Club de Pensadores Universales

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domingo, 5 de mayo de 2013

El Retorno de Abel Behenna de Bram Stoker

     Abraham “Bram” Stoker nació el 8 de noviembre de 1847 y murió a la edad de 64 años, el 20 de abril de 1912. Stoker fue un novelista y escritor de cuentos irlandés, mejor conocido hoy por su novela gótica de  1897, “Drácula.” Durante su vida, fue más conocido por ser asistente personal del actor Henry Irving y gerente de negocios del Teatro El Liceo de Londres, el cual era propiedad de Irving.
Vida Temprana.
     Stoker nació en la calle Marino Crescent, número 15, en el área residencial de Clontarf, en la zona norte de Dublín, Irlanda. Sus padres eran Abraham Stoker (1799-1876), de Dublín, y Charlotte Mathilda Blake Thornley (1818-1901), quien vino de Ballyshannon, una ciudad en el condado de Donegal. Stoker fue el tercero de siete hijos, el mayor de los cuales era Sir Thornley Stoker, primer Barón. Abraham y Charlotte eran miembros de la Iglesia parroquial de Irlanda de Clontarf y asistieron a la iglesia parroquial, con sus hijos, que fueron bautizados allí.
     Stoker estuvo postrado en cama con una enfermedad desconocida hasta que empezó la escuela a la edad de siete años, cuando logró su recuperación completa. Sobre esta época, Stoker escribió: “Yo era, naturalmente pensativo, y el ocio de una larga enfermedad me dio oportunidad de tener muchos pensamientos, los cuales fueron fructíferos, según su clase en años posteriores.” Stoker se educó en una escuela privada dirigida por el reverendo William Woods.
     Después de su recuperación, Stoker creció sin mayores problemas de salud importantes, incluso sobresaliendo como atleta (fue nombrado Deportista Universitario) en el Trinity College de Dublín, universidad a la cual asistió desde 1864 hasta 1870. Se graduó con honores como B.A. en Matemáticas. Fue auditor de la Sociedad Histórica del Colegio ('la Hist') y presidente de la Sociedad Filosófica de la Universidad, donde su primer ensayo fue en “El Sensacionalismo en la Ficción y la Sociedad.”
Carrera Temprana
     Stoker se interesó por el teatro cuando era estudiante a través de un amigo, el Dr. Maunsell. Se convirtió en el crítico teatral para el Dublin Evening Mail, co-propiedad del autor de cuentos góticos, Joseph Sheridan Le Fanu. Los críticos de Teatro lo tenían en baja estima, pero atrajo la atención por la calidad de sus comentarios. En diciembre de 1876  dio una opinión favorable sobre el Hamlet de Henry Irving en el Royal Theatre de Dublín. Irving invitó a Stoker a cenar en el hotel Shelbourne, donde se alojaba. Se hicieron amigos. Stoker también escribió cuentos, y en 1872, su cuento “La Copa de Cristal,” fue publicado por la Sociedad de Londres, seguido de su cuento “La Cadena del Destino,” en cuatro partes en el Shamrock. En 1876, cuando era un funcionario público en Dublín, Stoker escribió un libro de no ficción (Deberes de los Secretarios de Petty Sessions en Irlanda, publicado 1879), que sigue siendo una obra de referencia. Además, poseía un interés por el arte, y fue uno de los fundadores del Club de Bosquejos de Dublin en 1874.
El Teatro Liceo
     En 1878, Stoker se casó con Florencia Balcombe, hija del teniente coronel James Balcombe, quien vivía en la calle Marino Crescent No. 1. Ella era una belleza célebre cuyo ex pretendiente era Oscar Wilde. Stoker conocía a Wilde desde sus días de estudiante, habiéndole propuesto ser miembro de la Sociedad Filosófica de la universidad cuando era presidente. Wilde se desconcertó por la decisión de Florencia, pero Stoker más tarde reanudó la convivencia, y después de la caída de Wilde lo visitó en el continente.
     Los Stoker se trasladaron  a Londres, donde Stoker se convirtió en director en funciones y gerente de negocios del Teatro El Liceo de Londres, propiedad de Irving,  cargo que ocupó durante 27 años. El 31 de diciembre de 1879, nació el  único hijo de Bram y de Florencia, al que bautizaron con el nombre de Irving Noel Thornley Stoker. La colaboración con Irving era tan importante que Stoker, a través de él, se involucró en la alta sociedad de Londres, donde conoció a James Abbott McNeill Whistler y Sir Arthur Conan Doyle (de quien era pariente lejano). Trabajando por Irving, el actor más famoso de su tiempo, y la gestión de uno de los teatros de mayor éxito en Londres, hizo de Stoker un notable hombre ocupado. Él se dedicó a Irving y sus memorias muestran que lo idolatraba. En Londres, Stoker también conoció a Hall Caine, quien se convirtió en uno de sus mejores amigos. Stoker le dedicó “Drácula” a él.
     En el curso de los viajes de Irving, Stoker viajó por el mundo, aunque nunca visitó Europa del Este, el escenario para su novela más famosa. Stoker disfrutó de los Estados Unidos, donde Irving era popular. Con Irving fue invitado dos veces a la Casa Blanca, y conoció a William McKinley y Theodore Roosevelt. Stoker ambientó dos de sus novelas allí, usando a estadounidenses como personajes, siendo el más notable Quincey Morris, uno de los personajes de “Drácula.” También se reunió con uno de sus ídolos literarios, Walt Whitman.
Escritos.
     Mientras fue gerente de Irving y el secretario y director del Lyceum Theatre de Londres, comenzó a escribir novelas, empezando por, “El Paso de la Serpiente” en 1890 y “Drácula” en 1897. Durante este período, Stoker era parte del personal literario del, The Daily Telegraph de Londres, y escribió otras obras de ficción, incluyendo las novelas de terror “La Dama de la Sábana Santa” (1909) y “La Guarida del Gusano Blanco” (1911). En 1906, tras la muerte de Irving, publicó, La Vida de Irving, que resultó un éxito, y logró producciones en el Prince of Wales Theatre.
      Antes de escribir “Drácula,” Stoker conoció a Ármin Vámbéry quien era un escritor húngaro y viajero. “Drácula” probablemente surgió de las historias oscuras de Vámbéry sobre las montañas de los Cárpatos. Stoker posteriormente pasó varios años investigando el folklore europeo e historias mitológicas de los vampiros. “Drácula” es una novela epistolar, escrita como una colección realista, pero completamente ficticia, un diario de notas, telegramas, cartas, cuadernos de bitácora, y recortes de periódicos, todo lo cual añade un nivel de realismo detallado con su historia, una habilidad que desarrolló como escritor de un periódico. En el momento de su publicación, “Drácula” fue considerada una “franca novela de terror,” basada en las creaciones imaginarias de la vida sobrenatural. “Le dio forma a una fantasía universal, ... y se convirtió en parte de la cultura popular.”
     Según la Encyclopedia of World Biography, las historias de Stoker son hoy incluidas en las categorías de “horror de ficción”, historias “góticas románticas” y “melodrama.” Se clasifican junto con otras “obras de ficción popular,” tales como el “Frankenstein” de Mary Shelley, que, según el historiador Jules Zanger, también se utiliza la “creación de mitos” y el método de contar historias teniendo “múltiples narradores” que cuenta la misma historia desde diferentes perspectivas. “No todos pueden estar mintiendo,” piensa el lector.
     El manuscrito original de 541 páginas de Drácula, que se creía perdido, fue encontrado en un granero en el noroeste de Pennsylvania durante la década de 1980. Incluía el manuscrito mecanografiado con muchas correcciones a mano y el titulo de la portada era “El No-Muerto.” El nombre del autor se mostraba en la parte inferior como Bram Stoker. El autor Robert Latham señala, “la más famosa novela de horror que se haya publicado, su título cambió en el último minuto” El manuscrito fue adquirido por el cofundador de Microsoft, Paul Allen.
    Inspiraciones de Stoker para la historia, además de Whitby, pueden haber incluido una visita al Castillo Slains en Aberdeenshire, una visita a la cripta de la Iglesia de St. Michan en Dublín y la novela “Carmilla” del autor Joseph Sheridan Le Fanu.
Las notas de investigación originales de la novela de
Stoker son custodiadas por el Museo Rosenbach y la Biblioteca de Filadelfia, PA. Una edición facsímil de las notas fue creada por Elizabeth Miller y Robert
Eighteen-Bisang en 1998.
Fallecimiento
     Después de sufrir una serie de accidentes cerebro vasculares, Stoker murió en la Plaza de San Jorge N º 26, el 20 de abril de 1912. Algunos biógrafos atribuyen la causa de la muerte la sífilis terciaria, otros al exceso de trabajo. Fue incinerado, y sus cenizas fueron depositadas en una urna colocada en exhibición en el Crematorio Golders Green. Después de la muerte de Irving Noel Stoker en 1961, se añadieron sus cenizas a la urna. El plan original había sido el de mantener las cenizas de sus padres juntos, pero el plan cambió después de la muerte de Florence Stoker, cuando sus cenizas fueron esparcidas en los jardines de descanso. Para visitar sus restos en Golders Green, los visitantes deben ser escoltados a la sala donde la urna se encuentra, por temor a actos de vandalismo.
Creencias y Filosofía
     Stoker fue criado como protestante, en la Iglesia de Irlanda. Fue un firme partidario del Partido Liberal. Él tomó un gran interés en los asuntos irlandeses y fue lo que él llamó un “filosofo del movimiento nacionalista irlandés Home Rule,” que sostenía la creencia de autonomía para Irlanda provocada por medios pacíficos – pero como un monárquico ardiente creía que Irlanda debía permanecer dentro del Imperio británico, que él creía, era una fuerza para el bien. Él era un gran admirador del primer ministro William Ewart Gladstone, a quien conocía personalmente, y de quien  admiró sus planes para Irlanda.
     Stoker tenía un gran interés en la ciencia y la medicina, y creia en el progreso. Algunas de sus novelas como La Virgen de la Sábana Santa (1909) pueden ser vistas como ciencia ficción temprana.
     Stoker tenía un interés en lo oculto, sobre todo en el mesmerismo, pero también se cuidaba del fraude y creía firmemente que la superstición debía reemplazarse por las ideas más científicas. A mediados de la década de 1890, se rumoraba que Stoker se habia convertido en un miembro de la Orden Hermética de la Golden Dawn, aunque no hay evidencia concreta para apoyar esta afirmación. Uno de los amigos más cercanos de Stoker fue J.W. Brodie-Innis, una figura importante en la Orden y el propio Stoker contrató a Pamela Coleman Smith, como artista en el Teatro Liceo.
Postumo
      La colección de cuentos cortos, “El Invitado de Drácula y Otros Cuentos Extraños,” fue publicada en 1914 por la viuda de Stoker, Florencia Stoker. La primera adaptación cinematográfica de “Drácula” fue lanzada en 1922 y fue titulada “Nosferatu.” Fue dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau y protagonizada Max Schreck como el Conde Orlok. “Nosferatu” se produjo mientras Florencia Stoker, la viuda de Bram Stoker y albacea literario, aún estaba viva. Representada por los abogados de la Sociedad Incorporada Británica de Autores, ella finalmente demandó a los cineastas. Su principal queja legal era que no se le había notificado, ni pedido permiso para la adaptación, ni pagado ninguna regalía. El juicio se prolongó durante varios años, con la señora Stoker exigiendo la destrucción de los negativos y todas las impresiones de la película. El pleito se resolvió finalmente a favor de la viuda en julio 1925. Algunas copias de la película sobrevivieron, a pesar de todo, y la película ha llegado a ser bien conocida. La primera versión fílmica autorizada de “Drácula” llegaría hasta casi una década después, cuando Universal Studios lanzó el “Drácula,” de Tod Browning, protagonizada por Bela Lugosi.
     Debido a la historia frustrante los Stoker con los derechos de autor de Drácula, un gran-sobrino nieto de Bram Stoker, el escritor canadiense Dacre Stoker, con el estímulo del guionista Ian Holt, decidió escribir, “una secuela que llevaba el nombre Stoker” para “restablecer el control creativo sobre” la novela original. En 2009, Dracula: The Un-Dead fue lanzada, escrita por Dacre Stoker e Ian Holt. Ambos escritores “basaron [su trabajo] en las notas manuscritas del propio Bram Stoker para los personajes y los hilos argumentales extirpados de la edición original,” junto con su propia investigación para la secuela. Esto también marcó el debut como escritor de Dacre Stoker.
     En la primavera de 2012, Dacre Stoker, en colaboración con el Prof. Elizabeth Miller, presentó el Diario “perdido” de Dublín escrito por Bram Stoker, que había sido llevado por su bisnieto Noel Dobbs. Entradas en el diario de Stoker arrojan luz sobre las cuestiones que le preocupaban antes de que sus años de Londres. Un comentario sobre un niño que capturaba moscas en una botella puede ser una pista para el posterior desarrollo del personaje de Renfield en Drácula.
     El 8 de noviembre de 2012, Stoker fue honrado con el Garabato Google en la página principal de Google conmemorando su  cumpleaños 165. (Wikipedia en Ingles)
     “El Retorno de Abel Behenna” (“The Coming of Abel Behenna,”) es solo uno de una colección de cuentos cortos que se publicaron en 1914 bajo el título de “El Invitado de Drácula y otras Historias Extrañas,”dos años después del fallecimiento del autor.
El Retorno de Abel Behenna
de Bram Stoker

     En ese momento, Abel y Eric ya habían olvidado la causa por la que empezaron a discutir hasta llegar a los golpes. Ambos se habian convertido en dos fierecillas rabiosas en constante movimiento. Quienes veían la pelea, arengaban gritando, “¡Tú le das!” “No te dejes Abel” “¿A quién le apuestas?” “¡A Eric!” Los arrecifes cercanos al pueblo de Pencastel, en el condado de Cornish, parecían cortados de tajo. Terminada la pelea, Eric avanzó rumbo a los arrecifes. Abel le gritó, “¡Espera Eric!” Enseguida se desencadenó un fuerte viento húmedo, salino. Eric le contestó, “¡Déjame en paz!¡No te acerques a mi o te rompo la cara!¿Lo has oído?” Ambos eran casi de la misma edad, y habían sido amigos casi desde que tenían uso de razón. Ambos se habían acostumbrado demasiado el uno al otro.
    Mientras Eric avanzaba, Abel gritó,
“¡Te estás portando como un niño! Lo que pasó no tiene importancia. Si quieres te regalo mi canica ágata, la que más te gusta.” Eric le dijo, “¿Sí, eh? ¡Te burlaste de mí delante de todos! Eso no te lo voy a perdonar.” Comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. Abel gritó, “¡Ah, Eric!¿Hasta dónde quieres llegar?¡Ya está lloviendo! Nos vamos a empapar.” Eric caminaba a lo largo del cantil rocoso. Eric dijo, “¡Lárgate, quiero estar solo!¡Nadie te pidió que me siguieras! Por mí, puedes irte al infierno.” Al pie de los arrecifes las olas restrellaban con estruendo ensordecedor, erosionando aún más la montaña de roca. De repente, Abel gritó, “¡Cuidado Eric!” En ese momento Eric caía al vacío, pero logró aferrarse al endeble tronco de un arbusto. Eric gritó, “¡Abel, ayúdame!” Abel extendió su mano y le dijo, “¡Dáme la mano, pronto!”
     El chiquillo tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para, poco a poco, rescatar del vacío a su amigo entrañable. Eran instantes de gran tensión. El sudor de Eric Sanson se confundía con la lluvia. Abel gritó, “Un poco mas.” Al fin, Abel suspiró, sintiéndose aliviado, una vez que Eric estuvo a salvo. Escondiéndose la cara entre sus brazos, Eric comenzó a sollozar quedamente, desahogándose. Su amigo no sabía que decirle. Abel solo dijo, “Ya…ya pasó.” Se quedaron ahí largo rato, bajo la lluvia sin moverse y sin decir una palabra. Entonces Abel dijo, “Vamos a pescar una pulmonía.” Oscurecía con rapidez. Abel se acercó a Eric y le dijo, “¿Todavía estas enojado?” Ambos se dieron la mano como sellando un compromiso de amistad hasta la muerte. Y luego echaron a correr entre los riscos, hacia el pueblo, riendo.
     Pencastle era un puerto de pescadores. En un día soleado el mar tenía un color azul zafiro. Con frecuencia los chiquillos del pueblo emprendían largos recorridos entre las rocas al pie de los arrecifes, donde las olas habían formado inmensas cavernas que servían de refugio a las focas. En aquellas cuevas el mar cantaba con voz tonante cuando había tempestad, levantando altos surtidores de espuma. Los jovenzuelos parecían haberse elegido mutuamente para estudiar y esforzarse juntos, para luchar y ayudarse en todos los problemas. Un día que los dos estaban estudiando en la misma mesa Eric dijo, “¿Te enteraste? están reparando la casa embrujada.” Abel dijo, “¡Ah, sí! Alguien la compró.” En ese momento llegó la mamá de Eric con una charola, diciendo, “Ya esta lista la merienda, jovencitos.” Las señoras de Pencastle eran muy afectas a cultivar flores de todo tipo. La madre de Eric dijo, “Llévale estas semillas de petunia a tu madre Abel.” Abel dijo, “Sí, señora. Le doy las gracias en su nombre.”
     En ocasiones Abel ayudaba en las labores de jardinería. Su madre le decía al ver sus flores, “¡Ah, el rosal está cuajado de botones! Ponle más abono hijo.” La viejas casa de los difuntos Calisher, abandonada por tantos años, pronto estuvo arreglada y pintada, lista para que la ocuparan sus nuevos moradores.  Un día llegaron varios carretones que transportaban muebles, baúles. Una de las personas del pueblo que observaba, dijo, “¡Están bajando un piano! Los dueños deben ser personas muy distinguidas.” Una mujer que también estaba allí presente dijo, “Yo me muero de curiosidad por conocer a los nuevos habitantes.” Como era un pueblo pequeño en el que todos se conocían, la llegada de la familia extraña causaba expectación. Bastantes chicos se habían reunido para presenciar la mudanza. Notaron que una señora bajaba del carruaje y decía, “¡Baja cariño! Ha sido un viaje tan largo.” Entonces la vieron por primera vez. La señora, quien parecía ser la esposa de la familia, dijo a su hija, “Yo iré a vigilar la distribución de los muebles. Mientras tú puedes caminar un poco.”
     La niña era hermosa, deslumbrante, como una pequeña hada, toda vestida con blancos tules y encajes. Abel dijo, “Mira.” Eric dijo, “Si.” Su presencia acalló el parloteo y las risas de los chiquillos. Ella avanzaba con aire un poco insolente, orgullosa. De repente los jovenzuelos escucharon una voz tan hermosa, que parecía música, diciendo, “Buenas tardes.” Se dirigió a ellos con intención ambigua. “Soy la niña Sarah Trefusis, a sus distinguidas ordenes…ya que voy a vivir entre ustedes es mi obligación presentarme.” Hablaba con voz suave, infantil, pero articulando inmaculadamente las palabras, como una maestra de escuela. Esperaba alguna reacción de los chicos…Pero todos estaban boquiabiertos deslumbrados por su singular donaire. Ella dijo, “Por sus caras, cualquiera diría que nunca han visto una chica.” Elisa McCall, la novia de Abel, encabezó a sus amigas, quienes también estaban en el grupo, en una algarabía de risitas tontas burlescas. Eric avanzó dos pasos hacia Sarah, colorado como una manzana, diciendo, “Bienvenida, mi nombre es Erick Sanson. Espero que seamos buenos amigos, chócala.” Ella se limitó a hacer una graciosa reverencia, diciendo, “Es un placer conocerle Eric.” Abel se presentó, “Yo soy Abel Behena. Somos vecinos, vivo en aquella casa.” Enseguida, la niña se alejó. Estaba ansiosa por conocer su nuevo hogar. A continuación, una de las niñas empezó a hacer mofa de ella, remedándola y diciendo, “¡Yo soy la princesa de Luxemburgo! Es un placer conocerle.” Otra niña dijo, “¡Y qué vestido llevaba puesto!¿Se fijaron? Es lo más ridículo que he visto en mi vida.” Mientras la novia de Abel le miraba desconcertada, Abel pensó, “Los ángeles deben ser como ella.”
     Abel y Eric guardaron silencio, como ausentes del mundo, mirando con expresión vaga la puerta por la que Sarah había desaparecido. El padre de Sarah, pronto se supo, era un militar que había participado en varias campañas colonialistas en la India. Cuando Sarah revisó la casa, su padre le dijo, “¿Te gusta la casa?” ella le dijo, “Es muy linda.” Todo cambió desde aquel día para Abel, quien le preguntó a Eric, “¿Tú crees que la inscriban en nuestra escuela?” Eric dijo, “Seguro, es la única.”
     Por las tardes los chiquillos rondaban la casa de los nuevos residentes con la ilusión de ver a Sarah. Pero solo escuchaban extasiados la alegre música del piano. Hasta que en cierta ocasión se vieron ámpliamente recompensados. Moviendo unas ramas frente a las rejas de la mansión, Abel dijo, “¡Ahí esta!” Eric dijo, “¿Si?” La pequeña Sarah Trefusis salía por la puerta de la terraza, bailando. Ellos jamás habían visto algo parecido.  La madre de Sarah, mientras tocaba el piano,  antes le había dicho, “Pero no salgas nena, te puede dar un enfriamiento.”
    Pero ella, vestida en su traje de ballet le dijo,
“Hace bastante calor mamá, sigue tocando por favor.” Mientras los jóvenes observaban, ya se aceraba el crepúsculo. Los pájaros con su gorjeo escandaloso, bajaban como flechas a las frondosas copas de los arboles. Toda la luz opalina que se filtraba al jardín parecía concentrarse sobre el frágil cuerpo de Sarah, quien mantenía los brazos en arco sobre la cabeza, mientras giraba en las puntas de los pies, con las manos como débiles lirios siguiendo las notas del vals que su madre interpretaba…Aquel era un espectáculo inolvidable. Sarah saltaba en graciosas piruetas. Como imitando el vuelo de una mariposa, ondulando los brazos. 
     Ambos chicos no volvieron a verla hasta que terminaron las vacaciones, y se inició en el colegio el nuevo curso. Abel suspiraba al ver a Sarah en su pupitre en el salón de clases. Una mañana la niña no asistió a clases, pero su madre envió un recado, avisando que se hallaba enferma. Al salir de clases, Eric dijo a Abel, “¿Crees que si vamos a visitarla nos dejen entrar?” Abel dijo, “No creo, y menos si vamos con las manos vacías.” Esa tarde, cuando Lena, la madre de Abel, salió a tender la ropa recién lavada, sorprendida dijo, “¡Ah! Pe-pero…¡mis rosas!” En ese momento era una delicia contemplar la sonrisa de la pequeña Sarah, quien decía, después que Abel le entregaba unas rosas, “Gracias joven Behenna. Están preciosas.” Abel dijo, “Espero…que pronto pueda regresar a la escuela.”
     Lena, la madre de Abel, hizo un escándalo por el hurto de las rosas cuando descubrió que él había sido el culpable, y pegándole le dijo. “¡Toma sinvergüenza!” Abel solo dijo, “¡Ayyy!” Pero Lena no consiguió que Abel le pidiera perdón, ni hacerlo llorar. Luego Abel corrió al patio trasero para trepar a lo alto de un viejo roble. Cuando sus amigos y su mamá fueron a persuadirlo, Abel les dijo, “¡Déjenme en paz! ¡Nuca voy a bajar de aquí!” Cuando su padre llegó a casa no pudo convencerlo de que bajára del árbol. Llegó la noche…Su padre le dijo, “¡Vamos Abel! Nadie está disgustado contigo, ven a cenar.” Abel contestó, “¡No!¡Me dejaré morir de hambre!” Más tarde Lena llegó hasta el pie del roble, hablando con voz muy suave, “Lo siento Abel, no quería pegarte tan fuerte…te he preparado una cena riquísima.” Abel le dijo, “¡Vete! No me quieres.” Lena le dijo, “Si no te quisiera no trataría de corregir tus errores, hijo. Si me hubieras dicho que le llevabas las flores a esa niña enferma…” Las ramas del árbol comenzaron a moverse y Abel se fue deslizando hasta el suelo. Cuando bajó llorando dijo, “Mamá.” Lena le dijo, “Chiquillo.” Ambos se abrazaron y Abel dijo, “¡Oh, Ma! Quiero mucho a Sarah…por eso le llevé tus rosas.” Lena le dijo, “Ya no llores, pillo. Vamos a casa.”
     El tiempo fue transcurriendo inexorable. Un día, Sarah Trefusis se vio convertida en una encantadora señorita. Abel y Eric también despertaban a nuevas emociones. Ambos hacían todo lo posible para llamar la atención de Sarah. Solían acompañarse de una guitarra y cantar melodías en la reja de su casa. Los dos estaban locos por ella. Cuando la descubrían en la terraza, bordando o leyendo, se dedicaban a pasar frente a la casa, calle arriba, calle abajo. Ella fingía no verlos cuando luchaban en la banqueta como gladiadores; o cuando Abel hacia malabarismos de circo sobre un viejo barril, mientras Eric caminaba de manos. Parecían locos de remate.
     Un día Eric se desnudó hasta la cintura y se pintó una sirena en el pecho, diciendo,
“¿Eh, que tal? Soy un artista.” Y Abel apareció vestido con un uniforme de su padre. Entonces Sarah apareció y dijo, “¡Ja, Ja! ¡Oigan ustedes!” Por fin ella se dignaba a tomarlos en cuenta, diciendo, “¡Ya dejen de comportarse como niñitos. Sé que todo lo hacen por mí, y me halaga. Los dos me simpatizan y los quiero mucho.” Eric dijo, “Sarah.” Y besó a uno y a otro en la mejilla, y dijo, “Quiero pedirles que sean mis chambelanes en mi fiesta de quince años. ¿Aceptan?” Eric dijo, “Si.” Y Abel, “Por supuesto.” Sarah dijo, “Ahora Eric Sanson, ve a despintarte esa horrible muñeca del pecho y ponte una camisa. Indecente…le he pedido permiso a mamá para invitarlos a merendar.”
     Ambos corrieron a bañarse y cambiarse de ropa. Cuando Abel y Eric llegaron y se sentaron a la mesa, la mamá de Sara dijo, “Que bien luces recién peinado Eric. Deberías hacerlo más a menudo.” Sarah dijo, “Se ven encantadores, mamá.” A la celebración del XV cumpleaños de Sarah asistieron las mejores familias de Pencastle. Cuando Eric bailó con Sarah le dijo, “Estas muy bella esta noche.” De alguna manera para los tres, fue una fiesta inolvidable. Cuando Abel bailó con Sarah, pensó, “Esto es como un sueño…la tengo entre mis brazos.” A partir de entonces se les vio siempre juntos a los tres. Solian disfrutar de la naturaleza navegando los tres en un bote sobre un lago. Sarah, con un paraguas que le cubría del sol decía, “La brisa esta deliciosa.” 
     Muchos otros jóvenes habrían querido cortejar a la muchacha, pero eran dos los rivales que debían vencer para llegar a ella. Las chicas, por su parte, sospechaban que sus respectivos novios las habían elegido en sustitución de Sarah Trefusis, lo que las encendía de rabia. De modo que al paso de los tres años, Sarah, Abel, y Eric, llegaron a sentirse aislados por completo…y más unidos entre sí. La madre de Sarah pensaba al verlos, “No sé cómo va a terminar esto.” Pero así eran felices los tres, sin complicarse demasiado la vida. Eric comenzó a trabajar en el astillero de Pencastle, como ayudante del ingeniero constructor. Y Abel ingresó a las oficinas de la compañía Royal, importante empacadora de atún. Una vez, uno de sus supervisores le dijo, mientras trabajaba, “No dejas de ver el reloj, ¿Eh? Siempre estas ansioso de que termine la jornada de trabajo.” Fue por entonces que el anciano padre de Sarah falleció, dejando un vacio imposible de llenar. Sarah al verlo fallecer derramó sus lágrimas, y dijo, “¡No, papá! ¡No puedes dejarnos!” En aquellos momentos difíciles, Abel y Eric estuvieron a su lado, con firme entereza, reconfortándola. Durante el sepelio sufrieron casi tanto como ella. 
     Desde entonces la viuda y su hija solo contaban con una escasa pensión. Entonces su madre dijo, “Daré clases de canto para mejorar nuestros ingresos.” El tiempo al pasar trajo la resignación y la tranquilidad al hogar de la familia Trefusis. Pero la singular relación de Sarah y sus jóvenes galanes no podía durar mucho tiempo. Un día Abel le dijo a Sarah, “Espera…Eh…Quiero hablar contigo a solas.” Eric le dijo, “¿Qué tienes que hablar con ella? Lo que tengas que decir, lo dirás conmigo presente. No hay secretos entre nosotros.” Abel dijo, “Bien, ya no podemos continuar así. Deseo casarme contigo.” Eric dijo, “Yo también quiero pedir tu mano.” Sarah había tratado de posponer aquel momento. Hubiera querido que no llegara nunca. Sarah dijo, “Pero es que…No puedo elegir…Los amo de verdad a los dos.” Eric le dijo, “Tienes que decidirte cariño.” Abel agregó, “Es verdad. Uno de los dos sobra. La vida para mi se está convirtiendo en un infierno.”  A Sarah le atraían los dos, ambos le gustaban. Cualquiera de ellos hubieras podido satisfacer el ideal de la muchacha más exigente. Sarah dijo, “¡Oh, queridos! Me colocan en un gran dilema…déjenme pensarlo…necesito tiempo.” Eric dijo, “¿Te parece bien una semana?” Abel agregó, “Es más que suficiente.” Sarah dijo, “No. Les daré mi respuesta el día de mi cumpleaños.” Eric dijo, “Es demasiado esperar. Aún faltan tres semanas.” Abel dijo, “Esta bien, pero mañana nos veremos a la hora de costumbre.” 
     Sarah se encontró en un profundo y desconcierto, pensando, “Con Eric me siento protegida…es ambicioso, emprendedor.” Pero también pensaba en lo que podía perder en caso de equivocarse al elegir. “Abel es alegre, tan tierno y cariñoso…Me ama intensamente, lo veo en sus ojos.”
     Los jóvenes estuvieron contando los días en la mayor incertidumbre. Abel pensaba, “¿Me escogerá a mi?” Eric tenía gran seguridad en sí mismo. Confiaba en su buena suerte, pensando, “Lo siento por Abel. En cuanto se formalice mi compromiso con Sarah, no permitiré que se acerque más a ella.” Y llegó el 11 de abril, el día de cumpleaños de Sarah Trefusis. Abel y Eric llegaron bien vestidos y con flores, diciendo, “¡Buenas tardes!” A Sarah, le molestaba la insistencia de sus pretendientes. Millie, su madre, estaba al tanto de lo que pasaba.” Millie pensó, “Arreglare las cosas para que mi niña obtenga lo que cada uno de ellos puede ofrecer.” Fue ella quien rompió la tensión del momento, diciendo, “¿Por qué no vas a la terraza unos momentos, hija? Quiero hablar con estos caballeros.”
     Hasta entonces Millie se había limitado a observar los acontecimientos sin opinar. Sarah dijo,
“Pero mamá, lo que se te ha ocurrido…” Millie dijo, “Obedece Linda.” La joven miró a uno y a otro. Luego, con un suspíro, se encaminó hacia la puerta de la terraza. Por su parte, Millie se lanzó al ataque con el valor de una madre que ambiciona lo mejor para su hija. “Iré directo al asunto, chicos, ustedes dos están enamorados de Sarah. Pretenden casarse con ella. Pero veamos, ¿Qué pueden ofrecerle? Una vida gris salpicada de miserias. Y el amor se acaba cuando falta el dinero. Hijos míos, ninguno de los dos vive en la prosperidad.” Eric dijo, “Yo he estado ahorrando, señora.”
     Millie dijo, “Pero 
¿crees poder mantener una esposa e instalarla en su casa con algunas comodidades?” Eric dijo, “Por supuesto.” Millie observaba fijamente a los jóvenes, con los ojos entre cerrados, llenos de astucia. Y dijo, “¡Bah! Solo podrían darle una vida digna reuniendo el dinero de ambos. Y esto es lo que se me ha ocurrido. Sarah siente por los dos un afecto. Aún ahora no ha podido decidirse por uno de ustedes. ¿Por qué no dejan el matrimonio a la suerte? Lanzan una moneda al aire y elijan cara o cruz.” Ambos dijeron, “¡Que!” Abel dijo, “¿Pero cuando se ha visto esto?” Millie dijo, “Ahora se verá. No sé porque les extraña tanto. Déjense de convencionalismos.”
    Abel dijo, “Pero usted…” Millie dijo, “Soy una mujer moderna. Pero eso es solo una parte del plan…cada uno de ustedes aportará sus ahorros, para formar un solo capital. Que el afortunado tóme el dinero y lo invierta, haga negocios; qué sé yo…pondremos un plazo para la boda. Luego cuando de verdad tenga una fortuna regular que ofrecer a mi hija, se casará con ella. Esa será una magnifica prueba de amor para uno y otro. ¿No están dispuestos a sacrificarse por la mujercita que aman?” Eric dijo, “Si.” Abel dijo, “Pero jugarla a la suerte como si fuera un objeto…me parece irrespetuoso y deshonesto. A ella no le agradaría, estoy seguro.”
     Pero Millie logró al fin convencerlos. La idea ya no les pareció tan descabellada. Eric dijo, “Qué, ¿tienes miedo a la suerte?” Abel dijo, “¡Yo no!” Sara volvió a la estancia con el semblante contrariado, diciendo, “Ahora soy yo la que quiere hablar con ustedes. Vamos a la roca de Flagstaff.” 
     Flagstaff era un promontorio coronado por un mástil de madera. Cuando llegaron a la cima, continuaron con su largo silencio. Sarah dijo, “Les prometí que hoy les daría una respuesta. Pero no puedo decidirme…lo siento.” Eric dijo, “No te preocupes. Jugaremos nuestra Felicidad en el giro de una moneda.” Sarah era débil. Su carácter la impulsaba siempre a tomar por el camino más fácil. Sarah bajó la mirada y dijo, inclinando el rostro como en señal de aceptación, “Fue idea de mamá.” Eric dijo, “Y me parece estupenda. Traigo algunas monedas en el bolsillo.” Abel se acercó a Sara y le dijo, “Quizá después te arrepientas Sarah…si amas a Eric más que a mí, en el nombre del cielo dímelo…tendré fuerzas para renunciar a ti. Y si soy yo el preferido no arriesgues nuestra felicidad a una moneda.” Sarah llevó sus dos manos a su cabeza y dijo, “Es qué…¡Oh, no sé, no sé!”
     Eric se acercó y dijo, “¡Déjala en paz! Ella acepta que tiremos la moneda al aire. Me parece una buena idea…y debes quedar de acuerdo.” Abel dijo, “¡Está bien! Tú la tiras y yo hablo pero el que gane toma todo el dinero de los dos y se va a Bristol, o a donde quiera a hacer fortuna. Cuando regrese se casa con Sarah. ¿Cuál será el plazo?¿Un año?” Eric dijo, “Que sean dos a partir de este día.” Los dos tenían los ojos febriles encendidos. Sarah dijo, “Mi boda con el ganador será el día de mi cumpleaños.” Abel dijo, “Dos años, ¿Eh? ¡Dos años de plazo!¡Tira la moneda!” Eric recuperó la moneda entre sus manos extendidas, mientras Abel gritó, “¡Cara!” Eric dejó al descubierto la moneda. Abel dijo, “¡Es cara! Quedó boca arriba.” Sarah dijo, “¡Oh!” Entonces Eric dijo, “¡Sarah!” Y arrojando la moneda exclamó, “¡Maldita seas!”
     Abel abrazó a  Sarah, mientras decía, “Amor mío, nos casaremos…sabré hacerte dichosa. Viviré para ti.” Pero Sarah se zafó y le dijo mirando hacia Eric, “Abel…” Bajo los rayos del sol poniente, Eric parecía bañado en fuego. Abel dijo, “La suerte estuvo de mi parte, Eric. No me lo reproches. Pero para nosotros seguirás siendo como un hermano.” Eric dijo, “¡Vete al infierno!” El rubio muchacho había bajado unos cuantos pasos por el sendero, cuando se volvió a verlos, gritando, “¡Dos años, Abel!¡ Procura volver a tiempo para reclamar a tu esposa! Regresa con tiempo para que corran las amonestaciones porque el once de abril, dentro de dos años, habrá boda. Contigo o conmigo. Si llegas después será demasiado tarde.”
     Abel le dijo, “Estas loco.” Eric dijo, “Vete, es tu oportunidad. Yo tendré la mía al quedarme y no voy a perder el tiempo.” Abel dijo, “¿Qué quieres decir?” Eric dijo, “Hace tres minutos, Sarah no te quería a ti más que a mí…y puede cambiar de opinión cuando te hayas ido. El juego puede cambiar.” Abel sintió una larga incertidumbre; contempló a Sarah fijamente a los ojos, y dijo, “¿Vas a serme fiel?¿Me esperarás hasta que yo regrese?” Sarah dijo, “Lo prometo. Te esperaré dos años…ese es el pacto.” Abel dijo, “Mientras yo esté lejos, tienes que ayudarme Eric. Cuidarla…” Eric le dijo, “¡Que dios te ayude! A mí que me ayude el diablo!” Sin agregar más, Eric echó a caminar sendero abajo con pasos firmes alejándose. Sarah dijo, “Ah…muchas veces hemos estado aquí, pero ahora sin Eric…Qué triste parece todo.”
     Por la mañana muy temprano, Abel escuchó que alguien llamaba a la puerta. Después llegó su madre y le dijo, entregando una bolsa, “Era tu amigo Eric, dejó esto para ti.” La bolsa que contenía una gran cantidad de billetes y monedas, iba acompañada de una carta. “Abel: Aquí tienes el dinero. Vete, yo me quedo. Dios contigo, el Diablo conmigo. Recuerda la cita, dos años el once de abril. Eric Sanson.” Millie le dijo, “¿Pasa algo?” Abel dijo, “Nada, que hoy mismo salgo de viaje. Hablaré con papá ahora.” Y esa misma tarde, sin que le importaran las protestas de su familia, Abel Behenna partía hacia Bristol en un carruaje. Mientras de lejos, Eric lo veía pensando, “¡Que te parta un rayo, maldito! Ojalá nunca regreses.” 
      Una semana más tarde Abel se embarcaba en el barco “Estrella del Mar,” con destino a Pahang. Por consejo de un rico comerciante retirado, con quien hizo una breve amistad, Abel había invertido todo el dinero, y el de Eric, en juguetes y varias chucherías. En su pequeño camarote, Abel se recostó pensando, “¡Sarah!” A medida que pasaban los meses una vaga inquietud se iba apoderando de Sarah Trefusis. Se refugiaba en la compañía de Eric, quien al verla danzando pensaba, “Es tan hermosa.” Pero siempre Eric mantenía una prudente distancia, sin olvidar que era la prometida de Abel Behenna. Un día, Sarah recibió carta de su novio, diciendo, “¡Por fin!” Su madre se la entregó diciendo, “¡Ábrela querida!” Antes de leerla, Sarah pensó, “¡Qué extraño! Estaba deseando que esta carta…no llegara nunca.” Su madre dijo, “Son varias hojas.” Después del obligado y formal saludo, Abel hacia un relato de su viaje: “Y la buena fortuna me sigue acompañando, no me puedo quejar. Te recuerdo. Día con día estas en mi pensamiento y solo ambicióno regresar. Tú eres mi única, mi grandiosa razón de vivir.” Al final de la carta Sarah dijo, “Dice que ha enviado doscientas libras a un banco de Bristol…están a mi nombre.” Su madre dijo, “¡Magnífico!” Sarah continuó, “Cree que todavía podrá hacer tres viajes mercantes más. Promete volver a escribir y envía saludos para ti…y para Eric.” Su madre dijo, “¡Qué buen chico! ¡Es el que te conviene!” 
     El navío en que viajaba Abel atracó en los muelles de Marsella. Entonces el capitán le dijo a Abel, “Estaremos aquí poco más de una semana señor Behenna. Debo ir a Paris.” A consecuencia del trato diario, el muchacho hizo amistad con el capitán Lyndon. El capitán le dijo, “Será un viaje rápido. ¿Porqué no me acompaña?” Abel le dijo, “No es mala idea, si puedo comprar algunas mercaderías.” Días después en un lujoso restaurante de París el capitán le dijo, “No entiendo porqué se empeñó a venir aquí, señor Behenna.” Abel dijo, “Se me ocurrió algo que puede resultar, capitán. ¿Recuerda que al regresar, cruzando por el mar de China, hicimos una breve escala en la isla de Bunguran?” El capitán dijo, “Si.” Abel continuó, “Ahí conocí a un holandés loco que descubrió que las perlas se pueden sembrar en las ostras. Las produce blancas, rosadas y negras. Pero los joyeros orientales no se las compran porque no son perfectas, ni se consideran autenticas…al despedirnos me regaló unas cuantas. Las traigo aquí y voy a colocar una perla negra dentro de una ostra…fingiré descubrirla y veremos el efecto que hace entre los demás clientes.” 
      El capitán dijo, “Todavía no entiendo.” Poco después, Abel se levantó de su mesa y dijo en voz alta, “¡Miren, una perla!¡Una perla de verdad!” Algunas personas se acercaron atraídas por el hallazgo. Uno de los comensales la tomó y dijo, “Pues sí…es autentica…¡una rara perla negra pero no es perfecta!” Enseguida una mujer gritó a uno de los meseros, “¡Garzón!¡Una orden de ostras, pronto!” Su acompañante le dijo, “Pero mujer, esa es una coincidencia entre mil. Las perlas no se encentran así como así.” Abel murmuró mientras se levantaba, “No puedo defraudar la ilusión de esa señora. Iré a hablar con el cocinero jefe.” Minutos más tarde, la dama lanzó grititos de felicidad. “¡Aquí está!¡Encontré una perla!¡La encontré!” Los pedidos de ostras se multiplicaron y Abel fue conducido ante el propietario del lugar, quien le dijo, “El cocinero me informó que usted le dio una perla, pidiéndole que la colocara en una ostra.” Abel dijo, “Y con eso le dimos una grata sorpresa a una dama. ¿Se imagina si en cada plato de ostras el cliente es regalado con una perla auténtica? No me negaré que es la idea muy original. Se las puedo surtir en tres colores, la cantidad que usted necesite. La fama de este restaurant irá en aumento.” El propietario dijo, “Pero sería incosteable.” Abel le dijo, “No, ¿Le parece demasiado pagar por cada perla autentica un franco?” El propietario dijo, “Emm, me gustaría verlas.” 
     Poco después Abel regresó al lado del capitán Lyndon, diciendo, “Creo que haré un buen negocio con el señor Carrier. Por lo pronto le vendí las perlas que traía…y no tendremos que pagar la cuenta.” El capitán dijo, “Es usted muy astuto, señor Behenna. ¡Llegará muy lejos!” El siguiente viaje del Estrella del Mar no fue tan tranquilo y apacible. Al paso de dos semanas se declaró abordo una epidemia de escorbuto. El capitán dijo a Abel, “Fue ese condenado francés que se enlistó en Marsella, quien contagió a cinco tripulantes.” Abel dijo, “Algo tenemos que hacer capitán.” El capitán dijo, “Rezar, por lo pronto no hay quinina suficiente en el botiquín. Tenemos que hacer escala en Tobruk. Y habrá problemas. En ningún puerto es bien recibido un barco en estas condiciones.”
    Aquella noche fue arrojado al mar el primer cadáver. El mismo Abel estuvo a punto de morir. Deliraba casi todo el tiempo, diciendo,
“El once de abril…si me serás fiel…durante mi ausencia…” Al recobrar el conocimiento y la lucidez, se sintió muy débil. Una mujer lo despertó dándole de comer, y diciendo, “Pudimos salvarlo, gracias a Dios.” Abel desconcertado dijo, “¿En dónde estoy?” La mujer dijo, “En la misión de San Jorge…lo trajeron hace una semana inconsciente.” Abel preguntó, “El capitán Lyndon?” La mujer le dijo, “Ha venido a verlo todos los días. Se ha preocupado mucho por usted.” 
     La tripulación reposaba de los estragos de la enfermedad. Los nativos limpiaban la cubierta y los camarotes empleando un fuerte desinfectante. Lyndon consiguió reclutar algunos marinos y días después el Estrella del Mar reanudaba su viaje. Abel se despidió de la mujer que le atendió durante su convalecencia, “¡Gracias Florence! Siempre la recordaré, se lo aseguro.” Al fin, semanas después hicieron escala en Bunguran. Más tarde Abel se encaminó a la taberna donde casi tenia la seguridad de encontrar a Hans Venmalle. Abel lo encontró, “¿Qué tal compañero?¿Me invitas una copa?” Hans dijo, “Creí que nunca volverías por esta maldita isla, Behenna…siéntate. Te tomarás una botella.” Una vez sentados tomando, el holandés se veía preocupado. Abel dijo, “¿Qué te preocupa, viejo lobo?” Hans dijo, “¡Bah! Se acabó todo…¡ Debo mucha plata! Si no pago mañana mismo, el gobierno de las islas me embargará la propiedad…y se acabará ese sueño loco de cultivar perlas. Por cierto, cada día salen más perfectas.” Abel le dijo, “¿Cuánto necesitas?” Hans dijo, “¡Hum! Setenta libras malayas.” Abel dijo, “Cuyo equivalente en libra inglesa son…treinta y cuatro.”
     Abel no lo pensó más, sacó la cartera de su bolsillo, y dijo, “Aquí tienes cuarenta libras, a cuenta de las perlas que me llevaré a Europa, las recogeré al regresar de Pahang.” Hans le dijo, “Tú eres un buen amigo. Con cala te escogeré las mejores.” Abel dijo, “¡Salud Hans!” El barco siguió su ruta pero al cruzar por el mar de China el capitán divisó a lo lejos con su catalejo diciendo, “¡Es una maldita horda de piratas malayos!” De pronto Abel no comprendió, pensando, “Es un puñado de barquichuelos. No veo porqué el capitán tenga que alarmarse.” El capitán gritó, “¡Preparen el cañón de proa!” El timonel intentó alejarse pero en cuestión de minutos los veloces juncos rodearon el barco. Se escuchó una voz con acento extraño: “¡A rendirse ingleses!” La respuesta de Lyndon fue contundente, “¡Al infierno ratas!” Los piratas de Malasia eran temidos por el arrojo y la fiereza con que acosaban a sus víctimas. Cuando el capitán vio que los malayos abordaban su barco, pensó, “No tenemos armas suficientes. Quizá debí rendirme…Son muchos.” Hasta entonces Abel recapacitó en lo absurdo que había sido resistir.
     Los tripulantes del, Estrella del Mar, no llegaban a veinte. Abel gritó,
“¡Capitán Lynton!¡Cuidado!” La muerte del capitán fue instantánea. Varios brazos cayeron sobre Abel Behenna sometiéndolo con brutalidad. Los marineros sobrevivientes optaron por rendirse, en un pandemónium de gritos y risas. Ya como prisionero, Abel notó a una mujer entre los piratas, y pensó, “Esa mujer es la que da las órdenes.” Las bodegas del navío eran vaciadas con una rapidez sorprendente. En algún momento, la jefa de los piratas reparó en su presencia. Abel pensó, “Están hablando de mi.” Tres botes salvavidas fueron arriados al mar, y los marineros prisioneros se fueron instalando en ellos. Al verlos desde cubierta, Abel pensó, “Los abandonan a la buena de Dios, sin agua ni alimentos…¿Y qué harán conmigo?” Poco después las velas del Estrella del Mar comenzaban a ser relamidas por le fuego estando Abel ahí aún en cubierta. Oscurecía con rapidez. Un pirata se acercó al europeo, gritando órdenes que él no podía comprender. Abel pensó al verlo, “¡Maldito seas!” Lo obligaron a abordar uno de los juncos mientras reflexionaba en el brusco giro de su destino.
     Pasaron más de seis meses sin que Sarah Trefusis recibiera otra carta de su prometido. Sarah pensó, “¿Le habrá sucedido algo?” Eric buscaba su compañía casi a diario con una perseverancia pocas veces vista. Le llevó un ramo de flores y Sarah dijo, “¡Qué lindas!” Sus esperanzas renacían. Un día, mientras ambos daban un paseo, Eric le preguntó, “¿Si Abel no vuelve, te casarás conmigo?” Sarah dijo, “Sí, por supuesto…pero falta más de un año para que el plazo se cumpla.” Sarah, tan débil de carácter comenzó a perder la fe en el novio ausente y a considerar a Eric como el esposo ideal. Sentía por él un nuevo afecto y hasta comenzó a pensar en Abel como en un obstáculo para su felicidad.
    Cuando la visitaba, Eric besaba su mano, diciendo
, “Te quiero tanto, no podría dejar pasar un día sin verte.” El tiempo trascurría y en una isla perdida en el archipiélago de Malasia, Abel perdió la cuenta de los días en una rutina de esclavitud, rodeado de nativos ignorantes, sin la menor posibilidad de huir, pensando, “Debe estar cerca el cumpleaños de Sarah.” El refugio de la capitana de los piratas, donde Abel moraba, estaba muy bien protegido, alejado de las rutas de navegación. Abel pensaba, “Pero conservo la esperanza. ¡Voy a escapar de esta maldita isla!¡Voy a escapar!” había aprendido las palabras elementales del malayo. En ese momento, la capitana salió en bata y dijo, “Aukunanu Naiko-o.”
     Poco después, Abel estaba dándole un masaje. Él era el esclavo favorito de Yajak, la hija del terrible Najan, heredera de su poder. Ella era una mujer ambiciosa, acostumbrada a hacerse obedecer. Ya en sus brazos,
“Has reunido una fortuna incalculable…¿Y para qué diablos te sirve, Yajak? Si al menos la disfrutaras…Pero estas sola sin nadie que te ame de verdad…¿Sabes que podría matarte aquí ahora mismo?” Sus manos rodearon el cuello de la mujer quien lo miraba con una sonrisa enigmática en los labios. Abel dijo, “Lo haría con gusto.” Yajak lo abrazó y le dijo, “Tonto muchacho.” Se besaron. En ese momento escucharon el escándalo infernal que hacían varios piratas. Abel pensó, “¿Qué pasará?” Los piratas alertaron dando aviso a la capitana.
     La casualidad llegaba en ayuda de Abel Behenna. Dos cañoneros ingleses habían rastreado a unos juncos piratas hasta encontrar su escondrijo. En medio de aquella terrible confusión, los malayos se olvidaron del pequeño grupo de esclavos, quienes ofrecían una resistencia suicida. Abel favoreció el desembarco de los soldados ingleses. Él mismo abrió el portón de la fortaleza bajo una lluvia de balas. Se desató una batalla encarnizada cuerpo a cuerpo. Al fin Yajak y sus piratas aceptaron la derrota. Cuando Abel se reunió con un soldado ingles le dijo,
“Dime compañero, ¿Qué fecha es hoy?”
     Y muy lejos de ahí, en Pencastle, Sarah le preguntó a Eric, “¿En qué piensas?” Eric dijo, “En que faltan seis meses para tu cumpleaños. Y en todo este tiempo no has vuelto a tener noticias de Abel. Ya he visto el calendario, tu cumpleaños cae en sábado.” Redoblando sus esfuerzos Eric había comprado un terreno a la orilla del pueblo, y un grupo de albañiles trabajaba en la construcción de la casa. Sarah se había acostumbrado a la idea de que su prometido no regresaría. Sarah le dijo a Eric en uno de sus paseos, “Tal vez conoció a otra mujer y se enamoró de ella…”
     Al ser rescatado de la isla de los piratas malayos, Abel pasó por grandes peripecias para poder trasladarse a Bunguran. Pero encontraba fuerzas para poder seguir adelante, en el amor tan intenso que le inspiraba Sarah Trefusis. Abel pensaba, “Hans me ayudará.” Localizó a su amigo holandés en una de las botánicas a la orilla del estero. Hans le dijo al verlo, “¡Behenna! Me preguntaba qué diablos podía haberte ocurrido. Abel le dio un abrazo y le dijo, “Ya te contaré, viejo lobo, ¿Cómo va el cultivo de ostras?” Hans le dijo, “Mucho mejor, ya comencé a venderlas.” Poco después conversaban animadamente a la sombra de una enramada. Abel le dijo, acostado en una hamaca, “Y aquí estoy, sin muchas posibilidades de regresar a mi patria. Si pudiera llegar a Paris con las perlas que te compré.” Hans le dijo, “No te preocupes tanto, Behenna. Dentro de unos días pasará por aquí el Ángela María rumbo a Liverpool. El capitán es buen amigo mío…Me debe algunos favores, así que no se negará a llevarte, y yo te prestaré diez libras.” Abel dijo, “¡Estupendo Hans!”
     Aún Abel tuvo que esperar dos semanas. Una tarde abordó el carguero. Abel pensaba, “Pero llegaré a tiempo, a pesar de todo.” Los días, los mese se fueron encadenando. Cuando faltaban dos semanas para el cumpleaños de Sarah, Eric Sanson ordenó que le hicieran las amonestaciones para la boda, en la iglesia de Pencastle. Ella casi había terminado de hacerse su traje. Ya daba como un hecho que Abel no regresaría. Su madre, al arreglarse su traje de bodas le dijo, “Está precioso hija. Un leve ajuste en las mangas.”  Eric llegaba a visitarla por la tarde, como de costumbre. La abrazaba y la besaba en el cuello envolviéndola en un arrebato de ternura. Pero al pensar en el posible retorno de Abel, en que pudiera arrebatarle de las manos aquella felicidad, sufría momentos de desesperación. Eric pensaba, “Ojalá y esté muerto.” Y la cólera crecía dentro de él, implacable, haciéndole rechinar los dientes; cerraba los puños con una fuerza brutal, pensando, “Mejor que no se aparezca por aquí.”
     Dos días después, Eric y Sarah fueron a la roca de Flagstaff. El mar estaba en calma. Se abrazaron y Eric le dijo, “¡Te amo…te amo con una fuerza que a mí mismo me sorprende!” Pero a lo lejos, en el horizonte del mar, se veían unas extrañas franjas oscuras. Eric le dijo, “Jamás permitiría que fueras de otro ¡Naciste para mí!” El viento soplaba en ráfagas frías, fue quizá por eso que Sarah se estremeció, diciendo, “Volvamos a casa, por favor.” Eric le dijo, “Sí, pronto tendremos encima el mal tiempo.” Las olas se embravecían y las gaviotas volaban bajo, lanzando agudos graznidos. Arreció la fuerza del viento. Cuando llegaron a casa, Eric dijo, “Regresamos muy a tiempo. Ya están cayendo las primeras gotas de lluvia.” Y la tenue lluvia pronto se convirtió en una rabiosa, ensordecedora tormenta con abundantes relámpagos. La madre de Sarah dijo, “¡Dios nos guarde!” Todos estaban de acuerdo en que hacía mucho en que no se veía un fenómeno semejante. Sarah dijo, “¡Qué forma de llover!” Su madre exclamó, “¡Un auténtico diluvio!” Y las olas alcanzaban una altura impresionante, devastadora. Los marineros y pescadores de Pencastle subieron a los arrecifes. En algún momento pudo verse a la luz del relámpago, un barco que era sacudido por la marejada. Se oía la voz de un marino gritar, “¡Allá, rumbo a Tintagel!”
     Los guardacostas trabajaron de prisa. Con ayuda de los pescadores subieron hasta la cima de de Flagstaff el aparato lanzacohetes. Uno de los voluntarios dijo, “Quizá puedan ver la entrada de la Bahía. Si logran entrar al puerto se salvarán.” Pero todo fue inútil. El barco fue a estrellarse contra la gran roca que había frente a la entrada del puerto. El rugir de la tempestad ahogó los gritos de todos lo que se hallaban a bordo. Muchos se arrojaban al mar, en un último intento de salvar la vida. En tierra, el oficial empezó a organizar a los voluntarios, “¡Estado de Alerta! ¡Hay que formar brigadas para auxiliarlos! ¡Vamos!” Poco después, en casa de Sarah, Eric escuchó el insistente ulular de la sirena de la capitanía. Eric dijo, “¡Pasó una desgracia! Están llamando voluntarios. Iré, tal vez pueda ser útil.” Millie, la madre de Sarah dijo, “Pero muchacho, no traes ropa apropiada. ¡Espera!” Millie le prestó una capa ahulada y un sombrero.” Eric se despidió, “Hasta mañana. Traten de descansar.” Sarah le dijo, “Cuídate mucho querido.”  
     Fue a reunirse con el grupo de salvamento en los muelles. En medio de la tormenta, Eric escuchó al oficial gritar, “¡Se oyen gritos por el lado del arrecife!” Solo había una manera de auxiliar a las víctimas. El líder dijo, “¡Los que tengan sogas, que las traigan!” Un voluntario dijo, “Desde aquí no se ve a nadie.” La sangre nórdica que Eric llevaba en las venas, lo impulsó a afrontar el peligro. Eric pidió una soga y dijo, “¡Yo bajaré hacia la boca de las cuevas! Conozco bien esos lugares, oficial. Hay una roca allá abajo en la que pedo parapetarme y dese ahí ayudar a quien lo necesite.” El oficial le dijo, “¿Se atreverá a bajar en la oscuridad en una tormenta como esta?” Eric no contestó, y uno de los voluntarios dijo, “¡Ya traen las sogas!” Eric había descendido por el cantil en tres ocasiones, solo por el gusto de hacerlo. Su osadía y fortaleza física le ayudaban. Mientras descendía, Eric gritó, “¡Suelten cabo!” Al pie del farallón de roca. El estruendo de las olas era ensordecedor. Pronto llegó a la saliente peña, encima de las cuevas de las focas. Eric pensó, “La marea ha subido.” Se amarró el extremo de la soga a la cintura. En ese lugar se encontraba en relativa seguridad. Aunque las aguas, debajo de él, parecías hervir como en un caldero, le pareció escuchar un grito ahogado muy débil. Eric gritó, “¡Calma, le ayudaré!”
    Eric lanzó la cuerda a dónde le pareció ver, a la luz de un relámpago, un rostro agitándose entre la espuma. La cuerda se tensó. Alguien había recogido la punta. Eric gritó,
“¡Átela a su cintura!¡Yo tiraré!” Con precaución, Eric se acercó a la orilla de la roca. Empezó a recuperar la cuerda…y pronto tuvo la sensación de que el naufrago se hallaba muy cerca. De pronto lo iluminó un relámpago. Uno y otro pudieron distinguirse.
    La sorpresa petrificó a Eric. No podía creer en tan asombrosa coincidencia. Eric dijo,
“¡Abel!” Abel dijo, “¡Eric!” Abel pensó, “¡Ha regresado!” Una imagen surgió de lo más recóndito de su memoria. Eric recordó cuando él estuvo a punto de caer en el desfiladero, y Abel lo salvó. Pero en ese instante, una llamarada de odio consumió el corazón de Eric. Todas sus esperanzas eran destruidas por el regreso de Abel Behenna. Era un momento decisivo, el naufrago sonreía confiado al reconocer la mano que lo salvaba. Eric lo soltó de pronto dejando que la cuerda se escurrirá entre sus manos. Enseguida intentó recuperar el cabo, pero era demasiado tarde. Eric dijo, “¡Abel!” 
     Entre el fragor de las olas volvió a escuchar un grito desesperado, “¡Yiaaagh!” Eric pensó, “¡Dios mío!” Ahí permaneció todavía algunos todavía algunos minutos, pensado, “Nada…y pude haberlos salvado…¡Soy un asesino!” Con el peso de una horrible desesperación comenzó a trepar por la soga, rápido sin pensar en el peligro que le mismo corría. Quería estar entre otras personas, y que sus voces pudieran acallar el grito de Abel Behenna, que aun resonaba en los oídos. Pronto llego a la cima de los arrecifes. El oficial le dijo, “¿Encontró a alguien?” Eric dijo, “A nadie.” El oficial le dijo, “Temíamos que hubiera caído al agua, está muy pálido.”
    No podría explicar nunca como había dejado que su antiguo camarada fuera devorado por el mar. El oficial dijo, “Parece que aquí ya nada tenemos que hacer.” Esperaba enterrar el asunto para siempre con una mentira y librarse así de su peso. Se despidió murmurando unas palabras. El resto de la noche estuvo tendido en su cama, sin moverse con los ojos fijos en el techo, pensado, “Me parece ver su rostro, brillando a la luz del relámpago.” Por la mañana los restos del naufragio llegaron hasta el puerto. Fueron recogidos once cadáveres. Los días trascurrieron sin más incidentes. Eric pensó, “Nunca apareció su cuerpo.”
     Llegó la mañana tan esperada. Ansiosamente Sarah y Eric caminaron hasta el altar de la adornada iglesia. En los ojos del muchacho brillaba una salvaje chispa de triunfo. Frente al altar Eric pensaba, “¡Abel no puede reclamarla ya…ni vivo ni muerto!” Pero aún durante el brindis, en la modesta celebración, no se le vio alegre y jovial, sino más bien taciturno. Ya cerca de la media noche el matrimonio se retiró a su nuevo hogar. Al entrar a la casa, Sarah dijo, “Por favor, enciende todas las luces.”
     Hasta ellos llegaba el rumor de las olas cuando de pronto se abrió la puerta. Abel Behenna retornaba para impedir que se consumara la traición. Sarah retrocedió, con el más angustioso temor reflejado en el rostro. Eric con el rostro lleno de terror dijo, “¡Tú!¡Tú maldito, estás muerto!” Sarah perdió la razón aquella noche, y nadie más pudo saber lo que ocurrió, ni explicar la extraña desaparición de Eric Sanson. 

Tomado de Novelas Inmortales. Año X, No. 475, Diciembre 24 de 1986. Guión: Javier Reyna G. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.                                                                                                                               

2 comentarios:

  1. + AMIGO, EXCELENTE BLOG. GRACIAS POR CREARLO, UNO DE MIS TEMAS QUE MAS ME FASCINAN ES EL RETORNO DE ABEL BEHENA.

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