Benito Pérez Galdós nació en, Las Palmas de Gran Canaria, el 10 de mayo de 1843 y falleció en Madrid, el 4 de enero de 1920, a los 76 años. Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y
político español.
A Pérez Galdós se le considera uno de los mejores
representantes de la novela realista del siglo XIX, no solo en España, y un narrador capital en la
historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de
ser propuesto por diversos especialistas y estudiosos de su obra, como el mayor
novelista español después de Cervantes.
Galdós transformó el
panorama novelesco español de la época, apartándose de la corriente
romanticista, en pos del realismo,
y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el
espectáculo del pueblo llano, y con, “su
intuición serena, profunda, y total de la realidad,” se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, “artísticamente
transformado.” De ahí que, “desde
Lope, ningún escritor fue tan popular, ninguno tan universal, desde Cervantes.”
Pérez Galdós fue desde 1897 académico
de la Real Academia Española y llegó a estar nominado al Premio Nobel en 1912. Aunque, con exception en
su juventud, no mostró especial afición por la política, aceptó su designación
como diputado en varias ocasiones y por distintas circunscripciones.
Biografía
Infancia y Juventud
Galdós fue el décimo hijo
de un coronel del ejército, Sebastián Pérez, y de Dolores Galdós, una dama de
fuerte carácter, e hija de un antiguo secretario de la Inquisición. Siendo aún niño, su padre le
aficionó a los relatos históricos, contándole pasajes y anécdotas vividas en la Guerra de la Independencia, en la que, como
militar, había participado. En 1852, ingresó en el Colegio de San Agustín, en
el barrio de Vegueta de Las Palmas, de Gran Canaria, isla de Gran
Canaria, con una pedagogía avanzada para la época, en los años en que empezaban
a divulgarse por España, las polémicas teorías darwinistas, polémicas que
algunos críticos han rastreado en obras como, Doña Perfecta.
Galdós, que ya había
empezado a colaborar en la prensa local con poesías satíricas, ensayos y algunos cuentos, obtuvo el
título de bachiller en Artes en 1862, en el Instituto de La
Laguna, Tenerife, donde había
destacado por su facilidad para el dibujo y su buena memoria. La llegada de una
prima suya, “Sisita,” al entorno familiar isleño, trastornó
emocionalmente al joven Galdós, circunstancia que se ha considerado posible
origen de la decisión final de, “Mamá
Dolores,” de enviarle a Madrid a
estudiar Derecho.
Llegó a Madrid en septiembre de 1862, se matriculó en la universidad, y tuvo por
profesores a, Fernando de Castro, Francisco de Paula Canalejas, Adolfo Camús, Valeriano Fernández, y Francisco Chacón Oviedo. En la universidad,
conoció al fundador de la, Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, que le alentó a
escribir, y le hizo sentir curiosidad por el krausismo, filosofía que se
deja sentir en sus primeras obras. Frecuentó los teatros y con otros escritores
paisanos suyos, tales como Nicolás Estévanez, y José Plácido Sansón, la “Tertulia Canaria” en Madrid. También acudía a leer al Ateneo, a los principales narradores europeos en inglés y francés. Fue en esa
institución donde conoció a Leopoldo Alas Clarín, durante una conferencia del crítico y
novelista asturiano, en lo que sería el comienzo de una larga amistad. Al
parecer Galdos fue un alumno disperso y perezoso, faltando a clase a menudo:
Entré en la Universidad, donde me
distinguí por los frecuentes novillos que hacía, como he referido en otro
lugar. Escapándome de las cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y
callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y
abigarrada capital. Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático,
y si mis días se me iban en "flanear" por las calles, invertía parte
de las noches en emborronar dramas y comedias. Frecuentaba el Teatro Real y un
café de la Puerta del Sol, donde se reunía buen golpe de mis paisanos.
B. Pérez Galdós, Memorias
de un Desmemoriado, cap. II.
En 1865 asistió a la terrible Noche de San Daniel, cuyos sucesos le impresionaron
vivamente:
Presencié, confundido con la turba
estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel —10 de abril del
65—, y en la Puerta del Sol, me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia
Veterana, y en el año siguiente, el 22 de junio, memorable por la sublevación
de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con
otros amigos, pude apreciar los tremendos lances de aquella luctuosa jornada. Los cañonazos atronaban el
aire... Madrid era un infierno.
B. Pérez Galdós, Memorias
de un desmemoriado, cap. II.
Asiduo de los teatros, a Galdós le impresionó en especial la obra Venganza Catalana, de Antonio García Gutiérrez. Los cronistas y
biógrafos recogen que ese mismo año empezó a escribir como redactor meritorio
en los periódicos, La Nación y El Debate, así como en la Revista del Movimiento
Intelectual de Europa. Al año siguiente y en calidad de periodista, asistió
al pronunciamiento de los sargentos del cuartel de San
Gil.
En 1867, Galdós hizo su
primer viaje al extranjero, como corresponsal en París, para dar cuenta
de la Exposición Universal. Volvió con las obras
de Balzac y de Dickens, y tradujo de éste, a partir de una versión
francesa, su obra más cervantina, Los Papeles Póstumos del Club
Pickwick, que se publicó por entregas en, La Nación. Toda esta actividad supone su inasistencia a
las clases de Derecho, y le borran definitivamente de la matrícula en 1868. En
ese mismo año, se produce la llamada revolución de 1868, en que cae la reina Isabel II, precisamente cuando
regresaba de su segundo viaje a París, y volvía de Francia a Canarias, en barco
vía Barcelona; en la escala que el navío hizo en Alicante, se bajó del vapor en
la capital alicantina, y llegó así a tiempo a Madrid, para ver la entrada de los
generales Francisco Serrano y Prim. El año siguiente,
se dedicó a hacer crónicas periodísticas sobre la elaboración de la nueva Constitución.
Las Primeras Obras
En 1869 vivía en el barrio de
Salamanca, en la calle Serrano número ocho, con su familia, y leía con pasión a
Balzac mientras formaba parte de la redacción de Las Cortes. Al año
siguiente (1870), gracias a la ayuda económica de su cuñada, publicó su
primera novela, La Fontana de Oro, escrita
entre 1867 y 1868 y que, aún con los defectos de toda obra primeriza, sirve de
umbral al magno trabajo que como cronista de España desarrolló luego en los Episodios
Nacionales.
La Sombra, publicada
en 1871, había ido apareciendo por entregas a partir de noviembre de 1870,
en, La Revista de
España, dirigida por José Luis Albareda y más
tarde por el propio Galdós entre febrero de 1872 y noviembre de 1873; en
ese mismo año (1871), también de la mano de Albareda, entrará en la redacción
de, El Debate, y durante su veraneo en Santander conoció
al novelista José María de
Pereda. En 1873 se alía con el ingeniero tinerfeño Miguel Honorio de la Cámara
y Cruz (1840-1830), propietario entonces de, La Guirnalda, en la que
colabora desde enero con una serie de “Biografías
de Damas Célebres Españolas” entre otros artículos.
Los Episodios Nacionales
En 1873, Galdós comenzó a publicar
los Episodios Nacionales, título que le sugirió su amigo José Luis Albareda, una magna crónica del siglo XIX que recogía
la memoria histórica de los españoles, a través de su vida íntima y cotidiana,
y de su contacto con los hechos de la historia nacional que marcaron el destino
colectivo del país. Una obra compuesta por 46 episodios en cinco series de diez
novelas cada una (con la salvedad de la última serie, que quedó inconclusa),
que arranca con la batalla de Trafalgar y llega hasta la Restauración borbónica en España.
La primera serie, (1873-1875), trata de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y tiene por protagonista a Gabriel Araceli, “que se dio a conocer como pillete de playa y terminó su existencia
histórica como caballeroso y valiente oficial del ejército español.”
La segunda serie (1875-1879), recoge las luchas entre absolutistas y
liberales hasta la muerte de Fernando VII, en 1833. Su
protagonista es el liberal Salvador Monsalud, que encarna, en
gran parte, las ideas de Galdós y en
quien, “prevalece sobre lo heroico lo
político, signo característico de aquellos turbados tiempos.”
Después de un paréntesis de veinte años, y tras recuperar los derechos
sobre sus obras que detentaba su editor, con quien mantuvo un pleito
interminable, Galdós continuó con la
tercera serie, dedicada a la Primera Guerra Carlista (1898-1900).
La cuarta serie, (1902-1907), se desarrolla entre la Revolución de 1848, y la caída de Isabel II en 1868. La quinta (1907-1912), incompleta,
acaba con la Restauración de Alfonso XII.
Este conjunto novelístico constituye una de las obras más importantes de
la literatura española de todos los tiempos, y marcó una cota casi inalcanzable
en la evolución de la novela histórica española. El punto
de vista adoptado es vario y multiforme, (se inicia desde la perspectiva de un
joven que mientras lucha por su amada, se ve envuelto en los hechos más
importantes de su época); la perspectiva del propio autor, varía desde el
aliento épico de la primera serie, hasta el amargo escepticismo final, pasando
por la postura radical de tendencia socialista-anarquista de las series tercera
y cuarta.
Para conocer bien España, el escritor se dedicó a recorrerla en coches
de ferrocarril de tercera clase, conviviendo con el pueblo miserable, y hospedándose
en posadas y hostales “de mala muerte.”
Oficio de Escritor
Benito Pérez Galdós solía llevar una
vida cómoda, viviendo primero con dos de sus hermanas, y luego en casa de su
sobrino, José Hurtado de Mendoza.
En la ciudad, se levantaba con el sol y escribía regularmente hasta las
diez de la mañana a lápiz, porque la pluma le hacía perder el tiempo. Después
salía a pasear por Madrid a espiar conversaciones ajenas, de ahí la enorme frescura
y variedad de sus diálogos, y a observar detalles para sus novelas. No bebía,
pero fumaba sin cesar cigarros de hoja. A primera tarde, leía en español,
inglés o francés; prefería los clásicos ingleses, castellanos y griegos, en
particular Shakespeare, Dickens, Cervantes, Lope de Vega y Eurípides, a los que se
conocía al dedillo. En su madurez empezó a frecuentar a León Tolstói. Después volvía a
sus paseos, salvo que hubiera un concierto, pues adoraba la música y durante
mucho tiempo, hizo crítica musical. Se acostaba temprano y casi nunca iba al
teatro. Cada trimestre acuñaba un volumen de trescientas páginas.
Desde la óptica de un Ramón Pérez de Ayala, Galdós
era
descuidado en el vestir, usando tonos sombríos para pasar desapercibido. En
invierno, era habitual verle llevando enrollada al cuello una bufanda de lana
blanca, con un cabo colgando del pecho, y otro a la espalda, un puro a medio
fumar en la mano y, ya sentado, completaba la estampa tópica su perro alsaciano
junto a él. Tenía por costumbre llevar el pelo cortado “al rape” y, al parecer,
padecía fuertes migrañas.
Madurez
Desde su llegada a Madrid, una de las mayores aficiones de Galdós eran las visitas al viejo Ateneo de la calle de la Montera, donde tuvo oportunidad de
hacer amistad con intelectuales y políticos de todas las tendencias, incluidos
personajes tan ajenos a su ideología y sensibilidad como, Marcelino Menéndez Pelayo, Antonio Cánovas del Castillo, o Francisco Silvela. También
frecuentaba las tertulias del Café
de la Iberia, la Cervecería Inglesa, y del viejo
Café de Levante. A partir de 1872, Galdós se aficionó a pasar los tórridos veranos madrileños en Santander, Cantabria, entorno con el
que llegaría a identificarse hasta el punto de comprar una casa en, El Sardinero, la animada “finca de San Quintín.”
Galdós Diputado
La carrera parlamentaria de Galdós
comienza, de un modo un tanto rocambolesco, cuando en 1886, y habiéndose
aproximado el escritor al Partido Liberal, su amistad con Sagasta le llevó a ingresar en el Congreso como
diputado por Guayama, (Puerto Rico). El escritor nunca llegaría a visitar su
circunscripción antillana, pero su obligada
asistencia a las Cortes —donde, tímido por naturaleza, apenas despegaría los
labios— le sirvió de nuevo e insólito observatorio desde el que analizar, lo
que luego titularía como, “La Sociedad
Española Como Materia Novelable.”
Más tarde, en las elecciones generales de España de 1910, se presentaría como líder de Conjunción Republicano-Socialista, formada por partidos republicanos y el PSOE, en que dicha coalición obtendría un 10,3% de votos.
El 15 de marzo de 1892, se estrenó en el Teatro de la Comedia de Madrid, la primera obra madura de la
producción teatral de Galdós: Realidad. El autor recordaría luego
esa noche en sus, Memorias, como, “solemne, inolvidable para mí.” El éxito
de la obra, y la buena disposición de la actriz, María Guerrero, les llevaría a
estrenar en los primeros días de 1893, la versión teatral de, La Loca de la Casa, que como libro había pasado casi inadvertido. Pero su confirmación como autor de éxito y
crític,a se la dio la obra, La de San Quintín, estrenada el 27 de enero de
1894; su cuarta obra llevada a las tablas,
tras el fracaso de la adaptación del episodio Gerona.
Pero el estreno más recordado de Galdós
fue quizá el de su, Electra, el 30 de enero de 1901, por lo que supuso de
oportuno, “alegato contra los poderes de
la Iglesia y
contra las órdenes religiosas que la servían,” en un momento histórico en el
que en España, tras los avances liberales del periodo 1868-1873, crecía de nuevo la influencia
de los intereses políticos del Vaticano. Aquella bofetada,
que para asombro del propio Galdós
fue mucho más sonora de lo que él había esperado, encendería la mecha de una
conspiración ultramontana, (integrismo católico), que al cabo de los
años, se llevaría una desproporcionada, triste y muy poco cristiana revancha:
impedir que el genio literario de Galdós
fuera reconocido con el Premio Nobel de Literatura.
Académico
Por fin, en 1897, y pese a las oposiciones de los sectores conservadores
del país —y en especial de los neos (neocatólicos)—, Galdós fue elegido miembro de la Real Academia Española.
Podría decirse que la sociedad
llega a un punto de su camino, en que se ve rodeada de ingentes rocas que le
cierran el paso. Diversas grietas se abren en la dura y pavorosa peña, indicándonos
senderos o salidas que tal vez nos conduzcan a regiones despejadas (...).
Contábamos, sin duda, los incansables viajeros con que una voz sobrenatural nos
dijera desde lo alto: por aquí se va, y nada más que por aquí. Pero la voz
sobrenatural no hiere aún nuestros oídos y los más sabios de entre nosotros se
enredan en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser la hendidura
o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo pantanoso en que nos
revolvemos y asfixiamos. Algunos, que intrépidos se lanzan por tal o cual
angostura, vuelven con las manos en la cabeza, diciendo que no han visto más
que tinieblas y enmarañadas zarzas que estorban el paso; otros quieren abrirlo
a pico, con paciente labor, o quebrantar la piedra con la acción física de
substancias destructoras; y todos, en fin, nos lamentamos, con discorde
vocerío, de haber venido a parar a este recodo, del cual no vemos manera de
salir, aunque la habrá seguramente, porque allí hemos de quedarnos hasta el fin
de los siglos.
Problemas Editiorales
Un laudo
arbitral de 1897, independizó a Galdós de
su primer editor, Miguel Honorio de la Cámara, y se dividió todo en dos partes,
de lo que resultó que Galdós, en
veinte años de gestión conjunta, había recibido unas 80.000 pesetas más de lo
que le correspondía. Después se averiguó que De la Cámara, no había sido del
todo legal respecto al número y fecha de las ediciones de sus obras; lo cierto
es que a Galdós le dejó un déficit de 100.000 pesetas. Sin embargo, quedó en su
propiedad, el cincuenta por ciento del fondo de sus libros que quedaba en
espera de venta, 60.000 ejemplares en total. Para librarse de ellos, abrió el
escritor una casa editorial con el nombre de, “Obras de Pérez Galdós,” en la calle de Hortaleza (número 132 bajo). Los dos primeros
títulos que puso en el mercado fueron, Doña
Perfecta, y El Abuelo.
Continuó esta actividad editorial hasta 1904, año en que, cansado, firmó un
contrato con la Editorial
Hernando.
La vida sentimental de Galdós,
que el escritor conservó celosamente en secreto, tardó en ser estudiada con
cierto método. Hubo que esperar a que en 1948,
el hispanista lituano establecido en Estados Unidos, Chonon Berkowitz, publicase su estudio
biográfico titulado, Pérez Galdós. Spanish Liberal
Crusader (1843-1920).
Todos los críticos coinciden en la esterilidad biográfica de sus, Memorias de un Desmemoriado (Galdós poseía
una memoria portentosa), escrita en forma de diario de viajes, y no se sabe si
para desalentar empeños biográficos ulteriores.
Galdós permaneció soltero
hasta su muerte. Algunos amigos y contemporáneos dejaron noticia de su
debilidad por las relaciones con profesionales, aunque no se ha podido
demostrar cuánto haya de mito y exageración en ello. Se le conoce una hija
natural, María Galdós Cobián, nacida en 1891 de Lorenza Cobián.
La lista de pasiones amorosas, más o menos carnales, se puede complementar con los nombres de la actriz meritoria Concha (Ruth) Morell y con la novelista Emilia Pardo Bazán.
Una dilatada colección de estudios, intentando desentrañar las relaciones claras de los rumores, permiten añadir a estas tres mujeres mencionadas, una variopinta lista, en la que figuran los nombres de la actriz, Carmen Cobeña;
la poetisa y narradora Sofía Casanova, quien estrenó en el teatro Español su comedia, La Madeja (con dirección artística del propio Galdós);
la actriz Anna Judic; la cantante Marcella Sembrich;
la artista Elisa Cobun; la actriz Concha Catalá, que trabajó en la compañía de Rosario Pino;
y la viuda, Teodosia Gandarias Landete, su último y algo más que platónico amor.
La lista de pasiones amorosas, más o menos carnales, se puede complementar con los nombres de la actriz meritoria Concha (Ruth) Morell y con la novelista Emilia Pardo Bazán.
Una dilatada colección de estudios, intentando desentrañar las relaciones claras de los rumores, permiten añadir a estas tres mujeres mencionadas, una variopinta lista, en la que figuran los nombres de la actriz, Carmen Cobeña;
la poetisa y narradora Sofía Casanova, quien estrenó en el teatro Español su comedia, La Madeja (con dirección artística del propio Galdós);
la actriz Anna Judic; la cantante Marcella Sembrich;
la artista Elisa Cobun; la actriz Concha Catalá, que trabajó en la compañía de Rosario Pino;
y la viuda, Teodosia Gandarias Landete, su último y algo más que platónico amor.
Al hilo de estos temas, la escritora y pintora Margarita Nelken, en su artículo
titulado, El aniversario de
Galdós/intimidades y recuerdos, y publicado en el diario, El Sol del 4 de enero de
1923, comentaba la afición de Galdós
por rodearse de, “mujeres jóvenes que
pusieran risas y se ponía más achacoso para que le mimásemos más.”
En el último periodo de su vida, Galdós repartió su tiempo entre los compromisos políticos y la
actividad como dramaturgo. Sus últimos años, estuvieron
marcados de modo progresivo por la pérdida de la visión, y las consecuencias de
sus descuidos económicos, y tendencia a endeudarse de forma continua, aspectos íntimos que el entonces joven
periodista, Ramón Pérez de Ayala, aprovechándose de su interesada
amistad con el viejo escritor, recogió más tarde en sus, Divagaciones Literarias:
“En una ocasión don Gabino Pérez,
su editor, le quiso comprar en firme sus derechos literarios de las dos
primeras series de los Episodios Nacionales por quinientas mil pesetas, una
fortuna entonces. Don Benito replicó: ‘Don Gabino, ¿vendería usted un hijo?’ Y,
sin embargo, don Benito no sólo no disponía jamás de un cuarto, sino que había
contraído deudas enormes. Las flaquezas con el pecado del amor son pesadas gabelas. Pero éste no era el único agujero
por donde el diablo le llevaba los caudales, sino, además, su dadivosidad
irrefrenable, de que luego hablaré. En sus apuros perennes, acudía, como tantas
otras víctimas, al usurero. Era cliente y vaca lechera de
todos los usureros y usureras matritenses, a quienes, como se supone, había
estudiado y cabalmente conocía en la propia salsa y medio típico, con todas sus
tretas y sórdida voracidad. ¡Qué admirable cáncer social para un novelista!
(Léase su Fortunata y Jacinta y la serie de los Torquemadas). Cuando uno de los untuosos y quejumbrosos prestamistas, le presentaba a la firma uno de los recibos diabólicos en que una entrega en mano de cinco mil pesetas se convierte, por arte de encantamiento, con carácter de documento ejecutivo, o pagaré al plazo de un año, en una deuda imaginaria de cincuenta mil pesetas, don Benito tapaba con la mano izquierda el texto, sin querer leerlo, y firmaba resignadamente. Los intereses de la deuda ficticia así contraídos, le llevaban casi todo lo que don Benito debía recibir por liquidaciones mensuales de la venta de sus libros. Muy pocos años antes de la muerte de don Benito, un periodista averiguó por esto su precaria situación económica, y la hizo pública, lo que suscitó un movimiento general de vergüenza, simpatía y piedad (...) A principios de mes, acudían a casa de don Benito, o bien le acechaban en las acostumbradas calles, atajándole al paso, copiosa y pintoresca colección de pobres gentes, dejadas de la mano de Dios; pertenecían a ambos sexos y las más diversas edades, muchos de ellos de semblante y guisa asaz sospechosos; todos, de vida calamitosa, ya en lo físico, ya en lo moral, personajes cuyas cuitas no dejaba de escuchar evangélicamente (...) Don Benito se llevaba sin cesar la mano izquierda al bolsillo interno de la chaqueta, sacaba esos papelitos mágicos denominados billetes de banco, que para él no tenían valor ninguno sino para ese único fin, y los iba aventando.”
(Léase su Fortunata y Jacinta y la serie de los Torquemadas). Cuando uno de los untuosos y quejumbrosos prestamistas, le presentaba a la firma uno de los recibos diabólicos en que una entrega en mano de cinco mil pesetas se convierte, por arte de encantamiento, con carácter de documento ejecutivo, o pagaré al plazo de un año, en una deuda imaginaria de cincuenta mil pesetas, don Benito tapaba con la mano izquierda el texto, sin querer leerlo, y firmaba resignadamente. Los intereses de la deuda ficticia así contraídos, le llevaban casi todo lo que don Benito debía recibir por liquidaciones mensuales de la venta de sus libros. Muy pocos años antes de la muerte de don Benito, un periodista averiguó por esto su precaria situación económica, y la hizo pública, lo que suscitó un movimiento general de vergüenza, simpatía y piedad (...) A principios de mes, acudían a casa de don Benito, o bien le acechaban en las acostumbradas calles, atajándole al paso, copiosa y pintoresca colección de pobres gentes, dejadas de la mano de Dios; pertenecían a ambos sexos y las más diversas edades, muchos de ellos de semblante y guisa asaz sospechosos; todos, de vida calamitosa, ya en lo físico, ya en lo moral, personajes cuyas cuitas no dejaba de escuchar evangélicamente (...) Don Benito se llevaba sin cesar la mano izquierda al bolsillo interno de la chaqueta, sacaba esos papelitos mágicos denominados billetes de banco, que para él no tenían valor ninguno sino para ese único fin, y los iba aventando.”
Ramón Pérez de Ayala (1958)
Como parte de las fuerzas políticas republicanas, Madrid eligió a Galdós
representante en las Cortes de 1907. En 1909 presidió,
junto a Pablo Iglesias, la coalición
republicano-socialista, si bien Galdós,
que, “no se sentía político,” se
apartó pronto de las luchas, “por el acta
y la farsa” dirigiendo sus ya menguadas energías a la novela y al teatro.
Paralelamente, el habilidoso instinto político del Conde de Romanones, urdía encuentros del joven rey Alfonso XIII, con el popular escritor, que le situaban en un
contexto ambiguo. Con todo, en 1914 Galdós, enfermo y ciego, presentó y
ganó su candidatura como diputado republicano por, Las Palmas de Gran Canaria. Coincidía ello
con la promoción, en marzo de 1914, de una Junta Nacional de Homenaje a Galdós, formada por personalidades de
la talla y catadura de: Eduardo Dato (jefe del
Gobierno), el capitán general Miguel Primo de Rivera, el banquero
Gustavo Baüer (representante de Rothschild en España), Melquiades Álvarez, jefe de los reformistas, o el duque de Alba, además de
escritores consagrados como Jacinto Benavente, Mariano de Cavia, y José de Echegaray. No figuraban en dicha junta, políticos como, Antonio Maura, o Lerroux, y por razones
antagónicas: la Iglesia y los socialistas.
En el aspecto literario, puede anotarse que su admiración por la obra de León Tolstói, se trasluce en cierto espiritualismo en sus últimos escritos y, en esa misma línea
rusa, no pudo disimular cierto pesimismo
por el destino de España, como se percibe en las páginas de uno de sus últimos Episodios Nacionales, Cánovas (1912), al que pertenece este párrafo:
"Los
dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el poder, son
dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto.
Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo
las condiciones de vida de esta infeliz raza pobrísima y analfabeta. Pasarán
unos tras otros, dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un
estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el
problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que
burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los
amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los
farolitos..."
Benito Pérez Galdós, Cánovas, Madrid, 1912
El 20 de enero de 1919, se descubrió en el Parque del
Retiro de Madrid una escultura erigida por suscripción pública. Por razón de su
ceguera, Galdós pidió ser alzado
para palpar la obra y lloró emocionado al comprobar la fidelidad de la obra que
un joven y casi novel, Victorio
Macho, había esculpido sin cobrar su trabajo. Un año más
tarde, Benito Pérez Galdós, cronista de
España por designación del pueblo soberano, murió
en su casa de la calle
Hilarión Eslava de Madrid, en la madrugada del 4 de enero de 1920. El
día de su entierro, unos 30.000 ciudadanos acompañaron su ataúd, hasta el cementerio de la Almudena (zona antigua, cuartel 2B, manzana 3,
letra A).
Es habitual leer, en la abundante bibliografía y otros documentos, que
sobre la figura de Galdós se han
producido, leer que el escritor murió pobre y olvidado. El origen de la leyenda
del olvido oficial, institucional y político, hay que imputárselo a José Ortega y Gasset, autor anónimo,
pues no la firmó, de una encendida necrológica publicada en el
diario, El Sol, el 5 de enero de
1920 (III, 30-31), y que comenzaba así: “La
España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado ausente en la unánime
demostración de pena provocada por la muerte de Galdós. La visita del ministro
de Instrucción Pública no basta... Son otros los que han faltado... El pueblo
sabe que se le ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes.” Se
discute esa afirmación de Ortega sobre la ausencia de, “la España oficial” en la demostración de duelo. Unamuno en idéntica fecha escribía que, leyendo
su obra, “nos daremos cuenta del bochorno
que pesa sobre la España en que él ha muerto.”
En todo caso, según la prensa del momento, uno de los primeros en presentarse en la casa
mortuoria fue, efectivamente, Natalio Rivas, ministro de Instrucción Pública,
además de políticos como Alejandro Lerroux (siempre atento a la simbología de lo público)
o aristócratas como Emilia Pardo Bazán, condesa y amiga del finado. Poco después
llegó el torero, Machaquito, y una interminable procesión de amigos,
conocidos y personalidades varias.
El desfile aumentaría en forma progresiva cuando desde las once de la noche del mismo día de su muerte, quedó instalada la capilla ardiente en el Patio de Cristales del Ayuntamiento de Madrid. Allí acudieron el jefe del Gobierno y cinco de sus miembros junto con “cientos de miles de ciudadanos.” También ese mismo día 4, el ministro Rivas puso a la firma del rey un Decreto, “estableciendo honores y distinciones,” entre las que se incluían que el entierro fuese costeado por el Estado, y la asistencia de las Reales Academias, Universidades, Ateneo y Centros de Enseñanza y Cultura, además de otros funcionarios ministeriales. El Senado, por su parte, celebró una sesión para acordar el pésame de la institución y su asistencia oficial al sepelio. Se publicó una esquela mortuoria, dándoles el pésame a los familiares, la hija de Galdós y su marido, su hermana Manuela, ausente en Las Palmas de Gran Canaria, el albacea Alcaín...
El desfile aumentaría en forma progresiva cuando desde las once de la noche del mismo día de su muerte, quedó instalada la capilla ardiente en el Patio de Cristales del Ayuntamiento de Madrid. Allí acudieron el jefe del Gobierno y cinco de sus miembros junto con “cientos de miles de ciudadanos.” También ese mismo día 4, el ministro Rivas puso a la firma del rey un Decreto, “estableciendo honores y distinciones,” entre las que se incluían que el entierro fuese costeado por el Estado, y la asistencia de las Reales Academias, Universidades, Ateneo y Centros de Enseñanza y Cultura, además de otros funcionarios ministeriales. El Senado, por su parte, celebró una sesión para acordar el pésame de la institución y su asistencia oficial al sepelio. Se publicó una esquela mortuoria, dándoles el pésame a los familiares, la hija de Galdós y su marido, su hermana Manuela, ausente en Las Palmas de Gran Canaria, el albacea Alcaín...
En señal de duelo, esa noche del 4 de enero, se cerraron todos los
teatros de Madrid con el cartel de, No Hay Función. En la prensa madrileña y nacional, algunos
diarios como el conservador, La Época, publicaron números
extraordinarios glosando la imagen del escritor canario fallecido
Entierro Frío y Multitudinario
El lunes 5 de enero de 1920, rodeando el féretro la Guardia Municipal,
de gala, y cubierto por coronas de flores, partió el entierro de Benito Pérez Galdós. Los periódicos
hablaron luego de que 30 000 personas habían pasado por la capilla
ardiente, y de que unas 20 000 formaron cortejo extraoficial hasta el cementerio. Aunque en esa época no era costumbre que las
mujeres acudieran a los entierros, en aquella ocasión abrió la excepción la
actriz Catalina Bárcena, y en cuanto el duelo oficial se retiró, a la
altura de la Puerta de Alcalá, progresivamente fueron
acudiendo las otras mujeres de Madrid: las menestralas, las obreras, las madres
de familia de las clases populares. El abuelo que
contaba historias que ellas podían entender y sentir, el hermano escritor que
las había inmortalizado con muy diversos nombres y sentimientos, emprendía
aquella fría tarde su último viaje.
Novelas Más Representativas
De la vasta obra literaria, histórica
y dramática acometida por Benito Pérez
Galdós, la crítica del mundo occidental ha coincidido en destacar libros de
resonancia universal como:
·
Fortunata y
Jacinta, novela realista con un complicado triángulo amoroso
entre dos mujeres de diferentes clases sociales y un mismo hombre, el burguesito Juan
Santa Cruz. Novela universal, es también una de las obras de Galdós que mejor definen el concepto de,
“Madrid galdosiano.” Así lo han referido hispanistas y galdosistas,
desde Leopoldo Alas
(Clarín) a Pedro
Ortiz-Armengol. El retrato que el escritor canario hace de la
ciudad y sus gentes es comparable al que un siglo antes hiciera Francisco de Goya.
·
En Doña Perfecta, y en el escenario de una ciudad imaginaria, Orbajosa, anclada en
el tradicionalismo más radical, se desarrolla, “la tragedia de España,” donde confluyen y se enfrentan, “los dos conceptos del mundo, el medieval (Doña Perfecta) y el
moderno (Pepe Rey),” que tratan de conquistar a la España que vivió Galdós, encarnada en el personaje de la
hija de aquella y novia de éste: Rosario... “la
España actual, en manos de la Intransigencia y el Fanatismo: Doña Perfecta,” Ricardo Gullón insiste
en ese mismo conflicto colocando Doña Perfecta a la cabeza de
las que él agrupa como, “novelas de la
intolerancia,” como, “novela del
fanatismo y la hipocresía,” y cuya protagonista, Perfecta, y el “grupo de pueblerinos que la rodea
personifican la voluntad intransigente de una actitud que pretende suplantar la
caridad por la violencia.” Gullón también coincide con otros galdosistas en
la posibilidad de que Galdós “evocara el recuerdo de su propia madre,
cuyo autoritarismo marcó la pauta durante los veinte primeros años de su vida.”
·
Misericordia fue la
última novela del periodo que marcaría el zénit de la profesionalidad y
honradez como escritor del Galdós inmerso en el planteamiento “espiritualista” del acto creador. El profesor Joaquín Casalduero, en su
ejemplar estudio de, Misericordia, descubre las consecuencias del
esfuerzo de Galdós, “...su amargo pesimismo al contemplar la
realidad española, se deshace en ironía, optimismo y bondad al soñar en un
futuro mejor.”
Numerosos estudios críticos han
destacado la brillantez de Galdós en
su construcción de personajes femeninos; en este sentido y además de los
títulos citados, cabría añadir las mujeres protagonistas de La de Bringas (Rosalía
Pipaón), Tormento (Amparo), La desheredada, La familia de
León Roch (María Egipcíaca), Marianela, o la “Benina” de, Misericordia.
Estilo
Benito Pérez
Galdos, poseedor
de una memoria privilegiada y una formación autodidacta, sustentada por su
curiosidad incansable, su capacidad de observación, y su pasión por la lectura,
acuñó un estilo narrativo personal con las siguientes características:
1. Estilo
directo, que logra ocultar su academicismo en los pasajes meramente narrativos,
o sus comentarios a la acción, pero siempre natural, sobre todo en los
diálogos, siguiendo los postulados estéticos realistas.
2. Uso
literario del lenguaje, tanto culto como callejero, siguiendo el modelo cervantino.
3. Dominio del
diálogo de inspiración clásica.
4. Construcción
del relato en una línea abierta al humor y la ironía.
5. Habilidad
para desnudar sus reflexiones y su apabullante cultura de todo academicismo.
6. Tratamiento
coloquial del texto, recuperando recursos de la narrativa oral o el discurso
familiar. Este ejercicio, que varios autores consideran voluntario y meditado,
y que le granjeó a Galdós un puesto
privilegiado entre las clases populares, fue considerado por algunos críticos y
colegas contemporáneos o de generaciones más jóvenes como ridículo, infantil y
populachero, aunque Pío Baroja llegó a reconocer que Galdós, “sabía hacer hablar al pueblo,” como nadie.
Nazarín es una novela del escritor español, Benito Pérez
Galdós, publicada en mayo de 1895, dentro
del ciclo, “espiritualista” de las “Novelas Españolas
Contemporáneas.”
Narra las aventuras y filosofía del sacerdote visionario, Nazario Zaharín,
el primero en la ‘trilogía’ de personajes-héroes movidos por un cristianismo elemental y utópico, junto a la Catalina de Halma y la Benina de Misericordia, galería que puede
completarse —tras su conversión— con Ángel Guerra.
En 1959 fue adaptada por Luis Buñuel al cine, dentro de la trilogía del realizador aragonés dedicada a Galdós, que complementaron, Viridiana, en 1961 y Tristana, en 1970.
Analisis del Argumento
La mayoría de los críticos coinciden en relacionar esta novela con la
lectura atenta que de la obra de Tolstoi pudo hacer Galdós en la última década del siglo
XIX. La interpretación que el
escritor ruso hizo de los textos de los evangelistas Mateo y Lucas, y que le valieron ser excomulgado por el Santo Sínodo, aparece asimilada ya en
1893-94 en dos de las novelas de
Torquemada. El
galdosista Gustavo
Correa opina que por
encima de Tolstoi y los Evangelios pesó sobre Galdós la tradición
mística española, en especial de Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, cuya vida y obra
parecen el modelo de contemplación-acción que mueve los actos de Nazarín.
En Nazarín, su protagonista,
el padre Nazario, un manchego oriundo de Miguelturra, abandona su
cómoda vida sacerdotal en Madrid para echarse a los caminos. En su vagabundeo
por los arrabales del sur de Madrid lo acompañan dos fieles discípulas, Ándara y Beatriz, personajes mezcla
del Sancho Panza cervantino (son muy populares y malhabladas)
con las Marta y María evangélicas. Nace
así una mixtificación de Don Quijote y Jesús de Nazaret. Del primero conserva Nazarín su idealismo, su nomadismo y su incapacidad (o resistencia voluntaria)
para adaptarse a la realidad; del
segundo, su misticismo, su pacifismo, su entrega al prójimo e
incluso un cierto mesianismo. Otros definen la ‘ideología’ del
misionero errante como, “una especie de
comunismo cristiano,” sin industria y opuesto a la propiedad privada,
reivindicando la pobreza generalizada. Apóstol de la resignación, Nazarín,
entre la santidad y la locura, se ofrece como ejemplo y precursor del nuevo
sentimiento religioso que acabará desenmascarando el engaño oculto en el ideal
del progreso.
de Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós, tal vez
el más importante novelista de España, escribía una de sus ciento catorce
creaciones inmortales, cuando llegó a verlo un periodista amigo. Le fue
imposible imaginar, entonces, que ello era punto de partida, para contar la
magistral aventura del cura Nazario. Mas popularmente conocido como Nazarín.
Habían quedado citados para
esa hora. El hombre dijo, “¡Hola Benito!
Lamento interrumpirte, ya lo sabes.” Benito dijo, “¡Bah, no te preocupes! Es malo usar la pluma sin conocer el mundo, la
gente, sus triunfos y desdichas…” El periodista dijo, “Tienes
razón, aunque lo último es más abundante.” Benito dijo, “Sin embargo, hay humanidad, que es lo que
importa. ¡Eres periodista, conoces mejor los afanes del humilde!” El hombre
dijo, “Pero tú los cuentas como un
maestro. ¡Acompáñame pues!” Ambos caminaron hacia el lugar donde el
periodista haría una entrevista, en la cual, Pérez Galdós deseaba estar
presente. Luego de andar hacia uno de los barrios pobres de París, el
periodista dijo, “¡He aquí el medio! Una
casa de huéspedes de baja estofa, ¡Prepárate, sus habitantes no son iguales a
nosotros!” Avanzaron, y el periodista dijo, “¡Mira eso!¡Gitanos! junto a rufianes y ‘damas dudosas.’” Benito
dijo, “Siento estar violando la intimidad
de esta gente.” El periodista le contestó, “¡No los mires, también les chocan nuestros trajes, pero veras que ésto
dura poco.”
En eso, un impresionante
personaje se les acercó. “¡Felices los
ojos de tía Chanfaina que vuelven a verte, muchacho. ¿Este es el amigo de quien
me hablaste?” El periodista dijo, “Así
es, tía. Tu casa alberga a muchos que, sin duda, se morirán de hambre y abandóno.”
La señora dijo, “Él lo dice muy bien. ¡Somos
pobres pero honrados! No es fácil mantener esto. La gente viene y se va, a
veces sin pagar la cuenta! Y no les cobro a los que no tienen dinero, por un
rincón limpio o un pedazo de techo…” En ese instante, cruzaron sonrientes
cuatro mujeres esperpénticas. “Miren a
ésas…la vida es dura amigos. Para muchos cuesta demasiado conseguir el pan de
cada día.” Enseguida, una voz de hombre tronó desde lo alto. “¡Tía Chanfaina!¡Me han robado, venga han
asolado mi pobre cobijo!” Era el padre Nazarín, quien bajó las escaleras y
se unió al grupo. La Tía dijo, “¡Padre
Nazario Nazarín, no es posible tanta maldad!”
Nazarín dijo, “¡No es maldad, sino desvío, señora! Y hasta sé quién lo hizo. Fue Siona. Esa pobre mujer, ¡Hoy mismo me revolvía el baúl! La pobrecilla paga necesidad.” La tía dijo, “¿Pobrecilla? Padre, lo roban y usted se apiada. Esto solo tiene un remedio, ¡La guardia civil!” Nazarín dijo, “No, tía. No denúncio a nadie. ¡Las cosas son de quién las necesita! Mi padecimiento es otro. Llevo un día sin comer. Ella se birló el trozo de pan que me quedaba. ¡Deberé pedir algo, una limosna!” La tía dijo, “¡No se hable más!¿Cómo va a pasar hambre? Espéreme…”
Benito pensó, “¡Vaya, éste hombre es muy interesante para mí!” Entonces dijo, “¿Quién es él? ¿Porqué tiene, solo por puerta de su habitación, una ventana?” El periodista dijo, “Un árabe manchego: Nazario Zaharín, de Miguelturra, es todo lo que sé. A él le haré mi entrevista. Creo que me dará tema para un artículo para un diario donde trabajo.” Benito dijo, “¡Shhht! Calla. Ahí se acercan esas mujeres.” Una de ellas dijo a Nazarín, acercándose a través de la ventana, “Dice tía que acusas a Siona. ¡Es nuestra amiga!” La otra dijo, “¿Y qué guardas tú, que alguien pueda robarte curita?” Nazarín dijo, “Tie-tienes razón. Solo poseo los harapos que visto.” Una tercera mujer rió y dijo, “¡Ja, Ja, Ja!¡Ni siquiera habita una capilla!”
Nazarín dijo, “¡No es maldad, sino desvío, señora! Y hasta sé quién lo hizo. Fue Siona. Esa pobre mujer, ¡Hoy mismo me revolvía el baúl! La pobrecilla paga necesidad.” La tía dijo, “¿Pobrecilla? Padre, lo roban y usted se apiada. Esto solo tiene un remedio, ¡La guardia civil!” Nazarín dijo, “No, tía. No denúncio a nadie. ¡Las cosas son de quién las necesita! Mi padecimiento es otro. Llevo un día sin comer. Ella se birló el trozo de pan que me quedaba. ¡Deberé pedir algo, una limosna!” La tía dijo, “¡No se hable más!¿Cómo va a pasar hambre? Espéreme…”
Benito pensó, “¡Vaya, éste hombre es muy interesante para mí!” Entonces dijo, “¿Quién es él? ¿Porqué tiene, solo por puerta de su habitación, una ventana?” El periodista dijo, “Un árabe manchego: Nazario Zaharín, de Miguelturra, es todo lo que sé. A él le haré mi entrevista. Creo que me dará tema para un artículo para un diario donde trabajo.” Benito dijo, “¡Shhht! Calla. Ahí se acercan esas mujeres.” Una de ellas dijo a Nazarín, acercándose a través de la ventana, “Dice tía que acusas a Siona. ¡Es nuestra amiga!” La otra dijo, “¿Y qué guardas tú, que alguien pueda robarte curita?” Nazarín dijo, “Tie-tienes razón. Solo poseo los harapos que visto.” Una tercera mujer rió y dijo, “¡Ja, Ja, Ja!¡Ni siquiera habita una capilla!”
En eso reapareció la dueña
del albergue. “¿Qué hacen infelices?
¡Déjenlo!¡No denunciará a Siona!” Una de las mujeres dijo, “¿De verdad no la va a mandar encarcelar?” La
tía dijo, “¡No!¡Para que aprendan
brujas!¡Siona tiene suerte!¡Lárguense de aquí!” Nazarín dijo, “Tía, no exagere. Su violencia es inútil.”
La tía dijo, “¡Yo sé lo que hago con esas
arpías! Tome, coma un poco. No quiero huéspedes indigentes.” La tía le dio
una sopa de beber. Enseguida, mientras Nazarín comía, Benito dijo, “¡Oye!¿No huele a rayos ese perfume
ordinario?” El periodista dijo, “Sí.
Tratan de tapar otros olores malos, con un hedor ‘perfumado’ ¡Ufff, es
horrible!” Enseguida, ambos se dirigieron a Nazarín. El periodista dijo, “¡Discúlpenos! Hablamos con un sacerdote
licenciado, ¿Eh?” Nazarín dijo, “En
efecto, aunque consigo muy pocas misas. Que esto no les extrañe. Soy un hombre
muy feliz en mi miseria. Sé que Jesucristo me acepta a su lado.” El
periodista le dijo, “Pero le robaron, y
para eso hay una ley severa.” Nazarín dijo, “Paciencia y calma. Ese es mi lema. ¡Todo tarde o temprano se arregla!
Mientras tanto, ayudo.” El periodista dijo, “Padre, acompáñenos. Bebamos un café y platiquemos.”
Hecho el acuerdo, salieron y
buscaron un lugar que conocían. Una vez en la mesa, Nazarín dijo, “No entiendo qué interés tienen por un
hombre simple.” Benito dijo, “Ni tan
simple, luego de lo que hemos presenciado en ese albergue.” El periodista
dijo, “¿Puedo hacerle unas preguntas? Si
no quiere, lo dejamos, y a otra cosa.” Nazarín dijo, “Hágalas, señor. No tengo nada qué ocultarle.” El periodista dijo, “Es católico, ya veo. ¿Nada lo separa de su
doctrina?” Nazarín dijo, “Profeso la
fe de Cristo en toda su pureza. Tengo mis licencias y rara vez puedo ejercer en
templos…” El periodista le dijo, “Su
vida es precaria. No la de un sacerdote común.” Nazarín dijo, “Soy el más común de los sacerdotes. ¡Como
el mismo Jesús! Si hay comida, como; si no la hay, no como.” De tal modo,
durante un rato, el periodista realizó su trabajo informativo, y el novelista
se sintió cada vez mas atraído por la curiosa personalidad del consultado. Una
vez terminada la entrevista, abandonaron el café.
Entonces, el periodista dijo, “Tengo cierta influencia. Puedo gestionarle alguna plaza de coadjutor, o una canonjía…” Nazarín dijo, “Gracias, pero no acepto. ¡La humildad es mi signo! Vivo en lugares menesterosos o a pleno campo. ¡Aprécio el tesoro de la naturaleza! Y aborrezco la letra impresa que deforma libros inútiles, vanos…” El periodista puso su mano en el hombro del sacerdote, y dijo, “¡Espere!¿Qué dice?¡Los libros nos hacen inteligentes?” Nazarín dijo, “Algunos libros, pocos. Yo haría con el resto inmensos montones. Los pondría a la intemperie. ¿Entienden? ¡Un gran yacimiento de papel y pasta! Con el tiempo tendríamos guano, abono para que los campesinos fertilicen la tierra.”
Entonces, el periodista dijo, “Tengo cierta influencia. Puedo gestionarle alguna plaza de coadjutor, o una canonjía…” Nazarín dijo, “Gracias, pero no acepto. ¡La humildad es mi signo! Vivo en lugares menesterosos o a pleno campo. ¡Aprécio el tesoro de la naturaleza! Y aborrezco la letra impresa que deforma libros inútiles, vanos…” El periodista puso su mano en el hombro del sacerdote, y dijo, “¡Espere!¿Qué dice?¡Los libros nos hacen inteligentes?” Nazarín dijo, “Algunos libros, pocos. Yo haría con el resto inmensos montones. Los pondría a la intemperie. ¿Entienden? ¡Un gran yacimiento de papel y pasta! Con el tiempo tendríamos guano, abono para que los campesinos fertilicen la tierra.”
Aquel argumento hizo reír a
los amigos. Nazarín dijo, “Cómico, pero
verdadero amigos, ¡Y justo!” El periodista le dijo, “Padre Nazario, fue un gusto oírlo. Ahora le pagaré algo por colaborar
con mi periódico.” Nazarín dijo, “No
acepto pagas, solo pequeñas caridades.” El periodista le dio unas monedas,
diciendo, “Tome, según ese concepto,
entonces.” Nazarín dijo, “¡Dios se lo
pague! Solo me quedaré con muy poco. Dejaré casi todo en manos de pobres,
inválidos.” Sin más palabras Nazarín ensayó una pequeña reverencia, y se
fue. Benito dijo, “¿Qué te parece?¡Ya me
habían hablado de ese espécimen!” el periodista le dijo, “¡Un bicho raro!¿Anormal, parásito, genio,
farsante, santo, místico, alucinado…?¡Indagaré eso en mi artículo!” Benito
dijo, “Y yo en algún cuento o novela...
¡Gracias amigo, esto me sirve de mucho!” El periodista dijo, “Ojalá. Si escribe eso, quiero ser el
primero en leerlo.” La entrevista estaba hecha y se separaron. Benito le
gritó, “¡Te lo prometo!¡Hasta pronto!”
Durante los días siguientes,
el novelista se paseó por la ciudad y el campo, madurando nuevas ideas. Poco a
poco fue formando un mundo, a partir de los datos que obtuviera, pensando, “¡Hum! Sacerdote, mujeres alegres, pobreza,
fe…” En varios días completó el proyecto y regresó contento a su casa, para
darle forma escrita. Lo que continúa es la curiosa odisea del padre Nazario
Nazarín, a partir de lo poco que de él indagaba el novelista. El resto es fruto
de su imaginación espléndida…La primera escena nos muestra un Nazarín desvelado,
mirando la luna llena, fija en su ventana. Una expresión beatífica le dulcifica
el rostro, pensando, “La luna, el cielo,
las esferas celestes, ¡Aleluya, Dios nos muestra la armonía de su creación
universal!” De pronto, se escuchan unos golpes en su puerta, y piensa, “¿Quién llega a estas horas?¡Parece traer
prisa!” Al abrir su puerta, Nazarín dijo, “¡Andara!¿Qué te propones, mujer de vida triste?” Andara le dijo, “Padrecito, déjeme entrar, ¡Corro peligro!”
Nazarín la dejó pasar, y dijo, “¡Por
dios!¡No debería hacer esto!¿Comete algún delito?”
La mujer dijo, “Ya le contaré. ¡Ohh…me duele padrecito! Tengo un hombro herido…creo que me voy a desmayar…” Nazarín dijo, “¡Es una puñalada!” La sostuvo antes de que se desplazara sin sentido, pensando, “¡La insensata se metió en líos! Pero, ahora, mi deber es ayudarla, impedir que pierda más sangre.” Cerró una ventana, prendió una vela, y restañó la herida, pensando, “Cuento con muy poco. Solo trapos limpios, agua, paciencia…¡Debe ser suficiente, el navajazo es superficial!” Pagó el resto de la noche velando el sueño de la mujer. Con las primeras luces del día, Nazarín dijo, “¡Ahhh!¿Ya despiertas? Bebe este café caliente. Empieza a contarme…¡Y recuerda que mentir es pecado serio!”
La mujer dijo, “Ya le contaré. ¡Ohh…me duele padrecito! Tengo un hombro herido…creo que me voy a desmayar…” Nazarín dijo, “¡Es una puñalada!” La sostuvo antes de que se desplazara sin sentido, pensando, “¡La insensata se metió en líos! Pero, ahora, mi deber es ayudarla, impedir que pierda más sangre.” Cerró una ventana, prendió una vela, y restañó la herida, pensando, “Cuento con muy poco. Solo trapos limpios, agua, paciencia…¡Debe ser suficiente, el navajazo es superficial!” Pagó el resto de la noche velando el sueño de la mujer. Con las primeras luces del día, Nazarín dijo, “¡Ahhh!¿Ya despiertas? Bebe este café caliente. Empieza a contarme…¡Y recuerda que mentir es pecado serio!”
Andara narró, “Fue en la taberna del tío Luis, ¡Mala
gente, padrecito! Pero también lo soy, no me quejo. Solo me gano la vida…Me
sentí ofendida, ‘la ‘Tiñosa’ habló pestes del ‘tripita’ quien me dijo, ‘¡Déjala
mujer!¡Yo me haré cargo de esa lengua de víbora!’De repente apareció aquella
maldita. Le dije, ‘Piojosa, murmuras sobre mi amigo y sobre mí, ¡Ya verás!’ Le
lancé un golpe diciendo, ‘¡Toma, hace tiempo te lo mereces!’ Ella dijo,
‘Infeliz, te detesto!’Entonces sacó un cuchillo y me dijo, ‘También pienso en
esto hace tiempo. ¡Acabemos!’ Le dije, ‘¡Traicionera, sabes que estoy
desarmada!’ La maldita tiró una puñalada que esquivé, aunque llegó a mi hombro.
Logré asir su brazo armado y forcejeamos. Aún herida pude arrebatarle el puñal,
y le dije, ‘¡Ahh…ahora te contestaré de igual modo, Tiñosa!’ Descargué un golpe
al bulto, ofuscada, sin pensar, gritando, ‘¡Toma pécora!’ Ella exhaló un grito
de dolor, ‘¡Ayyy!’ Ella cayó, hubo gran confusión y aproveché para huir,
mientras escuché decir, ‘¡Por todos los santos, parece muerta!’ ‘¡No, aún
respira!’ Me escondí bajo el puente, y luego vine aquí.’
Tras terminar su narración,
Nazarín dijo, “¡Terrible! Te asisto, pero
no quiero ser responsable de desgracias entre rufianas, ni mujeres como tú y
esa ‘Tiñosa’ No acusé a Siona, tampoco te acusaré. No temas.” Andara dijo, “¡Oh, qué alivio!¡Usted es un santo,
padrecito!” Nazarín dijo, “¡No lo soy, calla Andara! Tu perfume barato
hiede. Quiera Dios que no te delaten sus efluvios.” Ella dijo, “Apesta, ¿verdad?¡Deberíamos eliminarlo!”
En eso, alguien más compareció, era la tía Chanfaina, quien dijo, “Sí, olí el perfume y anoche vi deslizarse
tu silueta por la escalera.” Andara dijo, “Tía Chanfaina, perdón, no quise…” La tía dijo, “¿Me tienes por delatora?¡No querida, solo
que le complicas la vida al padrecito! ¡No sé a quién creer, si a ti o a la
Tiñosa!¡Dicen que está grave!” Andara dijo, “M-me iré, en efecto, pero estoy herida y débil!” Nazarín
dijo, “Calma señora, me ocupare de ella mientras sana.” La tía dijo, “¡Hummm! Sí, puede ser. Déjela aquí. Yo
también soy mujer.” Nazarín dijo, “Iré
por frutas y verduras. Tengo algunas monedas que me donaron…” La tía dijo, “De acuerdo. Luego pondré también algo de mi
despensa.”
Cuando Nazarín se fue, la tía
le dijo a Andara, “Si saben que él te
esconde, lo ahorcarán, ¡Mujer loca!” Andara dijo, “Tía, no se preocupe. Nadie sabrá jamás que estuve aquí.” Así
pasaron las horas, Andara oculta en aquel cuarto. Por la noche, tía Chanfaina
le cambió los vendajes. Al otro día Nazarín salió a buscar víveres, y algún
piadoso en la feria, le dio algo de lo que mercaba en su tianguis. Luego Nazarín
alimentaba a la enferma y él casi no comía. Andara le preguntaba, “¿Solo eso come?¡Ha de pasar hambre!”
Nazarín dijo, “Mi asunto no es el
hartazgo sino la frugalidad, amiga. ¡Los alimentos del mundo son para la
humanidad sufriente! Saldré a dar mis vueltas. ¿Qué ropas tienes?” Andara
dijo, “Las que me trajo tía Chanfaina.
¡Llevo tres días aquí!¡Debo irme, pero no con ropas tajadas y sucias con
sangre!” Nazarín dijo, “¡Uf!¡Las que
vestías siguen apestando, hija!” Andara dijo, “No se preocupe, antes de irme haré que esos harapos desaparezcan sin
dejar un vestigio de olor…” Mientras él salía, ella dijo algo para sí sola,
“Ya verá padrecito, no habrá olores.
Nadie sospechará de usted. ¡Voy a demostrárselo en pocas horas!”
El cura, cada anochecer,
solía ir a una iglesia cercana. Se arrodillaba frente al altar y decía, “Debo rezar por el alma de esa pobre mujer.
Ha pecado mucho, pero tiene buen corazón, y podría salvarse…” Entre las
sombras de la noche, con aquel fervor, nadie diría que era un cura, sino un
pobre menesteroso que buscaba consuelo en la casa de Dios. Al salir, daba su
bendición y un óbolo a cualquiera de aquellos, que sin embargo, ya lo conocían,
pues un sacristán le decía, “¡Dios lo
bendiga, padrecito!” Entonces buscaba lugares solitarios, y oraba sin
cesar, por la mujer herida, por sus semejantes, por todos…Mientras tanto, en la
casa de huéspedes, Andara había salido sin ser vista, y volvía vestida entre
las sombras. Traía una idea fija, para llevar a la práctica: “No habrá más perfume. Lo eliminaré.” Abrió
el colchón, sacó el relleno de paja, y lo echó sobre las viejas ropas
malolientes, pensando, “¡Esto ayudará! Por
fortuna pude conseguir lo que salí a buscar…” Todo lo que el cura tenía
allí, fue a dar al montón, y Andara vertió un liquido que contenía una botella,
pensando, “¡Una botella de petróleo! El fuego
terminará con cualquier olor…” Lo otro que traía, era un cerillo, el cual
lo encendió y lo aventó a la ropa, diciendo, “¡Ya está! Arde fuego purificador…”
De inmediato las llamas
ardieron mientras la incendiaria huía. Pronto el siniestro era mayor que lo
calculado por quien ya no estaba en la casa. La tía decía, “¿Qué hacen patanes? ¡Despierten, ayúdenme a salvar el mobiliario!”
Justo entonces llegó Nazarín, pensando, “¡Por
los cielos!¿Qué es eso?¡Destrucción, fuego por doquier! Me agregaré al trabajo
de salvamento…” Gracias a Nazarín no hubo víctimas, pues sacó en brazos a
dos criaturas. Mientras la madre lloraba al recibir a su hijo sano y salvo,
Nazarín pensó, “¡Terrible situación de
ésta pobre mujer! Sólo podía con uno más, así que no sabía a cual
sacrificaría.” Después, Nazarín fue uno de los que arriesgó más, tratando
de salvar los pobres objetos de aquella gente sencilla. También puso a salvo a
varios animales del establo, diciendo, “¡Soo,
sooo!¡Calma burritos!¡Ya están fuera del fuego!” En un portal sombrío,
cerca de allí, Andara observaba el fuego pensando, “¡Lo hice bien!¡Oh, sí!¡Maté ese perfume atroz!¡Nadie podrá acusarme, y
acaso purifique la casa…!”
Al amanecer, las llamas
habían acabado. Nazarín alzó sus brazos y dijo, “Al menos no hubo víctimas. ¡Bendito sea Dios!” La tía dijo, “Bueno, era una casa vieja. Iré con lo mío a
otra parte. ¿Cómo empezaría el incendio?” Nazarín dijo, “Ni me lo imagino, tía Chanfaina. ¿Insinúa
algo?” La tía dijo, “¡Hum! Todo
empezó en su cuarto. ¿Lo sabía? ¡Y de Andara, la mosquita muerta, nada se ha
sabido!” Nazarín dijo, “¡Cielos, la
había olvidado!¿Moriría ahí dentro?” La tía encendió un cigarrillo y dijo, “No. Lo revisé. Hubieran quedado sus restos
quemados. ¡La arpía causó el incendio, para eliminar los olores del perfume
barato!” Nazarín dijo, “Tiene razón.
Era su obsesión.” La tía dijo, “Lo
siento padrecito, pero si me preguntan, les diré de ella. ¡Y tanto usted como
yo nos veremos implicados!” Nazarín dijo, “Hace bien, la verdad ante todo, ¡Yo haría lo mismo!” Enseguida,
Nazarín comprendió la situación, y dijo, “Ahora,
estoy en la calle otra vez. ¡Adiós señora!” La tía dijo, “¡Espere! Perdón, no quise alarmarlo, ¿A
dónde irá?” Nazarín dijo, “Calma, no
me alarmé. ¡Buscaré algo, los caminos del señor y su misericordia son
múltiples. ¡Buena Suerte!” La tía fijo, “Adiós
padrecito. Siempre lo recordaré.”
Nazarín vagó varios días
pidiendo limosna, y al fin, llegó a una casa parroquial, con un sacerdote,
quien le dijo, “Haces bien en venir,
Nazario, mi madre y yo te apreciamos.” La madre de su colega, mujer severa,
sentada en un sillón matriarcal, lo recibió con agrado, diciendo, “Hiciste bien en venir, amigo. Mi hijo
necesita un ayudante para sus oficios en la parroquia.” Fue bien tratado,
pero el ambiente se le hizo incomodo. Nazarín pensaba, “Dios, me acogen, pero en una iglesia no debería haber servidumbre.” Durante
algunos días, Nazarín ayudó a su amigo, a cumplir con la feligresía del lugar.
Luego, a solas, higienizaba el templo, tarea para la cual consideraba ser el más
indicado. Justo al quinto día de haber llegado ahí, Nazarín arreglaba unas flores
cuando el sacerdote le gritó, “¡Nazarín,
ven, deja eso, necesito hablar contigo!” Fueron a la sacristía; Nazarí se
sentía intrigado. Su colega le dijo, “¡Mientras
trabajabas hice muchas averiguaciones. ¡Acaba de llegar un funcionario del
gobierno!” Nazarín dijo, “¿Algo va
mal?”
El sacerdote le dijo, “Te buscan…por algo que pasó en tu antigua vivienda. ¡Me hablaste del incendio, ahora sospechan de ti!” Nazarín dijo, “¡Te dije todo!¡No soy incendiario, Dios lo sabe!” El sacerdote le dijo, “Hay algo peor que eso, ¡Una mujer está gravemente herida y se sospecha que protegiste a quien la acuchilló!” Nazarín dijo, “¡La protegí, no como cómplice sino como cristiano, mantuve el secreto de confesión! Hablaré de esto ante cualquier funcionario. Ella misma fue atacada.” El sacerdote le dijo, “¿Cómo pudiste hacerlo?¡Ahora puedes perder tu licencia!” Nazarín dijo, “¿A costa de mentir o callar?¡No, amigo, eso es indigno!” El sacerdote dijo, “Ante la ley civil y nuestra institución, quedarás en evidencia. ¡Disculpa, no puedo acogerte aquí, mi madrecita sufriría!” Nazarín dijo, “No necesitas decirlo, me voy ahora mismo.” El sacerdote le dijo, “¡Por favor, compréndeme Nazarín!” Nazarín dijo, “Te comprendo. Fuiste hospitalario y te lo agradezco. ¡Adiós! Que el señor sea contigo…”
El sacerdote le dijo, “Te buscan…por algo que pasó en tu antigua vivienda. ¡Me hablaste del incendio, ahora sospechan de ti!” Nazarín dijo, “¡Te dije todo!¡No soy incendiario, Dios lo sabe!” El sacerdote le dijo, “Hay algo peor que eso, ¡Una mujer está gravemente herida y se sospecha que protegiste a quien la acuchilló!” Nazarín dijo, “¡La protegí, no como cómplice sino como cristiano, mantuve el secreto de confesión! Hablaré de esto ante cualquier funcionario. Ella misma fue atacada.” El sacerdote le dijo, “¿Cómo pudiste hacerlo?¡Ahora puedes perder tu licencia!” Nazarín dijo, “¿A costa de mentir o callar?¡No, amigo, eso es indigno!” El sacerdote dijo, “Ante la ley civil y nuestra institución, quedarás en evidencia. ¡Disculpa, no puedo acogerte aquí, mi madrecita sufriría!” Nazarín dijo, “No necesitas decirlo, me voy ahora mismo.” El sacerdote le dijo, “¡Por favor, compréndeme Nazarín!” Nazarín dijo, “Te comprendo. Fuiste hospitalario y te lo agradezco. ¡Adiós! Que el señor sea contigo…”
Mientras se alejaba, el cura
coadjutor sintió que unas lagrimas de arrepentimiento brotaban de sus ojos, y
pensó, “¡Nazarín, no te vayas!¡Oh, Dios
mío, perdón!” Sin titubeos, Nazarín se dirigió a la oficina del regidor,
pensando, “Me están esperando. ¡Hablaré
sin pelos en la lengua!” Luego compareció ante funcionarios y autoridades
eclesiásticas, sin omitir nada, y pronto sus licencias de sacerdote le fueron
retiradas sin contemplación. Solo dijo una frase gozosa y desconcertante, “Vuelvo a la naturaleza, ¡Dios me apoya,
caballeros!” Debió acudir entonces con un anciano abarrotero, con quien
siempre sostuvo una fiel amistad. En cuanto el abarrotero lo vio llegar, le
dijo, “¡Nazarín, hijo mío, ya salen los
clientes y te atenderé!” Nazarín dijo, “Gracias
señor Mora, las cosas no van bien para mí.” Una vez más, Nazarín contó sus
últimas aventuras, “…y perdí mis
licencias y derechos, pero, ¡No me preocupo, sin duda el Señor necesita
someterme a esto!” El señor Mora dijo a su ayudante, “¡Dependiente, atiende el negocio!” Éste le dijo, “Sí, patrón.” Salieron por la
trastienda, hacia la casa del comerciante, quien dijo, “¡Comamos, te ves desnutrido!”
La esposa del dueño de la casa y la hija, lo apreciaban y el sacerdote comió poco, pero con buen apetito. El señor Mora le dijo, “Quédate en mi casa, Nazarín. Es la tuya…y hasta puedo pedirte ayuda para atender bien mi negocio.” Nazarín dijo, “Señor, su bondad es inmensa…pero no puedo aceptar. Su almacén ya tiene un buen dependiente, al cual no le quitaré el empleo. ¡Y tampoco quiero permanecer en Madrid!” El señor Mora dijo, “¿Piensas alejarte, pues?” Nazarín dijo, “Así es, ¡Peregrinaré! Estoy seguro de que nuestro señor me indica ese camino, mediante los percances recientes.” El señor Mora dijo, “Sé que es inútil intentar retenerte. Solo te ofrezco lo que necesitas…vituallas, comida, ropas…” Nazarín dijo, “Iré descalzo, como los antiguos viajantes. Quizá acepte alguna ropa.”
La esposa del dueño de la casa y la hija, lo apreciaban y el sacerdote comió poco, pero con buen apetito. El señor Mora le dijo, “Quédate en mi casa, Nazarín. Es la tuya…y hasta puedo pedirte ayuda para atender bien mi negocio.” Nazarín dijo, “Señor, su bondad es inmensa…pero no puedo aceptar. Su almacén ya tiene un buen dependiente, al cual no le quitaré el empleo. ¡Y tampoco quiero permanecer en Madrid!” El señor Mora dijo, “¿Piensas alejarte, pues?” Nazarín dijo, “Así es, ¡Peregrinaré! Estoy seguro de que nuestro señor me indica ese camino, mediante los percances recientes.” El señor Mora dijo, “Sé que es inútil intentar retenerte. Solo te ofrezco lo que necesitas…vituallas, comida, ropas…” Nazarín dijo, “Iré descalzo, como los antiguos viajantes. Quizá acepte alguna ropa.”
Ya en la tienda otra vez, el
señor Mora lo proveyó de un sombrero, un chaleco, una camisa y un pantalón, y
dijo, “Esto te va bien, hijo, ¡Solo te
faltan los zapatos!” Pero Nazarín dijo, “¡No,
ya lo dije!¡Descalzo! Si cumpliré una penitencia, se sea en forma como debe
ser.” El señor Mora le dijo, “Te
extrañaremos, ¡Cuídate, los caminos son peligrosos!” Nazarín dijo, “¿Qué podrían robarme?¿Mis pobrezas?¡Trataré
de redimir a esos ‘religiosos,’ será mi misión. Dios los bendiga...” El
señor Mora le dijo, “Y a ti, ya te lo
dije, si te ves mal, llámame.”
El cura Nazario Nazarín,
empezó su nueva vida de peregrino, alejándose calle abajo. El señor Mora pensó
al verlo, “¡El mundo siempre es ingrato
con alguien como él!” Caminó el resto del día, por las afueras de Madrid. Y
compartió con un pastor, el escaso alimento que finalmente el comerciante
introdujera en su matillo. Siguió la marcha, y al atardecer, cerca de una
cabaña y un camposanto, se preparó a pasar la noche. Junto al cementerio,
cansado, se preparó para dormir, pensando, “¡Uh!
El calzado es una mala disciplina. Ahora me duelen los pies y crecen algunas
ampollas.” Mientras se frotaba los doloridos pies, Nazarín escuchó a
alguien gritar, “¡Padre Nazario! Nunca lo
vi antes, pero le conozco.” Era un caballero de a pie, a quien Nazarín
dijo, “Siéntate, amigo, yo no creo
conocerte…” El hombre le dijo, “Una
parienta mía que está en mi cabaña lo vio pasar y dijo, ‘¡Santo cielo, es el
Padre Nazario!’” Nazarín dijo, “¡Qué
raro!¿Puede saberse quién es tu parienta?” El hombre dijo, “Una pobre mujer que huía y se refugió entre
nosotros.” Nazarín dijo, “Solo puede
tratarse entonces de…” El hombre dijo, “De
Andara, sí. Pobrecilla. Solo llora y llora desde que llegó. Nos contó lo
ocurrido. ¡Le juro que está arrepentidísima Padre!” Nazarín dijo, “Hum…sí, lo creo. Esa desdichada aún puede
redimirse.” Cayó la noche y Nazarín avivaba una fogata. Entonces dijo, “Muy bien amigo, que venga mañana.” El
hombre dijo, “¡Eso desea ella! Pagar sus
culpas, confesarse, compensarlo Padre.” Nazarín dijo, “¡Me voy muy temprano, no le esperaré mucho! Dile eso.” El hombre
dijo, “Gracias, Padre, yo sabía que usted
no iba a negarse.” No se habló más, y el sacerdote cerró los ojos, mientras
su visitante partía.
Con el alba, Nazarín se
preparó a seguir su viaje. Nazarín pensó, “Si
ella no viene, mejor. Al fin ya la perdoné.” Pero ella apareció a tiempo.
Nazarín le dijo, “¡Andara! Infeliz,
hiciste daño. Tu deuda es seria.” Andara le dijo, “Lo sé, padrecito. ¡Déjeme pagar el precio que sea!” Nazarín le
dijo, “¡Desventurada, comprende que un
daño grave solo se repara con sacrificio de igual magnitud!” Andara se
arrodilló ante él, y le dijo, “¡Lo haré,
déjeme ir con usted, que las piedras del camino me hieran, que el sol cambie mi
mente pervertida!” Nazarín dijo, “No
el sol, sino el altísimo podría hacerlo, mujer.” Nazarín agregó, “¡Apártate, quiero ir solo, lava tu cumpa en
otra forma!” Andara dijo, “¿Cómo
podría? ¡Iría presa y en la cárcel el crimen seguiría incubándose en mi pecho!”
Nazarín dijo, “¡Haz lo que quieras,
tienes mi bendición, pero me propongo un peregrinar libre y peligroso sin nadie
a mi lado.”Andara dijo, “¡Por Dios
padrecito! E-está bien, me deja sola…” Sin embargo, ella no se daba por
vencida, y pensaba, “Es un santo…y no
renunciaré a él. ¡Solo cerca de él podré estar algún día en paz con mi alma!” Así,
mientras él avanzaba por los campos, ella lo seguía tratando de que él no lo
advirtiera. Horas más tarde, Nazarín reaccionó ofuscado, y le gritó, “¡Ya me cansé! ¡Que te vuelvas atrás!”
Nazarín fue hacia ella, y le dijo, “¿Qué
pretendes?¡Noté que me seguías, desobedeciéndome!” Andara dijo llorando, “No tengo otra salida más que ésta,
padrecito. Temo que hasta me maten!” Nazarín le dijo, “No llores, mujer, solo oye mis condiciones. Comeré mal, buscaré lo más
difícil e ingrato, ¿Entiendes? ¡Será mi zarza ardiente, no se la deseo a nadie
más!” Ella dijo, “También sufriré.
Trataré de no estorbarle.” Nazarín dijo, “Esta bien, entonces sígueme. ¡Dios se apiade de mi absurda
aceptación!” Ella dijo, “Lo ayudaré…y
además conozco un caso difícil.” Nazarín dijo, “¿Un caso difícil?¿Una desgracia? Dime, mujer.” Andara le dijo, “Una paisana de esta zona, tiene su hijita
al borde de la muerte, solo usted puede ayudarla.” Nazarín dijo, “¡Mi ayuda será pequeña! Consolar,
estimular…y pedirle a Dios por la inocente. ¡Vamos!” Andara dijo, “Es en aquella casa.”
Ahí recibieron una aparatosa
bienvenida. Una mujer llorando salió de la cabaña, diciendo, “¡Padre, padrecito!¡Salve a la pequeña, por
favor!” Nazarín dijo, “¡Insensata!
Por lo que oigo, les hablaste de mi.” Andara dijo, “Supe de la enfermita, pensé que usted ayudaría…” La mujer dijo, “¡Gracias a Dios Nuestro Señor!¡Sálvela!” Otra
mujer dijo, “¡Un milagro padrecito!¡Haga
un milagro por la inocente!” Aquello ofuscó y desesperó al sacerdote, quien
dijo, “¡Apártense sacrílegas!¡Pídanle a
Jesucristo y a María! ¡Soy apenas un siervo, yo no hago milagros!” Una de
las mujeres dijo, “¡Perdónenos, es por la
niña, ya agoniza padrecito!” Nazarín dijo, “La bendeciré, rezaremos por ella, pero no podemos hacer mas.”
Nazarín entró a la recamara.
La pequeña padecía un mal grave y estaba muy débil. Durante un rato, rezaron por la enfermita. Luego, caritativo, puso su mano en la frente que ardía en fiebre. Nazarín dijo, “¡…y haz que esta criatura vuelva a tu huerto, oh Dios que estas en los cielos!” Luego, Nazarín salió seguido por las mujeres, y dijo, “¡Deben darle las medicinas que recetó el médico!¡Solo eso!¡Y recuerden, no confíen en personas que confían en supersticiones blasfemas!” Mientras Nazarín se alejaba, seguido por Andara, las mujeres se persignaron aceptando aquel responso. En ese instante, sucedió lo asombroso, la niña despertó diciendo, “¡Ma…má…!” La madre dijo, “¿Hablaste querida?¡Oh, Dios!¡Es un milagro!¡Ya había perdido la voz, casi el aliento!” La otra mujer dijo, “¡Bendito sea el Padre Nazario!¡Acaba de salvarla!”
La pequeña padecía un mal grave y estaba muy débil. Durante un rato, rezaron por la enfermita. Luego, caritativo, puso su mano en la frente que ardía en fiebre. Nazarín dijo, “¡…y haz que esta criatura vuelva a tu huerto, oh Dios que estas en los cielos!” Luego, Nazarín salió seguido por las mujeres, y dijo, “¡Deben darle las medicinas que recetó el médico!¡Solo eso!¡Y recuerden, no confíen en personas que confían en supersticiones blasfemas!” Mientras Nazarín se alejaba, seguido por Andara, las mujeres se persignaron aceptando aquel responso. En ese instante, sucedió lo asombroso, la niña despertó diciendo, “¡Ma…má…!” La madre dijo, “¿Hablaste querida?¡Oh, Dios!¡Es un milagro!¡Ya había perdido la voz, casi el aliento!” La otra mujer dijo, “¡Bendito sea el Padre Nazario!¡Acaba de salvarla!”
Los gritos de alborozo
detuvieron a los dos peregrinos. “¡Padre,
la salvó, la salvó!¡Abrió los ojos y habla!” Nazarín dijo, “No fui yo, hermanas, fue Cristo.” La
madre dijo, “¡Fue usted padrecito!¡Es un
santo, un santo!” El cura se hincó y oró en alabanza por aquella
bienaventuranza de Dios. “Padre Nuestro
que estás en los Cielos…” Por fin, las mujeres se regresaron, menos una.
Nazarín dijo, “¿Y tú qué quieres?¿No
vuelves con tus vecinas?” La mujer dijo,
“Soy Beatriz, hermana de la mamá de la niña.” Andara dijo, “La conozco. Sufre y quiere venir con
nosotros…” Nazarín dijo, “¿Están
locas?¿No solo soportaré a una sino a dos, como si no me bastara con lo mío?” Andara
dijo, “Ella está desesperada, padrecito.
Alguien le ha hecho daño. Pinto la sedujo, y se burla de ella. ¡La golpea, la
acepta, la rechaza!” Beatriz dijo, “¡Sé
que es mi culpa! Pero él me enloquece, Padre.” Beatriz derramó una lagrima,
diciendo, “Él es capataz de un cortijo.
Es fuerte y maligno. Lo respetan. Mi familia le teme y aceptan sus embustes con
la ilusión de que me haga su esposa. ¡Y él jamás lo hará!” Enseguida
Beatriz dijo, llena de rabia, “Me domina,
lo odio, lo necesito, y…¡Es un infierno!” Nazarín dijo, “¡Basta! Mala cosa debe ser ese Pinto. Esta
bién. Vamos. Dios proveerá.” Y así, avanzaron sin rumbo fijo por la vasta y
árida planicie española.
Pasaron días. Comían lo que les daban en las granjas, y en la noche Nazarín, que casi no dormía, velaba el sueño de las dos mujeres. En los campos de labor, participaban como peones a destajo, solo por un poco de pan, leche, y frutas secas. El sol tostó la piel de Nazarín. Adelgazó, crecieron sus músculos y una barba hirsuta y renegrida, durante las semanas de peregrinaje. El tiempo era cambiante y conseguían albergarse en viejos establos. Así, una felicidad áspera y cerril se instaló en sus vidas. En las noches de tormenta, rezar los libraba de sus propios fantasmas, pues la beatitud llegaba a ellos, mientras los tres rezaban hincados, y Nazarín decía, “…y líbranos de nuestros pecados, Amén.”
Pasaron días. Comían lo que les daban en las granjas, y en la noche Nazarín, que casi no dormía, velaba el sueño de las dos mujeres. En los campos de labor, participaban como peones a destajo, solo por un poco de pan, leche, y frutas secas. El sol tostó la piel de Nazarín. Adelgazó, crecieron sus músculos y una barba hirsuta y renegrida, durante las semanas de peregrinaje. El tiempo era cambiante y conseguían albergarse en viejos establos. Así, una felicidad áspera y cerril se instaló en sus vidas. En las noches de tormenta, rezar los libraba de sus propios fantasmas, pues la beatitud llegaba a ellos, mientras los tres rezaban hincados, y Nazarín decía, “…y líbranos de nuestros pecados, Amén.”
Una mañana en que pasaban por
lugares desconocidos, un hombre les dijo, “Tengan
cuidado. Por ese rumbo podrían sufrir enserio.” Nazarín dijo, “¿Sufrir?¡Me interesa, eso busco
precipitadamente!” El hombre dijo, “Pedro
de Belmonte, rico y poderoso, es más amenaza de lo que usted se imagina.
¡Cuando bebe, martiriza y hasta mata! Una vez, en un camino de la meseta, le
molestó que un hombre y su burro le entorpecieran el paso. Tiró a ambos por el
abismo.” Sin escuchar más, el cura caminó en esa dirección. El hombre le
gritó, “Otra vez…¡Espere, por ahí no debe
ir!¡Es la hacienda de ese maligno!¡Oh Dios! Ya no me escucha…” Nada ni nadie
podían contener sus ansias de conocer, en persona, a un hombre tan temido como
aquel noble de rancia estirpe. Llegaron
a un antiguo castillo, y un hombre los recibió, diciendo, “¿Qué hacen aquí?¡Váyanse, si mi amo los ve, la pasaran mal!” Nazarín
dijo, “Anúnciame ante él, amigo. ¡Y
recuerda, nadie tiene derecho a ser amo de nadie!” Poco después, Nazarín
fue llevado a Belmonte. En las honduras del castillo, había bellezas ocultas.
Nazarín pensó, “Un jardín paradisíaco
como el reducto del ‘rey hospitalario’ de la vieja parábola.” El temido
habitante del lugar estaba frente a una fuente de cisnes. Al ver a Nazarín, le
dijo, “¿Es mi visitante?¡Amigo, admiro su
valor!” Nazarín dijo, “¿Valor porque?
Soy un hombre humilde, siervo de nuestro señor Jesucristo y traigo su templanza
y humildad.” Belmonte dijo, “Bellas
palabras que traducen bellos pensamientos. Otros, temerían mi cercanía y a
muchos he demostrado que no es temor en vano.” Nazarín dijo, “¡Solo quien teme, necesita hacer
‘demostraciones’!” Belmonte dijo, “¡Nadie
me habla así y sale vivo!” Nazarín dijo, “Digo la verdad y si hay algo de malo, aceptaré cualquier castigo.”
En eso, el hombre se sintió raramente sobrecogido, y dijo, “Algo hay en usted que me atrae vivamente.” Nazarín dijo, “Soy un peregrino. Solo pido hospitalidad y
comida por unas horas para mí y mis acompañantes.” Belmonte dijo, “Lo tendrán. Entremos. Ordenaré que los
atiendan.”
Una mesa llena de manjares
los esperaban. Ambos se sentaron frente a frente en una gran mesa. Belmonte
dijo, “Usted coma conmigo. Tome lo que
quiera.” Nazarín dijo, “Una hogaza de
pan, algo de vino y una fruta serán suficientes alimentos para mí.” Belmonte
dijo, “¡Como usted prefiera!¿Es monje
católico?” Nazarín dijo, “Monje
itinerante, señor. Nazario Zaharín de Miguelturra.” Belmonte dijo, “¡Hum! Sí. Tiene rasgos moros por su origen
oriental. Yo soy un hombre culto. He leído y viajado mucho. ¡Pero en esta
comarca nadie puede dialogar a ese nivel.” Nazarín dijo, “Entonces se pone violento…¡Dialoguemos
entonces!” Y así, durante horas sostuvo platicas sagaces con aquel hombre
inteligente, cuya nobleza y arrogancia le habían dado fama de hombre malo, a
veces sin fundamento. Beatriz y Andara, por su parte, compartían en su cuarto
sencillo, su propia merienda. Andara dijo, “Come
poco, Beatriz. Ya sabes lo que nos enseñó Nazarín.” Beatriz dijo, “Sí. Frugalidad y decencia. ¡Creo que lo
amo!” Andara dijo enojada, “¡Yo lo
amo y callo!¡Creo tener más derecho!” Beatriz dijo, “¡Por Dios, no te alteres!” En ese momento, se escuchó la voz de
Nazarín, diciendo, “¡Insensatas, las oí y
no quiero continuar con ustedes! ¡Vengo a darles las buenas noches y sorprendo
esta escena de imprudencia!” Andara dijo, “Padrecito…nos avergonzamos…perdónenos…” Nazarín dijo, “También yo las amo, ¡Pero como siervas de
Dios! Mi amor va más lejos y mas alto. Y les advierto: No quiero que vuelvan a
caer en esas ideas réprobas…Ahora recen y duerman, que desde mañana,
enfrentaremos días difíciles, por lo que acabo de enterarme.” La mujeres se
arrodillaron y Andara dijo, “Sí,
padrecito, denos su bendición.” Y así, Nazarín se reconcilió con aquellas
pobres mujeres, que poco a poco aprendían la disciplina del difícil camino
escogido, lleno de privaciones y de riesgos.
Al día siguiente, Nazario se
despidió, diciendo, “Señor…le agradecemos
su hospitalidad. Nada de lo que oímos sobre usted, la ha empañado.”
Belmonte dijo, “¡Espere! También aprecio
su cultura…y el secreto de su identidad, la cual disfraza con el aspecto de
peregrino.” Nazarín dijo, “¡Lo
soy!¡Yo no miento!¿A qué se refiere?” Belmonte dijo, “¡Viví en Oriente!¡Oí hablar de usted! Es un patriarca armenio que se
sometió a la iglesia Latina y reconoció la autoridad de sumo pontífice, León
XVIII…” Nazarín dijo, “¡Oh, no, eso
no es cierto!” Belmonte dijo, “Si lo
es. Yo respeto su secreto. ¡Adiós! Ha sido un honor albergar en mi castillo a
tan distinguido huésped…” Nazarín y sus acompañantes se alejaron, pero él
se había sentido incómodo ante la despedida de Pedro Belmonte. Mientras se iba,
Nazarín pensó, “¡Ahora comprendo! ¡Me
trató bien, pensando que yo era otra persona! ¡Patriarca Armenio! ¡Válgame
Dios!” Beatriz dijo, “Padrecito, se
ve irritado, ¿Por qué causa?” Nazarín dijo, “Ustedes no entenderían…así como tampoco yo entiendo. Pero alegrémonos.
¡No era tan malo el León como lo pintaban!”
Mientras los tres peregrinos
caminaban bajo el sol, Andara dijo, “Anoche
nos habló de días difíciles. ¿A qué se refería?” Beatriz dijo, “Fue algo también comentado por la
servidumbre del castillo.” Nazarín dijo, “En Villamanta y Villamantilla hay mortandad por viruela, una epidemia
terrible. ¡Mi deber es luchar contra el mal!” Beatriz dijo, “¿Y arriesgarnos a un contagio?” Nazarín
dijo, “No las culpo. Si no quieren ir, yo
iré.” Andara dijo, “También yo
padrecito. ¡Mi deber es ayudar a esa gente!” De pronto, Beatriz estalló en
llanto, diciendo, “¡Oh, pensé solo en mi,
aún no he aprendido! ¡Pero iré, aprenderé…y que Dios me ayude!” Nazarín dijo,
“Bien dicho, hijita. Vamos, esos enfermos
nos necesitan.” Después de un día de marcha, Nazarín dijo, “¡Ya estamos en Villamanta, consultemos a
ese hombre!” Nazarín se acercó a un hombre que trabajaba, y le dijo, “Venimos a prestarle ayuda. Soy sacerdote
y…” El hombre dijo, “¡Qué bueno,
Padre! Muchos han muerto. Otros huyeron. Los pocos que quedamos ya no nos damos
a vasto.” En ese momento, se acercó otro hombre, quien dijo, “Soy el alcalde. ¿Qué más me queda sino dar
esperanza a mi gente y sepultar a mis muertos? Miren.” Nazarín dijo, “Sí, llévenos a ver a los enfermos.”
Aquel sufrimiento los animó a actuar. Cuando Nazarín vio a los encamados, dijo,
“¡A trabajar! Tráiganos agua limpia,
paños, lo que haya de comida…y que Dios guie nuestro servicio!”
El trabajo fue incesante
durante varios días. Nazarín estimulaba, limpiaba, acompañaba, y oraba por la
salvación de los infelices. A menudo debía llevar, con dolor, cuerpos al
cementerio que crecía y crecía. Mientras cargaba a un difunto, Nazarín pensaba,
“…y acógelo en tu regazo. ¡Oh señor
Jesucristo!” También debía obrar como sepulturero. Luego, volvía a asumir
su sacerdocio, y, Biblia en mano, oraba por las almas de los muertos. Un día,
llegaron varias personas desconocidas. Uno de los hombres dijo, “Padre Nazario. Nos cuentan de ustedes y su
obra. Venimos de Madrid. Somos de la Comisión Sanitaria.” Nazarín dijo, “¡Por fin aparecieron, señores! Mis
compañeras casi siempre duermen. Yo a veces no como ni duermo.” Uno de los
hombre dijo, “¡Hágalo ahora! Nos ocuparemos
de los enfermos.” Nazarín dijo, estando al lado de sus compañeras, “¡No hay tiempo para descansar! Iremos a
Villamantílla, también hay viruela. ¡Adiós amigos!” El hombre dijo, “¡Iremos cuando acabemos aquí!” Así
pasaron varios días, atendiendo hasta el sacrificio las penurias de pobladores
afectados por el virus. Flacos, cansados pero agotados, continuaron más tarde
su largo peregrinaje. Siempre ayudando y pidiendo limosna. Un día, que
descansaban y proyectaban cocinar un sencillo guisado, Beatriz dijo, “Voy por agua fresca a la fuente del poblado
cercano.” Beatriz iba alegre, pues la bondad de la vida al aire libre,
había apaciguado sus viejos temores. Beatriz pensó, “He madurado mucho ¡Gracias al Padre Nazario!” Cuando menos lo
esperaba, oyó una voz temible, “¡Beatriz!¡Maldita,
por fin doy contigo!” Beatriz dijo, “¡Oh,
Pi-Pinto…!” Pinto dijo, “¡Sí, soy yo,
y te castigaré!¿Cómo andas con ese hombre, acaso te forzó a ello?” Beatriz
dijo, “¡No blasfemes, es un santo y yo…ya
no te amo, Pinto!” Pinto le dijo, “¡Me
amas y haré de ti cuanto quieras!¡Te enseñaré, ya casados, a no traer a un
libertino como él!” Enseguida le dio un golpe, diciendo, “¡Tu familia me apoya, maldita!¡Toma!” Ella
huyó, oyendo tras de sí, la odiada voz, “Corre,
ya te alcanzaré…y si no te entregas, mataré a tu curita, ¡Ja, Ja, Ja!”
Cuando por fin, Beatriz llegó
con sus amigos, Andara le dijo, “Querida,
algo te sucede. ¿Dónde está el cántaro con agua?” Ante aquello, Beatriz
estalló en llanto, diciendo, “¡Pinto me
encontró, nos amenaza!¡Huyamos!” Nazarín dijo, “¿Huir?¡No! Lo esperaremos, encomendando a Dios nuestra suerte.” No
se habló más, y en la noche comieron un poco de alimento, a la luz de la fogata,
con ideas sombrías fundadas en aquella amenaza. Poco a poco, una densa niebla
empezó a rodearlos. Nazarín dijo, “Reposen,
hijitas. Si no me equivoco, Dios responde a nuestro ruego, y esta niebla es un
mensaje de su voluntad.” Cerca de donde estaban ellos, unas siluetas se
movían. Eran Pinto y sus secuaces. Pinto dijo, “¡Beatriz vino hacia este bosque!¡No pueden estar lejos!” Uno de
los hombres bandoleros dijo, “¡Ya basta,
Pinto!¡Dimos muchas vueltas y tal vez nos perdimos!” Pinto dijo, “¡Esa maldita! Y tampoco puedo matar al
cura…” El bandolero dijo, “¡Déjala en paz!¿Para qué quieres una mujer
con mala fama, que además, ya no sientes nada por ti?” Pinto dijo, “Tienes razón: ¡Pero me vengaré! Ayúdame,
hablaremos mal de esa relación.” El rostro del Pinto se transformó, y dijo,
“¡Ya verás! Estos campesinos los acusarán
de relaciones pecaminosas, y el curita jamás podrá oficiar, ¡Ja!”
Días después, el grupo halló
en su camino a un raro personaje. Andara al mirarlo a distancia dijo, “¡Miren eso, es un enano simpático!” Era
un enanito con aspectos de Gitano, con una pañoleta en la cabeza, quien dijo, “¡Soy Ufo, oí de ustedes!¡Corren malos
rumores!” Andara dijo, “¡Bah, allá
las malas lenguas! Me gustas, pequeño, eres un hombre cabal y nos ayudas.” El
pequeño hombre dijo, “¿Lo dices en serio
o te burlas de Ufo, como todos?” Ella dijo, “¡No, yo soy Andara y soy sincera!” El hombre dijo, “¡Andara, toma ésta manzana!¡Está fresca y
dulce!” Andara dijo, “Sí, Ufo,
cortéjame. Eres una bella personita. ¡Ja, Ja!” Ufo dijo, “Sé muchas cosas. ¡Se habla de ustedes! Todo
lo inventó Pinto, quien está casado en secreto en mi pueblo…” Andara dijo, “¡Santo Cielo, Beatriz lo sabrá y se
alegrará Ufo!” El grupo, al cual se sumó el diminuto hombre, siguió andando
y al pasar frente a un campo de labor…uno de los labriegos dijo, “¡Miren, son ellos, el cura y esas
pecadoras.” Pronto los tenían rodeados, sin que se resistieran. Un hombre,
tomando una hoz en su mano, dijo en tono amenazante, “¡Alto, sabemos de ustedes! ¡Se acabó el ejemplo blasfemo que dan ante
nuestros campesinos y aldeanos!” Nazarín le dijo, “Eres tú quien blasfema. ¿De dónde sacas tan horrible acusación?” El
hombre dijo, “¡A callar Nazarín! Cera,
acampa la guardia rural, limpiando de maleantes estos campos.” Nazarín y
sus hombres acataron la orden. Mientras los escoltaban, un hombre dijo, “¡Con ladrones y asesinos irán mejor! La
cárcel les espera. Este peregrinar absurdo acabó para ustedes.”
Llegaron al lugar donde el
grupo de prisioneros hacía un alto, antes de reanudar su marcha al presidio.
Nazarín aceptó de buen grado ese destino, y dijo, “No cometí delito alguno, pero, si así debe ser, al menos dejen libres
a mis compañeras. ¡Yo cargo con la responsabilidad!” Un soldado dijo, “¡Váyanse, están libres las dos!” Andara
dijo, “¿Libres?¡Por Dios, no dejaremos
solos al Padre Nazario! Pero significa que al menos, mi víctima se ha salvado…”
El contingente avanzó despacio, como para exhibir triste su condición de reos
hacia su castigo. Andara y Beatriz les seguían, fieles a su maestro y
protector, ahora en desgracia. El hombre acusador pensó, “¡Maldito cura, siempre con su aire santurrón!” Dos delincuentes encadenados,
el sacrílego y el parricida, permanecían cerca de él. Al pasar los días, en la
travesía, una noche fría, mientras relampagueaba, Nazarín pensó, “¡Tiemblo!¿Qué me pasará?¡Es Fiebre! Dios
disponga de mí, es todo lo que pido…” Uno de los prisioneros se acercó y
dijo, “Padre, soy asesino, pero deseo
confesarme.” Nazarín dijo, “¡Ah,
pobre alma desviada, trataré de ayudarte!” El otro prisionero dijo, “¿Confiarte a ese imbécil?¡Es un bruto!
¡Mira que entregarse teniendo dos mujeres…!” Nazarín dijo, “¡No blasfemes, también podría confesarte!”
El hombre, estando encadenado de las manos, golpeó a Nazarín, diciendo, “¡No me des consejos!¡Toma!” Ante
aquello, los delincuentes lucharon con ferocidad. El delincuente que defendió a
Nazarín dijo, “¡Golpeaste a un hombre
bueno!¡Te mataré!” Nazarín dijo, estando en el suelo, “¡No, no, por favor!¡Deténganse!” Fue una lucha cruenta, como si
se enfrentaran el bien y el mal…Finalmente, los guardias intervinieron. Uno de
los guardias dijo, “¡Basta ya
patanes!¡Solo agrandan su sentencia!” Cuando uno de los reos se
tranquilizó, miró hacia Nazarín, y dijo, “¡Ayyy,
padrecito!¡Está enfermo!” Un guardia dijo, “¡Por Dios!” Andara se acercó a Nazarín, y dijo, “¡Conozco esto, es tifo!” Nazarín, dijo,
“¡N-noo, yo no impórto…debo tomar la
confesión de un hombre arrepentido…”
Por último, Nazarín había
cedido al esfuerzo titánico de tantos días. Pero aún así, oyó al delincuente,
quien dijo, “…y fui malo con mi familia,
pues también les robé.” Nazarín puso su mano en la frente del reo y dijo, “Hijo mío, confía en mi Dios Nuestro
Señor…has sido sincero…Él lo dijo… ‘De los pobres será mi reino.’” El reo
dijo, mientras lo levantaba junto con Andara, “¡Ayúdenme, cero que está grave!” Andara dijo, “¡Beatriz trae agua fresca. Tenemos que luchar por su vida!” El
resto de la velada fue un ir y venir de las pobres mujeres por ayudar al
sacerdote. Fue una noche en que el enfermo se debatió entre la vida y la
muerte. Y al otro día, fue llevado en una tosca camilla, cargada por los dos
reos, cuando la comitiva continuó su marcha. Nazarín deliraba, mientras Andara
refrescaba su frente. Nazarín decía, “¡Dios
mío…yo necesito…!¡Andara ayúdame!” Andara llorando dijo, “¡Pídame la vida y se la daré!” Nazarín
dijo, “Una iglesia…necesito un
altar…llévame allí…” Andara dijo, “¿Dónde
hay una iglesia Ufo?¡Tú conoces la comarca!” Ufo dijo, “Muy cerca, amiga. Tras la colina siguiente.” En pocos minutos,
Andara dijo, “¡Allá está, padrecito!¡Es
una capilla!” Nazarín dijo, “Lléveme
allí. Déjenme solo adentro…tengo que hablar con Jesucristo…yo…su siervo más
humilde.”
Lo ubicaron allí. Por el
vitral de la cúpula, entraba una luz de un sol acogedor. Andara dijo, llorando, “¡Dejémoslo aquí, y salgamos!” Aquel
reconocimiento llenó su rostro con una sonrisa beatifica. Nazarín dijo, “¡Aquí estoy!¿Es mi meta final la que me
marcará su voluntad? De ser así…qué alegría…qué solaz…” Poco a poco se dejó
penetrar por aquella calma mística, y dijo, “¡Señor,
siento tu paz infinita!¡Qué regalo para mi alma imperfecta!” Afuera,
extrañamente, hasta los peores criminales de grupo rezaban fervorosos, como
poseídos por la pasión del sacerdote peregrino. También, Andara y Beatriz, en
aquella beatitud, se transformaron hasta parecer Madonas. La luz universal
embelleció sus caras. De pronto, algo maravilloso sucedió. La nubes dejaron
escapar un haz de luz del sol, que cayó sobre la capilla. Andara dijo, “¡Mira Beatriz, lo siento. Siento que es la
respuesta a nuestro padrecito Nazarín.” En el interior del templo, la luz
del sol, a través del vitral de la cúpula, iluminó el rostro de Nazarín, quien
dijo, “¡Ahhh…esa luz vibrante…! Y oigo
coros de niños…de ángeles…” En eso, algo se movió en el costado de la nave
única. Nazarín dijo, “¡Oh, vi algo,
algo…!” Era la presencia de Jesús. Nazarín dijo, “¡Santos, luz sagrada, ángeles, las armonías del cielo…Oh, Señor…es tu
corte eterna. ¡Aleluya!” Entonces una voz pausada y nítida llegó a él, “Hijo mío, aún vives. Estas en mi santo
hospital, padeciendo por mí. Tus enemigos, bien o mal, irán a la cárcel. Pero
allí también cundirá tu ejemplo. No puedo estar contigo en cuerpo y alma. Esta
misa es figuración irreal de tu mente. ¡Yo te comprendo Nazarín, mi siervo!”
la voz se sonó debilitada pero audible: “Descansa.
Bien lo mereces. Algo has hecho por mí. ¡No estés descontento, hijo. Sé que
todavía has de hacer mucho más, regocíjate!” Nazarín dijo, “Gracias Señor. He comprendido. ¡Amén…!”
Con una sonrisa, Nazarín
cerró los ojos, sabiendo que, en efecto, su peregrinar y su obra de rescate de
almas perdidas, recién iniciaba el trabajo que Él le encomendara…
Buena adaptación José.
ResponderEliminarGracias Magdiel!
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