Alfred Victor de Vigny nació
en Loches, el 27 de marzo de 1797 y falleció en París, el 17 de septiembre de 1863, a los 66 años. De Vigny fue un poeta, dramaturgo, y novelista francés.
Alfred de Vigny nació en Loches en una familia aristocrática. Su padre fue
un veterano de la Guerra de Los Siete Años. Su madre, veinte años menor, era
una mujer de carácter fuerte, inspirada por Rousseau, que se encargó personalmente de la educación
de Vigny en sus primeros años. Al
igual que para todas las familias nobles de Francia, la Revolución
francesa disminuyó
sus condiciones de vida considerablemente. Después de la derrota de Napoleón en Waterloo, regresó la monarquía a manos de la casa de Borbón, siendo nombrado Rey Luis
XVIII,
el hermano de Luis XVI, en 1814. Vigny
se asoció a una de las compañías aristocráticas de Maison du Roi.
Atraído
por la literatura desde siempre, y versado en historia francesa y bíblica,
comenzó a escribir poesía. Publicó su primer poema en 1820, más adelante
publicó un poema narrativo titulado Eloa en 1824, que trata
sobre el tema entonces popular de la redención de Satán. También publicó una
compilación de obras en 1826 para, Poèmes Antiques et Modernes.
Tres meses después, publicó una novela histórica Cinq-Mars. Con el
éxito de estos dos volúmenes, Vigny
se convirtió en la estrella del emergente movimiento romántico, aunque de este
rol sería pronto desplazado por su amigo Victor Hugo. Vigny
se estableció en París con su joven novia británica, Lydia Bunbury, con la que
se casó en Pau en 1825.
En 1835,
produjo un drama titulado Chatterton, basado en la vida de Thomas Chatterton, en el cual Marie
Dorval obtuvo el papel protagonista.Chatterton se considera uno de
los dramas románticos franceses más significativos y aun es representado con
regularidad. La historia de Chatterton se inspiró en uno de los tres episodios
de la novela filosófica de Vigny Stello (1832),
en la que examina la relación de la poesía con la sociedad y concluye que el
poeta, condenado a ser mirado con sospecha en todo orden social, debe
permanecer apartado de ésta. Servitude et grandeur militaires (1835)
fue una meditación tripartita similar, considerando la condición de los
soldados.
Aunque Alfred de Vigny fue exitoso como
escritor, su vida personal no fue feliz. Su matrimonio fue decepcionante y la
relación con Marie Dorval fue tormentosa y plagada de celos; y su talento
literario fue eclipsado por otros. Después de la muerte de su madre en 1838
heredó la propiedad de Maine-Giraud, cerca de Angoulême, donde Vigny escribió algunos de sus poemas
más famosos incluyendo La Mort du loup y La Maison du
berger. En 1845, después de varios intentos infructuosos, fue elegido
miembro de la Académie Française.
En sus últimos años dejó
de publicar, aunque continuó escribiendo, y su diario es considerado por los
académicos modernos como una gran obra en sí misma. Vigny se consideraba a sí mismo más un filósofo que un autor
literario; fue uno de los primeros autores franceses en interesarse en el budismo.
Su filosofía de vida era pesimista y estoica, pero dio importancia a la
fraternidad humana, el cultivo del conocimiento y la solidaridad, como valores
elevados. Empleó varios años preparando la colección póstuma de poemas conocida
como Les Destinées (aunque fue titulada originalmente Poèemes
philosophiques) que concluye con su mensaje final, L'Esprit pur.
Alfred
de Vigny
contrajo cáncer gástrico alrededor de los 60 años, al cual se enfrentó con
estoicismo: Quand on voit ce qu'on est sur terre et ce qu'on laisse/Seul
le silence est grand; tout le reste est faiblesse. ('cuando ves lo que
somos y lo que representa la vida/Sólo el silencio es grande; todo lo demás es
debilidad.') Vigny murió en París el
17 de septiembre de 1863, pocos meses después de fallecer su esposa, y fue
enterrado a su lado en el Cimetière de
Montmartre en laciudad capital de Francia. (Wikipedia)
Las Endemoniadas
de Loudun
El
caso de las endemoniadas de Loudun es probablemente el más famoso caso
de posesión
diabólica colectiva que se conoce. Tuvo lugar
en 1634 en la pequeña ciudad francesa de Loudun. Afectó a las monjas ursulinas del convento de la localidad,
supuestamente hechizadas por el padre Urbain Grandier, quien fue acusado de brujería, de acuerdo con el testimonio de las
endemoniadas, y condenado a morir en la hoguera.
Antecedentes
Urbain Grandier era el cura párroco de St-Pierre-du-Marche, en Loudun, ciudad situada en el Poitou (Francia) desde 1617. Hombre atractivo, elegante y refinado, tuvo
relaciones con varias mujeres de la localidad, entre ellas Philippe
Trincant, hija de Louis
Trincant, fiscal del rey en Loudun. Grandier fue probablemente el padre del hijo
ilegítimo de Philippe. Fue amante también de Madeleine de
Brou, hija de René de Brou. Se cree que
Madeleine era ya amante de Grandier cuando éste escribió un tratado contra el
celibato de los sacerdotes.
Debido a su comportamiento, Grandier tenía numerosos enemigos en la
ciudad de Loudun. En 1629 tuvo un enfrentamiento con Jacques de
Thibault, agente del cardenal
Richelieu, que llegó a golpear al párroco. Grandier marchó a París para denunciar a
Thibault ante el rey Luis XIII; a su vez, sus
enemigos lo acusaron de inmoralidad ante su superior eclesiástico, el obispo de Poitiers, Henri-Louis Chasteignier de la Rochepozay.
En Loudun se llevó a cabo una investigación acerca de la conducta de
Grandier, dirigida por uno de sus principales enemigos, el fiscal Louis
Trincant. El 15 de noviembre de 1629, Grandier fue puesto bajo
arresto en Poitiers por orden del obispo. El 3 de marzo de 1630, fue condenado a abstenerse de ejercer sus
funciones eclesiásticas durante cinco años en la diócesis de Poitiers, y
durante el resto de su vida en la ciudad de Loudun. Salió de la prisión, donde
había permanecido durante más de tres meses, y apeló al arzobispo de Burdeos. En noviembre de 1631, Grandier, gracias a sus influencias en las
altas esferas, logró que le fuera levantada la suspensión a divinis, y fue restaurado
en su dignidad eclesiástica.
Por la misma época, Grandier se opuso públicamente al designio del
cardenal Richelieu de demoler la fortaleza de Loudun, lo cual le granjeó la
enemistad del poderoso ministro de Luis XIII.
El convento de monjas ursulinas de Loudun había sido fundado en 1626. Desde el año siguiente, su superiora era la
madre Juana de los Ángeles, llamada en el siglo Jeanne de
Belciel, nacida en1602 de una familia de
la baja nobleza. En 1634, vivían en el convento
diecisiete monjas, incluida la superiora. La superiora había solicitado a
Grandier que se convirtiese en el confesor de las monjas, pero Grandier había
rechazado su requerimiento. Tras el rechazo de Grandier, aceptó el cargo el
canónigo Mignon, rival de éste en la carrera
eclesiástica, y que había perdido recientemente un pleito contra él.
Posesión y
Primeros Exorcísmos
En el otoño de 1632, las monjas comenzaron a ser testigos de
extrañas apariciones sobrenaturales, que comunicaron a su director espiritual,
el padre Mignon. No está claro si fueron de algún modo inducidas por Mignon,
que quizá colaboraba a su vez con el obispo de Poitiers, a dar el nombre de
Grandier. Convencido de encontrarse ante un caso de posesión diabólica, Mignon
hizo llamar como exorcistas a otros sacerdotes de las localidades vecinas de Veniers y Chinon.
Los padres Mignon y Barre comenzaron a exorcizar a las monjas. Durante los exorcismos, varias de
las monjas, incluida la superiora, Juana de los Ángeles, sufrieron violentas
convulsiones, chillaron e hicieron proposiciones sexuales a los sacerdotes.
Muchas de ellas narraron sueños pecaminosos. La superiora reveló que ella y las
otras monjas estaban poseídas por dos demonios, llamados Asmodeo y Zabulón, que habían
llegado hasta ellas cuando el padre Grandier arrojó un ramo de rosas por encima
de los muros del convento.
Grandier trató de evitarlo, recurriendo primero al bailío de Loudun, y
luego al arzobispo de Burdeos. Finalmente, gracias a este último, los
exorcismos se interrumpieron el 21 de marzo de 1633, y las monjas fueron
recluidas en sus celdas.
Acusación de
Brujería
Continuaron, sin embargo, los esfuerzos de los
enemigos de Grandier para causar su ruina. Uno de estos enemigos era Jean de
Laubardemont, pariente de Juana de los Ángeles y protegido del cardenal
Richelieu. Laubardemont y un monje capuchino, Tranquille, dieron al cardenal
noticias de los fallidos exorcismos, y le llevaron una copia de un libelo
satírico que Grandier había supuestamente escrito sobre Richelieu. El cardenal
hizo que Grandier fuera arrestado, acusado de brujería.
Se llevó a cabo una nueva serie de exorcismos en las hermanas, que
acusaron a Grandier de haberlas embrujado. En total, Juana y las otras monjas
afirmaron estar poseídas por una multitud de demonios: Asmodeo, Zabulón,
Isacaaron, Astaroth, Grésil, Amand, Leviatom, Behemot, Beherie, Easas, Celso, Acaos,
Cedon, Alex, Naphthalim, Cham, Ureil y Achas.
El 18 de agosto de 1634, Urbano Grandier fue condenado a muerte,
torturado y quemado. Siempre juró ser inocente.
Las crisis de posesión duraron hasta 1637.
El caso de
Loudun en a Literatura y el Cine.
En el siglo XX, el caso de las posesiones de Loudun ha llamado la atención de varios autores. El escritor británico Aldous Huxley publicó en 1952 un ensayo interpretativo sobre el tema, titulado, Los diablos de Loudun (The devils of Loudun). El francés Michel de Certeau publicó en 1970 su obra, La Possession de Loudun.
La historia ha sido llevada al cine al menos en dos ocasiones: en 1961, el polaco Jerzy Kawalerowicz dirigió la película Madre Juana de los Ángeles, y en 1971 el británico Ken Russell estrenó la película Los Diablos.
Cinq-Mars, era hijo del mariscal Antoine Coiffier-Ruzé, marqués de Effiat, un amigo cercano de Richelieu que, tras la
muerte de su padre sucedida en 1632, tomó a éste bajo su tutela.
En 1639, Richelieu introdujo en la
Corte al joven Cinq-Mars a fin de que estuviera cerca del rey y consiguiera
llegar a ser su “favorito,” un amigo
íntimo, habitualmente afecto a la corte que gozaba de una mayor influencia respecto
a las decisiones del rey. Cinq-Mars fue nombrado, enseguida, Gran maestre de la
Garde-Robe, primer escudero. Posteriormente fue elegido como Gran escudero de Francia. Luis XIII le
ofreció, también, el condado de Dammartin.
Cinq-Mars se unió a François de
Thou y a Gastón de
Francia para conspirar con
los españoles. El plan concebido era el de
destituir o asesinar a Richelieu, y firmar la paz con España que incluiría una
restitución recíproca de los territorios ocupados. Los españoles reunieron y
concentraron una armada de 18.000 hombres en la región de Sedan con el fin de
apoyar y ayudar a los conjurados.
Una carta, que tenía que ser secreta, del marqués fue interceptada por
la policía de Richelieu. Traicionada la confianza de Luis XIII y de Richelieu,
Cinq-Mars fue juzgado y decapitado en Lyon, junto con François de Thou,
el 12 de septiembre de 1642.
La madre de Cinq-Mars, la mariscala de Effiat, fue exiliada en Touraine. Su hermano fue destituido y
privado de sus beneficios de abad y el castillo de la familia fue demolido.
La principal consecuencia de ésta conspiración fue dictada y registrada
en el Parlamento: una declaración
mediante la cual se privaba a Gastón de sus derechos a la regencia.
Alfred de Vigny escribió una novela, Cinq-Mars, cuyo título original era: Cinq-Mars o una conjura bajo el
reinado de Luis XIII, inspirada en la conspiración que el joven marqués de
Effiat intentó llevar a cabo para destituir a Richelieu, fue publicada en 1826. En 1827, ante los reproches y las
críticas especialmente de Sainte-Beuve hechas acerca de
la sublimación de Cinq-Mars, Alfred de Vigny, añadió a su novela una especie de
prefacio: "Reflexiones sobre la
verdad en el arte" (Réflexions sur la vérité dans l’art),
mediante el cual trataba de justificarse.
Charles Gounod compuso una ópera con el mismo nombre el 5 de abril de 1877. (Wikipedia)
Cinq-Mars
de Alfred de Vigny
Después de diez campanadas
que invitaban al almuerzo, se reunían huéspedes y anfitriones en un castillo
junto al Loria. Una de las hermosas huéspedes dijo, “¿No cree, Monsieur Le Barón que es una fecha memorable?” Uno de los anfitriones dijo, besando su mano,
“Oh, oui, madam duquesa.” Debía
imperar un aire festivo, pero no era así. La mujer dijo, “¡Toda la mañana he rezado por un feliz viaje del pequeño Cinq-Mars,
Barón!” El Barón dijo, “Estoy seguro
de que sus rezos lo ayudaran, duquesa” Pero el aristócrata sonrió
ligeramente con sarcasmo, pensado, “Claro
que actúan cosas más fuertes que tus oraciones, amiga mia.¡Je, je! Ya lo verás.”
Sin embargo, el joven a quien despedían se ensimismaba junto a la ventana
triste, pensando, “¡Adiós,
infancia!¡Adiós naturaleza! Los problemas de la corte del rey me harán madurar”
El joven se alejó de la ventana, y pensó, “¿Quién
mató al marqués?¡…que nadie sepa mis proyectos de justicia!”
Más
tarde el joven se despedía de su madre la duquesa, quien le decía, “¡Enrique mío, te extrañaré, pero sé que
dejaras muy alto el honor de tu finado padre!” Enrique dijo, “¡Por supuesto, madre! El sitio de Perpignon
se presta para ello!” La mujer lo abrazó, “Déjame abrazarte y besarte en nombre de todo, hijo! Me siento muy
triste.” Enrique dijo, “¡Calma,
madre! Todo saldrá bien. El mismo rey Luis XIII lo garantiza.” Desesperada,
la dama exigió el apoyo del criado de confianza, “¡Cuídalo Grandchamp!¡Te hago responsable!¿Me oíste?” El hombre
dijo, “¡Sí, madame, no lo dejaré solo ni
un instante!” En un silencio último, Monsieur Le Barón y Cinq-Mars parecían
gritarse amenazas con los ojos. Monsieur Le Barón pensó, “¡Buen viaje, joven marques…!¡Al mismo infierno…!” Enrique pensó, “¡Sé que eres un traidor, Barón. Y pronto te
desenmascararé!”
Más tarde, Grandchamp y Enrique se alejaban a caballo, en un silencio
pesado. Mientras cabalgaba, Grandchamp dijo, “¡Pardieu, muchacho!¿Es que seguirás creyendo que es el fin del mundo?”
Enrique, en su caballo, dijo, “Sé que
no lo es, viejo, pero…si es el fin de una adolescencia que no volverá…” No lejos de
ahí, en el bosque varios hombres se inquietaban. Uno de ellos detenía su
caballo, diciendo, “¡Soooo! Oigan ese
ruido, ¿Investigamos?” Otro dijo, “Sí,
es mejor. Lo nuestro es muy serio para que algo pueda fallar.” Desmontaron
y avanzaron en abanico, con sus espadas, y descubrieron la infamia. Uno de
ellos dijo, “¡Chist!¡Es…una emboscada
contra el joven Cinq-Mars!” Otro dijo, “¡Gente del Barón de Arville! Bueno,
probarán nuestras espadas.” Alegremente aquellos cinco mosqueteros desafiaron a
los villanos. “En Garde, Hienas! Mi
espada les arrancará el antifaz.” “¿Eh, quien demonios?¡Traición,
defendámonos…!” El enfrentamiento que siguió fue duro y equilibrado: “¡Morirán perros, pero antes nos dirán sus
planes!” “¡Nuestros planes son acabar con ustedes y Cinq-Mars!” Justo en
ese instante aparecieron Cinq-Mars y su sirviente, quien dijo, “¡Cielo, es un combate a muerte!” Cinq-Mars
dijo, “¡Lo es viejo, nosotros
inclinaremos la balanza a mi favor!” El joven y su fiel sirviente
favorecieron un triunfo inmediato. Uno de los espadachines dijo, “¡Bienvenido marques, demos fin a estos
cochinos!” Otro espadachín dijo, “¡Sí,
a todos, que Arville no sepa cómo acabó su complot!”
Mientras
el Loira se llevaba los cuerpos de aquellos asesinos, el joven y sus amigos
sacaban conclusiones. Uno de los espadachines dijo, “Han sido eficientes. Pude haber sido yo el muerto.” Cinq-Mars
dijo, “¡Thou lo predijo, pero el cardenal
y Arville fallaron, amigo!” El espadachín le preguntó, “¡Ey!¿Qué piensas hacer ahora?” Cinq-Mars dijo, “¡El peligro ya pasó! Déjenme. Espérenme
aquí. Necesito atender un pequeño asunto a solas.” Entonces Cinq-Mars
cabalgó, costeando el rio hacia un castillo cercano, pensado, “¡Llégo con atraso por lo que pasó, pero sin
duda todavía me esperan…!” En efecto, una bella joven esperaba por él,
jugando con el agua de una fuente entre frondas, pensado, “¡Oh, Cinq-Mars!¿Ya te fuiste?¡Ah, oigo cascos de caballo. Debe de ser
él!” Cinq-Mars llegó y la abrazó dándole un beso, diciendo, “¡María, mi amor!” Ella dijo, “¡Querido, pensaba que estabas muy lejos!”
María de Gonzaga y el heredero marqués de Cinq-Mars, eran dos esperanzas claves
del reino, pero…mantenían un secreto amor. Después de besarse, María dijo, “¿Cuándo te veré otra vez Enrique?”
Cinq-Mars dijo, “Quizás en la corte real,
pero prométeme que no dirás que nos vimos.” María dijo, “¡Prometido! Prométeme a tu vez, que tendrás
cuidado.” Enrique besó su mano y dijo,
“Así será. ¡Si oyes hablar mal de mí, no lo creas!¿Eh? ¡Adieu!”
El
joven gritó un último saludo y cabalgó hasta perderse de vista. María pensó al
verlo partir, “¡Oh, tonto! ¡Richelieu es
demasiado fuerte para ti! Quizás no nos veamos más. ¡Te adoro!” La última
presencia de su amada, persistió en el joven durante la cabalgata. Uno de los
espadachines que iba al frente de la cabalgata dijo, “¡Ey, muchacho!¿Porqué estas preocupado?¡Todo va a salir bien y…!”
Enrique dijo, “Ya lo se…pero dejo tantas
cosas atrás…” Después de tres días de camino llegaron a las orillas de la
ciudad de Loudun. El líder espadachín dijo, “¡Alto!¡Separémonos!¡Es
mejor que no nos vean llegar juntos!” Ya en la cuidad los sorprendió la
presencia nerviosa de mucha gente. Uno de los espadachines dijo, “¿A qué se debe tanta gente?¡No es lo
normal!” Más tarde tomando vino en una taberna investigaron. Enrique
preguntó al tabernero, “¡Cuánta gente por
las calles!¿Alguna celebración importante?” El tabernero dijo, “¡Nuevas herejías del cardenal Rojo! No deja
títere con cabeza.” El tabernero continuó, “Ahora, con pretextos de herejía y posesión satánica, arremete contra
nuestro padrecito Grandier y unas monjas. Richelieu elimina a quien pueda
hacerle sombra, y así me cueste la vida, lo diré.” Al volver a salir, Cinq-Mars
dio una orden perentoria, “¡Ahora déjenme
solo, amigos! Nos veremos en ese tribunal, ¡Hasta entonces!”
Por
calles estrechas y malolientes, el joven Cinq-Mars trazó nuevos a planes, “¡Hum…todo iba a empezar en Perdignan, pero,
¿Porqué no aquí? Las circunstancias lo requieren. ¡La ocasión se presta para
darle un golpe duro…! El juez del proceso inquisitorial es el malvado
Laubardemont, brazo derecho de Richelieu.” En la plaza Cinq-Mars se
encontró con su fiel criado, quien le dijo, “¡Por
fin te encuentro!¡Los demás esperan por ti!” Enrique dijo, “Muy bien, Iremos todos al tribunal pero
cada cual por su lado.” Enrique agregó, “Oye
bien mis instrucciones. Vé y díselas, ¿Compréndes?” Su sirviente dijo, “Perfecto, soy todo oídos.” Sobre la
calle mayor de Loudun, una multitud exacerbada entraba al edificio, escogido
como escenario para el auto de fe. Al ver esto, Enrique pensó, “¡El pueblo está contra el juicio del padre
y las monjas!” El tribunal era
presidido por aquel juez, ministro y verdugo, a quien el público abucheaban,
diciendo, “¡Buuu, buu!¡Ustedes deberían
ser los reos!” Gritando por encima del tumulto, Laubardemont se hizo oír, “¡Silencio o despéjo la sala! Guardia, que
traigan a los acusados.” El guardia dijo, “A la orden señor.”
Al
entrar encadenados, un sacerdote y tres monjas, los gritos de la multitud se
tornaron violentos, “¡Criminales, dejen a
los hijos de Dios!” Aún cuando había sido torturado el padre Grandier
mantenía la postura de un hombre inteligente y digno. Sin perder tiempo, el
jerarca leyó su edicto condenatorio: “¡…y
así el demonio ha poseído a estas pobres monjas y ha pervertido el alma del
padre Grandier!¡Las llamas purificaron sus almas! ¡Grandier escribió una carta
al rey quejándose contra nuestra eficiencia judicial y por tal motivo…!”
Cinq-Mars pensó en ese momento, “¡Ah!¡He
aquí la verdadera causa! ¡Es hora de actuar!” Con un movimiento felino,
Cinq-Mars desenvainó su espada y dio el grito de alarma, “¡Vamos!¡Vamos!¡Rápido, llévense a las monjitas!” Entonces, una
acción vertiginosa se desencadenó. Con su espada en la mano, Cinq-Mars dijo, “¡No se acerque nadie o lo atravieso!” La
multitud se cerró sobre la fuga de las monjas. Uno de los espadachines gritó, “¡Abran paso, perros!” El juez gritó, “¡Esperen!¡Esperen!¡Grandier y la superiora son nuestros objetivos!”
En medio de la masa popular, varias campesinas trabajaban. Una de ellas dijo, “¡Rápido madres, pónganse estas capas
encima!” Otra dijo, “¡Nadie las verá
salir, ni llegará a tocarlas!¡Somos muchos!”
Temiendo un motín, el astuto juez acabó de golpe el proceso, diciendo, “¡Por tanto, os condeno al fuego
sagrado!¡Guardias, sáquenles de aquí!” En un instante salieron guardias,
jueces, y reos del tribunal. El juez dijo, “¡Vamos,
caminen rápido. Ya oyeron la orden final!” La puerta se cerró de un golpe y
la masa humana avanzó. La multitud encerrada comenzó a gritar, “¡Tiren la puerta…!” “¡Maldición!¡No dejaremos que se los lleve
así!” Cuando la multitud salió por la puerta de atrás, ya era demasiado
tarde. Uno de la multitud, que vio el
carruaje marcharse dijo, “¡Ahí van…!”
Otro dijo, “¡Se fueron!¡Hemos sido
burlados, malditos!” La conclusión postrera fue aterradora, “¡Pero lo peor es que no fijaron la fecha de
ejecución!¡Ah, malditos!” “¡Dios Bendito!” Cuando la muchedumbre se
dispersó, Cinq-Mars avanzó entre callejones, pensando, “No estuvo tan mal después de todo, ¡Dos rescates! Ahora me esperan.”
Cinq-Mars entró en una capilla del suburbio y alguien lo llamó, “¡Por fin llega!¡Venga conmigo!”
Cinq-Mars dijo, “Lo sigo, supongo que
todo está listo.” Siguiendo parajes subterráneos avanzaron con mucha
precaución. El hombre que lo guiaba le dijo, “¡Las dos monjas están seguras! Serán llevadas a Champagne.”
En
la plaza se efectuaban los últimos aprontes presurosos. Enrique dijo, “¡Oh, aprovechan que Loudun duerme!¡Esos
malditos!” El mosquetero dijo, “Esperemos
en la sombra de un portal, Enrique.” De inmediato trajeron al condenado
varios guardias, azuzados por aquel siniestro personaje, quien gritaba, “¡Dénse prisa!¡La justicia del señor no
acepa dilaciones!” Enrique dijo, “¡Lo
atan al poste!¡Es bestial!” El mosquetero dijo, “Calma muchacho. Si intentamos hacer algo, estamos perdidos.” Todavía
un acto teatral fue ejecutado por el juez inquisidor, quien acercó una cruz al
‘rojo vivo’ y dijo, “¡Hijo, el contacto
con esta cruz aliviara tus peores pecados!” Algo sorprendente ocurrió
entonces. Al ver acercarse la cruz, el condenado esquivó la cruz. El inquisidor
dijo, “¿No soportas el aliento sacro de
la cruz?¡Vade retro, Satanás! El fuego hará que vuelvas a tus moradas
infernales.” Enrique y el mosquetero se dieron cuenta del engaño. El
mosquetero dijo, “¿Viste lo que hizo el
juez?¡Apoyó una cruz calentada en la frente del sacerdote condenado!”
Enrique dijo, “¡Sí!¡Pronto pagarán esos
infames!”
Más tarde, después del retiro
del cuerpo carbonizado, se acercaron al lugar donde el hombre había perecido. El
mosquetero dijo a Enrique, “¿Qué buscas?”
De pronto, Enrique halló lo que buscaba. El mosquetero dijo, “¿U-u-una cruz brillante?” Enrique dijo,
“¡Sí amigo! ¡Intocada por el fuego!”
Enrique tomó la cruz y dijo, “¡La pureza
divina estaba en su cruz, y ahora la guardaré como emblema sagrado!” Después
decidieron seguir el viaje a Perpigan, y al despedirlos, el monje les dijo, “¡Cuídense amigos!¡Todo Francia depende de
ustedes!” Enrique dijo, al subir a su caballo, “Descuida hermano.” Al verlos partir a caballo, el monje pensó, “¡Hijos, que le cielo les ayude…aunque
presiento que se van a meter en la boca del lobo.”
El largo viaje hacia el sur fue lento y cuidadoso, pues los esbirros de
Richelieu patrullaban todo el país. Aunque, Cinq-Mars iba ajeno, cabizbajo
ensimismado en su caballo. Su compañero le dijo, “¡Oye Enrique!¿No estás demasiado serio?” Los días pasaban y él se
sumía más y más en preocupaciones y recuerdos. Enrique pensaba, “¡Oh, mi dulce María!¿Te volveré a ver?¡Cómo
ansío tenerte en mis brazos!” Los mismísimos pensamientos persistentes se
convirtieron en obsesión, y éstas en delirio y fiebre. Mientras cabalgaban bajo
la lluvia, Enrique pensó, “Debo vengar a
mi padre, y a Grandier! Oh, María, María…¡Uf, me duele la cabeza!” Su
compañero, Grandchamp se mantenía cerca, expectante. Enrique se toco la cabeza,
como si se fuese a desmaya, pensando, “¡Yo-yo-yo…mhhh!”
Grandchamp le dijo, “¡Enrique!¿Qué te
pasa?¡Aguante, te ayudaré!” Grandchamp no alcanzó a dar su ayuda, pues el
joven se desplomó desmayado. Grandchamp pensó, “¡Muchacho…Diablos, está enfermo!” Rápidamente dos mosqueteros
desmontaron para auxiliarlo. Uno de ellos dijo, “¡En esa dirección hay una alquería!¡Es de gente que
conozco!¡Llevémoslo allí!” Grandchamp dijo, “¡Cielos, arde en fiebre!”
Pocos después llegaban al
refugio. El posadero les dijo al recibirlos, “¡Mon Dieu!¿Traen un enfermo forastero?¡Éntrenlo rápido!”
Grandchamp dijo, “Gracias señor, le
alquilaremos un cuarto hasta que él sane.” Luego de acostarlo en una tibia
cama, lo dejaron solo. El mosquetero preguntó, “¿Qué haremos ahora Grandchamp?” Grandchamp dijo, “¡Salgamos! Necesita reposar, es todo!”
Más tarde, el posadero le dijo a Grandchamp, “No haré preguntas, señores, pero no son los únicos que han llegado
hoy.” Grandchamp dijo,
“¡Demonios!¿Algún funcionario tribunalicio?” El posadero dijo, “Jo, Jo, Jo! Ya me suponía que ustedes son
rebeldes. Pero no teman, ¡Abrigo sus propias ideas!” Grandchamp dijo, “Bien, bien, ¿Y quién es el otro visitante?”
El posadero dijo, “¡Oh, una pobre monja
inofensiva!¡Ahora ocupa el cuarto contiguo al enfermo!” Cinq-Mars, en ese
momento en cama, cedía a un delirio, pensando, “¡…mi dulce María!¡Qué bella estas!¡Oh!” Nítida la imagen de María
de Gonzaga se le apareció en la ventana de su cuarto, diciendo, “¡Ven aquí!¡Mira la diadema en mi frente…!”
Enrique dijo, “¡María, eres tú…!”
Desde su lecho recostado, Enrique agregó, “Eres
reina y sonríes, ¿Pero no hay tristeza?” María le dijo, “No…si subes aquí conmigo. ¡Ven! Pobre…Pobrecito.” De pronto, Enrique
despertó y entre el sueño y la realidad todo se continuaba. Enrique dijo, “¿Eh?¡Oh!¿Quién…es usted?”
Un
bello personaje estaba ahí. Era una hermosa monja quien dijo, “¡Por favor, no levantes la voz!¡Puedes
despertar a Grandier que duerme!” Al oír aquello, él comprendió que estaba
loca. Enrique dijo, “¿Grandier?¿Quién es
usted?” La
mujer dijo, “Soy Juana de Banfield, Ji,
Ji, Ji…voy a que su majestad me de indulto para urbano. ¡Y tengo otra misión
que cumplir!” Enrique la reconoció y pensó, “¡Es…una de las monjas que salvamos!¡Está loca!” La monja dijo, “Voy a acabar con…¡Oh, alguien viene!¡Por
favor no digas que estuve contigo!” La monja abrió una puertita por donde
había llegado, y salió con rapidez, diciendo, “No lo olvides. Nadie estuvo aquí. ¡Dios te bendiga!” Enrique dijo,
“Vaya en paz. Yo se guardar un secreto.”
Grandchamp entro precipitadamente, diciendo, “¿Qué pasa muchacho?¡Oímos voces!” Enrique dijo, “¡Oh, cálmense, sin duda hablé y grite con
distintas voces de mi delirio!” El último pensamiento confortó al joven
mientras cerraban la puerta, “¡Oh, pobre
Juana! Va con igual rumbo que nosotros a Perpignon, pero quiere ir sola!”
Varios días más tarde en Narbona, un importante personaje actuaba como
si ocupara el trono real. Era el monseñor Richelieu, quien decía, “¡Ajá!¡Hum!Esta bien. Solo falta que su
majestad firme. ¡Ve y llama a mi fiel José!” Su espadachín cercano le dijo,
“En el acto Monseñor Richelieu.” Al
llegar el reclamado José, de la orden de San Francisco, dijo, “¡Oh, me place poder servir a tan gran
señoría!” Richelieu le dijo, “¡Bah,
deja de adularme!¿Qué has oído del caso Grandier?” El monje José dijo, “Todo va bien, ¿Qué dirá el monarca?”
Richelieu dijo, “¡Ja, Ja, Ja! Dice lo que
yo diga, ¿Comprendes? Tengo una idea que discutir contigo.” José dijo, “¿Discutir conmigo?¿Tan importante es este
humilde servi…?” Richelieu lo interrumpió, “¡Basta! Oye bien esto. Deseo mandar a buscar a Colonia a la reina
madre para que acabe su destierro!” El asombro hizo escandalizar al monje, “¿A María de Médicis?¡Cielos!¿No le convenía
que estuviera desterrada?” Richelieu dijo, “Claro que sí. Eso entristece al rey. ¡Pero el panorama cambió!” El
monje José dijo, “¡N-no entiendo!”
Richelieu dijo, “Recibí un mensaje,
fíjate. ¡Murió en Colonia esa mujer! Y el rey aún no lo sabe. Y yo usaré esta
ventaja en mi favor.” El monje dijo, “¡Monseñor!¡Su
inteligencia me asombra!” Richelieu le dijo, “¡Je, Je, Je! Aprende, José. Y cierra el pico, que nadie más lo sepa.” José
dijo, “¿Y quiere saber mi opinión
sobre…?” Richelieu dijo, “Ya me la
diste. Tu rostro lo dijo todo.” Iremos a Perdignan. Ya sabes…¡Jo, Jo, Jo!”
Las últimas palabras de Richelieu indicaron su capacidad de intriga y sarcasmo,
“¡Es el mejor escenario para que reciba
la noticia de la muerte de su madre!¡Luego que yo le aconsejé traerla!”
A las afueras de Perdignan,
baluarte español, Cinq-Mars, se reencontró con un antiguo amigo, a quien le
dijo, “¡Thou, mi querido amigo!” Thou
le dijo, “¡Ah, Joven e impulsivo Enrique
de Effiat, cómo ansiaba verte!” Se estrecharon en un abrazo fuerte. Thou le
dijo, “Oye, ¡Oí lo de Loudun y admiro tu
coraje!” Enrique dijo, “¡Amigo déjame
decirte que todo está listo para nuestra campaña!” Ambos alargaron el
saludo para comentar sus aventuras. Thou le dijo, “Me contaron que eres diestro en el manejo de las armas. ¡Supe lo del
barón Arville!” Ambos se paseaban por entre las tiendas cuando alguien se
les acercó. Era un mosquetero quien les dijo, “¡Señores! Estoy seguro de que me ayudaran.” Thou dijo, “Depende para que. ¡Explíquese!” El
hombre dijo, “He retado a duelo a un
fraile impertinente, pero, ¡Necesito padrinos!” Thou le dijo, “Si es así, díganos el camino. ¡Nunca negaré
un lance de honor!”
Los tres fueron tras la muralla de uno de los catillos del bastión
español. Thou dijo, “¡Bueno señores,
procedamos a ello!” El hombre dijo, “¡Si,
cuanto más pronto mejor!” Entonces Cinq-Mars hizo un sorprendente
descubrimiento, y dijo, “¿Usted aquí
Barón?¡Ah, no funcionó su plan cobarde!” El Barón le dijo, “¿Qué dices muchacho?¡No lo consentiré!” Enrique
le dio un golpe y le dijo, “¡Yo soy quien
no lo consiente!¡Tome!¡También tendremos nuestro duelo!” Arriba, en la
muralla del castillo, los centinelas españoles observaban aquello. Uno de los
centinelas dijo, “¡Esos franchutes están
de duelo! Será divertido verlos.” Otro centinela dijo, “Veamos pues. Pero cuidado porque están cerca de la brecha.” Los
duelistas avanzaban ya con sus pistolas. Enrique apuntó con su arma y dijo, “¡Defendeos traidor!” “Bang” se escuchó
un balazo. El caballo del joven Enrique cayó herido. El barón arriba de su
caballo dijo, “¡Escogiste mal tu rival,
Enrique!¡Soy más hábil que tú!” Enrique, ya de pie, dijo, “¡En guardia, no saldrás vivo de esta!” En
un veloz ademan, Enrique tomó un pie del barón, y lo derribó. Enrique le dijo, “¡A desmontar cretino, pensar que mi familia
creía en voz!” En la caída el barón supo que era su fin. Enrique con su
espada tenía a su merced al barón en el suelo. Enrique dijo, “¡Un canalla menos en el reino!” Cuando
estaba a punto de matarlo, Enrique escuchó una voz, “¡Amigo, has vencido! Ven, tengo noticias!” Enrique desconcertado
vio que eran el monje y los dos mosqueteros, y dijo, “Pero, ¿Qué pasa con ustedes?” Uno de los mosqueteros dijo, “¡Los disparos del duelo precipitaron un
ataque francés! Los españoles resisten, pero descuidan este baluarte. ¡Síganme!
He descubierto una brecha desprotegida ¡Es nuestra oportunidad!” El monje
José dijo de manera excitante, “¿Están
locos?¡Jo, Jo, Jo, pero es una linda locura!”
Siendo inadvertidos los
cuatro se metieron por una abertura de la muralla del castillo. El espadachín
dijo, “¡Los distraeremos mientras nuestros
compatriotas dan con su ariete en su portón!” Enrique dijo, “¡Un plan audaz, pero atractivo!¡Vamos!” Cuando
se encontraron con los soldados españoles, el mosquetero dijo, “¡Atención, están rodeados, ríndanse!” El
estilo académico de los esgrimistas franceses les aseguraba el triunfo. Ante el
doble ataque, el reducido contingente ibérico se rindió. El triunfo fue
concluyente. Cinq-Mars se convertía en héroe en poco tiempo. Enrique dijo, “¡Ganamos!¡Se rinden!”
En
las tiendas reales Luis XIII se enteraba de la proeza, diciendo a uno de sus
cercanos, “¡Hum! Así que tomaron el
bastión. Me gustaría ver a ese muchacho cuyo valor es semejante al de su finado
padre.” Su cercano le dijo, “Majestad,
monseñor Richelieu desea veros.” El
rey dijo, “¡Lo recibiré!¡Que el chico venga más tarde entonces!” El cercano
dijo, “Muy bien alteza.” El untuoso
cardenal se presento con gran aspaviento. Richelieu le dijo al rey, “Su majestad, he oído del valor de ese joven
Cinq-Mars y me interesa mucho.” El rey dijo, “¡Oh, mi querido amigo y
consejero, estas en lo cierto!” Richelieu dijo, “Me gustaría que fuese mi protegido.” El rey dijo, “Me parece bien. ¡Tienes mi permiso…para
completar la educación del chico! Ja, Ja, Ja, ese chico Cinq-Mars y tres más
lograron un buen golpe sobre el enemigo tomando ese bastión.” Richelieu
dijo, “Lo más oportuno para atacar la ciudad, creo yo.” El rey dijo, “¡Eso pensaba hacer! ¿Lo comunicaras al
mariscal Schomberg?” Richelieu dijo, “Descuidad.
Yo me encargo de eso. Me retiro con vuestro permiso.”
Ya
en su tienda, Richelieu pidió a su estratega un ataque apenas moderado.
Richelieu estregó un documento a su estratega y le dijo, “Lleva esto al mariscal. ¡De inmediato!” El hombre dijo, “¡A la orden Monseñor!” Poco después el
mismo rey comandaba las tropas de asalto. Estando arriba de su caballo, el rey
dijo, “Bien. Avancemos. ¡Siempre me gusto
participar en la guerra, haya triunfo o derrota!” Uno de sus soldados quien
cabalgaba a su lado le dijo, “Triunfares,
su majestad. Somos mejores que ellos.” En un punto alto del terreno, el
estratega francés recibía órdenes, y decía, “¡MMM!¿Así
que fuego a discreción?¡No entiendo, pero desde luego obedeceré!” Un
pequeño contingente español salió a tratar de detener al invasor. Los cañones
de Schomberg disparaban cada tanto por sobre las cabezas de los combatientes,
produciendo estragos. El triunfo fue claro, y pronto los sitiados huyeron de
nuevo tras los muros.
Uno
de los soldados vencedores dijo, “¡Hemos
ganado! Y nos vamos acercando a Perdignan.” Mientras tanto, en las tiendas
llegaba la inesperada visita de una monja. El soldado le dijo, “¿Visitar a Richelieu ha dicho? Espere aquí.
Pediré su audiencia.” Enseguida Richelieu dijo, “¡Qué raro!¿Dices que es una monja y le urge verme?” El soldado
dijo, “Así es monseñor. Me llamó la
atención pero la decisión es suya.” Con un olfato especial para detectar
cosas extraordinarias, el cardenal decidió aceptar la visita, diciendo, “¡Pues dile que entre! Pero pon dos soldados
armados cerca.” La sombría presencia de quien entró aumentó sus
precauciones. Richelieu dijo, “¡Por Dios,
hermana!¿Quién eres y qué deseas?” La monja dijo llorando, “¡Soy Juana de Banfield, sacerdote! ¡Creo
que usted no representa a Richelieu!” Ella no advertía que el mismo
cardenal era su interlocutor. Richelieu le dijo, “¿Así que buscas a Monseñor? ¡Dime qué quieres y yo se lo trasmito!”
La monja dijo, “¡Oh, gracias! Mi amante
Urbano Grandier, me l ha dicho todo…” Richelieu se alteró y dijo, “¿Todo te lo ha dicho tu, …tu
amante?¡Explícate!” La monja, con llanto en los ojos, y una mirada perdida,
llevando un puñal en las manos dijo, “¡Richelieu
lo hizo condenar!¡Y he venido a matarlo con este puñal! Dime donde puedo
encontrarlo.”Durante un momento se miraron tensos. Ella agresiva, temeroso
él, sin parpadear siquiera.
Mientras tanto, muy cerca, en otra tienda, Laubardemont y el monje José
platicaban. José dijo, “Sí, buen amigo.
Has actuado bien, pero se te escaparon dos monjas.” Ambos salieron de la
tienda. Después Laubardemont dijo, “¡Bah!¡Solo
lo lamento por Juana, mi parienta, que tras los exorcismos perdió la cabeza!
¿Sabes? La hice monja, luego abadesa. ¡Jamás imaginé que Grandier la atraería
tanto!” José dijo, “Pues ya lo
ves…¡Hey!¿Por qué tanta guardia en la tienda del cardenal?” Al acercarse
ambos, el soldado dijo, “¡Monseñor tiene
visita y no podéis entrar!” Laubardemont dijo, “¿Visita?¡Hum!¡Creí que nos esperaba a nosotros!” De pronto
Richelieu gritó y todos entraron alarmados. Se escuchó la voz de Richelieu
gritando, “¡Guardias!¡Guardias!¡De
prisa!” Un soldad dijo, “¡Por Dios!
Ya lo han oído, apúrense…” Una escena inaudita se ofreció a los que
irrumpieron allí. El cardenal dijo, “¡Guardias!¡Llévense
a esa gata rabiosa! ¡Quítenle el puñal!” La mujer se retorció imponente
mientras se la llevaban. Richelieu dijo,
“¡Uf! Por un momento sentí pánico! ¡La infelíz perdió el juicio!” Laubardemont
le dijo, “¡Es Juana! Dejádme. Yo sé que
conviene hacer con ella.” De pronto el jerarca se desmoronó. Laubardemont
dijo, “¿Qué os sucede, Monseñor?¿Esa
mujer lo hirió?” Richelieu se desplomó lleno de pesar y dijo, “¡Vean!¡Desde ese maldito juicio a Grandier,
parece que el infierno se me cae encima!”
No lejos de allí, el rey visitaba al Cinq-Mars, y al verlo herido le
dijo, “¡Muchacho, al fin nos encontramos!
Oye ¿Qué te pasó?” Cinq-Mars le dijo, “Una
herida superficial, su majestad, durante un ataque.” El rey le dijo, “Serás consejero mío, como tu padre. Pero
antes completaras tu educación cortesana con Richelieu.” Cinq-Mars dijo, “¿Con Richelieu? Bue-bueno, es…para mí un
honor.” El rey le dijo, “Ya veras,
ese hombre es un genio. ¡Pronto iremos todos a París, pues ahora levantaremos
el sitio!¿Irás con nosotros?” Enrique le dijo, “Vuestros deseos son órdenes para éste humilde servidor.” En eso,
el cardenal se incorporó al grupo. El rey dijo, “¡Oh, mi querido Richelieu!¡Fíjate aquí tenemos al famoso Cinq-Mars!” Richelieu
dijo, “¿Ajá?Ya veremos, jovencito, que
podemos hacer por ti.” Justo en ese instante, un jinete entró muy excitado, “¡Mensaje de extrema gravedad, desde la
corte, su majestad!” El rey dijo, “¿De
extrema gravedad, dices? A ver. ¡Dame eso!” El rey tomó el pergamino, y
cuando leyó, se desplomó de dolor. Enrique dijo, “¿Malas noticias, su majestad?” El rey dijo, “¡O-oooh!¡La reina madre...ha muerto!” Llorando le rey volcó su
desconsuelo ante su siniestro consejero, quien dijo, “¡Justo ahora, majestad, cuando esperábamos su retorno!” El rey dijo,
“¡Ah, ahhh; no merezco este castigo!”
Un
poco retirados, Thou y Enrique sacaban sus conclusiones. Enrique dijo, “¡Pobre del rey, es un fuerte golpe para
él!” Thou le dijo, “Sí…¡Y asestado
por Richelieu, esa víbora!¡Me consta!” Enrique dijo, “¿Qué quieres decir,
amigo?” Thou dijo, “¡Ese tal
mensajero! Lo vi aquí, esta mañana saliendo de la tienda de Richelieu.”
Enrique dijo, “¡Entonces él lo preparó
todo!” Thou dijo, “¡Por supuesto!¡Ya sabía que estaba muerta!” Ambos
salieron de la tienda comprendiendo el retorcido plan. Thou dijo, “Por eso Richelieu recomendó esta guerra.
¡Para tener contento al rey!” Enrique dijo, “Y luego asestarle este golpe final. ¡Ah ya caeremos sobre él!”
Más tarde, Laubardemont se
despedía para viajar con su prisionera, la monja Juana, diciendo, “Yo me encargaré de esta mujer, aún poseída
por el demonio. ¡Adiós!” El monje José le dijo, “¡Adiós venerable amigo!” José dedicó un último saludo silencioso, “¡Adiós asesino! Derrama la sangre de los
tuyos, algún día derramaré la de otro, acaso la tuya, Je, Je, Je.”
Dos años después, en París,
reinaba el acoso de Suiza y España, enfrentadas al poder tiránico de Richelieu
y un Luis ya languideciendo. La multitud reaccionada arrojando muñecos de paja
al río Sena. Y salían a la calle a manifestar su descontento, “¡Abajo Richelieu que nos ha arruinado!”
En la recamara de Ana de Austria también se vivía un momento de zozobra. Su
dama de compañía le decía, “¡Ay!¡Por Dios
su majestad!¡Rompieron un vidrio a pedradas!” Ana dijo, “¿Y qué? Es la ira del
pueblo, siempre justa, ¡Cálmese!” La reina era la única persona que
mantenía una actitud serena. Su dama le dijo, “¡Huid, señora!¡Aún estáis a tiempo!” Ella le dijo, “¡Oh, pamplinas! Llamen a la princesa de
Gonzaga.” Más bella que nunca, María de Gonzaga compareció de inmediato,
diciendo, “¿Llamaba por mí, su majestad?”
La reina le dijo, “¡Vamos!¡Deja el
protocolo, niña!¡Conversemos!” María dijo, “Supongo que es de importancia lo que me diréis, majestad.” La
reina dijo, “Claro que sí, ¡Arlette,
alcánzame el cofrecillo!” Arlette le entregó, “Tened, mi reina.” La reina dijo, “Gracias querida, ¡Ahora María, ábrelo y mira lo que contiene.” La
chica hizo lo que se decía, y el asombro la embargó, “¡Ahh…es fabuloso!” En efecto. Un tesoro inmenso era guardado en
aquella cajita. María dijo, “¡Es vuestra
dote!¿Para qué me lo mostráis?” La reina dijo, “Escúchame bien. Lo guardarás y júrame que si algo me sucede la harás
desaparecer en el Sena.” María dijo, “¡Os
lo juro! Pero salid por la escalera secreta. De prisa.” La reina dijo, “¡No, el pueblo me ama. Lo sé y saldré a
saludarlo.” María dijo, “¡Por
Dios!¡No vayan a herirla, majestad!¡La turba esta enloquecida!” Sin hacer
caso, Ana de Austria sonrió, mientras se dirigió a la ventana, diciendo, “Mi pueblo y yo estamos juntos en las buenas
y en las malas.” Los fuertes gritos de la multitud enardecida disminuyeron
poco a poco.
Al ver a la reina salid a su terraza, la
multitud calló, y hubo un largo silencio entre ella y el sonriente señorío de
Ana. Entonces el Louvre asistió a los vítores con que París entero saludaba a
su dulce soberana: “¡Abajo el
Cardenal!¡Viva el rey, Viva la reina!” Cuando volvió a su ‘toilette’ la
reina pareció a punto de desmayarse. María dijo, “Señora, el pueblo os ama…pero, ¿Qué os pasa?” Ana le dijo, “Na-nada querida. Ven ayúdame por favor. Es
el temor a que alguien escondido lance su flecha a mí.” María dijo, “¡Oh, recostaos en vuestro lecho! Tembláis
tanto.” Ana dijo, “¡No! Aún falta lo
más importante. ¡Ordena que llamen…a mi huésped!” Al llegar dicho “huésped,” él y María se miraron
estupefactos. María dijo, “¡En…Enrique!” Enrique
dijo al verla, “¡Cielos!¿Tú, María, por
aquí?” Olvidando que estaban ante la reina, ambos se fundieron en un
abrazo. La reina pensó al verlos, “¡Hum!
Hermosa escena…y tan triste, aunque aún no lo saben. ¡Tampoco romperé la
ilusión por ahora! No cabe duda. Hay destinos tristes.”
Enrique
interrumpió sus pensamientos al decir,
“¡Perdonad, majestad, pero es que yo y María…¡” La reina dijo, “¡Lo comprendo hijo! Escucha, mi hermano el
príncipe Gastón de Orleans y yo reconocemos tu valor.” Enrique preguntó, “¿Sabes de mi lucha clandestina contra los
soldados cardenalicios?” la reina dijo, “Eso
y mucho mas. ¡Lo apreciamos! Tú y Thou son muy valiosos. Pero no podemos
apoyarlos de frente. Son aliados del duque de San Lucar, ese español.” Enrique
dijo, “Sí señora. Él nos ofrece 17 mil
hombres, dinero y armas, contra Richelieu.” La reina dijo, “Muy bien, pero, ¿Olvidas que el rey apoya
al cardenal?” Enrique dijo, “¡El rey
está enfermo, señora, por causa de su ‘consejero’!” La reina le dijo, “Cierto, y confío en ustedes, pero quiero
que me prometas algo Cinq-Mars. ¡Que no dirás nada de esta audiencia que te di!
¡Y por mi parte mantendré en secreto tus planes! ¡Ahora vete por la salida
secreta! Te deseo mucha suerte, hijo.” Enrique besó su mano y dijo, “¡Sí…majestad!” Luego se despidieron
Enrique y María. La reina derramó una lágrima por ellos.
Cuando Enrique se fue, María
dijo a la reina, “¡Mi querido duque! Lo
voy a extrañar.” La reina le dijo, “¡Tengo
tristes noticias que darte chiquilla! ¡Tristes pero inevitables, sabes que
Cinq-Mars es perseguido por Richelieu y por descender de un favorito de Luis, ¿No?”
María dijo, “Lo sé, sí.” La reina
dijo, “En cambio, no sabes porque te hice
traer desde tu castillo.” María se entristeció, y dijo, “Lo sé…a medias señora.” La reina dijo, “Como princesa de Mantua, estas destinada a
ocupar pronto el trono de Polonia.” María dijo, “¡Oh, Claro que sé eso, si es todo lo que buscáis!” La reina dijo, “¡Aguarda! Te falta lo más importante. ¡Solamente
separándote de Cinq-Mars serás coronada!” Ante aquello, la joven se echó
atrás horrorizada, diciendo, “¿Qué…habéis…dicho?¡Yo
amo a Cinq-Mars!” La reina dijo, “Lo
sé, hija. Pero no soy yo, sino el reino quien lo ordena.” Ante aquello que
no podía rechazar, la joven se desmoronó, ante los brazos de la reina diciendo,
“¡Ohhh…una corono no es nada para mí, sin
amor!” La reina le dijo, “¡Tómalo con
calma!¡Tampoco yo hubiese deseado mi destino, y ya ves!”
Dos
días más tarde, el rey salía a una partida de caza, diciendo, “¡Vamos amigos! Esto me distraerá sin duda.”
La cacería comenzó entre el ladrar de los perros en un día frío y triste. Enrique
pensó, “¡Pobre rey! Está enfermo y sin
voluntad. ¡El rey contagia su desgano a todos!” Al fin del monótono
simulacro, volvieron al palacio real. Al bajar de su caballo, el rey dijo, “¡Oh, mi fiel amigo Cinq-Mars! Ven conmigo,
debemos hablar.” Enrique dijo, “Os
obedezco señor.” El rey le dijo, “Fue
un fiasco la cacería, ¿verdad? Es que me gana el desánimo.” Enrique le
dijo, “Estáis mal, realmente. Solo vos conocéis el remedio.” El rey preguntó, “¿A qué te refieres? ¡Habla con franqueza y
sin temores!¡Eres mi favorito!” Enrique dijo, “¡Discúlpame pero el cardenal no os deja gobernar!” El rey dijo, “Tienes razón, hijo, pero, ¡Soy yo quien le
pide ayuda! ¿Ves? Son muchos asuntos para mí.” Enrique dijo, “¡Podéis! El pueblo os ama y odia a
Richelieu.” El rey dijo, “¡Ajá! He
oído que tú luchas, junto a Thou, contra sus tribunales y cuerpos de guardia,
¿Es cierto?” Enrique le dijo, “¡Lo
es, y lo hacemos por vos!¡Y por Francia!” Entusiasmado el joven se franqueó
a su monarca. Enrique dijo, “¡Todos están
contra él por su crueldad! ¡Pero recibe el apoyo que voz le dais y él se
aprovecha!” El rey dijo, “¡Hijo, eso
que dices es cierto! ¡Pero cuando miro los asuntos reales…!” Enrique dijo, “¡Entonces lo llamáis a él! ¡Claro!” El rey
agregó, “¿Ajá? Y bien. ¿Qué quieres de mí?” Enrique dijo, “¡Majestad, necesito vuestro apoyo para
vencer a los usurpadores de vuestro reino!” El rey le contestó, “Apruebo tu intento, pero en secreto. Y
ahora déjame. Necesito reflexionar.”
Al
irse, Enrique se cruzó con el monje gris, quien pensó al verlo, “¡Hum! ¿Cinq-Mars ha estado con Luis? ¡Aquí
hay gato encerrado! ¡Investigaré!” Cuando el rey lo recibió, el monje hizo
su juego, diciendo, “¡Oh, su dignísima
majestad!¡Yo el más humilde de vuestros súbditos…!” El rey lo interrumpió, “¡Basta, Basta! José, necesito hablar
contigo en secreto. ¡Te llamé para que cites al cardenal! Mira, ese chico,
Cinq-Mars dice que luchará en mi favor. ¡Esto es secreto!” José, el espía y
brazo derecho de Richelieu, se dispuso a oír los planes secretos, diciendo, “¡Os escucho, mi señor! Hablad tranquilo.
Seré más reservado que un sepulcro.”
Varias
noches después, en una casa, un grupo de intelectuales se reunía en secreto. El
líder del grupo era Enrique, quien preguntaba a uno de los presentes, “¡Y queremos saber si contamos con vuestra
ayuda!” El hombre contestó, “¡Sí,
cuenta con nosotros, joven Cinq-Mars!” La reacción fue unánime y vigorosa,
y uno de los más entusiastas dijo, “¡Viva
el rey! ¡Viva la unión! ¡Viva la santa Iglesia!” Sin embargo, los enemigos
de este grupo, Richelieu y José, no ignoraban los preparativos sediciosos. José
le dijo a Richelieu, “Como veis,
monseñor. De eso conversaron Luis y su favorito.” Richelieu dijo, “¡Ajá! Muy interesante. ¿Y dices que llegó
el abate Quillet?” José dijo, “Correcto.
Siguiendo vuestras instrucciones, lo nombré preceptor de la vieja parroquia.”
Richelieu dijo, “Bien, bien. ¿Sabes pues
lo que tienes que hacer ahora? ¡Cinq-Mars irá a ver a su antiguo maestro!
¡Vigila para cuando esto ocurra!” José dijo, “¡Jo, Jo, Jo! Claro excelencia, los vigilare.”
Una
noche, dos sombras se deslizaban por las calles. Uno de ellos dijo, “¿Estás seguro que no hay peligro?” El otro dijo, “¡Claro Granchamp! ¡No desconfíes!” Pronto llegaron al atrio de una
gran iglesia. Uno de ellos dijo, “¿Es
aquí?¿Estás seguro?” El otro dijo, “Así
es, ¡Entraré solo, quédate aquí y vigila!” Adentro, la bondadosa sonrisa
del abate Quillet lo recibía, diciendo, “¿Eres
tú, hijo?¡Por fin llegaste!” El
hombre dijo, “Abate Quillet, ¿Qué novedad
me cuenta?” El abate dijo, “Una muy
interesante, hijo. ¡Ven, es una grata sorpresa!” Enrique dijo, “¡Ah, creo que exageras, pero te sigo!”
En las sombras de un altar lateral, esperaba María de Gonzaga. Enrique la
abrazó, diciendo, “¡María!” Ella le dijo,
“Finalmente puedo verte, mi amor. Hace
días que vengo aquí a esperarte.” Enrique dijo, “¡Me alegro tanto de estar contigo! Pero dime, cuéntame.” El abate
les dijo, “Disculpen, los dejo. ¡Si
desean confesarse estaré en el confesionario!” Al quedar solos, ella dio
curso a sus lágrimas. Enrique dijo, “Llo-lloras
María, no entiendo?” María dijo, “¡Oh, no me hagas caso! Te quiero, y deseo
casarme contigo.” Enrique ignoraba que ella no quería la corona polaca.
Enrique le dijo, “¡Ven! ¡Sellemos nuestro
compromiso ante el padre Quillet!” Ella dijo, “¡Sí!¡Tienes razón! Lo haremos y nos confesaremos.”
Ambos largamente hablaron ante el
confesionario. Enrique se confesó, “…ese
es mi plan para eliminar a Richelieu y además me comprometo con María de por
vida.” De pronto la puerta se abrió y se escuchó una risa, “¡Jo, Jo, Jo!” Enrique dijo, “¡Ey!¡Qué sucede!” María cayó al suelo.
Mientras Enrique auxiliaba a María aquella sombra desapareció. Enrique dijo, “¡Arriba mi amor!¿Te sientes bien?”
María dijo, “Estoy bien, pero, ¿Quién
estaba en el confesionario?” Unos quejidos guiaron a la pareja hasta el
padre Quillet. Enrique dijo, “¡Quillet!¿Qué
ocurrió?¡Déjame ayudarte!” El abate dijo, de manera quejos, “¡Oh, Ohhh! ¡Ay! M-mmm. ¡Sí-sí por favor,
dame una mano!” Cuando el abate se incorporó, Enrique dijo, “¡Así está mejor! ¡Cuéntame de prisa!”
El abate dijo, “¡Uff!¡Qué buen golpe me
dieron! No los vi.” Enrique comprendió y dijo, “¡Pero entonces Grandchamp
corre peligro!” El abate dijo, “¡Sí!¡Ve!¡Le
puede haber pasado lo mismo que a mí!” Grandchamp, su criado, estaba medio
desmayado tratando de incorporarse. Enrique dijo al llegar, “¡Amigo, estas herido!” Su ayudante le
dijo, “No…me. ¡Ay! golpearon pero los
vi.” Enrique dijo, “Bueno. Dime a quienes vistes.” Grandchamp dijo, “¡A José, el monje gris! Además a otros dos
vi antes de que me golpearan.” Enrique se preguntó, “¿Cómo pudo haber sabido? Ah, suplantó a Quillet en el confesionario.”
Grandchamp dijo, “¡Todos tus planes están en peligro!”
Cinq-Mars
alertó a María, “José es el brazo derecho
de Richelieu, hay que irnos de aquí.” María dijo, “¡Todos tus planes y nuestro compromiso!¡Oh Dios!” Después de un
beso, Enrique le dijo, “¡Tú María!¡Vete
ya!” Ella le dijo, “Sí, mi amor.
¡Cuídate!¡Volveré a verte!” Al quedar solos Enrique y el abate Quillet,
comprendieron lo que estaba sucediendo. El abate dijo, “¡Cómo pudieron saber que vendrías y todo lo demás!” Enrique dijo, “¡Conté todo a Luis, pensando en su ayuda, y
al salir me encontré con José, confidente del rey!” El abate dijo, “¿Es que el monarca es tu enemigo?”
Enrique dijo, “¡No! Pero es débil y creo
que lo comentó con José. Es posible que José vuelva con soldados. Debemos huir.
Tu vienes con nosotros Quillet.” El abate dijo, “¡Tienes razón! Podrían torturarme para delatarte.” Y así se
perdieron en la noche tres agazadas figuras.
En
los tres meses siguientes, el misterioso rebelde desde la clandestinidad abatía
a los soldados cardenalicios. El pueblo francés fue soliviantado por las
arengas de aquel valiente. Cinq-Mars dijo, “¡Y
luego, señores, esperen la señal para atacar!” Uno de los soldados dijo, “¡Estaremos esperando Cinq-Mars!” Los
ataques de Cinq-Mars eran fulminantes, con botines en armas y alimentos. Algunas
de sus estrategias fueron admirables. Cinq-Mars decía, dando instrucciones, “…y mientras los jinetes van por el sur, los
infantes por el norte.” Su allegado decía, “Muy bien. Los tomaremos por sorpresa.”
En
la corte repercutían las andanzas de aquel bendito renegado. La reina Ana
decía, “Por lo que se oye, Cinq-Mars hace
de las suyas en la champagne.” María dijo, “¡Oíd alteza!¡Me comprometí con él y nos casaremos!” La reina dijo,
“¡Oh, Loca, loca!¿No comprendes que es
imposible? Ya estas destinada al trono y nada mas.” María dijo en lagrimas,
“¡Acaso no puedo renunciar a ello? ¡Ay
soy tan desgraciada!” Sin mostrar pena alguna, Ana de Austria condujo a
María, y dijo, “¡Ven, querida! El
embajador polaco quiere conocerte.” María dijo, aún en lagrimas, “¡Si así lo ordenáis alteza!” Aquel
atildado personaje era la cortesía personificada. La reina le dijo, “Os presento a María de Gonzaga. ¡Qué os
parece!” El embajador beso su mano, diciendo, “¡Bella como la describiste! Sí, nuestra corona cazará bien en su
deliciosa cabecita.” Entre triste y dichosa la joven huyó con recato. El
embajador dijo, “¡Mon Dieu! ¿Es que hería
esa bella flor?” la reina dijo, “¡Ja,
Ja! No, empieza a acostumbrarse a la idea de ser reina.”
Más tarde, a solas con sus
hijos, el rey lloraba amargamente, “¡Ah,
mis queridos hijos! ¡No tengo dignidad!” Mientras tanto, José decía al
diabólico cardenal, “Os felicito. Ahora
sois más fuerte que nunca.” Richelieu dijo, “Lo sé. Lo sé. ¡Solo falta aprender a Cinq-Mars, y a Thou, pero caerán
muy pronto.” José le preguntó, “¿Porqué
suponéis eso?” Richelieu le dijo, “¡Porque
María será reina, y esto para Cinq-Mars será demoledor!” De pronto,
Richelieu tuvo uno de sus violentos accesos de tos, “Cof, Cof, Cof. ¡Maldición, otra vez esta tos!” José pensó, “La tuberculosis te carcome, hiena. Pronto
morirás.” Se escuchó un toquido de puerta y Richelieu dijo, “¡Cielos! Esto me está haciendo daño. Pero,
¿Quién llama José?” José dijo, “¡Voy
a ver monseñor!” José abrió la puerta y era un soldado. José dijo, “Y bien guardia, dime pronto qué quieres.”
El hombre dijo, “¡Dos hombres piden
audiencia a monseñor!¡Dicen ser Cinq-Mars y Thou!” La visita imprevista los
tranquilizo. Richelieu dijo, “Es-está
bien. Que pasen. ¡Desarmados!” José dijo, “Así se hará monseñor.” En efecto, los dos jóvenes se metían en la
boca del lobo. Richelieu dijo, “¡Ah!
Querido Cinq-Mars. Me decepcionáis. Creí que tendría más trabajo en atraparos.”
Cinq-Mars dijo, “Soy su prisionero. Prendedme.” Richelieu dijo, “¿Y vos Thou? ¿También depones las armas?” Thou
dijo, “¡Calla traidor, seguiré a mi amigo
hasta el final!” Entonces, ambos amigos reafirmaron su pacto con un
estrecho abrazo. Cinq-Mars dijo, “¡Gracias
Thou, no tenias porque hacerlo!” Richelieu dijo, “Muy…conmovedor. ¡Ja, Ja, Ja! ¡Llévenlos a la cárcel, guardias!”
Un acongojado pueblo siguió el
traslado de los prisioneros a la temible cárcel montada sobre una roca en Lyon.
En medio del silencio los amigos prisioneros se daban ánimo sonriéndose. Luego
de la inevitable condena a muerte, el joven Cinq-Mars se torturaba con el
recuerdo de su amada, pensando, “¡Oh, mi
amor! Si supieras que hago esto por ti!” A veces de la desesperación
gritaba con angustia: “¡María, se que
estas ahí, no me abandones!” La torre de la prisión, guardaba el sacrificio
de ambos jóvenes insurgentes. Dos meses más tarde, en vísperas de la ejecución,
el abad llegó con el carcelero y dijo,
“¡El rey me autoriza a confesar a los condenados a muerte!” El carcelero le
dijo, “¡Sí padre, puede entrar!”
Cuando el abad y Cinq-Mars se vieron, disimularon, para no mostrar que se
conocían. El abad le dijo, “¡Disculpa
hijo, pero tomare tu confesión!” Cinq-Mars dijo, “¿Eh? A-adelante padre!” Pero apenas quedaron solos se abrazaron.
El abad le dijo, “¡Hijo querido, aún no
pierdas las esperanzas!” Cinq-Mars dijo, “Déjame abrazarte y por favor no me hables de eso!” El abad dijo, “Calma y escúchame. ¡Afuera está todo
listo!” Cinq-Mars dijo, “Vuelve si
quieres, abate. Me da lo mismo!” El sacerdote llamó al guardia para salir,
y dijo, “¡Mañana te confesare sobre la
muralla!¡Hasta entonces!” Cinq-Mars le dijo, “Adiós y gracias padre.” Cuando se fue, Cinq-Mars pensó, “¡Santo cielo!¿Qué se traerá entre manos el
padre Quillet?”
Más
tarde llegaba otro visitante en la cárcel. Era el monje José, quien decía, “¡Esta bien guardia! ¡Déjame, sé el camino!”
El guardia dijo, “Mis respetos monseñor.”
El joven Cinq-Mars se sobresaltó al ver al visitante, y dijo, “¡El monje gris!¿Qué quieres?” José le
dijo, “Vengo a título personal, no de
Richelieu. ¡Presta atención!” Cinq-Mars dijo, “¡Bien! ¡Habla pronto miserable!” José dijo, “¡No te exaltes! Lo he pensado y creo que nos podemos ayudar
mutuamente.” Cinq-Mars dijo, “¿Qué
estás diciendo?” José dijo, “¡Puedo
salvarlos a ti y a tu amigo!” Cinq-Mars dijo, “Olvidas a Richelieu. Es claro.”
José dijo, “Esta muy enfermo. Es algo que
solo yo sé. Le quedan unos meses de vida.” El joven dijo, “¿Y qué pides a cambio?” José dijo, “¡Protección y harás que me nombren
cardenal!” Cinq-Mars miró con odio a aquel despreciable monje, y dijo, “Prefiero morir as aliarme contigo. ¡Vete!”
José dijo, “Si es tu decisión, ¡allá tú!”
Mientras el traidor se retiraba diciendo, “¡No
digas que no te ayudé!¡Guardia, voy a salir!” Cinq-Mars lo miraba con odio,
pensando, “¡He de morir, pero porque así lo
prefiero a vivir sin María!”
Después,
el monje José se encontró con Laubardemont, y le dijo, “¿Sabes colega? El cardenal estima que fue negativo someter a torturas
a Grandier.” Laubardemont le dijo, “Sí,
eso alteró mucho al pueblo. ¿Porqué me lo dices?” José le dijo, “Porque, si no me equivoco, piensas torturar
a Cinq-Mars y a Thou.” Laubardemont dijo, “Así es. ¿Qué te parece?” José dijo, “Me parece un gran error. El pueblo ama a esos muchachos y eso
encenderá sus ánimos.” Laubardemont dijo, “¡Ah, no lo había pensado! Y entonces, Richelieu…” José dijo, “¡Perderá la paciencia! Te aconsejo que
evites la tortura.” Laubardemont dijo, “Tienes
razón. Así lo haré. Gracias José.” Al quedar solo, José sonrió con alivio, “Por fin convencí a ese cretino. ¡Si los
tortura podrían delatarme!”
Al día siguiente el abate Quillet llegó a la cárcel. El guardia le dijo, “¿Acabaréis de confesarlos hoy padrecito?”
El abate dijo, “Sí, hijo. Traedlos a la
terraza de inmediato.” Poco después, el abate dijo, “Esta bien, guardias. ¡Déjenos solos!” El abate les dijo, “Y bien,
hijos. Todos esperamos que los indulten.” Cinq-Mars dijo, “¡No quiero indulto, solo la gracia de
Dios!” El abate dijo, “Entonces…¡Los
salvaremos! Miren por encima de las murallas.” Cinq-Mars dijo, “¡Por favor, Quillet, ¿Ahora?” La
sorpresa les cortó el aliento. Desde la terraza de una torre del castillo,
Cinq-Mars vio a una multitud de campesinos escondidos tras árboles y arbustos,
con azadones, hachas y teas. Cinq-Mars dijo, “¡Cielos…es increíble!” El abate dijo, “Sólo esperan una señal!” Cinq-Mars dijo, “¡El castillo está rodeado!” El abate le dijo, “Sí, y solo esperan mi señal para atacar.” El abate sacó una espada
y dijo, “¡Miren, mi gordura me ayudo a
disimular el bulto!¡Tomen, traje estas
armas!” Cinq-Mars dijo, “No guárdalas
Quillet, que vimos todo.” Quillet dijo, “¡No,
no han visto todo par de testarudos! Miren ahora en esa dirección…” La
nueva visión los horrorizó de espanto. Vieron a Laubardemont atado en la llanta
de una carroza como si fuera el potro de tortura. Cinq-Mars dijo, “¡Oh! Es Laubardemont y parece moribundo!
¿Qué significa esto, Quillet? ¿Es que también ustedes son crueles?” Quillet
dijo, “¡Ese juez es un asesino, acaba de
condenarlo el pueblo!” Cinq-Mars se desesperó, y llevando sus manos a la
cabeza dijo, “No sigas mas Quillet,
comprende que ya no me importa nada. ¡Solo deseo morir!” Thou dijo, “Y así, María podrí ser reina. ¡Yo moriré
contigo hermano!” Con los ojos llenos de lagrimas, Cinq-Mars dijo, “Sal de aquí, Quillet, y dirige la rebelión.
¡Nuestras almas los alentaran!” Quillet dijo, también con lagrimas, “Com-comprendo, hijos. ¡Tengo que aceptar
su decisión, adiós!”
El sacerdote salió con los
ojos llenos de lágrimas sabiendo que los veía vivos por última vez. Esa misma
tarde condujeron a los reos al sitio donde serian sacrificados: al patíbulo.
Tranquilos, casi apacibles, subieron al cadalso. Golpes secos de hacha dieron
cuenta de aquellos mártires. El pueblo, al salir de su asombro, se volcó a las
calles. Una de ellos gritaba, “¡Muera el
cardenal asesino!¡Cinq-Mars y Thou serán vengados!” Comenzaba el final de
Richelieu. Otro de la multitud gritaba,
“¿Qué esperamos? Luchemos contra los tribunales corruptos.”
En Paris, Richelieu demostraba su indiferencia, asistiendo a una función
de gala. En el palco real, estaban ya los reyes Luis y Ana. Richelieu dijo, “¡Oh, sus majestades! Disculpad mi atraso.”
El rey Luis dijo, “Imagino que estaríais
ocupado.” Richelieu le dijo, “¡Sí,
tengo una mala noticia alteza!” El rey dijo, “¿Ajá? A ver, cuéntame…” Casi
se le escapa un grito a la reina al oír la terrible noticia: “Murió Cinq-Mars al parecer por su propia
voluntad.” El rey dijo, “Mi…favorito,
es horrendo!” Richelieu dijo, “Ahora
calmaos, gozad de la excelente obra que ha de iniciarse!” El rey se
entristeció y dijo, “¡Oh, mi pobre
Enrique!” La obra fue un fracaso, pues ni actores ni público se
concentraron en lo que hacían, debido a la terrible noticia. En el intermedio,
Ana salió al foyer. “¿A dónde vais?”
dijo el rey. Ella dijo, “Si me permite su
alteza, me siento un poco mareada.” Apenas quedó sola, la reina echo a
correr, ansiosa por dar la noticia a María. Salió a la calle y un hombre le
dijo, “¿Su majestad sale sola?” Ana
dijo, “Condúzcame de inmediato al
Louvre!” Mientras tanto, en la sala del teatro las cosa empeoraban. Alguien
del público gritó, “¡Míralo, el criminal
se goza en la sangre por él derramada!” Los abucheos fueron creciendo, y
los gestos de amenaza. El hombre siguió gritando, “¡Baja maldito!¡Mézclate con Francia y sabrás su cólera!” Richelieu
dijo, “¡Es inaudito! ¡Me insultan en mi
propio teatro esos perros!” El rey le preguntó, “¿Sabes qué quiso decirme Ana antes de irse?” Richelieu dijo, “¿Podéis repetirme sus palabras?” Creo
que dijo, “Señor, ¿Tenéis una hacha de
dos filos?” La reacción de su consejero, quien le volvió la espalda y se
fue sin contestar, asombró al monarca.
La
rebelión en ese mismo instante, señalaba la caída de Richelieu: “¡Muerte al veneno del reino!” La
revuelta comenzó, y los que conocieron al mártir, encabezaban la revuelta. El
abate Quillet peleaba con su espada y uno de los rebeldes gritaba, “¡Vamos!¡Cinq-Mars nos guía!” Ante el
palacio real se detuvo ls carroza. Ana entro al palacio pensando, “¡Pobre niña…aún no se ha enterado, y quiero
ser yo quien se lo haga saber! ¡Todo está en la forma de decírselo! Talvez…”
Al verla, María le dijo, “¡Ah, sois vos
alteza!¿Gozasteis de la velada teatral?” Ana dijo, “Solo a medias. El elenco era mediocre. Pero, ¿Qué hacías todavía
despierta, hija?” María dijo, “Leía,
majestad, sobre Polonia.” Ana de Austria dudaba, pero sabía que tarde o
temprano María lo tendría que saber. Ana pensó, “¡Niña, ya sé cómo te lo diré, si sabes interpretar!” Ana dijo, “¡Tengo una noticia para ti!” María
abrió los ojos, y dijo, “¿Sí? Os
escucho…” Ana dijo, “¡Oh, mi querida
infeliz!¿Sabes? Ya eres la REINA DE POLONIA.” María tardó en comprender que
eso quería decir, veladamente, la ausencia definitiva de Cinq-Mars. De pronto,
su mente se aclaró. Y supo lo que la reina quiso decir y cayó sin sentido.
María se desplomó en un sillón y dijo,
“¡Que…mi Enrique…ha…muerto…ooooh!” Poco después, mientras María dormía, Ana
pensó, “Mi dulce niña, llegas al trono a
costa de un alma muerta y vacía!”
Días más tarde, Richelieu jugaba una partida de ajedrez, con un oficial,
quien decía, “Os toca mover a vos
excelencia.” Richelieu dijo, “¿Eh? ¡Oh si, por supuesto!” De pronto, un
violento acceso de tos, de Richelieu, echó a perder todo. El oficial se levantó
y dijo, “¡Puedo ayudar en algo
excelencia!” La terrible tuberculosis, y un parecer traicionero de sus
hombres, marcaban el fin de Richelieu. El oficial pensó, “¡Ese pobre diablo muere pronto!” “Cof, Cof, Cof.”
Días después era coronada la
bella María como reina de Polonia.
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