Jules Pierre Théophile Gautier, nacido en Tarbes
el 30 de agosto de 1811y fallecido en Neuilly-sur-Seine el 23 de octubre de
1872, fue un poeta, novelista y crítico de arte francés.
Miembro activo de la escuela literaria
conocida como Parnaso, es autor de, Esmaltes y Camafeos, Mademoiselle de
Maupin, El Romance de la Momia, y El Capitán Fracasse.
Nacido en el seno de una familia de origen alpino, la familia Gautier, Teófilo era hijo de Jean-Pierre Gautier, y Adélaïde Cocard. Théophile Gautier, nacido el 30 de agosto de 1811, en Tarbes, en los Altos Pirineos, conservaría durante mucho tiempo el recuerdo de las siluetas de las montañas azules.
Tenía tres años, cuando su familia se mudó a París (8, place des Vosges). A pesar de su corta edad, sentía nostalgia, y le costó adaptarse a su nuevo entorno. Sorprendentemente precoz, solo tenía cinco años cuando empezó a leer. Sus primeras grandes pasiones, fueron, Robinson Crusoe, y Paul y Virginia, que le causaron una profunda impresión; luego soñó con ser marinero, antes de desarrollar una pasión por el teatro, en particular por la pintura de decorados. Tenía dos hermanas, nacidas en París: Émilie-Henriette-Adélaïde (1817-1880) y Zoé-Louise-Françoise (1820-1885).En 1820, a los nueve años, pasó un breve periodo como alumno interno en el, Lycée Louis-le-Grand. Sus padres tuvieron que retirarlo después de un trimestre, porque se estaba consumiendo allí. Más feliz como alumno externo en el, Collège Charlemagne, Gautier conoció allí al joven, Gérard Labrunie, el futuro Gérard de Nerval. Por esta época, comenzó a mostrar un gusto particular por los poetas latinos tardíos, cuyo extraño lenguaje le fascinaba.
Durante su infancia, Théophile Gautier
pasó numerosas estancias en la comuna de Mauperthuis, especialmente en el
castillo de Mauperthuis, donde su madre, Adelaïde Cocard, era ama de llaves.
Los numerosos paisajes que descubrió en
este pequeño pueblo, enclavado en el corazón de Brie, inspiraron algunos de sus
escritos, como, Mademoiselle de Maupin, y Le Capitaine Fracasse.
Estas numerosas estancias, le permitieron desarrollar una mentalidad artística,
ya que inicialmente sintió vocación por la pintura. De hecho, Théophile
Gautier se formó pintando retratos de los habitantes de la comuna de
Mauperthuis.
Cursaba el primer año de secundaria,
cuando comenzó a asistir al taller del pintor, Louis-Édouard Rioult,
(1790-1855), en la rue Saint-Antoine, y durante esa época, descubrió que
padecía miopía.
Conoció a Gérard de Nerval, en el, Collège
Charlemagne, y luego a Victor Hugo, en 1829, a quien reconoció como
su maestro. Participó activamente en el movimiento romántico, y tomó parte en
la batalla de Hernani, el 25 de febrero de 1830, período que recordó con humor
en, Les Jeunes-France (1833).
Su poesía temprana, publicada entre 1831,
y 1832, pasó desapercibida, pero se distinguió de sus amigos románticos, por
sus inquietudes formalistas, criticando las visiones moralistas, o
utilitaristas de la literatura en el famoso prefacio de su novela epistolar, Mademoiselle
de Maupin (1835). También escribió sus primeros relatos, como, La Cafetera
(1831), en una línea fantástica que desarrollaría en otras obras, Avatar,
en 1856, El Romance de la Momia, en 1858.
En 1836, a petición de Balzac, colaboró
con relatos y críticas de arte en el periódico, La Chronique de Paris.
Posteriormente, colaboró extensamente con otros periódicos, en particular con,
La Presse de Émile de Girardin: algunos de estos textos, se recopilarían
posteriormente en volúmenes (Les Grotesques, Souvenirs Littéraires,
etc.). También publicó poemas, (La Comédie de la Mort, 1838, o La
Comedia de la Muerte) y se aventuró en el teatro (Une Larme du Diable,
1839, o Una Lagrima del Diablo). Entre mayo y octubre de 1840, realizó
un largo viaje más allá de los Pirineos, con el fotógrafo, Eugène Piot. Envió
sus impresiones al periódico, La Presse. Gautier trajo consigo un
cuaderno de impresiones (Voyage en Espagne) y nuevos poemas (España,
1845). En 1846, regresó a España, invitado por Luis Felipe, para la boda del
duque de Montpensier con la infanta. La novela romántica, Militona, se
publicó en 1847. La trama transcurre en Madrid. Otros viajes a Argelia, Italia,
Grecia y Egipto, también aportarán material para diversas publicaciones.
En 1852, se publicó Esmaltes y Camafeos,
una colección de versos que completó hasta 1872 y que consagró a su autor como
líder de una escuela: Baudelaire dedicó sus Fleurs du mal al, “poeta
impecable.” y Théodore de Banville elogió al defensor del arte por el arte,
precursor de los parnasianos en la búsqueda de la belleza frente a las
efusiones líricas de los románticos y en la valoración del trabajo de la forma,
(“Esculpir, limar, cincelar”, escribió Gautier en su poema, “Arte”,
la última pieza de, Esmaltes y Camafeos, edición de 1872).
En 1855, Gautier dejó la redacción
del periódico, La Presse, y se incorporó a, Le Moniteur Universel.
Crítico de arte y espectáculos, el autor publicaba numerosos artículos
mensuales, sobre pintura y vida cultural, así como avances de sus obras. La
egiptología había estado de moda, desde que Champollion descubrió los secretos
de la escritura jeroglífica. Théophile Gautier cautivó a sus lectores,
ya el 11 de marzo de 1857 con, Le Roman de la Momie, una historia de
amor ambientada en la época de los faraones. Publicada en 1848 en, La Presse,
bajo el título, Les Deux Étoiles, una novela en la que unos aventureros
ingleses intentan liberar a Napoleón I de la isla de Santa Elena, se publicó a
partir del 24 de junio de 1865 en, L’Univers Illustré. Entonces se
tituló, La Belle Jenny.
Continuó publicando artículos y poemas,
así como una biografía de Honoré de Balzac, y obras de ficción, como su novela
de capa y espada, Le Capitaine Fracasse (1863). Fue nombrado
bibliotecario de la princesa Matilde, y frecuentó los salones literarios del
Segundo Imperio, así como el mundo del arte, interesándose por músicos, Escribió
sobre Berlioz, Gounod, Wagner y escribió el libreto del ballet, Giselle, y
pintores, como, Eugène Delacroix, Édouard Manet, Gustave Doré, Théodore
Chassériau.
Falleció en 1872, dejando tras de sí la
imagen de un testigo de la vida literaria y artística de su tiempo, cuyas
concepciones artísticas, fueron significativas, y cuya obra diversa aún se
reconoce.
La Gran Boutique …romántica
El 27 de junio de 1829, Gautier
conoció a quien se convertiría en su, "maestro" literario,
Víctor Hugo, a quien le presentaron Gérard y Pétrus Borel. Este acontecimiento
impulsó su carrera como escritor. El 25 de febrero de 1830, participó en la
famosa Batalla de Hernani, luciendo un chaleco rojo que dejaría una huella
imborrable. Esa misma noche, este ferviente hernanista abandonó el estudio de
Rioult.
Lideró, "todas las grandes
campañas románticas" contra los guardianes del clasicismo,
"todas esas larvas del pasado y la rutina, todos esos enemigos del arte,
del ideal, de la libertad y de la poesía, que intentan con sus manos débiles y
temblorosas, mantener cerrada la puerta del futuro". Al mismo tiempo,
escribió su primera colección de versos, cuya publicación, a cargo de Mary,
financió su padre. La obra se publicó en 1830, y pasó completamente
desapercibida. Estos primeros poemas, sin embargo, revelan a un joven poeta de
gran talento, que ya había adquirido el estilo de sus ilustres predecesores. Gautier,
no obstante, demuestra una genuina originalidad mediante un sentido innato de
la forma, y una expresión clara y precisa.
Continuó relacionándose con Victor Hugo y
sus allegados. Fue en este círculo, donde conoció a Célestin Nanteuil, quien,
tres años después, cuando Gautier reimprimió sus primeros versos en una
nueva colección, Albertus, lo elogió por su, “grabado ultraexcéntrico”.
También conoció al editor romántico Eugène Renduel, quien acababa de
publicar, Soirées de Walter Scott, de Paul Lacroix. A petición
suya, en 1833, escribió, Les Jeunes-France, un colorido relato de las
vidas de los artistas que formaron el círculo. En esta obra,
"barroca", Gautier sirve de testigo lúcido e irónico de estas,
"Preciosas Ridiculez del Romanticismo". Dos años más tarde,
también publicó, Mademoiselle de Maupin (1835) con Renduel, lo que causó
un verdadero escándalo.
Tras abandonar la casa familiar, en la
Place des Vosges, Théophile Gautier se mudó al, Impasse du Doyenné,
cerca del lugar donde hoy se encuentra, la Place du Carrousel, a una mansión en
ruinas, donde convivió con Camille Rogier, Arsène Houssaye y Nerval. Compartió
apartamento con Eugène Piot.
Los Inicios del Crítico y el Cuentista
Honoré de Balzac, quien apreciaba a estos
jóvenes talentos, envió a Jules Sandeau para sugerirles que colaboraran con el
periódico, La Chronique de Paris en 1836. “Balzac, quien se dignó
encontrar talento en mí y decirlo, me mandó llamar a través de Jules Sandeau”. Gautier
publicó allí relatos como La muerte amorosa y La cadena de oro, así como
crítica de arte. Quedó profundamente impresionado por el, “maestro” y
posteriormente contribuyó a su leyenda con retratos biográficos de Honoré de
Balzac.
También trabajó para la revista de Charles
Malo, La France Littéraire, y para el diario de Émile de Girardin, La
Presse. En este periódico, Gautier inicialmente se encargó de la
crítica de arte. Se estima que escribió más de 2.000 seriales y artículos para
este periódico. Un pequeño número de estos artículos, están recopilados en
volúmenes: Les Grotesques, L'Histoire des Peintres, l'Art Moderne, Les
Beaux-Arts en Europe, L'Histoire de l'art Dramatique depuis vingt-cinq ans,
Trésors d'art de la Russie, Portraits Contemporains, Histoire du Romantique,
Souvenirs Littéraires, etc. O, Los Grotescos, Historia de los Pintores,
Arte moderno, Bellas Artes en Europa, Historia del Arte Dramático en los
últimos Veinticinco Años, Tesoros Artísticos de Rusia, Retratos Contemporáneos,
Historia del Romanticismo, Memorias Literarias. Todos estos artículos están
escritos alegremente en un lenguaje claro, flexible, impecable y brillante. Gautier
inventó a su manera una forma de crítica de arte, que apuntaba no solo al
juicio y al análisis, sino también a recrear la precisión del sentimiento
estético. Buscó transmitir, a través de la palabra, la sensación visual y
musical que produce la percepción directa de una obra de arte. Esta tarea de
cronista, lo ocupó toda su vida.
“Trabajé en, La Presse, Le Figaro, La
Caricature, el Museo de las Familias, la Revista de París, la Revista de los
Dos Mundos, en todos los lugares donde se escribía en aquel momento”. A menudo pesada,
esta tarea diaria no le impidió practicar deportes, (boxeo y navegación), y
seguir creando obras poéticas y dramáticas. Así, en 1838, se publicó, La
Comédie de la Mort, o La Comedia d ela Muerte, un poemario muy
diferente de sus anteriores, en el que, influenciado por Shakespeare, Goethe y
Dante, Gautier esculpió vigorosamente el espectro de la Muerte.
En 1839, Gautier sucumbió a la
tentación del teatro, que siempre había admirado, y escribió, Une Larme du Diable
(Una Lágrima del Diablo), seguida de, Le Tricorne Enchanté (El
Sombrero de Tres Picos Encantado) y Pierrot Posthume. Se trata de
fantasías, pastorales de cuentos de hadas, un teatro lírico, imposible, e
imaginario, que aún hoy se plasma en los libretos de varios ballets, el más
famoso de los cuales es el de, Giselle, interpretado el día de su 22.º
cumpleaños, por la bailarina, Carlotta Grisi, en la Ópera, el 28 de junio de
1841, con un éxito prodigioso.
Los Viajes
En julio de 1836, Gautier y Nerval
viajaron a Bélgica y Holanda. Tres años después, Gautier presentó un
serial al periódico, La Presse: La Toison d'Or, o El Vellocino
de Oro, una hermosa historia de amor romántica. Un relato también
aparecería en el volumen de 1865: Loin de Paris.
El 5 de mayo de 1840, partió con Eugène
Piot hacia España, país que había conocido a través de los, Cuentos de
España e Italia, de Alfred de Musset, y las Orientales, de Victor
Hugo. Su Voyage en Espagne, una especie de vigoroso cuaderno de
impresiones, se caracteriza por una perspectiva fresca, una visión sorprendente,
y una constante preocupación por la precisión de las palabras. Estas visiones
dieron origen a nuevos versos, España, que aparecieron en la colección
de, Poemas Completos, en 1845.
Este primer viaje pronto dio lugar a
otros. En 1845, visitó Argelia, en 1850, Italia, en 1852, Grecia y Turquía, en
1858, Rusia, y en 1869, Egipto, enviado por el Diario Oficial para la
inauguración del Canal de Suez. Cada uno de estos viajes, dio lugar a
publicaciones: Italia, Constantinopla, pero sobre todo, nutrieron
su obra literaria, novelas, cuentos y poesía. Aunque hoy en día apenas se lee, Constantinopla
tuvo un gran éxito tras su publicación; la obra se incorporó a la moda del
orientalismo, al redefinir sus códigos.
Profundamente interesado en el reciente
medio fotográfico, se incorporó a la, Société Héliographique, en 1851.
En la revista, L'Artiste, del 8 de
marzo de 1857, Théophile Gautier, al presentar un resumen de la
exposición de fotografía de París, expresó sus ideas sobre este reciente
descubrimiento. Según él, no competiría con la pintura:
“Se ha afirmado que la fotografía
perjudica al arte y lo rebaja. Nunca una acusación ha sido más infundada. La
fotografía es, por el contrario, la humilde sirvienta, la devota esclava del
arte; toma notas para él, realiza estudios de la naturaleza para él; para él,
se encarga de todas las tareas tediosas y penosas; con su caja a cuestas,
recorre el valle y la montaña, el desierto y la ciudad, el viejo y el nuevo
mundo, cubriéndose la cabeza con el velo de lustre negro ante cada hermoso
lugar, ante cada curioso edificio, ante cada ruina que narra los secretos del
pasado; al paisajista, le evoca grupos de árboles, montones de rocas extrañas,
lagos de aguas diáfanas, estanques dormidos bajo el manto de plantas acuáticas,
chalets en las montañas, olas rompiendo en la orilla e incluso archipiélagos de
nubes fijas con sus juegos de luz; al arquitecto y al decorador, le proporciona
secciones, alzados y perspectivas de monumentos que el más hábil y avanzado
artista jamás podría igualar, templos de Egipto y Grecia, catedrales románicas
y góticas... para el erudito, aporta paneles jeroglíficos copiados sin errores,
inscripciones de autenticidad indiscutible; pues lo descifra todo con fluidez,
esta fotografía, acusada de estúpida... para el erudito, representa, desproporcionadamente
magnificada y atravesada por la luz eléctrica, la infinitud de la pequeñez que
el microscopio revela como el telescopio la infinitud de lo enorme...”
La Pasión
En 1840, Théophile Gautier visitó
el, Théâtre de la Renaissance de París, donde actuaba la bailarina,
Carlotta Grisi, y la reseñó con cierta tibieza. Un año después, ella estaba en
la Ópera, y él quedó cautivado por su gracia, que elogió en numerosos artículos
críticos. La situó entre las más grandes
bailarinas de su época: “Roza el suelo sin tocarlo. Parece una rosa mecida
por la brisa.” Se deshizo en elogios a sus pies, que, “llevarían a la
desesperación a una maja andaluza.” Se enamoró, ella se convirtió en su
musa, y le dedicó su admiración y su inquebrantable lealtad emocional, durante
toda su vida. Todo en ella lo cautivaba; además de su talento, elogió sus otras
cualidades: “Su tez es de una frescura tan pura, que nunca ha llevado
maquillaje que no sea para expresar su emoción”. Tras el ballet, Giselle
y los Willis, para el cual escribió el libreto junto a Jules-Henri Vernoy
de Saint-Georges, con música de Adolphe Adam y coreografía de Jean Coralli y
Jules Perrot, en 1841, una obra considerada la apoteosis del ballet romántico,
concluyó: “Este papel es ahora imposible para cualquier otro bailarín, y el
nombre Carlotta se ha vuelto inseparable del de Giselle.”
En esta época se forjó una estrecha
amistad entre Gautier y Carlotta, que probablemente se intensificó
durante una gira a Londres, para el estreno inglés de, Giselle, en 1842,
a pesar de la presencia de su entonces amante, Jules Perrot; Gautier y
Carlotta regresaron juntos a Francia.
Escribió otros libretos de ballet para
ella, incluyendo, La Péri en 1843, con música de, Friedrich Burgmüller,
que no alcanzó el éxito esperado, quizás debido a la controversia en torno a la,
"apología de las costumbres orientales," en el movimiento
orientalista de la época. En su poema, "A Una Joven Italiana", de
marzo de 1843, Gautier piensa en Carlotta:
Febrero temblaba
de blanco con la nieve y la escarcha […]
Tus ojos azules
siguen siendo las únicas violetas,
¡Y la primavera
ríe solo en tu mejilla floreciente!
Gautier frecuentaba con
regularidad y discreción el vestíbulo de la Ópera, pero poco después, parece
haber transferido sus sentimientos frustrados a la cantante Ernesta Grisi, con
quien tuvo dos hijas, hermana mayor de Carlotta. Se mudó con Ernesta, en 1844,
para formar parte permanente del círculo familiar de la bailarina. Aunque
fueron amantes durante un tiempo, su pasión por la bailarina recibió poco
apoyo; Ya de avanzada edad para la época, cuando Carlotta le dijo que lo amaba,
él respondió: "¿Qué debo hacer para conquistar tu corazón por completo?
¿Qué palabras debo decir, qué poción debo usar? ¡Te he amado por tanto tiempo!
No esperes a que muera para apiadarte de mí... déjame imaginar que te sostengo
en mis brazos contra mi corazón, que te chupo el alma de los labios y que tú no
rechazas la mía".
En 1845 y 1846, Carlotta recibió la visita
de Théophile Gautier, acompañado de Ernesta, en Londres. A principios de
la década de 1850, el escritor viajero siguió a su musa, quien actuaba como
primera bailarina en los grandes teatros imperiales de San Petersburgo, Rusia.
Los apasionados sentimientos de Gautier
por su, "querida alma" fueron innegables a lo largo de su vida, y
hasta su muerte, en sus cartas solía firmar como, "tu fiel
esclavo". "Aunque no puedo expresarte mis sentimientos,
sientes que te amo, que no tengo otros pensamientos que los tuyos, que eres mi
vida, mi alma, mi eterno deseo, mi adoración que nada puede cansar ni repeler,
y que tienes en tus manos mi desgracia y mi felicidad".
La bailarina se retiró en 1856 a
Saint-Jean, en Ginebra, donde crio a su hija, a quien, Théophile Gautier
colmó de atenciones y regalos cuando no la visitaba.
En 1861, la familia de Gautier se alojó
con su hermana y tía Carlotta Grisi, mientras Gautier viajaba a Rusia. A
su regreso, su amistad se reavivó y se mantuvo gracias a una animada
correspondencia y una larga estancia anual, que dio lugar a reuniones de
admiradores de Gautier en la villa de Saint-Jean, donde Gautier
se quejaba de no tener suficiente tiempo a solas con ella. Le recordaba
imágenes de su pasado, cuando triunfaba en el escenario: “Fresca como una
flor, ligera como una mariposa, alegre como la juventud, luminosa como la
gloria...”. Le escribió hasta sus últimos días en 1872, ella a los 53 años,
y él a los 61, siempre con pasión y admiración, aún implorando una mirada, un
beso.
La Madurez
Paralelamente a su labor crítica, que
continuó en el, Moniteur Universel, Gautier siempre conservó una
predilección por la poesía: esta siguió siendo, como atestiguaron amigos como
Émile Bergerat y Maxime du Camp, por ejemplo, su pasión, su distracción, su
ejercicio diario. Así, el 17 de julio de 1852, mientras Gautier se
encontraba en Constantinopla, E. Didier publicó la primera versión de Émaux
et Camées,o, Esmaltes y Camafeos, una colección que se enriqueció
con nuevos poemas hasta 1872.
En 1857, tras abandonar la rue de la
Grange-Batelière (París), Gautier se mudó con su pareja, Ernesta Grisi
(hermana de la bailarina Carlotta Grisi, de quien se convertiría en amante),
sus hijas, Judith Gautier (que se casaría con Catulle Mendès y sería la amante
de Victor Hugo) y Estelle (que se casaría con Émile Bergerat), así como sus dos
hermanas, al número 32 de la rue de Longchamp en Neuilly-sur-Seine, en una
pequeña casa donde disfrutaba recibiendo a sus amigos: Baudelaire, a quien veía
regularmente, Dumas hijo, Ernest Feydeau, Gustave Flaubert, Puvis de Chavannes
y Gustave Doré. La casa sufrió daños en 1871, durante la Comuna de París, y Théophile
Gautier residió un tiempo en Versalles, antes de trabajar en la renovación
del edificio ese mismo año. Una placa y un busto del escritor, obra de
Albert-Ernest Carrier-Belleuse, antiguamente colocados en un nicho de la
fachada, conmemoran su memoria.
De su romance con Eugénie Fort, una mujer
muy bella, más joven que él, y de origen español, tuvo un hijo, Théophile
Gautier, nacido el 29 de noviembre de 1836, quien reemplazaría a su padre
varias veces en el Moniteur Universel.
En los salones literarios de la princesa
Mathilde, de quien fue nombrado bibliotecario, Gautier también conoció a
escritores como Taine, Sainte-Beuve, Prosper Mérimée y los hermanos Goncourt;
pintores como, Paul Baudry, Gustave Boulanger, Jean-Léon Gérôme y Frédérique
O'Connell, quien pintó su retrato en 1857; escultores como Jean-Baptiste
Carpeaux; y eruditos como Claude Bernard, Louis Pasteur, y Marcellin Berthelot.
En aquella época, Gautier era considerado líder de una escuela.
Baudelaire se declaró su discípulo, le dedicó, Les Fleurs du Mal,
calificándolo de, “poeta impecable”, y Théodore de Banville le dedicó
sus versos.
En 1844, Théophile Gautier fundó el,
Club des Hashischins con Jacques Joseph Moreau, un club dedicado al
estudio del cannabis. Este club era frecuentado por muchos artistas de la
época, entre ellos Charles Baudelaire.
Presidente de la Sociedad Nacional de
Bellas Artes
Elegido en 1862 presidente de la Société
Nationale des Beaux-Arts, estuvo rodeado por un comité compuesto por los
pintores más prestigiosos: Eugène Delacroix, Pierre Puvis de Chavannes, Édouard
Manet, Albert-Ernest Carrier-Belleuse y Gustave Doré. Esta elección a un puesto
destacado, despertó la envidia de algunos escritores menos conocidos, y no
logró ser admitido en la, Académie Française, a pesar de cuatro
solicitudes (en 1856, 1867, 1868 y 1869).
Últimos Días y Muerte
Profundamente conmovido por los
acontecimientos militares de 1870, Gautier regresó a París, donde
terminó sus días, consumido por una enfermedad cardíaca, pero consciente de su
deber de enseñar y dar ejemplo a las generaciones más jóvenes. Victor Hugo
obtuvo ayuda financiera del gobierno, y lo invitó a su casa en Guernsey.
Sin embargo, la noche del 23 de octubre de
1872, su corazón dejó de latir. Sus yernos, Catulle Mendès, considerado un
hombre de mala reputación por Gautier, y Émile Bergerat, fueron testigos
y firmantes de su certificado de defunción.
Hugo, Stéphane Mallarmé y Théodore de
Banville le ofrecieron un último brindis fúnebre. Edmond de Goncourt relató su
pomposo funeral, durante el cual Alexandre Dumas hijo, leyó el panegírico. Está
enterrado en París, en el cementerio de Montmartre (3.ª división, al final de
la avenida). Su tumba, esculpida por Cyprien Godebski, está coronada por una
Calíope, la musa de la poesía, que sostiene una palma y una lira, apoyada en un
escudo con la efigie de Gautier; debido a su ubicación, este monumento
permanece casi constantemente en la sombra.
(Wikiedia en Frances)
En 1863, Gautier publicó una
colección en, Novelas y Cuentos, “El Caballero Doble.”
El Caballero Doble
de Teófilo Gautier
En el siglo VX, los caballeros pasaban
gran parte de si vida en guerras que a veces duraban años. Luchaban por
aumentar sus posesiones, por odios ancestrales, por reparar ofensas. Jamás
faltaba un motivo que les hacía partir a la lucha. Como en todas las guerras,
las batallas estaban llenas de crueldad y no habia compasión para los enemigos.
Para cerrar las victorias, se hacían grandes festejos, entre ellos, el
principal eran los torneos. Un caballero dialogaba con su ciervo. “Gastón, acabo
de ver a la mujer más bella que han contemplado mis ojos y quiero saber quién
es.” Gastó le dijo, “¡Indíqueme donde se encuentra mi señor, y yo
averiguare acerca de ella!” El cabalero dijo, “Se encuentra junto a las
hijas del duque de Hermantal. Su cabello es como hebras de oro, y sus ojos
guardan todo el verde del mar.” Gastón dijo, “Mi señor, no es necesario
que vaya a preguntar. Sé el nombre de esa hermosa dama.” El caballero dijo,
“¿Cuál es? ¿Quién es ella?” Gastón dijo, “La hija del conde de
Moldegauf. Se llama Edwige y tiene fama de hermosa y admirada por los más
connotados caballeros.” Tras una pausa, Gastón agregó, “Pero ella no da esperanza
a ninguno, a pesar de que varios han pedido su mano.” El caballero dijo, “Me
llena de felicidad lo que dices. Temía que estuviera casada o comprometida.”
Tras una pausa, el caballero dijo, “Gastón, llévale la cinta con mi escudo
bordado, para que se para que le ofrezco mi participación.” Gastón, dijo, “Gustoso
cumpliré su encargo, mi señor.” A la bella joven que inquietaba el corazón
del conde de Lodborg, éste no le habia pasado inadvertido. Una dama que estaba
sentada junto a Edwige, le dijo, “Acaba de regresar triunfante de la guerra.
Con la lanza y la espada, es invencible. Ya lo veras.” Edwige dijo, “Es
muy apuesto, pero eso no es lo que me ha impresionado de él…tiene algo que no
sé cómo explicar…” Una tercera dama dijo, “No nos dirás que por fin
apareció el hombre capaz de despertar en ti el amor.” Edwige dijo, “No
lo sé, sentí algo muy extraño cuando sus ojos se quedaron observándome. Jamás
antes habia experimentado algo igual.” En ese momento, Gastón se acercó a Edwige,
diciendo, “Con todo el respeto que una dama tan principal merece, mi señor,
el conde Lodborg, le suplica acepte esta cinta en señal de admiración.” El
hombre agregó, “Y le hace saber que luchara con todo su valor para lograr un
triunfo que, desde ya, le ofrece.” Edwige le dijo, “Me dará un gran
gusto entregar al conde de Lodbrog la corona de campeón, y desde ya, hago votos
por que sea el ganador.” La tercera dama dijo, “Te ha enviado la cinta.
Eso significa que te ha elegido como su dama.” La segunda dama dijo, “Tienes mucha suerte,
pero te aseguro que te has ganado la envidia de muchas de las damas presentes.”
Al empezar el combate, el conde iba guiado por el inmenso deseo de poner a
los pies de Edwige, una victoria absoluta. Mientras galopaba hacia su rival, el
conde pensó, “Ella me está mirando. Tiene mi cinta en sus manos, tengo que
vencer.” En medio del campo, se encontraron los adversarios y el choque de
sus lanzas en los escudos retumbó en todo el bosque. Después de tres intentos, en
que ninguno logró derribar a su enemigo, echaron mano de las espadas. Llevaban
unos minutos luchando, y de pronto…uno de los guerreros, cayó de su caballo al
suelo. Terminado el torneo, Renato de Lodbrog fue declarado. Cuando Edwige
coronó a Lodborg con una corona de laurel, dijo, “Es un orgullo para mí, tener
el honor de coronar a quien hizo frente a tantos valientes caballeros.”
Desde ese momento, fue como si un imán atrajera el uno hacia el otro. Un día
que ambos platicaban dando un paseo, Lodbrog dijo, “Estoy muy agradecido de
que tu padre me invitara a permanecer una temporada en sus posesiones, pero
debo regresar a mi castillo.” Edwige dijo, “Pero apenas llevas dos
semanas con nosotros…” Lodborg la miro a los ojos, y le dijo, “Hace
mucho tiempo que falto en mis tierras. Estuve tres largos años en la guerra.
Apenas volví, partí al torneo…donde tuve la gran suerte de conocerte…Edwige, no
quisiera irme…” Edwige dijo, “Pero lo harás. Me lo acabas de decir.
Quizás nunca nos volveremos a ver.” Lodborg dijo, “No, eso no sucederá
porque yo te amo. No podría vivir sin ti. Edwige, si me correspondieras yo…”
Edwige le dijo, “Renato, yo tambien te quiero…te quiero con toda mi alma…mi corazón
se destroza al solo pensar que te marcharas.” No fue necesario aguardar la
respuesta. Los ojos de ella le dijeron lo que tanto anhelaba escuchar. Lodborg
la beso. Luego le dijo, “Te adoro. Ahora mismo iré a hablar con tu padre, y
le pedriré tu mano. Nos casaremos amada mía.” Edwige dijo, “Sí, seré tu
esposa y eso me convertirá en la más feliz de las mujeres.” Una semana
después, Lodborg partía en su caballo, y desde la ventana de una torre, su
amada Edwige pensaba, “Adiós, amor mío. Aquí estaré aguardando ansiosa el
momento en que vengas a buscarme, y me lleves contigo para siempre.”
Mientras Edwige lloraba, su haya le dijo, “Edwige querida, seca esas lágrimas.
Dentro de seis meses tú y Renato se casarán. El tiempo pasará más rápido de lo
que imagina.” Edwige dijo, enjugándose las lágrimas, “¡Seis meses! Me
parecen seis siglos.” Su haya le dijo, “En cambio a mí se me hará muy
corto. Eres nuestra única hija y aunque estamos contentos de que un hombre como
Renato sea tu esposo…nos da una enorme tristeza que te vayas, pero lo que nos
conforma es que tú serás dichosa.” Edwige dijo, “Tambien yo los
extrañaré. Madre, si no amara tanto a Renato, jamás los dejaría. Pero siento
que el es mi vida entera.” Su madre le dijo, “Querida hija, yo deje a
mis padres por seguir a mi esposo. He sido muy feliz a su lado y no me
arrepiento.” Tras una pausa, su madre agregó, “Tendrás hijos que te
llenaran de ilusión, de dicha, como tu a nosotros.” Edwige dijo, “Hijos…no
habia pensado en ello. Me gustaría tener varios y que le mayor fuera un niño
igual a su padre.” Su madre le dijo, “Yo deseaba lo mismo. Pero Dios
solo quiso enviarnos a ti, y hemos agradecido a diario por una hija tan
maravillosa.” Edwige dijo, “Y Dios me premió a mí, por darme unos padres
como ustedes.” Transcurrieron los meses y por fi llego el gran día. Las
palabras del sacerdote se hicieron escuchar en la gran iglesia. “Por el
sagrado sacramento del matrimonio, quedan unidos hasta que la muerte los
separe.” Un gran banquete siguió a la ceremonia, y luego los novios se
retiraron a las habitaciones que les habían preparado. Una vez dentro de la
habitación, Lodborg tomó por la cintura a Edwige, y le dijo, “Mi adorada
Edwige, te amo tanto…dedicare el resto de mi vida a hacerte feliz.” Edwige
dijo, “Renato, te adoro. Me parece un sueño que ya soy tu esposa, que ya
nada ni nadie nos podrá separar.” Renato le dijo, “Amor mío, siempre ha
sido mi deseo tener un hijo que herede mi nombre y posesiones. Pero ahora
quisiera una niña igual a ti. Con tu misma sonrisa, esos ojos que de tan verdes
parecen transparentes, tu dulzura, tu enorme calidez…” Edwige dijo, “A mí
me gustaría que nuestro primogénito fuera hombre, y una copia fiel de su padre,
el hombre más maravilloso de la tierra.” Dos semanas después, en una
mañana, Lodborg dijo a Edwige, “Edwige, éste es tu hogar desde ahora. Deseo
que aquí tu felicidad sea completa.” Edwige dijo, “Se que cada día que
viva en este hermoso castillo, será la continuación de la dicha que he sentido
desde el momento que te conocí.” No tardo Edwige en ganarse el cariño de
todos los súbditos del condado. Edwige solía visitar hogares pobres. Una mujer llena
de hijos despedía a Edwige, y decía, “Dios la bendiga, condesa. Es usted tan
bondadosa con la difunta madre de nuestro señor.” Edwige le dijo, “Nada
me puede dar mayor alegría, que ser comparada con alguien que sé, es venerada
en estas tierras.” Edwige agregó, “Ya viene el invierno, y los niños no
tienen ropa de lana para cubrirse del frio.” Enseguida, Edwige dijo a una
de sus sirvientes, “Por favor, entréguele un paquete.” La humilde mujer
dijo, “El señor la colme de alegrías y satisfacciones, señora condesa. Cada
día lo pido en mis oraciones.” Se
preocupaba de los desposeídos, tratando de aliviar sus sufrimientos. En otra
ocasión, Edwige visito a una mujer que estaba enferma en cama, y le dijo, “Enviare
comida para tus hijos, y vere que los cuiden hasta que puedas levantarte.”
La mujer le dijo, “Señora condesa, es usted un ángel.” Todos en el
condado se deshacían en alabanzas sobre ella. Un día, su esposo Renato le dio
una sorpresa y le dijo, “Adorada esposa, esto es para usted.” Edwige dijo,
“Renato, me consientes demasiado. Siempre encuentras pretextos para darme
hermosos regalos. ¿Qué me traes ahora?” Renato le dijo, “Simplemente
deseo dar a mi gran amor, un recuerdo por los primeros meses de nuestro matrimonio.”
Edwige dijo, “Querido mío, muchas veces durante estos meses me he preguntado
que hice para merecerte.” Renato le dijo, “Edwige. Tu mereces mucho más
de lo que yo pueda darte. Eres la belleza, la bondad, la alegría, el amor
personificado…” Renato agregó, “Si yo alguna vez pensé que era feliz
antes de conocerte, quiero decir que no sabía lo que era la felicidad.” Edwige
dijo, “Yo tambien tengo algo para ti. Te lo pensaba dar durante la cena,
pero creo que te lo daré ahora mismo.” Minutos después, Renato entregaba un
collar a Edwige, diciendo, “Edwige, es una verdadera obra de arte.”
Edwige dijo, “Renato, que collar tan maravilloso.” Renato le dijo, “Pedí
que todos los brillantes fueran en forma de corazón. Quisiera tener tantos como
en el collar, para adorarte más.” Edwige dijo, “Qué generosos eres. Mi
obsequio es más simple.” Edwige entregó un manto bordado a Renato, y le dijo, “Tu nombre
está bordado con mis cabellos. Debí hacerlo con hilos de oro.” La pareja se
profesaba un amor sin límites. No habia nubes en su vida, pero los meses transcurrían.
Pero un día, Edwige oraba hincada frente al altar de la Iglesia, pensando, “Padre
amado, porque hasta el momento se nos ha negado la dicha del hijo que tanto
deseamos tener. Ya hemos cumplido un año de casados y no puedo dar a mi esposa
la noticia que tanto anhela escuchar. Él nada me dice. Me quiere demasiado para
hacerlo, pero sé que le entristece el que no tengamos descendencia. Perdóname señor
no debo quejarme. Mi debe es aceptar tu voluntad, pero…te lo suplico, mándame
un hijo.” Pero el tiempo continuó transcurriendo, y un día, Edwige bordaba
con sus dos hayas. Entonces Edwige les dijo, “Dentro de una semana cumpliré
cuatro años de matrimonio. Que dichosa me sentiría si pudiera decirle que
espero un hijo.” Su haya le dijo, “Mi señora, ¿No saldrá hoy a dar un
paseo por el parque?” Edwige dijo, “No…no estoy de ánimo…me siento muy
triste…nada saco con ocultarles lo que acongoja, ustedes bien lo saben.” La
joven ayudante de la haya dijo, “Sí, señora, es poque no ha llegado el hijo
que tanto desea…pero usted es joven, y el día que menos lo espere…” Edwige
dijo, “He vivid con esa esperanza todos estos años, y solo mi fe no me
permite perderla, pero cada día me es más difícil no desesperarse.” Su haya
le dijo, “Todos hemos rezado y suplicado a nuestro señor, para que envíe al
heredero.” Edwige dijo, “Se que lo han hecho. Lo mismo me dicen las campesinas.
Pero al parecer Dios ha decidido no escuchar los ruegos de este condado.”
Su haya le dijo, “Lo hará, señora. Él que es justo y bueno, le premiara con
un hijo.” Edwige comenzó a llorar y dijo, “Ojalá tengas razón. Renato ha
prometido a nuestro señor un altar de plata maciza y un copón de oro al Iglesia
de Saint Eithbert, que entregara cuando bauticemos al tan aguardado heredero,
pero transcurre el tiempo y no siento dentro de mí a la criatura.” La haya
le dijo, “Señora, alguna razón tendrá el señor para no enviarle aun a la
criatura. Pero le dará hermosos hijos, pues usted que es toda bondad y amor, hacia
cuantos la conocen, se los merece.” Edwige dijo, “Ojalá asi sea, yo podría
conformarme, y aceptar su voluntad, pero Renato desea tanto a un sucesor. Días
después, Edwige decía sobresaltada a su esposo, “¿Dices que partes a la guerra?”
Renato le dijo, “El conde de Hemertager está invadiendo mis dominios, y los
del barón de Ruggernoff, y debemos impedirlo.” Renato continuó, “Desde
hace muchos meses, su gente tala mis bosques y maltrata a los campesinos que
viven en los linderos de las tierras del conde.” Edwige dijo, “Pero, ¿No
es mejor llegar a un arreglo? Mandar un mensajero. Quizá él no está enterado de
lo que sucede, y es su gente la que actúa asi.” Renato dijo, “Ya lo envié
y el conde le hizo azotar. El barón recibió el a su emisario aun con la cuerda
que lo ahorcaron del cuello.” Edwige le dijo, “¿Y no hay otra forma de
hacerlo entrar en razón que no sea la guerra?” Renato dijo, “No, el conde de
Hemertager desea agrandar sus dominios y la hará a sangre y fuego si es
preciso. Durante el tiempo que estuve en la guerra, se apoderó de una parte de
bosque que me pertenecía. Nada hice porque al regresar te conocí. Los preparativos
de nuestra boda y poner el orden todo lo que estaba pendiente desde mi larga
ausencia, ocupó todo mi tiempo. Durante todos estos años no volvió a molestar.
Pero al parecer, ahora ha decidido volver a correr sus límites y no lo voy a
permitir.” Edwige dijo, “Amor, temo por ti. Si algo te sucede…” Renato
dijo, “No te angusties. Voy a regresar sano y salvo, porque tú me estarás
esperando, y yo te amo más que a mi vida.” Edwige dijo, “Gracias, pero
no merezco tu cariño. No he sido capaz de darte un hijo…” Renato dijo, “No
vuelvas a decir eso. Sí deseo mucho un heredero, pero tú estás primero para mí.
Tenerte es mi mayor felicidad.” Renato la abrazó y dijo, “Mi amor, no
estes triste. Porque a tu lado he sido hasta ahora, el hombre más dichoso sobre
la tierra. Y sé que asi será el resto de mi vida.” Edwige dijo, “Renato,
eres tan bueno, tan comprensivo. Cada día te amo más.” Un amor sin límites los
unía con lazos que nada ni nadie podía romper. Un mes después, Edwige veía
partir a su amado desde la ventana de una torre, pensando, “Regresa a mi
lado, amor mío. Te necesito, eres como el aire que respiro.” Semanas después,
en un campamento Renato recibía noticias de uno de sus principales soldados, “Conde,
mañana de madrugada atacaremos. Muy cara pagara su insolencia el malvado de
Hemertager.” Renato le dijo, “Hacer ahorcar a su emisario, varón, y
azotar al mío, fue una falta de respeto y consideración a nuestras personas,
que debe pagar.” Su Soldado le dijo, “Yo envié a un hombre al que tenía
gran estima, y que me habia servido con fidelidad, desde que mi padre me lo dio
como escudero.” Renato dijo, “Pues bien, Hemertager aprenderá a vivir en
paz con sus vecinos, nos cobraremos con creces el robo de nuestras tierras.” Su
soldado le dijo, “Ya lo creo que sí. Extenderé mis dominios hasta las mismas
puertas de su castillo, si es que a éste le quedan puertas.” Renato dijo, “Y
yo recobraré el bosque, y tomaré todo el valle que queda al norte de los límites
de mis posesiones.” Pero cuando los atacantes intentaron acercarse al
castillo, fueron repelidos por las flechas de los defensores. Pasada la
sorpresa, volvieron a la carga. En las almenas del castillo, dos soldados
defensores dialogaban, “Los malditos pretenden poner escaleras para subir al
castillo.” El otro defensor dijo, “Nuestras flechas y lanzas no podrán
contra sus escudos, será imposible detenerlos.” El líder dijo, tras
escucharlos, “Sí, serán detenidos. Nadie invadirá mi castillo. Derrotaré a
ese par que se a atrevido a atacarme. La derrota será tan completa, que el
condado de Lodbrog, y el baronato de Ruggernoff pasarán a mi propiedad.” Uno
de los guardias le dijo, “Ya estan muy cercas, señor. No tardarán en poner
las escaleras.” Otro guardia dijo, “¡Los arqueros del enemigo se
preparan a disparar!” El líder dijo, “No se preocupen por ellos. Lancen
sobre los que pretenden poner las escaleras el aceite hirviendo.” La orden
fue cumplida. Durante ese día, fue imposible acercarse al castillo, y al tratar
de hacerlo, las consecuencias eran funestas. En el campamento, Renato dijo a su
hombre de confianza, “Tuvimos muchos heridos y murieron más de cincuenta
hombres. Ese Hermetager es un verdadero demonio.” Su soldado de confianza
le dijo, “Pero, finalmente será vencido. Vamos a poner un sitio. Nadie podrá
entrar y salir del castillo. Veremos cuanto soportan.” Renato dijo,
“Esperemos que sea poco tiempo. Aunque me temo que estan preparados para tenernos
aqui meses.” Y Renato no se equivocaba, porque tres meses después, Edwige
pensaba en su amado, “Amor mío, te extraño tanto. ¿Cuándo volverás…? Temo
tanto por ti, un terrible presentimiento me tiene lleno de angustia.”
Justamente en esos momentos los hombres de Renato estaban teniendo éxito al
escalar para entrar al castillo. El soldado de confianza de Renato dijo, “Por
fin logramos tomarlos por sorpresa. Han reaccionado tarde.” Renato dijo,
mientras venía a sus hombres escalando el castillo, “Nuestros hombres lograrán
llegar arriba, y podrán abrirnos las puertas.” Después de semanas de
intentarlo, por fin el ataque habia tenido éxito. Se trenzaron en una lucha
cuerpo a cuerpo, en la que las espadas resonaban anunciando destrucción y
muerte. Poco a poco los atacantes fueron ganando terreno. Uno de los soldados
invasores dijo, “Tenemos que abrir las puertas para que nuestros soldados
entren.” Pero un soldado defensor les dijo, “Antes tendrán que pasar por
nuestros cadáveres.” No tardaron los soldados del castillo en caer y
entonces las puertas fueron abiertas para que entrara los que aguardaban afuera.
Cuatro meses después, una de las sirvientes de Edwige llegaba dando una
noticia, “Mi señora…mi señora…” Edwige dijo, “¿Qué sucede, Brumilda?
¿A que se debe que entres tan alterada? Me asustas...” Brumilda le dijo, “Perdón…pero
es que…viene el conde…” Edwige exclamó, “¿Qué dices? Renato ha regresado…”
Brumilda dijo, “Sí, mi señora. Me lo acaba de decir un paje, y me pidió que
se lo comunicára.” Edwige dijo, “Mi adorado esposo ha regresado. Gracias
Dios mío.” Poco después, Edwige se encontraba en los brazos del hombre al
que amaba más que a su propia vida. Edwige le dijo, “Por fin…por fin estas a
mi lado nuevamente…” Renato le dijo, “No quería estar ausente el día en
que cumplimos cinco años de matrimonio y eso es mañana.” Edwige le dijo, “Gracias
Renato. Eres el hombre mas maravilloso del mundo.” Renato le dijo, “Y tú
la mujer más dulce y adorable que existe.” Tras festejar el regreso del
conde, todo volvió a la normalidad en el castillo, un año después. Mientras
Renato colocaba un anillo en la mano de Edwige, le dijo, “Querida, como el día
que nos casamos, te entrego este anillo como símbolo de mi gran amor y de unión
eterna entre nosotros.” Edwiges le dijo, “En un día como hoy, hace seis
años, me transformé en tu esposa, y desde entonces, no he dejado de dar gracias
a Dios por ello. Por eso me siento muy orgullosa de poder darte un regalo muy
especial esta vez Renato, vamos a ser padres.” Renato exclamó, lleno de
sorpresa, “¿Qué dices?” Edwige le dijo, “Que estoy esperando un hijo.
Lo supe hace una semana y he tenido que hacer un gran esfuerzo para no
decírtelo antes.” Renato exclamó, “Edwige, adorada mía. ¡Un hijo tuyo y
mío!” Renato la tomó entre sus brazos como si se tratara de un frágil
cristal. Edwige dijo, “Dios no ha premiado, amor. Un hijo es lo único que
nos faltaba.” Renato dijo, “Es tanta mi felicidad que creo que el
corazón me va a estallar de alegría.” Para celebrar la buena nueva hicieron
grandes festejos en los que se efectuaron torneos, opíparos banquetes en los
que se serían las piezas obtenidas durante las cacerías, en las que
participaban los invitados. Pasaron los festejos y empezaron a transcurrir
lentamente los meses. Una noche frente al fuego de una chimenea, Renato dijo a
Edwige, “¿Qué piensas, Edwige? Tu cara tiene una expresión tan hermosa,
refleja una dulzura especial.” Edwige dijo, “Pensaba en nuestro hijo. Me
parecía verlo tan igual a ti, con los ojos azules como los tuyos, el cabello
castaño y tu adorada sonrisa.” Renato dijo, “Siempre hablas de un niño,
pero tambien puede ser una niña idéntica a su madre.” Edwige dijo, “No, presiento
que será hombre, solo falta cuatro meses para que nazca. Ya estaremos en
primavera.” Una tarde en que se haba desencadenado una terrible tormenta,
Brumilda dijo a Edwige, “A cada momento la furia del viento aumenta y la
lluvia cae como una cortina de agua.” Edwige dijo, “Siempre me han
desagradado los truenos y los rayos. Los siento como un mal presagio.”
Brumilda le dijo, “No debe dejarse impresionar. Eso no es bueno en su
estado.” Edwige dijo, “Tiene razón. Mi angustia afecta a mi hijo. Debo
tranquilizar mi espíritu.” En ese instante, un sirviente llego con un
mensaje, “Señora condesa, un caballero pide hospitalidad, pues dice que le
es imposible continuar si viaje con este tiempo.” Edwige dijo, “Por
supuesto que puede quedarse. Jamás las puertas de este catillo se han cerrado
para quien necesita posada.” Minuto0s después, un hombre llegaba, diciendo,
“Señora condesa, mucho agradezco su hospitalidad.” Edwige, en compañía
de sus hayas, dijo, “Mi esposo, el conde, se encuentra ausente, pero en su
nombre le doy la bienvenida, señor…” El hombre dijo, “Soy Rudolf
Dibermann, y voy de regreso a Bohemia, donde se encuentran mis tierras. La
tormenta me impidió continuar mi camino.” Edwige le dijo, “Puede usted
permanecer aquí, hasta que el tiempo le permita hacerlo sin dificultad.”
Enseguida Edwige dijo, “Brumilda, ocúpate de mostrarle al caballero su
habitación. La cena se servirá dentro de una hora.” Rudolf dijo, “Será
un honor para mi sentarme a su mesa, señora condesa.” Poco después, los
tres comían a la mesa. Brumilda dijo, “Por lo que cuenta, ha viajado usted
por muchos y lejanos países.” Rudolf dijo, “Así es, y aun deseos conocer
muchos más. No puedo estar en un solo lugar, muy pronto me aburro de él.”
El caballero la miraba fijamente, como si quisiera hipnotizarla, y ella sentía
un extraño desasosiego. Rudolf dijo, “Durante mis viajes, he aprendido
muchas cosas. Entre otras, a tocar algunos instrumentos y hermosas canciones.”
Tras una pausa, Rudolf dijo, “Si usted lo permite, después de la cena podría
cantar algo.” Brumilda dijo, “Señora condesa, acceda. Desde que el bufón
enfermó, hemos pasado veladas sin ninguna distracción.” Cuando pasaron al
salón, mientras Rudolf cantaba, Edwige pensaba, “No sé qué me sucede, pero
desde que llegó, me siento intranquila, como si hubiera algo maligno a mi
alrededor.” Al día siguiente, Edwige miraba el paisaje por una ventana.
Entonces llegó Rudolf y le dijo, “Buenos días, señora condesa, un criado me
dijo que podría encontrarla aquí. Discúlpeme por molestarla.” Al escuchar
esa voz, Edwige sintió como si un rayo la traspasara. Edwige le dijo, “No,
no me molesta…¿Qué desea usted, caballero?” Rudolf le dijo, Pedirle que me
permita permanece aquí hasta que se calme la tormenta. Desgraciadamente durante
la noche ha aumentado.” Edwige le dijo, “Justamente observaba que el tiempo
empeora. No sería prudente que se aventurara por los caminos en estas
circunstancias.” Rudolf dijo, “Todos los viajeros debemos tener paciencia
y aguardar. Supongo que lo mismo le estará sucediendo al señor conde.” Edwige
dijo, “Sí debería haber regresado ayer. Nunca me han agradado las tormentas,
y menos cuando mi esposo esta lejos.” Entonces Rudolf dijo, “En cambio
yo agradezco a esta, pues se desencadenó en un momento muy oportuno.” El
caballero la observaba fijamente. Su mirada era dulce, sin embargo, encantaba
de la misma manera que una serpiente fascina a un pájaro. Edwige dijo, “¿Por
qué dice eso?” Rudolf dijo, “Porque me ha dado la oportunidad de conocer
a la dama mas hermosa, noble y majestuosa que han visto nunca mis ojos…le
suplico que no se sienta ofendida por mis palabras, las digo con todo el
respeto que se merece quien va a ser madre.” Edwige dijo, “No, no me ha
ofendido…” Edwige apenas podía hablar. Se sentía como embrujada por la
dulce mirada de tigre, la encantadora sonrisa de víbora del extranjero. Rudolf
dijo, “¿Y para cuándo será el feliz acontecimiento? Si me permite
preguntarlo.” Edwige dijo, “Para tres meses.” Después de diez días,
por fin el caballero pudo marchar. Antes de acostarse, en su aposento, Edwige
pensó, “Me alegro de que se fuera. Su sonrisa, su mirada me helaban de
terror, y me inspiraban el espanto que se siente al inclinarse sobre un abismo.
Sin embargo, lo buscaba, platicaba con el, y no podía apartar mis ojos de los
suyos, tan negros como la noche. Tengo que olvidarlo. Nada le diré a Renato,
solo que estuvo aquí un extranjero, pero ocultare mis miedos y angustias.”
Esa tarde regreso Renato, y por la noche, Renato platicaba con Edwige, y
entonces le dijo, “¿Querida, te sientes bien? Estas muy pálida, además, te
notro comop distraída, nerviosa…” Edwige dijo, “No, no tengo
nada…supongo que es por mi estado…y porque cada día se acerca mas el momento
del nacimiento.” Renato le tomo la mano y le dijo, “Mi amor, no te
angusties. Todo saldrá bien. Hasta hace poco te mostrabas feliz, llena de paz,
como has sido siempre.” Edwige pensó, “Tienes razón. Fue la presencia de
ese extranjero la que me ha hecho cambiar, y aunque trato de ser la de antes, no
puedo. Veo sus ojos en todas partes, su sonrisa y…me desespero, no puedo
evitarlo, no puedo…” Renato dijo, “Querida, no me estas escuchando. ¿En
qué piensas?” Edwige le dijo, “Perdóname, me distraje un momento.” Renato
dijo, “Esta bien mi vida. Debo comprender tus angustias y ayudarte a
superarlas. No me volveré a ausentar hasta que nazca nuestro hijo.” Tres
meses después, Renato escucho el llanto de un niño recién nacido, y pensó, “¡Mi
hijo!¡Es el llanto de mi hijo que acaba de nacer!” Minutos después, Renato
hablaba con la recién hecha madre, “Mi adorada Edwige, soy el hombre más
feliz de la tierra. Me has dado el hijo que tanto deseaba.” Edwige le dijo,
“Mi amor, te amo tanto, y nuestro hijo es la mayor prueba de mi cariño.”
La partera entro en ese momento con el bebe, y los puso en los brazos de su
madre. Renato dijo, “Hermoso como un ángel.” Edwige dijo, “Y espero
que asi sea en sus actuaciones en la vida, un hombre fuerte, valiente, pero
justo y bondadoso.” Renato dijo, “Se llamará Olaf, que es el nombre de
un caballero que tuvo una vida llena de éxitos. Fue amado y admirado por
quienes lo conocieron.” Edwige dijo, “Nuestro pequeño Olaf heredará
todas las cualidades que adornan a quien le da su nombre.” Se iniciaron los
preparativos para celebrar el feliz acontecimiento, y efectuar el bautismo. Su
madre, al tenerlo en sus brazos, pensaba, “Tiene los ojos negros…como los
del extranjero. No comprendo por qué, no puedo entenderlo.” Asi llegó el
día del bautismo. Pero mientras en la capilla del castillo se llevaba a efecto el
bautismo del pequeño Olaf, en la torre del castillo, el agorero investigaba el
futuro que aguardaba a la criatura, pensando, “Es la tercera vez que hago
los trazos, y siempre es el mismo resultado. No me queda ninguna duda. Los
condes esperan mis noticias y tendré que decirles la verdad. Es mejor que lo
haga de una vez.” Dos horas después, el agorero llego con los condes, y les
dijo, “Señores condes, hice la carta astral del pequeño condesito, y he
encontrado algo extraordinario en ella.” Renato dijo, “¡Es bueno, verdad?”
El agorero dijo, “Solo puedo decir que dos influencias han presidido el
nascimiento de la criatura, una buena y una mala. Por eso he visto en su carta
astral dos estrellas, una verde y uno roja, está sometido a un doble
ascendente. La estrella verde es del bien, y la roja es del mal. Según la que
domine será muy feliz o muy desdichado, talvez las dos cosas.” Renato miró
a su hijo y dijo, “La verde será más fuerte y mi hijo será feliz.” Pero
Edwige pensó, “Quisiera tener su confianza, pero temo que la roja sea la que
guíe la vida de mi pequeño.” Olaf fue creciendo, era hermoso, pero parecía
que habia dos niños diferentes dentro de él. Un día era malvado como un diablo.
En un ataque de furia del pequeño, su madre le gritaba, “Olaf, hijo,
cálmate.” La haya decía, “Señora condesa, de pronto le dio uno de sus
ataques de furia.” Olaf pateaba a la haya, diciendo, “La odio, quiero
que se vaya…la odio…” Pero tras, el pequeño era un verdadero ángel. Un día
el niño se acercó a su madre con una rosa, y le dijo, “La corté para ti. Te
quiero mucho, madre.” Edwige le dijo, “Y yo a ti, mi niño adorado. Me
haces tan feliz cuando te muestras bueno y dulce como ahora.” Su hijo la
abrazó y le dijo, “Te prometo, que siempre voy a ser bueno. Ya no gritaré,
ni me enojaré con los sirvientes.” Su madre pensó, “Cuantas veces ha
prometido lo mismo, y cuan pronto lo olvida.” La pobre madre sufría terriblemente
con el carácter tan cambiante de su hijo. Edwige pensaba, “Cuando lo miro me
da miedo. Me parece estar viendo al extranjero que estuvo aquí antes que el
naciera. Pero, ¿Por qué se le parece? ¿Por qué?” Un día, Edwige habló con
Renato, y le dijo, “Renato, me preocupa mucho nuestro hijo. Desde pequeño ha
mostrado un carácter extraño, belicoso a veces, pacifico otras.” Renato le
dijo, “Querida, Olaf será un gran guerreo, y por ello, tiene un carácter
fuerte y decidido. No debes angustiarte. No te preocupes. Solo tiene quince
años. Está lleno de energías y deseos de vivir.” Edwige dijo, “Sí, pero
esos cambios de energía a la furia, de bondad a la crueldad…tú nunca has sido
asi…” Renato dijo, “Nuestro hijo tiene más carácter que yo, eso es todo.
Él me supera en muchas cosas. Ven, te lo demostrare.” Edwige dijo, “Mejor
que tú no hay nadie. Para mi eres y serás el hombre perfecto.” El conde la
llevo a la ventana, donde vieron cabalgar a Olaf. Renato le dijo, “Míralo.
Es capaz de domar los caballos salvajes. Nadie es tan diestro con la espada ni
tira el arco como el, y apenas tiene quince años.” Pero Edwige pensó, “Renato
no comprende. Solo ve lo que le llena de orgullo de nuestro hijo.” El
tiempo continuó su curso, y cuando Olaf acababa de cumplir veinte años, el
conde murió repentinamente. Durante la ceremonia de sepultura de Renato, Edwige
pensó, “Mi adorado Renato, te extrañaré cada momento que me quede de vida.
Durante todos estos años te he amado mas y cada día más.” Inconsolable,
Edwige se encerró en el castillo, guardando eterno luto. Un día, Edwige le
dijo, “Hijo, ya tienes 25 años. ¿No has pensado en casarte? Hay muchas
jovenes dignas de ser tu esposa y que te harian dichoso.” Olaf le dijo, “Madre,
yo cero que nunca ser feliz. Cada vez que pretendo a una mujer, solo la mitad
de mi siente amor, la otra mitad manifiesta odio. Es como si mi corazón fuera
un lugar hollado por los pies de dos luchadores desconocidos, y cada uno
intentara vencer a su adversario.” Edwige le dijo, “¿Por qué no me
habias contado esto? Cuantas veces te pregunte por tu extraña forma de actuar y
siempre evadías la respuesta.” Olaf se alteró y le dijo, “¿Y que ganaba
con decírtelo? ¿caso puedes ayudarme? No, no puedes. Entonces, ¿Para qué
quieres saberlo?” Su madre le dijo, “Olaf, cálmate. Soy tu madre, deseo
lo mejor para ti. Me entristece verte sufrir porque sé que no eres feliz.” La
fuerza de la estrella roja volvía a triunfar sobre la bondad de la verde. Olaf
dijo alterado, “Soy feliz porque soy el conde de Lodbrog, dueño de inmensas
y ricas tierras con cientos de vasallos a mi disposición.” Edwige le dijo, “Olaf,
tu padre, que en paz descanse, te legó el título y las tierras, te suplico que
seas como el, a quienes todos amaban con bondad.” Olaf le dijo, “Pues a
mi me respetarán y temerán por mi fuerza. No quiero amor, quiero que mi solo
nombre los haga temblar. Madre, te respeto y te quiero, pero no permitiré que
trates de dirigir mi vida. Yo sé lo que hago.” Edwige pensó llena de dolor,
“Voy a llamar el agorero. Debí hacerlo hace mucho tiempo, pero tenía miedo
de lo que fuera a decirme. Ahora lo comprendo.” Al día siguiente el agorero
mostraba la carta astral de Olaf a Edwige, diciendo, “Señora condesa, cuando
nació, el ahora conde de Lodbrog, le dije que dos estrellas presidieron su
nacimiento, una roja y una verde.” Edwige dijo, “Sí, y agregó que podía
ser muy feliz o muy desdichado, según la que triunfara sobre la otra. Pero han
pasado 25 años y la lucha entre ambas no termina…mi hijo no es feliz, pero
tampoco totalmente desdichado.” El agorero dijo, “Sí, se podría decir
que es un caballero doble, el conde lleva sobre su caso, una estrella verde…pero
junto a él, siempre está un caballero igual en cuyo casco se ve una estrella
roja, y esta toma el mando a cada momento.” Edwige le dijo, “¿Por
qué…porque le sucede esto a mi hijo?” El agorero dijo, “Señora condesa,
cuando usted estaba esperando al actual conde, un día llego al castillo un
hombre de ojos muy negros, ¿No es asi?” Edwige dijo, “Sí, ¿Como lo
sabe?” El agorero dijo, “Nada esta oculto para quienes podemos conocer
el pasado y el porvenir. Ese hombre hombre era un espíritu del mal.” Edwige
dijo alarmada, “¡Oh, no! Con razón yo sentía una terrible desazón en su
presencia, como si estuviera bajo los efectos del encantamiento de una víbora.”
Tras una pausa, Edwige agregó “Pero a la vez el se mostraba tan amable, tan
encantador que me hacia sentir culpable por esos sentimientos de temor y
rechazo.” El agorero dijo, “Asi es el mal, el funesto espíritu del
caballero de la estrella roja que siempre está con el conde. Nació de la mirada
de ese extranjero cuya visita tanto la inquietó, mi señora.” Edwige dijo, “¿Y
él se apoderó del alma de mi hijo?” El agorero dijo, “No, no lo hizo
porque su amor y el del difunto conde, fueron más fuertes y protegieron al niño
por nacer. Pero no pudieron evitar que el maligno espíritu lo acompañe siempre.
A eso se debe la doble personalidad de su hijo.” Edwige dijo, “Entonces,
él nunca va a ser feliz. Él nunca podrá liberarse de ese espíritu que lo
posee.” El agorero dijo, “Quizá si lograra amar de verdad, si ese
sentimiento triunfara sobre la maldad, el orgullo, la soberbia, pero el
caballero de la estrella roja esta siempre alerta para impedirlo. Muchas
jovenes se han enamorado del conde, pero ninguna ha conseguido la felicidad,
porque el egoísmo de él, ha triunfado siempre sobre los bueno asentimientos.”
En los años siguientes, la condesa vio que el agorero no habia mentido. Cada día,
Olaf se veía más inclinado al mal. Edwige pensaba, “Daria lo que me queda de
vida si con ello pudiera salvar a mi hijo, hacer desaparecer ese espíritu
maligno que le acompaña.” El dolor fue consumiendo a Edwige, y una noche cerró
los ojos para siempre. Fue enterrada junto a la tumba de su amado esposo. Olaf continuó
con su vida entre el bien y el mal, donde cada día triunfaba más el segundo. Un
día, en una reunion social unos jovenes hablaban entre sí. “Que hermosa es
Brenda, la hija del duque de Murganhausen.” Otro de os jovenes dijo, “Yo
hace mucho que he intenbtado ganar su amor, pero ha sido en vano.” Otro de
los jovenes dijo, “Hasta el momento, ha rechazado a todos los pretendientes que
se le han acercado.” Entonces, Olaf, que escuchaba, pensó “Breva será
para mí. Es la única mujer que realmente me ha impresionado con la que me
casaría.” Sin pretenderlo, ni darse cuenta, el caballero se habia
enamorado. Entonces Olaf se acercó a Brenda y le dijo, “Mañana participaré
en el torneo, y mi triunfo te lo dedicaré a ti. Te enviaré la cinta con mi
escudo.” Brenda dijo, “Agradezco tus atenciones, Olaf, pero si recibo la
cinta, significará que acepto ser tu dama.” Olaf le dijo, “Eso es lo que
deseo, por que tu eres a quien quisiera hacer mi esposa.” Pero Brenda le
dijo, “Lo siento Olaf, pero eso no es posible. Yo solo me casaré con un
hombre al que respete y ame.” Olaf le dijo, “¿Que quiere decir?” Brenda
le dijo, “Que tú no eres el hombre. Hay muchas cosas de ti que no me
agradan. A veces eres un hombre amable, generoso, hasta tierno…Otras te
muestras orgulloso, altivo, cruel, como si ningun buen sentimiento anidára en
tu alma.” Entonces Olaf le dijo, “Brenda, déjame demostrarte que no soy
tan malo como crees. Dime que me permites que te visite.” Brenda dijo, “Puedes
venir cuando quieras, pero eso no significa que yo acepte ningun compromiso
contigo.” Renato le dijo, “Nada pido por el momento. Ya veremos en el
futuro.” Transcurrieron seis meses y Brenda y su prima dialogaban. Su prima
dijo, “Mira, aunque tratas de negarlo, tu estas locamente enamorada de Olaf
y él de ti.” Brenda dijo, “Dora, a ti no puedo negártelo. Sí, lo amo
mucho, pero a pesar de ello, no puedo evitar sentir miedo a sus ojos, tan
negros, tan brillantes.” Dora dijo, “Pero Brenda, eso es absurdo.
Además, él ha cambiado mucho desde que está tratando de ganarse tu amor.” Brenda
dijo, “Sí, es verdad, aunque a veces me parece que es solo una máscara,
estoy muy desconcertada, Dora. Lo quiero, pero tengo miedo de ese amor.” Efectivamente
el amor habia hecho que en Olaf triunfara el caballero de la estrella verde.
Mirando el fuego de la chimenea, Olaf pensaba, “No puedo vivir sin ella. La amo con locura, con todo mi corazón.
Por Brenda soy capaz de todo. Quiero verla, necesito verla.” Entonces Olaf
llamó a Dietrich, su fiel escudero, y le dijo, “Ensilla mi caballo. Voy a ir
a ver a la duquesa Brenda.” Dietrich dijo, “Mi señor, esta nevando. El
viento sopla con furia. ¿No escucha como brama cual si fuera alma en pena?”
Olaf dijo, “Ni el viento ni la nieve ni mil tempestades, impedirán que yo
visite a Brenda. Obedece y prepara mi caballo.” Dietrich le dijo, “Está
bien, mi señor.” Podo después, Olaf cabalgaba su caballo, de noche, y
pensaba, “Debo resistir esta fuerza que me hace ser como a Brenda no le
agrada. No me dejare dominar por ella. No voy a dejarme vencer. El amor que
siento me dará fuerzas para resistir. Es una espantosa lucha. Pero la ganaré,
si, la ganaré.” Entonces, en un camino angosto, cuyo un lado daba a un
acantilado, y donde no habia lugar para dos cabalgantes, apareció un caballero que
iba en sentido contrario al que Olaf se dirigía. El hombre se detuvo, y dijo, “Retroceda,
para que yo pueda pasar.” Olaf le contestó con tono calmado, “No, voy a
visitar a mi amada, y los enamorados siempre tienen prisa.” El hombre
empuñó su espada, y le contestó, “El amor siempre es la perdición de los
hombres. Pero no será la tuya. Yo lo impediré.” Olaf le contestó, ya
alterado, “Con qué derecho te metes en lo que no te importa. Quítate o te
destrozare con mi espada.” Olaf rápidamente sacó su espada, y la cruzó con
la del desconocido. El hombre golpeó la espada de Olaf, y dijo, “Olaf de
Lodborg, seguirás por el camino marcado desde antes que nacieras.” Olaf le
dijo, “¿Quién te crees que eres para decirme lo que tengo que hacer?”
Pronto las espadas, aunqu8e eran de un temple superior, estaban melladas como
una sierra. Olaf pensó, “Es extraño, pero cada golpe que descargo sobre ese
hombre, lo siento como si me lo diera yo mismo.” Era un singular duelo
donde los contendientes sufrían por igual. Golear y recibir golpes era lo
mismo. Después de largo tiempo en que ya se sentía desfallecer, sacando fuerzas
de flaqueza, Olaf hizo volar de un revés el yelmo de su enemigo. Al reconocer a
su contrincante, Olaf exclamó, “¡Oh, nooo! Me he batido con mi propio
espectro.” El contrincante con el aspecto de Olaf, exclamo un gesto de
dolor. De repente, Olaf pensó, “Ha desaparecido. Lo vencí. Me siento
diferente, como si me hubiera librado de un enorme peso.” Una semana después,
Brenda recibía a Olaf en su palacio, y lo tomaba de sus manos. Brenda le dijo,
“Olaf. Tus ojos ya no son negros. Desde hace unos días he notado que cada vez se
ponen mas azules. Parece un milagro.” Olaf le dijo, “Es un milagro,
logrado por tu amor. Desde que accediste a ser mi esposa, me siento en el
cielo, y mis ojos lo reflejan.” Edwige ya podía descansar en paz, porque su
hijo habia vencido al adversario interior, la maligna influencia de la estrella
roja, y vivía feliz frente a la hermosa Brenda, su amada esposa.
Tomado de, Joyas de la Literatura. Año XI. No. 224, abril 15 de 1994. Adaptación: Emmanuel Hass. Guión: Herwigd Comte. Segunda Adaptación: Jose Escobar.
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