Club de Pensadores Universales

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jueves, 22 de junio de 2023

El Caballero de Harmental de Alejandro Dumas

     Los Conspiradores, título original en francés: Le Chevalier d'Harmental, es una novela escrita por Alexandre Dumas y Auguste Maquet, publicada en 1843. Dumas reelaboró una versión preliminar de Maquet; éste fue el comienzo de su colaboración, que produciría dieciocho novelas, y muchas obras de teatro. La dramatización de la novela, en cinco actos, un prólogo, y diez cuadros, se representó por primera vez el 16 de julio de 1849, en el, Théâtre-Historique, de París. Fue adaptada a una ópera, Le Chevalier d'Harmental, de André Messager, con libreto de Paul Ferrier, que se estrenó el 5 de mayo de 1896.

     La novela está ambientada en 1718, y su tema es una conspiración contra la regencia de, Philippe d'Orléans, quien dirigió Francia durante la infancia de Luis XV. La novela posterior de Dumas y Maquet, Une Fille du Régent, o, Una Hija del Regente, presenta algunos de los mismos personajes.

     George Saintsbury describió la novela como, "generalmente clasificada entre las obras maestras [de Dumas]"; El mismo Dumas sintió que la novela tenía tanto fortalezas como debilidades. Richard Stowe, el biógrafo de Dumas, la calificó como la mejor de sus novelas, ambientada durante el reinado de Luis XV.

     Una sección de la novela que involucra una calle llamada, "Rue du Temps-Perdu" o, Calle del Tiempo Perdido, puede haber inspirado el título de, À la Recherche du Temps Perdu, o En Busca del Tiempo Perdido, de Marcel Proust. (Wikipedia en Ingles)

    Esta historia nos transporta al año 1718, fecha en que se produjo el primer intento de derrocar al duque, Felipe de Orleáns, regente de Francia.

     Éste intento se conocería como, “La Conspiración de Cellamare”. Una noche el barón René de Valef, y su amigo Raúl de Harmental, tienen un altercado con unos desconocidos, retándose a duelo para la mañana siguiente. El problema es que Valef y Harmental, necesitan un compañero, ya que sus adversarios son tres; así Valef, para emparejar las cosas, recurre al primer caballero que se cruza en su camino: el capitán Roquefinnette. El duelo, del que saldrían bien librados, serviría para trabar una gran amistad. 

     Harmental, acepta formar parte de un proyecto que le promete gloria y riquezas. De hecho, Harmental estaba desilusionado por el intempestivo rompimiento con su amante, la señora de Averne, que le hacía olvidar la ingratitud de los nobles quienes, debido a sus intrigas y luchas internas, olvidaron los servicios prestados por el caballero de Harmental al rey Luis XIV, despojándolo incluso de su regimiento. Asi, su juventud y sus deseos de olvidar los recientes sucesos, le llevan a aceptar secuestrar al regente de Francia, y trasladarlo a España, para lo cual, contará con la ayuda de su nuevo amigo, el capitán Roquefinnette. 

    Para llevar a cabo el proyecto, Harmental, a fin de no levantar sospechas, se muda a una pensión haciéndose pasar como un simple ciudadano; ahí conocería a un singular personaje llamado Juan Buvat, quien tendría una participación muy decisiva en los planes trazados por Harmental, y conocería también a su bella vecina Laura, que tenía aspiraciones artísticas como él, quien tiene una historia muy trágica, que revelaría su origen noble. Ambos jóvenes, encuentran uno en el otro, el complemento perfecto de sus vidas; lo único que le preocupa, ahora a Harmental, es la conspiración en que se encuentra envuelto, y que le podría costar la vida; pero, como tiene su palabra de caballero comprometida, no le queda más que continuar.

 

Argumento escrito por TedSald

     La Conspiración de Cellamare, fue un complot urdido por España, en 1718, para quitarle la regencia del reino de Francia, a Philippe d'Orléans. Toma su nombre de Antonio del Giudice, príncipe de Cellamare, embajador en Francia del rey de EspañaFelipe V.

Historia

    A instancias del Abbé DuboisSecretario de Estado de Asuntos Exteriores, Francia formó la, Cuádruple Alianza, con Gran Bretaña, las Provincias Unidas, y el Sacro Imperio Romano Germánico, para combatir las pretensiones de Felipe V de España, nieto de Luis XIV, que soñaba con portar la corona de Francia, a pesar de la renuncia obligada en los, Tratados de Utrecht, en caso de muerte de Luis XV.

     La duquesa de Maine, esposa de un bastardo legitimado de Luis XIV, Luis-Augusto de Borbón, intrigaba contra el regente, porque éste último, había hecho quebrantar el testamento del viejo rey, y había destituido a su marido de cualquier cargo político. Asi, la duquesa entró en correspondencia con el Primer Ministro de España, el cardenal italiano, Giulio Alberoni.

     Con el apoyo del embajador del rey de España, pronto se fraguó un plan de conspiración en el séquito de la duquesa. Hubo una de sus doncellas, la baronesa de Staal-Launay, que dejó memorias, el cardenal de Polignac, el duque de Richelie, y varios personajes de menor importancia. Se tramaron todo tipo de planes fantasiosos: destituir al regente, asignar la regencia a Felipe V, que convocaría a los Estados Generales ... La ejecución fue tan viciada como el diseño: los conspiradores habían transcrito documentos comprometedores que
 Jean Buvat (1660-1729), escritor en la biblioteca del rey, habia transcrito en español.  Querian enviarlos a España por medio de  Alberoni. Cuando Buvat descubrió la conspiración, aterrorizado, se apresuró a contarle todo a Dubois. El abad le dio la orden de venir a informarle todos los días.

     Abbé Dubois dejó pasar los despachos, confiados a un joven abad español que había arrestado en Poitiers, el. El 9 de diciembre, el regente arrestó al príncipe de Cellamare, inmediatamente expulsado, y a todos los que habían tomado parte en la conspiración: el duque de Maine , enviado a la fortaleza de Doullens , la duquesa exiliada a Dijon , el duque de Richelieu colocado en la Bastilla ... Todos obtuvieron su indulto pocos meses después.

     Esta conspiración no fue la única contra la regencia. También estaba la de Pontcallec, en la que algunos nobles bretones querían ver en el trono a Felipe V.

    El 9 de enero de 1719, Francia aprovechó la oportunidad para declarar la guerra a España, lo que ya había hecho Gran Bretaña el 27 de diciembre, entrando en la Guerra de la Cuádruple Alianza. (Wikipedia en Frances)

El Caballero de Harmental

de Alejandro Dumas. 

      En la provincia de Nirvenais, Francia, se encontraban los dominios de la familia Harmental, la más importante de la región. En estos momentos el lugar estaba de luto, Sire Gastón de Harmental, había muerto. Raúl, el único hijo del fallecido, había quedado solo en el mundo. Raul, estaba sentado en el que fuera el escritorio de su padre y pensaba, “Ahora que mi padre ya no está, ya no hay nada que me retenga aquí. Estas tierras me proporcionarán una excelente renta para vivir. Tengo un buen y fiel administrador que se ocupará de ellas. Lo mejor que puedo hacer, es marchar a París, es lo que siempre he deseado. Mi tío, el conde Torigni, me ayudará a entrar en la corte.”

     Días más tarde, Raúl de Harmental se encontraba en París, y su primera visita fue para el conde de Torigni,, quien le dijo al recibirlo, “Querido sobrino, me alegra que hayas venido.” Raúl le dijo, “Ya nada tenía que hacer en Nirvenais, la provincia no da ninguna posibilidad de destacarse.” Torigni le dijo, “Lo entiendo, desgraciadamente yo hace tiempo que no frecuénto la corte, por lo que no podré introducirte en ella.” Raúl le dijo, “Contaba con que siendo tu sobrino, se me abrirían las puertas de los grandes salones.” Torigni le dijo, “No te preocupes, hablaré con el Mariscal Villers, él es un buen amigo mío, y no tendrá inconveniente en ayudarte.” Raúl dijo, complacido, “Lo que más deseo es ingresar al ejército. Allí es donde uno más puede destacar.” Su tío dijo, “Si se es valiente, y si se está dispuesto en poco tiempo, se puede conseguir la Gloria.” Raúl le dijo, “¿Cuándo podré conocer al mariscal?”
     Torigni le dijo, “Hoy mismo, le enviaré una invitación para que venga a cenar mañana, y te lo presentaré.” Raúl dijo, “Gracias tío.” Al día siguiente, cuando Raúl llegó a la casa del conde Torigni, el mariscal ya se encontraba allí. Torigni presentó a Raúl, “Éste es mi sobrino Raúl de Harmental, del que estábamos hablando.” El mariscal Villers dijo, “Me da gusto conocerlo. Su tío me decía que tenía usted interés en ingresar al ejército.” Raúl le dijo, “Así es, mariscal.” Villers dijo, “Bien, estoy al mando de un regimiento, y desde ahora usted formará parte de él.” Raúl dijo, “¡Señor, cómo agradecerle tanto honor!” Villers dijo, “Portándose como un valiente. Dentro de unos días, debemos iniciar una campaña decisiva para Francia.”
     Torigni dijo, “Continúa mal la situación, ¿Verdad?” Villers dijo, “Así es, mi querido amigo. Hoy estuve con su majestad, quien tiene todas sus esperanzas puestas en mi ejército.” Era el último periodo del reinado de Luis XIV, y las cosas se presentaban llenas de reveses. Villers dijo, “Hemos sido derrotados en Hochstett, y en Ramillies. Toda Europa reacciona contra Francia.” Torigni dijo, “No podemos sostener la guerra, y tampoco podemos conseguir la Paz.” Villers dijo, “Exactamente, por eso el rey espera que en esta campaña, derrotemos a nuestros enemigos.” Raúl dijo, “Así será, Francia jamás se ha inclinado ante nadie. Es mejor perder la vida, que el honor.” Villers dijo, “Me satisface que hable así. Mañana preséntese en el regimiento, para darle su nombramiento oficial.” Raúl dijo, “Lo haré señor. Ya estoy deseoso de encontrarme en el campo de batalla.”
     Quince días después, el deseo de Raúl de Harmental se cumplía. En la lucha, Raúl se condujo como hombre que de un solo golpe, quiere alcanzar la fama. Durante horas, la batalla fue intensa. Finalmente concluyó con una gran victoria para Francia. Al término de la batalla, Raúl portaba una espada, y se acercó a Villers, diciendo, “Mariscal, he aquí en la espada del conde Albemarle, quien comandaba el ejército español.” Villers dijo, “Lo felicito, se ha portado usted como un héroe. ¡Oh, pero está herid!” Raúl dijo, “Solo levemente. No vale la pena hablar de ello.” Entonces Villers dijo, “¿Se sentiría con fuerzas para hacer sesenta leguas a caballo sin detenerse un minuto?” Raúl dijo, “Me siento capaz de todo para servir al rey y a usted.” Villers dijo, “Entonces partirá de inmediato, y se presentará en Versalles. Allí hablará con el duque de Maine.” Villers dijo, “Le dirá todo lo que acaba de suceder, y le anunciará que pronto llegará el correo con la parte oficial. Si él lo considera conveniente, y lo lleva ante el rey, entére a su majestad de lo que sucedió.”
     Raúl dijo, “Así lo haré, señor.” Raúl, consciente de la importancia de su misión, partió a todo galope. Dos horas más tarde, estaba en Versalles ante el duque de Maine. UN hombre lo recibió, y tras leer su carta dijo, “Venga conmigo. Esto hay que comunicárselo al rey de inmediato.” Poco después, Raúl se encontraba ante el Luis XIV. El hombre que lo recibió, dijo, “Majestad he aquí el portador de grandes noticias.” Luis XIV dijo, “Me imagino que serán del campo de batalla. ¿Qué ha ocurrido?” Raúl dijo, “Sire, Danain ha sido tomado. El conde Albemarle está prisionero. Francia ha vencido.” Luis XIV dijo, “¡Loado sea Dios¡ Cuénteme cómo fue.” Raúl hizo el relato de la batalla, y cuando terminó, Luis XIV le preguntó, “¿Y nada me dice de usted? A juzgar por la sangre que cubren sus ropas, tomó parte en la lucha.” Raúl dijo, “Sire, me porté lo mejor que pude. Pero si algo hay que decir de mí, eso corresponde a mariscal Villers.” Luis XIV dijo, “Está bien, ya hablaré con él. Ahora vaya a descansar. Debe estar muy fatigado.” Raúl dijo, “Gracias majestad.”
     Días más tarde, mientras Raúl se encontraba en su casa de París, gozando de permiso, llegó un sirviente y le dijo, “Señor, han traído esto para usted. Viene del ministerio de guerra.” Raúl dijo, “Gracias Matías.” De inmediato, Raúl abrió el sobre, y pensó, “Me han nombrado coronel. No hay duda de que he empezado con suerte en mi carrera militar.” Empezó una época de triunfos y bonanzas para Raúl. Pero tres años más tarde, Luis XIV dejó de existir. Entonces, una tarde, Raúl se encontraba con su mejor amigo, el barón René de Lavef, quien le dijo, “¿Te das cuenta de lo difícil que se presentan las cosas para Francia, ahora que el rey ha muerto?” Raúl le dijo, “Sí, ¿Quién irá a suceder? ¿Quién quedará de regente, hasta que Luis XV tenga edad para gobernar?” Lavef le dijo, “Ya desde antes que el rey muriera, se habían formado dos partidos el encabezado por el duque de Maine…” Raúl dijo, “…y el representado por Felipe de Orleans. Pero el duque siempre estuvo junto al monarca, que gozaba de su afecto.”
     Lavef dijo, “El rey lo nombró regente, pero no se puede negar que no tienen la fuerza suficiente para defender su lugar.” Entonces, Raúl le dijo, “¿Te das cuenta que si queda de regente, Felipe de Orleans, la vieja corte caerá en desgracia?” Lavef dijo, “Así es, y todos los que son adictos al duque, serán marginados.” Raúl dijo, “Si se entabla una lucha por el poder, yo me pondré del lado de aquellos a quienes debo gratitud.” René de Lavef dijo, “O sea, junto al duque de Maine. Yo también lo haré, aunque esperemos que no sea necesario.” Pero el parlamento ignoró la última voluntad de Luis XIV, y nombró regente a Felipe de Orleans. Entonces, en una siguiente reunión que Raúl tuvo con Rene de Lavef, ambos discutieron el asunto.
     Raúl dijo, “¡Es inconcebible! ¡Le han quitado al duque todos los poderes que le había conferido el rey!” Lavef dijo, “Se está desterrando a todos los que formaban la corte. La duquesa de Maine se refugió en Sanit Cyr.” Raúl dijo, “Y el señor duque se encerró en su Villa de Scaux.” Después de esto, Raúl leal a los señores de la vieja corte, no regresó a palacio real. Y una noche leyendo, y editando en su biblioteca, pensó, “Considero de muy mal gusto a la gente que sin recordar favores pasados, se inclina ante los nuevos poderosos.” Su actitud fue interpretada como oposición, y una mañana, su sirviente, vino y le entregó una carta, diciendo, “Señor, esto acaba de llegar.” Raúl tomó el sobre, lo abrió, y dijo, “¡Ah con que me quita mi grado! ¡Esto es el colmo de la injusticia!” Raúl hizo una pausa, y enseguida dijo, “No lo voy a permitir. ¡Echar por tierra así todas mis esperanzas de una brillante porvenir! Mi servicio es el rey fue excepcional, y deben tomarlo en cuenta. Iré a hablar con el mariscal Villers.”
     Esa misma mañana se dirigió a ver a su superior, quien le dijo, “Lo siento, pero no puedo hacer nada por usted. Su actitud ha sido muy negativa.” Entonces Raúl le dijo, “Señor, la fidelidad que debemos a las personas que el difunto monarca consideraba…” El mariscal lo interrumpió fríamente. Entonces Raúl dijo, “Con que se ha cambiado de bando.” Pero el mariscal Villers le dijo, “Está usted en un error. El regente es Felipe de Orleans y a él le debemos respeto y obediencia.” Consciente de que era inútil insistir, se retiró decepcionado, pensando, “Aún no puedo creer que el mariscal actúe así. Todo lo que es, se lo debe al duque de Maine.” Desde ese momento, Raúl se dedicó a sacarle el mejor partido a la vida. Y en una noche en una taberna, Raúl brindó, “¡Saludos amigos, por las bellas mujeres de París!” Ellos contestaron, “¡Salud!”
     Así pasaron tres meses, y una tarde, al regresar a su casa, encontró una carta en el vestíbulo. Al tomar el sobre y olerlo, exclamó, “¡Humm! Es de una mujer, y está deliciosamente perfumada.” De inmediato leyó. “Caballero: si su corazón es la mitad de valiente de lo que dicen sus amigos, se le ofrece una empresa digna de usted, que lo conducirá a algo tan brillante como jamás has soñado. La persona que lo guiará por este maravilloso camino, lo guardará esta noche, de 12 a 2, en el baile de la ópera. Irá encontrarlo, y llevará un lazo violeta en el hombro. Al acercarse dirá, ábrete sésamo. Si estás dispuesto, vera abrirse una maravillosa caverna.” Raúl terminó la lectura y dijo, “¡Ajá! Si el genio de la cinta violeta, cumple con la mitad de lo prometido, ha encontrado a su hombre.”
     Sin dudarlo esa noche se dirigió al baile de la ópera. Al llegar, Raúl pensó, “Va a ser difícil que me encuentren entre tanta gente. Daré una vuelta evitando a los conocidos.” Llevaba media hora allí, cuando, escuchó una voz femenina a su espalda, diciendo, “¡Ábrete Sésamo!” Rápidamente se volvió. Una mujer con antifaz y abanico, le dijo, “Gracias por haber venido.” Raúl le dijo, “No habría podido faltar a tan extraña invitación.” La mujer dijo, “Primero debo advertirle que si está dispuesto a entrar en la empresa de quien le hablé en la carta…” Raúl la interrumpió y dijo, “¡Por supuesto que estoy dispuesto!” La mujer le dijo, “Escuche, pude traerle gran fama, pero también el riesgo de perder la vida.” Raúl dijo, “Soy hombre que gusta de vencer el peligro. Considéreme a sus órdenes.”
     La mujer le dijo, “Antes de llevarlo al lugar donde se enterará de todo, debe jurar mantener el secreto.” Raúl dijo, “Lo haré.” La mujer agregó, “Debe prometerme que no revelará nada de lo que oiga, y acerca de las personas que verá.” Raúl hizo un ademán, y dijo, “Lo juro por mi honor.” La misteriosa dama le dijo, “Bien, ahora saldremos de aquí. Afuera deberá aceptar que le vende los ojos.” Raúl le dijo, “No tengo inconveniente.” Momentos después, salían del baile y se dirigieron a un oscuro callejón. Al mirar el carruaje, Raúl pensó, “El coche no tiene escudo de armas. Y el cochero y el lacayo, ocultan el rostro.” La mujer dijo, “Suba.” Una vez dentro del coche, la mujer lo vendó, y le dijo, “No se quite la venda por ningún motivo, hasta que yo lo indique.” Raúl le dijo, “Así lo haré.” El carruaje se puso en marcha, y el recorrido se hizo en absoluto silencio.
     Raúl pensó, “No sé en qué me he metido, pero lo que sea, espero salir bien librado.” Cuando el carruaje se detuvo, la mujer le dijo, “Venga, yo lo guiaré.” Subieron unas gradas, entraron en la casa, y luego a un elegante salón. La mujer dijo, “Espére aquí. Cuando sienta cerrar la puerta, puede quitarse la venda.” Cuando la mujer salió, Raúl se quitó el pañuelo, y exclamó, “¡Oh, qué hermoso salón!” Se encontraba frente al más maravilloso gabinete de señora, que pudiera imaginarse. Raúl pensó, “Y yo que pensaba que me traían para algo grave, pero creo que más bien se trata de una cita de amor.” En ese instante, se abrió la puerta, y entró de una bellísima dama, quien le dijo, “Caballero de Harmental, veo que no se han equivocado los que me han hablado de su decisión y valentía.”
     Raúl exclamó, “¡Duquesa de Maine!” La duquesa le dijo, “La misma. He recurrido a usted, ya que necesito un caballero que me ayude a librarnos del usurpador que regentea el reino.” Raúl dijo, “Si es mi vida lo que hace falta, para devolverle su antiguo poder, puede contar con ella.” La duquesa tenía más carácter que su esposo, y se negaba a aceptar la situación. Entonces, la duquesa dijo, “El varón del Valef no me engañó respecto a usted. Venga conmigo. Le presentaré algunas personas.” A continuación, se dirigieron a otro salón, donde dos caballeros esperaban. La duquesa los presentó, “El marqués de Pompadour, y el conde Brigaud.” Pompadour le dijo, “Bienvenido a caballero de Harmental.” Después de las presentaciones, se sentaron, y la duquesa tomó la palabra. “Vamos a poner en su conocimiento, la razón de esta reunión. Se trata, ni más ni menos, que de una conspiración contra el rey. En ella está el rey de España, mi esposo, y los aquí presentes, muchos otros nobles, y en su momento, se nos unirá la mitad del parlamento y tres cuartas partes de Francia.”
     Pompadour exclamó, “Exactamente así es.” En ese instante, se oyó el ruido de un coche que llegaba. La duquesa dijo, “Un momento, veré quién es.” La duquesa salió, y regresó a los pocos minutos. Raúl pensó al verla regresar acompañada, “¡Oh, viene nada menos que con el el embajador de España!” La duquesa dijo, “Pase, por favor, estamos deseosos de saber las novedades que nos trae.” Después de los saludos, el embajador empezó a hablar ante la expectación de los presentes. “Tengo buenas y malas noticias. Su majestad, Felipe V, se halla en uno de sus periodos de melancolía. No se le puede molestar, ni hablarle de ningún asunto.” La duquesa le dijo, “¿Entonces no podemos esperar su ayuda?” El embajador le dijo, “Por el momento no.” Entonces la duquesa dijo, “Pero, ¿Y la reina?¿Dónde van a pagar sus promesas y el pretendido imperio que tiene sobre su marido?” El embajador le dijo, “De ese imperio, ella promete dar pruebas.” La duquesa le dijo, “¿Y si luego falta su palabra?” El embajador dijo, “No lo hará, duquesa.” La duquesa dijo, “Yo creo que lo importante es comprometer al rey de España. Pero, ¿Cómo? sin una carta, ni siquiera un mensaje verbal.”
     El embajador dijo, “Yo traigo ese mensaje. Está a disposición de ustedes la fortaleza de Zaragoza. Busquen el medio de que el regente entre en ella, y sus majestades católicas no permitirán que salga de allí nunca más.” Pompadour dijo, “Eso es imposible.” El embajador dijo, “No lo creo así. Nada más simple, sobre todo con la vida que lleva el regente.” El embajador agregó, “Sólo se necesitan algunos hombres de confianza, y un coche bien cerrado, para llegar hasta la Bayona.” Pompadour dijo, “Ofrezco encargarme de ello. Puedo hacerlo con el conde de Pontiniac.” Pero la duquesa dijo, “No. Si la tentativa fracasa, el regente que los conoce, sabría de dónde vino el golpe, y estaríamos perdidos.” Pompadour dijo, “Es cierto. Tiene razón.”
     Entonces, Raúl haciendo un ademán propuso, “Señora, permítame que sea yo quien se encargue de la empresa. Ya le he ofrecido mi vida.” La duquesa dijo, entonces, “Han escuchado caballeros, debemos ayudar a este valiente a salir airoso.” El embajador dijo, “Las arcas de su majestad católica, están a su disposición.” El conde Brigaud dijo, “Haremos todo lo que sea necesario.” Raúl dijo, “Gracias señores. Necesito que me consigan un pasaporte para España, como si estuviera encargado de conducir al prisionero no de importancia.” Brigaud dijo, “Yo me ocuparé de ello.” Pompadour dijo, “Yo buscaré a los hombres de confianza que se necesiten para acompañarlo hasta España.” Raúl le dijo, “Lo que también me hará falta, es que me tengan informado de lo que hace el regente todas las noches. El embajador debe tener sus informantes al respecto, ¿Verdad?” El embajador dijo, “¡Ejem!...Bueno, sí…algunas personas me dan cuenta de eso…” Raúl dijo, “Entonces cuento con sus informes.”
     Brigaud dijo, “¿Dónde vive, señor Harmental?” Raúl contestó, “En mi casa, calle Richelieu, número 74.” Brigaud le preguntó, “¿Hace cuánto tiempo que habita allí?” Raúl dijo, “Tres años.” Brigaud dijo, “Entonces es demasiado conocido en el lugar. Deberá cambiar de casa. Los vecinos conocen a las personas que lo visitan, y si ven caras nuevas, pueden despertar sospechas.” Raúl le dijo, “Tiene razón, buscaré alojamiento en cualquier barrio alejado.” Brigaud dijo, “Yo haré eso por usted. Rentaré una habitación para un joven de provincia que viene a estudiar.” La duquesa le dijo, “Mi querido Brigaud, es usted insustituible.” Poco después, todos se despedían. Al día siguiente, cuando Raúl despertó, pensó, “No, no fue un sueño. Anoche estuve con la duquesa de Maine, y juré poner mi vida a su servicio. Su esposo es el verdadero regente. Felipe de Orleans es un usurpador. La voluntad del antiguo rey, debe cumplirse.” Ya era de noche, cuando se presentó el conde Brigaud en su casa, diciendo, “Le tengo un nuevo alojamiento. Es una agradable habitación en la calle, Tiempo Perdido, número cinco.” Raúl dijo, “Me parece bien, es un barrio tranquilo y alejado.”
     Brigaud dijo, “Me llevaré uno de sus trajes, para poder comprarle ropa a su medida, pero sencilla.” Raúl dijo, “Sí, en ese lugar llamaría la atención mi vestimenta. No corresponde en absoluto a la de un joven estudiante.” Al día siguiente, el conde Brigaud se presentó en casa de Raúl, cuando éste recién se había levantado. Brigaud le dijo, “He aquí los trajes, el pasaporte, y un papel donde está anotado lo que hará el regente esta noche.” La ropa era sencilla, como correspondía a un joven de familia burguesa. A continuación, el conde Brigaud dijo, “El pasaporte está a nombre de Diego de Lara, intendente de la noble casa de Oropesa, quien tiene la misión de llevar a España a un enfermo maniático, que se cree el regente de Francia.” Raúl dijo, “Esa es una buena precaución, por si se le ocurre gritar cuando vayamos en el coche.” Brigaud le dijo, “Exactamente. Ahora, el regente no saldrá hoy del palacio.”
     Raúl dijo, “¡Cómo! ¿No irá a ver hace su nueva conquista, la marquesa de Sabránd?” Brigaud dijo, “No, porque recibirá a cenar a su hija, la duquesa de Berry, que acaba de regresar de viaje.” Raúl dijo, “Ah, pero si continúa comportándose así, será difícil raptarlo y llevarlo a España.” Brigaud dijo, “Paciencia, ya se presentará la oportunidad. Ahora, vístase con sus nuevas ropas, y vámonos.” Mientras se desvestía, Raúl dijo, “Ayer despedí a los criados, diciéndoles que estaré por menos tres meses fuera.” Poco después, con un reducido equipaje, llegaban a la casa de la señora Denis. Brigaud lo presentaba, diciendo, “He aquí mi pupilo. Es un joven tranquilo, que como le dije, no le dará ninguna molestia.” La señora Denis dijo, “Confío en ello. Mi casa es honorable, y no permitió ningún tipo de incidentes desagradable.” Brigaud dijo, “No tenga cuidado. Él no recibirá ninguna visita, solo vendría yo.” La señora Denis dijo, “Eso me parece bien. Venga conmigo, joven. Lo llevaré a ver es la habitación. Estoy segura de que será de su agrado.” Subieron la escalera, y llegaron hasta una recámara ubicada en el tercer piso. Una vez dentro de la habitación, Raúl dijo, “La verdad es que está muy bien.”
     La señora Denis le dijo, “Me alegro que se sienta satisfecho.” Enseguida, la señora Denis agregó, “¿Prefiere comer aquí, o bajar al comedor?” Raúl le dijo, “Aquí. Tengo mucho que estudiar, antes de entrar a la universidad.” La señora Denis le dijo, “Como quiera, pero si alguna vez desea bajar, no hay inconveniente.” Brigaud agregó, “Bueno, será mejor que te dejemos, para que te instales. Mañana regresaré a ver cómo te encuentras.” Cuando Raúl quedó solo, y después de ordenar sus pertenencias, decidió observar el vecindario, y salio al balcón. Raúl pensó, “Las calle es bastante estrecha. En caso de verme perseguido, bastaría con un buen salto para pasar al frente, de la otra casa, a través del balcón. Por lo tanto, es importante que establezca buenas relaciones con los ocupantes de esa habitación.” Durante el día, Raúl miró varias veces hacia el frente, pero la ventana permaneció cerrada. Raúl pensó, “Quizá no se encuentra en la ciudad.” Pero al día siguiente, cuando se levantó, y abrió su ventana, Raúl exclamó, “¡Oh, qué mujer tan hermosa!”
     En ese instante, la joven alzó su cabeza y lo vio. Raúl dijo, “Buenos días.” La mujer dijo, “Buenos días, señor.” Antes de que pudiese decir algo más, Raúl pensó, “Se ha ruborizado. Quizá la miré con demasiada o fijeza.” Raúl continuó allí, por si volvía a salir. Pero al mirar por la ventana, Raúl notó que habia otra persona con ella, y pensó, “¿Quién será ese hombre? Parece mucho mayor para ser su esposo.” Hizo una pausa, y Raúl pensó, “Es muy bella nunca había conocido a alguien con una cara tan perfecta y dulce.” Poco después, una mujer con aspecto de sirvienta, cerró la ventana, y la joven no volvió a aparecer. Raúl pensó, “Creo que me he vuelto loco, esperando como un colegial que aparezca mi vecina.” La imagen de la bella muchacha, lo persiguió toda la mañana. Entonces, a la hora de comer, Raúl pensó, “¡Ya sé! Bajaré al comedor. Así preguntaré a la señora Denis, quién es.” De inmediato, se dirigió al primer piso.
     Al ir bajando las escaleras, Raúl dijo, “Buenas tardes señora. Decidí comer hoy aquí.” La señora Denis le dijo, “Me alegro, así no lo haré sola.” Cuando se sentaron a la mesa, Raúl llevó la conversación hacia donde le interesaba. “Es muy tranquilo éste barrio, ¿Verdad?” La señora Denis le dijo, “Así es, casi todos hemos vivido siempre por aquí.” Entonces, Raúl le dijo, “Yo aún no he visto a nadie, solo a la joven que vive en la casa de enfrente.” La señora Denis le dijo, “¡Ah, se refiere a la señorita Laura. Claro, las ventanas están muy cercanas. Es muy bella, ¿Verdad?” El joven consideró necesario, no mostrar mucho interés, y dijo, “No lo sé, solo la divisé, y me pareció que era joven.” La señora Denise dijo, “No debe tener más de diecinueve años. Vive acompañada de una sirvienta, llamada Nanette.” Raúl dijo, “Ah, ¿Es huérfana?” La señora Denis dijo, “La verdad no tengo idea. Es muy extraño. Ella y el señor Buvat, llegaron a este barrio hace unos ocho meses. Nadie ha podido saber qué parentesco los une.” Raúl dijo, “Quizás sea su padre.” La señora Denis le dijo, “No, él rentó un pequeño departamento para ella, y una habitación para él, en otro piso. Si fuera su padre, vivirían juntos.” Raúl dijo, “Tiene razón.” La señora
     Denis agregó, “Mucha gente ha pensado mal de ellos, pero no doy crédito a esas habladurías, aunque quién sabe…” Hubo una pausa, tras lo cual la señora Denis agregó, “Es una persona muy correcta. Dicen que es un calígrafo de primera. Trabaja en la biblioteca real, en la sección de manuscritos.” Raúl se levantó y dijo, “¿Y ella también trabaja?” La señora dijo, “He escuchado que borda como un Ángel, y que vende lo que hace a las damas de alcurnia.” Raúl dijo, “Claro esas cosas se pagan bien.” La señora dijo, “Se llama Laura, lindo nombre. No puedo creer que viva con ese hombre.” Como no pudo averiguar nada más, terminada la comida, Raúl se dirigió a su cuarto. Por la tarde, se presentó el conde Brigaud. Raúl le dijo, “¿Qué noticias me trae?” Brigaud le dijo, “No muy buenas. El regente se torció un tobillo y no podrá salir del palacio en varios días.” Raúl le dijo, “¡Eso sí que está mal! ¿Qué haremos ahora?” Brigaud le dijo, “Esperar. Ya tenemos gran parte del asunto preparado. Así que es mejor que usted  continúe aquí.”
     Raúl le dijo, “Ni siquiera puedo presentarme ante mis amistades. A los dos les dije que saldría de viaje.” Brigaud le dijo, “Esperemos que sean solo unos días. Aunque él cuándo se enferma, demora en recuperarse. La última vez que se refirió, pasó dos semanas en cama.” Raúl le dijo, “¡Qué contrariedad! ¡Jamás me imaginé que ocurriría algo así!” Cuando el conde se, fue Raúl se quedó pensando en la mejor manera de pasar el tiempo. Salió a su balcón, y al observar a una pareja caminar por la calle, pensó, “¡Oh, aquí viene Laura acompañada de ese hombre.” La pareja desapareció en el portal. Poco después, el hombre mayor dialogaba con Laura, diciendo, “Veo que se ha ocupado la habitación de enfrente, y por un joven. ¿Te había dado cuenta?” Laura dijo, “Sí, ayer cuando salí a regar las macetas.” La joven al hablar enrojeció notoriamente. Raúl no le había pasado en absoluto desapercibido. El señor Buvat pensó, “Ya lo había visto, y no me había dicho nada. Eso es extraño. Primera vez que no me cuentan algo.” Laura dijo, “Quizá es mejor abrir la ventana. Está haciendo mucho calor.” Buvat dijo, “Sí, Claro.” Buvat agregó, “Bueno, voy a subir a trabajar un rato. Bajaré a cenar.”
     Laura dijo, “Te avisaré cuando esté listo.” Juan Buvat subió a su cuarto, y se sentó ante su escritorio, pensando, “Mi pequeña Laura, ha crecido. Yo siempre la veo como una niña. Creo que ese joven la ha impactado. Se ruborizó y se puso nerviosa cuando hablé de él. Debo estar alerta. La he protegido siempre, y lo seguiré haciendo, aunque quizá estoy equivocado.” Buvat cerró los ojos, y se perdió en sus recuerdos, trasladándose a la época cuando era un joven de diecinueve años, cuando pensaba al ver a su madre, “Mi madre trabaja demasiado para que yo pueda estudiar, y la verdad, no es lo que más me agrada hacer.” Él tenía una facilidad extraordinaria para la caligrafía. Sus letras eran verdaderas obras de arte. Buvat pensaba, “Me dedicaré a maestro calígrafo. En un año de práctica, podré llegar a ser el mejor.” Así, en contra de la voluntad de su madre, que deseaba una mejor profesión para él, Buvat dejó la escuela. Y al cabo de un año, Buvat pensó, “Tuve razón al decidir hacer esto. Tengo muchos alumnos, y puedo dar a mi madre una vida tranquila.”
     Dedicado a su trabajo, y a cuidar a su madre, no le quedó tiempo para nada más. Así pasaron diez años. Un día, Buvat pensó tristemente, “Me he quedado solo. ¡Madre, qué falta me vas a hacer!” Después de una larga enfermedad, la señora Buvat había dejado de existir. Buvat pensó, “Ahora este lugar es demasiado grande para mí. Pero no me mudaré. Aquí están todos mis recuerdos.” Buvat vivía en las buhardillas de una gran casa dividida en elegantes departamentos. Buvat pensaba, “Cerca de aquí tengo a mis alumnos, y la renta es bastante económica.” En esos días llegó a ocupar el departamento en primer piso, una pareja de recién casados. Una mañana, una de las trabajadoras le dijo, “¡Buenos días señor Buvat, ¿Ya conoce a los nuevos inquilinos?” Buvat le dijo, “No aún no los he visto.” La mujer le dijo, “Es una pareja encantadora. Él se llama Alberto de Rocher, un brillante oficial al servicio del Duque de Orleans. Y ella es una joven muy fina. Imagínate que su madre fue dama de compañía de la esposa del hermano del rey.” Buvat dijo, “Por lo que me dice, es gente muy importante.” La mujer dijo, “¡Por supuesto! Esta casa siempre se ha distinguido por la calidad de sus inquilinos.” Buvat dijo, “Así es, señora Vanart.”
     Un año después, la pareja tuvo un niño, y cuando éste cumplió los cinco años, le pidieron a Buvat, que le diera clases de caligrafía. Así, un día, el señor Rocher dijo a Buvat, “¿Qué tal alumno es mi pequeño, señor Buvat?” Buvat le dijo, “Progresa de un modo asombroso. A pesar de su corta edad, lo hace muy bien.” Padres y maestro, se sentían muy orgullosos de la inteligencia del niño, pero cuando éste cumplió seis años, contrajo el sarampión. Un día Buvat fue a visitar su alumno, y al entrar en la habitación, dijo, “¿Cómo amaneció Jorgito señora Rocher?” Ella le dijo, “Yo lo veo muy mal, aunque el doctor dice que hay que tener fe, que sanará.” Pero, a pesar de todos los cuidados, en el pequeño dejó de existir. Tras la pérdida, la señora Rocher dijo a su marido, “Jamás me podré conformar de ya no tener a mi hijito adorado.” El señor Rocher le dijo, “Clarisa, amor mío, mi dolor es tan grande como el tuyo, pero aún nos tenemos el uno al otro.” Buvat compartió sinceramente el dolor de los padres, ya que verdaderamente quería al niño. Entonces el señor Rocher dijo, “Su compañía nos ha ayudado mucho. Después de nosotros, a la persona que más quería Jorgito, era usted.”
     Así pasaron los meses, y una tarde que los Rocher comían con Buvat, el señor Rocher dijo, “¿No es muy pesado su trabajo como maestro? siempre ir de una casa a otra enseñando.” Buvat le dijo, “Sí, y no siempre es reconocida mi labor.” Entonces el señor Rocher le dijo, “¿No le gustaría trabajar en la biblioteca real? Allí los buenos calígrafos tienen un gran porvenir.” Buvat dijo, “Qué más quisiera, pero es muy difícil conseguir entrar. Hay que tener buenas relaciones.” El señor Rocher dijo, “Hablaré con el duque de Orleans. Estoy seguro que él intercederá por usted.” Buvat le dijo, “¡Cuánto se lo agradezco! Ojalá sea posible.” Días más tarde, Buvat recibió un nombramiento de empleado de la biblioteca real.
     Al leer su nombramiento, Buvat pensó, “Qué bueno ha sido el señor Rocher. Espero algún día poder pagarle todo lo que ha hecho. Ya no tendré que seguir dando clases. Con lo que me pagan, será más que suficiente para mis gastos.” Un año después de este suceso, Clarisa de Rocher, dio a luz una niña. Cuando Buvat la conoció en su cuna, exclamó, “Es preciosa. Ah, en cuanto pueda tomar la pluma, le enseñaré a escribir.” El señor Rocher dijo, “Calma, por lo menos pasarán cuatro años antes de que eso suceda.” Así en plena felicidad para todos, pasaron cinco años, hasta que un día, Buvet llegó a visitar a los Rocher, y dijo, “Buenas tardes. ¿Está lista la pequeña Laura para recibir su lección?” Clarisa dijo, “Sí señor Buvat, se encuentra en el comedor. ¡Sniff! ¡Sniff!” En ese instante, Buvat se dio cuenta de que algo sucedía, y dijo, “¿Pasa algo malo?” El señor Rocher dijo, “El duque de Orleans debe partir a combatir a España, con su regimiento, y yo debo acompañarlo.” Buvat dijo, “Oh, entiendo…” El señor Rocher dijo, “Volveré sano y salvo, mi amor. No te preocupes.” El día antes de la partida, Alberto Rocher subió a hablar con Buvat, “Me marcho muy preocupado. Clarisa no está bien. Ha adelgazado y la nóto muy decaída.”
     Buvat le dijo, “Debe ser la preocupación. Ya verá que cuando usted regrése, se repondrá.” Rocher dijo, “Eso espero. Le ruego no deje de visitarla.” Buvat dijo, “Vaya tranquilo. Yo velaré por ella, y por Laura.” Alberto partió dejando a Clarisa inconsolable. Con el correr del tiempo, una mañana Clarisa llegó muy desconsolada, y dijo a Buvat, “Ya pasó más de un mes, y no sé nada de él.” Buvat le dijo, “Recuerde que España está lejos. Él volverá lleno de honores y medallas.” Pero siguieron pasando los días, y una tarde, una señora llegó a buscar a Buvat, y le dijo, “Señor Buvat, la señora Rocher ha pedido que en cuanto llégue, pase a verla. Está muy desesperada.”  De inmediato se dirigió donde la dama, a la que encontró enflaquecida. Buvet le dijo, “¿Qué sucede, señora Rocher?” Clarisa le dijo, “Alberto…Alberto.” Clarisa sólo pronunciaba el nombre de su esposo, mientras le tendía la carta, que él apresuró a tomar y leer.
     La carta decía, “Señora, su marido ha muerto por Francia y por mí. Ni Francia ni yo podemos devolverle a su esposo, pero tenga presente que si un día necesita algo, la patria y yo somos sus deudores. Felipe de Orleans.” Alberto había muerto al evitar que una bala atravesara al duque de Orleans. Buvat dijo, “¡No es posible! ¡El señor rocher muerto!” Clarisa dijo llorando, “Mi Alberto no regresará nunca más. ¡No puedo soportar que tanto dolor!” Pero esa no era la única tragedia que esperaba a Clarisa. Entonces Buvat dijo, “Me ha dicho la portera que se trasladará a un departamento más pequeño del segundo piso.” Clarisa dijo, “Así es, éste es muy caro, y ya no tengo con qué pagarlo. Me queda muy poco dinero.” Buvat le dijo, “Pero en el ministerio de guerra, deben darle algo. Es usted viuda de un héroe.” Clarisa dijo, “Fui a hablar, pero me han dicho que solo el duque de Orleans puede dar la orden, y él está aún en España. Solo cuando él regrese, se podrá arreglar mi situación.” Buvat dijo, “¡Dios santo! ¡Cuánta injusticia!” Pasaron los meses, y el duque no regresó, debiendo Clarisa vender todo lo de valor que tenía.
     Un día, Clarisa dijo a Buvat, “Me siento muy mal, señor Buvat. Si me sucede algo, ¿Qué va a ser de mi hijita?” Buvat le dijo, “Se mejorará, el médico así lo ha dicho.” Pero él mentía por compasión. Una semana después, Clarisa dejaba de existir. La pequeña Laura exclamó, “¿Dónde está mi mamá? ¡Quiero verla!” Buvat pensó, “Pobrecita ha quedado sola en el mundo.” Buvat le dijo, “Laurita querida, ella se ha ido al cielo con tu papá. Yo te cuidaré.” Después del funeral, Buvat recogió las escasas pertenencias de la niña.  Mientras guardaba sus cosas, Buvat pensó, “La carta del duque de Orleans la guardaré, y se la daré a Laura, cuando sea mayor.” Desde ese momento, Buvat centró su vida alrededor de la pequeña. Buvat pensaba, “Yo gano bien. Le daré la educación que corresponde a su rango. Contrataré a una criada, para que la cuide.”
     Buvat encontró a una mujer buena y hacendosa, que se hizo cargo de Laurita, y pensó, “Tengo algunos ahorros de mi sueldo. Guardaré la mitad para su dote. Con el resto podré pagar maestros para que le enseñen. Volveré a dar lecciones, y con lo que gané, tendré para el alquiler, y los gastos de la casa.” Laurita creció siendo educada como la hija de la más noble familia. Cuando Laurita cumplió quince años, un empleado de la biblioteca real, dijo a Buvat, “Buvat, ¿Te has enterado de la noticia?” Buvat le dijo, “No. ¿Qué sucede?” El hombre dijo, “Dicen que el rey está abrumado por problemas económicos, y ha decidido dejar de pagar a los empleados.” Buvat dijo, “Bueno, eso será por este mes. Seguro que el próximo nos pagará los dos juntos.” Pero pasaron los meses, y no hubo dinero. Entonces, un día, el hombre dijo a Buvat, “Yo me largo. No estoy dispuesto a seguir trabajando gratis.” Pero Buvat le dijo, “No es justo. El rey nos ha pagado religiosamente durante año, y ahora que no puede, debemos esperar.” El hombre dijo, “Eso lo harás tú, pero yo no.”
     Buvat dijo, “Eres un ingrato. Su majestad necesita de nuestra cooperación.” Pero Buvat siguió en la biblioteca trabajando gratis, y sacando de sus ahorros, para solventar los gastos. Buvat pensaba, “No suprimiré los profesores de Laura, por ningún motivo.” Pero el dinero se fue acabando, y cuando la joven cumplió dieciocho años, Buvat buscó un lugar más económico para vivir. Un día Buvat dijo a Laura, “Laura, he encontrado un bonito departamento, en una tranquila calle. Creo que estaremos mejor allí.” Laura dijo, “Lo que usted disponga, tío, estará bien.” Buvat le dijo, “Tiene una sala, y una sola habitación. Allí se quedará tu y Nanette.” Laura preguntó, “¿Y usted?” Buvat le dijo, “Yo me quedaré en un pequeño estudio que hay en el último piso. Vas a ver que nos acomodaremos muy bien.” Días después, se trasladaron a la nueva vivienda. Un día,
     Laura le dijo a Nanette, “No entiendo por qué mi tío decidió que nos viniéramos a éste lugar.” Nanette dudo, diciendo, “Yo…” Laura dijo, “Sí Nanette, me lo vas a decir ahora mismo. Hace tiempo que sospecho que algo sucede.” Nanette le dijo, “Mi niña, el señor se enojará mucho si se lo digo.” Pero ante la insistencia de la joven, no tuvo más remedio que contarle la precaria situación en que se encontraban. Laurita dijo, “Pobre tío, que bueno es. Nunca podré pagarle todos los sacrificios que ha hecho por mí.” Esa noche cuando, Buvat regresó a casa, Laura lo recibió, y dijo, “Querido tío, he decidido que ya no necesito profesores. No hay nada más que puedan enseñarme.” No le costó mucho convencerlo, ya que los maestros le habían dicho que la joven ya tenía una preparación perfecta. Buvat dijo, “Como quieras hija. Aunque yo hubiera deseado que continuarán dándote lecciones.”
     Luego de esto, Laura encargó a Nanette que le buscara entre familias de dinero, trabajos de bordado. Y asi, un día, Nanette dijo a Laura, “Señorita, cada día son más los pedidos. Sus labores son muy apreciadas.” Laura le dijo, “Me alegro Nanette, así puedo ayudar con los gastos de la casa.” Buvat no pudo oponerse a que Laura trabajara, ya que ella insistió que era una distracción. Buvat pensó, “Dios me ha premiado, permitiendo que me hiciera cargo de Laura. Ha sido una verdadera hija.” Mientras Juan Buvat había estado perdido en sus recuerdos, en el piso de más abajo, Laura regaba las plantas del balcón. Raúl salió a su propio balcón, y le dijo, “Son muy lindas las flores de su balcón, señorita.” Laura dijo, “Gracias seño.”
     Raúl aprovechó para presentarse y le dijo, “Mi nombre es Raúl de Harmental.” Ella le dijo, “Yo soy Laura Rocher.” Raúl preguntó, “Es usted la que toca el piano tan maravillosamente ¿Verdad?” Ella dijo, “Oh, espero que mi música no le haya molestado.” Raúl dijo, “De ninguna manera. Es usted una excelente pianista.” Laura dijo, “Mi tío me hizo tomar clases desde muy pequeña.” Raúl pensó, “Es su tío. Claro, no podía ser de otra manera.” En los días siguientes, las conversaciones, de balcón a balcón, se hicieron cada vez más largas. Raúl pensaba, “Es adorable. ¿Será posible que me haya enamorado de ella? Sí, estoy seguro. La amo como jamás me imaginé se pudiera querer.” Entre tanto, Laura no dejaba de pensar en Raúl. Un día, estando Laura junto al espejo, Nanette le dijo, “¡Qué linda se ha puesto hoy la señorita! Me he fijado que últimamente se arregla con más esmero.”
     Laura le dijo, “No digas eso, Nanette. Siempre lo hago igual.” Entonces Nanette le dijo, “¿Va a tener secretos con su vieja sirvienta? ¿Cree que no me he dado cuenta que lo hace por el joven de enfrente?” Laura dijo, “¡Cómo puedes pensar así! Yo…” Nanette le dijo, “Él es simpático y buen mozo, y usted está en edad de enamorarse. No tiene nada de malo.” Laura le dijo, “¿Lo crees así?” Nanette dijo, “Por supuesto. Él parece que también la ama.” Laura dijo, “¡Que feliz me haces al decir eso! Sí, lo quiero, creo que desde la primera vez que lo vi.” Esa tarde, cuando Raúl se disponía a salir a platicar con Laura, llegó el conde Brigaud, y le dijo, “Será esta noche. El regente saldrá del palacio para ir a cenar a casa de la marquesa de Sabrnd.” Raúl dijo, “A la que vive en la calle de Valois.” Brigaud dijo, “La misma. La acompañarán el caballero Simiane, y el caballero Rabanne.” Raúl preguntó, “¿No llevará escolta?” Brigaud dijo, “Por supuesto que no. Además, irán vestidos como militares. El regente es mosquetero, y los otros soldados de caballería.”
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    Raúl dijo, “Eso quiere decir que desean pasar inadvertidos.” Brigaud dijo, “Exactamente. El regente tiene mucho cuidado cuando va a haber amiguitas.” Raúl dijo, “Es la mejor ocasión que se nos puede presentar.” Brigaud dijo, “Saldrá del palacio a las nueve. Esperaremos que regrese y en ese momento caeremos sobre él.” Raúl dijo, “Me parece perfecto. Antes de las nueve estaré allí.” Brigaud dijo, “El coche estará listo. Nos reuniremos en la calle de Bons en Fanta. Irán conmigo tres hombres de toda confianza.” Raúl dijo, “No podemos fallar. Pronto el duque de Maine estará en el lugar que le corresponde.” Poco después, Brigaud se despedía, y Raúl salía al balcón, pensando, “Esta noche es decisiva para mí. Me enfrentaré a algo que puede ser mi triunfo, o mi muerte. Cumpliré con lo que me he comprometido, pero ahora que estoy enamorado, me es difícil aceptar un fracaso. Cómo quisiera decirle a Laura cuánto la amo. Pero no tengo derecho. Nada puede ofrecerle. He empeñado mi palabra en algo que creo que es justo, y no debo renunciar a ello. ¡Qué bella y dulce! ¡Cuánto la amo¡” En ese momento apareció Laura sacándolo de sus pensamientos, y dijo, “Buenas tarde, Raúl.” Los jóvenes se pusieron a conversar. A cada momento él deseaba declarársele, pero se detenía. Laura pensó, “Está muy raro hoy. Quizás tiene algún problema. ¡Como desearía ayudarlo!”
     Raúl le dijo, “Laura, ésta noche debo partir de viaje.” Laura le preguntó, “¿Y te vas para siempre?” Raúl dijo, “No, regresaré probablemente dentro de un mes, y entonces vendré para pedirte algo que ahora no puedo. Te encontraré muchas cosas, y espero que me comprendas.” Laura dijo, “Lo haré Raúl. Aquí me encontrarás cuando regreses.” Se miraron diciéndose con los ojos, lo que los labios en ese instante callaban. Raúl dijo, “Ahora debo prepararme. ¡Hasta pronto Laura!” Laura dijo, “¡Que tengas un buen viaje! ¡Cuídate mucho!” Esa noche, antes de las nueve, Raúl se reunió con el conde Brigaud. Mirando ambos la casa, Brigaud dijo, “Desde aquí podremos ver cuando salgan. Lo harán por esa puerta.” Raúl dijo, “Ya veo. Todo con mucha discreción.” No tuvieron que esperar mucho. De repente Brigaud dijo, “Allá van. Sólo debemos tener paciencia, y cuando regresen al palacio, los haremos prisioneros.”
     Raúl dijo, “¿Están listos los hombres y el carruaje?” Brigaud contestó, “Sí, en la calle siguiente Vayamos a reunirnos con ellos, nos pondremos a aguardar en lugares estratégicos.” Una vez ejecutada esa parte del plan, se dispusieron a esperar. Después de varias horas, Raúl dijo, “Con tal que no se quede toda la noche.” Brigaud le dijo, “Oh no. Siempre regresa al palacio después de medianoche. En esa mansión vive la marquesa.” Efectivamente, poco antes de la 1:00 de la madrugada, Brigaud dijo, “Ya salen. Sigámoslos cuando lleguen a la esquina. Caeremos sobre ellos.” Raúl le dijo, “Nos va a ser fácil reducirlos, pues parece que van borrachos.” Se acercaron protegiéndose en las sombras. Cuando llegaron a la esquina, los conspiradores se mostraron ante ellos. El regente exclamó, “¿Qué es esto? ¡Cómo se atreven!” Brigaud dijo, “¡Cállese si aprecia su vida!” El regente y sus acompañantes, no se dieron por vencido fácilmente.
     Cuando ya los tenían reducidos, un grupo de soldados apareció en la calle. Uno de los soldados gritó, “¡Miren, están atacando a unos militares!” Los guardaespaldas gritaron, “¡Auxilio, ayúdennos, vienen contra nosotros!” Brigaud exclamó, “¡Debemos escapar!” Los conspiradores tuvieron que soltar a sus prisioneros, y ponerse a salvo. Mientras huían, Brigaud gritó, “¡Rápido, el coche!” Subieron al carruaje y se pusieron inmediatamente en marcha. Ya dentro del carruaje, Brigaud exclamó, “¡Qué mala suerte! Ya los teníamos.” Raúl dijo, “Esto ha sido fatal. Ahora el regente tendrá cuidado extremo.” Finalmente, el coche se detuvo en una oscura calle. Y cuando descendieron, Brigaud dio la mano a Raúl, y dijo, "Cada cual siga su camino. Yo iré a hablar con la duquesa de Maine.” Raúl le dijo, “Sí, a contarle que no pude cumplir lo que le prometí.” Pero Brigaud dijo, “Ya buscaremos otra forma en la que usted podrá mostrar su valor y lealtad.”
     Raúl dijo, “Será difícil que se presente otra oportunidad como ésta.” Brigaud dijo, “Quién sabe. Por ahora vuelva a su alojamiento, y yo iré mañana a verlo.” Raúl dijo, “Está bien. Hasta mañana.” Al día siguiente, muy temprano, Brigaud se presentó ante Raúl. Raúl le dijo, “¿Qué noticias me trae? ¿Cómo tomó nuestro fracaso la duquesa?” Brigaud le dijo, “Buenos días. Mejor de lo que se podía esperar. no fue lo único malo que sucedió ayer.” Raúl dijo, “¿Cómo? ¿Qué otra dificultad se ha presentado?” Brigaud explicó, “La persona de confianza que teníamos para escribir la correspondencia que enviamos a España, se ha roto la mano.” Raúl dijo, “¡No es posible! ¿Y ahora qué vamos a hacer?” Brigaud dijo, “Hay que buscar un calígrafo discreto. Por la importancia del asunto, no se puede contratar al primero que aparezca.”
     Raúl dijo, “Por supuesto…Oh, tengo la solución.” Brigaud le preguntó, “¿Conoce alguno?” Raúl le dijo, “Me ha dicho la señora Denis, que al frente vive uno de gran prestigio. Un hombre tranquilo que se dedica a eso para vivir. Como las cartas van escritas en español, no entenderá nada de lo que en ella se dice.” Brigaud dijo, “Así es, ¿Podría hablar con él, y decirle que vaya a casa del príncipe Listhnay en calle de La Balsa número 10?” Raúl le dijo, “¿El príncipe Listhnay? ¿Qué príncipes es ese?” Brigaud dijo, “Uno de nuestra invención, en realidad con quien hablará es con el mayordomo de La Condesa.” Raúl le preguntó, “¿Y cree que desempeñará bien su papel? ¡No se dará cuenta el calígrafo que es un impostor?” Brigaud le dijo, “¡Oh no. Nosotros que estamos habituados a tratar con la nobleza, sí, pero él…” Raúl dijo, “Tiene razón. Hoy mismo iré a hablar con él.” Brigaud dijo, “Ahora venga conmigo. La duquesa de Maine nos espera. Tenemos que elaborar un nuevo plan.”
     Esa tarde, cuando Raúl regresó, se dirigió directamente a la casa de Laura. Raúl pensó, “Pasará algún tiempo antes de que podamos encontrar la ocasión de raptar al regente. No voy a esperar tanto para decirle a Laura lo que siento por ella.” Tocó la puerta del departamento, y la joven abrió, diciendo, “¡Raúl! Pero, y el viaje…” Raúl le dijo, “Tuve que aplazarlo, Laura. ¿Puedo entrar? Necesito hablarte.” Laura dijo, “Sí, pasa. No pensé que te vería tan pronto.” Raúl le dijo, “Me alegro de no haberme ido. Es mejor, ya que antes de hacerlo, quiero decirte algo muy importante para mí. Te amo, te quiero desde que te conocí.” Laura dijo, “Raúl, yo…yo también te amo.” No era necesario decir nada más. Se besaron.
     Después de separarse se sentaron y Laura le contó su vida. Después de su narración, Laura dijo, “Viene mi tío. No quisiera decirle nada aún, sobre nuestro amor. Prefiero hablarle cuando estemos solos.” Raúl le dijo, “No te preocupes. También creo que es mejor esperar hasta que vuelva de mi viaje.” Momentos después, Buvat entraba en la habitación, y miraba a Raúl sorprendido. Buvat dijo, “Buenas tardes.” Raúl dijo, “¿Es el señor Buvat al que tengo el honor de hablar?” Buvat dijo, “El mismo. En qué puedo servir.” Raúl explicó, “He sabido que usted es un excelente calígrafo, y hay una persona que necesita sus servicios.” Buvat preguntó, “¿Y quién es ese cliente?” Raúl dijo, “El príncipe Lizthnay.” Buvat se asombró, y dijo, “¿Un príncipe desea darme trabajo?”
     Raúl dijo, “Así es. Él no tiene correspondencia con el Mercurio de Madrid y necesita que alguien le escriba. Todo es en español. ¿Conoce ustedes idioma?” Buvat dijo, “No señor, pero no hay diferencia si solo se trata de copiar lo que me dan escrito.” Raúl le dijo, “Me ha dicho que le pagarán muy bien, ya que necesitan el trabajo que se haga rápido.” Buvat dijo, “De eso puede estar seguro. ¿Cuándo hablaré con él?” Raúl dijo, “Hoy mismo, vive en la calle de Balsa número 10. Lo espera a las 9:00 de la noche.” Buvat dijo, “Ahí estaré, ¿Y cómo supo usted de mis que yo era calígrafo?” Raúl dijo, “Vivo al frente, y me lo dijo la señora Denís.” Buvat dijo, “Claro es usted el vecino. Con razón se me hacía conocido. Le agradezco mucho que se haya acordado de mí.” Raúl dijo, “Si sé de otros clientes, se lo comunicaré. Ahora debo retirarme.
     Gracias señorita por su compañía mientras esperaba a su tío.”
Laura dijo, “No se vaya todavía. Quédese a tomar algo con nosotros.” Raúl le dijo, “Se lo agradezco, pero tengo algunas cosas que hacer.” Buvat dijo, “Venga a vernos. Siempre será bien recibido en esta casa.” En los días siguientes, Raúl y Laura vivieron solo para el inmenso amor que sentían el uno por el otro. Raúl dijo, “Laura querida, nunca he sido tan feliz.” Laura le dijo, “Yo jamás soñé que la vida pudiera dar tanta dicha.” Raúl dijo, “Nos casaremos, pero no puedo hablar con tu tío ahora, hasta que no hayas cumplido con algo en lo que estoy comprometido. Laura le dijo, “¿No quieres decírmelo?” Raúl le dijo, “No puedo. Te lo contare. Pero ahora es mejor que lo ignores.” Laura dijo, “Como quieras. Tengo plena confianza en ti.” Entretanto, Buvat estaba trabajando feliz para el príncipe, pensando, “Qué importa quedarme hasta tarde. Me pagan espléndidamente. Con esto podré dar mejor vida a Laura.”
     Todos los días, después de su trabajo en la biblioteca real, Buvat llegaba a casa y escribía hasta altas horas de la madrugada, pensando, “No puedo ir muy rápido, porque debo fijarme mucho. Es más difícil escribir en una lengua que no se conoce.” Así continuaron pasando los días. Raúl seguía esperando el momento de cumplir su compromiso con La Condesa de Maine. Un día, Raúl dijo a Brigaud, “Esto se está alargando demasiado.” Brigaud le dijo, “No se preocupe. Como dijo la duquesa, en unos días el regente saldrá de París, y éste será el momento de actuar.” Brigaud hizo una pausa, tras lo cual, añadió, “Se sabe que lo hará en forma muy discreta, por lo tanto, es la ocasión indicada. Ya está todo preparado.” Raúl dijo, “Esperemos que esta vez todo salga bien.” Pero cuando faltaban quince días, para llevar a cabo el nuevo plan, Buvat revisaba sus tareas de caligrafía, y al revisar una hoja, pensó, “Ésta vez sí que el príncipe me dio bastante trabajo, y lo quiere listo dentro de dos días. Tendré que dejar de dormir.” Buvat se puso rápidamente a escribir. Acostumbrado al nuevo idioma, no tenía dificultad, cuando de pronto exclamó, “Oh, un pliego en francés. Lo pasaré de inmediato.”
     Buvat empezó a leer, y cambió la expresión. Estaba a punto de desmayarse, cuando terminó de leer, y pensó, “Esto es una conspiración contra el regente y contra la seguridad del reino.” Por descuido de quien entregaba los escritos, se había pasado un pliego que hablaba de todo el plan para raptar al regente. Buvat pensó, “Entonces el príncipe es un conspirador, y yo he estado trabajando para él. Debo hacer algo, pero con mucha cautela, no sea cosa que me culpen de estar en combinación con ellos.” Buvat pasó el resto de la noche sin dormir, tratando de encontrar una salida. A la mañana siguiente, Buvat se levantó, y pensó, “En una época, hice algunos trabajos para el actual ministro Dubois. Iré a verlo, y le diré lo que he descubierto.” Sin pensarlo más, Buvat se dirigió a la mansión del ministro. Este aún se encontraba allí, y accedió a recibirlo.
     Dubois le dijo, “¿Qué sucede? ¿Es tan urgente lo que tiene que decirme, que ha insistido tanto en verme?” Buvat dijo, “Disculpe si lo he molestado tan temprano, señor ministro. Pero creo que es algo muy grave para el reino.” Acto seguido, Buvat le relató su descubrimiento, y le pasó los documentos que el ministro se apresuró a leer. Dubois exclamó, “Esto es más grave de lo que usted se imagina. El regente debe ser enterado de inmediato.” A continuación, Dubois le preguntó, “¿Quién le dio esto para copiar?” Buvat contestó, “El príncipe Lizthnay.” Dubois le dijo, “¿Y cómo conoció usted al príncipe?” Buvat dijo, “Por un joven que vive frente a mi casa.” Después de averiguar todo lo que le interesaba, el ministro se llevó a Buvat al palacio real, y le dijo, “Espere aquí mientras yo hablo con el regente.” Pasó mucho tiempo, hasta que un soldado se acercó a Buvat. “Venga conmigo.”
     Buvat le dijo, “¿A dónde me lleva?” Sin contestarle, lo llevó hasta un salón, y le dijo, “El ministro me ha dicho que usted debe permanecer aquí, hasta que él indique lo contrario.” Buvat le dijo, “No me puedo quedar. Tengo que ir a mi trabajo.” El guardia le dijo, “Debe obedecer. Las órdenes del ministro no se discuten.” Buvat se lamentó, y exclamó, “¡En qué problema me he metido!” Entre tanto, el ministro Dubois había enterado al regente de todo lo referente a la conspiración. Después de leer las cartas, el regente exclamó, “¡Que de inmediato todos sean detenidos. El príncipe, el joven que lo recomendó. Ellos no dirán quienes más están en esto.” Dubois exclamó, “Daré las órdenes para la detención de los implicados.” Poco después, un grupo de soldados se presentaba en el número 5, de la calle Del Tiempo Perdido. “¿Vive aquí un joven llamado Raúl de Harmental?”
     La portera, la señora Denis, exclamó, “Sí, en una habitación del tercer piso…” Pero no esperaron más, y subieron ante la consternación de la señora Denise. Los soldados tocaron a la puerta, y sin sospechar nada, Raúl abrió la puerta, diciendo, “¿Qué se les ofrece?” Uno de los guardias dijo, “Raúl de Harmental dese preso, por conspirar contra el reino.” Pasó todo el día y Buvat continuaba esperando en el palacio real, pensando, “¿Qué va a ser de mí? Y mi pobre Laura estará preocupada porque no he llegado.” De pronto, se abrió la puerta y el regente en persona entró en el salón. “Juan Buvat, Francia le debe un gran servicio.” Buvat dijo, “Sólo cumplí con mi deber, señor. No vale la pena hablar de ello.” Buvat no sospechaba quién era la persona que estaba frente a él. El regente dijo, “¿Cómo que no? En prueba de su importancia, si tiene algo que pedir al regente, dígamelo, y yo se lo transmitiré.” Buvat dijo, “Señor, si es usted tan bondadoso, le ruego le pida que cuando sea posible, se me paguen los sueldos atrasados.” El regente dijo, “No le entiendo. Explíqueme.”
     Buvat le dijo, “Soy empleado de la biblioteca real, desde hace años. Se me ha dicho que no hay dinero para pagar mi salario.” El regente le dijo, “¿Y eso es todo lo que pide? Mañana mismo recibirá el dinero que se le adeuda y cinco mil francos extras, por el servicio prestado.” Buvat le dijo, “Muchas gracias, señor. Ah, quisiera avisar a mi sobrina Laura que estoy aquí, para que no se preocupe.” El regente le dijo, “Ya puede irse. La causa por la que lo reteníamos, ya no existe. Los conspiradores han sido apresados.” Buvat preguntó, “¿Todos?” El regente dijo, “Sí, el que se hacía llamar príncipe, el joven que lo recomendó, y los cerebros de la conspiración.” Enseguida Buvat preguntó, “¿Qué sucederá con ellos?” El regente dijo, “Serán colgados por traición al reino. Ahora, puede marcharse.” Buvat le dijo, “Gracias señor. Téngame por su servidor. ¿Puedo saber su nombre?” El regente le dijo, “Felipe…llamaré para que lo lleven al carruaje que lo conducirá a su casa.” Poco después, guiado por un soldado, Buvat era conducido fuera del salón.
     Buvat preguntó al guardia, “¿Quién es ese caballero con el que estuve hablando? ¿Acaso algún ministro?” El guardia le dijo, “Pero, ¿Cómo? ¿No sabe que estuvo con el regente en persona?” Aún sin salir de su asombro, Buvat subió a la carroza que lo llevaría a su casa, pensando, “Yo estuve con el regente. Cuando se lo cuente a Laura, no lo creerá.” Cuando llegó al departamento, Laura exclamó, “¿Tío, qué te sucedió estaba muy preocupada? ¿De dónde vienes?” Buvat le dijo, “Hija, aunque no lo creas, estuve en el palacio real. Conocí al regente.” Acto seguido, Buvat le contó todo, desde que descubrió el escrito con la conspiración. Buvat dijo, “Ya están todos detenidos, ¿Y qué crees? Nuestro vecino, Raúl de Harmental, es uno de los principales implicados.”
     Laura exclamó, “¡Oh, no!” Buvat dijo, “Ya está en la cárcel con los demás, y será colgado.” Laura exclamó, “¡No es posible! ¡Por eso no lo vi en todo el día! Tío, no sabes lo que eso significa para mí.” Laura comenzó a llorar. Buvat le dijo, “Laura, ¿Qué te sucede?” Con la mirada baja, y llorando, Laura le dijo, “Ámo a Raúl. Si él muere, yo también moriré.” Buvat le dio un pañuelo para que Laura se enjugara las lágrimas, y le dijo, “Hijita, yo pensé que ese joven solo te simpatizaba, pero nada más.” Laura dijo, “Tenemos que hacer algo. Debo salvarlo, sin él, la vida no tiene significado para mí.” Buvat dijo, “Es imposible. Recuerda que conspiró contra la corona.” Laura dijo, “No me importa. ¡Oh, tío! ¡Ayúdame! Iré a hablar con el ministro, con el regente, si es necesario.” Buvat le dijo, “¿Pero cómo lograrás que te reciba? Y si lo hace, ¿Por qué accederá a tu pedido? Hija, sé razonable.” Laura permaneció llorando largo rato, de pronto, Laura dijo, “Iré a ver al regente. Él me recibirá.” Buvat le dijo, “¡Estás loca!” Laura le dijo, “No. Tú me contaste que mi padre murió para salvarle la vida. Él me debe algo y se lo irá a cobrar.”
     Buvat le dijo, “¡No puedes hacer eso!” Laura le dijo, “Tú tienes guardada la carta que le envió a mi padre. Dámela. Mañana temprano iré al palacio.” Al día siguiente, Laura se dirigió al palacio, donde pidió audiencia con el regente. Fue recibida por el ujier, quien le dijo, “Es absolutamente imposible. Está tratando importantes asuntos de estado. No recibe a nadie.” Pero, Laura le dijo, “Por favor, llévenle esta carta. Cuando la lea, estoy segura que me recibirá.” El ujier le dijo, “No lo creo, pero veré que puedo hacer.” Impresionado por la belleza y la angustia de Laura, el hombre se compadeció. Mientras esperaba, Laura pensó, “¡Dios mío ayúdame! Has que recuerden la promesa que está escrita en la carta.”
     Pasó un largo rato, hasta que el ujier regresó, y dijo, “No lo comprendo, pero ha accedido a recibirla. Sígame, por favor.” Poco después, Laura entraba en un despacho donde se encontraba Felipe de Orleans. El regente dijo, “¿Es usted Clarisa de Rocher?” Laura dijo, “No sire, soy su hija. Mi madre falleció poco después de morir mi padre.” El regente dijo, “Pobre Alberto, dió su vida por mí. Dígame señorita, ¿En qué puedo ayudarla? Tengo una gran deuda con usted.” Laura le dijo, “Sire, vengo a pedir clemencia para un hombre.” El regente le dijo, “¿De quién se trata?” Laura dijo, “Raúl de Harmental.” Hubo un silencio, tras lo cual, el regente exclamó, “Uno de los conspiradores. Está condenado a la horca.”
     Laura exclamó, “¡Yo lo amo! ¡Le suplico le perdone la vida!” El regente dijo, “Si conmuto su pena, quedará preso para siempre. No lo verá más.” Laura dijo, “Pero vivirá. Yo entraré en un convento, sire. Concédame verlo por última vez.” El regente permaneció un instante en silencio. Luego escribió una carta, y tocó una campanilla. El regente dijo a Laura, “Ésta carta es para el gobernador de la Bastilla. Mi capitán de guardia la llevará hasta allá.” En ese instante, entró un oficial. El regente entregó la carta, y dijo, “Capitán, acompáñe a la señorita Rocher a la Bastilla, y que se cumplan las órdenes que aquí doy.” El capitán dijo, “Sire, ¿Permitirá que él viva?” Sin responder, el regente salió del despacho. El capitán dijo, “Señorita, venga conmigo.” Laura dijo, “Creo que mis súplicas han sido en vano.” Casi sin darse cuenta, Laura fue conducida la Bastilla y llevada a la celda de Raúl.
     Cuando la puerta del calabozo se abrió, Laura exclamó, “¡Raúl!” Raúl dijo, “¡Laura, mi vida! ¿Qué haces aquí?” Cayeron uno en brazos del otro. Laura dijo llorando, “Fui a hablar con el regente, a pedir por tu vida.” Laura le contó la visita al regente. Raúl le dijo, “La ejecución está fijada para mañana a las ocho.” Laura le dijo, “No podré vivir sin ti.” En ese instante, entró un guardia, y dijo, “Caballero, sígame por favor.” Laura quiso avanzar, pero el guardia dijo, “No con la señorita.” Entonces Laura dijo, “Nos permiten estar juntos. Qué importa lo que nos suceda, si no nos separan.” Caminaron por una serie de corredores, hasta llegar a un patio donde esperaba un carruaje. El cochero dijo, “Suban.” Raúl dijo, “¿A dónde vamos?” Sin contestar, después que subieron, cerraron una portezuela. Raúl dijo a Laura, “¿Dónde nos llevaran, y para qué?”
     Laura dijo, “No importa. Cualquiera que sea nuestra suerte, la afrontaremos.” Raúl le dijo, “Me di cuenta de que un grupo de soldados nos escolta.” Laura dijo, “Quizás nos lleven a una prisión donde podamos estar juntos. Si es así, significa que el regente se compadeció de mis súplicas.” De pronto, el coche se detuvo, y abrió la puerta. El cochero les dijo, “Señores, ¿Dónde quieren que los deje?” Raúl, lleno de sorpresa dijo, “¿Cómo? ¿Acaso no tiene órdenes?” El cochero dijo, “Sí, que los lleve a donde ustedes quieran.” Raúl dijo, “Y la escolta…¿Qué se ha hecho?” El cochero le dijo, “¿La escolta? Oh, nos dejó salir de la Bastilla.” Entonces Raúl dijo, “¿Será posible? Laura. mi vida. Estoy libre. ¡El regente me ha perdonado!” Bajaron del carruaje, y se abrazaron emocionados. Laura le dijo, “Él cumplió con lo que prometió en su carta. Raúl, amor mío. Ya no hay nada que temer.” Raúl le dijo, “¡Mi vida, a ti te lo debo todo!” Sin importarles la gente que los miraba, se besaron conscientes de la vida de felicidad que les aguardaba.

Tomado de, Novelas Inmortales. Año V, Junio 16 de 1982. No. 239. Adaptación: A. Romero. Segunda Adaptación: José Escobar.