Pedro Antonio de Alarcón y Ariza nació en Guadix, el 10 de marzo de 1833, y murió en Madrid, el 19 de julio de 1891, a la edad de 61 años. Pedro Antonio de Alarcón fue un escritor español, que perteneció al realismo literario, en el que destacó como uno de los artífices del fin de la prosa romántica. Sin embargo, investigadores, tales como Ferreras, consideran que, “buena parte de sus libros están inspirados en el romanticismo” y que Alarcón, “combatió toda su vida contra el realismo totalizador.”
Por su parte, Florensa advierte de que, “la tendencia ha sido unánime, en afiliarlo junto a Byron, Hugo y Espronceda, sin descubrir que las obras mayores de Alarcón, critican tal romanticismo, y que lo hacen desde los postulados de otro romanticismo, el tradicionalista y cristiano de Schlegel, y Böhl de Faber.” El mismo Alarcón se expresa sobre el realismo, de la siguiente manera, en 1883: “¡Escriban otra media docena de libros, estos realistas y naturalistas franceses, y habrán enterrado en su propio fango, esa triste escuela que yo apellidaré, no precisamente la, mano negra, pero sí la, mano sucia, literaria!” Y es que, según explica Shaw en su, Historia de la Literatura Española, Alarcón, en línea con la crítica literaria española del siglo xix, defiende la, “poetización” de la realidad, es decir, la observación de la misma en una dirección idealizadora.Nacido en la localidad granadina de Guadix, el 10 de marzo de 1833, su nombre completo fue, Pedro Antonio Joaquín Melitón de Alarcón y Ariza. Tuvo una intensa vida ideológica; como sus personajes, evolucionó de las ideas liberales y revolucionarias, a posiciones más tradicionalistas. Aunque su familia provenía de hidalgos, era más bien humilde, no lo era tanto como para no poder permitirse enviarlo a estudiar Derecho, en la, Universidad de Granada, carrera que abandonó pronto para iniciarse en la eclesiástica.
Aquello tampoco le satisfízo, y abandonó en 1853, para marchar a Cádiz, donde funda, El Eco de Occidente, junto a Torcuato Tárrago y Mateos, iniciando su carrera periodística en la dirección de éste periódico.Alarcón escribía desde su adolescencia, citándose a don Isidro Cepero como el, instigador principal de su inquietud literaria. Su primera obra narrativa, El final de Norma, fue compuesta a los dieciocho años, y publicada en 1855. Sus inquietudes le llevaron a integrarse en el grupo que se llamó la, Cuerda Granadina.
Anima los disturbios revolucionarios de la Vicalvarada, en julio de 1854, acaudillando durante unos días las algaradas, y después desde las páginas de, La Redención; pero, molesto con el entorno reaccionario de Granada, se trasladó en ese mismo año de 1854, a Madrid. Allí crea un periódico satírico, El Látigo, que también dirige, de cierto éxito, con ideología antimonárquica, republicana, y revolucionaria. Era un claro heredero de su experiencia en, El Eco de Occidente. Participan en su redacción el satírico, Juan Martínez Villergas, y Domingo de la Vega. Sin embargo, sus invectivas contra la reina Isabel II, le reportaron ser desafiado a duelo por el escritor venezolano, Heriberto García de Quevedo desde las páginas de, El León Español, en el cual defendía a la reina. Aunque Alarcón disparó primero, falló, y García de Quevedo, que tenía amplia experiencia como duelista, disparó al aire perdonándole la vida. Este hecho, central en su vida, le hizo replantearse por completo sus valores e ideas; abandonó la redacción de, El Látigo, y se retiró para descansar a Segovia, mientras sufría una gran crisis moral.
Ya con una ideología conservadora, en la prensa publica numerosos relatos y novelas cortas, que le aseguran un puesto entre los primeros narradores del país. En 1857, inicia también su carrera teatral estrenando el cinco de noviembre, El Hijo pródigo, drama de gran éxito entre el público, aunque el autor escribió que los críticos de casi toda la prensa, se confabularon contra esta obra; admitió, sin embargo, que su prosaísmo, nuevo para la época, merecía ser corregido en una edición posterior a su muerte. También en 1857, empieza a publicar relatos y artículos de viajes, en la publicación madrileña, El Museo Universal. Más tarde, en 1859, interviene como soldado y periodista en la guerra de África, recogiendo todo lo que acontecía en la campaña y en su vida allí; regresó herido y condecorado, y reunió esos artículos bajo el título de, Diario de Un Testigo de la Guerra de África (1859). Fue éste libro, muy apreciado y leído en su tiempo, por su viva y prolija descripción de la vida militar, y sus reimpresiones terminaron por rendirle una auténtica fortuna, y una celebridad no pequeña.
Gracias a su situación económica más desahogada, pudo dedicarse a viajar y, de paso, cultivar el género del libro de viajes, contando en diversos artículos su itinerario por Italia, recogidos en, De Madrid a Nápoles, 1861, y su provincia de Granada natal, La Alpujarra, 1873, así como otros en, Mis Viajes por España, en los que el realismo de las descripciones, contrasta con la ilusión de una prosa que narra lo cercano y desconocido. Estos artículos, rebasan el interés meramente periodístico, constituyendo un ejemplo para toda la literatura de viajes posterior. Alarcón se instaló en Madrid, protegido por sus amigos de la Unión Liberal, entre ellos el mismo, O'Donnell, y el poeta, Nicomedes Pastor Díaz. De nuevo interviene en política a favor de estos, en 1863. Y más tarde, funda el periódico, La Política, y es elegido diputado por Cádiz.
El 24 de diciembre de 1865, se casó con Paulina Contreras y Reyes, en Granada. Del matrimonio nacieron ocho hijos, cuatro varones y cuatro mujeres, fallecidos todos sin descendencia excepto Carmen de Alarcón Contreras, que se casó con Miguel Valentín Gamazo, y tuvieron tres hijos: María del Carmen, María del Pilar y Miguel Valentín de Alarcón. Los tres hermanos, últimos descendientes directos de Pedro Antonio de Alarcón, fallecieron en Madrid sin descendencia.
El mismo año de su boda, fue desterrado a París; ya vuelto a España, participó en la batalla de Alcolea, y con el triunfo de, La Gloriosa, en 1868 es nombrado ministro plenipotenciario en Suecia; pero renuncia, y obtiene un acta de diputado por Guadix. Apoya la candidatura del duque de Montpensier, y al fracasar su candidatura al trono, aboga por el hijo de la Isabel II exiliada, Alfonso XII. En 1874, publica, El Sombrero de Tres Picos, y en menos de diez años, es reimpreso varias veces y traducido a diez lenguas. Es su obra más reconocida, e inspiró varias operetas, y la famosa suite homónima, del compositor, Manuel de Falla. Al año siguiente, 1875, publica, El Escándalo, una novela muy autobiográfica y ejemplarizante, que lo sitúa entre los llamados, "neos" o neocatólicos; a pesar de las críticas de los progresistas, el autor la consideraba su obra favorita. Pero aún tenía mucho que ofrecer el escritor: se convirtió en un maestro del relato corto, al dar a luz en dos años, tres colecciones de cuentos excelentes: Historietas Nacionales (1881), donde abundan los ambientados en la Guerra de la Independencia; Cuentos Amatorios (1881), escritos con un tono de gracia maliciosa, y Narraciones Inverosímiles (1882), en que domina el tema fantástico. A la primera serie corresponde el impresionante relato "El Carbonero Alcalde", a la segunda, "El Clavo", historia policiaca de patético desenlace, llevada al cine con gran éxito, y a la tercera "El Amigo de la Muerte", historia, "a lo EdgarAllan Poe".
Alarcón pasó de, "un liberalismo exaltado, a un conservadurismo moderado en su madurez". Formó parte de la, Unión Liberal, junto a otros escritores, como, López de Ayala, Ramón de Campoamor, y Núñez de Arce. Ostentó diversos cargos, de los que el más importante fue, el de consejero de estado con Alfonso XII, en 1875. Fue también diputado, senador, y embajador en Noruega y Suecia. Además, fue académico de la, Real Academia Española, desde 1877. En 1880, publicó, El Niño de la Bola, una historia trágica de ambiente popular. El protagonista mata a su antigua novia, al encontrarla tras un largo viaje casada con otro; el marido se venga a su vez matándolo. El Capitán Veneno (1881), es una historia de amor en la que el protagonista, después de hacerse el desdeñoso, termina casándose con la hija de la señora que lo acogió al ser herido en una escaramuza. La Pródiga (1882), expone las terribles consecuencias de unos amores ilícitos; pero la crítica apenas sintió ya interés por esta obra, y el autor se sintió amargado por lo que llamó, "la conspiración del silencio".
Hacia 1887, convencido de que en el camino del realismo lo había dado todo, se condenó al silencio. Tal vez influyeron las críticas de sus antiguos correligionarios liberales. Por ejemplo, Manuel del Palacio escribió sobre él lo siguiente:
Literato, vale mucho;
folletinista, algo menos;
político, casi nada;
y autor dramático, cero.
Falleció en su vivienda del número 92 de calle de
Atocha, en Madrid, el 19 de julio de 1891
Según Shaw , Pedro Antonio de Alarcón es deudor de autores costumbristas, tales como Mesonero Romanos, y Fernán Caballero, ambos relacionados con el tradicionalismo y el romanticismo historicista, que influyeron en su obra. Su primera obra narrativa fue, El Final de Norma, que no vio publicada hasta 1855. Comenzó a escribir relatos breves de rasgos románticos, muy acusados, hacia 1852; algunos de ellos, entroncados con el costumbrismo granadino, revelaban el influjo de Fernán Caballero, pero otros demuestran la impronta de una atenta lectura de Edgar Allan Poe, de quien introdujo el relato policial con su novela, El Clavo, aunque también compuso relatos de terror, a semejanza de su modelo.
Desde 1860, hasta 1874, agregó a los relatos la redacción de libros de viajes. Estos últimos son, Diario de un Testigo de la Guerra de África (1859), De Madrid a Nápoles (1861) y La Alpujarra (1873), que suponen ya un acercamiento al realismo. En 1874, publicó, El Sombrero de Tres Picos, desenfadada visión del tema tradicional del molinero de Arcos, y su bella esposa, perseguida por el corregidor. Recogió sus artículos costumbristas en, Cosas que Fueron (1871) y sus poemas juveniles en, Poesías. También intentó el teatro con su drama, El Hijo Pródigo, estrenado en 1875.En el, Diario de un Testigo de la Guerra de África, revela su talento descriptivo, presente también en los apuntes del viaje por Francia, Suiza e Italia, y en, La Alpujarra, donde logra insertar la viva realidad, en la historia casi legendaria de las sublevaciones moriscas, aproximándose a la novela. Entre 1874 y 1882, aparecieron sus obras más conocidas y famosas: los cuentos, y las novelas cortas y extensas. Los relatos breves abarcan las, Narraciones Inverosímiles, bajo el ya mencionado influjo de Poe; los Cuentos Amatorios, que se sitúan entre la sensiblería y el misterio policíaco, destacando, El Clavo, y, La Comendadora; y las, Historietas Nacionales, de honda raigambre popular, y que entroncan con obras similares de Fernán Caballero, y Honoré de Balzac, y van desde el tema heroico de la resistencia a los invasores franceses, hasta el populismo épico de los bandoleros, pasando por las frecuentes algaradas civiles, que al autor le tocó vivir. Destacan, El Carbonero Alcalde, El Afrancesado, El Asistente y, la que algunos consideran la mejor de todas, El Libro Talonario.
En 1875 aparece, El Escándalo, que une el tema religioso a la crítica social. Ofrece una galería romántica de personajes, desde el soñador y enigmático Lázaro, hasta el voluble Diego. De entre todos, descuellan el Padre Manrique, jesuita consejero de la aristocracia, y el alocado y simpático, Fabián Conde. El protagonista de la novela, que es víctima de sus calaveradas de joven, aprende a asumir su pasado bochornoso, mejor que a pretender ocultarlo con mentiras burguesas. Prosiguiendo esa vena moralista, el autor siguió la trayectoria iniciada con dos obras más, El Niño de la Bola (1878), y, La Pródiga (1880), un alegato contra la corrupción de las costumbres. Poco después, publicó, El Capitán Veneno (1881).
Según señala Shaw, Alarcón proclamó los dos principios en que se basaban sus escritos. El primero era la antítesis entre arte y realidad: "el cuadro, la estatua, el drama, la novela, siempre versaron acerca de lo excepcional, heroico y peregrino (...) o, la literatura y el arte no son nada, o son algo distinto de la prosaica realidad conocida por todos. Porque hay otra realidad, la de las regiones superiores del alma(...)". En cuanto al segundo principio, éste se basaba en la idea de que el arte debía cumplir una finalidad moral: "Las obras de arte (...) deben ser una lección dada por el autor al público".
Pedro Antonio de Alarcón es ante todo un habilísimo narrador: sabe cómo nadie, interesar con una historia; en sus libros, la acción nunca decae y, aunque el cronotopo, o marco espaciotemporal de sus novelas, suele ser de estilo realista, sus personajes son en el fondo románticos; en el curso de su producción novelística, se va convirtiendo en un moralista. Por esta misma razón, Daniel Henri Pageaux considera que, “El Sombrero de Tres Picos, no es sólo una excepción, sino un milagro (...). Alarcón quiere sumergir a su lector en un doble exotismo, un Antiguo Régimen que remite a Goya, o a Ramón de la Cruz, y una Granada sonriente, buena, espiritual sin ser vulgar, alegre sin ser sensual. Y finalmente la ironía del cuentista, hace al lector cómplice de una situación deleitable: la derrota del funcionario real, del poder central. ¿Qué más pedir?”
Novelas
·
El Final de Norma (1855)
·
El Sombrero de Tres Picos (1874)
·
El Escándalo (1875)
·
El Niño de la Bola (1880)
·
El Capitán Veneno (1881)
·
La Pródiga (1882)
·
La Buenaventura (1854)
·
Cuentos Amatorios (1881)
o "Sinfonía", "La
Comendadora", "El Coro de Ángeles", "Novela Natural",
"El Clavo", "La Última Calaverada", "La
belleza ideal", "El Abrazo de Vergara", "Sin un Cuarto",
"¿Por qué era rubia?", "Tic... tac...".
o "El Carbonero Alcalde",
"El Afrancesado", "¡Viva el Papa!", "El
Extranjero", "El Ángel de la Guarda", "La
Buenaventura", "La Corneta de Llaves", "El Asistente",
"Buena Pesca", "Las Dos Glorias", "Dos Retratos",
"El Rey se Divierte", "Fin de Una Novela", "El Libro Talonario",
"Una Conversación en la Alhambra", "El Año Campesino",
"Episodios de Nochebuena", "Mayo", "Descubrimiento y Paso
del Cabo de Buena Esperanza".
o "El Amigo de la Muerte",
"La Mujer Alta", "Los Seis Velos",
"Moros y Cristianos", "El Año en Spitzberg", "Soy,
Tengo y Quiero", "Los Ojos Negros", "Lo Que se Oye Desde
una Silla del Prado".
· El Hijo Pródigo (1857)
·
Poesías Serias y Humorísticas (1870)
·
Diario de un Testigo de la Guerra de África (1859)
·
Cosas que Fueron (1871)
·
Historia de mis Libros
·
Juicios Literarios y Artísticos
·
Últimos Escritos
(Wikipedia en Español)
El Sombrero de Tres
Picos, es una obra escrita
por, Pedro Antonio de Alarcón. La obra se
publicó en 1874, aunque los hechos se suceden desde los albores de 1800.
El libreto tiene
corte realista, apreciándose en él, las características de dicho movimiento
literario: exactitud en la descripción de los personajes para que el lector se
hiciera una idea fiel del perfil del personaje, el lenguaje expresado abarca
diversos niveles y registros.
La historia tiene lugar en
algún pueblo de los alrededores de Granada,
en un momento del reinado de Carlos IV.
El, tío Lucas, molinero, y, Frasquita, su mujer molinera, forman un matrimonio próspero y feliz, aunque no tienen hijos. Él, feo, simpático, discreto, ingenioso. Ella, guapa, alegre, donosa y hacendosa. Ambos presiden la tertulia en su molino, donde acuden personajes importantes. El matrimonio confía ciegamente el uno en el otro, a pesar de la admiración que suscita Frasquita entre los contertulios.
En realidad, uno de los personajes, el corregidor, siente más que admiración, y desea conquistarla, con ayuda de su alguacil, Garduña. Una noche, ambos idean alejar al tío Lucas, mandándolo al pueblo próximo con un pretexto. El corregidor aprovecha la ocasión para asaltar la casa, no sin antes caerse al agua. A sus gritos, Frasquita le abre la puerta, pero al darse cuenta de sus intenciones, huye en una burra en busca de su marido. Él, todo mojado, se quita la ropa y se mete en la cama.
El tío Lucas, percatado
del engaño, se vuelve a casa, cruzándose por el camino con su mujer, pero sin
reconocerla, al ser de noche. En cambio, sus dos burros sí lo hacen, y rebuznan
en señal de reconocimiento. Al llegar al molino, Lucas encuentra en el suelo
las ropas del corregidor, y lo atisba por el ojo de la cerradura, en su cama.
Creyendo haber sido deshonrado, piensa en matar a los adúlteros, pero luego
planea una venganza mejor. Cambia sus ropas por las del corregidor, y se dirige
a casa de éste, para devolverle la afrenta.
Al día siguiente, el
corregidor, Garduña y Frasquita, se presentan en la casa del primero. Él va
vestido con las ropas del molinero, y la corregidora finge no reconocerlo. Es
más, les dice que el corregidor está en casa, durmiendo. Todos estallan de
indignación, pidiéndose explicaciones mutuamente, y acusándose de infidelidad.
Frasquita demuestra su
inocencia ante el tío Lucas, apelando al testimonio de sus dos burras. La
corregidora explica su artimaña para reconducir la venganza del tío Lucas, y
afea la conducta a su marido.
Manuel de Falla publicó el
ballet, El Sombrero de Tres Picos, en
1919, y luego una versión orquestal de la misma obra, con algunas variaciones,
las suites n.º 1 y 2.
El tema de la obra ha sido llevado al cine en
varias ocasiones. Algunas de estas películas son:
· El Sombrero de Tres Picos. 1935. Director Mario Camerini.
· La Pícara Molinera. 1954. Director Leon Klimovsky.
· La Bella Campesina. 1955. Director Mario Camerini.
(Wikipedia en Español)
de Pedro Antonio de Alarcón
Nuestra historia se remonta hacia el año de 1800… cuando en Andalucía, la gente aún vivía conforme a las viejas tradiciones y rancias costumbres de la antigua España. Las tertulias eran el suceso que más disfrutaban los andaluces, sobre todo cuando el que las ofrecía, era un hombre como el tío Lucas. Tío Lucas era un tipo muy fino, respetuoso, y discreto en su trato con los demás. Aunque por su aspecto, diríase que era realmente feo.
En cambio, Frasquita, su mujer, era un verdadero prodigio de belleza, coqueta y salerosa, poseía una gracia y una animación envidiables. Siendo de Navarra, se había casado con Lucas, que era murciano, y juntos se establecieron en tierra andaluza, en un molino. Ahí había florecido su amor, un amor que a todos asombraba, sobre todo porque Frasquita, adoraba a su poco agraciado marido. Y hasta lo celaba, cuando éste se retrasaba en regresar de la ciudad o de los pueblos, a donde iba por grano para el molino. En cambio el tío Lucas, se sentía orgulloso de que los hombres la encontrarán tan hermosa, y hasta que se la envidiarán. Y no es que no la quisiera tanto como ella a él, sino que tenía más confianza en la virtud de su Frasquita, que en cualquier otra cosa. Pero muy pronto, el destino pondría a prueba ese amor y esa confianza. Eran las dos de la tarde, de un día del mes de octubre. Por la hora, se presumía que aquellos hombres deberían estar durmiendo la siesta, y no saliendo de la ciudad a pie. Dos campesinos jóvenes, un matrimonio, viajaban en sus burros en el camino. La campesina, llamada Josefa, dijo a su marido, “Ya viste, ahí viene el señor corregidor. Es inconfundible con su enorme sombrero de tres picos y su capa roja; y esa forma de caminar tan chistosa.” Su joven marido dijo, “Y solo lo acompaña Garduña, uno de sus alguaciles. ¿Por qué vendrá tan temprano, al molino de tío Lucas?” Josefa dijo, “Temprano y solo, seguramente para ver a la seña Frasquita.” Su esposo le dijo, “No seas mal pensada, Josefa, la seña Frasquita es incapaz…” Josefa tuvo que bajar el volumen de su voz, porque en ese momento pasaba frente a ellos caminando el corregidor, junto con Garduña. Josefa dijo, “Ya lo sé, pero el corregidor no es incapaz de estar enamorado de ella.” Su esposo le dijo, tambien bajando la voz, “Pues con el genio que tiene el tío Lucas, debe andarse con cuidado.” El joven matrimonio campesino, continuó su andar con sus burros. Ya distantes de los caminantes, Josefa dijo, “Pero si le conviene a Lucas hacerse el desentendido, para obtener ciertos privilegios…” Su esposo le dijo, “¡Ni lo digas! El tío Lucas es un hombre de bien, y en el último caso, allá ellos.” Mientras esto ocurría en el camino; en el molino, Frasquita y Lucas se preparaban a recibir a sus invitados de la tertulia de todas las tardes. Mientras Lucas cortaba uvas, dijo a Frasquita, “Sabes…el señor corregidor está enamorado de ti de muy mala manera.” Ella le dijo, “Ya te lo había dicho hace tiempo. ¡Pero déjalo que sufra!” Lucas dijo, “Tienes razón, en el pecado llevará la penitencia, porque tú no has de quererlo nunca, por lo tanto, yo soy el verdadero corregidor de la ciudad.” Frasquita dijo, “¡Vaya vanidoso que eres! ¿Y que tal si llegara a quererlo?” Lucas dijo, “Tampoco me daría gran cuidado, porque entonces tú no serías tú…y yo no sería el que soy ahora, así que no me importaría lo que hicieras.” Frasquita le dijo, “Lúcida estaría entonces, si no fueras el hombre que eres.” Lucas le dijo, “¡Pero qué cabeza dura! ¡Por qué ponernos de mal humor sin necesidad! ¡Tú eres Frasquita y se acabó!” Frasquita le dijo, “¡Y tú mi Lucas de mi alma!” Entonces, Frasquita divisó a dos hombres que venían caminando a la distancia. Frasquita dijo, “Pero…¡Calla! ¡Ya vienen corregidor y tan temprano. Y solo porque Garduña se ha quedado afuera. Ese demonio madrileño, trae un plan.” Lucas, quien seguía cortando uvas, dijo, “Seguramente viene a declararse, pensando que estoy durmiendo la siesta, y estás sola. No le digas que estoy subido en la parra, y vamos a divertirnos con lo que te va a decir.” Frasquita dijo, “No es mala idea.” Don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León, llegó cargando sus cincuenta y cinco años, junto a la joven molinera, y dijo, “Dios le guarde, Frasquita.” Frasquita le dijo, “¿Usted por aquí, a estas horas? Siéntese, su señoría.” El corregidor le dijo, “No es tan temprano como piensas. ¿Y Lucas? ¿Duerme?” Turbado ante la suerte de haberla encontrado sola, no sabía cómo empezar. Frasquita dijo, “Seguramente a estas horas, siempre se queda dormido en cualquier parte.” Sus ojos relampaguearon con lujuria, y en su expresión, se adivinaba una malicia, capaz de todo, y una satisfacción medio libertina. El corregidor dijo, “Entonces déjalo dormir, y ven siéntate a mi lado, escúchame.” Frasquita le dijo, “Ya estoy sentada, dígame usted lo que desea de mí.” El corregidor dijo, titubeante, “Frasquita…Frasquita…Frasquita…” Frasquita le dijo, “Así me llamó, ¿Y qué?” El corregidor se acercó y tomándole la mano, le dijo, “Lo que tú quieras.” Frasquita se dejó tomar la mano, y le dijo, “Pues…lo que deseo, ya lo sabe. Quiero que nombre secretario del ayuntamiento, a mi sobrino que vive en Estrella.” El corregidor dijo, “¡Imposible! ¡Me expongo…! ¿Me querrías a ese precio?” Frasquita le dijo, “No señor, a usted ya no quiero de balde.” El corregidor puso una de sus rodillas en el piso, y le dijo, “¡Ay, Frasquita! ¡Tú sí que eres guapa de verdad!” Entonces Frasquita le dijo, “Sí le gusto yo, ¿También le gustará la señora corregidora?” Hubo un silencio, y Frasquita agregó, “Mi Lucas me dijo que la conoció cuando fue a arreglarle el reloj de su alcoba, y que es muy guapa, muy buena y de trato cariñoso.” El corregidor se levantó, y queriéndola asir del cuerpo, le dijo, “¡Eso no importa ahora! ¡Lo que quiero saber es si vas a quererme!” Frasquita le dijo, “¡No tan deprisa, señor corregidor!” Cuando el hombre trató de propasarse Frasquita extendió la mano sin violencia para apartarlo y lo tiró de espaldas con todo y silla, exclamando, “¡Ave María purísima, esa silla estaba rota!” Enseguida se escuchó la voz de Lucas, desde arriba de la parra, diciendo, “¿Qué pasa ahí?” El corregidor miraba con terror indecible a tío Lucas. Entonces, Frasquita dijo, “El corregidor puso la silla en falso, y se cayó.” Lucas dijo, “Jesús María y José! ¿Se ha hecho daño a su señoría?” El corregidor levantó su sombrero de tres picos, y dijo, “¡No, no me he hecho nada!” Lucas, quien aún estaba arriba de la parra, dijo, “¡Qué bueno, en cambio, su señoría, me has salvado la vida pues me quedé dormido en una red de sarmientos, y si no me hubiera despertado tan a tiempo, habría caído, rompiéndome la cabeza.” El corregidor dijo, en tono relajado, “¡Vaya hombre! Pues me alegro mucho de haberme caído.” Enseguida, el corregidor dijo en tono bajo y complicidad, "Me las pagarás, pícara malvada.” Frasquita le contestó tambien, en tono secreto, “El pobre no ha oído nada, estaba dormido como un tronco. ¿Me guardas rencor?” No hubo respuesta, porque el tío Lucas se acercó a ellos, llevando un cazo lleno de racimos de uvas, diciendo, “Ahora va usted a probar mis uvas, son las primeras de este año.” Frasquita dijo, “Todavía no las ha probado el señor obispo.” En ese momento, se escuchó una voz, diciendo, “La doctrina cristiana nos enseña a pagar diezmos y primicias, pero usted, señor corregidor, no se contenta con administrar el diezmo, sino que también se comen las primicias.” Lucas exclamó, “¡El señor obispo!” Lucas, Frasquita, y el corregidor, presentaron sus respetos al obispo y su comitiva, a través de un ademan. Enseguida, Lucas dijo, “¡Dios pague a su ilustrísima por venir a honrar esta pobre casa!” Frasquita dijo, “¡Dios lo bendiga y me lo conserve por muchos años!” Enseguida, el corregidor acercó un racimo de uvas al obispo y dijo, “Aquí tiene su ilustrísima, las primicias. Todavía no había yo probado las uvas.” Lucas dijo, “Pues no será porque estén verdes, como las de la fábula.” El obispo dijo, “Las de la fábula no estaban verdes, señor licenciado, sino fuera del alcance de la zorra.” El corregidor le contestó, “¿Está llamándome zorra, monseñor?” Frasquita aprovechó la ocasión para compartir las uvas, y tomando el cazo lleno de uvas dijo, “Tu dijiste, pero, dejémonos de latines, y veamos las famosas uvas. ¡Están muy buenas!” Concluido el análisis de las uvas, se pasó a la tertulia, y a comentar los acontecimientos del día. Hora y media después, todos los ilustres compañeros de merienda, se despidieron, para regresar a la ciudad y a sus hogares. Al llegar a la ciudad, dos de los asistentes a la tertulia, conversaban, diciendo uno al otro, “Qué guapa está hoy la seña Frasquita!” Su compañero le contestó, “Muy guapa, y si no, que se lo pregunten al corregidor.” El primer compañero dijo, “El pobre hombre está enamorado de ella.” Su compañero le dijo, “¡Cómo y si lo viera! ¡Y qué bruto es! Bueno, yo me voy por aquí para llegar a casa.” El primer compañero le dijo, “Hasta mañana, si Dios quiere. Que pase usted buena noche.” El otro compañero pensó, “A ese también le gusta la molinera, igual que a todos.” Por su parte, el corregidor había llegado al ayuntamiento, acompañado de Garduña, conversando. Garduña dijo, “Se se ve que la señora Frasquita está muy enamorada de usted.” El corregidor le dijo, “No estoy tan seguro como tú, Garduña, pero ella sí sería capaz de todo, con tal de obtener el nombramiento de su sobrino. Esa es mi única esperanza.” Garduña le dijo, “¡Pues entonces, manos a la obra! Ya le expliqué mi plan. Podemos ponerlo en práctica, esta misma noche.” El corregidor se enojó, y le dijo, “¡Ya te he dicho que no necesito consejos!” Garduña le dijo, “Creí que usted me los había pedido.” Entonces, el corregidor dijo, “Bueno…¿Qué decías? ¿Puede arreglarse todo esta misma noche!” Garduña guardó silencio y lo dejó a hablar. Después de la explicación de Garduña, el corregidor tomó unas holas y comenzó a redactar un nombramiento, diciendo, “Me parece muy bien. ¡Así saldré pronto de esta cruel incertidumbre!” Después de firmar unos documentos, el corregidor dijo, “¡Ya está hecho el nombramiento del sobrino! Ahora veamos los otros detalles. ¿Dices que el molino de tío Lucas pertenece al pueblecillo cercano? ¿Estás seguro?” Garduña le dijo, “Segurísimo. La jurisdicción esta ciudad, acaba en la ramblilla, donde me senté a esperarlo esta tarde.” El corregidor enrolló los escritos y dijo, entregándolos, “¡Está bien! Aquí tienen la carta para que el alcalde de ese lugar. Le explicarás lo que tiene que hacer. Espero que no me metas en un lío.” Garduña dijo, guardando el rollo, “¡No hay cuidado! Juan López tiene mucha cola que le pisen, y hará lo que le mande, sin protestar.” A continuación, el corregidor dijo, “¡Bien! Ahora vamos a otro asunto.” Ambos se dispusieron a salir a la calle. El corregidor le dijo, “Saliendo de aquí, irás a ver la corregidora y le dirás que me quedaría a trabajar hasta tarde, que no me espere. ¿A qué horas crees que estará todo listo?” Garduña le dijo, “A las nueve y media podrá usted llamar sin temor a la puerta del molino.” Tras una pausa, Garduña dijo, “¡Ah, se me olvidaba! Váyase a pie y no lleven linterna… y no lláme a la puerta grande, sino a la puertecilla que hay encima del caz.” Serían las nueve de aquella misma noche, cuando se escuchó que alguien tocaba en la puerta del molino. Frasquita dijo, “¿Quién llama la puerta, a semejante hora?” Lucas dijo, “Voy a ver. Tú quédate aquí.” Lucas se acercó a la puerta, y levantando el madreo que servía de seguro, dijo, “¿Quién es?” Del otro lado de la puerta, se escuchó una voz de autoridad, decir, “¡La justicia! ¡Abra usted al señor alcalde! Traigo una orden escrita, para que se presente usted inmediatamente en la alcaldía. ¡Es muy urgente!” Cuando Lucas abrió la puerta, entro el funcionario. Frasquita traía un arcabuz en las manos. Lucas dijo, “¿A esta hora? Dile que iré mañana, Toñuelo.” Toñuelo dijo, “¡No! Tiene que ser ahora mismo. Creo que se trata de averiguar algo sobre brujería, o moneda falsa.” Frasquita dijo, “Iré contigo. No dejaré que vayas solo por esos caminos.” Entonces, Toñino se puso nervioso, y gritó, “¡Usted no puede ir, seña Frasquita, solamente debo llevar a su marido!” Lucas pensó, “¡Qué cosa más rara! Esto es algo…que yo me sé.” Después de a aparejar la burra, los esposos se despidieron, y Lucas se emprendió el camino, acompañado de Toñuelo, quien guiaba al pollino que cargaba a Lucas. Durante el trayecto, la sospecha empezó a tomar cuerpo en el espíritu del molinero, quien pensó, “Este viaje es una estratagema del corregidor. Y ha empezado por quitarme de en medio. Pero, qué importa. Confío en mi Frasquita, aunque…trataré de llegar a casa lo más pronto que pueda.” Un cuervo voló sobre ellos, y se perdió en la penumbra. El señor Juan López en compañía de su secretario, y del sacristán de la población, bebían abundantemente, cuando apareció el molinero. El alcalde al ver llegar a Lucas se levantó, de la mesa, y dijo, “¡Hola tío Lucas! ¿Cómo va esa salud? Siéntese. A ver, secretario, sírvale un vaso de vino, que gracias a Dios no tenemos prisa.” Lucas dijo antes de sentarse, “Tiene razón, señor.” Enseguida, Juan López, el alcalde, le dijo, “Dormirá aquí esta noche, y mañana despacharemos nuestro asuntillo.” Lucas dijo, “Puesto que la cosa no es urgente, pasaré la noche fuera de casa…” Juan López dijo, “¡A ver Manuela, prepara una cama en el granero para el tío Lucas.” Lucas dijo, “¡No! No se molesten, puedo dormir en el pajar.” Juan López dijo, “Pero si nosotros podemos darle acomodo.” Lucas dijo, preocupado, “Lo sé, pero no es necesario, con mi capote, me acomodaré en el pajar.” Tras una pausa, Lucas agregó, “Lo que sí quisiera es acostarme enseguida, porque estoy muy cansado.” Otro de los asistentes dijo, “Creo que también es hora de que nosotros nos retiremos. Hasta mañana señores.” El alcalde creyó que había logrado engañar al tío Lucas, pero cinco minutos después, el murciano se descolgaba por la ventana del pajar, para montar su borrica, y salir en dirección de la ciudad. Por el camino fue reflexionando, “Mañana contaré al obispo lo ocurrido esta noche. A estas horas, el corregidor estará en campaña contra mi mujer. ¡Quién sabe si lo encontraré llamando a la puerta, o ya adentro, o…no, no debo ofender a mi navarra con mis dudas! ¿Pero acaso hay algo imposible en este mundo? ¿No se casó conmigo siendo ella tan hermosa, y yo tan feo?” Atormentado por estos pensamientos, trató de encender un cigarrillo, para tratar de tranquilizarse, pero en ese momento, sintió un rumor de pasos. Lucas vio a un hombre en una burra, a la distancia, y pensó, “Que imprudente soy. Si me andan buscando. Delaté mi presencia con la lumbrera de la yesca.” La borrica que no entendía lo que estaba pasando, lanzó un rebúzno de satisfacción, y al mismo tiempo resonó otro rebúzno en el camino. ¡JII-JAUU! Sin pérdida de tiempo, el tío Lucas volvió a montar, y salió disparado en dirección contraria a la persona que iba por el camino que también debió asustarse, pues salió a escape por los sembradíos del lado opuesto. A eso del asunto de la noche, llegó sin novedad a la puerta grande del molino. Al abrir la puerta, Lucas pensó, “¡Condenación! ¡Está abierto! ¿Por qué? Si Frasquita la cerró con llave, tranca, y cerrojo. ¿Habrá sido mi navarra víctima de un engaño, de una violencia, de una infamia? ¿Estaba enterada del complot?” Al entrar a la cocina, Lucas pensó, “La chimenea está encendida, y yo la dejé apagada. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está mi mujer? ¿Y esa ropa…?” Al momento, Lucas reconoció la capa roja, y el sombrero de tres picos. Lucas pensó, “¡Oh no, ahí está la mortaja de mi honra, el sudario de mi ventura!” Sin pensarlo más, tomó su fusil y se lanzó escaleras arriba, pero algo llamó su atención, y lo detuvo. Era un papel que estaba en la mesa. Lucas pensó, “¿Qué será este papel?” Cuando lo tuvo en sus manos, Lucas lo leyó. Tras leerlo, Lucas pensó, “Es el nombramiento del sobrino de Frasquita, y firmado por don Eugenio de Zúñiga y Ponce de León. ¡Esto ha sido el precio de la venta!” Lucas tomó su arcabuz, y se dirigió al segundo piso del molino, pensando, “Siempre pensé que quería más a su familia que a mí, como no hemos tenido hijos, esa es la causa de todo. ¡Pero les haré pagar su traición!” Antes de abrir la puerta, Lucas pensó, “¡Aquí deben estar los infames! ¿Pero…y si no hubiera nadie? ¿Y si me hubiera equivocado…? ¿Y si esa tos fuera de Frasquita?” Aún conservaba un rayo de esperanza, que olvidándose de todas las evidencias que había visto en la cocina, temblando de incertidumbre, atisbó por la cerradura. El ángulo visual sólo le permitió ver una parte de la cama, donde descansaba la cabeza del corregidor. Lucas llevó su mano a la boca y pensó, “¡Soy dueño de la verdad! ¿Y ahora…qué debo hacer? Tengo que pensarlo muy bien… ¿Si lavára con sangre esta afrenta…? No, no me conviene. Quedaría como verdugo, y ellos como las víctimas. No, lo que necesito es vengarme.” Afortunadamente había refrendado su primer impulso, y ahora ah maquinaban fríamente. Lucas seguía pensando, “Y después de vengarme, triunfar, despreciar, reírme de todos.” De pronto, la idea y una alegría y gozo indefinibles, transformó su semblante. Lucas pensó, “¡También la corregidora es guapa!” Pero veamos lo que en realidad pasó con la molinera, cuando quedó sola. Frasquita pensó, “No me acostaré hasta que regrese mi marido. No podría dormir sin saber lo que ocurrió con mi Lucas… ¿He? ¿Qué gritos son esos?” Una voz fuera del molino decía, “¡Socorro, que me ahogo! ¡Frasquita!” Pensando que era el tío Lucas, abrió la puerta sin vacilación. Afuera estaba el corregidor, todo mojado, quien dijo, “¡Dios me perdone! ¡Creí que me ahogaba! ¡La oscuridad no me dejaba ver, y caí en la acequia!” El corregidor estaba empapado. Frasquita dijo, “¡Cómo! ¿Es usted? ¿Qué significa? ¿Cómo se atreve? ¿A qué viene a estas horas?” El corregidor le dijo, “Calla. mujer. Yo. te explicaré. Estaba a punto de ahogarme. ¡Mira cómo me he puesto!” Frasquita procedió a correrlo y le dijo, “¡Fuera de aquí! Ahora comprendo todo.” El corregidor le dijo, “¡Chica, no grites tanto que no soy sordo! Mira, aquí te traigo el nombramiento de tu sobrino!” Frasquita le dijo, apuntándolo con su dedo, “¡Le digo que se marche!” El corregidor entro al molino, y quitándose la capa roja, dijo, “Vamos, no seas necia. Me acostaré en tu cama, mientras tengas mi ropa al fuego, que el frío está calándome hasta los huesos.” Frasquita se encolerizó, y le dijo, “¡Y a mí que me importa que se muera! Para esto mandó arrestar a mi Lucas, infame! ¡Pero lo que es yo, iré a ver la corregidora!” El corregidor le dijo, “¡No! Tú no harás nada de eso, porque sino te pegaré un tiro.” Frasquita le dijo, “¿Un tiro? ¿Con que en una mano la pistola, y en la otra el nombramiento de mi sobrino?” El corregidor se acercó a Frasquita, y le dijo, “¡Sí! ¡Así que no seas necia, y quiéreme como yo te adoro!” Frasquita, ya calmada, le dijo, “Si tengo que elegir, la elección es obvia. Espere, voy a encender el fuego.” Hablando y haciendo, Frasquita bajó rápidamente la escalera, y el corregidor salió detrás de ella, temiendo que escapára. Con su linterna en mano, el corregidor tropezó con la navarra en la cocina, quien apuntando con su arma, le dijo, “¿Con que ibas a pegarme un tiro? Adelante, estoy lista.” El corregidor le dijo, “¡Detente desgraciada! ¿Qué vas a hacer?” El corregidor le dijo, “Estaba bromeando, mis pistolas están descargadas; pero el nombramiento es verdad, tóma, te lo regalo.” Frasquita le dijo, “Ahí déjelo. Mañana me servirá para encender la estufa. ¡Y ahora, márchese de mi casa, vamos, pronto, antes de que…!” No pudo terminar la amenaza, porque el corregidor empezó a temblar espasmódicamente, cayendo al suelo, preso de una espantosa convulsión. Las emociones de esa noche, habían agotado a la fuerza del anciano. El corregidor dijo, “¡Me muero! Llama a Garduña, está…allá afuera.” Entonces, Frasquita pensó, “¿Y qué hago con este hombre en mi casa? ¿Qué diría Lucas, si muriera aquí? ¿Cómo justificarme, si yo misma le abrí la puerta?” Frasquita decidió irse de su casa, y pensó, “No debo quedarme aquí con él. Iré a buscar a mi marido. No comprometeré mi honra. Montaré la burra para llegar más rápido.” Tomada la resolución, abrió la puerta grande, y se fue por el camino, diciendo, “¡Garduña! ¡Garduña! Ve al molino, y socorre a tu amo, que se está muriendo.” Garduña le dijo, “¿Pero qué pasó? ¿A dónde va usted a estas horas?” Frasquita, subida en su borrico, le gritó, “¡Voy a la ciudad por un médico! ¡Vamos hombre, date prisa!” Cuando Garduña entró en el molino, el corregidor empezaba a volver en sí. Mientras lo atendía, Garduña dijo, “¡Vaya momento para ponerse enfermo! Pero no se preocupe, ahora salimos de esto.” El corregidor dijo, “¿Se marchó el demonio…digo, la molinera?” Garduña lo levantó, y le dijo, sirviendo como su apoyo, “Sí, pero no se preocupe. Ahorita mismo le quito esta ropa mojada, la pongo a secar. ¿Pues qué le pasó a usted?” Después de contarle lo ocurrido, el corregidor se quitó la ropa, y se acostó en la cama de la molinera. Mientras Garduña lo cubría con una cobija, el corregidor dijo, “¡Esa mujer quiso matarme?” Garduña le dijo, “No es para tanto. Si así fuera, no habría ido a la ciudad por un doctor para usted.” Hubo una pausa, y Garduña agregó, “Al menos eso me dijo ella.” Entonces el corregidor le dijo, lleno de preocupación, “¡Dios santo! ¡Corre Garduña! ¡Frasquita fue a la ciudad a contárselo todo a mi mujer!” Garduña tomó rápidamente sus cosas, para cumplir con la orden. El corregidor le dijo, “¡Alcánzala! ¡Evita que esa terrible molinera entre en mi casa!” Antes de cerrar la puerta Garduña dijo, “Voy volando. Quédese tranquilo, cuando regrese, habré dejado a la navarra en la cárcel.” Durante aquella ausencia del alguacil, fue cuando el marinero estuvo en el molino, y vio visiones por el ojo de la cerradura. Garduña corrió hacia la ciudad, sin imaginar que más tarde, el tío Lucas habría de seguirlo, portando el sombrero de tres picos, y la capa roja. Pero volvamos con la valerosa Frasquita, que había ido en busca de su marido. Andando arriba de su borrico, Frasquita divisó una luz y pensó, “¡Dios mío! ¿Quién andaba echando lumbre por el camino? ¿Será acaso un esbirro del corregidor que viene a detenerme?” En eso, oyó un rebuzno que provenía del mismo sitio, y la burra que ella montaba, creyó oportuno rebuznar también en ese momento. ¡JI-JAU! Frasquita dijo, “¡Calla demonio! ¡Burros en el campo a estas horas!” Entonces sacó a su bestia del camino, y se fue a todo correr, pensando, “¡No puede ser mi marido, son los duendes que se están despachando a su gusto esta noche!” Sin más accidentes, llegó a las puertas de la alcaldía, como a las once de la noche. Todo se hallaban en calma, y naturalmente el alcalde dormía la mona. Fue Toñuelo quien tuvo que entrar hasta la alcoba, para poder despertarlo, “¡Señor López…señor López, despierte, es algo urgente!” Cuando el alcalde despertó, Toñuelo le dijo, “¡La señá Frasquita, la del molinero, quiere hablarle!” El alcalde dijo, “¡Maldición! Las cosas no salieron como quería el señor corregidor.” Cuando el alcalde recibió a Frasquita, le dijo, “Señora, ¿Qué le trae a usted por aquí?” Frasquita le dijo, “¡Necesito ver a mi Lucas cuanto antes, usted lo tiene precio por orden del corregidor, que quería aprovecharse de mí!” Juan López, el alcalde, le dijo, “Yo no tengo preso a su marido, está durmiendo en el pajar. ¡Toñuelo, ve por el tío Lucas, y dile que venga, que aquí está su mujer!” Una vez hecho esto, el alcalde dijo a Frasquita, “Ahora vendrá su marido. Pero cuénteme: ¿Tenía usted miedo de dormir sola?” Frasquita se encolerizó, y le dijo, “¡Cómo se atreve a hablarme así, si ya sabe lo que pasa! ¡Usted y el señor corregidor estaban de acuerdo para perderme, pero fallaron y ahora él se está muriendo en el mi molino!” El alcalde se enojó, y le dijo, “¿Qué dice? ¡Desgraciada, si le ha hecho algún daño…! ¡Manuela…que me aparejen la mulilla, voy al molino de tío Lucas.” En ese momento, Toñuelo llegó, diciendo, “¡Señor alcalde! El tío Lucas no está en el pajar, ni su burra en el pesebre.” El alcalde dijo, “¿Estás seguro?” En ese momento llegó la esposa del alcalde y dijo, “¡Virgen del Carmen! ¿Qué va a pasar en mi casa?” Entonces, el alcalde le preguntó a Frasquita, “¿Cree que su marido haya ido al molino?” Frasquita le contestó, “¡Que sí lo creo! ¡Corramos, señor alcalde, no perdamos tiempo a mi Lucas matará al corregidor!” Por su parte, Garduña había llegado a la ciudad, y se presentó en la casa del corregidor, que mantenía sus puertas abiertas, mientras él estaba afuera y se cerraban cuando regresaban, sin importar la hora que fuera. Al tocar la puerta Garduña, el mayordomo del corregidor le dijo a Garduña, “¿Ya viene el señor?” Garduña le dijo, “Todavía no. Vine a ver si ha habido novedades en la casa.” Garduña insistió, “¿Ha entrado una mujer por estas puertas?” El mayordomo le dijo, “No, nadie se ha aparecido por aquí, en toda la noche.” Garduña dijo, “Pues no dejen entrar a ninguna persona, sea quien sea, al contrario, échenle en la mano, y llévenlo a la cárcel.” El mayordomo le dijo, “Así lo haremos.” Mientras Garduña se encaminaba de regreso al molino, Garduña pensó, “¡Mi estrella se eclipsa! ¡Hasta las mujeres me engañan! ¡Pobre Garduña! ¿Que se ha hecho de tu olfato de sabueso?” Y tenía razón al pensar así pues no se dio cuenta del hombre que se escondió de él. Lucas pensó, “¡Qué bueno que no me vio porque también a corregidores guapa!” Después de haber buscado a Frasquita, Garduña regresó junto al corregidor, quien aún estaba recostado, y le dijo, “Señor…la molinera me…engañó. No fue a la ciudad, sino a buscar a su esposo.” El corregidor le dijo, “¡Mejor! ¡Mejor! ¡Todo se ha salvado! Tráeme mi ropa, Garduña. Antes de que amanezca, el tío Lucas, y la señá Frasquita, estarán en la cárcel de la inquisición.” Entre tanto, Frasquita, Juan López, y Toñuelo, llegaron al molino. Al acercarse al molino, Juan López dijo, “Yo entraré primero, porque soy la autoridad.” Toñuelo dijo, “¡Ahí está! ¡Entréguese tío Lucas!” Toñuelo saltó sobre el supuesto molinero, y ambos rodaron por tierra, en feroz lucha. Al mismo tiempo, otra figura saltó sobre Toñuelo tirándolo sobre el empedrado, y dándole bofetones, diciendo, “¡Tunante! ¡Deja a mi Lucas!” Garduña, que venía del pesebre, tomando a Toñuelo por don Eugenio de Zúñiga, trató de salvarlo, diciendo, “¡Señora, respete a mi amo!” Frasquita descargó entonces tal revés en el estómago de Garduña, que le hizo caer cuan largo era. En tanto el señor Juan López, con un pie en los riñones del supuesto tío Lucas, impedía que se levantára. Era el corregidor, quien gritaba, “¡Garduña! ¡Socorro! ¡Ayúdeme! ¡Soy el corregidor!” Cuando el alcalde se dio cuenta, dijo, “¡Vaya, pues es verdad!” Pronto estuvieron todos de pie. El corregidor, quien estaba vestido con las ropas de Lucas, dijo, “¡Todo el mundo a la cárcel, a la horca!” El alcalde dijo, “¡Pero señor cómo lo íbamos a reconocer con esa ropa!” El corregidor dijo, “¡Pues alguna tenía que ponerme! ¿No ves que me la robó el tío Lucas, con una banda de ladrones?” Frasquita dijo, “¡Miente!” Garduña dijo, “¡Cálmese señá Franquista y escuche: si usted no arregla esto, a todos nos van a ahorcar!” Frasquita dijo, “¿Pues qué es lo que ocurre?” Garduña dijo, “Que a estas horas el tío Lucas, anda por la ciudad vestido del corregidor.” Frasquita dijo, “¡Jesús! ¡Mi marido me creé deshonrada, y ha ido a vengarse!” El corregidor dijo, “Vamos a la ciudad impedir que ese hombre hable con mi mujer.” Garduña dijo, “Ojalá y sólo se había contentado con hablarle a la señora.” El corregidor se enojó, y dijo a Garduña, “¿Que dices desgraciado? ¿Crees tú a ese villano capaz…?” Frasquita terminó la frase, y dijo, “¡De todo!” “Las doce y media y sereno.” Gritaba el velador, cuando nuestros personajes llegaron frente a la puerta cerrada del corregimiento. Garduña llamó con el aldabón, dos o tres veces, pero nadie abrió ni contestó, y nada sucedió durante largos minutos, a pesar de los insistentes llamados. Garduña dijo, “¡Muy malo...muy malo!” Al fin, cerca de la una, se abrió una ventana, y salió una mujer, quien era la sirviente, y dijo, “¿Quién llama a estas horas?” El corregidor se apresuró a gritar, “¡Soy yo, el corregidor, abre de una vez!” La sirviente les gritó, “¡Mi amo vino hace una hora y se acostó enseguida! ¡Hagan ustedes lo mismo y váyanse!” El corregidor gritó, “¡Mujer! ¿No oyes lo que te digo? ¡Abre la puerta al corregidor!” La sirviente dijo, “¡Y dale! Yo vi a mi amo encerrarse en las habitaciones con la señora. Pero si usted se quiere divertir conmigo, ahora verá.” Entonces se abrió la puerta, y una nube de criados garrote en mano, se lanzó sobre los de afuera. Uno de los criados gritó, “¿En dónde está el que dice que es corregidor?” Se armó un lío de todos los diablos, sin que nadie pudiera entenderse. Era la segunda paliza que le costaba don Eugenio, su aventura de esa noche. Apartada de la confusión, Frasquita lloraba por primera vez en su vida, diciendo, “¡Lucas! ¡Lucas! ¿Cómo pudiste dudar de mí, y estrechar en tus brazos a otra?” Entonces, la corregidora salio al balcón, y dijo, “¿Qué escándalo es este? A ver, que pasan esos rústicos, el señor corregidor lo permite.” La sirviente exclamó, “¡La señora!” El corregidor dijo, “¡M…Mi…mujer!” El corregidor subió con paso inseguro y semblante demudado, como reo al patíbulo, pero la idea de su de su deshonra, empezaba a germinar en su interior. Con noble egoísmo, olvidaba todos los infortunios que había causado, y la ridícula situación en que se encontraba, y pensó, “¡Ante todo soy un Zúñiga, y un Ponce de León! ¡Ay de aquellos que lo hayan olvidado! ¡Ay de mi mujer, si ha mancillado mi nombre!” La corregidora salió a recibir a su esposo, y a la rústica comitiva. Era una principalísima dama, muy joven y hermosa. Tenía algo de reina, y mucho de abadesa, e infundía por ende veneración y miedo a cuantos la miraban. Esa noche se había esmerado en dar a la escena una solemnidad ceremoniosa, que contrastaba con el carácter villano y grosero de la aventura de su marido. Así era doña Mercedes Carrillo de Albornoz y Espinosa de los Monteros. Cuando doña Mercedes vio a su marido, le dijo, “¡Hola tío Lucas! ¿Usted por aquí?” El corregidor se desesperó, y le dijo, “¡Mercedes! ¡No estoy para chanzas! Antes de darle explicaciones, necesito saber qué ha sido de mi honor.” Mercedes le dijo, “¡Eso no es cuenta mía! ¿Acaso me lo dejó en depósito?” El corregidor le dijo, “Sí señora. ¡Las mujeres son depositarias del honor de sus maridos!” Doña Mercedes dijo, “Pues entonces pregúntele usted a su mujer, que nos esté escuchando. Pase usted señora, y siéntese.” Frasquita, segura de su inocencia, no tenía prisa por defenderse, pero sí por acusar; deseaba ajustar cuentas con el tío Lucas. Con una mirada, la corregidora adivinó lo que aquella infortunada había sufrido, por el solo hecho de haber conocido al corregidor. Doña Mercedes, sentada junto a Frasquita, dijo, “Bien tío Lucas, aquí está la señá Frasquita. Repita usted su demanda, sobre aquello de su honra.” El corregidor se enojó, y dijo, “¡Mercedes, déjate de bromas! ¡No sabes de lo que soy capaz! ¿Dónde está ese hombre?” Doña Mercedes dijo, “¿Quién, mi marido? Se está levantando, ya no tarda en venir.” El corregidor dijo, “¡Merceditas, ve lo que dices, mira que nos están oyendo!” Doña Mercedes le dijo, “¿Se asombra usted? ¿Dónde quería que estuviera estas horas un hombre de bien? Solo puede estar en su casa durmiendo con su legítima consorte, como Dios manda. Y no grite o lo llevarán preso.” El corregidor dijo, “¿El corregidor de la ciudad en la cárcel?” Doña Mercedes dijo, “El representante de la justicia y apoderado del rey, llegó a su casa a la hora debida.” Doña Mercedes se levantó, y le dijo al corregidor, “Hace dos horas entró en esta casa, con su capa roja, y su sombrero de tres picos. Mis criados los saludaron, y enseguida cerraron el portal. Pregúnteles a todos.” El criado dijo, “¡Es verdad…es verdad!” El corregidor estalló, diciendo, “¡Fuera de aquí todo el mundo! ¡Todos Irán a la cárcel a la horca!” Cambiando el tono, doña Mercedes continuó. “Bueno cálmese; supongamos que usted es mi esposo, y que lo confundí con otro hombre que entró a mi alcoba.” La navarra ocultó el rostro, para no dejar ver sus celos, y dijo, “Suponga todo lo que usted quiera.” El corregidor gritó, “¡Infames!” Doña Mercedes dijo, “¿Tendría usted derecho a acusarme, a sentenciarme? ¿Viene usted de oír misa? ¿O de dónde viene con ese traje, y esa señora?” Llena de turbación, Frasquita dijo, “Con permiso yo quiero aclarar…” Doña Mercedes dijo, “No es necesario que me explique nada a mí. Ahí viene quien puede pedirle cuentas.” En ese momento venia llegando Lucas con las capa roja y el sombrero de tres picos. Lucas hizo un ademán frente a Frasquita, y dijo, “¡Dios te guarde, Frasquita! ¿Ya le enviaste a tu sobrino el nombramiento?” Frasquita dijo, enojada, “¡Te desprecio, Lucas!” Lucas le dijo, “¿Con que tú eres mi Frasquita?” El gesto del molinero cambió, al oír la voz de su mujer, quien le dijo, “¡No, no soy ya tu Frasquita!” Frasquita se abrazó llorando a doña Mercedes y le dijo, “¡Pregúntale a tus hazañas de esta noche, lo que has hecho con mi corazón! ¡Señora, señora! ¡Que desgraciada soy!” Doña Mercedes, quien tambien lloraba, le dijo, “¡No tanto como usted se figura!” Lucas cerró sus ojos en señal de dolor, y dijo, “Yo sí que estoy desgraciado.” El corregidor cerró sus ojos y dejo escapar una lagrima de frustración, diciendo, “¿Y yo? ¡Ah, soy un pícaro, un monstruo, un calavera que tuvo su merecido!” El tío Lucas fue el primero en salir a flote del mar de lágrimas, y dijo, “¡Bueno, bueno, vamos aclarando este embrollo!” Doña Mercedes dijo, “¡Su mujer es una santa! Lo supe desde que la vi. Déjela hablar y se justificará.” Frasquita dijo a Lucas, “Yo no hablo, el que tiene que hacerlo eres tú.” Lucas dijo a Frasquita, “¿Y tú?” Entonces el corregidor señaló a su esposa, diciendo, “¡Ahora no se trata de ella, sino de ti, Merceditas! ¡Ah, quién había decirme que tú…!” Mercedes le dijo, señalándolo también, “¿Y tú qué dices?” Durante algunos momentos, los dos matrimonios se repitieron la misma frase. “¿Y tú?” “Pues…¿Y tú?” “¡Vaya que tú!” “¡No, que tú!” Doña Mercedes le dijo, “Mira, tú y yo nos arreglaremos a solas. Ahora lo que importa es devolver paz al tío Lucas; y a Juan López y Toñuelo, creo que pueden justificarla.” Frasquita dijo, “No los necesito a ellos. Abajo tengo dos testigos mayor crédito: Piñona y Liviana.” Lucas dijo, “¿Nuestras burras? ¿Te burlas de mí?” Frasquita dijo, “No. Tú venías a molino, y yo iba a buscarte. En el camino nos cruzamos, pero no nos reconocimos. Sin embargo, nuestras burras sí, por eso rebuznaron.” Después, Frasquita contó lo ocurrido al corregidor en su casa. El alcalde dijo, “¡Todo lo que ha dicho la señá Frasquita es verdad!” Lucas comprendió, y dijo, “¡Eres inocente, Frasquita de mi alma, perdóname!” Frasquita le dijo, “Solo hasta que haya oído tus explicaciones.” Doña Mercedes dijo, “Yo las daré por él y por mí, pero hasta que estos señores, se hayan cambiado de vestimenta.” El corregidor dijo, “Hace una hora que estoy esperando ésta aclaración, pero, en fin, ya estoy ansioso de ponerme mi traje para ahorcar a todos.” Cuando los hombres salieron de la sala, la corregidora se dirigió a los domésticos que habían obstruido la puerta. Doña Mercedes dijo, “Cuenten ahora a esta mujer, lo malo que sepan de mí.” La sirviente dijo, “Mi señor y yo cuidamos a los niños, cuando oímos ruido en la alcoba, y fuimos a ver. Cuando abrimos la puerta y descubrimos a un hombre vestido como mi señor, acostado en la cama, pero no era él, sino su marido, señá Frasquita.” Los alguaciles lo sacaron de su escondite, y lo arrestaron. Doña Mercedes les dijo, “¡A la cárcel, lleven a la cárcel a este ladrón y asesino!” Un criado agregó al relato, diciendo, “Su disfraz nos confundió.” Un alguacil tomó la palabra, y dijo, señalando, “¡El tío Lucas nos engañó a todos con su traje y su manera de andar, y no venía con buenas intenciones! Y si la señora no hubiera estado levantada, imagínese lo que habría pasado.” Frasquita dijo, “Cállate tú también estás diciendo puras tonterías. Para explicar su presencia, el tío Lucas tuvo que confesar las intenciones que traía, y la señora le arrimó una bofetada.” Una criada dijo, “Porque aunque sea su marido, eso de venir con las manos lavadas…” El criado se enojó, y dijo, “¡Eres una habladora! Óiganme a mí, señá Frasquita y vámonos al asunto. Cuando la señora calmó su enojo, se compadeció el tío Lucas, y pensó en darle una lección a su esposo y a usted, haciéndoles creer lo que no era. Entonces, nos aleccionaron a todos los criados, de lo que teníamos que hacer y decir, cuando volviese su señoría.” Cuando regresaron el corregidor y tío Lucas, el corregidor llegó muy enojado, diciendo, “¡Ahora me toca a mí, Merceditas, estoy esperando tus explicaciones!” Don Eugenio observó que la molinera y el tío Lucas, se habían reconciliado. Entonces el corregidor dijo a su esposa, “¡Señora, todos se entienden menos nosotros!” Doña Mercedes dijo, “¿Se marchan?” Entonces Doña Mercedes dijo, “¡Ah, no! ¡Este hombre no se va hasta que yo sepa la verdad!” El corregidor la detuvo, diciendo, “¡Déjalos pasar! Váyanse sin cuidado, que este escándalo no tendrá consecuencias.” La corregidora mandó que se retiraran todos, y cuando se quedaron solos los desavenidos cónyuges, el corregidor titubeó, y dijo, “Pero yo…pero tú…pero nosotros…pero aquellos…” Doña Mercedes miró su esposo, como si lo hubiera condenado al destierro, y le dijo, “Aunque vivas mil años, ignorarás lo que ha pasado esta noche en mi alcoba. Si hubieras estado en ella, no tendrías que preguntar. De ahora en adelante, nada me obliga a darte satisfacción, porque te desprecio, y si no fueras el padre de mis hijos, te arrojaría por este balcón, como te arrojo para siempre de mi dormitorio. Buenas noches, caballero.” El corregidor pensó, “¡Vaya pues no esperaba escapar también librado!” Lucas y Frasquita salieron de la ciudad en dirección a su molino, con sus burras. Frasquita dijo, “El domingo tienes que ir a misa, a confesar tus malos juicios y propósito.” Lucas se acercó a ella, y le dijo, “Ya lo había pensado. Mientras tanto todas las nuestro colchón y ropa de cama a los pobres. ¡No me quiero acostar donde sudó este bicho venenoso!” Frasquita lo abrazó, sintiéndose dichosa, y le dijo, “¡Ni nombres, Lucas! Hablemos de otra cosa. El próximo verano quiero que me lleves a tomar los baños del solán de cabras, para ver si tenemos hijos.” Lucas le dijo, lleno de dicha, “¡Felicísima idea! Te llevaré si Dios nos presta vida. ¡Mi adorada Frasquita!”
Tomado de, Joyas de la Literatura. Año VI. No. 94. Noviembre 15, de 1988. Adaptación: Remy Bastien. Guión: Silva Hernández. Segunda Adaptación: José Escobar.
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