Stendhal, un veterano de varias campañas napoleónicas, quien fue uno de los sobrevivientes de la retirada de Moscú en 1812, describe ésta famosa batalla como un asunto caótico: los soldados galopan en un sentido, y luego en otro, mientras las balas aran los campos a su alrededor. Fabricio se une brevemente a la guardia del mariscal de campo, Ney, y así se encuentra al azar con el hombre que puede ser su padre; éste comanda el caballo de Fabricio. Fabricio dispara a un soldado de caballería prusiano, mientras él y su regimiento huyen, y tiene suerte de sobrevivir con una herida grave en la pierna, infligida por un soldado de caballería francés en retirada. Finalmente regresa al castillo de su familia, herido, roto y todavía preguntándose, "¿Realmente estaba yo en la batalla?" Fabricio se ve rápidamente obligado a huir de su casa, ya que su hermano mayor, enfermizo y aburrido, lo denuncia, como traidor a Italia. Hacia el final de la novela, sus esfuerzos, tal como son, llevan a la gente a decir que fue uno de los capitanes, o coroneles, más valientes de Napoleón. La novela ahora divide su atención entre él y su tía Gina, la hermana de su padre. Gina conoce y se hace amiga del primer ministro de Parma, el conde Mosca. El Conde Mosca propone que Gina se cáse con un anciano adinerado, el Duque Sanseverina, que estará fuera del país por muchos años como embajador, para que ella y el Conde Mosca puedan ser amantes mientras vivan bajo las reglas sociales de la época. Gina responde: "¿Pero te das cuenta de que lo que estás sugiriendo es completamente inmoral?" Sin embargo, ella está de acuerdo, y unos meses después, Gina es la nueva eminencia social en la élite aristocrática bastante pequeña de Parma. Sin embargo, Gina, ahora duquesa Sanseverina, ha tenido sentimientos muy cálidos por su sobrino, desde que regresó de Francia. Dado que unirse a Napoleón era oficialmente ilegal, ella y el conde Mosca intentan planificar una rehabilitación exitosa para el joven. El plan del conde Mosca, es que Fabricio vaya al seminario en Nápoles, con la idea de que cuando se gradúe, venga a Parma, y se convierta en una figura importante en la jerarquía religiosa y, finalmente, en el arzobispo, ya que el actual titular del cargo, es mayor de edad. El hecho de que Fabricio no tenga ningún interés en la religión, o el celibato, no importa para éste plan. Fabricio acepta a regañadientes, y se va a Nápoles.
El libro luego describe con gran detalle, cómo Gina y el Conde Mosca, viven y operan en la corte del Príncipe de Parma, llamado Ranuce-Erneste IV. Stendhal, quien pasó décadas como diplomático profesional en el norte de Italia, ofrece un relato animado e interesante de la corte, aunque todo lo que describe es completamente ficticio, ya que Parma fue gobernada por Marie Louise, duquesa de Parma durante la época de la novela. Marie Louise fue la segunda esposa de Napoleón. Después de varios años en la escuela de teología, en Nápoles, durante los cuales tiene muchos asuntos con mujeres locales, Fabricio regresa a Parma. Fabricio temía no poder enamorarse nunca, y se sorprende cuando desarrolla sentimientos románticos hacia su tía, Gina; el narrador omnisciente nos dice que ambos comparten los mismos sentimientos, aunque los personajes nunca lo discuten. Sin embargo, Fabricio se involucra con una joven actriz, cuyo manager / amante, se ofende, e intenta matar a Fabricio. En la pelea resultante, Fabricio mata al hombre, y huye de Parma hacia Bolonia, temiendo correctamente, que los tribunales no lo traten con justicia. Después de regresar a Parma subrepticiamente, Fabricio regresa a Bolonia, pasando mucho tiempo tratando de entablar una relación con una atractiva soprano: Fausta. Mientras tanto, el poder judicial lo ha declarado culpable del asesinato. Angustiada por estos acontecimientos, que indican que Fabricio puede ser ejecutado, Gina acude al príncipe para suplicar por la vida de Fabricio, y le dice que dejará Parma, si él no lo salva. Si bien el Príncipe está alienado por la dignidad e independencia de Gina, teme que su corte se vuelva aburrida sin ella, y que ella hable mal de su dominio cuando se vaya. Así el príncipe comunica su voluntad de liberar a Fabricio, y cede a la demanda de Gina, de que firme una nota para liberarlo. Sin embargo el Conde, ya sea por celos o, en un esfuerzo por ser diplomático, omite la frase crucial: "este procedimiento injusto no tendrá más efecto". A la mañana siguiente, el príncipe se confabúla para encarcelar a Fabricio durante doce años, firmando una orden con una fecha anterior a la nota que pretendía liberarlo.
Durante los próximos nueve meses, Gina planea liberar a Fabricio, y logra que le envíen mensajes secretos en la torre, en parte por medio de una línea de semáforo improvisada. El Príncipe sigue difundiendo rumores de que Fabricio será ejecutado, como una forma de presionar a Gina. Mientras tanto, Fabricio no se da cuenta de su peligro, y vive feliz porque se ha enamorado de la hija del comandante: Clélia Conti, a quien Fabricio puede ver desde la ventana de su prisión, mientras ella cuida sus pájaros enjaulados. Ambos se enamoran, y después de un tiempo, él la convence de que se comunique con él, mediante letras del alfabeto impresas en hojas arrancadas de un libro. El feliz Fabricio se resiste a los planes de Gina para para que escápe, y abandóne la prisión. Pero Gina finalmente lo persuade, y hace que Clélia le pase de contrabando tres largas cuerdas. Lo único que le preocupa a Fabricio, es si podrá encontrarse con Clélia, después de que se escápe. Pero Clélia, que tiene sentimientos de culpa, porque el complot consistió en darle láudano a su padre, que ella percibió como veneno, le promete a la Virgen que nunca volverá a ver a Fabricio, y hará todo lo que su padre diga. Gina pone en marcha un plan para asesinar al príncipe de Parma. Esta trama es protagonizada por un poeta / bandido / asesino, llamado Ferrante, quien se ha enamorado de Gina, y no es correspondido. El Conde Mosca permanece en Parma, y cuando el Príncipe muere, (está fuertemente implícito que fue envenenado por Ferrante), el conde reprime una revuelta de algunos revolucionarios locales, e instala al hijo del recién fallecido Príncipe, en el trono. El nuevo príncipe, con solo 21 años, se enamora de Gina. Cuando las acusaciones del fiscal se acercan a la verdad, detrás del levantamiento, Gina persuade al nuevo Príncipe de quemar los documentos. El conde Mosca, comprometido con la instalación de Fabricio como vicario general, persuade a Gina y Fabricio, de que Fabricio regrese voluntariamente y se entrége para ser absuelto. Así, Fabricio se entréga, pero en lugar de ir a la cárcel de la ciudad, Fabricio regresa voluntariamente a la Torre de Farnesio, para estar cerca de Clelia. Buscando venganza, el general Conti intenta envenenar a Fabricio, pero Clelia le impide comer la comida envenenada. Una angustiada Gina, busca la intervención del nuevo Príncipe para que transfieran a Fabricio a otra prisión. El nuevo principe acepta, pero con la condición de que ella se entregue a él. Gina se lo promete y acepta. Después de tres meses, el príncipe le propone matrimonio a Gina, pero es rechazado. Gina se somete a sus demandas físicas, y se marcha inmediatamente después. Gina nunca regresa, pero se casa con el Conde Mosca. Por su parte, Clélia se casa con el rico marqués que su padre había elegido para ella, y Clelia y Fabricio viven infelices.
Una vez absuelto, Fabricio asume sus deberes como, Vicario General en la Iglesia Católica, y sus sermones se convierten en la comidilla de la ciudad. La única razón por la que da estos sermones, dice Fabricio, es con la esperanza de que Clélia vaya a uno, y le permita verla y hablar con ella. Después de catorce meses de sufrimiento de ambos, ella accede a reunirse con él todas las noches, con la condición de que sea en la oscuridad, no sea que rompa su promesa a la Virgen, de no volver a verlo nunca más, y ambos sean castigados por su pecado. Un año después, Cleila da a luz al hijo de Fabricio. Cuando el niño tiene dos años, Fabricio insiste en que desde ahora, él debe cuidarlo en el futuro, porque se siente solo, y además, le preocupa que su propio hijo no lo quiera en el futuro. El plan que Fabricio y Clélia idean, es fingir la enfermedad y la muerte del niño, para con su padre legal, y luego colocarlo en secreto, en una gran casa cercana, donde Fabricio y Clélia podrán ir a verlo todos los días. Después de varios meses, el niño realmente muere, y Clélia muere unos meses después. Después de su muerte, Fabricio se retira a la Cartuja de Parma, un monasterio cartujo, donde pasa menos de un año antes de morir. Gina, ahora la condesa Mosca, quien siempre había amado a Fabricio, muere poco tiempo después. La novela termina con el epíteto, "A los felices pocos".
Con
frecuencia se hace referencia a los personajes de la novela solo por su título
de nobleza y, a veces, por su apellido. Además, en ambos casos, los nombres cambian durante el curso
de la novela debido a los matrimonios y la adquisición de títulos.
Los del
Dongos
• Fabricio (también conocido como Fabrizio) del Dongo, segundo hijo del Marchese del Dongo
del castillo Grianta, en el lago de Como, en el reino lombardo-veneciano.
Posteriormente Fabricio es denominado Monseñor. Asume varios alias, y utiliza pasaportes
falsos, entre ellos Vasi (un comerciante de barómetros), Boulot (un húsar
francés fallecido), Giletti, y Giuseppe Bossi.
• Marchesa
del Dongo, es la madre de Fabricio, conocida como la Marchesa.
• Marchese
del Dongo, es padre de Fabricio, figura fría y reaccionaria.
• Contessa Gina Pietranera, tía de Fabricio, y su benefactora de toda la vida, conocida como la Contessa, y más tarde como la Duchessa Sanseverina (Sanseverina-Taxis) o simplemente la Duchessa.
• Príncipe
Ranuccio-Ernesto IV, el gobernante de Parma, conocido como el Príncipe.
• Príncipe
Ernesto V, hijo y sucesor de Ernesto IV, también conocido como el Príncipe.
• Princesa
de Parma, Clara-Paolina, esposa de Ernesto IV y madre de Ernesto V, referida
como la Princesa.
• Conde
Mosca, a menudo conocido como el Conde, Primer Ministro de Parma, Ministro de
Policía y varios otros títulos, amante de Gina desde hace mucho tiempo.
• General, Fabio Conti, gobernador de la ciudadela y prisión de Parma.
• Fiscal
General, Rassi, conocido como Fiscal Rassi o Presidente del Tribunal Supremo, un
político incompetente y reaccionario, "un hombre sin honor y sin
humor".
• Marchesa
Raversi, conocida como Raversi, oponente de Conte Mosca, y cómplice de Rassi,
"una intrigante consumada"
• Padre
Landriani, arzobispo de Parma.
Amantes, amigos
y enemigos de Fabricio.
• Marietta, actriz cómica, primer amante de Fabricio.
• Giletti, actor cómico viajero, amante abusivo de
Marietta, asesinado por Fabricio.
• Fausta, una volátil cantante de ópera, amante de
Fabricio.
• Clelia Conti, hija del general Fabio Conti, el último
y más verdadero amor de Fabricio.
• Marchese Crescenzi, un rico aristócrata comprometido con Clelia.
• Ferrante Palla, un poeta genio, revolucionario y quizás loco, que vive en una pobreza autoimpuesta. Un aliado de Gina con quien está cautivado.
• Priore Blanès, párroco de Grianta y astrólogo, el
primer mentor de Fabricio que hizo predicciones sobre la vida de Fabricio.
• Ludovico, sirviente y amigo de toda la vida de Fabricio.
Paul Morand indica, en la presentación de, La Cartuja de Parma, en la colección, Pocket Book, el motivo de la elección de esta ciudad. Stendhal lo explica en una respuesta a Balzac: "eligí Parma porque en 1838, éste pequeño gran ducado, era el menos peligroso de todos los cuadros, para una acción que tuvo lugar en Italia". Stendhal eligió Parma debido al contexto político específico del Ducado de Parma y Piacenza.
Parma estuvo entonces, y durante bastante tiempo, bajo la regencia de Marie-Louise d'Autriche (r. 1814-1847), hija de François II, y segunda esposa de Napoleón I, a quien Stendhal apodó, "una mujer pobre", que debe regresar a la Casa de Borbón-Parme a su muerte. En consecuencia, el ducado ya no es un elemento de rivalidad, entre las grandes potencias, y goza de cierta autonomía. Sin embargo, Marie-Louise tiene dificultades para contener los impulsos revolucionarios que se manifiestan en su ciudad, lo que debilita su autoridad interna y diplomática. Stendhal visitó la ciudad que consideró, "bastante plana" en varias ocasiones. La novela es en gran parte imaginaria, primero en términos de personajes, así como de escenarios, donde se presenta una ciudadela con una inmensa torre Farnesio. Así, en la novela, Parma no está gobernada por Marie Louise de Habsbourg-Lorraine, sino por un personaje: Ernest-Ranuce IV Farnesio, que además nunca existió. La última de los Farnesio, se casó con el rey Felipe V, a principios del siglo XVIII. Según la opinión generalizada, El final de la obra, considerado expedito, incluso arbitrario, sería una falla en la novela, que además fue escrita, o más exactamente dictada, en apenas siete semanas. Los últimos amores de Clélia y Fabricio, carecerían de credibilidad. Este defecto es indudablemente característico de Stendhal, que experimenta dificultades para terminar sus obras. Otras dificultades y errores también se pueden encontrar, entre otras de sus novelas, en el Rojo y el Negro. Sin embargo, el protagonista de su novela muere en una proposición relativa, una actuación literaria que, para muchos, bordea la genialidad de Stendhal, y que jugaría gran parte, en lo que se considera la modernidad de la Cartuja. La mayor característica de, La Chartreuse, para algunos, es poner la aventura, omnipresente en esta novela de acción, al servicio de un ideal poético y literario.Si bien en algunos aspectos es un, "thriller romántico", entretejido con intrigas y aventuras, la novela también es una exploración de la naturaleza humana, la psicología y la política de la corte. La novela se cita como un ejemplo temprano de realismo, cuyo estilo está en marcado contraste con el estilo romántico popular de la época, mientras Stendhal escribía. Muchos autores la consideran una obra verdaderamente revolucionaria; Honoré de Balzac, la consideró la novela más significativa de su tiempo, Tolstoi, estuvo fuertemente influenciado por el tratamiento de Stendhal, de, la Batalla de Waterloo, en su descripción de la Batalla de Borodino, formando una parte central de su novela, Guerra y Paz. André Gide, la describió como la mejor de todas las novelas francesas, mientras que Henry James la clasificó como, "entre la docena de mejores novelas que poseemos". (Wikipedia en Ingles y Frances.)
de Stendhal
Aquella mañana de 1825, los guardias de la fortaleza de Parma, conducían al interior a un joven prisionero. Un soldado guardián de la puerta de la entrada dijo, “Se ha tardado en salir el magistrado…” Uno de los soldados que llevaba al preso dijo, “Por la importancia del preso, talvez saldrá con el gobernador.” El otro guardia dijo, “Ya vienen. Escúcho ruido tras el portón.” Dentro de la fortaleza, el coche del gobernador de Parma, Don Fabio Conti, detuvo su marcha para dar paso al prisionero. Se escuchó la voz de un soldado decir, “¡Vamos adentro!” Cuando el detenido llegó, hasta donde se encontraba el gobernador, el señor Conti dijo, “Pronto, ¡cierren las puertas de la fortaleza!” Uno de los soldados dijo, contrariado, “¿Qué ordena, Señor Conti?”
El señor Conti se dirigió a una hermosa joven dentro del carruaje, y le dijo, “Tendrás que aguardarme un poco, hija. Debo ver que se levánte el acta de entrega de éste importante prisionero.” Al llegar al edificio, un soldado recibió al gobernador, y dijo, “Gobernador Conti, le aguarda en su despacho el ministro de Castelnovo, que es quien ha traído a Parma al detenido.” El gobernador dijo, “¡Llévenlo mientras tanto al sótano de la torre de Farnesio!” De los tres soldados que custodiaban al prisionero, uno de ellos dijo, “Tendremos que cargarlo, está totalmente entumido por las cadenas.” Mientras tanto, en el interior del coche del Gobernador, su hermosa hija, Clelia, había logrado reconocer al preso. “¡Pero si es el señor Fabricio del Dongo!” El joven también identificaría a la bella y frágil jovencita. “¡Es la hija de Don Fabio Conti!” El reo se resistió a ser levantado, y para sorpresa de todos, se dirigió a Cleila Conti. “Señorita, tengo la idea de que, en otra ocasión, cerca de un lago, tuve el honor de encontrarme con usted y con su padre.” Los guardias actuaron con rapidez, debido al temor de que volviera hasta ahí el gobernador, que era un hombre cruel y déspota, y se lo llevaron. Cleila pensó, “¡Dios mío, qué vil comportamiento he tenido con ese joven de noble abolengo!”Cleila continuó pensando, “¿Habrá pensado que no contesté a sus palabras, porque él es un preso, y yo la hija del gobernador; pero fue mi asómbro de verle así, lo que me impidió hablarle. Lo que envilece más aún mi proceder, es el hecho de que cuando lo conocí, mi padre y yo íbamos presos por unos guardias, y él y su familia nos brindaron ayuda…¡Oh!”La joven siguió recordando, “Eso fue hace cuatro años en Milán, cuando nos apresaron por no llevar los pasaportes en orden. Un joven se acercó hasta el sargento de los guardias con gesto decidido. Su presencia emanaba una gran personalidad. El joven dijo, ‘El pesado sol sin duda molesta a la señorita, y usted soldado, le permitirá subir a mi carruaje.’ Pero mi padre le contestó, ‘¡Mi hija no subirá jamás a un coche que no le pertenece!’ Entonces el joven dijo, ‘Señor, no es posible que permita que su hija sea torturada de ese modo…’ Mi padre dijo, ‘¿Quién es usted que se atreve a hablar así, al general Fabio Conti, chambelán del príncipe de Parma?’ Entonces una hermosa dama asomó por la ventanilla del carruaje, y dijo, ‘Es mi hijo Fabricio, hijo del marques Ascanio del Dongo.’ Fabricio del Dongo dio unas monedas al sargento, y sin hacer caso a las protestas de mi padre, me hizo subir a su coche, diciéndome, ‘En el interior se encuentra mi madre, y mi tía, la condesa, Gina Pietranera, no desconfíe.’ En el interior estaba su tía, una mujer bellísima que me miró con piedad, y dijo, ‘Usted es sin duda Clelia Conti…’ Yo le dije, ‘Sí, nos dirigíamos a Parma, cuando nos detuvieron.’ Ella me dijo, ‘Pues su padre no tiene un buen corazón, como hemos podido apreciar. Yo soy Gina del Dongo, viuda de Pietranera.’ Entonces Fabricio me dijo, ‘Talvez algún día iré a conocer los hermosos cuadros de Parma. ¿Se dignará usted, a acordarse de mi nombre?’ Yo le dije, ‘Es seguro, señor del Dongo.’”
Cerca de una hora, Cleila estuvo en espera de su padre, y pensó, “¿Qué delito pudo haber cometido éste joven? Había tenido noticias de que estaba dedicado al estudio eclesiástico. Cuanta nobleza encierra su corazón, y cuanta infamia el mío. Ahora entiendo porque la condesa Sanseverina ha llegado a amarlo.” Entonces llegó su padre y dijo, “¡Ya podemos irnos! Por fin hemos apresado al famoso Fabricio del Dongo.” Cleila le dijo, “Ignoraba que se le buscára por algún delito.” El gobernador le dijo, “Tu necesidad por permanecer encerrada en casa, no te ha permitido enterarte que desde hace meses, toda Parma no ha hecho otra cosa que hablar de ese joven.”
Cleila Conti, a sus 18 años de edad, era considerada como una joven noble y virtuosa, que detestaba la vida en sociedad. Su aislamiento era tal, que ella misma parecía una prisionera dentro de la fortaleza de la ciudad. En tanto, en el palacio de la duquesa Sanseverina, una mujer dialogaba, “Antes de la reunión de ésta noche en casa del conde Zurla, visitaré a la princesa.” La hermosa dama que no era otra que Gina Pietranera, ahora viuda del duque Sanseverina, hablaba con el ministro y favorito de Ranuncio Ernesto IV, príncipe de Parma, el conde Mosca. La mujer dijo, “No descansaré hasta conseguir que se deje de perseguir a mi sobrino.” El conde Mosca dijo, “La carta del perdón que el príncipe accedió concederte, es suficiente para que Fabricio, tu amado sobrino, quede libre de cualquier riesgo.” El conde Mosca, vivía solo para servir al príncipe y amar a la hermosa Gina, la duquesa Sanseverina, y dijo, “Reconozco que cometí un error al omitir la palabra, ‘proceso injusto’ en esa carta que firmó con tanto placer nuestro amado príncipe.” La viuda duquesa dijo, “Es que tú me amarás mucho, pero no podrás nunca quitarte jamás tu servilismo hacia el soberano.” El conde Mosca dijo, “Gina, yo solo quise evitar una negativa del príncipe…” Gina dijo, “Fabricio puede perderse por esa palabra…mi alma no será feliz si algo le sucede.”
Más tarde en un salón del palacio del príncipe Ranuncio Ernesto IV, Gina pensaba, “Deberé hacer uso de la influencia que tengo sobre la princesa, Clara Paolina, para ayudar a mi amado sobrino.” Cuando, por fin apareció la princesa, Gina la recibió, diciendo, “Señora...” La princesa le dijo, “Le tengo malas noticias, duquesa…” La princesa continuó, “Hace poco vino el gobernador a hablar con mi esposo, para darle parte de algo terrible para usted.” La duquesa Gina dijo, “¿Se trata de mi sobrino?” La princesa dijo, “Fue hecho prisionero en Castelnuovo, y luego traído a la fortaleza de Parma.” La duquesa exclamó, “¡Dios mío!” Entonces, la duquesa preguntó, “¿Cuál ha sido la voluntad de su alteza?” La princesa dijo, “Sus palabras han sido: ‘Prisión’; pero su mirada ha dicho, muerte.” La duquesa exclamó, “¡La muerte, Dios santo!¡Ooh..!” La princesa dijo, “Trate de calmarse, duquesa Severina.” Gina dijo, “Gracias alteza, le estaré eternamente agradecida por la información que acaba de proporcionarme.” La princesa dijo, “Si su sobrino es inocente del homicidio del que se le acusa, se hará justicia." Gina dijo, “¡Por supuesto que Fabricio del Dongo es inocente." Gina salió del palacio ciega por las lágrimas, y mientras se dirigía a su carruaje, pensó, “Moveré cielo y tierra para liberar a mi sobrino. Ahora no podre abandonar la corte de Parma…no puedo dejar a Fabricio a merced de sus enemigos.”
Fabricio del Dongo estaba acusado de homicidio, y por esa razón había sido conducido a Parma, donde se había cometido el crimen. Sin embargo, su tía Gina, duquesa Sanseverina, por su hermosura y alegría desde su llegada a Parma, se había convertido en la dama más sobresaliente de la corte, y gozaba de la amistad de los príncipes. Al día siguiente, en la fortaleza de Parma, un hombre decía, “Aquí quedara bien resguardado el preso. Y evitaremos cualquier intento de huida.” El general y a la vez gobernador, Fabio Conti, daba instrucciones a los carceleros, en el interior de la torre de Farnesio: “La duquesa Sanseverina gastará miles de escudos por intentar burlarse de mí. ¡Pero hay de ustedes si aceptan ayudarle!” Fabricio del Dongo había sido encerrado en una de las mazmorras de aquella torre, y pensaba, “Bien, éste será mi hogar por quien sabe cuánto tiempo. Durante meses temí el encierro, y ahora que estoy aquí, no siento ya tanto miedo.” Fabricio había sido desde pequeño el consentido de su madre, la marquesa del Dongo; en tanto que Ascanio, su hermano mayor, había sido el preferido de su padre, el marqués. En su adolescencia Fabricio había partido a buscar actividad bélica, y sin saberlo el mismo, había tomado parte en las filas napoleónicas, en la derrota de Waterloo. Sin embargo, a su regreso a su natal Milán, su hermano lo había acusado de traidor, y Fabricio fue a refugiarte con su tía Gina, que acababa de enviudar en Parma. La duquesa lo envió a Castelnovo a estudiar para convertirse en clérigo. Pero la inmadurez del joven, lo hizo cometer un absurdo crimen. Fabricio en el fondo, era un ser humano noble, y pensaba, “Al menos con mi encierro libraré de mi presencia a la sociedad, y no seré un pésimo sacerdote.”
Tiempo después, un guardia llegaba con un perro a la celda y decía, “¿Cómo pasó la noche? Señor.” Fabricio dijo, “En compañía de ratas.” El celador le dijo, “No se preocupe. Mi pero Fox dará cuenta de ellas.” A continuación, el celador abrió la puerta de la celda y Fabricio dijo, “¡Vamos amigo! Entra a mi morada que lograrás darte un gran banquete ratonil.” El perro hizo rápida amistad con el prisionero. Mientras lo acariciaba, Fabricio pensó, “Si alguna vez éste animal me ve salir, o saltar un muro, no ladrará.” Enseguida, Fabricio se dirigió al celador y le dijo, “¿Cómo te llamas?” El celador dijo, “Grillo, para servirle excelencia, en todo cuanto el reglamento lo permita.” El celador agregó, “Yo estoy seguro de que un personaje como usted, debe ser inocente de lo que se le acusa.” Pero Fabricio le dijo, “Te equivocas, amigo.” Fabricio comenzó su narración, “Hace unos seis meses, un tal Giletti quiso asesinarme en medio de una carretera. Me defendí, y le dí muerte. Arrepentido y sin pensar que ahí dejaba herido a un hombre, decidí alejarme del lugar. Subía la carroza y dije, ‘¡Pronto, cochero!¡Tenemos que desaparecer de aquí!’ Al subir a la carroza, el llanto hizo presa de la joven por la cual el tal Giletti me había atacado por haber preferido mi compañía. La joven exclamó, ‘¡Ayyy, has matado a quien fue por mucho tiempo mi protector!’ Yo le dije, ‘¿Te has arrepentido de seguir a mi lado, Marietta?’ Marietta me dijo, ‘No, Fabricio. ¡A ti te ámo!’ Tras una pausa, Marietta agregó, ‘Pero no por eso deja de dolerme lo que acabas de hacer. ¡Giletti fue muy bueno conmigo!’ Yo le dije, ‘¡Basta de lágrmas! Te pones fea!’” Fabricio regresó de su narración y dijo al celador, “Hace unos días, volví a Castelnovo, confiando en mi buena suerte y convenientemente disfrazado…pero fui apresado.”
Una semana después, dos hombres llegaron a la celda de Fabricio, y uno de ellos dijo, “¿Ha terminado de comer, excelencia?” Fabricio les dijo, “Sí, pero, ¿Han podido conseguir el vino que les encargue?” El celador dijo, “No, y además, se nos ha prohibido hacer platica con usted.” Fabricio dijo, “Pero eso no impedirá que me consigan la deliciosa bebida, necesaria para una buena digestión.” El celador le dijo, “Lo mas que podre conseguirle es un libro de oraciones.” Cuando los celadores se fueron, Fabricio pensó, “Después de todo, no me ha resultado tan terrible encontrarme en prisión. Aquí estoy cerca de mi más bello ángel.” Poco mas tarde el carcelero, Grillo, y su carpintero, llegaron hasta el calabozo de Fabricio del Dongo, junto con el perro. Entonces, el carcelero le dijo a Fabricio, “Éste señor cubrirá la ventana con una tabla, ya que ésta celda está inconclusa.” Fabricio le dijo, “¿Así que me veré privado de la vista tan sublime que tengo a través de la ventana?” El celador le dijo, “Sí, excelencia. Todas las ventanas de la torre están cubiertas con pantallas.” El carpintero comenzó a trabajar, y Fabricio le dijo, “¿Y tampoco podre volver a ver los pajaritos que hay en la terraza de la casa, que está frente a esta torre.” El carpintero le dijo, “Es la casa del gobernador, Fabio Conti.” El celador agregó, “Los pajaritos son de la señorita Cleila, la hija del señor Conti. Lamentablemente desaparecerán de su vista...” El carpintero agregó, “Se cubren las ventanas por la moral…para que aumente la saludable tristeza del detenido y sienta en su alma el deseo decorregirse.” Fabricio dijo, “Una señorita tan fina y delicada como lo es Cleila Conti… ¿Atiende personalmente sus pajarillos?” Enseguida, el carpintero preguntó, “¿La conoce usted personalmente?” Fabricio le dijo, “He tenido el honor de encontrarle personalmente en esta corte.” El carpintero le dijo, “La señorita se pasa la vida con sus aves…es una joven que prefiere la soledad que el bullicio de la corte.” Tras una pausa, el carpintero agregó, “Tiene suerte, excelencia. Ésta madera no servirá para la pantalla…tendré que volver mañana, y hoy todavía podrá mirar desde aquí los Alpes y el curso de Po.” A continuación, para despedirse el carpintero se incó frente a Fabricio, quien dijo, “¿Qué haces, buen hombre?” El carpintero le dijo, “Permítame postrarme a sus pies antes de retirarme, excelencia.” Fabricio lo tomó de su mano y le dijo, “No lo merezco, soy el más pecador de los mortales, y bien han hecho con encerrarme.” El carpintero le dijo, “No diga eso, excelencia, usted saldrá libre pronto.” Enseguida, el celador dijo, “Calla, que si te oyen los demás carceleros, te acusarán con el gobernador por hablar con el prisionero.”
Al quedar nuevamente solo, Fabricio se acercó a la ventana, pensando, “Aprovecharé el tiempo que queda para ver el exterior.” Tras una pausa, Fabricio pensó, “¡Dios mío, Cleila se encuentra en la terraza de su casa!” En efecto, la bella jovencita atendía en esos momentos a sus numerosos pajarillos. Fabricio pensó, “¡Cómo haré para llamar su atención? Preciso hacerle notar mi presencia…” Por su parte, Cleila sentía una extraña inquietud… y pensaba, “Siento como si alguien me estuviera observando.” Al levantar la vista hacia la torre, Cleila pensó, “¡E-Es Fabricio del Dongo!” Tras una pausa, Cleila pensó, “¡Qué feliz seria la duquesa si por un instante pudiera verlo como lo estoy haciendo!” Apenada por sus pensamientos, la joven se retiró de la terraza. Fabricio permaneció pegado a la ventana durante todo el día, pensando, “¡Dios mío, que vuelva a aparecer ese ángel!” Al anochecer, Fabricio interactuó con el celador, y le dijo, “¿Qué te pasa, Grillo? Te nóto enojado.” El celador le dijo, “Es que el gobernador ha dado la orden de no dejarme salir de la torre, más que un solo día a la semana.” Tras una pausa, el celador agregó, “Usted debe ser un gran culpable, pues por su causa, la fortaleza está toda revuelta.” Fabricio le dijo, “Lo soy. Pero maté por defender mi propia vida.” El celador dijo, “El dinero que ha dado la duquesa Sanseverina para ayudarle, solo ha servido para expulsar a tres de nosotros.” Fabricio dijo, “Mi pobre tía…”
Al mediodía siguiente, Cleila salió a la terraza y al mirar hacia la torre de la fortaleza pensó, “¡Oh, no…esto es terrible! ¡Han tapado su ventanuco!” Cleila pensó, “Pobre hombre…¡Toda la ciudad habla de su próxima ejecución!” La joven abandonó inmediatamente la terraza, olvidando por completo la atención a sus pájaros, pensando, “Su principal culpa es la de formar parte de quienes están en contra de mi padre, que aspira a ser el favorito del príncipe. Mañana mismo podría ser el fatal día. Con el monstruo que nos gobierna todo se puede esperar. Se dice que la duquesa Sanseverina está desesperada. ¡Yo en tu lugar apuñalaría al príncipe, como la heroica Carlota Corday.”
Entretanto, en el interior de la celda de Fabricio, éste pensaba, “No puedo dejar de pensar en la mirada de dulce conmiseración que Cleila dejó caer sobre mí, cuando era conducido al interior de la fortaleza.” Enseguida, Fabricio miró su reloj de bolsillo, y pensó, “He oído decir que con paciencia, un resorte de reloj mellado puede cortar madera y hasta fierro. Si me las arreglo bien, podre cortar un pedazo de esa madera, el cual quitaré y colocaré sin que nadie lo nóte aquí dentro. Solo resistiré el encierro si logro ver a Cleila nuevamente. ¡Quien me había de decir que aquí, entre la vileza encontraría el cielo! ¡Sus hermosos ojos han borrado toda mi vida pasada!” Fabricio no imaginaba siquiera cuanto sucedía en el exterior de la torre de Farnesio. Dos personas dialogaban en un estudio. “No se preocupe, marquesa Raversi…cada seis horas, ocho soldados de guardia se relevan en la sala de la planta baja de la torre.” Eran el gobernador y la marquesa Raversi, quien dijo, “Tenemos que evitar que llegue a Fabricio la correspondencia de la duquesa Sanseverina.” El gobernador le dijo, “Esa mujer no ha dejado de hacer numerosos intentos, pero su dinero no logrará nada. ¡Mis hombres ya están advertidos!” La marquesa le dijo, “No esté tan seguro, general Conti. La Sanseverina cuenta con la protección del conde Mosca, favorito de nuestro príncipe.” Conti dijo, “¡Ese maldito tiene que caer!” La marquesa dijo, “¡Cuando usted consiga quedar en el poder, el conde Mosca y la Sanseverina serán echados sin miramientos de Parma!” La marquesa agregó, “¡Fabricio del Dongo es nuestra arma principal! Con su muerte, la duquesa se marchará por su propio pie, y tras ella correrá el ministro Mosca.” Conti dijo, “Tiene razón, marquesa. Pero hay medios más sutiles para deshacernos del señor Del Dongo, ya que su crimen no ameritará ejecución.” La marquesa le dijo, “El príncipe ha dejado de admirar a la duquesa Sanseverina, ya que ha quemado una carta de perdón que le había concedido. Así que nada salvará de la prisión a su adorado sobrino. Todo esto lo he sabido por uno de los guardias que me sirven de espías en el palacio de nuestra alteza.” Conti dijo, “Muy pronto la Sanseverina dejará de ejercer poder alguno en Parma, solo debemos tener un poco de paciencia.” Los dos nobles cortesanos salieron al patio de la fortaleza. La marquesa dijo, “Si actúa pronto y bien, usted será el nuevo ministro de Parma ¡No lo olvide general!”
Dos días habían transcurrido y Cleila Conti no dejaba de pensar en el prisionero. “¡Si dan muerte al señor Del Dongo, yo me recluiré en un convento, y jamás volveré a poder los pies en esta sociedad! ¡Todos, hasta mi padre, son unos asesinos con buenos modales!” Cuando la hermosa joven miró hacia la ventana, de la torre Farnesio, notó algo, y dijo en su pensamiento, “¡Pe-pero qué es lo que su-sucede?” Un pedazo de madrea de la pantalla que cubría el ventanuco de la celda de Fabricio, había sido retirado, y dejaba ver su rostro. Cleila sintió un aguijón en su corazón y exclamó en su mente, “¡Fabricio!” Cleila no pudo reprimir su emoción, y se marchó corriendo, pensando, “¡Estoy enamorada de ese hombre! Por eso es que me preocupa tanto su situación…¡Oooh!” En su habitación dio rienda suelta a su angustia, pensado, “No debo pensar en él. La duquesa Sanseverina es la dueña de su corazón, y todo Parma lo sabe.” Gina Sanseverina sufría al igual que Cleila, pensado, “¡Fabricio de mi alma…todo está perdido para ti! El príncipe me traicionó y no puedo abandonarte…¡Me quedaré en Parma y lucharé para que se te haga justicia hasta las últimas consecuencias.”
Y Fabricio del Dongo permanecía sereno en su encierro, en espera del día en que se le hiciera el juicio, pensado, “Esa música debe de provenir de la casa del gobernador Conti. Tal vez estará dedicada a Cleila. Ella ha sido la única mujer que ha movido mi corazón. Daría la vida misma por lograr hablar con ella. ¡La ámo con toda el alma! En la vida disoluta que he llevado, llegué a pensar que jamás conocería el amor…pero Cleila ha despertado mi espíritu, y no solamente la carne.”
Esa misma noche, en casa de la duquesa Sanseverina, un hombre sufría el dolor de los sentimientos. “¡No puedes dejarme. Me moriré sin ti, Gina!” La duquesa le dijo, “Te agradezco todo el apoyo que me has dado desde que llegué a Parma, pero estoy decidida a no verte más.” El conde Mosca le dijo, “Moriré sin tus besos…sin tu presencia. ¡Por ti dejaré todo, abandonaré al príncipe…!” La duquesa le dijo, “¡Basta! Todo ha terminado entre nosotros.” El conde le dijo, “¡Nos iremos de aquí, y nos casaremos!” La duquesa dijo, “¡Yo no me iré de Parma hasta que Fabricio salga en libertad! Solo entonces abandonaré ésta corte tan corrupta, y lo haré en compañía de mi querido sobrino.” El conde dijo, “¡Sé que mi error puede provocarle la muerte a Fabricio; pero por lo visto has olvidado cuantas veces le he ayudado a salir con bien de sus problemas!” La duquesa le dijo, “No te he reprochado nada. ¡Solo quiero terminar algo que no deseo continuar!” El conde dijo, “¡Entonces ha sido mentira el amor que me juraste!” La marquesa le dijo, “No digas eso. Te ámo aún, pero la tragedia que estoy viviendo me ha quitado todas las ilusiones amorosas.” El conde dijo, “¿Podré seguirte visitando? ¿Me darás ese consuelo?” La marquesa le dijo, “No…es mejor decirnos adiós definitivamente. Conservaremos así un buen recuerdo de los dos.” El conde Mosca dijo, “Tus palabras me condenan a muerte.” Abatido, el conde Mosca, salió de la casa de su amada, pensando, “Es verdad lo que la gente murmura. Gina está enamorada de Fabricio, y ella misma no quiere darse cuenta. Si no hago algo por evitar que Fabricio sea ejecutado, toda Parma dirá que yo mismo lo mandé matar por celos. Y si le ayudára a escapar, el príncipe mandaría de inmediato a ejecutarme.”
Al día siguiente en la torre de Farnesio, Fabricio removía la tabla de la ventana, pensando, “Espero verla hoy nuevamente.” Poco después del mediodía, la hija del gobernador apareció en la terraza. Fabricio pensó, “¡Por fin aparece mi estrella!” Mientras todo esto sucedía en Parma, en Milán los habitantes del castillo de Grianta, los marqueses del Dongo, se enteraban de lo sucedido a su hijo Fabricio. La marquesa Del Dongo exclamaba, “¡Dios mí, no puede ser!” El marqués Del Dongo estaba muy enojado, “¡Así tenía que terminar ese holgazán, gracias a que tú lo echaste a perder con tus mimos!” La marquesa Del Dongo le dijo, “¡El culpable eres tú! A ti solo te ha importado nuestro hijo mayor, y te olvidaste siempre de Fabricio. Ohh!” El marqués del Dongo dijo, “¡Ascanio es mi digno sucesor, y desde éste momento reniego de Fabricio, quien ha enlodado mi nombre con sus estupideces! ¡Y ya me encargaré de que se hunda en prisión!” La marquesa del Dongo dijo, “¡Ascanio, tú no tienes corazón! ¿Cómo puedes hacerle esto a tu hijo?” El marqués del Dongo dijo, “En cuanto a mi hermana Gina, ya veré la forma de hacerle pagar su soberbia.” La marquesa del Dongo dijo, “Ella ha sido la única que ha ayudado a mi pobre hijo. ¡Ohh!” Cuando el marqués del Dongo cerró la puerta de un golpe, la marquesa del Dongo pensó, “¡Nada podré hacer por Fabricio! ¡No puedo disponer de mi fortuna, pues todo lo maneja mi esposo! Y mi hijo Ascanio odia tanto a su hermano menor, que en vez de ayudarle, hará cuanto pueda por hundirlo…”
Tres días más tarde, Fabricio recibía sorpresivamente un mensaje por carta, “Doy gracias a Dios que usted sigue vivo, ya que hay planes de hacerle morir envenenado. ¡No coma nada de lo que le lleven los carceleros hasta nuevo aviso! En todo caso, deje usted al anochecer esta cuerda que nos comunicará. Tenga cuidado que nadie la note. Cleila.” Junto con la carta había llegado una cuerda. Emocionado Fabricio tomó un pedazo de carbón que estaba en el piso de la celda, y con él escribió en el reverso del papel. “La ámo y la vida no tiene más valor para mí que verla cada día. Envíeme lápiz y papel…se lo suplico.” Cerca de las nueve de la noche de ese día, Fabricio deslizó una cuerda por la abertura de la ventana, pensando, “Espero que Grillo, el celador, no escúche ningún ruido.” Fabricio, con el mayor sigilo, logró subir un paquete que provenía de la parte baja de la torre, pensando. “¡Le importo, le importo…!” Cleila Conti había logrado burlar la vigilancia de la torre Farnesio para enviar algo de alimento al prisionero, y pensó, “No debí enviarle el papel, eso hará que el peligro de que nos sorprendan se acreciente.”
A la noche siguiente, los jóvenes intercambiarían una botella y una encendida misiva de amor. La bella Cleila leería el contendido en su habitación, y pensó, “El encierro lo ha trastornado. Dice amarme para que lo ayude a salir de prisión.” Por su parte el prisionero soñaba. Y mientras bebía pensaba, “¡Jamás imaginé que el amor fuera tan avasallador! Cleila es tan dulce, tan diferente a todas las mujeres que han pasado por mi vida! Si me ofreciéran la libertad, la rechazaría, pues prefiero vivir encerrado, para estar cerca de ella.” Dos días más tarde, el joven leía una nueva carta de Cleila. “No beba ni coma más de lo que yo le haga llegar. No le escribiría, si no fuera verdad que tratan de envenenarlo. Lo que usted ha escrito me ha desagradado muchísimo, y le suplico que no vuelva a hacerlo. Acabo de ver a la duquesa, está bien de salud al igual que el conde, pero ambos viven muy preocupados por usted.” Así transcurrieron dos meses, cuando dos caballeros dialogaban. “¡Muy bien gobernador Conti, lo está haciendo muy bien!” El gobernador dijo, “Solo cumplo ordenes, su alteza.” Ranuncio Ernesto IV, príncipe de Parma, dialogaba alegremente con el general Fabio Conti, en un salón del fastuoso palacio parmesano. “¡Quince días de desesperación y quince de esperanza, acabaran por vencer la altivez de la duquesa Sanseverina! Con demostraciones alternativas de dureza y de dulzura, es como se consigue domar a los potros más rebeldes. ¡Siga aplicando el caustico con firmeza!” Efectivamente, cada quince días renacía en Parma el rumor de la próxima ejecución de Fabricio del Dongo. La gente murmuraba comentando, “El gobernador ya ordenó levantar un cadalso.” Luego de cuatro meses de encierro, al joven se le permitió dar un breve paseo cada tarde, acompañado, por la terraza de la torre. Su compañía era el padre Cesar, hermano del gobernador. Al salir al aire, Fabricio exclamaba, “¡Oh Dios, cuanto tiempo he pasado sin sentir el abrigo del sol, y la caricia del viento!” El padre Cesar le decía, “Cleila, mi sobrina querida, me suplicó que intercediéra por usted ante mi hermano, que es un hombre lleno de odio.” Después de una breve plática, el padre Cesar dijo, “Ahora estoy convencido de que su culpa no es tan terrible, pues mató por defender su vida.” Fabricio le dijo, “Padre, una muerte merece igual castigo, cualquiera que haya sido la causa, y estoy resignado a pagar por mi libertad.” Padre Cesar le dijo, “No entiendo a Fabio, su ánsia de poder es ilimitada, y su ambición hace sufrir a Cleila, mi dulce niña.” Fabricio le dijo, “¿Qué le pasa a ese ángel bondadoso, padre?” Padre Cesar le dijo, “Fabio la ha forzado a casarse con el marqués de Crescenzi, que es uno de los hombres más acaudalados de Parma.” Fabricio dijo, “¿Y ella…? ¿Le ha aceptado…?” Padre Cesar le dijo, “No, y por eso mi hermano la atormenta y presiona.” Fabricio dijo, “¿Es el marques quien le trae serenata casi todas las noches?” Padre Cesar dijo, “En efecto, y se supone que nadie debe de entrar a la fortaleza después del atardecer, con excepción, claro está, de Fabio y de su hija.” Padre Cesar agregó, “Pero al marques se le es permitido hacerlo, a la hora que él desee.” Fabricio dijo, “Entonces, la señorita Cleila debe amar a otro caballero.” Padre Cesar dijo, “Por ahora ella solamente ama a sus pájaros, a la sociedad…” Cuando ambos regresaron a la prisión, el celador los recibió con Fox, el perro guardia. Entonces, el perro se quiso abalanzar hacia Fabricio, y Grillo dijo, “¡Espera Fox!” Pero Fabricio le dijo, “¡Déjalo Grillo, el animal me considera su amigo…!” Cuando el padre Cesar se retiró, Grillo, el celador, dijo a Fabricio, “Pude conseguirle ésta vela. Espero que no se le ocurra incendiar la torre.” Fabricio dijo, riendo, “¡Ja, Ja! Despreocúpate, la necesito para leer el libro de oraciones que me consiguió uno de tus compañeros.” Cuando Grillo iba a cerrar la celda, Fabricio dijo, “Deja a Fox entrar a mi celda, al menos a él no le han prohibido platicar conmigo.” Grillo le dijo, “Excelencia, yo solo cuido mi pellejo.” Sin embargo, Grillo accedió a la petición de Fabricio.
Esa noche, Fabricio daba de comer al perro, dentro de su propia celda, diciendo, “¡Anda, aquí está tu cena, que ya no tarda en llegar la mía!” Fabricio agregó, “¡Fox, me dolerá verte morir, el día menos pensado, en lugar mío!” Más tarde recibió por el ventanuco, pan, agua, y otra carta. “Cierto es que usted está condenado a 12 años de encierro, pero un odio omnipotente se propone darle muerte; busque los medios posibles para huir de aquí…” Fabricio continuó leyendo, “El conde Mosca no podrá vencer a los del partido que buscan quedar en el poder de Parma. Si algo le sucediera, la condesa Sanseverina moriría de dolor. ¡Por favor, escápese! Cleila.” El joven escribió una larga respuesta. El conducto continuaba siendo la cuerda. Fabricio escribió, “¿Quiere usted que me destierre a Bolonia ,o a Florencia, alejándome así para siempre de su presencia?”
Al día siguiente, Cleila leía la misiva de Fabricio, con creciente angustia. “Entérese; semejante esfuerzo me es imposible; en vano daría mi palabra, no podría cumplirla. ¡Jamás me había enamorado y usted ha logrado el milagro! Fabricio.” Cinco meses de prisión habían pasado para Fabricio del Dongo. La duquesa Sanseverina había logrado comunicarle un plan de fuga, que él se negaba a llevar a cabo, causando el desconcierto en su tía. Días antes, tres hombres habían llegado a comunicarle la muerte de su padre, el Marques del Dongo, mayordomo del reino de Lombardoveneto, lo cual le causó a Fabricio gran dolor, a pesar de que nunca contó con su afecto. El joven pasaba horas pensando en su amada Cleila, y en sus locuras de juventud. “Tenía quince años cuando quise unirme a las fuerzas napoleónicas. Luego de que me rechazaron de un campamento de húsares, caminé por el bosque y logré ver, con gran sorpresa, al gran emperador seguido por su ejército. Pensando, ‘Es Napoleón Bonaparte’ Luego escuché cañonazos, y mucho después, me enteraría que el emperador sería derrotado en la batalla librada en Waterloo. En mayo de 1815, era yo un niño que pretendía encontrar la gloria, sin tener idea siquiera de lo que era una guerra. En esa ocasión Salí de mi hogar, sin saber que jamás volvería a él.” Una noche de principios de febrero, en una reunión de palacio, se encontraron la duquesa Sanseverina y la bella Cleila Conti. “Niña, usted puede ayudarme. Sé de su buen corazón…” Cleila dijo, “¿Se trata del prisionero de la fortaleza?” Luego de una breve pero sustanciosa charla, Gina Sanseverina besó emocionada a la jovencita. Sanseverina dijo, “¡Le agradeceré su valiosa ayuda toda mi vida, Cleila!” Dos noches después, en la fortaleza de Parma, se llevaban a cabo preparativos ocultos para la huida de Fabricio del Dongo. El menos interesado en ellos era el mismo prisionero, quien leía la carta de su amada Cleila, “He dado a mi padre sedantes que lo mantienen dormido durante todo el día, sin que se percate, y todos le creen enfermo…eso hará que la vigilancia se distraiga…Y presa de crueles remordimientos he prometido al todopoderoso, que no desobedeceré más a mi padre, así que luego que usted se haya escapado, me casaré…¡Nunca más lo volveré a ver, y Dios me castigue si lo hago! Esta noche le haré llegar lo necesario para que escape por la madrugada. Adiós, Fabricio.” El gobernador Fabio Conti no se enteraría de nada de lo ocurrido aquella noche. Mientras dormía con su esposa, en su recamara, su hija Cleila, rezaba un rosario, “Padre Nuestro…” El carcelero Grillo había accedido a colaborar con la huida. Abrió la celda, y dijo a Fabrizio, “Suba a la terraza, ahí están las cuerdas que le ayudarán a bajar por la parte trasera de la torre.” Emocionado, Fabricio se despidió de su compañero forzoso en el encierro, y estrechó su mano, diciendo, “¡Gracias Grillo, deséame suerte!” El carcelero le dijo, “Eso le pido yo a usted, ya que si no húyo, también me ejecutarán.”
Al día siguiente, toda Parma se conmocionó al enterarse de la huida del importante prisionero. En el palacio del príncipe Ranuncio Ernesto IV, éste estaba incrédulo, diciendo, “¡Esto es inaudito!” El conde Mosca le dijo, “Alteza, solo puedo prometerle que capturaré de nueva cuenta a ese maldito, y le haré pagar ésta afrenta.” Cuando el conde Mosca se fue, príncipe quedó a solas, y dijo, “¡La duquesa se marchó la mañana de ayer, y nadie sospechó nada! Pero la haré volver, y me vengaré de su desprecio…” Enseguida, el príncipe pensó, “Entonces la haré arrastrarse a mis pies, pidiéndome el indulto para su sobrino. ¡Ja, Ja!”
Una semana más tarde, en las aguas del lago mayor del puerto de Locarno, en Suiza, Gina Sanseverina paseaba en bote con su adorado sobrino, pero ella lo miraba con disgusto, pensando, “Pasan los días pero Fabricio no deja de pensar, seguramente en Cleila Conti. No ha querido asistir a ninguna de las recepciones que se nos han brindado aquí, y si le háblo apenas me contesta. De cualquier manera, Fabricio no regresará a Parma, y Cleila se casará irremediablemente con el marques Crescenzi.”
Un mes después de la huida de Fabricio, la duquesa Sanseverina recibía una importante noticia a través de una carta del conde Mosca, y pensaba, “¡Qué feliz soy, el maldito príncipe de Parma ha muerto! Con ésta acción del conde Mosca, se ha hecho nuevamente digno de mis atenciones. Solo bastó sugerirle lo que era necesario para que Fabricio quedára libre.” De inmediato la dama fue en busca de su sobrino, diciendo, “¡Fabricio, podemos volver a Parma a demostrar tu inocencia!” Enseguida la duquesa abrazó a Fabrizio y dijo, “¡Ranuncio Ernesto IV ha muerto! Él deseaba hacerte daño porque una vez desprecié su amor.” Fabricio dijo, “¡Volveré a ver a Cleila!¡Solo por ella regresaré!”
Días más tarde, Fabricio del Dongo, llegaba por su propio pie a la fortaleza de Parma para ser juzgado, diciendo a uno de los guardias, “Busco al gobernador Fabio Conti. ¡Vengo a entregarme!” Por su parte, Gina Sanseverina era recibida con efusividad por la princesa. “Duquesa, es triste recibirla después e trágicos sucesos, pero su gran amistad me hace falta.” La duquesa Sanseverina le dijo, haciendo un ademan, “Alteza, estoy a sus órdenes…” Sin embargo Fabricio no lograría ver más a Cleila, y tras dialogar con el padre Cesar, Fabricio comprendió y dijo, “¡Se ha casado con el marques!” El padre Cesar dijo, “Sí. Muchacho…lo hizo para expiár su culpa.” El padre Cesar agregó, “Además, ante el altar del señor, Cleila quemó un papel en el que escribió su promesa de no volver a verle jamás.” Fabricio dijo, “¿Por qué padre Cesar?” Padre Cesar dijo, “Porque por amor a usted engañó a su padre, y esa culpa la pagará viviendo unida al marques Crescenzi sin amor.” Fabricio exclamó con lágrimas en los ojos, “Cuando salga de aquí, me dedicaré a la vida sacerdotal. ¡Ese es mi único camino!”
Corría el mes de marzo de 1828, y en la iglesia de Parma, el padre Landriani recibía al que sería el sacerdote adjunto, diciendo, “¡Bienvenido sea!” En el verano del 1827, Fabricio del Dongo había recuperado su libertad, y por influencias del conde Mosca fue llamado a ocupar un sitio en la vida eclesiástica de Parma. Tras el llamamiento, Fabricio exclamó, “Padre Landriani, me pongo a su entera disposición.” Fabricio logró ser aceptado por la gente que en el pasado le habían considerado un terrible criminal. La gente decía, “No me pierdo uno de sus sermones.” Tres meses después de su llegada, el sacerdote iba de capilla en capilla, para hablar de la vida que todo cristiano debía llevar. Tras el pulpito, Fabricio decía, “El pecador nunca logrará la felicidad en la tierra…” Sin embargo, el hombre terminaba lleno de pesar y dolor en cada una de sus prédicas, pensando, “¡Soy un demonio! Me atrevo a hablar de Dios, cuando mis pensamientos están siempre con Cleila. Aunque todos hablan de su hermosura y de su gran piedad, no he logrado verla.” La voz del cochero lo sacaría de su ensimismamiento, “Excelencia, hemos llegado a la Iglesia.” Fabricio dijo, “¡Ah, es verdad!” Entonces, cuando Fabricio cruzaba solitario el atrio de la iglesia escuchó una voz, “Disculpe, amigo de mi corazón…” Fabricio volteó, exclamando “¿Eh?” La voz provenía de una mujer con atavíos de mujer piadosa, y dijo, “Te he buscado en ésta obscuridad, porque he prometido no volver a ver tu rostro jamás.” Fabricio la tomó de los hombros y dijo, “Ángel mío, no te dejaré ir. Dejaré de predicar, pues lo hacía solo por la esperanza de verte algún día.” Cleila le dijo, “No hables más. Nuestro amor no es permitido…tú perteneces a Dios y yo…”
Tres años más tarde, en el castillo de Grianta, Fabricio del Dongo daba órdenes a su hombre de confianza. “Toma esto…son las listas de lo que deberás repartir a los vicarios y a los curas de la diócesis.” Fabricio había abandonado la vida eclesiástica y se dedicaba a administrar los bienes heredados a la muerte de su hermano mayor, Ascanio del Dongo. Un día, estando en su estudio frente a su escritorio, Fabricio terminaba un acuerdo, entonces uno de sus clientes dijo, “Sí, marques. No hay duda que es usted un caballero generoso, muy diferente a su difunto hermano.” Cuando Fabricio quedó solo, pensó, “Mañana iré por mi hijo. Él debe vivir conmigo. Yo soy su verdadero padre, y no permitiré que Crescenzi siga disfrutando de su presencia. Cleila aceptó con dificultad, pero mi plan dará buen resultado, y pronto la tendré a ella también a mi lado.”
Al día siguiente Fabricio del Dongo se dirigió a Parma, pensando, “Pronto tendré entre mis brazos a mi hijo. Podré ver en su rostro las facciones que su madre que ha vivido ocultándose siempre para mí.” Días mas tarde, cuando el marques Crescenzi regresó de un viaje a sus fincas de Mantúa, encontró su palacio de luto. Cleila lo recibía gritando, “¡Ay, nuestro amado hijo ha muerto!¡Una cruel enfermedad se lo llevó!” El marques exclamó, “¡Nooo, no puede ser!” El pequeño Sandrino había sido llevado en realidad al castillo de Giranta, pero ahí enfermaría realmente. Y entonces, estando en el lecho de muerte, el doctor dijo, “Lo siento, marques. El niño no tiene salvación.” Fabricio exclamó, “No diga eso. ¡Mi hijo no puede morir!” Cleila fue llevada de inmediato al castillo donde su hijo agonizaba, pero ya no lo encontró con vida. Y lloró, exclamando, “¡Ayy de mí!¡Es mi justo castigo!” La pobre mujer no lograría superar la pérdida de su pequeño, y exclamó en su lecho de muerte, “N-Nos veremos en u-un mundo mejor, Fabricio de mi a-alma.” Fabricio le dijo, “Lo sé, mi amada. Pero antes deberé purgar todas mis culpas. ¡Nunca dejaré de amarte!” Fabricio del Dongo se retiraría a la Cartuja de Parma, situada en los bosques próximos al rio Po, para expiar sus faltas. Ahí no pasaría más de un año, ya que moriría en 1832, agobiado por la tristeza. Los condes Mosca serían los únicos que le acompañarían a su última morada, y luego volverían a Parma, a servir a Ranuncio Ernesto V.
Tomado de Novelas Inmortales, Año XVI, No. 811, Junio 2 de 1993. Guion: Víctor M. Yáñez. Segunda adaptación: José Escobar.
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