Club de Pensadores Universales

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domingo, 20 de febrero de 2022

El Cid, de autor anónimo.

     Rodrigo Díaz nació, probablemente, en Vivar de Burgos, en el año de 1048, y murió en Valencia, en1099, a la edad de 51 años. También conocido como el, Cid Campeador, Rodrigo Díaz  fue un líder militar castellano, que llegó a dominar al frente de su propia mesnada, el Levante de la península ibérica, a finales del siglo xi, como señorío de forma autónoma, respecto de la autoridad de rey alguno. Consiguió conquistar Valencia, y estableció en ésta ciudad, un señorío independiente, desde el 17 de junio de 1094​ hasta su muerte, Su esposa, Jimena Díaz, lo heredó, y lo mantuvo hasta 1102, cuando pasó de nuevo a dominio musulmán.

     Su origen familiar es discutido en varias teorías. Fue abuelo del rey García Ramírez de Pamplona, primogénito de su hija Cristina.

Pese a su leyenda posterior, como héroe de Castilla, o cruzado en favor de la Reconquista, a lo largo de su vida, se puso a las órdenes de diferentes caudillos, tanto cristianos como musulmanes, luchando realmente como su propio amo, y por su propio beneficio, por lo que el retrato que de él hacen algunos autores, es similar al de un mercenario, un soldado profesional, que presta sus servicios a cambio de una paga.

     Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista, cuya vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de Mio Cid. Rodrigo Díaz, ha pasado a la posteridad como, “el Campeador (‘experto en batallas campales’) o “el Cid (del árabe dialectalsīdi, ‘señor’).

Etimología Cid y Campeador

     Por el cognomento de “Campeador,” fue conocido en vida, pues se atestigua en 1098, en un documento firmado por el propio Rodrigo Díaz, mediante la expresión latinizada, “ego Rudericus Campidoctor.”​ Por su parte, las fuentes árabes del siglo xi y principios del xii lo llaman, الكنبيطور "alkanbīṭūr" o القنبيطور “alqanbīṭūr,”​ o quizá, teniendo en cuenta la forma romance, Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur, o al-Qanbiyatur (‘Rodrigo el Campeador’). ​

     El sobrenombre de “Cid,” que se aplicó también a otros caudillos cristianos, aunque se conjetura que ya pudieron usarlo como tratamiento honorífico, y de respeto sus coetáneos zaragozanos, por sus victorias al servicio del rey de la taifa de Zaragoza, entre 1081 y 1086) ​ o, más probablemente, valencianos, tras la conquista de ésta capital en 1094, ​ aparece por vez primera, como, “Meo Çidi” en el, Poema de Almería, compuesto entre 1147 y 1149.

    En cuanto a la combinación, “Cid Campeador,” se documenta hacia 1200 en el navarro-aragonésLinaje de Rodrigo Díaz, que forma parte del, Liber regum, bajo la fórmula, “Mio Cit el Campiador,” y en el, Cantar de Mio Cid, “Mío Cid el Campeador,” entre otras variantes.​

Biografía

Nacimiento

     Nació a mediados del siglo xi. Las distintas propuestas dignas de estudio, han oscilado entre 1041, (Menéndez Pidal) y 1057 (Ubieto Arteta), aunque actualmente cuenta con más partidarios una fecha situada entre 1045 y 1050; según Martínez Díez lo más probable es que naciera en 1048. ​

     Su lugar de nacimiento está firmemente señalado por la tradición en Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, aunque se carece de fuentes contemporáneas a Rodrigo que lo corroboren, puesto que la asociación de Vivar con el Cid se documenta por vez primera hacia 1200 en el, Cantar de Mío Cid, ​ y la primera mención expresa de que el Cid nació en Vivar, data del siglo xiv, y se encuentra en el cantar de las, Mocedades de Rodrigo. ​

Genealogía

     Menéndez Pidal, en su obra, La España del Cid, (1929), en una línea de pensamiento neo-tradicionalista, que se basa en la veracidad intrínseca de la literatura folclórica de cantares de gesta y romances, buscó a un Cid de orígenes castellanos y humildes, dentro de los infanzones, lo que cuadraba con su pensamiento de que el, Cantar de Mío Cid contenía una esencial historicidad. El poeta del Cantar, diseña a su héroe como un caballero de baja hidalguía, que asciende en la escala social, hasta emparentar con monarquías, en oposición constante a los arraigados intereses de la nobleza terrateniente de León. Esta tesis tradicionalista, fue seguida también por Gonzalo Martínez Diez, quien ve en el padre del Cid, a un “capitán de frontera” de poco relieve cuando señala que, “la ausencia total de Diego Laínez en todos los documentos otorgados por el rey Fernando I, nos confirma que el infanzón de Vivar, no figuró en ningún momento entre los primeros magnates del reino.”

     Ahora bien, esta visión se conjuga mal con la calificación de la, Historia Roderici, que habla de Rodrigo Díaz como un, “varón ilustrísimo,” es decir, perteneciente a la aristocracia; en el mismo sentido se pronuncia el, Carmen Campidoctoris, que lo hace “nobiliori de genere ortus,”​ ('descendiente del más noble linaje'). ​ Por otro lado, un estudio de Luis Martínez García (2000), reveló que el patrimonio que Rodrigo heredó de su padre, era extenso, e incluía propiedades en numerosas localidades de la comarca del valle del río UbiernaBurgos, lo que solo era dado a un magnate de la alta aristocracia, para lo que no obsta haber adquirido estas potestades en su vida de guerrero en la frontera, como sí fue el caso del padre del Cid. ​ Se conjetura que el padre de Rodrigo Díaz, no perteneció a la corte real, o bien por la oposición de un hermano (o medio hermano) suyo, Fernando Flaínez, a Fernando I, o bien por haber nacido de matrimonio ilegítimo, lo que parece más probable. ​Desde que Menéndez Pidal dijera que el padre del Cid, no fue un miembro de la “primera nobleza,” los autores que le siguieron lo han considerado generalmente un infanzón, es decir, un miembro de la pequeña nobleza castellana; “capitán de frontera” en las luchas entre navarros y castellanos en la línea de Ubierna (Atapuerca) según Martínez Diez (1999). ​

     Entre 2000 y 2002, los trabajos genealógicos de Margarita Torres, encontraron que el Diego Flaínez, o, Didacum Flaynez, mera variante leonesa y más antigua de Diego Laínez, que cita la, Historia Roderici, como progenitor, y en general, todos los ancestros por parte de padre, que recoge la biografía latina, coinciden exactamente con la estirpe de la ilustre familia leonesa de los Flaínez, una de las cuatro familias más poderosas del reino de León desde comienzos del siglo x, condes emparentados con los Banu GómezRamiro II de León y los reyes de Asturias. ​Esta ascendencia ha sido defendida también por Montaner Frutos en diversos trabajos del siglo xxi. En su edición del, Cantar de Mio Cid, de 2011, reafirmó la veracidad de la genealogía de, Historia Roderici, dilucidada en sus correspondencias históricas por Margarita Torres. ​
     No obstaría a este respecto, la aparente discrepancia del abuelo del Campeador, Flaín Muñoz con la variante, “Flaynum Nunez”​ (Flaín Nuñez), que registra la, Historia Roderici, ya que era habitual la confusión entre Munio y Nunio y sus variantes: (Muñoz / Munioz / Muniez / Nuniez / Nunioz / Nuñez), y eran intercambiables los sufijos patronímicos –oz y –ez en este momento de la historia. En cuanto al Flaín Calvo, que la Historia Roderici​ señala como cabeza de la estirpe, si bien Margarita Torres conjetura que podría aludir a un Flaín Fernández, al que la biografía latina añadió el sobrenombre de Calvo, Montaner prefiere considerarlo un cognomento procedente de la tradición oral.
     Posteriormente, el Linage de Rodric Díaz, hacia 1195, identificó a Flaín Calvo con un supuesto Juez de Castilla, Laín Calvo, que junto con Nuño Rasura –ambos falsos– inaugurarían la estirpe mítica de los jerarcas de Castilla, favoreciendo la genealogía mítica que se repitió en las leyendas cidianas surgidas en el siglo xiii, en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña, y en las Crónicas Alfonsíes que se sirvieron de estos materiales, reforzada por la condición de infanzones que las tradiciones atribuían al origen de los dos jueces, y el Cantar de Mío Cid a su héroe. ​

     De su madre se conoce el apellido, Rodríguez (más inseguro es su nombre, que podría ser María, Sancha o Teresa), hija de Rodrigo Álvarez, miembro de uno de los linajes de la alta nobleza castellana. El abuelo materno del Campeador, formó parte del séquito de Fernando I de León, desde la unción regia de este último, el 21 de junio de 1038, hasta 1066. Esta familia emparentaba a Rodrigo Díaz con el tenente de ÁlavaGuipúzcoa y Vizcaya Lope Íñiguez; con el de Castilla Gonzalo Salvadórez; con Gonzalo Núñez, tenente del alfoz de Lara y genearca de la casa homónima o con Álvar Díaz, que lo era de Oca, y se había casado con la hermana de García Ordóñez, a quien las fuentes épicas y legendarias consideraron rival irreconciliable del Cid.

     En 1058, siendo muy joven, Rodrigo Díaz  entró en el servicio de la corte del rey Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su curia noble. Este temprano ingréso, en el séquito del infante Sancho II, es otro indicio que lleva a pensar que el muchacho Rodrigo Díaz, no era un humilde infanzón. En definitiva, el mito del Cid como perteneciente a la más baja nobleza, parece más bien un intento de acomodar la genealogía de los míticos Jueces de Castilla del Linage de Rodric Díaz y sus descendientes, y del personaje legendario del, Cantar de Mío Cid, al Rodrigo Díaz histórico para destacar la heroicidad del protagonista, caracterizándolo como un castellano viejo pero no de alta nobleza que asciende gracias al valor de su brazo.

     En resumen, es seguro que Rodrigo Díaz desciende por línea materna de la nobleza de los magnates y, de aceptar la tesis de Margarita Torres, también por la paterna, pues entroncaría con los Flaínez de León. En todo caso, tanto el alcance de las propiedades con que dota a su mujer en la carta de arras de 1079, como la presencia desde muy joven en el séquito regio, o las labores que desempeña en la corte de Alfonso VI, son suficientes para concluir que el Cid fue un miembro de la alta aristocracia.

Juventud al Servicio de Sancho II de Castilla

     Rodrigo Díaz, muy joven, sirvió al infante Sancho, futuro Sancho II de Castilla. En su séquito fue instruido tanto en el manejo de las armas, como en sus primeras letras, pues está documentado que sabía leer y escribir. Existe un diploma de dotación a la Catedral de Valencia, de 1098, que Rodrigo suscribe con la fórmula autógrafa, "Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est" ('Yo Rodrigo, junto con mi esposa, suscribo lo que está arriba escrito').

     Tuvo, asimismo, conocimientos de derecho, pues intervino en dos ocasiones a instancias regias, para dirimir contenciosos jurídicos, aunque quizá en el ambiente de la corte, un noble de la posición de Rodrigo Díaz pudiera estar oralmente familiarizado con conceptos legales, lo suficiente como para ser convocado en este tipo de procesos. ​

     Posiblemente Rodrigo Díaz acompañaba al ejército del aún infante Sancho II, cuando acudió a la batalla de Graus, para ayudar al rey de la taifa de Zaragoza al-Muqtadir contra Ramiro I de Aragón en 1063. ​Desde el acceso al trono de Castilla de Sancho II, los últimos días del año 1065, hasta la muerte de este rey, en 1072, el Cid gozó del favor regio como magnate de su séquito, y podría haberse ocupado de ser, armiger regis, 'armígero real', cuya función en el siglo xi, sería similar a la de un escudero, ya que sus atribuciones no eran todavía las del alférez real descrito en, Las Partidas, en el siglo xiii. El cargo de armígero se convertiría en el de alférez a lo largo del siglo xii, pues iría asumiendo competencias como la de portar la enseña real a caballo, y ocupar la jefatura de la mesnada del rey.
     Durante el reinado de Sancho II de Castilla, las tareas del, armiger, (guardar las armas del señor, fundamentalmente en ceremonias formales), serían encomendadas a caballeros jóvenes que se iniciaban en las funciones palatinas. Sin embargo, en el reinado de Sancho II, no hay documentado ningún, armiger regis, con lo que este dato podría deberse únicamente a la fama que se propagó posteriormente, de que Rodrigo Díaz era el caballero predilecto de este, y de ahí que las fuentes de fines del siglo xii le adjudicaran el cargo de alférez real. ​

      Combatió con Sancho en la guerra que este sostuvo contra su hermano Alfonso VI, rey de León, y con su hermano García, rey de Galicia. Los tres hermanos se disputaban la primacía sobre el reino dividido, tras la muerte del padre, y luchaban por reunificarlo. Las cualidades bélicas de Rodrigo comenzaron a destacar en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). ​Tras ésta última, Alfonso VI fue capturado, de modo que Sancho se adueñó de León y de Galicia, convirtiéndose en Sancho II de León. Quizá en estas campañas ganara Rodrigo Díaz el sobrenombre de, “Campeador es decir, guerrero en batallas a campo abierto.

     Tras el acceso de Sancho al trono leonés, parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora, bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Con la ayuda de Rodrigo Díaz, el rey sitió la ciudad, pero murió asesinado —según cuenta una extendida tradición— por el noble zamorano Bellido Dolfos, si bien la, Historia Roderici, no recoge que la muerte fuera por traición. ​El episodio del cerco de Zamora, es uno de los que más recreaciones ha sufrido por parte de cantares de gestacrónicas y romances, por lo que la información histórica acerca de este episodio, es muy difícil de separar de la legendaria. ​

Caballero de Confianza de Alfonso VI

Alfonso VI recuperó el trono de León, y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia, y volviendo a conseguir la unión del reino legionense, que había desgajado su padre Fernando a su muerte. El conocido episodio de la Jura de Santa Gadea es una invención, según Martínez Diez, “carente de cualquier base histórica o documental.” La primera aparición de este pasaje literario, data de 1236. ​

     Las relaciones entre Alfonso y Rodrigo Díaz, fueron en esta época excelentes;​ aunque con el nuevo rey no desempeñó cargos de relevancia, como pudiera ser el de conde de Nájera que ostentó García Ordóñez, lo nombró juez o procurador en varios pleitos, y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz, entre julio de 1074 y el 12 de mayo de 1076, noble bisnieta de Alfonso V de León, con quien tuvo tres hijos: DiegoMaría, casada con el conde de BarcelonaRamón Berenguer III, ​ y Cristina, quien contrajo matrimonio con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona. Este enlace con la alta nobleza de origen asturleonés, confirma que entre Rodrigo y el rey Alfonso, hubo en éste periodo buena sintonía. ​

     Muestra de la confianza que depositaba Alfonso VI en Rodrigo, es que en 1079, el Campeador fue comisionado por el monarca para cobrar las parias de Almutamid, de Sevilla. Pero durante el desempeño de esta misión, Abdalá ibn Buluggin, de Granada, emprendió un ataque contra el rey sevillano, con el apoyo de la mesnada del importante noble castellano García Ordóñez, quien había ido también, de parte del rey castellano-leonés, a recaudar las parias del último mandatario zirí.
     Ambos reinos taifas, gozaban de la protección de Alfonso VI, precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá, en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en éste episodio, una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez, aunque la protección que el Cid brindó al rico rey de Sevilla, que enriquecía con sus impuestos a Alfonso VI, beneficiaba los intereses del monarca leonés. ​

     Los desencuentros con Alfonso, fueron causados por un exceso, (aunque no era raro en la época), de Rodrigo Díaz, tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria, en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano, y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI. ​

Primer Destierro: Al Servicio del Taifa de Zaragoza

Sin descartar del todo la posible influencia de cortesanos opuestos a Rodrigo Díaz en la decisión, la incursión del castellano contra el territorio de al-Qadir, el régulo títere de Toledo, protegido de Alfonso,​ le causó el destierro y la ruptura de la relación de vasallaje.

    A finales de 1080, o principios de 1081, el Campeador tuvo que marchar en busca de magnate al que prestar su experiencia militar. Es muy posible que inicialmente buscára el ampáro de los hermanos Ramón Berenguer II, y Berenguer Ramón IIcondes de Barcelona, pero rechazaron su patrocinio.​ Rodrigo, entonces, ofreció sus servicios a reyes de taifas, lo que no era infrecuente, pues el propio Alfonso VI, había sido acogido por al-Mamún de Toledo, en 1072 durante su ostracismo. ​

     Junto con sus vasallos o “mesnada,” se estableció desde 1081 hasta 1086 como guerrero bajo las órdenes del rey de Zaragozaal-Muqtadir, quien, gravemente enfermo, fue sucedido en 1081 por al-Mutamán. Este encomendó al Cid, en 1082, una campaña contra su hermano, el gobernador de LéridaMundir, el cual, aliado con el conde Berenguer Ramón II, de Barcelona, y el rey de AragónSancho Ramírez, no había acatado el poder de Zaragoza a la muerte del padre de ambos, desatándose una guerra fratricida entre los dos reyes hudíes del Valle del Ebro.

     La hueste del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite, y derrotó a la coalición, formada por Mundir y Berenguer Ramón II, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II.

    En tanto que al-Mutamán y el Campeador luchaban en Almenar, en la inexpugnable fortaleza de Rueda de Jalón, el antiguo rey de LéridaYusuf al-Muzaffar, que en este castillo estaba prisionero, destronado por su hermano, al-Muqtadir, planeó una conspiración con el alcaide de esta plaza, un tal Albofalac, según las fuentes romances (quizá Abu-l-Jalaq). Aprovechando la ausencia de al-Mutamán, el monarca de Zaragoza, al-Muzaffar y Albofalac solicitaron que acudiera Alfonso VI con un ejército para sublevarse a cambio de cederle la fortaleza.
     Alfonso VI vio además la oportunidad de volver a cobrar las parias del reino de Zaragoza, y marchó con su hueste, comandada por Ramiro de Pamplona, un hijo de García Sánchez III de Pamplona, y el noble castellano Gonzalo Salvadórez, hacia Rueda, en septiembre de 1082. Pero murió al-Muzaffar, y el alcaide Albofalac, al carecer de pretendiente al reino zaragozano, cambió de estrategia, y pensó congraciarse con al-Mutamán, tendiendo una trampa a Alfonso VI.
     Le prometió al rey de León y Castilla entregar la fortaleza, pero cuando los comandantes y las primeras tropas de su ejército accedieron a las primeras rampas del castillo, tras franquear la puerta de la muralla, comenzaron a arrojarles piedras desde lo alto que diezmaron la mesnada de Alfonso VI, quien había quedado, precavidamente, esperando entrar al final. Murieron Ramiro de Pamplona y Gonzalo Salvadórez, entre otros importantes magnates cristianos, aunque Alfonso VI esquivó la celada. El episodio pasó a ser conocido en la historiografía como la, traición de Rueda.”
     Poco después, el Cid se personó en el lugar de los hechos, tras haber estado en Tudela, probablemente enviado por al-Mutamán, previendo un ataque leonés y castellano a gran escala, y aseguró a Alfonso VI que no había tenido ninguna implicación en esta traición, explicaciones que Alfonso aceptó. Se especula que tras la entrevista, pudo haber habido una breve reconciliación, pero solo hay constancia de que el Cid volvió a Zaragoza al servicio del rey musulmán. ​

     En 1084, el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella, posiblemente con la intención de que Zaragoza obtuviera una salida al mar. ​ Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras, y recurrió esta vez a Sancho Ramírez de Aragón, que combatió contra Rodrigo Díaz el 14 de agosto de 1084, en la batalla de Morella, también llamada de Olocau —si bien en 2005, Boix Jovaní postuló que se desarrolló algo más al norte de Olocau del Rey, en Pobleta d'Alcolea—.
    De nuevo el castellano se alzó con la victoria, capturando a los principales caballeros del ejército aragonés, entre los que se encontraban el obispo de RodaRamón Dalmacio, o el tenente del condado de NavarraSancho Sánchez, ​a quienes seguramente liberaría tras cobrar su rescate. En alguno de estos dos recibimientos apoteósicos en Zaragoza, podría haberse recibido al Cid al grito de “sīdī” ('mi señor' en árabe andalusí, a su vez proveniente del árabe clásico sayyid), el apelativo romanceado de “Mío Çid.”

Reconciliación con Alfonso VI

    El 25 de mayo, de 1085, Alfonso VI conquista la taifa de Toledo, y en 1086, inicia el asedio a Zaragoza, ya con al-Musta'in II, en el trono de esta taifa, quien también tuvo a Rodrigo a su servicio. Pero a comienzos de agosto de ese año, un ejército almorávide avanzó hacia el interior del reino de León, donde Alfonso se vio obligado a interceptarlo, con resultado de derrota cristiana en la batalla de Sagrajas, el 23 de octubre. Es posible que durante el cerco a Zaragoza, Alfonso se reconciliara con el Cid, pero en todo caso, el magnate castellano no estuvo presente en Sagrajas. La llegada de los almorávides, que observaban más estrictamente el cumplimiento de la ley islámica, hacía difícil para el rey taifa de Zaragoza, mantener a un jefe del ejército, y mesnada cristianos, lo que pudo causar que prescindiera de los servicios del Campeador. Por otro lado, Alfonso VI pudo condonar la pena a Rodrigo, ante la necesidad que tenía de valiosos caudillos con que enfrentarse al nuevo poder de origen norteafricano.

     Rodrigo acompaña a la corte del rey Alfonso en Castilla, en la primera mitad de 1087, y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde se reunió de nuevo con al-Musta'in II y, juntos, tomaron la ruta de Valencia, para socorrer al rey-títere al-Qadir del acoso de al-Mundir, rey de Lérida, entre 1082 y 1090, que se había aliado de nuevo con Berenguer Ramón II, de Barcelona, para conquistar la rica taifa valenciana, en esta época, un protectorado de Alfonso VI. El Cid logró repeler la incursión de al-Mundir, de Lérida, pero poco después el rey de la taifa leridana, tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro, actual Sagunto, acosando otra vez peligrosamente a Valencia.
    Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro. Fruto de estos planes y acciones, sería la posterior intervención cidiana en el Levante, que traería como resultado una sucesión encadenada de acciones bélicas que le llevarían a acabar por rendir la capital del Turia. Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro, con el fin de expugnar al rey hudí de Lérida. Mientras Alfonso VI salió de Toledo en campaña hacia el sur, Rodrigo Díaz partió de Burgos, acampó en Fresno de Caracena, y el 4 de junio de 1088, celebró la Pascua de Pentecostés en Calamocha, y se dirigió de nuevo a tierras levantinas. ​

     Cuando el Cid llegó, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II, ahora aliado con al-Musta'in II, de Zaragoza, a quien el Campeador había negado entregar la capital levantina en la campaña anterior.​ Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con al-Mundir, de Lérida, y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. Posteriormente, El Cid comenzó a cobrar para sí mismo las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI, y estableció con ello un protectorado sobre toda la zona, incluida la taifa de Albarracín y Murviedro. ​

Segundo Destierro: Su Intervención de Levante.

Sin embargo, antes de terminar 1088, se produciría un nuevo desencuentro entre el caudillo castellano y su rey. Alfonso VI había conquistado Aledo, provincia de Murcia, desde donde ponía en peligro las taifas de MurciaGranada y Sevilla con continuas algaradas de saqueo. Entonces, las taifas andalusíes solicitaron de nuevo la intervención del emperador almorávide, Yusuf ibn Tashufin, quien sitió Aledo, el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza, y ordenó a Rodrigo que marchára a su encuentro en Villena, para sumar sus fuerzas, pero el Campeador, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico, o la decisión del Cid de evitar el encuentro.

    En lugar de esperar en Villena, el Cid acampa en Onteniente y coloca atalayas avanzadas en Villena y Chinchilla, para avisar de la llegada del ejército del rey. Alfonso, a su vez, en lugar de ir al lugar de encuentro acordado, toma un camino más corto, por Hellín y por el Valle del Segura hasta Molina. ​En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro, aplicándole además una medida que solo se ejecutaba en casos de traición, que comportaba la expropiación de sus bienes; extremo al que no había llegado en el primer destierro. Es a partir de este momento, cuando el Cid comenzó a actuar a todos los efectos como un caudillo independiente, y planteó su intervención en Levante, como una actividad personal, y no como una misión por cuenta del rey.

     A comienzos de 1089, el Cid saqueó la taifa de Denia, y después se acercó a Murviedro, lo que provocó que, al-Qadir, de Valencia, pasara a pagarle tributos para asegurarse su protección.

     A mediados de ese año, amenaza la frontera sur del rey de Léridaal-Mundir, y de Berenguer Ramón II, de Barcelona, estableciéndose firmemente en Burriana, a poca distancia de las tierras de Tortosa, que pertenecían a al-Mundir de Lérida. Este, que veía amenazados sus dominios sobre Tortosa y Denia, se alió con Berenguer Ramón II, quien atacó al Cid el verano de 1090, pero el castellano lo derrotó en Tévar, posiblemente un pinar situado en el actual puerto de Torre Miró, entre Monroyo y Morella. Capturó el Cid de nuevo al conde de Barcelona quien, tras este suceso, se comprometió a abandonar sus intereses en el Levante.

    Como consecuencia de estas victorias, el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península, estableciendo un protectorado sobre Levante, que tenía como tributarios a ValenciaLéridaTortosaDeniaAlbarracínAlpuenteSaguntoJéricaSegorbe, y Almenara.

     En 1092, el Cid reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella, actualmente La Carbonerasierra de Benicadell, pero Alfonso VI había perdido su influencia en Valencia, sustituida por el protectorado del Cid. Para recuperar su dominio de esa zona, Alfonso VI se alió con Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II, y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona, y la flota pisana y genovesa, atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias, y en verano de 1092, la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, había acudido antes por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid, pero la demora de la armada pisano-genovesa que debía apoyarle, y el alto coste de mantener el sitio, obligó al rey al abandóno de las tierras valencianas.

     Rodrigo, que estaba en Zaragoza, la única taifa que no le tributaba parias, recabando el apoyo de al-Musta'in II, tomó represalias contra el territorio castellano, mediante una enérgica campaña de saqueo en La Rioja. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente.

     La amenaza almorávide fue la causa que definitivamente llevó al Cid a dar un paso más en sus ambiciones en Levante y, superando la idea de crear un protectorado sobre las distintas fortalezas de la región, sostenido con el cobro de las parias de las taifas vecinas (TortosaAlpuenteAlbarracín, y otras ciudades fortificadas levantinas) decidió conquistar la ciudad de Valencia, para establecer un señorío hereditario, estatus extraordinario para un señor de la guerra independiente en cuanto que no estaba sometido a ningún rey cristiano.

Conquista de Valencia

     Tras el verano de 1092, con el Cid aún en Zaragoza, el cadí Ibn Ŷaḥḥāf, llamado por los cristianos Abeniaf, con el apoyo de la facción almorávide, promovió el 28 de octubre de 1092 la ejecución de al-Qadir, tributario y bajo la protección de Rodrigo, y se hizo con el poder en Valencia. Al conocer la noticia, el Campeador se encolerizó, regresó a Valencia a comienzos de noviembre, y sitió la fortaleza de Cebolla, actualmente en el término municipal de El Puig, a catorce kilómetros de la capital levantina, rindiéndola mediado el año 1093, con la decidida intención de que le sirviera de base de operaciones para un definitivo asalto a Valencia.

     Ese verano comenzó el Cid a cercar la ciudad. Valencia, en situación de peligro extremo, solicitó un ejército de socorro almorávide, que fue enviado al mando de al-Latmuní, y avanzó desde el sur de la capital del Turia, hasta Almusafes, a veintitrés kilómetros de Valencia, para seguidamente volver a retirarse. Ya no recibirían los valencianos más auxilio, y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias del desabastecimiento. Según la, Crónica Anónima de los Reyes de Taifas:

“Le cortó los aprovisionamientos, emplazó almajaneques y horadó sus muros. Los habitantes, privados de víveres, comieron ratas, perros y carroña, hasta el punto de que la gente comió gente, pues a quien de entre ellos moría se lo comían. Las gentes, en fin, llegaron a sufrimientos tales que no podían soportar. Ibn 'Alqama ha escrito un libro relativo a la situación de Valencia y sobre su asedio que hace llorar al que lo lee y espanta al hombre razonable. Como la prueba se prolongó largamente sobre ellos y les faltó el aguante y como los almorávides se habían marchado de al-Andalus a Berbería y no encontraban un protector, decidieron entregar la ciudad al Campeador; para lo cual le pidieron el amán​ para sus personas, sus bienes y sus familias. Él mientras impuso como condición a ibn Ŷaḥḥāf que este habría de darle todos los tesoros de al-Quādir.”

     El estrecho cerco se había prolongado por casi un año entero, tras el cual Valencia capituló el 17 de junio de 1094. ​ El Cid tomó posesión de la ciudad titulándose, “Príncipe Rodrigo el Campeador,”​ y quizá de este periodo date el tratamiento de que derivaría en “Cid.”

De todos modos, la presión almorávide no cejó, y a mediados de septiembre de ese mismo año, un ejército al mando de Abu Abdalá Muhammad ibn Tāšufīn, sobrino del emperador Yusuf, llegó hasta Cuart de Poblet, a cinco kilómetros de la capital, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en batalla campal. ​

    Ibn Ŷaḥḥāf fue quemado vivo por el Cid, quien se vengaba así de que asesinára a su protegido y tributario, al-Qadir, ​ pero aplicando también al parecer una costumbre islámica. ​Con el fin de asegurarse las rutas del norte del nuevo señorío, Rodrigo consiguió aliarse con el nuevo rey de Aragón, Pedro I, que había sido entronizado poco antes de la caída de Valencia, durante el sitio de Huesca, y tomó el Castillo de Serra y Olocau, en 1095.

     En 1097, una nueva incursión almorávide al mando de nuevo de Muhammad ibn Tasufin, intentó recuperar Valencia para el islam, pero cerca de Gandía, fue derrotado otra vez por el Campeador, con la colaboración del ejército de Pedro I, en la batalla de Bairén.

Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI, contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas, y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra. ​A fines de 1097, el Cid tomó Almenara, cerrando así las rutas del norte de Valencia, y en 1098, conquistó definitivamente la imponente ciudad fortificada de Sagunto, con lo que consolidaba su dominio sobre la que había sido anteriormente taifa de Balansiya.

     También en 1098, consagró la nueva Catedral de Santa María, reformando la que había sido mezquita aljama. Había situado a Jerónimo de Perigord al frente de la nueva sede episcopal, en detrimento del antiguo metropolitano mozárabe, o sayyid almaṭran, debido a la desafección que se había producido entre el Campeador y la comunidad mozárabe durante el sitio de Valencia, de septiembre y octubre de 1094. En el diploma de dotación de la catedral de fines de 1098, Rodrigo se presenta como, “Princeps Rodericus Campidoctor,” considerándose un soberano autónomo, pese a no tener ascendencia real, y se alude a la batalla de Cuarte, como un triunfo conseguido rápidamente y sin bajas sobre un número enorme de mahometanos. ​Como señala Georges Martin: ​

.. después de la toma de Valencia, todos los esfuerzos de Rodrigo se orientaron hacia la consolidación de su independencia señorial, hacia la constitución de un principado soberano desvinculado de la tutela secular del rey de Castilla así como de la tutela eclesiástica del arzobispo de Toledo.

Georges Martin, El primer testimonio cristiano sobre la toma de Valencia (1098)”, e-Spania, n.º 10, diciembre de 2010. § 8.

    Establecido ya en Valencia, el Cid se alió también con Ramón Berenguer IIIconde de Barcelona, con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. El año de su muerte había casado a sus hijas con altos dignatarios: Cristina, con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona,María, con Ramón Berenguer III. ​Tales vínculos confirmaron la veracidad histórica de los versos, 3.724, y 3.725, del Cantar de mio Cid : “hoy los reyes de España sus parientes son,/ a todos alcanza honra por el que en buen hora nació.” En efecto, García Ramírez, el Restaurador, fue nieto del Cid,rey de Pamplona; asimismo, Alfonso VIII, de Castilla, era tataranieto del Campeador.

Batalla de Cuarte. 21 de Octubre 1094

Los almorávides intentan recuperar Valencia, a la que sitian con cerca de 10 000 combatientes. El Cid decidió, transcurrida una semana de asedio, salir de noche por la puerta de Boatella del sur-sudoeste con el grueso de su mesnada, y emboscarse a espaldas de la retaguardia enemiga, y el Real almorávide al sur de Cuarte. Un segundo cuerpo de caballería poco numeroso, salió al alba por la puerta de la Culebra, y avanzó directamente hacia la vanguardia del enemigo, situada al este de Mislata, con el fin de provocar el avance de la caballería almorávide, y emprender una rápida retirada que la atrajera hacia Valencia, en una maniobra de distracción similar al tornafuye. Con ello se debilitó la cohesión de la formación musulmana que se extendía a lo largo de unos cinco kilómetros, entre Cuarte y Valencia. A continuación, el Campeador atacó la retaguardia almorávide, produjo la desbandada musulmana, tomó el Real, y obtuvo una rápida victoria. Fue la primera derrota del Imperio almorávide, ante un ejército cristiano.

Fallecimiento

     La muerte del Cid se produjo en Valencia, entre mayo y julio de 1099, según Martínez Diez, el 10 de julio. Alberto Montaner Frutos, se inclina por situarla en mayo, debido a la coincidencia de dos fuentes independientes en datar su deceso en este mes: el Linaje de Rodrigo Díaz por una parte y por otra las crónicas alfonsíes que contienen la Estoria del Cid (como la Versión sanchina de la Estoria de España), que recogen datos cuyo origen está en la historia oral o escrita, generada en el monasterio de San Pedro de Cardeña. No es impedimento que el monasterio conmemorara en junio el aniversario del Cid, pues es propio de estas celebraciones, elegir la fecha del momento de la inhumación del cadáver en lugar de la de su muerte y, de todos modos, el dato lo transmite una fuente tardía de la segunda mitad del siglo xiii, o comienzos del siglo xiv.

   El Cantar, probablemente en la creencia de que el héroe murió en mayo, precisaría la fecha en la Pascua de Pentecostés, con fines literarios y simbólicos. ​

Su esposa Jimena, convertida en señora de Valencia, consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno, Ramón Berenguer III, durante un tiempo. Pero en mayo de 1102, ante la imposibilidad de defender el principado, la familia y gente del Cid abandonaron Valencia, con la ayuda de Alfonso VI, tras desvalijar e incendiar la ciudad.​ Así, Valencia fue conquistada al día siguiente de nuevo por los almorávides, y permaneció en manos musulmanas hasta 1238, cuando fue retomada definitivamente por Jaime I.

     Rodrigo Díaz fue inhumado en la catedral de Valencia, por lo que no fue voluntad del Campeador ser enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña, a donde fueron llevados sus restos tras el desalojo e incendio cristiano de la capital levantina, en 1102. En 1808, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron su tumba, pero al año siguiente, el general Paul Thiébault, ordenó depositar sus restos en un mausoleo en el paseo del Espolón, a orillas del río Arlanzón; en 1826 fueron trasladados nuevamente a Cardeña, pero tras la desamortización, en 1842, fueron llevados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. ​ Desde 1921, los restos del Cid reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en el crucero de la Catedral de Burgos.

En las Artes y en la Cultura Popular

Historiografía

Fuentes Árabes.

Excepción hecha de los documentales de la época, algunos firmados por el propio Rodrigo Díaz, las fuentes más antiguas acerca del Campeador provienen de la literatura andalusí del siglo xi. Las obras más tempranas de que tenemos noticia sobre él, no se han conservado, aunque se ha transmitido lo esencial de ellas, a través de versiones indirectas. En las fuentes árabes se impreca generalmente al Cid, con los apelativos de, tagiya ('tirano, traidor'), la'in ('maldito') o kalb ala'du ('perro enemigo'); sin embargo, se admira su fuerza bélica, como en el testimonio del siglo xii del andalusí Ibn Bassam, única alusión en que la historiografía árabe se refiere al guerrero castellano en términos positivos; de todos modos, Ibn Bassam habitualmente se refiere al Campeador con denuestos, execrándolo a lo largo de toda su, Al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira... ('Tesoro de las Hermosas Cualidades de la Gente de la Península') con las expresiones, “perro gallego” o, “al que Dios maldiga.” He aquí el conocido pasaje en que reconoce su prodigiosa valía como guerrero: ​

...era este infortunio [es decir, Rodrigo] en su época, por la práctica de la destreza, por la suma de su resolución, y por el extremo de su intrepidez, uno de los grandes prodigios de Dios.

Ibn Bassam, Yazira, 1109. ​

Es de notar, asimismo, que nunca se le aplica en las fuentes árabes el sobrenombre de sidi (señor) —que entre los mozárabes o su propia mesnada (que contó con musulmanes) derivó a “Cid”—, pues era un tratamiento restringido a los dirigentes islámicos. En dichas fuentes se le nombra Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur ('Rodrigo el Campeador').

     La, Elegía de Valencia, del alfaquíAl-Waqasi, fue escrita durante el sitio de Valencia, inicios de 1094. Entre ese año, y 1107Ibn Alqama, o el visir de al-Qádir Ibn al-Farach, según las últimas investigaciones, compone su Manifiesto elocuente sobre el infausto incidente o Historia de Valencia (Al-bayan al-wadih fi-l-mulimm al-fadih), que narra los momentos previos a la conquista de Valencia por el Cid, y las vicisitudes del señorío cristiano. Aunque no se conserva el original, su relato ha sido reproducido de forma fragmentaria por varios historiadores árabes posteriores (Ibn BassamIbn al-KardabūsIbn al-AbbarIbn IdariIbn al-Jatib...) y fue utilizado en las crónicas alfonsíes, aunque en ellas no se tradujo la ejecución en la hoguera del cadí Ibn Yahhaf, ordenada por Rodrigo Díaz.

     Por último, y como se dijo arriba, en 1110, Ibn Bassam de Santarém, dedica la tercera parte de su, al-Yazira, a exponer su visión del Campeador, de quien muestra las capacidades bélicas y políticas, pero también su crueldad. Comienza con la instauración de al-Qádir, por Alfonso VI y Álvar Fáñez, y culmina con la reconquista almorávide. A diferencia del, Manifiesto elocuente..., que muestra una perspectiva andalusí, taifal, Bassam es un historiador proalmorávide, que desdeñaban a los reyezuelos taifas. Según la perspectiva de Ibn Bassam, los logros de Rodrigo se deben en buena medida al apoyo que le brindaron los musulmanes andalusíes, y a la inconstancia y disensiones de estos dirigentes.

Fuentes Cristianas

En cuanto a las fuentes cristianas, desde la primera mención segura sobre el Cid, en el Poema de Almeríac. 1148, las referencias están teñidas de una aureola legendaria, pues en el poema sobre la toma de Almería, por Alfonso VIII, conservado con la, Chronica Adefonsi Imperatoris, se dice de él que nunca fue vencido. Para noticias más fieles a su biografía real, existe una crónica en latín, la, Historia Roderici (c. 1190), concisa y bastante fiable, aunque con importantes lagunas en varios periodos de la vida del Campeador. Junto a los testimonios de historiadores árabes, es la principal fuente sobre el Rodrigo Díaz histórico. Además, la, Historia Roderici, presenta a un Rodrigo Díaz no siempre alabado por su autor, lo que invita a pensar que su relato sea razonablemente objetivo. Así, comentando la razia del Campeador por tierras de La Rioja, el autor se muestra muy crítico con el protagonista, como se puede ver en la manera como describe y valora su razia por La Rioja.

[...] Rodrigo abandonó Zaragoza con un ejército innumerable y muy poderoso, y penetró en las regiones de Nájera y Calahorra, que eran dominios del rey Alfonso, y estaban sometidas a su autoridad. Peleando con decisión tomó Alberite y Logroño. Con brutalidad y sin piedad destruyó estas regiones, animado por un impulso destructivo e irreligioso. Se apoderó de un gran botín, pero ello fue deplorable. Su cruel e impía devastación destruyó y asoló todas las tierras mencionadas.

Historia Rodericiapud Fletcher (2007:226). 

A pesar de ello, no deja de ser un texto destinado a exaltar las cualidades guerreras del Campeador, lo cual se refleja ya en su íncipit, que reza, hic incipit (o incipiunt según otro manuscrito más tardío) gesta Roderici Campidocti ('aquí empieza' o 'empiezan las hazañas de Rodrigo el Campeador').

Desarrollo de la Leyenda

     La literatura de creación pronto inventó aquello que se desconocía, o completaba la figura del Cid, contaminando progresivamente las fuentes más históricas con las leyendas orales que iban surgiendo para ensalzarlo, y despojar su biografía de los elementos menos aceptables por la mentalidad cristiana, y el modelo heroico que se quería configurar, como su servicio al rey musulmán de Saraqusta.

Sus hazañas fueron incluso objeto de inspiración literaria para escritores cultos y eruditos, como lo demuestra el, Carmen Campidoctoris, un himno latino escrito hacia 1190, en poco más de un centenar de versos sáficos, que cantan al Campeador, ensalzándolo como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.

En este panegírico, ya no se encuentran registrados los servicios de Rodrigo al rey de la taifa de Zaragoza; además, se han dispuesto combates singulares con otros caballeros en sus mocedades, para resaltar su heroísmo, y aparece el motivo de los murmuradores, que provocan la enemistad del rey Alfonso, con lo que el rey de Castilla queda exonerado en parte de responsabilidad en el desencuentro y destierro del Cid.

En resumen, el Carmen es un catálogo selecto de las proezas de Rodrigo, para lo cual se prefieren las lides campales y se desechan de sus fuentes, Historia Roderici, y quizá la, Crónica Najerensealgaras de castigo, emboscadas o asedios, formas de combate que conllevaban un menor prestigio.

De esta misma época, data el primer cantar de gesta sobre el personaje: el Cantar de Mío Cid, escrito entre 1195 y 1207, por un autor con conocimientos legales de la zona de BurgosSoria, la Comarca de CalatayudTeruel, o Guadalajara. El poema épico se inspira en los hechos de la última parte de su vida, a saber, el destierro de Castilla, la batalla con el conde de Barcelona, la conquista de Valencia, convenientemente recreados. La versión del Cid que ofrece el Cantar, constituye un modelo de mesura y equilibrio.
Así, cuando de un prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre, en ésta obra, el héroe se toma su tiempo para reflexionar al recibir la mala noticia del maltrato de sus hijas (“cuando ge lo dizen a mío Cid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió”, vv. 2827-8) y busca su reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar precipitadamente en las batallas, cuando las circunstancias lo desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de 
mudéjar (los “moros de paz” del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca, por donde transcurre buena parte del texto.

La literaturización y desarrollo de detalles anecdóticos, ajenos a los hechos, históricos también se da en las crónicas desde muy pronto. La Crónica Najerense, todavía en latín y compuesta hacia 1190, ya incluía junto a los materiales provenientes de la, Historia Roderici, otros más fantasiosos relacionados con la actuación de Rodrigo persiguiendo a Bellido Dolfos, en el episodio legendario de la muerte del rey Sancho a traición, en el Cerco de Zamora, y que darían origen al no menos literario de la, Jura de Santa Gadea. Unos años más tarde, hacia 1195, aparece el, Linage de Rodric Díaz, en aragonés, un texto genealógico y biográfico que recoge también la persecución y alanceamiento del Cid al regicida de la leyenda de Bellido Dolfos.

     En el siglo xiii, las Crónicas Latinas de Lucas de Tuy (Chronicon mundi, 1236), y Rodrigo Jiménez de Rada (Historia de rebus Hispanie, 1243), mencionan de pasada los hechos más relevantes del Campeador, como la conquista de Valencia. En la segunda mitad de dicho siglo, Juan Gil de Zamora, en, Liber Illustrium Personarum, y De Preconiis Hispanie, dedica algunos capítulos al héroe castellano. A comienzos del siglo xiv, otro tanto hará Gonzalo de Hinojosaobispo de Burgos, en, Chronice ab Origine Imundi.

     La sección correspondiente al Cid de la, Estoria de España, de Alfonso X de Castilla, se ha perdido, pero la conocemos a partir de sus versiones tardías. Además de fuentes árabes, latinas y castellanas, el rey sabio tomaba los cantares de gesta como fuentes documentales que prosificaba. Las distintas reelaboraciones de las crónicas alfonsíes, fueron ampliando el acopio de información y relatos de toda procedencia sobre la biografía del héroe.
Así, tenemos materiales cidianos, cada vez más alejados del Rodrigo Díaz histórico, en la Crónica de Veinte Reyes (1284), Crónica de Castilla (c. 1300), la Traducción Gallega (unos años más tarde), la, Crónica de 1344 (escrita en portugués, traducida al castellano y posteriormente de nuevo rehecha en portugués alrededor del año 1400), la Crónica Particular del Cid (siglo xv; con primera edición impresa en Burgos, 1512) y la Crónica Ocampiana (1541), redactada por el cronista de Carlos I Florián de Ocampo. La existencia de los cantares de gesta de la, Muerte del Rey Fernando, el, Cantar de Sancho II, y la primitiva, Gesta de las Mocedades de Rodrigo, ha sido conjeturada a partir de estas prosificaciones de la, Estoria de España, análogamente a la versión en prosa que aparece allí del Cantar de Mío Cid.

     Hasta el siglo xiv fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud, imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías, Mocedades de Rodrigo, en que se relata cómo en sus años mozos, se atreve a invadir Francia, y a eclipsar las hazañas de las Chansons de Geste francesas. El último cantar de gesta, le dibujaba un carácter altivo muy del gusto de la época, que contrasta con el personaje mesurado y prudente del, Cantar de Mío Cid.

     Pero al perfil del Cid legendario, le faltaba aún el carácter piadoso. La, Estoria, o Leyenda de Cardeña, se encarga de darlo recopilando un conjunto de noticias elaboradas, ad hoc, por los monjes del monasterio homónimo, acerca de los últimos días del héroe, el embalsamado de su cadáver, y la llegada de Jimena con él, al monasterio burgalés, donde quedó expuesto sentado por diez años, hasta ser enterrado. Este relato, que incluye componentes sobrenaturales hagiográficos, y persigue convertir al monasterio en lugar de culto a la memoria del héroe ya sacralizado, fue incorporado a las crónicas castellanas, empezando por las distintas versiones de la, Estoria de España, alfonsí. En la, Leyenda de Cardeña, aparece por vez primera la profecía de que Dios concederá al Cid la victoria en la batalla, aun después de su muerte.

     Entre otros aspectos legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid, en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña, algunos de los cuales se reflejan en el epitafio épico que ornaba su tumba, pudieron estar el utilizar a dos espadas con nombres propios: la llamada, Colada y la, Tizona, que según la leyenda, perteneció a un rey de Marruecos, y estaba hecha en Córdoba. Ya desde el, Cantar de Mío Cid (solo cien años desde su muerte) esta tradición ha propagado los nombres de sus espadas, de su caballo, Babieca y de su lugar de nacimiento, Vivar, si no es que su origen es el propio Cantar de Mío Cid, pues es la primera vez que aparecen las espadas, el caballo y el lugar de nacimiento.

     A partir del siglo xv, se va perpetuando la versión popular del héroe asentada sobre todo en el ciclo cidiano del romancero. Su juventud y sus amores con Jimena, fueron desarrollados en numerosos romances, con el fin de introducir el tema sentimental en el relato completo de su leyenda. Del mismo modo, se añadieron en ellos más episodios que le retrataban como un piadoso caballero cristiano, como el viaje a Santiago de Compostela, o su caritativo comportamiento con un leproso, a quien, sin saber que es una prueba divina, pues es un ángel transformado en tullido, el Cid ofrece su comida y conforta.
     El personaje se va configurando, de ese modo, como perfecto amante, y ejemplo de piedad cristiana. Todos estos pasajes, formarán la base de las comedias del Siglo de Oro que tomaron al Cid como protagonista. Para dar unidad biográfica a estas series de romances, se elaboraron compilaciones que orgánicamente reconstruían la vida del héroe, entre las que sobresale la titulada, Romancero e Historia del Cid (Lisboa, 1605), reunida por Juan de Escobar, y profusamente reeditada.

    El siglo xviii fue poco dado a recrear la figura cidiana, excepción hecha del extenso poema en quintillas, de Nicolás Fernández de MoratínFiesta de Toros en Madrid,” en que el Cid lidia como hábil rejoneador en una corrida andalusí. Éste pasaje, se ha considerado fuente del grabado n.º 11, de la serie, La Tauromaquia, de Goya, y su interpretación de la historia primitiva del toreo, que remitía a la, Carta Histórica Sobre el Origen y Progresos de las Fiestas de Toros en España (1777) del mismo escritor, que convertía al Cid, también, en el primer torero cristiano español. El Cid aparece también en una obra de teatro de la IlustraciónLa Afrenta del Cid Vengada, de Manuel Fermín de Laviano, pieza escrita en 1779, pero representada en 1784, y obra significativa por cuanto se trata de la primera que se inspira en el texto del, Cantar de Mío Cid, publicado por Tomás Antonio Sánchez, en 1779.

     Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid, siguiendo el romancero y las comedias barrocas: ejemplos de la dramaturgia del siglo xix son, La Jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch, y La Leyenda del Cid, de Zorrilla, una especie de extensa paráfrasis de todo el romancero del Cid en aproximadamente diez mil versos. También fueron recreadas sus aventuras en novelas históricas a lo Walter Scott, como en La Conquista de Valencia por el Cid (1831), del valenciano Estanislao de Cosca Vayo. El romanticismo tardío escribió profusamente reelaboraciones de la biografía legendaria del Cid, como la novela El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba. ​ En la segunda mitad del siglo xix, el género deriva a la novela de folletín, y Manuel Fernández y González escribió una narración de éste carácter llamada, El Cid, al igual que Ramón Ortega y Frías.

     En el ámbito teatral, Eduardo Marquina lleva al modernismo éste asunto, con el estreno en 1908 de, Las Hijas del Cid

Una de las magnas obras del poeta chileno, Vicente Huidobro, es, La Hazaña del Mío Cid (1929), que como él mismo se encarga de señalar, es una “novela escrita por un poeta.”

A mediados del siglo xx, el actor Luis Escobar, hizo una adaptación de, Las Mocedades del Cid, para el teatro, titulada El Amor es un Potro Desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola, publicó el ensayo, El Cid el Último Héroe, y en el año 2000, el catedrático de historia y novelista, José Luis Corral, escribió una novela desmitificadora sobre el personaje, titulada, El Cid. En 2019, lo hizo también, Arturo Perez Reverte, en, Sidi, y el historiador, David Porrinas, en ese mismo año, actualiza su biografía con, El Cid. Historia y Mito de un Señor de la Guerra. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar, publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.

     En el siglo xx se realizaron modernizaciones poéticas del, Cantar de Mio Cid, como las debidas a, Pedro SalinasAlfonso ReyesFrancisco López Estrada, o Camilo José Cela. ​

Las ediciones críticas más recientes del, Cantar han devuelto el rigor a su edición literaria; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos, editada en 1993, para la colección Biblioteca Clásica de la editorial Crítica, y revisada en 2007 y en 2011, en ediciones de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores: la última, además, cuenta con el aval de la Real Academia Española. (Wikipedia en Español) 

                       El Poema del Mío Cid

Anónimo

     En el siglo XI dc. Lo que hoy es la Península Ibérica, era un amplio territorio, cuyas diferentes regiones, constituidas en reinos, eran disputadas por monarcas árabes y cristianos. Al conjunto de estas guerras se le llamo, La Reconquista, es decir, la lucha de los cristianos por recuperar las provincias que aún se hallaban en poder de los musulmanes, quienes dominaron a España por ocho siglos. Ésta es la historia del más famoso caballero castellano, y de sus luchas heroicas contra el invasor. Las cuales, no siempre fueron comprendidas y valoradas por los monarcas a quienes sirvió. Pero si serian cantadas y glorificas a través de los siglos, por los poetas y el pueblo.

     Aquella noche, las calles de Burgos se habían quedado vacías, y aparecían silenciosas y tristes, como si un mal augurio hubiera ahuyentado a sus habitantes, obligándolos a protegerse tras los portones y muros. La inquietud se hallaba también en el interior de los hogares. Una hermosa burguesa dijo a su marido, “¿Atrancaste el portal?” El Cid dijo, “Sí, mujer. Y he guardado también las carretas y las bestias.” La mujer dijo, “No deben estar lejos.” Un hombre anciano con atuendo de monje dijo, “¡Es una vergüenza tener que hacerle esto a un hombre como él!” La mujer dijo, “Son órdenes del Rey Alfonso, abuelo.” El anciano dijo, “¡Ese fratricida envidiosos!” La mujer dijo, “¡Calla por Dios!¡Alguien puede escucharte!” El anciano dijo, “¡Todos piensan lo mismo! Ese rey no puede soportar que Rodrigo valga mucho más que él, que sea mejor guerrero y, sobre todo, que tenga simpatías, tanto entre los moros, como entre los cristianos.”
     Una manita infantil jaló el tosco sayón del anciano campesino. Era una pequeña niña, quien dijo, “¿Nos matarían los hombres del rey, si damos comida y cobijo a Rodrigo Díaz, abuelo?” El anciano dijo, “¡El pregón que leyeron ésta mañana en la plaza, decía que quién ayudára al desterrado, lo perdería todo, he incluso harían que un halcón le sacára los ojos!” El miedo se reflejó claramente en el rostro de la niña. La pequeña se protegió sus ojos instintivamente con sus  dos manitas temblorosas, y dijo, “¡Mis ojos! ¡Yo no quiero que me los quiten!” La madre la tomó en sus brazos, y dijo, “¡Nadie te hará eso, mi pequeña!” El anciano dijo, “¡Solo nuestra querida Rosaura escaparía de la ira del Rey Alfonso, si ayudara a Ruy Díaz! Pero…¡Nadie puede, por desgracia, hacer nada por el!” La mujer tomó a la niña y dijo, “¡Vamos hijita! Es hora ya de dormir.”

     La niña se acostó, y cerraba ya los ojos vencida por el sueño, cuando escuchó los cascos de varios caballos. La niña se despertó y dijo, “¡Oh!¡Son ellos!” Enseguida, una mano golpeaba el viejo portón. Eran un grupo de hombres, con atuendo de soldados de las cruzadas. Entonces, el soldado te tocó la puerta dijo, “¡Vuestra casa está vacía, señor, como todas las otras de la ciudad!” El desterrado caballero, quien un iba montado en su caballo, murmuró, con el dolor pintado en el rostro, “¡No puede ser!¿Qué habrán hecho con mi mujer y mis hijas recién nacidas?” 
     Rodrigo Díaz aproximó su caballo a la puerta, y la golpeó con el pie. Al poco tiempo, la frágil figura de una niña se perfiló de pronto, junto a la casa, y dijo, “¡Nadie puede darle posada, señor! ¡El rey lo ha prohibido!” La niña agregó, “¡Le sacarán los ojos a quien te mire y ose ayudarte! Además, se posesionarán de todo lo que tengan. Por eso, las puertas y las ventanas están cerradas. Y nuestra gente reza y llora en silencio.” La voz de Rodrigo sonó hueca y cansada. “¡Así que hasta ese grado el Rey me aborrece!” Así, la pequeña vio cómo se alejaba, seguido de sus hombres, de la desierta ciudad.

     En las afueras de Burgos, los soldados del Cid esperaban. Uno de ellos que lo vio a la distancia dijo a otro soldado, “!Aquí viene!” El otro soldado de las cruzadas dijo, “¡Ojalá haya conseguido agua y provisiones!” Al llegar con ellos, el Cid se apeó silencioso. Y tratando de disimular su desilusión, ordenó, “¡Acamparemos aquí ésta noche!” Sin hacer preguntas, los soldados se llevaron el caballo. Uno de los solados dijo al caballo, “¡Vamos, al menos tu tendrás donde pastar!” Otro de los soldados pensó dentro de sí, “¡Qué gran injusticia comete el rey Alfonso, con el mejor y más noble de sus vasallos!¡Echarlo así de sus tierras, en Vivar, y luego, cerrarle las puertas de Burgos, donde se hallan su mujer y sus hijas…!”

     El Cid contemplaba también tristemente las altas murallas, pensando, “¡Toda mi vida he luchado por arrancar a los moros las tierras y las ciudades que aún tiene bajo su dominio!¡Y ahora, mi propio soberano me hace esto!”

     Todo comenzó el funesto día en que el Rey Alfonso VI, de Castilla, decidió encomendar una delicada misión al más valiente de los caballeros de su corte. Alfonso dijo al Cid, “Ruy Díaz, iras a cobrar a los reyes moros de Granada y Sevilla los tributos que deben pagar este año, como súbditos míos.” Sin embargo, en la corte de Granada, otros dos caballeros castellanos celebraban una alianza secreta con el rey moro. Eran García Ordóñez y Lope Sánchez. Entonces, García Ordóñez dijo, “Somos tus aliados, Almudafar, y haremos la guerra a tu enemigo, Almutámiz de Sevilla.” Pero Lope Sánchez le dijo en secreto, a García Ordóñez, “Espera Ordoñez. ¿Atacar a Almutámiz, que es súbdito de Castilla, no nos enemistará con el rey Alfonso?” Ordoñez le dijo, “¡Ja!¡Seremos inmensamente ricos, saqueando Sevilla! Y solo con darle una buena parte del botín de guerra, conseguiremos que la corona castellana aplauda nuestra iniciativa.”

     Días después, Ruy Díaz se hallaba en Sevilla, para cobrar el tributo a Almutámiz. Entonces, Almutámiz le dijo al Cid, “Prepararé enseguida el cargamento de especias, trigo, aceite y oro que llevaras al rey Alfonso.” El Cid le dijo, “¡Os lo agradezco, señor!” Pero inesperadamente un grito de alarma cundió por todo el reino. “¡Los cristianos atacan Sevilla!” Y cuando el propio Almutámiz se enteró, dijo, “¡Esta es una traición!¡Los castellanos se han aliado con Almudafar!” El mismo Ruy Díaz se mostró sorprendido, y dijo al rey Almutámiz, “¡García Ordoñez y Lope Sánchez han desobedecido al rey Alfonso!” Entonces el Cid envió mensaje a los agresores. Y cuando García Ordóñez leyó la misiva, dijo, “¡Ja!¡Estúpido Ruy Díaz. Nos ordena, en nombre de castilla, que retrocedamos!” García Ordóñez tiró la carta, y mientras Lope Sánchez subía en su caballo, el potro pisó la carta y Lope Sánchez dijo, “¡Y quien es él para hablar en nombre del reino?” Entonces el Cid dijo al jerarca moro, “Señor, para demostrarte que, por ser súbdito de castilla, mereces la protección del reino, te defenderé contra Ordoñez y Almudafar.”

     Entonces mientras Ordóñez y Sánchez guiaban a un contingente de soldados, Ordóñez dijo a Sánchez, “¡Ese Ruy Díaz está loco!¡Guerreará contra nosotros, para defender a un moro!” Sánchez dijo, “Esto no le gustará al rey Alfonso, que, aunque ha realizado alianzas con Almutámiz, desea apoderarse de las riquezas que éste guarda en Sevilla.”

     Las huestes de Ordoñez y Sánchez, unidas a los solados de Almudafar, arrasaron los campos y poblados sevillanos. Hasta que cercas del Castillo de Cabra, el Cid dijo, “¡Ya han destruido bastante! Ahora…¡Contra ellos!” Los hombres de Ruy Díaz, y el ejército moro de Almutámiz, cayeron sobre los exhaustos agresores. El Cid en su caballo, hirió a Sánchez y dijo, “¡Tú lo has querido López Sánchez.” La batalla duró todo el día. Y finalmente, uno de los soldados llevó prisionero a García Ordóñez, ante el Cid, diciendo, “Señor, aquí tiene al traidor.” Ruy Díaz se plantó imponente, ante el conde Don García, quien le dijo, “No has actuado con honor. Has atacado a los súbditos del rey.” El Cid agregó, “Yo, como caballero castellano, me avergüenzo de ti.” Y Ruy Díaz jaló la barba del conde, afrentando así ante la tropa, a quien le había retado y desobedecido. Jalar la barba era un gesto usual en aquella época, para humillar y afrentar a alguien. Sin embargo, en los ojos de Don García brilló la rabia y el deseo de venganza. Y pensó, “¡Me pagarás cara esta humillación!”

     Tres días solamente estuvieron presos el conde García Ordóñez y sus secuaces. Un soldado abrió la puerta del calabozo y dijo, “¡Ya estáis libres!¡Nuestro señor, Rodrigo Díaz de Vivar, os perdona la vida!” Y dejando atrás el escenario de su humillante derrota, García Ordóñez y su gente, retornaron a Castilla. Entretanto, moros y cristianos honraban y vitoreaban al vencedor, el Cid, comiendo en una amplia mesa, y diciendo, “¡Cid, tu eres el más grande de los guerreros!”

    Fue asi que aquel valiente y leal caballero castellano, comenzó a ser conocido como el Cid Campeador, tanto en los reinos árabes, como en Castilla, Navarra, león, Zaragoza, y el resto de los dominios cristianos de la península, y seria con este nombre que pasaría de la historia a la leyenda.

     Por otro lado, el conde García Ordoñez, ya de vuelta en Castilla, se presentaba ante el Rey Alfonso, quien le dijo, “¿Dices que Ruy Díaz se ha aliado con los moros?” El conde le dijo, “Los árabes lo adoran, señor, le llaman, Cide, y o vitorean.” El conde agregó, lleno de rabia, “Unió sus mesnadas a las huestes de Almutámiz, y nos atacó a nosotros, que solo pretendíamos lograr oro y gloria para tu reino.” El conde Ordóñez continuó, “Nos despojó y mató a numerosos caballeros, entre ellos, al buen López Sánchez.”  El rostro del moraca se ensombreció, y dijo, “¡Razón tenían quienes me aconsejaban que no le diéra en mi corte, el poder ilimitado que mi hermano Sancho IV le concedió, nombrándolo jefe de los ejércitos reales.” Y sus recelos fueron alimentados hábilmente por las palabras del resentido Ordoñez, quien le dijo, “Si no interviene ahora, y le detienes, volverá en su contra a los que ahora son tus súbditos, muchos de los cuales, le consideran más rey que a ti.”
     Fue así que cuando Rodrigo Díaz entraba en tierras castellanas, pensó, “El Rey Alfonso debe haber recibido ya los muchos regalos y parias que le ha enviado Almutámiz.” Pero nn mensajero le salió al encuentro, a caballo, y dijo, “¡Carta del Rey para ti, señor!” Al leer la misiva real, el Cid palideció, y pensó, “¡Me destierra de Castilla!” Una mano amiga se posó de pronto en el hombro del Cid, cortando el hilo de sus pensamientos. Y dijo, “¡Mira lo que he traído, Rodrigo!” Rodrigo volteó y exclamó, “¡Caramba!” El burgalés Antolínez, había traído un nutrido cargamento de viandas para los soldados. Dos burros llevaban el cargamento. Rodrigo exclamó, “¡La ira del rey caerá sobre ti, Antolínez!” Antolínez le dijo, “Lo sé. Pero lo que pierdo retando a la corona, es mucho menos importante para mí que tu amistad y la gloria que ganare en tu compañía.”
    Antolínez continuó, “Además, quiero comunicarte que Jimena y las niñas te esperan en el monasterio de San Pedro de Cerdeña.” Rodrigo le dijo, “¡Bendito seas, Martin Antolínez!¡Tu generosidad dará de comer y beber a mis hombres, y tu lealtad ha devuelto la alegría a mi corazón!” Antolínez dijo, “Y aún puedo hacer algo más por ti. Dime, ¿Cuentas con oro suficiente para sostener a tu ejercito hasta que ganes algún botín que renueve tu fortuna y la de aquellos que te siguen?” Rodrigo dijo, “Cierto es que he gastado ya el oro y plata que tenía, y mis propiedades me han sido confiscadas.” Antolínez dijo, “Es una lástima que no poseas nada que dejar en prenda, pues los judíos de Burgos estarían dispuestos a prestarte una buena cantidad para financiar tus empresas guerreras.” Rodrigo se quedó pensativo y dijo, “Mmmm…¡Algo se me ocurre, que puede llenarnos los bolsillos de oro Antolínez. Ve y habla con los judíos. Diles que dejaré depositadas en Burgos dos arcas llenas de tesoros, y que recibiré la cantidad de monedas que juzguen razonable prestarme por ellas. ¡Ah, pero eso sí! Las arcas están selladas, y deben permanecer así hasta mi regreso.”

     Poco después, Antolínez entraba en la alcazaba, que es la parte de la ciudad que habitan los judíos. Los hebreos Raquel y Vidas, escucharon con interés la oferta. Raquel dijo, “¿Y dices que esas arcas están llenas de oro y piedras preciosas que el Cid obtuvo en Sevilla?” Antolínez dijo, “El solo os pide, que no las abras durante un año, pues piensa volver antes de ese plazo.” Raquel dijo, “Y…¿Cuánto es lo que necesita?” Antolínez dijo, “Unos seiscientos marcos.” Después de parlamentar entre ellos, los prestamistas resolvieron. Vida dijo, “Una vez que tengamos esos tesoros en nuestro poder, le daremos el dinero.” Raquel dijo, “Llevamos con él.”

     Entretanto, en el campamento, Rodrigo daba instrucciones a unos de sus soldados cercanos, “¡Vamos!¡hay que llenar esas arcas de arena!” Cuando Raquel y Vidas estuvieron frente al Cid, Raquel dijo, “Pues sí que son grandes y pesados esos cofres!” El Cid les dijo, “Recordad el pacto. Nadie debe abrirlos antes de un año, si no, no os daré ni un ochavo de intereses.” Trescientos marcos de plata y trescientos de oro fueron entregados al Cid Campeador. Raquel dijo, “¡Aquí esta lo que pedisteis, Don Rodrigo!” Vida susurró al oído a Raquel, “¡Pasado el año ese rico tesoro será todo nuestro!”
     Raquel le dijo, susurrando, “¡Je, Je!¡Lo más probable es que  le maten en batalla y nunca regrese!” Cuatro escuderos llevaron a cuestas cada una de las arcas. Raquel dijo al Cid, “¡Que la gloria te acompañe, y retornes pronto a Burgos, Campeador!” El Cid le dijo, “¡Vosotros recibiréis, si vuelvo, una buena parte de mi fortuna!¡Y, si no, os quedareis con lo que encierran esas arcas!” Los dos judíos burgaleses se alejaron contentos de haber cerrado tan buen negocio. Y en cuanto los hubieron perdido de vista, Martín Antolínez y el Cid prorrumpieron en sonoras carcajadas. Antolínez dijo, “¡Arena a cambio de oro!¡Ja, Ja, Ja!¡Sois grande, Rodrigo!” El Cid dijo, “¡Jo, Jo, Jo! Si llegan a abrirlas…¡Morirán de rabia!”

     Al amanecer, el Cid y sus hombres partieron hacia el monasterio de San Pedro Cerdeña. Allí, uno de los monjes escuchó el sonidos de los casco de los caballos, y dijo, saliendo del monasterio, “¡Allí viene, Doña Jimena!” Cuando el Cid llegó en su caballo, Ella se postró ante el Campeador, y dijo, “¡Cuánto lloro vuestra desgracia, esposo mío!” El Cid se apeó, y Doña Jimena dijo, “¡Pensar que tendréis que salir de Castilla huyendo, como un truhan!¡Vos, que sois el más noble y limpio de los hombres!” El Cid le dijo, “¡Levántate ya mujer, y deja de llorar!” El Cid agregó, cuando Jimena se puso de pie, “Tener que separarme de ti y de mis queridas niñas, es lo que más ahonda mi pena.” Tomó entonces el Cid, en sus brazos a las pequeñas doña Elvira y doña Sol, que tenían solo unos meses.
    El Cid dijo, “¡Cuando yo vuelva a Castilla, estas criaturas serán mujeres ya!” Tras regresar a las niñas a la nodriza, el Cid dijo, “Pierdo, por una intriga de mis enemigos ante el Rey, el derecho a disfrutar de la infancia de mis hijas.” El monje dijo, “¡Mío Cid, el patio del convento está lleno de gente!¡Mas de cien castellanos han venido, dejando casas y tierras para reunirse contigo!” El Cid miró a Jimena a los ojos y dijo, “¡Dios nuestro señor me bendice, aunque el Rey Alfonso me maldiga!¡Ahora guiaré un ejército poderoso!”

     Solo un día y una noche permaneció el Cid en San Pedro de Cardeña. Pues el plazo que le había dado el Rey, de solo nueve jornadas para abandonar el país, ya estaba por vencerse. Y dejando a su mujer y a sus hijas, a cargo del abad Don Sancho, partió con sus numerosos seguidores, hacia la frontera. Doña Jimena oró, desde entonces, cada mañana, por la suerte del desterrado. “¡Oh, padre resucitado, guárdale de todo mal!” Ya muy cercas de la frontera, las huestes del Cid decidieron permanecer en un poblado llamado, Higuerela. Para entonces, los hombres que se habían unido a aquel ejército, eran ya miles. El Cid dormía profundamente cuando en el sueño, vino a él la figura de un ángel, quien le dijo, “Monta a caballo y empuña tu espada. Es un buen momento para hacerlo. Tu poder se acrecentará, y tus victorias serán celebradas por los siglos de los siglos.”

     Por la mañana, antes de salir, Rodrigo se santiguó, dando gracias a Dios, y pensó, “¡Ahora sé que mi destino esta trazado!” Y justo cuando terminaba el noveno y último día de plazo, cruzó la Sierra de Miedas, límite del reino de Castilla, que en esa época estaba situada entre los ríos Duero y Tajo. Fueron muchas las proezas que el Cid llevó a cabo durante su destierro. Una de las más famosas fue la toma de Castejón. Dentro de su tienda, el Cid conversaba, diciendo, “Escúchame Minaya. Tenderemos a los Moros una emboscada.” Doscientos hombres al mando de Álvarez Fáñez Minaya, atacaron de frente. Al mando de las filas, Minaya gritó, “¡Por el Reino de Cristo!¡Adelante!” Entretanto el Cid permaneció a la zaga, con cien guerreros. El Cid dijo a sus hombres, “No haremos nada hasta recibir la señal.” Al correrse la voz de que los cristianos atacaban, la gente de Castejón salió alarmada, a proteger a los campos de cultivo.
    Uno de los campesinos moros, dijo a su esposa en su casa, “¡Arrasarán con toda nuestra cosecha!” Su esposa le dijo, dándole una espada, “Toma tu alfanje…¡Y no dejes que destruyan la cosecha!” Las puertas de la ciudad quedaron solo guardadas por un pequeño grupo. Entonces, dos de los moradores de la ciudad se dieron cuenta de la situación y uno dijo al otro, “¡Todos se han ido!¡En la ciudad solo hay mujeres y niños!” El otro dijo bostezando, “¡Aúm!¡Vaya hora que tienen estos cristianos de cercar una ciudad!” Entonces el primero se asustó, y dijo, “¡Caramba!¿Has dicho cercar?” Entonces ambos vieron como el Cid llegaba con sus tropas. El primer hombre exclamó, “¡Oh, no!” El segundo dijo, “¡Por Mahoma! ¡Hay que llamar a nuestros hombres!¡La ciudad ha quedado a merced de…!”

     La estratagema había surtido efecto, y el Cid tomó tranquilamente  Castejón, donde se hallaban las mujeres y los niños, mientras Minaya entretenían a los hombres de la ciudad, en los campos de labranza. El botín fue inmenso y el Cid generosamente lo repartió entre sus hombres. Minaya se arrodilló ante el Cid, y el Cid puso su mano en su hombro, y le dijo, “A vos Minaya os corresponde la quinta parte de lo conseguido.” Minaya se rehusó, y dijo, “Tomaré solo la parte que me corresponda como soldado, señor. Lo demás que sea para tu gloria y la de nuestro ejército.” Con la misma habilidad y valentía, Rodrigo Díaz conquistó, Alcocer, Teruel ,y Zaragoza. Dueño de enormes riquezas, el Cid envió parte de ellas al Rey Alfonso, por medio del fiel Minaya. El Cid le dijo a Minaya, “Tras entregar su quinto a nuestro soberano, os encargo amigo mío, que hagáis decir mil misas en la catedral de Burgos, y entreguéis el resto del oro, a Jimena y a mi hijas.” Los hombres que seguían al campeador, lejos de arrepentirse de haber abandonado por él, casas y heredades, celebraban su riqueza satisfechos. Uno de ellos tras revisar las alhajas, dijo, “No cabe duda, ¡El que a buen señor sirve, siempre vivirá en regalo!”

     Y asi, el nombre de Rodrigo Díaz, era pronunciado con creciente terror entre los moros. Un día, dos moros conversaban entre ellos, y uno de ellos dijo, “¡El Cid ha desterrado las tierra de Alcañiz!” El otro le contestó, “¡Es un demonio!” El primero dijo, “Dicen que después de saquear Alcocer, y tomar cientos de prisioneros, vendió la ciudad entera a los de Calatayud, por tres mil marcos de plata.” El otro dijo, “¡Es un bandido!” El primero dijo, “¡Es un Efriti!” O sea, un espíritu maligno de la mitología mahometana. Un tercer hombre anciano se les acercó, y les dijo, “¡Yo creo que es solo un hombre desesperado! No tiene patria ni heredad, y lo destruye todo para comprar el nuevo favor de su rey.” Mientras tanto, el conde Ramón de Berenguer, gritaba enfurecido en su palacio.
    Y cuando las huestes del Cid se hallaban acampadas en el pinar de Tévar, un emisario de conde llegó al Cid, y le dijo, “¡Caballero! Mi señor, el conde Ramón de Berenguer, te previene que, si avanzas un paso más por sus dominios, te echará de aquí a golpe y espada.” El Cid le respondió sin inmutarse, “Dí a tu señor que nada debo a él, y nada llevo suyo. Que me deje seguir mi camino en paz.” Pero en cuanto el mensajero se fue, un solado llego y dijo al Cid, “Señor, hemos visto numerosos moros y cristianos armados en lo alto de aquella loma.” El Cid bajó la mirada y dijo, “Son, sin duda, las huestes de Berenguer.” Tras una pausa, el Cid ordenó, “¡Pronto!¡Preparad las cabalgaduras!” El Cid ensilló su caballo y dijo, “¡Atad bien las cinchas de las sillas, y preparaos para resistir!”

     Berenguer había ya recibido la insolente respuesta a su amenaza. Y sus hombres bajaban a caballo aquella ladera. El Cid, estando montado en su caballo, dijo a sus soldados, “Como imaginé, vienen cuesta abajo, en inseguras sillas y con las cinchas flojas.” Enseguida el Cid dio la orden, “¡Atacad ahora con las lanzas!” Los jinetes de Berenguer no pudieron mantenerse mucho tiempo sobre sus cabalgaduras. Mientras hería a sus oponentes, el Cid decía, “¿Caro pagareis el haber invadido mis tierras!” La batalla duró solo unas horas. Y pronto los hombres del Cid tuvieron en sus manos la victoria. Y el conde Berenguer quedo prisionero. Un soldado lo llevo ante el Cid, quien dijo, “La lucha terminó, caballero. Tomaré vuestra espada.” Fue así como Rodrigo Díaz obtuvo aquella famosa arma a la que llamarían, la “Colada,” o sea, de buen acero colado.

     Humillado Berenguer se negaba a probar alimento alguno. El Cid pensó, “El conde morirá si sigue así. ¡Lleva tres días sin comer!” Hasta que uno de los ayudantes del Cid entró a la tienda de Berenguer con una vajilla de comida y dijo, “Mi señor Don Rodrigo os envía estos manjares y os ofrece, si accedéis a probarlos, os dejará en libertad, a vos y a dos de vuestros caballeros.” Berenguer recuperó el apetito. Y partió jurando al Cid no buscar venganza. Montado en su caballo, junto a sus dos escuderos, Berenguer dijo al Cid, “¡He perdido en la justa lid, y lo reconozco!” El Cid le dijo, “¡Que Dios os bendiga!”

     Entre tanto el rey Alfonso declaraba su perdón a los seguidores de Rodrigo. “¡Todos los que deseen unirse al él, pueden hacerlo sin tener represalias de mi parte!” Aunque, también agregó, “Agradezco los presentes del campeador, porque fueron arrebatados por él a mis enemigos. Pero, aún es pronto para que un hombre desterrado como él, que no recupera todavía la gracia de su señor, vuelva triunfante a Castilla.” Poco después, el Cid se hallaba en Murviedro, ciudad que había caído en su poder. Y allí fue avisado de que los moros valencianos se proponían ponerle sitio. El Cid dijo a uno de sus soldados, “¿Dices que han levantado sus tiendas cercas de aquí?” Su soldado le dijo, “Yo mismo los he visto, señor.” El Cid le dijo, “Nos hallamos en sus dominios y es natural que se defiendan. Esto no tiene arreglo. Debemos combatir.” Enseguida salieron mensajeros hacia las otras ciudades, ya tomadas por el Cid, para pedir refuerzos. Y pronto comenzó el combate.
     Los castellanos rompieron el cerco que las huestes de Valencia tendieron alrededor de Murviedro. Y Minaya que se había reunido de nuevo con el Cid, tras haber cumplido el encargo de visitar la corte, atacó por la retaguardia al enemigo. Mientras vencía aun guerreo moro, Minaya exclamó, “¡Nadie nos impedirá conquistar Valencia!” Pronto, con un magnifico botín, los del Cid volvieron a Murviedro. En el campo de batalla solo quedaban cadáveres. En la ciudad de Valencia cundía el pánico. Dos pobladores dialogaban y uno de ellos decía, “Incendian las cosechas, y cortan el agua de los canales. ¡Nadie puede detenerlos!” El otro dijo, “¡Alá nos proteja!”

    Tras conquistar toda la región, que circundaba Valencia, el Cid puso sitio a la ciudad. El Cid dijo a sus soldados, “¡Vayamos ahora hacia el mar!” En los pueblos de Aragón y Castilla, se leían pregones enviados por el Cid. “¡Quien quiera dejar la pobreza y ser poderoso, venga con Rodrigo Díaz, a lucha contra los moros de Valencia!” Diez meses permaneció cercada la ciudad. Y cuando el Cid la atacó, su defensa era casi nula, debido al hambre y a la desolación que allí reinaban. El saqueo convirtió en rico caballeros, hasta a los más humildes soldados. Y en pleno saqueo, un soldado tomó una prenda de vestir de lujo, y dijo, “¡Qué tal me queda esto?” Otro soldado tomó una espada, y dijo, “¡Desde ahora seré conde!¡Sí, señor!”

    El rey moro de Sevilla quiso recuperar la ciudad para los seguidores de Mahoma. Pero fue derrotado cuando apenas entraba en la huerta valenciana, y huyó. Lo mismo sucedió con Yusuf, el rey de Marruecos. En aquellas refriegas, el caballo que el Cid habia ganado al monarca de Sevilla, demostró su agilidad y valor. Fue llamado “Babieca,” y se ganó un lugar de honor en la leyenda.

     Ya dueño de la ciudad, el Cid decidió asentarse en ella. Y ya instalado en su salón, dijo a general Minaya, “Voy a pedirte que vayas con el rey Alfonso, Minaya, y le pidas permiso para traer a Jimena, y a mis hijas hasta aquí.” Los cuantiosos regalos enviados por el Cid, al monarca, despertaron la codicia de los cortesanos. Un hombre dijo a Ordoñez, “Si no te hubieras enemistado con Ruy Díaz, tío, ahora podría ser inmensamente rico.” García Ordoñez miraba todo aquello con incontrolable envidia, y pensaba, “¡Este estúpido rey es como un niño! Unos cuantos regalos y todo lo perdona.” Los Infantes de Carreón, sobrinos de García Ordoñez, hicieron una solemne petición al Rey. Hincados ante el Rey, uno de ellos dijo, “Mi hermano Fernando y yo, queremos solicitar en matrimonio, a las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar.” El infante continuó, “Te rogamos que intercedas en nuestro favor, ante el Cid.” El rey estaba de tan buen humor, que accedió, y dijo, “¡Lo haré!” Enseguida mandó traer a Minaya y le dijo, “Dí a tu señor, Minaya, que me reuniré con él dentro de tres semanas, a la orilla del río Tajo.”

     Fue asi que después de años de lucha, y siendo ya por propia mano, un hombre poderoso, el Cid recuperó el mismo día, el favor del rey, y la cercanía de su mujer y sus hijas. Cuando el Rey y el Cid se encontraron, el Rey le dijo, “¿Ruy Díaz, cuanto ha crecido vuestra barba!” El Cid le dijo, “El día en que fui desterrado, prometí no cortarla hasta obtener vuestro perdón.” El Rey puso su mano en el hombro del Cid, y le dijo, “Pues ya podéis disponer de ella, como dispondréis desde ahora nuevamente, de mi amistad.” Y de esa manera, se reconciliaron el noble caballero y su soberano. Ambos bebieron juntos, y el rey habló al Cid, de los Infantes de Carreón. El Rey le dijo, “Vienen conmigo, y son gente noble, desean casar con tus hijas, Rodrigo.” A Ruy Díaz no pareció entusiasmarle la propuesta, y pensó, “Son parientes de Ordoñez, y seguramente tan codiciosos como él.” Pero negarse a la boda, era volver al disgustar al Rey.
     El Rey dijo, “¿Qué decís entonces, Rodrigo?” El Cid dijo, “Mis hijas son aún muy jóvenes para casarse.” El rey dudó, y dijo, “Yo…” Entonces el Cid dijo, “Dejo este asunto en vuestras manos, mi señor Don Alfonso. Si vos queréis casarlas, con los Infantes de Carreón, hacedlo.” Asi, siguiendo una ceremonia, el Rey unió simbólicamente a Doña Elvira y Doña Sol, con los dos jóvenes castellanos. El rey les dijo, “Vuestro compromiso queda sellado. Ahora solo falta la bendición de la Iglesia.” El rey volvió a Castilla, y el Cid llevó a Jimena y a sus hijas a la ciudad. Al llegar a la ciudad, el Cid les mostró su palacio y dijo, “He ganado todo esto para vos, Jimena.” Jimena le dijo, “Llegué a pensar que no volvería jamás a veros.” El Cid tocó su rostro y dijo, “¡Nunca olvidé lo hermosas que eras!”

     Al páso de los días, Jimena notó que algo ensombrecía la dicha del Cid, y le dijo, “¿Qué os ocurre, señor?” El Cid le dijo, “Acabo de recuperar a mis hijas, después de tantos años…¡Y ahora debo entregarlas a los de Carreón!” Jimena le dijo, “Ellas no se apartarán de tu lado, señor, casadas o no, siguen siendo tus hijas.” Las bodas de Doña Elvira y Doña Sol, fueron motivos para celebrar días y días de festejos y nutridas comilonas. La desconfianza instintiva de Rodrigo hacia sus yernos, pareció, en un principio, ser injusta, pues los infantes rodeaban de galanterías y cuidados a sus esposas. Y las jóvenes hijas del Cid eran dichosas.

    Abenigalbon, rey moro de Media, y amigo personal del Cid, le había enviado a éste, un feroz león africano. Una tarde, el Cid sesteaba a campo abierto. Sus hijas daban un paseo acompañadas de los condes de Carreón. Doña Sol y Don Diego, se apartaron en el campo abierto. Entonces Doña Sol dijo, “¿Así que me amáis ya, antes de conocerme, Don Diego?” Don Diego la abrazó y le dijo, “¡Sí, mi hermosa Doña Sol!¡Os amaba en sueños!¡Me perseguías en todas mis fantasías!” Doña Sol le dijo, “¿Cómo podría yo creer semejante desatino?” El conde Don Diego le dijo, “Os juro que es verdad, yo…” En ese mismo instante, ambos escucharon el rugido de un león. “¡ROARR!” El conde volteó, y exclamó, “¿Eh?” Doña Luz dijo, alarmada, “¡Dios mío!¡El león se ha soltado!¡Y va hacia mi padre!” Por su parte, el hermano de Don Diego, Don Fernando, quien también estaba cercas, con Doña Elvira, salió  huyendo, gritando, “¡AUXILIO!¡Venid a mí, caballeros!¡Un monstruo me persigue!” Doña Elvira gritó, “¡Fernando!¡Vuelve aquí!¡Tienes que salvar a mi padre!” Don Diego vio cómo su hermano se alejaba dando gritos.
     Entonces echó mano de su espada. Cuando Doña Luz vio que Don Diego tomaba su espada, pensó, “¡Menos mal que mi marido no es tan cobarde como su hermano!” Mientras el Cid dormía la siesta, el león ya estaba frente a él, y Don diego avanzaba con su espada desenvainada, diciendo, “¡Ven aquí, fiera!¡Te volveré a tu jaula!” Pero cuando el león volteó hacia él, dejó exclamar un gran rugido. “¡ROARRR!” Entonces, Don Diego se asustó cuando vio al león avanzar hacia él, y dijo, “¡Oh no, no! E-Espe-ra…” Entonces Don Diego salió huyendo, gritando, “¡FERNANDO ESPERAMEEE!” Esto provocó la hilaridad de todos los presentes. El león ni siquiera se mostró interesado en perseguirlos. En eso, el Cid se despertó, y exclamó, “¿Eh?” Doña Sol gritó, “¡CUIDADO PADRE!” En ese momento tres de sus solados llegaron, y uno de ellos gritó, “¡Dios mío!¡No te muevas, señor!¡Ya vamos!”
     Cuando el Cid despertó y miro al león, dijo, “¡Ah, vamos!¡Eres tú!” Entonces uno de sus soldados estiró su arco, pero el Cid le dijo, “¡No dispares!” Y ante el pasmo de todos, el león se echó a los pies de Rodrigo, y dejó que éste le acariciára la melena. El Cid dijo al león, “¡Perdónalos Alcaniz! Ellos no saben que tu solo atacas por hambre, y que teniendo la panza llena, eres inofensivo.” Luego el Cid acompañó al león, y le dijo, “Bueno, ya es hora de volver a tu jaula, amigo.” Poco después, la fiera bostezaba dentro de su jaula. Y los yernos del Cid se convertían en motivo de risa. Estando enlodados junto a unos puercos los Infantes de Carrión, el Cid se burló y dijo, “¿Pero qué hacéis vosotros en la piara, Condes de Carreón?” Y los demás reían.

     No fue ésta la única vez en que Diego y Fernando mostraron su falta de valor. Una vez, cuando Don Diego estaba a punto de morir en manos de un guerrero moro, se arrodilló y le dijo a su oponente, “¡No, no!¡Soy yerno de mío Cid!¡No me matéis!” El soldado moro empuñó su espada, y solo dijo, “¡Puaf!¡Qué basura de yerno, por Mahoma!” Por el contrario, Rodrigo estaba en el apogeo de su gloria. Una vez que el Cid puso sobre una mesa el botín de su conquista, dos soldados admiraban el botin, y uno de ellos dijo, “¡La espada Tizona del rey Búcar!” Otro de los soldados tomó la espada y dijo, “Mío Cid le ha vencido en una justa, y le ha despojado de cuanto traía.” El primero dijo, “¡Pocas ganas le quedarán al señor de Marruecos de volver a tierras valencianas!”

     La gente, a espaldas de Vívar, evidenciaba cada vez más su desprecio por los condes. Al Verlos pasar, dos soldados dialogaban y uno de ellos decía, “¡Allá van esos cobardes!” Y el otro decía, “¡Vaya boda que han hecho Doña Sol y Doña Elvira!” Luego, el primero dijo, “¡Y ni siquiera tendrán la suerte de quedar viudas pronto!” Y el segundo le contestó, “¡Jo, Jo!¡Con lo gallinas que son esos tipos, vivirán seguramente cien años!” Los condes se sentían humillados. Don Diego dijo a Don Fernando, “¡Volvamos a Carrión, hermano!¡Allí la gente nos respeta!” Don Fernando le dijo, “Llevaremos a Elvira y a Sol. ¡Ella serán nuestro salvoconducto hasta llegar a Castilla!”

     Días después, el Cid y Jimena se despedían de sus hijas. Jimena les dijo, “¡Cuidaos mucho, queridas!” Rodrigo les dijo, “Vuestro primo, Félez Muñoz, os acompañará.” Enseguida el Cid dijo a los infantes, “Y a vosotros yernos, os regalo las espadas, ‘Colada’ y, “Tizona,’ que yo mismo gané peleando, como un hombre en la guerra.” Don Diego admiró la espada, y dijo, “¡Oh, gracias señor!” La caravana llevaba además, numerosas cargas de oro, y valiosos regalos del Cid, que componían la fastuosa dote de sus hijas. Al ver partir la caravana a la distancia, el Cid dijo, “¡Id con Dios!” Después de atravesar las regiones moras de la península ibérica, los infantes y su comitiva penetraron en el Robledo de Corpes. Don Diego, quien iba al frente en su caballo dijo, “¡Por fin estamos en Castilla, hermano!”
     Acamparon y durmieron amorosamente con sus esposas. Nadie sospechó la sucia maniobra que aquellos cobardes tramaban. Al amanecer, ordenaron a Alvar Fáñez y al resto de los hombres, que se adelantáran. Y así, don Fernando le dijo a Alvar, “Esperaremos a que las condesas despierten. Entre tanto, avanzad vosotros. Pronto les alcanzaremos.” Y en cuanto estuvieron a solas con ellas, don Diego les despertó, y les dijo, “¡Eh, hijas del Cid!¡Salid enseguida!” Ambos arrancaron a las desdichadas jóvenes, sus pieles y joyas que llevaban. Don Diego dijo a Doña Elvira, “¡Ahora tendréis vuestro merecido!” Y Doña Sol dijo a Don Fernando, “¡No!¡Por Dios!¿Qué os sucede?” Don Fernando, con un cinto en la mano le dijo, “¿Creyeron que realmente las llevaríamos a Carrión, Eh? ¡Ja, Ja! ¡Pero sin son solo unas plebeyas a quien Rodrigo encumbro a fuerza de saquera a  los moros! ¡Ni siquiera nos sirven como  barraganas o concubinas!” Por su parte, Don Diego tomó a Doña Ester del brazo, y le dijo, amenazándola con una espuela de caballo, “¡No mezclaremos nuestra sangre con la sangre de un bandido!” Y las golpearon bestialmente con las cinchas y las espuelas, hasta dejarlas desfallecidas.

     Entre tanto, Félez Muñoz inquieto, decidía regresar, y pensó, “No debí dejar a mis primas solas con esos condes!¡Eso de enviarnos a todos por delante, no me parece natural!” Por su parte, los de Carrión cabalgaban ya con su infame botín. Y Don Fernando decía a su hermano, “¡En Carrión nos casaremos con damas de nuestra estirpe, hermano!” Y Don Diego decía, “¡Tan solo estas pieles de armiño valen una fortuna!” Félez oculto tras un matorral, lo habia escuchado todo, y pensó, “¡Malditos!” En el robledal, Félez subió a su caballo y preocupado pensó, “¡Elvira!¡Sol!¡Oh, Dios mío!” La noticia se corrió por todos los reinos. Una mujer decía a una señora, “¿Sabes lo que han hecho a las hijas del Cid?” La señora le dijo, “No…no ¿Qué ha sido?” La mujer dijo, “Les han destrozado las carnes a cintarazos, y les han robado hasta la ropa…!” La señora dijo, “¡Eso ha sido, seguramente, cosa de moros!” La mujer se enojó y dijo, “Pues no. Se dice que los autores de la afrenta fueron sus propios maridos, los infantes de Carrión.” La señora exclamó, “¡Válgame el santo Cristo bendito!”

     Cuando la triste noticia le fue comunicada al Cid, éste escuchó los detalles impávido, hasta el final. Félez concluyó su relato, diciendo, “…y ahora vuestras hijas están en San Esteban, recuperándose de las heridas.” En los ojos del campeador, nacía una expresión de dolorosa ira. El Cid golpeó la mesa y dijo, “¡Esto no se quedará asi!”

Tres meses después, se leían pregones en los pueblos de Aragón y Castilla. Asi ante el rey Alfonso, y toda su corte, los de Carrión tuvieron que responder y dar la cara al Cid. El Cid habló y dijo, “Vos habéis casado a mis hijas con estos bandoleros, señor. ¡Os pido justicia!” Alfonso dijo, “Me apena lo que ha ocurrido, Rodrigo. Y haré que estos caballeros respondan del vil atropello de que han hecho victimas a tus hijas.” El Cid pidió, con la anuencia del rey y de la corte, que los infantes devolvieran los bienes de que habían dispuesto como maridos. Fernando llevó las dos espadas frente al Cid, y dijo, “¡Aquí están vuestras espadas!” Enseguida, Don Diego dijo, “En cuanto a los bienes…eh…¡Ya no los tenemos en nuestro poder!” Fernando dijo, “Los hemos vendido. ¡En realidad no eran gran cosa!”

     El Cid se enfureció, y tomó a Don Diego de las ropas, diciendo, “¿Qué clase de vanadlos sois?” Intervino entonces el conde García Ordóñez, diciendo, “¿Tan bajo hemos caído los cortesanos de Castilla, que un simple asaltante puede insultar asi a mis sobrinos, cuya alcurnia es bien conocida por la gloria de sus antepasados?” El Cid le contestó, “Callad, conde García Ordóñez, o de lo contrario, me veré obligado a arrancáros otro mecho de la barba, como hice hace casi quince años, cerca del Castillo de Cabra.” El Cid mostró el mechón que traía, y dijo, “Soy tan noble como vos, Ordóñez, y nadie guarda de mi barba, y entre sus trofeos de guerra, un mechón como éste, que un día os perteneció.” El Rey Alfonso dejó exclamar una sonora carcajada de asombro. “¡Ja, Ja, Ja!”

    Así, los de Carrión tuvieron que pagar a Cid, y trajeron ante él, todas sus posesiones. El Rey dijo al Cid, “Cincuenta caballos. Mil panegas de trigo, cien barriles de vino, y doscientas pieles…¿Estáis satisfecho, campeador?” El Cid le contestó, “Mi demanda civil ha terminado. Ahora, dejo la palabra a mi sobrino Pedro Bermúdez, y a mi amigo, Martin Antolinez.” En ese momento, un hombre se acercó al Rey y le dijo, “Con vuestra venia, ¡Oh, Rey! Quiero retar a Fernando González, conde de Carrión, a medirse conmigo en una justa; para lavar con su sangre el honor de Doña Elvira y Doña Sol.” El hombre se hincó frente al rey, junto con otro hombre, y continuó diciendo, “Yo os pido me otorguéis el permiso de medir mis armas con las de Diego González.” Concedida la venia del rey, para el combate individual, Mío Cid entregó las armas a Martin y a Pedro, y les dijo, “Tomad las espadas ‘Tizona’ y ‘Colada,’ amigos míos. ¡Y limpiad con ellas el nombre de mis hijas!”

     A la mañana siguiente, se iniciaba el combate. Pedro Bermúdez recibía un tremendo golpe de lanza de Fernando. Estuvo a punto de caer del caballo. Pero logro mantenerse erguido. A la siguiente embestida, Fernando volvió a golpear. Retrocedió dispuesto a sacar la espada. Y la habia levantado contra Pedro Bermúdez, cuando la ‘Tizona’ que el Cid le habia dado a éste, alcanzó a romper la broca de su escudo. Y enseguida destrozó con un tajo feroz, el escudo de su rival. Bermúdez se disponía a rematarle cuando Fernando gritó, “¡Piedad!¡E-Estoy vencido!” Poco después, se iniciaba la segunda justa del día. Uno de los cruzados dijo a otro, “Antolinez lleva la espada ‘Colada’ del campeador.” Su interlocutor, un espectador le dijo, “¡Solo una mala maniobra de Diego González podría derrotarlo!”
     Los caballos avanzaron uno contra otro en el campo. Un hombre gritó, “¡Loor a Antolinez!” Y otro, “¡Dios Salve al de Carrión!” A las primeras embestidas, las lanzas quedaron rotas. Tocaba el turno a las espadas. La preciosa “Colada” se irguió amenazante. Y en vano Diego quiso lastimar a Antolinez. Porque el de Burgos, lanzó hacia el yelmo del otro, un golpe de través.  Y éste cayó a tierra. El terror paralizó a Don Diego, quien arriba de su caballo gritó, “¡NO!NOOO!” Y prefirió echarse atrás con el caballo, saliéndose del espacio reglamentario para el combate, con lo cual se declaraba vencido. Un hombre del público dijo, “¡Sigues siendo un asqueroso cobarde!” El Rey detuvo la justa y dijo, “¡Basta ya!” Los caballeros se hincaron ante el rey, y Alfonso dijo, “¡Pedro Bermúdez y Martin Antolinez, os consagro como campeones, y os nombro caballeros de mi corte!”

     Meses después, Doña Sol y Doña Elvira se casaban en Valencia, con los infantes de Navarra y Aragón. Aquellas fiestas superaron con mucho a las anteriores.  Dos comensales invitados que asistieron a las fiestas, dialogaban entre sí. “¿Qué pensaran ahora los Carrión?¡Las que fueron sus esposas y sus víctimas, ahora reinarán; y ellos deberán  besarles las manos y llamarlas señoras! ¡En realidad no deben estar contentos! Se han quedado en la ruina, y ninguna otra dama de la corte aceptará casarse con ellos.” Su interlocutor le contestó, “¡Y tuvieron la suerte de salir vivos de aquella justa que si por mi hubiera sido…!” Por otra parte, el Cid y Jimena volverían a ser dichosos, y levantando su copa, el Cid brindó, diciendo, “¡Por vos, señora de Valencia!”

     Pasaron los años y el Cid permaneció en Valencia, disfrutando del amor de su mujer, y del afecto y admiración de sus amigos. Hasta que una noche, tuvo un fatal sueño, donde un personaje le decía, “Soy San Pedro, Mío Cid, y vengo a anunciarte que morirás dentro de treinta días. Prepara tu alma para que sea acogida por Dios.” Por la mañana, el Cid comunicó a Jimena la triste noticia. Ella rompió en llanto, y el Cid le dijo, “No llores dueña mía. Mi alma permanecerá siempre a tu lado.” Otra terrible noticia llegaría poco después. Uno de sus hombre vino a él, y le dijo, “Señor, el rey Búcar, con miles de hombres a caballo se acercan a Valencia.” Enseguida, los soldados y caballeros se dispusieron a entrar de nuevo a la batalla. Dos soldados practicaban la lucha otra vez, y uno de ellos dijo, “Hace años que no toco una espada.” Y el otro dijo, “¡Ese rey Búcar solo conseguirá regalarnos un buen botín de guerra!” Pero pronto, las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. ¡TAN!¡TAN! Uno de los soldados, dijo, “¡Tocan, el Cid ha muerto!”

   Cumplido el pazo anunciado, Rodrigo Díaz de Vivar expiraba ante el inmenso dolor de Jimena, y de sus más fieles caballeros. Y entonces una fuerte voz de alarma se escuchó, diciendo, “¡Alertaaaa!¡Los moros vienen a la ciudad!” Entonces, uno de los soldados dijo entristecido, “¡Sin el Campeador no podremos resisitr…!” Entonces en ese momento, un caballo llevando una armadura atada con un cuerpo fallecido se acercó, Y el soldado, al ver aquello, exclamó, “¡Pero si ahí está el Cid!¡¡Montado en ‘Babieca,’ como en sus mejores días!” El otro soldado exclamó, “¡Él no podía morir!” Dentro de aquella armadura, el cuerpo inánime del Cid, con los pies atados al vientre de ‘Babieca,’ demostró que Rodrigo era aún un poderoso líder. El caballo se introdujo valientemente entre las huestes moras; como si supiera que las ballestas y los alfanjes, esta vez no podrían nada contra el amo. El Cid derrotaba una vez más al rey de Marruecos, garantizando asi la soberanía de Castilla sobre gran parte de la península. Y asi, poco a poco vendría la expulsión definitiva de los moros, y el nacimiento del imperio español.

     Y se cuenta que al terminar la batalla, se le encontró al Cid vagando a la orilla del mar, aun sobre ‘Babieca,’ y con el cuerpo erizado de flechas moras. A partir de este momento, el campeador cruzaba el umbral de la historia, para penetrar en el reino de la leyenda.


Tomado de, Joyas de la Literatura, Año 1, No. 3, Septiembre 15 de 1983. Adaptación: Remy Bastien. Guión: Dolores Plaza. Segunda Adaptación: Jose Escobar.