Paul Henri Corentin Féval, padre, nació el 30 septiembre
de1816 y murió el 8 de marzo de 1887, a la edad de 71 años. Paul Féval fue un novelista y
dramaturgo francés, autor de populares novelas espadachines, tales como Le Loup Blanc (1843) y el perenne best-seller
Le Bossu (1857). También escribió las
seminales novelas de ficción de vampiros, Le
Chevalier Tenebre (1860), La Vampire
(1865) y La Ville Vampire (1874) y
escribió varias novelas célebres acerca de su Bretaña natal y Mont
Saint-Michel, como La Fée des Grèves
(1850).
Sin
embargo, la mayor deuda de Féval a
la fama, es que es uno de los padres de la moderna novela negra. Debido a sus
temas y personajes, su novela Jean Diable
(1862) puede presumir de ser la primera novela moderna en el mundo de la
novela policíaca. Su obra maestra fue Les
Habits Noirs (1863-1875), una saga criminal que comprende once novelas.
Después de perder su fortuna en un escándalo financiero, Féval se convirtió en un cristiano nacido de nuevo. Féval dejó de escribir novela negra, y comenzó a escribir novelas religiosas, dejando la historia de Los Hábitos Negros incompleta.
Paul Henri Corentin Féval nació en el Hôtel de Blossac en Rennes, en Bretaña el
29 de septiembre de 1816. Varias de sus novelas tratan sobre la historia de su
provincia natal. Fue educado en la abogacía y se convirtió en un abogado de
pleno derecho en 1836. Sin embargo, pronto se trasladó a París, donde obtuvo
una base gracias a la publicación de su novela Le Club des Phoques (1841), en la revista de literatura francesa, Revue de Paris. Ésta fue seguida por dos
novelas de espadachines más: Rollan Pied
de Fer (1842), Les Chevaliers du
Firmamento y Le Loup Blanc (ambas
de 1843). Esta última novela cuenta con un albino héroe como protagonista, quien
lucha por la justicia en un disfraz de Zorro. La novela muestra uno de los
primeros tratamientos de un luchador contra el crimen con una identidad
secreta.
El
ascenso de Féval vino con Les
Mystères de Londres (1844), un folletín extenso escrito para sacar provecho
del éxito de, Los Misterios de París,
de Eugène Sue. En ésta novela de Féval,
el irlandés Fergus O'Breane intenta vengar los agravios a sus compatriotas,
buscando la aniquilación de Inglaterra. La trama se anticipa a la de El Conde de Monte Cristo de Alexandre
Dumas, padre, en un año antes. La novela también cuenta con una sociedad
secreta similar a la Mafia, un tema que será recurrente en la obra de Féval.
Con Los Misterios de Londres, Féval se convirtió en el equivalente de
Dumas y Sue ante los ojos de sus contemporáneos. Sin embargo, no estaba
contento con su éxito como el autor de novelas de aventura, y pronto trató de
obtener el reconocimiento literario con sátiras sociales como Le Tueur de Tigres (1853), pero fue en
vano. Regresó a la literatura popular, con más novelas de espadachines, como La Loba (1855) (una secuela de su
anterior Le Loup Blanc) y L'Homme de Fer (1856).
Su mayor éxito en el
género fue Le Bossu
(1857) en donde un
espadachín prodigioso, Henri de
Lagardère, se disfraza como un jorobado para vengar a su amigo, el duque de Nevers,
asesinado por el malvado príncipe de Gonzaga. Cuenta
con el famoso lema: Si no vienes a Lagardère, Lagardère vendrá a ti. Le Bossu
ha sido objeto de media docena de adaptaciones
cinematográficas y cuentan con
una serie de secuelas, escrita por el hijo de Féval.
Ese mismo
año, con Les Compagnons du Silence, Féval volvió al tema de las
conspiraciones criminales. Fue seguido por Jean
Diable (1862), posiblemente el primer thriller moderno. En esta novela, el
jefe superintendente de Scotland Yard, Gregory Temple, está desconcertado por
las acciones de un líder del crimen sumamente talentoso que se esconde detrás
de la identidad de Juan del Diablo.
En 1862, Féval fundó la revista Jean Diable, el nombre de su novela del mismo nombre. Uno de sus editores fue Émile Gaboriau, el futuro creador de policía detective, Monsieur Lecoq, un héroe aparentemente sin relación con el villano Lecoq de Los Hábitos Negros introducidos por primera vez por Féval. Lecoq de Gaboriau influyó más tarde la creación de Sherlock Holmes de Conan Doyle.
En 1863, Féval se embarcó en su obra maestra, Les Habits Noirs, una saga criminal extensa escrita en un período de doce años, que comprende siete novelas. Féval incorporó con carácter retroactivo, Les Mystères de Londres, Les Compagnons du Silence,en sí misma una continuación de un trabajo anterior, Bel Demonio (1850) y Jean Diable en la cronología de Les Habits Noirs, creando una auténtica comedia humana de conspiraciones malvadas y secretos. Por sus métodos, temas y personajes, Les Habits Noirs es la precursora de la conspiración de hoy y las novelas de crimen organizado. Los héroes de Féval, desde Temple Gregory, el primer detective, hasta Remy d'Arx, el magistrado investigador que persigue los Hábitos Negros, también son los primeros héroes modernos de su clase.
En 1862, Féval fundó la revista Jean Diable, el nombre de su novela del mismo nombre. Uno de sus editores fue Émile Gaboriau, el futuro creador de policía detective, Monsieur Lecoq, un héroe aparentemente sin relación con el villano Lecoq de Los Hábitos Negros introducidos por primera vez por Féval. Lecoq de Gaboriau influyó más tarde la creación de Sherlock Holmes de Conan Doyle.
En 1863, Féval se embarcó en su obra maestra, Les Habits Noirs, una saga criminal extensa escrita en un período de doce años, que comprende siete novelas. Féval incorporó con carácter retroactivo, Les Mystères de Londres, Les Compagnons du Silence,en sí misma una continuación de un trabajo anterior, Bel Demonio (1850) y Jean Diable en la cronología de Les Habits Noirs, creando una auténtica comedia humana de conspiraciones malvadas y secretos. Por sus métodos, temas y personajes, Les Habits Noirs es la precursora de la conspiración de hoy y las novelas de crimen organizado. Los héroes de Féval, desde Temple Gregory, el primer detective, hasta Remy d'Arx, el magistrado investigador que persigue los Hábitos Negros, también son los primeros héroes modernos de su clase.
En
1865, Féval convirtió en Presidente
de la Société des Gens de Lettre
(Sociedad de Autores), cargo que mantuvo hasta 1868. Fue Presidente de nuevo
desde 1874 hasta 1876.
En 1865, Féval también escribió La Vampire, un texto seminal con la
perversamente carismática condesa Addhema, la primera y principal prototipo del
tema de la vampiresa salvaje que da rienda suelta a su libido. Algunos expertos
afirmaron que el texto fue escrito inicialmente en 1856, más de 40 años antes
del Drácula de Bram Stoker.
Féval volvió
al tema del vampirismo con La Ville
Vampire (1867), el antepasado literario de la serie de televisión americana,
Buffy the Vampire Slayer, o Buffy, la Caza Vampiros, en donde la
protagonista es la escritora de novelas góticas, Ann Radcliffe misma. En la
novela, para salvar a sus amigos del temido vampiro, el señor Otto Goetzi,
Radcliffe y sus valientes compañeros de caza de vampiros, Merry Bones, el
irlandés, Gris Jack, el viejo sirviente fiel, el impulsado por la venganza, el
doctor Magnus Szegeli, y Polly Bird, uno de los primeras víctimas del vampiro,
montan una expedición para encontrar la legendaria ciudad vampiro de Selene.
En
1873 y 1875, Féval trató de unirse a la Academia Francesa, pero fue rechazado, no
solo debido a la naturaleza popular de sus obras, sino también a causa de sus
convicciones políticas.
En
1875, pocos meses después de terminar La
Bande Cadet, el séptimo volumen de la serie Los Hábitos Negros, Féval perdió
casi toda su fortuna, la asombrosa suma de 800.000 francos, varios millones de
dólares actuales, en un escándalo financiero relacionado con el Imperio Otomano.
Como resultado, se convirtió en lo que hoy se llama un cristiano nacido de
nuevo, y dejó de escribir novelas policiales, que luego consideró pecaminosas. De
hecho, recuperó los derechos de sus primeros libros y trató de volver a
escribirlos para ajustarse mejor a sus nuevos principios morales. También
comenzó a escribir novelas de tema religioso como La Première Aventure de Corentin Quimper (1876) y Pierre Blot (1877).
En 1882, Paul Féval fue nuevamente arruinado, víctima de un estafador. Llegó a estar paralizado e fue incapaz de escribir. En abril de 1884, sufrió otro golpe cuando perdió a su esposa. Fue llevado al hospital de los Hermanos de Saint-Jean de Dieu, donde murió el 8 de marzo de 1887.
En 1882, Paul Féval fue nuevamente arruinado, víctima de un estafador. Llegó a estar paralizado e fue incapaz de escribir. En abril de 1884, sufrió otro golpe cuando perdió a su esposa. Fue llevado al hospital de los Hermanos de Saint-Jean de Dieu, donde murió el 8 de marzo de 1887.
Su
hijo, Paul Féval, hijo (1860-1933) también se convirtió en un escritor
prolífico. (Wikipedia en Ingles)
La Vampira
de Pául Féval
Corría el año de 1780. Un
carruaje se aproximaba al grandioso castillo de Bangkeli, en Hungría. El
magnate Teódor de Bangkeli se había casado con una hermosa joven, y viviría
con ella en la mansión de sus antepasados. Al detenerse el carruaje, Bangkeli mostró la mansión a su amada y dijo, “Ésta será tu casa querida Itza.” La pareja llegó y fueron recibidos por la servidumbre. La bonita y dulce señora de Bangkeli se ganó desde el primer momento la
simpatía de sus servidores, una de las cuales dijo al observarla, “Sus ojos son tan claros.” Sin embargo, otra servidora le contestó, “Parece una niña indefensa.” Los dias transcurrieron en calma, y en poco tiempo, la actitud
antes hosca y dura de Teódor de Bangkeli había cambiado. Tal fue asi, que un dia Teódor dijo a su señora, “Dame la mano. Itza, y salgamos un rato a la
terraza.” Entonces, uno de los sirvientes dijo al observarlos, “El
amor ha dulcificado a nuestro amo.” Su compañero de servidumbre le contestó, “Menos mal. Así no se portará tan
intransigente.” El sirviente agregó, “Siempre
fue sombrío y violento.” El otro dijo, “Mi
madre fue su nana, y cuenta cosas terriblemente crueles de él. ¡Eh, no lo
creerían si lo vieran! ¡Nuestro terrible señor está en la terraza, tomando
dulcemente la manos de su esposa!” En realidad, el amor había convertido al
señor Bangkeli en un hombre tierno y apasionado. Viendo ambos la luna en la
terraza, Bangkeli le dijo a Itza, “Tú has
transformado mi vida, Itza. Antes solo me atraía la guerra y mi carrera
militar. Pero ahora solo ansío permanecer aquí, en las tierras de Bangkeli,
disfrutando de tu compañía.” Ella le dijo, “Seremos felices Teódor.”
No
muy lejos de ahí se levantaba un antiguo cementerio. Era la cripta de lo que fuera
en el siglo anterior, El castillo de Uszel. De aquella posesión solo quedaban
las ruinas, pues su último descendiente, una hermosa condesa, había muerto
hacía más de cien años. El mausoleo de Addhéma, la condesa de Uszel, presidía aquel
sitio fúnebre. El féretro donde descansaban los restos de aquella mujer, a
quien alguna vez se conoció en la región como La Bella de los Cabellos
Cambiantes, o La Vampira, era de acero, y se hallaba intacto sobre su plancha
de piedra. Aquella noche de luna algo terrible ocurriría. Una luz espectral
bañó de pronto el féretro de la vampira. La tapa se desprendió de sus remaches
y se levantó poco a poco, emergiendo de allí una mano cadavérica. ¡Era Addhéma,
la asesina de jóvenes y doncellas, la vampira de Uszel, que se levantaba de su
tumba.
Al
despertar de su sueño de cien años, la condesa que en su tiempo había causado
la muerte cruel de numerosas mujeres de la región cercana a su castillo,
advirtió que las calaveras de sus víctimas habían sido enterradas con ella. La
sed de sangre que dormía en sus huesos y en su cuerpo amortajado revivieron. En
su cadavérico rostro brilló una terrible y mortal ansia de matar. Y escapó de
aquella cripta, de aquel mausoleo en que había sido sepultada por los aldeanos
cien años antes, viva de nuevo, con la vida eterna que le había sido inyectada
en las venas por su antiguo amante, el conde de Szandor, primer vampiro de las
riveras de Sava. Aquella energía espectral la haría tan terrible, ahora, como
lo había sido antes y su cuerpo, semi-cadavérico, recorrería ansioso los bosques
en busca de nuevas víctimas.
Diez meses después, la
niñera llegaba cargando dos bebés recién nacidos, diciendo, “Señor Bangkeli, ahora tiene usted dos
niñas.” La felicidad reinaba en aquel lugar. Bangkeli al ver a las niñas en
su cuna decía a Itza, “¡La gemelas son
tan hermosas como tú, amada Itza!” Un criado interrumpió la tierna escena,
diciendo, “Amo, un grupo de aldeanos
vienen a hacer una denuncia.” Bangkeli dijo, “¡Otra vez con eso! Quieren hacerme creer la patraña de que hay alguien
matando jovencitas por los bosques.” Itza dijo, “Debes escucharlos, querido. Desde hace meses vengo oyendo que en
realidad han muerto varias chicas. Quizá se trate de una epidemia o algo peor.”
Bangkeli la tomó de los hombros y le dijo, “Tienes
razón Itza. Solo porque tú me lo pides los recibiré.”
Los aldeanos entraron en grupo y uno de ellos habló, “Señor amo, ahora sabemos quién ha causado
la muerte de las mujeres en el bosque.” Bangkeli dijo, “Así que lo saben. ¿Eh? ¿Algún forastero?” El aldeano dijo, “Es alguien de estas tierras, y alguien
terrible además, el viejo Igor lo sabe bien porque cuando era un niño, perdió a
su madre por ella. ¿No es así, Igor?” Igor habló, “Mi madre desapareció en el bosque, cuando yo estaba recién nacido. La
hallaron algunos días después sin cabellera. Mi padre murió de horror.” Bangkeli
dijo, “Bueno, ¿Y quién mató a tu madre, anciano? ¿Quieres hacerme creer que fue la misma persona que ha matado a las
jovencitas en estos meses?” Igor dijo, “No
es una persona, amo. Es una vampira: Addhéma de Uszel, la bella de los cabellos
cambiantes.” Bangkeli dijo, “¡Vaya! He escuchado esa leyenda desde que era niño. Mi propia abuela
la contaba en las noches de invierno, junto a la lumbre. Y yo iba a jugar de
pequeño cerca de la cripta de los Uszel, en donde se decía que estaba enterrada
la vampira. Pero nunca creí en ello. Es solo un cuento.” Una de las mujeres
aldeanas dijo, “¡No! ¡No es un cuento! Mi
hija murió…acábo de enterrarla, señor de Bangkeli. Tenga piedad de mí. Ayúdenos.
La cabellera le había sido arrancada. ¡Era casi una niña! Yo también creo que
fue la vampira. Nadie se atreve a acercarse a la cripta. Menos ahora que
creemos que la bella ha vuelto, y mata para mantenerse con vida. ¡Sólo tú
tendrías el valor de enfrentarte a ella! ¡Sálvanos, amo Bangkeli! ¡Haz que ese
ser infernal vuelva a morir!” La mujer señaló hacia uno de los escudos del
castillo y dijo, “¡Toma la espada de tu
abuelo, el que luchó contra los bárbaros por estas tierras, caliéntala al rojo
vivo y clávala en el cadáver de la vampira, si es que está aún en su maldito ataúd!
¡Sólo así dejará de matar!” Bangkeli dijo desconcertado, “¡Están ustedes locos…yo…!” Itzel dijo, “¡Házlo, por favor, querido! Aunque solo sea para tranquilizar y
consolar a esta pobre gente.” Bangkeli tomó a Itza de los hombros y dijo, “Itza, a ti no te puedo negar nada, y lo
sabes. ¡Pero es ridículo!”
Bangkeli
tomó la espada del abuelo y entró a la cripta, acompañado del viejo Igor,
mientras el resto esperaba fuera de la cripta. Al entrar Bangkeli dijo, “¡En muchísimos años nadie ha pisado este
lugar!” Al llegar frente a un ataúd, Igor dijo, “Si lo deseas, señor, te ayudaré a levantar la tapa.” Bangkeli se
tropezó con algo tirado en el suelo, y dijo,
“¿Qué es esto?” Bangkeli tomó dos dagas que estaban en el suelo y dijo, “¡Dos dagas antiguas! Una tiene el sello de
los Uzsel, y otra el de los Szandor. Deben ser las que se cuenta que pusieron
sobre el ataúd, formando una cruz, para retener el alma de la desdichada
Addhéma. Algún saqueador debe haberlas tirado.” Cuando el magnate y el
anciano levantaron la tapa del ataúd, Igor alumbró al fondo del mismo con una
antorcha y dijo, “¡Está vacío! ¿Lo ve,
señor amo? La gente del pueblo tiene razón. Ella volvió a la vida y escapó.”
Ambos salieron de la cripta y Bangkeli dijo a los aldeanos, quienes esperaban
afuera, “No hay nada en el ataúd. Pero,
aún no creo en vampiros. Supongo que el tiempo terminó con lo que quedaba de la
condesa de Uszel, o bien, algún saqueador de tumbas se llevó su esqueleto. No
hay nada que hacer.”
Poco después, la vampira dejó de matar aldeanos para introducirse en los
palacios de las pequeñas ciudades vecinas para asesinar damas nobles, y
robarles, además, atuendos, joyas y dinero. Al principio ocultó su botín y se
refugió en mesones y posadas, siempre de incognito. Se introdujo paulatinamente
en los círculos de gente noble y adinerada. Su don de seducción, había revivido
a la par que la tersura de su piel y el brillo irresistible de sus ojos. En sus
labios, los hombres bebían un licor ardiente y terrible, que los dejaba completamente
a su merced. Addhéma, teniéndolos ya sometidos a sus encantos, les narraba la
terrible historia de sus amores con el conde Szandor: “Aquella noche viví mil vidas, todas ellas de amor. Y mil muertes…” Solo
unas horas había durado la pasión entre Addhéma de Uszel y Dan de Szandor. En aquella ocasión, el
despertar en la cama de la habitación, fue terrible para Addhéma. El bello y
apasionado conde fue envejeciendo en cuestión de minutos, hasta morir en los
brazos de su amante, convertido en un esqueleto. Ante los restos de su amado,
Addhéma hizo un solemne juramento, “Continuaré
tu estirpe, amor mío. Seré como tú. Viviré vidas y muertes. Disfrutaré el don
de la seducción, y le contaré a cada una de mis víctimas tu historia y la mía.”
Addhéma finalizó la narración diciendo a su víctima, “Fue así como llegué a convertirme en la vampira de Uszel, caballero.
Te he contado la historia, y te amaré. Luego satisfarás mi único deseo
entregándome tu cabellera.”
Addhéma
abandonaba el lugar del crimen, luciendo siempre un nuevo color de pelo. Poco
después, compró una hermosa mansión, a las afueras de uno de aquellos poblados cercanos
a los bosques de Save. Addhéma pensaba, “Todo
irá bien mientras no me enamóre. Pues si llegára a sentir algo dulce y profundo
por un hombre, no podría matarlo y entonces… ¡perdería todo!” Y hablando de
amor, éste seguía campeando en el castillo de Bangkeli, donde al parecer había
sentado sus reales. Las gemelas tenían un año de edad. Eran hermosas y sanas.
Sus padres se querían más que nunca, y disfrutaban viéndolas crecer. Eran tan
idénticas, que ni siquiera Bangkeli las distinguía. Solo su madre era capaz de
saber cuál era cuál. Lila, una de las gemelas, solía llorar mucho, y su madre
le decía, “Mi pequeña Lila, no llores
así. Nadie ha querido lastimarte.” Un día, llevando a Lila en sus brazos,
Itza le dijo a Bangkeli, “Lila es
irritable y nerviosa, Teódor. Además, sus ojos son un poco más oscuros que los
de Addha.” Bangkeli le dijo, “Pues yo
sigo viéndolas completamente iguales.”
Pasaron los años y las chiquillas siguieron creciendo. El carácter de
Lila se definía poco a poco más caprichoso que el de su hermana. Cuando iba de
paseo con la niñer, Lila se apartaba, y la niñera le decía, “¡Vuelve acá, Lila! ¡No te apartes de
nosotros!” Lila decía, “¡Ja Ja Ja! A
que no me alcanzan.” Lila se dirigió al río y dijo al llegar, “¡Les gané! ¡Les gané! ¡Yo tocaré el agua
primero!” Pero la niña resbaló en el barro de la orilla. La corriente era
demasiado fuerte. La niña gritaba, “¡Auxilio!”
La niñera desde la orilla gritó, “¡Dios
mío! ¡Se ahogará!” Addhéma cabalgaba cerca de allí, en las tierras que
habían pertenecido a sus antepasados. Addhéma escuchó los gritos, “¡Socorro!¡Lilaaa!¡Mi hermanita se ahoga!”
Addhéma vió a la niña siendo arrastrada por la corriente, entonces se bajó del
caballo, pensando, “¡Una niña!¡El río la
arrojará contra las rocas que se levantan más abajo!” Sin perder tiempo,
Addhéma se arrojó al agua. Poco después Addhéma salió con la niña en brazos,
pensando, “Espero haber llegado
oportunamente.” Puso su oído en su pecho y pensó, “Menos mal aún respira.”
Cuando la pequeña abrió los ojos dijo, “¡Oh!¿Qui-quién
es usted?¿Qué me pasó?” Addhéma la tomó de los hombros y le dijo, “No sé cómo caíste al agua. Ésta te
arrastró. Yo solo evité que te llevára más lejos.” La niña dijo, “¡Usted debe ser una hada…!¡Una hada buena!
Y me salvó. Desde ahora será como de mi familia, y la querré mucho. ¿Cómo se
llama?” Ella le dijo, “Addhéma.”
Lila no solía ser tierna ni cariñosa con nadie, pero la presencia de Addhéma la
entusiasmó, y dijo, “La llamaré, ‘La
Señora Bella del Bosque’ ¿Le parece bien? ¡Estoy muy contenta de haber caído al
río, así pude conocerla!” Addhéma tomó a la niña de la mano, entonces Lila
dijo, “¡Allí vienen mi nana y Addha, mi
hermanita!” La nana, un sirviente y Addha venían en un bote, navegando por
el río. Cuando la nana vió a Lila, dijo, “¡Bendito
Dios!¡Está viva!” Tras agradecer a la desconocida lo que había hecho por
Lila, se dispusieron a regresar al castillo de Bangkeli en el bote. Lila hizo
un ademán despidiéndose de Addhéma, diciendo, “¡Hasta pronto hermosa señora del Bosque!”
Poco
después, mientras Addhéma secaba su cabello, dijo, “¡Oh, no!¡Se cae en mechones! Eso quiere decir que debo matar de nuevo.
Si no lo hago, moriré, o me consumiré en vida, que es peor aún. Apenas ésta
mañana salvé a una niña, y ahora volveré a ser la vampira de Uszel, la asesina.
A veces, el don que me heredó Szandor me pesa como una lápida sobre el pecho.
Quisiera ser como cualquier otra persona, tener derecho a la ternura, al amor.”
Una vez más, en cuanto anocheció, la bella de los cabellos cambiantes salió de
su mansión en busca de posibles víctimas.
El
magnate Bangkeli y su mujer regresaban de una boda que se había celebrado en la
aldea, pero un desperfecto en el carruaje los obligó a detenerse en el camino,
en medio del bosque. Itza y Bangkeli se
bajaron del carruaje y el cochero extrajo la rueda de madera diciendo, “Lo arreglaré enseguida, señor amo.” Itza dijo, “Ojalá no tarde, querido. Estoy ansiosa de ver a nuestras niñas. Desde
la mañana que salimos para la aldea, no sé nada de ellas y estoy inquieta.” Bangkeli
dijo, “Vamos, vamos, Itza. Pronto
estaremos en casa y veras por ti misma que duermen como angelitos.” En ese
momento, el cochero gritó, “¡Señor
amo!¿Puede ayudarme?¡No lógro meter la viga debajo del carro!” Bangkeli se
acercó y dijo, “Entre los dos
terminaremos antes.” El cochero dijo, “Eso
espero, señor amo.” Por su parte, Itza estaba cada vez más inquieta,
pensando, “Presiento que una de mis hijas
corre peligro. No sé porqué. ¡Tal vez sea solo que no estoy acostumbrada a
dejarlas en manos de la niñera por tanto tiempo!” De pronto Itza pensó, “¿Qué pasa? Siento como si me llamáran, como
si alguien pronunciára mi nombre en la oscuridad del bosque. Y, sin embargo, no
escúcho nada.” Itza no podía resistir aquel reclámo, y echó a andar hacia
lo más oscuro de la arboleda cercana. Por fin halló a quien la llamaba, era una
mujer guiando a un caballo. Itza dijo, “¿Quién
eres hermosa señora? ¿Por qué no puedo dejar de mirarte? ¿De qué magia te vales
para atraerme así, sin pronunciar palabra?”
Minutos
más tarde, un horrible alarido recorrió el bosque, “¡AAAAAYYYYYY!” El cochero dijo, “¿Qué fue eso amo? Parecía la voz de una mujer.” Bangkeli dijo, “¡Dios santo!¡Mi esposa no está!” Ambos
la buscaron por más de una hora, hasta que de pronto el cochero dijo, “¡Dios nos guarde!” Bangkeli dijo, “¡Noooo!”
Ambos encontraron a Itza inerte, yaciendo en el suelo. Entre tanto Addhéma se
alejaba en su caballo del lugar del sacrificio, jubilosa, pensando, “¡Ah, es deliciosa ésta sensación de
energía! ¡Estoy fuerte, joven, viva de nuevo!” Aquella fue la noche más
espantosa para el magnate Bangkeli, quien ya velaba a su esposa en su castillo,
diciendo, “¡Itza!¡Itza mía!¿Qué clase de
monstruo pudo hacerte esto?” Sin embargo, en casa de Addhéma de Uzsel, todo
era júbilo y ganas de vivir. Addhéla daba esa noche una fiesta en su castillo.
Mientras se peinaba y arreglaba el pelo, Addhéma pensó, “¡La noche es joven aún!¡Disfrutémosla!” El resto de la velada fue
un continuo disfrúte.
Por la mañana, un cortejo
fúnebre, integrado solo por Bangkeli y los criados, acompañó a la desdichada
Itza a su última morada. Bangkeli se detuvo frente al ataúd y pensó, “¡Adiós, amada mía! El dolor de tu muerte
me acompañará siempre.” De pronto, su rostro se volvió rudo e iracundo, y
pensó, “¡Juro que te vengaré!¡Juro por
Dios que la misma mano que te acariciaba, será la que dé muerte a tu asesino,
Itza!” La noticia había causado conmoción entre los aldeanos. Entonces, el
viejo Igor les dijo, “El señor de
Bangkeli no nos creyó hace tiempo, cuando le advertimos del peligro.” Uno
de los aldeanos dijo, “¡Pobre señora
Itza!¡Era tan buena!” Otro dijo, “¡Y
él estaba loco por ella!”
Un
joven serbio, llamado Grégor, acababa de llegar al pueblo, con su rifle al
hombro. Entonces uno de los aldeanos le dijo, “¡Hola! Al fin vuelves a Sava, ¿Acaso se ha terminado la cacería o la
guerra en otras regiones?” Grégor dijo, “La
guerra sigue en una u otra región, pero me cansé ya de luchar en vano. Ahora
utilizaré mis armas solo para matar animales, y viviré de la caza en los
bosques, como antes.” Una joven aldeana le dijo, “Pues, ve con cuidado, Grégor, nuestros bosques son ahora más
peligrosos para los jóvenes que un campo de batalla, pues por ellos discurre la
vampira de Uzsel, que puede enamorarse de tu hermosa cabellera.” Grégor
dijo, “¡Vamos, vamos, no van ustedes a
asustarme, por más que lo intenten!¡Esa es una vieja historia en la que nadie
cree!¡Vamos a festejar mi regreso Jan!¡Yo invito las cervezas! ¡La vampira de
Uzsel! ¡Ja! Después de los horrores que he presenciado durante mi incursión en
la guerra, no creo que la muerte sea cuestión misteriosa, sino real. ¡Es a los
vivos a quienes debemos temer!”
Entre tanto, las dos pequeñas hijas de Itza, depositaban una ofrenda de
flores ante la cripta de Bangkeli. Addha dijo, “Nunca te olvidaremos mamá.” Por su parte Addhéma cuidaba una de
esas mañanas primaverales su jardín. De pronto, sonó un tiro. Poco después, dos
de sus capataces llevaban a Grégor como prisionero, quien estaba de cacería. Una vez presentado ante la señora Addhéma, uno de los capataces dijo, “¡Este truhán se atrevió a disparar a vuestras perdices, señora!”
El otro dijo, “Le atrapamos cuando
cargaba de nuevo la escopeta, para matar algún otro animal del parque.”
Addhéma tomó la escopeta y le dijo, “¿Puedes
explicarme por qué haces eso?” Grégor dijo, “Yo…solo jugaba. El tiro se me escapó. No sé realmente cómo manejar
una arma, señora.” Addhéma pensó, “Debería
ser más estricta, o cientos de cazadores furtivos invadirán mis parques. Pero
éste joven es demasiado hermoso para ser castigado por tan poca cosa.”
Addhéma dio la orden, “¡Suéltenlo!”
Uno de los capataces dijo, “Como ordene, señora.” Grégor complacido dijo, “¡Oh, gra-gracias!” Grégor hizo una
reverencia y dijo, “¡Júro, señora condesa,
que desde éste momento me dedicaré a cazar alguna de vuestras miradas, o de
vuestras sonrisas, que valen por todos los parques, los bosques y las montañas
de Hungría!” Después de pronunciar tan galantes palabras, el joven se
marchó. Addhéma pensó, “Debo tener
cuidado. ¡Es demasiado atractivo!”
En el castillo Bangkeli, todo
era sombrío. Una de las institutrices murmuró con otra, “¡Nuestro pobre señor casi no come!” La otra dijo, “Amaba demasiado a nuestra querida áma, que
en paz descánse.” Debido a que Teódor Bangkeli estaba demasiado hundido en su
dolor, era una institutriz quien se ocupaba de las niñas, y quien las llevaba
de vez en cuando a la ciudad de compras o de paseo. La mujer, a pesar de llevar
ya algún tiempo en casa de los Bangkeli,
tampoco distinguía a las gemelas físicamente. Pero sí sabía que la caprichosa y
la desobediente era Lila, a quien decía, “No
te apartes de nosotros, Lila.” De pronto, al pasar por un mesón, Lila vió a
una mujer sentada en frente a una mesa, pero de espaldas, y dijo, “¡Miren! ¡Ahí está mi mamá!¿Lo ven? Por más
que papá me dijo que se había ido al cielo, yo no le creí. Sabía que no podía
irse a ninguna parte sin nosotras.” Lila se abalanzó hacia a señora,
diciendo, “¡Mamá, mamá!” La
institutriz quiso detenerla diciendo, “¡Lila,
no!” Cuando la desconocida se volvió, Lila se llenó de sorpresa. La mujer
dijo, “¿Qué ocurre? ¡Vaya!¡Pero si es mi
pequeña amiga, la nadadora!” La mujer la tomó de la mejilla y dijo, “¿Me recuerdas? Yo te saqué del río, no hace
mucho.” Lila dijo, “S-si…pero tu
pelo…” Lila tomó su pelo, y dijo, “Tu
pelo es el de mi mamá. ¡Creí que eras ella!” La mujer dijo, “Bueno querida, ha sido una confusión. Lo
siento.” La institutriz tomó a la niña y dijo, “Disculpe usted, señora. La niña está alterada, y no sabe lo que hace.
Vamos Lila. Regresemos a casa.” Mientras partían, Addha dijo, “Lila tiene razón, señorita. Esa
mujer…¡Tiene la cabellera idéntica a la de mamá!”
Mientras
tanto, en el mesón, Addhéma dialogaba con su acompañante, “¡Pobre criatura! Debe extrañar mucho a su madre.” El hombre dijo, “Es una de las hijas gemelas del magnate
Bangkeli. Su esposa Itza murió por un terrible accidente, según dicen durante
un paseo por el bosque.” Addhéma
dijo, “¿Cómo era ella?” El hombre
dijo, “Muy hermosa, de ojos azules y
cabellos larguísimos y rubios. Tenía poco más de veinte años, y dicen que
Bangkeli la adoraba.” Addhéma pensó, mientras bebía su copa, “De manera que esa pequeña es hija de mi
última víctima. Por eso…¡Claro! ¡Ella tenía razón!¡Es la cabellera de su madre
la que vive en mi cabeza! Es una ironía que yo haya salvado a la pequeña, y
unas horas después, haya tenido que matar a la madre. Eso me une al destino de
la niña.” El caballero acompañante de Addhéma, le ayudó a subir al carruaje,
mientras ella pensaba, “Se dice que si
uno le salva la vida a alguien, es responsable de lo que ese alguien haga con
ella. Así que la existencia de esa linda gemelita me pertenece de algún modo.”
Aquella
noche, las dos pequeñas dormían en la seguridad de su habitación. Hasta que una
de ellas, comenzó a hablar entre sueños, “¡No!¡No
te vayas mamá!¡Ven!¡Dame la mano!” En el sueño, la niña viajaba por el
bosque, donde hallaba a una hermosa y dulce mujer de cabellos largos y blondos.
Atraída por la presencia de la dama, la melliza se internaba con ella en el
bosque, aunque sentía una cada vez más nítida sensación de peligro. Una mujer,
que bajaba de un caballo, la tomaba de
la mano. La pregunta la atormentaba en su sueño, “¿Quién es ella? Se parece a mi madre. Pero…¿Es realmente Itza, a
quien extraño tanto?” Porque, por más que lo intentaba, la niña no podía
ver el rostro de la dama, solo un largo y rubio cabello. Tenía miedo, pero no
podía apartarse de ella, ni pedir auxilio a nadie. La mujer la subió al caballo.
Lila le dijo en el sueño, “¿A dónde me
llevas?” La voz de aquella figura femenina sonaba lejana y misteriosa: “No temas querida. Viajarás conmigo por un
hermoso país, el país de la vida eterna.” Y sujetándose con la espalda de
la mujer, sobre el lomo de aquel caballo que parecía capaz de volar, la melliza
viajaba hacia un destino oscuro y terrible.
En
ese instante Lila despertó, gritando, “¡No,
no, no me lleves!¡Quiero vivir!” Addha se despertó y dijo, “¿Qué te pasa hermanita?” Ambas se
abrazaron y Lila dijo, “Parecía mamá,
pero sé que no era ella. ¡Estoy muy asustada!¡Sus cabellos!¡Eran sus cabellos!”
Addha le dijo, “Ya, ya hermanita. No
llores. Era solo un sueño.”
Algunos días después, Addhéma
de Uzsel paseaba, llevando a rienda su caballo a pie, disfrutando de la
primavera, pensando, “¡Ah, la mañana es
hermosa!¡Todo parece sonreírme!” Embelesado, tras unos arbustos, Grégor, el
joven cazador la observaba, pensando, “¡Ella,
la dama de mis sueños! ¡No he podido dejar de pensar en sus hermosos ojos, en
su voz…!¡Addhéma, Addhéma!¡Te amo tanto desde que te vi! Sin embargo, un pobre
diablo como yo, no puede aspirar siquiera a ser su amigo, mucho menos…” Grégor siguió espiándola oculto, tras el
follaje. Addhéma, ignorante de la presencia del joven, se abrió el cuello de la
blusa para refrescarse. Grégor pensó al verla, “¡Qué hermosa!¡Oh! Creo que a pesar de todo me acercaré a ti, Addhéma.”
Addhéma vio el reflejo de Grégor en el agua, y dijo, “¿Quién…?¡Vaya!¡Eres tú!” Grégor la abrazó, diciendo, “Te he seguido por días enteros hermosa
condesa. ¡No puedo más!¡Debo besarte o enloqueceré!” Ambos se besaron.
Entonces Grégor dijo, “Debes estar muy
ofendida, ¡Estoy a tu disposición! ¡Puedes llamar a tus criados, hacer que me
persigan, e incluso que me maten! Aún así no me arrepiento de haber probado tus
labios.” Addhéma dijo, “No estoy
ofendida, mi pequeño cazador furtivo.” Addhéma se separó del abrazo y dijo,
“Pero, has de alejarte de mí. No quiero
hacerte daño. Tu amor es vital y delicioso como la primavera. Si yo te correspondiéra, se volvería una maldición.” Addhéma subió a su caballo y dijo, “No vuelvas a besarme, ni a mirarme
siquiera. ¡Te lo ordéno! Si no me obedeces, morirás.” Mientras la veía
alejarse, Grégor pensó, “No lo dijo en
serio. Sentí como se estremecía entre mis brazos. ¡Oh, Dios!¿Será posible que
mi dulce sueño se haga realidad?¿Lograré que la condesa me áme?”
En los días cálidos y soleados,
las pequeñas Bangkeli solían jugar en los prados de su extenso jardín. De
pronto, dejaron su juego al sentir una extraña presencia. Era Addhéma, quien
pensó al ver a las gemelas, “¿Cuál de las
dos será la que salvé en el río?¡Son idénticas!” la condese creyó que el
enigma estaba resuelto cuando vio a una de las niñas salir a su encuentro,
diciendo, “¡Ven a jugar con nosotros,
hermosa señora!” Addhéma dijo, “Así
que tú eres mi amiguita.” Addhéma se acercó, “Tóma, he venido solo a traerte un regalo, para que no me olvides.” Lila
dijo, “¡Oh, gracias!¿Qué es?” Addhéma
dijo, “Destápalo, y verás.” Lila lo
hizo y dijo, “¡Una muñeca!¡Qué hermosa!”
Addhéma dijo, “Espero que la guardes
siempre contigo, querida. Tal vez otro día le traiga un regalo a tu hermana.” Pero
la otra gemelita estaba inmovilizada por el miedo. Lila pensó, “¡Ella!¡La dama del bosque! Es la misma
mujer que vi en el mesón, con el cabello de mi madre y la misma que se me
apareció en el sueño. ¡Oh, Dios mío, que no se me acerque!” Addhema se
acercó y le tomó la mejilla, diciendo, “Espero
volver a verte pronto pequeña. Eres muy linda, ¿Sabes?”
Cuando las gemelas llegaron a
donde estaba la institutriz leyendo bajo un árbol, Lila dijo, “¡Señorita, mire!¡Tengo una muñeca nueva!” La
reacción de Addha fue violenta. Addha le arrebató la muñeca diciendo, “¡Quítame de enfrente ese horrible
adefesio!¡Tira esa muñeca!¡No la toques siquiera!” La institutriz intervino
a tiempo para evitar una pelea, y tomó a ambas de las
manos. Lila dijo, “¡No te atrevas otra
vez a tirar al suelo a mi preciosa muñeca, o le diré a la bella señora del
bosque que te castigue!” La institutriz dijo, “¡Ya basta!¡Volvamos a casa, pequeñas!” Cuando Addhéma las vió
alejarse a lo lejos, pensó, “Ahora sí.
Esa pequeña será mi elegida, mi discípula, mi seguidora. Algún día heredará el
don de seducción y de vida eterna que poseo. Algún día perpetuará la dinastía
de Szandor y la mía.”
Desde la mañana que había besado por sorpresa a Addhéma, el joven Grégor, no había podido apartar de su mente la imagen de la condesa. Entrada la noche, Grégor se acercó al castillo de Addhéma, pensando, “He pasado en el bosque días enteros, esperando hallarla, y ha sido inútil. ¡Tengo que verla de nuevo!” Mientras tanto, Addhéma, sentada frente al espejo, se peinaba el pelo, pensando, “Al menos no he tenido que salir a buscar alguna otra joven para renovar mi cabello. Parece que a la última le quedaban muchos años de vida, y por eso su pelo aún está fuerte y fresco en mi cráneo. Quizá me vaya pronto de ésta región. La gente puede hacer algo contra mí. Y, por otra parte, está ese joven serbio, ese cazador furtivo. No quisiera tener que hacerle daño.” De pronto, Grégor entró por la venta de su alcoba, diciendo, “¡Sabía que ésta luz prendida, todas y cada una de las noches, era de tu recamara!” Addhéma dijo, “¿Tú?” Grégor dijo, “No podía esperar, Addhéma. Si no me quieres, arrójame de tu casa, dímelo a los ojos. Evita que te bése.” Pero Addhéma, subyugada, no tuvo fuerzas para rechazarlo. Cuando el joven la levantó en sus fuertes brazos, aún le suplicó. Addhéma dijo, “Espera… yo…debo decirte algo. Debo contarte mi historia.” Grégor la llevó a su cama, y le dijo, “Calla. No quiero escuchar ninguna historia. Pronuncia tan solo mi nombre, condesa. Repítelo. Dime: ‘Grégor, te amo.’ ¡Dímelo ahora!” Addhéma dijo, “Grégor, yo…te amo. ¡Sí, te amo!”
Horas
después, Grégor dormía, cuando de repente se despertó, por la voz de Addhéma que le decía, “¡Grégor!” Cuando abrió los ojos y buscó
a su lado a la bella, Grégor vió a una mujer cadavérica yaciendo a su lado, y
dijo, “¡Oh, no!” Addhéma dijo, “La-la maldición se ha cumplido. Debo morir.
Debes matarme, Grégor.” Grégor se llevó las manos a la cara. ¡Aquel ser
horrible, calvo, decrépito, no podía ser Addhéma! El joven se tapaba la cara, y
oraba por despertar de aquella pesadilla. Addhéma le dijo, “Debí contarte la historia del conde Szandor, y de cómo él me heredó su
don de inmortalidad y de seducción. Luego, debí arrancarte la cabellera y,
mientras tú agonizabas, ponérmela sobre el cráneo. De esa manera, aún sería la
bella.” La mano sarmentosa de aquella mujer sacó una daga de la mesita de
noche. Addhéma dijo, “Atraviesa mi
corazón con este cuchillo de acero. Pero antes, caliéntalo al rojo vivo. Así
descansaré. No quiero seguir viviendo.” Addhéma extendió la daga y dijo, “Te lo suplico, Grégor! La muerte será una
bendición para mí.” Grégor se alejó y dijo, “¡No-no!¡No puedo!”
Addhéma gritó, “¡Gréeeegooor!”
mientras Grégor salía huyendo hacia afuera. Mientras huía, la desesperación
atenazaba el corazón del amante de Addhéma, quien escuchaba las campanas de la
mañana que llamaban a misa. Justo fue a tropezarse con Bangkeli, que iba todas las
mañanas a la primera misa, para rezar por el alma de Itza. Entonces Grégor
pensó, “La hermosa esposa de Bangkeli fue
una de las víctimas de la vampira. Yo no podía creer en las historias terribles
que contaban las ancianas sobre la bella que mataba para arrancar cabelleras.
Pero ahora…¡Dios mío!¡Yo tuve en mis brazos a la asesina! ¡Addhéma desea la
muerte, y yo sería incapaz de dársela!¡Oh, Dios, ilumíname, no sé qué hacer!”
Segundos después, Grégor dijo, “Señor de
Bangkeli, yo puedo llevarlo ante la asesina de su mujer.” Bangkeli dijo, “¿Otra vez ese cuento de la
vampira?¡No!¡Quiero alguien de carne y hueso, para poder enfrentarlo y darle
muerte!” Grégor dijo, “Lo juro,
señor, que yo mismo la he visto. ¡Ella, la propia Addhéma, me ha contado su
historia! No quiso matarme y supongo que eso la perdió. Ahora está envejeciendo
por minutos que son años, y esos años que son siglos. ¡Es horrible!¡Me pidió
que la matára con un puñal candente, y no pude hacerlo!” Bangkeli dijo, “Está bien. Vamos por mi espada, y luego
visitaremos ese lugar. ¡Pero ay de ti como pretendas engañarme muchacho!”
Ambos entraron a la mansión
de Addhéma. En la sala contigua al dormitorio de la condesa, les detuvo un
quejido: “¡Aaaaayyyy!¡Greeeeeegor,
ayúdame!” Grégor dijo, “¡Es ella
señor!¡Su voz se oye muy débil!” Cuando ambos entraron a la habitación, Bangkeli
dijo espantado, “¡Por Cristo!¡Era verdad!
Es un cadáver, y sin embargo…¡Tiene vida propia!” Addhéma dijo, señalando a
Bangkeli, “Si me dejas consumir en polvo,
mi polvo volverá algún día a ser vida, tomará la forma de otra vampira, o de la
misma Addhéma, y hará daño. ¡Mátame Grégor!¡Sé tú quien ponga fin a este
calvario infinito!” Grégor volteó la cara, mientras Bangkeli le dijo, “¡Responde engéndro!¡Eres tú realmente la
vampira de Uzsel?” Addhéma le dijo, “Lo
soy, caballero, y en tu rostro veo una pregunta aún más terrible que esa.
¿Quieres saber si fui yo quien mató a todas esas jóvenes en los bosques del
Sava? Tienes la mirada de dolor, de quien ha perdido lo que más amaba en el
mundo.”
Entonces Grégor tomó del brazo a Bangkeli, y dijo, “¡Vamos Bangkeli, creo que ha sido una locura traerle! Salgamos de éste
horrible sitio, y dejemos que ella muera por sí sola.” Addhéma dijo, “¿Bangkeli has dicho?¡Vaya! Si hubieras
llegado antes, señor de Bangkeli, hubieras reconocido en mi cráneo la hermosa
cabellera rubia que arranqué a tu esposa, la madre de esas dos gemelitas.” Bangkeli
dijo, “¡Monstruo maldito! ¿Por qué?
¿Porqué a ella? ¡Era toda mi vida!” Addhéma dijo, “Tal vez estaba escrito en mi destino y en el tuyo. Como también estaba
escrito que salvara la vida a una de tus pequeñas hijas el mismo día que maté a
su madre, y que ella, esa niña, lleve desde ahora mi herencia.” Bangkeli
estalló en cólera, diciendo, “¡Mi
hija!¡No, dios mío!¡Te destruiré, maldita!¡No permitiré que contamines mas mi
vida, ni que destruyas el futuro de nadie!” Bangkeli tomó una espada y la
llevó al fuego de la chimenea. Grégor dijo, “¡No
lo haga, señor!¡Presiento que una maldición caerá sobre su familia si la toca!”
Bangkeli tomó la espada candente y se abalanzó hacia Addhéma, gritando, “¡Cumpliré la promesa que le hice a Itza,
vengando su muerte!” Addhéma dijo, “Podría
impedírtelo, Bangkeli, pero deseo morir. Sin embargo, antes de cumplir la
sentencia, ¿No deseas saber cuál de tus hijas heredará mi don? Deberás decirle
que su destino será infinito, siempre que seduzca a sus víctimas y les arranque
la cabellera, esto solo después de haberle contado la historia de Addhéma y de
Szandor. ¡Si no lo hace, su cuerpo se descompondrá como ahora el mío!” Bangkeli
dijo, “¡No permitiré que ninguna de mis
hijas te herede, monstruo! Para evitarlo acabaré contigo.” Addhéma dijo, “No podrás evitarlo. Ya el germen de nuestra
casta vampírica corre por sus venas. Pero podrías protegerla, ayudarla,
explicarle todo, si supieras cual de las dos gemelas es mi elegida. Ella es…”
Grégor gritó, “¡Noooo!” Antes de oír
la palabra fatal, Bangkeli atravesó con su espada candente el corazón de la
vampira. Al atravesar el acero, Bangkeli gritó, “¡Callarás para siempre, asesina!” El grito agónico de Addhéma de
Uzsel, atronó las paredes de la casona. “¡Aaaaayyyy!”
Después
de observar su desintegración, Bangkeli dijo, “Mi venganza se ha consumado. Ahora cuidaré de que esa espectral mujer
no vuelva a levantarse de entre los muertos.” Bangkeli recogió en una copa
de bronce, las cenizas rojas que habían quedado en el lecho, como único
testimonio de la existencia de la vampira. Bangkeli colocó aquella copa en el
interior del ataúd, junto con la espada de la venganza, y los puñales en cruz. Bangkeli
dijo, “¡Esta vez será definitivo,
Addhéma!¡No retornarás!”
Y
al anochecer de aquel largo día, Bangkeli, Grégor y el viejo Igor, vieron cómo
la cripta de la bella de los cabellos cambiantes ardía. Bangkeli dijo, “¡Solo el fuego extermina y purifica!” El
joven Grégor se alejó para siempre de aquella región. Del mausoleo de los
Uzsel, solo quedaron cenizas, y la gente de las orillas del Sava, creyó por fin
terminada la era del terror con la destrucción de Addhéma, la vampira.
Esa noche en el castillo Bangkeli, una de las pequeñas gemelas se
abalanzó hacia Bangkeli, diciendo, “¡Papá!”
Bangkeli dijo, “¡Vaya, vaya!¡Si es una de
mis pequeñas diablitas!¿Y tu hermana?¿Porqué no salió a recibirme?” La niña
dijo, “No sé. Estaba jugando con una
muñeca en la sala. Desde esta mañana ella está muy rara. Casi no habla y se la
ha pasado con esa muñeca en la mano, mirando el fuego.” Bangkeli pensó, “¿El fuego? ¡No debo imaginar tonterías! Es
una casualidad. Nada de esto tiene que ver con la vampira.” Pero las
últimas palabras de Addhéma resonaron en el interior de su cabeza: “¡Una de las dos gemelas es mi
elegida!¡Heredará mi don!” Bangkeli, llevando en brazos a la niña, fue a
buscar a la otra gemela, y al encontrarla dijo, “¡Aquí está mi muchacha traviesa!¿Qué haces junto a la chimenea?”
Lo que Bangkeli vio, lo dejó enmudecido, exclamando, “¡Oh, no!” El cuerpo de la muñeca se quemaba en la chimenea, con un
alfiler clavado en el lugar del corazón. El horror de Bangkeli aumentó al
descubrir en las manos de su hija la cabellera de la muñeca, que había sido
arrancada a viva fuerza. La niña en brazos dijo, “¡Regáñala papá!¡Es muy mala!¡No tenía que romperla!” La niña se
bajó soltándose de los brazos de su padre y arrebatando la cabellera dijo, “¿Por qué hiciste eso? La bella dama del
bosque me había regalado amablemente esa muñeca, ¿Por qué tenías qué romperla?”
Bangkeli
miraba a las dos niñas con el corazón paralizado de angustia, sin saber qué
hacer contra aquella maldición, y tratando de convencerse a sí mismo de que se
trataba solo de una travesura inocente y sin mayor significado. Pero dentro de
sí, aún resonaban aquellas palabras terríficas de Addhéma, “¡Una de tus hijas es mi elegida!¡Ja, Ja, Ja!¡Ella prolongará mi
estirpe, y la de Szandor a través de la eternidad!” El desdichado magnate Bangkeli
tendría que vivir con el enigma. ¿En realidad alguna de esas dos inocentes y
hermosas niñas llevaría el germen de la vampíra, y volvería a sembrar el terror
años más tarde, en las orillas del Sava? Al menos por un tiempo los aldeanos
vivirían tranquilos, creyendo derrotado el mal.
Tomado de Novelas Inmortales,
Año XI, No. 538, marzo 9 de 1988. Guión; Dolores Plaza. Adaptación: R. Bastien.
Segunda Adaptación: José Escobar.