukács ha sido responsable del restablecimiento de Scott como un
novelista serio. Lukács es más firme en
su creencia de que Waverley es la
primera gran novela histórica de los tiempos modernos. Así se desprende de la
distinción que establece entre la novela costumbrista del siglo XVIII, donde
las realidades sociales son descritas con poca atención al cambio diacrónico, y
la erupción de la historia en la vida de las comunidades, como ocurre en las
novelas históricas. Además, que Waverley
marca un hito importante está firmemente establecido en frase de Lukács, que “La novela histórica surgió a principios
del siglo XIX, más o menos al momento de la caída de Napoleón.” (Wikipedia)
Waverley
de Walter Scott
El baronet Sir Everard
Waverley terminó de leer le carta que le habían entregado hace algunos momentos
con un gesto de pesar. “¡No es posible que mi hermano me haga esto! Privarme
ahora de la presencia de Eduardo.” El anciano se sentía profundamente
abatido. “Richard siempre me ha causado
pesares. Esto es peor que cuando se marchó para siempre.” Su mente se
trasladó a la época en que su hermano aún vivía con él.
Sir Everard recordaba aquella
visita a su hermano Richard: “Richard,
necesito hablar contigo. Es muy serio lo que debo decirte.” Richard no dudó
en decirle, “Dí lo que sea, rápido. Tengo
cosas importantes que hacer.” Everard le dijo, “Me imagino de qué se trata. Estoy al corriente de lo que estás
haciendo.” Richard le dijo, “Ah,
¿Estás enterado?” Everard le dijo, “Sí.
Sé que estas dispuesto a adoptar el credo político de los Hannover y servir al
rey Jorge.” Richard le dijo, “Así es.
Es el soberano reinante y a quien debemos obediencia.” Everard le dijo, “¡Richard!¡El rey Jorge ha usurpado el trono
a los Estuardo! Los Hannover crearon una dinastía a la que nadie debe aceptar.”
Richard le dijo, “Pero yo sí. Además, no
tengo otra alternativa si quiero dejar de ser solo un segundón en nuestra familia.”
Everard le dijo, “¿Porqué hablas así?
¿Acaso alguna vez te he hecho sentir que no eres el dueño igual que yo?”
Richard dijo, “No, pero no quiero
soportar durante el resto de mi vida el papel de hermano del amo del señorío de
Waverley.” Everard le dijo, “Soy diez
años mayor que tú, nuestro padre al morir me pidió que velara por ti. Debo
hacerte comprender que estas errado.” Richard dijo, “Pierdes tu tiempo. Me iré de aquí. Espero obtener un puesto en el
parlamento, fama y fortuna y lo lograré sirviendo a los Hannover.”
Everard le advirtió, “¡Si te vas olvídate de nuestra casa y de
mi! Además, te desheredaré.” Richard dijo, “¡Haz lo que quieras! Mañana partiré para siempre.”
Al día siguiente, Richard
abandonó el castillo dirigiéndose a Londres. En la mañana sus dos hermanos,
Everard y Raquel desayunaban. Entonces, Raquel le dijo a Everard, “¿No lo pudiste convencer de que recapacitára?”
Everard le dijo, “No Raquel.
Simplemente no acepta ser nuestro hermano menor y que yo haya heredado la
baronía y la fortuna de los Waverley.” Raquel le dijo, “Tu deberías casarte Everard. Necesitas un heredero. Nuestro nombre no
debe desaparecer.” Everard le dijo, “Tienes
razón, pero desde que murieron nuestros padres he estado tan ocupado que no he
tenido tiempo de pensar en ello.” Raquel le dijo, “Ya tienes 35 años. Ya es hora de que veas por tu felicidad.”
Everard le dijo, “Los años pasan más
aprisa de lo que deseamos. Entre educar a Richard y preocuparme de nuestras
tierras no he pensado en mí.” Raquel le dijo, “Todo lo has hecho muy bien, aunque nuestro hermano no ha respondido
como debía.” Everard le dijo, “No
hablemos mas de ello. Tú, Raquel, ¿Tampoco has pensado en casarte? Muchos
caballeros suspiran por tu mano.” Raquel le dijo, “Sabes que en mi corazón hay un recuerdo que venéro. Cuando Leonard
murió en la guerra, yo juré que jamás me casaría.” Everard le dijo, “Sé cuanto lo amaste, cuanto sufriste con su
muerte, pero aún estas a tiempo de ser feliz.” Raquel le dijo, “No, Everard. Ya tengo 30 años. Además, sé
que no podría ser infiel a la memoria de Leonard.” Everard dijo, “Mi querida Raquel, ojalá yo encontrara una
mujer tan fiel como tú.” Raquel dijo, “Sé
que sientes gran admiración por lady Emily Blandeville. Apresúrate en pedir su
mano o llegarás demasiado tarde.” Everard dijo, “Lo haré. De todas las mujeres que he conocido, Emily es la única que
ha hecho latir con fuerza mi corazón.”
Días después, Sir Everard se
presentaba en el castillo de los Blandeville, padre de Emily. La señora
Blandeville dijo, “¡Qué suerte para
nosotros que un noble de la posición de sir Everard se haya fijado en nuestra
hija!” El señor Blandeville dijo, “La
casa de Waverley tiene gran renombre y Emily será la esposa de un baronet.”
Pero durante los días que estuvo como huésped, sir Everard se dio cuenta que la
joven aceptaba sus galanteos con reserva. Mientras Everard veía a la joven
tocar arpa, pensaba, “No me rehúsa, pero
mis atenciones no le producen ningún placer.” Cada día se sentía más
enamorado pero la joven no correspondía en absoluto en sus atenciones. Una
tarde que esperaba a Lady Emily, lady Ann, su hermana, le dijo, “Sir Everard, ¿Podríamos hablar un
momento?” Everard le dijo, “Por
supuesto lady Ann.” Lady Ann
le dijo, “Es acerca de mi hermana Emily.
La pobrecita sufre mucho, y yo no puedo permitirlo.” Everard le preguntó, “¿Qué le sucede? Dígamelo, por favor. Si
puedo ayudar en algo cuente con ello.” Lady Ann le dijo, “Si me atrevo a venir a hablarle es porque
me he dado cuenta que es usted un hombre de gran corazón y todo un caballero.”
Everard le dijo, “Agradezco sus palabras
pero quisiera que sin preámbulos me dijera lo que le sucede a Emily.” Lady
Ann dijo, “Ella lo estima mucho, Sir
Everard, pero no lo ama, y nunca podrá hacerlo.” Everard dijo, “Entonces por eso se mostraba tan reservada
en mi presencia.” Ann dijo, “Sí,
Emily está muy enamorada de un primo nuestro. Ambos se quieren, pero mis padres
desean casarla con usted.”
Everard sintió como si el
mundo se le cayera encima, pero supo mantener su dignidad. Lady Ann continuó, “Le suplico le ayude. Si insiste en unirse
serán desagraciados los dos.” Everard le dijo, “No se preocupe, lady Ann, yo arreglaré esto. Dígale a Emily que jamás
le negaría su felicidad.” Lady Ann le dijo, “¡Oh, sir Everard, es usted maravilloso!” Everard le dijo, “No me lo agradezca. Y ahora, por favor
quisiera estar solo.”
Al día siguiente, después de
hablar con el padre de la joven, Everard pidió ver a Emily, diciendo, “Vengo a despedirme. En pocos momentos
partiré a mis tierras, pero quería decirle que deseo que sea feliz.” Lady
Emily le dijo “No tengo palabras para
agradecerle lo que hace por mí.” Everard le dijo, “No tiene que hacerlo. Pronto se casara con el hombre que ama. Su padre
me prometió que accederá a la boda.” Lady Emily le dijo, “Sir Everard, espero algún día poder
corresponder a este noble gesto suyo.”
Los años pasaron. Después de su fracaso amoroso con
Emily, sir Everard no volvió a intentar buscar la felicidad. Una mañana
mientras desayunaban Raquel y Everard, Raquel dijo, “Everard, me he enterado que nuestro hermano Richard se casó hace un
año.” Everard dijo, “Ya lo sabía. Su
esposa es una distinguida dueña de vastas y ricas propiedades cerca de aquí.”
Raquel dijo, “Así es, y como la joven
lady está a punto de ser madre se han trasladado a vivir a estos contornos.” Everard
dijo, “Después de cinco años Richard
regresa. Creo que le ha ido muy bien en la corte.”
Semanas más tarde nuevas
noticias llegaron al castillo. Everard llegando de su jornada se acercó a su
hermana Raquel, quien bordaba, y le dijo, “Raquel,
me acabo de enterar que la esposa de Richard tuvo un niño sano y hermoso, pero
ella murió.” Raquel dijo, “¡Oh, pobre
de nuestro hermano!” Everard continuó “Él
regresó a Londres y dejó al pequeño en manos de una nodriza y los criados de la
casa.” Raquel dijo, “Se fue y no nos
anunció el nacimiento de nuestro sobrino ni la muerte de su esposa. ¡Qué
ingrato es con nosotros!”
Transcurrieron otros cinco
años durante los cuales no hubo el menor acercamiento entre los hermanos. Y una
mañana, el pequeño Eduardo Waverley acompañado de una criada en la calle, quiso
subir a un pescante. Entonces la criada le dijo, “¡Eduardo, vamos! ¡Ese no es el carruaje de tu papá!” El pequeño
Eduardo le dijo, “¡No, no! ¡Déjame
subir!” En ese momento, el dueño del carruaje, Sir Everard, pasaba por ahí,
y al ver al pequeño y a la criada dijo, “¿Qué
sucede?” La criada le dijo, “Perdone,
sir, el niño ha confundido el carruaje e insiste en subir.” Everard se puso
en cuclillas, tomó al niño en sus brazos diciendo, “Este pequeño es…es hijo de sir Richard Waverley, ¿verdad?” La
criada le dijo, “Así es, sir.”
Everard sin dejar de mirarlo, dijo, “Todo
en él muestra que es un Waverley, ¿Está sir Richard en Londres o aquí?” La
criada dijo, “Llegó ayer, sir.”
Everard soltó al niño y dijo, “Por favor,
diga a sir Richard que lo espero esta tarde en el castillo de Waverley, que su
hermano le suplica que acuda.” La criada dijo, “Así lo haré.”
Esa tarde, Everard esperó
ansiosamente a su hermano que finalmente se presentó. Estando ambos sentados en
el salón, Richard dijo, “No habría venido
si no es por tu llamado. La última vez que nos vimos me advertiste que me
olvidara de ti.” Everard dijo, “Han
pasado diez años Richard. No nos hagamos reproches. Hoy vi a tu hijo, y es de
él de quien deseo hablarte. Sé que pasa la mayor parte del tiempo en manos de
criadas, ya que tu estás casi siempre en Londres.” Richard dijo, “Así es. Mis obligaciones no me permiten
quedarme aquí.” Entonces Everard le dijo, expresando un poco de tensión, “Bien, como tú sabes, yo no me casé, por lo
tanto, no tengo herederos. Si tú lo permites, tu hijo podría ser el dueño de
todo.” Richard le dijo, “¿Y qué
deseas que yo haga?” Everard dijo, “Permite
que vega a vivir con nosotros. Raquel y yo lo cuidaremos, le daremos la mejor
educación. Será el heredero de Waverley.” Richard permaneció en silencio.
Sabía que era la única forma para asegurar a su hijo la sucesión del título y
las propiedades. Everard continuó, “Tú no puedes encargarte de él. Es muy
pequeño. Necesita una madre ¿y qué mejor que nuestra hermana Raquel para
cuidarlo?” Richard dijo, “Está bien.
Acepto pero con una condición.” Everard dijo, “Dímela.” Richard dijo, “Que
cuando yo sea mayor yo pueda decidir sobre su futuro y también intervenir en
algunos aspectos de su educación.” Everard le dijo, “Tienes ese derecho, pero espero estés conforme con lo que yo disponga.
Lo educare como al futuro baronet.”
Así el pequeño Eduardo fue a
vivir al castillo y allí creció con sus tíos. Mientras lo veían cabalgando,
Raquel le dijo a Everard, “¡No hay jinete
mas experto que él!” Everard le dijo, “Podemos
estar orgullosos de nuestro Eduardo. Todo lo aprende con facilidad y lo hace
perfecto.” Everard la tomó del brazo y juntos caminaron. Entonces Raque le
dijo, “Richard no se podrá quejar de cómo
lo hemos educado.” Everard le dijo, “Al
parecer, no le preocupa mucho. En estos diez años apenas lo ha visto dos
veces.” Raquel le dijo, “Pero
nosotros no hemos permitido que se olvide de su padre. Le hemos inculcado amor
y respeto hacia él.” Everard le dijo, “Y
eso es lo correcto. La verdad es que somos muy afortunados de tener a Eduardo
con nosotros.”
Pasaron otros siete años y el
día en que Eduardo cumplió veintidós llegó la carta. Después de leer la carta
Everard pensó, “Y ahora Richard quiere
llevarlo lejos de aquí.” En ese momento llegó Raquel diciendo, “¿Qué sucede, hermano?¿Porqué me mandaste
decir que deseabas verme de inmediato?” Everard le dijo, “Acabo de recibir carta de Richard. Dice que
desea que Eduardo se dedique a la carrera de las armas.” Raquel le dijo, “¡Oh no! ¿Pero porqué?” Everard dijo, “Porque es mal visto en Londres que no sirva
al rey. Por lo tanto Eduardo ocupará un puesto en el regimiento de Dragones.” Raquel
le dijo, “Richard no debió de decidir
esto sin consultarte.” Everard dijo,
“Dice que no hay tiempo para ello, ya que Eduardo deberá incorporarse a su
cuartel, en Escocia en el plazo de un mes.” Raquel preguntó, “¿Tendrá que ir a Escocia? ¡No es justo, no
debemos permitirlo!” Everard dijo, “No
puedo negarme. Le prometí a Richard que no me opondría si decidía intervenir en
el futuro Eduardo.” Raque le dijo, “Pero
él ya está dedicado a las leyes. Es lo que le gusta. No debiste prometer nada.”
Everard le dijo, “Temí que si me negaba,
no lo dejaría vivir aquí.” Raquel
dijo, “¡Oh Everard, moriré de tristeza
cuando Eduardo se marche!” Everard dijo, “Regresará. Quizá Richard tenga razón. Debe conocer el mundo. En 22
años apenas si ha salido de nuestras tierras.” Raquel dijo, “¿Y qué necesidad hay? Incluso me he dado
cuenta de que se ha interesado por algunas de las señoritas de la comarca.”
Everard dijo, “Y nada se puede hacer. Lo que Richard ha dispuesto debe cumplirse.”
Ese mismo día, sir Everard
comunicó a su sobrino la decisión de su hermano. Tanto Eduardo, como Everard y
Raquel estaban sentados a la mesa. Entonces Everard dijo, “Es la voluntad de tu padre que sigas la carrera de armas, en la que
tanto se han distinguido nuestros antepasados.” Eduardo dijo, “Yo ya tengo una carrera tío, pero si por
nuestro nombre debo entrar al ejército, lo haré.” Sir Everard le dijo, “Adoptaré las medidas convenientes para que
puedas presentarte como el descendiente y heredero de la casa Waverley.” Eduardo
dijo, “Se lo agradezco tío, aunque le
advierto que si no me gusta no permaneceré mucho tiempo en el regimiento.”
Una semana más tarde, Eduardo
se disponía a partir. Raquel le dijo, “Adiós
hijo. Cuídate. Recuerda que aquí queda tu tía rezando por tu seguridad y
salud.” Eduardo le dijo, “Tía
querida, regresaré a verte en la primera oportunidad.” Enseguida el joven
se volvió hacia su tío quien estaba aparentando serenidad. Everard le dijo, “Aquí tienes la carta para mi amigo el barón
Bradwar, en cuanto tengas un permiso ve a saludarlo.” Eduardo le dijo, “Así lo haré tío. Ten la seguridad.” Tío
y sobrino se abrazaron separándose después de un momento. Everard dijo. “Quedo más tranquilo sabiendo que llevas a
Jonás como criado. Cuídate mucho y no dejes de escribir.” Eduardo le dijo, “No te preocupes. Te tendré informado de lo
que haga.”
Momento después, Eduardo se
subía a su caballo y se ponía en marcha. Después de dos días llegó a Londres,
donde se detuvo para saludar a su padre. Entonces Richard le dijo a su hijo, “No sabes lo que me alegra que te vayas a
incorporar al regimiento. Me imagino que Everard y Raquel se habrán enfurecido
por su decisión.” Eduardo le dijo,
“No, padre. Simplemente me la dieron a conocer, y acto seguido mi tío se
preocupó de preparar todo para mi viaje.” Richard dijo, “Me alegro. Temía que se opusiera y amenazara con desheredarte si yo
insistía.” Eduardo dijo, “¡Jamás se
le ocurrió algo semejante! Quizá hubiera actuado así si yo me hubiera opuesto.”
Entonces Richard le dijo, “¿Tú oponerte?
¿Te hubieras atrevido?” Eduardo dijo, “Quizá.
Pero no se dio el caso, pues yo hace tiempo tenía deseos de viajar.” Richard
le dijo, “Me alegro que así haya sido.
Ahora quiero darte algunas recomendaciones.” Eduardo dijo, “Tú dirás padre.” Richard le dijo, “En Escocia abstente de hacer amistades con
los enemigos del rey Jorge; con los que aún sueñan con el regreso de los
Estuardo.” Eduardo le dijo, “No creo
que en el regimiento haya enemigos del rey.” Richard le dijo, “Ahí no, pero desgraciadamente el territorio
escocés está lleno de nobles que son desleales al rey, y esos son los que hay
que evitar.” Eduardo dijo, “Entiendo.”
Richard dijo, “Te lo digo porque
muchos de ellos conocen a Everard y si se enteran de que tu estas allí, querrán
ponerse en contacto contigo.” Eduardo dijo, “Pero si son amigos de mi tío,
no está bien que los rehúya.” Richard le dijo, “Su compañía podría hacerte mala fama en el regimiento y perjudicarme
en mi puesto.” Eduardo dijo, “No te
preocupes padre. No es mi intención causarte problemas.”
Eduardo prefirió no mencionar
la carta que su tío le había dado para el barón Bradwar. Richard le dijo, “Veo que eres un hombre consciente y un buen
hijo. Eso me satisface. Vayamos al comedor. La cena ya está servida.”
Al día siguiente muy
temprano, Eduardo se volvió a poner en camino, esta vez directamente rumbo a
Escocia. Mientras cabalgaban, Eduardo le dijo a su criado Jonás, “Descansaremos solo por las noches. En una
semana estaremos en el cuartel.” Jonás le dijo, “Así es señor, aunque quizá sería mejor ir más despacio. Tiene tiempo y
llegará menos agotado.” Finalmente llegaron a Dundee, y Eduardo se presentó
ante el coronel del regimiento. En los meses siguientes el joven se entregó con
ardor a su educación militar. Mientras tanto, dos oficiales lo observaban
comentando entre ellos, “¿Ese es Eduardo
Waverley?” El otro oficial le contestó, “Si.
Es uno de los mejores elementos que han llegado a este cuartel. Ya dirige su
propio grupo de soldados.” Aunque todo lo aprendía rápidamente e incluso se
le hacia fácil, Eduardo no estaba del todo satisfecho. Recostado en su cama
pensaba, “Definitivamente no creo estar
hecho para la vida militar. Me aburre la rutina que hay que cumplir.” El
joven a quien sus tíos habían dado una educación superior, se sentía
desgraciado. Eduardo pensaba, “Trataré de
adaptarme y luego veré.”
Lentamente transcurrió el
tiempo y luego el verano. Un día Eduardo se presentó ante el coronel diciendo, “Coronel, quisiera que me diera algunas
semanas de permiso. Deseo conocer Escocia y creo que ésta es la época
adecuada.” El coronel le dijo, “Puede
usted ausentarse teniente Waverley. Le daré permiso por un mes.” Al día
siguiente Eduardo se puso en camino. Lo primero que pensaba hacer era visitar
al barón Bradwar. Mientras cabalgaba con su criado, Eduardo dijo, “Según me dijo mi tío, sus tierras están
cerca de la aldea de Tully Veoland.” Su criado le dijo, “Entonces tendremos que atravesar las
tierras de Parth-shire.” Cuando llegaron a la aldea, unas mujeres los
orientaron, diciendo, “Sigan por aquí
derecho y encontrarán la mansión del barón de Bradwar.” Siguieron el camino
indicado y poco después se encontraron frente a la casa del barón. Ambos se
apearon. Entonces Eduardo dijo, “No se ve
a nadie alrededor.” Su criado dijo, “Tal
vez sea la hora de la sienta y criados y amos estén durmiendo.”
Después de haber mirado en
torno suyo, Eduardo se dirigió resueltamente hacia la puerta. Eduardo tomó la
aldaba. La llamada retumbó en toda la mansión. El mayordomo abrió la puerta, “¿Señor?” Eduardo se presentó, “Deseo ver al barón Bradwar. Soy Eduardo
Waverley.” El mayordomo lo hizo pasar de inmediato, diciendo, “El barón no se encuentra en estos
momentos.” Eduardo preguntó, “¿Regresará
pronto?” El mayordomo le dijo, “Está
supervisando la cosecha de cebada, pero le enviaré un recado avisándole que
está usted aquí.” Eduardo le dijo, “Quizá
es mejor que no lo moleste. Puedo esperar a que regrése.” El mayordomo
dijo, “¡Oh, no señor! El barón no me
perdonaría si no le comunico de inmediato su llegada.” Eduardo dijo, “Está bien. Haga lo que crea más
conveniente.” Entonces el mayordomo dijo, retirándose, “Avisaré a la señorita Rosa, hija del barón, que usted se encuentra
aquí.” Sin esperar respuesta el mayordomo lo dejó solo. Momentos después
llegó Rosa, “¿Señor Waverley? Yo soy Rosa
Bradwar.” Eduardo dijo, recibiendo su mano, “Señorita, es un honor conocerla.” Eduardo se sintió hondamente
impresionado por la dulzura que irradiaba la joven, quien dijo, “Siéntese por favor. Mi padre no tardará en
venir.” Eduardo dijo, “Espero no sea
inoportuno con mi llegada.” Rosa le dijo, “De ninguna manera. Papá estima mucho a sir Waverley. Estará feliz de
verlo a usted y saber así noticias de su amigo.” Eduardo dijo, “Mi tío le ha enviado una carta. Me habría
gustado venir antes, pero este es mi primer permiso en el ejército.”
Los jóvenes, que habían
simpatizado desde el primer momento, se encontraban platicando amenamente
cuando apareció el barón. El barón Bradwar dijo al ver a Eduardo, “¡Eduardo
Waverley, qué alegría verte aquí!” Eduardo dijo, “Señor barón, agradezco sus
palabras.” Después de efusivos saludos, se sentaron a conversar. El barón
dijo, “Hija, ordena que nos sirvan el té.
Eduardo debe venir cansado y la deliciosa bebida lo reconfortará.” Ella
dijo, “Sí, padre. Voy de inmediato.”
El resto de la tarde y durante la cena el barón no dejo de preguntar acerca de
su amigo Everard, diciendo, “Hace años
que no nos vemos, pero por lo que me dice en la carta, el tiempo no ha enfriado
nuestra amistad.” Mientras tanto, Eduardo pensaba, “¡Qué hermosa y dulce es Rosa! No puedo apartar los ojos de ella,
aunque se ruboriza intensamente cuando se da cuenta que la miro.”
Al día siguiente Eduardo se
levantó temprano y salió a dar un paseo alrededor de la casa. Cuando vio a
Eduardo levantado, el barón le dijo, “¿Ya
levantado? Pensé que querrías descansar un poco más.” Eduardo dijo, “Dormí perfectamente bien y me siento muy
descansado.” El barón le dijo, “Me
alegro. ¿Quieres acompañarme a recorrer mis tierras?” Eduardo le dijo, “Con mucho gusto barón.” Pasaron la
mañana en el campo cabalgando y aunque Eduardo demostró interés por lo que
veía, su pensamiento estaba lejos de ahí. Entonces el barón dijo, “Creo que ya debemos regresar a casa. Rosa
nos debe estar esperando para comer.” Eduardo pensó, “¡Por fin! ¡Cómo ansío verla otra vez!”
En los días siguientes,
Eduardo acompañó al barón al campo y de cacería, pero trataba de pasar gran
parte del tiempo junto a Rosa. Un día ella encontró a Eduardo leyendo y le
dijo, “Creí que andabas con mi padre.”
Eduardo le dijo, “No. Debo escribir unas
cartas y es necesario que lo haga hoy mismo.” Ella le dijo, “Entonces me retiro para no molestarte.” Eduardo
le dijo, “¿Tú molestar? ¡Por favor no
digas eso! Tenerte cerca es lo que más deseo.” Ella lo miro emocionada.
Desde el momento en que el joven llegó a casa, todos sus pensamientos giraban
en torno a él. Eduardo la miró de frente tomándola de los hombros le dijo, “Rosa, tengo que decírtelo, no puedo esperar
más. ¡Te amo! Me enamoré de ti en el instante que te conocí.” Rosa le dijo,
“¡Oh, Eduardo! Qué felicidad escucharte
decir eso. Yo…también te amo.” Eduardo la tomó de sus brazos y la besó
dulcemente. Después de unos instantes se separaron. Eduardo le dijo, “Amor mío, jamás imagine que aquí
encontraría la mujer de mi vida.” Ella le contestó, “Nunca me había sentido tan dichosa.” Eduardo dijo, “Hablaré con tu padre. Estoy seguro que no
se negará a que seamos novios.” Rosa le dijo, “Espero que nos de su bendición.” Eduardo la tomó de las manos y le
dijo, “Voy a escribir a mi coronel
pidiéndole un nuevo permiso.” Ella le dijo, “¡Ojalá te lo conceda! No quiero que te vayas ahora que se que me amas.”
Esa noche Eduardo habló con
el barón, quien le dijo, “Nada me puede
complacer más que mi hija se una a un Waverley.” Eduardo le dijo, “Gracias barón. Espero ser siempre digno del
aprecio que ahora me demuestra.” El barón le dijo, “Sé que mi amigo Everard también recibirá con satisfacción la noticia.”
Eduardo le dijo, “No creo que mi tío
hubiera deseado una mujer más perfecta para ser mi esposa.” Pasaron dos
semanas, en las cuales Rosa y Eduardo sólo vivieron para el inmenso amor que
sentían el uno por el otro. Sin embargo una mañana llegó una carta. Eduardo
miró el sobre y al darse cuenta que era del coronel lo abrió de inmediato.
Eduardo leyó, “Me concede el permiso. Ah,
pero también me recomienda que no pase tanto tiempo con personas consideradas
no afectas al rey.” Eduardo siguió meditando, “El coronel está equivocado. Si bien el barón no ha jurado fidelidad al
rey, tampoco se puede decir que haga nada contra él. Seguramente me hace estos
comentarios por mi bien, pero está mal informado. Cuando regrese le aclararé
las cosas.”
Olvidándose de todo lo que no
fuera su nuevo permiso fue en busca de Rosa. Y cuando la encontró, le dijo, “Mi amor, me han concedido la licencia que
pedí. Podré quedarme a tu lado unas semanas más.” Rosa le dijo, “¡Qué alegría! Estaba temerosa de que ya
tuvieras que partir.” Así pasó otra semana más, y una mañana, Eduardo se
dirigió a Rosa, “¿Qué sucede, Rosa?
Escuché gritos y cuando pregunté a qué se debía nadie me ha dado razón” Rosa
le dijo, “Anoche entraron ladrones a
nuestras tierras y se robaron vacas. ¡Oh Eduardo, tengo tanto miedo de lo que
sucederá ahora.” La joven habló con la voz quebrada por la angustia.
Eduardo le dijo, “Amor cálmate y
explícame bien.” Ella le dijo, “Mi
padre considera este robo una afrenta e intentará recuperar los animales.”
Eduardo le preguntó, “¿Les habían robado
anteriormente?” Ella el dijo, “No,
porque sin que mi padre supiera, el administrador pagaba protección a Fergus
Macivor.” Eduardo le dijo, “¿Y tu
padre se enteró?” Ella le dijo, “Así
es y consideró indigno de su categoría seguir pagando. Esto es consecuencia de
su negativa.” Eduardo le dijo, “¿Y
crees que el barón irá a enfrentarse con los bandoleros?” Ella le dijo, “Sí, y temo por él, ya que si causa algún
daño a los ladrones estaremos para siempre en peligro.” Rosa dejó escapar
una lágrima y continuó, “Nosotros no
podemos defendernos como antes. Nos decomisaron todas las armas por no prestar
juramento de fidelidad al rey Jorge.” Eduardo le dijo, “Por favor mi amor, no llores.”
En ese momento entró el
barón, diciendo, “Rosa, es una vergüenza
que una señorita distinguida demuestre debilidad como si fuera la hija de un
granjero.” Rosa dijo, “Perdóname
papá, yo…” El barón le dijo, “Ya
tengo bastante con que nos roben y no contar con qué defendernos para también
tener que escuchar tus lamentaciones.” Eduardo dijo, “Barón, ¿Puedo hacer algo para ayudarlo?” El barón le dijo, “Agradezco tu interés Eduardo. Después de
que hable con el administrador te pondré al corriente de lo que decida hacer.” Eduardo
le dijo, “Estoy a su disposición para lo
que sea.”
Cuando los jóvenes volvieron
a quedar solos, Eduardo pregunto a Rosa, “¿Tú
crees que ese tal Mac-ivor fue el autor del robo?” Rosa dijo, “¡Oh, no! El es un caballero de gran
prestigio e importancia y cabeza de un poderoso clan montañés muy respetado.” Eduardo
le dijo, “Entonces no comprendo qué tiene
que ver él con los ladrones.” Rosa dijo,
“Respecto a su relación con los bandidos no lo sé bien, pero ni el más
temerario de ellos se atrevería a robar a alguien que te paga tributo.” Eduardo
dijo, “No entiendo porque señores como tu
padre deben pagarle para que los proteja.” Rosa dijo, “Fergus dirige el mayor grupo de gente armada de estos contornos. Es el
único que puede defender a los que vivimos en las tierras bajas, de los
bandidos de las montañas.” Eduardo le dijo, “¿Y porque tu padre se negó a pagar, ahora le roban?” Rosa le
explicó, “Sí. Mi padre era amigo de
Fergus, pero cuando se enteró del pago por protección, se enfureció. Incluso,
lo retó a duelo.” Eduardo dijo, “¿Llegaron
a cruzar las armas?” Rosa dijo, “No,
porque Fergus dijo que jamás levantaría la mano contra una persona de edad y
tan merecedora de respeto como mi padre.” Eduardo dijo, “Entonces ese Mac-ivor es joven.” Rosa
dijo, “Así es. Apenas tiene 27 años y es
muy apuesto. Su hermana Flora es la mujer más bella que ha existido nunca.”
Eduardo le dijo, “No digas eso Rosa. No
te haces justicia. No creo que halla nadie más hermosa que tú.” Rosa dijo, “Si la conocieras, no pensarías así. No solo
es bella, tiene una inteligencia privilegiada. Se educó en Francia en un
convento.” Eduardo le dijo, “Quizás
tú la ves con más dones de los que realmente posee.” Rosa dijo, “No hay hombre que la conozca que no se
enamore de ella, pero sin esperanza. Flora es una verdadera reina y se comporta
como tal.” Eduardo dijo, “¿Ah, si?
Debe ser bastante desagradable.” Rosa le dijo, “No. Tiene juna forma de ordenar que nadie se atreve a desobedecer. Es
como si se sintieran agradecidos de poder servirla.” Eduardo dijo, “Bueno, me alegro de no haberme topado con
semejante mujer.” Rosa dijo, “Y yo
también. Quizá si la hubieras visto antes que a mí, yo no tendría la dicha de
tu amor.” Eduardo le dijo, “No lo
pienses ni por un momento. Tú eres lo más importante para mí. Jamás podría amar
a otra mujer.”
Poco antes de comer, el barón
se unió a la pareja. Rosa dijo, “¿Has
decidido algo, papá?” El barón dijo,
“Solo hay una solución: ir a tratar de recuperar nuestro ganado.” Eduardo
dijo, “Pero lo que me ha dicho Rosa es
una temeridad. Usted no cuenta con las armas necesarias para hacer frente a los
ladrones.” El barón dijo, “Así es,
pero me niego a que se queden con nuestras reses. Si lo permito regresarán y se
llevaran las pocas que dejaron.” En ese instante se abrió la puerta del
salón. El mayordomo se presento, y dijo, “Señor,
un emisario de Fergus Mac-ivor desea verlo.” El barón dijo, “Hazlo pasar de inmediato.” Momentos
después, cuando el hombre escocés se presentó, el barón dijo, “Bienvenido Evan Dhu, ¿Qué nuevas hay de
Fergus Mac-ivor?” El hombre dijo, “Le
envía sus saludos afectuosos, señor barón” El aire de dignidad con que el
barón se dirigió al emisario, le pareció a Eduardo propio de un príncipe que
recibe a un embajador. El hombre dijo, “Se
ha enterado del robo de sus reses y lo lamenta. Desea aclarar que nada ha
tenido que ver con eso.” El barón dijo, “Jamás
pensé que Fergus estuviera involucrado en tan bajo asunto.” El emisario
dijo, “Le ruega considere lo pasado entre
ustedes como terminado y desea que las cosas vuelvan a ser como antes.” El
barón dijo, “Yo también lamento el
malentendido que nos ha tenido alejados.” El mensajero dijo, “Para demostrar su buena voluntad, Fergus
está dispuesto a hacer que su ganado sea devuelto y que no se vuelvan a
molestar sus propiedades.” El barón dijo, “Y yo demostraré mi buena voluntad permitiendo que mi administrador
haga un arreglo con ustedes a ese respecto.” El hombre dijo, “Yo iré ahora a recuperar el ganado. Si
usted lo desea, alguien de su confianza podrá acompañarme.” El barón dijo, “Al único que enviaría sería mi
administrador, pero lo necesito ahora aquí.” Eduardo que no había perdido
palabra de lo que hablaba, intervino rápidamente, diciendo, “Barón, ¿me permitiría que yo fuera? Desde
que llegué, he deseado conocer las montañas.” El barón le dijo, “Sí, ya me lo habías dicho, pero no creo que
esta sea la mejor oportunidad.” El hombre dijo, “¿Por qué no? Será difícil que encuentre un guía mejor que yo. Si las
vacas están donde yo supongo, verá un sitio como jamás ha imaginado.” Rosa
dijo, “Permítele que vaya Padre. Eduardo
desea mucho conocer Escocia y sus costumbres.” El barón dijo, “Está bien. No puedo oponerme.” El
hombre escocés dijo, “Partiremos de
inmediato. Nos espera un camino largo y deseo llegar al sitio que he dicho
antes de la noche.”
Poco después Eduardo se preparaba para
partir. Eduardo se despidió de su siervo, diciendo, “Te quedarás aquí, Jonás. Yo regresaré pronto.” Jonás le dijo, “Señor, acuérdese que su tío me encargó que
no me separara de usted.” Eduardo le dijo, “No te preocupes. Estaré bién. Si me demoro más de lo previsto, veré la
forma de comunicarme contigo.” Eduardo se separó del criado y se dirigió hacia
donde estaba Rosa, diciendo, “Mi vida,
pronto regresaré. Si no fuera por los grandes deseos que tengo de conocer las montañas,
no te dejaría.” Rosa le dijo, “Ve
tranquilo Eduardo. Quizá no tengas otra oportunidad como ésta y debes
aprovecharla.” Eduardo la tomó de los hombros y dijo, “Tengo grandes planes para cuando regrese. Deseo que nos casemos cuanto
antes.” Rosa le dijo, “¿Casarnos? Es
lo más bello que me podría decir.” Eduardo le dijo, “No hay nada que nos impida hacerlo. A mi regreso arreglaremos todo
para la boda.” Rosa dijo, “Te
esperaré ansiosa.”
Eduardo subió a su caballo, y
partió junto con tres hombres. Rosa se quedó en la puerta viendo alejarse a su
amado, pensando, “Cuídate vida mía, y
regresa pronto.” Los cuatro jinetes cabalgaron toda la tarde. Al anochecer,
uno de los guía escoceses dijo, “Después
de atravesar éste desfiladero estaremos muy cerca del sitio a donde vamos.”
Un poco atrás, a caballo, Eduardo dijo, “Todo
el camino ha sido muy hermoso. Penetrar en estas montañas es algo que no
imaginé que haría.” El guía dijo, “Para
un hombre que no las conoce es difícil y peligroso. Por eso pensé que sería una
buena oportunidad que viniera conmigo.” Eduardo le dijo, “Se lo agradezco. Pronto regresaré a
Inglaterra y quizá pase mucho tiempo antes de que vuelva nuevamente a estas
tierras.” De pronto avistaron un valle. Eduardo dijo, “¡Es el paisaje más bello que he visto nunca!” El guía dijo, “Muy poca gente ha venido a este lugar. Sólo
los que nacieron en las montañas lo conocen y sin embargo muchos no saben que
existe.”
Cuando llegaron al lago,
Evans se acercó a unos tupidos matorrales, descubriendo un bote de entre la
maleza, dijo, “¡Aquí está! Ayúdenme a
llevarlo al agua.” De inmediato se acercaron y sacaron un bote que estaba
oculto. Una vez en el agua, Evan subió al bote, diciendo, “¡Vamos! Suban pronto.” Momento después el bote se dirigía al otro
extremo de lago. Mientras remaban, vieron a lo lejos una hoguera encendida.
Entonces uno de los remeros dijo, “Ya nos
han visto. Han prendido la hoguera.” Evans dijo, “Eso quiere decir que no me equivoqué y que Donald está allí.” Al
llegar a la orilla, descendieron de la embarcación, dirigiéndose hacia una gran
cueva. Un hombre con vestimenta escocesa les dio la bienvenida. Evans dijo, “Gracias Donald Been.” Eduardo no perdía
un detalle de lo que sucedía a su alrededor. Donald dijo, “Entren. Haré que les sirvan de comer.” Evan dijo, “La verdad es que hemos cabalgado toda la
tarde y estamos cansados y hambrientos.” Entraron a la cueva y allí les
sirvieron sopa y tajadas de carne asada, que devoraron con rapidez. Mientras
comían, Evan dijo, “Tengo que hablar contigo,
Donald.” Donald dijo, “Después,
cuando los demás descansen.”
Durante la cena se habló de
la situación del país. Eduardo pensó, “Es
interesante como este hombre está informado de todo lo referente a las fuerzas
armadas inglesas.” Con toda tranquilidad, Donald se explayó sobre el número
de armas y tropas con que contaban los regimientos estacionados en Escocia.
Eduardo pensó, “No solo estoy asombrado
sino también alarmado por lo que dice. ¿Cómo pudo obtener tales datos?” Sin
poder aclarar sus dudas, pero no perdiendo palabra de lo que decía Donald,
Eduardo terminó la cena. Después, Donald le dijo, “Venga, le indicaré el lugar donde puede descansar.” Eduardo lo
siguió hasta un rincón de la caverna. Donald le dijo, “Le he hecho preparar este lugar, que para una persona como usted puede
no ser suficientemente cómodo.” Eduardo le dijo, “Se lo agradezco. Estoy tan agotado que dormiré perfectamente.”
A la mañana siguiente, cuando
Eduardo se despertó, notó que estaba solo, pensado, “No hay nadie. Es como si siempre hubiera estado vacía.” Eduardo se
levantó y salió fuera de la cueva. Una mujer que calentaba una olla le dijo, “Buenos días. Pronto estará su desayuno.”
Eduardo le dijo, “Buenos días. ¿Cuál es
tu nombre? ¿Dónde están los demás?” Ella le dijo, “Soy Alicia, hijastra de Donald. Evan fue al lago. ¡Mire ahí viene!” Evan
le dijo, “¿Descansó bien Eduardo?”
Ambos se acuclillaron en la tierra para desayunar. Eduardo dijo, “Sí, incluso creo que dormí demasiado.”
Evan dijo, “Desayunaremos y nos pondremos
en camino.” Eduardo preguntó, “¿Y
Donald?” Evan le dijo, “Se fue muy
temprano.”
Cuando terminaron de
desayunar subieron al bote. Mientras este se deslizaba por el lago, Evan empezó
a hacer elogios de Alicia. Eduardo dijo, “Me
pareció una joven muy agradable. Lástima que esté condenada a una vida tan
peligrosa junto a esa gente.” Evan dijo, “Es hermosa e inteligente, me gusta mucho. Se lo he dado a entender
pero ella no se da por aludida. Donald la quiere mucho y la protege. Le da todo
lo que ella desea.” Eduardo le dijo, “No
creo que esté contenta de tener que vivir con un vulgar ladrón de ganado.” Evan
dijo, “Donald no es un vulgar ladrón.
Nunca en su vida ha atrapado menos de una manada entera.” Eduardo dijo, “Eso
demuestra que es un bandido.” Evan le dijo, “El que roba una vaca a una pobre viuda o a un labriego sin medios, ese
es un ladrón. Pero el que se apodera de los animales de un rico terrateniente
no es un bandido, es un caballero que se dedica a la ganadería.” Eduardo le
dijo, “O sea que ustedes no consideran un
robo lo que Donald hace?” Evan dijo, “No,
los montañeses no consideramos eso como algo vergonzoso. Es como coger un árbol
del bosque o un pez del rio.” Eduardo le dijo, “Veo que tiene una idea de la ley totalmente diferente a la mía. Y ahora
dígame, ¿Qué pasó con el ganado del barón?” Evan le dijo, “Oh, por eso no se preocupe. Ya se lo
llevaron de regreso, menos dos vacas que sacrificaron antes de nuestra
llegada.” Eduardo dijo, “Por lo menos
recuperará gran parte de lo que le pertenece.”
Habían llegado a la orilla
opuesta y desembarcaron para luego montar en sus cabalgaduras. Mientras
cabalgaban, Eduardo dijo, “Este no es el
camino por donde venimos, ¿Verdad?” Evans le dijo, “Por supuesto que no. Vamos en sentido totalmente contrario.” Eduardo
dijo, “Y ¿a dónde nos dirigimos, si es
que puedo preguntarlo?” Evan dijo, “A
casa de Fergus Mac-ivor. No pensará usted pasar por sus tierras sin saludarlo.”
Eduardo dijo, “Me gustaría conocerlo,
¿estamos muy lejos de la casa?” Evan
dijo, “Oh, no. A solo unas cuantas
millas.” Atravesaron varios desfiladeros, montes y valles hasta llegar a la
entrada de la casa Mac-ivor. Al llegar, Evan dijo, “Ya sabían de nuestra llegada, pues la puerta está abierta.” Al
entrar al espacioso patio, Eduardo vio un espectáculo increíble: guerreros
escoceses luchaba. Evan explicó, “Están
haciendo simulacros de lucha con el fin de hallarse siempre en buenas
condiciones físicas.” Después de un momento, Fergus ordenó terminar las
escaramuzas y se acercó a saludarlos. Fergus extendió la mano a Eduardo,
diciendo, “Me alegro que haya aceptado
venir hasta aquí. Un amigo del barón es siempre bien recibido.” Eduardo
dijo, “Agradezco sus palabras en nombre
del barón y mío.” Tras los saludos de rigor, Fergus lo guió hacia el interior
de la casa, diciendo, “El toque de las
gaitas indica que la comida ya está lista. Hágame el honor de entrar en mi ruda
morada.”
Se dirigieron a una inmensa
habitación, donde había una enorme mesa de roble. Fergus dijo a Eduardo, “Como mi huésped de honor, usted ocupará la
cabecera conmigo.” Después que se sentaron, los demás ocuparon sus puestos.
Fergus dijo, “Sírvase a su gusto. Aquí
comemos sin grandes ceremonias.” Mientras comían, los gaiteros no dejaron
de tocar y entre la música y el ruido de la conversación, Eduardo se sentía
aturdido. Fergus dijo, “Deberá disculpar
la confusión debido a tan numerosa concurrencia, pero aquí al hospitalidad es
un deber sagrado.” Eduardo dijo, “Lo
entiendo. No se preocupe.” Cuando terminaron de comer, Fergus dijo, “Haré que lo lleven a una habitación para
que descanse.” Eduardo dijo, “Se lo agradezco. La verdad es que me siento
agotado.” Guiado por un criado, Eduardo fue conducido a una amplia recamara.
Cuando vio la cama, Eduardo pensó, “Dormiré
un rato. Lo necesito desesperadamente.” Se tendió en la cama y de inmediato
se quedó dormido. Horas más tarde un emisario lo despertó, “¡Señor!” Eduardo dijo “¿Qué
sucede?” El emisario dijo, “El señor
Fergus y Lady Flora lo esperan para tomar el té.” Eduardo todavía acostado
dijo, “¿El té? Pero si acabamos de
comer.” El emisario dijo, “No, señor.
Ya son las seis de la tarde. Sobre el sillón le deje ropa limpia para que se
cambie.” Mientras el emisario se retiraba, Eduardo dijo, “Esta bien. Gracias. Iré de inmediato.”
Poco después Eduardo era conducido hasta un
elegante y sobrio salón. Fergus lo recibió, diciendo, “Ah Señor Waverley. Espero que haya descansado cómodamente.” Eduardo
dijo, “Así es. Dormí como una piedra.”
En ese momento Eduardo vio a la mujer más bella que jamás habían contemplado
sus ojos. Fergus dijo, “Quiero
presentarle a mi hermana Flora.” Flora dijo, “¿Cómo está usted Señor Waverley? Me dá mucho gusto que sea nuestro
huésped.” Él tomó la mano que ella le tendía casi sin atreverse a tocarla.
Eduardo dijo, “Señorita. Conocerla es el
honor más grande que he tenido en mi vida.” Ella dijo, “Por favor. Tóme asiento. Serviré el té. Hoy prescindiremos de mis
damas de compañía.” Por primera vez en su vida, Eduardo se sentía cohibido
ante una mujer.
Ella actuaba como si él y Fergus fueron sus vasallos. Flora habló, “Me ha dicho mi hermano que usted está en el ejército y que es el heredero del baronet Everad Waverley.” Eduardo dijo, “Así es. Mi tío nunca se casó. Por lo tanto, yo, siendo su sobrino, heredaré el título.” Flora dijo, “Me imagino que usted ser una digna rama del tronco del señorío de tronco de Waverley.” Eduardo dijo, “No entiendo qué quiere usted decir.” Flora lo miró un instante con sus enormes ojos verdes y luego habló lentamente. “Que el baronet siempre ha sido fiel a los viejos reyes, a los Estuardo, y sería muy penoso que usted no pensara igual, ¿verdad?” Fergus dijo, “Flora, no olvides que el señor Waverley pertenece al ejército ingles.” Flora preguntó, “¿Entonces usted sirve a los Hannover?” Eduardo dijo, “La verdad es que entré al ejército para complacer a mi padre. Mi verdadera vocación no es la carrera de las armas.” Flora dijo, “Perdóneme señor Waverley, pero nuestro clan, como todos los de los alrededores, somos fieles a los Estuardo” Fergus dijo, “Mi hermana ha dedicado su vida a luchar para que los Estuardo recuperen el trono.” Flora dijo, “Como mujer no puedo tomar las armas, eso lo hace Fergus. Yo hago lo que puedo en favor del verdadero y único monarca.” Eduardo dijo, “Mi lady, con alguien como usted abogando por una causa, no se necesitan soldados.” Flora dijo, “Le agradezco sus palabras, pero no es así como se consiguen los triunfos. Es necesario algo más que galanterías.” Eduardo dijo, “Disculpe yo…” Flora dijo, “Está bien. No tiene que disculparse. Voy a retirarme. Espero que su estancia junto a nosotros sea agradable.”
Ella actuaba como si él y Fergus fueron sus vasallos. Flora habló, “Me ha dicho mi hermano que usted está en el ejército y que es el heredero del baronet Everad Waverley.” Eduardo dijo, “Así es. Mi tío nunca se casó. Por lo tanto, yo, siendo su sobrino, heredaré el título.” Flora dijo, “Me imagino que usted ser una digna rama del tronco del señorío de tronco de Waverley.” Eduardo dijo, “No entiendo qué quiere usted decir.” Flora lo miró un instante con sus enormes ojos verdes y luego habló lentamente. “Que el baronet siempre ha sido fiel a los viejos reyes, a los Estuardo, y sería muy penoso que usted no pensara igual, ¿verdad?” Fergus dijo, “Flora, no olvides que el señor Waverley pertenece al ejército ingles.” Flora preguntó, “¿Entonces usted sirve a los Hannover?” Eduardo dijo, “La verdad es que entré al ejército para complacer a mi padre. Mi verdadera vocación no es la carrera de las armas.” Flora dijo, “Perdóneme señor Waverley, pero nuestro clan, como todos los de los alrededores, somos fieles a los Estuardo” Fergus dijo, “Mi hermana ha dedicado su vida a luchar para que los Estuardo recuperen el trono.” Flora dijo, “Como mujer no puedo tomar las armas, eso lo hace Fergus. Yo hago lo que puedo en favor del verdadero y único monarca.” Eduardo dijo, “Mi lady, con alguien como usted abogando por una causa, no se necesitan soldados.” Flora dijo, “Le agradezco sus palabras, pero no es así como se consiguen los triunfos. Es necesario algo más que galanterías.” Eduardo dijo, “Disculpe yo…” Flora dijo, “Está bien. No tiene que disculparse. Voy a retirarme. Espero que su estancia junto a nosotros sea agradable.”
Antes que Eduardo pudiera
contestar, Flora salió de la habitación. Fergus se rió, “¡Ja ja ja! Por favor, no se preocupe por Flora. Nació para ser reina y
se comporta como tal.” Eduardo dijo, “Da
la impresión que siempre ha hecho su voluntad.” Fergus dijo, “Así ha sido desde que nació. Mi padre la
adoraba y cumplía todos sus caprichos y yo me he dedicado a hacer lo mismo.”
Eduardo le preguntó, “¿Nunca le ha negado nada?” Fergus dijo, “No, ¿Para qué? Desde pequeña se trazó una
meta y lo único que puedo hacer es ayudarla a cumplirla.” Eduardo dijo, “Quizá en su caso yo haría lo mismo.”
En los días siguientes
Eduardo se dio cuenta de que sus pensamientos estaban llenos de la imagen de
Flora. Eduardo dijo, “Fergus, creo que ya
debo regresar donde el barón Bradwar, pues pronto deberé reincorporarme a mi
regimiento.” Fergus dijo, “¡Oh, no!
Aún no debes abandonarnos. En unos días se llevara a efecto una gran cacería y
no debes perdértela.” Eduardo no necesitaba más que eso para decidir
continuar su estancia allí. Eduardo le dijo, “Escribiré al barón diciéndole que me quedaré algún tiempo más y le
pediré que me envíe la correspondencia que me puede haber llegado.” Fergus
dijo, “Me parece muy bien. No te
arrepentirás.” De inmediato Eduardo se dirigió a escribir la carta. Eduardo
pensó, “Debería mandar unas líneas a
Rosa. No es que la haya olvidado pero nada es igual desde que conocí a Flora.
Quizá me estoy haciendo demasiadas ilusiones pero creo que ella siente algo por
mí. Cada día es más amable.” Efectivamente, muchas veces Flora lo invitaba
a su salón particular y allí hablaban de diferentes temas, especialmente de
política. Mientras escribía. Eduardo pensaba, “No sé si es amor lo que siento por ella. De lo que sí estoy seguro es
que no soy capaz de hacer sufrir a Rosa.” A pesar de sus reflexiones solo
escribió una carta al barón y otra al coronel de su regimiento, pidiéndole un
nuevo permiso. Al terminar la carta, Eduardo pensó, “Ya está, ahora la sellaré.” Eduardo buscó su sello en el que
figuraban las armas de la casa de Waverley, pero no pudo encontrarlo. Eduardo
pensó, “Que extraño, estoy seguro que lo
traía conmigo. Quizá se me cayó en
el camino.” Eduardo cerró la carta y
pensó, “Las mandaré sin sellar. Aunque
eso puede ser considerado como una descortesía, no tengo otro remedio.”
Después de despachar las
misivas, Eduardo se olvidó de todo lo que no fuera estar en compañía de Flora.
Así pasó una semana. Una mañana desayunaban Flora, Fergus y Eduardo. Entonces
Fergus dijo, “Mañana partiremos en
cacería. Asistirán a ella los jefes de los clanes más importantes.” Eduardo
dijo, “Por lo que me has dicho, es todo
un acontecimiento en la región.” Fergus dijo, “Efectivamente es el evento más importante del año.” Mientras los
mayordomos traían la comida, Flora dijo, “Eduardo,
he hecho dejar en su habitación algo que me gustaría mucho que usara mañana.”
Eduardo le dijo, “Por supuesto que lo
haré, Flora, si ese es su deseo.” Flora dijo, “Le agradezco que esté dispuesto a complacerme.” Cuando Eduardo se
retiró a su habitación, encontró un traje escocés, y pensó, “el traje típico de ésta región. Flora me
considera parte de su gente. Eso quiere decir que significo algo para ella.”
Al día siguiente, cuando se
aprestaban a partir de cacería, vio a Flora, que desde una ventana lo miraba.
Al verla Eduardo pensó, “Ya no puedo
engañarme, creo que me ama ¡Si pudiera quedarme y no ir a esta cacería!” Pero
ya Fergus daba la orden de marcha. Mientras cabalgaba, Eduardo pensó, “Hasta pronto, Flora. Cuando regrese, espero
que se haga realidad lo que me imagino.” Después de cruzar hermosos parajes
llegaron al punto de reunión, donde ya se encontraban los jefes de otros clanes.
Uno de los jefes dijo, “Hay mas ciervos
que el año pasado.” Fergus dijo, “Me
alegro. Eso significa que la cacería será espléndida.” Se formó el primer
grupo que saldría en busca de los ciervos, en el que iban Fergus y Eduardo.
Llegaron a un claro donde una manada de ciervos se encontraba pastando. El jefe
del clan dijo, “Nunca habíamos encontrado
ejemplares tan magníficos.” Fergus dijo, “Silencio. No levantes la voz. Cualquier ruido los puede espantar.” De
pronto, el jefe de la manada miró al grupo y arremetió furiosamente contra los
hombres. El jefe del clan dijo, “¡Cuidado,
vienen hacia nosotros!” Fergus dijo, “Escapemos
o nos pasarán por encima.”
En el momento en que Eduardo
se disponía a huir, su caballo tropezó. Sin dudarlo, Fergus descabalgó y corrió
hacia él arrastrándolo hacia un árbol. Cuando los animales desaparecieron,
Fergus le dijo a Eduardo, “Un segundo mas
y nos aplastan, ¿estás bien?” Eduardo dijo, “Un poco mallugado y con un horrible dolor en la pierna.” En ese
instante, se les reunieron los demás. Uno de los cazadores dijo, “Hay que llevarlo al campamento. Al parecer
se ha dislocado un tobillo.” Otro dijo. “Vamos,
lo ayudaremos a subir al caballo.” En el campamento lo llevaron a una
tienda, donde fue curado por un montañés a base de hierbas y ungüentos. El montañés le preguntó, “¿Cómo te sientes?” Eduardo le dijo, “Bastante maltratado. Creo que me dieron algo para dormir porque se me
cierran los ojos.” El montañés le dijo, “Descansa.
Mañana amanecerás mejor.” Eduardo le dijo, “Gracias por todo, amigo.”
Eduardo durmió hasta la
mañana siguiente, en que amaneció como si lo hubiesen apaleado. Cuando lo
visitó el montañés, le dijo, “Tu pie esta
terriblemente hinchado. No podrás apoyarlo en el suelo por lo menos unas
semanas.” Eduardo dijo, “Así lo
creo.” El montañés comentó, “El
camino hasta la casa es largo y pesado. Macintosh, que vive aquí cerca, ha
ofrecido darte hospitalidad.” Eduardo le dijo, “Se lo agradezco mucho. Y tú, ¿irás conmigo?” El montañés le dijo, “No, debo ir a reunirme con algunas
personas que desean hablar conmigo. Cuando regrese pasare por ti para llevarte
a casa.” Eduardo dijo, “Esta bien. Te
esperare.” Aunque deseaba hacer más preguntas, Eduardo consideró imprudente
formularlas, y se dejo trasladar a casa de Macintosh. El montañés le dijo, “Estarás en buenas manos. Espero encontrarte
restablecido a mi regreso.”
Pasaron 15 días antes de que
Fergus llegara a buscarlo. En ese tiempo, Eduardo se había mejorado totalmente.
Al verlo, Eduardo le dijo, “Me alegro de
volver a verte. No pensé que tardaras tanto.” Fergus le dijo, “Asuntos importantes me retuvieron. Pero ya
estoy aquí y emprenderemos de inmediato el camino.” Ese mismo día, al
atardecer, llegaron a las propiedades de Fergus. Eduardo vio con alegría que
Flora salía a recibirlos. Al verlo, Flora le dijo, “Supe de su accidente, Eduardo. Lo lamento. Espero y ya se encuentre
bien.” Eduardo dijo, “Así es Flora.
Fue solo una torcedura, más dolorosa que grave,” Flora dijo, “Me complace
saberlo. Y tú Fergus, ¿Qué me puedes decir?” Fergus dijo, “Te traigo saludos con todo el respeto y admiración que tu belleza e
inteligencia merecen.” Eduardo se dio cuenta que el rostro de Floras se
transfiguraba y que su cara se erguía con más orgullo que nunca. Flora dijo, “Solo cumplo con mi deber, pero me siento
inmensamente feliz de ser digna de esa admiración y respeto.” Dicho esto,
Flora entró a la biblioteca seguida de los dos hombres. Flora se dirigió a
Eduardo, “Han llegado estas cartas para
usted, Eduardo.” Eduardo le dijo, “Gracias
Flora. Con su permiso, me retiraré a cambiarme.”
Después de cambiarse Eduardo
abrió inmediatamente las cartas. En cuento leyó, Eduardo dijo, “¡No es posible! ¡Esto es una injusticia
atroz!” Eduardo continuó meditando, “No
me han enviado ningún aviso anterior a este. Solo la carta donde eme concedían
un nuevo permiso.” Cuando Eduardo bajó a cenar, Fergus se dio cuenta de
inmediato que algo le sucedía. Fergus le preguntó, “¿Recibiste malas noticias, Eduardo? Tienes el semblante descompuesto.”
Eduardo dijo, “Si, noticias que me
han llenado de ira por lo injustas.” Flora
le dijo, “Quizá si nos las dice podríamos ayudarlo.” Eduardo le dijo, “Se me acusa de no haberme presentado al
regimiento cuando se me ordenaba. Estoy en calidad de desertor.” Fergus
dijo, “No es posible. ¿Cuándo deberías
presentarte?” Eduardo dijo, “Según la
carta hace un mes, pero esto es una confabulación. Yo pedí un permiso que se me
concedió, y luego otro.” Flora dijo, “Entonces
han tramado algo contra usted.” Eduardo dijo, “Eso me temo. Dice la carta que se me enviaron varios citatorios que yo
no conteste. La verdad es que no he recibido ninguno.” Flora dijo, “Es claro que están tratando de perjudicarlo. Aquí no hemos recibido
nada más que lo que acabo de entregarle. Su honor insultado no puede dejar esto
sin venganza.” Eduardo dijo, “¿Venganza?
Pero ¡Contra quién! Cómo saber quién está detrás de todo esto.” Flora le
dijo, “La venganza debe ser contra la
usurpadora casa Hannover, a quien ni su abuelo ni su tío habían prestado
servicio.” Eduardo dijo, “Desde la
época de mi abuelo, dos generaciones de los Hannover han poseído el trono.”
Fergus dijo, “Es cierto, y por nuestra
culpa, porque no hemos sabido pelear por la causa de los Estuardo.” Flora
dijo, “Pero ahora estamos preparados. Los
verdaderos reyes ocuparan su trono.” Eduardo miró a Flora impresionado. La
joven hablaba con una fuerza que jamás había mostrado antes. Eduardo pensó, “Pareciera que está defendiendo su trono. Su
devoción por esa familia no tiene límites.” Flora agregó, “Usted debe abrazar nuestra causa, ser de
los nuestros. Se lo pido con todo mi corazón.” Eduardo dijo, “Desearía complacerla, pero antes de tomar
una resolución debo ir a arreglar mi situación en el ejército.” Flora dijo,
“¿Cree que vale la pena después que lo
han calumniado en la forma más infame?” Eduardo dijo, “Tengo que hacerlo. No podría abrazar una causa sin antes haber
limpiado mi nombre de toda mancha.” Flora dijo, “Quizá tiene razón. Tenerlo a usted de nuestro lado representa un gran
triunfo. Su familia es conocida en todo el reino. Muchos seguirán sus pasos
cuando se enteren que ya no sirve a los usurpadores y está dispuesto a luchar
por los Estuardo.” Fergus dijo, “No
debes sentirte presionado, Eduardo. Se va a aclarar tu situación y cuando
regreses hablaremos.” Eduardo se levantó de la mesa, diciendo, “Es lo que haré. Mañana partiré a primera
hora.” Flora dijo, “Confío en que
regresará y se podrá del lado de nuestra causa, que es la justa.”
Al día siguiente el joven
Eduardo se despidió de los hermanos y partió hacia un regimiento. Después de un
tiempo de cabalgar, Eduardo pensó, “Por
fin una aldea. Descansare allí un poco, antes de proseguir mi viaje.” Desmontó
el abalo y entro a una hostería, donde fue recibido por el dueño. Eduardo dijo,
“Quisiera comer algo y que den agua y
pienso a mi caballo.” El dueño le pregunto, “¿De dónde viene usted, señor?” Eduardo le dijo, “Eso no importa. Dígame si puede facilitarme
lo que necesito o me iré a otro lado. De poder, puedo. Solo preguntaba porque
se ve que viene usted de lejos. Quizá de las montañas.” Ante la
impertinencia del hostelero, Eduardo se molestó seriamente, diciendo, “Creo que no es asunto suyo de donde vengo
ni adónde me dirijo, ¿Me atenderá o no?” El hostelero dijo, “Si, pero debo informarme porque están sucediendo muchas cosas y
debemos estar alertas.” Eduardo le dijo, “¿Está seguro de lo que dice?” El hostelero dijo, “Si, y por eso todo forastero que llega debe
presentarse ante la máxima autoridad de este lugar, el comandante Melville.” Eduardo
dijo, “Esta bien. Pasare a saludarlo
antes de seguir mi camino. Déme rápido algo de comer que tengo prisa.” El
hostelero dijo, “No señor. Primero debe
ir a hablar con el comandante y luego lo atenderé.” Eduardo dijo, “¡Esto es un abuso! Usted no tiene autoridad
para ordenarme nada.” El hostelero dijo, “Yo no, pero llamare a quien la tiene. Usted me pareció sospechoso
desde el primer momento.”
El hostelero no sospechaba
nada. Simplemente estaba molesto porque Eduardo no había contestado a sus
preguntas. El hostelero dijo en voz alta, “¡Soldados!
¡Soldados! Aquí hay un hombre que no desea presentarse ante el comandante.”
De inmediato apareció un grupo de uniformados, antes los cuales Eduardo dijo, “En ningún momento me he negado a
presentarme. Dije que lo haría después de comer.” Uno de los uniformados le
preguntó, “¿Cuál es su nombre señor?”
El joven contestó, “Eduardo Waverley.”
El uniformado dijo, “¿Waverley? Es
necesario que nos acompañe de inmediato.” Eduardo fue llevado ante el
comandante Melville, quien después de leer su carta de información dijo, “¿Así que usted perteneció al regimiento de
dragones y es sobrino de Everard Waverley?” Eduardo dijo, “Exactamente.” El comandante
dijo, “Pues caballero, siento en el alma
que me haya cabido en suerte este doloroso deber.” Eduardo dijo, “No entiendo señor.” El comandante
preguntó, “Señor Waverley, ¿en qué ha
ocupado su tiempo desde que obtuvo permiso en el regimiento hasta ahora?”
Eduardo contestó, “Me imagino que esa
pregunta obedece a alguna acusación, y me gustaría saber qué cargos me
imputan.” El comandante habló, “Se le
acusa de incitación a la rebelión a los hombres que usted comandaba y de darles
el ejemplo de deserción prolongada.” Eduardo dijo, “¡No es posible!” El comandante dijo, “Pero así es. Aquí tengo la orden de detención contra usted y es lo que
haré.” Eduardo dijo, “Esto es una
equivocación. Precisamente yo iba a mi regimiento a aclarar mi situación.”
El comandante dijo, “Un piquete de
soldados lo acompañará hasta allá. Se sabe que usted ha estado todo este tiempo
en compañía de grupos de montañeses.” Eduardo dijo, “No puedo negarlo, pero eso no quiere decir que comparta sus ideas ni
que me haya unido a ellos.” El comandante dijo, “Lo siento, eso tendrá que aclararlo ante sus superiores y le aseguro
que no va a ser nada fácil.” Eduardo dijo, “Me imagino. Todo me condena y me hace parecer culpable.”
Mientras esperaba ser
escoltado por los solados, ya dentro de un calabozo Eduardo pensaba en su
situación a la que no encontraba salida, pensado, “Seré juzgado y condenado por un delito que no he cometido. ¿Cómo
convencerlos de que soy inocente? Mi única fala es haberme ausentado, pero eso
lo hice con permiso. ¿Quién tendrá tanto interés en perjudicarme?” Horas
más tarde Eduardo era conducido a su antiguo regimiento. Llevaban un largo
tiempo de camino cuando en un cruce se les acercó un hombre. Uno de los
soldados preguntó, “¿Quién es usted
amigo?” El hombre, quien también venía a caballo dijo, “Un pobre buhonero. Me dirijo a Stirling y les ruego me permitan ir con
ustedes.” El soldado aceptó y el hombre se sumó al grupo.
Al atardecer, cuando pasaban
por un escarpado sendero, el soldado dijo a Buhonero, quien cantaba, “¿No podría cambiar de canción? Hace mucho
que toca la misma tonada y me he aburrido de escucharla.” En ese instante
fueron rodeados por un grupo de montañeses. Un escocés les dijo, apuntando con
una escopeta, “¡No se muevan si no
quieren morir todos!” Un soldado dijo, “¡Malditos!
El buhonero esta en confabulación con ellos.” El escocés dijo, “Obedezcan y no les haremos daño.” Otro
montañés dijo, “Queremos sus armas y al
prisionero únicamente.” Los soldados no tuvieron otra alternativa que
obedecer. Después de quitarles las armas y los caballos a los soldados, el
montañés del dijo, “No pretendan
seguirnos. No dudaremos en matar a quien lo haga.” Los montañeses partieron
a todo galope. Después de un rato se detuvieron y pernoctaron haciendo una
fogata. Entonces Eduardo preguntó, “¿Quiénes
son ustedes? ¿Quién los mandó?” Uno de los montañeses le dijo, “No podemos decir nada. Tenemos ordenes de
llevarlo a un lugar y eso haremos.”
Durante el tiempo que duro el
viaje Eduardo preguntó varias veces hacia donde se dirigían pero no obtuvo
respuesta. Mientras viajaban, Eduardo pensó, “Quizá me encuentro en peores condiciones que si hubiese llegado al
regimiento. No me queda más que esperar.” Finalmente llegaron a un antiguo
castillo. Un hombre a la usanza escocesa recibió a Eduardo, diciendo, “Venga amigo.” Adentro del castillo se
veía una febril actividad. Entonces Fergus apareció, “Querido amigo, bienvenido al castillo de Holyrood.” Eduardo dijo, “Fergus, debí imaginarme que estabas detrás
de esto.” Fergus le dijo, “Así es. Di
órdenes que te siguieran y ayudaran en caso de que te encontraras en
dificultad, y así fue.” Eduardo le dijo, “Te lo agradezco, aunque ahora hay un cargo más contra mí. Se me acusa
de haber huido.” Fergus dijo, “Ya eso
no importa. Te habrás convencido de que no puedes esperar nada de los que
sirven a los Hannover y te unirás a nosotros.” Eduardo dijo, “Fergus, yo…” Fergus dijo, “Estamos listos para pelear por el trono y
devolvérselo al príncipe Carlos Estuardo.” Eduardo dijo, “¿Y creen que podrán vencer a las tropas
inglesas?” Fergus dijo, “Nos hemos
preparado durante mucho tiempo. Nada podrá impedir que salgamos victoriosos.”
Eduardo dijo, “¿Y Flora?” Fergus
dijo, “Esta aquí. Ya lo veras, pero antes
deseo que conozcas a alguien muy importante. Ven conmigo.” Fergus lo condujo hasta un salón del
castillo, y lo llevo hacia una persona
diciendo, “Alteza real, permítame que le
presente…” El hombre lo interrumpió, diciendo, “Ya sé, al descendiente de una de las más antiguas y leales familias
inglesas. Eduardo Waverley.”
El príncipe se detuvo un
momento, pero antes que Eduardo pudiera contestar, prosiguió: “Mac-ivor me ha dicho que usted aboga por
las causas justas y la mía lo es. ¿Puedo contar con usted como uno de los
míos?” Eduardo dijo, “No puedo
comprometerme con ninguna causa, aunque soy perseguido y calumniado por el
ejercito ingles, aún formo parte de él.” Fergus dijo, “Eduardo, nuestro deber es servir al legítimo soberano.” El
principie dijo, “Mac-ivor, no hay que
presionar al señor Waverley. Acaba de llegar. Está cansado. Hay que darle
tiempo a que se reponga.” Eduardo dijo, “Selo
agradezco alteza. Disculpe si en estos momento no puedo ofrecerle más que mis
respetos.” El príncipe dijo, “Espero
y pronto se decida a abrazar una causa que se apoya en la mas estricta
justicia.” Dicho esto el príncipe
dio por terminada la entrevista. Mientras caminaban, Fergus le dijo a Eduardo, “Creí que estarías dispuesto a servir al
príncipe. ¿O es que estas de parte de los Hannover?” Eduardo dijo, “Yo estoy de parte de Inglaterra y haré siempre
lo que sea mejor para mi patria.” Fergus dijo, “Esta bien. Te llevaré a una habitación para que descanses y medites
sobre lo que te he dicho.” Eduardo dijo, “Sí. Necesito reponerme. Desde que nos separamos he estado cabalgando
sin parar.” Fergus lo dejo en la recamara y de inmediato Eduardo se acostó,
durmiéndose profundamente horas más tarde.
Tiempo después, Jonás, el
siervo de Eduardo, lo despertaba, “¡Señor!
¡Señor!” Eduardo dijo despertándose, “¡Jonás!
¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste?” Jonás le dijo, “Supe donde estaba porque la señorita Rosa pudo averiguarlo, ¡Ay, señor,
está usted en grave peligro!” Eduardo se levantó de la cama, diciendo, “No entiendo nada. Por favor explícame.”
Jonás le dijo, “La señorita Rosa estaba
muy preocupada por no tener noticias suyas. Entonces llegaron los soldados a
buscarlo por desertor.” Eduardo le preguntó, “¿Fueron a casa del barón?” Jonás le dijo, “Así es. También lo acusan de traición. La señorita Rosa jamás creyó en
tal cosa.” Eduardo dijo, “¡Rosa,
bendita sea! ¡Qué mal me he portado con ella!” Jonás dijo, “Ella se ha portado en forma admirable ahora
que todo anda tan revuelto y que Donald Been aprovecha para hacer toda clases
de atropellos.” Eduardo dijo, “Ese
bandido sigue haciendo de las suyas.” Jonás agregó, “Con el pretexto de que sirve a los Estuardo, saquea y roba todo lo que
le parece. Al barón no le ha dejado ni una res.” Eduardo dijo, “¡Se ha atrevido el muy canalla!” Jonás
continuó, “Y no solo eso. La señorita
Rosa ha dado protección a la hijastra de Donald. La pobre está muy avergonzada
por la conducta de él.” Eduardo dijo, “Así
me pareció cuando la conocí.” Jonás
dijo, “Lo único que desea es entrar a un
convento, pero ese bandido no se lo permite. La señorita va a ayudarla.”
Eduardo le dijo, “Me alegro, Jonás, pero,
¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?” Jonás le dijo, “A eso voy, señor. Resulta que el culpable de todo lo que le sucede es
Donald. Así se lo dijo Alicia a la señorita Rosa.” Eduardo dijo, “¿Estás seguro de lo que dices?” Jonás
le dijo, “Sí, él le robó su sello y valiéndose
de él, escribió a los soldados que usted mandaba pidiéndoles que desertaran y
sirvieran a los Estuardo.” Consternado Eduardo dijo, “¡Por eso me acusan de traición!” Jonás continuó, “Además, él mandaba a uno de sus hombres a
recoger las cartas que le enviaban desde el regimiento.” Eduardo dijo, “¡Ah, malvado! Lo buscaré donde sea y lo
haré pagar por eso.” Jonás dijo, “Señor,
hay algo más. Su guarnición la dirige ahora el general Talbot. Yo hablé con él.
Me pidió que usted se presente. Todo se arreglará.” Eduardo dijo, “Sí, Jonás, iré y enfrentaré lo que sea.”
Jonás le dijo, “Por favor, tenga cuidado.
Me he dado cuenta de que aquí las cosas se pondrán difíciles para usted. No
creo que lo dejen salir. A mi me trajo un hombre que conoce estos parajes como
la palma de su mano. Es incondicional a la señorita Rosa.” Eduardo dijo, “Y él, ¿nos llevaría de regreso?” Jonás
le dijo, “Sí. Ellos nos esperan con
caballos no lejos de aquí. Tendremos que aguardar hasta la noche para huir.”
Eduardo dijo, “Esta bien Jonás, eso
haremos.”
Momentos después entró Fergus
en la habitación, quien dijo al ver a Eduardo, “Querido amigo, te veo bastante repuesto. Flora desea verte.”
Eduardo dijo, “Me siento muy bien y
teniendo a mi fiel Jonás cerca de mí, no puedo estar mejor atendido.” Fergus
dijo, “Me alegro. Al parecer el barón
Bradwar consideró que debía enviarlo a
tu lado y por lo que veo hizo bien.” Eduardo dijo, “Jonás ha estado siempre conmigo. Conoce mis gustos y me sirve como
nadie.” Fergus lo condujo hasta un salón donde esperaba Flora, quien al
verlo dijo, “Me complace volver a verlo,
caballero Waverley.” Eduardo le dijo,
“A mí también Flora.” Ella lo miró con altivez como moleta por el familiar
trato. Flora dijo, “Me ha dicho mi
hermano que aún no decide luchar por los Esturado.” Eduardo dijo, “Ya dije que mientras no aclare mi situación
en el ejercito, no tomaré ninguna desición.” Flora le dijo, “Un ejército que será derrotado y sus
miembros castigados por apoyar a los usurpadores del trono.” Eduardo le
dijo, “No esté tan segura de ello. Los
Hannover cuentan con la lealtad de miles de soldados.” Flora le dijo, “Eduardo, me desilusiona oírlo hablar así.
Quizá no es usted la persona que yo creía.” Eduardo le dijo, “Lamento que así sea, Flora.” Antes de
que ella pudiera contestar, Fergus entró al salón, diciendo, “Flora, su alteza desea verte.” Flora
dijo, “Seguiremos hablando después,
Eduardo. Su alteza no debe esperar.”
Cuando la hermosa mujer salió
del salón, Eduardo dijo, “Es como tú
decías. Tu hermana tiene un porte de aire de una reina.” Fergus dijo, “Y es lo que aspira a ser. Si el príncipe
Carlos recupera el trono, Flora espera ser la reina de Inglaterra.” Eduardo
dijo, “¿Tan segura esta de que el
príncipe se casara con ella?” Fergus dijo, “Sin su ayuda jamás recuperaría el trono. Flora tiene la inteligencia y
fuerza de voluntad que a él le hace falta.” Eduardo pensó, “Y una ambición sin límites. Es la mujer mas
bella que he conocido, pero no tiene corazón.” Esa noche cuando todos
dormían, Eduardo salió sigilosamente de su habitación, al lado de Jonás, quien
le dijo, “Vamos por aquí, señor. El
camino está despejado. Los centinelas roncan y los que hacen la ronda andan por
otro lado.” Sin mayores tropiezos lograron salir del castillo y poco
después se encontraban con el hombre que los guiaría, quien le dijo, “¡Vámonos rápido! Cuando se den cuenta de
que usted ya no esta debemos encontrarnos lejos de aquí.”
Después de un semana de
viaje, Eduardo se presentó ante el general Talbot, quien le dijo, “Me siento complacido de que haya acudido a
mi llamado, teniente Waverley, sobre todo porque su tío esta muy preocupado por
usted.” Eduardo dijo, “¿Mi tío?”
Talbot dijo, “Sí, y él es la persona que
más estimo en el mundo porque le debo mi felicidad. Yo soy esposo de Emily
Blandeville.” Eduardo conocía la historia y comprendió entonces porqué el
general quería ayudarlo. Talbot continuó, “Su
criado me contó cómo usted fue llevado a faltar al ejército, totalmente en
contra de su voluntad.” Eduardo dijo, “Desgraciadamente
es así, general, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea por reivindicar mi
nombre.” Talbot le dijo, “Los clanes
de las montañas han empezado a luchar para devolver el trono a los Estuardo.
Tenemos que hacerles frente.” Eduardo dijo, “Estoy dispuesto a luchar a su lado, pero antes quisiera pedirle algo
muy importante para mí.” Talbot dijo, “Si
está en mi mano concedérselo, cuente con ello.” Eduardo dijo, “Deseo ir por Donald Been. Sé dónde puedo
encontrarlo. Le haré frente con mi tropa y los haremos rendirse. Ellos son los
que verdaderamente están causando estragos.” Talbot le dijo, tomándolo al
hombro, “Ta daré un grupo de hombres y
armas suficientes. Confío en ti Eduardo.” Eduardo dijo, “Gracias general.
Le demostraré que soy merecedor de esa confianza.”
Eduardo partió nuevamente
hacia las montañas, pero esta vez comandando a un grupo de soldados. Mientras
cabalgaban Eduardo conversaba con uno de sus soldados, “Por lo que nos han dicho, tomó este camino después de robar en la
aldea que acabamos de pasar.” El soldado le dijo, “Lo alcanzaremos teniente.” Continuaron el accidentado camino hasta
llegar a un valle, y allí descubrieron a los montañeses alrededor de una
fogata. Uno de los soldados ingleses dijo desde la penumbra, “¡Ellos deben ser!” Eduardo dijo, “No quiero que lo maten. Deseo llevarlo
prisionero.” Los soldados ingleses se acercaron sigilosamente. De pronto,
se mostraron a los escoceses con sus armas. Eduardo dijo, “¡Donald, ríndete! ¡Te tenemos cercado!” Donald contestó, “¡Tendrán que matarnos! ¡De otro modo,
jamás nos rendiremos!” Los montañeses trataron de tomar sus armas, pero los
soldados dispararon. Viendo que sus hombres caían, Donald no tuvo otra
alternativa que rendirse.
Frente a frente, Eduardo le
dijo a Donald, “Pagarás por todos tus
crímenes y fechorías.” Donald le dijo,
“Eres un maldito traidor.” Eduardo le dijo, “Jamás hice ningún tipo de
acuerdo contigo. Eres un bandido que trató de enlodar mi nombre.” Donald le
dijo, “Y lo conseguí.” Eduardo le
dijo, “Ahora tendrás que decir la verdad
frente a un tribunal militar.” Otro soldado ingles dijo, “Nosotros nos encargaremos de él, teniente.”
Mientras tanto, los hombres
comandados por Fergus se dirigían a la ciudad donde estaba el ejército,
dispuesto a atacarlo. Mientras cabalgaban, Eduardo dijo a uno de sus soldados, “Si tomamos la cuidad, tenemos las puertas
abiertas para llegar a Edimburgo.” El soldado le dijo, “Si lo logramos tendremos la mitad del triunfo en nuestras manos.” El
ejército ingles se acampó fuera de la cuidad. Uno de los soldados tomando un
estandarte dijo, “Llegaremos de madrugada
y los tomaremos por sorpresa.” Apenas había empezado a amanecer cuando los
montañeses dispararon sus cañones contra el campamento ingles. Fergus gritó, “¡Apunten con presición! ¡No debemos darles
tregua¡” Pero el ejército que tenia apostada su caballería en un lugar
cercano ara rodear a los rebeldes. Entonces, uno de los montañeses gritó, “¡Fergus, mira! Los inglese vienen contra
nosotros por la retaguardia.” Ingleses y escoceses se trenzaron en feroz
batalla. La infantería inglesa eras mas fuerte y numerosa, sin embargo, las
bajas se registraban en ambos bandos. Uno de los soldados montañeses gritó, “¡No nos dejaremos vencer! ¡Pelearemos hasta
la muerte por los Estuardo!” Sin embargo, el ejército inglés los aventajaba
en número y en preparación. Los hombres de Fergus empezaron a flaquear.
Finalmente, gritos de triunfo estallaron del lado ingles. La victoria era
completa.
Uno de los soldados dijo, “General, hay muchos montañeses heridos.”
Fergus dijo, “Que los atiendan en el
hospital de campaña.”
Al día siguiente, Eduardo
llegó al campamento ingles y se presento ante el general Talbot con uno de sus
soldados llevando a Donald, Eduardo dijo, “He
aquí al mayor bandido de las montañas y el causante de mi descredito.”
Talbot dijo, “Será juzgado por la corte
marcial. Nadie lo salvará de la horca.” Eduardo dijo, “Cuando venía en camino, supe de la batalla que se libró aquí y el completo triunfo de nuestro ejército.” Talbot dijo, “Así es. Hemos eliminado la mayor parte del
peligro, ya que desbandamos gran parte de las fuerzas rebeldes.” Eduardo
preguntó, ¿Los dirigía Mac-ivor, ¿verdad?” Talbot dijo, “Así es. Él quedó
gravemente herido. Está en el hospital de campaña.”
Después de hablar con el
general, Eduardo se dirigió al hospital. Estando frente a la cama de Mac-ivor,
dijo, “Fergus, soy yo Eduardo.”
Fergus dijo, “Amigo…voy a morir…”
Eduardo le dijo, “Sanarás. Yo abogaré por
ti. Trataré que te den una pena leve.” Fergus dijo, “No. Sé que no volveré a las montañas. Tú regresaras a Inglaterra.
Iremos por distintos caminos. Quise llevarte por el mío aún contra tu voluntad,
pero supiste mantenerte firme…¡Coff…¡Coff, Coff!” Eduardo dijo, “No hables, descansa.” Fergus dijo, “Me queda poco tiempo. Te suplico…vayas
donde esta Flora…en Carlisle…dile que hasta el último momento cumplí.”
Eduardo dijo, “Lo haré amigo, no te
preocupes.” Fergus agregó, “…que di
mi vida, pero que no pude conseguir que se hiciera realidad un sueño…que me
perdone…” Dicho esto, Fergus cerró sus ojos para siempre. Eduardo dijo, “Fergus, amigo. ¡Oh Dios, ha muerto!”
Días después Eduardo visitaba
a Flora. Flora lo recibió diciendo, “Gracias
por venir. Sé que es portador de tristes noticias.” Ambos se sentaron. Eduardo
dijo, “Su hermano murió como un valiente.
Peleó hasta el fin.” Flora dijo, “Me
lo dijeron algunos hombres que lograron huir. Sabía que esto podría suceder,
pero nunca creí que fuera tan amargo.” Eduardo dijo, “Flora, la fuerza de su alma la ayudará a conformarse.” Eduardo
estaba impresionado por el aspecto de ella. Su hermoso rostro se veía demacrado
y sus ojos no tenían brillo. Flora dijo, “La
fuerza de mi alma que tanto me enorgullecía ha matado a mi hermano.”
Eduardo dijo, “No diga eso. No se culpe.
Él luchaba por algo en lo que creía.” Flora dijo, “No. Yo enardecí siempre sus propósitos. Por mí él luchó como lo hizo.
Soy la causante de su muerte.” Eduardo dijo, “Fergus sufriría al escucharla hablar así.” Flora dijo, “Tiene razón. Es tarde para arrepentimientos.”
Eduardo dijo, “¿Qué piensa hacer ahora?” Flora
dijo, “Me retiraré a un convento en
Francia. Allí me quedaré hasta que la muerte se apiade de mi.” Eduardo
dijo, “¿Puedo hacer algo por usted?” Flora
dijo, “Sí. Entregue esto a Rosa. Supe que
ustedes son novios. Vaya a buscarla. Ella lo ama.” Eduardo dijo, “Y yo también. Estaba confundido, pero jamás
dejé de amarla. En cuanto arregle mis problemas iré a su lado.”
Eduardo abrió el estuche que
contenía la tiara de brillantes con que Flora adornaba sus cabellos. Eduardo
dijo, “Pero esto es de un valor
incalculable.” Flora dijo, “Antes de
tenerla yo, perteneció a una reina. Quiero que Rosa la conserve. Ahora debemos
despedirnos para siempre.”
Un mes después de estos
sucesos, Eduardo, ya con su nombre sin tacha, regresaba a casa del barón
Bradwar. Al verlo Rosa dijo, “Eduardo.
Dios mío. Eres tú.” La joven sin dudarlo un instante, corrió a sus brazos.
Eduardo le dijo, “Rosa, mi vida, por fin
te tengo nuevamente a mi lado.” Rosa dijo, “Sabía que regresarías. Estaba dispuesto a esperar todo el tiempo que
fuera preciso.” Eduardo le tomó sus mano, diciendo, “Tenemos tantas cosas de qué hablar. Pero antes que nada, quiero
decirte que nos casaremos cuanto antes.” Rosa dijo, “Cuando tu digas.” Eduardo dijo, “Le pediré a tu padre que permita nos casemos en Waverley. Mis tíos
estarán deseosos de vernos.” Rosa dijo, “Estoy
segura que papá no se negará.”
Una semana después, un
elegante cortejo viajaba con destino a Waverley. En la carroza, Eduardo dijo a
Rosa, “Mañana estaremos en lo que serán
tus tierras. Mi tío escribió que han preparado todo para nuestra boda.”
Rosa dijo, “Para la ceremonia usaré la
tiara de Flora. Lo haré como un tributo a ella y a su hermano. No te opones
¿verdad?” Eduardo dijo, “No mi vida,
al contrario. Fergus fue un buen amigo y un gran hombre. Tenía un ideal y murió
por él.” Rosa le dijo, “Gracias
Eduardo. ¡Te amo!”
Tomado de Novelas Inmortales. No. 116. Año IV, Enero 21 de 1981. Adaptación: Adriana Romero. Segunda Adaptación: José Escobar.