La manifestación más antigua de la literatura castellana es la poesía épica
y, dentro de ella, el primer documento conservado por entero, es el Poema del Cid, o Cantar del Mío Cid, escrito entre 1140 y 1157. Dicho poema, de autor
anónimo, canta las gestas de Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, héroe
nacional de la Reconquista, y símbolo del espíritu caballeresco de la época. Su
personalidad histórica, ya de si muy considerable, resulta sublimada por la
leyenda.
Según ésta, el Cid fue espejo de hidalguía, leal hasta el sacrificio, amante de la justicia, con el celo ideal de los caballeros andantes, valiente hasta la temeridad, cabal cristiano, y noble vengador de los agravios. El sentido del pundonor, del patriotismo castellano, tuvo en la Edad Media, perfecta encarnación de la figura de don Rodrigo Díaz.
Según ésta, el Cid fue espejo de hidalguía, leal hasta el sacrificio, amante de la justicia, con el celo ideal de los caballeros andantes, valiente hasta la temeridad, cabal cristiano, y noble vengador de los agravios. El sentido del pundonor, del patriotismo castellano, tuvo en la Edad Media, perfecta encarnación de la figura de don Rodrigo Díaz.
El Cid histórico difiére un poco del Cid forjado por la tradición y la
leyenda. El fondo histórico del poema, resulta fiel en el conjunto; pero alguno
de los principales episodios son inventados, y la fantasía popular eleva al héroe
a sublimes esferas propias del mito. Antes de pasar al análisis del Cantar del Mío Cid, conviene, pues, que
nos detengamos un poco ante la personalidad puramente histórica del héroe.
Nacido en Burgos, o en la Aldea de Vivar, hacia 1030, fue armado
caballero cuando contaba unos 17 años, por el Rey Fernando I de Castilla. Casó luego
con Doña Jimena Díaz, hija del Conde de Oviedo, y sobrina del rey. Guerrero después
al servicio del Sancho II, el Bravo, contribuyendo notablemente a la Victoria
de Golpejera, y asistiendo al sitio de Zamora.
Sancho cayó asesinado ante los muros de ésta ciudad; y cuando en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos, se estaba procediendo a la proclamación del nuevo rey Alfonso VI, hermano de Sancho, el Cid, adelantándose hasta él, le exigió por tres veces juramento de no tener parte, según alguien sospechaba, en aquel asesinato. Por este motivo incurrió el Campeador en el enojo del rey; pero a fuerza de hazañas, logró reponerse noblemente de las gracias de Alfonso.
Sancho cayó asesinado ante los muros de ésta ciudad; y cuando en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos, se estaba procediendo a la proclamación del nuevo rey Alfonso VI, hermano de Sancho, el Cid, adelantándose hasta él, le exigió por tres veces juramento de no tener parte, según alguien sospechaba, en aquel asesinato. Por este motivo incurrió el Campeador en el enojo del rey; pero a fuerza de hazañas, logró reponerse noblemente de las gracias de Alfonso.
Por encargo del monarca, marchó el Cid a Sevilla, para recoger el
tribuno anual que pagaba el rey moro, Motámid. Hallándose éste en guerra con el
otro rey moro de Granada, que lo había atacado con tropas en las que figuraban
muchos castellanos al mando del conde García Ordóñez, el Cid ayudó a Motámid, como
aliado de Alfonso VI, y derrotó a los granadinos en Cabra, haciendo prisionero
a García Ordóñez.
De regreso en la Corte de Castilla con el tributo, el botín de guerra, y algunos presentes de Motámid, fue acusado calumniósamente por sus enemigos, de haberse apropiado una parte de las riquezas que traía para el monarca, y el rey, dando oídos a la calumnia, condenó al Cid al destierro.
De regreso en la Corte de Castilla con el tributo, el botín de guerra, y algunos presentes de Motámid, fue acusado calumniósamente por sus enemigos, de haberse apropiado una parte de las riquezas que traía para el monarca, y el rey, dando oídos a la calumnia, condenó al Cid al destierro.
Una vez en el destierro, a donde los siguieron algunos incondicionales
hombres de armas, Rodrigo Díaz puso su espada al servicio del rey musulmán de Zaragoza, Almoctadir, y de su hijo,
Almutamin y, en este concepto, luchó contra varios caudillos moros, como también
contra el rey cristiano de Aragón, Sancho Ramírez y el Conde de Barcelona
Berenguer Ramón II. Las victorias del Campeador, le granjearon inmensa
popularidad entre los musulmanes aragoneses.
El nombre del Cid, le vino precisamente de sus soldados musulmanes, pues
la voz Cid, mío cid, mi Cid, procede del árabe Sidi, que significa señor.
Los éxitos militares del gran caudillo castellano, siguieron en aumento.
En 1092, el cadí de Valencia, Ben Jehaf, dirigió una sublevación contra el rey
moro Cádir, ex rey de Toledo, y aliado del rey de Zaragoza, a cuyo servicio se
encontraba, a la sazón, como general, Rodrigo Díaz. Ben Jehaf destronó y dio muerte
a Cádir, proclamando la república como forma de gobierno. Al tener noticias de
estos sucesos, el Cid reunió gran golpe de tropas cristianas y musulmanas, y marchó
sobre Valencia, sitiando la ciudad y obligando a los sublevados a pedir la paz
y a pagar crecido tributo de guerra.
En 1094, el Cid fundó el estado de Valencia, donde vivió con su mujer y sus solados, como un verdadero señor independiente, hasta el año, 1099, en que murió. Añadamos para completar ésta indicación histórica que, vuelto el Campeador a la amistad de Alfonso VI, aunque conservando de hecho la independencia, emparentó con las casas reales de España, por el matrimonio de sus hijas con Ramiro, infante de Navarra, y con Ramón Berenguer III de Cataluña. A la muerte del Cid, su esposa, doña Ximena aún pudo defender su señorío durante tres años de viudez; pero, al fin, por falta de ayuda, las tropas castellanas tuvieron que evacuar la ciudad ante la presión cada vez más estrecha de los almorávides.
En 1094, el Cid fundó el estado de Valencia, donde vivió con su mujer y sus solados, como un verdadero señor independiente, hasta el año, 1099, en que murió. Añadamos para completar ésta indicación histórica que, vuelto el Campeador a la amistad de Alfonso VI, aunque conservando de hecho la independencia, emparentó con las casas reales de España, por el matrimonio de sus hijas con Ramiro, infante de Navarra, y con Ramón Berenguer III de Cataluña. A la muerte del Cid, su esposa, doña Ximena aún pudo defender su señorío durante tres años de viudez; pero, al fin, por falta de ayuda, las tropas castellanas tuvieron que evacuar la ciudad ante la presión cada vez más estrecha de los almorávides.
Tal es la verdadera historia del Cid. Los bardos y juglares medievales,
los romances del vulgo, empapados en fantasía, añadieron a ésta historia,
numerosos episodios y pormenores que, al entremezclarse con los hechos auténticos,
crearon la versión legendaria del Cid. Entre estos episodios y pormenores, los que
suponen atribuidos, tal vez por carecer de comprobación histórica, son la
ofensa a Diego Laínez; la muerte del conde Lozano; el casamiento de las hijas
de Rodrigo Díaz con los infantes de Carrión, así como la afrenta de Corpes,
argumentos que llenan los cantares segundo y tercero del poema; la visita del
papa y la batalla ganada por el Cid después de muerto.
El Poema del Cid, consta de
tres partes o “cantares,” y a la sencillez homérica de la narración, se añade
gran brillantez de colorido, que es vivo reflejo de los usos y costumbres del Medioevo
castellano. Es la verdadera epopeya de la Reconquista, y se supone compuesto en
una época casi contemporánea del héroe, por un juglar.
El Destierro
Al empezar el poema, el caudillo ya es un hombre en plena madurez, y en
plena fama; pero calumniado por la envidia, el rey Alfonso VI, lo destierra de
Castilla. Parte el Cid con algunos de sus fieles hombres de armas, y al pasar
por la ciudad de Burgos, nadie se atreve a darle posada por miedo a las
represalias del monarca. El Cid tiene que acampar en las afueras.
Logra luego dinero de dos judíos, a quienes engaña haciéndoles creer que dos grandes cofres llenos de arena, que le deja en prenda, contienen oro y plata. Su esposa doña Ximena, y sus hijas, Doña Elvira y doña Sol, se han retirado en el monasterio de Cardeña. El Cid va a despedirse de ellas, las encomienda al cuidado del abad, Don Sancho, y sale de Castilla camino del destierro. No tarda en rehacer sus huestes.
Aprovechará su adversidad para proseguir la gesta de la Reconquista. Su figura polariza todos los entusiasmos nacionales castellanos. A pesar de la calumnia y de la sanción de que ha sido víctima, el pueblo de Castilla tiene puesta su fe en éste varón probo, fuerte y valeroso, que atesora todas las virtudes de los caudillos legendarios.
Al poco tiempo, se apodera contra los moros aragoneses, de un vasta región comprendida entre las ciudades de Teruel y de Zaragoza. Desciende luego hacia los montes de Morelia, y prende a Berenguer Ramón II, conde de Barcelona, con quien se había enemistado, pero al que devuelve generosamente la libertad. Todas estas acciones de guerra, constituyen una serie de victorias cuya narración insufla un poderoso aliento épico al Cantar del Mío Cid.
Logra luego dinero de dos judíos, a quienes engaña haciéndoles creer que dos grandes cofres llenos de arena, que le deja en prenda, contienen oro y plata. Su esposa doña Ximena, y sus hijas, Doña Elvira y doña Sol, se han retirado en el monasterio de Cardeña. El Cid va a despedirse de ellas, las encomienda al cuidado del abad, Don Sancho, y sale de Castilla camino del destierro. No tarda en rehacer sus huestes.
Aprovechará su adversidad para proseguir la gesta de la Reconquista. Su figura polariza todos los entusiasmos nacionales castellanos. A pesar de la calumnia y de la sanción de que ha sido víctima, el pueblo de Castilla tiene puesta su fe en éste varón probo, fuerte y valeroso, que atesora todas las virtudes de los caudillos legendarios.
Al poco tiempo, se apodera contra los moros aragoneses, de un vasta región comprendida entre las ciudades de Teruel y de Zaragoza. Desciende luego hacia los montes de Morelia, y prende a Berenguer Ramón II, conde de Barcelona, con quien se había enemistado, pero al que devuelve generosamente la libertad. Todas estas acciones de guerra, constituyen una serie de victorias cuya narración insufla un poderoso aliento épico al Cantar del Mío Cid.
Bodas de las Hijas del Cid
Volviéndose luego hacia el sur, se apodera el Campeador de la ciudad de
Valencia, que ya desde entonces toma, con intermitencias, el nombre de Valencia
de Cid. Despacha entonces a un emisario a la corte, con valiosos presentes y
trofeos para el rey, a quien pide que doña Ximena y sus hijas, puedan
trasladarse a Valencia a fin de reunírseles.
Ablandado Alfonso VI, por las nuevas hazañas de su insigne vasallo, accede a ésta petición. Más adelante, los moros intentan recuperar la ciudad y atacan, pero el Cid los derrota, y envía muestras del botín al rey Alfonso.
Ablandado Alfonso VI, por las nuevas hazañas de su insigne vasallo, accede a ésta petición. Más adelante, los moros intentan recuperar la ciudad y atacan, pero el Cid los derrota, y envía muestras del botín al rey Alfonso.
En este punto, los triunfos y conquistas del Campeador despiertan la
codicia de dos cortesanos, los infantes de Carreón, tan llenos de prosapia como
de maldades, los cuales, movidos de interés bastardo, manifiestan al monarca
sus deseos de casarse con las hijas del famoso guerreo castellano. Parécele
bien al rey éste propósito. Se entrevista con el Cid a orillas del Tajo, y ambos
se reconcilian. Alfonso devuelve al Campeador los bienes embargados, y lo
nombra virrey de la ciudad conquistada. Las bodas de Doña Elvira y de Doña Sol
celébranse en Valencia, con gran solemnidad.
La Afrenta de Corpes
El invicto caudillo castellano recela de las intenciones que sus yernos,
los dos infantes de Carreón, pusieron en aquellos matrimonios; también advierte
la cobardía y menguada condición de ellos. Llega a tanto la cobardía, que hasta
los hombres de guerra del Cid hacen befa de los infantes delante de sus propios
soldados.
Los infantes ultrajados deciden vengarse, y piden la venía del Cid para
llevar a Doña Elvira y Doña Sol a Carrión, y cuando las tienen a su merced en
pleno campo, en el robledal de Corpes, las desnudan, las maltratan, y las dejan
allí abandonadas.
Al enterarse de ésta terrible afrenta, el Cid clama justicia, y el rey
Alfonso manda reunir la cortes en Toledo. Dos campeones elegidos por el Cid,
desafían y vencen a los de Carrión. La afrenta esta vengada. Seguidamente, los
infantes quedan declarados culpables de felonía, mientras que Doña Elvira y
Doña Sol, son pedidas de nuevo en matrimonio por los infantes de Aragón y de Navarra.
El Poema del Cid, ocupa en la
épica un plano equiparable a, La Canción de
Rolando y a, Los Nubelungos. El
Cid inspiró además, numerosas Crónicas
y Romances, poemas éstos últimos de
rica variedad que dan una idea concreta de la civilización medieval española.
El conjunto de estos romances lo constituye el Romancero. Con la colección de aquellos cuyos protagonista es el Campeador,
ha podido formarse el, Romancero del Cid.
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