jueves, 25 de febrero de 2016

Literatura Norteamericana el Periodo Revolucionario

     En la Segunda Mitad del Siglo XVIII, al crece la agitación por las diferencias económicas y políticas con Inglaterra, la producción literaria adquiere tono polémico.
     Aún en ese momento la exaltación religiosa subiste: John Adams (1735-1826), segundo presidente de los Estados Unidos, sostiene en su, Disertación Sobre los Cánones y la Ley Feudal, que aquellas leyes son instrumento del pasado y del tiranía, fuente de males que la Reforma protestante había tratado de desterrar; y que, al luchar contra Inglaterra, los patriotas se han comprometido en la misma campaña contra el error, tal como sus padres puritanos.”
     No menos apasionado, aunque en plano puramente político, es Thomas Paine (1737-1809), un sureño autor de folletos y gran orador: “¡Dénme la libertad o dénme la muerte!”
     La Declaración de la Independencia (1776), cuya prosa se debe en su mayor parte a Thomas Jefferson (1748-1826), es uno de los grandes monumentos de la historia y también de la literatura. Los principios que enuncia anticipan en quince años la Declaración de los Derechos del Hombre francesa y sus sonoras y significativas frases aún son modelo de oratoria política.
     Fue en esa época también cuando surgió la figura de Benjamín Franklin (1706-1790). Sus obras más conocidas son la Autobiografía y el Almanaque del Pobre Ricardo, importantes no tanto desde el punto de vista literario, sino porque fueron las primeras en presentar a sus contemporáneos europeos y a las generaciones futuras de norteamericanos el retrato de un yankee, sencillo y sagas, alegre y amistoso y, sobre todo, lleno de sentido común.
     Las cartas de Abigail Adams (1744-1818), esposa del segundo presidente de los Estados Unidos y madre del sexto, pintan un interesante cuadro de la vida en estos turbulentos años. Son notables por su fis observación y vivido estilo y también por una visión intima de los importantes sucesos políticos que tanto gravitaron en su vida personal.
Tomado de : Enciclopedia Autodidacta Quillet, Tomo I. Editorial Cumbre S.A. México 1977. Grolier. Pags. 477 y 478.                                                                       

miércoles, 24 de febrero de 2016

Literatura Norteamericana Periodo Colonial

     La literatura de las trece colonias, que después de una sangrienta guerra de independencia iban a convertirse, en 1783, en los Estados Unidos de América, tiende a emanciparse desde sus orígenes. Naturalmente, posee carácter colonial a causa de cierta torpeza provinciana con que a veces se cultivan el idioma y las formas literarias traídas de la madre patria. Sin embargo, las preocupaciones esenciales de los colonos, tan distintas de sus contemporáneos en la metrópolis, no tardaron en reflejarse en sus escritos. Y estos se diferenciaron cada vez más, tanto por su estilo como por su pensamiento, de la pulida sutileza y de la elegancia que caracterizaron la literatura inglésa de los siglos XVII y XVIII.
     Las descripciones geográficas que ayudaron en la colonización de las tierras vírgenes constituyeron la primera y la mas utilitaria forma de escribir. La más antigua de estas crónicas, y también la que aun goza de merecida fama, es la del capitán John Smith (1579-1631): Verdadera Relación de los Sucesos y Acontecimientos Ocurridos en Virginia, publicada en Londres en 1608. ¡Pero cuan distinto es el tono de estas obras de los emocionantes relatos llenos de maravillas y tesoros que nos dejaron los españoles y los portugueses de sus viajes de exploración más al sur!
     Aquí no hubo metales preciosos; la cultura indígena es de las más primitivas; el clima rudo y el inhóspito paisaje de las colonias norteñas (Nueva Inglaterra) alternaba entre tierras sembradas de rocas y oscuras colinas con bosques de pino. En 1685, William Penn, el fundador de Pennsylvania, resume con estas palabras sus consejos a gente dispuesta a inmigrar, “Sean moderados en sus anhelos; prepárense para el trabajo antes de la cosecha y para el gasto, antes de la ganancia.”
     Pero, excepto los plantadores de tabaco en el sur, la gran mayoría de los colonos no vino de América con miras de hacer fortuna sino en busca de libertad religiosa y, aunque en menor grado, para eludir persecuciones políticas.
     Desde los católicos en Maryland y los cuáqueros en Pennsylvania hasta los puritanos de las diversas sectas en Nueva Inglaterra, el objeto principal de esta gente era fundar una comunidad basada en el concepto particular que tuvieran de los designios de Dios para el hombre.
     Esta preocupación se refleja en los escritos de los colonos, y en ninguna parte más que en Nueva Inglaterra, donde la idea de levantar una nueva Jerusalén, fundada en los principios que aun hoy pudelen ser debatidos, exaltaba los ánimos y proporcionaba un tema estimulante.
     Dos figuras se destacan entre los primeros: Cotton Mather (1663-1728), quien en su, Magnalia Christ Americana, un vasto compendio de biografías y fragmentos históricos relativos a la iglesia de Nueva Inglaterra, escribe “en alabanza de la religión cristiana, que huye de las penurias de Europa hacia las playas americanas.”
     Jonathan Edwards (1703-1758), autor de Tratado Sobre Vocación Religiosa y Sermones, sostiene con sutileza las bases metafísicas del dogma puritano. Su agudeza psicológica y su estilo vigoroso iban a ejercer gran influencia sobre los escritores de las generaciones que siguieron: Emerson, Hawthorne, Melville.
     La novela, desde el punto de vista puritano, constituía un entretenimiento frívolo, pero la poesía se prestaba para servir a Dios, y la época dio algunos distinguidos poetas de inspiración religiosa: Edward Taylor (1644-1729) y Anne Bradstreet (1612-1672), autora de, La Décima Musa Recién Surgida en América, que se publicó en Londres en 1650.
     Esos escritores de Nueva Inglaterra, con sus especulaciones teológicas y metafísica, trataron de abrir con gran audacia nuevos senderos al pensamiento, pero continuaron empleando formas literarias ya pasadas de moda en Europa (el lenguaje de la Versión del Rey Jacobo, de la Biblia se iba a oír en esa región durante largo tiempo). Mientras tanto, los colonos del sur, cuyo espíritu era más conformista, especialmente en Virginia, siguieron dependiendo de Inglaterra para satisfacer sus gustos literarios y produjeron poca cosa, salvo unos divertidos comentarios sobre las anomalías del escenario colonial.
     Entre estos cronistas, el más interesante es William Byrd (1674-1774), cuyas encantadoras narraciones permanecieron sin publicarse hasta 1841 y que, al conocerse, le merecieron el apodo del “Pepys americano.” Sus observaciones con motivo de la fundación del primer poblado de Virginia contrastan vivamente con los relatos de sus contemporáneos puritanos: “…Jamestown, donde, como verdaderos ingleses, construyeron una iglesia, que no costo más de cincuenta libras, y una taberna, que costó quinientas.”   
Tomado de : Enciclopedia Autodidacta Quillet, Tomo I. Editorial Cumbre S.A. México 1977. Grolier. Pags. 477.                                                                    

lunes, 22 de febrero de 2016

Literatura inglesa el Siglo XX

     Después del esteticismo fin du Siécle, vuelven a resurgir cualidades literarias más vigorosas.
     Rudyard Kipling (1865-1936), llamado “el poeta del imperio,” escribe, Baladas del Cuartel, El Libro de las Selvas Vírgenes, Kim, etc. En todos estos poemas y narraciones ensalza el valor y el sentido de responsabilidad, y enaltece la misión del hombre blanco.
     G.K. Chesterton (1874-1936) escribe: El Hombre que Fue Jueves y, El Candor del Padre Brown. Aunque su genio es esencialmente humorístico, se erige un campeón de la ortodoxia y de los valores tradicionales, lo mismo que su amigo,
      Hilarie Belloc (1870-1953), autor de una Historia de Inglaterra, y de varias biografías.
      Herbert George Wells (1866-1948), es un autor fecundo, cuyas obras más conocidas son sus fantasías populares sobre temas científicos, y sus audaces teorías políticas y sociales: La Guerra de los Mundos.
      Joseph Conrad (1857-1924), aunque polaco de nacimiento, llega a ser un maestro de la prosa inglesa: Tifón, Lord Jim, El Negro del “Narciso,” Nostromo.
     Arnold Bennett (1867-1931) escribe vigorosos relatos sobre la clase media provinciana: Cuentos de Viejas.
     John Galsworthy (1867-1933), con más sensibilidad, describe los cambios que trae la vida moderna en el mundo de la alta burguesía, a través de un extenso ciclo novelesco, La Saga de los Forsyte.
     William Somerset Maughan (1874-1965) posee fina ironía y emplea técnica perfecta para sostener el interes de sus argumentos: Servidumbre Humana.
     Aunque el teatro es ampliamente dominado por Bernard Shaw, cuya producción es enorme y regular durante cerca de medio siglo, deben mencionarse las obras de Arthur Pinero (1855-1934), La Segunda Señora Tanqueray, y las de los novelistas Galsworthy, Bennett y Maughan.
     También hay que recordar a James Barrie (1860-1937) por su encantadora e inimitable combinación de fantasía, capricho y sentimentalismo, Peter Pan.   
     Cultivan con distinción las formas tradicionales de la poesía: Robert Bridges (1844-1930), Testamento de Belleza,
John Masefield (1878-1967), El Zorro Reynald, y Walter de la Mare (1873-1956).
     Thomas Hardy, después de abandonar la novela, expresa su profundo pesimismo en poesías de estilo elegiaco, escritas con sencillez y distinción.
     Las experiencias de la Primera Guerra Mundial, dan lugar a dos actitudes opuestas: el idealismo romántico de Rupert Brooke (1887-1915), y el amargo e intransigente realismo de Siegfried Sassoon (1886-1989), Contraatacante,
y de William Owen (1893-1918), Extraña Reunión.
     Entre los grandes libros de guerra, merece destacarse el de T. H. Lawrence (1888-1935), Los Siete Pilares de la Sabiduría , una narración más bien romántica, en excelente prosa, de sus campañas en el desierto arábigo.
     Después de la guerra, se siente la necesidad de formas nuevas, tanto como de nuevas ideas: la literatura mas importante de los años siguientes, será ampliamente experimental.
     James Joyce, ya citado, es el creador de las técnicas nuevas más prominentes de la novela, muchas de las cuales se usan también en la poesía .
     Explotadora sutil e imaginativa de nuevas regiones de la sensibilidad  y nuevos modos de expresión es Virginia Wolf (1882-1942): La Señora Dalloway, Hacia el Faro.
     Aunque emplea la estructura tradicional de la novela, David Hebert Lawrence (1885-1930), por sus preocupaciones sexuales y su gran franqueza, deja a la novela en libertad para que realice una intima discusión de los complejos freudianos.
     Por el contrario, la vaguedad, la descripción de una situación mediante unos cuantos detalles, registrados con precisión, aunque dejando indefinidas las partes esenciales, se convierte en una nueva técnica en manos de Katherine Mansfield (1888-1923): Bienaventuranza, Garden Party.
     Un procedimiento similar, pero empleando exclusivamente la forma dialogada, es el usado desde entonces brillantemente por Henry Green (1905-1973) y por Ivy Compton-Burnet (1884-1969).
     Desde luego, muchos novelistas de talento recurren a las formas tradicionales para expresar sus ideas.
     Los principales satíricos son: Aldoux  Huxley (1894-1963), Contrapunto, Un Mundo Feliz.
     Erick Linklater (1899-1974), Private Angelo.
     Evelyn Waugh (1903-1966) Nueva Visita a Brideshead, y, principalmente,
     George Orwell (1903-1950), Rebelión en la Granja, y, 1984.
     E. M. Forster (1879-1970) explora con gran comprensión una psicología extranjera en, Pasaje a la India.
     Charles Langbridge Morgan (1894-1958), La Fuente, es elegantemente platónico, y,
J. B. Priestley (1894-1984), en, Los Buenos Compañeros, vigorosamente picaresco,
     Robert von Ranke Graves (1895-1985), reconstruye la historia clásica a través de Yo, Claudio, y es también creador de poemas satíricos.
     Graham Greene (1904-1991), La Médula de la Cuestión, El Poder y la Gloria, escritor profundamente católico, trata de los diversos aspectos del pecado, y de la redención.
     En la poesía, tanto la rima como el ritmo son muy combatidos. Quien ejerce mayor influencia es Thomas Stearns Elliot (1888-1965), norteamericano naturalizado británico. Su Tierra Baldía, expresa la angustia del hombre moderno y la desilusión que sigue a la guerra, pero también señala a los siglos pasados como fuente de belleza y de los valores espirituales. El poema, que se publicó en 1992, tuvo gran resonancia. Aún más que el tema, llamó la atención su forma.
     El verso libre con estilo denso en que abundan las elipsis y alusiones eruditas, inició una nueva corriente de poesía “difícil” en la literatura inglesa. Tras su adhesión al anglicanismo, la poesía de Eliot adquiere gran hondura y refleja la influencia de Dante: Miércoles de Ceniza, y de los místicos españoles: Cuatro Cuartetos. En los ensayos críticos, igual que en sus versos, Eliot reconoce su deuda con las grandes literaturas del pasado, desde la Biblia hasta los simbolistas franceses, y contribuye a la revalorización de varios poetas ingleses del siglo XVII, al mismo tiempo que quita importancia a los románticos.
Gerard Manley Hopkins (1844-1889), jesuita, cuyos poemas publica en 1918 Robert Bridges, ejerce gradualmente notable influencia. Emplea la aliteración a la antigua manera anglosajona.
Alrededor del año treinta, aparece un grupo de jóvenes poetas a quienes se los llama a veces “nuevas firmas.” Se interesan, en general, por la filosofia marxista y desean recuperar la poesía para un público más amplio, mediante el empleo de imágenes actuales y del lenguaje de todos los días.
     El más distinguido del grupo es Wystan Hugh Auden (1907- 1973), que se naturaliza ciudadano norteamericano.
     Edith Sitwell (1887- 1964) es una poetisa independiente, ms bien esotérica, que alcanza estatura universal en sus poemas de la Segunda Guerra Mundial.
     Dylan Thomas (1914-1953) es un poeta lírico galés de gran exuberancia verbal, que se deleita en los detalles de la naturaleza y la humanidad, que él entrelaza con sus obsesionantes fantasías celticas: El Mundo en que Vivo.
     En cuanto al teatro, el acontecimiento más interesante es el regreso de la poesía a la escena. T. S. Eliot, con Asesinato en la Catedral, y más tarde con, Cocktail Party, y El Secretario Privado, señala el camino.
W. H. Auden y Christopher Isherwood (1904-1986), naturalizado norteamericano, son autores de, Ascenso de F.6.
     Christopher Fry (1907- 2005) escribe algunas obras en que la riqueza poética compensa la debilidad de la acción: Que No Quemen a las Damas, Lo Oscuro Está Bastante Claro.
En el periodo que sigue a la Segunda Guerra Mundial, debutan en la letras los escritores de la generación joven, algunos con brillantes y novedosas ideas. El hecho más notable de éstos años, o el más fácil de clasificar, fue la aparición de novelistas y dramaturgos, conocidos como los “jóvenes iracundos.”
     La mayoría de ellos repudia este apodo; en efecto, representan valores individuales muy distintos. Sin embargo, tienen rasgos comunes. Todos ellos se rebelan contra el desprendimiento altanero y refinamiento inútil de las clases superiores y sostienen los valores de la gente trabajadora, deleitándose con su vigor, vulgaridad, irreverencia y adaptabilidad.
     Estos sentimientos se expresan, a veces, con dramática intensidad, pero, más a menudo, dando rienda suelta a un bullicioso humor; los encontramos en las divertidas novelas Kingsley Amis (1922-1995), Jim el Afortunado, Me Gusta Aquí, Toma Una Chica Como Tú,
en las de John Wain (1925-1995), Apresúrate a Bajar,
o de Alan Sillitoe (1928-2010), Sábado en la Noche y Domingo en la Mañana,
así como en la comedia de John Osborne (1929-1994), Recuerda con Ira, que contiene una acerba critica a la estructura social británica.
     Otros escritores estuvieron influidos en forma más directa por las corrientes literarias de la posguerra en el resto de Europa. Samuel Becket (1907-1989) es un poeta, dramaturgo y novelista de origen irlandés que vive en París y escribe en ingles o francés. Sus obras están llenas de obsesionante angustia y experimentos estilísticos que dejan a uno perplejo.  
     La influencia nihilista y reminiscencias del teatro de Jarry y de Ionesco se evidencian en su comedia Esperando a Godot, así como en las de Harold Pinter (1930-2008) La Fiesta de Cumpleaños, y El Cuidador. Ambos autores caen en el pecado de moda en el teatro actual: el exceso de dialogo y de la dialéctica; sin embargo, Pinter sabe proporcionar una buena diversión con un mínimo de acción.
     Lawrence Durrel (1912-1990) escribe prosa fina, menos experimental. Logro gran éxito con el cuarteto de  novelas que se publicaron en español con el título, Cuarteto de Alejandría y que se describen como “un intento de dar forma artística al principio científico de la relatividad.”
     El pensamiento de Kafka y Sartre se refleja en la originales e irónicas novelas de Iris Murdoch (1919-1999), Cabeza Degollada, El Rojo y el Verde, así como en la breve alegoría, El Rey de las Moscas, de William Golding (1911-1993), en la que aún los niños contemplan con desilusión la naturaleza humana.
     A lo largo del siglo el arte de la biografía y de la autobiografía goza de gran popularidad.
     La nueva actitud hacia la biografía se debe en gran parte a Lytton Strachey (1880-1932), quien en su biografía de la reina Victoria trata el tema con satírica irreverencia, logrando gracia en el retrato con muchos detalles íntimos y chispeantes.
     Otro maestro del género es Philip Guedalla (1889-1945), El Duque, Los Cien Años. La generación anterior y la Primera Guerra Mundial están descritas por Siegfried Sasoon, el poeta, en Recuerdos del Cazador de Zorros.
     La más famosa autobiografía de la época, las Memorias de la Guerra, de Winston Churchil (1874-1965), abarca un copioso relato escrito en su inimitable prosa victoriana. También escribe una biografía de su antepasado, Marlborough.
     Otro distinguido narrador de la vida contemporánea, más personal que el anterior, es sir Osbert Sitwell (1892-1969), La Mano Izquierda es la Que Sueña, Risas en el Cuarto Contiguo.    
       Tomado de : Enciclopedia Autodidacta Quillet, Tomo I. Editorial Cumbre S.A. México 1977. Grolier. Pags. 475 y 476.