domingo, 3 de marzo de 2013

La Leyenda de San Julián El Hospitalario de Gustave Flaubert

     Gustave Flaubert nació en Ruan, Alta Normandía, el 12 de diciembre de 1821, y murió en Croisset, Baja Normandía, el 8 de mayo de 1880, a los 58 años. Flaubert fue un escritor francés. Está considerado uno de los mejores novelistas occidentales, y es conocido principalmente por su primera novela publicada, Madame Bovary, y por su escrupulosa devoción a su arte y su estilo, cuyo mejor ejemplo fue su interminable búsqueda de, le mot juste ('la palabra exacta').
     Gustave Flaubert era el segundo hijo de Achille Cléophas (1784–1846), y de Anne Justine, de soltera Fleuriot (1793–1872). El padre de Flaubert, cirujano jefe del Hospital de Ruan, sirvió como modelo para el personaje del doctor Lariviēre, en Madame Bovary. Su madre estaba emparentada con algunas de las más antiguas familias de Normandía.
     El 15 de mayo de 1832, Gustave ingresó en el Colegio Real de Ruan, donde cursó octavo curso. Siguió sus estudios en el colegio, y el instituto de Ruan, sin demasiado entusiasmo. En el colegio era considerado un vago; sin embargo, se inició en la literatura a la edad de once años. Durante el verano de 1836, conoció a Élisa Schlésinger, en Trouville; este encuentro lo marcó bastante, cosa que reflejó posteriormente en su novela, La Educación Sentimental.
     Licenciado en 1839, en agosto de 1840 superó el examen de baccalauréat (bachillerato). En el sorteo para el servicio militar, resultó exento, e inició entonces sin demasiada convicción los estudios de Derecho, en París. En su juventud, Flaubert estaba lleno de vigor y, a pesar de su timidez, poseía una cierta gracia, era muy entusiasta e individualista, y aparentemente no tenía ninguna ambición. Conoció a Víctor Hugo, y a finales de 1840, viajó con él por los Pirineos y Córcega. De vuelta a París, perdía el tiempo soñando despierto, viviendo de las rentas que le proporcionaba su patrimonio. En junio de 1844, Flaubert, que amaba el campo y detestaba la ciudad, dejó los estudios de Derecho, con el pretexto de reponerse de un acceso de epilepsia, mal que siempre se esforzó en ocultar, y abandonó París para regresar a Croisset, cerca de Ruan, donde vivió con su madre, y más tarde con su sobrina. Esta propiedad, una casa en una agradable parcela a orillas del Sena, fue el hogar de Flaubert, hasta el final de sus días. Aquí es también donde comenzó sus primeros trabajos literarios, por ejemplo, la primera versión de, La Educación Sentimental.
     En 1846, murieron su padre y su hermana, dos meses después de que enfermaran. Flaubert se hizo cargo de su sobrina. Comenzó una tormentosa relación con la poetisa, Louise Colet (1810–1876), que duró diez años, y de la que resultó una importantísima correspondencia; las cartas que le dirigió, fueron preservadas, y, según Emile Faguet, ésta relación fue el único episodio sentimental de importancia en la vida de Flaubert, que nunca se casó.
     En París asistió a la Revolución de 1848, que observa con una mirada muy crítica (como en La Educación Sentimental). Durante el Segundo Imperio Francés, frecuentó los salones parisinos más influyentes, y entre otros, se relacionó con George Sand.
     Entre el 24 de mayo 1848, y el 12 de septiembre de 1849, escribió la primera versión de, La Tentación de San Antonio. En esa época, su mayor amigo fue Máxime du Camp (1822–1894), con el que recorrió la región de Bretaña, en 1846, y realizó un largo viaje (1849–1851), en el que recorrió Italia, Grecia, Egipto, Jerusalén y Constantinopla. Este viaje causó una gran impresión en la imaginación de Flaubert. Desde entonces, y salvo ocasionales visitas a París, no volvió a abandonar Croisset.
     De regreso de su viaje a Oriente, en 1851 empezó a escribir, Madame Bovary. Anteriormente había escrito la novela, La Tentación de San Antonio, pero no quedó contento con el resultado. Necesitó 56 meses para escribir, Madame Bovary, que fue publicada por primera vez en formato de folletín, en la, Revue de Paris, en 1857. Las autoridades iniciaron acciones legales contra la editorial, y el autor, acusados de atentar contra la moralidad, pero fueron declarados inocentes, a diferencia de Baudelaire, a quien el mismo tribunal había condenado por las mismas razones por su obra, Las Flores del Mal, publicada también ese mismo año.
     Cuando Madame Bovary apareció en formato de libro, recibió una cálida acogida. Flaubert pudo costearse una visita a Cartago, entre los meses de abril y junio de 1858, a fin de documentarse para su próxima novela, Salambó, que no terminó hasta 1862, a pesar del trabajo ininterrumpido del escritor.
     Retomó entonces el estudio de las costumbres de su época, y, utilizando muchos de sus recuerdos de su juventud e infancia, el 1 de septiembre de 1864, comenzó a escribir la segunda versión de, La Educación Sentimental, que fue publicada en 1869, por la editorial Michel Lévy. Hasta entonces, la vida de Flaubert había sido relativamente feliz, pero pronto sufrió una serie de desgracias. Durante la Guerra franco-prusiana, en 1870, soldados prusianos ocuparon su casa. Flaubert comenzó entonces a padecer enfermedades nerviosas.
     La muerte, o la incomprensión, lo alejaron de sus amistades. En 1872, perdió a su madre, y su hasta entonces buena situación económica, empeoró. Su sobrina, Mme. Commonville, cuidaba cariñosamente de él. En ese momento, entabló una relación de íntima amistad con George Sand, con la que mantuvo una correspondencia de inmenso interés artístico, y de vez en cuando, se veía con sus conocidos parisinos, Émile Zola, Alphonse Daudet,Turgenev, Edmond Rostand y Jules Goncourt; pero nada indicaba la proximidad de la muerte de Flaubert, sumido en la desolación y la melancolía. Sin embargo, no dejó de trabajar con la misma entrega de antaño. La Tentación de San Antonio, de la que en 1857 se publicaron algunos fragmentos, fue por fin concluida y publicada por la editorial Charpentier en 1874. En ese año recibió un gran desengaño a causa del fracaso de su obra de teatro, El Candidato
     En 1877 Flaubert publicó en la editorial Charpentier Tres Cuentos (“Un Corazón Sencillo”, “La Leyenda de San Julián el Hospitalario” y “Herodías”). Pasó el resto de sus días trabajando incansablemente en una sátira de la futilidad del conocimiento humano y la omnipresencia de la mediocridad, que había iniciado en el periodo 1872–1874, para luego dejarla abandonada y retomarla en 1877, pero que finalmente dejó inacabada. Se trata de su deprimente y desconcertante Bouvard y Pécuchet, publicada póstumamente en marzo de 1881 por la editorial Lemerre y que Flaubert consideraba que iba a ser su obra maestra.
    Flaubert envejeció rápidamente, a partir de 1870, y parecía un anciano cuando falleció en 1880, a la edad de 58 años. Murió de una hemorragia cerebral, en Croisset, pero fue enterrado en el panteón familiar del cementerio de Ruan. En 1890 se inauguró en el museo de Ruan un bello monumento de Chapu, dedicado a la memoria de Flaubert.
     El carácter de Flaubert ofrecía varias peculiaridades. Era tímido, e incluso extremadamente sensible y arrogante, pasaba del silencio, a una vergonzosa y ruidosa verborrea; oscilaba entre una desesperación poco menos que nihilista, y una vitalidad y joie de vivre, casi rabelesiana. Tenía una gran tendencia a la soledad, y el retraimiento social. Las mismas incoherencias marcaban su físico; tenía una fisonomía robusta, pero padeció una molesta epilepsia desde la infancia; asimismo, era un neurótico obsesionado con la escritura, pretexto de sus depresiones, y de sus entusiasmos, cuando comentaba algunas de las páginas más felices de los clásicos. 
     Este rudo gigante, fue secretamente corroído por la misantropía, y el disgusto por la vida. Su odio antiburgués, comenzó en su infancia, y se convirtió en una especie de monomanía, especialmente visible en su última obra, el, Bouvard y Pécuchet. Despreciaba la vulgaridad, la mediocridad, el adocenamiento, el materialismo del burgués, y además sus hábitos, su falta de inteligencia, su desprecio a la belleza con tanta intensidad, que ha sido comparado con un monje asceta.
     Flaubert fue contemporáneo de Baudelaire, y como él, ocupa una posición clave en la literatura del siglo XIX. En su época, fue rechazado (por razones morales), y admirado (por su fuerza literaria) al mismo tiempo, en la actualidad es considerado como uno de los mayores novelistas de su siglo, destacando sus obras, Madame Bovary y, La Educación Sentimental. Flaubert se sitúa entre la generación romántica, la generación realista (Stendhal,Balzac, y la generación naturalista (ZolaMaupassant). Este último consideraba a Flaubert su maestro. Su vasta correspondencia con Louise Colet, George Sand, y otros muchos, es igualmente de un gran interés humano y literario.
     Su preocupación e interés por el realismo y la estética de sus obras, justifica el largo trabajo de elaboración de cada una de sus obras, (somete a prueba sus textos leyéndolos en voz alta, sometiéndolos a la famosa prueba del “gueuloi”).
     Su mirada irónica y pesimista hacia la humanidad le convierte en un gran moralista.
·         Memorias de un Loco (1838)
·         Madame Bovary (1857)
·         Salambó (1862)
·         La Educación Sentimental (1869)
·         La Tentación de San Antonio (1874)
·         Tres Cuentos (1877)
·         Bouvard y Pécuchet (inacabada, edición póstuma).
·         Correspondencia.
(Wikipedia)
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San Julián el Hospitalario

     Julián el Hospitalario, también conocido como Julián el Pobre, es un santo católico romano.
     Aquí hay tres teorías principales de su origen:
• Nacido en Le Mans, Francia, posiblemente de una confusión con San Julián de Le Mans
• Nacido en Ath, Bélgica alrededor de 7 AD (La bandera belga se lucía alrededor de la ciudad durante, y no sólo, las dos fiestas)
• Nacido en Nápoles, Italia
La ubicación de los hospitales construidos por él también se debate están entre:
• A orillas del río Gardon en Provence.
• En una isla cerca del río Potenza dirigía a Macerata, Italia.
     Junto con el Arcángel San Rafael y San Cristóbal, San Julián fue conocido como el patrón de los viajeros, así como de las ciudades de Gante, Bélgica y Macerata, Italia. El Paternoster (Padre Nuestro) de San Julián se encuentra ya en 1353 en el Decamerón de Bocaccio, y todavía se transmiten de boca en boca a lo largo de algunos lugares de Italia. El relato se incluye el siglo 13, en la Leggenda Aurea del escritor genovés Giacomo da de Varazze, un sacerdote Dominico. Hermosos vitrales que representan a San Julián por un artista desconocido en la Catedral de Chartres también se remonta al siglo 13.
     Las primeras pinturas al fresco de él se encuentran en la Catedral de Trento (siglo 14) y el Palazzo Comunale di Assisi.
     Según De Varazze, la noche que Julián nació, su padre, un hombre de sangre noble, vio a unas brujas paganas en secreto hacer un maleficio a su hijo para que al crecer matara a sus padres. Su padre quería deshacerse del niño, pero su madre no le dejó hacerlo. A medida que el niño se convirtió en un apuesto joven, su madre regularmente caía en lágrimas a causa del pecado que su hijo estaba destinado a cometer. Cuando por fin Julián descubrió por qué lloraba su madre con él, juró que "nunca haría tal pecado" y "con gran fe en Cristo se fue lleno de coraje" tan lejos que no pudiera ser encontrado de sus padres. Las versiones dicen que fue su madre quien le dijo su destino a la edad de 10, mientras que otros dicen que fue un ciervo a quien conoció en el bosque mientras lo cazaba, una situación que se ha utilizado para representar a San Julián en estatuas e imágenes. Después de cincuenta días de caminata finalmente llegó Galicia, donde se casó con una "buena mujer", quien se dice era una viuda rica.
     Veinte años más tarde, sus padres decidieron ir a buscar a su hijo, ya de treinta años de edad. Cuando llegaron visitaron el altar de Santiago, y "tan pronto como salieron de la iglesia conocieron a una mujer sentada en una silla afuera," a quien los peregrinos saludaron y pidieron por el amor de Jesús, si pudiera hospedarlos por la noche, “ya que estábamos cansados.” Ella los dejó entrar y les dijo que su marido, Julián, había salido de caza. Esta es la causa  por lo que también se le conoce como patrón de los cazadores. La madre y el padre se alegraron de haber encontrado a su hijo, al igual que la esposa de Julián. “Ella cuido bien de ellos e hizo descansar en la cama de Julián y la de ella.” Pero el enemigo se fue buscando a Julián y le dijo: “Tengo una noticia amarga para ti. Mientras tú estás aquí, en la caza, tu esposa está en la cama abrazando a otro hombre. Ahí están ahora mismo, y siguen durmiendo.”
     De Verazze continúa: Y Julián sintió una profunda tristeza y en su rostro se dibujó una mueca. Cabalgó de regreso a casa, fue a su cama y se encontró a un hombre y una mujer durmiendo en ella. Sacó su espada y mató a los dos. Iba a partir para nunca volver a poner un pie en esa tierra, pero cuando se iba vio a su esposa sentada en torno de otras mujeres. Ella le dijo: “Hay que tu madre y padre descansan en tu habitación.” Y así Julián supo, se postró en ira. “El enemigo astuto me mintió cuando dijo que mi esposa me estaba traicionando,” y mientras besaba sus heridas, pronunció, “Mejor nunca hubiera yo nacido, pues en el alma y el cuerpo estoy maldito.” Y su buena esposa lo consoló y le dijo, “Tened fe en Dios Todopoderoso, quien es una corriente de vida y piedad.” No tuvieron hijos... Oro y plata tenían mucho... Y después de buscar la redención en Roma, Julián construyó siete hospitales y veinticinco casas. Y los pobres comenzaron a fluir hacia él, y hacia el “amor todopoderoso” de Jesús.
     De Verazze continúa: “El enemigo de nuevo conspiró para arruinar a Julián, y disfrazado de peregrino débil, Julián le dejó entrar con los demás. A medianoche el hombre se despertó e hizo un lío de la casa.” A la mañana siguiente Julián vio el daño y juró no volver a dejar entrar a nadie en su casa. Estaba tan furioso que pidió a todos que se fueran. Y Jesús se acercó a él, otra vez como un peregrino, buscando reposo. Le pidió humildemente, en el nombre de Dios, por refugio, pero Julián respondió con desdén: “No te voy a dejarte entrar ¡Vete! Porque la otra noche destrozaste mi casa, así que nunca te dejare entrar” Y Cristo le dijo, “Me sostiene el bastón, por favor.”  Julián, avergonzado, fue a tomar su bastón, y éste se mantuvo pegado en sus manos. Y Julián lo reconoció de inmediato y dijo: “Él me engañó, el enemigo que no quiere que yo sea vuestro siervo fiel. Pero yo te abrazo, no me preocupo por él,.. y por tu amor yo daré cobijo a quien lo necesite.” Se puso de rodillas y Jesús lo perdonó y Julián le pidió redención total, el perdón de su esposa y sus padres. Algunas versiones omitir el segundo error de Julián y describen la visita de un ángel que anuncia a Julián que ha sido perdonado.
     La devoción a San Julián comenzó en la isla de Malta en el siglo 15 después del hallazgo de sus reliquias en la ciudad de Macerata. El culto fue introducido por la familia noble de De Astis, de alto rango en Malta en el momento, quien tenía fuertes conexiones con el obispo de Macerata. Tres iglesias fueron construidas en su honor antes de la llegada de los Caballeros: en Tabija, hacia Mdina, en Luqa, y en Senglea (Isla). 
     Este último tenía una sala de almacenamiento para los cazadores, y sirvió para popularizar esta devoción a través de los marinos que llegan a las Tres Ciudades. En el siglo 16 existía un hospital, Ospedale di San Giuliano, en la isla Ciudadela de Gozo, mostrando una amplia devoción al santo. Siendo una orden de hospitalarios, los Caballeros de San Juan contribuyeron a ampliar aún más esta devoción. 
     En 1539 se reconstruyó la iglesia en la isla de Senglea. 
     En 1590 se construyó otra iglesia en la parroquia de Birkirkara, una sección que desde entonces se llamó San Julián. En 1891 la iglesia fue hecha una parroquia, la única vez dedicada al santo en Malta. (Wikipedia Ingles)
La Leyenda Dorada

     Como Leyenda Dorada o, en latín, Legenda Aurea se conoce a una compilación de relatos hagiográficos reunida por el dominico Santiago (o Jacobo) de la Vorágine, arzobispo de Génova, a mediados del siglo XIII. Titulada inicialmente Legenda Sanctorum ("Lecturas sobre los Santos"), fue uno de los libros más copiados durante la Baja Edad Media y aún hoy existen más de un millar de ejemplares incunables. Con la invención de la imprenta, dos siglos más tarde, su reputación se había consolidado y antes del fin del siglo XV aparecieron numerosas ediciones impresas.
     El texto original, redactado en latín, recoge leyendas sobre la vida de unos 180 santos y mártires cristianos a partir de obras antiguas y de gran prestigio: los propios evangelios, los apócrifos y escritos de Jerónimo de Estridón, de Casiano, de Agustín de Hipona, de Gregorio de Tours y de Vicente de Beauvais, entre otros. Junto con ellas, presenta una explicación basada en los evangelios de las fiestas del calendario litúrgico, así como una breve historia de la cristiandad en Lombardía, que le valió el subtítulo de Lombardica Historia.
     La intensidad de los relatos, preocupados menos por la fidelidad histórica y filológica, ofreciendo, por ejemplo, etimologías fantásticas similares a las de Isidoro de Sevilla, que por la intención doctrinaria y ejemplificadora, fue sin duda una de las principales razones del éxito de la Legenda. Buena parte de las escenas de martirio que llegarían a poblar el repertorio iconográfico de Occidente alcanzaron difusión de este modo, como las conocidas escenas del desollamiento del apóstol Bartolomé, el asaeteamiento de Sebastián Mártir o el combate de Jorge de Capadocia y el dragón. Del mismo modo que la progresiva elaboración de las biblias pictóricas en las catedrales, la Legenda fue elaborada como una herramienta para la difusión de la fe a través de imágenes vívidas, más cercanas a la experiencia del vulgo que las dificultosas parábolas bíblicas.
     El éxito de la Legenda condujo también a numerosas adiciones en las copias manuscritas. Así, se han conservado ejemplares del siglo XV en que las 180 historias que constan en el manuscrito más antiguo conservado, un ejemplar de 1282, parte del fondo de la Biblioteca Estatal de Baviera, se habían duplicado. Otras leyendas, consideradas inverosímiles por el copista, se fueron suprimiendo progresivamente. (Wikipedia Español)

La Leyenda de San Julián el Hospitalario.

     Julián es hijo de un señor local. Al nacer, los dos mensajeros sobrenaturales independientemente visitan a sus padres para decirles que a su hijo se le promete un destino extraordinario de conquistador y de santo. Los padres son excitados por la adivinación, sin embargo, guardan silencio y se dedican por entero a la educación y la libertad de su hijo. Julián se crió en medio de la naturaleza y descubrió el gusto embriagador por la caza. Ya no podía controlar su apetito depredador, haciendo asesinatos reales en los bosques circundantes, matando a cualquier animal que se cruzase en su camino sin ningún juicio ni piedad alguna. Pero cuando mata a un ciervo, cierva y el cervatillo de ella, de repente se descubre a sí mismo y se deshacerse de sus armas. Lo que sucede es que el ciervo herido se vuelve hacia él con la sangre pero misteriosamente se detiene y lanza una maldición: “¡Maldito seas! ¡Maldito! ¡Maldito! Un día, corazón feroz, asesinaras a tu padre y a tu madre.”

     Julián lleno de terror vuelve al castillo y se enclaustra varios días. Finalmente reanúda sus estudios y su formación hasta que un día, esperando ver a una cigüeña, arroja una lanza que casi da en el sombrero de su madre quien pasa. Sorprendido de haberla casi matado, se exilió en el campo con una banda de aventureros entre quienes poco a poco toma el liderato, demostrando su fuerza y ​​valor, poniéndose al servicio de los príncipes y reyes del mundo como un mercenario.
   Julián se vuelve siempre un ganador de las más terribles luchas, batallas y guerras, donde constantemente desafía a la muerte durante años para escapar de la maldición. Un día defiende al "emperador del occitano" contra "los musulmanes españoles" y la suerte vuelve a estar a su favor ganando la batalla. El rey le ofrece dinero, tierra, gloria y el agradecimiento. Julián rechaza todos los premios. Entonces el emperador le ofrece a su hija en matrimonio, lo que no puede resistir. Pasadas las bodas, Julián y su esposa van a su nuevo palacio. Julián deprime su vida, recordando el entretenimiento que solo logró darle vida. Su esposa, preocupada por su estado, le pregunta por qué. Julián admite la maldición del ciervo y su negativa a volver a la caza y combate. 
     Sin embargo, una noche, cuando los animales nocturnos deambulan por el palacio, incapaz de resistir, Julián va con su ballesta a la llamada de la oscuridad del bosque ante la mirada atónita de su esposa, a quien le promete su regreso en la mañana. Al día siguiente, dos ancianos  arriban al palacio. La mujer les da la bienvenida y que resultan ser los padres de Julián. Una grata sorpresa se nutre, y se alojan con pompa en su habitación y su cama para descansar. Los padres de Julián asombrados de ver a su hijo convertido en un emperador,  esperan su regreso en paz. Después de varios días de caza infructuosa y frustrante, pues todo se le escapa: la perdiz, el jabalí o el más lento lobo, furioso, Julián regresa al palacio en la oscuridad de la noche y descubre a un hombre en la cama con su esposa. Fuera de sí mismo y volviéndose loco de ira, apuñala a ciegas a los dos cuerpos en una capa doble. Su esposa llega, sólo para ver,  a la luz de la antorcha que lleva, su error y parricidio. Julián ordena a su esposa no hablar con él; entierra a sus padres, y después de unos días se va de su casa para siempre.
  Julián se convierte en un mendigo, vagando por el mundo, para expiar su culpa y aceptar las torturas por todos los medios que el destino ponga en su camino. Se hace viejo y cansado. Un día, trata de cruzar un río, pero no hay un remero debido a lo peligroso del rio.  Decide, como el Caronte del inframundo, someterse a esta tarea, y reconstruye  un viejo barco poniéndolo a flote y se desarrolla un malecón con piedras asegurar el paso. Los viajeros llegan y disfrutan de la travesía restaurada y libre. Julián ve entonces que más lo necesitan como un ermitaño. 
     Una noche de tormenta, una voz lo llamó desde el otro lado del río y le preguntó el camino. Julián llega y descubre a un leproso en harapos, pero cuya actitud es la de la "majestad del rey." Julián pasa el rio a pesar de los estragos del huracán, y el hombre le pide hospitalidad por la noche. A la luz de la cabaña, Julián descubre a un hombre demacrado, lleno de pústulas supurantes, la cara devastada, y el aliento fétido. El hombre tiene hambre, entonces come pan negro. La sed la sacia el hombre milagrosamente llenando una jarra de vino. El hombre siente frío. Julián le ofrece todo los que posee y su cama. El hombre insiste y se queja de frío y le pide a Julián le dé calor corporal para sus helados huesos; Julián se desnuda y pone el pecho contra su pecho cálido, el aliento contra su aliento. Julián da el más fuerte abrazó al leproso quien se convierte en claridad maravillosa e incienso. Julián asciende al cielo con él y se enfrenta al Señor Jesús. (Wikipedia en Francés)
     Tres Cuentos (Trois Contes) es un conjunto formado por los relatos: Un Corazón Sencillo, La Leyenda de San Julián el Hospitalario y Herodías, escritas por Gustave Flaubert entre los años 1875 y1877.
     Gustave Flaubert inició la redacción de Tres Cuentos sumido en un intenso desaliento causado por circunstancias históricas y personales, y en medio de serias dudas acerca de su capacidad literaria. Aparentemente, estos cuentos son muy dispares entre sí, tanto por su ambientación como por sus personajes.
     Es importante tener en cuenta que cada historia está ambientada en una época diferente. El primero se sitúa en la época moderna, mostrando la historia de Felicidad, empleada de una familia burguesa característica de ese período. La segunda historia muestra la vida de Julián, un hombre medieval que es una mezcla de santo y caballero andante. Y finalmente, la última de las historias cuenta un suceso de la vida de Herodes Antipas, y las causas que llevaran a la muerte a Jaocanán, también conocido como San Juan Bautista.
     En Un Corazón Sencillo, y en general en los tres cuentos, el autor abunda en detalles descriptivos de objetos y personajes.
     Esta obra de Flaubert, específicamente el primero de los cuentos, pertenece al realismo y al naturalismo, pues habla de la realidad, de las cosas cotidianas de la vida, pero enfocándose en la clase burguesa de la época. “El objetivo y los puntos de vista corresponden por completo a las intenciones de la burguesía, y el resultado, la novela naturalista, sirve como una especie de libro de texto a esta clase ascendente que tiende al dominio pleno de la sociedad” (Arnold Hauser 250).
     Un punto muy importante y que sirve para contrastar el primero de los cuentos con los otros dos es el tema de la muerte y la manera de trabajarlo en cada historia. En los dos últimos cuentos, se refleja la muerte de una forma fría y cruel: se mata por capricho, por ira o por ambición. (Wikipedia)
La Leyenda de San Julián el Hospitalario
de Gustave Flaubert
    Un guerrero de las cruzadas, con su armadura, levantaba la espada diciendo, “¡Adelante! La lucha es sin cuartel.” Aquel caballero siempre recordaría sus hazañas guerreras. ¿Cómo olvidar los asaltos a las fortalezas con el redoble de las maquinas y las prodigiosas heridas. El caballero gritaba, “¡Victoria!” Y sonaban los golpes con el acero. Con las conquistas de la guerra vendrían el poder y la riqueza, una hermosa compañera y un hermoso castillo en el corazón del bosque con cuatro torres y en cada ventana una flor. Allí habría de nacer el protagonista de esta leyenda: San Julian el Hospitalario. 
     ¡Se vivía en paz desde hace tanto tiempo! Todos trabajaban en armonía y las golondrinas hacían sus nidos en el hueco de las almenas. En el interior las tapicerías protegían del frio los armarios rebosaban de ropa, los toneles de vino se apilaban en las bodegas. Los cofres crujían bajo el peso de las bolsas de plata. La capilla era suntuosa como el oratorio de un rey, y en la sala de armas había espadas de todas las naciones. Después de muchas aventuras, el caballero había tomado por esposa a una señorita de alto linaje. Mientras él la perseguía, ella le decía, “¿Te faltan fuerzas señor mío?” Ella era muy blanca, un poco orgullosa y seria. Al alcanzarla, el caballero le decía, “¡Te tengo!” Y a fuerza de rogar a Dios le vino un hijo. Cuando la mujer lo tuvo en sus brazos dijo, “¡Un varón, un heredero!”  Hubo entonces grandes regocijos y una comida que duró tres días y cuatro noches. A falta de copas se bebía en olifantes y cascos. Todo fue música, alegría y diversión. Pero la nueva parturienta no asistió a estas fiestas tranquilamente descansaba con su primer bebe. 
     Una noche que despertó divisó una sombra bajo un rayo de luna. Era un viejo vestido en sayal, con apariencia de ermitaño, un rosario al costado y alforjas al hombro. Lentamente el hombre se les aproximó, y sin abrir los labios les habló, “¡Regocíjate mujer tu hijo será un santo!” La mujer dijo, “¿M-mi hijo será un s-santo?”  El hombre dijo, “Así será…” Deslizándose por el rayo del luna, el anciano se elevó suavemente, y desapareció… La asombrada mujer oyó las voces de  los ángeles, y su cuerpo ya no pudo sostenerse. Madre e hijo se recostaron perdiéndose en el sueño más profundo.
     A la madrugada los convidados se fueron. El rey al verlos partir pensó, “Nadie podrá quejarse. La fiesta fue única.” De pronto un mendigo apareció y se elevó del piso avanzando hacia él en la niebla. Ante la visión, el rey exclamó, “¡Voto al averno!” El mendigo era un bohemio de barba trenzada, con anillos de plata en los dos brazos y las pupilas resplandeciente. El rey dijo, “¿Quién eres y qué quieres? ¡Habla!” Con aire inspirado el mendigo tartamudeó palabras in aparente sentido, “¡Ah, ah! ¡Tu hijo…mucha sangre! ¡Mucha gloria! Siempre feliz…¡Familia de Emperador!” El rey arrojó unas monedas, diciendo, “¡Bah! Tóma esto.” Al agacharse el mendigo buscando su limosna, se fue desvaneciendo, ante el asombro del Rey quien dijo, “¡Cómo!” El buen rey castellano miró a la derecha y la izquierda, y dijo, “¡Nadie! Nadie…solo el silbido del viento y las brumas de la mañana que se levantan.”   El rey se retiró a su aposento pensando, “He dormido muy poco…si hablo de eso…se burlarán de mi.” Pero los esplendores destinados de su hijo, lo maravillaban, y el rey pensaba, “Aunque la promesa no fue clara, y por momentos dudo haberla escuchado.”
   Los esposos se ocultaron sus secretos pero los dos querían al niño de manera especial, respetándolo como señalado de Dios. Siendo ya un niño de cuatro años, ambos lo veían jugar. Entonces el rey dijo, “Nunca lloró mientras le salían los dientes.” La reina decía, “Con su tez rosada parece el niño Jesús.” A los siete años aprendió a cantar, y de su padre no tardó en aprender todo lo concerniente a los caballos de batalla. Un viejo monje le enseñó las sagradas escrituras, la numeración arábiga y las letras latinas y también a discurrir sobre cuánto hay en la naturaleza. Por las noches los peregrinos y los comerciantes le hablaban de una y mil maravillas lejanas, las cavernas de Siria, ¡El santo sepulcro! Las pirámides de Egipto.  Y Julián creció piadoso y estudioso. Si su padre, como todo caballero veía en él a su futuro guerrero, en contra de su madre veía en él a un futuro arzobispo. Y un día durante la misa,  Julián vió a un ratón entre las bancas de la iglesia. El ratón pareció dar vuelta por toda la iglesia, y pasando nuevamente ante Julián, desapareció de su vista. El domingo siguiente, la idea de volver a ver al ratón lo turbó, y con cada domingo ver al animalillo éste le importunaba más y más. Julián pensó, “Lo odio, voy a deshacerme de él.”
     Un día estando solo, cerrada la puerta de la iglesia, Julián colocaba migajas de pan frente a un pequeño orificio entre el suelo y la pared, pensando, “Las migajas de pan lo atraparán.” Después de esperar mucho tiempo el pequeño ratón salió y Julián lo golpeó ligeramente con un pequeño madero, quedándose estupefacto. Ese pequeño cuerpo no se movía más. Entonces Julián dijo, “Hay una gota de sangre en la baldosa.” Julián la secó rápidamente con su manga. Enseguida, ya afuera de a iglesia, Julián arrojó el pequeño cuerpo inerte hacia un árbol, pensando, “No le diré nada a nadie.” Una mañana mientras Julián paseaba sobre las murallas del castillo, divisó a una paloma volando, y pensó, “Una paloma pavoneándose al sol.” Julián tomó una piedra y pensó, “No me ha visto.” Enseguida lanzó la piedra golpeando a la paloma. Desde arriba de la muralla del castillo Julián observo el desplóme del ave, pensado, “Cae como piedra.” Julián bajó de prisa hacia afuera del castillo pensando, “¿Habrá caído en el agua?” Julián la encontró. La paloma con las alas rotas palpitaba suspendida entre las ramas de un arbusto. La persistencia de su vida irritó al niño y se puso a estrangularla, y las convulsiones del ave hicieron latir extrañamente su corazón. En el último tirón del ave, Julián se sintió desfallecer. 
     Un día estando solo, cerrada la puerta de la iglesia, Julián colocaba migajas de pan frente a un pequeño orificio entre el suelo y la pared, pensando, “Las migajas de pan lo atraparán.” Después de esperar mucho tiempo el pequeño ratón salió y Julián lo golpeó ligeramente con un pequeño madero, quedándose estupefacto. Ese pequeño cuerpo no se movía más. Entonces Julián dijo, “Hay una gota de sangre en la baldosa.” Julián la secó rápidamente con su manga. Enseguida, ya afuera de a iglesia, Julián arrojó el pequeño cuerpo inerte hacia un árbol, pensando, “No le diré nada a nadie.” Una mañana mientras Julián paseaba sobre las murallas del castillo, divisó a una paloma volando, y pensó, “Una paloma pavoneándose al sol.” Julián tomó una piedra y pensó, “No me ha visto.” Enseguida lanzó la piedra golpeando a la paloma. Desde arriba de la muralla del castillo Julián observo el desplóme del ave, pensado, “Cae como piedra.” Julián bajó de prisa hacia afuera del castillo pensando, “¿Habrá caído en el agua?” Julián la encontró. La paloma con las alas rotas palpitaba suspendida entre las ramas de un arbusto. La persistencia de su vida irritó al niño y se puso a estrangularla, y las convulsiones del ave hicieron latir extrañamente su corazón. En el último tirón del ave, Julián se sintió desfallecer. 
     Julián guardó aquellos sucesos en secreto. Ante sus padres, Julián siguió siendo el mismo de siempre. Cierto día, el rey le dijo, “Julián, pronto serás hombre y es hora que aprendas todo acerca de la montería.” Julián le dijo, “Sí padre.” Un maestro se encargó de enseñar a Julián el cómo adiestrar halcones y perros. También le enseñó a cómo reconocer el rastro de un lobo, de un ciervo, de un venado, a encontrar sus refugios y a conocer los vientos más propicios para la cacería. La caza de otros seres vivos era un gran pasatiempo de la alta sociedad. En una ocasión, mientras el rey y la reina cazaban cabalgando, la reina dijo, “¡Allá va el zorro!¡Lo asustaron los tambores!” Pero Julián despreciaba los protocolos y prefería cazar lejos de la gente, con su caballo, su perro y su halcón. Repentinamente Julián soltaba a su halcón diciendo, “¡Eah, allá va la presa!” El ave subía derecho en el aire como una flecha y no tardaba en bajar desgarrando a algún pájaro. De esta manera Julián en la soledad cazó con júbilo a la garza, el milano, la corneja y el buitre. Le gustaba seguir a los perros hasta que abatían a algún ciervo, y  la bestia comenzaba a gemir, bajo las mordeduras de los mastines. Julián se deleitaba con la furia de los mastines que la devoraban.  
     Julián acostumbraba a partir de cacería a toda hora, ya sea bajo el sol ardiente o bajo la lluvia en tempestad. De noche volvía cubierto de barro y sangre, con las ropas llenas de espinas y oliendo a bestia feroz. Y cuando su madre lo basaba al llegar, aceptaba la caricia con frialdad pareciendo soñar con otras cosas profundas. Y mes a mes, estación tras estación, Julián se fue haciendo hombre. Cuando de noche salía pensaba, “Con la luna llena hay buena luz para cazar.” Equipado con su cota de maya, Julián mató osos a cuchillazos, toros con el hacha de guerra, jabalíes con el venablo. Y una vez, no teniendo más que un palo, se defendió contra unos lobos que carcomían cadáveres al pie de una horca. Una mañana de invierno Julián partió antes del amanecer bien equipado. Gotas de hielo se pegaban a su manto, y soplaba el viento frio y helado. Lejos del hogar empezó la cacería. En la punta de una rama estaba un lirogallo entumecido. Con un golpe de espada Julián le cortó las dos patas y sin detenerse a recogerlo siguió su camino. Horas después estaba en la punta de una montaña tan alta que el cielo parecía casi negro. Julián pensó, “¡Qué presas! Si voy por la ballesta hasta el caballo podrían escaparse.” Eran dos cabras salvajes. Julián se lanzó para atrapar a una de ellas con sus propias manos, diciendo, “¡Ya tengo la primera!” Después fue por la otra, diciendo, “Y tu tampoco has de escaparte.” Y allí al fondo del abismo dejo a las dos cabras salvajes. 
  Julián siguió su marcha con su caballo, su halcón y su perro cazador. Al pie del monte el sol derretía la escarcha y entre los vapores, llegó a un lago. Julián no tardo en abatir a un castor aunque no podía llevarse la piel siguiendo su camino. Siguió por una avenida de grandes árboles, hacia un oscuro bosque. Julián dijo, “Presiento que aquí encontraré de todo.” Un corzo saltó de la espesura. Un gamo apareció en una encrucijada. Un tejón salió de su madriguera. Un pavo desplegó su cola. Y cuando hubo matado a todos se presentaron otros corzos, otros gamos, tejones, pavorreales y merlos, hurones, zorros y linces; una infinidad de animales más numerosos a cada paso. Giraban a su alrededor temblorosos con la mirada llena de dulzura y suplica. Julián decía, “Todos, todos caerán.” No se cansaba de matarlos. Blandiendo su ballesta desenvainando la espada hiriendo con el machete. Parecía que no pensaba en nada, que no tenía ningún recuerdo. Estaba cazando quien sabe donde desde el principio de los tiempos y todos sus deseos se cumplirían como en los sueños. Finalmente lo detuvo un espectáculo fuera de lo común. Una manada de ciervos colmaba un pequeño valle en forma de circo. La esperanza de semejante carnicería lo sofocó de placer. Se arremangó y se puso a tirar con la ballesta. Las flechas caían como rayos en una  tormenta. Los ciervos enfurecidos se pelearon. Se subían unos encima de otros buscando escapar de aquella lluvia fatal. Y finalmente murieron acostados sobre la arena con la ondulación de sus vientres disminuyendo a grados. 
     Luego todo se inmovilizó y detrás del bosque el cielo estaba rojo como un mantel de sangre. Julián se adosó de un árbol totalmente asombrado contemplando la enormidad de la masacre. Julián consternado dijo, “No comprendo, ¿Cómo pude hacerlo?” Entonces del otro lado del valle vio a un ciervo, una cierva y un cervatillo. El ciervo era negro y de tamaño monstruoso. La cierva era rubia como las hojas muertas y el cervatillo manchado mamaba. Y la ballesta resonó otra vez. En segundos cayó muerto el cervatillo y su madre bramó con voz profunda desgarrante, casi humana. Julián exasperado extendió a tierra a la madre con un golpe de flecha a pleno pecho. El gran ciervo negro ubicó al enemigo. Saltando por encima de los ciervos caídos, cargó contra Julián. Julián pensó mientras cargaba su ballesta, “Esta es mi última flecha.” Tiró hacia la gran cabeza de dieciséis cornamentas. La última flecha lo alcanzó en la frente y allí se quedó clavada. Sin embargo Julián dijo, “Sigue acercándose, ¡No puede ser! Parece que no sintió la flecha.” Julián retrocedía con indecible terror. Entonces el prodigioso animal se detuvo con los ojos flamantes y solemnes como un patriarca, como un justiciero, mientras a lo lejos sonaba una campana, el ciervo habló repitiendo tres veces, “¡Maldito, maldito, maldito!” El ciervo agregó, “Algún día, feroz, ¡Asesinaras a tu padre y a tu madre!” Julián gritó, “¡Nooo!” El animal dobló las rodillas, cerró los párpados y murió. 
 Julián quedó estupefacto, vagó sin rumbo. Invadido de asco y de una inmensa tristeza, durante horas lloró. Su caballo se había perdido. Sus perros lo habían abandonado. La soledad que lo envolvía parecía llena de peligros indefinidos. Empujado por el terror, eligiendo senderos al azar llegó por fin al castillo de sus padres. Allí cayó en cama y durante tres meses se debatió entre la vida y la muerte, presa de feroces fiebres. En sueños interminables se enfrentaba eternamente al prodigioso ciervo negro, quien le repetía aquellas palabras, “¡Mataras a tu padre y a tu madre!” Y en los raros momentos en que salía de su enfermedad, un solo pensamiento lo obsesionaba, pensando, “¿Sería capaz de matar a mis padres?”
     Un día, Julián sintió que sus fuerzas habían vuelto. Julián salió a ver a los pájaros. Entonces su padre le dijo, “Acepta esta espada sarracena por el gusto de verte bien hijo mío.” Julián le dijo, “Gracias padre. Iré a pulirla.” Demasiado pesada la espada se le escapó de las manos mientras la pulía arriba del muro del castillo, y se le cayó por una almena. Cayó directamente hacia su padre quien estaba debajo de la muralla, de modo que le cortó el traje y le hizo perder el equilibrio. Julián creyó haber matado a su señor padre y se desvaneció. Desde aquel día Julián temió a las armas. Al ver cualquier arma Julián palidecía. Julián comenzó a acostumbrarse a orar frente a la cruz en la capilla del castillo, pero un día, su padre invocó el honor de sus antepasados, diciendo, “¡Retomarás tus ejercicios de caballero!” Y así, Julián se volvió un maestro en el arte de la jabalina. Julián la tiraba por el gollete de las botellas, rompía los dientes de las altas veletas, golpeaba a cien pasos de distancia los clavos de las grandes puertas. 
     Un atardecer, la bruma hizo indistintas las cosas que le rodeaban a Julián. Julián iba con su jabalina y al fondo del jardín le pareció divisar dos alas blancas. Julián pensó, “Ajá. Debe ser una cigüeña!” Julián no dudó y lanzó el venablo con todas sus fuerzas. Enseguida brotó un grito desgarrador. Era su madre cuyo bonete de largas barbas quedaba clavado contra el muro. Julián dijo, “¡Dios Todopoderoso!” Julián escapó del castillo y no reapareció más. Jamás volvería a pisar el lugar donde había nacido. Julián se enroló en un grupo de aventureros que pasaban. Ahí conocería el hambre y la sed, las fiebres y la miseria. Se acostumbró al ruido de los combates, al aspecto de los moribundos. El viento curtió su piel y las armaduras endurecieron su cuerpo. Como Julián era fortísimo, corajudo, mesurado, sagaz, obtuvo sin pena el mando de su compañía. Con su gran espada Julián guiaba a sus huestes a las más feroces batallas y asaltos. Julián se trepaba a los muros con una cuerda de nudos de noche mecido por el huracán, mientras la resina ardiente y el plomo fundido chorreaban de las almenas. Girando su maza de armas, Julián se desembarazó de catorce caballeros. 
  En los torneos Julián derrotó a todos los que se le enfrentaban. Más de veinte veces se le creyó muerto, perdido. Pero se salvó siempre gracias al favor divino pues protegía a la gente de la iglesia, a las viudas, a los huérfanos y los viejos. Uno después de otro socorrió al delfín de Francia y al rey de Inglaterra, a los templarios de Jerusalén, al Negus de Abisinia y al emperador de Calcuta. Combatió contra escandinavos y contra negros. Contra indios color de oro y cuyos sables eran más claros que espejos. Venció a los Trogloditas y a los antropófagos. Se dice que é y no otro, mató a la serpiente de Milán. Y sucedió que el emperador de Occitania se unió en concubinato con la hermana del Califa de Córdoba, mientras aún vivía con él la hija de su primer matrimonio a quien había educado cristianamente. El califa, haciendo como que lo visitaba, masacró a toda la guarnición, y encerró al emperador en su propio calabozo, diciendo, “allí te pudrirás cristiano hasta que entregues tus tesoros.”  Julián corrió en su ayuda y destruyó al ejercito de infieles, diciendo frente a sus huestes, “¡Por la cruz, adelante!” Julián mató al califa y tiró su cabeza como una bola por encima de la muralla, diciendo, “¡Han perdido los infieles!” 
     Después, como pago de semejante favor, el emperador le presentó canastos cargados de plata que Julián no quiso, diciendo, “No lo puedo aceptar.” El emperador pensó, “Quiere más. Se le hace poco.” El emperador dijo, “Te doy la mitad de mis riquezas. La mitad de mi reino.” Julián inclinó su cabeza diciendo, “En verdad no. Gracias señor.” El emperador pensó, “Mi vida no tendrá sentido si no puedo recompensar a Julián.” Entonces finalmente hizo entrar a su hija, quien llegó sonriendo en silencio. Sus grandes ojos brillaban como lámparas suaves. Las argollas de su cabellera se ensanchaban con los diamantes de su vestido entreabierto. Julián dijo, “¡Dios mío!” Bajo la transparencia de su túnica se adivinaba la juventud de su cuerpo. Era muy linda y regordeta con el talle fino. Ella se inclinó ante Julián diciendo, “Señor, te debemos la vida.” Julián se qu3edó embelesado de amor. Tanto más que hasta entonces las mujeres no habían tenido importancia en su vida. Julián besó su mano, Poco después, la hija del emperador se convirtió en su esposa y habitaron un castillo que fuera de su madre. 
     Julián vivió tranquilamente, contemplando muchas veces en la soledad el bosque y la distancia, pensando, “Recuerdo mis cacerías continuas. Quisiera asechar a los leopardos tras los bambúes, atravesar bosques llenos de rinocerontes, sobre témpanos del mar combatir osos blancos.”  A veces a mitad del sueño se veía a mitad del paraíso como nuestro padre Adán.  Estando desnudo y entre todos los animales, extendía el brazo y los hacía morir. O bien desfilaban de dos en dos hacia una gran cueva desde elefantes y leones hasta armiños y patos como el día en que entraron al arca de Noé. En la sombra de la caverna él les arrojaba lanzas, infalibles los mataba y los mataba, y aparecían otros.  Y despertaba siempre echando feroces miradas. 
     Una noche, su esposa le dijo, “¿Porqué no vas de cacería? Así dejarás de tener esas pesadillas.” Julián le dijo, “¡No puedo cazar! Siento que el destino de mis padres depende de la muerte de los animales.” Pero cierta noche mientas Julián y su esposa descansaban en su cama, su esposa al mirar por la ventana, dijo, “¡Un zorro por la ventana!” Julián se levantó y dijo, “Esta vez haré algo.” Julián tomó su ballesta, y dijo, “Te daré gusto y volveré esta noche a cazar un rato.” Su esposa asomándose a la ventana dijo, “Te cuidado querido señor.” Y entonces en ausencia de Julián ocurrió algo extraño como totalmente inesperado. Llegaron pidiendo posada un par de ancianos que decían traer a Julián noticias de sus padres. La hija del emperador dijo, “¡Oh, sí!” El anciano la tomó de una mano y dijo, “Pues nosotros somos los padres de tu esposo.” La anciana, tomándola de la otra mano dijo, “¡Hija!” Después de años de búsqueda habían encontrado por fin el castillo de Julián. Mil penurias y sacrificios habían valido la pena. La madre de Julián no había muerto aquel día lleno de niebla en el jardín. Ahora con su esposo se enteraba de la ventura que favorecía a su hijo. La hija del emperador les mostró el castillo y señalando a un escudo colgado en el muro de piedra, dijo, “El escudo de mi padre el emperador de occitania.” La buena esposa les ofrecía su mismo lecho pues no pensaba que Julián regresara esa misma noche. Al despedirse les dijo, “Hasta mañana.”
     Mientras descansaban, los ancianos recordaron las profecías que habían escuchado tantos años atrás. El anciano recordaba la frase, “Tu hijo derramará mucha sangre, ¡Es hijo de emperador!” la anciana madre recordaba la frase, “¡Tu hijo será un santo!” Absortos en sus pensamientos, pronto quedaron dormidos, al fin, en los dominios del hijo perdido. Mientras tanto, en el bosque Julián vagaba en una oscura profundidad. El viento caliente pasaba en ráfagas, lleno de perfumes adormecedores. Finalmente comenzó a perseguir a un lobo que se mantenía justo fuera de tiro de misteriosa manera. Mientras tanto, Julián lo perseguía, diciendo, “ya verás, ya verás…” De pronto, Julián se vio rodeado de hienas feroces totalmente asustadas. Apresuradamente desenfundó. Pero las bestias se perdieron en un ola de polvo. De pronto, Julián cargó contra un toro furioso, pero la laza se rompió como un juguete, y Julián se dio por muerto. De pronto, extrañamente Julián volteó para todos lados, diciendo, “El toro…desapareció.” De pronto, Julián se halló entre tupidas lianas y una garduña se deslizó bruscamente entre sus piernas. Una pantera saltó por encima de su hombro y una serpiente trazó una espiral alrededor de un fresno. Aparecieron juna gran cantidad de chispas como si cayeran todas las estrellas en el bosque. Eran ojos de animales, ardillas, lechuzas, gatos salvajes, monos. Julián tiró sus flechas una tras otras pero se posaban como mariposas sobre sus blancos. La rabia lo invadió pues era incapaz de causar daño alguno. Julián corrió y corrieron los chacales, los osos, los jabalíes, y los puercoespines. Golpeado, rasguñado, ensordecido por insectos, abofeteado por alas de pájaros corrió por los oscuros pasillos del bosque sin fuerzas para siquiera gritar “¡piedad!” Pero al fin, tas horas interminables, al escuchar el canto del gallo, Julián irrumpió en el vallecito que rodeaba el castillo. 
     Aunque se hallaba a salvo, ahora regresaba con las manos vacías y eso de despertó una exasperada ansia de destruir, pensando, “No traje una sola presa.” Y ¡Oh, cruel tragedia! Entró a sus aposentos cayendo víctima de un engaño, diciendo, “¡Dos personas en la cama. Mi esposa con otro hombre.” Estallando en desmedida cólera, arrojó puñaladas sobre los durmientes, con rugidos de bestia feroz. De pronto, le pareció oír el bramido de aquel ciervo prodigioso a sus espaldas. Pero era su esposa, quien con una mirada entendió el pavoroso crimen que había ocurrido, diciendo, “¡Dios nos perdone!” Ella escapó de horror y Julián, al acercar la antorcha entendió lo que había ocurrido, diciendo, “¡No, por piedad nooo!” Al final de aquel aciago día, Julián le prohibió a su esposa volver a hablarle o mirarlo. Le dejó todo cuanto poseía y le dijo que dejaba de existir para ella. 
     Durante los funerales de los ancianos Julián permaneció en la entrada del castillo boca abajo con la frente en el polvo. Un aldeano al velo se preguntó, “¿Podrá Dios perdonar lo ocurrido?” Después del entierro, Julián tomó el camino que conducía a las montañas y finalmente se perdió de vista. Se fue mendingando su vida por el mundo. Su rostro era tan triste que jamás se le negó limosna. Por espíritu de humildad contaba su historia. La gente lo escuchaba y una señora pensaba después de oírlo, “¡Cuánto horror!” Al terminar Julián su historia, todos se escapaban haciendo la señal de la cruz. Julián al quedarse solo, pensaba, “Nadie resiste mis penas.” Rechazado de todos lados evitó a los hombres, y se alimentó de raíces, plantas, frutos perdidos y caracoles que buscaba a lo largo de las playas. El no poder participar de la existencia humana lo ahogaba en llanto y siempre volvía al campo solo, pensando, “Para mí, solo las soledades.” 
 
     Todas las tardes el sol extendía sangre por las nubes y cada noche en sus sueños su parricidio recomenzaba. Se hico un cilicio con puntas de hierro y subía de rodillas a todas las colinas que tenían una capilla. Pero sus impíos recuerdos lo torturaban incluso en las más duras penitencias.  Julián lloraba, pensando, “¿Cuándo podré olvidar?” Así pasaron los años y el tiempo no apaciguó en nada su sufrimiento intolerable. En su soledad Julián, ya un anciano,  decía, “Lo mejor será morir.”  De repente, Julián veía una visión y decía, “Un viejo descarnado, de barba blanca, ¡Oh, Dios mío, es él, mi padre!” Un día desesperado caminando en el campo dijo, “¡Ya no quiero vivir!” Pero llevando el peso de su recuerdo llegó finalmente a un río donde le vino una idea, y pensó, “Usaré mi vida al servicio de los demás.” Julián encontró un bote  descuidado. Reparó aquel bote y construyó un malecón con piedras. Se decidió a trabajar gratuitamente llevando gente y carga de un lado del río al otro. Algunos le regalaban ropas viejas y alguna vitualla echada a perder, pero las más de las veces solo recibía injurias y piedras. Pero aunque pasaron los meses nunca disfrutó una noche de sueño tranquilo, pensado, “¡Pobre padre, pobre madre!”
     Una noche creyó oír a alguien que lo llamaba pero al tender la oreja solo escuchó el mujido de las olas y el grito de la tormenta. Se levantó y se asomó a la ventana y escuchó, “¡Julián!”  Julián dijo, “¡Cómo! ¡Parece que me llaman del otro lado del rio!” Julián salió, y un huracán furioso cubría la noche. Efectivamente lo llamaban y con una voz que parecía campana. A pesar del peligro se dispuso a cruzar el rio. Y al desatar el bote, las aguas se tranquilizaron. Así, Julián llegó prontamente hasta el hombre que esperaba. Julián remaba en el bote y pensaba, “¡Pobre Hombre!” El hombre estaba envuelto en una tela hecha girones. Julián pensó, “Su rostro perece una máscara de yeso y sus ojos son mas rojos que el carbón.” Al acercarse, Julián se dio cuenta de que una asquerosa lepra lo cubría. Al acercar su linterna, Julián dijo, “Sin embargo, en su actitud tiene majestad de rey.”
     Al iniciar el regreso junto al hombre volvió la tormenta. El agua más negra que la tinta corría con furia, surcaba abismos y la chalupa giraba golpeada por el viento. Aquella lucha feroz contra los elementos pareció durar muchísimo tiempo…¡Una eternidad! Era una eternidad en donde siempre brillaban las pupilas del leproso que se mantenía de pie inmóvil como una columna. Pero al fin, tras lo que parecía un sueño interminable, llegaron a casa. Desembarcaron y Julián dijo, “Entra a mi casa, buen hombre.” Julián cerró la puerta y sentó al extraño tal como un esqueleto. Tenía un agujero en lugar de la nariz y sus labios azulados descubrían un aliento como niebla y nauseabundo. El hombre dijo, “Tengo Hambre.”  Recibió un viejo trozo de tocino y los mendrugos de un pan negro. Después el hombre dijo, “Tengo sed.” Julián dijo, extendiendo su mano con un vaso con agua “¡Tóma!”
     Todo lo que el leproso tocaba quedaba manchado como su cuerpo. Después el hombre dijo, “Tengo frío.” Pero ni la fogata de Julián ni su cobija en girones bastaron para quitarle el frio al miserable enfermo. Enseguida el hombre dijo, “Tengo hielo en los huesos, acércate a mí.” Julián se sentó en la cama y lo abrazó, pero el hombre dijo, “No es suficiente calor.” El hombre le dijo, “¡Desvístete para que yo tenga el calor de tu cuerpo!” Y Julián obedeció. Estando desnudo como en el día de su nacimiento sintió la piel del leproso al volver a la cama mas frían que una serpiente y áspera como una lima. Tal parece que jamás pensó que todo lo tocado por el leproso quedaba con manchas de su mal. El leproso insistía, “Vo-voy a morir…de frio…¡ahh!” El leproso imploró, “¡Acércate, caliéntame con todo tu cuerpo, abrázame!” Entonces, como a un hermano, Julián estrechó el esquelético cuerpo cubierto de pústulas escamosas y úlceras que drenaban. Julián dijo, “¡Ánimo, vivirás…!”
     El leproso también lo abrazó y sus ojos de pronto adquirieron una claridad de estrellas. Entonces Julián dijo, “¿Qué pasa?” Sus cabellos se alargaron como los rayos del sol; la respiración de su nariz tenía la dulzura de las rosas. Una nube de incienso se elevó del hogar. Las olas apacibles cantaban. Voló el techo de la humilde choza. Aquel, a quien Julián estrechaba, creció y creció, y una abundancia de delicias, una alegría sobrehumana invadió el alma de Julián pasmado. Se desplegó el firmamento, y Julián subió hacia los espacios celestes frente a frente con nuestro señor Jesús que lo llevaba al cielo. Y esta es la historia de San Julián el Hospitalario tal como más o menos se encuentra en un vitral de una iglesia de mi tierra natal.    
Gustave Flaubert.

Tomado de Novelas Inmortales Año IX No. 421 Diciembre 11 de1985. Guión: Mercedes Arce. Adaptación: Rémy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.    

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