Cuando Inglaterra logra ordenar su vida política, el Clasicismo esta a
la orden del día. Alexander Pope
(1688-1744), que domina su época, es el arquetipo del hombre de letras, arbitro
del gusto y plasmador de la opinión. Adopta el dístico heroico de Dryden y lo
hace, a la vez, más agudo y suave. Es un satírico excelente, y su poesía es
cerebral; atrae más por la claridad y agilidad del pensamiento y por la
propiedad de la frase, que por la riqueza de la imaginación o por su potencial
emotivo: El Hurto del Bucle, Ensayo Sobre el Hombre, The Duciade (poema que podría traducirse
como, Poema de los Sotes.)
Jonathan
Swift (1667-1745), primo de Dryden, lleva el espíritu crítico hasta sus
últimos limites. A diferencia de sus contemporáneos, escribe con ardiente y
amargo apasionamiento. Cuento del Tonel
y, La Batalla de los Libros, son sus
obras polémicas más conocidas. Pero de fama más perdurable es su despiadada
diatriba contra las flaquezas humanas: Los
Viajes de Gulliver, que, por una sorprendente paradoja literaria, llego a
considerarse una fantasía para los niños. Similar suerte corre el relato de Daniel Defoe (1661-1731), Robinson Crusoe, en que el autor hace
uso de la técnica de improvisación periodística para ensalzar los triunfos de
la colonización. La civilización llega a la isla desierta con el protagonista,
cuya obra educadora culmina en el ingreso del gentil salvaje Viernes, en la
iglesia anglicana. Defoe fue un escritor prolífico; entre sus muchas obras se
destaca, Molly Flanders, en que
describe la peste que azotó a Londres en aquella época.
El teatro produce pocas obras
de interés duradero, excepto la, Opera
del Mendigo, de John Gay
(1685-1732).
A medida que avanzaba el
siglo, la doctrina clásica es enriquecida por Samuel Johnson (1709-1784), que pone en la explicación de sus
principios un fervor casi religioso. Su personalidad es tan dominante, que su
obra resulta, en cierto modo, oscurecida por su figura. Su biografía, escrita
por un joven admirador, James Boswell (1740-1795),
es hoy probablemente más conocida que ninguna de sus obras, entre las que
figuran: un Diccionario de la Lengua
Inglesa, Diario a un Viaje a las Hebridas,
muchos ensayos y estudios críticos, varios poemas satíricos, titulados, La Vanidad de los Deseos Humanos, etc.
Las obras de Defoe y Swift
abren el camino hacia dos grandes realizaciones del siglo XVIII: la creación de
la novela y la del ensayo. El ensayo toma forma definitiva en la revista, El Espectador, editada desde 1711 por, Joseph Addison (1672-1719) y Richard Steele (1672-1729), en que
ambos autores publican en prosa amables sátiras políticas y literarias.
En 1740-, Samuel Richardson (1689-1761) publica, Pamela, o la Virtud Recompensada. Esta
historia de la modesta sirvienta que entre suspiros y palpitaciones resiste los
avances de su maestro, hasta que éste capitula y se casa con ella, tuvo un éxito
arrollador.
Henry Fielding (1707-1754) llego en éste momento a salvar la novela,
antes de que degenerara por este sentimentalismo moralizador. Ridiculizó el
libro de Richardson en la parodia, Shamela,
y reconociendo a Cervantes como su maestro, escribe, Joseph Andrews, y, Tom Jones,
en los que crea una multitud de personajes vivos, necesarios para la acción. La
imagen de Inglaterra que surge de estas novelas es realista, como en Defoe,
pero Fielding las ilumina con un humanismo e ironía verdaderamente cervantinas.
Oliver Goldsmith (1728-1774), en El Vicario de Wakefield, continua la línea sentimental, pero
desarrolla su relato con tan encantadora sencillez que su fama aún perdura. Lawrence Sterne (1713-1768) es el
maestro de la narración caprichosa. En su, Viaje
Sentimental, y en, Tristan Shandy
casi no hay trama, pero abundan episodios con personajes divertidísimos y
veraces. Tobias Smollett (1721-1771)
es un realista que a veces exhibe cierto bronco humorismo: La Aventura de Peregrine Pickle.
La oratoria política clásica también
se considera un arte. Sus mejores exponentes son Charles James Fox (1749-1806), William
Pitt (1759-1806) Edmund Bruke (1729-1797). Edward Gibbon (1737-1794), el gran historiador,
ilustra el interés existente por los temas clásicos: Declinación y caída del Imperio Romano.
Las tragedias clásicas preferidas por la época han sido en general
olvidadas, pero dos comedias de salón aun deleitan a los espectadores modernos: La Conquistadora se Humilla, de Goldsmith,
y Escuela del Escándalo, de Richard Brinsley Sheridan (1751-1816).
Algunas colecciones epistolares brindan una visión más intima de este periodo:
las de lady Mary Wortley Montagu
(1689-1762), amiga de Pope y esposa del embajador británico en Constantinopla,
y Horace Walpole (1717-1797), hijo
del primer ministro y entusiasta anticuario.
Tomado de : Enciclopedia Autodidacta
Quillet, Tomo I. Editorial Cumbre S.A. México 1977. Grolier. Pags 470 al 471.
No hay comentarios:
Publicar un comentario