Antón Pávlovich Chéjov nació en Taganrog, Rusia, en 1860, y murió en 1904. Fue un médico, escritor y dramaturgo ruso. Encuadrable en la corriente naturalista, fue maestro del relato corto, siendo considerado como uno de los más importantes escritores de cuentos de la historia de la literatura. Como dramaturgo escribió cuatro obras, y sus relatos cortos han sido aclamados por escritores y crítica. Chéjov compaginó su carrera literaria con la medicina; en una de sus cartas escribió al respecto: La medicina es mi esposa legal; la literatura, sólo mi amante.
Dejó de escribir obras teatrales después de la mala acogida que tuvo su obra, La Gaviota en el año 1896. Sin embargo, ésta misma obra tuvo un gran éxito en el año de 1898, interpretada por la compañía Teatro del Arte de Moscú de Konstantín Stanislavski, interpretando también Tío Vania, Las tres hermanas y El Jardín de los Cerezos.
Al principio Chéjov escribía simplemente por razones económicas, pero su ambición artística creció, introduciendo innovaciones que han influido en la evolución de los relatos cortos. Su originalidad consiste en el úso de la técnica del monólogo, adoptada más tarde por James Joyce y otros escritores del Modernismo anglosajón, además del recházo de la finalidad moral presente en la estructura de las obras tradicionales. No le preocupaban las dificultades que esto planteaba al lector, porque consideraba que el papel del artista es realizar preguntas, no responderlas.
En 1901 contrajo matrimonio con Olga Leonárdovna Knípper, una actríz que había actuado en sus obras.
Aparte de su faceta como autor teatral, Chéjov destacó como autor de relatos, creando unos personajes atribulados por sus propios sentimientos que constituyen una de las más acertadas descripciones del abaníco de diversas personalidades de la Rusia zarista de finales del siglo XIX y principios del XX. De su producción destacan el relato, Campesinos, de 1897, el inquietante cuento, La sala nº 6, de 1892 y el apasionado cuento, La Dama del Perrito, publicado en 1899, que surgió como contraposición a, Anna Karénina, de Tolstoi, pues el propio autor afirmó: "No deseo mostrar una convención social, sino mostrar la vida de unos seres humanos que aman, lloran, piensan y ríen. No podía censurarlos por realizar un simple acto de amor."
Chéjov pasó gran parte de sus 44 años gravemente enfermo a causa de la tuberculosis que contrajo de sus pacientes a finales de 1880. La enfermedad lo obligó a pasar largas temporadas en Niza (Francia) y posteriormente en Yalta (Crimea), ya que el clima templado de estas zonas era preferible a los crueles inviernos rusos.
En mayo de 1904 ya se encontraba gravemente enfermo, por lo que el 3 de junio se trasladó junto con su mujer Olga al balneario alemán de Badenweiler, en la Selva Negra. Desde allí escribió cartas a su hermana Masha, en las que se podía apreciar que Chéjov estaba animado. En ellas describía las comidas que le servían y los alrededores, y aseguraba que se estaba recuperando. En su última carta, se quejaba del modo de vestir de las mujeres alemanas. Fallece el 2 de julio.
Su cuerpo fue trasladado a Moscú en un vagón de tren refrigerado que se usaba para transportar ostras, hecho que molestó a Máximo Gorki. Chéjov está enterrado junto a su padre en el cementerio Novodévichi en Moscú.
Chéjov y su obra fueron reconocidos en Rusia mientras él vivió. Sin embargo, su fama internacional no llegó sino hasta los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando las traducciones de Constance Garnett al inglés ayudaron a popularizar su obra.
Las obras de Chéjov se hicieron tremendamente famosas en Inglaterra en la década de los 20 y se han convertido en clásicos de la escena británica. En Estados Unidos, autores como Tennessee Williams, Raymond Carver o Arthur Miller utilizaron técnicas de Chéjov para escribir algunas de sus obras. (Wikipedia)
El Reto, una de las dos únicas novelas cortas de Chéjov, fué traducida al castellano por Dólores Serra Bartrina, y editada en el año 1965 por Plaza & Janes, Barcelona.
Es la historia de una pareja de adúlteros, quienes viven en concubinato: Ivan Andreich Laievski, quien es un joven funcionario ruso, y Nadejda Fiodorovna. Ambos han huído a un pueblo costero, un balneario del Mar Negro, pues están llenos de deudas. Nadejda abandonó a su esposo, y debido a su egoísmo y carácter frívolo de ella, Laievski se siente enfadado, y desanimado, pero en el fondo la sigue queriendo. Laievski es un hombre flojo e inseguro, a quien solo le interesa el vino, las mujeres y las cartas. Laievski solo tiene un amigo que es el doctor Somoilenko, y con él desahoga su frustración al confesarle su infelicidad en la vida. Laievski le confiesa a Somoilenko que desea regresarse a Moscú, pues la vida en la pequeña aldea le es muy difícil.
El doctor Somoilenko da hospedaje y comida a dos jovenes solteros del pueblo: Von Koren, un zoologo, y Poviedov, un diacono estudiante de seminario. El doctor Somoilenko, quien es también el posadero, siempre recibe el negativísmo pesimista de Laievski, pero como si fuese su “hermano mayor” lo soporta. A Somoilenko le entristece ésta actitud negatíva de Laievski. Somoilenko trata de borrar esa atmósfera de pesimísmo, comentando a la hora de la comida con sus huespedes cosas buenas de Laievski. Sin embargo, Von Koren, uno de los huespedes, ódia a Laievski. Von Koren considera que Laievski es “una bacteria que ha infectado al pueblo,” y que “solo busca en las cartas, las mujeres y el vino, una forma de eliminar su enfádo.” Además, Von Koren lo acúsa de cínico, al mencionar que descarádamante Laievski enséña y compárte discretamente su absúrda forma de ser, buscando que los demás sean como él.
Una mañana, Nadejda se arregló y salió rumbo al mar a tomar un baño. Allí encontró a María Konstantinova, esposa de un funcionario, y a su hija de 15 años. Nadejda se dá cuenta al llegar a la playa, que tanto madre como hija le tenían miedo. Inclúso María huyó de ella entrando al mar y Nadejda la seguía junto con Katia, entrando al mar también, pero la señora María se interponía entre Nadejda y su hija Katia. Esa tarde, habría una excursión campestre a un mesón, y la señora María recordó que Von Koren le había advertido que no invitára a “Los Macácos,” apódo despectívo que daban a la pareja de adúlteros: Nadejda y Laievski. Sin embargo, la señora María, movida a cortesía, no pudo evitar invitarla.
Al día siguiente, el grupo de residentes del pueblo partieron a las seis de la mañana, hacia el agradable “Mesón campestre,” el cual era una taberna. Después de un día campestre, ya a las once de la noche, todo mundo se preparaba para partir de regréso, pero no podían hacerlo porque faltaban Nadejda y Achmianov. Cuando al fín aparecieron, Laievski, viendo la pésima conducta de Nadejda, la tomó bruscamente del brazo y le dijo: “¡Te estas conduciendo como una ramera!”
De regréso a casa, Laievski comprendió que su mujer esperaba una explicación, por haberla ofendido, y Laievski aprovechó para entregarle la carta donde le avisaban que su esposo, el esposo de Nadejda, había muerto. Laievski había retenido la carta. Nadejda lloró y Laievski se sintió muy infelíz llendo a buscar a su amigo Somoilenko para desahogarse y pedirle dinero para abandonar al pueblo e irse a Moscú. El plan de Laievski era abandonar el pueblo el sabado y venir después por Nadejda. Laievska amenazó con buscar el suicicio si Somoilenko no le apoyába. También Laievski, en su desesperación, le dijo a Somoilenko que se consideraba a sí mismo como: “un hombre que no valía nada,” un hombre “que había comprado la vida al precio de la mentira, la ociocidad y la cobardía.” Laievski le dijo a Somoilenko que se sentía orgulloso simplemente de reconocerlo. También le dijo que la vida se le hacía insoportable y le pidió prestados desesperádamente $ 300.00 rublos, pues los necesitaba para partir a Moscú.
Tres días después de la excursión, María Konstantinova se presentó de improvíso en casa de Nadejda, para darle el pésame por la muerte de su marido, y a la vez aconsejarle que ahora que era libre, podría ya casarse con Laievski para que la gente ya no murmurára. Nadejda le constestó que no ganaría nada casándose, y que por el contrario, perdería su libertad. Ésta respuesta desconcertó a María y dió pie para que le hablára sinceramente como le habla una madre a una hija. María le dijo directamente a Nadejda que la consideraba una mujer que vivia sin tapújos, como si se ufanára de sus pecados, y que por sus peinados y los colores de sus vestidos , una persona podía imaginarse su conducta. Además, también le dijo que su casa era un desorden, y que nadie anudaba convenientemente la corbata del pobre de Laievski. Nadejda cayó en fiebre llorando. A la mañana siguiente, cuando el doctor Somoilenko salía de la casa de Nadejda, después de revisar su salud, se encontró a Laievski, quien en vez de preguntarle por la salud de Nadejda, le preguntó si ya le había conseguido el dinero que le iba a prestar para irse a Moscú el próximo sabado. Somoilenko tuvo que pedir prestado el dinero a Von Koren, quien le advirtió que era un tonto, pues él mismo sabía que Laievski nunca se los pagaría. Von Koren finalmente se los prestó a Somoilenko, quien a su vez, se los prestaría a Laievski.
Al día siguiente, María Konstatinova celebraba el cumpleáños de su hijo en casa. Cuando Von Koren, uno de los invitados, vió entrar a Laievski y a Nadejda a la reunión, dijo: “No comprendo la insoléncia de ésta gentuza. Conocen muy bién la opinión de los dueños de esta casa sobre sus relaciónes, y a pesar de eso se exhiben aquí .” Laievski entró, saludó a todo mundo, y amablemente fué a estrechar la mano de Von Koren. Después, Laievski se diriguió hacia donde estaba Somoilenko para preguntarle en discreción si le había conseguido el dinero que le había prometido. Somoilenko le dijo que le había conseguido solo $ 200.00 rublos, pero que el viernes le daría el resto. Luego, Somoilenko le preguntó: “¿Porqué no se van juntos? O ¿Porqué no se va ella primero?” Laievski le constestó: “¿Quieres que nuestros acreedores pongan el grito en el cielo?” pues tenían muchas deudas. Así, Laievski tuvo que mentir a Somoilenko que así lo haría; que se iría primero Nadejda, pues de otra manera no le prestaría el dinero. Laievski pensaba dentro de sí, que para salvarse tendría que seguir mintiendo cada vez más y que no le quedaba otra alternatíva.
Ya en el salón en la reunión todo mundo se puso a jugar “correo interior.” Laievski no tuvo más remedio que sumarse a la partida. Nadejda recibió un “te amo” de Achiaminov (lo supo al reconocer su letra) y una amenaza descarada de Kirilin para que le diera una cita de amor. Por su parte, Laievski recibió dos mensajes con la misma letra que le decían que no partiría el sábando, por lo que supúso con molestia que Somoilenko había divulgado sus intenciones. Laievski se desmayó de nervios (de vergüenza y desesperación) y Nadejda asustada pensaba que se había dado cuenta del contenido de sus mensajes. Pasada la crisis y la vergüenza, Laievski prefirió no darle importancia y tomarlo como una broma de alguien. Después de cenar y comer, ya entradas las once de la noche, Laievski se despidió y Nadejda se fué con él. Junto a los dos iba Kirilin acompañándolos argumentando que llevaba el mismo rumbo. Al avanzar unas cuadras, Laievski se detuvo, y le dijo a Nadejda: “Te déjo. Kirilin te acompañará.” Nadejda sintió que su corazón latía, y al seguir Kirilin insistiendo por una cita, Nadejda sintió deseos de acabar con todo y le dijo a Kirilin: “En casa no…¡Llévame a cualquier otra parte!” A su vez, Achmianov había dejado a toda prisa la reunión para ir en busqueda de Nadejda, y al no encontrarla en casa, ya de regréso, se topó con la casa de Muridov, donde acababan de adulterar Nadejda y Kirilin. Achmianov escuchaba cómo se citaban mañana a las ocho en la misma casa.
A la mañana siguiente, Laievski fué a casa de Somoilenko e indagando con Von Koren si él sabía algo de su situación, que planeaba partir el sábado. Laievski enfrentó a Somoilenko, cuando éste apareció y le reclamó el haber divulgado sus intenciones de abandonar el pueblo. Laievski le reclamó a Somoilenko que “Ya no se preocupára tanto por él.” Somoilenko le contestó que si venía a buscar pendencia, que mejor se fuera, y que podía regresar más tarde. Laievski le contestó que lo único que quería era que terminára ese contínuo “buceo dentro de su alma,” el cual ofendía su dignidad de hombre.
En ese momento estaba presente el diacono, quien jamás había visto una escena tan terrible: dos caballeros hablando con tanta seriedad. Somoilenko pidió a Laievski que retirára sus palabras, pero éste le contestó que lo dejára en paz, o de lo contrario, se batiría en duelo. Precísamente en ese momento, Von Koren, con tono tranquilo, se diriguió a Laievski y le dijo: “Si el señor quiere solazarse en un duelo, yo estoy dispuesto a procurarle ese placer. Señor Laievski: ¡Lo desafío!” Laievski lo miró a los ojos y le dijo: “¿Me desafía usted? ¡Acépto! ¡Lo ódio! ¡No sabe cuanto lo ódio!”
Las condiciónes del duelo se fijaron. Sería a la mañana siguiente cerca del mesón de Kerbalai. Cuando Laievski salió rumbo a su casa, sintió que en su vida se producía algo insólito. Laievski iba corriendo rumbo a su casa y empezaba a obscurecer cuando encontró al joven Achmianov, quien despechado y lléno de celos lo llevó a la casa de Miuridov para enseñarle una cruel verdad. Laievski se sentía intrigado y sin pensarlo mucho subió hacia la alcoba y Achmaniov le dijo: “Éntre y no tema nada…” Laievski sintió como si se hubiera caído una venda de sus ojos y vió a Kirilin con…¡Nadejda!
Las condiciónes del duelo se fijaron. Sería a la mañana siguiente cerca del mesón de Kerbalai. Cuando Laievski salió rumbo a su casa, sintió que en su vida se producía algo insólito. Laievski iba corriendo rumbo a su casa y empezaba a obscurecer cuando encontró al joven Achmianov, quien despechado y lléno de celos lo llevó a la casa de Miuridov para enseñarle una cruel verdad. Laievski se sentía intrigado y sin pensarlo mucho subió hacia la alcoba y Achmaniov le dijo: “Éntre y no tema nada…” Laievski sintió como si se hubiera caído una venda de sus ojos y vió a Kirilin con…¡Nadejda!
Dos horas después de haber descubierto la más cruel de las traiciones, Laievski, se sentaba nervioso. Se asomaba a la ventana…se maldecía en voz alta. Lloraba y entre lamentos pedía perdón. Cuando se levantó al día siguiente, miró a Nadejda dormida y comprendió que aquella mujer, desdichada e impura, era el único ser querido que había tenido en la vida, y que jamás podría substituírlo. Al partir hacia el duelo, ya estando afuera de su casa, Laievski deseó ardiéntemente regresar vivo a su casa.
El diacono se levantó muy temprano, y fué de curioso rumbo al lugar donde sería el duelo. Por un momento, el diacono experimentó un sentimiento de opresión, pues pensaba que Dios podía castigarle por tener tratos con incredulos y por asistir incluso a un duelo, pero pensaba por dentro de sí que al final, ésta clase de personas, aunque no fueran creyentes, se salvarían finalmente en el cielo. Ya estando en el mesón, en el campo, el diacono se arrepentía de haber ido, dado lo difícil del terreno. Cuando llegó al lugar del duelo, se escondió.
Von Koren fué el primero en llegar a la cita. En compañía de sus dos testigos, Von Koren admiraba el amanecer (disimulando no sentir nerviosísmo) cuando llegó Chechovski , quien era el padrino de Laievski. Chechovski se dirigió aparte hacia los testigos de Von Koren y les dijo que tenían que hacer que los duelístas se reconciliáran debido a que Kirilin apenado le contó que anoche Laievski lo había sorprendido con Nadejda, por lo cual, Laievski no estaba en condiciones normales para enfrentarse en duelo. Los dos testigos de Von Koren le pidieron a Chechovski que hablára con Von Koren, quien después de escuchar de Chechovski lo que había sucedido anoche le dijo: “¡Qué asco!” y pidió que por favor continuáran con los preparatívos para el duelo. Laievski quiso pedir disculpas a su oponente pero fué inútil.
Así, sin mas remedio, en medio del silencio general, los dos adversarios marcharon a sus sitios. Precipitádamente Laievski hizo un dispáro al aire y pensó: “…ya está” y el tiempo que Von Koren le estuvo apuntando, le pareció más largo que el tiempo que estuvo sufriendo anoche. Von Koren pensaba: “Si. No hay duda que voy a matarlo.” Laievski ya quería que disparára, cuando súbitamente se escuchó un grito que decía: “¡Lo matará!” y nadie sabía de dónde venía esa voz. Al mismo tiempo Von Koren disparó fallando su tiro. Todos miraron hacia los matorrales y vieron al diacono quien salía y decía: “De verdad ¡Creí que iba a matarlo!” Todo mundo se rió y Von Koren le dijo al diacono: “¡Pero cómo! ¿Se hallaba usted aquí?” y el diacono les dijo: “Les ruego que no le digan a nadie, de lo contrario mis superiores me reprenderán.”
Cuando Laievski se halló de nuevo en su casa, Nadejda se apresuraba a confesarle sus faltas, pero él parecía no escucharla. Enseguida,ambos permanecieron largo tiempo, abrazados en silencio.
Transcurrieron tres meses y llegó el día fijado para la partida de Von Koren. Era una mañana fría y lluviosa. Von Koren abrazó a Somoilenko, después al diacono y salió con la impresión de haber olvidado algo y dijo: “A prisa. Temo no alcanzar el barco.” Al pasar frente a una casita en donde Laievski se había mudado después del duelo, Von Koren no pudo contenerse y miró por la ventana. Enseguida Von Koren le dijo a Somoilenko: “¡Es admirable cómo se ha recobrado!” “Sí-dijo Somoilenko-Trabaja cada día y noche. Quiere pagar sus deudas y vive como un mendigo. No ha podido marcharse de aquí. ¡Pobre muchacho!” Von Koren le dijo: “Si. Todo eso es tan sublime que no encuentro palabras para expresarlo. Le dirás a él y a su esposa que márcho admirado de su transformación y que les deseo una mejor suerte.”
“Entra a despedirte” le dijo Somoilenko, pero Von Koren le dijo: “¡No! Nos sentiríamos cohibidos”
“¿Porqué?” dijo Somoilenko, “Dios sabe si lo volveras a ver en tu vida” “Es verdad” dijo Von Koren y fueron hacia la puerta. Al entrar, Somoilenko se dirigió a Laievski y le dijo: “Vaina Nicolai Vassilich (Von Koren) quiere decirte adiós. Se marcha.” “Perdóne si lo molésto” dijo Von Koren “pero me márcho y deseaba despedirme. Dios sabe si nos volveremos a ver.” En ese momento, Nadejda salía de su habtación y se detuvo en la puerta. “Márcho ahora mismo-dijo Von Koren-señora Nadejda Fiedorovna, y he venido a decirles adiós.” Von Koren ya no sabía qué podía o qué debía decir y estrechó en silencio la mano de Nadejda. Después, salió con un déjo de pesadúmbre y pensó: “¡Dá pena verlos! ¡Qué dura es la vida para ellos!”
Habían caminado algunos metros cuando resonaron pasos detras de ellos: era Laievski quien corría hacia ellos para acompañar a Von Koren. Somoilenko se despidió y le dijo: “No nos olvides Kolia…escríbenos.”
El bote brogó una docena de brazadas y fué lanzado dos o tres veces más hacia atrás, pero los remeros, testarúdos, siguieron avanzando sin miedo a las embravecidas olas …así también en la vida, en la búsqueda de la verdad, los sufrimientos, los errores y el tédio, hacen retroceder al ser humano; pero la sed de la verdad y la voluntad lo impúlsan hacia adelante y ¿quién sabe?...si acaso llégue a alcanzar la verdad algún día.
Adaptación: José Escobar
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