Club de Pensadores Universales

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domingo, 12 de marzo de 2023

Comedia de Errores de William Shakespeare

 

    La Comedia de los Errores, es una de las primeras obras de, William Shakespeare. Es su comedia más corta, y una de sus más ridículas, con una gran parte del humor, proveniente de payasadas, e identidad equivocada, además de equívocos, y juegos de palabras. Ha sido adaptada para la ópera, el escenario, la pantalla, y el teatro musical, en numerosas ocasiones en todo el mundo. En los siglos posteriores a su estreno, el título de la obra ha entrado en el léxico inglés popular como un modismo para, "un evento o una serie de eventos que se vuelven ridículos por la cantidad de errores que se cometieron".

     Ambientada en la ciudad griega de Éfeso, La Comedia de los Errores, cuenta la historia de dos pares de gemelos idénticos, que fueron separados accidentalmente al nacer. Antífolo de Siracusa, y su sirviente, Dromio de Siracusa, llegan a Éfeso, que resulta ser el hogar de sus hermanos gemelos, Antífolo de Éfeso, y su sirviente, Dromio de Éfeso. Cuando los siracusanos se encuentran con los amigos y familiares de sus gemelos, una serie de percances locos, basados en identidades equivocadas, conducen a palizas injustas, una casi seducción, el arresto de Antífolo de Éfeso, y falsas acusaciones de infidelidad, robo, locura, y posesión demoníaca. 

Personajes

Solino: Duque de Éfeso

Egeónte: Un comerciante de Siracusa, padre de los gemelos Antífolo.

Emilia: Madre perdida de Antífolo, esposa de Egeonte.

Antífolo de Éfeso, y Antifolo de Siracusa: Hermanos gemelos, hijos de Egeonte y Emilia.

Dromio de Éfeso, y Dromio de Siracusa: Hermanos gemelos, siervos, cada uno al servicio de su respectivo Antífolo.

Adriana: Esposa de Antífolo de Éfeso.

Luciana: Hermana de Adriana, interés amoroso de Antífolo de Siracusa.

Nell/Luce: Moza de cocina/Sirvienta de Adriana, esposa de Dromio de Éfeso.

Baltazar: Un comerciante.

Angelo: Un orfebre.

Cortesana.

Primer comerciante: Amigo de Antífolo de Siracusa.

Segundo comerciante: Con quien Angelo está en deuda.

Doctor Pinch: Un maestro de escuela de prestidigitación.

Carcelero, jefe, oficiales y otros asistentes.

Sinopsis

Acto I

Debido a que una ley prohíbe que los comerciantes de Siracusa, entren en Éfeso, el anciano comerciante de Siracusa, Egeónte, se enfrenta a la ejecución, cuando lo descubren en la ciudad. Solo puede escapar pagando una multa de mil marcos. Le cuenta su triste historia a Solino, duque de Éfeso. En su juventud, Egeónte se casó y tuvo dos hijos gemelos. El mismo día, una pobre mujer sin trabajo también dio a luz a mellizos, y él los compró como esclavos para sus hijos.


    Poco después, la familia hizo un viaje por mar, y fue golpeada por una tempestad. Egeónte se ató al palo mayor con un hijo y un esclavo, y su esposa se llevó a los otros dos niños. Su esposa fue rescatada por un bote, Egeónte por otro. Egeónte nunca más volvió a ver a su esposa, ni a los niños con ella. Recientemente, su hijo Antífolo, ahora adulto, y el esclavo de su hijo, Dromio, abandonaron Siracusa para buscar a sus hermanos. Cuando Antífolo no regresó, Egeónte partió en su bósqueda. El duque se conmueve con ésta historia, y le concede a Egeónte un día para pagar su multa.

   Ese mismo día, Antífolo llega a Éfeso, en busca de su hermano. Envía a Dromio a depositar algo de dinero en, El Centauro, una posada. Antífolo se confunde cuando el idéntico Dromio de Éfeso, aparece casi de inmediato, niega tener conocimiento del dinero, y lo invita a cenar a su casa, donde lo espera su esposa. Antífolo, pensando que su sirviente está haciendo bromas insubordinadas, golpea a Dromio de Éfeso.

Acto II

   Dromio de Éfeso regresa con la esposa de su ámo, Adriana, diciendo que su, "esposo," se negó a volver a su casa, e incluso fingió no conocerla. Adriana, preocupada porque el ojo de su marido se está desviando, toma ésta noticia como una confirmación de sus sospechas.

    Antífolo de Siracusa, que se queja, "No pude hablar con Dromio porque al principio lo envié del mercado", se encuentra con Dromio de Siracusa, quien ahora niega haber hecho una, "broma," sobre que Antífolo tiene una esposa. Antífolo comienza a golpearlo. De repente, Adriana corre hacia Antífolo de Siracusa y le ruega que no la deje. Los siracusanos no pueden sino atribuir estos extraños sucesos a la brujería, señalando que Éfeso es conocido como un laberinto de brujas. Antífolo y Dromio se van con ésta extraña mujer, uno para cenar, y el otro para cuidar la puerta.

Acto III

   Antífolo de Éfeso regresa a casa, para la cena, y se enfurece al descubrir que Dromio de Siracusa, que guarda la puerta, le niega groseramente la entrada a su propia casa. Está listo para derribar la puerta, pero sus amigos lo convencen de que no haga una escena. Decide, en cambio, cenar con una cortesana.

     Dentro de la casa, Antífolo de Siracusa descubre que se siente muy atraído por la hermana de su, "esposa", Luciana de Esmirna, y le dice, "no me entrenes, dulce sirena, con tu nota / para ahogarme en el torrente de lágrimas de tu hermana". Ella se siente halagada por su atención, pero preocupada por sus implicaciones morales. Después de que ella sale, Dromio de Siracusa anuncia que ha descubierto que tiene una esposa: Nell, una horrible criada de cocina. Los siracusanos deciden irse lo antes posible, y Dromio sale corriendo para hacer planes de viaje. Antífolo de Siracusa luego se enfrenta a Ángelo de Éfeso, un orfebre, quien afirma que Antífolo le encargó una cadena. Antífolo se ve obligado a aceptar la cadena, de la mano del orfebre, y Ángelo dice que regresará para recibir el págo. 
Acto IV

     Antífolo of Éfeso envía a Dromio de Éfeso, a comprar una cuerda para poder golpear a su esposa Adriana, por haberlo dejado fuera, luego es abordado por Ángelo, quien le dice, "Pensé que te había pillado en la posada Porpentine" y pide ser reembolsado por la cadena. Antífolo niega haberlo visto alguna vez, y es arrestado de inmediato. Mientras se lo llevan, llega Dromio de Siracusa, después de lo cual Antífolo lo envía de regréso a la casa de Adriana, para obtener dinero para su fianza. Después de completar éste recado, Dromio de Siracusa entrega por error el dinero a Antífolo de Siracusa.

     La cortesana ve a Antífolo usando la cadena de oro, y dice que se la prometió a cambio de su anillo. Los siracusanos lo niegan y huyen. La Cortesana decide decirle a Adriana que su marido está loco. Dromio de Éfeso regresa al arrestado Antífolo de Éfeso, con la cuerda. Antífolo se enfurece. Adriana, Luciana y la Cortesana entran con un prestidigitador llamado Pinch, que intenta exorcizar a los Efesios, quienes son atados y llevados a la casa de Adriana. Entran los siracusanos, portando espadas, y todos huyen de miedo: creyendo que son los efesios, en busca de venganza después de escapar de alguna manera de sus ataduras.

Acto V

    Adriana reaparece con guardias, que intentan atar a los siracusanos. Se refugian en un priorato cercano, donde la abadesa los protege resueltamente. De repente, la abadesa entra con los gemelos siracusanos y todos comienzan a comprender los confusos acontecimientos del día. No solo se reúnen los dos pares de gemelos, sino que la abadesa revela que ella es la esposa de Egeónte, Emilia de Babilonia. El duque perdona a Egeónte. Todos salen a la abadía para celebrar la reunificación de la familia.

Texto y Fecha

   La obra es una adaptación modernizada de, Menaechmi, de Plauto. Dado que la traducción del drama clásico de William Warner se ingresó en el Registro de la, Stationers Company, el 10 de junio de 1594, se publicó en 1595, y se dedicó a Lord Hunsdon, el patrón de, Lord Chamberlain's Men, se supuso que Shakespeare podría haber visto el traducción manuscrita, antes de que se imprimiera, aunque es igualmente posible que conociera la obra en el latín original.

     La obra contiene una referencia tópica a las guerras de sucesión en Francia, que encajaría en cualquier fecha entre 1589 y 1595. Charles Whitworth argumenta que, La Comedia de los Errores, fue escrita "a fines de 1594," sobre la base de registros históricos y textuales similares con otras obras que Shakespeare escribió en esta época. La obra no se publicó hasta que apareció en el, Primer Folio, en 1623.

Análisis y Crítica

    Durante siglos, los estudiosos han encontrado poca profundidad temática en, La Comedia de los Errores. Harold Bloom, sin embargo, escribió que, "revela la magnificencia de Shakespeare en el arte de la comedia", y elogió la obra por mostrar, "tal habilidad, de hecho maestría, en acción, carácter incipiente, y escenografía, que eclipsa con creces, a las tres las obras de teatro de, Enrique VI, y la comedia bastante aburrida de, “Los Dos Caballeros de Verona". Stanley Wells también se refirió a ella como la primera obra de Shakespeare, "en la que se muestra el dominio del oficio". La obra no era una de las favoritas en el escenario del siglo XVIII, porque no ofrecía el tipo de papeles sorprendentes, que podían explotar actores como David Garrick.

     La obra fue particularmente notable en un aspecto. A principios del siglo XVIII, algunos críticos siguieron el estándar crítico francés de juzgar la calidad de una obra por su adherencia a las unidades clásicas, como lo especificó Aristóteles, en el siglo IV, a de C. La Comedia de los Errores, y La Tempestad, fueron las dos únicas obras de Shakespeare, que cumplieron con este estándar.

     El profesor de derecho, Eric Heinze, sin embargo, afirma que en la obra, es particularmente notable una serie de relaciones sociales, que están en crisis, a medida que se despojan de sus formas feudales, y se enfrentan a las fuerzas del mercado de la Europa moderna temprana.

Actuaciones

     Se registran dos primeras representaciones de, La Comedia de los Errores. Una, de, "una compañía de tipos bajos y comunes", se menciona en la, Gesta Grayorum, ("Las Hazañas de Gray") como ocurrida en, Gray's Inn Hall, el 28 de diciembre de 1594, durante las juergas de la posada. La segunda tuvo lugar también el, "Día de los Inocentes", pero diez años después: 28 de diciembre de 1604, en la Corte.

  Como muchas de las obras de Shakespeare, La Comedia de los Errores, fue adaptada y reescrita extensamente, particularmente a partir del siglo XVIII, con una recepción variable por parte del público. (Wikipedia en Ingles)

Comedia de Errores

de William Shakespeare 

     En el año 350 a.C., los estados de Siracusa y Éfeso eran enemigos irreconciliables. En la ciudad de Éfeso, el pregonero leía un edicto, “Desde hoy se prohíbe a todo ciudadano de Siracusa entrar a Éfeso. El que se atreva a desobedecer ésta orden, será condenado a muerte, o deberá pagar mil marcos de multa.” Sin embargo, tal amenaza no impidió que algunos siracusanos, por ignorarla, o por necesidad, entráran a Éfeso. Un dia, un hombre mayor, quien era casi un anciano, fue abordado por dos soldados guardias. Uno de ellos le dijo, “¡Tú eres siracusano! ¡Quedas detenido!” El anciano dijo, “Pero no he hecho nada. Acabo de llegar.”

    El guardia le dijo, “Eso es lo que todos dicen. ¿Acaso ignoras que está prohibido que los de tu estado, vengan al nuestro?” El hombre les dijo, “Señores, yo no quiero cometer ninguna falta. Escuchen mis razones y…” El guardia lo interrumpió, y le dijo, “¡Calla! ¡Te llevaremos ante el duque!” Poco después, el hombre se presentaba ante el duque Solino, quien le dijo, “Egeónte de Siracusa, has faltado a las leyes de Éfeso. Debes pagar mil marcos, o morirás.” Egeónte le dijo, “Señor duque, no tengo dinero, por lo que me resigno a mi muerte. No temo a la muerte, porque el dolor me ha cansado de la vida.” El duque Solino le dijo, “Tus palabras indican sufrimiento. ¿Qué te ha causado tanta tristeza?”
     Egeónte comenzo a narrar, “Hace más de 25 años, que no hay para mí alegrías. El destino ha sido muy cruel conmigo.” El duque dijo, “Me gustaría conocer tu historia. ¡Cuéntamela!” Egeónte le dijo, “Sí así lo desea, lo haré. Yo nací en Siracusa, y segui la tradición de mi familia: el comercio. A los 28 años, me casé con una mujer muy hermosa, y llena de virtudes. Era el hombre más feliz del mundo. Cuando llevaba dos años de feliz matrimonio, un día dije a mi esposa, ‘Helena, debo ir a Epidamnio. Estaré allá dos o tres meses.’ Helena le dijo, ‘Me sentiré tan sola sin ti. Ojalá tu viaje o se alargue por más tiempo.’ Yo le dije, ‘Te prometo que estaré aquí para cuando nazca nuestro hijo.’ Ella me dijo, ‘Sé que así será, Egeónte. Ve tranquilo. Estaré ansiosa aguardando tu regreso.’  
   Partí y después de dos meses, una mañana desperté pensando, ‘Aquí puedo hacer mejores negocios que en Siracusa. Regresar ahora será perder muy buenas oportunidades. En Epigdamio, pronto me haré rico, y podré dar a Helena y a mis hijos, todo lo que merecen. Traeré a Helena, y nos quedaremos aquí un tiempo. Esa es la mejor solución.’ Así lo hice, y un mes después, Helena estaba conmigo. Cuando la lleve a la posada, le dije, ‘En ésta posada estaremos bien, mientras encontramos una casa donde instalarnos. Helena, lo importante es estar a tu lado. Nuestro hijo ya está por nacer.’ Y efectivamente, dos semanas después, la matrona me dijo, ‘Señor, son gemelos, tan iguales como son dos gotas de agua.’ Asombrado, contemplé a mis hijos, y exclame, ‘¡Su parecido es increíble! ¿Cómo les llamaremos?’ Helena me dijo, ‘Yo había pensado, Antifolo.
    Ahora tendremos que buscar otro nombre para uno de ellos.’ Yo le dije, ‘Ambos tendrán el mismo nombre. Son como una sola persona.’ Esa noche, cuando bajé a cenar, mi sirviente me dijo, ‘Señor, las cosas que suceden. ¡Nunca había visto nada igual!’ Le dije, ‘¿De qué hablas?’ El sirviente me dijo, mientras me servia,  ‘Otra mujer de aquí hoy, también dió a luz a dos niños, y lo extraordinario del caso, es que son idénticos.’ Le dije, ‘¡Vaya coincidencia! Me gustaría verlos.’ Mi sirviente me dijo, ‘Si quiere, lo llevaré con ellos. ¡Esos pequeños no tendrán la suerte de los suyos!’ Le dije, ‘¿Por qué lo dices?’ Me dijo, ‘Sus padres son muy pobres; apenas tienen para dar de comer a sus otros cinco hijos.’ Le dije, ‘Yo no soy rico, pero tengo buen pasar. Quizá puedo ayudarlos.’ Y asi, cuando vi a los niños, exclame, ‘¡Son absolutamente iguales!’ Y la mujer me dijo, ‘¡Pobres de mis hijos! ¿Qué suerte les espera? No tenemos para criarlos señor.’ Yo le dije, ‘Si aceptan, yo me haré cargo de ellos.
    Mi mujer también tuvo gemelos, y puedo educar a tus hijos, para que les sirvan.’ El hombre dijo, ‘¡Ah, señor, eso es una bendición!’ Les dije, ‘Les daré docientos Marcos por los dos niños. ¿Están de acuerdo?’ El hombre dijo, enjugandose las lagrimas, ‘Sí, Sí, señor. Lléveselos ahora mismo.’ La mujer dijo, llorando, ‘¡Cuídelos mucho, señor!’ Con los pequeños en mis brazos, fui donde Helena, quien me dijo al verlos, ‘¡Oh, Egeónte, no pudiste encontrar mejores compañeros, para nuestros pequeños!’ Le dije, ‘Como se criarán juntos, les serán siempre fieles, y les servirán con respeto y cariño.’ Helena me dijo, ‘¿Cómo lo llamaremos?’ Le dije, ‘¿Te parece Dromio? Un solo nombre para ambos.’ Hela dijo, ‘Bien, así, cada uno de los Dromios, servirán a uno de los Antifolis.’ Yo dije, ‘Ninguno de ellos, podrá decir que favorecimos a alguno con el nombre.’ Los niños crecieron sanos y fuertes, y se llevaban de maravilla entre ellos. Un día, mientras los veíamos jugar,
   Helena dijo, ‘¡Qué felices se ven! Nuestros hijos son una bendición, y los Dromios unos niños muy buenos.’ Yo le dije, ‘Ellos saben que su papel en la vida, será servir. Siempre acatan las órdenes de nuestros hijos.’ Helena dijo, ‘Aunque los quiero mucho, les he indicado cuál es su lugar. Así no tendrán una idea equivocada.’ Yo dije,  ‘Al comprarlos, les dimos una gran oportunidad que jamás habrían tenido sus padres.’ Helena me miró a los ojo, y me dijo, ‘Egeónte, por el bienestar de los niños, he pensado que debemos regresar a Siracusa.’ Le dije, ‘Tiene razón. Nuestra fortuna aumentó. Allá podré instalar un gran negocio, y multiplicar el capital. Hoy mismo iré a averiguar cuándo sale un barco para Siracusa.’ Helena me dijo, ‘Gracias Egeónte. Ojalá sea pronto.’ El día en que los niños cumplieron cinco años, nos embarcamos.
   Dos días después, empezó a soplar un fuerte viento, mientras viajaban. Mientras la tormenta se desarrollaba, pensé, “Tendremos tormenta. Diré a Helena que no salga a cubierta con los niños.” Y efectivamente, no tardó en desatarse una tempestad de violencia inusitada. Los marineros desesperados, trataban de controlar la embarcación, gritando, ‘¡Arríen la vela!’ Pero ésta era llevada como un juguete, por el mar embravecido. Mientras todo era un caos, un marinero grito, ‘¡Estamos perdidos! ¡El capitán quedó aplastado! ¡Dejemos el barco! ¡Las olas lo voltearán en cualquier momento al bote!’ Otros marinero gritaban, “’¡Al bote!¡Al bote!’ Yo grité, ‘¡Esperen! ¡No pueden dejarnos aquí! ¡Mi mujer y mis hijos…!’
    Un marinero me dijo, ‘Lo siento, solo hay un bote, y apenas cabemos nosotros.’ Sin hacer caso a mis súplicas, se alejaron. Yo les grite, ‘¡Por piedad, no se vayan! ¡No nos dejen! Desesperado, regrese a donde mi esposa. Ella, abrazando a los niños dijo, ‘Moriremos, el barco se va a hundir. ¡Nos ahogaremos todos!’ Yo dije, ‘Buscare el modo de salvarnos. Tenemos que lograrlo.’ Lléno de angustia, vi que no existía ninguna forma y, de pronto, se me ocurrió algo, y dije, ‘Helena, una vez en medio de una tormenta, los marineros se ataron entre los palos de las velas. Así se salvaron todos. Eso haremos. Yo me ataré con uno de nuestros hijos, y con un Dromio, y tú harás lo mismo con los otros dos. Pero hagámoslo. Si sucede algo peor, los niños estarán con nosotros.’ Poco después, el barco se venia abajo. Helena gritaba, ‘¡Egeónte, esto es espantoso!’
    Los niños gritaban, ‘¡Papáaa! ¡Papaaá!’ Yo pense, ‘¡Dioses del Olimpo, ayúdenos! ¡No lo pido por mí, sino por mis hijos!’ De pronto, el barco tronó en dos. ¡CRASH! Mientras flotaba, amarrado de un palo con mis hijos, pensé, ‘Si nos si no hubiéramos estado amarrados, habríamos muerto todos.’ Comence a gritar,’¡Helenaaa! ¡Helenaaa!’ Pero mis gritos eran callados por el rumor de la tormenta. Pense, ‘¿Dónde estará? ¿Se habrá salvado? Sí, tiene que estar viva.’ El pequeño Antifolis me dijo, ‘Papá, tengo mucho miedo.’ Les dije, ‘Nada pasará. Agárrense bien del palo. Tenemos que mantenernos a flote.’
     Al amanecer, cuando ya no tenía fuerzas, apareció algo en el horizonte, y dije, ‘¡Un barco! ¡Estamos salvados!’ Fuimos rescatados y llevados a Siracusa. Cuando estuvimos a salvo los tres, pensé, ‘He perdido a mi adorada Helena y a mi hijo. ¿Qué habrá sido de ellos? Quizá estén muertos… ¿Y si también fueron recogidos por un barco…? No, si así fuera, ya estarían aquí.’ Con el tiempo, perdí la esperanza, me dediqué a criar al hijo que me quedaba. Al verlos jugar, pensé, ‘Antífolo es tan trabajador tan bueno y cariñoso. ¡Ah, sí su madre lo pudiera ver! Y mi otro Antifolo viviera…’ Cuando mi hijo cumplió veinte años, un dia vino y me dijo, ‘Padre, siempre he pensado que mi madre y mi hermano se salvaron igual que nosotros.’
     Le dije, ‘Yo tuve esa esperanza mucho tiempo, pero ya ves, jamás volvimos a saber de ellos.’ Mi hijo se acercó y me dijo, ‘Eso no significa que estén muertos. Algo me dice que viven.’ Le dije, ‘Hijo, si así fuera, Helena habría regresado aquí con tu hermano.’ Mi hijo me dijo, ‘A veces las circunstancias se dan, de tal forma que lo impiden… padre, he tomado una decisión.’ Le dije, ‘¿Cuál, Antífolo?’ Antífolo me dijo, ‘Los buscaré.’ Le dije, ‘Imposible, ¿Donde los buscarás? Ni siquiera sabes cómo son.’ Antífolo me dijo, ‘Tú me has dicho que mi hermano es idéntico a mí. ¿Que mejor señal que esa?’ Le dije, ‘¡Hijo, tú eres lo único que tengo! ¡No te vayas! Si te sucede algo…’
    Me dijo, ‘Padre, regresaré; y si los dioses me ayudan, lo haré con mi madre y mi hermano.’ Antifolo se arrodillo ante mí, y me dijo, ‘Dromio me acompañará. Él también quiere encontrar a su hermano. ¿Imaginas que dicha si lo logramos?’ Tome sus manos y le dije, ‘Hijo, quisiera tener tu fe, tu entusiasmo, pero he sufrido tanto…’ Antífolo y Dromio partieron días después. Pasó el tiempo, y un día pensé, ‘Hace ya tres años que se fueron. ¿Donde estarán?’ ¡Oh! ¡Me he quedado solo! iré a buscarlo. Ya no puedo resistir ésta incertidumbre. Sin él, mi vida no tiene sentido.’”
Egeónte volvió al presente, y dijo al rey, “Hace dos años que viajó sin descanso. He recorrido ciudades y aldeas, con la esperanza de hallarlo. Gasté todo mi capital. Ya nada me queda. Ahora mi vida terminará. Le aseguro, gran duque, que moriría feliz si supiera que vive en mi esposa e hijos.”
     El duque le dijo, “Tu historia es muy triste, y comprendo. Tu sufrimiento. Es grande el amor que tienes a los tuyos. Las leyes no admiten el perdón, más no te condenaré a muerte, por no pagar de inmediato la multa. Toma el día de hoy, para que reúnan los mil Marcos y puedas salvarte.” Egeónte le dijo, “No me hace ningún favor. A nadie conozco en Éfeso, que me pueda ayudar. De todas formas moriré.” Entretanto, en una posada de la ciudad,  Antifolo llegaba con Dromio. Antifolo dijo al posadero, “Me dijo un amigo que aquí podría encontrar buen alojamiento.” El posadero le dijo, “Tú eres de Siracusa, ¿Verdad?” Antifolo le dijo, mienttras apaciguaba a su caballo, “Sí, pero hace años que salí de allí, y…” El posadero le dijo, “¿Acaso ignoras que la ley prohíbe a los siracusanos entrar a Éfeso?”  
     Antifolo dijo, “No tenía idea.” Mientras el posadero conducía los caballos, dijo, “Es mejor que nadie lo sepa. A quien te pregúnte, di que eres de Epidamnio.” Antifolo se instaló en una habitación, y dijo a Dromio, “Dromio, voy a salir. Ocúpate de mi ropa, y guarda éste dinero. No te muevas de aquí, hasta que yo regrése.” Minutos después, mientras caminaba por la ciudad, Antifolo pensó, “Cuánto he recorrido, y nadie me ha podido dar la menor señal de mi madre y mi hermano. No quiero regresar a Siracusa vencido. ¿Qué será de mi padre? Quizás piensa que yo también he muerto.” En esos mismos momentos, en una elegante casa de la ciudad, una mujer decía, “¡Es el colmo, Luciana! Mi marido no tiene consideración, siempre llega retrasado a la hora de comida.” Lucia le dijo, “Adriana exageras. Debes ser más comprensiva. Él tiene muchos negocios y…”
    Adriana dijo, “Hermana, no son los negocios lo que me retienen. ¡Él ahora debe estar con otra mujer! Esa es la razón de sus largas ausencias.”  Luciana le dijo, “Perderás a tu marido por tus celos. Él te ama, pero un día lo cansarás.” Adriana le dijo, “¡Oh Luciana, cómo sufro! De solo pensar que ame a otra, siento un puñal en mi pecho.” Luciana le dijo, “Cálmate, tu marido jamás te ha dado motivos.” Adriana le dijo, “¿Y sus tardanzas? ¿Acaso no significan nada? Enviaré por él. ¡No sopórto más esta espera!” Adriana era nada menos que la esposa de Antifolo, el hijo que Egeónte creía, había muerto en el naufragio. A continuación, Adriana daba la orden y decia, “Dromio, ve por tu amo. Dile que venga de inmediato. Que la comida está lista y yo los espéro.”

     Antífolo, su madre, y Dromio lograron salvarse en la forma más inesperada. Cuando estuvieron en altamar, amarrados a un gran madero, Helena dijo, “No puedo más. Las fuerzas me abandonan, y mi hijo y Dromio morirán, y yo no podré evitarlo.” Cuando más desesperada estaba, una nave se acercó. Helena comenzó a gritar, “¡Socorroooo! ¡Ayúdenmeeee!” Uno de los navegantes dijo, “Alguien pide ayuda. Acerquémonos. Son una mujer y dos niños.” Helena ldijo, “¡Oh dioses, nos vieron!” La pobre mujer no sabía en qué manos había caído. Eran dos pescadores malvados, y uno de ellos dijo al otro, “¿Qué te parece nuestra pesca de hoy?” Su compañero le contestó, “¡Magnífica! Regresemos a la costa. Con esto es suficiente.”  
     Una hora después, al llegar a la costa, uno de los pescadores dijo a Helena, “Aquí te dejaremos. No podemos hacer nada más por ti.” Helena les dijo, “Les agradezco que nos salváran. Soy de Siracusa, y trataré de regresar allá, con mi hijo y con…” Uno de los pecadores tomó a los niños y dijo, “Los niños ahora son nuestros. Es el pago por haberte ayudado.” El otro pescador tomo a Helena, quien desesperada grito, “¡NOOOO!¡No pueden quitármelos!” Uno de los pescadores dijo, “Claro que sí. Obtendremos buen dinero al venderlos como esclavos.” Helena gritaba, “¡No pueden hacer eso…Ayyyy! ¡No se los lleven! ¡Mi hijoooooo!” Los ninos gritaban, “¡Mamaaá! ¡Amaaaa!” Pero los hombres se alejaron, dejándola desecha de dolor. Helena dijo, “He perdido a mis seres amados.” Días después, los pescadores se emborrachaban en una taberna. Uno de ellos decia, “¡Qué bien nos pagó el duque de Menafont, por los niños!”
    El otro pescador dijo, “Te dije que él nos daría el mejor precio.”  Así, Antifolo y Dromio se quedaron en el palacio del duque en Menafont. Y cuando cumplieron diez años, un dia el duque fue al palacio de su tio acompañado de los niños. El tio dijo, “Sobrino, estoy muy contento con tu visita. Tu padre estaría muy orgulloso de ti. Sé que el gobierna Éfeso con justicia y bondad.” El duque le dijo, “Solo sigo tus enseñanzas tío.” Entonces su tio le dijo, “¿Quiénes son esos niños?” El duque dijo, “¡Ah, los compré a unos pescadores que los encontraron a la deriva, sobre un madero! Tal vez sobrevivieron a un naufragio. Me dieron lástima. No sabes cómo me divierten. Imagínate que el más alto trata al otro como si fuera su criado, y éste le obedece en todo. Cuando los trajeron, lo primero que dijo fue, ‘Soy Antifolis, y este es mi criado Dromio.’”
     El tio rió, “ ¡Ja, Ja, Ja! Quizás es hijo de alguien adinerado, que le dio un esclavo desde pequeño.” El duque dijo, “Puede ser, ya que Dromio siempre lo obedece, eso demuestra que ya estaba acostumbrado.” Su tio le dijo, “Tengo la impresión de que Antifolis podría ser un buen guerrero. ” El duque le dijo, “Si así lo piensas, te lo regalo. Cuando crezca podría formar parte de tu ejército.” Su tio le dijo, “Me llevaré a los dos.” Así los niños fueron a vivir a Éfeso, el duque le tomó cariño a Antifolo, y cuando éste cumplió veinte años, lo hizo oficial de su ejército. Llegado el momento, Antifolo dio la orden a su esclavo, “Dromio, partiremos a la guerra con el duque. Prepara mi equipaje.” Asi, el joven oficial se distinguió en la batalla por su bravura y valentía. Jamás retrocedía ante el enemigo, y el peligro.
    Un día, mientras se desarrollaba una cruenta y terrible lucha, Antifolo observó algo, y pensó,
“¡El duque está en peligro!” Sin dudarlo, Antifolo se lanzó a salvarlo. Una vez estando a salvo, el duque dijo, “¡Que a tiempo llegaste!” Cuando regresaron a Éfeso, Antifolo se presentó ante el duque, quien le dijo, ”Antifolo, te debo la vida, y voy a premiar tu valentía y fidelidad.” Antifolo le dijo, “Señor duque, sólo cumplí con mi deber.” El duque le dijo, “Voy a darte como recompensa una esposa bella y rica. Te casarás con Adriana, la joven más hermosa de Éfeso.” Antífolo se casó con Adriana, la que como único defecto, tenía unos celos enfermizos. Un día, Adriana dijo a Antifolo, “¿Vas a salir? Seguro irás a visitar a otra mujer, porque tú me engañas, lo sé.”
     Antifolo le dijo, “Adriana, tus reproches no tienen ninguna justificación. Jamás te he engañado.” Adriana le dijo, “¡Mientes! Ya no eres el mismo. No me dices que me amas, ni que soy hermosa.” Antifolis dijo, “Sí te lo digo, me respondes que trato de ocultar alguna falta, que me siento culpable.” Adriana le dio la espalda y le dijo, “Así es, tú nunca me has querido. ¡Ah, quiero morir para no sufrir tu indiferencia!” Antifolo le dijo, “¡Estás loca! Te aseguro que si continúas con tus celos, me iré para siempre.” Adriana le dijo, “¡Eso es lo que quieres! ¡Te juro que si te vas, me mataré!” Antifolo pensó, “¡Es insoportable! Si no la amára, ya la habría abandonado.” Esa mañana, Antifolo de Éfeso, abandonó furioso su casa, sin imaginar que el destino llevaría a la ciudad a su padre, y a su hermano. Horas después, cuando Antífolo de Siracusa paseaba por las calles, y pensando que encontraba a su esclavo, vio a Dromio de Éfeso, y le dijo, “Dromio, ¿Qué haces aquí?”
     Dromio le dijo, “La señora me mandó a buscarle. Dice que vaya a comer, pues hace mucho que le espera.” Antifolo de Siracusa dijo, “¿Qué dices? Te pedí que ordenaras mi ropa y guardaras el dinero, no que salieras a pasear.” Entonces Dromio, pensando que era su ámo dijo, “Señor, vamos. La señora se enojará.” Antifolis se extrañó y dijo, “¿Qué señora?” Dromio dijo, “¿Cómo que señora? ¡Su esposa!” Antifolis de Siracusa dijo, “¡Dromio, estás loco! ¡No tengo esposa! Bien lo sabes, y no me da la gana comer ahora.” Dromio al ver a quien creia ser su ámo, pensó, “¿Bromea? Es mejor que lo convenza que vaya a la casa, o la señora se enfurecerá.” Dromio le dijo, “Señor, venga conmigo. La señora y su hermana aguardan, y usted sabe que…” Antifolo lo interrumpió y dijo, “¡Basta, te he dicho que no tengo esposa!”
      Dromio insistió, y dijo, “Pero señor…” Antifolo comenzó a golpearlo. Dromio exclamó, “¡Ay, ay!” Antifolo le dijo, “No voy a soportar más tus tontas bromas.”  El pobre Dromio de Éfeso, después de recibir varias patadas y puñetazos, vió desde lejos entrar a su ámo, en la posada. Dromio pensó, “¿Qué le sucederá? La señora montará una cólera cuando lo sepa.”  Con toda la rapidez que le permitían sus piernas, Dromio regresó a la casa. Adriana dijo, “¿Qué? ¿Se niega a venir y dice que no tiene esposa?” Dromio dijo, “Así es señora, después de pegarme, se fue a una posada…” Adriana dijo, “¡Ah, no! Esto no lo voy a permitir. Yo misma iré por él.” Luciana, su hermana, quiso detenerla y le dijo, “¡Adriána espera!” Luciana agregó, “Tú tienes la culpa. A todas horas discutes con tu marido. Tus celos son absurdos.” Adriana le dijo, “¡Absurdos! Niega estar casado conmigo…tengo que buscarlo o no regresará más.”
     Poco después, uno de los sirvientes de Adriana, habia traído a Antífolo de Siracusa a casa de Adriana. Antifolo decia,
“Se lo juro, señor, no me he movido de aquí, no comprendo de qué me habla.” Entonces Adriana dijo, “Antifolis, ¿cómo te has atrevido a decir que no soy tu esposa?” Adriana se acerco a Antifolis, y le dijo, “Quieres dejarme…¡Pobre de mí! ¡Yo te quiero tanto y tú…!” Antifolo la miraba extranado. Adriana se acercó a abrazarlo y le dijo, “No creo merecer esto. Yo que siempre te complazco… ¡Oh, esposo mío!” Antifolo le dijo, “Señora, usted se equivoca, yo no la conozco.” Adriana le dijo, “¡No digas eso! ¿Acaso no te das cuenta cómo sufro? Estás enojado y por eso…” Antifolo dijo, “Se lo júro, es la primera vez que la veo. Acabo de llegar a Éfeso y…” Adriana se asió de su cintura y dijo, “Me tratas de castigar. Ven conmigo a casa, o moriré a ahora mismo.”
     Antífolo no entendía y dijo,
“Pero…” Adriana le tomó la mano y dijo, “¡Vamos, allá hablaremos! ¡No puedo soportar más! Tanto que te quiero y tú me haces esto…” Antifolo pensó, “Está loca, si no voy con ella, armará un escándalo.” Sin saber cómo salir de líos, la siguió. Adriana y Antifolo eran llevada por ocho sirvientes. Dromio la seguia caminando, pensando, “¿A dónde llevará esta mujer a mi ámo? Es mejor que vaya detrás de él.” Cuando llegaron a la casa, Dromio penso, “¡Qué mansión! No comprendo por qué esa dama dice que mi ámo es su esposo.” Entonces de repente una mujer dijo a Dromio, “¿Dromio, dónde andabas? ¡Ven acá!” Dromio quedó extrañado. Enseguida, la mujer agregó, “¡Te guardé un buen pedazo de pollo asado, que ya se enfrió por tu tardanza!”
     Dromio exclamó,
“¿Qué?” La mujer era Isabel, sirvienta de la casa, y esposa de Dromio de Éfeso. Ante la extrañeza de Dromio, Isabel le dijo, “¿Por qué pones esa cara? Vamos a la cocina, debo servir a los ámos, y tú tendrás que esperar.” Dromio penso, “Bueno, si mi ámo está adentro, porqué yo no.” En esos momentos, la sorpresa y el asómbro de Antífolo aumentaban, pues Luciana le decia, “Cuñado, ten paciencia. Sé que sus celos la pone insoportable, pero Adriana te quiere mucho.” Antifolo no cabia en su asombro. Luciana agregó, “Yo tráto de que cámbie, pero no es fácil.” En ese momento llegaba Adriana, diciendo, “Ven, amor mío. Pasemos al comedor.” Adriana se recostó en el piso, frente a él, bebiendo en una copa dijo, “Querido mío, hice preparar tus platillos favoritos. Ninguna otra mujer se preocupará de ti como yo.”
     Antifolo pensó, “¿Estaré soñando? Una me llama cuñado, y la otra, marido. ¡No entiendo nada!” Por su parte, Dromio no la pasaba mejor. Isabel discutia con Dromio, diciendo, “Tú no me vas a hacer sufrir, como el ámo a la señora, Dromio. Soy tu esposa, y tienes que respetarme.” Dromio dijo, “¡Mi esposa! ¡Dios me libre! Nunca me he casado, y no pienso hacerlo.” Isabela se enfureció, y le dijo, “¿Qué dices?” Dromio pensó, “Ésta mujer no está en sus cabales. Es mejor que le siga la corriente.” Al terminar con la comida, Antifolo se sentía más y más perplejo, y dijo a Adriana, “Tengo que salir.” Adriana lo abrazó, y le dijo, “¿Regresarás pronto? Dime que no tardarás.” Antifolo dijo muy serio, “Sí…claro…lo haré…” Adriana acercó su boca a la de Antifolo, y le dijo, “Así me gusta. Te esperaré ansiosa.” Dromio también escapó en cuanto le fue posible, y se reunió con su ámo, diciendo, “Señor, ¿Qué está sucediendo? No comprendo nada.” Antifolo le dijo, “Yo tampoco Dromio, pero creo que…”
    En ese momento llegó un hombre, y le dijo a Antifolis,
“¡Qué bueno que lo encontré, señor Antifolo! Aquí está la cadena que me encargó.” Antifolis se extrañó, y le dijo, “¿Qué cadena?” El hombre mostró la cadena, y dijo, “Ésta, espero que sea de su agrádo.” Antifolo dijo, “Pero yo…” Sin esperar, el joyero se alejó. Entonces Antifolo dijo, “Dromio, esto es demasiado. En ésta ciudad todos están locos, o yo he perdido la razón.” Dromio dijo, “Señor, tengo la misma duda.” Antifolis dijo, “Ve a la posada, y lleva las cosas al primer barco que encuentres. No nos quedaremos más en este lugar.” Dromio dijo, “Excelente idea, señor. Lo aguardaré en el puerto.” Cuando Antífolis les quedó solo, un hombre mayor se acerco a él, y le dijo, “¿Qué tal Antifolo?” Antifolo se extrañó, pues no conocía al hombre, quien dijo, “Me alegro de verte. Toma el dinero que me prestaste, gracias. Me sacaste de un gran apuro.” Antífolo ni siquiera fue capaz de replicar, pues el asómbro se lo impedía.
     Enseguida, llegaba otro hombre diciendole,
“Señor, venga. Llegó la tela que me encargó. Éntre a mi edificio y le tomaré las medidas ahora mismo para la túnica.” Antifolo dijo, “¡Esto es demasiado! Creo que todos se burlan de mí.” Entre tanto, Egeón era abordado por tres soldados, uno de ellos le dijo, “¡Ah, aquí estás! Quedas detenido por deudas.” Egeón dijo, “Esperen, yo pagaré, se los asegúro…” En ese instante, el desesperado hombre vió a Antifolis de Éfeso, “Señor, págueme la cadena que le entregué para que yo pueda saldar una deuda.” Antifolo de Éfeso le dijo, “¿Qué cadena?” El hombre le dijo, “La que usted me encargó, y le entregué hace unos minutos.” Antifolo de Éfeso le dijo, “¡Pillo, tú no me has dado nada!”
     El hombre se enojó, y le dijo,
“¿Me quiere estafar? ¡La cadena era de oro puro! Yo confié en usted y se la entregué me está robando.” Antifolo de Éfeso dijo, “¿Te atreves a llamarme ladrón, a mí que soy un ciudadano respetable?” El hombre respondio, “¡Ladrón y sinvergüenza!” Antifolo de Éfeso respondió, “Te voy a…” Los dos solados tuvieron que intervenir y detenerlos, y uno de los soldados dijo, “¡Basta de escándalo! Irán los dos a la cárcel, y no saldrán de allí, hasta que esto se aclare.” Antifolo de Éfeso dijo, “¡Que justicia! ¡No iré a prisión!” Cuando iba camino a la cárcel, Antifolo de Éfeso, mientras era llevado por el soldado, vio a Dromio y le dijo, “¡Dromio gracias a los dioses que andabas por aquí! Ve a la casa, y pide dinero a Adriana. Prefiero pagar lo que no debo, a ir a la cárcel.”
     Dromio de Siracusa dijo, “Ámo, ¿Usted quiere que yo regrese a esa casa?” Antifolis de Éfeso dijo, “Obedece o me encerrarán. ¿Qué te sucede? ¡Muévete!” Dromio de Siracusa dijo, “Está bien, no se enoje.” Cuando iba caminando, Dromio de Siracusa pensó, “No lo entiendo, quiere que le pida dinero a esa mujer, que dice ser su esposa…” Dromio cumplió la orden, y cuando se dirigía a la cárcel, encontro a Antifolo de Siracusa, y le dijo, “Ya tengo el dinero, señor, pero, ¿Cómo escapó de los soldados?” Antifolo de Siracusa le dijo, “¿De qué hablas?” Dromio de Siracusa le dijo, “Después de su arresto, ¿acaso se dieron cuenta que usted era inocente?”
    Antifolo de Siracusa le dijo,
“¡Has perdido la razón! La estadía en esta ciudad, se enfermó. Aquí todos están locos.” En ese momento, escucharon la voz de una mujer, “¡Antifolis!” Antifolo de Siracusa volteó, y dijo, “¡Oh no! ¿Qué querrá esa mujer?” La mujer se acerco y dijo, “¿Ya fuiste a buscar la cadena que me prometiste?” Antifolo le dijo, “Usted se equivoca, yo…” La mujer le dijo, “¿No recuerdas? Hoy, cuando comimos juntos, dijiste que me darías una cadena de oro por el anillo.” Antifolo de dijo, “Perdón, pero yo jamás he comido con usted.” La mujer dijo, “¿Cómo no? ¡Me engañaste! Si no me das la cadena, devuélveme el anillo que te entregué.”
     Antifolo le dijo, “¿Cuál anillo?” La mujer dijo, “¡Es el colmo! O me lo das o…” Antifolo dijo, “¡Usted está loca! No se acerque. Es una bruja que quiere confundirme…¡Vámonos Dromio!” Cuando ambos partieron, lam mujer penso al verlos partir, “¿Loca yo? Él es el demente. No se burlará de mí; ¡Ahora mismo iré a ver a su mujer!” Poco después, Adriana recibia a la mujer, diciendo, “¿Que mi marido está loco? ¿Cómo se atreve?” La mujer dijo a Adriana, “Lo acabo de ver y dice no conocerme, y niega que me ofreció cambiar un anillo por una cadena de oro.” Tras escuchar eso, Adriana pensó, “También negó conocerme a mí. Estuvo muy raro a la hora de comer…¿Será posible que haya perdido la razón?”
     Apenas la mujer se marchó, llegó Antifolo de Éfeso, llegó con los soldados, gritando,
“¡Adriana! ¿Por qué no me enviaste el dinero que te mandé pedir? ¿Querías que me dejaran para siempre en la cárcel?” Adriana llena de confusión, solo dijo, “Pero sí…” Antifolo dijo, “¡No eres una buena esposa! ¡Tú misma debiste llevarlo!” Adriana lo vió, y pensó, “No hay duda que estás loco. Le envié el dinero y ahora viene a pedirlo nuevamente. Es mejor que se lo vuelva a dar.” Antifolo pagó el soldado y se retiro a su habitación. Enseguida, Adriana reunió a su servidumbre, y les dijo, “Ustedes son mis criados de confianza. Mi esposo ha enloquecido. Átenlo y luego llévenlo a la habitación del fondo.” De inmediato, los criados cumplieron la orden. Cuando los criados tomaron a Antifolo, este comenzó a gritar, “¿Qué hacen? ¿Cómo se atreven? ¡Adrianaaaa!”
     Adriana le dijo, “Cálmate, pronto vendrá el médico.” Antifolo comenzó a gritar, “¡Mujer ordena que me suelten o te arrepentirás! Tus celos te llevan a hacer toda clase de tonterías.” Adriana le dijo, “Vamos, ya te repondrás. ¡Llévenselo!” Mientras los soldados lo sujetaban, Dromio dijo, “Mi señora, ¿Por qué trata así al ámo?” Adriana dijo, “Ha perdido la razón, Dromio. Hoy negó ser mi esposo, y a la hora de comer, insistió en que no me conocía.” Entonces Dromio le dijo, “¡Pero si no comió aquí! Estaba tan enojado, porque ustedes lo cela, que lo hizo en casa de…” Adriana se enojó y le dijo, “¡Dromio, ¿Tú también? ¡Ámo y criado se han vuelto locos!” A pesar de sus protestas, Dromio corrió la misma suerte que su ámo. Asi, ambos fueron encerrados en la misma celda.
    Entonces Antifolo dijo,
“Dromio, ¿Qué sucede? Los celos trastornaron a Adriana.” Dromio le dijo, “Asegura que usted comió aquí hoy. Señor, ¿Qué va a ser de nosotros?” Antifolo le dijo, “Tratemos de escapar. Intenta desamarrar mis manos.” Dromio le dijo, “Ojalá lo logre, porque le aseguro que tengo mucho miedo cuando las mujeres se enojan.” Mientras tanto, uno de los sirvientes llegó con Adriana, diciendo, “¡Señora…señora…el ámo y Dromio escaparon! Ellos pasean muy tranquilos cerca de aquí.” Adriana le dijo, “¿Escaparon? Hay que traerlos de regreso. Son un peligro sueltos.” Adriana, su hermana, y los criados, corrieron a la calle. Una vez que los hubieron divisado, Adriana gritó, “¡Allí están!” El grupo se acercó a ellos, y entonces Adriana les dijo, “¡Antípolo! ¡Dromio! ¿Cómo se han atrevido?”
    Entonces, Antifolo de Siracusa gritó,
“¡Esa mujer otra vez! ¡Corramos, Dromio!” Mientras aquellos huían, Adriana gritó a sus sirvientes, “¡Que no se escapen! ¡Deténganlos!” Mientras huian, Antifolo de Siracusa dijo, “¿Dónde podemos escondernos? ¡Ay Dromio, estamos perdidos!” Dromio lo guió y le dijo, “Señor, por esta puerta.” Como una tromba, entraron en el lugar. Era un edificio donde estaban unas mujeres. Entonces, al verlos, una de ellas dijo, “¿Quiénes son ustedes?” Antifolo dijo, “¡Por piedad, ayúdenos! Nos persigue una mujer demente.” La mujer lo escuchó atentamente. Antifolo dijo, “Insiste en que soy su marido, y ahora quiere hacerme detener por sus criados. ¡Por favor, déjenos quedar aquí, mientras se va!” La mujer dijo, “Tranquilos. No saldrán de este lugar, hasta que yo sepa cuál es la verdad de este asunto.”
     Apenas entraron al edificio, llegó una sirviente mujer, diciendo,
“Señora, una mujer muy enojada dice que su marido está aquí, y que viene a buscarlo.” Antifolo dijo, “¡Es ella! ¡Por todos los dioses del Olimpo, no permita que nos vea!” La mujer dijo, “Iré a hablar con ella, ustedes no se preocupen.” Antifolo dijo, “¡Ay, señora, tenga cuidado, es una loca furiosa!” Momentos después, la dama escuchaba la historia. La mujer dijo a Adriana, “¿Por qué causa tu marido perdió la razón?” Adriana le dijo, “Creo que porque ama a otra mujer… ¡Él me engaña, siempre lo ha hecho!” En las palabras de Adriana, se reflejaban los celos enfermizos que sentía Adriana,  y la señora decidió confirmarlo, y dijo, “¿Tú le regañabas por eso?” Adriana le dijo, “¡Ciertamente, a toda hora siempre le recordaba su infidelidad!” Adriana continuo, “Él lo negaba, claro! Pero yo lo sé. Áma a otra, y por ello se volvió loco de amor y remordimiento.”
    La mujer dijo a las hermanas, “Pobre hombre, no tenía un instante de tranquilidad. Tus celos son los causantes de su enfermedad.” Adriana dijo, “No, yo solo le decía lo malo y vil que era, por fijarse en otras mujeres.” La mujer dijo, “El venenoso clamor de una mujer celosa, es mortífero. Tú tienes la culpa de lo que le sucede a tu marido!” Adriana se sintio mal, y despues de recapacitar dijo, “¡Oh, yo…! Quizás usted tiene razón. No lo haré más. Lo llevaré a casa y lo cuidaré.” Pero la mujer dijo, “No, ese pobre se quedará aquí, y cuando esté completamente curado, se irá.” Adriana se enojó y le dijo, “¡Es mi marido! Usted no puede…” La mujer le dijo, “Él buscó refugio en este lugar, y no desea verte. Si te lo llevas, su estado puede agravarse. ¡Ahora vete!” Adriana le dijo, “¡Reclamaré ante las autoridades! ¡Soy la única con derecho para cuidarlo!”
   Y mientras Adriana alegaba furiosa, una procesión avanzaba en las calles de la ciudad. Al frente de la procesión iba Egeónte, acompañado de varios soldados, y atrás iba el duque, quien era cargado por un grupo de solados en su silla. Dos ciudadanos miraron la escena, comentaron entre sí,
“¿Qué sucede?” El otro ciudadano le contestó, “Un siracusano va a ser ejecutado. No pudo reunir el dinero para pagar la multa.” Como era la costumbre, el duque asistía a la ejecución. Desde las alturas de su silla, el duque dijo, “Laménto que éste hombre vaya a morir, pero no puedo hacer nada por él. Sería faltar a mis leyes.” En ese momento llegaba Adriana, acompañada de su hermana, gritando, “¡Justicia! ¡Justicia pido a todos los dioses!”
     El duque dijo,
“¿Qué le sucede a esa mujer?” En medio de sus lamentos, Adriana se arrodilló, y vió al duque, y le dijo, “¡Señor duque justicia! Mi marido perdió la razón, entró en esta casa, y su dueña no me lo quiere entregar.” Al mirarla, el duque dijo, “¡Adriana, la esposa de Antifolo!” En ese momento, llegó Antifolo, diciendo, “¡Señor duque, justicia! ¡La mujer que me dio por esposa, me encerró con mi criado, alegando que estoy loco! Fui atado como un delincuente. Dromio y yo logramos escapar, ahora le pido que…” Al verlo, Adriana le dijo, “Pero si tú estabas escondido en…” En ese momento Egeónte reconoció a Antifolis y dijo, “¡Hijo mío! ¡Hijo de mi corazón!” Antifolis exclamó, “¡Queeee!”
   Egeónte exclamó,
“¡Por fin te encuentro, hijo de mi alma! ¡Los dioses me permiten que salves a tu padre!” Antifolis dijo, “¿Mi padre? ¡Usted no es mi padre!” Egeónte se acercó a él, y le dijo, “Antípolis, ¿Será posible que me niegues, tú mi hijo te avergüenzas de mí? He recorrido medio mundo buscándote.” Egeónte agregó, “Gasté todo mi dinero, y ahora no tengo con qué pagar la multa. Al verte pensé que…” Antifolo dijo, “¿Que yo la pagaría? ¡Ni lo sueñe! ¡Es demasiado, hasta se atreve a decir que soy su hijo, para conseguirlo!” Egeónte exclamó lleno de dolor, “Pero…¡Oh dioses! ¿Por qué no me dan otro dolor? ¡Mi hijo ya no me reconoce!”
     Entonces Antifolis dijo al duque,
“No es mi padre. Yo soy huérfano, señor duque, usted lo sabe.” Entre tanto, en el interior de la casa, la mujer dialogaba con Antifolo y Dromio de Siracusa, “El duque está afuera, vengan. Hablaré con él, y le explicaré lo que sucede.” Se abrio la puerta y todos se llenaron de asómbro. Todos exclamaron “¡Oooooooh!” Antifolo de Éfeso exclamó, “¿Qué significa esto? ¡Ese hombre es igual a mi!” Antifolo de Siracusa, abrazó a Egeónte, diciendo, “¡Padre! ¡Padre mío!” El duque dijo, “¡Antifolo…estoy viendo doble!” Por su parte, ante la extrañeza de Adriana, Dromio de Éfeso se acercó a Dromio de Siracusa, y le dijo, “¡Ay, yo no soy yo yo…estoy aquí!”
     El único que mantuvo la calma, fue el duque, quien al ver tal escena dijo,
“Creo que se acaba de aclarar todo, y se ha confirmado la historia que éste hombre me contó ésta mañana.” Egeónte dijo, con lagrimas en sus ojos, “Sí señor duque.” Enseguida, Egeónte miró entre la multitud a una mujer, y dijo, “¿Helena, Elena eres tú?” La mujer dijo, “¡Egeónte!” Ambos hermanos se enfrentaron. Antifolo de Êfeso, dijo a su hermano, “¿Quién eres tú?” Su hermano gemelo le contestó, “Antipolis de Siracusa. Tú eres mi hermano. Te he buscado durante años, y por fin te encuentro, al igual que a nuestra madre.”
    Antifolo de Éfeso se acercó a Egeónte, y besando su mano dijo,
“Entonces, ¡Él es mi padre y yo lo he negado!” Antifolo de Siracusa dijo, “No lo sabías, hermano. Estoy tan feliz. Nuestra familia unida como siempre lo soñé.” Poco después, Egeón dialogaba con Helena, “Helena, ¿Por qué no regresaste a Siracusa?” Helena le dijo, “Después que los pescadores se llevaron a Antifolis y a Dromio, por muchos días vagué desesperada.” Helena hizo una pausa y continuó, “Estaba segura que tú y los otros dos niños, habían muerto, y sentía que ya no tenía nada por qué vivir. No sé cómo llegué a ésta casa, donde se albergaban mujeres que solo desean encontrar resignación y paz.”
    El duque dijo,
“Me da gusto que hayas encontrado a tus seres queridos, Egeón. Confío que aclarados los malos entendidos, ya no habrá problemas.” Adriana dijo, “Así será, señor duque. Prometo no volver a celar a mi marido. ¿Cuál de ustedes es? Estoy confundida.” Los Dromios también se sentían felices de haberse encontrado. Uno de ellos dijo, “¡Ja, Ja, Ja! Te miro y me parece estar frente a un espejo.” El otro dijo, “¡Ja! Hermano, te felicito. Eres muy apuesto, me gustaría parecerme a ti. ¡Ja, Ja, Ja!” Días después Helena y Egeónte se instalaban en una hermosa casa en Éfeso. Egeónte dijo, “Agradezco a los dioses por tenerte a mi lado los años que me quedan, Helena.”
    Elena le dijo,
“Hemos sido premiados, Egeón. Tenemos a nuestros hijos, que nos quieren, y se quieren como si nunca nos hubiéramos separado.” Meses después, Antífolo de Siracusa se casó con Luciana, la hermana de Adriana. Antífolo de Éfeso dijo, “Estoy seguro que serán tan dichosos como nosotros, querida mía.” Luciana le dijo, “Se los deseo de todo corazón. Luciana tendrá un buen marido, pero nunca como mi adorado Antipolo.” Adriana lo besó. Los consejos de Helena habían hecho cambiar a Adriana, quien olvidó sus celos. Aunque los errores quedaron aclarados, nunca dejaron de ocurrir incidentes, cuando la gente confundía a los Antífolos, y a los Dromios, o se imaginaba que estaba viendo doble.

Tomado de, Novelas Inmortales, Año XIV, No. 686, Enero 9 de 1991. Guión: Herwigo Comte, Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.