En junio de 1893, con su segunda obra de teatro, Una Mujer Sin Importancia, representándose con éxito en el, Teatro Haymarket, Oscar Wilde comenzó a escribir, Un Marido Ideal, para el actor y director, John Hare.
Completó el primer acto, mientras se alojaba en una casa que había alquilado en Goring-by-Sea, tras lo cual nombró a un personaje principal de la obra, Arthur Goering. Entre septiembre de 1893, y enero de 1894, escribió los tres actos restantes. Hare rechazó la obra, al considerar que el último acto, no le satisfacía; Wilde luego ofreció con éxito la obra a Lewis Waller, quien estaba a punto de hacerse cargo temporalmente del, Haymarket, en ausencia en Estados Unidos de su director habitual, Herbert Beerbohm Tree.La obra se puso en ensayo, en diciembre de 1894, y se estrenó el 3 de enero de 1895, anunciada como, "Una obra nueva y original de la vida moderna". Se representó en el, Haymarket, durante 111 funciones, consideradas como una buena racha en su momento. En abril, el último día de la representación en Haymarket, Wilde fue arrestado por indecencia grave; su nombre fue eliminado de los carteles y programas, cuando la producción se trasladó al, Criterion Theatre, donde se representó durante otras 13 funciones, del 13 al 27 de abril. La obra podría haber permanecido más tiempo en el Criterion Theatre, pero el propietario del teatro, Charles Wyndham, requirió una nueva producción.
La obra se publicó en 1899, en una edición de 1000 copias; el nombre de Wilde no fue impreso: la obra se publicó como, "Por el autor de El abanico de Lady Windermere". Está dedicada a Frank Harris, "Un pequeño homenaje a su poder y distinción como artista, su caballerosidad y nobleza como amigo". La versión publicada difiere ligeramente de la obra representada, ya que Wilde agregó muchos pasajes y cortó otros. Entre los añadidos más destacados, se encuentran las instrucciones de escena, y las descripciones de los personajes. Wilde fue un líder en el esfuerzo por hacer que las obras fueran accesibles al público lector.
El conde de Caversham, KG – Alfred Bishop.
El vizconde Goring (su hijo) – Charles Hawtrey.
Sir Robert Chiltern (subsecretario de asuntos exteriores) – Lewis Waller.
El vizconde de Nanjac (agregado en la
embajada francesa en Londres) – Cosmo Stuart.
El señor Montford – Henry Stanford.
Phipps (sirviente de lord Goring) –
Charles Brookfield.
Mason (mayordomo de sir Robert Chilton) –
H. Deane.
James (lacayo de lord Goring) – Charles
Meyrick.
Harold (lacayo de sir Robert Chilton) –
Charles Goodhart.
Lady Chiltern – Julia Neilson.
Lady Markby – Fanny Brough.
La condesa de Basildon – Vane Featherston.
La señora Marchmont – Helen Forsyth.
La señorita Mabel Chiltern (hermana de sir Robert) – Maude Millett.
La señora Cheveley – Florence West.
Trama
La sala octagonal de la casa de Sir Robert
Chiltern en Grosvenor Square
Sir Robert, miembro de la Cámara de los Comunes, y subsecretario de Estado, y su esposa, Gertrudis, organizan una reunión en la que participan su amigo, Lord Goring, un soltero con aires de dandi, la hermana de Chiltern, Mabel, y otros invitados.
Durante la fiesta, la señora Cheveley, enemiga de Lady Gertrudis Chiltern desde la época de la escuela, intenta chantajear a Sir Robert, para que apoye un plan fraudulento para construir un canal en Argentina. Su difunto mentor y amante, el barón Arnheim, indujo al joven Robert Chiltern, a venderle un secreto de gabinete, lo que le permitió a Arnheim, comprar acciones de la Compañía del Canal de Suez, tres días antes de que el gobierno británico, anunciára la compra de la empresa. El soborno de Arnheim, fue la base de la fortuna de Sir Robert, y la señora Cheveley tiene la carta de Robert a Arnheim, como prueba de su crimen. Temiendo la ruina de su carrera y de su matrimonio, Sir Robert se somete a sus exigencias. Cuando la señora Cheveley informa deliberadamente a Lady Chiltern del cambio de actitud de Sir Robert, con respecto al proyecto del canal, Lady Chiltern, moralmente inflexible, que desconoce tanto el pasado de su marido, como el complot de chantaje, insiste en que Sir Robert incumpla su promesa a la señora Cheveley. Para Gertrudis, su matrimonio se basa en tener un, "marido ideal", es decir, un cónyuge modelo, tanto en la vida privada, como en la pública, a quien pueda adorar; por lo tanto, Sir Robert debe permanecer intachable en todas sus decisiones. Sir Robert cumple con sus deseos, y aparentemente sella su destino.Hacia el final del Acto I, Mabel y Lord Goring encuentran un broche de diamantes que Goring le regaló a alguien, hace muchos años. Él toma el broche, y le pide a Mabel que le diga si alguien viene a recuperarlo.
Sala de estar en la casa de Sir Robert
Chiltern
Arthur Goring insta a Robert Chiltern a luchar contra la señora Cheveley, y admitir su culpabilidad ante su esposa. También revela que él y la señora Cheveley, estuvieron comprometidos. Después de terminar su conversación con Robert Chiltern, Arthur Goring se enzarza en una conversación flirteadora con Mabel.
También se lleva a Gertrudis aparte, y la insta indirectamente a ser menos inflexible moralmente, y más indulgente. Una vez que Goring se va, la señora Cheveley aparece, inesperadamente, en busca de un broche que perdió la noche anterior. Indignada porque Robert Chiltern no cumple su promesa, lo expone ante su esposa. Lady Chiltern condena a su marido, y se niega a perdonarlo.La biblioteca de la casa de Lord Goring en
Curzon Street
Arthur Goring recibe una carta de Lady Gertrudis Chiltern, pidiendo su ayuda, una carta que podría ser malinterpretada como una nota de amor comprometedora. Justo cuando Arthur Goring recibe esta nota, su padre, Lord Caversham, aparece, y le exige saber cuándo se casará su hijo. Robert Chiltern lo visita, y le pide más consejos.
Mientras tanto, la señora Cheveley llega inesperadamente y, al ser reconocida por el mayordomo, como la mujer que Arthur Goring espera, es conducida al salón de Arthur. Mientras espera, la señora Cheveley encuentra la carta de Gertrudis. Robert Chiltern descubre a la señora Cheveley en el salón y, convencido de que estos dos antiguos amantes tienen una aventura, sale furioso de la casa.Cuando la señora Cheveley y Arthur se enfrentan, ella le hace una propuesta. Afirma que todavía ama a Arthur, desde sus primeros días de noviazgo, y ofrece intercambiar la carta de Robert Chiltern, por la mano de su antiguo pretendiente. Arthur se niega, acusándola de profanar el amor, al reducir el cortejo a una transacción vulgar, y arruinar el matrimonio de los Chiltern. Entonces Arthur activa su trampa. Arthur saca el broche de diamantes del cajón de su escritorio, y lo ata a la muñeca de lady Cheveley, con un candado oculto. Arthur luego revela cómo el objeto llegó a su posesión: se lo robó a su prima, Mary Berkshire, hace años. Para evitar ser arrestada, Cheveley debe intercambiar la carta incriminatoria por su liberación de las esposas adornadas con joyas. Después de que Goring obtiene y quema la carta, la señora Cheveley roba la nota de Lady Gertrudis Chiltern de su escritorio. Vengativamente, planea enviarla a Robert Chiltern como, ostensiblemente, una carta de amor de Lady Chiltern a Arthur Goring. La señora Cheveley sale de la casa triunfante.
Igual que el Acto II
Arthur le propone matrimonio a Mabel, y ella lo acepta. Lord Caversham le dice a su hijo que Robert Chiltern, ha denunciado el proyecto del canal argentino en la Cámara de los Comunes. Gertrudis aparece, y Arthur le dice que la carta de Robert Chiltern, su esposo, ha sido destruida, pero que la señora Cheveley, ha robado su nota, y planea usarla para destruir su matrimonio. En ese momento, Robert Chiltern entra mientras lee la carta de Gertrudis, pero como la carta no tiene el nombre del destinatario, supone que está destinada a él, y la lee como una carta de perdón.
Los dos se reconcilian. Gertrudis inicialmente acepta apoyar la decisión de Robert, de renunciar a su carrera en la política, pero Arthur la disuade de permitir que su esposo renuncie. Cuando lord Robert rechaza a Arthur, la mano de su hermana en matrimonio, creyendo todavía que se ha juntado con la señora Cheveley, Gertrudis se ve obligada a explicar los eventos de la noche anterior, y la verdadera naturaleza de la carta. Robert Chiltern cede, y a Arthur Goring y Mabel, y se les permite casarse. Gertrudis reafirma su amor por su marido, y dice: "Para los dos está comenzando una nueva vida". En, The Pall Mall Gazette, H. G.
Wells escribió sobre la obra:
“No es excelente; de hecho, después de,
El Abanico de Lady Windermere, y Una Mujer sin Importancia, es decididamente
decepcionante. Pero han sucedido cosas peores, y al menos fue recibida de
manera excelente... Pero, tomándola en serio, y sin tener en cuenta cualquier
posible tendencia imaginaria hacia una nueva amplitud de tratamiento, la obra
es indudablemente muy pobre.”
William Archer escribió: “Un Marido Ideal, es una obra muy capaz y entretenida, encantadoramente escrita, dondequiera que Wilde pueda encontrar en su corazón, la fuerza para sofocar su ingenio. Hay varias escenas en las que el diálogo, está sobrecargado de ocurrencias, no siempre de la mejor aleación... Sin embargo, Un Marido Ideal, no carece positivamente de cosas buenas, sino que simplemente sufre de una profusión desproporcionada de charlas de mala calidad”. A. B. Walkley llamó a la obra, “una obra estrepitosa, policromática, y brillante, diestra como un truco de magia, inteligente con una inteligencia tan excesiva que es casi monstruosa y misteriosa”. Encontró la trama increíble y pensó que aunque la obra, “por pura inteligencia, mantiene a uno continuamente divertido e interesado”, la obra de Wilde era, “no solo pobre y estéril, sino esencialmente vulgar”. George Bernard Shaw elogió la obra: "En cierto sentido, para mí, el señor Wilde es nuestro único dramaturgo completo. Juega con todo: con el ingenio, con la filosofía, con el drama, con los actores y el público, con todo el teatro. Semejante hazaña escandaliza al inglés...".
En 1996, el crítico, Bindon Russell, escribió que, Un Marido Ideal, es, "la obra más autobiográfica de Wilde, ya que refleja su propia situación de doble vida, y un escándalo incipiente con la aparición de terribles secretos. Mientras que Lord Goring es un personaje con mucho del ingenio, la perspicacia y la compasión de Wilde, Gertrude Chiltern puede verse como un retrato de Constance [Wilde]".
Bretaña
El primer revival en el teatro, West End, fue presentada por George Alexander,
en mayo de 1914, en el, St James's Theatre, y contó con Arthur Wontner, como Sir Robert Chiltern, Phyllis Neilson-Terry como, Lady Chiltern, Hilda Moore, como Mrs Cheveley, y Alexander como Lord Goring. La obra se representó a continuación en Londres, en el, Westminster Theatre, en 1943-44, con Manning Whiley como Sir Robert Chiltern, Rosemary Scott como Lady Chiltern, Martita Hunt como Mrs Cheveley, Roland Culver como Lord Goring, e Irene Vanbrugh, como Lady Markby, con escenografía de Rex Whistler.En 1965-66 se representó un revival en Londres, en tres teatros del, West End, sucesivamente; la protagonizaron Michael Denison, como Sir Robert Chiltern, Dulcie Gray, como Lady Chiltern, Margaret Lockwood, como Mrs Cheveley, y Richard Todd, como Lord Goring. La obra se volvió a representar en el, Teatro Westminster, en 1989, en un revival de corta duración, y en 1992, se presentó una nueva producción en el Gielgud Theatre que posteriormente se vio en otros cuatro teatros de Londres, y en Broadway, entre noviembre de 1992, y marzo de 1999. Fue dirigida por Peter Hall, y el elenco original incluía a David Yelland, como Sir Robert Chiltern, Hannah Gordon, como Lady Chiltern, Anna Carteret, como Mrs Cheveley, Martin Shaw, como Lord Goring, Michael Denison, como Lord Caversham, y Dulcie Gray, como Lady Markby. Las diversas representaciones de la producción, duraron un total de tres años, la producción de mayor duración de una obra de Wilde.
Una producción en el, Vaudeville Theatre, de Londres en 2010-11, contó con Alexander Hanson, como Sir Robert Chiltern, Rachael Stirling, como Lady Chiltern, Samantha Bond, como Mrs Cheveley, y Elliot Cowan. En 2018, una reposición en el mismo teatro contó con Nathaniel Parker y Sally Bretton, como los Chiltern, la combinación de padre e hijo de Edward Fox, como Lord Caversham y Freddie Fox, como Lord Goring, y Frances Barber, como la Sra. Cheveley, y Susan Hampshire, como Lady Markby.
La obra se representó en Estados Unidos, en marzo de 1895, en el Lyceum Theatre de Broadway, durante 40 funciones.
Se reestrenó en Broadway en el, Comedy Theatre, en 1918, con un elenco que incluía a, Norman Trevor y Beatrice Beckley, como los Chiltern, Julian L'Estrange, como Lord Goring, y Constance Collier, como la señora Cheveley. La siguiente, y en 2021 la más reciente presentación en Broadway, fue la producción de Peter Hall, vista en el, Ethel Barrymore Theatre, en 1996-97, con sus protagonistas originales del, West End, a excepción de Lady Chiltern, ahora interpretada por Penny Downie.An Ideal Husband, fue producida en Australia, en abril de 1895, por la compañía, Brough-Boucicault; dieron a la obra su estreno en Nueva Zelanda más tarde, ese mismo año. El estreno irlandés, se produjo en Dublín, en 1896, y lo hizo, sin mencionar el nombre del autor, una compañía de gira, dirigida por Hawtrey, en el, Teatro Gaiety. El reparto incluía a Alma Stanley, como la señora Cheveley, y a Cosmo Stuart, que había sido ascendido de su pequeño papel en la producción de Londres, como Lord Goring.
Se realizó una traducción al francés, en Ginebra, en 1944. La primera representación en Francia, registrada por, Les Archives du spectacle, fue en 1955; el sitio registra siete producciones francesas entre esa fecha y 2016.
Reginald John, "Rex," Whistler
(24 de junio de 1905 - 18 de julio de 1944) fue un artista británico que pintó
murales y retratos sociales, y diseñó vestuario teatral. Murió en combate en
Normandía, durante la Segunda Guerra Mundial. Whistler era hermano del poeta y
artista Laurence Whistler.
Diseños de Rex Whistler para el resurgimiento del Londres de 1943-1944:
Para conmemorar el centenario de la
primera producción, Sir John Gielgud inauguró una placa en el, Teatro
Haymarket, en enero de 1995, en presencia, entre muchos otros, del nieto de
Wilde, Merlin Holland, y el marqués de Queensberry.
Cine
Se han realizado al menos cinco
adaptaciones de la obra para el cine:
En 1935, una película alemana dirigida por Herbert Selpin, y protagonizada por Brigitte Helm, y Sybille Schmitz;
En 1947, una película británica, producida por London Films, y protagonizada por Paulette Goddard, Michael Wilding, y Diana Wynyard;
En 1980, una versión soviética, protagonizada por Lyudmila Gurchenko, y Yury Yakovlev;
En 1999, una película británica, protagonizada por Julianne Moore, Minnie Driver, Jeremy Northam, Cate Blanchett y Rupert Everett;
En 2000, una película británica protagonizada por James Wilby y Sadie Frost.
La BBC ha emitido siete adaptaciones radiofónicas, desde su primera emisión, en 1926: una versión de 1932, protagonizada por Leslie Perrins y Kyrle Bellew; una versión radiofónica de la producción del, Westminster Theatre, de 1943; una versión del, Bristol Old Vic, en 1947, con William Devlin, Elizabeth Sellars, Catherine Lacey, y Robert Eddison;
Una producción de 1950, con Griffith Jones, Fay Compton e Isabel Jeans; una versión de 1954, producida por Val Gielgud; una adaptación de 1959, protagonizada por Tony Britton y Faith Brook; una versión de 1970, con Noel Johnson, Ronald Lewis, Jane Wenham y Rosemary Martin; y una adaptación de 2007, con Alex Jennings, Emma Fielding, Janet McTeer y Jasper Britton.Las adaptaciones televisivas de la BBC, se emitieron en 1958, con Ronald Leigh-Hunt, Sarah Lawson, Faith Brook y Tony Britton, y 1969, con Keith Michell, Dinah Sheridan, Margaret Leighton y Jeremy Brett.
Una versión televisiva, (Ein Idealer Gatte) en alemán, fue transmitida en junio de 1958, por Nord und Westdeutscher Rundfunkverband (NWRV), con Marius Goring como Lord Goring, y Albert Lieven, como Sir Robert Chiltern. (Wikipedia en Ingles).
de Óscar Wilde
Una maravillosa y estrellada noche de 1895, en la mansión de sir Robert Chiltern, se efectuaba una reunión a la que asistía lo mejor de la sociedad londinense. La hermosa anfitriona, lady Chiltern, recibía a sus invitados con una agradable sonrisa, “¡Bienvenidos, señores Hunstanton!” El señor Hunstanton contestó, “A sus pies, lady Chiltern.”
En el salón, dos distinguidas damas conversaban animadamente. “Lady Basildon, ¿Irá a la cena que ofrecen los Hartlocks, el día de mañana?” Lady Basildon dijo, “Aún no lo sé, pero creo que sí. ¿Y usted, señora Marchmont?” La señora Marchmont dijo, “Asistiré, a pesar de que será tan aburrida como todas las fiestas que ellos ofrecen.” Lady Basildon dijo, “Es verdad, yo aún no sé por qué asisto a ellas.” La señora Marchmont le dijo, “Yo vengo a casa de los Chiltern para cultivarme.” Lady Basildon contestó, “¡Oh, no! ¡Yo detesto a la cultura! Asisto a las reuniones solo para divertirme, pues la disertación de temas me parece propia de la gente laborante.” La señora Marchmont dijo, “Tienes razón, querida.” Lady Basildon dijo, “Por cierto, no veo ningún caballero verdaderamente interesante.” La bella anfitriona entró al salón acompañada por lord Caversham, anciano de recio carácter, quien dijo, “¡Lady Gertrudis Chiltern, esta noche luce verdaderamente espléndida!” Gertrudis dijo, “Es usted muy gentil.” Lord Caversham le dijo, “Y dígame, ¿Ha llegado ya a su reunión, el inútil de mi hijo?” Gertudis dijo, “No, lord Caversham. Pero no ha de tardar…” Una preciosa jovencita llegó junto a ello, Mabel Chiltern, y dijo exaltada, “Lord Caversham, ha llamado inútil a su propio hijo!” Lord Caversham dijo, “¡Buenas noches, señorita Mabel Chiltern! He llamado así a mi hijo porque siempre ha sido un haragán.” La señorita Mabel Chiltern le dijo, “Pero si lord Goring pasea a caballo todas las mañanas, asiste a la ópera, tres veces por semana, se cambia de ropa cinco veces al día, y cena fuera todas las noches.” Lord Caversham dijo, “¡Ah, señorita Mabel Chiltren, es usted encantadora!” La señorita Mabel Chiltern dijo, “¡Gracias, amable caballero!” Mientras tanto, dos damas se acercaban a lady Gertudis Chiltern, la anfitriona. “¡Buenas noches, querida Gertrudis!” Lady Gertrudis Chiltern dijo, “¡Bienvenida, lady Markby!” Lady Markby dijo, “Le agradezco que me haya permitido traer conmigo a mi amiga.” Gertrudis dijo, “Es un honor para mí, no tiene por qué agradecer nada.” Lady Markby habló de su invitada, “La señora Cheveley es tan encantadora como usted, y era necesario que se conocieran.” La señora Cheveley dijo a Gertrudis, “Es un placer saludarle, lady Chiltern.” Entonces Gertrudis dijo, “Señora Cheveley, usted y yo ya nos conocíamos.” Lady Markby dijo, “¡Oh, pues esto sí que es una sorpresa!” Entonces, la señora Cheveley dijo, “Lady Chiltern, la verdad es que no recuerdo dónde pudimos ser presentadas. Además, hace tanto tiempo que vivo lejos de Inglaterra.” Gertrudis dijo, “Fuimos juntas al mismo colegio, señora Cheveley.” La señora Cheveley dijo, “¿De verdad? ¡Oh, pues yo me he olvidado por completo de mis días de estudiante! Tengo la impresión de que ese tiempo fue muy odioso.” Lady Markby dijo, “No me extraña que así le resulte.” Entonces la señora Cheveley dijo, “Lady Chiltern, le confieso que tengo un enorme interés por conocer a su inteligentísimo esposo.” La señora Cheveley agregó, “Desde que se hizo cargo de la cancillería, he escuchado hablar de él constantemente. ¡Es todo un personaje en todo el continente!” Gertrudis cambio su tono de voz y dijo, “¡No creo que pueda haber ninguna afinidad entre usted y mi esposo!” Y lady Chiltern se alejó bruscamente. Lady Markby dijo, “¡Oh, pero qué le sucede a Gertrudis!” Pero antes de que la señora Cheveley dijera algo, un hombre se acercó a ellas, “¡Ah, querida madame, qué sorpresa!” La señora Cheveley dijo, “¿Usted aquí, vizconde de Nanjac?” El vizconde de Nanjac beso su mano, y dijo, “¡No la había vuelto a ver desde que nos encontramos en Berlín!” La señora Cheveley le contestó, “De eso hace cinco años, vizconde.” Enseguida, lady Markby extendió su mano para saludarlo y dijo, “¡Buenas noches caballero!” El vizconde dijo, “A sus pies, lady Markby.” Lady Markby dijo, “Con su permiso, iré a saludar a mis amistades.” El vizconde dijo, “De acuerdo, querida.” El vizconde y la señora Cheveley se sentaron. El vizconde dijo, “¡Está usted más bella que nunca! ¿Cómo lo logra, madame?” Ella le dijo, “Sigo la regla de hablar únicamente con personas encantadoras como usted.” En otra parte del salón, el anfitrión de la fiesta recibía con agrado a lady Markby. Sir Robert Chiltren exclamó, “¡Buenas noches, lady Markby! ¿Dónde se encuentra Sir John, que la veo a usted sola?” Lady Markby dijo, “Sir John se ha quedado en casa preparando lo que dirá mañana en la Cámara de los Comunes. Yo vine acompañada de una encantadora persona.” Sir Robert dijo, “Pero, ¿Quién es esa persona que ha tenido usted la amabilidad de traer a nuestra reunión?” Lady Markby dijo, “¡Es la señora Cheveley! Pertenece a las Dorsetshire.” Sir Robert dijo, “¿La señora Cheveley? Me parece recordar ese apellido.” Lady Markby dijo, “Ella acaba de llegar de Viena, donde tiene su residencia.” Sir Robert dijo, “Estaré encantado de conocerla. ¿Podría presentarme con ella?” Lady Markby dijo, “Será un placer, Sir Robert. Permítanme un momento.” Poco después, lady Markby llegaba acompañada, diciendo, “Querida, te presento a Sir Robert nuestro gentil anfitrión.” Sir Robert dijo, “Deseaba conocerla, señora Cheveley. Nuestro diplomáticos en Viena, no cesan de hablar sobre su gran hermosura.” La señora Cheveley dijo, “Gracias, sir Robert. Una relación que comienza con un cumplido, es seguro que se convertirá en una gran amistad.” Tras una pausa, la señora Cheveley agregó, “Por cierto, su distinguida esposa y yo, comprobamos que ya nos conocíamos.” Sir Robert dijo, “¿De verdad?” La señora Cheveley dijo, “Fuimos condiscípulas en el mismo colegio…sí, ahora lo recuerdo todo perfectamente…¡Me viene ahora a la memoria, que lady Chiltern siempre obtenía el primer premio de buena conducta!” Sir Robert dijo, “¿Y cuáles eran los premios que usted obtenía, lady Cheveley?” Lady Cheveley dijo, “Los premios llegarían mucho más tarde en mi vida, y no recuerdo que alguno de ellos haya sido de buena conducta.” Sir Robert dijo, “De cualquier manera, debieron de ser por algo fascinante y cautivador.” Lady Cheveley se rió, y dijo, “¡Ja, Ja, Ja! A la mujer nunca se le premia por sus encantos, más bien, se le castiga por tenerlos.” Sir Robert dijo, “Dígame señora Cheveley… ¿Es usted pesimista, u optimista?” Lady Cheveley dijo, “Bueno…Yo no pertenezco a ninguna de las dos. Esas actitudes, no son más que una pose.” Sir Robert dijo, “Entonces usted prefiere ser neutral.” Ella le dijo, “A veces, ya que esa pose es muy difícil de mantener.” Él dijo, “Me gustaría saber qué contestarían esos novelistas psicólogos modernos a su teoría.” Ella dijo, “La fuerza de la mujer radica en que la psicología no puede explicarnos, al hombre se le puede analizar, a la mujer…solo adorarla.” Él le dijo, “Sin embargo, la ciencia debe saber manejar el problema femenino.” Ella dijo, “La ciencia nunca podrá arreglárselas con lo irracional.” Sir Robert dijo, “Me temo que no nos pondrémos de acuerdo en éste tema. Sentémonos para seguir conversando…” Ella le dijo, “Encantada Sir Robert.” Después de sentarse, él pe preguntó, “¿Y qué le impulsó a abandonar su deslumbrante Viena, por nuestros oscuro Londres?” Ella dijo, “¿En verdad quiere saberlo?” Sir Robert dijo, “Si mi pregunta le resulta indiscreta, olvídela por favor.” Ella le dijo, “Las preguntas nunca son indiscretas. Las respuestas algunas veces sí lo son.” Sir Robert dijo, “Es usted una dama sumamente inteligente, señora Cheveley.” Ella dijo, “Es un halago muy cortés, Sir Robert.” A continuación, lady Cheveley se puso enérgica, y dijo, “Vine a Londres por cuestiones de política. ¡La política es mi único placer! La vida política es una vocación noble!” Sir Robert dijo, un poco nervioso, “En algunas ocasiones, pues en otras se convierte en un hábil juego, y otras más se reduce a una simple molestia.” Tras una pausa, Sir Robert agregó, “Es una pena que haya llegado cuando nuestra temporada social casi está por terminar.” Entonces Lady Cheveley dijo, “¡Oh, eso a mí me tiene sin cuidado! La temporada sólo sirve para las mujeres que pretenden cazar marido, o para escapar de ellos.” Tras una pausa, la señora Cheveley dijo, “La verdad es que vine a Londres para conocerlo. ¡Ya sabe lo que es la curiosidad femenina!” Sir Robert dijo, “Me confunde, señora Cheveley.” Ella dijo, “Sir Robert, tenía inmensos deseos de conocerlo y pedirle que haga algo por mí.” Sir Robert dijo, “Espero que no sea una pequeñez, pues encuentro que las cosas pequeñas son las más difíciles de realizar.” Ella le dijo, “No…no creo que sea una cosa pequeña…” Sir Robert dijo, “Me alegro. Dígame de qué se trata.” Ella le dijo, “Más tarde, sir Robert. ¿Ahora me permitiría ver su casa?” Sir Robert dijo, “Por supuesto, señora Cheveley.” La hermosa dama y sir Robert Chiltern se dirigieron hacia el salón, sin dejar de conversar animadamente. Lady Cheveley dijo, “Me ha dicho que tiene cuadros preciosos. ¿Usted recuerda el barón Arnheim? Él fue quien me dijo que usted posee unos cuadros maravillosos.” Sir Robert titubeó, “¿E˗El barón Arnheim?” Lady Cheveley continuó, “Sí, ese inolvidable caballero fue un gran amigo mío…” Sir Robert dijo, “Era un hombre notable en muchos sentidos.” Ella dijo, “Siempre he pensado que fue una verdadera lástima que no haya escrito sus memorias. ¡Habrían sido muy interesantes!” Sir Robert titubeó, “E˗Estoy de acuerdo con usted...” Un distinguido y apuesto caballero interrumpiría su plática. “¡Buenas noches, Robert!” Sir Robert dijo, “¡Qué bueno que llegas, Arthur!” Robert se dirigió a la señora Cheveley y dijo, “Señora Cheveley, permítame presentarle a lord Arthur Goring, el hombre más ocioso de todo Londres...” Lady Cheveley dijo, “Lord Goring y yo, nos conocemos ya, sir Robert.” Arthur dijo, “No creí que usted me recordara, señora Cheveley.” Ella le dijo, “Tengo una memoria perfecta y…¿Todavía continúa soltero?” Arthur dijo, “Para fortuna mía y de las indefensas mujeres.” Entonces Arthur dijo, “¿Me permite preguntarle cuánto tiempo piensa permanecer en Londres?” Ella contestó, “Depende totalmente de sir Robert…” Sir Robert dijo, “Espero que no nos haga caer en una guerra europea…” Ella dijo, “Pierda cuidado Sir Chiltern.” Sir Robert dijo, “Pasemos al salón, la reunión necesita de nosotros.” Lord Arthur dijo, “Por supuesto, Robert.” Más tarde, Lord Arthur y Mabel Chiltern dialogaban, “Así que me ha echado de menos, señorita Chiltern.” Ella le dijo, “¡Muchísimo!” Lord Arthur dijo, “Entonces lamentaré no haber tardado más. Me gusta que me extrañen.” Mabel dijo, “¡Qué egoísta es usted, lord Arthur!” Lord Arthur dijo, “Lo sé perfectamente, señorita Mabel.” Mabel dijo, “Usted siempre se ufana de sus malas cualidades.” Arthur dijo, “Y sólo le he mencionado la mitad de ellas.” Mabel dijo, “¿Las restantes son peores?” Arthur dijo, “¡Tan terribles que cuando pienso en ellas por la noche, se me espanta el sueño!” Mabel dijo, “Bueno, a mí me encantan sus malas cualidades, y no quisiera que perdiera ninguna de ellas.” Arthur dijo, “Por cierto…¿Quién trajo aquí a la señora Cheveley? Es la dama que está acompañada por su hermano.” Ella dijo, “Vi que llegó con lady Markby, ¿Por qué lo pregunta?” Arthur dijo, “Por nada en especial. Es que hace años que no la veo…” Mabel dijo, “¡Qué razón tan absurda!” Hubo una pausa, y enseguida Mabel preguntó, “¿Qué clase de mujer es la señora Cheveley?” Arthur dijo, “De día es un genio, y de noche…¡Una beldad!” Mabel exclamó, “¡Desde éste momento esa señora me resulta odiosa!” Arthur rió, y exclamó, “¡Ja, Ja! Eso demuestra su buen gusto para clasificar a las personas.” La linda joven se alejó disgustaba de la compañía de lord Goring, quien pensó, “¡Ah, que niña es todavía! ¡Pero me resulta encantadora!” A continuación, lord Goring fue abordado por su padre, quien le dijo, “Bien caballero…¿Qué hace por aquí? ¡Perdiendo el tiempo como de costumbre!” Arthur dijo, “¡Buenas noches, padre! ¿Qué hace en una reunión nocturna?” Lord Caversham dijo, “No entiendo cómo puedes aguantar a la sociedad londinense. Está deshecha, es un cuerpo de nulidades que hablan de lo mismo.” Arthur le dijo, “A mí me gusta hablar de nada. Es de lo único que sé algo.” Lord Caversham se tocó la frente y dijo, “Solo vives para los placeres vacíos.” Arthur dijo, “¿Y para qué otra cosa se podría vivir? Nada madura con la misma rapidez que lo hace la felicidad.” Lord Caversham dijo, “Caballero, no tiene corazón.” En ese momento se acercó hasta ellos lady Basildon, quien dijo, “¿Usted aquí, lord Goring? ¡Nunca me imaginé que acudiera a las reuniones políticas!” Lord Caversham dijo, “Lo hago precisamente porque son los únicos lugares donde la gente no habla de política.” Arthur dijo, “Ahora, si me permite padre, acompañaré a lady Basildon al comedor para cenar en su grata compañía.” Lady Basildon dijo, “Será un placer tenerlo por compañero, lord Goring.” Lord Caversham dijo, “Hablar contigo no conduce a nada.” En un salón contiguo, se encontraban conversando a la bella señora Cheveley y si Robert Chiltern. “Como le dije antes, mi estancia en Inglaterra depende de usted.” Sir Robert dijo, “¿En serio?” Ella le dijo, “Deseo tratar con usted un gran plan político y financiero. En concreto, sobre la compañía para el canal argentino.” Sir Robert dijo, “¿Sobre ese asunto tan tedioso?” Ella le dijo, “En efecto, sir Robert. Sé bien que usted está interesado en las empresas de ese canal, desde un punto de vista internacional.” Tras una pausa, lady Cheveley agregó, “¿No era usted el secretario de lord Radley, cuando el gobierno compró las acciones del Canal de Suez?” Sir Robert dijo, “Sí, pero el Canal de Suez fue una obra espléndida que nos brindó una comunicación directa con la India. Tuvo un verdadero valor para nuestro imperio. En cambio, el plan del canal argentino, es una vulgar trampa financiera de la bolsa.” Lady Cheveley dijo, “¡Es una especulación brillante y audaz!” Sir Robert dijo, “Llamemos a las cosas por su nombre, señora Cheveley. ¡Todo eso es una estafa!” Sir Robert dijo, “Envié una comisión especial a investigar, y me informaron que los trabajos apenas sí han comenzado, y que nadie sabe qué sucedió con el capital que se había suscrito a ese canal. ¡Todo este asunto es un segundo Panamá, y no se le da ni siquiera la cuarta parte de probabilidades de éxito! Espero que usted no haya invertido su dinero en ese asunto. Su inteligencia no es de las que se dejan sorprender.” Lady Cheveley dijo, “Se equivoca, e invertido mucho en esa empresa.” Sir Robert dijo, “Pero, ¿Quién fue capaz de aconsejarle semejante locura?” Ella le dijo, “Un viejo amigo, sir Robert… el barón Arnheim…” Sir Robert Chiltern apenas pudo articular palabra, después de escuchar aquel nombre, y dijo, “¡Ah…! S-sí, recuerdo que escuché decir cuando murió, que…él estaba involucrado en todo este asunto…pero, usted no ha visto mis cuadros, además la música en el salón se escucha espléndida y…” Lady Cheveley dijo, “Sir Robert a mí me interesa seguir hablando de negocios…” Sir Robert dijo, “Señora Cheveley, me es imposible aconsejarle, aunque pienso que debería interesarse en algo menos peligroso. El éxito del canal argentino, depende de la actitud que adopte Inglaterra. Pero con el informe que mañana presentaré ante la Cámara de los Comunes, dudo que la construcción siga adelante. Este asunto está definitivamente terminado, señora Cheveley.” Lady Cheveley dijo, “Por su propio interés, sir Robert, para no hablar ya de del mío…usted no debe presentar el informe de su comisión especial.” Sir Robert dijo, “¿Mi propio interés? No entiendo lo que me quiere decir.” Lady Cheveley dijo, “Voy a serle extremadamente franca… ¡Quiero que se olvide del informe que se propone presentar en la Cámara! En cambio, dirá que tiene motivos para creer que su comisión no fue bien informada…” Sir Robert exclamó lleno de asombro, “¿Qué dice?” Sin hacer caso del azoro de sir Chiltern, la señora Cheveley continuó hablando con firmeza, “Enseguida, comentará a la cámara que el gobierno va a reconsiderar el asunto, pues de terminarse el canal argentino, prestaría un gran servicio de valor internacional…Usted sabe bien la clase de cosas que un ministro dice en casos como este unas cuantas frases hechas lugares comunes en fin la chabacanería que produce tan buen efecto.” Sir Robert dijo, “¡Señora Cheveley, no puedo creer que me esté hablando en serio!” Lady Cheveley dijo, “¡Totalmente sir Robert! Si hace usted lo que le pido, yo…se lo pagaré espléndidamente.” Sir Robert exclamó, “¡Pagarme!” Tras una pausa, sir Robert dijo, “No entiendo, señora Cheveley…no entiendo nada…” Ella le dijo, “Vine desde Viena con la única intención de que usted me entendiera.” Ambos continuaban sentados en el mismo sofá. Lady Cheveley dijo, “Sir Robert, usted es un hombre de mundo, y creo que podría fijar el precio. Hoy en día todos saben de esas cosas…confío en que sus condiciones sean razonables.” Sir Robert se levantó del sofá, y dijo, “Si me lo permite, pediré que traigan su coche…” Lady Cheveley dijo, “¿Acaso está enfadado, sir Robert?” Sir Robert dijo, “¡Ha vivido usted tanto tiempo en el extranjero, que es incapaz de darse cuenta que está hablando con un caballero inglés!” Lady Cheveley dijo, “No se altere así, por favor.” Sir Robert intentaba salir del salón, cuando la voz de la señora Cheveley lo detuvo bruscamente, “Sé muy bien que estoy hablando con un caballero que echó los cimientos de su fortuna, vendiendo a un especulador de la bolsa un secretario de estado.” Sir Robert volteó y dijo, “¿Qué cosa ha dicho?” Lady Cheveley le dijo, “Hablé sobre los orígenes de su fortuna y de su carrera.” Lady Cheveley hizo una pausa, se levantó del sofá, y dijo, “Por cierto tengo en mi poder una carta que usted escribió al barón Arnheim, cuando era secretario de lord Radley, en la que le decía que comprára acciones del Canal de Suez. Esa carta fue escrita tres días antes de que el gobierno anunciára su adquisición.” Sir Robert exclamó, “¡Eso no es cierto!” Lady Cheveley dijo, “Usted creyó que esa carta había sido destruida, pero no fue así.” Sir Robert trató de tranquilizarse y dijo, “El asunto a que usted alude, no fue más que una especulación. La Cámara de Comunes aún no aprobaba el proyecto de ley, y éste pudo haberse rechazado.” Entonces lady Cheveley le dijo, “Llamemos a las cosas por su nombre. Lo que usted hizo fue una estafa.” Hubo una pausa, y lady Cheveley agregó, “Yo le daré esa carta, a cambio de su apoyo público al canal argentino. ¡Usted hizo una fortuna con un canal, ahora deberá ayudarme a mí y a mi socio para hacer fortuna con otro!” Sir Robert exclamó, “¡Su proposición es una vergonzosa…infame!” Ella dijo, “¡No, no diga eso! Simplemente es un juego de la vida, al que somos obligados a participar, tarde o temprano.” Robert dijo desesperado, “No puedo hacer lo que me pide. ¡Es imposible!” Lady Cheveley dijo, “Usted lo va a hacer posible, de lo contrario, digno caballero, toda Inglaterra le vera caer de su pedestal.” Sir Robert dijo, “Deme tiempo para meditar en su proposición…” Ella dijo firmemente, “¡Debe resolver ahora mismo! Esperan noticias mías en Viena y quedé de telegrafiar les esta misma noche.” Después de una pausa, lady Cheveley pasó a retirarse, diciendo, “Bien, en todo caso no será mi prestigio el que se vea tocado por la ignominia y la deshonra…” Sir Robert la detuvo y dijo, “¡Espere! ¡Aceptó el trato!” Poco después, la señora Cheveley se encontraba en compañía de lady Chiltern. “¡Qué casa tan preciosa tiene usted! He pasado una velada encantadora y por fin pude conocer a su esposo.” Gertudis dijo, “¿Y cuál era su interés por conocerlo?” Lady Cheveley dijo, “Bueno, quería interesarlo en el proyecto del canal argentino, y cosa extraña, lo convencí en diez minutos.” Gertudis exclamó, “¿Qué ha dicho?” Lady Cheveley dijo, “Mañana por la noche, sir Robert dirigirá unas palabras a la Cámara de los Comunes, a cambio de la construcción del canal.” Gertudis dijo, “Debe haber un malentendido. Este proyecto nunca podrá contar con el apoyo de mi esposo.” Lady Cheveley dijo, “Le aseguro que ha cambiado de opinión. Mi viaje a Londres ha sido un éxito.” En ese momento, llegó ante ellas sir Robert, diciendo, “¡Su coche la espera, señora Cheveley!” Ella dijo, “¡Gracias, sir Chiltren!” Enseguida lady Cheveley dijo a Gertrudis, “¡Buenas noches, lady Chiltern!” Enseguida, lady Cheveley se despidió de Arthur, “¡Buenas noches, lord Goring! ¿No cree que podría pasar a saludarme en el claridge, donde me hospedo?” Arthur besó su mano y dijo, “¡Si así lo desea, señora Cheveley!” Ella dijo, “Por supuesto, pero no use conmigo este tono tan solemne, o me veré obligada a ser yo quien lo visite.” Luego, lady Cheveley dijo, “Sir Robert, ¿Me acompaña hasta mi coche? Ahora que tenemos los mismos intereses, llegaremos a ser buenos amigos.” Sir Robert dijo, “Sí, por supuesto…” Ante la mirada extrañada de lady Chiltern, el anfitrión de la velada salió a despedir a la dama. Mientras ambos se retiraban, Mabel dijo a Arthur, “¡Qué mujer tan horrorosa es esta señora Cheveley!” Arthur dijo, “Señorita Mabel, debería usted irse a dormir y olvidarse de las malvadas hechiceras que hoy abundan en la sociedad londinense.” Mabel dijo, “Usted siempre está burlándose de mí, lord Goring.” Los jóvenes salieron del salón de música. Mabel dijo, “Acompáñenme al otro salón, pues me siento cansada de tanto baile.” Arthur dijo, “Así que abandona a su fiel enamorado, el buen vizconde de Nanjac.” Mabel dijo, “Platíqueme de lo que quiera, excepto de la Real Academia, de la señora Cheveley, o de novelas escritas en dialecto escocés.” Arthur dijo, “Tal vez pueda darle buenos consejos, aunque en realidad yo nunca hago caso de ellos. ¡Nunca nos sirven para nada! A eso vino lord Caversham, y lo único que haré con sus consejos, es olvidarlos por mi propio bien.” Mabel dijo, “Es usted un cínico, lord Goring.” Cuando ambos se sentaron en el sofá, Mabel notó algo y al levantarlo, exclamó, “Pero…¿Qué es esto?” Cuando Mabel lo observó, exclamó, “¡Ooh, es un broche de brillantes precioso! ¿Quién lo habrá perdido?” Arthur dijo, “Permítame observarlo…” Arthur lo tomó en sus manos, y exclamó, “Sí, es un brazalete hermoso.” Mabel dijo enfadada, “¡Es un broche que ojalá fuera mío! Pero Gertrudis no me deja usar otra cosa que no sean perlas y ya estoy aburrida de ellas.” Arthur dijo, “Esta joya puede usarse también como brazalete.” Lord Goring sacó su cartera de piel, y colocó en ella el hermoso broche. Mabel dijo, “Pero…¿Qué hace usted?” Arthur dijo, “Señorita Mabel, voy a pedirle algo que le resultará extraño.” Mabel dijo ilusionada, “¡Oh, hágalo por favor! Lo he esperado toda esta noche, y por fin lo hará…” Arthur exclamó extrañado, “¿Eh?” Arthur dijo, “Lo que voy a pedirle, es que si alguien se presenta a reclamar la joya, usted me avise de inmediato.” Mabel dijo desilusionada, “¿Esa era su petición? Vaya chasco…” Arthur dijo, “Lo que sucede es que yo regalé este mismo broche a una persona hace muchos años.” Mabel dijo, “¿Está usted seguro, lord Goring?” Arthur dijo, “Sí, señorita Chiltern. Es una joya única, y su dueña será una persona a quien debo gran estimación.” Mabel dijo, “Bien, es hora de que usted se retire.” Una vez que la reunión de los Chiltern llegó a su fin, Gertudis dijo a su esposo, “Robert, no es cierto lo que me dijo la señorita Cheveley, ¿Verdad?” Arthur dijo, “¿De qué hablas, querida?” Gertudis dijo, mientras se arreglaba frente al espejo, “Tú no vas a prestar tu apoyo a esa especulación del canal argentino. ¡No puedes hacer eso! ¡Yo conozco bien a esa mujer! ¡Fuimos juntas al colegio y siempre fue mentirosa, desleal…! Ejercía una influencia fatal en quienes le daban su amistad, o su confianza. ¡Yo lo odiaba porque era una ladrona! Por esa razón la expulsaron…” Sir Robert dijo, “Gertrudis, no se puede juzgar a una persona partiendo de su pasado.” Gertudis dijo, “¡Nuestro pasado es lo que somos! Por él se puede juzgar a las personas.” Sir Robert dijo, “Esa es una frase dura.” Gertrudis dijo, “Es una frase con gran contenido de verdad, Robert.” Tras una pausa, Gertrudis le dio la espalda y dijo, “¿Por qué afirmo esa mujer que había conseguido tu apoyo, cuando yo te he oído decir que el asunto del canal, es lo más sucio y fraudulento qué has visto en tu vida política?” Sir Robert dijo, “Yo…estaba equivocado en mis puntos de vista.” Gertrudis se acercó, y dijo, “Pero si ayer justamente me decías que la comisión especial en su informe, condenaba todo este proyecto.” Sir Robert dijo, “Ahora tengo razones para creer que la comisión fue mal informada.” Gertrudis dijo, “Robert, ¿Me estás diciendo la verdad?” Sir Robert dijo, “Gertrudis, la verdad es muy compleja en la política. En ocasiones, se ve uno forzado a transgredir.” Gertrudis dijo, “¿Por qué hablas de forma tan distinta?” Sir Robert dijo, “A veces las circunstancias nos hacen actuar diferente…” Gertrudis dijo, “¿Por qué vas a apoyar algo tan deshonroso?” Sir Robert dijo, “No tiene derecho a usar esa palabra. En este caso, lo que voy a hacer es una transacción razonable.” Gertrudis le dijo, “Eso está bien para los hombres que manipulan la vida como si fuera una sórdida especulación, pero no para ti, Robert. Tú siempre te has mantenido alejado de todo eso. ¡Para el mundo y para mí, tú siempre has encarnado un ideal! ¡Robert, los hombres pueden amar cosas sucias, indignas, que no valen nada! Las mujeres veneramos cuando amamos, y cuando perdemos esa veneración, lo perdemos todo…!” Gertrudis lo abrazó, y le dijo, en tono suplicante, “¡No hagas algo que mate mi amor por ti! ¡No lo hagas!” Sir Robert exclamó, “¡Gertrudis!” Gertrudis dijo, “Hay hombres que guardan secretos vergonzosos, y que en un momento crítico de sus vidas, tienen que pagar por ello, cometiendo otro acto indigno. Dímelo…¿Tú eres uno de ellos?” Después de un silencio, Gertrudis dijo fuertemente, “¡Contéstame enseguida, para qué…” Robert exclamó, “¿Para qué?” Gertrudis dijo, “Para alejarme de ti, definitivamente no podré seguir a tu lado si en tu vida hay un secreto deshonroso…” Sir Robert dijo, “En mi pasado, no hay nada que tú ignores.” Gertrudis lo besó en la mejilla y exclamó, abrazándolo, “¡Oh, Robert! ¡Estaba segura de ello! Siempre te amaré porque eres digno de mi amor.” La conciencia de aquel hombre, libraba una dura batalla. Sir Robert dijo, “No apoyaré a la señora Cheveley. Tranquilízate, Gertrudis.” Gertrudis exclamó, “¡Oh, Robert!” Al día siguiente, en la mansión de lord Arthur Goring, Arthur dialogaba con Robert, “Tu situación es muy difícil, Robert. Debiste contarle todo a tu mujer desde el principio.” Robert dijo, “No lo hice nunca por temor a perderla. Ella es lo que más amo.” Arthur dijo, “¿Acaso lady Chiltern no ha cometido errores alguna vez?” Sir Robert dijo, “No, nunca. Ella es perfecta y mi pasador la de la horrorizaría. ¿Por qué se me presenta después de dieciséis años este problema? Entonces yo tenía veintidós años, y aunque de buena familia, también éramos muy pobres. El barón Arnheim una vez me propuso convertirme en un hombre riquísimo, si yo le daba alguna información de gran valor. Pocos días después llegó a mis manos el informe confidencial, decía que el gobierno de aquellos días, pensaba concretar la realización del Canal de Suez, y yo…lo aproveché. ¡Lo hice porque necesitaba alcanzar el éxito siendo joven, no cuando estuviera viejo y cansado!” Arthur dijo, “Pues no hay duda que lo lograste. Nadie habría había obtenido en forma tan brillante el puesto de secretario de asuntos extranjeros a los cuarenta años.” Sir Robert continuó, “La cantidad de que recibí del barón de Arnheim, a cambio del informe, la he dado triplemente en caridades y obras de beneficencia.” Arthur dijo, “¡Válgame Dios! ¡Debes sentir enormes remordimientos!” Sir Robert dijo, “¡Ahora lo que debo evitar es el escándalo! Pero no sé cómo defenderme de la señora Cheveley.” Arthur dijo, “¿Le has ofrecido dinero? Antes se deshacía por él…” Robert dijo, “Le dije que le daría lo que me pidiera, pero se negó.” Arthur dijo, “Según parece, tú ya la conocías…” Robert dijo, “Tanto y tampoco, que estuve comprometido con ella… ¡Afortunadamente el compromiso se rompió uno o dos días después!” Arthur dijo, “Pero ahora no me importa eso. ¡Debe luchar contra esta mujer, yo te ayudaré en lo posible!” Sir Robert dijo, “Gracias Artur. A pesar de tu frivolidad, eres un buen amigo.” Arthur dijo, “Lo primero que debes hacer, es confesarle todo a tu esposa.” Sir Robert dijo, “¡No podré hacerlo! Lo que haré será escribir a Viena, para preguntar si se sabe de algún escándalo que ella tema, se pueda descubrir.” Arthur dijo, “La señora Cheveley es tan…moderna, que gusta de provocar escándalos para ser notada. El colorete y la ropa escotada, indican siempre a una mujer desesperada por atraer.” Mientras tanto, Gertrudis Chiltern, recibía una desagradable noticia. Su mayordomo se presentó con la noticia, y Gertrudis dijo, “¿Que la señora Cheveley pide verme?” El mayordomo dijo, “La dama viene acompañada por lady Markby...” Poco después, lady Markby era recibida, y exclamaba, “¡Querida Gertrudis, qué gusto de verla!” Gertrudis dijo, “Lady Markby bienvenida…” Lady Cheveley dijo, “Buenos días lady Chiltren…” Gertrudis dijo, “Siéntese, por favor.” Lady Markby dijo, “Agradezco su gentileza, pero hemos venido solo para saber si no apareció por aquí el broche de brillantes de la señora Cheveley.” Gertrudis dijo, “¿Aquí?” Lady Cheveley dijo, “Sí, lo eché de menos cuando regresé al claridge, y se me ocurrió que posiblemente se me hubiera caído en su casa.” Gertrudis dijo, “Ahora mismo llamaré al mayordomo…” Lady Cheveler la interrumpió y dijo, “¡Oh, no se moleste, lady Chiltren! Quizá lo haya perdido en la ópera, antes de venir aquí. Vivimos una vida tan agitada y atropellada, que me maravilla que todavía quede algo sobre nosotras al terminar el día.” Gertrudis dijo, “¿Qué clase de broche perdió usted, señora Cheveley?” En ese momento llegó el mayordomo. Lady Cheveley le dijo, “Era una serpiente de brillantes con un rubí bastante grande.” Gertudis dijo al mayordomo, “Masón, ¿Se ha encontrado, en alguno de los salones, un broche como el que ha descrito la señora?” Mason dijo, “No, milady.” Lady Cheveley dijo, “¡No tiene importancia, lady Chiltren! Siento mucho haberla molestado.” Gertrudis dijo, “No lo ha hecho. Masón, traiga el servicio del té…” Lady Markby dijo, “¡Oh, querida Gertrudis, yo debo retirarme, pues lady Brancaster me aguarda en su casa.” Gertrudis se dirigió a lady Cheveley, y le dijo, “¿Y usted, señora Cheveley, aceptaría tomar el té conmigo?” Lady Cheveley dijo, “Por supuesto. Así podremos conversar un poco sobre los viejos tiempos.” Una vez que lady Markby se hubo marchado, Mason trajo el té. Entonces Gertrudis miró a los ojos a Mason y dijo, “Señora Cheveley, quiero hablarle con franqueza.” Mason dijo, “Enseguida me retiro, mi lady…” Y ya solas, Gertrudis dijo, “Si yo hubiera sabido que lady Markby la traería a mi casa anoche, no la habría recibido.” Lady Cheveley dijo, “Veo que no ha cambiado en los más mínimo, Gertrudis.” Gertrudis dijo, “Yo nunca cambio.” Lady Cheveley dijo, “Entonces, ¿La vida no le ha enseñado nada?” Gertrudis le dijo, “Me ha enseñado que una persona que ha sido culpable de un acto deshonroso, volverá a cometerlo más errores, y por ello debe ser rechazada.” Lady Cheveley le dijo, “¿Y esa regla aplica a todos?” Gertrudis dijo, “¡Sí, a todos sin excepción!” Lady Cheveley dijo, “¡Oh, su respuesta me hace sentir profundamente triste! Me apena por usted…Luego de escuchar su pequeño discurso sobre la moral, le haré un gran favor…” Gertrudis le dijo, “Me imagino que debe ser igual al que quiso usted hacer anoche a mi esposo. Por fortuna le hice escribir una carta en la que manifestó su negativa de apoyarla.”Lady Cheveley le dijo, “Así que usted lo indujo a romper la promesa que me hizo. Pues si es así, será usted también quien lo convenza de cumplirla a más tardar mañana por la tarde.” Gertrudis se levantó de la mesa de jardín, y le dijo, “Está usted loca si piensa que mi esposo participará en esa especulación fraudulenta.” Lady Cheveley le dijo, “Tengo a sir Robert en mis manos, y tendrá que ayudarme.” Gertrudis le dijo, “¿Cómo se atreve a amenazar a mi esposo? ¡Salga de mi casa de inmediato de mi casa!” Lady Cheveley dijo, “De acuerdo, me iré de su casa, una casa adquirida con el precio del deshonor…pagada con el producto de una estafa.” Entonces, sir Robert se presentó. Lady Cheveley dijo, “¡Ah, pero si ya está aquí sir Robert Chiltern! Él le contará cómo adquirió su enorme fortuna…” Gertrudis dijo, “¡Robert, ésta mujer ha venido a calumniarte...!” Lady Cheveley dijo, “Ande sir Robert, cuéntele a su esposa sobre el secreto de estado que vendió, y al que le debe la posición que hoy ocupa.” Sir Robert permanecía pálido y mudo, por la terrible sorpresa. Lady Cheveley agregó, “Lady Chiltern le dirá el plazo que tiene para hacer lo que le exijo. Me retiro para que puedan dialogar.” Momentos después, Gertrudis cuestionaba a su marido, “¿Es cierto lo que dijo esa mujer? ¿Edificaste tu carrera sobre el deshonor?” Robert dijo, “No puedo mentirte más. Lo que te digo esa arpía, es verdad. Pero déjame contarte todo…” Gertrudis se dio la vuelta para alejarse y dijo, “¡No te me acerques! ¡Te vendiste por dinero, y fuiste capaz de llevar una horrible máscara de rectitud, todo este tiempo!” Sir Robert exclamó “¡Gertrudis espera!” Ella se zafó de él, y dijo, “¡Déjame! ¿Cómo pude hacer de alguien tan repugnante como tú, un marido ideal? ¡El ideal de mi vida!” Sir Robert le dijo, “¡Ese fue tu error! ¡El error que cometen todas las mujeres, pues todos tenemos pies de arcilla! ¡No es lo perfecto, sino lo imperfecto lo que necesita más del amor! ¡El amor debe restañar nuestras heridas, no abrirlas más! El amor del Hombre, es más humano y genuino que el de la Mujer. Ustedes son quienes forman un ídolo de un ser humano, con debilidades y limitaciones. Eso hiciste tu conmigo, y a mí me faltó el valor para bajar del pedestal, y mostrarte mis faltas. ¡Tenía miedo de perderte y por esa razón, ayer pude haber matado a esa perversa mujer! Me habría convertido en asesino con tal de permanecer ante ti sin mancha alguna…para borrar el pecado de mi juventud. ¡Tú…a quien he amado locamente, has sido capaz de destrozarme, al convertirme en el hombre ideal! Pues bien, ya no tendrás que inclinarte ante mi imagen.” Al día siguiente, lord Caversham discutía con su hijo, quien le decía, “Si tengo que casarme irremediablemente, ¡Seré yo quien escoja a la que será mi víctima toda la vida!” Lord Caversham le dijo, “¿Por qué no imitas a sir Robert Chiltern? Él con su probidad, y laboriosidad, ha logrado un sensato matrimonio. ¡Es un hombre ejemplar, y un marido ideal!” Después de una pausa, lord Caversham dijo, “Me voy caballero. Espero en Dios que piense en cambiar su forma inútil de vivir, y se busque una buena esposa.” Arthur dijo, “Lo haré, padre, pero no creo ser útil alguna vez.” Después que su padre se marchó, Arthur pensó, “Ahora continuaré la discusión con mi visitante.” Lord Arthur Goring, se reunió con la bella señora Cheveley, quien le dijo al verlo llegar, “¿Arreglados sus asuntos familiares?” Arthur le dijo, “Déjese de sarcasmos, y termine por decirme cuánto quiere por la carta que condena a sir Rober.” La bella lady Cheveley le dio la espalda, y dijo, “Al verte de nuevo, me di cuenta que no he dejado de amarte, Artur. En casa de los Chiltern, volví a perder mi corazón, y también un precioso broche.” Arthur pensó, “¡El broche de la serpiente!” Lady Cheveley dijo, “No, Arthur…no pido dinero. ¡Te daré la carta en cuanto me convierta en tu esposa!” Arthur le dijo, “¡Por favor, una serpiente no podría atraparme!” A continuación, Arthur mostró el brazalete, y dijo, “¿Este es el broche que perdió?” Al verlo, lady Cheveley exclamó, “¡Qué alegría haberlo encontrado! Fue…un regalo…un bello obsequio.” Arthur le dijo, “¿Me permite ponérselo?” Ella le dijo, “¡Por supuesto, querido Arthur!” Arthur procedió a colocar el brazalete en la muñeca de lady Cheveley, quien dijo, “¡Pero si me lo pusiste como brazalete! ¡Yo no sabía que podía usarse de esta manera!” Arthur dijo, “Luce maravilloso…tal y como lo vi por última vez, en la muñeca de lady Berkshire…” Lady Cheveley dijo, “¡De qué hablas, Artur! No entiendo…” Arthur le dijo, “Lo que quiero decir, es que usted hurtó esta joya a mi prima, Mari Berkshire, a quien yo se lo regalé cuando se casó.” Ella le dijo, “¡No es cierto!” Arthur le dijo, “Pero si en este momento tiene el robo escrito en su cara. Y pensar que una pobre sirvienta fue culpada…” Entonces lady Cheveley intentó quitarse el brazalete, y no pudo, y exclamó, “¡Maldita sea, no puedo quitarme esto…!” Arthur continuó , “Usted nunca supo la maravilla que se había robado. ¡No podrá quitárselo, a menos que sepa dónde está el seguro!” Lady Cheveley dijo, “¡Eres un bruto! ¡Aaaaagh!” Arthur agregó, “Pues bien, mañana los Berkshire la demandarán por robo, pero antes llamaré a la policía para que la encierren por chantajista.” La perversa dama lanzó un grito de angustia, “¡Espera! ¡Haré cualquier cosa que me pidas, pero no me acuses!” Arthur le dijo, “¡Entrégame la carta de sir Chiltern!” Lady Cheveley le dijo, “¡En˗enseguida te la daré…” Acto seguido, lord Goring quemó aquella misiva, y dijo, “La felicito por su buen comportamiento. Antes de pedirle que se marche, le quitaré ese broche, y todo habrá terminado.” Lady Cheveley exclamó, “¡No puede ser! ¡Todo está perdido para mí!” El verdadero amor que todo lo perdona, reuniría nuevamente a sir Robert y a su esposa. El pasado sería enterrado, y juntos lucharían por su futuro. Lord Goring sentaría cabeza, y formaría parte de la familia Chiltern, gracias a la encantadora Mabel, quien siempre lo había amado con todos sus defectos.
Tomado de, Novelas Inmortales. Año
XVI. No. 831. Octubre 20, de 1993. Guión: Herwigd Comte. Segunda Adaptación:
José Escobar.