Club de Pensadores Universales

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domingo, 21 de abril de 2024

El Llano del Diablo de Juan de Dios Peza

     Juan de Dios Pedro Pablo Peza Osorio, nació en la Ciudad de México, el 29 de junio de 1852 y murió el 16 de marzo, de 1910, a la edad de 58 años. Juan de Dios Peza, fue un poetapolítico y escritor mexicano. Miembro numerario de la, Academia Mexicana de la Lengua, ocupó la silla IX en mayo de 1908.

Biografía

    Nació el 29 de junio de 1852 en la ciudad de México, siendo hijo de Juan de Dios Peza Benavidez, y de Francisca Osorio Agular y Fernández. Juan de Dios Peza Inició sus estudios en la Escuela de Agricultura y Arquitectura, después pasó al Colegio de San Ildefonso, y en 1867 ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria.

    Se convirtió en el estudiante predilecto del pensador mexicano, Ignacio Ramírez, "El Nigromante".​
     Al regresar de ese centro de estudios, se incorporó a la Escuela de Medicina, donde establecería gran amistad con Manuel Acuña, quien lo llegó a estimar al grado de llamarlo "hermano", pero no terminó ésta carrera, y se dedicó a las letras.

    Peza fue un fiel seguidor del liberalismo. Su entusiasmo y apasionamiento por ese modo de entender la política y la vida social, y en especial el movimiento liberal mexicano, le condujo a renunciar a sus estudios, a fin de entregarse plenamente al periodismo.
    Colaboró en la, Revista UniversalEl Eco de Ambos Mundos y La Juventud Literaria. En 1874, Peza estrenó en el, Teatro del Conservatorio, su primera obra teatral, titulada, La Ciencia del Hogar.

     En 1878, Peza es nombrado segundo secretario de la legación de México en España, junto a Vicente Riva Palacio.
    En Madrid, Peza se relacionó con el gran intelectual político, Emilio Castelar, así como con los escritores, Gaspar Núñez de ArceRamón de Campoamor, y José Selgas.

     Al regresar a México, intentó hacer carrera política, y fue diputado electo al Congreso de la Unión. También desempeñó otros cargos públicos, pero sin abandonar las letras. Como poeta, su estilo corresponde al realismo, si bien propenso a la ternura. Su obra, de gran popularidad y aceptación en su patria, tuvo traducciones al rusofrancésinglésalemánhúngaroportuguésitaliano y al japonés.

     El libro que más fama le dio fue, Cantos del Hogar, obra poética intimista al modo del español, José Selgas.
   Tuvo la desgracia de sufrir el abandono de su mujer, que lo dejó con tres hijos pequeños, a los que crio y educó con dedicación.
    Muere en marzo de 1910, año en el cual el país estaba a punto de entrar en otro gran cambio político: la Revolución Mexicana.

Poeta

    Como poeta escribió: Hogar y Patria, La Lira de la Patria, El Arpa del Amor, Recuerdos y Esperanzas, Flores del Alma y Vinos Festivos.

Obra

Poesías Mas Conocidas

·         Poesías (1873)

·         Reír Llorando

·         Horas de Pasión (1876)

·         La Lira Mexicana (1879)

·         Fusiles y Muñecas

·         Canto a la Patria (1877)

·         Cantos del Hogar (1891)

·         Nieve de Estío

·         Leyendas de las Calles de la Ciudad de México.

Otras Obras

·         Poetas y Escritores Mexicanos (1878)

·         Biografía de Ignacio M. Altamirano.

·         La Beneficencia en México. (1881)

·         Memorias, Reliquias y Retratos. (1900)

·         Los Últimos Instantes de Colón. (1874)

·         Epopeyas de Mi Patria, Benito Juarez. (1904)

·         Hojas de Margarita. (1904).

Legado

     Durante el siglo XX, algunos de los poemas de Peza fueron convertidos en canciones populares. Por ejemplo, "Homenaje, en el Álbum de la Señorita Dolores Rubacalba", fue musicalizado como el tema, "Virginia" (1926) por el compositor, M. Domenech, e interpretado por el dúo colombo-panameño, Briceño y Áñez.

El poema, "Horas de Pasión" (Parte XXXI), sirvió de inspiración para el pasillo, "Horas de Pasión" (1928) del ecuatoriano Francisco Paredes Herrera, la versión de la canción folclórica chilena, "La Circasiana, Habanera" del Grupo Rauquen (1975), y el corrido "Nunca te Olvidaré" (1930?) del Dúo Ecuador, también conocido como, Dúo Ibáñez-Safadi.

 

El Llano del Diablo

de Juan de Dios Peza

Capitulo Uno

    Por una extensa llanura, cubierta de pedregales, entre secos matorrales, sin arbustos ni verduras. Cuando ya declina el día, y triste el zanate canta, y la luna se levanta, tras la agreste serranía.

     Paso a paso y fatigados, un grupo de guerrilleros, por los tendidos senderos, en el llano dibujados. Llegando van sin temores, y como a paraje amigo, buscando el humilde abrigo, de un rancho de labradores.

     Muestra el que mandado viene, señales de hombre resuelto. Porque gallardo y esbelto, en su caballo se tiene. Bordado con oro y plata, tendido sombrero ostenta, que cuadra a su polvorienta, y ancha blusa de escarlata.
     La pistola en la cintura, con la canana ceñida. La calzonera prendida, con rica botonadura. De colores matizado, lleva el zarape vistoso. Y el duro fuste lujoso, con hierro y plata incrustado.
   Flota en el ancho vaquerillo, y entre su lacia guedeja, lanza la argentada teja, de la montura, su brillo. Y cuando el aire de lleno, envuelve al corcel pujante, deja en su crin ondulante, la espuma que roba el freno.
     Y se escucha acompasado, de los caballos el trote, y alguna vez un azote, o el canto de algún soldado…Y flotan como las olas, por los vientos agitadas, en las lanzas elevadas, las rojizas banderolas.
De polvo tendida nube, va quedando como estela, que al soplo del viento vuela, y se arremolina y sube. Alegre el corcel relincha, que el rancho vecino otea, y ufano caracolea, haciendo crujir la cincha.
Y contestan, repetidos, por la llanura desierta, desde la rustica puerta, de los perros los ladridos. Y los rostros placenteros, de moradores curiosos, se adelantan afanosos, por ver a los guerrilleros.
Suena el clarín, y al momento, aquella gente que viene, ante el rancho que detiene, para recobrar aliento. Como huéspedes amables, agrúpense los soldados, arrastrando descuidados, sobre las piedras, los sables.
Suena la tosca montura, cuando tras ruta tan larga, el caballo ya sin carga, se sacude con holgura. Comienza de las hogueras, a reflejarse la lumbre, en la pajiza techumbre, cubierta de enrredaderas.
Y con trovas de quebranto, y de cariño y de lucha, de los soldados se escucha, el melancólico canto. Y asi entre gozo y tristeza, por fin el rumor se apaga, y ya solo el viento vaga, gimiendo entre la maleza.

Capitulo Dos

     Está durmiendo la gente, sin zozobra ni recelo, y por la mitad del cielo, cruza la luna esplendente. El jefe, que siempre alerta, las noches en claro pasa, con el dueño de la casa, está charlando en la puerta.

Y en un silencio profundo, en esa noche tan pura, hundida en la llanura, como si durmiera el mundo. Más de repente del llano, el silencio majestuoso, lo perturba un espantoso, e inmenso rumor lejano.
   Cruje la extensa pradera, todo el suelo conmovido, por el duro casco herido, de un corcel a la carrera. Y se acerca a cada instante, tan raudo y precipitado, cual va desencadenado, el huracán resonante.
 “El enemigo que viene,” dice inquieto el guerrillero. Quiere alzarse, y el ranchero, por un brazo le detiene. “No se atemorice tanto, yo bien sé lo que le digo, ese no es el enemigo, tenga calma, es el espanto.”
Y el soldado en tal momento, puede ver frente a la casa, rápido corcel que pasa, más veloz que el pensamiento. Destrozando los zarzales, arrollando troncos y hojas, y envolviendo en chispas rojas, los quebrados pedernales.
Al fin se pierde ligero, entre peñas encrespadas, do no arriesgan sus pisadas, el ciervo y el lobo fiero. “¡Dios nos valga!” Con devota, expresión dijo el soldado, “Me he visto más espantado, que al salir de una derrota.”
“No juzgue que le reproche su miedo. Lo que ha visto es una fiesta, que tengo noche con noche, mas como nunca perjuicio, nos causa tal accidente. Aquí ya lo ve la gente, con gran calma y mucho juicio.
Y para que haga memoria, de ésta mi pobre posada, mientras llega la alborada, voy a contarle una historia. Y al repetir éste cuento, a la luz de las hogueras, hará tal vez más ligeras, las noches del campamento.”

Capítulo Tres

    Este llano erizao y triste, sin rancho y sin caminos, y que tan solo de espinos, y pedernales se viste. En donde no cruza un rio, ni crecen pintadas flores, ni pájaros cantadores, alegran en éste estío.

Donde solo entre las quiebras, sale triste y repetido, el repugnante silbido, de ponzoñosas culebras. Éste llano de que os hablo, y que tenéis a la vista, allá desde la conquista, se llama el llano del Diablo.
Que hay razón para tal nombre, siempre al Diablo se le aplica, lo que no entiende ni explica, el pensamiento del hombre. Narran que en mejores días, bajo un cielo azul sereno, ese campo estaba lleno, de colores y armonías.
En bosques de limoneros, saludaba entre aromas, a la aurora las palomas, y a la luna los jilgueros. Mientras cruzaba violenta, la garza entre la espadaña, bajaba de la montaña, de ciervos tropa sedienta.
Sobre flores bermejas, de pitayas olorosas, temblaban las mariposas, y zumbaban las abejas. Los arroyos murmurando, llegaban de las colinas, con sus olas cristalinas, tranquilos lagos formando.
Y entre verdes papayas, y las palmas cimbradoras, volaban las gritadoras, bandadas de guacamayas. Y los loros repetían, ocultos en los ramajes, ecos y cantos salvajes, que en los bosques aprendían.
Pero una vez, aquí vino a establecer su morada una pareja, guiada por la mano del destino. El hombre, casi un anciano, la mujer niña hechicera, de su dulce primavera, mostraba el vigor lozano.
El padre adusto y severo. Ella jovial y obediente. Negros ojos, blanca frente. Talle erguido y pie liguero. Llegaron sin compañía. Y por cierto el vulgo pasa, que el anciano alzó su casa, por obra de hechicería.
Sin pastores ni sirvientes, sin temer del tigre daños, se vieron allí rebaños, ricos, mansos y obedientes. Aquí la casa se alzaba, acotando sus linderos, un bosque de cocoteros, que fresca sombra le daba.
En los naranjos tupidos, y en las sensibles mimosas, calandrias y chuparosas, colgaban sus blandos nidos. Aquí pasaba un arroyo, Y sus ondas recogían, las hojas que desprendían, las flores del chirimoyo.
Y los que miráis horrores, del llano árido y desierto, fueron entonces concierto, de ondas, luz, aves, y flores. Más era tan dado el viejo, a diabólicas quimeras, que con brujas y hechiceras, estaba siempre en consejo.
Y da el pueblo testimonio, de que en noches de tormenta, aquí juntaba sangrienta, toda su corte el demonio. Y jamás en noches tales, nadie jamás oso acercarse, temeroso de encontrarse, con brujas y nahuales.
Porque contaban que luego, por el llano robando, iban las brujas volando, con unos globos de fuego. Y las fieras espantadas, hacia las cavernas huían, cuando a lo lejos oían, infernales carcajadas.
Con extraño clamoreo, entre las tinieblas densas, pasaban turbas inmensas, con perezoso aleteo. Se escuchaban tras las hojas, de los altos cocoteros, hondos gritos lastimeros, alzándose llamas rojas.
Pues, según cuentan hacían, sacrificios repetidos, con niños recién nacidos, que ahí las brujas traían. Asi el viejo muchos años, pasó en éstas soledades, dando vuelo a sus maldades, con manejos tan extraños.
Más dicen que la doncella, fue tan pura y tan cristiana, Que la legión inhumana, no pudo jamás con ella. Y huyendo de noche y día, de caterva tan inmunda, doblegóse a una profunda, y tenaz melancolía.
Y era tanta su belleza, que cuanto más la ocultaba, más sus gracias pregonaba, su arrogante gentileza. Y encadenado y sumiso, por rostro tan soberano, presa de su amor liviano, hacerla el demonio quiso.
El viejo que del Demonio, iba el capricho acatando,  convino en aquel nefando, diabólico matrimonio. Y Pues al Diablo acomodaba, el lugar y tiempo fija, para entregar a su hija, en tan sacrílega boda.
Y va sintiendo en sí mismo, que su orgullo se concentra, pues ya tan cerca se encuentra, del monarca del abismo. Que no hay nada que se asómbre, si por tal camino avanza, y mayor poder alcanza, que ha tenido ningun hombre.
   Más de su hija a la inocencia, todo el misterio ocultaba, sabiendo que no contaba, en esto, con su obediencia. Contento ya con el yerno, si la dama resistía, para vencerla tendría, todo el poder del infierno.

Capítulo Cuatro

Con pompa infernal se apresta, en noche triste y oscura, de Satán la corte impura, para celebrar la fiesta. Desde la elevada sierra, negros fantasmas bajaban, terribles otros brotaban, de los antros de la tierra.

Alzan gritos los nahuales, al ver que duendes y brujas, retasan en las agujas, que limitan los corrales. Y con asquerosas alas, de murciélagos gigantes, los dragones repugnantes, lucen sus feroces galas.
Gruñen, silban, rugen, gritan, espantosas alimañas, que en nube, de las montañas, al llano se precipitan. Tan grande el rumor se extiende, y a regiones tan distantes, que a sus quietos habitantes, despierta, aturde, y sorprende.
Rumor de viento que zumba, que los peñascos desgaja, y los arboles descuaja, del monte que se derrumba. La joven en su retiro, débil, tiembla y no se atreve, a entregar al aire leve, ni una queja, ni un suspiro.
La asusta el rumor de afuera, y oprime contra su pecho, la cruz humilde que ha hecho, con hojas de una palmera. De pronto escucha el crujido, de la puerta y espantada, se siente luego arrastrada, por brazo desconocido.
Y al mirarse en esa hora, entre la turba precita, besando la cruz bendita, el nombre de Dios implora. Al oír el nombre santo, que de aquellos labios brota, la legión que se alborota, retrocede con espanto.
    Y nadie acercarse intenta, mientras empuña en su mano, el símbolo soberano, que la escuda y que la alienta. Ella cobra la esperanza, más a poco desfallece, y cuando su padre aparece, a impulsos de una venganza.
Ella vuelve a la llanura, la sigue el viejo impaciente, y la niña dulcemente, reza a Dios con alma pura. Y cuando ya sin consuelo, medita que le da alcance, y no tiene en aquel trance, más esperanza que el cielo.
Un corcel rápido llega, que ante sus plantas se humilla, salta la dama a la silla, y en manos de Dios se entrega. Como estrella luminosa, que atraviesa el horizonte, cruza el llano y salva el monte, en marcha vertiginosa.
Y con feroces aullidos, que espantan a la doncella, veloces vuelan tras ella, los monstruos enfurecidos. Terrible, espantoso, en los espacios retruena, un rayo que el campo llena, el rojo fulgor interno, y se abren las claras fuentes, del cielo que se desata, en tremenda catarata, de piedras incandescentes.
Las infernales legiones, vencidas y amedrentadas, huyen lanzando irritadas, blasfemias y maldiciones. Como de santo exorcismo, por la virtud humillado, huye Satán aterrado, a ocultarse en el abismo.
Y al lucir el nuevo día, llano, arroyos, casa, y huerto, eran el triste desierto, que miramos todavía. Y refieren que, brillando, en México la alborada, en un templo arrodillada, vieron a la niña orando. 
Solo por milagro pudo, ir a tan lejano templo, tan pronto, pero es ejemplo, que yo no afirmo ni dudo. Calla el ranchero, y la Diana, del clarín a la guerrilla, levanta porque ya brilla, la estrella de la mañana.
Listas las cabalgaduras, montan y van desfilando, refiriendo y esperando, goces, penas y aventuras. Por delante el jefe ufano, va, inclinada la cabeza, mirando con extrañeza, las negras piedras del llano…

Tomado de, Joyas de la Literatura, Año VI, No. 85, Julio 1, de 1988. Adaptación: Remy Bastien. Guión: M. Arce. Segunda Adaptación: José Escobar.                                         

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