viernes, 31 de marzo de 2023

La Correspondencia de Fradique Méndes de Eça de Queirós

     José Maria de Eça de Queirós, nació en, Póvoa de Varzim, el 25 de noviembre de 1845, y murió en París, el 16 de agosto de 1900, a la edad de 54 años de edad. Eça de Queirós fue un escritor y diplomático portugués, considerado por muchos el mejor realista de su país en el siglo xix. Entre varias novelas suyas de reconocida importancia destaca, Los Maia.

                            Biografia                                              

     Hijo natural del magistrado y juez, José Maria de Almeida Teixeira de Queirós, y de Carolina Augusta Pereira de Eça, fue inscrito como hijo de madre desconocida, y bautizado en la localidad de Vila do Conde. Aunque sus padres terminarían por casarse, cuatro años después de su nacimiento, el joven José Maria vivió en casa de sus abuelos paternos, en Verdemilho, hasta 1855, año en que se trasladó a Oporto. Allí cursó la enseñanza secundaria en el, Colégio da Lapa, que estaba dirigido por el padre de otro ilustre escritor portugués, Ramalho Ortigão.

     Con dieciséis años, en 1861, inició sus estudios de derecho en la Universidad de Coímbra, donde trabó amistad con Antero de Quental y Teófilo Braga. Se licenció en 1866. ​ Durante el último curso, se estrenó como escritor publicando una serie de diez artículos, con el título general de, Notas Marginales, en el diario, Gazeta de Portugal. Dichos artículos, que serían más tarde recogidos en su libro, Prosas Bárbaras, chocaron al público portugués por la novedad de su estilo.

     En 1866, concluidos sus estudios universitarios, se instaló en Lisboa, en casa de sus padres, y al año siguiente abrió despacho de abogado en la capital portuguesa. Continuó colaborando con la, Gazeta de Portugal, aunque por un breve periodo (entre finales de 1866 y julio de 1867) residió en Évora, donde se ocupó de la dirección del diario local, Distrito de Évora. A finales de 1867 fue uno de los socios fundadores del Cenáculo, junto con Jaime Batalha Reis, José Fontana, Augusto Fuschini, Oliveira MartinsRamalho Ortigão y Salomão Saragga.

     A finales de 1869 e inicios de 1870, Queirós viajó a Egipto y presenció la inauguración del canal de Suez. De regreso en Lisboa, en 1870, escribió una serie de artículos sobre su viaje, con el título de De Port-Said a Suez, en el, Diário de Notícias. ​ Estos artículos serían más tarde recogidos en un libro publicado póstumamente, Notas Contemporáneas. Ese mismo año apareció, también con formato de folletín periodístico, su primera novela, escrita en colaboración con Ramalho Ortigão, El Misterio de la Carretera de Sintra. Se trata de un relato de misterio, cercano a la novela policiaca, ​ que salió entre julio y septiembre en el mismo diario.

     También en 1870, Queirós fue nombrado administrador municipal en Leiría, y en septiembre se examinó para el puesto de cónsul de primera clase, obteniendo el número uno. ​ Al año siguiente, junto con Ramalho Ortigão, fundó y dirigió el periódico, As Farpas, y participó en las llamadas Conferencias del Casino con su texto La nueva literatura, que llevaba el subtítulo de, “El realismo como nueva expresión de arte”. Durante su estancia en Leiría, e inspirándose en el ambiente de esta ciudad, escribió su primera novela realista sobre la vida portuguesa, El Crimen del Padre Amaro, que se publicaría en 1875 en las páginas de la, Revista Ocidental, y que aparecería posteriormente (en 1876 y luego, con importantes modificaciones, en 1880) como volumen independiente.

     En 1872 su carrera diplomática lo llevó a La Habana. Desde entonces viviría alejado de su país natal, al que solo regresaría durante periodos breves de tiempo. Residió en Cuba dos años, durante los cuales aprovechó también para viajar por Estados Unidos y América Central. No obstante, prosiguió sus colaboraciones con diarios portugueses, y en 1874 apareció en el Diário de Notícias su relato Singularidades de una chica rubia. ​

     Fue destinado a Inglaterra, al consulado de Newcastle-upon-Tyne, en 1874. Allí redactó su tercera novela, El Primo Basilio, que concluyó en 1875. Durante su estancia en Newcastle, remitió regularmente al diario de Oporto, A Actualidade, los artículos que luego constituirían su libro Cartas de Inglaterra. Por entonces concibió el ambicioso proyecto de escribir una serie de doce novelas con el título genérico de Escenas de la Vida Portuguesa. ​

    En 1878 fue transferido a Bristol. Trabajaba por entonces en la novela, La Capital, que no llegaría a publicar en vida (aparecería póstumamente, en 1925), y en la que se considera su obra más destacada, la extensa, Los Maia. Si las dos obras citadas son la quintaesencia del realismo, Queirós frecuentó también relatos en los que lo fantástico tiene una gran importancia, como es el caso de El Mandarín (aparecido en 1880 en el, Diário de Portugal), y La Reliquia (1887). Esta última fue fuertemente influenciada por Las Memorias de Judas, de Ferdinando Petruccelli della Gattina, tanto es así que algunos estudiosos acusaron al escritor portugués de plagio. ​ Al mismo tiempo, siguió colaborando con varios diarios portugueses, y su firma apareció también en algunos periódicos brasileños, como la, Gazeta de Notícias, de Río de Janeiro. ​

     Su último libro fue, La Ilustre Casa de Ramires, sobre un hidalgo del siglo xix con problemas para reconciliarse con la grandeza de su linaje. Es una novela imaginativa, entremezclada con capítulos de una aventura de venganza bárbara ambientada en el siglo xii, escrita por Gonçalo Mendes Ramires, el protagonista. Se trata de una novela titulada La Torre de D. Ramires, en la que antepasados de Gonçalo son retratados como torres de honra sanguínea, que contrastan con la laxitud moral del joven.

     Sus escritos desde Londres y desde París se consideran ensayos clásicos de gran valor documental y literario. Sus obras han sido traducidas a más de veinte idiomas. Al español ha sido vertida entre otros, por, Ramón del Valle-InclánWenceslao Fernández Flórez, Julio Gómez de la Serna, Carmen Martín Gaite, y Jorge Gimeno. No se dispone aún de algunas valiosas crónicas, de sus ensayos y correspondencia. Pero sí ha sido publicada la correspondencia que mantuvo con Fradique Mendes, un personaje inventado por el propio Queirós, junto con otros intelectuales de la época (Antero de Quental y Batalha Reis).

Queirós y el Cine

     El Crimen del Padre Amaro, fue adaptada al cine con el mismo nombre​ en 2002 por Carlos Carrera, quien trasladó la historia de Queirós al México actual. Protagonizada por Gael García Bernal y Ana Claudia Talancón, la película obtuvo ocho Arieles así como galardones en algunos certámenes cinematográficos; fue nominada al Oscar y al Globo de Oro, y Vicente Leñero ganó en el Festival de Cine de La Habana el premio al mejor guion. ​

El cineasta portugués Manoel de Oliveira rodó, con el apoyo de la Televisión de Cataluña, el filme Singularidades de una chica rubia, basado en el relato homónimo y estrenado en 2009. ​ Catarina Wallenstein ganó el Globo de Oro 2010 a la mejor actriz por la interpretación del papel de Luisa en esta película. ​

Obras

Novelas

·         1870: El Misterio de la Carretera de Sintra (O Mistério da Estrada de Sintra), con Ramalho Ortigão.

·         1875: El Crimen del Padre Amaro. (O Crime do Padre Amaro).

·         1878: El Primo Basilio. (O Primo Basílio).

·         1880: El Mandarín. (O Mandarim).

·         1887: La Reliquia. (A Relíquia).

·         1888: Los Maia. (Os Maias).

·         1900: La Ilustre Casa de Ramires. (A Ilustre Casa de Ramires).

·         1901: La Ciudad y las Sierras. (A Cidade e as Serras). Póstuma.

·         1925: La Capital. (A Capital). Póstuma.

·         1925: El Conde de Abranhos. (O Conde de Abranhos). Póstuma.

·         1925: Alves y Compañía. (Alves & Companhia). Póstuma.

·         1980: La Tragedia de la Calle de las Flores. (A tragédia da Rua das Flores). Póstuma.

Cuentos

1902: Cuentos (Contos). Póstumo.

Otras

·         1890-1891: Una Campaña Alegre (Uma Campanha Alegre).

·         1900: Correspondencia de Fradique Mendes. (Correspondência de Fradique Mendes).

·         1903: Prosas Bárbaras.

·         1905: Cartas de Inglaterra.

·         1905: Ecos de París. (Ecos de Paris).

·         1907: Cartas Familiares y Billetes de París. (Cartas Familiares e Bilhetes de Paris).

·         1909: Notas Contemporáneas.

·         1912: Últimas Páginas.

·         1925: Correspondência.

·         1926: Estampas Egipcias (O Egipto)

·         1929: Cartas Inéditas de Fradique Mendes

·         1949: Eça de Queirós Entre os Seus. Cartas Intimas.

Traducciones

·         As Minas de Salomão (1885), de Henry Rider Haggard. (Wikipedia)

La Correspondencia de Fradique Méndes

de Eça de Queirós 

    Lisboa. 1901. Un nuevo día comienza. En el interior de una de las más elegantes casas de la capital portuguésa, un emotivo encuentro tenía lugar. Dos caballeros dialogaban con el gusto de volverse a ver. Nuestro autor, Eça de Queirós, recibía en su elegante casa, a un amigo a quien tenía tiempo de no ver. Queirós lo recibió con enorme alegría, diciendo, “Marcos Vidigal… ¡Esto sí que es una enorme sorpresa!” Marcos le dijo, “¡La Última Vez que nos vimos, fue hace diez años!” Nuestro autor, Eça de Queirós era quien recibía en su casa, a Marcos Vidigal, y le dijo, “Sí, fue en el invierno de 1888, en el sepelio del brillante, 'andador de continentes.'” Marcos Vidigal dijo, “Me alegra saber que no lo has olvidado, a pesar de que el tiempo ha pasado.”

     Eça de Queirós le dijo, “Un hombre como Fradique Méndes, no se olvida jamás.” Vidigal dijo, “Comparto tu opinión, sin que en ello influya el parentesco que existió entre nosotros.” Queirós le dijo, “Recuerdo que tú me lo presentaste, en 1867, cuando él vino de Inglaterra, a visitar su quinta de verano.” Marcos Vidigal dijo, “Yo era su primo, pero tú te convertiste en un gran amigo suyo, y mi visita responde a que soy el encargado de encargarte algo…” Queirós exclamó, “¿De Fradique…?” Vidigal dijo, “Sí, solo que necesitaré la ayuda de uno de tus sirvientes, para bajarlo del coche.”
     Marcos no dijo más, y salió a la calle. Mientras tanto Queirós miraba desde su ventana y pensó, “¡Santo Dios! ¿Qué puede ser?” Dos hombres abrieron la puerta y entraron al salón, cargando un enorme cofre. Marcos Vidigal dijo, “¡Aquí lo tienes! Te lo entrégo, tal como me lo dispuso madame Lobrinska.” Queirós exclamó, “E-El cofre de Fradique! ¡N-No lo puedo creer!” Marcos Vidigal le dijo, “Madame Lobrinska falleció hace un mes, y me pidió que te lo trajera, para que quedára bajo tu custodia.” Queirós dijo, “Solo la muerte pudo hacer que ella acertara en entregármelo.” Marcos dijo, “Ella no quería que las cartas que contiene el cofre, fueran conocidas, pues decía que la gente no entendería la profundidad del pensamiento de Fradique.” Queiós dijo, “Yo pienso que la espiritualidad, y la sabiduría de tu primo, debe sacarse de la oscuridad.” Marcos dijo, “Muchas veces me pediste que te relatára algo de nuestra infancia, y hoy me gustaría hacerlo…” Queirós dijo, “Sentémonos entonces…” Vidigal dijo, “No todo lo recuerdo yo, sino que mi padre me relató parte de la historia de Fradique.”

     En Sintra nacería Carlos Fradique Méndes en el año de 1830, trayendo con su llegada, la felicidad a sus padres. Al verlo nacer, su padre exclamó, “¡Gracias amada mía, por darme tan hermoso hijo!” Su padre, don Carlos Fradique, pertenecía a una vieja y rica familia de las Islas Azores, y descendía directamente del navegante D. Lope. Su madre, Adela Méndes, era un verdadero poema, por su increíble hermosura. Pero cuando Carlos tenía un año, fue un día de cacería, con unos amigos. Antes de partir, Carlos dijo a su esposa, “No te preocupes, regresaremos pronto.” Pero al llegar la noche, fue herido por accidente y murió. Los años pasaron, y pronto el pequeño Carlos había cumplido ya seis años de edad.
     Un día, su madre estaba con Carlos en el campo. Carlos jugaba correteando a una mariposa. Carlos reía,
“¡Ja, Ja! No te escaparás, mariposita.” Enseguida, Carlos corrió hacia su madre y le dijo, “La atrapé es para ti, mamita.” Su madre le dijo, “Será mejor dejarla libre, para que no muera de tristeza.” Al regresar a su casa, la madre de Fradique cayó en cama, víctima de fiebres altísimas. La institutriz pensó, “Debo llamar al doctor.” El galeno no tardó en llegar, y después de revisarla, dijo, “¡Traigan comprensas de agua fría, para bajarle la fiebre!” Lamentáblemente todo fue inútil, y el pequeño Carlos quedó solo…exclamando en su lecho de muerte, “¡Mamita…despierta!”
   
 Su abuela paterna, doña Angelina Fradique, se convertiría en su tutora. La dama, que era una mujer erudita y exótica, traería al pequeño Carlos a residir a su mansión de Lisboa. La primera educación que recibiría Carlos, sería por parte del capellán de doña Evangelina, que era un fraile benedictino. Éste religioso, enseñaría al chico el latín, la doctrina, y el horror a la masonería, entre otros temas.
     Un día, al terminar una de sus clases, el fraile le dijo,
“No olvides lo que hoy te recomendado grabar bien en tu mente.” Carlos dijo, “N-No, no lo haré.” Después, un coronel francés, dúro jacobino, vendría a perturbar los cimientos espirituales de Carlos, al hacerle traducir obras de Voltaire. Por último un alemán, que se decía pariente de Emanuel Kant, incitaría precozmente a Carlos en la, “Crítica de la Razón Pura” y otras heterodoxias metafísicas.
     Esas abstracciones del raciocinio, eran combinadas por Carlos, con el soplo de los frescos vientos del campo. Fradique acababa de cumplir dieciséis años, cuando su abuela decidió enviarlo a estudiar a Coímbra. Antes de partir, su abuela le dijo,
“Allí encontrarás el más noble centro de estudios clásicos, y el postrer refugio de las humanidades.” Carlos le dijo, “Está bien, abuela.” Pero el interés real de doña Evangelina, era alejar a su hijo para casarse, a sus sesenta años, con su chofer. Asi, cuando llegó el automóvil que llevaría a Carlos a Coímbra, doña Evangelina lo despidió, diciendo, “¡Que tengas buen viaje!”
    Durante tres años, Carlos combinaría los estudios con las tabernas y los libros, con los amigos de parranda. En las tabernas, Carlos solía tocar la guitarra y cantar, “♫Estabas recostada en el camaranchón de rosas♪ cuando te vi♫” Sus amigos reían, “¡Ja, Ja!” En Coímbra, Carlos se enamoraría desesperadamente de la hija de un herrador. Convertido en un enamorador de mujeres, mientras la besaba dentro de su habitación, Carlos exclamaría, “¡Eres por fin mía!” Acababa Carlos de cumplir diecinueve años, y de ser suspendido por sus constantes faltas a la universidad, cuando recibió una importante misiva. Carlos leyó, “La señora Evangelina Fradique murió repentinamente de una seria afección cardiaca…”
     Carlos Fradique regresó a Lisboa, para asistir al funeral de su abuela. Y asi, al mirar como arrojaban tierra sobre su ataúd, Carlos pensó, “¡Descanse en paz!” Quedaba a Carlos un tío, don Tadeo Méndes, hombre ostentoso que vivía en París, quien lo llamó a su lado. Cuando lo recibió, su tío le dijo,  “¡Bienvenido a París, muchacho!” Carlos dijo, “Me aníma saber que cuento aún con alguien de mi familia.” Ahí en París, Fradique estudiaría  la carrera de Derecho, en la Sorbona, en espera de su mayoría de edad, la que le traería acumuladas, las herencias de su padre, de su madre, y su abuela. Nuestro primer encuentro, sería precisamente cuando él cumplió veintiún años, en la Isla Terceira.
    Mi madre era hermana de Adela Méndes, la progenitora de Fradique, y ambas dejaron como legado el conjunto, a él y a mí, una quinta llamada,
Carvoeiro, ubicada en esa isla. Tras terminar Vidigal su relato, Queirós dijo, “Entonces eres Marcos Vidigal Méndes.” Vidigal dijo, “En efecto.” Vidigal continuó con su narración. “Desde esta ocasión, los encuentros entre mi primo y yo serían frecuentes. Al terminar sus estudios, y encontrándose rico y libre, Fradique daría inicio a una vida llena de aventuras, en las que se vería envuelto en sucesos históricos, y trataría además con grandes personalidades del siglo que acaba de terminar.” Queirós dijo, “Recuerdo que cuando me enumeraste algunas de sus vivencias, no las creí verídicas.” Vidigal dijo, “Sí, eso fue si mal no recuerdo en 1867.”

     Asi, Marcos Vidigal continuó su narración. Carlos viajaría hacia todas las direcciones del viento, desde Chicago, hasta Jerusalén, desde Islandia, hasta el Sahara. Su ánsia de emociones, lo llevó a Italia. Al mirar a los soldados en las ciudades italianas, Fradique pensó, “Al fin los encontré.” En 1860, se uniría a los hombres de José Garibaldi, el célebre patriota Italiano. Vistiendo la camisa roja, Fradique participaría en la Toma de Sicilia, que se hallaba bajo el dominio francés. Años antes, él había hecho amistad con José Mazzini, el hombre que en 1849, hiciera proclamar la república romana.
    Cuando Mazzini se presentó ante Fradique, Manzzini le dijo,
“Considérese mi amigo, que yo me siento honrado de conocer a un valiente ciudadano portugués.”  Aunque no hubo un nuevo encuentro, entre Mazzini y Carlos, ambos mantuvieron, durante bastante tiempo, asidua correspondencia. Incorporado al estado mayor de Napier, Fradique llamado por su arrojo, el, León Portugués, hizo toda la campaña de Abisina, que llevaría al trono del imperio Abisino, a Teodoro II,  en 1855.
    Tras terminar su relato Vidigal, Queirós dijo,
“El interés por conocerlo surgió en mi después que leí sus, Lapidarias, aquellas bellas reminiscencias que fueron publicadas en, La Revolución de Septiembre, precisamente en 1867.” Vidigal dijo, “Me gustaría escuchar sus recuerdos sobre Carlos.” Queirós dijo, “Antes, te pediría que volvieras a contarme sobre los amores que tuvo con la cortesana más bella del segundo imperio francés.”
     Vidigal le dijo,
“Aparte de tener una gran preparación y cultura, Fradique poseía un fuerte atractivo con las mujeres, quienes desde siempre fueron su debilidad. Pues bien, él logró ser amado por la llamada, Venus Victoriosa. Durante dos años, fue el elegido de la gloriosa, Ana de León, la más bella y culta cortesana de París. A mí nunca me llamaron especialmente la atención los amoríos de Fradique, pero su intimidad con tan excelsa mujer, la júzgo como algo histórico, y no creo que exagerar.” Queirós dijo, “No, no exageras, aunque todo lo vivido por su pariente, parezca una exageración.”
   
 A continuación, tocó el turno de Queirós, quien inició su narración: En 1867, yo tenía 30 años, y dos menos que tú, y siete menos que Carlos, quien me había llamado la atención por su poesía tan reflexiva. Me llevaste a conocerlo en el mes de agosto, cuando él vino a descansar a su quinta Zaragoza, en su Natal Cintra, y se encontraba de paso en Lisboa. Recuerdo cuando llegamos a su despacho y tú dijiste a su secretaria, “Tenemos una cita con el señor Fradique Méndes.” Ella nos dijo, “Desde temprano salió a bordo de una calesa.” Tú le dijiste, “¿Cómo, es que acaso se ha marchado?” Ella nos dijo, “No sabría informarle al respecto.” No tuvimos más remedio que salir del hotel central. Tu dijiste, “N-No es posible que olvidára que teníamos una cita.” Yo le dije, “¡Olvídalo, por mí no te preocupes Marcos.” Estábamos a punto de marcharnos, cuando alguien te nombró, “¡Marcos espera!”
    Sí, era Carlos Fradique Méndes. Fradique te saludó de mano y te dijo,
“Estimado pariente, perdona mi retraso.” Tú le dijiste, “Por supuesto, Carlos quiero presentarte a mi buen amigo poeta.” Yo le tendí la mano, y dijo, “Es un honor conocerlo.” Aunque sabía que Fradique acababa de cumplir treintaisiete años de edad, su aspecto sano lo hacía ver aún más joven que yo. Recuerdo que su secretaria le dijo, “Señor Méndes, trajeron esto para usted.” Fradique dijo, “¡Gracias Linda!” Fradique nos dijo, “Discúlpeme unos minutos, señores.” Tú le dijiste, “¡Bah, no te preocupes!” Cuando tu primo terminó de leer la misiva, exclamó, “Ay, no puede ser!” Tú le dijiste, “¿Te comunicaron algo malo?”
    Fradique dijo,
“¡No, se trata de una aduana, que se ha convertido en fuente permanente de mis amarguras!” Fradique continuó, “Sucede que he traído de Atenas una momia egipcia…” Tú dijiste, “¿Una momia?” Fradique dijo, “Se trata del cuerpo de Pentaur, escriba ritual del templo de Amón, en Tebas y cronista de Ramsés II. Es una legación para mi amiga, Lady Ross, quien colecciona antigüedades de Egipto y de Asiria.” Fradique agregó, “El problema reside en que no saben en la aduana, con qué artículo de arancel deben trazar el cadáver de un hierográmmata de la antigüedad. Yo le sugerí que fuera el mismo con que se tasa el arenque ahumado.”
     
Tú le dijiste, “Descuida, yo salvaré del fisco la momia de esa figura faraónica.” Antes que te retiráras para arreglar el asunto, Fradique te dijo, “En tanto yo invitaré una bebida refrescante a tu amigo.” Apenas partiste, el, Poeta de las Lapidarias y yo, subimos a la habitación que éste ocupaba. Al subir las escaleras hacia su habitación, recuerdo que Fradique me dijo, “¡Qué agobiantes el calor de agosto!” Yo contesté, “¡Derrite las mantecas!” Inmediatamente me sentí aturdido por esa respuesta tan burda, que dí a aquel poeta, que también era amigo de Víctor Hugo. Recuerdo que pensé, “¿Pero qué me pasó? Dejé caer una gota de sebo, sobre la cristalina conversación de Fradique Méndes.”
    Esa respuesta tan sórdida me quedó grabada como uno de los hechos bochornosos que jamás olvidaré. Al entrar a la habitación Fradique me dijo, “¡Por favor, tóme asiento! Vuelvo en unos minutos.” Yo le dije, “¡Gra-Gracias!” Cuando regresó, Fradique me dijo, “Ese Marcos es una alhaja.” Yo le dije, “Así es, me une a él, una vieja estimación, pues estuvimos juntos en la escuela aquí en Lisboa, y después en Coímbra.” Fradique me dijo, “¿Así que usted también estuvo en Coímbra? Yo nunca olvido las tabernas de las tías Camelas, por la buena comida que servían. Casi siempre tenía un plato de sardinas sobre mis rodillas, y sobre la mesa libros de metafísica y arte.”
   
Yo le dije, “Nadie prepara las sardinas como aquellas encantadoras damas. Y precisamente su arte mostrado en, Las Lapidarias, es lo que me ha impresionado de usted.” Fradique dijo, “En realidad, son una burda imitación de los versos de Leconte De Lisle.” Yo le dije, “No se minimice, después de su obra, sólo la de Baudelaire, me ha llamado la atención.” Fradique me dijo, “Entonces es usted devoto de ese libertino francés.” Yo le dije, “¿Como dice?” Fradique me dijo, “Conozco a Baudelaire…él no es un poeta, sino un analista que expresa sentimientos que nunca ha sentido.” Yo le dije, “De cualquier manera, yo…” Y fue tu repentina llegada, la que me salvó de sucumbir ante los bien presentados fundamentos de Fradique Méndes. Recuerdo que llegaste diciendo, “¡Todo está arreglado!”
   
 Fradique dijo, “Pasa Vidigal Méndes.” Tú le dijiste, “Salvé a un clásico de ser calificado con el oprobioso arancel que lo denominaba como pescado salado. Mañana por la mañana Pentaur podrá abandonar la aduana.” Fradique te dijo, “Gracias, amigo mío.” Sólo al salir del hotel, pude desahogarme, y te dije, “Este Carlos Fradique Méndes, es un engreído.” Tú me dijiste, “¡Sí, pero enteramente nuevo, distinto a todos los demás pedantes!” Esa misma noche recibí la visita de mi buen colega, Teixeira D Acevedo, a quien le dije, “En resumen, ese tal Fradique es un erudito, perfecto en lo físico y en lo intelectual.” Pero Teixeira me dijo, “Permíteme decirte que pienso que ese hombre solo ha tomado un mecanismo de pose, que te ha deslumbrado.”
     Teixeira agregó, “Me gustaría conocer a tal Fradique, pues me da la impresión de que es un ser postizo y teatral.” Yo le dije, “Mañana iremos a verlo al Hotel Central, donde se hospeda.” Al otro día, Teixeira me daría una sorpresa. Al abrir la puerta de mi habitación. Teixeira estaba vestido como un mendigo, con una peluca y barba abundante. Al verlo exclamé, “¿Túuuu?” Ante mí estaba el Diógenes del siglo XIX. Teixeira me dijo, “¡Quiero horrorizar al lujoso Fradique, y afirmarle la grandeza moral del remiendo y la filosófica austeridad de la Mancha!” Yo le dije, “¡Vaya que trabajaste para lograr este aspecto tan repulsivo!” Y nos dirigimos al Hotel Central, en un carruaje.

     Queirós continuó con su relato, “Pero todo se perdió, sobre todo la inmundicia estoica de mi amigo, pues Fradique había partido la víspera, en un vapor que iba a buscar bueyes a Marruecos.” Vidigal dijo, “¡Ja, Ja! Me habría gustado verlos.”

    Queirós continuó su relato: Cuatro años después, en 1871, volvería a encontrarme con él, en Egipto. Me encontraba hospedado en el, Hotel Shepherd, de el Cairo. Cuando lo vi, se encontraba acompañado de una hermosa rubia, y de un hombre que se parecía al mitológico Dios Júpiter. Mientras lo observaba, desde mi mesa a la distancia, pensé, “Han terminado de comer. Me acercaré a saludarlo.” Al acercarme Fradique me miró, y se levantó, extendiéndome la mano me dijo, “¿Usted aquí en el Cairo?” Yo le dije, “Así es, me sorprende gratamente encontrarlo.”
     Enseguida, Fradique dijo, “Permítame presentarle a mi bien amada, mi Eva adorada.” La saludé de mano, y la mujer me dijo, “Encantada, soy Clara Jourre.” Acto seguido, me invitó a sentarme con ellos. Fradique me dijo, “Cuénteme, ¿Qué ha sido de mi primo Marcos?” Le dije, “Se fue a la India, como secretario general.” Fradique rió, “¡Ja, Ja! Así que mi pariente burocratiza ahora, en los palmares brahmánicos.” Le dije, “Por cierto, me pareció conocido el rostro del amigo que lo acompañaba hace unos minutos.” Fradique dijo, “Era un maestro impecable…¡Teófilo Gautier!” Le dije, “¡Oh, y yo que hasta lo encontré parecido a Júpiter!”
    Aún no despejaba mi perplejidad, por haber conocido al célebre escritor francés, cuando la hermosa Clara se levantó de la mesa, y dijo, “Te esperaré en la habitación, quiero darme un baño.” Fradique le dijo, “Más tarde me reuniré contigo.” No había duda que Fradique amaba aquella bella mujer. Yo exclame, “¡Er-Ejem!” Fradique me dijo, “¡Perdóneme mi distracción, amigo!” Entonces, me contó que apenas hace una semana, había llegado al Cairo. Fradique me dijo, “Acabo de regresar de Persia, por donde erré poco más de un año.”
     El calor era sofocante, y decidimos salir a pasear por los jardines del hotel. Yo le dije, “Será mejor recibir un poco de aire. Y dígame, ¿Qué lo retuvo tanto tiempo en Persia?” Fradique me dijo, “Un movimiento religioso que desde 1849, ha tenido un gran desenvolvimiento en las márgenes del río Éufrates. Se trata del, Babismo, por el cual tengo un interés militante, pues no admiro la doctrina, sino a sus apóstoles.
    Esa nueva secta, me ha permitido observar cómo nace y se funda una nueva religión. Su iniciador es Mirza-Mohamed, quien habiendo conocido los evangelios cristianos, iniciado en la pura tradición mosáica, por los judíos del Hiráz, y profundo conocedor del hebraísmo, la vieja religión persa, ha amalgamado a éstas doctrinas, en una nueva concepción de mahometismo, y se declaró Bab, palabra persa que significa, puerta.
     Él se proclamó como la puerta única que lo lleva a la verdad. En resumen, Mirza era un mesías que tuvo discípulos que eran pastores, sufrió de tentación en la montaña, predicó parábolas, escandalizó en la Meca a los doctores, y murió asesinado, después del ayuno de Ramadán, en Tabriz.”
Fradique continuó, “Ahora la doctrina se propagará en la gran universidad de oriente. Si el Babismo prende ahí, él Mahometanismo Dogmático, podrá ser vencido. Yo debo encontrarme con el apóstol Said-El Zurich, en Ben-Sueff, en el Nilo, en la Luna menguante.”
    Al caer la noche, nos despedimos. Nunca había conocido a nadie envuelto en situaciones tan elevadas, y todo ello me hizo soñar, cuando llegué a mi habitación a acostarme, que yo acompañaba a San Pablo, antes de que éste embarcará a Grecia, a llevar el evangelio a los gentiles. Yo en el sueño le decía, “¡Buen viaje, maestro!” Al día siguiente, Fradique se embarcó hacia el Alto Egipto, en el muelle del viejo Cairo, a donde lo acompañamos Clara y yo. Para despedirse, Fradique dijo, “¡Cuídate Clara mía, te escribiré diariamente!”
    Clara le dijo, “Esperaré paciente tu regreso.” Y su barca surcó las aguas del Nilo, que reyes de Judá, de Asiria, y de Persia, Alejandro Magno, y Bonaparte, también habían cruzado, a lo largo de la historia. Queirós concluyó su relato, “Durante años, no volví a ver a Fradique Méndes, pero desde ese encuentro en el Cairo, intercambiamos nutrida correspondencia, a pesar de que nuestros intereses en la vida eran casi opuestos. Durante su estancia en Lisboa, en 1876, Fradique logró cautivar con su intelecto a numerosos poetas. Uno de ellos me comentó que a él, Fradique se le hacía el portugués más interesante del siglo XIX.” Marcos Vidigal le dijo, “También yo leí comentarios sobre él, y algunos autores encontraban en Carlos, curiosidades semejantes con Descartes.”
    Queirós dijo, “Un año después, en Sintra, se conocieron él y mi amigo, Teixeira D' Acevedo.” Vidigal dijo, “De modo que sí se encontraron esos dos.” Queirós dijo, “Sí, y desintieron en todo, pues Fradique era un hombre de análisis, y Teixeira era todo emoción. Sin embargo, Teixeira no se impresionó con el guapo erudito, cómo le llamó. Es más, decía que Carlos tomaba sus conocimientos del Diccionario Larousse, y los diluía en agua de colonia.” Vidigal exclamó, “¡Ja, Ja, Ja!”
    Queirós continuó, “Eso no impidió que también Teixeira se carteára con él, aunque solo fuera para contradecirle acremente. Yo volvería a verlo hasta 1880, en París, nueve años después de mi viaje por oriente.” Vidigal dijo, “En ese año, nacería su gran amistad, ¿No es así?” Queirós continuó narrando, Estába por terminar la semana de pascua, y me encontraba cenando solo, en el, Vignoni. De pronto, una voz muy serena murmuró, “Nos separamos hace años en el muelle de Bulak, en el viejo Cairo, ¿Verdad?”
     Al sentir una mano en mi hombro, exclamé, “¿E-Eh?” Emotivo fue el reencuentro, y a partir de entonces, se consolidaría nuestra amistad espiritual, pues Fradique, constituiría para mí, siempre un misterio en cuanto a sus sentimientos y fragilidades. Una tarde que paseábamos por el Jardín de las Tullerías, sucedió algo que más tarde comprendería, al leer las cartas que él y Clara intercambiaron. Mientras paseábamos, Fadrique me decía, “Pienso que la democratización de la ciencia, es un gran error de nuestra civilización, pues su difusión universal e ilimitada, puede llevarnos a una catástrofe moral.” Entonces la aparición de un carruaje lo hizo enmudecer. Yo pensé, “¡Es Clara!”
     Fradique continuaba su charla, diciendo, “Y ello…” Cuando de repente, enmudeció al ver el carruaje, y se despidió, diciendo, “Nos veremos después, buen amigo.” Yo dije, “¡Cla-Claro que sí!” Fradique se encontró con la mujer que amaba. Clara, descendió del carruaje y dijo, “¡Vine en tu busca, pues debo decirte que he dejado de quererte!” Fradique le dijo, “No puedes devolverme a las sombras, después de iluminar mi vida con tu luz.” Clara le dijo, “Tus constantes ausencias, hicieron que la llama de mi amor por ti, se apagára irremediáblemente.”
     Mientras subía al carruaje, Clara le dijo, “Tú y yo encontraremos la felicidad en otros brazos. ¡Adiós!” Intrigado por la súbita despedida de esa tarde, me presenté por la noche, en el palacio que Fradique había adquirido en la calle de Barnes, en París. Me recibió la institutriz, quien me dijo, “Enseguida baja el señor.” Yo le dije, “Bien, esperaré.” Fradique llegó, y me saludó, diciendo, “¡Ah amigo, ésta tarde no acabé de decirle que la ciencia debe ser recluida, para salvarnos de la anarquía moral!” Yo le dije, “N-No olvido el tema que discerníamos.”
    Hubo una pausa, y agregué, “Tiene razón, Fradique, pero yo vengo a despedirme, pues mañana temprano debo regresar a Lisboa.” Fradique me dijo, “¡Que tenga un grato reencuentro con la amada patria!” A pesar de haber sufrido una desilusión tan grande, no escuché de sus labios algo como, “Ah, amigo, que estúpida es la vida.” Antes bien, remató su charla sobre la ciencia, y nos despedimos. Mientras me acompañaba, Fradique me dijo, “¡Vuelva cuantas veces lo desee!”  Queirós concluyó su relato, diciendo, “El hilo de la simpatía mutua no se rompía, a pesar de estar alejados, y seguimos escribiéndonos.”
     Vidigal dijo, “Lo sé, muchas veces me lo comentó en las cartas que me enviaba hasta la India.” Queirós dijo, “Pasemos al comedor, ya es tarde, y debes tener hambre.” Al llegar a la mesa, Vidigal miró las viandas, y dijo, “Pero si se ha servido todo un señor banquete.” Queirós le dijo, “¡Ja, Ja! Pues nos encargaremos de saborearlo.” Mientras ambos comían, Vidigal dijo, “Recuerdo ahora un hecho que sucedió a Carlos, poco después de que el monje benedictino dejára de darle clases…” Queiroz le dijo, “¿Cuando tenía diez años?”
     Vidigal dijo, “Bueno, él me contó que de pronto un día, para habituarlo a las cosas duras de la vida, su abuela lo mandó a una escuela a la que asistían hijos de pobres.” Vidigal comenzó a narrar, Un jardinero se encargaba de llevarlo diariamente a la escuela, y doña Evangelina le daban una moneda, para que comprára en la cafetería algo para comer. Al despedirlo, doña Evangelina le decía, “Y no lo olvides pórtate bien.” Mientras el jardinero lo llevaba, Fradique pensaba, “Mi abuela me humilla al descenderme al nivel de los hijos de los sirvientes.”
     Un día que él ojeaba las enciclopedias de antigüedades romanas, pensó, “¡Oh los chicos de la gran diosa Roma, también iban a la escuela de la mano de un siervo! Y también compraban algo en las tiendas de la época a lo cual le llaman Lentaculum.” Su interés precoz por la historia, lo hizo olvidar la vulgaridad que había creído encontrar en sus hábitos escolares. Fradique pensó, “Continuaré celebrando las costumbres de los hijos de Escipión.” Vidigal agregó, “El saber histórico de Fradique sorprendía por su amplitud y detalle.” Queirós le dijo, “Además, le ayudaba su prodigiosa memoria, que retenía todo como un almacén bien ordenado.”
     Vidigal dijo, “Su cultura se veía alimentada por sus constantes viajes. La arqueología lo llevaría cuatro veces a oriente.” Vidigal comenzó a narrar, Aunque el último viaje que hizo a Jerusalén, fue motivado por otras razones muy diferentes. El interés de Carlos se encontraba totalmente concentrado en la hija de Abraham Cooper, un rico banquero de Alepo. Ella era una de las mujeres más espléndidas de Siria, y el amor brotó como una corriente tempestuosa.
     Un día, mientras los enamorados bailaban, Fradique dijo, “No existe nadie más bella que tú.” Y ella exclamó, “¡Ah Carlos!” De acuerdo con el cónsul de Siria, el señor Racciolini, esto sucedió en 1877. Tristemente, la hija de Coppo, moriría en las costas de Chipre, tras el naufragio del Magnolia, diesiocho meses después. Por otra parte, su arriesgada y dura peregrinación por China, desde el Tíbet hasta la Alta Manchuria, constituye el más completo estudio que un europeo haya hecho sobre las costumbres de esos pueblos. En 1881, haría un estudio sobre Rusia, y sus movimientos sociales y religiosos.
    Pasaría muchos meses viajando por las provincias rurales, entre el Dniéper y el Volga. Para conocer la verdad de las prisiones de Siberia, Carlos atravesó centenas de millas de estepas y de nieve, hasta la mina de Nerchinsky. Y habría seguido adelante, de no haber recibido en la costa de Arkángel, un aviso del general Armankoff, jefe de la guardia imperial. Éste mensaje era una misiva que leía, “Lo invitamos a abandonar Rusia, y regresar a su bella mansión de París.”
    Su espíritu de investigación y aventura, lo llevó después a América del Sur, desde el Amazonas, hasta la Patagonia. Mientras viajaba por la selva amazona, Carlos pensaba, “He ojeado y leído atentamente al mundo como un libro lleno de ideas.” Marcos Vidigal terminó su relato, entonces Queirós dijo, “Fradique Méndes viajó por los cinco continentes.” Marcos dijo, “Si hubiera escrito sobre sus viajes, habría dejado a la humanidad un valioso legado.” Queirós comenzó a narrar. Recuerdo que en la Navidad de 1882, Fradique me contaba sobre las fascinantes y misteriosas religiones africanas.
     Emocionado por su vívido relato, le pregunté, “¿Por qué no escribe todo este viaje suyo a África?” Él me dijo, “¿Para qué? No vi nada en África que otros no hayan visto ya.”  Yo le dije, “Pero muy pocos aventureros han tenido la erudición que usted posee, debería intentarlo.” Carlos me dijo, “¡Yo no sé escribir! ¡Nadie sabe escribir!” Yo le dije, “Usted es un eterno insatisfecho, pero existen numerosos prosistas como, Flaubert y Balzac.” Carlos me dijo, “El primero posee vibración y calor, y el segundo una exuberancia desordenada y bárbara.” Yo le dije, “¡Usted quiere una prosa como no puede haber!”
     Carlos me dijo, “¡No! ¡Quiero una prosa como aún no hay!” Carlos caminó hacia la ventana, y concluyó, “Y como aún no la hay, es una inutilidad escribir. ¡El verbo humano, tal como lo hablamos, es incapaz de reproducir lo que vivimos!” Queirós terminó, y Vidigal dijo, “Sí, en realidad, la vida de Fradique fue gobernada por un constante y claro propósito de abstención y silencio.” Queirós le dijo, “De él, solo quedan sus cartas, como migajas de oro, restos del gran y rico bloque al que pertenecieron.”
     Queirós agregó, “Pero él mismo en una carta, me comentaba que había leído, 'La Correspondencia de Doudan,' la cual por no estar preparada didácticamente, le parecía un excelente estudio de psicología e historia.” Vidigal dijo, “Entonces, ¿Piensas que Fradique, quien siempre rehuyó el ruido y la publicidad, habría aprobado que sus cartas se publicaran?” Queirós dijo, “Sí, y aunque he leído mucho de su correspondencia enviada a nobles, poetas, y eruditos de París y Lisboa, sé que encontraré un mar enorme de conocimientos en éste cofre.”
    Vidigal le dijo, “No olvides que Madame Lobrinska, se negó siempre a entregártelo, pues Carlos se lo dejó a ella, confiando en que se mantendría siempre en su carácter íntimo y secreto.” Queirós le dijo, “¿Sabes tú cómo se conocieron ellos?” Vidigal dijo, “Si, fue un verano de 1884…” Vidigal comenzó a narrar: Varia Lobrinska, pertenecía a una vieja familia rusa, de los príncipes de Pálidoff, en 1874. A la edad de veintidós años, quedó viuda, al morir su esposo, Pablo Lobrinski, quien era diplomático de la guardia imperial. La joven viuda enfermó de tristeza, y se recluyó por varios años en sus propiedades de Starobelsk, en el gobierno de Karkoff.
     Superando su dolor, Madame Lobrinska decidió habitar en París, en una lujosa y alegre mansión. Acababa de cumplir treintaidos años, la hermosa dama, cuando le fue presentado, durante una fiesta, al seductor, Carlos Fradique Méndes. El caballero quien los presentó, dijo, “El caballero es una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo.” Lobrinska exclamó, “¡A-Ah!” Días después, y animada por la amena charla literaria que ambos habían tenido en aquella fiesta, madame Lobrinska invitó a su casa a mi primo. Ya estando ahí, Lobrinska mostró a mi primo un poema de los más queridos de su colección, y le dijo a Carlos, “Mire, yo tambien tengo una reproducción del poema, 'El Juicio de Libuska.'” Fradique exclamó, “Es verdad.”
    Por un instante, se olvidaron de cuanto les rodeaba.  Lobrinska desenrrolló el pergamino, y dijo, “Bien, comencemos la lectura de ésta vieja epopeya bárbara.” Después de leer Lobrinska, Fradique dijo, “Habla usted nuestra lengua, con una gran pureza.” Ella le dijo, “Durante seis años, viví en Río de Janeiro, pues mi finado esposo, fue enviado allá, como secretario de nuestro país.” Los dos leyeron éste texto heróico, hasta que llegó un dulce momento, en el que como los enamorados de Dante, no leyeron más en todo el día, y los pergaminos cayeron al suelo.
     Fradique exclamó, “Varia…yo…” El amor de la madurez, se había presentado en la vida de Carlos. Fradique dijo, “Varia, imagino que eres Libuska, la reina que en el juicio aparece vestida de blanco y resplandeciente de sabiduría.” Ella dijo, “La vida vuelve a florecer para mí.” Solo ella, de todas las mujeres que amaron a Fradique, logró apreciar el profundo pensamiento de mi pariente. El paraíso duraría para ambos, solo cuatro años. A la muerte de Fradique, madame Lobrinska volvió a recogerse en sus melancólicas tierras de Staroblesk. Se dijo que había huido para llorar entre sus mujiks, su segunda viudez.
     Varia Lobrinska volvería a salir con vida de ahí. Poco antes de su muerte, recibí una carta en la cual la dama me pedía que viajára a Rusia urgentemente. Después de presenciar su muerte, salí de Starobelsk, con el cofre que pertenecía a Carlos. Eso fue hace poco más de un mes, pues a una semana de mi visita, madame Lobrinska se reunió con Carlos. Tras concluir su relato Vidigal, Queiroz le dijo,
   “Tal vez nunca abriré ese cofre, pero en mi mente consérvo el recuerdo del contenido de muchas de sus cartas que me dirigió a mí, y a otros conocidos, quienes me permitieron leerlas. En una carta que le envió a mi amigo Teixéira, Fradique decía que él se rebelaba contra las obras literarias y de arte, que la crítica consagraba unánimemente como magistrales, tal vez porque su espíritu no era capaz de comprenderlas en su sublimidad.” Vidigal le dijo, “Fadrique tenía además una virtud que pocos le conocieron: su caridad hacia todo lo que vivió. Fradique no fue un santo militante, pero nunca hubo un mal que él conociera, al cual no diera alivio.
    Siempre que leía en el periódico alguna calamidad, o una indigencia, señalaba la noticia con un lápiz, y anotaba el número de libras que más tarde enviaría con sus sirvientes, pensando, 'A la hora de la comida, vale más una moneda en la mano, que cuatro filosofías volando.' Y todo esto lo hacía sin publicidad.”
Queirós asintió, y dijo, “Es verdad, sobre todo, los niños despertaban en él una infinita ternura, y cierta vez en Inglaterra, viajando en un carruaje, Fradique miró a unos niños de la calle en Londres. Fradique exclamó, '¡Oh, mira esos chiquillos!' Con su abrigo los cubrió, y les dio unas monedas, diciendo, “Con esto podrán comer algo caliente.”
    Queirós continuó su narración. Además de él, no he conocido hombre más respetuoso del animal. Un día que íbamos tarde a una cita, yo le dije, “Llegaremos tarde a la venta de tapices, y perderás el que desde hace tiempo ansías comprar.” Pero Carlos me dijo, “Esperemos a que el caballo almuerce con sosiego.” Esa ocasión perdió la oportunidad de adquirir un valioso tapiz. Y Fradique dijo, “¡Eso no importa, el jamelgo comió a sus anchas!” El resto de ese día, el bien alimentado equino, nos paseó por todo París.
     Mientras viajábamos, Carlos me decía, “El mundo se ha rodeado de un egoísmo feroz. Ahora hasta la caridad se ha organizado en instituciones que no hacen nada en absoluto por los pobres.” Yo le dije, “Tienes razón.” Fradique me dijo, “Nunca como ahora, el hombre se ha convertido en el lobo del hombre.” Yo le dije, “Es necesario que Cristo vuelva a venir.” Y él me dijo, “Vendría, pero todos lo negarían. ¡No hay nada que hace!” Queirós terminó su narración, y Vidigal dijo, “Dejamos de vernos desde mi partida a la India.” Queirós dijo, “En cada encuentro que yo tenía con él, siempre preguntaba por ti. Le divirtió saberte con un puesto en los palmarés bramánicos.”
     Queirós continuó su narración. En París, una fría noche invernal de 1888, lo acompañé a la fiesta de La Condesa de la Jarte, con nuestras respectivas parejas. Pasamos una velada inolvidable. Antes de partir, en el guardarropa, nos encontramos con que su pelliza rusa, había sido cambiada por otra. Yo le dije, “¿Estás seguro que no es tu abrigo?” Él me dijo, “Tan seguro como de que la cartera que tiene guardada en su bolsillo, tampoco es mía.” Fradique tomó la cartera y dijo, “Veamos a quién pertenece…¡Es del general Terran-D
' Azi!” Fradique la arrojó, diciendo, “Jamás me pondría el abrigo de éste oficial gruñón y catarriento.” Yo le dije, “Creo que exageras, Carlos.”
    Aunque la noche estaba seca y clara, el frío era intenso. A pie y de frac, Fradique atravesó la,
Plaza de la Concordia, con nuestras respectivas parejas. Fradique dijo a su pareja, “¡La noche es joven, iremos al Club de la Rue Royale!” Su pareja le dijo, “Pero puede hacerte mal la brisa nocturna.” Fradique le dijo, “No digas tonterías, querida.” Al otro día, Carlos despertaría con una tos persistente. A pesar de eso, se levantó para asistir a Fontainebleau. Mientras se vestía, Fradique exclamó en forma desafiante, “¡Bah, Cof, Cof! ¡He afrontado tantos aires inclementes, Cof!” La reunión de amigos se alargó hasta que cayó la noche. Al recogerse en su habitación, tuvo un largo e intenso escalofrío. Ante la situación, su sirviente se acercó, y tras revisarlo, exclamó, “¡Señor…pero si estás hirviendo en fiebre!” Y Fradique cayó en una profunda inconsciencia. Vino el doctor, y después que lo revisó, el doctor explicó, “Se trata de una rara forma de pleuritis...”
    Treinta horas después, Carlos Fradique Méndes, como decían los antiguos:
“Había vivido, muriendo sin sufrimiento alguno.” Varia Lubrinska se lanzó hacia su cuerpo, y exclamó, “¡Carlos…no me dejes!” Queirós finalizó su relato, diciendo, “Así fueron sus últimos momentos.” Entonces Marcos Vidigal le dijo, “Creo que ha llegado la hora de retirarme.” Enseguida, Vidigal dijo, “Antes de partir, entrañable amigo, Eca de Queirós, dime, ¿Qué harás con el contenido del cofre?”
     Queirós le dijo, “Estoy seguro que si publíco las cartas, el público creerá que Fradique Méndes fue un personaje fictición…o bien, que se trata de mi autobiografía. Sea como sea, el tesoro que el cofre encierra, nunca lo daré a conocer.” Vidigal dijo, “¿Entonces?” Queirós le dijo, “Los lectores conocerán la misma correspondencia de Fradique Méndes que yo he leído. Pediré a mis amistades que me presten sus cartas para reproducirlas fiel e íntegramente.” Eca de Queirós llamó a dos de sus sirvientes, y les dijo, “¡Lleven éste cofre a mi biblioteca…de ahí no saldrá mientras yo viva!” Vidigal dijo, “¡Pronto volveremos a encontrarnos, estoy seguro!” Queirós le preguntó, “¿Volverás a la India?” Vidigal le dijo, “¡Sí, pero en pocos meses regresaré a cuidar de la Quinta de Sintra, y de la Isla Terceira.”

     Y el fiel amigo de Carlos Fradique Méndes, con la melancolía invadiéndole el corazón, regresó a la sala en la que sostuviera aquella charla plena de nostalgia, y pensó, “No las guardaré más…las publicaré lo más pronto posible!”

“Sí, yo soy Carlos Fradique Méndes. Viajé por toda parte viajable. Leí todos los libros de exploraciones y de travesías, porque me repugnaba no conocer el globo en que habito hasta sus límites extremos, y no sentir la continua solidaridad del pedazo de tierra que tengo bajo los pies, con toda la otra tierra que jadea más allá.
    Por eso, exploré incansablemente la historia, para percibir hasta sus postreros límites, la humanidad a la que pertenezco, y sentir la solidaridad de mi ser, con la de todos los que me precedieron en la vida. Tal vez usted murmúre con desdén, y diga: “¡Mera curiosidad!” Amigo mío, no desprécie la curiosidad, ella es un impúlso humano de latitud infinita, que, como todos, va de lo rastrero, a lo sublime. Por un lado, lleva escuchar junto a las puertas, y por otro, a descubrir América.”

    El epitafio de la lápida de Fradique Méndes reza, “Aquí yace el ruido del viento, que pasó derramando perfume, calor, y simiente en vano.” Carlos Fradique Méndes. 1830-1888.

Tomado de, Novelas Inmortales, Año XV, No. 765, Julio 15, de 1992. Guion: Víctor Manuel Yáñez. Segunda Adaptación: José Escobar.

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