Esta gran época de la literatura inglesa, brota y se despliega en un
florecimiento tan súbito como brillante, al ascender al trono Isabel I, que fue
cuando Inglaterra empezó a tener conciencia de su nueva identidad y poder
político.
En 1579, Phillip Sidney (1554-1586) escribe la, Defensa de la Poesía,
manifiesto que representa a toda una generación, inspirado en la ideas
neoplatónicas del Renacimiento italiano y francés. Sidney, cortesano,
explorador y soldado, es también autor de las novela Arcadia, relato pastoril constituido por múltiples episodios, uno
de los cuales utiliza Shakespeare en, El Rey Lear. Pero, sobre todo, se
recuerda a Sidney por sus sonetos, que evidencían sentimientos muy auténticos,
a pesar de cierta artifiosidad a la italiana.
En el mismo año, 1579, el mayor poeta de la época, Edmund Spenser
(1552-1599), publica su primera obra, El
Calendario de los Pastores, serie de églogas en distintos metros. Aunque es
gran lector de los poetas del Renacimiento y los clásicos, Spencer reconoce a
Chaucer como maestro. Su obra mayor, La
Reina de las Hadas, es una vasta alegoría a la manera medieval, que se
refiere a la formación de un perfecto caballero. La “reina de las hadas,” a
quien todas estas virtudes están dedicadas, éra, naturalmente, Isabel. Las
estrofas del poema recibieron el nombre de estrofas spenserianas, invención del
autor basada en el modelo de la ottava
rima, de Ariosto, pero más flexible. El gran mérito de Spenser, consiste en
la variedad y en la riqueza que aporta a la lengua inglesa.
Después de 1579, la actividad literaria se torna muy intensa. La poesía
llega a ser el vehículo mas común de expresión, y es difícil encontrar algún
escritor isabelino que no cultive la poesía. Hasta los cortesanos y los
soldados, como Sidney, son poetas en sus momentos de ocio. Walter Raleigh
(1552-1618) escribe no solo una Historia
del Mundo, sino también muchos poemas hermosos, lo mismo que Robert
Devereux, conde de Essex (1566-1601), y Edward de Vere, conde de Oxford
(1550-1604).
Thomas Campion (1540-1613) compuso la música y la letra de sus
encantadoras canciones. Los dramaturgos introducen muchas canciones en la obras
teatrales y, además, se dedican a la composición poética formal, considerada como
un arte noble.
William Shakespeare, también escribe en su juventud dos poemas
narrativos, Venus y Adonis, y La Violación de Lucrecia, que narran el
mito clásico en versos apasionados. Sus Sonetos, que se dirigen principalmente
a, “un hombre hermoso en verdad,” y a “una pálida dama,” figuran entre los
mejores de la lengua inglesa.
En la última parte del periodo jacobino, el poeta más importante es John
Done (1572-1631), que escribe con llaneza y penetrante realismo, oponiéndose a
la prevaleciente tradición de la lírica amorosa. Al final de su vida se hace
clérigo, y gana fama como el mejor prosista de su tiempo (sermones y una
colección de meditaciones). Pero mayor trascendencia tienen su poemas
religiosos de gran belleza lirica, aunque, a veces, abusa en ellos de rebuscadas
comparaciones e imágenes.
La era isabelina ve también los comienzos de la novela inglesa. La Arcadia, de Sidney, y Ehupues, de John Lyly (1554-1631), son
de inspiración aristocrática e italianizante. El libro de Lyly, que se publica
en 1579, merece atención sobre todo por la novedad de su estilo pedantesco y
barroco, que fue muy imitado durante toda su generación.
Lyly, que pasó casi toda su vida en la corte, se distingue también como
autor de amenas piezas teatrales.
En cambio, Robert Greene (1560?-1592), en Tratado de Cazabobos, Thomas Dekker (1570?-1632), el dramaturgo, y,
sobre todo, Thomas Nash (1567-1600), en Jack
Wilton o el Infortunado Viajero, escriben con humor y realismo acerca de
las clases media y baja, en un estilo sencillo y animado que hace más accesible
su lenguaje.
Fracis Bacon (1561-1626), filosofo, “padre de la moderna ciencia
experimental,” escribe su obra magna, Novum
Organum, en latín, pero como ensayista es una figura importante en la
literatura inglesa. Sus cincuenta y ocho, Ensayos
sobre diversos temas; matrimonio, amor, arte de gobernar, jardines, etc., son
notables por sus agudas e ingeniosas observaciones. Su estilo, de frases
concisas, ofrece contraste con la retórica pomposa y ornamentada de los primeros
isabelinos.
Pero el mayor monumento en prosa de la era es la Versión Autorizada de la Biblia, frecuentemente designada como Versión del Rey Jacobo (1611), porque
éste culto monarca la encarga a cuarenta y siete eruditos, que se reúnen para
colaborar en la traducción y hacen una obra cuyo estilo simple y digno, ejerce
profúnda y contínua influencia en la prosa inglesa.
Sin duda alguna, ésta era alcanza su máximo esplendor en el drama. La
Edad Media había producido diversas formas de literatura dramática: misterios,
milagros, y moralidades. Al llegar el Renacimiento, se siente la influencia de
las formas clásicas. En 1562 Thomas Norton y Thomas Sackville, el poeta,
presentan ante la Reina Isabel una obra en donde se observan los modelos
clásicos, pero con un tema británico:
Gorboduc. Muy pronto, sin embargo, el teatro de forma clásica es avasallado
por el vigoroso liricismo y el exuberante nacionalismo de la época.
En 1576 se abre la primera
sala de espectáculos públicos en los suburbios de Londres, pero en la Corte y
en las mansiones de los grandes señores continuaron representándose obras en
funciones privadas. Un grupo de jóvenes, conocidos como, “los ingenios de la
Universidad,” proporcionaba obras populares para los escenarios. Entre ellos se
destaca, Cristopher Marlowe
(1564-1593); Tamerlán; El Dr. Fausto y Eduardo II. En las manos de Marlowe, el nuevo verso blanco,
pentámetro y yámbico, se convierte por vez primera, en un verso fluido, sonoro, y
lleno de animación. También es Marlowe, el primero en presentar la trágica lucha
interior del alma humana, como tema principal de un drama.
William Shakespeare (1564-1618) domina por completo el periodo siguiente. Es ciertamente el
nombre más ilustre de la literatura inglesa, y uno de los mayores dramaturgos
de todos los tiempos. No se sabe gran cosa de su juventud, en torno de la cual
se han creado innumerables leyendas. Nació en Stratford-Avon. Se sabe que
reveses de la fortuna interrumpieron su educación formal.
Las primeras noticias que se
tienen de su instalación en Londres, y de su actividad en el teatro, datan de
1592, y dan fe de su creciente reputación. Dos años después, integró la compañía
de actores, “del Gran Chambelán,” desde 1603, “Compañía del Rey,” a la cual
quedó asociado durante toda su carrera, y para la cual escribió todas sus obras.
Su remuneración como actor y escritor, ha de haber sido buena, pues pudo
adquirir varias casas, como lo prueban los pleitos que sostuvo con motivo de
sus propiedades. Paralelamente al progreso material, cada vez más se afirmaba
su reputación literaria, y existen muchos testimonios de la alta estimación que
se le tenía, al igual que de su gentileza y amenidad. Dejó de escribir en 1613, y
murió en su ciudad natal.
Casi la mitad de las obras de teatro que se le atribuyen, se imprimieron
póstumamente. Es indudable que algunos pasajes tuvieron arreglos o contienen
erratas. Se suele acepar como básico el texto de las 36 obras incluidas en la
primera edición completa, prolongada por Ben Jonson y publicada en 1623, por dos actores de, El Globo, teatro que había visto los
mayores triunfos de Shakespeare. Todas ellas llevan el sello inconfundible de
su genio. Entre las de mayor importancia figuran: Las Dos Farsas, La Fierecilla
Domada, y Una Comedia de
Equivocaciones, la comedia, Penas de
Amor Perdidas, y los dramas históricos, Enrique
IV (3 partes) y Ricardo III, que
pertenecen al primer periodo de su carrera (1588-1593), cuando aún
experimentaba con las formas dejadas por sus predecesores. Las encantadores
comedias llenas de liricismo y humor: El
Sueño de una Noche de Verano, obras todas de un talento maduro, escritas
entre 1594 y 1599.
La romántica tragedia, Romeo y Julieta, aunque fue escrita en
1595, se asemeja a las obras mas tempranas.
Con Enrique V, Shakespeare casi cierra el ciclo de los dramas basados
en la historia de Inglaterra. Luego escribe en dos deliciosas comedias, llenas
de vida y alegría: La Duodécima Noche
y Las Alegres Comadres de Windsor,
pero en sus otras obras aparece una nota más profunda: El Mercader de Venecia,
Medida por Medida. En 1601 aparece Hamlet
que forma con Macbeth, Otelo, y El Rey Lear, el cuarteto de las “grandes tragedias.” En éste último
periodo, Shakespeare escribe una serie de dramas, empleando temas de la
historia de Roma y Grecia: Julio Cesar,
Antonio y Cleopatra, etc., y la comedia: Cuento de Invierno.
El enorme alcance de su
comprensión de la naturaleza humana, que se evidencía en la profundidad y
variedad de los caracteres; el instinto dramático en el desarrollo de las
piezas, y la gran belleza de su poesía, que adorna y enriquece su verso, hacen
que Shakespeare no tenga par en el drama ni en la poesía inglesa.
Entre los contemporáneos, el más
importante es su amigo Ben Jonson (1573?-1637),
el primer “poeta laureado” de Inglaterra. Su vena principal es la satírica en
sus comedias: Volpone, El Alquimista, La Mujer Silenciosa, Cada
Cual en su Carácter, etc., pero, en su papel de poeta cortesano, también
compone mojigangas y entremeses.
Notables dramaturgos son también
Francis Beaumont (1584-1616) y John Fletcher (1579-1625), que
colaboran en cierto número de obras: Tragedia
de Dos Doncellas. Thomas Dekker,
La Fiesta del Zapatero. Thomas Heywood (1570?-1641?), Una Mujer Asesinada Bondadosamente, y
sobre todo, John Webster
(1580?-1624?), oscuro y apasionado, con grandes relámpagos de genio poético, El Diablo Blanco, La Duquesa de Malfi.
En conjunto, el drama
isabelino se caracteriza por su completa indiferencia hacia las unidades
clásicas, el gran vigor y riqueza de su poesía, su manifiesta preferencia por
la acción y las emociones y pasiones fuertes. Es un drama popular, en que se
mezclan la tragedia y la farsa, torpemente construida a veces, pero tan
penetrado del sentido de la grandeza del hombre que jamás es trivial.
Tomado de : Enciclopedia
Autodidacta Quillet, Tomo I. Editorial Cumbre S.A. México 1977. Grolier. Pags 466 al 468.