José Maria de Eça de Queirós, nació en, Póvoa de Varzim, el 25 de noviembre de 1845, y murió en París, el 16 de agosto de 1900, a la edad de 54 años de
edad. Eça de Queirós fue un escritor y diplomático portugués, considerado por muchos el mejor realista de su país en el siglo xix. Entre varias novelas suyas de reconocida
importancia destaca, Los Maia.
                            Biografia                                               
     Hijo natural del
magistrado y juez, José Maria de Almeida Teixeira de Queirós, y de Carolina
Augusta Pereira de Eça, fue inscrito como hijo de madre desconocida, y
bautizado en la localidad de Vila do Conde. Aunque sus padres
terminarían por casarse, cuatro años después de su nacimiento, el joven José
Maria vivió en casa de sus abuelos paternos, en Verdemilho, hasta 1855, año en
que se trasladó a Oporto. Allí cursó la
enseñanza secundaria en el, Colégio da
Lapa, que estaba dirigido por el padre de otro ilustre escritor portugués, Ramalho
Ortigão.


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     Fue destinado a Inglaterra, al
consulado de Newcastle-upon-Tyne,
en 1874. Allí redactó su tercera novela, El Primo Basilio, que concluyó en
1875. Durante su estancia en Newcastle, remitió regularmente al diario de
Oporto, A Actualidade, los artículos que luego constituirían
su libro Cartas de Inglaterra. Por entonces concibió el ambicioso
proyecto de escribir una serie de doce novelas con el título genérico de Escenas
de la Vida Portuguesa. 



Queirós
y el Cine
     El Crimen del Padre
Amaro, fue adaptada al
cine con el mismo nombre en 2002 por Carlos Carrera, quien trasladó la historia
de Queirós al México actual. Protagonizada
por Gael García
Bernal y Ana Claudia
Talancón, la película obtuvo ocho Arieles así como galardones en
algunos certámenes cinematográficos; fue nominada al Oscar y al Globo de Oro, y Vicente Leñero ganó en el Festival de
Cine de La Habana el premio al mejor guion. 
El cineasta portugués Manoel de
Oliveira rodó, con el apoyo de la Televisión de
Cataluña, el filme Singularidades de una chica rubia,
basado en el relato homónimo y estrenado en 2009.  Catarina Wallenstein ganó
el Globo de Oro 2010 a
la mejor actriz por la interpretación del papel de Luisa en esta película. 
Obras
Novelas
·        
1870: El Misterio de la Carretera de Sintra (O Mistério da Estrada de
Sintra), con Ramalho Ortigão. 
·        
1887: La
Reliquia. (A Relíquia).
·        
1900: La Ilustre Casa de Ramires. (A Ilustre Casa de Ramires).
·        
1901: La
Ciudad y las Sierras. (A Cidade e as Serras). Póstuma.
·        
1925: La
Capital. (A Capital). Póstuma.
·        
1925: El
Conde de Abranhos. (O Conde de Abranhos). Póstuma.
·        
1925: Alves
y Compañía. (Alves & Companhia). Póstuma.
·        
1980: La
Tragedia de la Calle de las Flores. (A tragédia da Rua das Flores).
Póstuma.
Cuentos
1902: Cuentos (Contos). Póstumo.
Otras
·        
1890-1891: Una
Campaña Alegre (Uma Campanha Alegre).
·        
1900: Correspondencia
de Fradique Mendes. (Correspondência de Fradique Mendes).
·        
1903: Prosas
Bárbaras.
·        
1905: Cartas
de Inglaterra.
·        
1905: Ecos
de París. (Ecos de Paris).
·        
1907: Cartas
Familiares y Billetes de París. (Cartas Familiares e Bilhetes de
Paris).
·        
1909: Notas
Contemporáneas.
·        
1912: Últimas
Páginas.
·        
1925: Correspondência.
·        
1926: Estampas
Egipcias (O Egipto)
·        
1929: Cartas
Inéditas de Fradique Mendes
·        
1949: Eça
de Queirós Entre os Seus. Cartas Intimas.
Traducciones
·        
As Minas de Salomão (1885), de Henry Rider
Haggard. (Wikipedia)
La Correspondencia
de Fradique Méndes
de Eça de Queirós 
    Lisboa.
1901. Un nuevo día comienza. En el interior de una de las más elegantes casas
de la capital portuguésa, un emotivo encuentro tenía lugar. Dos caballeros dialogaban con el gusto de volverse a ver. Nuestro autor, Eça de Queirós, recibía en su elegante casa, a un amigo a quien tenía tiempo de no ver. Queirós lo recibió con enorme alegría, diciendo, “Marcos Vidigal…
¡Esto sí que es una enorme sorpresa!” Marcos le dijo, “¡La Última Vez que nos vimos, fue hace diez
años!” Nuestro autor, Eça de Queirós era quien recibía en su casa, a Marcos
Vidigal, y le dijo, “Sí, fue en el
invierno de 1888, en el sepelio del brillante, 'andador de continentes.'”
Marcos Vidigal dijo, “Me alegra saber que
no lo has olvidado, a pesar de que el tiempo ha pasado.”


     Asi, Marcos Vidigal continuó su narración. Carlos
viajaría hacia todas las direcciones del viento, desde Chicago, hasta Jerusalén,
desde Islandia, hasta el Sahara. Su ánsia de emociones, lo llevó a Italia. Al
mirar a los soldados en las ciudades italianas, Fradique pensó, “Al fin los encontré.” En 1860, se
uniría a los hombres de José Garibaldi, el célebre patriota Italiano. Vistiendo
la camisa roja, Fradique participaría en la Toma de Sicilia, que se hallaba
bajo el dominio francés. Años antes, él había hecho amistad con José Mazzini,
el hombre que en 1849, hiciera proclamar la república romana.     Cuando Mazzini se
presentó ante Fradique, Manzzini le dijo,
“Considérese mi amigo, que yo me siento honrado de conocer a un valiente
ciudadano portugués.”  Aunque no hubo
un nuevo encuentro, entre Mazzini y Carlos, ambos mantuvieron, durante bastante
tiempo, asidua correspondencia. Incorporado al estado mayor de Napier, Fradique
llamado por su arrojo, el, León Portugués,
hizo toda la campaña de Abisina, que llevaría al trono del imperio Abisino, a
Teodoro II,  en 1855.     Tras terminar su
relato Vidigal, Queirós dijo, “El interés
por conocerlo surgió en mi después que leí sus, Lapidarias, aquellas bellas
reminiscencias que fueron publicadas en, La Revolución de Septiembre,
precisamente en 1867.” Vidigal dijo, “Me
gustaría escuchar sus recuerdos sobre Carlos.” Queirós dijo, “Antes, te
pediría que volvieras a contarme sobre los amores que tuvo con la cortesana más
bella del segundo imperio francés.”     Vidigal le dijo, “Aparte de tener una gran preparación y cultura, Fradique poseía un
fuerte atractivo con las mujeres, quienes desde siempre fueron su debilidad. Pues
bien, él logró ser amado por la llamada, Venus Victoriosa. Durante dos años,
fue el elegido de la gloriosa, Ana de León, la más bella y culta cortesana de
París. A mí nunca me llamaron especialmente la atención los amoríos de Fradique,
pero su intimidad con tan excelsa mujer, la júzgo como algo histórico, y no
creo que exagerar.” Queirós dijo, “No,
no exageras, aunque todo lo vivido por su pariente, parezca una exageración.”
     A continuación, tocó el turno de Queirós, quien inició su narración: En 1867, yo tenía 30 años, y dos menos que tú, y
siete menos que Carlos, quien me había llamado la atención por su poesía tan
reflexiva. Me llevaste a conocerlo en el mes de agosto, cuando él vino a
descansar a su quinta Zaragoza, en su Natal Cintra, y se encontraba de paso en
Lisboa. Recuerdo cuando llegamos a su despacho y tú dijiste a su secretaria, “Tenemos una cita con el señor Fradique
Méndes.” Ella nos dijo, “Desde
temprano salió a bordo de una calesa.” Tú le dijiste, “¿Cómo, es que acaso se ha marchado?” Ella nos dijo, “No sabría informarle al respecto.” No
tuvimos más remedio que salir del hotel central. Tu dijiste, “N-No es posible que olvidára que teníamos
una cita.” Yo le dije, “¡Olvídalo, por
mí no te preocupes Marcos.” Estábamos a punto de marcharnos, cuando alguien
te nombró, “¡Marcos espera!”     Sí, era
Carlos Fradique Méndes. Fradique te saludó de mano y te dijo, “Estimado pariente, perdona mi retraso.”
Tú le dijiste, “Por supuesto, Carlos
quiero presentarte a mi buen amigo poeta.” Yo le tendí la mano, y dijo, “Es
un honor conocerlo.” Aunque sabía que Fradique acababa de cumplir treintaisiete
años de edad, su aspecto sano lo hacía ver aún más joven que yo. Recuerdo
que su secretaria le dijo, “Señor Méndes,
trajeron esto para usted.” Fradique dijo, “¡Gracias Linda!” Fradique nos dijo, “Discúlpeme unos minutos, señores.” Tú le dijiste, “¡Bah, no te preocupes!” Cuando tu primo
terminó de leer la misiva, exclamó, “Ay,
no puede ser!” Tú le dijiste, “¿Te
comunicaron algo malo?”     Fradique dijo, “¡No,
se trata de una aduana, que se ha convertido en fuente permanente de mis
amarguras!” Fradique continuó, “Sucede
que he traído de Atenas una momia egipcia…” Tú dijiste, “¿Una momia?” Fradique dijo, “Se trata del cuerpo de Pentaur, escriba
ritual del templo de Amón, en Tebas y cronista de Ramsés II. Es una legación
para mi amiga, Lady Ross, quien colecciona antigüedades de Egipto y de Asiria.”
Fradique agregó, “El problema reside
en que no saben en la aduana, con qué artículo de arancel deben trazar el
cadáver de un hierográmmata de la antigüedad. Yo le sugerí que fuera el mismo
con que se tasa el arenque ahumado.”      Tú le dijiste, “Descuida, yo salvaré del fisco la momia de esa figura faraónica.” Antes
que te retiráras para arreglar el asunto,
Fradique te dijo, “En tanto yo
invitaré una bebida refrescante a tu amigo.” Apenas partiste, el, Poeta de
las Lapidarias y yo, subimos a la habitación que éste ocupaba. Al subir las
escaleras hacia su habitación, recuerdo que Fradique me dijo, “¡Qué agobiantes el calor de agosto!”
Yo contesté, “¡Derrite las mantecas!”
Inmediatamente me sentí aturdido por esa respuesta tan burda, que dí a aquel
poeta, que también era amigo de Víctor Hugo. Recuerdo que pensé, “¿Pero qué me pasó? Dejé caer una gota de
sebo, sobre la cristalina conversación de Fradique Méndes.”     Esa respuesta
tan sórdida me quedó grabada como uno de los hechos bochornosos que jamás
olvidaré. Al entrar a la habitación Fradique me dijo, “¡Por favor, tóme asiento! Vuelvo en unos minutos.” Yo le dije, “¡Gra-Gracias!” Cuando regresó, Fradique
me dijo, “Ese Marcos es una alhaja.”
Yo le dije, “Así es, me une a él, una
vieja estimación, pues estuvimos juntos en la escuela aquí en Lisboa, y después
en Coímbra.” Fradique me dijo, “¿Así
que usted también estuvo en Coímbra? Yo nunca olvido las tabernas de las tías Camelas,
por la buena comida que servían. Casi siempre tenía un plato de sardinas sobre
mis rodillas, y sobre la mesa libros de metafísica y arte.”     Yo le dije, “Nadie prepara las sardinas como aquellas
encantadoras damas. Y precisamente su arte mostrado en, Las Lapidarias, es lo
que me ha impresionado de usted.” Fradique dijo, “En realidad, son una burda imitación de los versos de Leconte De Lisle.”
Yo le dije, “No se minimice, después de
su obra, sólo la de Baudelaire, me ha llamado la atención.” Fradique me
dijo, “Entonces es usted devoto de ese
libertino francés.” Yo le dije, “¿Como
dice?” Fradique me dijo, “Conozco a Baudelaire…él
no es un poeta, sino un analista que expresa sentimientos que nunca ha sentido.”
Yo le dije, “De cualquier manera, yo…”
Y fue tu repentina llegada, la que me salvó de sucumbir ante los bien
presentados fundamentos de Fradique Méndes. Recuerdo que llegaste diciendo, “¡Todo está arreglado!”      Fradique dijo, “Pasa Vidigal Méndes.” Tú le dijiste, “Salvé a un clásico de ser calificado con el
oprobioso arancel que lo denominaba como pescado salado. Mañana por la mañana Pentaur
podrá abandonar la aduana.” Fradique te dijo, “Gracias, amigo mío.” Sólo al salir del hotel, pude desahogarme, y
te dije, “Este Carlos Fradique Méndes, es
un engreído.” Tú me dijiste, “¡Sí,
pero enteramente nuevo, distinto a todos los demás pedantes!” Esa misma
noche recibí la visita de mi buen colega, Teixeira D Acevedo, a quien le dije,
“En resumen, ese tal Fradique es un
erudito, perfecto en lo físico y en lo intelectual.” Pero Teixeira me dijo, “Permíteme decirte que pienso que ese hombre
solo ha tomado un mecanismo de pose, que te ha deslumbrado.”      Teixeira agregó,
“Me gustaría conocer a tal Fradique, pues
me da la impresión de que es un ser postizo y teatral.” Yo le dije, “Mañana iremos a verlo al Hotel Central,
donde se hospeda.” Al otro día, Teixeira me daría una sorpresa. Al abrir la
puerta de mi habitación. Teixeira estaba vestido como un mendigo, con una peluca
y barba abundante. Al verlo exclamé, “¿Túuuu?”
Ante mí estaba el Diógenes del siglo XIX. Teixeira me dijo, “¡Quiero horrorizar al lujoso Fradique, y afirmarle la grandeza moral
del remiendo y la filosófica austeridad de la Mancha!” Yo le dije, “¡Vaya que trabajaste para lograr este
aspecto tan repulsivo!” Y nos dirigimos al Hotel Central, en un carruaje.
     Queirós continuó con su relato, “Pero todo se perdió, sobre todo la
inmundicia estoica de mi amigo, pues Fradique había partido la víspera, en un
vapor que iba a buscar bueyes a Marruecos.” Vidigal dijo, “¡Ja, Ja! Me habría gustado verlos.”



    El
epitafio de la lápida de Fradique Méndes reza, “Aquí yace el ruido del viento, que pasó derramando perfume, calor, y
simiente en vano.” Carlos Fradique Méndes. 1830-1888.
Tomado
de, Novelas Inmortales, Año XV, No. 765, Julio 15, de 1992. Guion: Víctor
Manuel Yáñez. Segunda Adaptación: José Escobar.