Miguel de Cervantes Saavedra, nació en Alcalá de Henares, el 29 de septiembre de 1547 y murió en Madrid, 22 de abril de 1616, a la edad de 68 años. Cervantes fue un soldado, novelista, poeta y dramaturgo español.
Es considerado una de las máximas figuras de la literatura
española y universalmente
conocido por haber escrito Don Quijote
de la Mancha, que muchos críticos han descrito como la primera novela moderna y una de
las mejores obras de la literatura universal, además de ser el libro más
editado y traducido de la historia, sólo superado por la Biblia. Se
le ha dado el sobrenombre de “Príncipe de los Ingenios.”
Se trata de doce novelas cortas que siguen el modelo establecido en Italia. Su denominación de ejemplares obedece al
carácter didáctico y moral que incluyen en alguna medida los relatos.
Cervantes se jactaba en el prólogo de haber sido el primero en escribir en castellano este tipo de novelas al estilo italiano:
A esto se aplicó mi
ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más que me doy a entender, y es
así, que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas
novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras,
y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró, y
las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la imprenta.
Se suelen agrupar en dos series: las de carácter idealista y las de carácter realista. Las de carácter
idealista, que son las más próximas a la influencia italiana, se caracterizan
por tratar argumentos de enredos amorosos con gran abundancia de acontecimientos, por la
presencia de personajes idealizados y sin evolución psicológica y por el escaso
reflejo de la realidad. Se agrupan aquí: El Amante Liberal, Las Dos Doncellas, La Española Inglesa, La Señora
Cornelia y La Fuerza de
la Sangre. Las de carácter realista atienden más a la
descripción de ambientes y personajes realistas, con intención crítica muchas
veces. Son los relatos más conocidos: Rinconete y
Cortadillo, El Licenciado
Vidriera, La Gitanilla, El Coloquio
de los Perros o La Ilustre Fregona. No obstante, la
separación entre los dos grupos no es tajante y, por ejemplo, en las novelas más
realistas se pueden encontrar también elementos idealizantes.
Ya que existen dos versiones de Rinconete
y Cortadillo y de El Celoso Extremeño, se piensa
que Cervantes introdujo en estas novelas algunas variaciones con propósitos
morales, sociales y estéticos (de ahí el nombre de «ejemplares»). La versión
más primitiva se encuentra en el llamado manuscrito de Porras de la Cámara, una
colección miscelánea de diversas obras literarias entre las cuales se encuentra
una novela habitualmente atribuida también a Cervantes, La Tía Fingida. Por otra parte, algunas
novelas cortas se hallan también insertas en el Don Quijote, como El Curioso Impertinente o una Historia
del Cautivo que cuenta con
elementos autobiográficos. Además, se alude a otra novela ya compuesta, Rinconete y Cortadillo.
La Señora Cornelia
de Miguel de Cervantes Saavedra
En la hermosa ciudad de
Salamanca, se encuentra una de las universidades más prestigiosas de España.
Allí, en el año de 1650 estudiaban Juan de Gamboa y Antonio de Inzunza, dos
jóvenes de ricas y distinguidas familias. Ambos procedentes de Vizcaya, se
habían hecho grandes amigos. Un día, mientras ambos platicaban bajo un árbol,
Antonio dijo, “Juan, estoy harto de tanto
estudio. No nací para ser abogado.” Juan le dijo, “Yo tampoco. Ya no soporto estar encerrado y en medio de tantos
libros.” Antonio dijo, “¡Qué
maravilloso seria poder viajar y conocer el mundo!” Juan le dijo, “Ni lo digas, que me dan ganas de partir
ahora mismo.” Antonio le dijo,
“¡Siempre he soñado con ir a Flandes!¡Las mujeres de allí son muy bellas!”
Juan respondió, “¿Y qué nos detiene? Nos
acaba de llegar la mensualidad que nos envían nuestros padres. Con eso y
nuestros ahorros nos alcanzará para viajar por algún tiempo.” Antonio le
preguntó, “¿Hablas en serio?” Juan
dijo, “¡Claro amigo! Ambos tenemos 24
años. Es nuestra oportunidad.”Antonio respondió, “Pero…nos falta tan poco para terminar los estudios…” Juan dijo, “No pienses en eso, vamos. ¡Anímate!” Antonio
dijo, “Pero, tu padre y el mío decidieron
que fuéramos abogados para seguir la tradición familiar. Ni a ti ni a mí nos
consultaros. Pues bien, nos iremos sin preguntarles.” Juan le dijo, “¡Así se habla!¡Adiós libros, exámenes, y
noches en vela!” Antonio dijo, “Partiremos
hoy mismo, pero antes escribiremos a nuestras familias comunicándoles nuestra
decisión.” Juan dijo, “Y como cuando
reciban las cartas ya estaremos en camino, nada podrán hacer.”
Si meditarlo más, pusieron en
práctica el proyecto y un mes después, un día, ambos dialogaban en su cuarto de
posada, estando ya en Flandes, acostados cada quien en su cama. Entonces
Antonio comentó, “La verdad Juan, Flandes
no me parece tan atractivo como imaginaba.” Juan respondió, “Acabamos de llegar, ya veras, pronto
descubriremos su encanto.” Transcurrieron los días y la ciudad tranquila
como nunca, nada les ofrecía. Una día, Juan le dijo a Antonio, “Llegaron cartas de nuestros padres.” Antonio
dijo, “Ya me imagíno lo que nos dirán.”
Cada quien leyó su carta, y Juan dijo, “Mi
padre está furioso. Lo menos que dice es que soy un mal hijo y un
irresponsable.” Antonio le dijo, “No
creo que esté más enojado que el mío. La verdad siento haberle dado esta
tristeza.” Juan dijo, “Yo también
creo que debimos reflexionar un poco antes de dejar la universidad.” Antonio
dijo, “Ya es tarde. Nada sacamos con
lamentarnos.” Juan precisó, “Tienes
razón. Salgamos, necesitamos una copa que nos reanime.” Antonio dijo, “Me parece que ni una botella me levantara
mi ánimo.”
Ambos fueron a una taberna
cercana, se sentaron en una mesa, y comenzaron a beber vino. Juan dijo, “Amigo, no sabes cómo lamento lo mal que nos
hemos portado con nuestros padres.” Antonio dijo, “El mío me dice que mi madre no ha dejado de llorar desde que recibió
mi carta.” Juan dijo, “Somos un par
de malagradecidos y…¿Eh?” Enseguida un hombre tumbó accidentalmente el
tarro de vino de la mesa. Antonio se levantó y dijo, “¡Cuidado!¡Tonto, mire lo que hizo!” El hombre dijo, “¿A mí me dijo tonto?” Antonio lo empujó
y dijo, “¡A ti, pedazo de bestia!”
Otro hombre se levantó y golpeó a Antonio, diciendo, “¡Cómo te atreves a empujar a mi amigo!” Juan salió en defensa de
Antonio, y le dio un golpe en su espalda al hombre con la silla. En un momento
la pelea se generalizó. Aunque Juan y Antonio se defendían, no dejaban de
recibir lo suyo. Uno de los hombres gritó, “¡Viene
la guardia!” Juan dijo, “¡Antonio,
huyamos! No la pasaremos bien si nos detienen.” En medio de la confusión
lograron salir, pero uno de los guardias los vio y gritó, “¡Detengan a esos dos!” Juan dijo, “Corre Antonio que nos alcanzan.” Antonio dijo, “Si salimos de ésta, juro por mis
antepasados que no volveré meterme en un
lio semejante.”
Casi sin aliento ambos
lograron llegar a la posada donde se hospedaban. Antonio dijo, “¡Cielos! Me duele la cara, ¡Buen puñete
me dio ese tipo!” Juan dijo, “¿Y qué
me dices de mi ojo? Apenas puedo abrirlo.” Antonio dijo, “Pasará por lo menos una semana antes de
que podamos salir a la calle.” Juan le dijo, “En cuanto nos repongamos de éstos golpes, no iremos de aquí. ¿Estás de
acuerdo?” Antonio dijo, “¡Completamente!
Regresaremos a Salamanca y terminaremos nuestros estudios.” Un día,
mientras ambos convalecían de sus heridas, en su alcoba descansando, Antonio
dijo, “Juan, ¿Qué tal si en lugar de
irnos directo a España, pasamos por Italia? Podríamos recorrer las bellas
ciudades de ese país. Quizá nunca tengamos otra oportunidad para conocerlas.”
Juan dijo, “Tienes razón, nos queda en el
camino…¡Sí, iremos a Italia!”
Ya ambos decididos,
organizaron el viaje y en cuanto les fue posible, abandonaron Flandes, ambos a
caballo. En Italia recorrieron Roma, Florencia, Pisa, Génova. Finalmente se
detuvieron en Bolonia. Visitaron la Universidad de Bolonia y Juan dijo, “Ésta universidad es excelente. Su fama es
reconocida por toda Europa.” Antonio dijo, “¿Y si nos quedamos a terminar aquí nuestros estudios?” Juan dijo, “Es la mejor idea que has tenido en toda tu
vida. Cuando se enteren nuestros padres se pondrán felices.” Antonio dijo, “Y nuestros padres nos perdonarán nuestro
anterior arrebato.” Los jóvenes no se equivocaban, porque semanas después,
ambos leían sus cartas en una taberna de Bolonia. Juan leyó su carta y dijo, “Mi padre está encantado. Se siente
orgulloso de mí y me envía dinero para mis gastos. Dice que debo instalarme con
todas las comodidades y lujos que requiere mi apellido.” Antonio dijo, “El mío dice lo mismo. Bueno, rentaremos una
casa, tomaremos criados y mediaremos el estudio con algo de diversión.”
Ambos no tardaron en iniciar
su nueva vida, haciéndose de muchas y buenas amistades. Sin descuidar el
estudio, no perdían ocasión de divertirse pues eran requeridos en fiestas y
reuniones. Una tarde que platicaban con unos amigos, llamados Pedro y Rodrigo,
Juan les dijo, “Anoche bailé con la mujer
más bella de Bolonia.” Pedro dijo, “Imposible,
Cornelia Bentibolli no estuvo en la fiesta.” Juan respondió, “No me refiero a Cornelia sino a María de
Ansorio.” Pedro le dijo, “¡Ah! No hay
duda que es bonita, pero no se puede comparar con Cornelia.” Juan precisó, “Exageras, Pedro. No creo que otra mujer
tenga los ojos, el talle y el rostro de María.” Pedro insistió, “Te aseguro que Cornelia es más hermosa. Sus
ojos son dos esmeraldas, su pelo es seda pura, sus manos…”
Antonio dijo, “Tengo que conocer a esa beldad y comprobar si son verdad tantos elogios.” Juan dijo, “Lo mismo digo. Apuesto a quien quiera que no es más bella que María.” Pedro les dijo, “Yo aceptaría la apuesta, pero no va a ser posible que la vean.” Juan preguntó, “¿Porqué?” Pedro explicó, “Porque está bajo el amparo y cuidado de su hermano Lorenzo Bentibolli desde que quedaron huérfanos. Cornelia es descendiente de la antigua familia Bentibolli, quienes algún tiempo fueron señores de Bolonia.” Rodrigo agregó, “Sus padres murieron hace diez años y les dejaron una gran fortuna que administra Lorenzo.” Juan dijo, “¿Y acaso eso es un impedimento para admirar a esa joven?” Pedro dijo, “Lo que sucede es que Cornelia es tan recatada que no sale jamás de su casa.” Rodrigo agregó, “Y su hermano la cuida con tanto celo, que no permite que se presente anta nadie sin estar él.” Antonio dijo, “Siendo así, ¿Cómo saben que es tan bella?” Pedro explicó, “Porque yo la vi una vez en la casa de una tía mía. Doy fe de que jamás he mirado a una mujer tan hermosa.” Juan dijo, “Yo tengo que conocerla. ¿No va a misa?” Rodrigo dijo, “Rara vez, ya que en su propiedad tienen una capilla.” Antonio preguntó, “¿Y no asiste a bailes ni fiestas?” Rodrigo explicó, “Solo en contadas ocasiones y a lugares muy exclusivos donde se reúne lo más selecto de Bolonia.” Antonio dijo, “De todas formas no descansare hasta conocer a esa beldad. ¿Estás de acuerdo Juan?” Juan dijo, “Completamente. No sería justo que abandonáramos Bolonia sin haber visto a la flor más linda del lugar.” Pedro les dijo, “¡Allá ustedes! Les aseguro que fracasaran en su intento.”
Antonio dijo, “Tengo que conocer a esa beldad y comprobar si son verdad tantos elogios.” Juan dijo, “Lo mismo digo. Apuesto a quien quiera que no es más bella que María.” Pedro les dijo, “Yo aceptaría la apuesta, pero no va a ser posible que la vean.” Juan preguntó, “¿Porqué?” Pedro explicó, “Porque está bajo el amparo y cuidado de su hermano Lorenzo Bentibolli desde que quedaron huérfanos. Cornelia es descendiente de la antigua familia Bentibolli, quienes algún tiempo fueron señores de Bolonia.” Rodrigo agregó, “Sus padres murieron hace diez años y les dejaron una gran fortuna que administra Lorenzo.” Juan dijo, “¿Y acaso eso es un impedimento para admirar a esa joven?” Pedro dijo, “Lo que sucede es que Cornelia es tan recatada que no sale jamás de su casa.” Rodrigo agregó, “Y su hermano la cuida con tanto celo, que no permite que se presente anta nadie sin estar él.” Antonio dijo, “Siendo así, ¿Cómo saben que es tan bella?” Pedro explicó, “Porque yo la vi una vez en la casa de una tía mía. Doy fe de que jamás he mirado a una mujer tan hermosa.” Juan dijo, “Yo tengo que conocerla. ¿No va a misa?” Rodrigo dijo, “Rara vez, ya que en su propiedad tienen una capilla.” Antonio preguntó, “¿Y no asiste a bailes ni fiestas?” Rodrigo explicó, “Solo en contadas ocasiones y a lugares muy exclusivos donde se reúne lo más selecto de Bolonia.” Antonio dijo, “De todas formas no descansare hasta conocer a esa beldad. ¿Estás de acuerdo Juan?” Juan dijo, “Completamente. No sería justo que abandonáramos Bolonia sin haber visto a la flor más linda del lugar.” Pedro les dijo, “¡Allá ustedes! Les aseguro que fracasaran en su intento.”
Desde ese día, Juan y Antonio
rondaron a toda hora la casa de Cornelia. Un día, mientras ambos hacían una
ronda, Antonio dijo, “Ni una ventana
abierta. Es como si nadie viviera en el interior.” Juan dijo, “¿No se habrán burlado de nosotros Pedro y
Rodrigo?” Antonio dijo, “No. Hoy
hablé con Rodrigo y me dijo que Cornelia tiene fama de ser la más hermosa y
honrada mujer de Bolonia.” Juan dijo, “Entonces
vale la pena intentar verla. No nos daremos por vencidos. Alguna vez tendrá que
salir.” Pero el empeño que pusieron fue en vano, y con el pasar de los
meses, el deseo fue menguando. Un día, Juan dijo, “Tengo mucho que estudiar. Hoy no iré a hacer guardia a casa de
Cornelia.” Antonio agregó, “Yo
tampoco. Quedé de reunirme con Joaquín para estudiar.” Así, entre estudios
y entretenimientos, fueron olvidando a la famosa beldad. Una noche, Juan dijo a
Antonio, “Voy a ir a caminar un poco, ¿Me
acompañas?” Antonio dijo, “Aún no
termíno. Véte y te alcánzo en la taberna.” Juan le dijo, “De acuerdo, pero no te tardes mucho. Quiero
dormir temprano hoy.” Antonio dijo, “Descuida.
Antes de un hora me reúno contigo.”
Juan salió, y respirando el
fresco aire de la noche, avanzó por las oscuras calles y de pronto, escuchó una
voz, “¡Pst!¡Pst!” Juan volteó y dijo,
“¿Eh?” Una mujer, envuelta en una
sabana, le llamaba. Juan retrocedió unos pasos, y la mujer le dijo, “Toma Fabio. Haz como te indiqué y luego
regresa. Date prisa, ya sabes el peligro en que estamos todos.” Juan, lleno
de confusión, dijo, “Oiga.” Pero la
mujer desapareció inmediatamente. Juan pensó, “¿Qué significa esto? No entiendo nada.” Un niño empezó a llorar, “¡Bua!¡Bua!” Juan dijo, “¡Madre del cielo!¡Lo que tengo en mis
brazos es una criatura! ¿Qué voy a hacer con ella? No me atrevo a llamar y
entregar y regresarla…la mujer habló de un peligro. La llevare a la casa y le
pediré a la criada que la cuide mientras intento arreglar el equívoco.” Más
tarde Rosa, la criada de Antonio y Juan, recibió a Juan, diciendo, “Señor Don Juan, ¿Usted con un bebé?”
Juan dijo, “Deja de asombrarte Rosa, y
tómalo. ¿Está Antonio aún en casa?” Rosa dijo, “No señor. Salió hace unos
minutos.” Juan dijo, “Entonces vamos a
mis habitaciones.”
Minutos después, el bebe
lloraba en la cama. Rosa dijo, “Jamás ví
un bebé más hermoso, señor. Sus ropas son muy finas. No hay duda de que sus
padres son gente de dinero y clase.” Juan dijo, “Seguro llora de hambre. Hay que darle de comer. ¿Puedes encargarte de
él Rosa?” Rosa dijo, “Por supuesto
señor. ¿Quién no va a querer cuidar a un querubín como este?” Juan dijo, “No vayas a decir a nadie que yo lo traje. Te daré un dinero extra por
este servicio.” Rosa le dijo, “Muchas
gracias señor. Conmigo su secreto está bien guardado.” Juan le explicó, “Ese niño no es mío. Si eso es lo que
insinúas, lo encontré…no vale la pena explicártelo.” Rosa dijo, “No, claro que no señor.” Juan le dijo, “Tengo que salir. No tardaré mucho. Vete a
tu habitación y llévate al niño contigo.” Rosa pensó, “Si no es su hijo, ya averiguaré
de quién es. Éste asunto me interesa.”
Juan partió y al acercarse al
lugar donde recibió al bebé, vio a un grupo de espadachines peleando. Juan
pensó, “Allí se están batiendo, y son
cuatro contra uno.” El espadachín solitario dijo, “¡Traidores, no me mataran!” Juan empuñó su
espada y dijo, “Un solo hombre se
defiende contra varios. Yo lo ayudaré.” Sin saber en qué causa se metía,
Juan arremetió con su espada. Juan dijo al espadachín solitario, mientras
peleaba, “¡Caballero lucharé a su lado
contra estos cobardes y traidores!” Uno de los enemigos dijo, “Aquí no hay ningún traidor ni cobarde. Solo
quien quiere rescatar la honra perdida.” No se dijo más y las espadas
hablaron por ellos. El espadachín solitario fue herido. Juan dijo, “¡Atrás, mi acero vengara a mi compañero!”
Pero no era bastante su valentía para atacar y defenderse. Juan se veía perdido
cuando, uno de los vecinos gritó, “¡Guardias!¡Guardias!¡Aquí
se matan!” La intervención de los vecinos no podía ser más oportuna. Uno de
los espadachines del grupo dijo, “¡Vámonos!
No es conveniente que nos vean los soldados.” Los espadachines
desaparecieron en las sombras de la noche. Juan se acercó al hombre herido, y
dijo, “¡Cómo!¿No está herido?” El
hombre dijo, “No. Gracias a Dios la
espada chocó en el peto que protege mi pecho. Caballero, mucho agradezco su
intervención. Sin su ayuda seguramente habrían acabado conmigo. Dígame su
nombre para saber a quién debo estar eternamente en deuda.” Juan le dijo, “Me llamo Juan de Gamboa, español de
nacimiento y estudiante de derecho en esta ciudad.” El hombre dijo, “Don Juan, es usted un valiente y un hombre
de bien.” Juan dijo, “¡Alguien
viene!¿Serán ellos otra vez?” El hombre dijo, “No. Es mi gente. Le ruego se vaya, pues debo arreglar un asunto del
que no puedo hablarle.” Juan le dijo, “Bien,
ojalá pueda solucionar sus problemas, que al parecer son graves caballero.”
Juan se alejó sin más
despedida, pensando, “Es mejor que
regrese a casa. Éste barrio está demasiado revuelto ésta noche. Ya veré mañana
que hacer con la criatura.” Juan apresuró el paso y de pronto dijo, “¡Antonio!” Antonio le dijo, “¡Juan, que bueno que te encuentro! No vas a
creer cuando te cuente lo que me ha sucedido.” Juan le dijo, “Yo también tengo novedades, y no creo que
lo que me digas, sea más extraordinario que lo mío.” Antonio le dijo, “Ya veremos.” Antonio comenzó a nárrale,
“Al poco tiempo que saliste, decidí
seguirte y muy cerca de aquí, vi un bulto que resulto ser una mujer, la cual me
dijo, ‘Señor, ¿Por ventura es usted extranjero o de esta ciudad?’ Yo le dije, ‘Soy
extranjero. Vengo de España, y estudio en esta ciudad.” La mujer me dijo, ‘Gracias
al cielo que no quiere que muera sin sacramentos.’ Entonces le pregunté, ‘¿Está
herida o enferma, señora?’ Ella me dijo, ‘Muy mal me encuentro. ¡Por piedad
ayúdeme, que apenas puedo tenerme en pie!’ Yo le dije, ‘Venga conmigo. Las
llevare a mi casa. Allí podre socorrerla.’” Antonio siguió narrando a Juan,
“La conduje hasta nuestra casa y la llevé
a mi recamara, pensando, ‘Se ha desmayado. Tengo que hacerla volver en sí.’ Le
descubrí el rostro y pensé al verla, ‘¡Oh!¡En toda mi vida he visto una mujer
más hermosa que esta! ¡Es casi un ángel!’ Tratando de superar la impresión por
tanta belleza, la hice oler sales y despertó diciendo, ‘Señor, ¿Usted me
conoce?’Yo le dije, ‘No, nunca antes tuve la fortuna de admirar un rostro como
el suyo.’ La mujer me dijo, ‘Esta belleza ha sido mi perdición y mi desdicha.
Por piedad, permita que me quede aquí y no déje que nadie me vea.’ Yo le dije,
‘No temas. Nadie entrará.’ Ella me dijo, ‘¡Ayúdeme! Vaya al mismo lugar donde
me encontró y si ve a dos hombres cerca de allí peleando, trate de poner paz.
Porque cualquiera de las partes que salga dañada, será un dolor para mí.’ Yo le
dije, ‘No llore, señora. Iré a hacer lo que me pide y no tardaré en regresar
con buenas noticias.’” Antonio siguió su narración, diciendo, “La dejé encerrada y ahora me dirijo a
tratar de poner paz en una pelea que ni siquiera sé dónde se efectúa.” Juan
preguntó, “¿Eso es todo?” Antonio
dijo, “¿Te parece poco? Tengo en mi
habitación a la mayor belleza que ojos humanos han visto.” Juan dijo, “La verdad, no deja de ser extraordinario
tu caso; pero ahora escucha el mío.”
Cuando Juan terminó de contar
lo que a él le había ocurrido, Antonio le dijo, “O sea que ahora tenemos en la casa una hermosa desconocida y a un bebé
recién nacido.” Juan dijo, “Exactamente,
y yo ardo en deseos de conocer a esa beldad.” Antonio dijo, “Le prometí que no la vería nadie y antes de
regresar a la casa debo calmar la riña.” Juan le dijo, “Creo que es la misma en la que yo intervine y que ya terminó. En
cuanto a la dama, no faltara oportunidad para que la vea.” Cuando ambos
regresaron a casa, Antonio dijo, “¿De
dónde sacaste ese sombrero?¡Tiene el cintillo de diamantes!” Juan le dijo, “¿Qué dices?¡Estás loco!¡Vaya, lo tomé
creyendo que era el mío! No hay duda que los que peleaban era gente de dinero e
importancia.” Antonio dijo, “Quizá la
bella dama quiera aclararnos algo. Veré si se siente con deseos de hablar.” Juan
no pudo evitar la curiosidad y apenas Antonio abrió la puerta, asomó su cabeza.
Antonio dijo al entrar, “Señora, he
cumplido su encargo.” La mujer dijo, “¡Oh.
Ha venido con usted!” Antonio dijo, “¿Quién?”
Ella dijo, “El duque de Ferrara. ¡Hágalo
pasar, por favor!” Antonio dijo, “Disculpe
señora, pero se equivoca. Conmigo no ha venido ningún duque.” Ella dijo, “Pero si acabo de ver su sombrero.”
Antonio le dijo, “No es el duque quien lo
porta, sino mi amigo Juan de Gamboa. Le haré pasar para que se convenza.”
Juan, que estaba escuchando,
se apresuró a pasar y la mujer dijo al verlo, “¡No, no es él! Señor, ¿porqué tiene usted ese sombrero? ¿Acaso conoce
a su dueño?” Juan dijo, “Cálmese
señora, y permítame explicarle.” Al ver que la bella mujer estaba a punto
de desvanecerse, se apresuró a ponerla al tanto de la riña. Juan dijo, después
de narrar lo sucedido, “Como ve, señora,
el dueño de este sombrero está a salvo y en la pelea nadie salió herido.”
La mujer dijo, “Mucho tengo que agradecerles
y por ello les diré quién soy y porqué solicité ayuda.” Antonio dijo, “Señora, nada la obliga a descubrir su
identidad, pero si quiere desahogar su dolor, la escucharemos y guardaremos el
secreto.” Ella dijo, “Es mejor que
sepan a quien tienen bajo su techo…mi nombre es Cornelia Bentibolli. Al quedar
huérfana, mi hermano Lorenzo se convirtió en ni tutor y guía. Crecí en la más
completa soledad, acompañada solo por las criadas, sin ver prácticamente a
nadie. Hace años se caso una prima, y mi hermano y yo asistimos a la boda. Allí
conocí al duque de Ferrara. Vernos y amarnos fue todo uno. Desde ese día, no sé
cómo, pero los enamorados siempre encuentran la forma, nos vimos a menudo. Él
me decía, ‘Cornelia, te adoro, no puedo vivir sin ti. Te necesito más que el
aire que respiro.’ Yo le decía, ‘Yo también te amo con toda mi alma. Creo que
mi pecho va a estallar por no poder gritar al mundo lo mucho que te quiero.’
Recuerdo que me dijo, ‘Amada mía. Toma este anillo. Desde hoy eres mi esposa.’
Yo le dije, ‘Alfonso, no puedo recibirlo sin que antes hable con mi hermano.’
Él me dijo, ‘Pero me has dicho que es inflexible. Que temes que no acepte
nuestro cariño.’ Yo le dije, ‘Ya no tengo miedo. Por nuestro amor, soy capaz de
rebelarme a sus mandatos.’ Él me dijo, ‘No. Él podría separarnos y seria como
morir. Además, hay otro problema, mi madre.’ Yo le pregunté, ‘¿Qué sucede con
ella?’ Él me dijo, ‘Desea que me case con la hija del duque de Mantua. Como
está muy enferma, no me atrevo a contradecirla.’ Yo le dije, ‘Entonces todo
está perdido para nosotros. ¡Oh, no! ¡Es mejor olvidarnos el uno del otro!’ Él
me dijo, ‘No, mi vida. Nos queremos demasiado. Solo tendremos que esperar un
poco. Mi madre se repondrá y comprenderá…y entonces ella misma me acompañará a
hablar con tu hermano y é no podrá negarse a aceptarme como tu esposo. Pero
entre tanto no posterguemos nuestra felicidad. Somos marido y mujer ante Dios,
y el anillo sella nuestro juramento.’ Era tanto mi amor, que me convenció y me
transformé en su mujer. Hasta que una noche, Alfonso me dijo, ‘¿Qué te sucede
Cornelia? Te ves tan pálida, ¿Has llorado?’ Yo le dije, ‘¡Alfonso, voy a ser
madre!’ Alfonso me dijo, ‘¡Amor mío, un hijo de los dos!¡Me haces el hombre más
feliz del mundo!’Yo le dije, ‘¡Alfonso, no comprendes, mi hermano me matara!’Alfonso
me dijo, ‘No digas eso, confía en mí. ¿Cuándo nacerá nuestro hijo?’Le dije, ‘En
el mes de mayo.’ Alfonso me dijo, ‘Antes de esa fecha, estarás en Ferrona donde
nos casaremos. Yo tengo que partir, porque me han informado que mi madre ha
empeorado, pero regresare lo más pronto posible.’ Yo le dije, ‘Tengo tanto
miedo. Presiento una desgracia.’ Alfonso me tomó y me dijo, ‘No temas, mi amor.
Mi criado Fabio quedará en Bolonia. Con él comunícame cualquier problema.’
Pero transcurrieron
las semanas y Alfonso no volvió. Cuando fui a buscar a Fabio, la institutriz me
dijo, ‘Mi señora, dice Fabio que la duquesa de Ferrara esta cada día peor, y
que el duque no puede separarse de su lado.’ Llena de miedo, le dije, ‘¡María,
Lorenzo mi hermano se dará cuenta de mi estado!’ María le dijo, ‘Ni lo diga, mi
señora. Si su hermano se entera, no sé qué sería de usted y de mi.’ Le dije,
‘¡Qué caro estoy pagando haber cedido al amor!’ Llena de terror, ví acercarse
el mes de mayo. Entonces le dije a María, ‘María, dí a Fabio que vaya a Ferrara
y entregue esta carta a Alfonso.’ Ella me dijo, ‘Ahora mismo voy a buscarlo, mi
señora.’ La respuesta no se hizo esperar, y llegó una carta de Alfonso a los
pocos días. Después de leerla, le dije a María, ‘Alfonso vendrá por mí, y me
llevará a Ferrara donde nos casaremos.’ María preguntó, ‘¿Cuándo señora?’ Yo le
dije, ‘Pasado mañana a las 9 de la noche. Fabio estará rondando la casa todo el
día por si sucede algo.’ María dijo, ‘Confiemos en todos los santos que nada
sucederá.’ Pero parece que la mala suerte me persigue, pues hoy que era el día
señalado, al atardecer, empecé a sentir los dolores del parto. En menos de una
hora, dí a luz un hermoso niño, y le dije, ‘¡Mi pequeño, qué va a ser de ti y
tu madre si llega Lorenzo!¡Nos matara a los dos!’ María dijo, ‘No, mi señora.
Ya hablé con Fabio y le expliqué lo que sucede. Él llevará a un niño a un sitio
seguro.’
Entregué a
mi hijo. Y cuando estaba esperando a que dieran las 9:00, María llegó alarmada,
diciendo, ‘¡Cornelia!¡Dónde está Cornelia!’ Yo le dije, ‘¡Es Lorenzo!¡Viene
furioso! María, ve a ver qué sucede.’ Temblando aguardé, y detrás de la puerta
escuché a l voz de Lorenzo diciendo a María, ‘¡Ven acá traidora! Tú y tu ama
pagarán por haberme deshonrado. ¿Vas a negar que las has ayudado para que se
vea con el duque de Ferrara? ¿Y que ella, olvidando su nombre y su recato se
entregó a él?’Entonces pensé, ‘Esta enterado de todo, tengo que huir.’”
Cornelia terminó su
narración, diciendo, “Salí de casa y fue
entonces cuando me encontré con usted.” Juan dijo, “No comprendo cómo pudo enterarse su hermano.” Cornelia dijo, “Yo me
confié a mi prima en cuya casa conocí a Alfonso. Lorenzo fue a visitarla. Ella
se lo tuvo que haber dicho.” Antonio dijo, “¿También sabia su prima que el duque la aguardaría cerca de su casa?” Ella
dijo, aún postrada en cama, “Sí. Fue una
locura confiar en ella. Nunca me ha querido, pero estaba tan desesperada.”
Juan dijo, “Por eso su hermano con sus
hombres acudieron al lugar donde el duque la aguardaba.” Cornelia dijo, “Así es…y ahora no sé qué habrá sucedido.
¿Dónde estará mi pequeño?” Antonio dijo,
“Señora, creo saber que es de su hijo. Aguarde un momento.” Juan salió y no
tardó en regresar, con un niño envuelto llorando. Cornelia dijo, “¿Y ese niño?” Juan dijo, “Seguramente por las ropas sabrá quién es.” Cornelia
dijo, “¡Mi Hijo!¡Mi Hijo!” Juan dijo
entregándoselo, “Su criada me lo entregó
confundiéndome con Fabio.” Cornelia dijo, “¡Esto es un milagro! Tiemblo de pensar que lo hubiera otra persona.
¡Dios se apiadó de mí! No sé cómo agradecerles por todo lo que han hecho.” Antonio
dijo, “Aún no hemos terminado señora,
pues no nos detendremos hasta verla en completa felicidad.” Cornelia dijo, “No comprendo.” Antonio dijo, “Ahora ya es muy tarde para explicarle. Debe
descansar y reponer sus fuerzas.” Juan agregó, “Y no se preocupe por nada. Aquí está a salvo de cualquier peligro. Lo
dicen dos caballeros españoles.” Detrás de la puerta, la criada María
escuchaba pensando, “¿Quién iba a decir que en esta casa esta nada menos que Cornelia
Bentibolli y con un hijo? Este secreto vale oro. Siempre he querido tener unas
tierras y dejar de servir. Tengo que sacar partido de esto.”
Al día siguiente, Juan y
Antonio desayunaban. Entonces Juan le dijo a Antonio, “Voy a hacer lo que convenimos Antonio. Espero no tardar y traer buenas
noticias.” Antonio le dijo, “Yo no me
moveré de aquí. Es mejor que esté alerta por cualquier eventualidad.” Juan
partió, y dos horas después, un hombre le abría una puerta. Juan le dijo, “Me dijeron que aquí se aloja el duque de
Ferrara.” El hombre le dijo, “Sí,
pero ahora no está.” Juan preguntó, “¿Tardará
mucho en regresar?” El hombre le dijo, “¡Quién
sabe si lo haga! Ésta madrugada vinieron a avisarle que su madre la duquesa
falleció.” Juan pensó, “Esto sí que
es mala suerte. El duque no sabe que ya nació su hijo y el problema en que se
encuentra su amada.” Juan partió
pensando, “Bueno, hay que comunicárselo
lo antes posible. Y creo que la persona indicada para hacerlo soy yo.” Juan
rápidamente regresó a la casa y le dijo a Antonio, “Partiré ahora mismo a Ferrara. Tú te quedarás a cargo de todo
Antonio.” Antonio le dijo, “Vete
tranquilo, que tendrán que pasar por mi cadáver antes que hacerle el menor daño
a la señora Cornelia.”
Tres días después, el
secretario del duque avisaba de la llegada de Juan, diciendo, “Señor duque, un español de nombre Juan de
Gamboa insiste en verle, a pesar de que le hemos dicho que está usted de
duelo.” El duque pensó, “Juan de
Gamboa…es el hombre que me salvó la vida.” El duque dijo, “Que pase.” Juan entro y dijo, “Señor duque, comprendo su dolor y lamento
tener que molestarlo pero es cosa de vida o muerte.” El duque le dijo, “Estoy en deuda con usted y si en algo puedo
servirle cuente con ello.” Juan le dijo, “No soy yo quien lo necesita, sino una dama a quien le ha dado palabra
de matrimonio.” El duque dijo, “¡Cornelia!¿Qué
le ha sucedido?” Juan explicó, “Esa
hermosa joven está desesperada, pues ante el mundo aparece engañada y
deshonrada.” El duque dijo, “Yo no he
engañado a Cornelia, pues la tengo por mi esposa.” Juan dijo, “Pero no han
pasado ustedes por la iglesia.” El duque explicó, “Es verdad. La enfermedad de mi madre me impedía hacer público el
casamiento. Ella deseaba que otra mujer fuera mi esposa y su gravedad no me
permitía contradecirla. Pero la noche en que usted me ayudo, yo iba por
Cornelia y en su lugar apareció su hermano. Usted ya sabe cómo terminó la riña.
Volví desesperado a mi alojamiento y en la madrugada me avisaron de la muerte
de mi madre. Hoy pensaba regresar a Bolonia. Cornelia está a punto de ser madre
y tengo que estar a su lado.” Juan lo interrumpió, “La dama ya dio a luz duque.” El duque se exaltó, y dijo, “¡Cómo!” Juan le dijo, “Hace tres días nació un hermoso niño y la
providencia ha querido que ambos estén bajo mi cuidado y el de un amigo.” Acto
seguido, Juan le contó todo lo que había sucedido. Enseguida, el duque le dijo,
“Estoy doblemente en deuda con usted. No
solo salvó mi vida, sino también a la mujer que amo y a mi hijo.” Juan le
dijo, “No solo es obra mía. Mi amigo
Antonio mucho ha tenido que ver en esto.” El duque le dijo, “Quiero partir ahora mismo para Bolonia.
Mientras usted descanse, amigo.” Juan le dijo, “De ninguna manera. Siempre me ha gustado terminar lo que empiezo.”
Y mientras ellos se dirigían
a todo galope a Bolonia, en la casa donde estaba alojada Cornelia, Antonio
decía a la criada, “Rosa, ¿A dónde vas?”
Rosa, cubierta con un manto, le dijo, “Yo…a
la iglesia. Hace cuatro días que no me confieso.” Antonio le dijo, “Vete, pero no tarde que la señora Cornelia
puede necesitarte.” Ella le dijo,
“Ahora ella duerme. Me daré prisa y estaré aquí antes de que ella despierte.” Al
salir a la calle, la mujer no tomo el camino a la iglesia, y pensó, “Ha llegado el momento de hacerme un buen
montón de oro. No vale menos todo lo que sé.” Rosa se dirigía a la casa del
hermano de Cornelia. Poco después, un sirviente abrió la puerta y dijo, “El señor Bentibolli no recibe a nadie.”
Rosa le dijo, “Estoy seguro que me
atenderá. Dígale que le traigo noticias de su hermana Cornelia.” El hombre
se asombró y le preguntó, “¿Qué
dices?¿Qué sabes de ella?” Rosa le dijo, “Solo al señor se lo diré. Vamos, ve a anunciarme que no tengo tiempo
que perder.” El criado Pedro veloz
corrió a donde su amo. Una vez que le explicó, el duque empuñó su mano y dijo, “Haz pasar a esa mujer, Pedro, ¡Ha,
Cornelia, cuando sepa donde esas, pobre de ti!”
Cuando Rosa entró, el duque
le preguntó, “¿Qué sabes de mi hermana?”
Rosa le dijo, “Mas de lo que el señor se
imagina, pero como se trata de una dama tan principal he sido discreta. ¡Pobre
doña Cornelia, su imprudencia fue muy grande!” El duque dijo, “¡Déjate de rodeos y dime qué sabes!”
Rosa le dijo, “Señor, usted ve que ya soy
vieja. He trabajado toda mi vida y a pesar de ello no tengo ahorrada ni una
moneda. Aunque sé guardar un secreto
como una tumba, nadie me ha premiado nunca por ello.” El duque le dijo, “Sí, comprendo. Quieres dinero, ¿verdad?” La
mujer le dijo, “Si su bondad lo permite y
cree que merezco algo por haber cuidado de su hermana y sobrino…” El duque
dijo, “¿Entonces sabes dónde estás?
¡Dímelo!” Rosa dijo, “Lo llevare con
ella pero antes arreglemos el negocio.” El duque dijo, “¿Cuánto quieres?” Rosa dijo, “Como
es mucho lo que se, creo que merezco lo
suficiente para comprar una casita en donde pasar el resto de mi vida.” El
duque se dio la vuelta, dando la espalda a Rosa, y busco algo en un estante,
diciendo, “Tú no mereces nada pero te
daré una bolsa de oro, pues necesito arreglara cuentas con Cornelia.” Rosa
dijo, “Señor, yo solo quiero servirle.”
El duque arrojó la bolsa al suelo y dijo, “¡Toma!
Ahora llévame con ella.” Rosa se arrodilló para recoger el dinero y le
dijo, “Sí, señor. Lo guiaré hasta la
casa. Y entraré primero y luego usted tocará la puerta. Así yo quedo libre de
sospechas. Nunca he sido una traidora y si vine a hablarle es porque…” El
duque dijo, “Querías dinero. ¡Déjate de
palabrería a vamos!”
Poco después Antonio decía a
Rosa, “¡Ah, ya regresaste!” Rosa le
dijo, “Me quedé a rezar por la señora y su hijo…iré a ver si ya despertaron.”
Inmediatamente alguien tocó la puerta con fuerza. Antonio pensó, “¡Vaya, qué manera de anunciarse! Debe ser
Juan que regresa con buenas noticias.” Apenas abrió la puerta diciendo, “Que se le…” cuando el duque lo
interrumpió, “¿Dónde está Cornelia?”
Antonio le dijo, “¿Cornelia? No sé quién
es y…” El duque entró precipitadamente y empujando a Antonio dijo, “¿Ah, no?” Antonio le dijo, poniéndose
enfrente de él, “¡Espere! No tiene ningún
derecho a…” El duque se detuvo y le dijo, “¡Déjame pasar! Cuando termine con ella me encargaré de ti.”
Antonio dijo, “No voy a permitir…” El
duque le dio un golpe en la cara diciendo, “¡Toma,
por encubridor!” Antonio cayó al suelo. El duque le dijo, “¡Y aún no termino contigo!”
En la recamara de Cornelia,
se escuchabas todo lo que sucedía. Cornelia dijo, “¡La voz de mi hermano!¡Virgen Santa ampáranos!” Cuando el duque
entró al cuarto, Cornelia dijo, “¡Dios,
ten misericordia de mi!” Lorenzo dijo, “Bien
haces en pedirla, porque yo no la tendré.” Lorenzo la tomó y levantó su
mano. Cornelia dijo, “¡Lorenzo piedad!” Lorenzo
le dijo, “¡Maldita has destruido nuestro
honor, mancillando el nombre de nuestros padres!” Lorenzo le dio un golpe,
diciendo, “¡Tú y ese bastardo merecen la
muerte!” Cornelia se arrodilló y le dijo, “¡Nooo, mi hijo no! Él no es culpable!” Lorenzo le dijo, “¡Es un hijo de la deshonra, del engaño!”
Cornelia se cubrió la cara con las manos diciendo, “Lorenzo, por la memoria de nuestros padres.” Lorenzo tomó su
espada, diciendo, “¡No los nombres! ¡No
tienes derecho! Cuando termine contigo, iré a buscar a ese canalla. Solo
mereces la muerte y eso tendrás.” Lorenzo levantó su espada, cuando escuchó
una orden, “¡Detente!” Cornelia dijo,
“¡Alfonso!” Lorenzo volteó, y dijo, “¡Maldito, cómo te atreves! Pagarás…”
Alfonso le dijo, “¡Lorenzo de Bentibolli,
yo el duque de Ferrara no permito que maltrates a mi esposa! Cornelia y yo
estamos casados por un juramento que hicimos ante la cruz, y ahora un sacerdote
bendecirá esa unión.” Alfonso tomó a Cornelia de los hombros y le dijo, “Cornelia, adorada mía, perdóname por no
haber estado contigo en los terribles momentos que has tenido que pasar.” Cornelia
le dijo, “¡Oh, Alfonso, qué importa ya
nada…! Nuestro hijo…” Alfonso dijo,
“¡Hijo, qué inmensa emoción siento al ver en ti al futuro duque de Ferrara!” Cornelia
dijo, “¡Míralo, es igual a ti!” Alonso
abrazó a Cornelia y dijo a Lorenzo, “Lorenzo,
nunca fue mi intención faltar a tu honor. Amo y respeto a Cornelia por sobre
todas las cosas de este mundo…Pido tu bendición para que junto con la del
sacerdote, el señor permita que nuestra unión este llena de felicidad.”
Cornelia tomó al niño en sus brazos, y dijo, “Lorenzo, perdóname y acepta a mi hijo que ninguna culpa tiene de las
faltas de sus padres.” Expectantes los presentes aguardaron la respuesta
del caballero. Lorenzo dijo, “Cornelia,
en nombre de nuestros padres, te bendigo al igual que a este hermoso niño.”
Entre lágrimas se fundieron en un abrazo. Mientras tanto, Juan le dijo a
Antonio, “Antonio, ¿Cómo se enteró el hermano
de Cornelia que ella estaba aquí?” Antonio le dijo, “Esa pregunta me la estoy haciendo desde que entró como un tromba y me
aturdió de un puñetazo.”
Esa misma tarde, un sacerdote
unió a Cornelia a Alfonso después de la ceremonia. Tras el brindis, Alfonso
dijo, “Mañana temprano partiremos a
Ferrara, donde Cornelia será recibida con todos los honores que le corresponden.”
Cornelia dijo, “Me siento tan feliz…¡Ah,
antes de partir quiero gratificar a Rosa, que me cuidó con tanto espero.”
Lorenzo se entristeció y dijo, “Esa mujer
no merece premio sino castigo. Fue ella quien vino a delatarte a cambio de
dinero” Antonio dijo, “¿Escuchaste
Juan? Rosa nos traicionó. Ordenaré que vayan por ella y la traigan.” Ambos
fueron por la criada, pero el sirviente les dijo, “Señor, no está. Ni ella ni sus cosas.” Juan dijo. “¡Huyó! Ya no podemos castigarla como se merece.”
Lorenzo dijo, “No se preocupen. Ya debe
estar lamentando su mala acción. Me pidió cambio de su delación una bolsa de
oro. Y yo l dársela, sin darme cuenta, tomé una llena de mondas de cobre.” Antonio
dijo, “Bien merecido se lo tiene. Vamos a
brindar por la felicidad de los esposos.” Lorenzo también levantó su copa y
dijo, “Porque siempre la suerte, salud, y
dicha los acompañen.”
Al día siguiente, Alfonso y
Cornelia se despidieron. Alfonso dijo, “Siempre
les estaremos agradecidos. Ojalá pronto decidan visitarnos en Ferrara.” Antonio
dijo, “Sí, nos agradaría, pero en unos
meses terminamos nuestros estudios y regresaremos a España.” Esa tarde,
Antonio dijo a Juan, “Juan, me siento muy
contento de haber ayudado a Cornelia. ¡Qué mujer tan hermosa, creo que jamás
veré otra igual!” Juan dijo, “Si, es
muy bella…y merece por siempre la dicha que ahora goza.” Antonio dijo, “Tienes razón…sabes, ya quiero regresar a
casa. ¡Qué alegría tendrán nuestros padres cuando nos vean!” Juan dijo, “Y con nuestros títulos…nos casaremos,
formaremos un hogar…tendremos hijos…” Antonio dijo, “Creo que vas demasiado aprisa, amigo. Por lo pronto te invito a beber
algo y luego nos ponemos a estudiar.” Juan dijo, “Excelente idea…¡Ah qué divertido va a ser cuando le contemos esta
aventura a nuestros hijos…¡A mi primera hija le pondré Cornelia!”
Tomado de Novelas
Inmortales, Año XV No. 722, Septiembre 18 de 1991. Guión: Herwigo Comte.
Adaptación: C.M. Lozada. Segunda adaptación: José Escobar.