Gustavo Adolfo Domínguez Bastida nació en Sevilla, el 17 de febrero de 1836, y murió a la edad de 34 años en Madrid, el 22 de diciembre de 1870. Bécquer fué más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, y es considerado un poeta y narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo, aunque escribió en una etapa literaria perteneciente al Realismo. Por ser un romántico tardío, ha sido asociado igualmente con el movimiento Posromántico. Aunque fue moderadamente reconocido mientras vivió, comenzó a ganar prestigio cuando al morir se publicaron muchas de sus obras.
Sus más conocidos trabajos son sus Rimas y Leyendas. Los poemas e historias incluidos en esta colección son esenciales para el estudio de la Literatura hispana, siendo ámpliamente reconocidas por su influencia posterior.
Bécquer era hijo del pintor José Domínguez Insausti, que firmaba sus cuadros con el apellido de sus antepasados como José Domínguez Bécquer. Su madre fue Joaquina Bastida de Vargas. Por el lado paterno descendía de una noble familia de comerciantes de origen flamenco, los Becker o Bécquer, establecida en la capital andaluza en el siglo XVI; de su prestigio da testimonio el hecho de que poseyeran capilla y sepultura en la catedral misma desde 1622. Tanto Gustavo Adolfo como su hermano, el pintor Valeriano Bécquer, adoptaron artísticamente Bécquer como primer apellido en la firma de sus obras.
Bécquer fue bautizado en la parroquia de San Lorenzo Mártir. Sus antepasados directos, empezando por su mismo padre, José Domínguez Bécquer, fueron pintores de costumbres andaluzas, y tanto Gustavo Adolfo como su hermano Valeriano estuvieron muy dotados para el dibujo. Valeriano, de hecho, se inclinó por la pintura. Sin embargo el padre murió el 26 de enero de 1841, cuando contaba el poeta cinco años y esa vocación pictórica perdió el principal de sus apoyos.
En 1846, con diez años, Gustavo Adolfo ingresa en el Colegio de Náutica de San Telmo, en Sevilla, donde recibe clases de un discípulo del gran poeta Alberto Lista, Francisco Rodríguez Zapata, y conoce a su gran amigo y compañero de desvelos literarios Narciso Campillo. Pero los hermanos Bécquer quedaron huérfanos también de madre al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, y fueron adoptados entonces por su tía María Bastida y Juan de Vargas, que se hizo cargo de sus sobrinos, aunque Valeriano y Gustavo se adoptaron desde entonces cada uno al otro y emprendieron de hecho muchos trabajos y viajes juntos.
En 1846, con diez años, Gustavo Adolfo ingresa en el Colegio de Náutica de San Telmo, en Sevilla, donde recibe clases de un discípulo del gran poeta Alberto Lista, Francisco Rodríguez Zapata, y conoce a su gran amigo y compañero de desvelos literarios Narciso Campillo. Pero los hermanos Bécquer quedaron huérfanos también de madre al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, y fueron adoptados entonces por su tía María Bastida y Juan de Vargas, que se hizo cargo de sus sobrinos, aunque Valeriano y Gustavo se adoptaron desde entonces cada uno al otro y emprendieron de hecho muchos trabajos y viajes juntos.
Se suprimió el Colegio de Náutica y Gustavo Adolfo quedó desorientado. Pasó a vivir entonces con su madrina Manuela Monahay, acomodada y de cierta sensibilidad literaria. En su biblioteca el poeta empezó a aficionarse a la lectura. Inició entonces estudios de pintura en los talleres de Antonio Cabral Bejarano y Joaquín Domínguez Bécquer, tío de Gustavo, que pronosticó “Tú no serás nunca un buen pintor, sino mal literato,” aunque le estimuló a que estudiára y le pagó los estudios de latín. Tras ciertos escarceos literarios (escribe en, El Trono y la Nobleza de Madrid y en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir), marchó a Madrid con el deseo de triunfar en la literatura en 1854. Sufrió una gran decepción y sobrevivió en la bohemia de esos años.
Para ganar algún dinero, el poeta escribe, en colaboración con sus amigos (Julio Nombela y Luis García Luna), comedias y zarzuelas como, La Novia y el Pantalón (1856), bajo el seudónimo de Gustavo García en que satiríza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea. También escribe, La Venta Encantada, basada en Don Quijote de la Mancha. En ese año, fue con su hermano a Toledo, un lugar de amor y de peregrinación para él, a fin de inspirarse para su futuro libro Historia de los templos de España. Le interesan por entonces el Byron de las Hebrew Melodies o el Heine del Intermezzo a través de la traducción que Eulogio Florentino Sanz realiza en 1857 en la revista, El Museo Universal.
Para ganar algún dinero, el poeta escribe, en colaboración con sus amigos (Julio Nombela y Luis García Luna), comedias y zarzuelas como, La Novia y el Pantalón (1856), bajo el seudónimo de Gustavo García en que satiríza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea. También escribe, La Venta Encantada, basada en Don Quijote de la Mancha. En ese año, fue con su hermano a Toledo, un lugar de amor y de peregrinación para él, a fin de inspirarse para su futuro libro Historia de los templos de España. Le interesan por entonces el Byron de las Hebrew Melodies o el Heine del Intermezzo a través de la traducción que Eulogio Florentino Sanz realiza en 1857 en la revista, El Museo Universal.
Fue precisamente en ese año, 1857, cuando apareció la cruel tuberculosis que le habría de enviar a la tumba. Tuvo un modesto empleo dentro de la Dirección de Bienes Nacionales y perdió el puesto, según cierta leyenda, por sorprenderlo su jefe dibujando. Su pesimismo va creciendo día a día y sólo los cuidados de su patrona en Madrid, de algunos amigos y de Valeriano le ayudaron a superar la crisis. Ese año empieza un ambicioso proyecto inspirado por El Genio del Cristianismo de Chateaubriand: estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento religioso, la arquitectura y la historia: “La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un sólo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito.” Pero sólo saldrá el primer tomo de su Historia de los templos de España, con ilustraciones de Valeriano.
Hacia 1858, conoció a Josefina Espín, una bella señorita de ojos azules, y empezó a cortejarla; pronto, sin embargo, se fijó en la que sería su musa irremediable, la hermana de Josefina y hermosa cantante de ópera Julia Espín, en la tertulia que se desarrollaba en casa de su padre, el músico Joaquín Espín, maestro director de la Universidad Central, profesor de solfeo en el Conservatorio y organista de la Capilla Real, protegido de Narváez. Gustavo se enamoró (decía que el amor era su única felicidad) y empezó a escribir las primeras Rimas, como Tu pupila es azul, pero la relación no llegó a consolidarse porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor, que aún no era famoso; Julia dio nombre a una de las hijas de Valeriano. Durante esta época Bécquer empezó a escuchar a su admirado Chopin. Después (entre 1859 y 1860) amó con pasión a una “dama de rumbo y manejo” de Valladolid: Elisa Guillén, pero la amante se cansó de él y su abandóno lo sumió en la desesperación. Después Bécquer se casaría precipitadamente con Casta Esteban.
En 1860 Bécquer publica, Cartas literarias a una mujer en donde explica la esencia de sus Rimas que aluden a lo inefable. En la casa del médico que lo trata de una enfermedad venérea, Francisco Esteban, conocerá a la que será su esposa: Casta Esteban Navarro. Contrajeron matrimonio en el 19 de mayo de 1861. De 1858 a 1863, la Unión Liberal de O'Donnell gobernaba España y en 1860, González Pravo, con el apoyo del financiero Salamanca, funda El Contemporáneo, dirigido por José Luis Albareda, en el que participan redactores de la talla de Juan Valera. El gran amigo de Bécquer, Rodríguez Correa, ya redactor del nuevo diario, consiguió un puesto de redactor para el poeta sevillano. En este periódico, y hasta que desaparezca en 1865, hará crónica de salones, política y literatura; gracias a esta remuneración viven los recién casados. En 1862 nació su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, en Noviercas (Soria) donde posee bienes la familia de Casta y donde Bécquer tuvo una casita para su descanso y recreo. Empieza a escribir más para alimentar a su pequeña familia y, fruto de este intenso trabajo, nacieron varias de sus obras.
Pero en 1863 padeció una grave recaída en su enfermedad, de la que se repuso, sin embargo, para marchar a Sevilla con su familia. De esa época es el retrato hecho por su hermano que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Trabaja con su hermano Valeriano, cuya relación con Casta no era buena, debido a que ella no soporta su carácter y su constante presencia en casa. González Pravo, amigo y mecenas de Gustavo, le nombra censor de novelas en 1864 y el escritor vuelve a Madrid, donde desempeña este trabajo hasta 1867 con veinticuatro mil reales de sueldo. En este último año nace su segundo hijo, Jorge Bécquer. En 1866, ocupa de nuevo el cargo de censor hasta 1868; es este un año tétrico para Bécquer: Casta le es infiel, su libro de poemas desaparece en los disturbios revolucionarios y para huir de ellos marcha a Toledo, donde permanece un breve tiempo. En diciembre nace en Noviercas su tercer hijo, Emilio Eusebio, dando pábulo a su tragedia conyugal, pues se dice que este último hijo es del amante de Casta. Es más, Valeriano discute con Casta continuamente. Sin embargo, los esposos aún se escriben. Pasa entonces otra temporada en Toledo, de donde sale para Madrid en 1870 a fin de dirigir La Ilustración de Madrid, que acaba de fundar Eduardo Gasset con la intención de que lo dirigiera Gustavo Adolfo y trabajara en él Valeriano como dibujante. En septiembre, la muerte de su inseparable hermano y colaborador le sume en una honda tristeza. En noviembre fue nombrado director de una nueva publicación, El Entreacto, en la que apenas llega a publicar la primera parte de un inconcluso relato.
Posiblemente a causa de un enfriamiento invernal en la primera quincena de diciembre, su ya precario estado de salud se agrava, y muere el 22 de dicho mes, coincidiendo con un eclipse total de sol. En los días de su agonía, pidió a su amigo el poeta Augusto Ferrán que quemase sus cartas (“serían mi deshonra”) y que publicasen su obra (“Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo”); pidió también que cuidáran de sus hijos. Sus últimas palabras fueron: “Todo mortal”. Fue enterrado al día siguiente en el nicho nº 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo y San José, de Madrid. Más adelante, en 1913, los restos de los dos hermanos fueron trasladados a Sevilla, reposando primero en la antigua capilla de la Universidad, y desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres. Hay un monumento en recuerdo de Gustavo Adolfo en el centro de Sevilla.
Ferrán y Correa se pusieron de inmediato a preparar la edición de sus Obras completas para ayudar a la familia; salieron en 1871 en dos volúmenes; en sucesivas ediciones fueron añadidos otros escritos. (Wikipedia)
Bellver de Cerdaña, es un municipio de Cataluña, España. Perteneciente a la provincia de Lérida, en la comarca de la Baja Cerdaña El municipio es un conglomerado de diferentes pueblos, masías aisladas y vecindarios diversos que conforman uno de los más grandes municipios de la comarca. Bellver es el principal núcleo de la subcomarca de la Batllia, situada al sudoeste de la Cerdaña, y que también incluye los municipios de Prullans y río de Cerdaña.
Esta porción sureña de la comarca también es llamada por sus habitantes Pequeña Cerdaña. Administrativamente pertenece a la provincia de Lérida, aunque sus hechos históricos y geográficos la vinculan estrechamente con Puigcerdá, capital de la comarca, con la Seo de Urgel y con Ripoll y Vic, más allá de la Collada de Tosas. Bellver se encuentra a medio camino de Puigcerdá y Seo de Urgel.(Wikipedia)
Esta porción sureña de la comarca también es llamada por sus habitantes Pequeña Cerdaña. Administrativamente pertenece a la provincia de Lérida, aunque sus hechos históricos y geográficos la vinculan estrechamente con Puigcerdá, capital de la comarca, con la Seo de Urgel y con Ripoll y Vic, más allá de la Collada de Tosas. Bellver se encuentra a medio camino de Puigcerdá y Seo de Urgel.(Wikipedia)
La Cruz del Diablo, es uno de los relatos que forman parte de la colección de Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, publicada en 1860. Narra el suceso ocurrido en la Cruz del Diablo de Bellver de Cerdanya en las estribaciones del Pirineo.
Este relato cuenta el despiadado trato que recibían los ciudadanos por parte del duque, dueño de un gran recinto amurallado que dominaba todas las tierras desde su posición en un entramado de roca. En el relato se funden así mísmo el componente esotérico y folclórico, lo mismo que buena parte de literatura española de la primera mitad del siglo XIX. Otros elementos que conflúyen son el tema del mal del caballero, que el romanticismo unió a menudo a lo diabólico. (Wikipedia)
El protagonista junto con otros turistas cabalgan por Bellver, a las orillas del río Segre, en los Pirineos que hacen frontera con Francia, población que abarcó el antiguo condado medieval de Urgel, cerca del principado de Andorra, en la zona de Cataluña. El narrador descubre una cruz de hierro en lo que parecen las ruinas de una Antigua Fortaleza abandonada. Cuando el narrador se apéa para orar frente a la cruz, es reprendido por el guía turístico. Tal guía, es un aldeano originario de esos lugares, quien le advierte al narrador que esa cruz es maldita, por lo que le llaman la Cruz del Diablo.
Entrada la noche, los turistas y el guía acámpan y cenan frente a una fogata en las mismas ruinas. Una vez terminada la rústica cena, el guía se dispone a contarles la leyenda de la temible Cruz.
Les cuenta que hace mucho tiempo, cuando los moros ocupaban la mayor parte de España, estas tierras eran patrimonio de un noble barón. Allí donde están ahora acampando, era una Antigua Fortaleza que tal señor levantó en un peñasco que bañan las aguas del río Segre. De ahí que se le llamaba, el señor del Segre. Tal Segre, un hombre despiadado, aburrido de mortificar a sus vecinos y ahorcar cruelmente a sus súbditos, decidió un buen día partir a las cruzadas con el fín de expiar sus culpas dejando a la comarca suspirando de entera liberad.
Después de tres años de ausencia del mal caballero, las Viejas le relataban a los jovenes las crueldades del malvado hombre ausente, y las madres asustaban a sus pequeñuelos tras sus travesuras diciéndoles, “¡Que Viene el señor del Serge!” Cuando de repénte regresó.
Les cuenta que hace mucho tiempo, cuando los moros ocupaban la mayor parte de España, estas tierras eran patrimonio de un noble barón. Allí donde están ahora acampando, era una Antigua Fortaleza que tal señor levantó en un peñasco que bañan las aguas del río Segre. De ahí que se le llamaba, el señor del Segre. Tal Segre, un hombre despiadado, aburrido de mortificar a sus vecinos y ahorcar cruelmente a sus súbditos, decidió un buen día partir a las cruzadas con el fín de expiar sus culpas dejando a la comarca suspirando de entera liberad.
Después de tres años de ausencia del mal caballero, las Viejas le relataban a los jovenes las crueldades del malvado hombre ausente, y las madres asustaban a sus pequeñuelos tras sus travesuras diciéndoles, “¡Que Viene el señor del Serge!” Cuando de repénte regresó.
Si malo se fué el Segre, peor volvió, reclamando los derechos de sus propiedades vendidas. No tuvo mas remedio que hacer justicia por su propia cuenta con ayuda de un grupo de aventureros desalmádos. Se dice que tras pedir tributo en vano, y quemar sus heredades, el fállo de la justicia le fué adverso, por lo que decidió acudir a la ayuda del Diablo, preparándose para la lucha y acantonándose en su Fortaleza. Estos confabulados se dedicaron a llevar una vida de bandoleros afectando al pueblo. Sin embargo, una noche, el pueblo armádo con antorchas, escaló el peñón del Segre, dando muerte a toda la banda.
El tiempo pasó y nadie osaba merodear por aquel lugar en donde los huesos de los bandoleros caídos yacían iluminados por la luz de la luna. Con el páso del tiempo, se empezaron a escuchar rumores y se vieron luces de noche. Era una nueva banda de malechores que habían aprovechado la soledad de ese lugar para establecer su guarida de operaciones. Los asesinatos se multiplicaban y las muchachas desaparecían, y se decía que los niños eran arrancados de sus cunas para ser ofrecidos en un diabólico festín cuya sangre se servía en copas profanadas y robadas de las mismas Iglesias.
Se rumoraba entre el pueblo que el jefe de esta nueva banda de malechores había sido visto portando la armadura del malvado y antiguo caballero, el llamado señor del Segre. El pueblo se armó de nuevo y en una de las refriégas capturó a uno de los malechores, quien antes de morir confesó la siguiente historia.
Narra que él perteneció a una familia noble, pero sus extravíos de juventud le ocasionaron deudas y también el ser desheredado por su padre. Debido a ello, hallándose sin recursos económicos, decidió reunír a un grupo de jovenes, quienes pasaban por su misma situación, con el fín de vivir una vida de libertad y disipasión a costa del peligro. Sin embargo, una noche en la que se decidía quién sería el jefe del clan, alrededor de una hoguera en el abandonado Castillo del señor del Segre, escucharon el crujir de una armadura.
Cuando todos se levantaron para defenderse, llenos de sorpresa descubrieron que era simplemente un hombre portando una armadura, el cual les dijo, “Si alguno de vosotros se atreve a ser el primero mientras yo habíte en el Castillo del Segre, que tóme esa espada, signo de poder.” Todos guardaron silencio, por lo que tuvieron que juramentar dar el mando al misterioso personaje, quien no bebia vino por no descubrirse la cara. El confesor capturado conclúye que tal personaje es el mismo Diablo en persona, pues gracias a él comenzaron sus crueles correrías nocturnas. El Nuevo líder, les mostraba el modelo a seguir de un ser despiadado e invencible. El prisionero confesor murió, después de narrar lo anterior.
Cuando todos se levantaron para defenderse, llenos de sorpresa descubrieron que era simplemente un hombre portando una armadura, el cual les dijo, “Si alguno de vosotros se atreve a ser el primero mientras yo habíte en el Castillo del Segre, que tóme esa espada, signo de poder.” Todos guardaron silencio, por lo que tuvieron que juramentar dar el mando al misterioso personaje, quien no bebia vino por no descubrirse la cara. El confesor capturado conclúye que tal personaje es el mismo Diablo en persona, pues gracias a él comenzaron sus crueles correrías nocturnas. El Nuevo líder, les mostraba el modelo a seguir de un ser despiadado e invencible. El prisionero confesor murió, después de narrar lo anterior.
Con el correr del tiempo, fueron capturados nuevos malechores pertenecientes a la misma banda, sin embargo, el misetrioso líder nunca fué capturado. Para solucionar el problema, el pueblo cansado acudió a un ermitaño que vivía en una pequeña ermita dedicada a San Bartolomé. El ermitaño les propúso emboscar al misterioso caballero y les dijo que tendrían que memorizar una oración, la cual deberían ofrecer frente al caballero, una vez que lo hubiéren capturado. Se dice que el mismo Bartolomé usó tal oración para hacer prisionero al mismo Diablo. El plan se llevó a cabo con un éxito total y el caballero fué llevado atado ante el tribunal, compuesto por los condes de Urgel, no sin antes llevarlo al calabozo.
El juicio fue en la plaza mayor ante una muchedumbre. Todos reconocieron que el personaje portaba la armadura del señor del Segre. Sin embargo, el misterioso personaje se negó a descubrirse y a exponer su identidad, ante las peticiónes tanto del tribunal como de la muchedúmbre. Cuando todo llegó al colmo, un guárdia se avalanzó sobre el reo, arrebatándole el casco de su armadura. Un gríto de sorpesa general escapó cuando notaron que el casco estaba vacío. La mayoría huyó de la plaza. Se decidió volver al calabozo la formidable armadura.
El juicio fue en la plaza mayor ante una muchedumbre. Todos reconocieron que el personaje portaba la armadura del señor del Segre. Sin embargo, el misterioso personaje se negó a descubrirse y a exponer su identidad, ante las peticiónes tanto del tribunal como de la muchedúmbre. Cuando todo llegó al colmo, un guárdia se avalanzó sobre el reo, arrebatándole el casco de su armadura. Un gríto de sorpesa general escapó cuando notaron que el casco estaba vacío. La mayoría huyó de la plaza. Se decidió volver al calabozo la formidable armadura.
El conde de Uriel y el arzobispo resolvieron colgar, en una horca en la misma plaza, la armadura, pensado que si el Diablo retornaba a ella, se ahorcaría. Pero gran sorpresa fué que al momento de ir por la armadura al calaboso, el alcalde custódio apareció pidiendo perdón por haber dejado escapar la armadura. Cuenta el alcalde que él nunca creyó en el cuento de la armadura, el cual le parecía mas bién una treta tejida en favor de algún noble personaje, a quien talvés altas razones de conveniencia pública no permitían descubrir ni castigar. Quedándole la duda sobre si ese misterioso objeto de terror era verdaderamente sobrenatural, se atrevió una noche a penetrar el calabozo, y a abrir la celda. Misteriosamente la luz de su linterna se apagó y escuchó el ruido de una armadura entre las sombras. Se quizo arrojar a la puerta para detenerle el páso, pero fué arrojádo y sacudído. Después de escuchar la historia, la muchedumbre quizo matar al alcalde pero fué contendida por los guardias.
Una nueva persecusión capturó de nuevo a la armadura, gracias a la conocida formula mediante la ayuda de San Bartolomé. Ésta vez la colgaron de una horca pero en cualquier descuído de vigilancia, ésta se escapaba y se emprendían nuevas excursiones. Ante la desesperante situación, los vecinos se repartieron entre sí las piezas de la armadura, rogando de nuevo al piadoso eremita les orientára. El santo varón ordenó penitencia general, y después de tres días de ayúno, dispúso que se fundieran las diabólicas armas, y con ella se levantáse una cruz.
Sin embargo, en tanto las piezas arrojádas al fuego comenzaban a enrojecerse, gemidos parecían escapárse de la hoguera, y saltaban como si estuvieran vivas y sintiésen la acción del fuego. Aún se escuchaban gemidos al golpear de los martillos sobre el metal descansando en el yunque, y al formarse la cruz, el metal se retorcía como convulcionándose. Gracias a las oraciones y el agua bendita, el metal se convirtió en cruz. Por lo tanto, cuenta el guía, ante esa cruz que hoy han visto, nadie le coloca flores en mayo, ni los pastores se descubren al pasar frente a ella, ni los ancianos se le arrodillan, aunque el clero amonesta a los muchachos para que no la apedréen. Por lo tanto Dios ha cerrado sus oídos a cuantos le dirijan plegarias.
Adaptación : José Escobar.