Club de Pensadores Universales

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viernes, 16 de diciembre de 2022

Los Últimos días de Pompeya, de Edward Bulwer-Lytton

     Edward George Earle Lytton Bulwer-Lytton, primer barón Lytton, PC, nació el 25 de mayo de 1803, y murió el 18 de enero, de 1873, a la edad de 69 años. Bulwer-Lytton fue un escritor y político inglés. Se desempeñó como miembro Liberal del Parlamento, de 1831, a 1841, y conservador, de 1851 a 1866. Fue Secretario de Estado, para las Colonias, de junio de 1858, a junio de 1859, eligiendo a, Richard Clement Moody, como fundador de la Columbia Británica. Bulwer-Lytton  rechazó la corona de Grecia en 1862, después de que el rey Otto abdicó. Fue nombrado barón Lytton de Knebworth, en 1866.

     Las obras de Bulwer-Lytton se vendieron y le pagaron bien. Acuñó frases célebres como "los grandes menesterosos", "la búsqueda del todopoderoso dólar", "la pluma es más poderosa que la espada", "el habitante del umbral" y la frase inicial, "Era una noche oscura y tormentosa". El sardónico, Concurso de Ficción Bulwer-Lytton, que se celebra anualmente, desde 1982, pretende buscar la, "frase inicial de la peor de todas las novelas posibles".

Vida

     Bulwer nació el 25 de mayo de 1803, siendo hijo del general William Earle Bulwer, de Heydon Hall, y Wood Dalling, Norfolk y de Elizabeth Barbara Lytton, hija de Richard Warburton Lytton de Knebworth House, Hertfordshire. Tenía dos hermanos mayores, William Earle Lytton Bulwer (1799–1877) y Henry (1801–1872), más tarde Lord Dalling y Bulwer.

     Su padre murió, y su madre se mudó a Londres cuando él tenía cuatro años. Cuando tenía 15 años, un tutor llamado Wallington, que lo instruyó en Ealing, lo animó a publicar un trabajo inmaduro: Ishmael and Other Poems. Por esta época, Bulwer se enamoró, pero el padre de la mujer, la indujo a casarse con otro hombre. Ella murió en el momento en que Bulwer fue a Cambridge, y afirmó que su pérdida, le afectó toda su vida posterior.

     En 1822, Bulwer-Lytton ingresó en el, Trinity College de Cambridge, donde conoció a, John Auldjo, pero pronto se mudó al Trinity Hall. En 1825 ganó la, Medalla de Oro del Canciller, por el verso inglés.
     Al año siguiente, obtuvo su licenciatura, e imprimió para circulación privada, un pequeño volumen de poemas, Weeds and Wild Flowers. Compró una comisión del ejército en 1826, pero la vendió en 1829, sin servir.

    En agosto de 1827, se casó con Rosina Doyle Wheeler (1802–1882), una célebre belleza irlandesa, pero en contra de los deseos de su madre, quien le retiró la asignación, y lo obligó a trabajar para ganarse la vida. Tuvieron dos hijos, Emily Elizabeth Bulwer-Lytton (1828–1848) y (Edward) Robert Lytton Bulwer-Lytton, primer conde de Lytton (1831–1891) que se convirtió en gobernador general y virrey de la India británica (1876–1880).
     Su trabajo literario y político, tensó su matrimonio, y su infidelidad amargó a Rosina. En 1833, se separaron amargamente, y en 1836, la separación se hizo legal. Tres años más tarde, Rosina publicó, Cheveley, o el Hombre de Honor (1839), una ficción casi difamatoria, que satiriza la supuesta hipocresía de su marido.
     En junio de 1858, cuando su esposo se presentaba como candidato parlamentario por Hertfordshire, ella lo denunció en las elecciones. Él tomó represalias, amenazando a sus editores, reteniendo su asignación, y negándole el acceso a sus hijos. Finalmente, la envió a un asilo mental, pero fue liberada unas semanas después, después de una protesta pública. Esto lo relató Rosina en una memoria, A Blighted Life (Una Vida Arruinada)(1880). Rosina continuó atacando el carácter de su marido durante varios años.

    La muerte de la madre de Bulwer, en 1843, significó que su "agotamiento por el trabajo y el estudio, se había completado con una gran ansiedad y dolor", y "alrededor de enero de 1844, estaba completamente destrozado". En la habitación de su madre, en Knebworth House, que heredó, "había inscrito sobre la repisa de la chimenea, una solicitud de que las generaciones futuras preservaran la habitación como la había usado su amada madre". La habitación apenas ha cambiado, hasta el día de hoy. El 20 de febrero de 1844, de acuerdo con el testamento de su madre, cambió su apellido de Bulwer, a Bulwer-Lytton, y asumió las armas de Lytton por licencia real. Su madre viuda, había hecho lo mismo en 1811. Sus hermanos seguían siendo simples "Bulwer".

     Por casualidad, Bulwer-Lytton encontró una copia del, "trabajo del Capitán Claridge sobre la ‘Cura del agua’, tal como la practicaba Priessnitz, en Graefenberg" y, "teniendo en cuenta ciertas asignaciones en el mismo", consideró la opción de viajar a Graefenberg, pero prefirió encontrar algo más cerca de casa, con acceso a sus propios médicos, en caso de fracaso: "¡Yo que apenas viví un día sin sanguijuela o poción!". Después de leer un panfleto del doctor James Wilson, que operaba un establecimiento hidropático con James Manby Gully, en Malvern, permaneció allí durante, "unas nueve o diez semanas", después de lo cual, "continuó el sistema unas siete semanas más con el doctor Weiss, en Petersham,” luego nuevamente en el, "magnífico establecimiento hidropático del Doctor Schmidt en Boppart," en el antiguo convento de Marienberg en Boppard, después de desarrollar un resfriado y fiebre a su regreso a casa.

     Cuando Otto, rey de Grecia, abdicó en 1862, a Bulwer-Lytton se le ofreció la corona griega, pero la rechazó.

     La Sociedad Rosacruz inglesa, fundada en 1867 por Robert Wentworth Little, reclamó a Bulwer-Lytton como su, "Gran Patrono", pero Bulwer escribió a la sociedad, quejándose de que estaba, "extremadamente sorprendido," por el otorgamiento del título, ya que, "nunca había aprobado tal".
     Sin embargo, una serie de grupos esotéricos, han seguido reclamando a, Bulwer-Lytton, como propio, principalmente porque algunos de sus escritos, como el libro, Zanoni, de 1842, han incluido nociones rosacruces, y otras nociones esotéricas. Según el, Fulham Football ClubBulwer-Lytton una vez residió en el, Craven Cottage, original, hoy el sitio de su estadio.

     Bulwer-Lytton había sufrido durante mucho tiempo una enfermedad del oído, y durante los últimos dos o tres años de su vida, vivió en Torquay cuidando su salud. Después de una operación para curar la sordera, se formó un absceso en el oído, y se reventó; soportó un dolor intenso durante una semana, y murió a las 2 am, del 18 de enero de 1873, poco antes de cumplir 70 años. La causa de la muerte, no estaba clara, pero se pensó que la infección había afectado su cerebro, y le había causado un ataque. Rosina le sobrevivió nueve años. En contra de sus deseos, Bulwer-Lytton fue honrado con un entierro en la Abadía de Westminster. Su historia inacabada, Atenas: su Ascenso y Caída, se publicó póstumamente.

Carrera Política

     Bulwer comenzó su carrera política como seguidor de Jeremy Bentham. En 1831, fue elegido miembro por, St. Ives, Cornualles, después de lo cual, fue devuelto por Lincoln, en 1832, y ocupó un asiento en el Parlamento de esa ciudad, durante nueve años. Se pronunció a favor del, Proyecto de Reforma, y tomó la iniciativa de conseguir la reducción, después de haber apoyado en vano la derogación, de los derechos de timbre de los periódicos. Su influencia quizás se sintió más profundamente, después de su destitución del Partido Liberal británico, en 1834, cuando publicó un folleto titulado, Carta a un Ministro del Gabinete Fallecido Sobre la Crisis. Lord Melbourne, el primer ministro, le ofreció un señorío del Almirantazgo, que rechazó, porque probablemente interferiría con su actividad como autor.

     Bulwer fue nombrado baronet, de Knebworth House, en el condado de Hertford, en el, Baronetage del Reino Unido, en 1838. En 1841, Bulwer dejó el Parlamento, y pasó gran parte de su tiempo viajando. No volvió a la política hasta 1852, cuando, habiendo diferido de Lord John Russell sobre las Leyes del Maíz, apoyó a Hertfordshire como conservador. Bulwer-Lytton ocupó ese puesto hasta 1866, cuando fue elevado a la nobleza como barón Lytton de Knebworth, en el condado de Hertford. En 1858, ingresó al gobierno de Lord Derby, como Secretario de Estado para las Colonias, sirviendo así junto a su viejo amigo, Benjamin Disraeli. Estuvo comparativamente inactivo en la Cámara de los Lores.

"Justo antes de la derrota de su gobierno en 1859, el Secretario de Estado para las Colonias, Sir Edward Bulwer Lytton, notificó a Sir George Ferguson Bowen, de su nombramiento como Gobernador de la nueva colonia que se conocería como 'Tierra de la Reina' (o Queen’s Land)". 

     El borrador de la carta ocupó el puesto número 4 en la exposición, 'Top 150: Documenting Queensland' cuando recorrió lugares de Queensland, desde febrero de 2009, hasta abril de 2010. La exposición formó parte del programa de exposiciones y eventos de los Archivos del Estado de Queensland, que contribuyó al Q150 del estado; celebraciones que marcan el 150 aniversario de la separación de Queensland, de Nueva Gales del Sur.

Columbia Británica

     Cuando la noticia de la fiebre del oro d, Fraser Canyon, llegó a Londres, Bulwer-Lytton, como Secretario de Estado para las Colonias, solicitó que la Oficina de Guerra recomendara un oficial de campo, "un hombre de buen juicio, que poseyera un conocimiento de la humanidad", para dirigir un Cuerpo de 150, (luego aumentó a 172) Royal Engineers, o Ingenieros del Reino, que habían sido seleccionados por su, "disciplina e inteligencia superiores".

     La Oficina de Guerra eligió a Richard Clement Moody, y Lord Lytton, quien describió a Moody como su, "distinguido amigo",  aceptó la nominación, en vista del historial militar de Moody, su éxito como gobernador de las Islas Malvinas, y el distinguido historial de su padre, Coronel Thomas Moody, Caballero de la Oficina Colonial.
     Moody fue encargado de establecer el orden británico, y transformar la recién establecida, Colonia de la Columbia Británica en el, "baluarte en el extremo oeste," del Imperio Británico,  y "fundar una segunda Inglaterra en las costas del Pacífico". Lytton deseaba enviar a la colonia, "representantes de lo mejor de la cultura británica, no solo una fuerza policial", buscó hombres que poseyeran, "cortesía, alta educación y conocimiento cortés del mundo", y decidió enviar a Moody, a quien el Gobierno consideraba el arquetipo del, "caballero inglés y oficial británico," al frente del Destacamento de Ingenieros Reales de Columbia, a quien escribió una apasionada carta.

     El antiguo HBC Fort Dallas, en Camchin, la confluencia de los ríos Thompson y Fraser, fue rebautizado en su honor por el gobernador Sir James Douglas en 1858 como, Lytton, Columbia Británica.

Obras Literarias

     La carrera literaria de Bulwer-Lytton comenzó en 1820, con la publicación de un libro de poemas, y abarcó gran parte del siglo XIX. Escribió en una variedad de géneros, incluyendo ficción histórica, misterio, romance, ocultismo y ciencia ficción. Financió su extravagante estilo de vida, con una variada y prolífica producción literaria, a veces publicando de forma anónima.

    Bulwer-Lytton publicó, Falkland, en 1827, una novela que tuvo un éxito moderado. Pero, Pelham, le trajo la aclamación pública en 1828, y estableció su reputación como un autor ingenioso y elegante. Su intrincada trama, y su retrato humorístico e íntimo del dandismo pre-victoriano, mantuvieron ocupados a los chismosos, tratando de asociar figuras públicas con personajes del libro. Pelham, se parecía a la primera novela de Benjamin Disraeli, Vivian Gray (1827). El personaje del villano, Richard Crawford, en, The Disowned, o, Los Repudiados, también publicado en 1828, tomó prestado mucho del banquero y falsificador, Henry Fauntleroy, quien fue ahorcado en Londres, en 1824 ante una multitud de unas 100.000 personas.

    Bulwer-Lytton admiraba al padre de Disraeli, Isaac D'Israeli, él mismo un destacado autor. Ambos comenzaron a mantener correspondencia, a fines de la década de 1820, y se conocieron por primera vez, en marzo de 1830, cuando Isaac D'Israeli cenó en la casa de Bulwer-Lytton. También estuvieron presentes esa noche, Charles Pelham Villiers, y Alexander Cockburn. El joven Villiers tuvo una larga carrera parlamentaria, mientras que Cockburn, se convirtió en Lord Chief Justice de Inglaterra, en 1859.

     Bulwer-Lytton alcanzó su máxima popularidad con la publicación de, England and the English, y, Godolphin (1833). A esto le siguieron, Los Peregrinos del Rin (1834), Los Últimos Días de Pompeya (1834), Rienzi, El Último de los Tribunos Romanos, sobre Cola di Rienzo (1835),
Ernest Maltravers; o, La Eleusinia (1837), Alicia; o, Los Misterios (1838), Leila; o, El Asedio de Granada (1838), y Harold, el Último de los Sajones (1848). Los Últimos Días de Pompeya, se inspiró en el cuadro de, Karl Briullov, El Último Día de Pompeya, que Bulwer-Lytton vio en Milán.

     Su, New Timon, satirizó a Tennyson, quien respondió de la misma manera. Bulwer-Lytton también escribió la historia de terror, The Haunted and the Haunters; o, La Casa y el Cerebro (1859). Otra novela con un tema sobrenatural fue, A Strange Story (1862), que influyó en, Drácula, de Bram Stoker.

    Bulwer-Lytton escribió muchos otros trabajos, incluido, Vril: The Power of the Coming Race (1871), que se basó en gran medida en su interés por lo oculto, y contribuyó al crecimiento temprano del género de ciencia ficción. Su historia de una raza subterránea que espera para recuperar la superficie de la Tierra, es un tema temprano de ciencia ficción. El libro popularizó la teoría de la, Tierra Hueca, y puede haber inspirado el misticismo nazi. Su término, "Vril," prestó su nombre al extracto de carne de Bovril.
     El libro también fue el tema de un evento de recaudación de fondos economicos, celebrado en el, Royal Albert Hall, en 1891, el, Vril-Ya Bazaar and Fete. "Vril" ha sido adoptado por teósofos y ocultistas desde la década de 1870 y se asoció estrechamente con las ideas de un neonazismo esotérico después de 1945.

     Su obra, Money (1840), se produjo por primera vez en el, Theatre Royal, Haymarket, Londres, el 8 de diciembre de 1840. La primera producción estadounidense, fue en el, Old Park Theatre, de Nueva York, el 1 de febrero de 1841. Las producciones posteriores incluyen el, Teatro del Príncipe de Gales, en 1872, y como obra inaugural, en el nuevo, California Theatre, (San Francisco), en 1869.

     Entre las contribuciones menos conocidas de Bulwer-Lytton a la literatura, está que convenció a Charles Dickens de revisar el final de, Grandes Esperanzas, para hacerlo más agradable al público lector, ya que en la versión original de la novela, Pip y Estella no se juntan.

Legado

Citas Literarias Más Famosas

La cita más famosa de Bulwer-Lytton es, "La pluma es más poderosa que la espada," de su obra, Richelieu:

 “bajo el gobierno de hombres enteramente grandes, la pluma es más poderosa que la espada.”

   Popularizó la frase, "búsqueda del todopoderoso dólar," de su novela The Coming Race, y se le atribuye, "el gran pobre", usando este término despectivo en su novela de 1830, Paul Clifford:

 Ciertamente es un hombre que se baña y "vive limpiamente" (dos cargos especiales presentados contra él por los Sres. el Gran Pobre).

Teosofía

     Los escritores de teosofía se encontraban entre los influenciados por el trabajo de, Bulwer-Lytton. Annie Besant, y especialmente Helena Blavatsky, incorporaron sus pensamientos e ideas, particularmente de, Los Últimos Días de Pompeya, Vril, el Poder de la Raza Venidera, y Zanoni, en sus propios libros.

Concurso

   El nombre de Bulwer-Lytton sigue vivo en el, Concurso Anual de Ficción Bulwer-Lytton, en el que los concursantes inventan aperturas terribles para novelas imaginarias, inspirados en la primera línea de su novela de 1830, Paul Clifford:

    Era una noche oscura y tormentosa; la lluvia caía a torrentes, excepto a intervalos ocasionales, cuando era detenida por una violenta ráfaga de viento que barría las calles (porque es en Londres donde se encuentra nuestra escena), resonando en los techos de las casas y agitando ferozmente la escasa llama de las lámparas que luchaban contra la oscuridad.

     Los participantes en el concurso buscan capturar los cambios rápidos en el punto de vista, el lenguaje florido y la atmósfera de la oración completa. La apertura fue popularizada por la tira cómica Peanuts, en la que las sesiones de, Snoopy, en la máquina de escribir generalmente comenzaban con, "Era una noche oscura y tormentosa".
    Las mismas palabras también forman la primera oración de la novela, A Wrinkle in Time o, Una Arruga en el Tiempo, de Madeleine L'Engle, ganadora de la Medalla Newbery. Una redacción similar aparece en el cuento de 1831, de Edgar Allan Poe "El Trato Perdido", aunque no al principio. Se lee:

     Era una noche oscura y tormentosa. La lluvia caía en cataratas; y los somnolientos ciudadanos comenzaron, a partir de los sueños del diluvio, a contemplar el mar embravecido, que espumeaba y bramaba para ser admitido en las orgullosas torres y palacios de mármol. ¿Quién hubiera pensado en pasiones tan feroces en esa agua tranquila que duerme todo el día? En un pequeño atril de alabastro, temblando bajo los pesados tomos que sostenía, estaba sentado el héroe de nuestra historia.

Operas

     Varias de las novelas de Bulwer-Lytton se convirtieron en óperas. Uno de ellas, Rienzi, der Letzte der Tribunen (1842) de Richard Wagner, finalmente se hizo más famoso que la novela. Leonora (1846) de William Henry Fry, la primera ópera "grandiosa" de estilo europeo compuesta en los Estados Unidos, está basada en la obra de Bulwer-Lytton, La Dama de Lyon, al igual que la primera ópera de Frederic Cowen, Pauline (1876).

     La ópera más exitosa del rival de Verdi, Errico Petrella, Jone (1858), se basó en, Los Últimos Días de Pompeya, de Bulwer-Lytton, y se representó en todo el mundo, hasta la década de 1880, y en Italia hasta 1910.
Harold, the Last of the Saxons
(1848) proporcionó los nombres de los personajes (pero poco más) para la ópera, Aroldo (1857) de Verdi.

Adaptaciones Teatrales

     Poco después de su primera publicación, The Last Days of Pompeii, Rienzi, y Ernest Maltravers, recibieron exitosas representaciones teatrales en Nueva York. Las obras fueron escritas por, Louisa Medina, una de las dramaturgas más exitosas del siglo XIX. The Last Days of Pompeii, tuvo la temporada continua más larga en Nueva York, en ese momento con 29 representaciones consecutivas.

Revistas

    Además de su trabajo político y literario, Bulwer-Lytton se convirtió en editor del, New Monthly, en 1831, pero renunció al año siguiente. En 1841, fundó Monthly Chronicle, una revista semicientífica. Durante su carrera escribió poesía, prosa y obras de teatro; su última novela fue, Kenelm Chillingly, que estaba en curso de publicación, en, Blackwood's Magazine, en el momento de su muerte en 1873.

Traducciones

     Las obras de ficción y no ficción de Bulwer-Lytton, se tradujeron en su día, y desde entonces a muchos idiomas, incluidos el serbio (por Laza Kostic), alemán, ruso, noruego, sueco, francés, finlandés y español. En 1879, su, Ernest Maltravers, fue la primera novela completa de Occidente, traducida al japonés.

Nombres Colocados

    En Brisbane, Queensland, Australia, el suburbio de Lytton, la ciudad de Bulwer en la isla de Moreton (Moorgumpin) y el barrio (antigua isla) de la isla de Bulwer llevan su nombre. El municipio de Lytton, Quebec (hoy parte de Montcerf-Lytton) recibió su nombre al igual que Lytton, Columbia Británica y Lytton, Iowa. Lytton Road en Gisborne, Nueva Zelanda lleva el nombre del novelista. Más tarde, se fundó una escuela secundaria estatal, Lytton High School, en la carretera.

     También en Nueva Zelanda, Bulwer es una pequeña localidad en la bahía de Waihinau en el exterior de Pelorus Sound, Nueva Zelanda. Se puede llegar por 77 km de camino sinuoso, en su mayoría sin asfaltar, desde el valle de Rai. Un servicio de barco de correo semanal entrega el correo y también ofrece servicios de pasajeros. En Londres, Lytton Road, en el suburbio de Pinner, donde vivía el novelista, lleva su nombre.

Representación en la Televisión

Bulwer-Lytton fue interpretado por el actor, Brett Usher, en la serie de televisión, Disraeli, de 1978.

Obra Literaria

Desde 1827 hasta 1873, Buler-Lytton, escribió 31 novelas, 4 libros en versos, y 8 obras de teatro. (Wikipedia en inglés)

    Los Últimos días de Pompeya, es una novela escrita por, Edward Bulwer-Lytton, en 1834. La novela se inspiró en la pintura, El Último día de Pompeya, del pintor ruso Karl Briullov, que Bulwer-Lytton había visto en Milán. Culmina con la destrucción catastrófica de la ciudad de Pompeya por la erupción del Monte Vesubio en el año 79 d.C.

     La novela utiliza a sus personajes para contrastar la cultura decadente de la Roma, del siglo I, con las culturas más antiguas y las tendencias venideras. El protagonista, Glauco, representa a los griegos que han sido subordinados por Roma, y su némesis, Arbaces, la cultura aún más antigua de Egipto. Olinto es el principal representante de la naciente religión cristiana, que se presenta favorablemente, pero no acríticamente.
     Locusta, la bruja del Vesubio, aunque no tiene poderes sobrenaturales, muestra el interés de Bulwer-Lytton por el ocultismo, un tema que emergería en sus escritos posteriores, particularmente en, La Raza Venidera.

     Una escultura popular del escultor estadounidense, Randolph Rogers, Nydia, la niña de las flores ciega de Pompeya (1856), se basó en un personaje del libro.

Personajes Principales

Glauco: Es el protagonista, un apuesto noble ateniense y prometido de Dione.

Dione: Es una hermosa e inteligente griega de alta cuna, que se casará con Glauco. Huérfana en la infancia, fue la pupila de Arbaces, y se convierte en el blanco de sus malvados intentos de seducción.

Arbaces: Es el antagonista, un intrigante hechicero egipcio y sumo sacerdote de Isis, y el antiguo guardián de Dione y Apaécides. Asesina a Apécides, e incrimina a Glauco, por el crimen. Intenta repetidamente seducir a Dione.

Nidia: Es una joven esclava, robada de padres de alta cuna, por secuestradores en Tesalia. Ella teje y vende guirnaldas de flores, para ganar monedas para sus tiránicos dueños, Burbo y Stratonice. Nydia suspira por Glauco, y finalmente se suicida, en lugar de sufrir un amor no correspondido.

Apécides: Es hermano de Dione, que es asesinado por Arbaces. En la adaptación de 1984, su nombre se cambia a Antonius.

Salustio: Es un epicúreo de buen corazón, y amigo de Glauco.

Caleno: Es un codicioso sacerdote del culto de Isis, que presencia cómo Arbaces asesina a Apécides. Primero chantajea a Arbaces, luego dice la verdad cuando Arbaces se vuelve contra él.

Burbo: Es el hermano de Caleno, que roba el tesoro del Templo de Isis, durante la erupción.

Olinto: Un cristiano que convierte Apécides al cristianismo. Condenado a muerte por profesar su religión cristiana.

Diómedes: Es un comerciante rico y dispéptico, conocido en Pompeya por sus lujosos banquetes. Es el padre de julia

Julia: Es la guapa, pero mimada, hija de Diómedes. Tiene ojos para Glauco, y obtiene una poción que hará que Glauco la áme; en cambio, Glauco recibe una poción que lo volverá loco.

Clodio: un noble derrochador con un problema de juego. Se convierte en el pretendiente de Julia después de que ella pierde interés en Glauco.

Lépido: Es otro noble, amigo de Glauco, Salustio y Clodio.

La Bruja del Vesubio: La Bruja que proporciona la poción mental para Arbaces. Eventualmente profetiza el peligro, y huye de Pompeya.

Pansa: Es un edil de Pompeya, personaje basado en el histórico pompeyano Gaius Cuspius Pansa.

Lydón: Es un gladiador que lucha en el anfiteatro de Pompeya, para ganar dinero, para pagar la libertad de su padre.

Medón: Es un esclavo de Diomedes, parte de la comunidad cristiana de Pompeya, padre de Lydón.

Stratonice: la antigua señora de Nidia, que la trató con la mayor crueldad; esposa de Burbo.

Resumen de la Trama

Pompeya, 79 d.C. El noble ateniense Glauco llega a la bulliciosa y llamativa ciudad romana, y rápidamente se enamora de la bella griega Dione. El antiguo guardián de Dione, el malévolo hechicero egipcio, Arbaces, tiene planes para Dione, y se dispone a destruir su incipiente felicidad. Arbaces ya ha arruinado al sensible hermano de Dione, Apécides, atrayéndolo para que se una al sacerdocio de Isis, dominado por los vicios.

La esclava ciega, Nidia, es rescatada de sus dueños abusivos, Burbo y Stratonice, por Glauco. Pero Nidia está enamorada en secreto de su nuevo amo Glauco. Arbaces horroriza a Dione, al declarar su amor por ella, y se enfurece cuando ella lo rechaza. Glauco y Apécides la rescatan de sus garras, pero Arbaces es derribado por un terremoto, una señal de la próxima erupción del Vesubio.

     Glauco y Dione se regocijan en su amor entre ellos, para gran tormento de Nidia, mientras que Apécides encuentra una nueva religión en el cristianismo. Nidia, sin saberlo, ayuda a Julia, una joven rica que tiene ojos para Glauco, al obtener una poción de amor de Arbaces, para ganarse el amor de Glauco. Pero la poción de amor, es en realidad un veneno que volverá loco a Glauco. Nidia roba la poción, y la administra; Glauco bebe solo una pequeña cantidad, y comienza a delirar salvajemente. Apécides y Olinto, un cristiano de la iglesia cristiana primitiva, deciden revelar públicamente el engaño del culto de Isis.
Arbaces, recuperado de sus heridas, escucha y apuñala a Apécides hasta matarlo; luego le atribuye el crimen a Glauco, quien se ha topado con la escena. Arbaces se ha declarado tutor legal de Dione, quien está convencida de que Arbaces es el asesino de su hermano, y la encarcela en su mansión. También encarcela a Nidia, quien descubre que hay un testigo ocular del asesinato, que puede probar la inocencia de Glauco: el sacerdote Caleno, que es un tercer prisionero de Arbaces. Ella pasa de contrabando, una carta al amigo de Glauco, Salustio, rogándole que los rescate.

    Glauco es condenado por el asesinato de Apécides, Olinto también es condenado por herejía, y la sentencia de ambos es ser alimento de gatos salvajes en el anfiteatro. Toda Pompeya se reúne en el anfiteatro, para los sangrientos juegos de gladiadores. Justo cuando Glauco es conducido a la arena para enfrentarse con el león, éste, angustiado por la conciencia de la próxima erupción, le perdona la vida, y regresa a su jaula, Salustio irrumpe en la arena, y revela el complot de Arbaces. La multitud exige que Arbaces sea arrojado al león, pero es demasiado tarde: el Vesubio comienza a hacer erupción. Ceniza y piedra llueven, causando pánico masivo. Glauco rescata a Dione de la casa de Arbaces, pero en las caóticas calles, se encuentran con Arbaces, quien intenta apoderarse de Dione, pero es asesinado por un rayo.
    Nidia lleva a Glauco y Dione a un lugar seguro, en un barco en la bahía de Nápoles, ya que, debido a su ceguera, está acostumbrada a andar en la oscuridad total mientras las personas videntes, quedan indefensas en la nube de polvo volcánico. A la mañana siguiente, Nidia se suicida deslizándose tranquilamente en el mar; la muerte es preferible a la agonía de su amor no correspondido por Glauco.

Pasan diez años y Glauco le escribe a Salustio, que ahora vive en Roma, sobre su felicidad y la de Dione en Atenas. Le han construido una tumba a Nidia, y han adoptado el cristianismo.

Adaptaciones Teatrales, Cinematográficas y Televisivas

Teatro y Concierto

1853 – ópera, Die letzten Tage von Pompeii, compuesta por Peter Müller (1791-1877), con libreto de su hijo mayor, basada en la novela, estrenada en Staden, Alemania, en Navidad.

1858 - La ópera, Jone, de Errico Petrella, con libreto de Giovanni Peruzzini basada en la novela, se estrenó en, La Scala, el 26 de enero. Tuvo mucho éxito, y permaneció en el repertorio italiano hasta bien entrado el siglo XX, siendo su última actuación conocida en Caracas, Venezuela, en 1981.

1877: Se montó una ambiciosa adaptación teatral en el, Queen's Theatre, Long Acre, en Londres, que presentaba una erupción escenificada del Vesubio, un terremoto, y una fiesta romana sibarita: la tierra no tembló, el volcán no funcionó, los acróbatas cayeron sobre el elenco, a continuación, y la producción fue un fracaso costoso.

1912 - Los Últimos días de Pompeya, una suite de concierto de tres movimientos, compuesta por John Philip Sousa.

2008 – Pompeji (Alemania), concepto para un musical.

Cine

1900 – Los Últimos días de Pompeya (Reino Unido), dirigida por Walter R. Booth.

1908 – Los Últimos Días de Pompeya, (Gli Ultimi Giorni di Pompei) (Italia), dirigida por Arturo Ambrosio y Luigi Maggi.

1913 – Los Últimos Días de Pompeya, (Gli Ultimi Giorni di Pompei) (Italia), dirigida por Eleuterio Rodolfi y (posiblemente) Mario Caserini.

1913 – Jone o los Últimos días de Pompeya, (Jone Ovvero Gli Ultimi Giorni di Pompei) (Italia), dirigida por Giovanni Enrico Vidali y Ubaldo Maria Del Colle.

1926 – Los Últimos Días de Pompeya (Gli Ultimi Giorni di Pompei) (Italia), dirigida por Carmine Gallone.

1935 - Los Últimos Días de Pompeya, una película de RKO, con Preston Foster, y Basil Rathbone, que incluía un descargo de responsabilidad de que, aunque la película usaba la descripción de Pompeya de la novela, no usaba su trama o personajes.

1950 – Los Últimos Días de Pompeya, (Gli Ultimi Giorni di Pompei / Les Derniers Jours de Pompéi) (Italia/Francia), dirigida por Marcel L'Herbier y Paolo Moffa.

1959 – Los Últimos días de Pompeya, (Gli Ultimi Giorni di Pompei) (Italia), dirigida por Mario Bonnard y Sergio Leone.             

                          Televisión                                               

1984 - Los Últimos Días de Pompeya, (Italia/Reino Unido/Estados Unidos), una miniserie de televisión. (Wikipedia en inglés) 

Los Últimos Días de Pompeya

de Edward Bulwer Lytton

     El brillar de las estrellas iba palideciendo, y las sombras de la noche se despejaban para esconderse detrás del Vesubio. El mar permanecía tranquilo, el sol ya iluminaba las viñas y arboledas, y las blancas paredes de las ostentosas casas de la ciudad. Los habitantes de Pompeya, no habían olvidado que en el año 63 d.C., un terremoto casi habia destruido la vecina ciudad de Herculano. La vía domiciana se iba animando poco a poco, con la alegría del populacho, y el paso de carruajes. Dos hombres, Diómedes y Claudio, viajaban en un carruaje. Diómedes dijo, “Entonces, asistirás a la cena en la casa de Glauco?” Claudio dijo, “Por supuesto, es mi amigo…lo será mientras le dure el dinero, como sabrás cada año viene a pasar el verano.” Diómedes, el conductor del carruaje, le dijo, “He oído decir que es muy aficionado al juego de dados.” Claudio dijo, “Le gustan los placeres de toda clase. Le divierte dar fiestas.” Claudio pertenecía a la nobleza, en cambio a Diómenes se le consideraba un vulgar arribista.

     Claudio dijo, “Debo ir a pagar mis impuestos, y después acudiré al templo de Isis.” Minutos más tarde, Diómenes detuvo los caballos, y dijo, “¿Quieres que te deje aquí?” Claudio dijo, “¡Si, buena suerte Diómenes!” Mientras se alejaba en el carruaje, Diómenes le gritó, “Otro día te convidaré a que conozcas mis bodegas. Podrás invitar al edil Panza.” Claudio lo saludó a distancia, pensando, “¡Ah, eres necio, fatuo, y mal educado!”

     Entregado a sus reflexiones, Claudio siguió caminando hacia los baños públicos, cuando, un hombre en carruaje lo saludó, “¡Claudio, mi buen amigo!¿Cómo estás?¿Pensando en tu buena fortuna?” Claudio le dijo, “¡Me alegro de verte, Glauco! Recibí el mensaje en el que anuncias tu regreso. ¡Bienvenido a Pompeya!”  Tras una pausa, Claudio dijo, “Voy hacia los baños públicos, pero aun dispongo de una hora.” Glauco dijo, “¡Magnifico! Deja entonces estacióno mi carruaje, para que me acompañes a dar un paseo en esta hermosa mañana.”
     Mientras conversaban, se internaron en los barrios de las tiendas más lujosas. Glauco le dijo, “De Atenas me fui a Roma. Y ahora me encuentro en esta maravillosa ciudad.” Tras una pausa, Glauco dijo, “¿Qué ha ocurrido durante mi ausencia?” Claudio dijo, “Nada, aquí todo sigue igual, como si el tiempo se hubiera detenido.” Enseguida, Claudio apuntó hacia el volcán, y dijo, “El Vesubio sigue vigilando nuestra vida cotidiana. Y talvez se aburre como ostra, como nosotros.” Glauco rió, y dijo, “¡No has cambiado!¡Ja, Ja, Ja!” Enseguida Glauco dijo, “¿Iras a mi fiesta esta noche?” Claudio dijo, “Por supuesto, tu compañía es saludable. Nos haces olvidar el tedio, entre charlas, música y poesías.”
    De pronto, escucharon las armoniosas notas de un arpa, y un canto extraño y muy dulce. “♪ Todos me dicen ♫ que bella es tu tierra ♪” Glauco pensó, “Esa voz…” Glauco volvió el rostro hacia las escaleras del Templo de Júpiter, y exclamó, “¡Nidia!” Una hermosa mujer cantaba tocando un arpa. “♫Como la rosa y el alhelí ♪ Compren mis flores ♫” La joven ciega, interrumpió su canto, al reconocer la voz grave y entusiasta del griego. La mujer dijo, “¡Eres tú! Has regresado, Glauco.” Glauco le dijo, “Sí, ayer mismo. Te espero mañana en mi casa, para que te ocupes del jardín. Lo encontré muy descuidado, mi pequeña Nidia.” Nidia dijo, “Iré.”

    Claudio y Glauco continuaron el paseo, por la pintoresca avenida de la ciudad. Claudio dijo, “Tienes extrañas amistades.” Glauco le dijo, “¿Te parece?” Tras una pausa, Glauco dijo, “¿Qué es la posición, el dinero y el orgullo de pertenecer a una familia ilustre? Al final, lo único que importa es el Ser Humano. Con todas sus virtudes y todos sus defectos, Nidia es una criatura muy noble y dócil. Llego a Pompeya hace años, cuando era casi una niña. Nació en Tesalia, el país de los magos y las hechiceras.” Claudio dijo, “¡Ah! Pues deberías tener cuidado con ella.” Glauco le dijo, “Eres desconfiado y egoísta, incapaz de reconocer la bondad, aun cuando la tengas frente a tus ojos, Claudio.” Claudio dijo, “Espera, mira quien viene allá.” Glauco dijo, “Es Julia, la hija de Diómenes. ¿Te acuerdas de ella?” Claudio dijo, “Una mujer hermosa no se olvida fácilmente.” Ambos fueron a su encuentro para saludarla. Al verlo, Julia le dijo, “¡Glauco, amigo mío!” Glauco le dijo, “¡Que los Dioses conserven tu belleza, Julia!” Julia dijo, “Siempre es placentero escucharte. No se olviden, los espero en mi casa para celebrar las calendas de septiembre.”

    Al despedirse de la mujer, Glauco y Claudio se alejaron del bullicioso centro de la ciudad. Poco después, fueron a los acantilados. Entonces, mientras caminaban, Glauco dijo, “Algo me sucede, mi buen amigo.” Glauco evocó lo ocurrido en un Templo griego, y le dijo, “Estoy enamorado.” Claudio le dijo, “No será de Julia, ¿verdad?” Glauco dijo, “No…se trata de una joven hermosa…que encontré cerca del altar, en Atenas, ahí donde se adora a Minerva. La descubrí cuando yo ofrecía mis votos.” Glauco comenzó a narrar, “La vi solo una vez, Claudio, y era tan hermosa como un amanecer en la Acrópolis. Y pensé, ‘Jamás la habia visto, ¿Quién será?’ Al sentir que yo la miraba, se sonrió como una doncella. Y mi corazón comenzó a latir con tal fuerza, que comprendí, cosa extraña, que era ella la única mujer a quien yo podría amar. Y pensé, ‘Estoy ansiosos de saber quién es.’ Decidí esperar el tiempo que fuese necesario, para hablar con esa criatura, que desde el primer instante me habia subyugado. Y al mirarla, pensé, ‘¡Se marcha!’ Fui tras ella, con la intención de abordarla, pero…me di cuenta que llegó con otro hombre, y pensé, ‘Alguien la espera.’ Un joven griego también la estrechó entre sus brazos, con evidente afecto. El hombre le dijo, ‘Ya estabas tardando demasiado.’ Pensé para mí, ‘¡Por los dioses, soy un hombre de mala suerte!’ Me quedé inmóvil, viendo cómo se marchaban, tomados de la mano. Entonces pensé, ‘Quizá algún día encuentre a alguien a quien amar, y sea correspondido. Por ahora, nada me retiene en Atenas.’

    Se hallaban ensimismados en la charla, sin advertir que alguien se acercaba. Glauco concluyó, “Fue entonces cuando decidí viajar a Pompeya, amigo mío.” Un hombre se acercó a espaldas de ellos y dijo, “¿Desean acaso descubrir los secretos del mar, amigos?¿Llegará a tanto su sabiduría?” Claudio exclamó, “¡Arbases!” Glauco pensó, “No lo sentí llegar.” Como si se hubiesen puesto de acuerdo, llevados por la superstición, los jóvenes hicieron el signo característico para preservarse en la maléfica mirada del egipcio, quien rió, “¡Ja, Ja, Ja!” Glauco le dijo, “Aprendemos a gozar de la soledad, oh, sacerdote de Isis.” El egipcio le dijo, “Tu corazón no esta de acuerdo con tus palabras. Escucha lo que voy a decirte. Tengo la seguridad de que este verano, Glauco, has de enfrentarte con el dolor. Te deseo buena suerte.” Sin decir más, Arbases se alejó con pasos lentos, altivo y soberbio. Claudio dijo, “¡Bah! No voy a dejarme impresionar por ese hechicero maligno.”

     Esa noche, en la finca de Glauco, el griego, se reunían nobles y libertinos, mujeres hermosas y cónsules amigos. Glauco daba la bienvenida a uno de sus invitados, diciendo, “¡Adelante, Salustio!” Salustio dijo, “Nuestra amistad será eterna, Glauco.” Glauco lo tenía todo. Lo único que se lamentaba era haber nacido en la Grecia dominada por los romanos. Glauco les dijo, “Es un honor tenerlos en casa.” En esos momentos llegaba el edil Panza, gobernador de Pompeya y primo del recién llegado, Salustio.
    Glauco le dijo al Edil Pansa, “Eres siempre bienvenido.” Poco después, los invitados admiraban los murales. Salustio dijo, “¡Ah, nunca me cansaré de alabar la belleza de estas pinturas, Glauco.” Glauco dijo, “Gracias.” Luego, en el salón principal de la finca, disfrutaba de un espléndido banquete. Salustio exclamaba, “¡Hummm!¡Cabrito en su jugo!” El gobernador exclamaba, “Tu gula nunca quedará satisfecha, primo mio.” Enseguida, Salustio dijo al gobernador, “¿Cuándo habrá luchas con las fieras?” Su primo el gobernador dijo, “Para las fiestas de septiembre. Tenemos para esos días, un leoncillo precioso. ¡Lástima que haya escases de criminales!”

    La cena era amenizada con música y un grupo de jóvenes danzarinas. El gobernador dijo a Salustio, “¿Qué opinas del nuevo himno dedicado a Isis?” Salustio dijo, “¡Ja! Hasta donde ha llegado Arbases, reformando el culto egipcio.” Salustio agregó, “Y a propósito, ¿Qué habrá de cierto en el rumor de que se ha extendido en Pompeya, una nueva religión, en la que adoran a un Dios llamado Cristo?” Diómedes dijo, “¡Uno de mis esclavos es cristiano! Y por él sé que todos son miserables. ¡En esa secta no hay gente de buena posición!” El gobernador dijo, “¡Siempre están blasfemando contra los dioses romanos!¡Deberíamos crucificarlos! Sera mejor que hablemos de otra cosa.”

     Al terminar el festín, los invitados se retiraron. Permanecieron allí unos cuantos amigos de Glauco, bromeando, embriagándose. “¡Ja, Ja, Ja!” Salustio levanto su copa y dijo, “Brindemos por la bellísima Dione. ¿La han visto?” Glauco pensó, “Dione es nombre griego.” Entonces Glaucio dijo, “¿Quién es ella?” El gobernador dijo, “Creí que la conocerías. En fecha reciente llegó de Grecia.” Salustio dijo, “Es una joven muy hermosa. Tú dirás lo mismo en cuanto la veas.” Enseguida comenzaron a jugar a los dados y como siempre. Glauco perdía. Claudio exclamó, “Por esta vez gané.” Glauco dijo, “Cuando juego contigo, estoy resignado a perder.” Aun la animada  conversación giraba en torno a la recién llegada. El gobernador dijo, “Dione es la encarnación de Afrodita.” Glauco dijo, “No es demasiado tarde. ¡Vayamos a su casa!”

   El edil y Diómedes se despidieron, luego, Salustio y Claudio insistieron en que Glauco los acompañara a la casa de Dione. Tardaron poco en llegar. Un hombre les dio la bienvenida, diciendo, “Señores, adelante.” Mientras avanzaban, Salustio dijo, “Me parece que Dione está en el jardín, con sus amigos. Vamos.” Claudio dijo, “Ahora la conocerás Glauco.” Cuando se acercaron al divertido grupo, Glauco se estremeció, pensando, “¡No es posible!” ya la luna llena se ocultaba tras el Vesubio. Al verlos llegar, Dione exclamó, “¡Salustio!¡Claudio!” Claudio exclamó, “Dione.” Claudio presentó a Glauco, “¿Conocías a Glauco?” Dione pensó, “¿Glauco?” Glauco pensó, “Es la mima mujer que ti en Atenas, en el templo de Minerva.”
     Ambos se miraron a los ojos fija e intensamente. Glauco pensó, “Es en verdad muy bella, muy hermosa…” Ambos echaron a caminar, y casi sin darse cuenta, llegaron a un apartado rincón del jardín. Dione le dijo, “Te recuerdo muy bien, noble Glauco. Te vi en el templo por primera vez, en Atenas.” Glauco le dijo, “Asi es, y en esa ocasión alguien te esperaba en la puerta, junto a las escalinatas.” Dione bajó la mirada, y dijo, “¡Oh sí! Era mi hermano Apecides. Siempre me acompaña.” Glauco dijo, “Pues no imaginé que fuera pariente tuyo. Al verlos, tuve una impresión diferente.” Diane dijo, “Nos llevamos tan bién, que quienes no nos conocen, piensan otra cosa.” Dione se detuvo al sentir en su rostro la ardiente mirada del muchacho. Glauco dijo, “Entonces no tuve oportunidad de acercarme a ti.” Dione exclamó, “Glauco…” Glauco experimentó una emoción muy dulce, embriagante.
     Glauco la tomo de los hombros y le dijo, “El haberte conocido es lo mas maravillosos que pudiera sucederme. ¡Oh Dione! Soy tan feliz al verte, al escuchar tu voz…” Dione le dijo, “Me parece que vivo un sueño. Nos vimos una sola vez; hemos cruzado junas palabras, y siento como si te hubiera conocido desde hace tiempo.” Ella no intentó resistir. Glauco le dijo, “Los dioses te han puesto en mi camino. Tu destino y el mío serán uno solo, a través de los años.”  Dione se dejó envolver por el hechizo arrullánte de una caricia plena, y supo que él, Glauco, era la encarnación del amor más puro, sublime.

    El día siguiente, por la mañana, como era su costumbre, Diómedes se encontraba en el templo de Isis. Diomedes hizo su petición frente a la imagen y los sacerdotes, diciendo, “¿Qué suerte correrán mis barcos, en su traslado a Alejandría?” El comerciante engañado escuchó el eco distorsionado de la voz de Arbases, el Sumo Sacerdote, quien estaba detrás muro del nicho que contenía la estatua. “¡Habrá tempestad en el mar, porque se acerca el otoño! ¡Pero tus naves llegaran sanas y salvas!” Arbases escuchó como Diomedes exclamó, del otro lado de la pared, “¡Alabada seas eternamente, benéfica Isis!” Arbases pensó, “¡Ignorantes estúpidos! Se dejan dominar por el fanatismo, en diversiones, negocios, deportes, religión, en todo. ¡Ah, griegos y romanos!¡Los aborrezco! El águila imperial ha saqueado mi patria, ha esclavizado mi raza. ¡Pero he de vengarme!”

  Poco después, cuando Diomedes se marchó, los sacerdotes se reunieron. El sacerdote dijo a Arbases, “Dime Arbases, ¿Por qué aceptaste ser tutor de Dione?” Arbases dijo, “No debo confesártelo.”  Arbases agregó, “Pero confiaré en tu discreción, la amo. ¡Ayúdame Caleno. Debo deshacerme de Apecides. ¡Huummm! Podríamos iniciarlo en el sacerdocio de Isis.” El sacerdote le dijo, “Entiendo, tu sugerencia es una orden. ¡Y te conozco muy bien! Yo sabía que no podías resistir al encanto de esa criatura.” El sacerdote agregó, “Hablaré con el muchacho. Deja el asunto en mis manos. Siempre he hecho lo que tú has querido. Te soy fiel como un perro.”

     Mientras tanto, Glauco soñaba despierto. Por primera vez conocía la verdadera felicidad. Nidia regaba las plantas del palacio, y Glauco pensaba al verla, “Dione, pronto te veré de nuevo.” Glauco se acercó a Nidia, la tomó de las manos, y le dijo, “Gracias por venir a cuidar mi jardín, Nidia,” Nidia le dijo, “Tenemos un día caluroso.” La muchachita se ruborizó al sentir la caricia de Glauco, quien le dijo, “Estas cada día más linda.” Nidia le dijo, “No me diga eso.” En algunos momento le parecía que lo ocurrido la noche anterior, era solo un hermosos sueño. Poco después, Glauco se dirigía a casa de Dione, en su carruaje. Al llegar, Glauco la encontró en su jardín, y pensó, “A la luz del sol su belleza resplandece aún más.” Al paso de los días, se fortaleció aún más el amor que los unía. Dione le decía, “Al conocerte mejor, amo más a Grecia, nuestra patria.” Glauco le dijo, “Al estar lejos, podemos apreciar la gloria de nuestra raza.”

    El tiempo fue transcurriendo. Dione y Glauco pasaban juntos la mayor parte del día. Glauco se recostaba en el jardín, y Dione le acariciaba el pelo, diciendo, “Mi hermano ya es sacerdote del templo de Isis.” Glauco dijo, “Lo consiguió muy fácilmente. Debe ser el sacerdote más joven del templo.” Dione dijo, “Si, todo gracias a nuestro tutor. Ha sido como un padre para nosotros.” A continuación, ambos subieron a una barca. La barca flotaba sobre las tranquilas aguas azul añil. Dione dijo, “Arbases ha sufrido mucho. Es semejante al Vesubio, al que se mira tan calmado ahora, pero en años anteriores contenía terribles fuegos capaces de arrasarlo todo y de destruir a miles de seres humanos.” 

     Y una tarde, el sacerdote los sorprendió cuando se soslayaban escuchando música de arpa. Arbases pensó, “¡Ah, es por esto que no la he encontrado en los últimos días!” El egipcio se debatió en un mar de rabiosos celos. Arbases pensó, “Éste maldito griego pretende apartarla de mi lado. ¡Pero Dione es mía!¡Sera mía solamente!” Enseguida avanzó hacia ellos, y dijo, “Dione querida, he venido en varias ocasiones y hasta ahora puedo hablar contigo.” Dione exclamó, “¡Arbases!” Arbases se le acercó al oído y le dijo, “Dice una antigua sentencia, ‘El hombre en la calle y la mujer en su casa,’” Glauco dijo, “Quien afirmó eso, era un cínico que seguramente las detestaba.” En ese momento surgía entre ellos una devastadora rivalidad. Glauco dijo, “O tal vez, si hubiera conocido a Dione, nunca habría escrito eso. ¿No será un proverbio egipcio?” Al intervenir, la joven impidió que fuera en aumento la exaltación de ambos. Cuando Arbases vio que Glauco y Dione se iban, pensó, “Debo hacer algo para destruir esta relación, antes de que siga adelante.”

    Galuco se marchó enseguida. Al verse solo, con Dione, Arbases supo dirigirle un ponzoñoso dardo envenenado, y le dijo, “Hija mía, estas en boca de todos, por culpa de ese vicioso libertino. Ha contado por ahí que tú le perteneces.” Dione le dijo, “¿Qué dices?” Arbases se enojó y dijo, “Que eres una presa demasiado fácil y que nunca se casaría contigo. Por eso me enardecí al verlo contigo.” La joven palideció dando crédito a las palabras de su tutor. Y dejando escapar una lagrima pensó, “Y yo creí en sus palabras de amor.” Dione buscó un pretexto para huir a su habitación, abandonándose a una amarga tristeza, pensando, “¿Por qué no puedo encontrar un amor sincero?”

     Más tarde, en los baños públicos, Glauco se encontró con uno de sus amigos, Salustio, a quien le dijo, “¿Te has enterado de las últimas noticias?” Salustio le dijo, “Por supuesto.” Salustio continuó, “En todo el imperio, ya no saben qué hacer con el cristianismo, esa especia de religión. ¡El senado está reformando las leyes!” Glauco dijo, “¿Tanto asi? Entonces creo que debemos tomar enserio a esa secta.” Salustio le dijo, “¡No digas tonterías! Como renegados que son, deberías sacrificarlos en el circo.” El griego recordó que su religión habia sido transformada por los romanos, y pensó, “Esa profanación tuvo su precio. Ahora ustedes lo están pagando muy caro.” Salustio reinicio la plática. “¿Cómo pueden atreverse a minar los cimientos del imperio? Roma es eterna, indestructible, la nación más poderosa del mundo.” Glauco pensó, “Es demasiado orgulloso, como todos los de su estirpe. No puede comprender que todo lo que tiene principio, tiene final.”

     Esa noche, cuando Apédices, el hermano de Dione, se dirigía a la casa del sumo sacerdote, alguien le salio al paso. Un hombre le dijo, “¡La paz sea contigo!” Apédices dijo, “¡Ah, eres tu Olinto!” Tras una pausa, Apédices dijo, “¿Qué quieres Olinto?” Olinto le dijo, “Hablar contigo, hermano. Has cambiado mucho, te veo demacrado, inquieto. Algo atormenta tu alma.” Apédices le dijo, “¡Ah, empleas el lenguaje muy diferente al mío! No puedo escucharte, tengo prisa.” Olinto le dijo, “¡Espera, Apédices!” Apédices le dijo, “¡Otro día hablaremos! Mientras ve a buscar los corderos para el rebaño de tu Cristo, entre los pescadores del puerto.” Olinto dijo, “¡Que Dios te acompañe!”

    Arbases lo esperaba impaciente. Estaba seguro que su pupilo caería en la trampa. Arbases dijo a Apédices, “Ya sabes que hay mucho fingimiento en los ritos y ceremonias, para engañar a nuestros creyentes.” Arbases continuó, “Pero todo es por su bien. El ser humano necesita algo en que creer, siempre. Pero hay que rodearlo todo de magia, de misterio.” Tras una pausa, Arbases dijo a Apédices, “La religión se inventó para dominar a nuestros semejantes aprovechando su miedo hacia lo que no pueden comprender.”
   El astuto sacerdote egipcio, dominaba por completo al inocente muchacho. Arbases le mostro a Apédices a tres mujeres, quienes llevaban una arpa y viandas, y le dijo, “Los placeres son para el deleite de nuestro cuerpo y espíritu.” Muy pronto, la música, los cantos, y el vino, excitaron los sentidos de Apédices, en aquella celebración a Baco, preparada por el malvado Arbases. En toda Roma Imperial, Pompeya era conocida por sus centros de vicio y su miseria. En las tabernas, con poco dinero, los pobres podían divertirse en compañía de mujeres llegadas de lejanas colonias del imperio.

     Una de las tabernas más conocidas era la de Burbo. Nidia, una de las mujeres que trabajaban ahí, llegó a la taberna con miedo, pensando, “Espero que Burbo, mi ámo, no se enfade por mi tardanza.” Al entrar a la taberna, la mujer fue testigo de la algarabía que se vivía allí dentro. En ese momento, un hombre pedía más vino a una mesa. Ese hombre era un gladiador. Burbo trajo en una charola, varias copas de vino, diciendo, “¡Menos escándalo, amigos!” Entonces el gladiador, quien había pedido el vino, tomó una copa y mientras la bebía, otro de los hombres que estaba sentado a la mesa dijo, “¡Pon atención a lo que va a hacer éste granuja!” El gladiador escupió el vino, ante la risa de todos. Burbo dijo, “¡Oyeee…!”
   El gladiador dio un golpe en la mesa y dijo, “¡Esto es un fraude!¡Nos traes vino que es capaz de convertir en agua, nuestra preciosa sangre, Burbo!” Todos en la mesa reían. Burbo dijo, “¡Con ese cuento a otra parte!¡Mi vino es demasiado bueno para esa carroña de cuerpo que arrastras por el mundo!” El gladiador contestó, “¡Oigan a éste cuervo!” Entonces Burbo dijo, “¿Lo escuchaste Lydon? Jura que ganará la bolsa de dinero y la corona de laurel antes que tú. ¡Tal vez se salga con la suya!” El gladiador se enojó y dijo, “¡Este oso salvaje tiene colmillos de serpiente, siempre está destilando veneno!” Lydon intervino y dijo, “¡Basta ya!” Lydon arrojó unas monedas al suelo y dijo, “Como sea, no temo a la muerte. ¡Ahí tienes unas monedas para que te compres lo que te hace falta, Burbo!” Todos comenzaron a reír. El tabernero no podía soportar aquella ofensa, y aceptó el reto instalándose ante Lydon.

     Ambos se sentaron frente a otro y poniendo sus codos sobre una mesa, tomaron sus manos, para ejercer fuerza uno contra otro, y jugar a las vencidas. Burbo dijo, “¡Vamos muchacho! Te demostraré quién es el viejo Burbo.” Comenzó la pugna. Lydon sonreía, muy seguro de ganar. Burbo pensó, “Es muy fuerte pero le aventajo en maña.” Sin embargo, para el tabernero aquello resultaba un esfuerzo brutal, sobrehumano. Burbo exclamaba, “¡Puff..!” Entonces Lydon le dijo, “¿De qué presumías, Burbo?” Burbo estaba a punto de ceder ante el empuje vigoroso de Lydon, pero cargo en su brazo todo el peso de su cuerpo con disimulo.
    Burbo exclamó, “¡Vencí!¡Ja, Ja, Ja!” Lydon exclamó, “¡Perro!” Lydon se levantó y le dijo, “¡Cerdo Inmundo!¡Tú y yo sabemos muy bien que hiciste trampa, aunque los demás no lo pudieran advertir!” Burbo le dijo, “¿Me llamas tramposo?” Furioso Lydon se arrojó sobre el tabernero, empujándolo y exclamando, “¡Siiii!” Burbo le dijo, “¿A mí, que fui el mejor gladiador de Pompeya!” Ambos se trenzaron en una lucha feroz e implacable. Burbo estaba en el suelo y Lydon encima de él lo ahorcaba con sus manos, diciendo, “¡Quiero ver correr tu sangre, maldito!” Entonces, Estratonice, quien habia sido luchadora, fue en ayuda de su marido, y tomando a Lydon del cuello, le dijo, “¡Suéltalo Lydon!” El incidente llegaba a su fin. Burbo fue levantado por su esposa, y dijo, “¡No te creí tan fuerte!¡Dame tu mano, glorioso camarada!” Pero Lydon, aún enojado le dijo, “¡Bah!”

    Los parroquianos volvieron a ocupar sus mesas, mientras Estratonice llevaba de la oreja a Burbo, diciendo, “¡Ven acá!” Burbo exclamaba, “¡Ouuuch!¡No tires tan fuerte ‘Lobezna’!” Mientas tanto, los demás reían. Estratonice dijo a Burbo, “¡Calla! El sacerdote Caleno está aquí. Entró por la puerta de atrás.” Burbo dijo, “¡Hummm! Quédate, atiende el negocio. Yo iré a hablar con él.” Burbo desapareció tras una cortinilla. Estratonice dijo a los transeúntes, “¡Gladiadores!¡Un grupo de nobles muy ricos, vendrán a verlos para hacer sus apuestas con el circo!” Mientras tanto, Burbo se entrevistaba con Caleno, el sacerdote del templo de Isis. Caleno despreciaba a Burbo, y mientras platicaban, pensaba, “¡Miserable! Por unas monedas vendería el alma de su madre.”
     Burbo le dijo, “La chiquilla canta como una alondra, y tañe el harpa como la musa divina. ¡Ya lo verás, Caleno!” Apédices le dijo, “Creo que mi amigo Arbases ha pagado demasiado por una sola noche.” En ese momento se produjo una singular agitación en la taberna. Una de las meseras que atendian, irrumpió en ese momento, y dijo a Estratonice, “¡Han llegado, áma!” En la puerta se escuchaban a unos hombres irrumpiendo en la taberna, diciendo, “¡Paso!¡Aun lado!” La aparición de los nobles levanto un murmullo de asombro e incredulidad. Uno de los gladiadores que estaban en la taberna dijo, “¡Salud, bravos compañeros!” Lydon dijo, “No me parecen mal, para gladiadores. Lastima que no sean guerreros.”
     Lydon con su actitud arrogante, e irrespetuosa, atrajo la atención de los visitantes. Uno de los nobles visitantes era el mismo Claudio, quien dijo, “¡A éste lo conozco!” Salustio dijo, “Es el hijo de un esclavo de Diomedes.” Glauco dijo, “Tiene formidable musculatura." A continuación, un grupo de risas se dejó escuchar. Claudio agregó, “Podría ser un magnifico alimento para leones.” Entonces Salustio le dijo, “¿Eres tú el que ha pedido luchar contra todos tus compañeros, uno a uno?” Lydon dijo, “Asi es, noble señor.” Salustio dijo, “¡Apostaré en tu contra!” Glauco dijo, “¡Acepto la apuesta, Salustio! Jugaré a favor de Lydon.” Lydon dijo, “¿Cuánto se llevará el vencedor?” Salustio dijo, “¡Una fortuna!” Entonces Glauco preguntó a Lydon, “¿Más te interesa el dinero, que la gloria del triunfo?” Lydon dijo, “Ambicióno las dos cosas, noble Glauco. Si fuese tan rico como tú, no sería gladiador.”

     Mientras, dentro de la casa, Nidia suplicaba a Burbo, quien había comprado años atrás a la pequeña ciega. Nidia decía, “Puedes dejarme sin comer, matarme a palos, pero no me obligaras a ir a esa casa impía.” Estratonice con látigo en mano, dijo, “¡Lo veremos!” Pero, Estratonice no escuchó las suplicas de su esclava, quien le dio un latigazo, diciendo, “¡Voy a enseñarte a obedecer!” Nidia exclamó una expresión de dolor. “¡Huummm!” Estratonice continuó azotándola, con rabia, diciendo, “¿Nos crees tan estúpidos como para devolver el dinero que pagaron por tus servicios?” Nidia exclamaba, “¡Yiiaayy!¡Por piedad!” Glauco alcanzó a escuchar la voz de Nidia, y pensó, “¡Esa voz¡¿Sera posible?” Glauco identificó la voz de Nidia, y sin pensarlo más, fue en su ayuda.
    Al llegar ante Estratonice, Glauco detuvo su mano y dijo, “¡Alto!¿Cómo te atreves a golpear a esa chiquilla?” Nidia exclamó, “¡Glauco, eres tu!” Glauco miró a Estratonice, y dijo, “¿Cómo es posible tanta crueldad?” Estratonice le dijo, “Es mi esclava, tengo todos los derechos sobre ella.” Salustio llegó, intrigado por lo que sucedía, diciendo, “¿Qué pasa?” Glauco levantó a Nidia y dijo, “No tengas miedo, te rescataré de esta maldita cloaca.” Salustio dijo, “¿Se trata de esta pequeña esclava? ¿Por qué no se la venden a mi amigo? Soy primo de panza, el edil.” Tras escuchar eso, Burbo pensó, “Esta es mi oportunidad.” De nuevo Burbo se dejó llevar por la ambición, y dijo, “Sera de Glauco, siempre y cuando me consigan el cargo de acomodador en el circo.”

     Esa misma noche, el griego se convirtió en el nuevo dueño de Nidia. Mientras la acompañaban, Glauco dijo a Nidia, “Tu vida cambará de ahora en adelante.” Nidia dijo, “Lo creo.” Desde el día en que Dione se dejara engañar por su tutor, habia permanecido enclaustrada en su finca. Arbases dijo a Dione, “Por el afecto que nos une, deseo que visites mi casa.” Ignorando al peligro a que se exponía, ella aceptó, y dijo, “¿Mañana te parece bien?” Arbases le dijo, “¡Que asi esa! Te esperaré al ocultarse el sol.”

     Al día siguiente, Glauco destrozó las ilusiones de su joven protegida. Mientras Nidia deambulaba por el jardín, Glauco llego y le dijo, “Hay algo que no sabes. ¡Estoy enamorado!” Nidia exclamó, “¡Ah!” Nidia contuvo el aliento, sintiendo que su corazón palpitaba, con una violencia inusitada. Glauco continuó, “Ella es una criatura hermosa, pura como el roció…me ha convertido en su esclavo.” Entonces Glauco dijo, “Su nombre es Dione, nació también en Grecia ¡La ámo por encima de todas las cosas!” Nidia pensó, “¡Oh, Dioses!” Glauco no advirtió la intensa palidez que aparecía en el rostro de Nidia. Glauco dijo, “Quiero que me ayudes, pequeña. Dione confiará en ti y en tus palabras. Se ha negado a verme en los últimos días. ¿Comprendes? Pero estoy seguro de que podrás convencerla de que la amo, de que en este mundo no existe para mí, otra mujer que no sea ella.” Glauco poso su mano en su hombro y le dijo, “¿Lo harás?” Nidia tomo su mano y le dijo, “Mi dicha está en servirte con toda la fidelidad que cabe en mi pecho. ¡Y la convenceré!”

     Poco después, al caer la tarde, Nidia fue recibida con cierto recelo. Dione dijo al verla, cargando unas flores, “Acércate. No has querido decir quién te envía.” Nidia le dijo, “El amor.” Guiándose por la voz de Dione, la cieguita encaminó sus pasos. Dione le dijo, “¿Qué quieres decir?” Nidia le dijo, “Te traigo la dicha, el amor más grandioso y sublime, un suspiro envuelto en estas flores.” Nidia agregó, “Glauco no vive porque solo piensa en ti. Y tu también sufres, lo se al escuchar tu voz. Soy Nidia, esclava de quien te adora como a Venus.” Llorando, Dione quedó convencida de que Glauco la amaba de verdad. Entonces, Nidia preguntó, “¿Podrás recibir a mi amo esta noche?” Dione dijo, “No.” Tras una pausa, Dione continuó, “Y no es que me niegue a verlo. Mi tutor Arbases me espera en su casa. Pero ve…¡Dile a Glauco que mi corazón le pertenece!”

     Nidia se apresuró a llevar el mensaje a su amo, contándole todos los detalles de la entrevista. Tras escuchar todo, Glauco le dijo, “¡Gracias, Nidia!” Sin embargo, Nidia dijo, “Hay algo más, Glauco. Presiento que Dione se verá en peligro.” Nidia explicó a Glauco, “A esta hora ya va en camino a la casa de Arbases, el gran sacerdote de Isis. ¿Entiendes lo que esto significa?” Glauco dijo, “¿Qué dices?” Nidia le dijo, “¡Tienes que impedir que Dione entre a ese lugar, o sacarla de ahí, antes de que sea demasiado tarde! Te acompañaré, creo que puedo serte útil.”

     Dione se encontraba ya charlando con el siniestro y maligno sacerdote, quien decía a Dione, “Tus ojos tienen el fulgor de las estrellas.” Dione lo miraba, pensando, “Ha cambiado.” Arbases se empeñaba en hacerla beber. Dione pensaba, “¿Qué se propone? Me habia tratado siempre como una hija.” Arbases le dijo, “Ven, querida niña.” Al llegar ambos a un recinto del templo, Arbases le dijo, “Es hora de descubrir el misterio ante ti. ¡Isis te predestina a ser mi esposa!” Dione le dijo, “No, no puede ser. Amo a otro hombre, a Glauco.” Arbases la tomó fuertemente de los brazos y le dijo, “¿Qué dices?¿Te rebelas? ¡Yo no deje madurar el fruto para que otro venga a recogerlo!” Dione abrió sus ojos y le dijo, “¡Suéltame!” Arbases se tranquilizó. Durante algunos minutos estuvo tratando de convencerla de que aceptara su proposición.  Arbases le dijo, “Me perteneces hermosa Dione.”
     Reflexionando, la joven griega comprendió que era necesario ganar tiempo, y dijo, “Debo pensar en tus palabras Arbases. Ahora me marchare.” Arbases la detuvo y le dijo, “Eso es lo que quieres, escapar de mi lado. ¡Pero no saldrás de aquí! ¡Esta noche serás mía!” Dione exclamó, “¡Nooo, Arbases!” En aquel momento Arbases enardecido y furioso, no escuchó el ruido de unos pasos que se acercaban. Entonces se escuchó una voz que dijo, “¡No la toques perro!¡Apartate!”  Arbases volteó y exclamó, “¿Eh?” El sumo sacerdote se volvió contra el intruso, dejando escapar toda su ira. Arbases exclamó, “¡Ah miserable!” Dione trató de evitar lo inevitable y exclamó, “¡Glauco!” Ningun combate es tan sanguinario como el que produce el odio nacido del amor humillado. Este mismo odio convirtió a Glauco en una bestia.
     Glauco comenzó a golpear al sacerdote con una saña brutal y despiadada, dispuesto a matarlo, a derramar su sangre. Arbases saco de entre sus ropas un puñal de hoja plateada. Dione, quien estaba aún lado de Nidia, exclamó, “¡Oh, Nidia!” Arbases tomo el cuchillo y dijo, “¡Por los dioses!¡Este es tu día de muerte!” Con una agilidad insospechada en él, volvió a levantarse, y lanzo un cuchillazo a Glauco. Dione exclamó, “¡Cuidado!” Pero Glauco lo desarmó, y dijo, “¡Si alguien muere, no seré yo!” Glauco siguió golpeando al sumo sacerdote, sin escuchar las súplicas de Dione y su amiga. “¡Ya basta, déjalo!” Pero él parecía poseído por todas las furias del averno. Glauco lo ahorcaba, diciendo, “¡Vas a morir!¡Iras a reunirte con tus antepasados!” Dione trató de detenerlo, diciendo, “¡Glauco, por favor!”
     De pronto, la tierra comenzó a trepidar. Se escuchaba un ruido sordo, ahogado, amenazante. Dione y Nidia se abrazaron. Nidia exclamó, “¡Tiembla!” Los muros se cuartearon. Parecía que toda la construcción iba a derrumbarse de un momento a otro. Glauco tomo a ambas mujeres de le mano jalándolas. Dione dijo, “¡Tenemos que salir de aquí!” Glauco dijo, “Sí, vamos.” Glauco reaccionó. Debía rescatar a las jóvenes de aquel inminente peligro. Las columnas de los atrios se desmoronaban. Todos los habitantes de Pompeya se habían lanzado a las calles, hostigados por el miedo.

     El rumor subterráneo dejo de escucharse cuando Glauco, Dione, y Nidia, salían de la casa del egipcio. Glauco dijo, “¡Calma, ya paso!” Más tarde en la finca de Dione, Glauco se despedía. “Nidia se quedará a hacerte compañía. Mañana yo vendré a buscarte.” Dione dijo, “Adios.” Al dia siguiente, Dione mando a un esclavo al templo de Isis, en busca de su hermano Apécides. Al llegar Apécides, Dione le dijo, “Acércate hermano. Hay algo que debes saber.” Con breves palabras, Dione le relató lo sucedido. Tras escuchar lo ocurrido, Apécides pensó, “¡Ah, infame!¡Vil impostor! Traicionó la confianza que le teníamos.” En ese momento, Apécides decidió que no regresaría nunca más al templo de Isis. Cambió su atuendo de sacerdote, más tarde en las calles de la ciudad. Apécides pensó, “¿Dónde encontraré la verdad?”
    De repente, Apécides se encontró casualmente con Olinto, el cristiano, quien le dijo, “¡La paz sea contigo, Apécides! Es un sincero deseo. ¿Podrás ahora conversar conmigo?” El muchacho no contestó. Olinto dijo, “Ven, caminemos hacia la orilla del rio. ¿Qué te sucede?” Apécides le dijo, “He ido buscando la luz, la verdad. Creí ciegamente en el culto de Isis, pero solo encontré falsedad, mentira. ¡Ya dudo de la existencia de todos los dioses!” Hubo una pausa entre ambos, y entonces Apécides dijo, “Pero vamos, háblame de ti, buen amigo.” Olinto dijo, “Hablar de mi es hablar de Cristo, de la nueva doctrina de la paz y bondad. Pero nada más voy a decirte, quiero que lo veas con tus propios ojos. ¿Quieres acompañarme?”

     Mientras tanto, Dione Nidia y Glauco paseaban por el rio, por una barquilla. Glauco remaba, y Nidia pensaba, “Lo amaré toda la vida.” Dione dijo, “Es un día hermoso.” Dione agregó, “Cuentan que en tiempos pasados el Vesubio vomitaba fuego con el Etna. ¿Habrá algúna relación entre el volcán y el temblor de anoche?” Glauco dijo, “Podría ser” Nidia dijo, mirando hacia el Vesubio, “En las cavernas, al pie del Vesubio, habita una hechicera. Dicen que es muy poderosa. Talvez ahora este conversando con el espíritu maligno.” Más tarde, la barca se deslizaba por el rio, frente a las casuchas que formaban el barrio de los pescadores. Y en el interior de aquellas chozas, se habia reunido un grupo de cristianos. Allí, Olinto presentaba a Apédices a los allí presentes, diciendo, “Hermanos míos, él es Apédices.”
     El muchacho griego presencio el rito religioso, humilde, respetuoso, escuchando las palabras de un anciano, quien decía, “En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo…” Cuando todo terminó, los pescadores comenzaron a marcharse sigilosos. Sin embargo Olinto detuvo al anciano y dijo, “¡Espera Medón! Quiero que conozcas a mi joven amigo Apédices. Busca el camino de la luz.” El anciano predicador vivía en la esclavitud, sirviendo en la casa de Diomedes, el comerciante. Medón puso su mano sobre el hombro de Apédices y dijo, “Déjame entonces ser tu guía, hijo mío.” Apédices pensó, “Es extraño! Me parece por fin haber encontrado algo por que vivir. Las palabras de este hombre han llegado al fondo de mi corazón.”

     Al día siguiente, Nidia se dirigía a la casa de Glauco, a la hora del crepúsculo. Cuando en ese momento, una mujer la abordó, diciendo, “¿A dónde vas cieguita? Soy Julia, la hija del comerciante Diomedes. ¿Me reconoces?” Nidia tocó sus manos y dijo, “Sí, sí, por supuesto.” Julia le dijo, “Oye, ¿Es verdad que ahora Glauco, el joven griego, es tu dueño?” Nidia dijo, “Sí.” Julia le dijo, “¡Oh, Nidia! Vamos a mi casa, me gustaría ser tu amiga, conversar contigo. No tengo a nadie a quien confiarle mis cosas.” Nidia se dejó engañar por la voz tan dulce de aquella mujer. Aceptó la invitación. Ambas fueron a la casa de Julia y Julia se sentó frente a ella, compartiendo un canasto de frutas frescas. Julia le dijo, “Y dime, ¿Es verdad que existe un gran amor entre Dione y tu amo? Toma.” Nidia le dijo, “Ya lo creo, puesto que habrán de casarse muy pronto.” Julia le dio la espalda y pensó, “¡Eso nunca! Voy a impedir tal boda, a costa de lo que sea.”
     Enseguida, Julia dijo, “¡Oh, yo también estoy enamorada, Nidia! Pero sufro su indiferencia. A propósito, ¿Sabes de algún filtro para enamorar a los hombres?” Nidia dijo, “No.” Enseguida Nidia agregó, “Pero quizá pueda ayudarte el sacerdote Arbases, si es que no temes acercarte a él.” Julia le dijo, “¡Tienes razón! No lo habia pensado. ¡Gracias Nidia!” Julia agregó, “Talvez vaya a buscarlo esta misma noche.” Nidia le dijo, “¿Podre regresar a conocer el resultado de tu entrevista?” Julia le mostró una cesta llena de frutas, y le dijo, “Puedes venir las veces que tú quieras, Nidia querida. Pero come, aquí hay dátiles, manzanas, y granadas.” Nidia le dijo, “¡Ah que buena eres, eres ya debo irme!”

     Esa misma noche, el sumo sacerdote escuchó el siniestro plan de Julia. “…y tendré ocasión de darle a tomar al desdeñoso Glauco un brebaje.” Arbases le dijo, “Mañana te daré la pócima que me pides, hermosa Julia.” Julia le dijo, “No me importa cómo ni lo que tengas que hacer, pero la necesito, te pagaré por ella, lo que me pidas.” Julia pronto se marchó. Arbases pensó, “Iré a visitar a las hechiceras del Vesubio. Ellas se encargará de preparar el filtro.” Más tarde, cuando la luna bañaba el imponente Vesubio, Arbases llego a los terribles dominios de la bruja. Arbases se presentó ante ella, y dijo, “¡Locusta, servidora de la noche!” Enseguida, la silueta de Locusta se recortó en la boca de la cueva.
     Locusta le dijo, “Sé por qué has venido a buscarme, oh gran sacerdote del cinturón de fuego.” Arbases comprendió que la entrevista seria breve. No tuvo que pronunciar muchas palabras. Locusta le dijo, mientras preparaba el brebaje, “Esta mixtura hará perder el juicio a tu enemigo.” Locusta entregó la botella y dijo, “Asi no pasarás ningun riesgo. Nadie podrá culparte de la desgracia de éste griego al que tanto odias.” Arbases le dijo, entregándole una bolsa de monedas, “¡Eres digna descendiente de las grandes hechiceras etruscas! Guarda este oro, te lo has ganado.”

     Cuando Arbases desapareció por el camino, Locusta fue a guardar la bolsa repleta de monedas a un apartado rincón de la caverna, pensando, “¡Huumm, tantas joyas…!¿Y para que las quiero?” Luego caminó hacia la grieta, que se habia formado en el muro de roca, pensando, “Las sombras hacen hoy más ruido que de costumbre. Desde ayer he estado contemplando este fuego líquido.” Allá en la profundidad del volcán, el nivel de la lava iba subiendo mientras despedía burbujas y gases venenosos.
    Al día siguiente, Dione y Glauco regresaban de un largo paseo. Glauco dijo, “Sera mejor que regresemos a la ciudad, mira esas nubes.” De repente, los sorprendió una tormenta inesperada. Dione exclamó, “¡Oh dioses!” Glauco la abrazo y le dijo, “¡No temas!” Ambos apresuraron el paso, a la vez que Glauco decía, “Tal vez podamos encontrar un refugio para guarecernos, ¡Corre!” A lo lejos, Glauco descubrió entre las grandes rocas la entrada de una cueva. Echaron a correr en esa dirección.

     Entonces un relámpago iluminó tétricamente la silueta de la hechicera. Dione dijo, “¡Mira…!” Glauco dijo, “Debe ser la bruja del Vesubio.” Locusta dijo, “Me molesta recibir a la gente que no he invitado, pero en esta situación, adelante.” Locusta les cedió el paso invitándoles a que se acercaran al fuego. Los minutos pasaron en silencio, sin que Dione y Glauco se atrevieran a cruzar palabras. Afuera la tormenta amainaba. De pronto, Dione palideció intensamente, y exclamó, “¡Ahh..! Mira.” Apareció una serpiente ante ellos. Glauco dijo, “¡Aparta esa serpiente, mujer!” Locusta dijo, “¡Ah, es tan vieja como yo! Ya perdió todo su veneno.” Glauco tomo a Dione y dijo, “¡Llévatela a otro sitio!”
     Enseguida el reptil se lanzó contra Glauco, que pudo atraparlo por el cuello. Locusta gritó, “¡Cuidado!” bastó un segundo para que el cuerpo frio y escamoso, se enroscara en el brazo del muchacho. Locusta dijo, “¡No le hagas daño!” Pero la súplica de Locusta llegaba demasiado tarde. Glauco le cortó la cabeza. Locusta exclamó, “¡Ahhh Furias!¡Con la luna llena te maldigo para siempre!” Locusta estaba encolerizada. “¡Tu amor se marchitará y sufrirás más que ningun otro ser viviente!¡Fuera!¡Lárguense!” Por fortuna, ya la luna habia cesado. Mientras se retiraban Locusta dijo, “Nadie podrá salvarlos de mi maldición!¡Regresen a su  maldita patria!” Glauco le dijo, “¡Bruja repugnante!” Enseguida Glauco dijo a Dione, “¡Tranquilízate, los dioses no escucharán los desvaríos de esa vieja.” Dione dijo, “Tengo miedo…” Locusta continuó, “Sé quién eres. ¡Estas ya condenado, Glauco de Atenas!¡Has caído en la trampa! Ja, Ja, Ja!”

    Al día siguiente, por la tarde, en casa de Julia. Julia decía a Nidia, “Nidia, ya tengo el filtro en mis manos.” Nidia dijo, “¿Es un frasco?” Nidia lo abrió y tras olerlo dijo, “¡Humm! No huele a nada. ¿De qué color es?” Julia dijo, “Pues…incoloro, parecido al agua común y corriente. ¡No tiene una característica especial!” Julia habia enviado a uno de sus criados a casa de Glauco, solicitando permiso para que Nidia se quedara a dormir esa noche en la finca. Mientras tanto, Nidia miraba el frasco, pensando, “¡Hummmm! Tal vez pueda encontrar un tarro parecido asi, podría hacer el cambio.” Julia le dijo, “Vamos a cenar, dulce Nidia.” Esa noche, aprovechando que Julia dormía profundamente, Nidia se deslizó al interior de la alcoba, pensando, “Me llevare el filtro, aqui hay un tarro vacío. Luego llenare el frasquito con agua.” Al día siguiente, con el resplandor del alba, Nidia se despedía de su amiga. “Dile a tu amo que no olvide nuestra invitación. Yo lo estaré esperando esta noche.” Nidia pensó, “¡Oh, Glauco! ¡Ni mil hechiceras podrían hacer que tú me quisieras tanto como  yo te quiero a ti!”

     Para el banquete de esa noche, Diomedes habia invitado a sus muchos amigos, y al ver a Glauco, Diomedes exclamó, “¡Salud, elegante Glauco y hermosa Dione!” Glauco le dijo, “Tus vinos son deliciosos, Diomedes!” Ambos se enfrascaron en un largo comentario sobre los diferentes vinos de Europa.
     Entonces Julia hizo la maniobra de vaciar el contenido del frasquito en el tarro, pensando, “Este es el momento.” Enseguida, portando una charola, Julia dijo a Glauco, “¡Ah, pero no has probado este aguardiente llegado de Britania! Voy a servirte un poco, amigo mío.” Empleando la mayor naturalidad, Julia le ofreció lo que suponía un filtro de amor. Glauco lo tomó y dijo, “¡Gracias, divina Julia!” Julia pensó, “No sospecha.”
     Mientras lo observaba, Julia pensó, “¡Bebe! Después de esta noche serás mío, para toda la eternidad.” Dione dijo, “Ya entran las danzarinas.” En vano, Julia esperó que hiciera efecto el filtro mágico. Finalmente Diómedes despidió a su invitado, “¡Ha sido un honor tenerlos en mi casa!” Glauco dijo, “¡Gracias Diómedes! Pronto nos veremos.”

     Más tarde, cuando Glauco llegó a su casa, Nidia lo esperaba. Glauco dijo al verla, “¿Pero estas despierta todavía?” Nidia estaba en el jardín y dijo, “No podía dormir, hace tanto calor.” Glauco le dijo, “Es verdad. ¿Quieres llamar a un sirviente y pedirle que me traiga un refresco?” Nidia le dijo, “No es necesario. Yo mismo iré por él.” Esa era la ocasión que Nidia esperaba. Regresó poco después con una copa de bronce en las manos. Nidia le dijo, “Toma Glauco, es una limonada con miel.” Glauco bebió hasta la última gota. Mientras tanto Nidia pensaba, “Mi corazón se estremece por esta pasión secreta.”
     Al paso de unos instantes, Glauco dejo caer la copa al suelo. Todo parecía girar a su alrededor. Glauco se llevó la mano a la cabeza y dijo, “¡Oooh! ¿Qué…me sucede? Nidia.” Nidia le dijo, “Estoy aquí.” Pero Glauco no pudo resistir la extraña sensación que lo impulsaba a reír a carcajadas. “¡Ja, Ja, Ja!” Entonces Nidia dijo, “Glauco, háblame, dime que no me aborreces.” Glauco fue víctima de un extraño delirio, y comenzó a murmurar frases incoherentes. “¿Qué se mueve entre las llamas? ¿Un terremoto? ¡Ja, Ja, Ja!” Nidia exclamó asustada, “¡Glauco!” Tambaleándose como un ebrio, Glauco se encamino a la calle. “¿Quién me llama? ¡Dione he de salvarte!¡No bruja!¡Apártate, Arbases!” Nidia le dijo, “¿Qué te sucede, Glauco?”

     Cerca de allí discutían Apédices y el sumo sacerdote del templo de Isis. El sumo sacerdote le decía amenazando, “¡Apédices me enteré de que ya eres cristiano! ¡Maldito renegado!¡Te arrepentirás mil veces!” Apédices le dijo, “¡Me rio de tus amenazas! Y te lo advierto, será mejor que te olvides de nosotros. ¡Dejaras en paz a mi hermana, miserable egipcio!” La hoja de un puñal brilló en medio de la noche, con violencia bestial. Arbases se arrojó contra el muchacho, diciendo, “¡Muere perro cristiano!” Apédices con el cuerpo desmadejado rodó por el suelo.
    Habia muerto en ese mismo instante. Arbases pensó, “Limpiare la sangre de mi puñal en su misma ropa.” Pero alguien más se acercaba. Se escuchó una voz que dijo, “¡Dione! El infortunio me lleva de la mano.” Arbases pensó, “¡Eh! Es él. ¡Glauco!” Sin titubear el siniestro sacerdote concibió un plan, y pensó, “¡Isis me protege! Lo ha traído aquí, para que sea destruido por mí. El brebaje hace su efecto en él, es claro.” Glauco dio unos pasos inseguros, torpes, y tropezó con el cadáver, y comenzó a reír. “¡Ja, Ja, Ja!”. Inmediatamente Arbases comenzó a gritar en voz de alarma, “¡Aquí ciudadanos!¡Un muerto, que no escape el criminal!” Después de repetidas voces de alarma, acudieron un par de centuriones. Uno de ellos dijo, “¿Qué pasa?” Arbases dijo, “¡Se ha cometido un asesinato!” El centurión dijo, “¿Quién eres tú?” Arbases dijo, “Arbases, sacerdote del templo de Isis. ¡Y fui testigo del crimen! ¡Ese hombre es el culpable!” Glauco dijo, “¿Yo lo hice? ¿Pues hecho está!¡Ja, Ja!” El centurión dijo, “¡Eres nuestro prisionero! ¡Ya en la celda dejaras de reírte como un imbécil!”

     Comenzaba a reunirse un grupo de vecinos y curiosos, y algunos transeúntes, cuando Olinto llego y dijo, “¡Por el verdadero Dios, Arbases, tú eres el asesino!” Arbases dijo, “¿Cómo te atreves?” El sacerdote reconoció de inmediato a su enemigo, y dijo, “¡Romanos este es un renegado de los Dioses!¡Aprehéndanlo también!” El centurión dijo, “¿Es cierto?” Después de un breve silencio, Olinto respondió con firmeza. “Sí, soy cristiano.” Arbases dijo, “¡Pagano! ¡Llévense al maldito cristiano!” Al día siguiente, los amigos de Glauco se enteraban de todo lo sucedido. Uno de ellos, Diómedes,  decía, “¡Parecía tan bueno! Ahora nadie podrá hacer nada por él. ¡Sera condenado sin remedio!”
     Salustio dijo, “¡Estoy seguro Diómedes, él es inocente!” Diómedes le dijo, “Yo en tu lugar no metería las manos al fuego por él. Ante los jueces ya tiene algo en su contra: ¡Es extranjero!” La tristeza y la amargura reinaba en la casa de Dione, quien lloraba diciendo, “¡Glauco no fue el asesino, Nidia! el corazón no puede engañarme.” Nidia le dijo, “Asi lo creo yo también.” Dione lloraba poniendo su cabeza sobre el pecho de Apédices, diciendo, “¡Oh Apédices! Muerto estas, hermano mío…ésta pena me desgarra el alma!” Nidia pensó, “Yo soy la única culpable, yo… ¿Qué puedo hacer?”

     Recibiendo las últimas honras fúnebres, el cadáver de Apédices fue incinerado en el jardín de su finca. Una y otra vez, Dione intentó hablar con Glauco, en la prisión. Todo fue inútil, no le permitieron verlo. Dione pensó, “Nos ha separado la maldición de la hechicera.” En forma irremediable, en un juicio apresurado, el muchacho recibió la sentencia: “¡Mañana serás arrojado a los leones en el circo!” Glauco pensó, “Dione.” Arbases era el principal testigo del cargo, y pensó, “¡El populacho estará feliz! Mis dos principales enemigos serán sacrificados en el inicio de las fiestas de septiembre.”  El griego fue conducido a su celda.
   Glauco pensó, “¡Todo es como un mal sueño! ¿Qué sucedió? Se me nubló la mente y no recuerdo nada.” Olinto, el cristiano, le hacía compañía. Glauco le dijo, “No debiste intervenir, buen hombre. Por mi causa también has sido condenado a muerte.” Olinto le dijo, “No me pesa, porque Dios asi lo ha querido, noble Glauco. Él conoce el fondo de los corazones y sabe quién es el culpable.” Glauco dijo, “Háblame de tu Dios, de tu religión.” Olinto dijo, “Sí, yo sé que te servirá de consuelo. Asi aprenderás a perdonar a tus enemigos.” Glauco fue iniciado en la sagrada doctrina de Cristo, el Nazareno. Asi, Olinto le explicó, “…y fue Pedro el que, en las catacumbas de Roma, nos señaló el camino de la luz.”

    Mientras tanto, Lydon, uno de los gladiadores, habia llegado a visitar a su padre, que era esclavo de Diómedes. Su padre le dijo, “No ínsitas, Lydon.” Pero Lydon le dijo, “Entiende, mañana es nuestra oportunidad y no puedo desistir ahora. ¡Lucharé contra todos los gladiadores! Y con el dinero del premio podré pagar tu libertad y nos alcanzara hasta para poder tener una pequeña granja en las orilla de la ciudad.” Pero su padre le dijo, “No deseo que por mi culpa tengas que derramar sangre. Con eso condenarías tu alma. ¡Prefiero seguir siendo esclavo!” Lydon dijo, “Pero padre…” Su padre dijo, “Nadie tiene derecho de privar la vida de un ser humano, y ese es uno de los mandamientos de la ley de Cristo.” Lydon le dijo, “No te preocupes, padre, no será una pelea a muerte. Mucho he soñado con verte en libertad.” Su padre le dijo, “¡Eres muy noble, hijo mío!”

     Mientras tanto, el sumo sacerdote, Arbases, llegó al templo de Isis, donde Caleno lo esperaba. Entonces Arbases dijo a Caleno, “Glauco ya fue condenado. Lo arrojarán a las fieras del circo.” Pero Caleno le dijo, “¡Es inocente Glauco!” Arbases le dijo, “¿Por qué inocente?¡Cometió un crimen y debe morir!” Pero Caleno le dijo, “Él no mató a nadie. Yo lo se tan bien como tú.” Arbases le dijo, “¿Qué dices?¿Porque esa sonrisa burlona, Caleno?” Caleno le dijo, “¡Ah, pérfido Arbases! No has tenido suficiente confianza en mí. ¿No soy tu amigo, acaso?” Caleno agregó, “Lo sé, te seguí aquella noche. ¡Te vi asesinar al muchacho! Sería inútil que lo negáras.” Arbases dijo, “Bien, es verdad. Glauco es inocente.” Tras una pausa, Arbases dijo, “Pero tú eres mi amigo y vas a guardar el secreto.” Caleno dijo, “Tú, el desleal, hablas de amistad? Mi silencio tiene precio.” Arbases exclamó, “¡Caleno!”
     Caleno dijo, “Sí, Arbases. ¿O prefieres ocupar el sitio de Glauco ante los leones en el circo?” Abrases dijo, “¿Qué pretendes?” Caleno dijo, “La mitad de la fortuna que guardas en el sótano del templo, tu vida vale eso y mucho más.” Arbases rio y dijo enojado, “¡Ja, Ja, Ja! Tú no vas a decir nada, estúpido. ¡Recuerda que soy poderoso aquí y en Egipto! Mi palabra es superior a la tuya. ¡Perro malagradecido! Todo lo que eres es gracias a mí, yo te hice sacerdote…y puedo destruirte en el momento que quiera. ¿Me crees un idiota? Todo lo he planeado a mi  conveniencia y sin mi tu volverías a ser nadie, nada, una simple basura perdida en el muladar.” Caleno exclamó, “¡Arbases!” Arbases dijo, “¡Ya basta de palabras! Vete por ahí a cumplir con tus obligaciones y déjame en paz. ¡Fuera!”

     Mientras tanto, Dione permanecía en su alcoba, llorando amargamente, sin querer recibir a nadie, pensando “¡Oh Dioses! He perdido a mis seres más queridos.” Nidia, la joven ciega, escuchaba los entrecortados sollozos de la que antes considerara a una rival, pensando, “No me atrevo a confesar lo que hice. Mañana Glauco será devorado por los leones, ¿Cómo podre resistirlo? Es ahora cuando me alegro de estar ciega…asi no lo verán mis ojos.”

    Al día siguiente, el anfiteatro de Pompeya se encontraba repleto de jubiloso público. ¡Comenzaban las fiestas de septiembre! La gente gritaba, “¡Vencer o morir!” “¡Viva el placer! ¡Sangree!” Al sonar de los clarines, fueron apareciendo los jóvenes gladiadores. La gente gritaba, “¡Bravo!” “¡Mira, a ese le aposté!” Después de dar una vuelta a la arena, saludando al público, los gladiadores se plantaron frente a la tribuna del edil Panza, quien dijo, “¡Que fuerte y gallardo se ve Lydon!”
     Los gladiadores gritaron al unísono, “¡Salve edil, que los dioses te sean propicios!” Enseguida, el hombre que representaba la máxima autoridad en Pompeya, dio la señal para que iniciara el combate. Uno de los gladiadores gritó, “¡En guardia, Lydon!” Lydon le grito, “¡Vamos, ataca, hijo de loba!” Justo a tiempo llegaba a ocupar su palco Arbases, el sacerdote egipcio, pensando, “Parece que el espectáculo va comenzando. No me he perdido de gran cosa.”
     En esos momentos, Dione recibía una visita inesperada. Era Caleno quien la visitaba. Dione le dijo, “¿Qué vienes a buscar aquí? ¡Te conozco!” Caleno le dijo, “Tienes razón al desconfiar de mí.” Caleno continuó, “Pero tal vez puedas valorar mi ayuda, Dione. ¿No te importa la suerte del noble Glauco?” Dione le dijo, “¿Qué dices? Si Arbases te envía, será un nuevo engaño.” Caleno dijo, “Te equivocas. Ahora él se encuentra en el circo, esperando ver morir a un inocente. Dione, yo fui testigo del crimen.” Dione dijo, “¡Un testigo!¡Habla!” Caleno dijo, “Fue Arbases el que mató a tu hermano, para enseguida culpar al joven griego. Estoy dispuesto a declarar ante los jueces.” Entonces Dione le dijo, “¡Cada instante es precioso, vamos!¡Tenemos que salvarlo!” Nidia dijo, “Salustio nos puede ayudar. Él es un buen amigo de Glauco.”

     Mientras tanto, en el circo, Lydon vencía al primero de sus contrincantes. La multitud dejaba escapar un alarido de feroz entusiasmo. Uno a uno, Lydon fue derrotando a sus compañeros. El siguiente que se enfrentó a él, le dijo, “Conmigo no podrás, muchachito.” Lydon rió, “¡Ja, Ja, Ja!” El gladiador le dijo, “¡Vas muy deprisa, Lydon! Te fatigarás pronto.” Lydon le dijo, “No lo creas.” Mientras tanto, en el público, Diomedes dijo a Julia, y al edil, “¿Ya supieron que anoche Claudio pidió en matrimonio a la bella Julia? Pronto nos invitaran al banquete.” El edil comentó, “Hacen una buena pareja.”
    Julia estaba ahí en medio de sus contradictorios pensamientos, deseaba presenciar la muerte de Glauco; al mismo tiempo esa idea le desgarraba el corazón. Aún en su aparente frivolidad, aquellos que conocían al joven griego, no dejaban de pensar en él, en su desgracia. Claudio pensaba, “¿Cómo pudo caer en el infortunio?” Por su parte, Diómedes pensaba, “Presiento que Glauco se salvará. ¿Tendrá razón Salustio al decir que nuestro amigo es víctima de una intriga?”
     En ese momento, Dione acompañada por Nidia y Caleno, llegaban a la casa del magistrado. Dione dijo al sirviente, “¡Debo hablar con el mismo ahora!” El sirviente le dijo, “¡Lo siento, mi amo no puede recibir a nadie!” Caleno dijo, “¡Tenemos que hablar con el noble Salustio!¿Entiendes? Está de por medio la vida de un hombre.” El sirviente dijo, “Nada puedo hacer.” Entonces Dione dijo, “Tendrás dinero para pagar tu libertad, pero llévanos a él.” El sirviente dijo, “¿Mi libertad? Pero…el amo ahora no puede ser útil a nadie.” Dione dijo, “¿Qué quieres decir?” El sirviente dijo, “Lo verán enseguida!¡Adelante!”
     Llegaron a su habitación, y Salustio se encontraba rendido, en una plena inconciencia. El sirviente dijo, “Estuvo bebiendo toda la noche. Nos prohibió que entráramos en su alcoba.” Dione dijo, “¡Oh Dioses! Yo confiaba en que él podría ayudarnos. ¿Qué haremos?” Nidia dijo, “Ir al circo sin perder más tiempo.” Dione dijo, “¡No nos dejarían llegar hasta la tribuna para hablar con el edil! Salustio, como magistrado, es el único que conseguiría suspender la sentencia.” El sirviente dijo a Caleno, “Tú y yo intentaremos reanimarlo con un baño de agua fría.” Caleno dijo a Dione y Nidia, “Ustedes esperen en el salón contiguo.” Minutos después, ambos hombres vertían agua fría sobre Salustio, diciendo, “¡Salustio!¡Salustio, despierta!” Salustio exclamó, “¡Hummm!”

     Mientras tanto, Lydon iniciaba otro violento combate. En el vigoroso retador, la idea de ganar el dinero para liberar a su padre, se habia convertido en una obsesión. Por su parte, aquel formidable rival tampoco estaba dispuesto a dejarse vencer, y exclamó, “¡No podrás conmigo, Lydon!” Al fin de un largo rato, el gladiador cayo por tierra, al recibir un tremendo golpe de Lydon, Y dijo, “¡Ya, ya!¡Basta!¡Has ganado!” Se empleaban las armas más variadas, uno a uno, Lydon fue eliminando a sus contendientes.
    Lydon se inclinó ante el edil, en señal de reverencia, y al escuchar el atronador aplauso del público, lo embargó una satisfacción instintiva, y pensó, “¡Lo conseguí!” El público gritaba, “¡Gloria al victorioso!” Mientras tanto, en las galeras, Olinto se estremeció con una sorpresa angustiosa. Un centurión gritaba, “¡Vamos entren miserables cristianos!” En ese momento entraba Medón con otros hombres y mujeres. Olinto exclamó, “¡Medón!¿Que ha sucedido?”
    Medón dijo, “Nos atraparon a todos cuando rezábamos por la salvación del alma de Glauco.” Un centurión ordenó, “¡De prisa!” Otro de los centuriones dijo, “¡Ateniense, te ha llegado tu hora!” Glauco reconoció a Olinto y dijo, “¡Olinto hermano! Dame un último abrazo, tal vez pronto nos reunamos.” Glauco y los cristianos fueron conducidos a la arena, mientras Lydon recibía la corona del laurel. El público enloqueció de alegría, comprendiendo que iba a disfrutar de un sangriento espectáculo. “¡Sangre, Sangre, Sangre!” Lydon se sorprendió al mirar la llegada de aquellos hombres y mujeres.
     Los prisioneros poseídos de un fervor místico comenzaron a entonar un himno. “♫Señor Dios ♪en el cielo ♫ y en la Tierra estas ♪” Lydon identificó a su padre dentro de grupo cristiano, y pensó, “¡Padre!” Enseguida, Lydon se dirigió al edil y, señalando a su padre, le gritó al edil, “¡Edil, cambio la corona del triunfo por la vida de ese hombre!” Pero el edil le dijo, “¿Qué? Son cristianos. Todos deben morir.” Pero Lydon dijo, “¡Mi padre es esclavo!¡He luchado por conseguir su libertad!¡Déjalo vivir!” A lo lejos Julia pensó, “¡Medón! No sabía que mi esclavo fuera cristiano.”
     Medón se acercó a Lydon y le dijo, “¡No supliques Lydon! Si Dios quiere que muera con mis hermanos, asi será.” Glauco pensó, “Con qué facilidad se resignan a la muerte.” Un hombre gritó, “¡Dejen salir a los leones!” Pero en ese instante llegaba Salustio agitado, gritando, “¡Alto, suspendan la ejecución!¡Glauco es inocente!” Lo seguían Caleno, Nidia y Dione. Salustio agregó, “¡Detengan al verdadero asesino!¡Es Arbases, el egipcio!” Enseguida, Salustio apuntó hacia Caleno, y gritó, “¡Ese hombre presenció el asesinato.” Caleno gritó, “Asi es, y estoy dispuesto a ratificar mi acusación ante los jueces del tribunal.”

     Al escuchar aquellas palabras, Arbases, el gran sacerdote, se sintió acorralado, y pensó, “¡Mil veces maldito!¡Traidor! Se atrevió a denunciarme.” Eran momentos de tensión, la noticia se extendía de boca en boca, por todas las graderías del circo. La gente empezó a gritar, “¡Es el egipcio quien mató al muchacho!” “¡El griego es inocente!” Arbases debía hacer frente a la situación, y dijo, “¡Soy víctima de una calumnia infame! ¡Ese hombre es falso testigo, es capaz de todo por dinero!”
     Un clamor estruendoso se levantó de entre la multitud. “¡Libertad al ateniense!¡Arrojen al egipcio a las fieras!” El sacerdote ciego de ira, perdió el dominio de sí mismo, y se lanzó hacia su acusador con un cuchillo, diciendo, “¡Vas a morir, hijo de Atenas!” De pronto se escuchó el sordo trepidar de la tierra. BRUMM. Arbases se detuvo y exclamó, “¡Por Isis justiciera!” Un infernal terremoto de fuego, surgió del Vesubio con aterradora violencia.
    Fue en aumento la intensidad del terremoto, produciendo una desquiciante confusión. La gente gritaba, “¡Yiaaayy!” “¡Salgamos de aquí!” Dione abrazó a Nidia y dijo, “¡Oh Nidia!¡Tengo miedo!” Nidia le dijo, “¡La gente ha enloquecido!¡Calma, la sacare de aqui!” Al estruendo de la erupción, se agregaban los gritos ensordecedores, los lamentos, las angustia de aquella muchedumbre enajenada. “¡Déjenme pasar!” Continuaba el sordo retumbar subterráneo, a través de las galeras, Lydon conducía hacia la libertad al grupo cristiano, diciendo, “¡Vamos de prisa!” Saltando ágilmente, Glauco buscaba la  forma de reunirse con Dione, gritando, “¡Dione!” Nidia le contestó, “¡Acá estamos, Glauco!”
    La noche parecía llegar en pleno día, sobre toda la ciudad se iba extendiendo una espesa capa de humo y ceniza. En ese momento, Arbases le salio al encuentro a Glauco, diciendo, “¡Maldito griego!” Glauco exclamó, “¡Arbases!” Arbases le dijo, “¡Dione será mía!” Glauco detuvo su mano, diciendo “Eso nunca, asesino.” Mientras ambos luchaban, enormes grietas comenzaban a surcar el sueño de Pompeya. Dione gritó, “¡Glauco!” Cuando de repente Arbases exclamó, “¿Eh?” Una grieta se abría bajo sus pies. Mientras caía, Arbases gritó, “¡Nooo!¡Sálvenmee!” Era el fin del gran sacerdote de Isis, el último vástago de la dinastía de hechiceros egipcios.

     Por las calles de la ciudad, avanzaba una marea humana hacia el embarcadero, gritando, “¡Tenemos que huir de aquí!” Dione dijo, “No te aparte de mí, Nidia!” La muchedumbre avanzaba implacable. Mientras tanto, en otra parte, Burbo estando con su esposa, decía a Caleno, “¡Caleno, vamos por el tesoro del Templo de Isis!” Caleno le dijo, “¡Sí, carguemos con él!” Muy pronto, los ambiciosos Burbo y Caleno pudieron contemplar las arcas repletas de joyas. Caleno exclamó, “¡Qué maravilla!”
     De repente, se escuchó un tronido en el techo, y la esposa de Burbo volteo hacia arriba y dijo, “¿Quee…?¡Salgamos!” BROOM. El techo del templo se desplomó. Afuera una mujer gritaba, “¡Mis hijos!¿Dónde están mis hijos?” La lava del Vesubio llegaba a la ciudad, arrasándolo todo a su paso. El edil Panza, huía en su carruaje del avance de la lava. Pero se cayó.
     El Edil Panza no logro levantarse rápidamente y una grieta se abrió tragándoselo. Diomedes con su hija y Claudio, se habia refugiado en el sótano de su finca, y dijo, “Aquí no nos pasara nada.” Poco después, la puertecilla no pudo contener el avance de la candente lava. Su hija gritó, “¡Padree!” Diomedes gritó, “¡No quiero morir!” La ciudad iba quedando completamente destruida. El volcán continuaba haciendo erupción.

     Un centenar de cristianos habían logrado salvarse al buscar refugio en una apartada colina. Uno de los cristiano dijo a lo lejos, viendo la ciudad, “¡Ese fue un castigo divino! Pompeya, la ciudad del pecado ya no existe.” Con la erupción del Vesubio, ese día murieron muchos miles de seres humanos. La orgullosa Pompeya quedó sepultada en un mar de cenizas y lava. Glauco y sus amigos lograron embarcarse en una nave que los llevaría a Grecia. Glauco miraba a lo lejos la destrucción y decía, “¡Por los Dioses, parece una pesadilla!” La playa se llenaba de vapor de agua cuando la lava llegaba al mar.
    Horas después, la claridad de la Luna llena se reflejaba sobre las olas del mar. Nidia, quien iba en el barco, pensaba, “Dione merece que la hagas muy feliz, Glauco.” Todos los viajeros y tripulantes, dormían profundamente. Nidia pensaba, “Para mí, la vida no tiene ya ningun interés…solo deseo que al recordarme no se amargue tu felicidad, amado ateniense. Con cuanto amor hablas de Grecia, de sus viñedos y olivares, de sus niños sonrientes y alegres…pronto estarás allá, Glauco.” Nidia se deslizó hacia la popa de la embarcación. La brisa jugaba con su cabellera. Aspiró el olor salino. Nidia pensó, “Ese amor era lo único que me ataba a la vida.” Nidia se arrojó a las oscuras aguas, para unir tinieblas con tinieblas.

    Por la mañana, fue descubierta la desaparición de Nidia. Glauco dijo a Dione, “La busque ya por todos los rincones de la barca.” Dione dijo, “Entonces…ella…¡Oh, Glauco!” El griego no respondió. Una emoción grande le cerraba la garganta. Finalmente, Glauco dijo, con su mirada hacia el mar, “¡Que triste destino el tuyo, mi pequeña, mi Nidia querida!” Dione abrazó a Glauco, y dijo, llorando, “Aprendí a quererla como una hermana.” Glauco dijo, “En Atenas construiré un monumento a su memoria.”

     Cinco días más tarde, la embarcación llegaba a las costas de Grecia. Se hacia realidad la esperanza de una nueva vida. Al caminar por las calles de Atenas, Dione dijo a Glauco, “Fue aquí donde te conocí, en el templo de Minerva. ¿Recuerdas?” Pero en medio de su radiante dicha, el recuerdo erguiría empañando las horas del crepúsculo…porque jamás podrían olvidar aquél día, cuando presenciaron la destrucción de Pompeya.


Tomado de, Novelas Inmortales, Año II, No. 106. Noviembre 18 de 1979. Adaptación: Albert D´ Artegué. Guión: Juana Cruz de Santos. Segunda Adaptación: Jose Escobar.