Club de Pensadores Universales

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sábado, 23 de septiembre de 2023

El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas

     Alexandre Dumas, nacido como, Dumas Davy de la Pailleterie, también conocido como Alexandre Dumas père, nació el 24 de julio de 1802, y murió el 5 de diciembre de 1870, a la edad de 68 años. Alejandro Dumas fue un novelista y dramaturgo francés.

     Sus obras han sido traducidas a numerosos idiomas, y es uno de los autores franceses más leídos. Muchas de sus novelas históricas de aventuras, se publicaron originalmente como series, incluidas, El Conde de Montecristo, Los Tres Mosqueteros, Veinte Años Después, y El Vizconde de Bragelonne: Diez Años Después. Desde principios del siglo XX, sus novelas se han adaptado a casi 200 películas.
    Prolífico en varios géneros, Dumas comenzó su carrera escribiendo obras de teatro, que fueron producidas con éxito desde el principio. Escribió numerosos artículos de revistas y libros de viajes; sus obras publicadas sumaron 100.000 páginas. En la década de 1840, Dumas fundó el, Théâtre Historique, en París.

    Su padre, el general, Thomas-Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie, nació en la colonia francesa de Saint-Domingue, actual Haití, de Alexandre Antoine Davy de la Pailleterie, un noble francés, y Marie-Cessette Dumas, una esclava africana. A los 14 años, su padre llevó a Thomas-Alexandre a Francia, donde fue educado en una academia militar, e ingresó al ejército para lo que se convirtió en una carrera ilustre.

    El rango aristocrático del padre de Dumas, ayudó al joven Alejandro a conseguir trabajo con, Luis Felipe, duque de Orleans, entonces como escritor, una carrera que le llevó al éxito temprano.
    Décadas más tarde, tras la elección de Luis Napoleón Bonaparte en 1851, Dumas cayó en desgracia y abandonó Francia para trasladarse a Bélgica, donde permaneció durante varios años. Se mudó a Rusia por unos años, y luego a Italia. En 1861 fundó y publicó el periódico, L'Indépendent, que apoyaba la unificación italiana. Regresó a París en 1864.

     Aunque casado, en la tradición de los franceses de clase social alta, Dumas tuvo numerosas aventuras, supuestamente hasta 40. Se sabía que tuvo al menos cuatro hijos ilegítimos, aunque los estudiosos del siglo XX, creen que fueron siete. Reconoció y ayudó a su hijo Alexandre Dumas fils, a convertirse en un novelista y dramaturgo de éxito.

    El dramaturgo inglés, Watts Phillips, que conoció a Dumas en su vida posterior, lo describió como, "el ser más generoso y de gran corazón del mundo. También era la criatura más deliciosamente divertida y egoísta sobre la faz de la tierra. Su lengua era como un molino de viento: una vez puesto en movimiento, nunca se sabía cuándo se detendría, especialmente si el tema era él mismo”.

Nacimiento y Familia

    Dumas Davy de la Pailleterie, más tarde conocido como Alexandre Dumas, nació en 1802 en Villers-Cotterêts, en el departamento de Aisne, en Picardía, Francia. Tenía dos hermanas mayores, Marie-Alexandrine, nacida en 1794, y Louise-Alexandrine, (1796-1797). Sus padres eran Marie-Louise Élisabeth Labouret, hija de un posadero, y Thomas-Alexandre Dumas.

     Thomas-Alexandre había nacido en la colonia francesa de Saint-Domingue, ahora Haití, mestizo, hijo natural del marqués Alexandre Antoine Davy de la Pailleterie (Antoine), noble francés y comisario general de la artillería de la colonia, y Marie-Cessette Dumas, una mujer esclavizada de ascendencia afrocaribeña. Los dos documentos primarios existentes que establecen la identidad racial de Marie-Cessette Dumas se refieren a ella como una, "négresse" (una mujer negra) en contraposición a una, "mulâtresse," una mujer de raza mixta visible.
     Se desconoce si Marie-Cessette nació en Saint-Domingue o en África, ni se sabe de qué pueblo africano procedían sus antepasados. Lo que se sabe es que, algún tiempo después de distanciarse de sus hermanos, Antoine compró a Marie-Cessette y a su hija, de una relación anterior, por, "una cantidad exorbitante," y convirtió a Marie-Cessette en su concubina. Thomas-Alexandre fue el único hijo que les nació, pero tuvieron dos o tres hijas.

     En 1775, tras la muerte de sus dos hermanos, Antoine abandonó Saint-Domingue, para ir a Francia, para reclamar las propiedades familiares y el título de marqués. Poco antes de su partida, vendió a Marie-Cessette y a sus dos hijas, Adolphe y Jeanette, así como a la hija mayor de Marie-Cessette, Marie-Rose, cuyo padre era otro hombre, a un barón que acababa de llegar de Nantes para establecerse en Santo Domingo.
    Antoine, sin embargo, retuvo la propiedad de Thomas-Alexandre, su único hijo natural, y se llevó al niño a Francia. Allí, Thomas-Alexandre recibió su libertad y una escasa educación en una escuela militar, suficiente para permitirle unirse al ejército francés, sin que existiera la posibilidad de que el niño mestizo fuera aceptado como heredero de su padre. A Thomas-Alexandre le fue bien en el ejército, y fue ascendido a general a la edad de 31 años, siendo el primer soldado de origen afroantillano, en alcanzar ese rango en el ejército francés.

    El apellido familiar, "de la Pailleterie," nunca le fue otorgado a Thomas-Alexandre, quien por lo tanto utilizó, "Dumas," como apellido. A menudo se supone que se trata del apellido de su madre, pero en realidad el apellido, "Dumas," sólo aparece una vez en relación con, Marie-Cessette, y esto ocurre en Europa, cuando Thomas-Alexandre afirma, al solicitar una licencia de matrimonio, que el nombre de su madre era, "Marie-Cessette Dumas".
     Algunos estudiosos han sugerido que Thomas-Alexandre ideó el apellido, "Dumas," por él mismo, cuando sintió la necesidad de ello, y que se lo atribuyó a su madre, cuando le convenía. "Dumas" significa, "de la granja" (du mas), lo que quizás sólo signifique que, Marie-Cessette, pertenecía a la propiedad agrícola.

Carrera

    Mientras trabajaba para Louis-Philippe, Dumas comenzó a escribir artículos para revistas, y obras de teatro. Como adulto, usó el apellido Dumas de su abuela esclava, como lo había hecho su padre cuando era adulto.

    Su primera obra, Enrique III y Su Corte, estrenada en 1829, cuando tenía 27 años, fue aclamada. Al año siguiente, su segunda obra, Christine, fue igualmente popular. Estos éxitos le proporcionaron ingresos suficientes para escribir a tiempo completo.

     En 1830, Dumas participó en la Revolución que derrocó a Carlos X, y lo reemplazó con el antiguo empleador de Dumas, el Duque de Orleans, que gobernó como, Luis Felipe, el Rey Ciudadano. Hasta mediados de la década de 1830, la vida en Francia siguió siendo inestable, con disturbios esporádicos por parte de republicanos descontentos, y trabajadores urbanos empobrecidos, que buscaban un cambio. A medida que la vida volvió lentamente a la normalidad, la nación comenzó a industrializarse. Una economía en mejora, combinada con el fin de la censura de prensa, hizo que la época fuera gratificante para las habilidades literarias de Alejandro Dumas.

    Después de escribir otras obras de teatro exitosas, Dumas pasó a escribir novelas. Aunque se sentía atraído por un estilo de vida extravagante y siempre gastaba más de lo que ganaba, Dumas demostró ser un experto en marketing.
    Mientras los periódicos iban publicando muchas novelas por entregas, sus primeras novelas por entregas fueron, La Comtesse de Salisbury; Édouard III (julio-septiembre de 1836).
   En 1838, Dumas reescribió una de sus obras como una exitosa novela histórica por entregas, Le Capitaine Paul, ('Capitán Paul'), basada en parte en la vida del oficial naval escocés-estadounidense, John Paul Jones.

     Fundó un estudio de producción, dotado de escritores que produjeron cientos de historias, todas sujetas a su dirección, edición, y adiciones personales. De 1839 a 1841, Dumas, con la ayuda de varios amigos, compiló, Celebrated Crimes, una colección de ocho volúmenes de ensayos, sobre criminales famosos y crímenes de la historia europea. Presentó a, Beatrice Cenci, Martin Guerre, Cesare y Lucrezia Borgia, así como a hechos y criminales más recientes, incluidos los casos de los presuntos asesinos, Karl Ludwig Sand, y Antoine François Desrues, que fueron ejecutados.
     Dumas colaboró con Augustin Grisier, su maestro de esgrima, en su novela de 1840, El Maestro de Esgrima. La historia está escrita como el relato de Grisier, de cómo llegó a presenciar los acontecimientos de la revuelta decembrista en Rusia. La novela finalmente fue prohibida en Rusia, por el zar Nicolás I, y a Dumas se le prohibió visitar el país, hasta después de la muerte del zar. Dumas se refiere a Grisier, con gran respeto en, El Conde de Montecristo, Los Hermanos Corsos, y en sus memorias.

     Dumas dependió de numerosos asistentes y colaboradores, de los cuales, Auguste Maquet, fue el más conocido. No fue hasta finales del siglo XX, que se comprendió plenamente su papel. Dumas escribió la novela corta, Georges (1843), que utiliza ideas y tramas repetidas más tarde en, El Conde de Montecristo.
     Maquet llevó a Dumas a los tribunales para intentar obtener el reconocimiento del autor, y una mayor remuneración por su trabajo. Logró conseguir más dinero, pero no una firma, con su nombre como autor.

     Las novelas de Dumas, fueron tan populares que pronto fueron traducidas al inglés, y a otros idiomas. Sus escritos le hicieron ganar una gran cantidad de dinero, pero con frecuencia era insolvente, ya que gastaba generosamente en mujeres, y en una vida suntuosa. Los estudiosos han descubierto que tenía un total de 40 amantes.
     En 1846, había construido una casa de campo en las afueras de París, en Le Port-Marly, el gran castillo de Monte-Cristo, con un edificio adicional para su estudio de escritura. A menudo estaba lleno de extraños y conocidos, que se quedaban para visitas prolongadas, y se aprovechaban de su generosidad. Dos años más tarde, ante dificultades económicas, vendió toda la propiedad.

    Dumas escribió en una amplia variedad de géneros, y publicó un total de 100 000 páginas, a lo largo de su vida. Aprovechó su experiencia para escribir libros de viajes, después de realizar viajes, incluidos aquellos realizados por motivos distintos al placer. Dumas viajó a España, Italia, Alemania, Inglaterra y la Argelia francesa. Después de que el rey Luis Felipe, fuera derrocado en una revuelta, Luis Napoleón Bonaparte fue elegido presidente.
     Como Bonaparte desaprobaba al autor, Dumas huyó en 1851, a Bruselas, Bélgica, en lo que también fue un esfuerzo por escapar de sus acreedores. Aproximadamente en 1859, se mudó a Rusia, donde el francés era el segundo idioma de la élite, y sus escritos eran enormemente populares. Dumas pasó dos años en Rusia, y visitó San Petersburgo, Moscú, Kazán, Astracán, Bakú, y Tbilisi. Publicó libros de viajes sobre Rusia.

     En marzo de 1861, se proclamó el reino de Italia, con Víctor Manuel II como rey. Dumas viajó allí, y durante los siguientes tres años, participó en el movimiento por la unificación italiana. Fundó y dirigió un periódico, Indipendente.
     Mientras estuvo allí, se hizo amigo de Giuseppe Garibaldi, a quien admiraba desde hacía mucho tiempo, y con quien compartía un compromiso con los principios republicanos liberales, así como su pertenencia a la masonería. Al regresar a París, en 1864, publicó libros de viajes sobre Italia.

     A pesar de los antecedentes aristocráticos, y el éxito personal de Dumas, tuvo que lidiar con la discriminación relacionada con su ascendencia mestiza. En 1843, escribió la novela corta, Georges, que abordaba algunas de las cuestiones raciales, y los efectos del colonialismo. Se ha hecho famosa su respuesta a un hombre que lo insultó, por su ascendencia africana parcial. Dumas dijo:

Mi padre era mulato, mi abuelo era negro y mi bisabuelo un mono. Verá, señor, mi familia comienza donde termina la suya.

Vida Personal

   El 1 de febrero de 1840, Dumas se casó con la actriz, Ida Ferrier (nacida Marguerite-Joséphine Ferrand) (1811-1859). No tuvieron hijos juntos.

Dumas tuvo numerosas relaciones con otras mujeres; el académico, Claude Schopp, enumera cerca de 40 amantes. Se sabe que tuvo al menos cuatro hijos con ellas:

• Alexandre Dumas, hijo (1824–1895), hijo de Marie-Laure-Catherine Labay (1794–1868), modista. Se convirtió en un novelista y dramaturgo de éxito.

• Marie-Alexandrine Dumas (1831–1878), hija de Belle Krelsamer (1803–1875), actriz.

• Henry Bauër (1851–1915), hijo de Anna Bauër, una alemana de fe judía, esposa de Karl-Anton Bauër, un agente comercial austriaco que vivió en París.

• Micaëlla-Clélie-Josepha-Élisabeth Cordier (nacida en 1860), hija de Emélie Cordier, actriz

Alrededor de 1866, Dumas tuvo un romance con, Adah Isaacs Menken, una actriz estadounidense que tenía menos de la mitad de su edad y se encontraba en la cima de su carrera. Había interpretado su sensacional papel en, Mazeppa, en Londres. En París, agotó las entradas para, Les Pirates de la Savanne, y estaba en la cima de su éxito.

    Con Víctor Hugo, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Eugène Delacroix, y Honoré de Balzac, Dumas era miembro del, Club des Hashischins, que se reunía mensualmente para tomar hachís en un hotel de París. El Conde de Montecristo, de Dumas, contiene varias referencias al hachís.

Muerte y Legado

    El 5 de diciembre de 1870, Dumas murió a la edad de 68 años por causas naturales, posiblemente un infarto. A su muerte, en diciembre de 1870, Dumas fue enterrado en su lugar natal de, Villers-Cotterêts, en el departamento de, Aisne. Su muerte se vio ensombrecida por la guerra franco-prusiana. Los cambios en las modas literarias, disminuyeron su popularidad. A finales del siglo XX, estudiosos como, Reginald Hamel, y Claude Schopp, provocaron una reevaluación crítica, y una nueva apreciación de su arte, además de encontrar obras perdidas.

    En 1970, con motivo del centenario de su muerte, el Metro de París nombró una estación en su honor. Su casa de campo en las afueras de París, el Castillo de Monte-Cristo, ha sido restaurada, y está abierta al público como museo.

    Los investigadores han seguido encontrando obras de Dumas en archivos, incluida la obra de cinco actos, Los Ladrones de Oro, encontrada en 2002, por el erudito, Réginald Hamel, en la, Bibliothèque Nationale de France. Fue publicado en Francia, en 2004, por, Honoré-Champion.

     Frank Wild Reed (1874-1953), un farmacéutico neozelandés que nunca visitó Francia, acumuló la mayor colección de libros y manuscritos relacionados con Dumas, fuera de Francia.
     La colección contiene alrededor de 3.350 volúmenes, incluidas unas 2.000 hojas escritas a mano por Dumas, y decenas de primeras ediciones en francés, belga e inglés. La colección fue donada a las bibliotecas de Auckland, después de su muerte. Reed escribió la bibliografía más completa de Dumas.

     En 2002, con motivo del bicentenario del nacimiento de Dumas, el presidente francés, Jacques Chirac, celebró una ceremonia en honor al autor, al volver a enterrar sus cenizas en el mausoleo del Panteón, donde fueron enterradas muchas luminarias francesas. Cuando Chirac ordenó el traslado al mausoleo, los aldeanos de Villers-Cotterets, la ciudad natal de Dumas, inicialmente se opusieron, argumentando que Dumas expuso en sus memorias que quería ser enterrado allí.
     El pueblo finalmente cedió a la decisión del gobierno, y el cuerpo de Dumas fue exhumado de su cementerio, y colocado en un nuevo ataúd, en preparación para el traslado. El proceso fue televisado: el nuevo ataúd estaba envuelto en una tela de terciopelo azul, y transportado sobre un cajón flanqueado por cuatro guardias republicanos a caballo, disfrazados de los cuatro mosqueteros. Fue transportado a través de París, hasta el Panteón. En su discurso, Chirac dijo:

Contigo éramos, D'Artagnan, Montecristo, o Bálsamo, cabalgando por los caminos de Francia, recorriendo campos de batalla, visitando palacios, y castillos... contigo, soñamos.

     Chirac reconoció el racismo que había existido en Francia, y dijo que volver a ser enterrado en el Panteón, había sido una forma de corregir ese error, ya que Alexandre Dumas fue consagrado junto a sus grandes autores, Víctor Hugo, y Émile Zola. Chirac señaló que, si bien Francia ha producido muchos grandes escritores, ninguno ha sido tan leído como Dumas. Sus novelas han sido traducidas a casi 100 idiomas. Además, han inspirado más de 200 películas.

    En junio de 2005, se publicó en Francia la última novela de Dumas, El Caballero de Sainte-Hermine, que presenta la batalla de Trafalgar. Dumas describió a un personaje ficticio que mató a Lord Nelson. Nelson fue asesinado a tiros por un francotirador desconocido. Al escribir y publicar la novela en serie, en 1869, Dumas casi la había terminado antes de su muerte. Fue la tercera parte de la trilogía, Sainte-Hermine.
     Claude Schopp, un académico de Dumas, notó una carta en un archivo, en 1990, que lo llevó a descubrir la obra inacabada. Le llevó años investigarlo, editar las partes completadas, y decidir cómo tratar la parte inacabada. Schopp finalmente escribió los últimos dos capítulos y medio, basándose en las notas del autor, para completar la historia. Publicado por, Éditions Phébus, vendió 60.000 ejemplares, lo que lo conviertió en un éxito de ventas.
    Traducido al inglés, se lanzó en 2006 como, The Last Cavalier, y ha sido traducido a otros idiomas. Desde entonces, Schopp ha encontrado material adicional relacionado con la saga, Sainte-Hermine. Schopp los combinó para publicar la secuela, Le Salut de l'Empire, en 2008. (Wikipedia en inglés).

    El Conde de Montecristo, en francés: Le Comte de Monte-Cristo, es una novela de aventuras escrita por el autor francés, Alexandre Dumas, padre, terminada en 1844. Es una de las obras más populares del autor, junto con, Los Tres Mosqueteros. Como muchas de sus novelas, se amplió a partir de los esquemas de la trama sugeridos por su colaborador, y escritor fantasma, Auguste Maquet.

    La historia tiene lugar en Francia, Italia y las islas del Mediterráneo, durante los acontecimientos históricos de 1815-1839: la era de la Restauración Borbónica, hasta el reinado de Luis Felipe de Francia. Comienza el día en que Napoleón abandonó su primera isla de exilio, Elba, comenzando el período de los, Cien Días, en el que Napoleón regresó al poder. El escenario histórico es un elemento fundamental del libro, una historia de aventuras centrada en temas de esperanza, justicia, venganza, misericordia y perdón.

     Antes de poder casarse con su prometida, Mercédès, Edmond Dantès, un primer oficial francés de diecinueve años del Pharaon, es acusado falsamente de traición, arrestado y encarcelado sin juicio en el Castillo de If, una sombría isla fortaleza, frente a Marsella. Un compañero de prisión, el Abbé Faria, deduce correctamente que el rival romántico, Fernand Mondego, el envidioso compañero de tripulación, Danglars, y el magistrado corrupto, De Villefort, son los responsables.
     Durante el transcurso de su largo encarcelamiento, Faria educa a Dantès, y le cuenta sobre un tesoro que encontró. Después de la muerte de Faria, Dantès escapa y encuentra el tesoro. Como el poderoso y misterioso Conde de Montecristo, Edmundo Dantes ingresa al elegante mundo parisino de la década de 1830, para vengarse.

     El libro se considera un clásico literario en la actualidad. Según Lucy Sante, "El Conde de Montecristo se ha convertido en un elemento fijo de la literatura de la civilización occidental.”

Trama

Marsella y el Castillo de If

    El día del 26 de febrero, de 1815, en que Napoleón escapa de Elba, Edmond Dantès navega con el barco, Pharaon, hacia Marsella, tras la muerte del capitán Leclère. El propietario del barco, Morrel, nombrará a Dantès el próximo capitán. En su lecho de muerte, Leclère encargó a Dantès que entregára un paquete al general Bertrand, exiliado con Napoleón, y una carta, cuya procedencia es de la Isla de Elba, a un hombre desconocido en París.

     Su compañero de tripulación, Danglars, está celoso del rápido ascenso de Dantès. En vísperas de la boda de Dantès, con su prometida catalana, Mercédès, Danglars conoce a Fernand Mondego, primo de Mercédès, y rival por su afecto, y los dos traman un complot para acusarlo anónimamente de ser bonapartista. El vecino de Dantès, Caderousse, está presente; él también está celoso de Dantès, pero aunque se opone al complot, se emborracha demasiado para impedirlo.

     Dantès es arrestado, y el cobarde Caderousse guarda silencio. Villefort, el fiscal adjunto de la corona en Marsella, destruye la carta de Elba, cuando descubre que está dirigida a su propio padre, Noirtier, un bonapartista, sabiendo que destruiría su propia carrera política. Para silenciar a Dantès, lo condena sin juicio a cadena perpetua. Después de los Cien Días, Napoleón es derrotado, y Luis XVIII recupera el trono.

     Después de seis años de aislamiento, en el castillo de If, Dantès está al borde del suicidio, cuando el Abbé Faria, un prisionero italiano de mediana edad, cava un túnel de escape que por error termina en la celda de Dantès. Faria revela que es sacerdote y erudito. Había sido encarcelado en 1807, después de participar en disturbios políticos por la unificación de Italia, y llevado al castillo de If, en 1811.

     Durante los siguientes ocho años, Faria educa a Dantès en idiomas, historia, cultura, matemáticas, química, medicina y ciencias. Sabiendo que está al borde de la muerte por catalepsia, Faria le cuenta a Dantès la ubicación de un gran tesoro escondido en la isla de Montecristo, que descubrió descifrando una carta del cardenal, Cesare Spada, a su sobrino y heredero; Ambos hombres fueron envenenados por el Papa Alejandro VI, el padre de César y Lucrecia Borgia. Faria se dirigía a recuperar el tesoro, pero fue capturado por las autoridades italianas.

     El 28 de febrero de 1829 muere Faria. Dantès lleva el cuerpo a su celda y se coloca él mismo, en el saco funerario. Cuando lo arrojan al mar, Dantès corta el saco y nada hasta una isla cercana, donde es rescatado por contrabandistas genoveses. Se une a la tripulación del barco.

     Meses después, localiza y recupera el tesoro. Dantès regresa a Marsella en busca de información para su venganza. Posteriormente compra la isla de Montecristo, y el título de conde del gobierno toscano.

     Viajando como el Abbé Busoni, Dantès conoce a Caderousse, ahora casado, y que vive en la pobreza, que lamenta no haber intervenido en el arresto de Dantès. Caderousse le informa que Mercédès se había resignado, después de dieciocho meses de esperar el regreso de Dantès, a casarse con Fernand, con quien tiene un hijo, Albert.
     Caderousse nombra a Danglars y Mondego como los hombres que lo traicionaron, y también que el padre de Dantès, murió de hambre auto infligida. Tanto Danglars como Mondego, han prosperado enormemente.
     Danglars se convirtió en especulador, amasó una fortuna, y se casó con la rica viuda, Madame de Norgonne. Mondego, por su parte, sirvió en el ejército francés, y ascendió al rango de teniente coronel, en 1829. Dantès recompensa a Caderousse con un diamante.

     Al enterarse de que su antiguo empleador, Morrel, se enfrenta a la quiebra, Dantès, haciéndose pasar por representante de la empresa Thomson y French, compra las deudas de Morrel, y le concede un respiro de tres meses. Al cabo de los tres meses, y sin forma de pagar sus deudas, Morrel está a punto de suicidarse, cuando se entera de que han sido pagadas misteriosamente, y que uno de sus barcos perdidos, ha regresado con el cargamento lleno, reconstruido en secreto y cargado por Dantés.

Venganza

    Dantès reaparece nueve años después, en 1838, como el misterioso y fabulosamente rico, Conde de Montecristo. Mondego es ahora el conde de Morcerf, Danglars un barón y banquero, y Villefort un, procureur du roi, o fiscal del rey.

    En Roma, durante el Carnaval, Dantès planea que el vizconde Albert de Morcerf, hijo de Mercédès y Mondego, sea capturado por el bandido Luigi Vampa. Dantès, "rescata," al niño, quien introduce al Conde en la sociedad parisina. Dantès deslumbra a Danglars con su riqueza, y le convence para que le conceda un crédito de seis millones de francos, aproximadamente 100.000.000 de euros en la actualidad. Dantès se encuentra con Mercédès por primera vez en 23 años; ella queda extrañamente sorprendida al verlo.

     Dantès compra una casa en Auteuil, un barrio de París. Cuando su criado, un corso llamado, Bertuccio, se pone nervioso en la casa, Dantès le hace explicar el motivo. Bertuccio revela que tuvo un hermano mayor que lo crió después de quedar huérfano. El hermano de Bertuccio, fue emboscado y asesinado en 1815, en Nimes, donde presidía Villefort. La muerte de su hermano, lo dejó a él y a la viuda de su hermano, Assunta, en la indigencia, lo que lo obligó a dedicarse al contrabando. Bertuccio exigió que Villefort procesára a los asesinos, pero él se negó. Cuando Bertuccio amenazó a Villefort, éste pidió ser trasladado.

     Bertuccio siguió a Villefort hasta Auteuil, y finalmente lo encontró a finales de septiembre de 1815, el día en que Madame Danglars, entonces viuda, dio a luz a su hijo ilegítimo en la casa que más tarde el conde compró al suegro de Villefort. Para encubrir el asunto, Villefort le dijo a Madame Danglars, que el niño había nacido muerto, pero en realidad lo asfixió y lo enterró en una caja con un trozo de tela de lino, que revelaba su noble ascendencia, inscrito con las letras "H" y "N" , que más tarde se reveló que indicaba a Hermine de Norgonne, en el jardín.
     Durante el entierro secreto, Bertuccio apuñaló a Villefort, desenterró al niño, y lo resucitó tras huir. Dejó al niño en un asilo de París. Después de recuperarse de su herida, le ordenó a Villefort que se dirigiera al sur. Más tarde, Villefort rastreó al bebé hasta el asilo donde Bertuccio lo había dejado, pero le dijeron que una mujer, Assunta, en posesión de la mitad del lienzo, se lo había llevado.

Assunta crió al niño, y lo llamó Benedetto, pero el niño se dedicó a la delincuencia, cuando tenía 11 años. Un día, después de que Assunta se negó a darle dinero, Benedetto y dos compañeros la torturaron, y ella murió a causa de sus heridas.

     Bertuccio se detiene en el alojamiento de Caderousse en busca de refugio. En el interior, ve a Caderousse negociando con un joyero la venta del diamante que le regaló Dantès. El joyero se ve obligado a pasar la noche debido a una tormenta. Esa noche, Caderousse mata a su esposa y al joyero, y luego huye con el diamante y el dinero. Bertuccio entra a la casa, pero es descubierto por las autoridades y arrestado por los asesinatos.
    Mientras está en prisión, Bertuccio le revela la verdad al Abbé Busoni, quien confirma su historia. Poco antes del inicio del juicio, Caderousse es capturado y repatriado a Francia, donde confiesa, lo que conduce a la liberación de Bertuccio. Sigue el consejo del Abbé Busoni, de trabajar para el Conde.

    Benedetto es condenado a las galeras con Caderousse. Después de que Dantès libera a la pareja, usando el alias, "Lord Wilmore", el Conde induce a Benedetto a tomar la identidad de, "Vizconde Andrea Cavalcanti," y lo presenta a la sociedad parisina. Andrea se congracia con Danglars, quien le desposa a su hija, Eugénie, sin saber que son medio hermanos, después de cancelar su compromiso con Albert.
     Mientras tanto, Caderousse chantajea a Andrea y amenaza con revelar su pasado si no comparte su nueva riqueza. Acorralado por el Abbé Busoni, mientras intenta robar en la casa del Conde, Caderousse ruega que se le dé otra oportunidad. Dantès le obliga a escribir una carta a Danglars, exponiendo a Cavalcanti como un impostor. Cuando Caderousse abandona la finca, Andrea lo apuñala. Caderousse dicta una declaración en su lecho de muerte nombrando a su asesino, y el Conde le revela su verdadera identidad a Caderousse, antes de morir.

     El Conde ha publicado en un periódico francés cómo el padre de Alberto hizo su fortuna en Grecia: mediante la traición y el asesinato de su empleador, Ali Pasha. Fernand robó la fortuna de Ali Pasha, y vendió como esclavas a la esposa de Ali, Vasiliki, y a su hija de cuatro años, Haydée. Dantès compró a Haydée cuando ella tenía 13 años. Albert culpa al conde por la caída de su padre, y lo desafía a duelo. Mercédès, habiendo reconocido a Montecristo como Dantès, le ruega que perdone a su hijo.
     Ella se entera de las injusticias que le han infligido, pero lo convence de que no mate a su hijo. Al darse cuenta de que Dantès tiene la intención de dejar que Albert lo mate, le revela la verdad a Albert, lo que hace que él se disculpe públicamente con el Conde. Albert y Mercédès repudian a Fernand, renuncian a sus títulos y riquezas, y parten para comenzar una nueva vida. Albert se alista como soldado, mientras Mercedes parte a un convento. Fernand se enfrenta al Conde de Montecristo, quien le revela su identidad. Fernand se pega un tiro, suicidandose.

     Valentine, hija de Villefort de su primera esposa, heredará la fortuna de su abuelo, Noirtier, y de los padres de su madre, los Saint-Mérans, mientras que la segunda esposa de Villefort, Héloïse, busca la fortuna para su hijo Édouard. El Conde conoce las intenciones de Héloïse, y le enseña las técnicas del veneno. Héloïse envenena a los Saint-Méran, y Valentine hereda su fortuna. Valentine es desheredada brevemente por Noirtier, en un intento de evitar el inminente matrimonio de Valentine, con Franz d'Épinay, a quien no ama; el matrimonio se cancela cuando d'Épinay, se entera por Noirtier, de que su padre, a quien creía asesinado por bonapartistas, fue asesinado por Noirtier en un duelo.

     Después de un intento fallido contra la vida de Noirtier, que deja muerto al sirviente de Noirtier, Barrois, Héloïse apunta a Valentine para que Édouard se quede con la fortuna. Sin embargo, a los ojos de su padre, Valentine es la principal sospechosa de las muertes de los Saint-Méran y los Barrois. Al enterarse de que Maximilien, el hijo de Morrel, está enamorado de Valentine, el Conde la salva haciendo que parezca que el plan de Héloïse, de envenenar a Valentine, ha tenido éxito. Villefort, al enterarse por Noirtier de que Héloïse es la verdadera asesina, le da la opción de ejecutarla públicamente, o suicidarse.

     Andrea, que huye después de que la carta de Caderousse, lo delata, es arrestado y devuelto a París. Eugènie Danglars, también huye con su novia. Villefort procesa a Andrea. Bertuccio le cuenta a Andrea, en prisión, quién es su padre. En su juicio, Andrea revela que es el hijo de Villefort, y que fue rescatado después de que Villefort lo enterró vivo. Villefort admite su culpa, y corre a casa para evitar el suicidio de su esposa, pero ya es demasiado tarde; ella está muerta y también ha envenenado a su hijo. El Conde se enfrenta a Villefort, revelando su verdadera identidad, lo que vuelve loco a Villefort. Dantès intenta resucitar a Édouard, pero no lo logra, lo que le hace preguntarse si su venganza ha ido demasiado lejos.

     Para su venganza final, el Conde soborna a un telegrafista para que envíe un telegrama falso al, Ministerio del Interior, afirmando que el pretendiente al trono español, ha regresado a Barcelona, con aclamación popular. Esta noticia devalúa los bonos españoles, en los que Danglars había invertido seis millones de francos. Sin embargo, después de que se demuestra que la noticia es falsa, Danglars termina perdiendo 700.000 francos, y luego otros 8-900.000 después de que un hombre llamado Jacopo Manfredi, cómplice secreto del conde, misteriosamente quiebra, y no cumple con sus obligaciones.
     Finalmente, debido a una mayor manipulación del mercado, Danglars se queda con una reputación arruinada, y 5.000.000 de francos que tenía en depósito para los hospitales. El conde exige esta suma para cumplir su contrato de crédito, y Danglars malversa el fondo del hospital. Huye a Italia, con el recibo del conde, por el dinero que pidió al banquero Danglars, y 50.000 francos. Al salir de Roma, es secuestrado por Luigi Vampa. Obligado a pagar precios exorbitantes por los alimentos y el agua, Danglars paga con sus ganancias mal habidas. Dantès devuelve el dinero a los hospitales de forma anónima, ya que Danglars le había dado el dinero al conde. Danglars finalmente se arrepiente de sus crímenes, y Dantès, ablandado, lo perdona y le permite partir con sus 50.000 francos.

Resolución y Regreso a Oriente

Maximilien Morrel, creyendo que Valentine está muerta, contempla el suicidio después de su funeral. Dantès revela su verdadera identidad, y explica que años antes rescató al padre de Morrel de la quiebra. Convence a Maximilien para que rechace el suicidio. En la isla de Montecristo, reúne a Valentine con Maximilien, y revela la verdadera secuencia de los acontecimientos. Habiendo encontrado la paz, Dantès deja a la pareja parte de su fortuna en la isla, y parte hacia Oriente, para comenzar una nueva vida con Haydée, a quien le ha declarado su amor. El lector se queda con un pensamiento final: "l'human sagesse était tout entière dans ces deux mots: listeningre et espérer!" ("toda la sabiduría humana está contenida en estas dos palabras, Escucha y Espera").

Caracteres

Edmond Dantés y sus Alias

Edmond Dantès (nacido en 1796): Marinero con buenas perspectivas, comprometido con Mercédès. Después de su transformación en el, Conde de Montecristo, revela su verdadero nombre a sus enemigos, a medida que se completa cada venganza. Durante el transcurso de la novela, se enamora de Haydée.

El Conde de Montecristo: La identidad que asume Dantès, cuando sale de prisión, y adquiere su gran fortuna. Como resultado, al Conde de Montecristo se le suele asociar con una frialdad y amargura, que proviene de una existencia basada únicamente en la venganza. Este personaje piensa en, Lord Wilmore, como un rival.

Secretario jefe de la firma bancaria Thomson & French, un inglés.

Lord Wilmore: un inglés y la persona en la que Dantès realiza actos aleatorios de generosidad.

Sinbad el Marinero: El personaje que Dantès asume, cuando salva a la familia Morrel, y mientras hace negocios con contrabandistas y bandidos.

Abbé Busoni: La personalidad de un sacerdote italiano, con autoridad religiosa.

Monsieur Zaccone: Dantès, disfrazado de Abbé Busoni, y nuevamente como Lord Wilmore, le dice a un investigador que este es el verdadero nombre del Conde de Montecristo.

Número 34: Nombre que le dio el nuevo gobernador del Castillo de If. Al resultarle demasiado tedioso saber el verdadero nombre de Dantès, lo llamaron por el número de su celda.

El Marinero Maltés: Nombre con el que se le conoció, tras su rescate por parte de contrabandistas de la isla de Tiboulen.

Aliados de Dantés

Abbé Faria: Sacerdote y sabio italiano. Encarcelado en el castillo de If. El amigo más querido de Edmond, y su mentor y maestro, mientras estuvo en prisión. En su lecho de muerte, le revela a Edmond el tesoro secreto escondido en Montecristo. Basado parcialmente en el histórico, Abbé Faria.

Giovanni Bertuccio: Mayordomo y servidor muy leal del Conde de Montecristo. El Conde lo conoce por primera vez en su papel de Abbé Busoni, confesor de Bertuccio, cuyo pasado está relacionado con el señor de Villefort. La cuñada de Bertuccio, Assunta, fue la madre adoptiva de Benedetto.

Luigi Vampa: Célebre bandido y fugitivo italiano.

Peppino: Ex pastor, se convierte en miembro de la pandilla de Vampa. El Conde dispone que se conmute su ejecución pública en Roma, lo que hace que sea leal al Conde.

Ali: El esclavo nubio mudo de Montecristo.

Baptistin: Valet-de-chambre de Montecristo.

Jacopo: Un contrabandista pobre, que ayuda a Dantès a sobrevivir después de escapar de prisión. Cuando Jacopo demuestra su lealtad desinteresada, Dantès lo recompensa con su propio barco y tripulación. Jacopo Manfredi es un personaje aparte, el, "quebrado de Trieste", cuyo fracaso financiero contribuye al agotamiento de la fortuna de Danglars.

Haydée (a veces escrita como Haidee): La joven y hermosa esclava de Montecristo. Es hija de Ali Tebelen. Comprada, y esclavizada porque mataron a su padre, ella es parte del plan de Dantès para vengarse de Fernand. Al final, ella y Montecristo se convierten en amantes.

Familia Morcerf

Mercédès Mondego (de soltera Herrera): Chica catalana, prometida de Edmond Dantès al principio de la historia. Más tarde, se casa con Fernand, y tienen un hijo llamado Albert. Está consumida por la culpa, por la desaparición de Edmond, y puede reconocerlo cuando lo vuelve a encontrar. Al final, regresa a Marsella, viviendo en la casa que perteneció al padre Dantès, que le regaló el propio Montecristo, rezando por Alberto, que dejó Francia para ir a África como soldado, para comenzar una vida nueva, y más honorable. Se la retrata como una mujer compasiva, amable y cariñosa, que prefiere pensar en sus seres queridos, que en sí misma.

Fernand Mondego: Conde de Morcerf, ex pescador catalán en el pueblo español cerca de Marsella, rival de Dantès, y primo de Mercédès, a quien juró amor eterno, y la persona con la que eventualmente se casará. Fernand ayudó a incriminar a Edmond, enviando la carta de acusación, en un último intento desesperado por no perder a Mercédès para siempre. Más tarde, alcanzaría el alto rango de general en el ejército francés, y se convertiría en par de Francia, en la, Chambre des Pairs, manteniendo en secreto su traición al Pasha Alì Tebelen, y la venta como esclavas, tanto de su hija, Haydée, como de su madre, Vasiliki. Con el dinero ganado, compró el título de, "Conde de Morcerf," para traer riqueza y una vida más placentera para él y su familia. A través del libro, muestra un profundo afecto y cuidado por su esposa e hijo. Encontraría su trágico final en los últimos capítulos, suicidándose, en la desesperación de haber perdido a Mercédès y Albert, repudiados por ellos, cuando descubrieron sus crímenes ocultos.

Albert de Morcerf: Hijo de Mercédès y Fernand. Se le describe como un joven de muy buen corazón, alegre y despreocupado, y aficionado a Montecristo, a quien ve como un amigo. Tras reconocer la verdad de los crímenes de guerra de su padre, y la falsa acusación hacia el marino, Edmond Dantès, decide dejar su hogar con Mercédès, y empezar una nueva vida como soldado bajo el nombre de "Herrera" apellido de soltera de su madre, viajando a África en busca de fortuna, y para traer un nuevo honor a su apellido.

Familia Danglars

Barón Danglars: El celoso oficial subalterno de Dantès, y el cerebro detrás de su encarcelamiento, más tarde un rico banquero. Se arruina y se queda sólo con 50.000 francos, después de robar 5.000.000 francos.

Madame Hermine Danglars (antes baronesa Hermine de Nargonne de soltera de Servieux): Una vez viuda, tuvo una aventura con Gérard de Villefort, un hombre casado. Tuvieron un hijo ilegítimo, Benedetto.

Eugénie Danglars: Hija del barón Danglars y de Hermine Danglars. Tiene un espíritu libre, y aspira a convertirse en una artista independiente.

Familia Villefort

Gérard de Villefort: Fiscal adjunto que encarcela a Dantès, y luego se hace conocido mientras Dantès se venga. Se vuelve loco, después de que se exponen sus crímenes.

Renée de Villefort, Renée de Saint-Méran: Primera esposa de Gérard de Villefort, madre de Valentine.

El marqués y la marquesa de Saint-Méran: los padres de Renée.

Valentine de Villefort: Hija de Gérard de Villefort, y su primera esposa, Renée. Enamorada de Maximilien Morrel. Comprometida con el barón, Franz d'Épinay. Tiene 19 años, cabello castaño, ojos azul oscuro, y "manos largas y blancas".

Monsieur Noirtier de Villefort: El padre de Gérard de Villefort, y abuelo de Valentine, Édouard, y, sin saberlo, Benedetto. Un antirrealista comprometido. Está paralizado, y sólo puede comunicarse con los ojos, pero conserva sus facultades mentales, y actúa como protector de Valentine.

Héloïse de Villefort: La asesina, segunda esposa de Gérard de Villefort, madre de Édouard.

Édouard de Villefort (Edward): El único hijo legítimo de Villefort.

Benedetto: Hijo ilegítimo de De Villefort, y la baronesa Hermine Danglars, Hermine de Nargonne, criado por Bertuccio y su cuñada, Assunta, en Rogliano. Se convierte en, "Andrea Cavalcanti," en París.

Familia Morrel

• Pierre Morrel: Empleador de Dantès, propietario de Morrel & Son.

• Maximilien Morrel: Hijo de Pierre Morrel, un capitán del ejército que se hace amigo de Dantès. Enamorado de Valentína de Villefort.

Julie Herbault: Hija de Pierre Morrel, esposa de Emmanuel Herbault.

Emmanuel Herbault: Empleado de Morrel & Son, que se casa con Julie Morrel, y sucede en el negocio.

Otros Personajes

Gaspard Caderousse: Originalmente sastre, y luego dueño de una posada, era vecino y amigo de Dantès, a quien no logra proteger, al comienzo de la historia. El Conde primero recompensa a Caderousse con un valioso diamante. Caderousse, luego comete graves delitos de asesinato, pasa un tiempo en prisión, y termina siendo asesinado por Andrea Cavalcanti.

Madeleine Caderousse, de soltera Radelle: Esposa de Caderousse, quien, según el tribunal, es responsable del asesinato de un joyero judío. Ella también muere en el incidente.

Louis Dantès: el padre de Edmond Dantès, que muere de hambre durante el encarcelamiento de su hijo.

Barón Franz d'Épinay: Amigo de Albert de Morcerf, primer prometido de Valentine de Villefort. Originalmente, Dumas escribió parte de la historia, incluidos los acontecimientos de Roma y el regreso de Albert de Morcerf y Franz d'Épinay a París, en primera persona desde el punto de vista de Franz d'Épinay.

Lucien Debray: Secretario del Ministro del Interior, amigo de Albert de Morcerf y amante de Madame Danglars, a quien proporciona información privilegiada sobre inversiones, que luego ella transmite a su marido.

Beauchamp: periodista y redactor jefe de, l'Impartial, y amigo de Albert de Morcerf.

Raoul, barón de Château-Renaud: Miembro de una familia noble y amigo de Albert de Morcerf.

Louise d'Armilly: profesora de música de Eugénie Danglars y amiga íntima de ella.

Monsieur de Boville: Originalmente inspector de prisiones, más tarde detective de la policía de París y más tarde síndico general de organizaciones benéficas.

Barrois: Antiguo servidor de confianza de Monsieur de Noirtier.

Señor d'Avrigny: Médico de familia que atiende a la familia Villefort.

Mayor (también marqués) Bartolomeo Cavalcanti: anciano que desempeña el papel del padre del príncipe Andrea Cavalcanti.

Ali Tebelen (Ali Tepelini en algunas versiones): Líder nacionalista albanés, Pasha de Yanina, a quien Fernand Mondego traiciona, lo que lleva al asesinato de Ali Pasha, a manos de los turcos, y a la toma de su reino. Fernand vende como esclavas a su esposa Vasiliki, y a su hija, Haydée.

Condesa Teresa Guiccioli: En realidad, su nombre no aparece en la novela. Se la conoce como, "Condesa G—".

Temas

     El escenario histórico es un elemento fundamental del libro, una historia de aventuras, que trata principalmente de temas de esperanza, justicia, venganza, misericordia, redención y perdón. Se centra en un hombre que es encarcelado injustamente, escapa de la cárcel, adquiere una fortuna, y se propone vengarse de los responsables de su encarcelamiento.

Antecedentes de los Elementos de la Trama

    En 1843, antes de que se escribiera, El Conde de Montecristo, se publicó una novela corta titulada, Georges, de Dumas. Ésta novela, es de particular interés para los estudiosos, porque Dumas reutilizó muchas de las ideas y recursos argumentales de, El Conde de Montecristo.

     Dumas escribió que el germen de la idea de venganza, como tema de su novela, El Conde de Montecristo, provino de una anécdota, Le Diamant et la Vengeance, publicada en una memoria de incidentes ocurridos en Francia en 1838, escrita por un archivero de la policía de París. El archivero era, Jacques Peuchet, y el libro de varios volúmenes se llamaba, Memorias de los Archivos de la Policía de París, en español. Dumas incluyó este ensayo en una de las ediciones de su novela publicada en 1846.

    Peuchet contó la historia de un zapatero, Pierre Picaud, que vivía en Nimes en 1807, que estaba comprometido para casarse con una mujer rica, cuando tres amigos celosos, lo acusaron falsamente de ser un espía en nombre de Inglaterra, en un período de guerras entre Francia e Inglaterra. Picaud fue puesto bajo arresto domiciliario, en el Fuerte Fenestrelle, donde sirvió como sirviente de un rico clérigo italiano. Cuando el clérigo murió, dejó su fortuna a Picaud, a quien había comenzado a tratar como a un hijo.
    Luego, Picaud pasó años planeando su venganza contra los tres hombres responsables de su desgracia. Apuñaló al primero, con una daga en la que estaban impresas las palabras, "Número uno," y luego, envenenó al segundo. Atrajo al hijo del tercer hombre al crimen, y a su hija a la prostitución, y finalmente, apuñaló al hombre mismo. Este tercer hombre, llamado Loupian, se había casado con la prometida de Picaud, mientras Picaud estaba detenido.

    En otra de las historias reales, relatadas por Ashton-Wolfe, Peuchet describe un envenenamiento en una familia. Esta historia también se menciona en la edición Pléiade, de esta novela, y probablemente sirvió de modelo para el capítulo de los asesinatos en el seno de la familia Villefort.
     La introducción a la edición Pléiade, menciona otras fuentes de la vida real: un hombre llamado Abbé Faria, existió, fue encarcelado, pero no murió en prisión; Murió en 1819 y no dejó un gran legado a nadie. En cuanto a Dantès, su destino es muy diferente al de su modelo, en el libro de Peuchet, ya que ese modelo es asesinado por el, "Caderousse," de la trama.

Publicación

   El Conde de Montecristo, se publicó originalmente en el, Journal des Débats, en dieciocho partes. La serialización se realizó del 28 de agosto de 1844, al 15 de enero de 1846. La primera edición en forma de libro, fue publicada en París, por Pétion, en 18 volúmenes, los dos primeros publicados en 1844, y los dieciséis restantes, en 1845. La mayoría de las ediciones piratas belgas, la primera edición de París, y muchas otras, hasta la edición ilustrada de, Lécrivain et Toubon, de 1860, presentan un error ortográfico en el título con "Christo" en lugar de, "Cristo".

     La primera edición que presentó la ortografía correcta, fue la edición ilustrada de, L'Écho des Feuilletons, París 1846. Esta edición incluía láminas de Paul Gavarni, y Tony Johannot, y se decía que estaba, "revisada" y "corregida", aunque sólo la estructura del capítulo parece haber sido alterada con un capítulo adicional titulado, La Maison des Allées de Meilhan, habiéndose creado dividiendo, Le Départ, en dos.

Traducciones al Inglés

     La primera aparición de, El Conde de Montecristo, en inglés, fue la primera parte de una serialización de W. Harrison Ainsworth, en el volumen VII, de la, Revista Ainsworth, publicada en 1845, aunque se trataba de un resumen abreviado únicamente de la primera parte de la novela, y se titulaba, El Prisionero de If. Ainsworth tradujo los capítulos restantes de la novela, nuevamente en forma abreviada, y los publicó en los volúmenes VIII y IX de la revista, en 1845, y 1846, respectivamente. Otra serialización abreviada, apareció en, The London Journal, entre 1846 y 1847.

    La primera traducción de un solo volumen en inglés, fue una edición abreviada con grabados en madera, publicada por Geo Pierce, en enero de 1846, titulada, El Prisionero de If, o La Venganza de Montecristo.

     En abril de 1846, el tercer volumen de, Parlor Novelist, Belfast, Irlanda: Simms and M'Intyre, Londres: W S Orr and Company, incluía la primera parte de una traducción íntegra de la novela, de Emma Hardy. Las dos partes restantes, se publicarían como los volúmenes, I y II, del, Conde de Montecristo, en los volúmenes 8 y 9, del, Parlor Novelist, respectivamente.

     La traducción al inglés más común es una anónima, publicada originalmente en 1846, por Chapman y Hall. Ésta se publicó originalmente en diez entregas semanales, a partir de marzo de 1846, con seis páginas tipográficas, y dos ilustraciones de M. Valentín. La traducción se publicó en forma de libro, con las veinte ilustraciones en dos volúmenes, en mayo de 1846, un mes después de la publicación de la primera parte de la traducción antes mencionada, por Emma Hardy. La traducción sigue la edición francesa revisada de 1846, con la ortografía correcta de, "Cristo," y el capítulo adicional, La Casa de los Allées de Meilhan.

     La mayoría de las ediciones en inglés de la novela, siguen la traducción anónima. En 1889, dos de los principales editores estadounidenses, Little Brown, y T.Y. Crowell, actualizaron la traducción, corrigiéron errores, y revisaron el texto para reflejar la versión serializada original. Esto resultó en la eliminación del capítulo, La Casa de los Allées de Meilhan, con el texto restaurado al final del capítulo llamado, La Partida.

     En 1955, Collins, publicó una versión actualizada de la traducción anónima, que eliminó varios pasajes, incluido un capítulo completo titulado, El Pasado, y cambió el nombre de otros. Este resumen, fue reeditado por muchos sellos de Collins, y otras editoriales, incluidas Modern Library, Vintage, y la edición de Oxford World's Classics de 1998. Las ediciones posteriores restauraron el texto.
   En 2008, Oxford publicó una edición revisada con traducción de David Coward.
    La edición de 2009, de, Everyman's Library, reimprime la traducción original anónima al inglés, que apareció por primera vez en 1846, con revisiones de Peter Washington, y una introducción de Umberto Eco.

     En 1996, Penguin Classics, publicó una nueva traducción de Robin Buss. La traducción de Buss, actualizó el idioma, hizo que el texto fuera más accesible para los lectores modernos, y restauró el contenido que fue modificado en la traducción de 1846, debido a las restricciones sociales del inglés victoriano, por ejemplo, referencias a los rasgos y comportamiento lésbico de Eugénie, para reflejar la versión original de Dumas.

    Además de lo anterior, también ha habido muchas traducciones abreviadas, como una edición de 1892 publicada por F.M. Lupton, traducida por Henry L. Williams. Ésta traducción también fue publicada por M.J. Ivers en 1892 con Williams usando el seudónimo del profesor William Thiese. Una abreviación más reciente es la traducción de Lowell Bair, para, Bantam Classics, en 1956.

    Muchas traducciones abreviadas omiten el entusiasmo del Conde por el hachís. Cuando sirve mermelada de hachís, al joven francés Franz d'Épinay, el Conde, que se hace llamar, Simbad el Marino, la llama, "nada menos que la ambrosía que Hebe sirvió en la mesa de Júpiter". Cuando llega a París, el Conde blande una caja de esmeralda en la que lleva pequeñas pastillas verdes compuestas de hachís y opio, que utiliza para el insomnio. (Fuente: Capítulos 31, 32, 38, 40, 53 y 77 de la edición íntegra de Pocket Books de 117 capítulos). Dumas era miembro del, Club des Hashischins.

  En junio de 2017, Manga Classics, un sello de, UDON Entertainment, publicó, El Conde de Montecristo, como una edición Manga fielmente adaptada de la novela clásica.

Traducciones Japonesas

   La primera traducción japonesa de Kuroiwa Shūroku, se tituló, "Shigai Shiden Gankutsu-ou" (史外史伝巌窟王, "una historia histórica ajena a la historia, el Rey de la Caverna") y se publicó por entregas, de 1901 a 1902, en el periódico, Yorozu Chouhou, y publicado en forma de libro en cuatro volúmenes, por el editor, Aoki Suusandou, en 1905.

   Aunque las traducciones posteriores utilizan el título, "Monte Cristo-haku" (モンテ・クリスト伯, el Conde de Montecristo), el título "Gankutsu-ou" sigue siendo altamente asociado con la novela, y a menudo se utiliza como alternativa. En marzo de 2016, todas las adaptaciones cinematográficas de la novela llevadas a Japón, utilizaban el título "Gankutsu-ou", con la excepción de la película de 2002, que lo tiene como subtítulo (siendo el título simplemente "Monte Cristo").

     La novela es popular en Japón, y ha generado numerosas adaptaciones, las más notables de las cuales son las novelas, Meiji Gankutsu-ou, de Taijirou Murasame y, Shin Gankutsu-ou, de Kaitarō Hasegawa. Su influencia también se puede ver en cómo uno de los primeros casos destacados de error judicial en Japón, en el que un hombre inocente fue acusado de asesinato y encarcelado durante medio siglo, se conoce en japonés como el, "incidente Yoshida Gankutsu-ou". (吉田岩窟王事件).

En noviembre de 2015, se publicó una adaptación a manga de la novela, titulada, Monte Cristo Hakushaku, (モンテ・クリスト, 伯爵) y realizada por Ena Moriyama.

Traducciones al Chino

    La primera traducción al chino se publicó en 1907. La novela había sido una de las favoritas de Jiang Qing, y la traducción de 1978, se convirtió en una de las primeras novelas extranjeras popularizadas masivamente en China continental, después del final de la Revolución Cultural. Desde entonces, ha habido otras 22 traducciones al chino.

Recepción y Legado

    El trabajo original fue publicado en forma seriada, en el, Journal des Débats, en 1844. Carlos Javier Villafañe Mercado, describió el efecto en Europa:

El efecto de las series, que mantuvieron cautivadas a grandes audiencias... no se parece a ninguna experiencia de lectura que probablemente hayamos conocido nosotros mismos, tal vez algo así como el de una serie de televisión particularmente apasionante. Día tras día, en el desayuno, en el trabajo, o en la calle, la gente hablaba de poco más.

     George Saintsbury, afirmó que, "Se dice que Montecristo fue en su primera aparición, y durante algún tiempo después, el libro más popular en Europa. Quizás ninguna novela en un número determinado de años, tuvo tantos lectores, y penetró en tantos países diferentes". Ésta popularidad también se ha extendido hasta los tiempos modernos. El libro fue, "traducido a prácticamente todos los idiomas modernos, y nunca se ha agotado en la mayoría de ellos. Se han producido al menos veintinueve películas basadas en él... así como varias series de televisión, y muchas películas se han traducido, introduciendo el nombre 'Monte Cristo,' en sus títulos".
     El título, Montecristo, sigue vivo, en una, "famosa mina de oro, una línea de puros cubanos de lujo, un sándwich y una gran cantidad de bares y casinos; incluso acecha en el nombre del ajetreado monte de tres cartas de la esquina".

El escritor y filólogo ruso moderno Vadim Nikolayev consideró, El Conde de Montecristo, una novela megapolifónica.

La novela ha sido la inspiración para muchos otros libros, desde Ben-Hur (1880) de Lew Wallace, hasta un recuento de ciencia ficción en,
The Stars My Destination, de Alfred Bester, y The Stars' Tennis Balls, de Stephen Fry, titulado, Revenge in the U.S.

    La serie, Khaavren Romances, del novelista de fantasía, Steven Brust ha utilizado las novelas de Dumas, particularmente la serie, Los Tres Mosqueteros, como su principal inspiración, reformulando las tramas de esas novelas para que encajen en el mundo establecido de Dragaera de Brust.
    Su novela de 2020, El barón de Magister Valley, sigue su ejemplo, utilizando, El Conde de Montecristo, como punto de partida. Jin Yong ha admitido cierta influencia de Dumas, su novelista no chino favorito. Algunos comentaristas sienten que la trama de, Un Secreto Mortal, se parece a, El Conde de Montecristo, excepto que se basan en diferentes países, y períodos históricos.

Antecedentes Históricos

     El éxito de, El Conde de Montecristo, coincide con el Segundo Imperio de Francia. En la novela, Dumas habla del regreso de Napoleón I, en 1815, y alude a acontecimientos contemporáneos, cuando el gobernador del, Castillo de If, es ascendido a un puesto en el Castillo de Ham. La actitud de Dumas hacia el, "bonapartismo," estaba en conflicto. Su padre, Thomas-Alexandre Dumas, un haitiano de ascendencia mixta, se convirtió en un general exitoso durante la Revolución Francesa.

     En 1840, el cuerpo de Napoleón I, fue llevado a Francia, y se convirtió en objeto de veneración en la, Iglesia de Los Inválidos, renovando el apoyo patriótico popular a la familia Bonaparte. Al comienzo de la historia, el personaje Dantès no está consciente de la política, se considera simplemente un buen ciudadano francés, y está atrapado entre las lealtades en conflicto del realista Villefort, durante la Restauración, y el padre de Villefort, Noirtier, leal a Napoleón, un firme bonapartista, y la lealtad bonapartista de su difunto capitán, en un período de rápidos cambios de gobierno en Francia.

    En, "Causeries" (1860), Dumas publicó un breve artículo, "État Civil du Comte de Monte-Cristo", sobre la génesis del Conde de Montecristo. Parece que Dumas tuvo estrechos contactos con miembros de la familia Bonaparte, mientras vivían en Florencia, en 1841. En un pequeño barco, navegó alrededor de la Isla de Montecristo, acompañado por un joven príncipe, primo de Luis Bonaparte, que se convertiría diez años más tarde en emperador Napoleón III de Francia, en 1851.
     Durante este viaje, prometió a aquel primo de Luis Bonaparte, que escribiría una novela con el nombre de la isla en el título. En 1841, cuando Dumas hizo su promesa, el propio Luis Bonaparte fue encarcelado en la ciudadela de Ham, el lugar mencionado en la novela. Dumas sí lo visitó allí, aunque Dumas no lo menciona en, "Etat civil".

Una Cronología del Conde de Monte Cristo y el Bonapartismo

Durante la vida de Tomás Alejandro Dumas

• 1793: Thomas-Alexandre Dumas es ascendido al rango de general en el ejército de la Primera República Francesa.

• 1794: Desaprueba el terror revolucionario, en el oeste de Francia.

• 1795–1797: Se vuelve famoso, y lucha bajo el mando de Napoleón.

• 1802: Los oficiales negros son despedidos del ejército. El Imperio restablece la esclavitud.

• 1802: Nace su hijo, Alejandro Dumas padre.

• 1806: Muere Thomas-Alexandre Dumas, todavía amargado por la injusticia del Imperio.

Durante la Vida de Alejandro Dumas

• 1832: Muere el único hijo de Napoleón I.

• 1836: Alejandro Dumas ya es famoso como escritor (34 años).

• 1836: Fracasa el primer golpe de Estado de Luis Napoleón, de 28 años.

• 1840: Se aprueba una ley para traer las cenizas de Napoleón I, a Francia.

• 1840: Segundo golpe de estado de Luis Napoleón. Es encarcelado de por vida, y se le conoce como el candidato a la sucesión imperial.

• 1841: Dumas vive en Florencia, y conoce al rey Jérôme, y su hijo Napoleón.

• 1841–1844: Se concibe y escribe la historia.

• 1844–1846: La historia se publica por partes en una revista parisina.

• 1846: La novela se publica íntegramente, y se convierte en un éxito de ventas europeo.

• 1846: Luis Napoleón se escapa de su prisión.

• 1848: Segunda República Francesa. Luis Napoleón es elegido su primer presidente, pero Dumas no vota por él.

• 1857: Dumas publica, État Civil du Comte de Monte-Cristo.

Obras de Teatro y Musicales

   Alexandre Dumas y Auguste Maquet escribieron una serie de cuatro obras, que en conjunto contaban la historia de, El Conde de Montecristo: Montecristo Parte I (1848); Montecristo Parte II (1848); Le Comte de Morcerf (1851) y Villefort (1851). Las dos primeras obras se representaron por primera vez en el, Théâtre Historique, del propio Dumas, en febrero de 1848, y la representación se extendió a lo largo de dos noches, cada una de ellas de larga duración (la primera noche se desarrolló de 18:00 a 00:00).

    La obra también se representó sin éxito en, Drury Lane, en Londres más tarde ese año, donde estallaron disturbios en protesta contra las compañías francesas que actuaban en Inglaterra.

   La adaptación se diferencía de la novela en muchos aspectos: varios personajes, como Luigi Vampa, están excluidos; mientras que la novela incluye muchos hilos argumentales diferentes que se reúnen al final, la tercera y cuarta obras tratan sólo del destino de Mondego y Villefort respectivamente, el destino de Danglars no aparece en absoluto; la obra es la primera en presentar a Dantès gritando, "¡El Mundo es Mío!", una frase icónica que se utilizaría en muchas adaptaciones futuras.

     En 1868 se publicaron dos adaptaciones inglesas de la novela. La primera, de Hailes Lacy, difiere sólo ligeramente de la versión de Dumas, con el principal cambio de que, Fernand Mondego, muere en un duelo con el Conde, en lugar de suicidarse. Mucho más radical fue la versión de Charles Fechter, notable actor franco-anglo. La obra sigue fielmente la primera parte de la novela, omite la sección de Roma, y realiza varios cambios radicales en la tercera parte, entre los que destaca, el hecho de que Alberto es en realidad el hijo de Dantès.
     El destino de los tres antagonistas principales también se modifica: Villefort, cuyo destino se trata bastante temprano en la obra, se suicida después de haber sido frustrado por el Conde que intentaba matar a Noirtier, el medio hermano de Villefort en esta versión; Mondego se suicida tras ser confrontado por Mercedes; Danglars es asesinado por el Conde en un duelo.
   El final ve a Dantès y Mercedes reunidos, y el personaje de Haydée, no aparece en absoluto. La obra se representó por primera vez en el, Adelphi, de Londres, en octubre de 1868. La duración original fue de cinco horas, por lo que Fechter resumió la obra, que, a pesar de las críticas negativas, tuvo una respetable duración de dieciséis semanas. Fechter se mudó a los Estados Unidos, en 1869, y Montecristo fue elegido para la obra inaugural en la inauguración del, Globe Theatre, de Boston, en 1870. Fechter interpretó el papel por última vez, en 1878.

     En 1883, John Stetson, director del Booth Theatre y del Globe Theatre, quiso revivir la obra, y pidió a James O'Neill, el padre del dramaturgo Eugene O'Neill, que interpretára el papel principal. O'Neill, que nunca había visto actuar a Fechter, hizo suyo el papel, y la obra se convirtió en un éxito comercial, si no artístico. O'Neill hizo varios resúmenes de la obra, y finalmente se la compró a Stetson.
    En 1913, se estrenó una película basada en la obra de Fechter, con O'Neill en el papel principal, pero no fue un gran éxito. O'Neill murió en 1920, dos años antes de que se estrenara una película de mayor éxito, producida por Fox, y basada parcialmente en la versión de Fechter. O'Neill llegó a despreciar el papel de Montecristo, que interpretó más de 6.000 veces, sintiendo que su encasillamiento le había impedido desempeñar papeles más gratificantes artísticamente. Este descontento se convirtió más tarde en un punto de la trama de la obra semiautobiográfica de Eugene O'Neill, Long Day's Journey Into Night.
    En 2008, el Teatro Ruso de Opereta de Moscú, presentó un musical, Montecristo, basado en el libro con música de Roman Ignatiev, y letra de Yulii Kim. Seis años después, ganó en el, Festival Internacional Musical de Daegu, en Corea del Sur. La trama original cambió ligeramente, y algunos personajes no se mencionan en el musical.

   El Conde de Montecristo, es un musical basado en la novela, con influencias de la adaptación cinematográfica del libro de 2002. La música está escrita por Frank Wildhorn, y la letra y el libro son de Jack Murphy. Debutó en Suiza en 2009.

El Conde de Montecristo

de Alejandro Dumas

     Corría el año de 1815, cuando Edmundo Dantés, un joven marino marsellés, languidecía en el oscuro calabozo de la Isla de If. Su desesperación era terrible, pues ignoraba, qué maquinaciones y qué fuerzas ocultas le habían llevado hasta allí, y se preguntaba si alguna vez saldría de su lúgubre encierro. Aquello, sin embargo, solo era el principio de un terrible y larguísimo calvario, a lo largo del cual el carácter noble y gentil del marsellés, se iría transformando en odio y un rencor profundos.

     Y después de tan dolorosa prueba, cuando ya todo lo creyera perdido, Edmundo Dantes, por azares de la fortuna, se convertiría en un hombre misterioso y poderoso. Sólo unos meses antes, regresaba de un largo viaje a bordo de un barco mercante. Se sentía contento y optimista, porque Morrell, el armador, le había ofrecido el puesto de capitán en la siguiente travesía. El anciano padre de Dantes y su prometida, la bella catalana Mercedes, le esperaban.
     Ignoraba, sin embargo, que el envidioso marino Danglars, y un enamorado de Mercedes llamado Fernando, tramaban algo contra él. Ambos hombres, por amor a Mercedes, comenzaron su conspiración. Fernando dijo a Danglars, “Todo está arreglado. Hablé con el señor de Villefort, procurador del rey. ¡Nuestro plan le ha parecido soberbio! Nos recibirá mañana.” Poco después, ambos hombres fueron recibidos por el señor Villefort. Fernando dijo, “Aunque no hay suficientes pruebas reales, fabricaremos algunas pruebas, para acusar a ese joven de trabajar contra los borbones, y en favor de Bonaparte.”
     Villefort irónicamente era el verdadero conspirador. Cuando Villefort vio que los dos hombres se retiraban, pensó, “Apareciendo ante la sociedad como el supuesto descubridor de un complot contra el rey, mi supuesta adhesión al trono, quedará confirmada, y nunca sospecharán que soy bonapartista.”
    Todo esto sucedía a raíz de importantes acontecimientos históricos para Francia. Luego de perder la, Batalla de Waterloo, la suerte había cambiado de signo para Napoleón Bonaparte, que había sido traicionado por sus seguidores, y vivía preso en la Isla de Elba, destituido como emperador, mientras Luis XVIII, hermano del guillotinado esposo de María Antonieta, se apoderaba del trono.
     Edmundo Dantes y Mercedes, habían decidido casarse antes de que el partiéra de nuevo, capitaneando ya el barco, a recorrer los mares. De pronto, algunos soldados guiados por Fernando, entraron en la iglesia. Fernando señaló al novio, y dijo a los soldados, “¡Ese es Dantés!” El general dijo a Dantés, “¡Dese preso! Se ha descubierto que usted es un traidor a la patria.”  Mercedes se abrazó a Dantés, y exclamó, “¡Dios mío!”
     El general y un soldado tomaron a Dantes. El general dijo, “¡Venga con nosotros, bandido!” Dantés exclamó, “E-Espere…¡No entiendo! ¡Debe tratarse de una equivocación!” No había manera de resistir al arresto. Entonces, Dantés se dirigió a su padre y le dijo, “Padre, tú y el señor Morrell, averigüen qué es todo esto y traten de aclararlo.” Su padre le dijo, “Sí hijo, lo haremos.” El general le dio un fuetazo, y dijo, “Basta ya de plática basura!” Mercedes gritó, “¡Noooo! ¡Por Dios, no lo lastimen!”
     Fernando se acercó a Mercedes, y le dijo, “No debes llorar por él, Mercedes, te has salvado de casarte con un asqueroso traidor, que forma parte de una maquinación en favor de Bonaparte.” Mercedes exclamó, “No puede ser!” Fernando se había situado muy oportunamente junto a ella. Mercedes lo abrazó, y dijo, “¡Esto es una pesadilla!” Fernando dijo, “¡Pobrecita de ti, pequeña! Anda, desahoga tu angustia en mi hombro, yo siempre seré tu amigo.” El armador Morrell, y el padre de  Edmundo, trataron inútilmente de salvarlo. Mientras salían del juzgado, Morrell dijo al padre de Dantes, “¡Esto es muy extraño! Dicen que es un preso político, y por eso está aislado.”
    El señor Dantés solo dijo, “¡Desdichado hijo mío!” Entretanto, encadenado y debilitado por los golpes y la angustia, con los ojos vendados, Edmundo Dantes era conducido hacia la prisión más inhumana y pavorosa de Francia: La fortaleza de la Isla de If.
     Mercedes había caído gravemente enferma. Fernando estuvo al pendiente de su enfermedad, y dijo a la madre de Mercedes, “El choque emocional ha sido terrible para ella.” La mujer le dijo, “Don Fernando, es usted muy bueno ayudándome a cuidarla.” Y el padre de Edmundo no pudiendo soportar la desaparición cruel y absurda de su único hijo, murió poco después, triste y en miseria. Fernando, quien tambien estuvo presente, en el dolor del padre, le dijo, “¡Lo siento señor Morrel, hicimos lo que pudimos!” El señor Morrel dijo, “¡Que desgracia tan grande!”
     Ignorante de todo aquello, Dantes pasaba noches y días consumiéndose en su oscuro y repugnante calabozo. Sin libros, sin poder hablar con nadie, solo, fue cayendo poco a poco en una especie de seminconsciencia. De la que salía cada mañana, exclusivamente para hacer una raya en la pared, que simbolizaba un nuevo día. Sufrió una crisis de rabia y rebeldía, en que gritaba frecuentemente a sus carceleros, exigiéndoles justicia. “¡Sáquenme de aquí canallas! ¡No soy ningún traidor! ¡Déjeme hablar ante un tribunal, o ante el rey mismo!”
     De pronto su actitud cambió totalmente. Un soldado carcelero se presentó ante el gobernador, y le dijo, “Gobernador, el preso treinta y cuatro, se ha puesto a llorar y a pedir perdón por los, crímenes cometidos.” En efecto, Dantes hablaba solo, diciendo, “¡Yo maté a Luis XVI, a la emperatriz María Antonieta, y a sus hijos pequeños hijos! ¡Causé de la ruina de Francia! ¡Fui soldado de Napoleón! ¡He robado, asesinado, y profanado iglesias! ¡Ah! ¡Soy un perfecto canalla!”
     Tras escucharlo todo, el gobernador dijo, “Creo que realmente se ha vuelto loco. Vigílenlo. Tal vez termine rompiéndose la cabeza contra un muro.” Se trataba de un acceso de locura pasajera, después del cual volvió en sí y suplico a sus carceleros. Mientras un soldado pasaba por su celda, Dantes asomó su cabeza, por la rendija de la puerta y suplicó, “¡Por favor! Tráigame algún libro y papel para escribirle a mi familia y a mi novia.” El soldado se acercó a escucharlo. Dantes dijo, “Al menos déjenme hablar con los otros presos…”
     Pero en aquel infierno, tan naturales peticiones eran vanas. El soldado se retiró sin decir nada. Dantes pensó, “¡Oh Dios mío! ¡Apiádate de mí! ¡Nadie escucha!” Tomó una desesperada decisión. “No puedo más! Me dejaré morir de hambre.” Y cuando el guardia le dejó aquella horrenda sopa, un pan y un jarro con agua, ni siquiera los miró. Dantes pensó, “No tiene sentido vivir así. Apresuraré el final.” Llevaba dos días sin comer, cuando escuchó un ruido en el muro.
     Dantes pensó, “¿Qué será eso? Alguien rasca la pared del otro lado del muro.” Dantes se incorporó de su camastro y pensó, “¡Sí! No creo que se trate de una rata. ¡Es un ser humano quien hace ese ruido!” La sola esperanza de que alguien estuviera cerca de él, además del silencioso guarda, lo animó a seguir viviendo. Dantes pensó, “Es una suerte que aún no haya tirado por el ventanillo el desayuno de hoy, como hice con el pan y la sopa de estos días. ¡Ahora sí voy a comerlos!”
     Lo devoró todo y poco después, miró la cuchara de metal, y pensó, “¡Ah! Creo que esto me ayudará a desprender alguna roseta de la pared.” Retiró el camastro, y comenzó a raspar la hendidura que rodeaba la loseta de piedra. Al comenzar su tarea, los ruidos del otro ladrón del muro cesaron. Dantes dijo, “¡Vaya! ¡No escucho ya nada! ¿Lo habré imaginado?” Pero, después de una pausa, los ruidos iniciaron nuevamente, y Dantes exclamó, “¡Ahí están otra vez!” Cuando supuso que se aproximaba la hora de la cena, esparció la arenilla que había logrado desprender.
     Dantes dijo, “¡Así el carcelero no lo notará!” Apenas tuvo tiempo de colocar de nuevo el camastro en su lugar, cuando el carcelero ya estaba dentro de su celda, colocando su comida. Cuando el carcelero se fue, Dantés dijo, “¡Uf! No se dio cuenta.” Dantes bebió con avidez. Estaba sediento y esta vez ni siquiera notó el insano sabor del agua. Comió con avidez para reponer las energías perdidas por el ayuno suicida, y por la labor en la que se había distraído el día entero.
    Por fin luego de tres jornadas más de trabajo paciente, raspando con el mango de la cuchara, Dantés exclamó, “¡Puf! ¡Logré desprenderla!” Pero cuando metió la cabeza por el hoyo abierto, sólo vio una enorme viga que lo atravesaba, y el resto en total oscuridad. Dantés dijo, “¡Oh Dios mío! ¡Todo ha sido inútil! Esto no conduce a ninguna parte.” De pronto, una voz cascada que venía del fondo negro del túnel, le sobresaltó. La voz dijo, “¿Quién habla de Dios?” Dantés dijo, en voz alta, “¡Soy yo! ¡U-Un desgraciado preso! ¡Edmundo Dantés!”
     Al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, Dantes advirtió que la voz venía de una horadación abierta en la pared más cercana. Dantes dijo, en voz alta, “¿Eras tú quien rascaba?” La voz contestó, “¡Sí! Soy otro habitante de este miserable castillo. Intentaba abrir un túnel que me condujera al mar, pero, por lo visto, equivoqué el camino.” Un ruido proveniente de su propio calabozo, alertó Dantes. Se aproximaba la hora de la cena. Dantes dijo a la voz, “¡Ssshh! No hables más. Viene el guardia.”
     Apenas tuvo tiempo de correr el camastro, logrando que tapara el bloque desprendido, y ocultar con su propio cuerpo el hueco. Dantes pensó, “Menos mal que este hombre no habla con nadie. Parece estar siempre semidormido.” Cuando el guardia se fue, Dantes removió el bloque de piedra y dijo, “¡Se ha ido! Volveré a tapar esto y mañana trataré de agrandar el hueco, y te ayudaré a pasar por él. ¡Buenas noches compañero de desdichas!” Estaba a punto de colocar la piedra, cuando Dantes escuchó la voz que veía del hueco, “Buenas noches hermano! ¡Bendito seas!”
     Dos días después, luego de mucho trabajo, Dantes lograba hacer pasar al otro prisionero hasta su celda. Dantes le dijo, “Debemos hablar en voz baja, no sea que nos oigan!” El hombre le dijo, “¡Es increíble! Llevaba tanto tiempo sin tocar ni escuchar a otro ser humano. Solo ese maldito guardia mudo y ciego, que más bien parece un fantasma.” Dantes le dijo, “¿Quién eres, y desde cuándo estás en una fortaleza?” El hombre le dijo, “Soy el abate Faría. Me trajeron en 1811.” Dantes le dijo, “¡Pobre hombre! ¡Llevas aquí cuatro años más que yo!”
     Ansiosos de conversación, pasaron más de una hora hablando sobre las razones posibles de su condena, hasta que Faría dijo, “Ahora volveré a mi celda. Mañana nos veremos.” Continuaron viéndose diariamente, incluso, abrieron otro pasadizo que condujo a Dantes a la celda del abate. El joven Dantes se asombró al ver los objetos útiles que el anciano había logrado elaborar, a base de las más inusitadas materias primas. Dantes exclamó, “¡Caramba! Un cuchillo, papel, aguja hilo… ¡Y candelas!”
     El anciano abate explicó, “Los primeros meses que pasé en éste encierro, fueron de desesperación, pero luego decidí usar mi ingenio, y fui acumulando la grasa de la comida, para hacer estas candelas. Fabrique papel con la tela de mi camisa, hilos que obtuve de la misma tela, y una aguja que he ido adelgazando, frotando y frotando un trozo de metal contra la piedra.” El anciano tomó un cuchillo, y dijo, “Este cuchillo florentino, logré escamotearlo a la vista de los guardias, cuando me encerraron aquí.”
     Dantes le dijo, “¡Eres un sabio! Y si tanto has logrado hacer en este lugar innoble, cuántos frutos de valor no habría dado en la libertad tu talento, abate.” Los carceleros que le consideraban un loco inofensivo. Obsequiaban a Faría, de vez en cuando, con un pan fresco y algo de vino. Esa noche los compartió con Dantes. Faría le dijo, “Llevaba años escarbando este túnel que por error de cálculo, me condujo a tu celda, cuando lo que yo quería era horadar la pared del castillo de If, que da al mar. Así podía haberme arrojado al agua, y tratar de nadar a alguna isla cercana, de las que están deshabitadas.”
    Dantes dijo, “Pues ahora somos dos. ¡Podemos volver a intentarlo, corrigiendo la desviación!” El abate dijo, “Tu celda da a un patio interior de la prisión. Desde allí sería inútil cavar, amigo mío. Pero estudiaremos con cuidado otras posibilidades. Cuéntame entre tanto, cómo y por qué has sido enterrado en vida, en este lugar infernal.” Dantes narró cómo vivía en Marsella, lo brillante que había sido su carrera de marino, y sus amores con Mercedes. Juró que ignoraba quién lo había implicado en aquel supuesto complot político. El abate le dijo, “Claramente se trató de una trampa, y quienes la tendieron, son los que podían beneficiarse con tu desaparición.”
     El anciano agregó, “Ese Danglars, según dices, marino como tú, ocupó seguramente el cargo de capitán del buque mercante en tu ausencia. El tal Fernando era de todos sabido que estaba locamente enamorado de tu novia Mercedes, ¿No es así? Y a Villefort, procurador real, yo lo conocí; siempre fue una intrigante y ambicioso. Seguramente quedó muy bien ante el monarca, como descubridor del inexistente complot.” Por Primera vez, y gracias al lógico análisis del abate, toda aquella cruel maquinación quedaba clara para Edmundo.
     Dantes dijo, “Si algún día salgo de esta prisión, mis enemigos, mis verdugos, esos malditos que destruyeron mi vida, sudarán sangre.” Continuaron pasando juntos el mayor tiempo posible. Y una tarde, el abate mostró a Dantes el croquis de una parte del castillo que él mismo había dibujado. El abate dijo, “Creo que sí comenzamos de nuevo a excavar, ahora sí, nuestro túnel nos conducirá cerca del acantilado.”
    Enseguida comenzaron a trabajar, abriendo una nueva galería. Pasaron los meses y aún estaban lejos de obtener resultados. La salud del abate decaía. Una noche estuvo a punto de perder el aliento, y suplicó a Dantes, “Pronto hijo. ¡Dame ese frasco! Es mi medicina.” El abate tomó unas gotas de aquel elixir, y se mejoró enseguida. Enseguida, el abate le dijo, “¡Eres un buen muchacho! Podrías haberme dejado morir.”
     Dantes le dijo, “Dejarte morir yo nunca haría eso tú eres como mi padre.” El abate acarició su pelo, y le dijo, “Y tú mi hijo de cautiverio. Por ello voy a premiarte. Quiero que un tesoro del que yo seguramente no podría disfrutar sea tuyo.” Dantes exclamó, “¿Tesoro?” El abate le dio un pedazo de tabla de madrea rota con la siguiente leyenda escrita en pintura, “El tesoro asciende a dos mil escudos romanos. Lo que…hay joyas con extraordinario valor  y es mi voluntad heredar todo ello a mi sobrino. 25 de abril de 149…”
     Dantes lo examinó con gran curiosidad. Con mano todavía temblorosa, el abate sacó un rollito de papel medio quemado debajo de sus cinturón, y dándoselo a Dantes, le dijo, “E-Este papel muestra el camino para obtener una gran fortuna. La casualidad quiso que un día cayera en mis manos. Voy a explicarte de dónde procede este documento, y cómo fue que me hice de él. Solo tú sabrás mi secreto.”
     El abate comenzó a narrar, “Durante el apogeo del reinado de los Borgias, César y el papa Alejandro VI, su tío, tramaron una de sus tanta triquiñuelas. Cesar Borgia le explicó al papa, “Ofrecemos Gloria y poder a dos nobles acaudalados que desean recibir el título de cardenales.” El papa le dijo, “Luego tú te encargarás de eliminarlos…¡Y nos quedaremos con sus bienes! ¡Je, Je, Je!” Uno de los elegidos fue el conde Spada, noble romano acaudalado y prudentísimo.
     Poco tiempo después, el propio César Borgia le invitó a un banquete, donde fue envenenado. Lo que los Borgia ignoraban es que el cardenal había dejado un documento escrito, en el que hablaba de la invitación al banquete, y de cómo temiendo una jugarreta de César, designaba sucesor suyo a su sobrino. Allí, señalaba el monto de su fortuna, y dónde la había ocultado. Casi cuatro siglos después, yo fui contratado como secretario del último descendiente de aquel cardenal, quien me dijo al recibirme, “Pase usted, abate, le suplico que comience por ordenar mi vieja biblioteca.”
     Yo le dije, “Con gusto, signore.” Aquella labor me agradaba, pues encontré algunos volúmenes antiquísimos. Yo pensaba, “El señor conde no sabe lo que tiene.” Aquel viejo breviario cayó por fin en mis manos. Entonces me dije a mi mismo, “¡Esto es una joya! ¡Fue impreso en 1482! ¡Oh! ¿Que será este papel?” Como no parecía tener nada escrito, no le presté mayor atención. Y me dije, “Prenderé con él la chimenea.”
     Cuando lo acerqué a la lumbre, vi con sorpresa que aparecían en él algunos signos escritos, seguramente con esa tinta invisible, cuyas manchas aparecen con el calor. Me dije a mi mismo, “¡Es escritura antigua!” Al leerlo quedé estupefacto, y exclamé, “¡Aquí se habla de un tesoro oculto!” Examiné el breviario, hoja por hoja, y encontré el plano que conduce a la Isla de Montecristo, donde el desdichado conde Spada ocultó su fortuna.
     Estaba guardándome en la cara oculta de mi cinturón, las dos valiosísimas hojas de papel, cuando entraron violentamente los guardias que me traerían a podrirme en vida en esta prisión. Uno de ellos dijo, “¡Aquí está el maldito bonapartista!” El otro dijo, “Si este cobarde conde Spada huyó, al menos atraparemos a su cómplice.” El abate terminó su relato. Entonces Dantes le dijo, “¿Y en realidad eras partidario de Bonaparte, o fue otro embuste con el que a mi me perdió?”
     El abate dijo, “Admiré a napoleón durante los primeros años del consulado. Creí que sería la salvación de Europa. ¡Ja! Pero resultó un arribista, un ambicioso, un palurdo con diadema. El conde Spada seguía por entonces creyendo en él. Yo estaba decepcionado. Pero como yo llevaba su correspondencia, me impliqué en mensajes secretos enviados entre los conspiradores que trabajaban por el regreso de Bonaparte. ¡Eso me condujo aquí!”
     Aproximadamente dos años después, mientras Dantes y el abate seguían cavando el túnel que les llevaría a la libertad, Dantes dijo, “Creo que ya estamos muy cerca de la fachada del castillo de If que da al mar, abate, tal vez mañana mismo podamos escapar.” Pero el abate, quien ya se sentía muy debilitado dijo, “¡Ah, Edmundo, creo que tendrás que ir sin mí! Yo…estoy…ya muy enfermo.”
    Dantes lo llevó en sus brazos hasta su celda, y le dijo, “Te aliviarás en cuanto tomes tu medicina.” Cuando Dantes lo púso en su camastro, el abate le dijo, “¡M-Me muero, Edmundo! Es un nuevo ataque de apoplejía. Ya no siento las piernas. ¡Huye de este infierno! ¡Recupera el tesoro! ¡Son más de dos millones de escudos romanos! ¡Sé feliz, hijo mío!”
    Diciendo esto, exhaló, y Dantes sollozó con el dolor profundo de quien ha perdido a la única persona amada que tenía en este mundo. Edmundo dijo, “¡Ah, padre, hermano, amigo mío!” Horas después escuchó desde su celda, la voz del médico de If. “¡El pobre anciano loco ha muerto! Mañana temprano deposítenlo en nuestro cementerio. Por ahora métanlo en un saco.”  Una idea golpeó el cerebro de Dantes, sorpresivamente, y dijo, “Y…¿Si tomára su lugar me enterrarían envuelto por el saco! Y solo tendría que esperar a estar solo para salir.”
     A la mañana siguiente, dos soldados llevaban el cuerpo de un hombre envuelto en unas cobijas. Unos de los soldados dijo, “¡Vaya! Pesa bastante el cuerpo de este famélico anciano.” Cuando llegaron a la orilla del acantilado, ataron una bala de cañón al pie del muerto. Un soldado dijo, “El abate se dará un buen remojón. ¡Ja Ja!” Mientras lo cargaban, el otro soldado dijo, “Estará mejor en la profundidad del mar, de lo que estuvo en el sucio calabozo.” Dantés, que efectivamente había tomado el lugar de Faria en el interior del saco, se horrorizó.
    Dantés pensó, “¡Glup! Me arrojarán al mar con una pesa. Me hundiré y ahogaré sin remedio, ¿Cómo no lo adiviné? El oceáno es el cementerio de la isla de If.” Era demasiado tarde para arrepentirse. Fue lanzado al vacío, y comenzó a caer, y a caer encomendándose a Dios. El golpe contra las olas fue terrible. Satisfechos de su labor, los guardias se retiraron. Uno de los soldados dijo, “Uno más que va a parar al lecho del océano.”
     Entre tanto, Dantes, que que se hundía rápidamente, luchaba por romper la tela del saco, con el cuchillo florentino que había tomado de la celda de Faría. Logró sacar parte del cuerpo, pero no pudo nadar, pues la pesa atada a sus pies se lo impedía. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, y sintiendo que sus pulmones estallaban trató de cortar la cuerda. Hasta que, cuando las fuerzas se le agotaban, logro liberarse y salir a la superficie, exclamando, “¡Uuuff!”
     En cuanto recuperó el aliento, nadó desesperadamente alejándose de If. A mediodía, sin poder más, trepó a un arrecife para tomarse un descanso. La fortaleza ya se había perdido de vista. Dantés pensó, “Ya deben haber dado la alarma. El guardia que me lleva el almuerzo, tal vez descubrió el cuerpo de Faría en mi camastro.” Atardecía cuando advirtió una pequeña embarcación pesquera que flotaba en la deriva, con el casco agujerado y el mástil roto. Dantés pensó, “Seguramente chocó contra los arrecifes, y naufragó.”
     A continuación, Dantés nadó  hacia los restos del barquito. Cuando subió a cubierta, Dantés pensó, “No hubo sobrevivientes solo quedó este gorro de marinero italiano.” De pronto, vio que otra embarcación, también italiana, se aproximaba. Dantes tomó el gorro de Marinero y comenzó a agitarlo, gritando, “¡He!¡He!¡Aquí!” Poco después, era recogido por sus tripulantes, que lo creyeron náufrago. Dantes exclamó, “¡Ah, Dios los bendiga!”
    Mientras recuperaban las fuerzas, Dantes comía en la mesa del capitán. Entonces, Dantes explicó al capitán, “Soy maltés, me llamo Edmundo, y he sido marinero desde niño.” El capitán le dijo, “¡Vaya! Pues sí quieres trabajar a bordo de éste barco, ya tienes empleo.” Dantes no tardó en descubrir lo que realmente eran aquellos hombres. Mientras Dantes conducía el navío, escuchó al capitán gritar, “¡Viene un barco de vigilancia! ¡Pronto! Escondan las cajas de pólvora inglesa.” Dantes pensó, “¡Contrabandistas!” Había entre ellos un sujeto bondadoso y llamado Jacobo con quien
     Dantes hizo amistad. Estando Dantes en el timón, Jacobo le dijo, “Mañana temprano anclaremos frente a la Isla de Montecristo.” Al oír este nombre, el corazón le dio un vuelco. Dantes exclamó, “¡La isla de M-Montecristo has dicho?” Jacobo dijo, “Sí, como está deshabitada, nuestro capitán suele esconder allí algo de cargamento que recogeremos al regreso.” La excitación no le dejó dormir en toda la noche. Y, con los primeros rayos del sol, la vio por primera vez. Allí, abarcando el horizonte, estaba la isla misteriosa que, según el abate Faría, escondía un prodigioso tesoro.
     Unas horas después, mientras los contrabandistas enterraban pólvora, y otras mercancías prohibidas en una fosa, Dantes se dispuso a explorar. Al ver que se alejaba, Jacobo le dijo, “Edmundo, ¿A dónde vas?” No quería que nadie lo acompañára. Dantes dijo, “Daré un paseo a solas, Jacobo. Pronto estaré de vuelta.” Siguiendo las instrucciones del mapa de Faría, se introdujo en la caverna. En el lugar señalado, apartó una roca, y halló una gran loseta.
     Quitándo la loseta, descubrió una escalera. Bajo por ella a una segunda caverna. Allí, vio varios cofres cerrados, cuyas tapas indicaban el emblema nacional de los Spada, de Roma. Sosteniendo  la linterna, Dantes pensó, “¡Faría no mintió!” Al abrirlos, contempló por fin el magnífico tesoro. Por Primera vez en muchos años, Dantes se sintió invadido por una alegría loca y febril. Dantes exclamó, “¡Ja, Ja, Ja, Ja! ¡Seré el hombre más rico de Europa!”
     Semanas después, en Marsella, Morel, el antiguo patrón de Dantes, recibía la última de una racha de malas noticias. Un hombre le decía, “Siento informarle que el, Faraón, el único barco mercante que quedaba de su flota, a naufragado.” Morrel dijo, “¡Dios mío, esto es la ruina!” El hombre dijo, “Tiene usted tres meses de plazo, para liquidar los pagarés que ha firmado. De otra manera, tendré que enviarlo a la cárcel, por deudas.”
     En la cabina del lujoso yate anclado en el muelle, una hora después, Jacobo informaba a un hombre, “El señor Morrel, único que ayudó a tu padre y mitigó su miseria, antes de que se dejara morir, ha recibido un ultimátum.” Una vez enterado, el hombre le dijo a Jacobo, “Ya sabes lo que tienes que hacer.”
     Unos días más tarde, Jacobo entregaba apresuradamente una bolsita de piel a Julia, diciendo, “Ésto es para su padre, señorita, regalo de alguien que no ha olvidado su bondad y afecto.” Julia dijo, “¡Oiga! ¡Espere! Dígame quién lo manda. ¡Oh, se ha ido!” Julia sorprendió a su padre cuando éste, desesperado, iba a suicidarse. Al abrir la puerta, ella gritó, “¡Noooo, no lo hagas padre!” Julia lo abrazó, y dijo, “¡Papá!”
    Morrel le dijo, “No soportaré la vergüenza de estar en prisión, ni ver que tú vives de la caridad.” Al mirar la bolista que Julia le entregó, Morrel dijo, “¿Qué es esto? ¡Tiene mis iniciales! Y si no recuerdo mal, la obsequié a en mi época a un amigo desdichado, el difunto señor Dantes.” Julia dijo, “Un desconocido me la entregó en la puerta, para ti.” Morrel lo abrió y exclamó, “¡Dios mío! ¡Aquí hay un diamante enorme, y todos mis pagarés ya están liquidados!”
     Como única explicación de aquel soberbio y oportuno regalo, solo unas cuantas palabras manuscritas. “Ya no tiene deudas, señor Morrel, el diamante será la dote de Julia su hija. Ahora, mire enseguida por la ventana. Su siempre amigo: Simbad el Marino.” Un barco mercante nuevo idéntico al que llamaban el, Faraón, anclaba en el muelle cercano. Morrel exclamó, “¡Mi barco! ¡Aún tengo mi barco, hija mía!”
     En la cubierta de otro barco, Dantes platicaba con Jacobo, “He compensado a los buenos, y ahora, ha llegado el momento de comenzar la parte amarga de mi tarea, la de encontrar a los malvados, y vengarme de ellos.” Tres años después, en 1858, un joven noble tocaba con desesperación a la puerta de un palacio en Roma.
     Dantes abrió la puerta y apareció un hombre quien le dijo, “Señor conde, me atrevo a molestarlo solo por un urgente asunto. Resulta que mi amigo, Alberto de Morcef, a quien presenté a usted aquí, la otra noche, ha sido secuestrado por unos desconocidos, ¡Y no sé qué hacer!” Una hora después, ambos viajaban en un carruaje y se detuvieron en la entrada de unas catacumbas.
     Al bajar del carruaje, Dantes dijo, “Ha hecho bien en recurrir a mí señor Espinel. ¿Dice que le ordenaron que viniera a las catacumbas?” El señor Espinel dijo, “Sí, conde, y con un rescate altísimo, yo no podría…” Dantes dijo, “¡Vamos! ¡Vamos! 
Nos se apure. Trataré de arreglar esto.” Súbitamente, de entre las antiguas tumbas, surgieron dos encapuchados. Uno de ellos dijo, “¡Ja! El amigo del dandy francés, ha venido acompañado.”
     El otro encapuchado, apuntando con una pistola, dijo, “Si no traes dinero…¡Morirán!” Entonces, Dantes les dijo, “¿Quién es vuestro jefe, canallas? ¡Díganle que Simbad el Marino desea hablar con él!” Aquél nombre paralizó a los encapuchados, uno de los cuales dijo, “¡S-Simbad el marino has dicho?” El terror pareció invadirlos, y echaron a correr. Dantes dejo escapar una sonora carcajada, “¡Ja, Ja, Ja!” El señor Espinel dijo, “¿Por qué huyen?” Segundos después, un joven aparecía de entre las catacumbas.
     El señor Espinel dijo, “¡Aquí viene Alberto! Le han dejado libre.” Volvieron enseguida al castillo, y allí se despidieron. Alberto, dio su mano a Dantes, y le dijo, “Nunca olvidaré que me ha salvado la vida, señor conde.” Dantes le dijo, “No hay nada de heroico en eso, mi amigo. El carruaje les llevará a su hotel.” Dantes brindaba poco después, con sus compañeros de diversión. Dantes reía y dijo, “¡Ja, Ja, Ja! Estuviste genial como encapuchado, Jacobo. Realmente dabas miedo.” Entonces, cuando el tercer hombre se retiró, Jacobo dijo, “¿A qué obedece toda esta broma macabra contra ese jovencito, Edmundo?”
     Dantes le dijo, “Alberto de Morcef es el único hijo de Fernando, aquel canalla que participó en el complot para hacerme encerrar en If.” Jacobo le dijo, “Entonces, ¿Por qué no aprovechamos el falso secuestro para ejecutarlo?” La voz de Dantes adquirió un tono ronco y dolido, al responder, “No le he matado porque también es hijo de Mercedes, la mujer que amé.” Por aquel entonces, había corrido ya por París el rumor de que un extraño personaje llegado de Roma, del Oriente, o de no se sabía dónde, había comprado un excelso palacio en la ciudad.
     Y una semana después del falso secuestro de Alberto de Morcef, éste dio una gran fiesta en la casa de sus padres, para su excéntrico amigo. Alberto de Morcef dialogaba con otro caballero, y dijo, “¿Está seguro de que vendrá? Dicen que aún no termina de instalarse, y yo no le he podido ver desde lo de Roma “No nos dejará mal. A pesar de su aire misterioso, es todo un caballero.”
     En otro grupo de asistentes, unas damas platicaban, y una de ellas dijo, “He escuchado cosas terribles de ese hombre. Dicen que tiene una esclava oriental viviendo con él, y que nadie sabe de dónde sacó esa fortuna, y ese extraño título que ostenta.” Otra dama dijo, “¡Ay, pues a mí me han asegurado que es guapísimo!” Hasta que por fin, Jacobo entró al salón, y anunció, haciendo una reverencia, “¡El señor Conde de Montecristo!”
     El joven Alfonso de Morcef se acercó a saludarlo, y le dijo, “Me alegra tanto tenerlo aquí, señor conde.” Jacobo dijo, “Los padres de Alberto están ansiosos por conocerlo.” Alberto dijo emocionado, “¡Papá, mamá! He aquí a mi amigo y bien hechor, el hombre que me salvó de los asaltantes romanos, el señor Conde de Montecristo.” El rostro aún hermoso de Mercedes, no dejó de traslucir la intensa emoción, y pensó, “¡Edmundo!”
    Fernando de Morcef, sin embargo, por azares de la fortuna, había logrado convertirse en varón, y recibir la gran cruz de Carlos III, no reconoció a su antiguo rival, y tendió su mano, diciendo, “Es un honor, señor conde.” Después de sentarse todos, Edmundo dijo, “Estaré solo unos minutos. He suplicado ya a Alberto que me perdone por no quedarme a la fiesta, pero debo atender un asunto urgente.” Alberto dijo, “El conde compró el  antiguo Palacio de Auteil en Campos Elíseos, y lo está restaurando.”
    Al mirar a Mercedes, Edmundo pensó, “¡Aún es una mujer muy hermosa!¿Me habrá reconocido?” Mercedes pensó, “Señor, dame fuerzas para no delatarme, ¡Esa mirada!” Pero la íntima turbación de ambos, no era notada sino por ellos mismos. Edmundo besó la mano de Mercedes al despedirse, diciendo, “¡Hasta pronto, señora baronesa!” Mercedes dijo, “¡Que Dios lo bendiga por haber salvado a mi hijo!”
     Desde su carruaje, Edmundo pudo notar que en una ventana del segundo piso, se dibujaba la silueta acechante de Mercedes. Entonces Edmundo pensó, “Ahora estoy seguro de que me ha reconocido.” Algunos días después, Edmundo y su mayordomo, Bertuccio, salían apresuradamente a recibir a alguien, en la casa que el supuesto conde, había comprado en París. Edmundo se acercó al carruaje y dijo a una de sus ocupantes, “Estaré encantado de volver a verla, señora.”
     Una jovencita griega, cuyos oscuros ojos derramaban amor hacia él, bajó de la carroza. Edmundo le tomó de la mano y dijo, “¡Bienvenida, mi querida Haydé!” Después de entrar al palacio, Edmundo mostro las habitaciones y después de elegir una, Edmundo dijo, “Ésta es tu habitación, espero te satisfaga la mezcla de decoración árabe y griega.”
     Haydé dijo, “¡Oh, señor, es demasiado para una esclava que compraste en el mercado de Constantinopla!” Edmundo besó su mano, y dijo, “Es cierto que te cambié por una Esmeralda, pero…¡No eres, ni serás nunca mi esclava, preciosa niña!” Súbitamente la ternura se convirtió en tristeza, al recordar ambos el motivo de la estancia en París de Haydé. Haydé dijo, bajando la mirada y triste, “¿Lo has arreglado todo para que se cumpla nuestra venganza?”
     Edmundo dijo, “Sí, querida. Fernando de Mondengo, que fuera mi verdugo, y te condujera a ti a la esclavitud, pagará pronto sus infámias.” Minutos después, en otra parte de la casa, Edmundo decía a Jacobo, “Jacobo, amigo mío, ¿Ya tienes los informes que te pedí?” Jacobo dijo, “Sí, he investigado ya todo lo concerniente a las finanzas de este tal, Barón de Danglars.”
     Jacobo revisó su cuaderno de notas, y dijo, “Abandonó Marsella hace muchos años, y pasó a España, que entonces se hallaba en guerra con Francia. Allí hizo sucios y fructíferos negocios a favor de la contienda. Se casó luego con la hija de un rico banquero, y enviudó al poco tiempo, heredando su fortuna. Volvió a casarse, ésta vez con una viuda pariente del canciller real. En 1829, otorgó un empréstito de seis millones de francos a un rey Carlos X, con lo que obtuvo el título de Barón, y Caballero de la Legión de Honor.”
     Después de una pausa, Jacobo preguntó, “¿Y en cuanto a Villefort, el procurador del rey? ¿Quieres que haga algunas investigaciones?” Edmundo dijo, “Respecto a él, ya hemos logrado obtener información suficiente por medio de Bertuccio, el mayordomo que contrataste, Jacobo. Ahora descansa.”
     Edmundo Dantes, encendiendo una pipa, se quedó en la semi penumbra, recordando la oscura y dramática historia que su mayordomo le contára días antes. Allí, en aquella misma mansión que perteneciera entonces a la familia materna de Villefort, el mismo Villefort solía entrevistarse clandestina y apasionadamente con una hermosa y joven mujer.
    Ella estaba próxima a dar a luz. Villefort dijo, “Entremos, mi vida. En éste jardín hace frío.” La mujer le dijo, “¿Y qué haremos cuando nazca el niño, querido?” Villefort dijo, “No sé, no sé, ya veremos. Por lo pronto, no debes de preocuparte, y debes permanecer discreta. No quiero que mi esposa se entére de lo nuestro.”
    El entonces, joven Bertruccio, era jardinero, y cuando cumplía con su labor, una tarde, vio salir de la puerta trasera de la casa de Villefort, al mismo Villefort con una criatura recién nacida en los brazos. Bertruccio pensó, “¿Qué hará el señor con ese niño?” Comenzó a temer lo peor, cuando observó al procurador cavando una fosa. Bertruccio pensó, “¡Dios mío!¡Va a enterrarlo vivo!”
     Cuando Villefort había depositado a su pequeño hijo en la fosa, Bertruccio le dio un garrotazo en la cabeza por la espalda, diciendo, “¡Maldito infanticida!” Bertuccio llevó a su casa al niño recién nacido, y, como su mujer y él, no tenían hijos, lo criaron como propio. Sin embargo, aquella buena acción les acarreó una serie de desgracias, pues aquel descendiente bastardo de los Villefort, era un truhán de nacimiento, que comenzó peleando con otros chicos por cualquier cosa, y continuó su carrera delictiva, robando y finalmente asesinando.
    Edmundo Dantes pensó, “De tal padre, tal hijo.” Y a propósito de hijos, Alberto, el vástago de Fernando y Mercedes, fue invitado algunos días después, a visitar el palacio del conde. Al recibirlo, Dantes le dijo, “Me alegro que haya aceptado venir.” Enseguida Dantes hizo llamar a Haydé, y tras presentarla a Alberto, dijo, “Haydé es la joven griega de quien te hablé, Alberto. Ella desea verte y narrarte una triste y truculenta historia que le ocurrió en su tierra.”
     Ambos se sentaron juntos, uno al otro, y Haydé comenzó su narración, “Nací en Janáira, Grecia. Mi padre era el bajá, Alí Tebelín. Una desgracia me hizo salir de Grecia, cuando tenía solo cinco años. Fue por entonces que los ejércitos turcos rodearon nuestra ciudad, y mi padre, el bajá, recibió una promesa de ayuda por parte del encargado francés de proteger la plaza. Acordó con él, que llevaría sus tesoros y su familia, a una abandonada fortaleza.
     Una vez allí, los franceses nos proporcionaron una escolta, para trasladarnos a un lugar más seguro. Sin embargo, mi padre fue acribillado en cuanto pisó la playa. Y cuando mi madre lloraba sobre su cadáver, recibió una bala en la cabeza. Los demás que les acompañábamos, hijos parientes y criados, fuimos vendidos a los tratantes de esclavos, por el mismo oficial francés que había dirigido tan cobarde maniobra, y se quedaba con la fortuna del bajá Alí Tebelín.”
     Los labios de Alberto temblaron a preguntar, “¿C-Cuál era el nombre de ese oficial francés?” Edmundo dijo, “Tú lo sabes bien. El asesino y traidor se llamaba Fernando de Mondego. Después de eso, utilizó la fortuna mal habida, para comprarse honores y cargos falsos, y se cambió el apellido. Ahora se llama…” Alberto se levantó y encarando a Edmundo, dijo, “¡Basta! No toleraré que sea difame a mi padre. Os reto a duelo para responder por esto, Conde de Montecristo.”
     Dantes aceptó el reto, proponiendo que el duelo se llevará a efecto seis días después, y el joven salió apresuradamente. En ese momento, llegaba Bertruccio, quien dijo, “Señor conde, venía a comunicarle que acaba de morir envenenado el padre del señor Villefort.” Edmundo dijo, “¿Envenenado, eh?” Tras una pausa, Edmundo agregó, “Esa familia parece tener, en su propio seno, el germen de la destrucción.”
    Al día siguiente, en casa de Villefort, después del sepelio, un médico decía a Villefort, “Se trata de un potente veneno, y le fue administrado en pequeñas y consecutivas dosis, a su padre, señor de Villefort seguramente mezclado con los alimentos.” Cuando el doctor se retiró, Villefort pensó, “¡Mi madre murió hace unos meses con síntomas parecidos! ¡Dios mío! ¡Tengo un asesino dentro de casa! Como procurador, sé que la sospecha más certera recae siempre sobre la persona que se beneficia con el crimen. Y, en este caso, yo herédo la fortuna de mi padre. S-Si muero…¡El heredero será mi hijo Eduardo, de solo doce años, la adoración de su madre!”
     Entre tanto, en la oficina general de telégrafos, Dantes hablaba con un oficial de telégrafos, “Si usted cumple con el trato, recibirá mañana mismo diez mil francos. Sé que desea retirarse del cargo, amigo mío, y con esa cantidad podrá vivir sin problemas económicos.” El oficial le dijo, “Está bien, señor Conde. Transmitiré enseguida la falsa noticia, de que el rey don Carlos ha entrado en España. No sé qué espera usted conseguir con esto, pero lo haré.”
     Unas horas después, Danglars dialogaba con su secretario. Danglars le dijo, “¿Estás seguro de lo que dices?¡Eso hará que mis acciones en España bajen rápidamente!” El secretario le dijo, “Lo sé de muy buena fuente, señor Danglars.” Después de mirar el telegrama, Danglars dijo, “Entonces venda: véndalas más rápido, amigo mío, antes de que no valgan ni un centavo.” El secretario dijo, “Trataré de endilgársela a algún despistado…¡Je, Je! Pero tendrá que ser a un precio menor.”
     Danglars dijo, “¡Sí, sí! Al precio que sea. Pero deshágase de ellas.” A la mañana siguiente, el oficial de telégrafos, recibía una carta. Su secretario le dijo, “Aquí está su dinero señor mío, y una nota del conde.”  El oficial de telégrafos leyó, “Mil francos más, porque rectifique la noticia dentro de cuatro días. Simbad el Marino.” Durante esa mañana sucederían muchas cosas. Una de esas en casa de los Villefort. La señora Villefort entraba a la sala llevando una tetera y tazas en una charola.
     La señora dijo a su esposo, “Aquí está tu té, querido. Tiene muy poca azúcar, como a ti te gusta.” El señor Villefort saltó como una fiera y dijo, “¡Hice analizar por mi químico el té que me has dado a beber estos últimos días! ¡Contenía veneno! Eran mínimas dosis como las que administraste a mi padre, por quién sabe cuánto tiempo. ¡Asesina!”
     Villefort tiró la taza de té, y tomándola del brazo, le dijo, “Ibas a matarme para que nuestro hijo, Eduardo, lo heredará todo. ¡Y tú con él! Pero ahora te quedan dos caminos, solamente. Beber tu misma ese veneno, o estar aquí, esperando mi vuelta para que te entregues a la policía. ¡Eso significará la horca!” Lleno de furia, salió en en dirección del Palacio de Justicia, dando un portazo en la puerta, y dejando a la señora confundida e histérica.
     Al llegar al Palacio de Justicia, su secretario lo abordó, y le dijo, “Señor de Villefort; hemos atrapado por fin a ese asesino llamado Benedetto, el que mató a un transeúnte, por robarle unos cuantos francos. ¿Recuerda? Una denuncia anónima nos dio la pista.” El secretario agregó, “Por la mañana, además, dejaron éste sobre en mi escritorio, para usted.” Sólo había unas cuantas palabras manuscritas que demudaron al procurador, “¿Se siente usted capaz de enjuiciar a Benedetto? Pronto sabrá por qué le hago esta pregunta. Edmundo Dantes.”
     Villefort miró estupefacto, y dijo, “¡N-no puede ser él! Debe estar aún en ese horrible prisión de If…o…¡Muerto! ¡Es una estúpida broma!” Poco después, ya sereno, Villefort se disponía a presidir la primera sesión de la mañana. Los soldados presentaron al acusado, y el vocero anunció, “Benedetto Couto, de 22 años de edad, será juzgado en ésta corte, por asalto, robo, y asesinato mano armada.” El procurador real, tuvo que escuchar toda la biografía criminal del asesino.
    Cuando aquello terminó, Villefort dio la sentencia, y dijo, “Señor Benedetto Couto, le condeno a usted a…” Pero fue interrumpido por el prisionero, quien le dijo, “¿Mi propio padre me condena?” Villefort exclamó, lleno de turbación, “¿Q-Qué está diciendo? Yo…¡Le ruego que se comporte!” El preso entonces gritó, “¡Usted es mucho más criminal que yo! Intentó matarme a mí, su propio hijo, en el jardín de la casa de Auetil, la tarde del 18 de diciembre de 1817. Un hombre me salvó, y me crió como a su hijo.”
     Benedetto se acercó al estrado, y dando un pañuelo, dijo, “Mire éste lienzo, con sus iniciales bordadas. ¿Lo reconoce? Es el que me envolvía aquella tarde, cuando acababa de nacer.” Tras una pausa de silencio, el vocero dijo, “¿Quiere que suspendamos la audiencia por unos minutos, señor?” Villefort quien sudaba, dijo, “¡N-No! Estoy bien.” En el rostro de aquel muchacho, veía claramente Villefort, todo el odio y la maldad del mundo procreada por él, levantándose contra él, buscando justicia. Benedetto dijo, “¿Y bien, señor procurador? Ahora qué sabe quién soy…¿Va condenarme a la horca? ¿Usted, que me despojó de todo?”
     Villefort, a punto de llorar, bajó del estrado, y dijo, “¡Tiene razón! Yo no soy nadie para juzgar a otros. He sido una infame que intentó dar muerte a su propio hijo. Debo pagar mis culpas, purgar mis horrendos pecados.” Acercándose a la puerta, Villefort dijo, “Iré a mi casa, y traeré conmigo a mi mujer, envenenadora de mi padre. ¡Oh Dios! ¡Que sombra maléfica y terrible se cierne sobre mi estirpe!”
     Enseguida, Villefort se dirigió a Benedetto, y dijo, “En cuanto a éste joven, a este perverso ser humano llamado Benedetto, y que parece haber resucitado de los infiernos…¡Ahórquenlo! Aunque no fuera por otra razón, lo merece por ser hijo mío.” Al llegar a su casa, la institutriz lo recibió, diciendo, “¡Oh señor! Ha sucedido algo horrible.”
     Villefort entró a la recámara de Eduardo su pequeño hijo. Allí en la cama, estaban el niño y su madre muertos. Había un papel manuscrito con el recado postrero, “Elegí el más digno y mejor de todos los caminos que me enseñaste, esposo mío, pero quise llevarme a Eduardo, mi hijo adorado.” Cuando salió de aquella fúnebre habitación, preso de un dolor agudo, e insoportable, alguien le aguardaba en el pasillo.
    Villefort bajó la mirada al ver a Edmundo Dantes, quien le dijo, “Ahora has pagado tu deuda de traición y crueldad conmigo, Villefort.” Los dos terribles sucesos de las últimas horas, habían inoculado el corazón y la mente del procurador, contra toda sorpresa. Villefort exclamó, “Era verdad… ¡Eres tú, Edmundo Dantes!” Villefort comenzó a llorar, y dijo, “Pues si querías vengarte…¡Ya puedes estar satisfecho! Mi mujer ha matado al más querido, al más dulce de mis hijos…y en cuanto a ese otro, a Benedetto, al que, sin duda, fuiste tú quien puso de nuevo en mi camino…¡Irá a la horca! Pero no solo, pues yo le acompañaré.”
     Poco después, cuando regresaba a su casa, lejos de sentirse satisfecho por la suerte de Villefort, el ánimo de Dantes era sombrío, y pensó, “Creo que no soy digno de actuar como la mano de providencia. Todo este tiempo he pensado más en la venganza, que en la justicia. ¡Un niño inocente ha muerto! Esto demuestra que quizás he ido demasiado lejos.”
    Dos días más tarde, le tocaba el turno a Danglars, quien lleno de dolor y asombro, decía, “¡La noticia de que el rey Carlos había entrado a España, era falsa!¡ Dios mío! ¿Cómo pude creerle a ese agente de bolsa, y no confirmar antes de vender mis acciones, y aconsejar a mis clientes que también vendieran?”
     Danglars fue a su escritorio con llave, y después de abrirlo y mirar su dinero, pensó, “No me queda otra salida que irme de Francia, con el efectivo que he podido reunir. ¡Ahora estoy en bancarrota! Pronto vendrán a llamarme, falsario, embustero, y…¡No volverán a confiar en mí! ¿Qué puede hacer un banquero como yo, cuando ha perdido la credibilidad de sus clientes?” Metió una considerable cantidad de billetes de banco, en su bolsa de piel. Desde luego, no era dinero suyo. Danglars pensó, “Cuando quieran venir a reclamarme, ¡Ya estaré lejos de aquí!”
   Pero ya en la calle, fue interceptado por dos hombres, acompañados de unos soldados. Uno de los hombres le dijo, “¿A dónde vas, querido Danglars? ¿Acaso a España a recoger los beneficios de tu embuste?” Enseguida, el hombre arrebató el portafolio, y tras revisarlo, le dijo, “¡Mira lo que hay aquí! Nuestro consejero ha saqueado su propio banco, y se fugaba con nuestro dinero.” Entonces, el otro hombre dijo, “¡Guardias! A la cárcel con el maldito ladrón.”
     Y en casa de Fernando de Morcef, el señor Morcef dijo a su hijo, “Alberto, acabo de saber que vas a batirte mañana con el Conde de Montecristo. ¿Estás loco? ¿Quieres morir acaso?” Alberto le dijo, “Tal vez sea mejor la muerte que el deshonor, padre.” El señor Morcef le dijo, “¿Y cuál es, si puede saberse, el motivo del duelo?”
    Alberto le dijo, “Ese hombre se ha atrevido a decirme que tu te llamas en realidad Fernando de Mondego, y que fuiste el oficial corrupto que mató a un bajá en Grecia, para quedarse con su fortuna.” El rostro de Fernando se volvió blanco, como la cera, y exclamó, “P-Pero…¡Eso es mentira!” Alberto dijo, “Por eso mismo, porque no puedo creer que mi padre haya sido autor de tan bajas acciones, es que voy a batirme con él. Así tendrá que confesar que miente, y pedirte una disculpa, o…morir.”
    Fernando dijo, “P-Pero…¿Por qué te ha dicho a ti todo eso? ¿Quién es ese hombre? ¿Qué interés puede tener en difamarme?” Alberto le dijo, “Pues me he puesto a investigar, y he descubierto su verdadero nombre. El famoso, Conde de Montecristo, se llama en realidad, Edmundo Dantes.” Fernando exclamó, “¡Dios mío! ¡Por lo que más quieras, no te batas con él, hijo! Sólo está buscando vengar una antigua afrenta.” Alberto le dio la espalda a su padre, y dijo, “La joven griega que vive con él, fue quien me contó esa indignante historia de la muerte del bajá…”
    De pronto, el tono fingidamente calmado de Alberto cambió, y tras voltearse, y mirarlo, le dijo, “…¡Y de cómo saqueaste su tesoro, mataste también a su madre, y la vendiste a ella y a los demás como esclavos!” Alberto continuó, “Aunque no quise creer en ello, todo coincidía. Investigué, tenía la esperanza de limpiar mi corazón de sospechas. ¡Ah, pero no sólo hallé la confirmación a toda esa infamia cometida por ti, en Grecia, sino otras más!” Fernando estaba sentado con la cabeza hacia abajo, y los ojos cerrados.
     Alberto dijo, “Mañana temprano, toda esa vergüenza y ese dolor que siento, al saber que el padre que admiré y amé, y que creí un hombre íntegro, es solo un truhán, cesará, al celebrarse el duelo con Montecristo. Ya te lo he dicho…¡La muerte es preferible al deshonor!” Después de algunos minutos de estupor, Fernando se levantó de aquel sillón, como sonámbulo.
   Tomó una vieja pistola que guardaba siempre cargaba en un cajón, y apuntando con ella en la sien, dijo, “¡Tienes razón, hijo mío! ¡La muerte es preferible al deshonor!” Esa misma noche, una mujer se presentó de improviso en una claro estado alterado, en casa de Dantes, quien la recibió, diciendo, “Mercedes, ¿Qué haces aquí?” Mercedes dijo, “¡Mi marido se ha suicidado, Edmundo!” Edmundo exclamó, “¡Dios mío!”
     Mercedes, con lágrimas en los ojos, bajando la mirada, dijo, “Alberto me contó que, poco antes, había estado discutiendo con su padre, respecto a un sucio asunto del pasado que tú le descubriste.” Mercedes levantó la cara y mirándolo, dijo, “También supe que va a batirse contigo, y he venido a rogarte que no le mates, que no asistas a ese duelo, por lo que más quieras, Edmundo. Él es lo único que tengo.” Hubo un silencio. Edmundo dejo mostrar una expresión de dolor.
     Mercedes continuó, “Cuando me casé con Fernando, creí que habías muerto. Nunca supe por qué te encerraron en If…¡Estaba sola y en la miseria! Piensa que Alberto, de no haber sucedido tantas cosas terribles, pudo haber sido tuyo y mío. Cuando te vi entrar en mi casa, a raíz de tu regreso…¡Presentí que era para vengarte a lo que venías! Fernando ha pagado ya su cuota. ¿Te ensañarás ahora con su hijo?” Edmundo la tomó de una mano y del hombro, y le dijo, “La cárcel y la miseria, no me han vuelto tan malo, Mercedes. Descuida, no asistiré mañana la justa.”
     Una semana después, Jacobo llegaba al estudio de Edmundo, diciendo, “La viuda de Morcef y su hijo, viajan mañana a Marsella. Han cedido la mayor parte de su fortuna a una fundación de caridad. Parece que el muchacho se hará marinero, para ganar el sustento de él y su madre.” Finalmente, Mercedes se presentó ante Dantes, para despedirse, y dijo, “Alberto partió por delante, para prepararlo todo. Volveré a ser aquella pobre mujer catalana que conociste una vez, Edmundo, espero que tu alma se haya lavado ya de rencor, y pueda ser feliz.”
     Edmundo besó el guante de la mano de Mercedes, y dijo, “Ahora me siento en paz, Mercedes, ¿Qué tengas suerte!” El tren en que Mercedes partía, se alejó. Edmundo pensó, “¡Adiós Mercedes! Contigo se van algunos de mis mejores recuerdos.” Edmundo regresó a su mansión, y subió con cierta premura las escaleras que conducían al aposento de Haydé, quien dijo al verlo entrar, “¡Señor mío, has vuelto!”
    Edmundo puso sus manos en sus hombros y le dijo, “¡Tú eres mi futuro, Haydé! Has despertado de nuevo mis sentimientos. Ahora que he terminado mi triste labor, puedo decírtelo.” Sus labios, sedientos de ternura, se unieron con los de aquella hermosa y desdichada chiquilla.
    Poco después, se casaban en la capilla de la mansión, en una ceremonia privada, a la que sólo fueron invitados sus más cercanos amigos. Se embarcaron en el yate, y Dantes señaló en cubierta de pronto, un promontorio rocoso que se levantaba imponente sobre las aguas, y dijo a Haydé, “Mira querida mía: desde hoy viviremos aquí en mi palacio, en la Isla de Montecristo.”
    Algún tiempo de después, Edmundo Dantes escribía sus memorias. Edmundo detuvo su escritura, y meditó, pensando, “La venganza es un elixir amargo. Nadie debe sentirse tan puro y tan sabio, como para juzgar y ejecutar a los demás, aunque se trate de sus propios enemigos.” A continuación, Edmundo escribió, “La maldad y la ambición, siempre acaban por cobrar su precio. Y solo el que conoce el supremo dolor, puede hallar la felicidad absoluta. La sabiduría humana, está contenida en solo dos bellas palabras. ¡Confiar y esperar!”
 

     Tomado de, Joyas de la Literatura. Año III, No. 34. Abril 15 de 1986. Adaptación: Remy Bastien. Guión: D. Plaza. Segunda Adaptación: José Escobar.