martes, 5 de enero de 2016

Un Suceso en el Puente del Rio del Búho de Ambrose Bierce


     Ambrose Gwinnett Bierce, nacido el 24 de junio de 1842, y fallecido alrededor de 1914, fue un editorialista, periodista, cuentista, fabulista y escritor satírico norteamericano. Es el autor del cuento corto, “Un Suceso en el Puente del Rio del Búho,” y compiló un léxico satírico, Diccionario del Diablo. La crítica vehemente, el lema “Nada importa,” y el punto de vista sardónico sobre la naturaleza humana, que expresa su obra literaria, le valió el apodo de, “El Amargo Bierce.”
     A pesar de su reputación como un agudo crítico, Bierce fue conocido por animar a los escritores más jóvenes, incluyendo los poetas George Sterling, y Herman George Scheffauer, así como el escritor de ficción, W.C. Morrow. Ademas, Bierce empleó un estilo distintivo de escritura, sobre todo en sus historias. El estilo de sus historias, a menudo, incluyen un comienzo brusco, imágenes oscuras, referencias  vagas de tiempo, descripciones limitadas, acontecimientos imposibles, y el tema de la guerra.
     En 1913, Bierce viajó a México, para adquirir experiencia de primera mano de la Revolución Mexicana. Se rumoró que viajaba con las tropas rebeldes, pero no se le volvió a saber de su paradero.
Vida Temprana
     Bierce nació en una cabaña de madera, en Horse Cave Creek, en el condado de Meigs, Ohio, el 24 de junio de 1842. Fue hijo de Marco Aurelio Bierce (1799 a 1876) y Laura Sherwood Bierce. Su madre, era descendiente de William Bradford. Bierce fue el décimo de trece hijos, cuyo padre les dio a todos un nombre que comenzaba con la letra “A.” Por orden de nacimiento, los hermanos Bierce eran Abigail, Amelia, Ana, Addison, Aurelio, Augusto, Almeda, Andrew, Albert, y Ambrosio.
     Sus padres eran una pareja pobre, pero literaria, quienes le inculcaron un profundo amor por los libros y la escritura. Bierce creció en el Condado de Kosciusko, Indiana, asistiendo a la escuela secundaria, en la sede del condado de Varsovia.
     Bierce se fue de casa, a los 15 años para convertirse en un, “diablo de la imprenta,” o aprendiz, en un periódico pequeño de Ohio.
Carrera Militar
     Al comienzo de la Guerra Civil estadounidense, Bierce se alistó en noveno Regimiento de Infantería de Indiana del Ejército de la Unión. Participó en las operaciones en la campaña de Virginia Occidental (1861), estuvo presente en la “Primera Batalla en Philippi.”  Además, llamó la atención del periódico por su audaz rescate, bajo el fuego, de un compañero gravemente herido en la batalla de Rich Mountain. En febrero de 1862, Bierce fue comisionado como primer teniente, y sirvió en el estado mayor del general William Babcock Hazen como ingeniero topográfico, trabajando en la elaboración de mapas de posibles campos de batalla.
     Bierce luchó en la batalla de Shiloh, en abril de 1862, una experiencia aterradora que se convirtió en la fuente de varias historias cortas y más tarde del libro de memorias, “Lo Que Vi de Shiloh.” En junio de 1864, sufrió una herida grave en la cabeza, en la Batalla de Kennesaw Mountain, y pasó el resto del verano de permiso, volviendo al servicio activo en septiembre. Fue dado de alta del ejército en enero 1865.
     Reanudó su carrera militar, sin embargo, cuando a mediados de 1866, se reincorporó con el General Hazen, como parte de la expedición de este último, para inspeccionar puestos militares a través de las Grandes Llanuras. La expedición procedió a caballo y carromato, desde Omaha, Nebraska, llegando hacia el final del año a San Francisco, California.
Vida personal
     Bierce se casó con María Elena, “Mollie,” el día el 25 de diciembre de 1871. Tuvieron tres hijos: los varones, Day (1872-1889) y Leigh (1874-1901), y una hija, Helen (1875-1940). Los dos hijos de Bierce murieron antes que él. Day se suicidó después de un rechazo romántico, y Leigh murió de neumonía, relacionada con el alcoholismo. Bierce, se separó de su esposa en 1888, después de descubrir comprometedoras cartas de ella, y de un admirador. La pareja se divorció en 1904; Mollie Day Bierce murió al año siguiente.
     Bierce fue un agnóstico declarado. Sufrió de asma toda la vida, así como de las complicaciones de sus heridas de guerra.
Periodismo
     En San Francisco, Bierce fue galardonado con el rango de Mayor Brevet, antes de dimitir del ejército. Permaneció en San Francisco por muchos años, llegando a ser famoso como colaborador o editor de varios periódicos y revistas locales, incluyendo, The San Francisco News Letter, The Argonaut, el Overland Monthly, The Californian y The Wasp. Una selección de sus reportajes de crimen de, The San Francisco News Letter, fue incluido en la antología, The Library of America,  El Verdadero Crimen.
     Bierce vivió y escribió en Inglaterra de 1872 hasta 1875, contribuyendo en la revista, Fun. Su primer libro, “La Delicia del Demonio,” una recopilación de sus artículos, se publicó en Londres en 1873, por John Camden Hotten, bajo el seudónimo de “Dod Grile.”
      Volviendo a los Estados Unidos, volvió a su residencia en San Francisco. De 1879 a 1880, Bierce viajó a Rockerville y Deadwood, en el territorio de Dakota, para probar suerte como director local de una empresa minera de Nueva York. Cuando la empresa fracasó, Bierce regresó a San Francisco, y reanudó su carrera en el periodismo.
     Del 1 de enero de 1881, al 11 de septiembre de 1885, Bierce fue editor de la revista, The Wasp, o La Abispa, en la que comenzó una columna titulada “parloteo.” También se convirtió en uno de los primeros columnistas regulares y editorialistas del periódico de William Randolph Hearst, el San Francisco Examiner, llegando a ser uno de los escritores y periodistas más destacados e influyentes de la Costa Oeste. Bierce se mantuvo asociado con, Hearst Newspapers, hasta 1906.
El Proyecto de Ley del Ferrocarril de Refinanciación
     Las compañías ferrocarrileras, Union Pacific, y Central Pacific, habían recibido grandes préstamos a bajo interés, por parte del gobierno de Estados Unidos, para construir el primer ferrocarril transcontinental. El ejecutivo de, Central Pacific, Collis P. Huntington, convenció a un amable miembro del Congreso para presentar un proyecto de ley para excusar a las empresas de tener que pagar los préstamos, los cuales ascendían a $ 130 millones (un valor equivalente de $ 3.7 mil millones en la actualidad).
     En enero 1896, Hearst envió a Bierce a Washington, D.C. para frustrar éste inténto. La esencia del complot era secreta. Los defensores de los ferrocarrileros esperaban conseguir el proyecto de ley por el Congreso sin ningún aviso público o audiencia. Cuando el enfurecido Huntington enfrentó a Bierce en la escalinata del Capitolio, y le dijo a Bierce le dijera su precio, la respuesta de Bierce terminó en los periódicos en todo el país:
     "Mi precio es de ciento treinta millones de dólares. Pero si cuando usted esté listo para pagar, da la casualidad que estoy fuera del país, usted puede entregarlo a mi amigo, el Tesorero de los Estados Unidos."
La cobertura y diatribas sobre el tema de Bierce, despertaron tal ira pública, que el proyecto de ley fue derrotado. Bierce regresó a California en noviembre.
La Acusación de McKinley.
     Debido a su inclinación por la crítica social, y a la sátira mordaz, la larga carrera periodística de Bierce, fue a menudo llena de controversias. En varias ocasiones, sus columnas incitaron una tormentosa reacción hostil, lo que creó dificultades para Hearst. Uno de los más notables de estos incidentes, se produjeron tras el asesinato del presidente William McKinley, cuando los opositores de Hearst  convirtieron un poema que Bierce había escrito, sobre el asesinato del gobernador William Goebel de Kentucky, en 1900, en una sospecha célebre.
      Bierce intentaba en su poema, expresar un estado de ánimo nacional de consternación y miedo, pero después de que McKinley fue asesinado de un dispáro, en 1901, su poema parecía presagiar el delito:
La bala que le atravesó el pecho de Goebel
No se puede encontrar en todo el Occidente;
Buena razón, se está acelerando aquí
Para estirar a McKinley en su féretro.
     Hearst fue de ese modo acusado por periódicos rivales, y por el entonces Secretario de Estado, Elihu Root, de haber pedido el asesinato de McKinley. A pesar de que ello fue un escándalo nacional, que puso fin a sus ambiciones para la presidencia, (y también a su membresía en el Club de Bohemia), Hearst siguió empleando a Bierce.
Obras literarias
     Bierce fue considerado un maestro del idioma Inglés puro, por sus contemporáneos, y prácticamente todo lo que salió de su pluma, fue notable por su redacción juiciosa y economía de estilo. Bierce escribió en una variedad de géneros literarios.
      Sus cuentos estan considerados entre los mejores del siglo 19, proporcionando un seguimiento popular basado en sus raíces. Escribió en forma realista sobre las cosas terribles que había visto en la guerra, en historias como, “Suceso en el Puente del Río del Búho,” “La Ventana Ancha,” “Muerto en la Resaca,” y “Chickamauga.”
Además de sus historias de fantasmas y de guerra, también publicó varios volúmenes de poesía. Sus fábulas fantásticas anticiparon el estilo irónico de grotesquerie, que se convirtió en un género más común en el siglo 20.
      Una de las obras más famosas de Bierce, es el muy citado, “Diccionario del Diablo,” originalmente un artículo del periódico de vez en cuando, publicado por primera vez en forma de libro en 1906, como, “El Libro Cínico de la Palabra.” Consiste en definiciones satíricas de palabras en inglés, que satirizan el doble discurso ambiguo de la jerga y la política.
     Los doce volúmenes de las Obras Completas de Bierce, se publicaron en 1909, y en el séptimo volumen, el cual consiste únicamente en el, “Diccionario del Diablo,” Bierce mismo  prefirió titularlo, “El Libro Cínico de la Palabra.”
Desaparición
     En octubre de 1913, Bierce, entonces de 71 años de edad, partió de Washington, D.C., para una visita a sus viejos amigos del campo de batalla de la guerra civil. En diciembre había pasado a través de Louisiana y Texas, cruzando a través de El Paso rumbo a México, que estaba en medio de la revolución. En Ciudad Juárez, se unió al ejército de Pancho Villa como observador, y en ese papel fue testigo de, La Batalla de Tierra Blanca.
     Bierce es famoso por haber acompañado al ejército de Villa hasta la ciudad de Chihuahua. Su última comunicación conocida en el mundo, fue una carta que escribió allí para Blanche Partington, un amigo cercano, cuya de fecha 26 de diciembre de 1913. Después de concluir ésta carta, diciendo: “En cuanto a mí, os dejo aquí, y mañana voy con rumbo desconocido,” Bierce desapareció sin dejar rastro, haciendo de su desaparición, uno de los misterios más famosos, en la historia literaria de América. 
     El escritor escéptico Joe Nickell, argumentó que jamás se encontró ninguna carta; todo lo que existió fue un cuaderno perteneciente a su secretaria y compañera, Carrie Christiansen, el cual contiene un resumen aproximado de una supuesta carta y su afirmación en ella, de que la original habían sido destruida.
     Hubo una investigación oficial por parte de funcionarios consulares de los Estados Unidos, sobre la desaparición de uno de sus ciudadanos. Algunos de los hombres de Villa fueron interrogados al momento de su desaparición, y después, sostuvieron versiones contradictorias. El representante de Pancho Villa en los EE.UU., Félix A. Sommerfeld, fue contactado por el jefe de personal del Estado, Hugh Scott, y Sommerfeld investigó la desaparición. Bierce, se dijo, fue visto por última vez en la ciudad de Chihuahua, en enero.
     La tradición oral en Sierra Mojada, Coahuila, documentada por un sacerdote llamado James Lienert, afirma que Bierce fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento en el cementerio de la ciudad, allí. Sin embargo, Nickell encuentra que ésta historia es poco creíble. Cita al amigo y biógrafo de Bierce, Walter Neale, quien dice que Bierce no había montado desde hace bastante tiempo, sufría de asma grave, y que había sido severamente crítico de Pancho Villa. Neale concluye que habría sido altamente improbable que Bierce haya ido a México y se haya unido a Villa.
     Todas las investigaciones sobre su destino final han resultado infructuosas. Asi, Nickell admite que no hay pruebas contundentes, que afirmen o niegen que Bierce fue a México. Por lo tanto, a pesar de una abundancia de teorías, incluyendo la muerte por suicidio, su final sigue siendo un misterio.
Legado e Influencia
     Por lo menos tres películas se han hecho sobre su historia, “Suceso en el Puente del Río del Búho.” La primera fue una versión del cine mudo, El Puente, que se hizo en 1929. La segunda, una versión francesa llamada, La Rivière du Hibou, dirigida por Robert Enrico, fue lanzada en 1962; ésta película es en blanco y negro y relata fielmente el relato original con la voz superpuesta. Se emitió en 1964, en la televisión estadounidense, en uno de los episodios finales de la serie de televisión, The Twilight Zone, como: “Suceso en el Puente del Río del Búho,” Antes de la emisión de, The Twilight Zone, la historia había sido adaptada como un episodio del programa, “ Alfred Hitchcock Presenta.” La tercera versión, dirigida por Brian James Egen, fue lanzada en 2005. También fue adaptada para el programas de radio CBS, Suspenso y Escape.
     El actor James Lanphier (1920-1969) interpretó a Bierce, con James Hampton, como William Randolph Hearst, en el episodio, “La Dinastía del Papel,” de 1964, en la redifusión occidental de la serie de televisión, Death Valley Days, conducido por Stanley Andrews. En la historia, Hearst lucha para obtener algún beneficio, a pesar de aumento de la circulación del, The San Francisco Examiner. Robert O. Cornthwaite aparece como Sam Chamberlain.
Por otra parte, se hicieron dos adaptaciones de la historia de Bierce, “El Ojo de la Pantera.” Una versión fue desarrollada para la serie, Clásicos de Pesadilla, de Shelley Duvall, lanzada en 1990. Se extiende unos 60 minutos. Una versión más corta fue lanzada en 2006, por el director Michael Barton, y corre alrededor de 23 minutos.
“La Cosa Maldita,” otro cuento corto de Bierce, fue adaptado para la serie, Masters of Horror, dirigida por Tobe Hooper.
      El compositor estadounidense, Rodney Waschka II, compuso una ópera, San Ambrosio, basada en la vida de Bierce.
     La novela de Carlos Fuentes, Gringo Viejo, es un relato novelado de la desaparición de Bierce; que fue adaptado más adelante en la película, Gringo Viejo (1989), protagonizada por Gregory Peck, en el papel protagonista. La desaparición de Bierce y su viaje a México, proporcionan la base para la película de terror de vampiros, Desde el Anochecer, Hasta el Amanecer 3: La Hija del Verdugo (2000), en la que el personaje de Bierce, juega un papel central. El destino de Bierce es el tema de Gerald Kersh, “La Botella Oxoxoco,” también conocido como “El Secreto de la Botella,” que apareció en, The Saturday Evening Post, el 7 de diciembre de 1957, y fue reimpresa en la antología, “Hombres Sin Huesos.” Bierce vuelve a aparecer en el futuro, en el Monte Shasta, en la novela de Robert Heinlein, “Legado Perdido.”
     El cortometraje, “¡Ah! Silenciosa” (1999), protagonizada por Jim Beaver como Bierce, entreteje elementos de, “Suceso en el Puente del Río del Búho,” en una especulación sobre la desaparición de Bierce.
     Bierce fue un personaje importante en una serie de libros de misterio, escritos por Oakley Hal, y publicados entre 1998 y 2006.
El cuento de Bierce, “La Dificultad de Cruzar un Campo,” es una de las primeras obras de ficción para hacer frente a un suceso inexplicable. En esta historia, un hombre desaparece de la existencia, al cruzar un campo. La historia precede a varias historias modernas de folclore y leyendas urbanas respecto a personas que desaparecen misteriosamente.
     El biógrafo de Bierce, Richard O'Connor, argumentó que, “La guerra fue lo que realizó a Bierce como hombre y escritor ... [convirtiéndolo] en un ser capaz verdaderamente de transferir del campo de batalla, los cuerpos y cadáveres sangrientos, decapitados, comidos por jabalíes, sobre el papel.”
      Ensayista Clifton Fadiman escribió, “Bierce nunca fue un gran escritor. Tuvo fallas dolorosas de una imaginación vulgar y barata... Pero su estilo, por un lado, lo preservó;.. Y la pureza de su misantropía, también, ayudó a mantenerlo con vida .”
     El autor Alan Gullette, argumenta que los cuentos de guerra de Bierce, pueden ser considerados la mejor escritura de guerra, superando a su contemporáneo Stephen Crane, autor de “La Insignia Roja del Valor,” y aún a Ernest Hemingway.
     El autor Kurt Vonnegut dijo una vez que él consideraba, “Suceso en el Puente del Río del Búho.” el, “mejor cuento norteamericano” y una obra del, “impecable... genio americano.”
El escritor estadounidense, e investigador de los fenómenos anómalos, Charles Fort, escribió sobre las desapariciones inexplicables de Ambrose Bierce y Ambrosio Small, y se preguntó, “¿Hay alguien recogiendo a los Ambrosios?” (Wikipedia Ingles)
     “Un Acontecimiento en el Puente del Rio del Búho,” o “El Sueño de un Hombre Muerto,” es un cuento corto del escritor estadounidense Ambrose Bierce. Publicado originalmente por el, The San Francisco Examiner, en 1890, fue recopilado por primera vez en el libro de Bierce, de1891, “Cuentos de Soldados y Civiles.” La historia, que se establece durante la Guerra Civil, es famosa por su irregular secuencia de tiempo y giro final. El abandóno de Bierce de la estricta narración lineal, en favor de la mente interior del protagonista, es considerado un ejemplo temprano de la experimentación con la corriente de la conciencia. Es la historia más antologiazda de Bierce.
Resumen de la Trama
     Peyton Farquhar, dueño de una plantación en sus treinta y tantos años, se está preparando para su ejecución en la horca, en un puente del ferrocarril de Alabama, durante la guerra civil americana. Seis militares y una compañía de soldados de infantería están presentes, custodiando el puente y llevando a cabo la ejecución. Mientras esto sucede, Farquhar piensa en su esposa e hijos, y luego se distrae por un ruido que, para él, suena como un sonido metálico insoportablemente fuerte; en realidad es el tic-tac de su reloj. 
     Posteriormente, Farquhar considera la posibilidad de saltar desde el puente, y nadar hacia su salvación, en caso de que pudiera liberarse de las manos atadas, pero los soldados lo dejan caer desde el puente.
    Enseguida, en un flashback, o una serie de imágenes retrospectivas de memoria, Farquhar y su esposa están relajando en casa una noche, cuando un soldado monta hasta la puerta. Farquhar, un partidario de la Confederación, descubre del soldado mensajero, que tropas de la Unión han capturado el puente del ferrocarril Owl Creek y lo han reparado. El soldado le sugiere a Farquhar que podría ser capaz de incendiar el puente desde abajo, si es capaz de deslizarse más allá de sus guardias. A continuación, el soldado se va, pero dobla hacia atrás, al caer la noche para volver al norte por donde vino. El soldado es en realidad un espia de la Unión encubierto, que ha atraído a Farquhar a una trampa, ya que será ahorcado como cualquier civil atrapado, por interferir con los ferrocarriles.
     La historia regresa al presente, y la cuerda, alrededor del cuello de Farquhar, se rompe, cuando se cae desde el puente hacia adentro del arroyo. Él libera sus manos, avienta la soga aún lado, y sale a la superficies para comenzar su fuga. Con sus sentidos ahora agudizados enormemente, se sumerge y nada aguas abajo para evitar los fusiles y el fuego de los cañones. 
     Una vez que está fuera de rango, deja el arroyo para comenzar el viaje a su casa, a 30 millas de distancia. Farquhar camina todo el día, a través de un bosque interminable, y esa noche empieza a alucinar viendo constelaciones extrañas, y oyendo voces susurradas en un idioma desconocido. Continúa su viaje, empujado por el pensamiento de su esposa e hijos, a pesar de los dolores causados ​​por su terrible experiencia. A la mañana siguiente, después de haber aparentemente caído dormido, mientras caminaba, se encuentra en la puerta de su plantación. Se apresura a abrazar a su esposa, pero antes de que pueda hacerlo, siente un fuerte golpe en la nuca; hay un fuerte ruido y un destello de color blanco, y todo se vuelve negro.
     Se revela que Farquhar nunca se escapó en absoluto; se imaginaba toda la tercera parte de la historia durante el tiempo entre la caída a través del puente, y la soga que se rompe en su cuello.
Temas
     Este cuento demuestra que no hay romance o gloria en la guerra. El título de la historia contiene la palabra “ocurrencia,” o “acontecimiento,” palabras que demuestran lo común que es la pérdida de vidas dentro de la guerra, disminuyendo el valor percibido de esas vidas humanas. La fantasía de que Farquhar ha demostrado el peligro que significa tener ilusiones sobre la guerra, porque la guerra no es una historia de amor, que termina con un correr a los brazos de su esposa, sino que tiene un final con un castigo cruel y despiadado.

     Otro tema presente en la historia es el de “morir con dignidad.”  La historia muestra al lector que no hay mitigación de las muertes que ocurren en la guerra, por lo que incluso los intentos de que los hombres mueran con dignidad carecían de honor.

     La idea final se centró en la idea de la fuga psicológica, justo antes de la muerte. Farquhar experimenta una ilusión intensa, para distraerse de su muerte inevitable. El momento de horror que los lectores experimentan al final de la lectura, cuando se dan cuenta de que muere, refleja la distorsión de la realidad que encuentra Farquhar.

     Puesto que no es (solamente) el narrador quien cuenta una historia, sino también el lector mismo, se presenta otro aspecto de considerable importancia aquí. Bierce detestaba “... malos lectores-de-lecturas quienes, sin el hábito del análisis, carecen también de la facultad de discriminación, y aceptan todo lo que se les da, con la amplia y ciega catolicidad de la conciencia de un cerdo de salón.” Farquhar fue engañado por el soldado espía federal, y así también los lectores superficiales, por su parte, son engañados por el autor quien los hace pensar que están presenciando el escape afortunado de Farquhar de la horca. Por el contrario, los lectores sólo son testigos de la alucinación de tal escape, que tiene lugar en la mente inconsciente del personaje, quien se rige por el instinto de la auto-conservación. En retrospectiva, vemos que el título -si se toma literalmente- desde el principio proporciona a los lectores la información de que no habrá cambio de escenarios, pues simplemente se anuncia una ocurrencia en ese puente.

     Toda la historia podría ser leída como una parábola: Todos estamos condenados y cualquier intento frenético que hagamos para ganar nuestra salvación personal. En nuestro momento final de vida, habrá en vez de una epifanía,  sólo su opuesta absoluta y negación, sólo, “oscuridad y silencio.” Este es el rechazo de Bierce a la tesis cristiana de la redención final del hombre, y es el símbolo supremo de la futilidad de la aspiración humana. El extremo miserable de Farquhar ilustra la más extrema discrepancia entre la aspiración y la realidad.
Historias Con Una Estructura Parecida
     El recurso de la trama, de un largo período de tiempo subjetivo que sucede en un instante, como las experiencias imaginadas por Farquhar, mientras que cae, ha sido explorado por varios autores. Un antecedente literario temprano aparece en, “Cuentos del Conde Lucanor,” de Don Juan Manuel, Capítulo XII (c 1335), “De lo que le sucedió a un decano de Santiago, con don Illán, el Mago, que vivió en Toledo,” en el que una vida pasa en un instante. 
      Esta historia fue reescrita por Jorge Luis Borges en, “El Mago Aplazado,” en su libro, “Historia Universal de la Infamia,” (1935). El ensayo de Charles Dickens, “Una Visita a Newgate,” en el que un hombre sueña que ha escapado de su condena a muerte, es otra influencia posible de la historia de Bierce. Una alucinación similar de un año de tiempo subjetivo que sucede en el momento de la muerte, se produce en el cuento de Borges, “El Milagro Secreto,” (1944). El cuento corto de Tobías Wolff, “Bala en el Cerebro,” (1995) revela el pasado de la protagonista, a través de relacionar lo que recuerda, y lo hace, en la milésima de segundo después de que se dispara fatalmente. 
     La película de David Lynch, Lost Highway, también ha sido comparada con, “Un Acontecimiento en el Puente Owl Creek,” aunque también ha sido interpretado como una línea narrativa o historia, como la banda de Möbius. Una fuerte inspiración para la película de 1990, “La Escalera de Jacob,” tanto para ambos, tanto Bruce Joel Rubín, como Adrian Lyne, fue el cortometraje de Robert Enrico, de1962, “Un Acontecimiento en el Puente del Río del Búho,” una de las películas favoritas de Lyne. “El Tiro,” un episodio de la serie de antología de 1997, Gun, tiene un concepto similar.
     El crítico James F. Maxfield sugirió que la película de Alfred Hitchcock, Vértigo (1958) podría ser interpretado como una variante de, “Un Acontecimiento en el Puente Owl Creek,” y que la narrativa principal de la película es en realidad imaginada por el protagonista, que se queda colgando de un edificio al final de la primera escena de la película. Esta teoría es apoyada por el hecho de que, el primer borrador del guión de Vértigo, escrito por coguionista Samuel A. Taylor, se titula “De Entre los Muertos, o Nunca habrá Otro Como Usted, por Samuel Taylor y Ambrose Bierce.”
     El final de la película Brasil (1985), parece seguir esta estructura también.
Un Suceso en el Puente del Rio Búho
de Ambrose Bierce
     En 1914, en plena Revolución Mexicana, un audaz norteamericano entró a México por El Paso, buscando a Pancho Villa. Aquel jinete solitario, veterano de la guerra civil estadounidense, era Ambrose Gwinnet Bierce, soldado, periodista, escritor, aventurero…Venía a México a buscar una muerte digna, en batalla, pues había dicho que, a los 72 años de edad, no quería morir, “cayéndose de una escalera…” Se dice que Bierce logró unirse a las fuerzas revolucionarias. Y que murió en el sitio de Ojinaga. Aunque no se sabe ésto a ciencia cierta, lo cierto es que el norteamericano desapareció de la faz de la Tierra…y lo que permanece como hecho indiscutible, a la fecha, es que Bierce es uno de los más valiosos autores de la literatura estadounidense…La siguiente obra es uno de sus relatos más famosos…una brillante obra de suspenso y de guerra, y quizás, más que nada, una magistral meditación sobre la vida…y la muerte…
     De 1861 a 1865se desató en Estados Unidos un guerra  civil. Uno de los más sangrientos conflictos de la historia del mundo. Y durante esa guerra, cierta mañana, en el estado de Alabama, desde el puente ferroviario, un hombre veía correr el agua, unos siete metros más abajo.  Tenía las manos atadas detrás de la espalda, y otra cuerda anudada en el cuello, que estaba amarrada a una viga, por encima de su cabeza, que colgaba hasta la altura de sus rodillas. Unas tablas flojas dispuestas sobre los durmientes de los rieles…prestaban un punto de apoyo para él y sus ejecutores. Sobre la plataforma improvisada, estaban un soldado raso y un sargento del ejército del norte. El ejército federal. No lejos estaba un capitán, quien pensó, “¡Todo Listo!” En cada extremos del puente, un centinela presentaba armas. Nadie podía pasar el frente o salir de él. El soldado pensó, “Pobre sureño. No hay manera de escapar.” En una orilla del rio había una empalizada con troneras para fusiles, y una abertura por la cual salía la boca de un cañón que dominaba el puente. Y entre la empalizada y el puente, estaban los espectadores. Eran toda una compañía de espectadores, en descanso, con los fusiles en el suelo…Un soldado dijo, “Llegó la hora…” 
     Nadie, ni el condenado se movía…La muerte anunciaba su llegada y era recibida con respeto, con silencio, e inmovilidad, según el código de la etiqueta militar…El capitán pensó, “Éste civil se lo buscó…” El hombre que iban a ahorcar tenía unos 35 años…a juzgar por su ropa era plantador, tenía hermosos rasgos , nariz recta…boca firme…la frente amplia, y el cabello negro y ondulado. Tenía bien cuidada la barba y el bigote, y sus ojos grises tenían una expresión bondadosa, que no suelen tener los que llegan a la horca. El hombre pensó, “No tuve suerte…” Evidentemente no era un asesino o delicuente común, y pensó,  “¡Ah, maldición!”


     Sin embargo, el liberal código militar prevé la pena de muerte para todo tipo de personas. Incluso plantadores decentes como Peyton Farquhar. El hombre pensó, “Dios…¿Qué puedo hacer?” Finalmente, cumplidos los preparativos, los soldados se retiraron, y quedaron el condenado y el sargento, en los dos extremos de la misma tabla, que cubría tres durmientes del puente. El hombre condenado pensó, “¡Perros Federales!” A la señal del capitán, el sargento daría un paso de costado. La tabla se balancearía y entonces…el condenado caería entre dos durmientes. El condenado pensó, “…no cabe duda…¡Este cadalso es un modelo de simplicidad y eficacia! Y no me cubren la cara ni me vendan los ojos…” Un madero flotando sobre las aguas llamó su atención. Apenas parecía avanzar, a pesar de los furiosos remolinos del rio…el hombre pensó, “Parece tan lejano…” Cerró los ojos… y pensó, “Es la hora de mis últimos pensamientos.” 
     Pensó en ella, su mujer, rubia, joven, hermosa. Pensó en sus hijos. El agua dorada por los rayos del sol naciente, la niebla que pasaba sobre el paisaje. El fortín, los soldados, hasta aquel madero que flotaba en el río…todo eso lo había distraído. Ahora había algo nuevo que lo distraía. Algo que borró el recuerdo de sus seres queridos. Era un ruido que no podía ignorar, pero que tampoco comprendía, y pensó, “¿Qué es?” Eran golpes ecos, metálicos, muy claros. El hombre pensó, “Suenan como los golpes de un martillo sobre un yunque…¿De dónde viene ese ruido…de cercas…de lejos…qué demonio es? Parecen campanas que doblan la muerte…” 
     Entonces reconoció el sonido, y por un instante estuvo a punto de gritar, pensando, “¡Me vuelvo loco!¡El ruido es el tic-tac de mi reloj!” Abrió los ojos y respiró hondo. Y volvió a fijarse en el agua que corría bajo sus pies. Pensó, “¡Oh, Dios! ¡Si lograra zafar mis manos!” Olvidó todo y se concentró en esa nueva idea. “¡Sí, si pudiera liberar mis manos! Podría desprenderme el nudo corredizo del cuello…saltaría a río…Sumergiéndome en el agua podría evadir las balas…Nadando con todas mis fuerzas podría alcanzar la orilla…después internarme en el bosque que conozco bien…¡Podría huir hasta mi casa!...¡Es posible! Gracias a Dios mi casa todavía queda fuera de las líneas del ejército federal…Mi mujer y mis hijos están bien lejos del puesto más avanzado de éstos invasores norteños…” Pero esos pensamientos se sucedieron velozmente, como relámpago en su cerebro…El hombre pensó, “¡Oh Dios!¿Podré hacerlo?”
     En eso, el capitán inclinó la cabeza, mirando al sargento, sin decir nada. Todas las miradas estaban clavadas en Peyton Farquhar. El capitán pensó, “Llegó el momento…” El sargento miró al condenado, pensando, “Ni se ha dado cuenta que el capitán me dio la orden…” Sin hablar, el sargento dio un paso al costado.  Y la tabla comenzó a caer…¿Quién era Peyton Farquhar? Era plantador. Con gran fortuna…Pertenecía a una de las familias mas viejas y respetables de Alabama. Era propietario de muchos esclavos, necesarios para trabajar sus vastos campos de algodón….Como los de su casta, se ocupaba de política, pues la esclavitud en los Estados Unidos del sur de su país, era un asunto totalmente político. Cuando los estados del norte, con el presidente Abraham Lincoln se opusieron a la esclavitud, Peyton Farquhar apoyó a los secesionistas, y se consagró con ardor a la causa de los estados del sur. 
     Finalmente, de manera inevitable, se desató la guerra civil. Los estados del norte, industriales, liberales, progresistas, contra los del sur, agricultores, conservadores, por necesidad a favor de la esclavitud. La joven nación se vio desgarrada por aquel conflicto aterrador, por una guerra sin cuartel, sangrientísima, guerra de hermano contra hermano.  Los soldados del norte eran federales, de uniforme azul. Los soldados del sur eran secesionistas, confederados, de uniforme gris, hombres viejos, maduros y jóvenes, hijos de una misma nación, pero enemigos, arrastrados por el inmisericorde remolino del caos y la destrucción.
     Circunstancias de fuerza mayor, que no viene al caso relatar aquí, impidieron que Peyton se uniera al ejército del sur, quien pensaba, “¡Cómo hubiera querido unirme a la lucha! Y nuestros ejércitos van perdiendo. Sufrimos una desastrosa derrota tras derrota. Cada día esos malditos norteños penetran más al sur.” Su situación de civil lo irritaba intensamente. Anhelaba dar rienda suelta a sus energías. Soñaba con vivir la vida intensa del soldado, con tener la oportunidad de distinguirse en un hecho de armas. Peyton pensaba, “Pero ya llegará mi oportunidad.” Y no se equivocaba. En tiempos de guerra, tarde o temprano, todos participan en ella. De una forma u otra. Peyton pensaba, “Mientras tanto, hago lo que puedo para ayudar en la causa. Ayudo a alimentar a nuestros muchachos. ..¡En fin!” Peyton Farquhar era un civil, pero con alma de soldado. Y pensaba, “Llegará mi hora, y haré lo que pueda, aunque sea civil.”
     Una tarde que Peyton estaba sentado en la veranda de su mansión, al lado de su esposa, en el hermoso jardín se detuvo un soldado de uniforme gris. Peyton dijo, “Baja del caballo, hombre. Descansa un poco.” El hombre dijo, “Gracias…” Payton se levantó, y dijo a su esposa, “¡Trae agua!” El soldado dijo, “Muchas gracias…” Enseguida Peyton dijo, “¡Dame noticias el frente!” El hombre dijo, “La cosa…anda mal…Los yanquis se están dedicando a reparar las vías férreas. Preparan una nueva avanzada…Ya llegaron al puente del rio del búho, y ya lo repararon…” Peyton dijo, “¡Caramba! Se acercan esos condenados yanquis.” 
     La señora llegó con una charola sosteniendo una jarra de agua fresca de sabor y vasos. El soldado tomó un vaso. Se sirvió y bebió ávidamente. Enseguida dijo, “Sí…levantaron una empalizada en la orilla norte del rio del búho…es un lugar estratégico…” Peyton dijo, “¿Sí…?” El soldado contestó, “Así es. Han puesto carriles por doquier, avisando que cualquier civil que sea sorprendido dañando las vías férreas, será ahorcado sin juicio…Desde luego, cualquier soldado que intentára así, sería fusilado al instante…” De pronto, una extraña idea asaltó a Peyton Farquhar, quien dijo, “Oiga, ¿A qué distancia queda ese puente del Río del Búho?” El soldado dijo, “A unas 30 millas…” 
     Peyton preguntó, “¿Hay tropas enemigas de éste lado del río?” El soldado dijo, “Pocas…un piquete a media milla del puente, y allí, solo un centinela…” Peyton dijo, “Oiga, y…¿Si un civil esquivára al enemigo y llegára al puente, ¿Podría hacer algo por nuestra causa?” El soldado de gris reflexionó, “Humm…pues…sí. El río acumuló muchos maderos de éste lado del puente. Ahora están secos. Y si alguien los encendiera, arderían como estopa…” Peyton dijo, “Eso, a su vez, incendiaría el puente. Y retrasaría el avance enemigo, ¿No?” El jinete ya no contestó. Parecía tener prisa y picó espuelas.
     Había caído la noche, y el plantador, pensativo, volvió a su mansión, pensando, “¡Ahora es mi oportunidad de hacer algo!” Encendió un puro, y pensó, “¡Podría incendiar el puente del rio del Búho!” A lo lejos, el jinete se alejaba. Peyton Farquhar jamás lo sabría, pero el uniforme gris era un disfraz. Aquel hombre era un soldado enemigo, que había avanzado al sur a reconocer el terreno…Fue así como Peyton Farquhar cometió el error más grande de su vida. Una noche se levantó, y miró a través de la ventana de su recamara, pensando, “¡Sí…yo destruiré el puente del río del Búho!” Decidió partir allí mismo, pensando, “Sí…ésta misma noche.” Pero algo lo hizo regresar. Miró a su esposa, y pensó, “Se ve tan hermosa.” Sus labios rozaron la frente de la mujer dormida, pensando, “Ah, mi amor…” Quiso combatir un sentimiento trágico que de pronto se apoderaba de él, pensando, “¡Bah!¿Porqué tanto romanticísmo…? Mañana al alba, estaré de regréso…” En silencio Peyton salió de la casa, y ensilló su mejor corcel. Sin embargo, salió caminando guiando al caballo por la rienda, pensando, “Caminemos un poco para no hacer ruido.” Poco después, subió al caballo y dijo, “Ahora sí…” Su esposa se movió en su sueño, inquieta, pero no despertó. Sus hijos dormían también. Todo quedaba en paz, en la plantación de Peyton Farquhar.
     Mientras, al abrigo del campo y la penumbra, Peyton galopaba hacia lo desconocido, seguro de sí mismo, pensando, “Por fin…¡Haré algo contra el maldito ejercito yanqui! No debe haber problema alguno. Ese soldado me dijo que de éste lado del arroyo, hay muy pocos enemigos…” Peyton Farquhar se imaginó llegando a las inmediaciones del río del Búho. Imaginaba que dejaba su caballo y le decía, “Callado amigo, te dejaré aquí…” Se imaginaba avanzando sigilosamente por el bosque…pasando desapercibido a espaldas del piquete de yanquis. Peyton Farquhar pensaba, “Están confiados, distraídos…” Se imaginó eludiendo al centinela sobre el puente…bajando la ladera hacia el rio y los soportes del gran rio, ..llegando a los troncos acumulados…preparándose a incendiarlo todo…encendiendo un cerillo…y allí…su imaginación le presentó el incendio del puente. Peyton Farquhar pensó, “¡Magnífico!” Se imaginó la veloz destrucción de aquella vía de comunicación, tan vital para el ejército yanqui, a la luz del infernal incendio…la caída al rio del Búho de los enormes maderos de las vías del tren…el caos y la sorpresa en el campo enemigo. Aquello sería un auténtico triúnfo por la causa suprema. Se imaginó a un general diciendo, “Esto retrasará nuestro avance…” Y a un soldado diciendo, “Perderemos semanas enteras, si no puede pasar el tren…”
     De la misma manera, imaginó su huida del lugar del siniestro. Su llegada a su montura escondida entre la espesa maleza…la cabalgata de vuelta a casa…la intoxicación de la victoria…la destrucción de los planes enemigos. Pero en la realidad lo que ocurrió fue algo totalmente diferente. Peyton bajó a las bases del puente sobre el rio, pensando, “Parece que todo marcha…” y se jugó el todo por el todo. Se inclinó, mojándose en el rio, encendió el cerillo y pensó, “¡Bien!” Escuchó unos ruidos de botas pisando la maleza, y dijo, “¿Eh?” Tres soldados federales apuntaban con sus armas. Uno de ellos dijo, “¡Suelte el cerillo, amigo, y levante las manos!” Otro dijo, “¡Obedezca!” Peyton Farquhar se levantó con las manos en alto, y dijo, “¡Maldición!” Un soldado le ordenó caminar, diciendo, “Vamos hombre. Te llevaremos ante el capitán.” Y al llegar el nuevo día, el puente sobre el rio del Búho seguía intacto…¡Nada había cambiado! El único cámbio importante ocurrió para Peyton Farquhar, quien pensaba, “¡Maldición!”
     Así, Peyton Farquhar estaba a punto de caer del puente, atado de manos y con una soga en el cuello. Al caer al agua, desde el puente, Peyton Farquhar perdió la conciencia, como si estuviera muerto… Le pareció que salió de aquel estado siglos después, debido al sufrimiento que le causaba una presión violenta en la garanta y una sensación de ahógo…Bajo el agua, de pies a cabeza…sintió los dolores atroces, que fulgurantes atravesaban todo su ser. Sentía que un torrente de fuego llevaba su cuerpo a temperaturas intolerables… sintió que su cuerpo entero iba a estallar…todo pensamiento se borró de su ser. Solo le quedó la facultad de sentir. Y sentir era una tortura…pero se daba cuenta de que se moría. 
     Después, el calor infernal fue desapareciendo, y todo fue tinieblas y frio, pero se dio cuenta de que ascendía…fue recuperando la facultad de pensar, “¡Claro!¡la cuerda se rompió y caí al rio! El nudo corredizo que traigo en el cuello a la vez que me sofoca, impide que me éntre agua a los pulmones. Pero…¡Morir ahorcado en el fondo de un rio, es algo absurdo! Pero, tampoco quiero que me fusilen…¡Tengo que librar mis manos!” ¡Qué lucha!¡Qué hazaña!¡Qué magnifico esfuerzo!¡Qué sobrehumana energía! Payton pensó, “¡Tengo que lograrlo!” Y al fin ¡Cayó la cuerda! Parecía un milagro, pero allí estaban sus manos, ¡Libres! 
     El paso siguiente, fue librarse del nudo corredizo. Lo logró, pero al llegar la sangre a su cabeza, el dolor pareció partirle el cuerpo en dos…Pero al fin, con rápidas brazadas, salió a flote a la superficie. Nuevamente estaba en plena posesión de sus sentidos…que ahora parecían sobrenaturalmente vivos…la atroz perturbación de su organismo, lo había exaltado de tal manera que ahora registraba cosas nunca percibidas hasta entonces. Pensaba, “¡Ah, Dios mío!” Escuchaba cada olita que golpeaba su rostro. Pensaba, “Distingo cada árbol del campo, cada hoja con todas sus nervaduras. Distingo todos los insectos, langostas, moscas, mariposas, arañas grises que tienden su tela. Veo los colores del prisma de todas las gotas de roció que hay sobre un millón de briznas de hierba…Oigo el batir de las alas de las libélulas, las zancadas de las arañas acuáticas…” Todo era para él una música perfectamente audible. Un pez se deslizó bajo su nariz…Pensó, “¡Escucho cómo se desliza por el agua!” 
     Aquella ensoñación duró segundos, aunque para él fueron instantes interminables. Pero, ahora, de pronto vio el puente, el fortín…y pensó, “¡El capitán, los soldados!” Ellos gritaban, gesticulaban. El capitán sacó su revólver…A Peyton Farquhar le parecían grotescos, horribles, gigantescos…y  de pronto…¡BANG! Algo golpeó el agua, a centímetros de su cabeza, salpicándole el rostro…y enseguida, pensó, “¡Maldición!” Desde el rio, vio los ojos del soldado mirándolo directamente a los suyos. Pero con todo, el soldado falló el tiro. Haciendo acopio de fuerzas, Peyton se echó a nadar, pensando, “¡Tengo que salir de aquí!” Arriba, el capitán no perdió la calma. Tenía una labor que cumplir. Y tenía que cumplirse con calma, con precisión militar…y dijo, “¡Atención compañía!¡Armas al hombro! ¡Apunten!¡Listos!¡Fuego!” ¡BANG!¡BANG!¡BANG! Peyton se hundió lo más que pudo. Pero aún bajo el agua, escuchó el sonido ensordecedor de la salva...
     Cuando tuvo que subir por aire, se vio rodeado de pedacitos de metal brillantes, que avanzaban hacia él con lentitud. Uno se alojó entre su cuello de su camisa y su pescuezo y se lo arrancó vivamente. Cuando se volvió para mirar el puente, pensó, “¡La corriente me arrastró! Ya estoy más lejos de los yanquis…más cerca de la salvación…pero aún estoy a tiro…” Mientras, los soldados habían recargado armas, los cañones centellaron al sol…un soldado dijo, “¡Listos!” Volvieron a disparar, y ¡Volvieron a errar el blanco! Peyton pensó, “¡Ja! Ahora voy con la corriente, pero aún hay peligro…” Sus pensamientos se sucedían con la velocidad de un relámpago, “Fallaron las salvas…Seguramente ahora el capitán dará orden de tirar a discreción. ¡Más peligroso!” Peyton nadó, pensando, “¡Ayúdame, Dios mío! No podre escaparme a la puntería de todos!” Entonces, inesperadamente, a tres metros delante de él, hubo un atroz estruendo de una caída de agua. Enseguida se escuchó un ruido sonoro tremendo, que pareció ir y venir del fortín…Ante Peyton se alzó una muralla de agua. Se curvó por encima de él…se abatió sobre él, lo encegueció. Peyton pensó, “¡Rayos, han usado el cañón!” 

     Así era. Los yanquis parecían decididos a no dejar huir al sureño. Peyton nadó, pensando, “¡Dios…mío…ayúdame!” ¡BROOOMM! Peyton pensó, “¡Falló el segundo obús! ¡Maldición! Sigo a tiro de cañón, Y juraría que ya no usarán obuses…ahora cargaran metralla y ahora si estaré perdido...” Entonces de pronto, se sintió dar vueltas en un mismo punto. Peyton pensó, “¿Eh…?¡Giro como trompo!” El rio, el campo, el puente, los soldados, ya lejanos. Todo se mezclaba y se volvía confuso…Todo lo que veía eran bandas horizontales de color…Se sumergía como en un remolino, pensando, “¡Ah! Seré un blanco fácil.” Pero de pronto, el mismo remolino lo arrojó contra la orilla izquierda del rio, a tierra, detrás de un montículo que lo ocultaba de los yanquis. Peyton se arrastró, y pensó, “¡Por Fin!” Su súbita inmovilidad, su roce de su cuerpo contra la tierra, le devolvieron el uso de los sentidos, y sin poderlo evitar, lloró de alegría.
     Hundió las manos en la arena, y se la echó a puños sobre el cuerpo, diciendo, “¡Bendita tierra. Bendita!” Los granos de arena eran para él como rubíes, diamantes, o esmeraldas. Peyton dijo, “¡No hay nada más hermoso, bendita tierra!” Los árboles parecían enormes plantas de jardín. Peyton pensaba, “¡Ah! ¡Todo, todo es tan hermoso! ¡El perfume!¡El perfume de las flores!” Una extrañan luz rosada brillaba entre los arboles del campo. Peyton se arrodilló, y pensó, “¡Ah…señor!” El follaje del bosque, producía la mas armoniosa de las músicas. Se sintió bañado de melodías y arpas eólicas. De pronto, ya no deseaba terminar su fuga. Tirado, boca abajo, pensó, “Podría…quedarme aquí…hasta que me capturen…” Entonces, el silbido y el estruendo de la metralla, lo arrancaron de su ensueño. El artillero yanqui, decepcionado, había enviado al azar una descarga de adiós, diciendo, “¡Bah!¡Ni modo!” A lo lejos, el plantador se incorporó de un salto. 
     Trepó rápidamente la pendiente de la orilla, y se internó en la floresta. Caminó y caminó todo aquel día, pensando, “¡Lo logré!” guiándose por el paso del sol en el cielo…El bosque le pareció interminable. No hallaba claros. No sabía ni siquiera el sendero de algún leñador. Había ignorado hasta entonces que vivía en una región tan salvaje, y por momentos, se sentía en un lugar sobrenatural. Cayó las noche y seguía avanzando, fatigado, hambriento. Pensaba, “¡Ah…cómo me duelen los pies! Pero…tengo que seguir…Pensaré en ella. Oh mi hermosa esposa. Eso…eso me dará fuerzas. Mis hijos, también me necesitan.” Así siguió. Así sostuvo sus fuerzas. Y finalmente, cuando pensaba que jamás saldría del bosque, pensó, “¡Un…camino!” Lo conducía a la dirección correcta. Era ancho y recto, como calle de ciudad. Y sin embargo, pensaba, “Me da…la impresión de que jamás ha pasado por aquí. ¡Nadie!” No había campos a la vera del camino. Por ninguna parte veía casas. Nada. Ni siquiera el aullido de algún perro, sugería una presencia humana. Peyton pensaba, “En fin…en fin…voy hacia casa…”
     Era ya noche, y los negros troncos de los arboles formaban dos murallas a sus lados, que se unían allá lejos, en el horizonte, como un diagrama para ilustrar una lección de perspectiva. Por encima de él, veía brillar grandes estrellas de oro que no conocía, y que formaban extrañas constelaciones. Tuvo la certeza de que aquel extraño orden de las estrellas, ocultaba algún maligno significado. De cada lado, le llegaban, de repente, ruidos singulares, entre los que percibía claramente susurros de algún idioma desconocido. Le dolía el cuello. Lo sentía horriblemente hinchado. Pensaba, “La cuerda me marcó. Debo tener un circulo negro…” Tenía los ojos cansadísimos, pero no podía cerrarlos. La sed le hinchaba la lengua, y la sacó al aire fresco…Pensó, “¡Ah!...Esto apacigua mi fiebre…”
     Avanzaba como sonámbulo. Ya no sentía el suelo bajo los pies. Pero de pronto contempló otra escena. Pensó que por fin salía de esa crisis delirante. Estaba ante la verja de su casa. Pensó, “Todo…está cómo lo deje…caminé…toda la noche…pero llegué, y todo se ve hermoso con la luz matinal…” Abrió las puertas de las verjas y subió hacia la casa. Entonces vio flotar hacia él, ligeras vestiduras… Peyton dijo, “Ah…¡Mujer!” Era su esposa. Con el rostro fresco y dulce salía a recibirlo…diciendo, “¡Peyton. Peyton!”
     Ella se detuvo al pie de la escalera, con una sonrisa incomparable…Peyton dijo, “Amor mío…Mi amor…” Su sonrisa fue de júbilo inefable. Su actitud de una gracia y dignidad iniguales…Ella dijo, “Esposo mío...” Peyton le dijo, “¡Ah, cómo eres hermosa!” Peyton se lanzó hacia ella, con sus brazos abiertos, deseándola como nunca. Se imaginó que la besaba. Toda la felicidad del mundo estába a solo un paso. Solo faltaba un instante, y podrá estrecharla contra su pecho. 
     Pero en ese momento, cuando estába a punto de abrazar a toda aquella hermosura, sintió en la nuca un golpe que lo aturdió. Una luz blanca se encendió, a su alrededor, y lo envolvió…¡Y borró todo! Escuchó un ruido parecido al del estampido de un cañón. Y después, todo fue tinieblas y silencio. Sí…tinieblas y silencio. El capitán de las fuerzas federales se dijo a sí mismo, en su mente, “Todo ha terminado…¿Qué pensará un hombre en el momento de la muerte…? ¿Qué pensaré yo el día que llegue esa hora?” Peyton Farquhar estaba muerto. Yacía colgando del puente. Todo había terminado.  Con el cuello roto, su cuerpo se balanceaba suavemente de un lado a otro, entre las maderas del puente, sobre el río del Búho…
Tomado de Novelas Inmortales. Año X. No. 469. Noviembre 12 de 1986. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.      
       

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