La
primera novela de Hardy, El Hombre Pobre y la Dama, terminada en
1867, no pudo encontrar un editor y Hardy
destruyó el manuscrito, por lo que tan sólo algunas partes de la novela quedan.
Él se animó a probar de nuevo con su mentor y amigo, el poeta y novelista
victoriano George Meredith. Remedios Desesperados
(1871) y Under the Greenwood Tree
(1872) fueron publicados anónimamente. En 1873, Un Par de Ojos Azules, una novela de Hardy que dibuja el noviazgo de su primera esposa, se publicó bajo
su propio nombre. El término "cliffhanger"
se considera que se originó con la versión serializada de esta historia, que
fue publicado en la revista de Tinsley entre septiembre de 1872 y julio 1873,
en el que Henry Knight, uno de los protagonistas, se deja literalmente colgando
de un acantilado.
Hardy
dijo que conoció por primera vez Wessex, en Lejos
del Mundanal Ruido (1874), su próxima novela. Fue un éxito suficiente para que
Hardy a dejara el trabajo
arquitectónico y seguiera una carrera literaria. Durante los próximos
veinticinco años Hardy produjo diez
novelas más.
Jude the Obscure, publicado en 1895, logró aún más fuertes clamores
negativos del público victoriano por su tratamiento franco del sexo, y la
novela se refiere a menudo como "Jude
el Obsceno." Fuertemente criticado por su aparente ataque a la
institución del matrimonio a través de la presentación de conceptos tales como
la erotolepsia, excesiva pasión y temeridad sexual, el libro causó más tensión
en el matrimonio de por sí difícil, porque Emma Hardy, estaba preocupada de que Jude the Obscure pudiera ser leída como una obra autobiográfica.
Algunos libreros vendieron la novela en bolsas de papel marrón, y el Obispo de
Wakefield fue famoso por haber quemado su copia. En su posdata de 1912, Hardy, con humor, se refirió a este
incidente como parte de la carrera del libro: "Después de estos [hostiles] veredictos de la prensa, su desgracia siguiente iba a ser quemado
por un obispo - probablemente en su desesperación por no poder lograr que se me
quemara a mí.”
A
pesar de estas críticas, Hardy se
había convertido en una celebridad en la literatura Inglésa en la década de
1900, con varias novelas de gran éxito detrás de él. Aun así, se sentía
repugnancia por la recepción pública de dos de sus más grandes obras, y dejó de
escribir ficción por completo. Otras novelas escritas por Hardy incluyen Dos en una
Torre, una historia romántica ambientada en el mundo de la astronomía. Con algunas
notables excepciones, por ejemplo, la película de Roman Polanski, Tess, de 1979, una adaptación de Tess of the D'Urbervilles, y a
diferencia de las novelas de Charles Dickens y George Eliot, las novelas de
Hardy no piden ser filmadas o ser adaptadas para el escenario. Algunos eruditos
han sugerido que esto se debe a la ausencia de un estilo abiertamente dramática
por parte de Hardy.
Hardy
critica ciertas limitaciones sociales que dificultan la vida de los que viven
en el siglo 19. Considerado como un escritor realista victoriano, Hardy examina las limitaciones sociales
que forman parte del status quo victoriano, sugiriendo que estas normas
dificultan la vida de todos los involucrados, y en última instancia, conducen a
la infelicidad. En, Dos en una Torre,
Hardy intenta tomar una posición en
contra de estas normas y establece una historia en el contexto de la estructura
social mediante la creación de una historia de amor que cruza las fronteras de
clase. El lector se ve obligado a considerar la eliminación de las convenciones
establecidas para el amor. La sociedad del siglo XIX, impone estas convenciones,
y la presión social las garantiza en conformidad. El idealismo del personaje de
la obra, Dos en una Torre, St.
Swithin Cleeve, le enfrenta a las limitaciones
sociales de su época. Él es un individuo obstinado en oponer las restricciones
coercitivas de normas y costumbres sociales.
"En una novela estructurada en torno a los
contrastes, el principal de la oposición que existe entre St. Swithin Cleeve y
Lady Viviette Constantine, que se presentan como figuras binarias en una serie
de formas: la aristocracia y la clase baja, joven y maduro, solteros y casados,
justa y oscuro, religiosos y agnósticos ... ella [Lady Viviette Constantine] es también muy convencional, de manera que absurdamente desea ocultar
su matrimonio hasta que Swithin haya alcanzado el estatus social a través de su
trabajo científico, lo que da lugar a ironías no controladas y trágico-cómicos
malentendidos.” Harvey (108).
Personajes
de Hardy a menudo encuentran encrucijadas,
que son símbolo de un momento de oportunidades y de transición. Pero la mano
del destino es una parte importante de muchas de las tramas de Hardy. Lejos del Mundanal Ruido cuenta una historia de vidas que se construyen
por casualidad. "Si Betsabé no
hubiera enviado el día de San Valentín, si Fanny no hubiera perdió su boda, por
ejemplo, la historia hubiera tomado un camino totalmente diferente.”
Protagonistas de Hardy a menudo
parecen estar en las garras abrumadora e irresistible del destino.
En
1898 Hardy publicó su primer volumen
de poesía, Poemas de Wessex, una
colección de poemas escritos a lo largo de 30 años. Hardy afirmó la poesía como su primer amor, y después de una gran
cantidad de críticas negativas que surgieron de la publicación de su novela, Jude el Obscuro, decidió renunciar a
escribir novelas permanentemente y centrar sus esfuerzos literarios en la
escritura de la poesía. Después de renunciar a la forma de la novela, Hardy
continuó publicando libros de poesía hasta su muerte en 1928. A pesar de todo,
sí publicó una novela por última vez en 1897, esa novela, La Bien Amada, había sido escrita realmente antes de Jude el Obscuro.
Aunque
sus poemas no fueron inicialmente bien recibido por sus contemporáneos como lo
fueron sus novelas, Hardy es
reconocido como uno de los más grandes poetas del siglo XX. Su verso tuvo una
profunda influencia en escritores posteriores, sobre todo en Philip Larkin, quien
incluye muchos de los poemas de Hardy en la edición del libro Oxford Book of Twentieth Century English Verse que Larkin editó en 1973.
La mayoría de los poemas de Hardy, como "Tonos Neutros," y "Una
Cita Rota," se ocupan de temas sobre la decepción en el amor y la vida
(que también fueron temas prominentes en sus novelas), y la larga lucha de la
humanidad contra la indiferencia ante el sufrimiento humano. Usando patrones estilísticos
similares a los que utilizó en sus novelas, Hardy en ocasiones escribió poemas
irónicos, como "Ah, Estas Escarbando
en Mi Tumba," en los que empleó finales torcidos en las últimas líneas
o en la última estrofa transmitiendo esa ironía. Algunos, como "El Tordo Obscuro," y "Una Medianoche de Agosto,"
aparecen como poemas sobre la de la escritura poesía, porque la naturaleza mencionada
en ellos, le da a Hardy la
inspiración para escribir. Sus composiciones poéticas varían en estilo desde el
drama épico de armario, de tres volúmenes, Las
Dinastías, a poemas más cortos, como "Una
Cita Rota." Un tema particularmente fuerte en los Poemas de Wessex es la larga sombra que las guerras napoleónicas lanzada
durante el siglo XIX, por ejemplo, en "La
Canción del Sargento," y "Leipzig."
Algunos
de los poemas de Hardy, tales como "El Pájaro Cegado," una
polémica melancólica contra el deporte del vinkensport, utilizando el ave
pinzón, mostrando su amor por el mundo natural y su firme postura en contra de
la crueldad animal, expuesto en sus puntos de vista antiviviseccionistas y su
pertenencia a la Sociedad Protectora de Animales.
Varios
compositores notables, incluyendo Gerald Finzi, Benjamin Britten, y Gustav
Holst, han llevado poemas de Hardy a la música.
La familia
de Hardy era anglicana, pero él no fue
especialmente devoto. Él fue bautizado a la edad de cinco semanas y asistía a
la iglesia, donde su padre y su tío contribuían a la música. Sin embargo, él no
asistió a la escuela de la Iglesia local de Inglaterra, en su lugar fue enviado
a la escuela el señor Last, a tres millas de distancia. Como adulto joven, se
hizo amigo de Henry R. Bastow, un miembro de la secta los hermanos de Plymouth,
quien también trabajó como discípulo de arquitecto, y que se estaba preparando
para el bautismo de adultos en la Iglesia Bautista. Hardy coqueteó con la conversión, pero decidió no hacerlo. Bastow se
fue a Australia y mantuvo una larga correspondencia con Hardy, pero finalmente Hardy cansado dejó estos intercambios y
correspondencias. Con esto concluyó Hardy
sus vínculos con los bautistas.
La ironía, sus luchas en la vida, y una
mente curiosa, lo llevó a cuestionar la visión tradicional cristiana de Dios:
“El Dios Cristiano, la personalidad
externa, ha sido reemplazado por la inteligencia de la Primera Causa ... la
sustitución del viejo concepto de Dios como todopoderoso por un nuevo concepto
de la conciencia universal. El ‘dios tribal, con forma de hombre, de rostro
feroz y tiránico’ se sustituye por la ‘voluntad inconsciente del Universo,’ quien
crece progresivamente consiente de sí mismo y ‘en última instancia, es de
esperar, simpático.’”
La vida
religiosa de Hardy parece haber
mezclado agnosticismo, deísmo y espiritismo. Una vez, cuando se le preguntó en
la correspondencia por un clérigo sobre la cuestión de la conciliación de los
horrores del dolor con la bondad de un Dios de amor, Hardy respondió:
"El señor Hardy lamenta que no está
en condiciones de ofrecer ninguna hipótesis para conciliar la existencia de
tales males, como el Dr. Grosart describe, con la idea de la bondad
omnipotente. Quizás el Dr. Grosart se ayudaría echando una vista provisional del universo por
la recientemente publicada Vida de Darwin y las obras de Herbert Spencer y
otros agnósticos.”
Sin embargo, Hardy frecuentemente concebió y escribió sobre las fuerzas
sobrenaturales que controlan el universo, más que la indiferencia o el capricho
de cualquier voluntad firme. Además, Hardy
mostró en sus escritos un cierto grado de fascinación con los fantasmas y
espíritus. A pesar de estos sentimientos, Hardy
retuvo un fuerte apego emocional a la liturgia cristiana y los rituales de
la iglesia, especialmente como se manifestaban en las comunidades rurales, que
había sido una influencia formativa en sus primeros años, así como las
referencias bíblicas se encuentran entretejidas a través de muchas de las
novelas de Hardy.
Amigos de Hardy
durante su aprendizaje con John Hicks, incluyen Horace Moule, uno de los ocho
hijos de Henry Moule, y el poeta William Barnes, ambos ministros de la
religión. Moule siguió siendo un amigo cercano de Hardy por el resto de su vida, y le presentaba los nuevos descubrimientos
científicos que ponían en duda las interpretaciones literales de la Biblia, como
los de Gideon Mantell. Moule le dio a Hardy
una copia del libro de Mantell, Las Maravillas
de la Geología (1848) en 1858, y Adelene Buckland ha sugerido que hay
"similitudes irresistibles" entre la sección de "cliffhanger," de la obra, Un Par de Ojos Azules y las descripciones geológicas de Mantell.
También se ha sugerido que el personaje de Henry Knight en Un Par de Ojos Azules se basó en Horace Moule.
El libro de D.H. Lawrence, Estudio de Thomas Hardy (1936), indica
la importancia de Hardy para él, a
pesar de que este trabajo es una plataforma para el desarrollo filosófico del
propio Lawrence, más que un estudio literario más estándar. La influencia del
tratamiento de Hardy de sus personajes, y la propia respuesta de Lawrence a la
metafísica central detrás de muchas de las novelas de Hardy, ayudó de manera
significativa en el desarrollo de las novelas de D.H. Laurence, The Rainbow (1915) y Mujeres Enamoradas (1920).
La novela de
un contemporaneo de Laurence, la primera novela de John Cowper Powys, "Madera y Piedra" (1915) fue "Dedicada con admiración devota al más
grande poeta y novelista de nuestra época: Thomas Hardy." Hardy fue claramente el punto de
partida para el personaje del novelista Edward Driffield en la novela de W.
Somerset Maugham, Cakes and Ale
(1930).
Obras de Thomas Hardy
también ocupan un lugar destacado en el dramaturgo estadounidense Christopher
Durang en Las Bodas de Bette y Boo (1985), en la que una tesis universitaria
analiza Tess of the d'Urbervilles todo
ello entremezclado con el análisis de las neurosis familiares de Matt.
Bárbara de la Casa de Grebe es la segunda de diez historias cortas en la estructura
narrativa de una historia dentro de otra historia. En la colección de historias
cortas de Thomas Hardy, titulada Un Grupo de Damas Nobles, la historia se
cuenta por el cirujano de edad. El artículo fue publicado en The Graphic, en 1890 y en forma de libro
en 1891.
Un Grupo de Damas Nobles es una colección de historias cortas, escritas por Thomas Hardy y publicadas en 1891.
Contiene la estructura narrativa de una historia dentro de otra historia, en
donde diez miembros de un club se cuentan, los unos a los otros, una historia cada
quien sobre una dama noble del siglo 17 o 18.
En la primera
parte, antes del desayuno, se cuentan cuatro historias: La Primera Condesa de Wessex, por un historiador local. Bárbara de la Casa de Grebe, por un
anciano cirujano. La
Marquesa de
Stonehenge, por el decano rural. Señora Mottisfont, por el miembro sentimental del grupo.
En
la segunda parte, después de la comida, se cuentan seis historias, La Señora Icenway, por un capillero. La Señora del Escudero Petrick, por el
maltero rojo. Ana, la Señora Baxby,
por el coronel. La Señora Penélope,
por el hombre de familia. La Duquesa de
Hamponshire, por el callado caballero, y La Honorable Laura, por el precipitado.
Hardy escribió las historias en 1890 y 1891. Las primeras seis
fueron publicadas en un número especial de The
Graphic. La colección completa fue publicada en forma de libro en 1891.
Bárbara de la Casa
de Grebe, fue adaptada como
drama televisivo por la BBC como parte de una serie de antología titulada, Los Cuentos de Wessex, emitida el 12 de
diciembre de 1973 por BBC2.
Señor
Uplandtowers, un joven que vive en una mansión en Chene Manor, ha decidido que
quiere casarse con Bárbara, la hija de su vecino, Sir John Grebe. Sin embargo,
ella se fuga con el bien parecido Edmond Willowes, hijo de una viuda de una
familia de pintores de vidrio, y se casa con él sin el consentimiento de sus
padres. Unos meses más tarde, Sir John se reconcilia con su hija y su marido. Sir
John se compromete a apoyarlos financieramente y les permite vivir en Yewsholt
Lodge, pero con una sola condición: Edmond tiene que ir a estudiar a Italia por
un año.
Durante
su estancia en Italia, Edmond tiene un accidente. Su rostro queda gravemente desfigurado
en un incendio. Cuando regresa a Inglaterra él usa una máscara. En Lodge
Yewsholt se quita la máscara delante de su esposa. Bárbara se sorprende y no
puede soportar mirarlo. Ella pasa la noche sola en la bañera de casa. A la mañana
siguiente se encuentra una carta de despedida de Edmond.
Varios años más tarde, cuando Edmond ha muerto, Señor Uplandtowers convence a Bárbara
a casarse con él ahora. Sin embargo, ella no lo ama porque ella sigue pensando
en su primer marido. Cada noche, mientras ella cree el Señor Uplandtowers está
dormido, ella va a un armario en su gabinete en el que guarda una estatua que
Edmond había hecho de sí mismo en Pisa. Una noche, el Señor Uplandtowers la
sigue inadvertido y la ve con sus brazos alrededor de la estatua. Al día
siguiente, se contrata a un escultor para desfigurar la cabeza de la estatua de
la misma manera que fue desfigurada la cabeza de Edmond en el fuego. Él coloca
la estatua en su dormitorio hasta que Bárbara tiene un ataque de epilepsia y le
pide que retire la estatua. Ella finalmente se convierte en una amante esposa
para el señor Uplandtowers.
La historia se
desarrolla en torno a 1780, en el Wessex de Thomas Hardy, más concretamente en el sur de Wessex o Dorset. Chene
Manor, en realidad es Canford Manor, una casa en Canford Magna. Yewsholt Lodge
fue llamado realmente House Farrs. Edmond era de Shottsford Foro, en realidad
Blandford Forum.
Un miembro de The Spectator consideró
el cuento, "tan poco natural como
repugnante."
T.S. Eliot dijo que la historia, "parece
haber sido escrita exclusivamente para proporcionar una satisfacción para
alguna emoción morbosa."
Bárbara de la
Casa Grebe
de Thomas Hardy
Eran las dos de la tarde y en
la mansión del conde de Uplandtowers, éste y su amigo Lord George Drenkhard se
encontraban comiendo. George le dijo a su amigo, “Henry, ¿Porqué insistes en conquistar a Bárbara? Ella no muestra la
menor inclinación hacia ti.” Henry le dijo, “Será mi esposa, George, hace mucho que lo he decidido.” George
dijo, “Pero hay tantas otras jóvenes, tan
hermosas y nobles como la hija de Lord y Lady Grebe.” Henry dijo, “Seguramente pero a mí solo ella me agrada.
Nada cambiará mi decisión de convertirla en condesa.” Henry
dijo, “Esta noche durante el baile en la
casa Grebe, le daré a entender claramente mis intensiones.” George le dijo,
“Me temo que no lograrás mucho. Creo que
sería mejor que…” Henry lo interrumpió, “No
trate de convencerme. Ya sabes que la determinación es hereditaria en mi
familia. Y creo que en mí se ha agudizado desde que murieron mis padres y
heredé el título, esa ha sido mi convicción.” George le dijo, “Entonces solo me queda desearte buena
suerte. Pero insisto en que Bárbara no te ama. Se le nota claramente.”
Sin hacer el menor caso a las
palabras de su amigo, horas después el conde Uplandtowers se dirigía a casa de
Lord Grebe. Mientras viajaba en sus pescante, Henry pensaba, “Ya comprobará George que no me dejo vencer
al primer obstáculo. Lograré lo que deseo. Bárbara es la esposa perfecta para
mí. Será una condesa que sabrá poner muy en alto mi nombre.”
Ambas mansiones distaban unas
cinco millas, cuando el coche llegó a la explanada, frente a la puerta
principal, Henry pensó, “El baile ya
comenzó. Espero que Bárbara no haya comprometido todas las piezas.” Después
de saludar a los anfitriones Henry pasó al salón y pensó, “Allá está Bárbara. No baila y su cara tiene aspecto de preocupación.”
Henry se acercó rápidamente y dijo a Bárbara, “Buenas noches Bárbara. ¿Bailamos?” Bárbara dijo, “¿Bailar? Si…con gusto…” Mientras
bailaba Henry pensó, “Se turbó al verme,
¿Estaría su semblante serio porque yo no había llegado?”
Fue transcurriendo la velada.
Bárbara bailó varias piezas con él, sin demostrar agrado ni desagrado. A las
once se sirvió la cena y cuando los invitados regresaron al salón, dos damas
comentaron, “¿Dónde está Bárbara, Lady
Grebe?” Lady Grebe dijo, “Se retiró a
sus habitaciones, querida Mildred, todo el día ha estado con un horrible dolor
de cabeza.” Mildred dijo, “Seguramente
mañana amanecerá bién.” Grebe le dijo, “Llegó
un momento en que ya no pudo soportarlo. Hace días que nóto a Bárbara decaída. Estoy
un poco preocupada.” Mientras tanto, Henry pensaba, “Ahora comprendo su seriedad, su actitud, como si tuviera la mente en
otra parte. ¡Yo creí que era por mí!” Desilusionado, Henry entró a un
saloncito, pensando, “Un coche se va. No
han dado aún la una y ya se empiezan a retirar los invitados.”
Inesperadamente una dama llegó y le dijo, “¡Conde
Uplandtowers, qué hace usted aquí tan solo en el salón. Hay varias damas que
estaban encantadas de bailar con usted.” Henry le dijo, “Será en otra ocasión, Lady Grebe, pues he decidido marcharme.”
Lady Grebe dijo, “¿Tan pronto? Pero si
todavía es temprano.” Henry dijo, “Otros
invitados ya se han ido.” Lady Grebe
dijo, “¡Oh, no! Nadie se ha ido todavía.
Usted sería el primero.” Henry dijo, “Bueno…me
pareció…de todas formas voy a retirarme…ha sido una agradable fiesta Lady
Grebe.”
Viendo su determinación la
dama no insistió y poco después, mientras Henry iba en su pescante, pensó, “No hice grandes progresos con Bárbara, pero
tampoco ella distinguió a otro invitado con su preferencia. Pues eso es un
adelanto, pues estaban presentes todos mis posibles rivales de estos contornos.
Es solo cuestión de tiempo y yo tengo la paciencia necesaria.”
A la mañana siguiente cuando
Henry bajaba a desayunar en su mansión, pensó, “Un coche acaba de llegar. ¡Qué extraño, No espero a nadie!” No
había llegado al último escalón cuando la vista ya lo esperaba dentro de su
casa frente a la escalera. Henry dijo,
“¡Lord Grebe, qué sorpresa!” Lord Grebe le dijo, “¿Dónde está Bárbara?” Henry le dijo, “¿Qué dice?” Lord Grebe dijo, “¡Mi
hija! Ayer los vi bailar juntos. Solo lo hizo con usted. Luego se retiró
pretextando dolor de cabeza. Usted se marchó prácticamente de inmediato. Lo
hicieron juntos, ¿verdad? ¿Dónde está ella?” Henry le dijo, “Le aseguro que no tengo idea. Venga,
hablaremos en el salón.”
Momentos después, Henry le
dijo, “Ahora explíqueme con claridad
porque no le entiendo.” Lord Grebe dijo, “Bárbara ha desaparecido al terminar el baile. Mi esposa y yo nos
retiramos a nuestros aposentos. No pasamos a ver a Bárbara porque su camarera
nos dijo que había pedido que la dejaran dormir. Incluso a ella le dispensó de
sus obligaciones por el resto de la noche, por lo que la muchacha bajó a la
cocina. Esta mañana al entrar la doncella a la habitación vio la cama intacta y
Bárbara no estaba. Lo que significa que fingió estar indispuesta, para tener
una excusa que le permitiera abandonar la fiesta. Y debe haber salido de la
casa durante el primer baile después de la cena.” Henry dijo, “Así es. La ví.” Lord Grebe le dijo,
señalando con el dedo: “¿Usted la vió?
Pero…¿porqué no nos avisó?” Henry le dijo, “Espere. Le voy a explicar. No es que la viera exactamente.”
Henry procedió a contarle lo
que había visto desde la ventana del pequeño salón, “Eran las luces de un carruaje que se alejaba. Poco después Lady Grebe
me aseguró que ningún invitado se había retirado.” Lord Grebe dijo, “¡Era Bárbara! Cuando nos dimos cuenta de su
huida, pensé que usted era el culpable, ¡Ojalá así hubiera sido! Pero no, debe
haberse ido con ese hombre, ¡Aún no puedo creerlo!¡Cómo pudo Bárbara hacer algo
así!” Henry alterado dijo, “¿De qué
hombre habla?” Lord Grebe dijo, “De
Edmond Willowes. Varias veces lo encontré rondando la casa y ví a Bárbara platicando
con él.” Henry dijo, “¿Willowes? ¿Quién es?” Lord Grebe le dijo, “Un joven de Melchester, hijo de una viuda,
un Don Nadie, sin dinero ni apellido decente.” Henry dijo, “¡Bárbara fue capaz de huir con alguien
así!¡Es…es inconcebible!” Lord Grebe
dijo, “Qué ciego he sido. Le dije a
Bárbara que no me agradaba que ese joven se le acercara. Bárbara pareció
aceptarlo…y solo planeaba su fuga.” Henry dijo, “Quizá aún es tiempo de detenerlos. Hay que mandar emisarios en todas
direcciones.”
Enseguida fueron a la casa
Grebe y desde allí enviaron gente, pero todo fue inútil, la pareja llevaba más
de diez horas de ventaja. Lord Grebe dijo, “Todo
lo calcularon perfectamente. ¡Mi hija, mi querida Bárbara, hacer algo tan
terrible!” Lady Grebe dijo, “Enamorarse
de un don nadie, pobre, sin títulos!” Henry no sabía qué decir. A media
tarde, se presentó en la mansión un mensajero y entregó juna carta. Lord Grebe
la leyó y dijo, “¡Se han casado! Lo
hicieron camino a Londres. Después de la ceremonia, enviaron esta misiva.”
Lady Grebe dijo, “Oh, nooo!” Lord
Grebe dijo, “Bárbara dice que tomó tal
decisión, porque ama tanto a Edmond que no puede vivir sin él.” Lady Grebe
dijo, “Casarse con un plebeyo! Toda mi
familia difunta debe de estar dando vueltas en sus tumbas. Yo que desciendo de
los Maundeville, Syward, Peverell, Talbot, Plantagenet, y ella tira por la
borda tanta rancia aristocracia.” Lord Grebe dijo, “Ya nada podemos hacer. Dice que se siente capaz de ser la esposa de un
campesino u obrero si la repudiamos. ¡Mi hija vivir así!¡Ella que siempre ha
sido la luz de mis ojos!” Henry permanecía cayado. Lady Grebe dijo, “No puedo soportar la idea Edward. Ese tal
Willowes es de la clase más baja que puede existir, ¡Qué horror!” Lord
Grebe dijo, “Desgraciadamente así es. Su
padre murió cuando él era pequeño, y la viuda tuvo que trabajar duramente para
criarlo. Por lo tanto, el hijo recibió una educación mediocre.” Lady Grebe dijo, “¡No sigas!¡Ay, creo que me voy a desmayar! Yo que siempre pensé que un
príncipe era poco para ella.” Lord Grebe dijo, “¿Por qué nos ha tenido que ocurrir algo así en nuestra vejez!” Lady
Grebe dijo, “Hablas por ti, yo solo tengo
41 años…me siento mal, es mejor que me retire a mis habitaciones.”
Cuando el conde Uplandtowers
abandonó la casa Grebe, una idea sorda lo consumía. Henry pensaba, “Maldita sea esa estúpida mujer…a pesar de
lo que hizo no puedo dejar de amarla. Como pudo preferir a ese pobretón que a
mí, un conde del mas rancio abolengo, debe estar totalmente loca.”
Entre tanto en Londres,
Edmund y Bárbara conversaban, “Es todo lo
que pude conseguir, amor mío. Es muy diferente al palacio en que vivías, pero
el dinero que tenia no me permitió más.” Bárbara le dijo, “No me importa donde vivamos, mientras estés
a mi lado. Ningún palacio es más importante para mí que tu Edmund.” La
pareja, que no se preocupaba en absoluto por la diferencia de clases, vivía su
felicidad. Pero ésta fue descendiendo a medida que pasaban los días y las
semanas. Un día Bárbara pensó, “¿Así va a
ser el resto de mi vida?¿Cómo podré soportarlo? Yo no estoy acostumbrada a la
miseria. Este lugar es horrible. Voy a morir de desesperación. La muchacha que
viene a limpiar es espantosa. No la soporto.” Por primera vez, Bárbara se
enfrentaba a la dura realidad y era
totalmente incapaz de aceptarla. Un día Edmund llegó y la abrazó, diciendo, “¡Bárbara, mi amor, encontré trabajo!”
Bárbara le dijo, “Entonces podremos irnos
de aquí, rentar una gran casa, contratar buenos sirvientes.” Edmund le
dijo, “Querida, te precipitas. El sueldo
no es mucho. Tendremos que seguir aquí, pero mi sueldo nos permitirá tener la
seguridad de la comida.” Bárbara dijo, “¿Comida?
Solo he probado papas y unas verduras horribles. Nada de lo que a mí me gusta.”
Edmund dijo, “Bárbara, sé que estás
acostumbrada a lo mejor. No debí permitir que huyeras conmigo. Es mi culpa,
pero mi gran amor por ti…” Bárbara dijo, “Yo también te amo mucho, perdóname…es difícil para mí, pero me
acostumbrare, te lo prometo.”
Pero no era tan fácil. Dos
meses después, en la Casa Grebe recibían correspondencia. Lord Grebe la recibió
y llendo al salón con Lady Grebe dijo, “Sara,
me acaba de entregar James esta carta. ¡Viene de Londres y es de Bárbara!”
Lady Grebe dijo, “¡De nuestra hija!¡Léela
por favor!” Lord Grebe leyó, “Queridos
padres, estoy muy arrepentida por lo que les he hecho sufrir. Les suplico me
perdonen. Mi esposo y yo estamos dispuestos a caer de rodillas con toda
humildad ante ustedes, y comportarnos como hijos obedientes durante el resto de
nuestra vida. Los quiero y los extraño.” Al terminar de
leer la pareja se miró un instante, y luego, Lord Grebe dijo, “Sara, deben estar en una situación
precaria. ¡No puedo soportar que nuestra hija padezca hambre!” A decir
verdad, el aristócrata que ya se había resignado a tan desigual boda, extrañaba
a la joven con toda su alma. Lord Grebe dijo, “Le voy a escribir diciéndole que puede regresar a casa con su esposo,
que no le haremos reproche alguno.” Lady Grebe dijo, “Sí, házlo. Aquí veremos las mejores posibilidades para el futuro de
ambos.”
Diez días después, Lord Grebe
recibía a su hija. “¡Hijita, mi tesoro
adorado!” Bárbara, le abrazó, diciendo llena de felicidad, “¡Papacito querido!” Lord y Lady Grebe
estaban pletóricos de dicha por el regreso de la niña mimada. Bárbara dijo, “Papá, mamá, mi esposo. Ambos estamos muy
tristes por el gran dolor que les causamos.” Y bien que lo estaban,
considerando que no tenían un centavo en el bolsillo. Bárbara derramó una
lagrima, diciendo, “Perdónenme…” Lord
Grebe dijo, “¡No llores mi pequeña! Lo
importante es que estas aquí. ¡Cómo te hemos extrañado!” Ya más tranquilos,
pasaron a un salón y mientras tomaban el té, Lady Grebe pensaba, “¡Qué guapo es! No me extraña que Bárbara
esté loca por él.” Lord Grebe dijo, “Bárbara,
tu madre y yo hemos pensado en solucionar el problema que ha causado a la
familia tu precipitada boda.” Bárbara dijo, “Padre, Edmond y yo aceptaremos lo que ustedes dispongan.” Lord
Grebe dijo, “Bien. Edmond, por lo que se
ve, es un buen muchacho, pero…con una deficiente educación.” Edmond dijo, “Así es, señor. Mi madre no tuvo los medios para mandarme a un
colegio o contratar a un perceptor.”
Lord Grebe dijo, “Pero, ¿Tú estarías dispuesto a aprender para poder desenvolverte en la
sociedad a la que pertenece Bárbara?” Edmond dijo, “Sí, por supuesto, y pondría todo mi empeño.” Lord Grebe dijo, “Entonces partirás por un año al continente.
Te acompañara un maestro. Iras a Francia, Italia, Alemania, Austria. Estudiaras
idiomas, Historia, aprenderás modales, como comportarte en sociedad, en otras
palabras, todo lo que es indispensable sepa un caballero. Así regresaras junto
a Bárbara sin sentirte inferior, y sin que ella se avergüence cuando la
acompañes a actividades sociales.” Enseguida Bárbara dijo, “Padre, ¿Yo podré ir con Edmond?” Lord
Grebe dijo, “No. Tu presencia lo
distraería y él debe dedicar todo su tiempo a estudiar.” Bárbara dijo, “Tienes razón, pero lo extrañare tanto.”
Lord Grebe dijo, “Tú también estarás
ocupada durante ese año se reparará y decorará la casa que tengo en Yewsholt.”
Lady Grebe dijo, “Allí vivirán cuando
regrese tu esposo, Bárbara.” Lord Grebe dijo, “Sé que es algo pequeña, solo tiene seis habitaciones, pero para una
pareja joven como ustedes está bien.” Lady Grebe dijo, “Y está bastante apartada…me acostumbraré. Estoy segura que mis
amistades irán a visitarnos.”
Así, se fijó el día en que
Edmond partiría y cuando la pareja se despidió, Bárbara dijo, “No dejes de escribirme. ¡Oh, querido tengo
el corazón destrozado al pensar que no te veré durante un año!” Edmond
dijo, “Yo también, pero cuando sea digno
de ti, ya no nos volveremos a separar.” Ambos se dieron el último beso
mezclado con lágrimas. Poco después, la silla de posta en que viajaba Edmond se
alejaba. Lord Grebe abrazó a Bárbara, diciendo, “No llores hijita. Un año se pasa en un suspiro.” Bárbara dijo, “¡Es que lo amo tanto! Si así no fuera,
jamás me hubiera atrevido a huir con él.”
Una semana después,
sintiéndose nuevamente soltera, decidió visitar a sus amistades. Tomando el té
en el patio de una mansión, una de ellas le dijo, “Jamás te perdonaremos que no nos hayas invitado a tu boda, Bárbara.”
Otra de sus amigas le dijo, “Fue una gran
sorpresa para todas, ¿Cuándo nos presentas a tu esposo?” Bárbara dijo, “Ahora está de viaje. Ya debe encontrarse en
Francia.” Una de sus amigas le dijo,
“¡Recién casado y ya te abandona! ¿Qué fue a hacer a Paris?” La otra amiga
dijo, “¿Fue por negocios o asuntos de
familia?” Bárbara dijo, “Bueno…es un
viaje necesario…de Francia irá a Italia…” Bárbara no tardó que la actitud
de sus amigas hacia ella había cambiando. Un día escuchó a sus amigas
conversando, y una de ellas dijo, “Escuché
que el padre de Bárbara envió al flamante marido a educarse, porque no sabe ni
tomar un tenedor.” La otra amiga dijo, “¡Qué
horror casarse con un palurdo! Ahora está atrapada para el resto de su vida.” Eso, unido a la ausencia de Edmond fue
enfriando el amor de Bárbara. Mientras caminaba por el campo, Bárbara pensaba, “Cada día su recuerdo me es mas indiferente.
No debo permitirlo. Soy su esposa. Me case enamorada. Mi debe es amarlo y serle
fiel hasta la muerte. Pero apenas recuerdo su cara, su voz. No lo extraño…¡Si
tuviera un retrato de él! podría mirarlo día y noche. Eso avivaría el amor que
se va extinguiendo.” De inmediato, Bárbara le escribió solicitándoselo y no
tardó en recibir la respuesta. Bárbara leyó,
“Adorada mía, sentí gran alegría al recibir tu carta y saber que me amas cada
día más…Aquí en Pisa he conocido a un escultor que me hará un visto de mármol
que te enviaré tan pronto esté listo. Será mejor que un retrato, el escultor ha
prometido no tardarse mucho…” Al terminar de leer la carta, Bárbara dijo, “Debió haberme mandado el retrato. La
escultura tardará y yo necesito algo que me lo recuerde a toda hora.”
Tres semanas después le llegó
otra carta de su esposo. Bárbara leyó, “Querida,
el escultor decidió ampliar el busto a juna estatua de cuerpo entero y de
tamaño natural.” Bárbara continuó leyendo la carta en voz alta, “No me he opuesto porque ha prometido no
demorar mucho, y además será como si yo estuviera contigo.” Bárbara tuvo
que resignarse a no tener el retrato y para distraerse centró s atención en su
futura casa. Cuando visitaba la casa, Bárbara pensaba, “Cuando esté terminada se verá muy bien. Lástima que se encuentre tan
apartada.” Continuaron pasando los meses, la casa quedó lista y Bárbara
parecía más resignada que contenta. Una mañana, Lady Grebe encontró a su hija
leyendo una carta y le dijo, “¿Carta de
Edmond?” Bárbara dijo, “Sí, dice que
pasaran por Venecia. Será el último lugar que visitaran antes de regresar a
Inglaterra.” Lady Grebe dijo, “Espero
que este viaje haya sido productivo para su educación.” Bárbara dijo, “Estoy segura que sí. Es increíble el cambio
entre sus primeras cartas y las actuales.”
Transcurrió más de un mes sin
que se recibieran noticias del ausente, y una tarde, un mayordomo irrumpió en
el salón donde se encontraba Lord Grebe, diciendo, “Mi lord. Acaba de llegar esta carta para usted. Como dice urgente, me
atreví a interrumpirlo.” Lord Grebe dijo, “Gracias James, hiciste bien.” Lord Grebe llevó la carta al salón
donde se encontraba su hija y ambos se sentaron a leer la carta. Entonces, Lord
Grebe dijo, “Es del maestro que acompaña
a Edmond.” Bárbara dijo, “Léela,
papá. El silencio de Edmond me tiene sorprendida.” Lord Grebe leyó en voz
alta, “Lamento tener que darle una
trágica noticia. El joven Edmond ha sufrido un espantoso accidente. Apenas
llegamos a Venecia acudimos al teatro. Estábamos en media función cuando la
gente empezó a gritar ‘¡fuego fuego!’ El pánico hizo presa del público. Todos
trataban de escapar sin importar más que salvar sus vidas. Pero algunas
personas caritativas y valientes se esforzaron por salvar a los que se habían
desmayado o perdido el conocimiento al caer. Entre estos, Edmond, quien se
porto como un héroe, arriesgando repetidamente su vida, cuando salía por quinta
vez, se prendió de fuego y en segundos se transformo en una pira viviente. Lo
llevaron al hospital y el doctor explicó que sus quemaduras eran muy graves.
Nos dijo que tendríamos que esperar para dar o no esperanzas. Durante tres días
estuvo a punto de morir, pero el doctor dijo que sobreviviría gracias a su
fuerte constitución, pero que no podría asegurar como quedaría su rostro. El
doctor explico que las peores heridas las tenía en la cabe la y el rostro, y
dijo que haría todo lo posible por reconstruir su rostro. Cuando explique al
doctor que el joven era casado, y que tenía que comunicarle lo sucedido a su
familia, me dijo que lo hiciera, pero que me recomendaba esperaran a verlo
hasta que las heridas hubieran cicatrizado.” Lord Grebe terminó de leer la
carta en voz alta, diciendo “En este
momento lo atienden los mejores médicos. Él aún no está en posibilidades de
escribir, pero yo los tendré al tanto…” Al terminar de leer la carta,
Bárbara dijo, “Padre, debo ir a su lado.
Él me necesita.” Lord Grebe dijo, “No,
Bárbara. Si los médicos dicen que debes aguardar por algo será. Seguramente
Edmond tiene la misma opinión.” Cuando Lady Grebe se enteró de lo sucedido,
dijo, “Hija, no será agradable para él
que le veas desfigurado. Cuando se cure, entonces viajaras o él vendrá.”
Lord Grebe dijo, “Tu madre tiene razón.
Tu presencia podría hacer más daño que bien a tu marido.”
Si algún duda tenia la joven,
terminó de convencerse al llegar otra carta del maestro. Después de leer la
carta Lady Grebe dijo a su hija, “Dice que Edmond no quiere que vayas, que se
sentiría muy desgraciado si lo ves como esta.” Bárbara dijo, “No quiero aumentar su dolor. Aguardaré
hasta que pueda regresar a Inglaterra.” Transcurrió un mes y Edmond pudo
escribir a su esposa. Después de leer la carta, Bárbara dijo a Lady Grebe, “Edmond me cuenta que es un milagro que no
perdiera totalmente la vista…da gracias que conserva la visión de un ojo.”
Lady Grebe dijo, “Ha de ser muy duro para
ti, hija, que el físico de Edmond, lo único que justificaba tu irreflexiva
elección…que ese físico le haya sido arrebatado de un modo tan brutal,
privándote de toda excusa de tu proceder ante el mundo. Ahora, más que nunca,
desearía que te hubieras casado con otro.” Bárbara dijo, “¡Oh, mamá, cómo puedes decir eso! Yo amo a
Edmond y no porque tenía un hermoso rostro. Yo lo quiero no importa como esté.”
Lady Grebe dijo, “No voy a creer que
realmente te enamoraste de ese Don Nadie!” Lord Grebe dijo, “¡Calla Sara…! No llores hijita, Edmond se
curará y todo estará bien.”
Pero como Lady Grebe
continuaba con este tipo de comentarios, Bárbara decidió trasladarse a su casa.
Bárbara pensaba, “Aquí estaré tranquila.
Podré aguardar pacientemente a Edmond, a quien debo amor, lealtad, y fidelidad.”
Por lo apartado del lugar, Bárbara pasaba días y días en que solo veía a su
servidumbre, y una tarde, recibió una carta y después de leerla pensó, “¡Edmond regresa! En una semana estará aquí.
Eso significa que ya esta perfectamente bien.” El día señalado Bárbara
ansiosa se dirigió a la posada a tres millas de distancia. Mientras esperaba
sentada, Bárbara pensó, “Aquí
necesariamente pasará la silla de posta en que viaja. Qué sorpresa se llevará
al verme.” Transcurrió el tiempo, llegaban y se iban carruajes, pero Edmond
no aparecía. Bárbara pensó, “No debí
venir. Cómo no pensé que algo podía retrasar su viaje. Ahora cómo regresaré a
casa.” Nerviosa buscaba una solución cuando un carruaje se acercó, y el
cochero dijo, “¡Señora Wilowes, usted
aquí y sola!” Bárbara le dijo, “Conde
de Uplantowers, me encuentro en una situación muy incómoda.” Acto seguido
le contó su problema. El Conde de Uplantowers le dijo, “Así que su esposo regresa. La felicito. Es comprensible que deseara
venir a esperarlo.”
Bárbara dijo, “Estoy
muy angustiada. No se cómo habrá quedado después del accidente…hace tanto que
no lo veo.” El conde de Uplantowers
le dijo, “Pronto obscurecerá. Si lo
desea, yo puedo llevarla hasta su casa.” Bárbara dijo, “¿Lo haría? Se lo voy a agradecer tanto.”
En el camino, la plática fue
embarazosa en principio, pero luego la joven perdió toda reserva, y dijo, “Debo confesar que tengo miedo. Me doy
cuenta que prácticamente no conozco a Edmond. Él y yo somos tan diferentes.” Su
nerviosismo al hablar era lógico, después de tanto tiempo de permanecer
prácticamente sola y sin tener a quien confiarse. El Conde de Uplantowers le
dijo, “Pero usted debe haberla amado
mucho para decidir casarse con él. ¿Acaso ya no lo quiere?” Bárbara dijo, “Sí…por supuesto…aunque no se…a veces me
parece que es un desconocido…” Las bien dirigidas preguntas de él la hacían
decir cosas que no se atrevía a confesarse a sí misma. Entonces Bárbara dijo, “Quizá actué precipitadamente. Yo estaba
segura que no podría vivir sin él.” Cuando llegaron a la casa, Bárbara se
despidió, diciendo, “Le agradezco mucho
su atención.” El Conde de Uplantowers dijo, “Fue un placer servirla…¡Qué diferente hubiera sido todo para usted
si se hubiera casado conmigo!” Bárbara sorprendida no supo que responder, y
se alejó antes de que reaccionara, pensado, “No
debí de hacer tantas confidencias al conde…¿Qué pensará de mí? Fui muy
imprudente. Siento que he cometido una gran deslealtad hacia Edmond. Yo lo amo
y dedicaré el resto de mi vida a él.”
A las diez Bárbara despidió a
los criados y ella permaneció aguardando como si se hubiera impuesto una
penitencia. De pronto, Bárbara escucho un ruido, y pensó, “Un coche se ha detenido junto a la puerta. Debe ser Edmond. ¡Dios, que
todo salga bien, te lo suplico!” Bárbara fue a abrir y al abrir la puerta
exclamó, “¡Edmond!” Edmond le dijo, “¡Bárbara, mi esposa adorada, por fin vuelvo
a verte!” Ambos entraron en la casa. Bárbara ya había notado que Edmond
llevaba puesta una máscara, entonces dijo,
“Edmond, ¿Eres tú de verdad?¿Por qué llevas máscara?” Edmond dijo, “La uso para ocultar mi faz de las miradas
curiosas de la gente.” Bárbara dijo, “Entonces
tu cara…” Edmond dijo, “No quedó como
antes…amor mío, ¿Crees que te afectara mucho ver mi rostro cuando me la quite?”
Bárbara dudó y dijo, “Yo creo que…no…lo
que te ha ocurrido es una desgracia para ambos…estoy preparada para enfrentar
lo que sea.” Edmond dijo, “¿Estás
segura?” Bárbara dijo, “Sí. Eres mi
marido…puedes…puedes quietarte la máscara.” Edmond dijo, “Querido, temía tanto este momento, ahora sé
que tu amor es más grande que cualquier cosa en el mundo.” Edmond se volvió
para quitarse la máscara, pero Bárbara exclamó, “¡Oh, noooo!¡Nooooo!” Edmond se había descubierto su rostro
desfigurado. Entonces exclamó, “Soy
demasiado monstruoso, ¿verdad? No me soportas. ¡Malditos los médicos que me
salvaron!” Bárbara se cubrió los ojos. Edmond le dijo, “¡Bárbara mírame! Dí que me odias, que no me soportas y te librarás de
mí. ¡Mírame! ¿Podrás vivir conmigo?¡Mírame!” Bárbara dijo, “No puedo…No te odio…Estoy tan
impresionada…yo…yo no puedo.” Aterrorizada Bárbara huyó del salón como si
lo hiciera del demonio. Edmond dijo, “Mi
última esperanza ha muerto. Soy un monstro. Nadie querrá vivir a mi lado.”
Al amanecer, Bárbara se había
quedado dormida llorando, despertó y dijo, “¿Dónde
estará Edmond? Dios, dame fuerzas. No quiero herirlo, pero es superior a mi…no
puedo mirarlo…” Bárbara salió a buscarle, pero en el salón solo encontró
una carta. Bárbara leyó, “Comprendo y no
culpo tu reacción. Me voy y jamás regresaré, a menos que pueda hacerlo con mi
rostro de antes.” Bárbara apretó la carta y se la llevó al pecho, diciendo
con lágrimas, “¡Que mala, que cruel he
sido…! Pero no podía volver a mirarle, creo que moriría si tuviera que hacerlo
nuevamente.” Llena de remordimientos Bárbara fue a la casa de sus padres a
explicar lo sucedido. Entonces Lady Grebe dijo, “Hija no te culpo. Hay cosas imposibles de soportar. Edmond no debió
regresar. Su actitud fue muy egoísta.” Lord Grebe dijo, “Mi pequeña, te quedaras con nosotros. El
tiempo te ayudará a olvidar esta horrible experiencia.”
Bárbara ya no regresó a su
casa. Los mese fueron pasando, sin que se tuviera la menor noticia de Edmond.
Bárbara pensaba, “¿Qué será de él? ¿Dónde
estará? Su sufrimiento debe ser terrible…me siento tan triste al recordarlo…”
Pero el corazón humano es tan mudable como las hojas de los árboles y poco a
poco se fue olvidando. Un dia en la mesa del comedor, Lady Grebe desayunaba con
Bárbara. Entonces Lady Grebe le dijo, “Ya
hace un año que Edmond se marchó. Confío en que jamás regrese.” Bárbara
dijo, “¿A qué vendría? Ya nada puede
haber entre él y yo.”
En ese tiempo, el conde de
Uplandtowers, después de enterarse de lo ocurrido, acudía con gran frecuencia a
la casa de Grebe. Cuando Bárbara lo recibía, el conde le decía, “Cada día estas más hermosa Bárbara. Eres la
viuda más joven y bella de Inglaterra.” Bárbara le dijo, “¿Viuda? Yo no sé si Edmond ha muerto.”
Edmond dijo, “Según la ley, ya puedes
considerarte así, pues tu esposo no ha dado la más leve señal desde que se
marchó.” Bárbara dijo, “Es verdad,
¿Qué habrá sido de él?” Edmond dijo, “Olvida
que lo conociste y piensa en el futuro. Un futuro que yo te ofrezco lleno de
felicidad.” Bárbara dijo, “¿Tú?”
Edmond dijo, “Te amo, siempre te he
amado. ¿Por qué crees que no me he casado? Bárbara, acepta ser mi esposa.”
Bárbara dijo, “Yo…no sé…estoy sorprendida…por favor, permite que lo piense.”
Edmond dijo, “Hazlo, pero no te tomes
mucho tiempo. Hace tanto que aguardo, prométeme que me darás pronto una
respuesta.” Bárbara dijo, “Está bien,
te lo prometo.”
Esa noche cuando Bárbara
comentó el asunto con sus padres en el comedor, Lord Grebe dijo, “No me extraña, Henry, el conde de
Uplandtowers, siempre te ha amado.” Lady Grebe dijo, “Es un gran partido. Serás condesa. Bárbara, tienes que casarte con
él.” Bárbara dijo, “Es que yo no lo
amo.” Lady Grebe dijo, “¡Amor! Amabas
a Edmond al extremo de fugarte con él y mira en lo que quedó tu amor.” Lord
Grebe dijo, “Hija no debes desaprovechar
esta ocasión, Henry debe amarte mucho para olvidar lo pasado.” Lady Grebe
dijo, “Es lo mejor para ti. Con esta boda
borrarías la mancha que echaste sobre nuestro nombre. Es tu deber limpiarla,
Bárbara.” Instigada por sus padres, Bárbara terminó por ceder. Henry fue
aceptado por Bárbara y comenzaron a hacer planes. Entonces Henry dijo a
Bárbara, “Dadas las circunstancias hemos
acordado con tus padres que la boda se efectúe en la mayor intimidad.” Bárbara
dijo resignada, “Me parece que es lo
correcto.” Entonces Henry dijo, “Querida,
no te noto muy entusiasmada. Llevamos dos meses de novios y jamás me has dicho
que me amas.” Bárbara dijo, “Yo no
soy muy efusiva. No esperes mucho de mí, Henry.” Henry dijo, “Tendré paciencia. Después de casados,
estoy seguro que las cosas cambiaran. Yo te amo mucho, Bárbara.” Edmond
quiso darle un beso, pero la joven era un verdadero témpano de hielo que
ninguna caricia lograba fundir. Bárbara dijo, “Creo que ya es hora de que nos sirvan el té.” Henry pensó, “¡Ese maldito Edmond! No voy a creer que
también con él era así. Si huyó con él, era porque lo amaba. No me quiere.”
Los pocos asistentes a la
boda pudieron comprobar que la novia se veía pálida, seria, sin el menor asomo
de felicidad. La pareja se instaló en la mansión del conde y no tardaron en
empezar los problemas. Un día, sentados en el comedor, Henry dijo, “No has dicho una palabra durante toda la
comida. ¿En qué estas pensando?” Bárbara dijo, “¿Yo…? En nada…simplemente paladeaba este delicioso budín de
chocolate.” Henry pensó, “A mí no me
engaña, su cuerpo está aquí, pero su mente…jamás lograré que me ame.” Henry
despechado, se comportaba con gran dureza con ella. Bárbara pensaba, “Siempre está reprochándome, tratándome con
palabras hirientes. Y dice amarme, si así fuera su Actitud seria diferente.”
Con el pasar de los meses el
distanciamiento entre ambos fue aumentando. Una tarde la doméstica llego con
una carta, diciendo. “Señora condesa, un
servidor de la casa de sus padres ha traído esta carta que llegó allá para
usted.” Bárbara la tomó y dijo, “Está
a nombre de la señora Bárbara Willowes, quien la escribió o sabe que me he vuelto
a casar.” Bárbara leyó, “Distinguida
señora, deseo informarle que la estatua de su esposo hace ya mucho que esta
lista, como nada he sabido de él, le ruego me indique qué hacer con ella, ya
que el señor Willowes no me dio instrucciones al respecto. Tampoco me canceló
totalmente el trabajo. Aguardo su respuesta confiando en que ésta no tardará…”
Bárbara terminó de leer la carta y dijo, “Ahora
mismo le escribiré a ese escultor enviándole el dinero, y pidiéndole que me
mande la estatua. Es lo menos que puedo hacer por el hombre que tanto amé y con
el que fui feliz como nunca en toda la vida.”
Dos días después Bárbara
recibió otra carta. Después de leerla, Bárbara pensó, “Edmond murió hace un año. Me lo comunica un primo de él que se acaba
de enterar. Dice que falleció a causa de los sufrimientos que tuvo que soportar
y la depresión que embargaba su espíritu. Pobre Edmond. Yo tuve la culpa. Debí
de ocultar el horror que me produjo su aspecto.” Desde ese instante todos
sus pensamientos estuvieron dedicados al ausente amor. Bárbara decía en su
soledad, “¡Qué hermoso fue nuestro amor!
Qué feliz me sentía entre sus brazos. Con cuanta suavidad y delicadeza me
trataba.” Había desaparecido de su mente el hombre desfigurado para solo
recordar al apuesto adonis. Andando en los jardines, Bárbara veía las rosas y
pensaba, “Nos amábamos tanto. No puedo
soportar la idea de jamás volverle a ver.”
Transcurrió un mes y una
mañana un criado llegó con una noticia para Bárbara, “Señora condesa, llegó una gran caja a su nombre. Tiene una etiqueta
que dice escultura.” Henry dijo, “¿Encargaste
tú una, Bárbara?” Bárbara dijo, “No…es
una estatua del pobre Edmond. Thomas, recíbela.” Thomas, el criado dijo, “Sí, señora condesa.” Cuando el criado
se retiró, Bárbara explicó al conde Henry, su esposo, lo sucedido con la
escultura, diciendo “La pondré en un
lugar donde no te moleste, ¿Qué te parece?” Henry dijo, “No me molestará la pongas donde la pongas.”
Cuando terminaron de desayunar fueron a ver la obra y cuando estuvieron frente
a ella, Bárbara dijo, “Es como si
estuviera vivo frente a mí.” Henry pensó, “Era extraordinariamente apuesto. Ahora entiendo porqué Bárbara perdió
la razón por él.” Henry pensó que unos terribles celos hacían presa de él.
Miró a Bárbara y pensó, “Está embobada
contemplándolo. Jamás a mí me ha mirado así.” Finalmente Henry dijo, “¿Vas a quedarte toda la mañana adorando esa
escultura?” Bárbara dijo, “¡Oh…! Yo
solo pensaba que el artista es muy bueno.”
Bárbara y Henry salieron
juntos de la galería donde estaba la estatua. Pero en la tarde cuando Henry
regresó de visitar unas fincas encontró que Bárbara aún estaba en la galería
mirando la escultura. Henry le dijo, “¿Qué
haces?” Bárbara dijo, “Estoy mirando
a mi marid…la estatua. Está muy bien
hecha, ¿no te parece?” Henry le dijo, “¡No!¿Qué
vas a hacer con ella? No puede quedarse aquí el resto de nuestras vidas.”
Bárbara dijo, “Tienes razón, ya
encontraré un lugar apropiado.” Al día siguiente el conde de Uplandtowers
partió de viaje por una semana, cuando regresó, noto que la estatua no estaba
ya. Entonces se dijo a sí mismo, “La
estatua no está. ¿Qué habrá hecho Bárbara con ella? Sea lo que sea es mejor
ignorar el asunto.” La pareja continuó su vida rutinaria, pero de pronto el
conde empezó a notar algo extraño en su esposa. Al mirarla pensaba, “Su rostro refleja una especie de éxtasis,
de felicidad celestial y reservada. ¿A qué se deberá? Parece como si estuviera
en otro mundo donde se siente dichosa y en paz.” Henry la observaba
continuamente, sin poder descubrir nada. Pero una noche, Henry notó que Bárbara
no estaba en su cama, Henry pensó, “Bárbara…¿Porqué
se habrá levantado…? Quizá no podía dormir…” Henry no dio mayor importancia
al asunto, pero días después volvió a despertar, notando que tampoco estaba en
su cama. Henry pensó, “Nuevamente no está
a mi lado.” Henry iba a levantarse
cuando sintió pasos y algo lo indujo a permanece como si durmiera en el lecho.
Entonces Henry vio venir a Bárbara con
un candelabro exclamando un “ay” de
dolor. Henry pensó, “¿Dónde
estaba?¿Porqué suspira en esa forma? Creo que ha tomado la costumbre de
abandonar el dormitorio cuando yo duermo. Pero, ¿por qué? Tengo que
descubrirlo.”
A la noche siguiente, Henry
permaneció alerta y cuando noto que Bárbara se levantó, pensó, “Se está levantando. En cuanto salga la
seguiré.” Henry tomo un candelabro y fue tras ella, entonces vio cómo
Bárbara extendía sus brazos hacia la escultura, diciendo, “Edmond, amor adorado, cada día que pasa te amo mas. Tú das sentido a
mi vida. Pienso en ti a todas horas. Mi corazón, y mi mente están contigo.
Edmond, siempre te perteneceré.”
Enseguida, Bárbara besó la estatua. Henry, sin que Bárbara notara su presencia,
pensó, “Es aquí donde mi esposa expresa
sus sentimientos, donde entrega el amor que a mí me niega. Voy a arreglar esto
y pronto.” Al día siguiente Henry se levantó muy temprano, y se dirigió al
pueblo de Shottsford a hacer una visita. Cuando Henry fue recibido, el hombre
le dijo, “Me dice mi criada que desea
hablar conmigo, conde de Uplandtowers, ¿en qué puedo servirle?” Henry dijo,
“Sé que usted fue quien acompañó al
difunto Edmond Willowes en un viaje por diferentes países.” El hombre le dijo, “Así es, ¡Pobre joven qué desgracia cayó sobre él! Después del incendio
era un verdadero monstro.” Henry dijo,
“Mi esposa quedó muy afectada después de haberlo visto. Fue algo muy duro para
ella.” El hombre dijo, “Lo imagino.
No tenía que hacer un gran esfuerzo para demostrar el horror que me causaba.”
Henry le dijo, “Mi interés en esta visita
es saber sobre el caso para ayudar a Bárbara
que sufre terribles pesadillas.” Henry agregó, “¿Podría decirme cómo
quedó la cara de Edmond?” El maestro le dijo, “Espantosa. Se la dibujaré para que se dé una idea exacta del horrible
aspecto que tenia.” Cuando el maestro le pasó el boceto, Henry dijo, “¡Un verdadero moustro! Ni nariz, ni orejas,
no labios.”
Poco después, Henry se
marchó, pero antes de regresar a su casa se detuvo en un pueblo cercano para
arreglar un negocio con un hombre. Al despedirse del hombre, Henry le dijo, “Lo espero mañana a las diez. Recuerde que
lo que haga debe permanecer en estricto secreto.” El hombre le dijo, “Señor, por lo que me va a pagar, seré una
tumba.” Al día siguiente, como todos los jueves, Bárbara salió temprano a
visitar a sus padres. Apenas se había marchado, Henry entro con el hombre que
visitó para el negocio y le dijo, “Sígame,
le explicaré exactamente lo que deseo.” El hombre le dijo, “Estoy a sus
órdenes señor.” Poco después el hombre trabajaba bajo la supervisión del conde
de Uplandtowers. Henry continuó dando instrucciones: “Debe quedar exactamente como el dibujo, y cuando termines quiero que
colores la cara para darle mayor vida.”
Seis horas después el hombre
había terminado su trabajo. Henry se acercó a la escultura y pensó, “Una estatua debe representar a un hombre
tal como era en vida, y éste era el aspecto que tenia Edmond.” Al llegar la
noche, Henry pensó, “Qué sorpresa te vas
a llevar, querida mía. No me perderé tu reacción por nada del mundo.”
Minutos más tarde Bárbara descubría la estatua, exclamando, “¡Ahhhh!” Luego se desplomó en el suelo
como un saco. Henry abrió la puerta de la galería gritando, “¡Bárbara, Bárbara!” Cuando logró
hacerla volver en sí, Henry dijo, “Te
asustaste, ¿Verdad querida? Solo fue una broma. Las esposas no deben andar tras
fantasmas de amor desaparecidos. Ahora respóndeme con sinceridad, ¿Aún o amas?”
Bárbara dijo, “¡No, no!¡És
horrible!¡Nooo!” Henry le dijo, “¿Estás
segura?” Bárbara dijo, “¡Sí, estoy
segura!¡Por favor, quiero dormir, quiero olvidar!”
Pero el conde no estaba
convencido y al día siguiente, al desayunar en el comedor, Henry dijo, “Bárbara, quiero la verdad, ¿Continúas
amando a Edmond?” Bárbara dijo,
“Bueno…yo…” Henry dijo, “Tu titubeo
significa que aún lo quieres. ¡Por todos los diablos!” Bárbara dijo, “No quiero mentirte ni tampoco deseo
enfurecerte mas.” Henry la tomó del brazo y le dijo, “Creo que necesitas volver a verle.” Bárbara dijo, “¡Nooooo! Por piedad, no me hagas volver a
mirarle.” Pero Henry estaba fuera de sí mismo, debido a los celos y al su
furia. Henry la guió casi empujándola diciendo, “Un par de dosis más y estarás curada.” Bárbara dijo, “Henry, te lo suplico, no me obligues. ¡No
quiero!” Henry la forzó frente a la estatua y dijo, “¡Mírala!” Bárbara dijo, “¡Nooo!”
Mientras Bárbara huía, Henry dijo, “Este
es el mejor remedio. Llegara un instante en que lo odiará y solo me amará a mí.”
Esa noche, en la recamara de Henry y Bárbara había un ropero nuevo en la
habitación. Bárbara dijo, “Y ese ropero,
¿tú lo hiciste poner ahí?” Henry dijo,
“¿Quién más? Guardo en él algo muy especial. Acuéstate y te lo mostraré.” Con
sonrisa diabólica, Henry abrió las puertas del ropero y al ver Bárbara que la
escultura se encontraba ahí, exclamó, “¡Noooo…!
Por favor sácala de aquí.” Henry le dijo, “La quitaré cuando me quieras un poco y eso todavía no sucede,
¿verdad?” Bárbara se llevó las manos a la cara diciendo, “No lo sé…creo que…¡Henry te lo suplico,
quítala! No puedo soportarla.” Henry le dijo, “Tonterías. Uno acaba acostumbrándose a todo ¡Mírala!” Henry se
enfureció, diciendo, “¡Mírala, te lo
ordeno!” Pero Bárbara dijo, “Nooo, no
puedo.”
La pobre mujer, temblando con
los ojos dilatados, se fijó en el objeto
de su horror, entonces dijo, “Por piedad
cierra esas puertas.” Henry le dijo, “Querida,
ya no tendrás que levantarte. Soy complaciente, podrás contemplarla desde la
cama.” Firmemente decidido a imponer sus feroces métodos, Henry continuó
con su estrategia a la noche siguiente, diciendo, “Obedéceme y mírala.” Bárbara
dijo, “Henry, te lo imploro, no puedo
más, haré lo que tú quieras, Llévatela y seré tu esclava.” Henry la abrazó,
diciendo, “¿Me quieres?” Bárbara le dijo,
“Sí, te adoro, te lo juro.” Enseguida Henry le preguntó, “¿Lo odias a él y a su rostro?” Bárbara
dijo, “¡Sí, síii.” Desesperada,
Bárbara se lanzó al cuello de su verdugo, besándolo y sollozando a la vez. Sin
embargo, Henry pensó, “No es así como
quiero que me ame. Él aún está en su corazón pero lo sacare de allí.”
La tercera noche, cuando la
escena se había iniciado como de costumbre, Henry la tomó del brazo y le dijo, “Veo que ya n o te angustia mirarla. No me
dirás que amas a ese monstruo, porque eso es tu Edmond.” Bárbara miraba con
ojos muy abiertos aquella horrenda fascinación. De pronto, Bárbara comenzó a
reír, “¡Jajajajajaja!” Las terribles
carcajadas resonaban en la habitación y por primera vez en su vida, el conde
tuvo miedo, diciendo, “Bárbara, ¿Has
enloquecido?¡Cállate!” Como si obedeciera, se hizo un profundo silencio,
tan repentino como se había roto.
Bárbara se desplomó. Henry la tomó, diciendo,
“Bárbara, ¿Qué sucede?¡Respóndeme!”
Al tomar su pulso, Henry descubrió que estaba muerta. En ese instante salió a
la luz todo el amor que era capaz de sentir aquel hombre perverso y cruel. Con
ojos llenos de lágrimas y asombro Henry dijo, “Bárbara, no puedes dejarme, jamás me dijiste que me amabas y yo hice
lo imposible por conseguir tu cariño.” Llevando flores a su tumba, el conde
dedicó el resto de su vida a venerar el recuerdo de la mujer a quien tanto
había amado y a quien tanto hizo sufrir. La pobre Bárbara había sido amada por
dos hombres, pero ella jamás sintió verdadero amor, solo conoció una ilusión
que la llevó a la tumba.
Tomado de Novelas Inmortales, Año 15, No. 756, mayo 13 de 1992. Guión: Herwigo Comte. Segunda adaptación: José Escobar.