Abraham “Bram”
Stoker
nació el 8 de noviembre de 1847 y murió a la edad de 64 años, el 20 de abril de
1912. Stoker fue un novelista y
escritor de cuentos irlandés, mejor conocido hoy por su novela gótica de 1897, “Drácula.”
Durante su vida, fue más conocido por ser asistente personal del actor Henry
Irving y gerente de negocios del Teatro El Liceo de Londres, el cual era
propiedad de Irving.
Vida Temprana.
Stoker nació en la calle Marino
Crescent, número 15, en el área residencial de Clontarf, en la zona norte de
Dublín, Irlanda. Sus padres eran Abraham Stoker (1799-1876), de Dublín, y
Charlotte Mathilda Blake Thornley (1818-1901), quien vino de Ballyshannon, una
ciudad en el condado de Donegal. Stoker fue
el tercero de siete hijos, el mayor de los cuales era Sir Thornley Stoker,
primer Barón. Abraham y Charlotte eran miembros de la Iglesia parroquial de
Irlanda de Clontarf y asistieron a la iglesia parroquial, con sus hijos, que
fueron bautizados allí.
Stoker estuvo postrado en cama con una enfermedad desconocida
hasta que empezó la escuela a la edad de siete años, cuando logró su
recuperación completa. Sobre esta época,
Stoker escribió: “Yo era,
naturalmente pensativo, y el ocio de una larga enfermedad me dio oportunidad de
tener muchos pensamientos, los cuales fueron fructíferos, según su clase en
años posteriores.” Stoker se
educó en una escuela privada dirigida por el reverendo William Woods.
Después de su recuperación, Stoker creció
sin mayores problemas de salud importantes, incluso sobresaliendo como atleta
(fue nombrado Deportista Universitario) en el Trinity College de Dublín, universidad
a la cual asistió desde 1864 hasta 1870. Se graduó con honores como B.A. en
Matemáticas. Fue auditor de la Sociedad Histórica del Colegio ('la Hist') y
presidente de la Sociedad Filosófica de la Universidad, donde su primer ensayo
fue en “El Sensacionalismo en la Ficción
y la Sociedad.”
Carrera
Temprana
Stoker se interesó por el teatro
cuando era estudiante a través de un amigo, el Dr. Maunsell. Se convirtió en el
crítico teatral para el Dublin Evening
Mail, co-propiedad del autor de cuentos góticos, Joseph Sheridan Le Fanu. Los
críticos de Teatro lo tenían en baja estima, pero atrajo la atención por la
calidad de sus comentarios. En diciembre de 1876 dio una opinión favorable sobre el Hamlet de Henry Irving en el Royal
Theatre de Dublín. Irving invitó a Stoker
a cenar en el hotel Shelbourne, donde se alojaba. Se hicieron amigos. Stoker también escribió cuentos, y en
1872, su cuento “La Copa de Cristal,” fue
publicado por la Sociedad de Londres, seguido de su cuento “La Cadena del Destino,” en cuatro partes en el Shamrock. En 1876, cuando era un
funcionario público en Dublín, Stoker
escribió un libro de no ficción (Deberes
de los Secretarios de Petty Sessions en Irlanda, publicado 1879), que sigue
siendo una obra de referencia. Además, poseía un interés por el arte, y fue uno
de los fundadores del Club de Bosquejos de Dublin en 1874.
El Teatro
Liceo
En 1878, Stoker se casó con
Florencia Balcombe, hija del teniente coronel James Balcombe, quien vivía en la
calle Marino Crescent No. 1. Ella era una belleza célebre cuyo ex pretendiente
era Oscar Wilde. Stoker conocía a Wilde
desde sus días de estudiante, habiéndole propuesto ser miembro de la Sociedad
Filosófica de la universidad cuando era presidente. Wilde se desconcertó por la
decisión de Florencia, pero Stoker más tarde reanudó la convivencia, y después de la caída de Wilde lo visitó en el
continente.
Los Stoker se trasladaron a Londres, donde Stoker se convirtió en director en funciones y gerente de negocios del
Teatro El Liceo de Londres, propiedad de Irving, cargo que ocupó durante 27 años. El 31 de
diciembre de 1879, nació el único hijo
de Bram y de Florencia, al que
bautizaron con el nombre de Irving Noel Thornley Stoker. La colaboración con
Irving era tan importante que Stoker, a
través de él, se involucró en la alta sociedad de Londres, donde conoció a
James Abbott McNeill Whistler y Sir Arthur Conan Doyle (de quien era pariente
lejano). Trabajando por Irving, el actor más famoso de su tiempo, y la gestión
de uno de los teatros de mayor éxito en Londres, hizo de Stoker un notable hombre ocupado. Él se dedicó a Irving y sus
memorias muestran que lo idolatraba. En Londres, Stoker también conoció a Hall Caine, quien se convirtió en uno de
sus mejores amigos. Stoker le dedicó “Drácula”
a él.
En el curso de los viajes de Irving, Stoker viajó por el mundo, aunque nunca
visitó Europa del Este, el escenario para su novela más famosa. Stoker disfrutó
de los Estados Unidos, donde Irving era popular. Con Irving fue invitado dos
veces a la Casa Blanca, y conoció a William McKinley y Theodore Roosevelt. Stoker ambientó dos de sus novelas
allí, usando a estadounidenses como personajes, siendo el más notable Quincey
Morris, uno de los personajes de “Drácula.”
También se reunió con uno de sus ídolos literarios, Walt Whitman.
Escritos.
Mientras fue gerente de Irving y el secretario y director del Lyceum Theatre de
Londres, comenzó a escribir novelas, empezando por, “El Paso de la Serpiente” en 1890 y “Drácula” en 1897. Durante este período, Stoker era parte del personal literario del, The Daily Telegraph de Londres, y escribió otras obras de ficción,
incluyendo las novelas de terror “La Dama
de la Sábana Santa” (1909) y “La
Guarida del Gusano Blanco” (1911). En 1906, tras la muerte de Irving,
publicó, La Vida de Irving, que
resultó un éxito, y logró producciones en el Prince of Wales Theatre.
Antes de escribir “Drácula,” Stoker conoció
a Ármin Vámbéry quien era un escritor húngaro y viajero. “Drácula” probablemente surgió de las historias oscuras de Vámbéry
sobre las montañas de los Cárpatos. Stoker
posteriormente pasó varios años investigando el folklore europeo e
historias mitológicas de los vampiros. “Drácula”
es una novela epistolar, escrita como una colección realista, pero
completamente ficticia, un diario de notas, telegramas, cartas, cuadernos de
bitácora, y recortes de periódicos, todo lo cual añade un nivel de realismo
detallado con su historia, una habilidad que desarrolló como escritor de un
periódico. En el momento de su publicación, “Drácula”
fue considerada una “franca novela de terror,” basada en las creaciones
imaginarias de la vida sobrenatural. “Le
dio forma a una fantasía universal, ... y se convirtió en parte de la cultura popular.”
Según la Encyclopedia of World Biography, las historias
de Stoker son hoy incluidas en las
categorías de “horror de ficción”,
historias “góticas románticas” y “melodrama.” Se clasifican junto con otras
“obras de ficción popular,” tales como
el “Frankenstein” de Mary Shelley,
que, según el historiador Jules Zanger, también se utiliza la “creación de mitos” y el método de
contar historias teniendo “múltiples
narradores” que cuenta la misma historia desde diferentes perspectivas. “No todos pueden estar mintiendo,”
piensa el lector.
El manuscrito original de 541 páginas de Drácula, que se creía perdido,
fue encontrado en un granero en el noroeste de Pennsylvania durante la década
de 1980. Incluía el manuscrito mecanografiado con muchas correcciones a mano y
el titulo de la portada era “El
No-Muerto.” El nombre del autor se mostraba en la parte inferior como Bram
Stoker. El autor Robert Latham señala, “la
más famosa novela de horror que se haya publicado, su título cambió en el
último minuto” El manuscrito fue adquirido por el cofundador de Microsoft, Paul Allen.
Inspiraciones de Stoker para la historia, además de Whitby, pueden haber incluido
una visita al Castillo Slains en Aberdeenshire, una visita a la cripta de la
Iglesia de St. Michan en Dublín y la novela “Carmilla”
del autor Joseph Sheridan Le Fanu.
Las notas de investigación originales de la novela de Stoker son custodiadas por el Museo Rosenbach y la Biblioteca de Filadelfia, PA. Una edición facsímil de las notas fue creada por Elizabeth Miller y Robert Eighteen-Bisang en 1998.
Las notas de investigación originales de la novela de Stoker son custodiadas por el Museo Rosenbach y la Biblioteca de Filadelfia, PA. Una edición facsímil de las notas fue creada por Elizabeth Miller y Robert Eighteen-Bisang en 1998.
Fallecimiento
Después de sufrir una serie de accidentes cerebro vasculares, Stoker murió en la Plaza de San Jorge N
º 26, el 20 de abril de 1912. Algunos biógrafos atribuyen la causa de la muerte
la sífilis terciaria, otros al exceso de trabajo. Fue incinerado, y sus cenizas fueron depositadas en una urna colocada en exhibición en el Crematorio Golders Green. Después de
la muerte de Irving Noel Stoker en 1961, se añadieron sus cenizas a la urna. El
plan original había sido el de mantener las cenizas de sus padres juntos, pero el
plan cambió después de la muerte de Florence Stoker, cuando sus cenizas fueron
esparcidas en los jardines de descanso. Para visitar sus restos en Golders
Green, los visitantes deben ser escoltados a la sala donde la urna se encuentra,
por temor a actos de vandalismo.
Creencias y
Filosofía
Stoker fue criado como protestante,
en la Iglesia de Irlanda. Fue un firme partidario del Partido Liberal. Él tomó
un gran interés en los asuntos irlandeses y fue lo que él llamó un “filosofo del movimiento nacionalista
irlandés Home Rule,” que sostenía
la creencia de autonomía para Irlanda provocada por medios pacíficos – pero como
un monárquico ardiente creía que Irlanda debía permanecer dentro del Imperio
británico, que él creía, era una fuerza para el bien. Él era un gran admirador
del primer ministro William Ewart Gladstone, a quien conocía personalmente, y
de quien admiró sus planes para Irlanda.
Stoker tenía un gran interés en la
ciencia y la medicina, y creia en el progreso. Algunas de sus novelas como
La Virgen de la Sábana Santa (1909) pueden
ser vistas como ciencia ficción temprana.
Stoker
tenía un interés en lo oculto, sobre todo en el mesmerismo, pero también
se cuidaba del fraude y creía firmemente que la superstición debía reemplazarse
por las ideas más científicas. A mediados de la década de 1890, se rumoraba que Stoker se habia convertido en un miembro
de la Orden Hermética de la Golden Dawn, aunque no hay evidencia concreta para
apoyar esta afirmación. Uno de los amigos más cercanos de Stoker fue J.W. Brodie-Innis, una figura importante en la Orden y
el propio Stoker contrató a Pamela
Coleman Smith, como artista en el Teatro Liceo.
Postumo
La colección de cuentos cortos, “El Invitado de Drácula y Otros Cuentos Extraños,”
fue publicada en 1914 por la viuda de
Stoker, Florencia Stoker. La primera adaptación cinematográfica de “Drácula” fue lanzada en 1922 y fue titulada
“Nosferatu.” Fue dirigida por
Friedrich Wilhelm Murnau y protagonizada Max Schreck como el Conde Orlok. “Nosferatu” se produjo mientras
Florencia Stoker, la viuda de Bram
Stoker y albacea literario, aún estaba viva. Representada por los abogados
de la Sociedad Incorporada Británica de
Autores, ella finalmente demandó a los cineastas. Su principal queja legal era
que no se le había notificado, ni pedido permiso para la adaptación, ni pagado
ninguna regalía. El juicio se prolongó durante varios años, con la señora
Stoker exigiendo la destrucción de los negativos y todas las impresiones de la
película. El pleito se resolvió finalmente a favor de la viuda en julio 1925.
Algunas copias de la película sobrevivieron, a pesar de todo, y la película ha
llegado a ser bien conocida. La primera versión fílmica autorizada de “Drácula” llegaría hasta casi una década
después, cuando Universal Studios lanzó el “Drácula,”
de Tod Browning, protagonizada por Bela Lugosi.
Debido a la historia frustrante los Stoker con los
derechos de autor de Drácula, un
gran-sobrino nieto de Bram Stoker, el escritor canadiense Dacre Stoker, con el
estímulo del guionista Ian Holt, decidió escribir, “una secuela que llevaba el nombre Stoker” para “restablecer el control creativo sobre”
la novela original. En 2009, Dracula: The
Un-Dead fue lanzada, escrita por Dacre Stoker e Ian Holt. Ambos escritores “basaron [su trabajo] en las notas manuscritas del propio Bram
Stoker para los personajes y los hilos argumentales extirpados de la edición
original,” junto con su propia investigación para la secuela. Esto también
marcó el debut como escritor de Dacre Stoker.
En la primavera de 2012, Dacre Stoker, en
colaboración con el Prof. Elizabeth Miller, presentó el Diario “perdido” de Dublín escrito por Bram Stoker, que había sido llevado por
su bisnieto Noel Dobbs. Entradas en el diario de Stoker arrojan luz sobre las cuestiones que le preocupaban antes
de que sus años de Londres. Un comentario sobre un niño que capturaba moscas en
una botella puede ser una pista para el posterior desarrollo del personaje de Renfield
en Drácula.
El 8 de
noviembre de 2012, Stoker fue
honrado con el Garabato Google en la página principal de Google conmemorando
su cumpleaños 165. (Wikipedia en Ingles)
“El Retorno de Abel Behenna” (“The Coming of
Abel Behenna,”) es solo uno de una colección de cuentos cortos que se
publicaron en 1914 bajo el título de “El
Invitado de Drácula y otras Historias Extrañas,”dos años después del
fallecimiento del autor.
El Retorno de Abel Behenna
de Bram Stoker
En ese momento, Abel y Eric
ya habían olvidado la causa por la que empezaron a discutir hasta llegar a los
golpes. Ambos se habian convertido en dos fierecillas rabiosas en constante movimiento. Quienes veían la
pelea, arengaban gritando, “¡Tú le das!”
“No te dejes Abel” “¿A quién le apuestas?” “¡A Eric!” Los arrecifes
cercanos al pueblo de Pencastel, en el condado de Cornish, parecían cortados de
tajo. Terminada la pelea, Eric avanzó rumbo a los arrecifes. Abel le gritó, “¡Espera Eric!” Enseguida se desencadenó un fuerte viento húmedo, salino.
Eric le contestó, “¡Déjame en paz!¡No te
acerques a mi o te rompo la cara!¿Lo has oído?” Ambos eran casi de la misma
edad, y habían sido amigos casi desde que tenían uso de razón. Ambos se habían
acostumbrado demasiado el uno al otro. Mientras Eric avanzaba, Abel gritó, “¡Te estás portando como un niño! Lo que pasó no tiene
importancia. Si quieres te regalo mi canica ágata, la que más te gusta.”
Eric le dijo, “¿Sí, eh? ¡Te burlaste de
mí delante de todos! Eso no te lo voy a perdonar.” Comenzaron a caer las
primeras gotas de lluvia. Abel gritó,
“¡Ah, Eric!¿Hasta dónde quieres llegar?¡Ya está lloviendo! Nos vamos a
empapar.” Eric caminaba a lo largo del cantil rocoso. Eric dijo, “¡Lárgate, quiero estar solo!¡Nadie te pidió
que me siguieras! Por mí, puedes irte al infierno.” Al pie de los arrecifes
las olas restrellaban con estruendo ensordecedor, erosionando aún más la
montaña de roca. De repente, Abel gritó, “¡Cuidado
Eric!” En ese momento Eric caía al vacío, pero logró aferrarse al endeble
tronco de un arbusto. Eric gritó, “¡Abel,
ayúdame!” Abel extendió su mano y le dijo, “¡Dáme la mano, pronto!”
El chiquillo tuvo que hacer
un esfuerzo casi sobrehumano para, poco a poco, rescatar del vacío a su amigo
entrañable. Eran instantes de gran tensión. El sudor de Eric Sanson se
confundía con la lluvia. Abel gritó, “Un
poco mas.” Al fin, Abel suspiró, sintiéndose aliviado, una vez que Eric
estuvo a salvo. Escondiéndose la cara entre sus brazos, Eric comenzó a sollozar
quedamente, desahogándose. Su amigo no sabía que decirle. Abel solo dijo, “Ya…ya pasó.” Se quedaron ahí largo
rato, bajo la lluvia sin moverse y sin decir una palabra. Entonces Abel dijo, “Vamos a pescar una pulmonía.” Oscurecía
con rapidez. Abel se acercó a Eric y le dijo, “¿Todavía estas enojado?” Ambos se dieron la mano como sellando un
compromiso de amistad hasta la muerte. Y luego echaron a correr entre los
riscos, hacia el pueblo, riendo.
Pencastle
era un puerto de pescadores. En un día soleado el mar tenía un color azul
zafiro. Con frecuencia los chiquillos del pueblo emprendían largos recorridos
entre las rocas al pie de los arrecifes, donde las olas habían formado inmensas
cavernas que servían de refugio a las focas. En aquellas cuevas el mar cantaba
con voz tonante cuando había tempestad, levantando altos surtidores de espuma.
Los jovenzuelos parecían haberse elegido mutuamente para estudiar y esforzarse
juntos, para luchar y ayudarse en todos los problemas. Un día que los dos
estaban estudiando en la misma mesa Eric dijo, “¿Te enteraste? están reparando la casa embrujada.” Abel dijo, “¡Ah, sí! Alguien la compró.” En ese
momento llegó la mamá de Eric con una charola, diciendo, “Ya esta lista la
merienda, jovencitos.” Las señoras de Pencastle eran muy afectas a cultivar
flores de todo tipo. La madre de Eric dijo,
“Llévale estas semillas de petunia a tu madre Abel.” Abel dijo, “Sí, señora. Le doy las gracias en su nombre.”
En
ocasiones Abel ayudaba en las labores de jardinería. Su madre le decía al ver sus flores, “¡Ah, el rosal está cuajado de botones!
Ponle más abono hijo.” La viejas casa de los difuntos Calisher, abandonada
por tantos años, pronto estuvo arreglada y pintada, lista para que la ocuparan
sus nuevos moradores. Un día llegaron
varios carretones que transportaban muebles, baúles. Una de las personas del
pueblo que observaba, dijo, “¡Están
bajando un piano! Los dueños deben ser personas muy distinguidas.” Una
mujer que también estaba allí presente dijo, “Yo me muero de curiosidad por conocer a los nuevos habitantes.” Como era un pueblo pequeño en el que
todos se conocían, la llegada de la familia extraña causaba expectación.
Bastantes chicos se habían reunido para presenciar la mudanza. Notaron que una señora bajaba del carruaje y decía, “¡Baja
cariño! Ha sido un viaje tan largo.” Entonces la vieron por primera vez. La señora, quien parecía ser la esposa de la familia, dijo a su hija, “Yo iré a vigilar la distribución de los muebles. Mientras tú puedes
caminar un poco.”
La niña era
hermosa, deslumbrante, como una pequeña hada, toda vestida con blancos tules y
encajes. Abel dijo, “Mira.” Eric
dijo, “Si.” Su presencia acalló el
parloteo y las risas de los chiquillos. Ella avanzaba con aire un poco
insolente, orgullosa. De repente los jovenzuelos escucharon una voz tan hermosa, que parecía
música, diciendo, “Buenas tardes.” Se
dirigió a ellos con intención ambigua. “Soy
la niña Sarah Trefusis, a sus distinguidas ordenes…ya que voy a vivir entre
ustedes es mi obligación presentarme.” Hablaba con voz suave, infantil,
pero articulando inmaculadamente las palabras, como una maestra de escuela. Esperaba
alguna reacción de los chicos…Pero todos estaban boquiabiertos deslumbrados por
su singular donaire. Ella dijo, “Por sus
caras, cualquiera diría que nunca han visto una chica.” Elisa McCall, la
novia de Abel, encabezó a sus amigas, quienes también estaban en el grupo, en
una algarabía de risitas tontas burlescas. Eric avanzó dos pasos hacia Sarah,
colorado como una manzana, diciendo, “Bienvenida,
mi nombre es Erick Sanson. Espero que seamos buenos amigos, chócala.” Ella
se limitó a hacer una graciosa reverencia, diciendo, “Es un placer conocerle Eric.” Abel se presentó, “Yo soy Abel Behena. Somos vecinos, vivo en
aquella casa.” Enseguida, la niña se alejó. Estaba ansiosa por conocer su
nuevo hogar. A continuación, una de las niñas empezó a hacer mofa de ella, remedándola y diciendo, “¡Yo soy la princesa de Luxemburgo! Es un
placer conocerle.” Otra niña dijo, “¡Y
qué vestido llevaba puesto!¿Se fijaron? Es lo más ridículo que he visto en mi vida.” Mientras
la novia de Abel le miraba desconcertada, Abel pensó, “Los ángeles deben ser como ella.”
Abel
y Eric guardaron silencio, como ausentes del mundo, mirando con expresión vaga
la puerta por la que Sarah había desaparecido. El padre de Sarah, pronto se
supo, era un militar que había participado en varias campañas colonialistas en
la India. Cuando Sarah revisó la casa, su padre le dijo, “¿Te gusta la casa?” ella le dijo, “Es muy linda.” Todo cambió desde aquel día para Abel, quien le
preguntó a Eric, “¿Tú crees que la
inscriban en nuestra escuela?” Eric dijo, “Seguro, es la única.”
Por las tardes los chiquillos
rondaban la casa de los nuevos residentes con la ilusión de ver a Sarah. Pero solo escuchaban extasiados
la alegre música del piano. Hasta que en cierta ocasión se vieron ámpliamente
recompensados. Moviendo unas ramas frente a las rejas de la mansión, Abel dijo, “¡Ahí esta!” Eric dijo, “¿Si?” La pequeña Sarah Trefusis salía por la
puerta de la terraza, bailando. Ellos jamás habían visto algo parecido. La madre de Sarah, mientras tocaba el piano, antes le había dicho, “Pero no salgas nena, te puede dar un enfriamiento.” Pero ella,
vestida en su traje de ballet le dijo,
“Hace bastante calor mamá, sigue tocando por favor.” Mientras los jóvenes
observaban, ya se aceraba el crepúsculo. Los pájaros con su gorjeo escandaloso,
bajaban como flechas a las frondosas copas de los arboles. Toda la luz opalina
que se filtraba al jardín parecía concentrarse sobre el frágil cuerpo de Sarah,
quien mantenía los brazos en arco sobre la cabeza, mientras giraba en las puntas
de los pies, con las manos como débiles lirios siguiendo las notas del vals que
su madre interpretaba…Aquel era un espectáculo inolvidable. Sarah saltaba en
graciosas piruetas. Como imitando el vuelo de una mariposa, ondulando los
brazos.
Ambos
chicos no volvieron a verla hasta que terminaron las vacaciones, y se inició en
el colegio el nuevo curso. Abel suspiraba al ver a Sarah en su pupitre en el
salón de clases. Una mañana la niña no asistió a clases, pero su madre envió un
recado, avisando que se hallaba enferma. Al salir de clases, Eric dijo a Abel, “¿Crees que si vamos a visitarla nos dejen
entrar?” Abel dijo, “No creo, y menos si vamos con las manos vacías.” Esa tarde,
cuando Lena, la madre de Abel, salió a tender la ropa recién lavada, sorprendida dijo, “¡Ah! Pe-pero…¡mis rosas!” En ese
momento era una delicia contemplar la sonrisa de la pequeña Sarah, quien decía,
después que Abel le entregaba unas rosas, “Gracias
joven Behenna. Están preciosas.” Abel dijo, “Espero…que pronto pueda regresar a la escuela.”
Lena, la madre de Abel, hizo
un escándalo por el hurto de las rosas cuando descubrió que él había sido el
culpable, y pegándole le dijo. “¡Toma sinvergüenza!” Abel
solo dijo, “¡Ayyy!” Pero Lena no
consiguió que Abel le pidiera perdón, ni hacerlo llorar. Luego Abel corrió al
patio trasero para trepar a lo alto de un viejo roble. Cuando sus amigos y su
mamá fueron a persuadirlo, Abel les dijo,
“¡Déjenme en paz! ¡Nuca voy a bajar de aquí!” Cuando su padre llegó a casa
no pudo convencerlo de que bajára del árbol. Llegó la noche…Su padre le dijo, “¡Vamos Abel! Nadie está disgustado contigo,
ven a cenar.” Abel contestó, “¡No!¡Me
dejaré morir de hambre!” Más tarde Lena llegó hasta el pie del roble,
hablando con voz muy suave, “Lo siento
Abel, no quería pegarte tan fuerte…te he preparado una cena riquísima.”
Abel le dijo, “¡Vete! No me quieres.”
Lena le dijo, “Si no te quisiera no
trataría de corregir tus errores, hijo. Si me hubieras dicho que le llevabas las
flores a esa niña enferma…” Las ramas del árbol comenzaron a moverse y Abel
se fue deslizando hasta el suelo. Cuando bajó llorando dijo, “Mamá.” Lena le dijo, “Chiquillo.”
Ambos se abrazaron y Abel dijo, “¡Oh, Ma!
Quiero mucho a Sarah…por eso le llevé tus rosas.” Lena le dijo, “Ya no llores, pillo. Vamos a casa.”
El tiempo fue transcurriendo inexorable. Un día, Sarah Trefusis se vio
convertida en una encantadora señorita. Abel y Eric también despertaban a
nuevas emociones. Ambos hacían todo lo posible para llamar la atención de
Sarah. Solían acompañarse de una guitarra y cantar melodías en la reja de su
casa. Los dos estaban locos por ella. Cuando la descubrían en la terraza,
bordando o leyendo, se dedicaban a pasar frente a la casa, calle arriba, calle
abajo. Ella fingía no verlos cuando luchaban en la banqueta como gladiadores; o
cuando Abel hacia malabarismos de circo sobre un viejo barril, mientras Eric
caminaba de manos. Parecían locos de remate. Un día Eric se desnudó hasta la
cintura y se pintó una sirena en el pecho, diciendo, “¿Eh, que tal? Soy un artista.” Y Abel apareció vestido con un
uniforme de su padre. Entonces Sarah apareció y dijo, “¡Ja, Ja! ¡Oigan ustedes!” Por fin ella se dignaba a tomarlos en
cuenta, diciendo, “¡Ya dejen de
comportarse como niñitos. Sé que todo lo hacen por mí, y me halaga. Los dos me
simpatizan y los quiero mucho.” Eric dijo, “Sarah.” Y besó a uno y a otro en la mejilla, y dijo, “Quiero pedirles que sean mis chambelanes en
mi fiesta de quince años. ¿Aceptan?” Eric dijo, “Si.” Y Abel, “Por supuesto.”
Sarah dijo, “Ahora Eric Sanson, ve a
despintarte esa horrible muñeca del pecho y ponte una camisa. Indecente…le he
pedido permiso a mamá para invitarlos a merendar.”
Ambos corrieron a bañarse y
cambiarse de ropa. Cuando Abel y Eric llegaron y se sentaron a la mesa, la mamá
de Sara dijo, “Que bien luces recién
peinado Eric. Deberías hacerlo más a menudo.” Sarah dijo, “Se ven encantadores, mamá.” A la
celebración del XV cumpleaños de Sarah asistieron las mejores familias de
Pencastle. Cuando Eric bailó con Sarah le dijo, “Estas muy bella esta noche.” De alguna manera para los tres, fue
una fiesta inolvidable. Cuando Abel bailó con Sarah, pensó, “Esto es como un sueño…la tengo entre mis
brazos.” A partir de entonces se les vio siempre juntos a los tres. Solian
disfrutar de la naturaleza navegando los tres en un bote sobre un lago. Sarah,
con un paraguas que le cubría del sol decía, “La brisa esta deliciosa.”
Muchos otros jóvenes habrían
querido cortejar a la muchacha, pero eran dos los rivales que debían vencer
para llegar a ella. Las chicas, por su parte, sospechaban que sus respectivos
novios las habían elegido en sustitución de Sarah Trefusis, lo que las encendía
de rabia. De modo que al paso de los tres años, Sarah, Abel, y Eric, llegaron a
sentirse aislados por completo…y más unidos entre sí. La madre de Sarah pensaba
al verlos, “No sé cómo va a terminar
esto.” Pero así eran felices los tres, sin complicarse demasiado la vida.
Eric comenzó a trabajar en el astillero de Pencastle, como ayudante del
ingeniero constructor. Y Abel ingresó a las oficinas de la compañía Royal,
importante empacadora de atún. Una vez, uno de sus supervisores le dijo,
mientras trabajaba, “No dejas de ver el
reloj, ¿Eh? Siempre estas ansioso de que termine la jornada de trabajo.”
Fue por entonces que el anciano padre de Sarah falleció, dejando un vacio
imposible de llenar. Sarah al verlo fallecer derramó sus lágrimas, y dijo, “¡No, papá! ¡No puedes dejarnos!” En
aquellos momentos difíciles, Abel y Eric estuvieron a su lado, con firme
entereza, reconfortándola. Durante el sepelio sufrieron casi tanto como ella.
Desde
entonces la viuda y su hija solo contaban con una escasa pensión. Entonces su
madre dijo, “Daré clases de canto para
mejorar nuestros ingresos.” El tiempo al pasar trajo la resignación y la
tranquilidad al hogar de la familia Trefusis. Pero la singular relación de
Sarah y sus jóvenes galanes no podía durar mucho tiempo. Un día Abel le dijo a
Sarah, “Espera…Eh…Quiero hablar contigo a
solas.” Eric le dijo, “¿Qué tienes
que hablar con ella? Lo que tengas que decir, lo dirás conmigo presente. No hay
secretos entre nosotros.” Abel dijo, “Bien,
ya no podemos continuar así. Deseo casarme contigo.” Eric dijo, “Yo también quiero pedir tu mano.” Sarah
había tratado de posponer aquel momento. Hubiera querido que no llegara nunca.
Sarah dijo, “Pero es que…No puedo
elegir…Los amo de verdad a los dos.” Eric le dijo, “Tienes que decidirte cariño.” Abel agregó, “Es verdad. Uno de los dos sobra. La vida para mi se está convirtiendo
en un infierno.” A Sarah le atraían
los dos, ambos le gustaban. Cualquiera de ellos hubieras podido satisfacer el ideal
de la muchacha más exigente. Sarah dijo, “¡Oh,
queridos! Me colocan en un gran dilema…déjenme pensarlo…necesito tiempo.”
Eric dijo, “¿Te parece bien una semana?” Abel
agregó, “Es más que suficiente.” Sarah dijo, “No. Les daré mi respuesta el día de mi cumpleaños.” Eric dijo, “Es demasiado esperar. Aún faltan tres
semanas.” Abel dijo, “Esta bien, pero
mañana nos veremos a la hora de costumbre.”
Sarah
se encontró en un profundo y desconcierto, pensando, “Con Eric me siento protegida…es ambicioso, emprendedor.” Pero también
pensaba en lo que podía perder en caso de equivocarse al elegir. “Abel es alegre, tan tierno y cariñoso…Me
ama intensamente, lo veo en sus ojos.”
Los jóvenes estuvieron contando los días en la mayor incertidumbre. Abel
pensaba, “¿Me escogerá a mi?” Eric
tenía gran seguridad en sí mismo. Confiaba en su buena suerte, pensando, “Lo siento por Abel. En cuanto se formalice
mi compromiso con Sarah, no permitiré que se acerque más a ella.” Y llegó
el 11 de abril, el día de cumpleaños de Sarah Trefusis. Abel y Eric llegaron
bien vestidos y con flores, diciendo, “¡Buenas
tardes!” A Sarah, le molestaba la insistencia de sus pretendientes. Millie,
su madre, estaba al tanto de lo que pasaba.” Millie pensó, “Arreglare las cosas para que mi niña obtenga lo que cada uno de ellos
puede ofrecer.” Fue ella quien rompió la tensión del momento, diciendo, “¿Por qué no vas a la terraza unos momentos,
hija? Quiero hablar con estos caballeros.” Hasta entonces Millie se había
limitado a observar los acontecimientos sin opinar. Sarah dijo, “Pero mamá, lo que se te ha ocurrido…”
Millie dijo, “Obedece Linda.” La
joven miró a uno y a otro. Luego, con un suspíro, se encaminó hacia la puerta
de la terraza. Por su parte, Millie se lanzó al ataque con el valor de una
madre que ambiciona lo mejor para su hija.
“Iré directo al asunto, chicos, ustedes dos están enamorados de Sarah.
Pretenden casarse con ella. Pero veamos, ¿Qué pueden ofrecerle? Una vida gris
salpicada de miserias. Y el amor se acaba cuando falta el dinero. Hijos míos, ninguno
de los dos vive en la prosperidad.” Eric dijo, “Yo he estado ahorrando, señora.” Millie dijo, “Pero ¿crees poder mantener una esposa e instalarla en su casa con
algunas comodidades?” Eric dijo, “Por
supuesto.” Millie observaba fijamente a los jóvenes, con los ojos entre
cerrados, llenos de astucia. Y dijo,
“¡Bah! Solo podrían darle una vida digna reuniendo el dinero de ambos. Y esto
es lo que se me ha ocurrido. Sarah siente por los dos un afecto. Aún ahora no
ha podido decidirse por uno de ustedes. ¿Por qué no dejan el matrimonio a la
suerte? Lanzan una moneda al aire y elijan cara o cruz.” Ambos dijeron, “¡Que!” Abel dijo, “¿Pero cuando se ha visto esto?” Millie dijo, “Ahora se verá. No sé porque les extraña tanto. Déjense de
convencionalismos.” Abel dijo, “Pero
usted…” Millie dijo, “Soy una mujer
moderna. Pero eso es solo una parte del plan…cada uno de ustedes aportará sus
ahorros, para formar un solo capital. Que el afortunado tóme el dinero y lo
invierta, haga negocios; qué sé yo…pondremos un plazo para la boda. Luego
cuando de verdad tenga una fortuna regular que ofrecer a mi hija, se casará con
ella. Esa será una magnifica prueba de amor para uno y otro. ¿No están
dispuestos a sacrificarse por la mujercita que aman?” Eric dijo, “Si.” Abel dijo, “Pero jugarla a la suerte como si fuera un objeto…me parece
irrespetuoso y deshonesto. A ella no le agradaría, estoy seguro.”
Pero
Millie logró al fin convencerlos. La idea ya no les pareció tan descabellada.
Eric dijo, “Qué, ¿tienes miedo a la
suerte?” Abel dijo, “¡Yo no!”
Sara volvió a la estancia con el semblante contrariado, diciendo, “Ahora soy yo la que quiere hablar con
ustedes. Vamos a la roca de Flagstaff.”
Flagstaff
era un promontorio coronado por un mástil de madera. Cuando llegaron a
la cima, continuaron con su largo silencio. Sarah dijo, “Les prometí que hoy les daría una respuesta. Pero no puedo
decidirme…lo siento.” Eric dijo, “No
te preocupes. Jugaremos nuestra Felicidad en el giro de una moneda.” Sarah
era débil. Su carácter la impulsaba siempre a tomar por el camino más fácil.
Sarah bajó la mirada y dijo, inclinando el rostro como en señal de aceptación, “Fue idea de mamá.” Eric dijo, “Y me parece estupenda. Traigo algunas
monedas en el bolsillo.” Abel se acercó a Sara y le dijo, “Quizá después te arrepientas Sarah…si amas
a Eric más que a mí, en el nombre del cielo dímelo…tendré fuerzas para
renunciar a ti. Y si soy yo el preferido no arriesgues nuestra felicidad a una
moneda.” Sarah llevó sus dos manos a su cabeza y dijo, “Es qué…¡Oh, no sé, no sé!”
Eric se acercó y dijo, “¡Déjala en
paz! Ella acepta que tiremos la moneda al aire. Me parece una buena idea…y
debes quedar de acuerdo.” Abel dijo, “¡Está
bien! Tú la tiras y yo hablo pero el que gane toma todo el dinero de los dos y se
va a Bristol, o a donde quiera a hacer fortuna. Cuando regrese se casa con
Sarah. ¿Cuál será el plazo?¿Un año?” Eric dijo, “Que sean dos a partir de este día.” Los dos tenían los ojos
febriles encendidos. Sarah dijo, “Mi boda
con el ganador será el día de mi cumpleaños.” Abel dijo, “Dos años, ¿Eh? ¡Dos años de plazo!¡Tira la
moneda!” Eric recuperó la moneda entre sus manos extendidas, mientras Abel
gritó, “¡Cara!” Eric dejó al
descubierto la moneda. Abel dijo, “¡Es
cara! Quedó boca arriba.” Sarah dijo,
“¡Oh!” Entonces Eric dijo, “¡Sarah!”
Y arrojando la moneda exclamó, “¡Maldita
seas!”
Abel abrazó a Sarah, mientras
decía, “Amor mío, nos casaremos…sabré
hacerte dichosa. Viviré para ti.” Pero Sarah se zafó y le dijo mirando
hacia Eric, “Abel…” Bajo los rayos
del sol poniente, Eric parecía bañado en fuego. Abel dijo, “La suerte estuvo de mi parte, Eric. No me lo reproches. Pero para
nosotros seguirás siendo como un hermano.” Eric dijo, “¡Vete al infierno!”
El rubio muchacho había bajado unos cuantos pasos por el sendero, cuando se
volvió a verlos, gritando, “¡Dos años,
Abel!¡ Procura volver a tiempo para reclamar a tu esposa! Regresa con tiempo
para que corran las amonestaciones porque el once de abril, dentro de dos años,
habrá boda. Contigo o conmigo. Si llegas después será demasiado tarde.” Abel
le dijo, “Estas loco.” Eric dijo, “Vete, es tu oportunidad. Yo tendré la mía
al quedarme y no voy a perder el tiempo.” Abel dijo, “¿Qué quieres decir?” Eric dijo, “Hace tres minutos, Sarah no te quería a ti más que a mí…y puede
cambiar de opinión cuando te hayas ido. El juego puede cambiar.” Abel
sintió una larga incertidumbre; contempló a Sarah fijamente a los ojos, y dijo,
“¿Vas a serme fiel?¿Me esperarás hasta
que yo regrese?” Sarah dijo, “Lo
prometo. Te esperaré dos años…ese es el pacto.” Abel dijo, “Mientras yo esté lejos, tienes que ayudarme
Eric. Cuidarla…” Eric le dijo, “¡Que
dios te ayude! A mí que me ayude el diablo!” Sin agregar más, Eric echó a
caminar sendero abajo con pasos firmes alejándose. Sarah dijo, “Ah…muchas veces hemos estado aquí, pero ahora sin Eric…Qué triste
parece todo.”
Por
la mañana muy temprano, Abel escuchó que alguien llamaba a la puerta. Después
llegó su madre y le dijo, entregando una bolsa, “Era tu amigo Eric, dejó esto para ti.” La bolsa que contenía una
gran cantidad de billetes y monedas, iba acompañada de una carta. “Abel: Aquí tienes el dinero. Vete, yo me
quedo. Dios contigo, el Diablo conmigo. Recuerda la cita, dos años el once de
abril. Eric Sanson.” Millie le dijo,
“¿Pasa algo?” Abel dijo, “Nada, que
hoy mismo salgo de viaje. Hablaré con papá ahora.” Y esa misma tarde, sin
que le importaran las protestas de su familia, Abel Behenna partía hacia
Bristol en un carruaje. Mientras de lejos, Eric lo veía pensando, “¡Que te parta un rayo, maldito! Ojalá nunca
regreses.”
Una
semana más tarde Abel se embarcaba en el barco “Estrella
del Mar,” con destino a Pahang. Por consejo de un rico comerciante
retirado, con quien hizo una breve amistad, Abel había invertido todo el dinero, y
el de Eric, en juguetes y varias chucherías. En su pequeño camarote, Abel se
recostó pensando, “¡Sarah!” A medida
que pasaban los meses una vaga inquietud se iba apoderando de Sarah Trefusis.
Se refugiaba en la compañía de Eric, quien al verla danzando pensaba, “Es tan hermosa.” Pero siempre Eric
mantenía una prudente distancia, sin olvidar que era la prometida de Abel
Behenna. Un día, Sarah recibió carta de su novio, diciendo, “¡Por fin!” Su madre se la entregó
diciendo, “¡Ábrela querida!” Antes de
leerla, Sarah pensó, “¡Qué extraño!
Estaba deseando que esta carta…no llegara nunca.” Su madre dijo, “Son varias hojas.” Después del obligado
y formal saludo, Abel hacia un relato de su viaje: “Y la buena fortuna me sigue acompañando, no me puedo quejar. Te
recuerdo. Día con día estas en mi pensamiento y solo ambicióno regresar. Tú
eres mi única, mi grandiosa razón de vivir.” Al final de la carta Sarah
dijo, “Dice que ha enviado doscientas
libras a un banco de Bristol…están a mi nombre.” Su madre dijo, “¡Magnífico!” Sarah continuó, “Cree que todavía podrá hacer tres viajes
mercantes más. Promete volver a escribir y envía saludos para ti…y para Eric.” Su
madre dijo, “¡Qué buen chico! ¡Es el que
te conviene!”
El navío en que viajaba Abel atracó en los
muelles de Marsella. Entonces el capitán le dijo a Abel, “Estaremos aquí poco más de una semana señor Behenna. Debo ir a Paris.”
A consecuencia del trato diario, el muchacho hizo amistad con el capitán Lyndon.
El capitán le dijo, “Será un viaje
rápido. ¿Porqué no me acompaña?” Abel le dijo, “No es mala idea, si puedo comprar algunas mercaderías.” Días
después en un lujoso restaurante de París el capitán le dijo, “No entiendo porqué se empeñó a venir aquí,
señor Behenna.” Abel dijo, “Se me
ocurrió algo que puede resultar, capitán. ¿Recuerda que al regresar, cruzando
por el mar de China, hicimos una breve escala en la isla de Bunguran?” El
capitán dijo, “Si.” Abel continuó, “Ahí conocí a un holandés loco que descubrió
que las perlas se pueden sembrar en las ostras. Las produce blancas, rosadas y
negras. Pero los joyeros orientales no se las compran porque no son perfectas,
ni se consideran autenticas…al despedirnos me regaló unas cuantas. Las traigo
aquí y voy a colocar una perla negra dentro de una ostra…fingiré descubrirla y
veremos el efecto que hace entre los demás clientes.”
El
capitán dijo, “Todavía no entiendo.” Poco
después, Abel se levantó de su mesa y dijo en voz alta, “¡Miren, una perla!¡Una perla de verdad!” Algunas personas se
acercaron atraídas por el hallazgo. Uno de los comensales la tomó y dijo, “Pues sí…es autentica…¡una rara perla negra
pero no es perfecta!” Enseguida una mujer gritó a uno de los meseros, “¡Garzón!¡Una orden de ostras, pronto!”
Su acompañante le dijo, “Pero mujer, esa
es una coincidencia entre mil. Las perlas no se encentran así como así.” Abel
murmuró mientras se levantaba, “No puedo
defraudar la ilusión de esa señora. Iré a hablar con el cocinero jefe.” Minutos
más tarde, la dama lanzó grititos de felicidad. “¡Aquí está!¡Encontré una perla!¡La encontré!” Los pedidos de
ostras se multiplicaron y Abel fue conducido ante el propietario del lugar,
quien le dijo, “El cocinero me informó
que usted le dio una perla, pidiéndole que la colocara en una ostra.” Abel
dijo, “Y con eso le dimos una grata sorpresa
a una dama. ¿Se imagina si en cada plato de ostras el cliente es regalado con
una perla auténtica? No me negaré que es la idea muy original. Se las puedo
surtir en tres colores, la cantidad que usted necesite. La fama de este
restaurant irá en aumento.” El propietario dijo, “Pero sería incosteable.” Abel le dijo, “No, ¿Le parece demasiado pagar por cada perla autentica un franco?” El
propietario dijo, “Emm, me gustaría
verlas.”
Poco después Abel regresó al lado del capitán Lyndon, diciendo, “Creo que haré un buen negocio con el señor
Carrier. Por lo pronto le vendí las perlas que traía…y no tendremos que pagar
la cuenta.” El capitán dijo, “Es
usted muy astuto, señor Behenna. ¡Llegará muy lejos!” El siguiente viaje
del Estrella del Mar no fue tan tranquilo y apacible. Al paso de dos semanas se
declaró abordo una epidemia de escorbuto. El capitán dijo a Abel, “Fue ese condenado francés que se enlistó en
Marsella, quien contagió a cinco tripulantes.” Abel dijo, “Algo tenemos que hacer capitán.” El capitán
dijo, “Rezar, por lo pronto no hay quinina suficiente en el botiquín. Tenemos
que hacer escala en Tobruk. Y habrá problemas. En ningún puerto es bien
recibido un barco en estas condiciones.” Aquella noche fue arrojado al mar
el primer cadáver. El mismo Abel estuvo a punto de morir. Deliraba casi todo el
tiempo, diciendo, “El once de abril…si me
serás fiel…durante mi ausencia…” Al recobrar el conocimiento y la lucidez,
se sintió muy débil. Una mujer lo despertó dándole de comer, y diciendo,
“Pudimos salvarlo, gracias a Dios.” Abel desconcertado dijo, “¿En dónde estoy?” La mujer dijo, “En la misión de San Jorge…lo trajeron hace
una semana inconsciente.” Abel preguntó, “El capitán Lyndon?” La mujer le dijo, “Ha venido a verlo todos los días. Se ha preocupado mucho por usted.”
La
tripulación reposaba de los estragos de la enfermedad. Los nativos limpiaban la
cubierta y los camarotes empleando un fuerte desinfectante. Lyndon consiguió
reclutar algunos marinos y días después el Estrella del Mar reanudaba su viaje.
Abel se despidió de la mujer que le atendió durante su convalecencia, “¡Gracias Florence! Siempre la recordaré,
se lo aseguro.” Al fin, semanas después hicieron escala en Bunguran. Más
tarde Abel se encaminó a la taberna donde casi tenia la seguridad de encontrar
a Hans Venmalle. Abel lo encontró, “¿Qué
tal compañero?¿Me invitas una copa?” Hans dijo, “Creí que nunca volverías por esta maldita isla, Behenna…siéntate. Te
tomarás una botella.” Una vez sentados tomando, el holandés se veía
preocupado. Abel dijo, “¿Qué te preocupa,
viejo lobo?” Hans dijo, “¡Bah! Se
acabó todo…¡ Debo mucha plata! Si no pago mañana mismo, el gobierno de las
islas me embargará la propiedad…y se acabará ese sueño loco de cultivar perlas.
Por cierto, cada día salen más perfectas.” Abel le dijo, “¿Cuánto necesitas?” Hans dijo, “¡Hum! Setenta libras malayas.” Abel dijo,
“Cuyo equivalente en libra inglesa son…treinta y cuatro.”
Abel
no lo pensó más, sacó la cartera de su bolsillo, y dijo, “Aquí tienes cuarenta libras, a cuenta de las perlas que me llevaré a
Europa, las recogeré al regresar de Pahang.” Hans le dijo, “Tú eres un buen amigo. Con cala te
escogeré las mejores.” Abel dijo, “¡Salud
Hans!” El barco siguió su ruta pero al cruzar por el mar de China el
capitán divisó a lo lejos con su catalejo diciendo, “¡Es una maldita horda de piratas malayos!” De pronto Abel no
comprendió, pensando, “Es un puñado de
barquichuelos. No veo porqué el capitán tenga que alarmarse.” El capitán
gritó, “¡Preparen el cañón de proa!”
El timonel intentó alejarse pero en cuestión de minutos los veloces juncos
rodearon el barco. Se escuchó una voz con acento extraño: “¡A rendirse ingleses!” La respuesta de Lyndon fue contundente, “¡Al infierno ratas!” Los piratas de
Malasia eran temidos por el arrojo y la fiereza con que acosaban a sus
víctimas. Cuando el capitán vio que los malayos abordaban su barco, pensó, “No tenemos armas suficientes. Quizá debí
rendirme…Son muchos.” Hasta entonces Abel recapacitó en lo absurdo que
había sido resistir. Los tripulantes del, Estrella del Mar, no llegaban a veinte.
Abel gritó, “¡Capitán Lynton!¡Cuidado!”
La muerte del capitán fue instantánea. Varios brazos cayeron sobre Abel Behenna
sometiéndolo con brutalidad. Los marineros sobrevivientes optaron por rendirse,
en un pandemónium de gritos y risas. Ya como prisionero, Abel notó a una mujer
entre los piratas, y pensó, “Esa mujer es
la que da las órdenes.” Las bodegas del navío eran vaciadas con una rapidez
sorprendente. En algún momento, la jefa de los piratas reparó en su presencia.
Abel pensó, “Están hablando de mi.”
Tres botes salvavidas fueron arriados al mar, y los marineros prisioneros se
fueron instalando en ellos. Al verlos desde cubierta, Abel pensó, “Los abandonan a la buena de Dios, sin agua
ni alimentos…¿Y qué harán conmigo?” Poco después las velas del Estrella del
Mar comenzaban a ser relamidas por le fuego estando Abel ahí aún en cubierta.
Oscurecía con rapidez. Un pirata se acercó al europeo, gritando órdenes que él
no podía comprender. Abel pensó al verlo, “¡Maldito
seas!” Lo obligaron a abordar uno de los juncos mientras reflexionaba en el
brusco giro de su destino.
Pasaron más de seis meses sin que Sarah Trefusis recibiera otra carta de
su prometido. Sarah pensó, “¿Le habrá
sucedido algo?” Eric buscaba su compañía casi a diario con una
perseverancia pocas veces vista. Le llevó un ramo de flores y Sarah dijo, “¡Qué lindas!” Sus esperanzas renacían.
Un día, mientras ambos daban un paseo, Eric le preguntó, “¿Si Abel no vuelve, te casarás conmigo?” Sarah dijo, “Sí, por supuesto…pero falta más de un año
para que el plazo se cumpla.” Sarah, tan débil de carácter comenzó a perder
la fe en el novio ausente y a considerar a Eric como el esposo ideal. Sentía
por él un nuevo afecto y hasta comenzó a pensar en Abel como en un obstáculo
para su felicidad. Cuando la visitaba, Eric besaba su mano, diciendo, “Te quiero tanto, no podría dejar pasar un
día sin verte.” El tiempo trascurría y en una isla perdida en el
archipiélago de Malasia, Abel perdió la cuenta de los días en una rutina de
esclavitud, rodeado de nativos ignorantes, sin la menor posibilidad de huir,
pensando, “Debe estar cerca el cumpleaños
de Sarah.” El refugio de la capitana de los piratas, donde Abel moraba,
estaba muy bien protegido, alejado de las rutas de navegación. Abel pensaba, “Pero conservo la esperanza. ¡Voy a escapar
de esta maldita isla!¡Voy a escapar!” había aprendido las palabras
elementales del malayo. En ese momento, la capitana salió en bata y dijo, “Aukunanu Naiko-o.” Poco después, Abel
estaba dándole un masaje. Él era el esclavo favorito de Yajak, la hija del
terrible Najan, heredera de su poder. Ella era una mujer ambiciosa,
acostumbrada a hacerse obedecer. Ya en sus brazos, “Has reunido una fortuna incalculable…¿Y para qué diablos te sirve,
Yajak? Si al menos la disfrutaras…Pero estas sola sin nadie que te ame de
verdad…¿Sabes que podría matarte aquí ahora mismo?” Sus manos rodearon el
cuello de la mujer quien lo miraba con una sonrisa enigmática en los labios.
Abel dijo, “Lo haría con gusto.”
Yajak lo abrazó y le dijo, “Tonto
muchacho.” Se besaron. En ese momento escucharon el escándalo infernal que
hacían varios piratas. Abel pensó, “¿Qué
pasará?” Los piratas alertaron dando aviso a la capitana. La casualidad
llegaba en ayuda de Abel Behenna. Dos cañoneros ingleses habían rastreado a
unos juncos piratas hasta encontrar su escondrijo. En medio de aquella terrible
confusión, los malayos se olvidaron del pequeño grupo de esclavos, quienes
ofrecían una resistencia suicida. Abel favoreció el desembarco de los soldados
ingleses. Él mismo abrió el portón de la fortaleza bajo una lluvia de balas. Se
desató una batalla encarnizada cuerpo a cuerpo. Al fin Yajak y sus piratas
aceptaron la derrota. Cuando Abel se reunió con un soldado ingles le dijo, “Dime compañero, ¿Qué fecha es hoy?”
Y
muy lejos de ahí, en Pencastle, Sarah le preguntó a Eric, “¿En qué piensas?” Eric dijo, “En
que faltan seis meses para tu cumpleaños. Y en todo este tiempo no has vuelto a
tener noticias de Abel. Ya he visto el calendario, tu cumpleaños cae en
sábado.” Redoblando sus esfuerzos Eric había comprado un terreno a la
orilla del pueblo, y un grupo de albañiles trabajaba en la construcción de la
casa. Sarah se había acostumbrado a la idea de que su prometido no regresaría.
Sarah le dijo a Eric en uno de sus paseos, “Tal
vez conoció a otra mujer y se enamoró de ella…”
Al
ser rescatado de la isla de los piratas malayos, Abel pasó por grandes
peripecias para poder trasladarse a Bunguran. Pero encontraba fuerzas para
poder seguir adelante, en el amor tan intenso que le inspiraba Sarah Trefusis.
Abel pensaba, “Hans me ayudará.”
Localizó a su amigo holandés en una de las botánicas a la orilla del estero.
Hans le dijo al verlo, “¡Behenna! Me
preguntaba qué diablos podía haberte ocurrido. Abel le dio un abrazo y le dijo,
“Ya te contaré, viejo lobo, ¿Cómo va el cultivo de ostras?” Hans le dijo, “Mucho mejor, ya comencé a venderlas.” Poco
después conversaban animadamente a la sombra de una enramada. Abel le dijo,
acostado en una hamaca, “Y aquí estoy,
sin muchas posibilidades de regresar a mi patria. Si pudiera llegar a Paris con
las perlas que te compré.” Hans le dijo, “No te preocupes tanto, Behenna. Dentro de unos días pasará por aquí el
Ángela María rumbo a Liverpool. El capitán es buen amigo mío…Me debe algunos
favores, así que no se negará a llevarte, y yo te prestaré diez libras.”
Abel dijo, “¡Estupendo Hans!”
Aún
Abel tuvo que esperar dos semanas. Una tarde abordó el carguero. Abel pensaba, “Pero llegaré a tiempo, a pesar de todo.” Los
días, los mese se fueron encadenando. Cuando faltaban dos semanas para el
cumpleaños de Sarah, Eric Sanson ordenó que le hicieran las amonestaciones para
la boda, en la iglesia de Pencastle. Ella casi había terminado de hacerse su
traje. Ya daba como un hecho que Abel no regresaría. Su madre, al arreglarse su
traje de bodas le dijo, “Está precioso
hija. Un leve ajuste en las mangas.” Eric llegaba a visitarla por la tarde, como de
costumbre. La abrazaba y la besaba en el cuello envolviéndola en un arrebato de
ternura. Pero al pensar en el posible retorno de Abel, en que pudiera
arrebatarle de las manos aquella felicidad, sufría momentos de desesperación.
Eric pensaba, “Ojalá y esté muerto.” Y
la cólera crecía dentro de él, implacable, haciéndole rechinar los dientes;
cerraba los puños con una fuerza brutal, pensando, “Mejor que no se aparezca por aquí.”
Dos
días después, Eric y Sarah fueron a la roca de Flagstaff. El mar estaba en
calma. Se abrazaron y Eric le dijo, “¡Te
amo…te amo con una fuerza que a mí mismo me sorprende!” Pero a lo lejos, en
el horizonte del mar, se veían unas extrañas franjas oscuras. Eric le dijo, “Jamás permitiría que fueras de otro
¡Naciste para mí!” El viento soplaba en ráfagas frías, fue quizá por eso que
Sarah se estremeció, diciendo, “Volvamos
a casa, por favor.” Eric le dijo, “Sí,
pronto tendremos encima el mal tiempo.” Las olas se embravecían y las
gaviotas volaban bajo, lanzando agudos graznidos. Arreció la fuerza del viento.
Cuando llegaron a casa, Eric dijo, “Regresamos
muy a tiempo. Ya están cayendo las primeras gotas de lluvia.” Y la tenue
lluvia pronto se convirtió en una rabiosa, ensordecedora tormenta con
abundantes relámpagos. La madre de Sarah dijo, “¡Dios nos guarde!” Todos estaban de acuerdo en que hacía mucho en
que no se veía un fenómeno semejante. Sarah dijo, “¡Qué forma de llover!” Su madre exclamó, “¡Un auténtico diluvio!” Y las olas alcanzaban una altura
impresionante, devastadora. Los marineros y pescadores de Pencastle subieron a
los arrecifes. En algún momento pudo verse a la luz del relámpago, un barco que
era sacudido por la marejada. Se oía la voz de un marino gritar, “¡Allá, rumbo a Tintagel!”
Los
guardacostas trabajaron de prisa. Con ayuda de los pescadores subieron hasta la
cima de de Flagstaff el aparato lanzacohetes. Uno de los voluntarios dijo, “Quizá puedan ver la entrada de la Bahía. Si
logran entrar al puerto se salvarán.” Pero todo fue inútil. El barco fue a
estrellarse contra la gran roca que había frente a la entrada del puerto. El
rugir de la tempestad ahogó los gritos de todos lo que se hallaban a bordo.
Muchos se arrojaban al mar, en un último intento de salvar la vida. En tierra, el
oficial empezó a organizar a los voluntarios, “¡Estado de Alerta! ¡Hay que formar brigadas para auxiliarlos! ¡Vamos!”
Poco después, en casa de Sarah, Eric escuchó el insistente ulular de la
sirena de la capitanía. Eric dijo, “¡Pasó
una desgracia! Están llamando voluntarios. Iré, tal vez pueda ser útil.”
Millie, la madre de Sarah dijo, “Pero
muchacho, no traes ropa apropiada. ¡Espera!” Millie le prestó una capa
ahulada y un sombrero.” Eric se despidió, “Hasta
mañana. Traten de descansar.” Sarah le dijo, “Cuídate mucho querido.”
Fue
a reunirse con el grupo de salvamento en los muelles. En medio de la tormenta,
Eric escuchó al oficial gritar, “¡Se oyen
gritos por el lado del arrecife!” Solo había una manera de auxiliar a las
víctimas. El líder dijo, “¡Los que tengan
sogas, que las traigan!” Un voluntario dijo, “Desde aquí no se ve a nadie.” La sangre nórdica que Eric llevaba
en las venas, lo impulsó a afrontar el peligro. Eric pidió una soga y dijo, “¡Yo bajaré hacia la boca de las cuevas!
Conozco bien esos lugares, oficial. Hay una roca allá abajo en la que pedo
parapetarme y dese ahí ayudar a quien lo necesite.” El oficial le dijo, “¿Se atreverá a bajar en la oscuridad en
una tormenta como esta?” Eric no contestó, y uno de los voluntarios dijo, “¡Ya traen las sogas!” Eric había
descendido por el cantil en tres ocasiones, solo por el gusto de hacerlo. Su
osadía y fortaleza física le ayudaban. Mientras descendía, Eric gritó, “¡Suelten cabo!” Al pie del farallón de
roca. El estruendo de las olas era ensordecedor. Pronto llegó a la saliente
peña, encima de las cuevas de las focas. Eric pensó, “La marea ha subido.” Se amarró el extremo de la soga a la
cintura. En ese lugar se encontraba en relativa seguridad. Aunque las aguas,
debajo de él, parecías hervir como en un caldero, le pareció escuchar un grito ahogado
muy débil. Eric gritó, “¡Calma, le
ayudaré!” Eric lanzó la cuerda a dónde le pareció ver, a la luz de un
relámpago, un rostro agitándose entre la espuma. La cuerda se tensó. Alguien
había recogido la punta. Eric gritó, “¡Átela
a su cintura!¡Yo tiraré!” Con precaución, Eric se acercó a la orilla de la
roca. Empezó a recuperar la cuerda…y pronto tuvo la sensación de que el
naufrago se hallaba muy cerca. De pronto lo iluminó un relámpago. Uno y otro
pudieron distinguirse. La sorpresa petrificó a Eric. No podía creer en tan
asombrosa coincidencia. Eric dijo, “¡Abel!”
Abel dijo, “¡Eric!” Abel pensó, “¡Ha regresado!” Una imagen surgió de lo
más recóndito de su memoria. Eric recordó cuando él estuvo a punto de caer en
el desfiladero, y Abel lo salvó. Pero en ese instante, una llamarada de odio
consumió el corazón de Eric. Todas sus esperanzas eran destruidas por el
regreso de Abel Behenna. Era un momento decisivo, el naufrago sonreía confiado
al reconocer la mano que lo salvaba. Eric lo soltó de pronto dejando que la
cuerda se escurrirá entre sus manos. Enseguida intentó recuperar el cabo, pero
era demasiado tarde. Eric dijo, “¡Abel!”
Entre el fragor de las olas volvió a escuchar un grito desesperado, “¡Yiaaagh!” Eric pensó, “¡Dios mío!” Ahí permaneció todavía
algunos todavía algunos minutos, pensado, “Nada…y
pude haberlos salvado…¡Soy un asesino!” Con el peso de una horrible
desesperación comenzó a trepar por la soga, rápido sin pensar en el peligro que
le mismo corría. Quería estar entre otras personas, y que sus voces pudieran
acallar el grito de Abel Behenna, que aun resonaba en los oídos. Pronto llego a
la cima de los arrecifes. El oficial le dijo, “¿Encontró a alguien?” Eric dijo, “A nadie.” El oficial le dijo, “Temíamos
que hubiera caído al agua, está muy pálido.” No podría explicar nunca como
había dejado que su antiguo camarada fuera devorado por el mar. El oficial
dijo, “Parece que aquí ya nada tenemos
que hacer.” Esperaba enterrar el asunto para siempre con una mentira y
librarse así de su peso. Se despidió murmurando unas palabras. El resto de la
noche estuvo tendido en su cama, sin moverse con los ojos fijos en el techo,
pensado, “Me parece ver su rostro,
brillando a la luz del relámpago.” Por la mañana los restos del naufragio
llegaron hasta el puerto. Fueron recogidos once cadáveres. Los días
trascurrieron sin más incidentes. Eric pensó, “Nunca apareció su cuerpo.”
Llegó la mañana tan esperada. Ansiosamente Sarah y Eric caminaron hasta
el altar de la adornada iglesia. En los ojos del muchacho brillaba una salvaje
chispa de triunfo. Frente al altar Eric pensaba, “¡Abel no puede reclamarla ya…ni vivo ni muerto!” Pero aún durante
el brindis, en la modesta celebración, no se le vio alegre y jovial, sino más
bien taciturno. Ya cerca de la media noche el matrimonio se retiró a su nuevo
hogar. Al entrar a la casa, Sarah dijo,
“Por favor, enciende todas las luces.” Hasta ellos llegaba el rumor de las
olas cuando de pronto se abrió la puerta. Abel Behenna retornaba para impedir
que se consumara la traición. Sarah retrocedió, con el más angustioso temor
reflejado en el rostro. Eric con el rostro lleno de terror dijo, “¡Tú!¡Tú maldito, estás muerto!” Sarah
perdió la razón aquella noche, y nadie más pudo saber lo que ocurrió, ni
explicar la extraña desaparición de Eric Sanson.
Tomado de Novelas Inmortales. Año
X, No. 475, Diciembre 24 de 1986. Guión: Javier Reyna G. Adaptación: Remy
Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.