Club de Pensadores Universales

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domingo, 17 de abril de 2022

La Vuelta del Cruzado de Fernando Calderón

     Fernando Calderón y Beltrán nació en Guadalajara20 de julio de 1809 y murió en, Villa de Ojocalienteel 18 de enero de 1845. Calderón y Beltran, fue un poeta, dramaturgo, abogado, y político mexicano. Ocupó los cargos de magistrado en el Supremo Tribunal de Justicia, en Zacatecas, y de diputado al Congreso del Estado. En el ámbito político, fue un liberal de profundas convicciones, y en el terreno literario, es considerado uno de los iniciadores del romanticismo mexicano.

Biografía

     Fernando Calderón y Beltrán, nació en la ciudad de Guadalajara, en el entonces Reino de la Nueva Galicia, el 20 de julio de 1809. Tuvo por padres a don Tomas Calderón, y a doña María del Carmen Beltrán. Este acaudalado matrimonio, fue dueño de la hacienda, La Quemada, en el actual municipio de Villanueva, en el estado de Zacatecas, muy cercana a la zona arqueológica de, La Quemada, perteneciente al Cultura del Valle de Malpaso. De ellos heredó el título de, Conde de Santa Rosa, mismo que jamás usó. Por motivo de los negocios de su padre, pasó su adolescencia en ésta región. Cursó estudios latinos, de filosofía y letras en el, Real Colegio de San Luis Gonzaga, de Zacatecas. Posteriormente tomó las cátedras de derecho civil, derecho canónico, y derecho constitucional, bajo la tutela del licenciado, Santiago Villegas.

     Tras la dolorosa muerte de su madre, en 1823, y de su padre, en 1826, volvió a Guadalajara, y continuó sus estudios de jurisprudencia, hasta obtener el título de abogado, por el Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco, en mayo de 1829. Tras esto, regresó a Zacatecas, y desempeñó diversos cargos públicos: magistrado en el Supremo Tribunal de Justicia de esta entidad, diputado al Congreso del Estado, coronel de artillería de la antigua milicia nacional, secretario de acuerdos del Supremo Tribunal de Justicia, y durante el periodo de gobierno de Marcos Esparza, ocupó el cargo de secretario general del gobierno de Zacatecas.

     Fernando Calderón abrazó el ideal liberal, y luchó con tenacidad por un gobierno republicano, representativo, popular y federal. Vivió en la época de desavenencias ideológicas entre liberales y conservadores. Él participó en una de las muchas rebeliones acaecidas en México, durante ésta época, y fue herido de gravedad, en la Batalla de Guadalupe, en la cual salió victorioso Antonio López de Santa Anna, en las inmediaciones de Zacatecas, en 1835.

     A causa de su orientación y opiniones políticas, el gobernador de Zacatecas lo desterró, y él se refugió en la Ciudad de México. En ella asistió a la Academia de Letrán, y se incorporó al círculo literario de Guillermo PrietoJosé Joaquín PesadoManuel PaynoIgnacio Cumplido, y el cubano José María Heredia, con quién entabló estrecha amistad. Pocos meses duró el exilio, ya que él volvió a Zacatecas, por orden del ministro de la guerra, el general José María Tornel, quien expresó: “El genio no tiene enemigos; los talentos deben ser respetados por las revoluciones.” ​ Mermada su fortuna, ocupó nuevamente diferentes cargos públicos. Finalmente, tras largos padecimientos, murió en la villa de Ojocaliente, la madrugada de 18 de enero de 1845, a la aún joven y prometedora edad de 36 años.

     Poeta y dramaturgo, Fernando Calderón comenzó a escribir sus primero versos de manera precoz, teniendo tan sólo quince años, misma edad en la cual escribió su primer comedia titulada, Reinaldo y Elina, la cual se estrenó en Guadalajara, tres años más tarde (1827). Después, en una época de fructífera creación dramática, que va de 1827 a 1836, se estrenan en los teatros de Guadalajara ZadigZeila o la Esclava IndianaArmandinaLos Políticos del DíaRamiro, Conde de LucenaIfigenia, y Muerte de Virginia por la libertad de Roma. Desafortunadamente, gran parte de estas obras no se conservan en la actualidad. Sin embargo, gracias a la minuciosa investigación de, Fernando Tola de Habich, se posee un fragmento de, Los Políticos del Día y la totalidad de la pieza trágica Muerte de Virginia por la Libertad de Roma. Las obras más conocidas, y que le dieron prestigio en la literatura nacional, son dos dramas caballerescos: El Torneo (1839) y Hernán o la Vuelta del Cruzado (1842); un drama histórico: Ana Bolena (1842) y una comedia: A Ninguna de la Tres.

     En al año de 1844, el editor, Ignacio Cumplido, inició una colección bajo el nombre, “El Parnaso Mexicano” con la selección de 27 de sus poemas, y las cuatro obras dramáticas, antes mencionadas, con el título Obras Poéticas, y con prólogo escrito por, Manuel Payno. Ésta publicación resulta significativa, pues fue la última que formó en vida Fernando Calderón y Beltrán. Más adelante, ya de manera póstuma, nuevamente Ignacio Cumplido decidió realizar una nueva edición de las Obras Poéticas, en 1850, en esta ocasión con prólogo escrito por José Joaquín Pesado.

Obras

Teatro

·         Los Políticos del Día

·         Muerte de Virginia por la Libertad de Roma

·         El Torneo (1839)

·         Hernán o la Vuelta del Cruzado (1842)

·         Ana Bolena (1842)

·         A Ninguna de las Tres

 

Antologías  

·         Obras Poéticas (1844) (Wikipedia en Español)

La Vuelta del Cruzado

Fernando Calderón

    Durante los siglos XI al XIII, el occidente cristiano combatiría contra los musulmanes, quienes se habrían apoderado de Jerusalén. Con el objetivo de recuperar los santos lugares, se organizarían un total de ocho expediciones militares, conocidas como las cruzadas. La segunda cruzada sería capitaneada por el emperador germánico, Conrado III, y por el Rey Luis VII de Francia. Un hombre, quien era Conrado III, dialogaba con el rey de Francia, “El clericó de la abadía de Claraval, ha conmovido a todos los cristianos alemanes.” Luis VII le dijo, “Sí, Bernardo tiene una energía casi sobrenatural, un espíritu cristianamente apasionado, con su elocuencia ganó también el ánimo de sus compatriotas.” Esa segunda peregrinación guerrera, se iniciaría en el año 1147. Conrado III dijo, “Partiremos dentro de dos días, Luis…” Luis dijo, “Mis hombres se unirán a los tuyos para entonces. Ahora volveré a Francia a ultimar los preparativos.”

     El ejército cruzado estaba conformado por alemanes y franceses, quienes tomarían por asalto al ciudad de Damasco. Los sirios se defenderían con el mismo valor con que los cruzados los atacaban. La cruz y la media luna se enfrentarían en larga y cruenta batalla, que finalizaría en 1149. Aquella noche de 1149, una tormenta se desencadenaba en las inmediaciones del castillo del duque Othón, noble caballero germano. La hermosa duquesa Sofía, miraba la lluvia a través de una de las ventanas de su castillo.
     Ana le dijo, “No se preocupe mi señora, seguramente el duque y sus hombres se guarecieron en la tempestad en algunas de las chozas del bosque.” Sofía le dijo, “Lo sé, Ana, y no estoy preocupada por él.” Sofía agregó, “Simplemente observaba la hermosura de la lluvia, de los relámpagos…” Ana se asustó, y dijo, “¡Dios nos asista!” Ana agregó, “¿Cómo puede hacérsele hermoso, algo tan terrible como lo es la furia de la naturaleza? Yo quisiera estar en las entrañas de la tierra, para no escuchar los truenos…¡Ayyy!” BROOOAM
     Sofía dijo, “Sí, Ana…me alegra escuchar el silbido del viento en las montañas, el trueno que cimbra el suelo que pisamos…¡Y es que todo ese ruido, logra acallar la voz del dolor que me domina! Cuando escúcho esa armonía salvaje, pienso que me habla Dios, y siento que estoy más cerca de él. En cambio, cuando todo esta calmo y silencioso, mis amarguras y desilusiones vienen de nuevo a mi mente.” Ana dijo, “¡No le entiendo mi señora!” Sofía dijo, “Tu buscas la calma porque tu alma esta en paz, querida Ana. Pero yo, que tengo mi vida desgarrada por el sufrimiento, siento que el silencio me mata.” Ana le dijo, “¡Oh, señora mía!¿Porque se siente tan infeliz?¿Qué mal puede acongojar a un ser tan bueno como usted?”
    Sofía le dijo, “No lo entenderías. Tu eres una niña, y todavía tienes mil esperanzas puestas en tu futuro.” Ana le dijo, desconcertada, “¡Pero si usted lo tiene todo, mi señora! Es hermosa, joven, y llena de virtudes. Su esposo, el señor duque, la ha rodeado de riquezas y lujos…¿Cómo entones usted no se siente feliz?” Sofía le dijo, “Las joyas, las galas, y los honores, no logran hacer afortunada a la gene que vive con el alma oprimida como yo.” Ana le arreglaba su pelo, y le dijo, “Confíe en mí, señora. Dígame cual es la causa de su pesar y desesperanza, para asi poder ayudarle.” Sofía se sentó, y dijo, “Gracias Ana. Has sido mi fiel servidora, y sé bien que puedo confiarte lo que mi corazón guarda.”

     Sofía comenzó su narración: “Hace mucho tiempo, cuando vivía en una pobre choza, en compañía de mi padre, el horizonte brillaba para mí, espléndidamente y hermoso…Vivía esperando el regreso de mi adorado Hernán, quien había partido a luchar en el ejército de nuestro rey, Conrado III. Al mirar hacia la distancia, yo pensaba, ‘¡Hernán volverá lleno de gloria, y yo seré su esposa!¡La feliz compañera de tan noble guerrero!’ Llena de esperanza volví a terminar mi tarea, a mi humilde morada, que era un verdadero palacio de amor y ternura. Yo pensaba mientras llegaba a mi casa, ‘Mi papá debe estar hambriento como lobo.’ Pero una terrible sorpresa me esperaba, al entrar a su cuarto. Mi padre estaba en la cama, quejándose de un dolor en el corazón. ‘¡Hi-Hija…Hijita…!’ Yo exclamé, ‘¡Papá! Qué tienes? ¿Volvió a aquejarte la dolencia del corazón?’ Mi padre exclamó, ‘S-Sí…’
    Dos días después mi padre se habia agravado más aún. Entonces sorpresivamente se presentaría hasta nuestra choza, el duque Othón, gran señor de la región. Mi padre quiso hablar a solas con el duque. Yo salí presintiendo que algo ominoso sucedería. Y pensé, ‘¿Por qué habrá venido hasta aquí el importante caballero?’ El duque permaneció con mi padre largo tiempo. Cuando por fin se marchó, yo pensé, ‘¡Te-tengo miedo de entrar a casa!’ Pero tuve que hacerlo. Frente a su cama le dije, ‘Papacito…¿Cómo te sientes?’ Comencé a llorar y le dije, ‘¡Háblame papacito!’ Entonces, él me dijo, ‘Pronto…te dejaré sola…pero no quedarás…desamparada…!’ Mi padre hablaba con gran dificultad, y me dijo, ‘E-El duque Othón…desde que te conoció…se interesó en tu hermosura…Nu-nuestro vecino…le avisó de mi enfermedad…y él accedió a venir, a ver a su humilde siervo…’ Yo le dije, ‘¿Para qué, padre?’ Mi padre dijo, ‘Me ha pedido tu mano…¡El señor duque te hará su esposa!’ Yo exclamé mi dolor y le dije, ‘¡Padre, yo solo me casaré con Hernán!¡Antes de que él se marchára, juramos amarnos eternamente!’ Pero mi padre me dijo, ‘Hi-ja…no podré morir tranquilo si te niegas…a unirte con el duque…’
     Yo le dije, ‘Papá…no me pidas eso…’ Él me dijo, ‘¡Hernán no volverá jamás!¡Mo-rirá por la más noble de las causas…lejos de la tierra que…le vio nacer…’ Yo lloraba frente a él, y me dijo, ‘Sofía…niña mía…¡Júrame que cumplirás con mi último deseo! Asi partiré de éste mundo…feliz de saberte protegida…’ Después de una pausa, mi padre agregó, ‘¡Hija…júramelo por favor!¡Por favor…!¡Por tu madre que en gloria esté!’ Por mi padre moribundo, tuve que sacrificar mi porvenir luminoso, lleno de amor al lado de mi adorado Hernán, y le dije, ‘S-sí, padre… ¡Me uniré al duque!¡Lo juro por la memoria de mi madre!’ Y al caer la noche, mi padre exhalaría su último suspiro. Lloré frente a él, y un dolor inmenso se asentaría desde ese día en mi corazón. Yo cumplí mi palabra, y ante Dios pronuncié los votos de matrimonio, que me unieron para siempre con el duque Othón.”

     Asi el sacerdote unió ambas vidas con la frase, ‘¡Solo la muerte podrá separarlos!’” Ana Dijo, “¡Desventurada ha sido su suerte, mi señora!” Sofía dijo, “Sí, Ana. Desde hace dos años llévo oculto el sufrimiento que me embarga.” Entonces Ana dijo, “Pero ese guerrero a quien usted prometió, ¿No ha vuelto desde entonces a su patria?” Sofía dijo, “No lo sé…vivo recluída tras las paredes de éste castillo, desde el día que abandoné mi sencilla casa.” Sofía continuó, “¡Tal vez Hernán ya haya vuelto a Alemania cubierto de gloria! Si es así, debe saber que soy esposa del duque, y debe aborrecerme con toda su alma. ¡Y seguramente ya áma a otra! ¡Oh, Dios…cómo es que no muero!” Ana dijo, “Tranquilícese mi señora. Quizá el tiempo cerrará su herida…y logre llegar a amar a su esposo.”
     Sofía dijo, “¡El tiempo pasa tan lento para mi…!” Sofía se acercó a la ventana de la habitación, y dijo, “Llevo en mi mente grabadas sus facciones, sus palabras…Pero, ¿Si el infeliz murió en alguna batalla? ¿Y si sus últimas palabras las hubiera dirigido, a la ingrata que no supo cumplir su promesa? Si asi hubiera sucedido, ese guerreo debe ver desde las sagradas regiones en que habita, las desventuras que padece por su amor.” En ese momento, estalló el sonido de un relámpago. ¡BROOMMM! Ana dijo, “¡Ayyy! Continúa lloviendo a torrentes…¿Qué será del duque?” Sofía dijo, “Confío en Dios que llegará con bien de su partida de caza.” Enseguida Sofía dijo, “¿Acaso me engañan mis oídos? Me pareció escuchar el aldabón del gran portón…” Ana dijo, “Yo también lo escuché, mi señora.”

     En el salón se presentó un lacayo, quien dijo, “Con su venia, mi señora.” Sofía dijo, “¿Qué pasa?¿Llegó ya el duque?” El lacayo dijo, “No, mi señora. Ha tocado a su puerta un peregrino que pide asilo por ésta borrascosa noche.” Sofía dijo, “¿Y quien es?” El lacayo le dijo, “Es un infeliz que viene vestido como aquellos que han llegado de Palestina.” Inmediatamente Sofía dijo, “Ana, haz pasar a ese peregrino.” Ana hizo un ademán, y dijo, “Sí, mi señora.” Cuando quedó a solas, la hermosa duquesa pensó, “El peregrino es un cruzado…tal vez será algo de Hernán. ¡Oh, Dios! ¡Sabré si vive, o ha muerto…! De cualquier manera, él está perdido para mí.” Ana interrumpiría las reflexiones de la duquesa Sofía. “Mi señora, el anciano peregrino pide verle para agradecerle el hospedaje.” Sofía dijo, "Hazlo pasar…”
     Poco después, un hombre cubierto el rostro con ropas y una capucha se presentó, diciendo, “¡Dios mande paz y salud a la dama que me ha dado abrigo con tanta bondad!” Sofía le dijo, “Acércate buen anciano. Este castillo abre sus puertas a todo aquel que necesita descanso y comida.” El hombre contestó, “Gracias, señora. ¿Podría mostrar mi agradecimiento a su esposo?” Sofía dijo, “El duque se encuentra fuera del castillo, pero sabrá de tu gratitud.” Sofía hizo una pausa pensativa, y agrego, “¿Y hacia dónde se encamina tu paso, cansado peregrino?” El hombre dijo, “Voy a la ciudad vecina. Ahí me espera mi familia…” Sofía preguntó, “¿Apenas has vuelto de Palestina?”
    El hombre dijo, “Sí, señora. Hace dos años que partí, siguiendo el estandarte del emperador Conrado. He visto muchas batallas en las que lidié como buen guerrero. Ahora vuelvo muy enfermo…” Sofía preguntó, “¿Pero consiguieron la victoria?” El hombre dijo, “No, señora. Hemos regresado a Alemania y Francia derrotados. Los sirios rompieron el sitio en que teníamos a Damasco. Allí quedaron dos amigos, a quienes consideraba como de mi propia sangre. ¡Cayeron bajo el hierro de las manos enemigas!” Sofía dejó escapar unas tristes lágrimas y dijo, “¡Qué triste es tu relato!¿Y tus amigos tenían familia que los estuvieran esperando?”
     El hombre dijo, “Sí, padres y hermanos…al valiente Hernán una linda moza lo esperaba para desposare con él.” Sofía se levantó de su silla y exclamó, “¿Herman has dicho?” El hombre le dijo, “Sí, señora. Hernán luchaba animado por la esperanza de volver lleno de honores, ante la mujer que tanto amaba. Hernán solo hablaba de su adorada en los pocos momento que teníamos de reposo, por eso se bien su historia.” Sofía exclamó, “¡Oh, Dios santo!” El hombre continuó, “Sin embargo, ese fiel soldado de Cristo quedó lejos de su patria alejado de su familia, tal vez su amada aún lo guarde enamorada.” El hombre hizo una pausa y dijo, “Bella señora, perdone que le haya cansado con mi narración.” Sofía dijo, “No, no…continúa con tu relato, anciano…”
     Entonces el hombre dijo, “¿Cómo puede interesarle la historia de un pobre cruzado?” Sofía dijo, “Porque la mujer que Hernán adoraba, ¡Soy…yo!” El hombre dijo, “¡Imposible!¡Usted es una noble señora, y su esposo es un duque!¡Usted me lo ha dicho!” Sofía dijo, “¡Si, pero todo lo que ha sucedido nadie lo podrá comprender!” El hombre dijo, “Es sencillo, usted dejó de amarlo. Las mujeres son tan mudables…” Ana lo interrumpió, y dijo, “No hable asi a la duquesa, anciano.” El hombre dijo, “Perdóneme, señora. Pero pienso que si Hernán pudiera levantarse de la tumba, ¿Qué diría?” Sofía se llevó las manos a la boca y dijo, “¡Oh, peregrino! Me estás dando a probar un cáliz amargo…”

     De pronto, el “anciano” se irguió graboso, se descubrió la cabeza, y dijo, “Sin duda Hernán le preguntaría donde dejó el eterno amor que le juraba…Y al verla cegada por ese esplendor que la rodea, volvería a caer muerto, herido por su infamia!” Pero Sofía, quien habia vuelto su cabeza, aún no comprendida quien hablaba, y dijo, “Calla, ¡Basta ya de justas protestas!” Y cuando la duquesa levantó la vista, exclamó, “¿TÚUUU?” “¡HERNÁN…!¡TÚ…!” Hernán dijo, “Sí, Sofía. ¡He venido a reclamarte la mentira en que estuvo fincado tu juramento de amor! ¡Impía, falsa!¿Cómo pudiste prometer ante Dios tu amor y fe a otro hombre?” Sofía dijo, “¡Ohh!¡No soy digna ni de mirarte, Hernán!” Hernán le dijo, “Yo que partí a la guerra colmado de esperanzas, ¡Cómo te habrás reído de mí!”
     Después de una pausa, Hernán continuó, “Si en el instante en que de ti me despedía y tu llorabas, y el mundo entero me hubiera dicho que mentías, no le hubiera creído.” Sofía dijo, “Hernán, escúchame al menos.” Pero Hernán dijo, “No quiero oír nuevas mentiras de tus labios.” Pero Sofía gritó, “¡Escúchame y luego…condéname!¡Por piedad, Hernán!” Hernán dijo, “¡Bella duquesa, habitas un magnifico castillo!¡Tu destino ha cambiado, lo elegiste bien! Es mil veces mejor éste alcázar esplendoroso, que la cabaña de un soldado!¡Preferiste la corte alemana al bosque!” Sofía dijo, “¡Por enorme que sea el delito, se escucha siempre al criminal!” La duquesa comenzó a llorar, y con manos suplicantes dijo, “Mi desgracia comenzó al año de tu partida…”
    Afuera la lluvia habia dejado de azotar la tierra. Cuando la duquesa termino su relato, Hernán se arrodilló y exclamó, “¡Oh, Sofía!¡Cuánto ha sufrido por mi tu corazón!” Enseguida, le tomó las manos y le dijo, “Dejemos éstos salones y partamos lejos a vivir por fin nuestro amor.” Pero Sofía le dijo, “Eso es imposible, Hernán.” Hernán le dijo, “¡Sofía, años luché lejos de Alemania solo por merecerte!” Sofía le dijo, “¡Estoy casada!” Sofía continuó, “¡Yo moriré desgraciada…pero moriré pura!¡Jamás abandonaré al que es mi esposo!” Hernán comprendió, derramando una lagrima dijo, “Perdóname por haberme hecho ilusiones, ¿Cómo ibas a cambiar tu rango y tu grandeza por alguien que no tiene nada que ofrecerte más que su amor?” De pronto, Ana se asomó a la ventana y dijo alarmada, “¡El señor Enrique ha llegado!” Sofía dijo, “¡Dios Mío!¡Estás perdido, Hernán!” Hernán dijo, “¡A mí la vida ya no me interesa!¡Lo que quiero es morir!”
    Sofía le dijo, “¡No, Herman!¡Cúbrete por lo que mas quieras!” Hernán le dijo, “Lo haré si me prometes partir conmigo…” Sofía dijo, “Solo puedo prometerte que mañana buscare la forma de hablar contigo…¡Cúbrete por Dios!” Sofía dijo a Ana, “¡Ana, te suplico que guardes el secreto de cuanto has visto y escuchado!” Ana le dijo, “Sí, mi señora. Nada saldrá de mis labios.”

    El duque entró al salón acompañado de su fiel amigo Jorge. Ambos estaban empapados por la tormenta. El duque dijo, “¡Qué tempestad!¡Llegamos empapados hasta la medula!” Sofía dijo, “Pero con bien y eso es lo importante.” Enseguida el duque dijo, “¿Y éste hombre quien es, Sofía?” Sofía dijo, “Un anciano peregrino que ha llegado de Palestina. Pidió asilo cuando más recio caía la tempestad.” Hernán ya cubierto con su capucha dijo, “¡La señora duquesa es tan piadosa que mando abrir sus puertas para darme techo esta noche!” El duque le dijo, “¿Qué relatos traes de las batallas y las reliquias de aquella bendita tierra, cruzado?” Hernán dijo, “Muchos, señor duque, si usted quiere oírlos…” El duque rió y dijo, “¡Ja, Ja! ¡Solo los niños y las mujeres pueden interesarse en cuentos de cruzados!”
     Hubo un silencio. Enseguida el duque agregó, “A todos ustedes les sale bien la cuenta, pues se pasan la vida sin trabajar, pues sus historias hacen que la gente los hospede y les regale el alimento.” Enseguida, el duque se dirigió a Sofía, y dijo, “Por cierto, Sofía…¿Ya mandaste que le dieran cualquier cosa a este anciano?” Entonces Hernán dijo, “Señor, no llamé a las puertas de su castillo para recibir afrentas, a cambio del pan que sobra en su mesa.” Entonces, Jorge, el fiel amigo del duque se encolerizó, y le dijo, “¿Cómo te atreves a responder asi al duque?¡Insolente!” El duque interrumpió, y dijo, “¡Basta! Yo perdono a éste miserable.”
     Hernán dijo, “Un soldado de Cristo debe reunir, señor duque, valor y gran paciencia…¡Perdone que haya buscado asilo en su magnifico techo!” Tras una pausa, Hernán continuó, “La tormenta ya ha pasado, señora. Le doy las gracias…con su licencia seguiré mi camino,…” Sofía dijo, “Ana, mi servidora le conducirá fuera del castillo.” Hernán dijo, “¡Queden con Dios, nobles señores!”

     Cuando los duques quedaron a solas en el salón, el duque dio un abrazo a Sofía, y le dijo, “¡Querida, pero si estas ardiendo en fiebre!” El duque le dio un beso, y luego le dijo, “¡Y estas temblando de frio!” Sofía le dijo, “No te preocupes, solo debe ser un resfrío…” El duque Othón dijo, “Te acompañaré hasta nuestros aposentos. Debes descansar y dormir muy bien.” Sofía dijo, “Sí, Othón.” La mañana siguiente, Othón dialogaba con Jorge, y le decía, “¿Estás seguro de los que dices, Jorge?” Jorge le dijo, “Seguí a ese peregrino hasta su salida de aquí, y descubrí que era un joven guerrero. Su armadura relucía bajo la luz de la luna que salio tras la tormenta.” Tras una pausa, Jorge agregó, “Le vi hablando largo rato con Ana.” Othón dio la espalda a Jorge y dijo, “¡Tiembla, Sofía!¡Tiembla si eres infiel!” Jorge dijo, “Pude escuchar que ese hombre y la duquesa se verán hoy, en uno de los jardines del castillo.” Othón le dijo, “¿Y quién es ese hombre?¿Lo sabes?”
     Jorge le dijo, “No lo conozco, pero escuche que Ana lo llamó Hernán…” Jorge dijo, “Es el hombre que Sofía esperaba!¡Su padre me dijo que un tal Hernán habitaba en el corazón de esa infame!” Jorge dijo, “Lo sospeché desde que entramos al salón, pues la duquesa lo miraba en forma extraña y se veía sumamente alterada.” Othón dijo, “¡Oh, furor! Los dos tuvieron semejante atrevimiento…” Othón hizo una pausa y dijo, “¡Los dos morirán!¡Veré que su muerte sea lenta para que paguen asi su vil traición!” Jorge dijo, “Dispuse a varios guardias en la muralla. Hernán podrá entrar, pero no salir.” Othón dijo, “En cuanto se reúnan, los apresaremos. ¡Los veré rendidos a mis plantas!¡Han manchado mi blasón!” Jorge dijo, “Trata de contener el volcán que arde dentro de tu pecho. Los dos tendrán sus justo castigo.”

     Más tarde. Sofía se preparaba para su cita con Hernán, y decía a Ana, “Estoy aterrada. Siento como si mis pies pisáran el borde del abismo.”  Mientras iban caminando para los jardines del castillo, Sofía dijo, “¿Estas segura que el duque salio del castillo?” Ana dijo, “Sí, mi señora. Yo misma lo vi partir en compañía del señor Jorge.” Sofía dijo, “¡Pasé una noche terrible! La fiebre me hizo soñar con un demonio que me arrastraba hacia las llamas ardientes del infierno.”
  Ana dijo, “Usted es una mujer virtuosa que nada malo ha hecho.” Sofía se entristeció y dijo, bajando la mirada, “¿Y cuándo la virtud ha sido premiada en la tierra?” Ana dijo, “Me duele tanto ver su desgracia.” Ambas llegaron hasta un lugar apartado del jardín, y Sofía dijo, “Hoy es la primera vez que mi conciencia se alarma, pues sé bien que hice mal en citarme con Hernán.” Ana dijo, “Pero está decidida a permanecer al lado de su marido. Si viene a encontrarse con el joven cruzado, es para hacerle saber su sacrificio.” Sofía dijo, “Sí, le pediré que nunca más vuelva a buscarme.
   Le diré que se aléje, aunque ese tormento deba matarme el día de mañana.”
Sofía dejó escapar una amarga lagrima, y dijo, “Y sufriré más ahora que lo sé vivo. Padeceré por el enorme dolor en el que le sumiré.” Sofía continuó, “Pero entre mis enormes pesares, entreveo una esperanza.” Ana dijo, “¿Cual, señora?” Sofía dijo, “¡Que después de toda esta amargura, encontraré la paz en mi ya cercano final!” Ana le dijo, “¡Por Dios, duquesa!¡Qué palabras tan tristes ha dicho!”
    Sofía dijo, “No, Ana. Acuérdate que anoche todo era espanto en la naturaleza, y hoy un sol radiante reina en ella…” Tras una pausa, Sofía agregó, “Todo esto me ha hecho reflexionar en que después de la tempestad, viene la tranquilidad…” De repente, algo se escuchó, y Sofía dijo, “¿No escuchaste algo como un susurro?” Ana dijo, “No, mi señora. Aquí en el jardín nada se ha movido…” Sofía dijo, “Bien, Ana. Entra al castillo y aguárdame ahí…¡Si oras pide por mí, que las plegarias dan fuerza al creyente!”  Ana le dijo, “Nada debe temer, mi señora. ¡Tenga fé en el creador!”

     En esos momentos, Herman, acompañado de su hermano, habia entrado hasta el jardín, en el que lo esperaba la bella duquesa. Moviendo el follaje para poder mirar, Hernán dijo, “¡Ahí está mi adorada!” Su hermano dijo, “Llega hasta ella. ¡Yo aquí prevenido te esperaré!” Hernán le dijo, “Gracias, hermano. Expones tu vida por ayudarme. ¡Yo sabré agradecértelo siempre!” Su hermano le dijo, “Es mi deber, Herman.” Cuando Hernán salio del follaje, se expuso a la vista de todos, y dijo, “Sofía, ya estoy aquí!” Hernán se acercó y le dijo, “Al mirarte olvido mi tristeza y mis tormentos. ¡Te ámo intensamente!” Ella le dijo, “Yo no puedo dejar ni por un minuto la amargura que se ha anidado en mi ser.”
    Hernán le dijo, “Sofía, he venido a arrancarte de ésta prisión dorada.” Sofía derramó una lágrima y dijo, “¡Cálla Herman!” Hernán le dijo, “A mi lado tu cabello no estará adornado por diademas de oro, pero te hare guirnaldas con violetas, jazmines, mirtos y rosas que te harán lucir más linda.” Sofía dijo, “Mil veces prefiero una corona de flores que la diadema ducal, pero nada puedo hacer por cambiar mi suerte. Debo seguir ocultando bajo toda mi riqueza, mi penar.”
   Hernán le tomó las manos y le dijo, “No, Sofía. ¡Nos iremos lejos donde nadie nos conozca! Escondidos cerca de aquí están mis caballos…” Sofía dijo, “¡Oh, Hernán!” Sofía separó sus manos y Hernán dijo, “¿Por qué no me respondes? Has retirado tus manos de las mías, como si éstas te quemáran.” Sofía dijo, "¡Hernán…yo…!” Hernán le dijo, “Respóndeme. ¿Me seguirás?¿Compartirás conmigo mi humilde suerte?” Sofía le dijo, “Escúchame…¡Yo…, sin ti no viviré mucho tiempo…pero…no puedo seguirte!”
     Hernán la tomó de los hombros y le dijo, “¿Quién te lo impide?¡Tú no amas al duque Othón!” Ella le contestó, “¡El deber! Cumpliré lo que juré a mi padre en su lecho de muerte.” Hernán dijo, “¡Antes juraste ser mía, y lo olvidaste!” Sofía bajó la mirada y dijo, “¡Tú no me quieres!” Hernán, quien aún la sostenía de los hombros le dijo, “¿Cómo te atreves a decir tal cosa?” Ella le dijo, “¿Acaso quieres verme envilecida?¿Quieres que caiga sobre mí, la maldición de mi padre por no cumplir mi promesa?”
   Sofía continuó, “Hoy puedo mirar al cielo para pedir por ti y por mí. Y cuando muera podrás colocar una flor sobre mi tumba, porque sabrás que morí digna de tu amor.” Hernán se tranquilizó. Ella le dijo, “Dios nos unirá en su mansión de luz. ¡Aquí en la tierra, jamás!” Hernán dijo, “Tienes razón. Solo la muerte nos llevará a la felicidad.” Hernán, dejo escapar una lagrima y dijo, “Ven acércate a mí y juntos esperemos al duque, quien en su inmenso odio, nos dará muerte.” Sofía lo miró extrañado y le dijo, “¡Por Dios, Hernán! ¡Vuelve a combatir bajo la bandera de Dios!”

      Los gritos Gustavo, el hermano de Hernán, los volvería a la realidad. “¡Hernán, estamos perdidos!¡Alguien se oculta tras esos árboles!” Sofía dijo, “¡Debe ser mi esposo, el duque!” Sofía suplicó, “¡Hernán, vete de aquí!¡Sálvate tú, y deja que yo enfrente mi destino!” Hernán dijo, “Me iré pero tú vendrás conmigo. ¡El duque probará el filo de mi espada.” Entonces el duque, junto con otro hombre, enfrentó a Hernán y su hermano, y dijo, “¡Malditos!¡De aquí no saldrán con vida!” Hernán avanzó y dijo, “¡Yo me abriré paso, señor duque!” El duque Othón dijo, “¡Eso lo veremos, cobarde!”
     La lucha comenzó, y el acompañante de Othón, Jorge, dijo, “¡Haré que te rindas, traidor!¡Guardiaaas!” Othón dijo, “¡Calla Jorge!¡Solo me básto para terminar con este cruzado!” Sofía gritaba, “¡Deténganse, se los ruego!” Pero cuando el duque se vio en desventaja, gritó, “¡Guardias!” Hernán le dijo, “¡Ahora te enterraré mi acero!” Othón gritó nuevamente, “¡Guardias!” Hernán le dijo, “¡Silencio! Si quieres salvar tu vida, cállate…” El duque seria desarmado por el valiente cruzado. Othón gritó, “¡Maldita sea!” Hernán le dijo, “Ahora veras, duque Othón, quien es el cobarde.”

     Tras la pelea, Othón y Jorge huyeron. Y el hermano de Hernán dijo, “Hermano, ya tenemos el camino libre.” Hernán se acercó a Sofía y le dijo, “¡Huyamos, Sofía!” Sofía le dijo, “¡Herman, por piedad!” Hernán la tomó y dijo, “Marcharemos aún a tu pesar, amada mía. ¡No puedo dejarte donde corre peligro tu vida.” Sofía exclamó, “¡Dios míooo!” Pero la guardia del duque Othón, les impediría el paso. Uno de los guardias los detuvo y dijo, “¡Deténganse!” Gustavo estaba decidido a enfrentarlos pero Hernán dijo, “Hermano, deja la espada, la resistencia es inútil…¡Debemos rendirnos para salvar a mi adorada!”

     Horas más tarde, en uno de los salones del palacio ducal, Othón y Jorge dialogaban. Othón dijo, “Antes de darles muerte a esos infelices, quiero verlos arrastrados a mis pies.” Jorge le dijo, “¿Aplacó tu ira el haber hablado con tu esposa?” Othón dijo, “¿Esa perversa mujer se dice inocente!” Othón se acercó a la ventana y dijo, “¡Yo me compadecí de su desamparo, y lleno de amor le ofrecí todo cuanto soy y cuanto tengo! ¡En pago ha cubierto de oprobio mi nombre, por un vil y oscuro soldado!” Enseguida Othón ordenó, “¡Jorge, has que traigan a los prisioneros a mi presencia!¡Ya vera Sofía como rodará la cabeza de su amante!” Jorge dijo, “Enseguida los tendrás ante ti.” Podo después dos soldados empujaban hacia la sala a Hernán y Gustavo, diciendo, “¡Adentro!” Othón estaba sentado junto a Sofía y dijo, “Entra, digno soldado de la cruz. Acércate a enjugar las lágrimas de esta mujer que ha sido capaz de traicionarme.”
     Hernán permanecía callado. Othón se levantó y acercándose dijo, “¿Acaso no tienes nada que decir?” Hernán le dijo, “¡Es usted un cobarde!¡Lo desprecio!” Othón gritó, “¡Basta! Una casualidad te hizo triunfar en el lance; pero si lidiaras contigo en campo abierto, probarías mi acero. Pero no eres mi igual, y no mereces ese honroso combate.” Enseguida, Othón ordenó, “Jorge, vuelve a llevar a los prisioneros a su celda. ¡Al sonar las ocho de la noche, que el verdugo cumpla su deber!” Jorge dijo, “Entiendo…” La frágil duquesa corrió entonces hacia Hernán, gritando, “¡Llévenme con él!” Sofía lloraba y Hernán pensó, “¡Ah, si mis brazos estuvieran libres!” Enseguida, mientras caminaba, Hernán pensó, “¡Oh, madre!¿Quién te consolara de la muerte de Herman y mía?” Entonces Sofía volteó hacia Othón y le dijo, “¿Ya estas contento?” Othón le dijo, “¡Lo estaré muy pronto!” En ese momento entró Jorge, diciendo, “Señor, duque…” Othón dijo, “¿Por qué interrumpes asi a tu amo?” Jorge le dijo, “Señor, una anciana pide le permita postrarse a sus plantas.” Othón dijo, “Despídela, hoy no quiero escuchar a nadie.” Jorge dijo, “Dice que es urgente y de suma importancia lo que quiere decirle…” Othón dijo, “Dile que entre y adviértele que sea breve…” Una humilde mujer, de aspecto desolado, entró a salón, y tras hincarse dijo, “¡Permítame que de rodillas le hable, gran señor!” Othón dijo, “¡Levántate buena mujer! Di pronto lo que quieres, que tengo poco tiempo para oírte…”
     La mujer dijo, “He venido de la parte más lejana del bosque para contarte algo sucedido hace muchos años…” Othón se sentó, junto a Sofía, y dijo, “Habla ya…” La mujer se levantó y dijo, “Hace tiempo, ha algunas millas lejos de aquí, existía una joven hermosa que vivía al lado de sus padres, quienes eran pobres pero muy honrados…Mas para su desventura, un noble señor se encapricho de ella. Un gran amor le fingió a esa muchachita, quien poco a poco su corazón entrego a ese infame hombre. Una noche, aquella inocente fue burlada por ese gran señor.
     El malvado, una vez conseguido su objetivo, jamás volvió a buscar a la desventurada, quien en su soledad lloraba, pensado, ‘¿Qué voy a hacer?¡Mi vientre ha dado fruto!¡Oh, Dios!¡Me veo llena de vergüenza y dolor!’ Una noche horrible, en que todo eras espanto y horror, la joven abandonó la casa donde habia nacido y vivido al lado de sus padres. Asi pasó el tiempo, y la pobre mujer de puerta en perta mendingaba un poco de pan. Y no faltaba una mujer que le diera un poco de pan, pero no sin antes decirle, ‘Te lo doy por el hijo que esperas, no por ti, pecadora…’
     Por fin llegó el día en que dio a luz, y pudo refugiarse en el interior de una derruida cabaña. Quiso el cielo que un buen hombre pasara frente a esa cabaña y escuchara el conmovedor llanto del recién nacido. El hombre pensó, ‘¡Dios mío, ahí adentro hay un pequeño!’ El hombre abrió la puerta de la cabaña y exclamó, ‘¡Esto no puede ser, es espantoso!’ El hombre no pudo contener las lágrimas al mirar a aquel angelito que hambriento lloraba junto a su madre, quien yacía en un camastro casi agonizante.’ El hombre tomó al niño y pensó, ‘¡Volveré pronto por esa infeliz!’ Gracias a ese bondadoso pastor, madre e hija volvieron a la vida. El hombre la cuido y mientras daba de comer a la mujer decía, ‘Ande, pruebe este caldo de gallina.’ Y ella le decía, ¡Dios le  pague su gran bondad!’
     Aquel hombre y la joven se unieron en matrimonio y Dios los bendeciría con otro hijo que crecería junto al otro pequeño. Mientras veía jugar a sus hijos, la mujer abrazaba a su marido y pensaba, ‘¡Qué feliz soy con mi hermosa familia!’ Pero un funesto día, la muerte le arrebató a su bienhechor…”
Othón dijo, “¡Cuánta infelicidad!¿Sabes cómo se llama esa mujer?” La mujer dijo, “Aún no acabo mi narración, señor mío…esa infeliz mujer encontró el consuelo al lado de sus dos hijos…pero ya en lo último de su vida, recibió una atroz herida del mismo hombre noble que la burló.”
     La mujer se arrodilló nuevamente, y exclamó, “¡Ese gran señor le arrebató a sus dos hijos! ¡Esa madre morirá de soledad y sufrimiento! ¡Yo vengo a pedir justicia…! A sus plantas le pido castigue al malvado que ha sido causa de tanto dolor.” Othón exclamo, “¡Levántate y dime el nombre de esa mujer!” La mujer se incorporó, y dijo, “Se llama Ida, señor…” Othón dijo, “¡Ida!¿Y dónde está?” La mujer dijo, “¡Yo soy, noble caballero!” Othón no cabía en su asombro y exclamó, “Ida…descúbrete y déjame ver tu semblante…” La mujer se descubrió y dijo, “Será difícil que me reconozca, pues mi piel esta envejecida por el tiempo y el dolor.” Al verla, Othón dijo, “¿Tú…?¿Tú eres aquella joven?” La mujer dijo, “Sí duque Othón. ¡Tú eres aquel que me sedujo y que ahora tienes en prisión a tu propio hijo!” Othón exclamó, “¡Nooooo!”

     El duque salio del salón desesperado sin dejar de gritar, “¡Detengan todo!¡Hernán es mi hijoooo!” En ese momento la campana de un reloj lejano comenzó a dar ocho campanadas. Sofía se llevó las manos a la cara y exclamó, “¡Ésta era la hora para la ejecución!¡Oh Dios!” La mujer exclamó, “¡Mi Hijoooo!” En la celda, el duque habia logrado llegar a tiempo. Inmediatamente ordeno detener la ejecución  los verdugos. Hernán dijo, “¿Por qué detienes todo lo que mandaste?¿Que te sucede, duque?” Mientras lo liberaban Othón dijo, “¡Pronto sabrás el hombre inicuo que soy!¡Yo merezco la muerte!”

     Una vez fuera de prisión, el cruzado y su hermano se llevarían una enorme sorpresa. Cuando entraron al salón, Hernán exclamó, “¿Madre, tú aquí?” La mujer les dijo, “¡Ingratos!¡Me dejaron sola sin ningun remordimiento!¡Sin ninguna piedad!” Ambos abrazaron a su madre. Guillermo dijo, “Madre, perdona nuestra infamia.” La mujer dijo, “¡Por fortuna puedo estrecharlos en mi seno todavía!” Enseguida, Herman se dirigió al duque encolerizado, y le dijo, “Y usted, tirano…¿Porque suspendió el suplicio? No quiero deberle la vida…¡Asi que…!” La mujer dijo, “¡Calla hijo!¡El duque es tu padre!” Entonces Hernán dijo, “¿Mi propia madre pretende burlarse de mí?” La mujer le dijo, “No, Hernán…¡El duque Othón es aquel hombre que me abandonó después de engendrarte!” Othón le dijo, “Herman, ¿Podrás perdonar todos mis horrores y mis ultrajes?” Hernán dijo, “¡Padre!¡Te perdono!” Hernán se acercó y le dijo, “¡Hoy mismo volveré a luchar por la tierra sagrada! A ti te confiaré a mi madre y a mi hermano…” Othón dijo, “¡Si ésa es tu decisión, vuelve a la lucha! Desde hoy mis actos serán justos y pagare a todos el daño que he cometido.”

Hernán moriría lejos de su patria. El destino del cruzado se habia escrito por el pasado.

Tomado de Novelas Inmortales Año XVI, No. 834, 10 de noviembre de 1993. Guión: Víctor M. Yáñez. Segunda adaptación: Jose Escobar.