Club de Pensadores Universales

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lunes, 24 de octubre de 2011

La Princesa de Lipno de Agustín Pérez Zaragoza

             Agustín Pérez Zaragoza Godínez fue un escritor español nacido en 1800, pero se desconoce el año y fecha exacta en que murió. Son muy pocos los datos biográficos que se conocen de este autor. Se sabe que escribió desde libros de cocina, historietas festivas, hasta cuentos terroríficos que son una imitación hispánica de la novela gótica. Pérez Zaragoza es considerado uno de los primeros narradores de novela de terror o novela gótica en español, perteneciente al Romanticismo.
      Tenía un destino civil en época de Carlos IV, pero con la Guerra de la Independencia española se hizo afrancesado y tuvo que emigrar a Francia.
      Desesperado y a punto de suicidarse, obtuvo consuelo en la religión y escribió y publicó El fruto de la Religión en la desgracia o Reflexiones filosófico-morales de un español expatriado, víctima de opiniones políticas, escritas para consuelo de la humanidad afligida. Dedicadas a la tierna y generosa madre patria, Madrid, 1820.
          Escribió después una Memoria de la vida política y religiosa de los jesuitas, donde se prueba que no han debido volver a España por ser perjudiciales a la religión y al Estado. Escrita en obsequio de Dios, del Rey y de la Patria, Madrid, 1820.
          El remedio de la melancolía, la floresta del año, o colección de recreaciones jocosas e instructivas, Madrid, 1821, obra en cuatro volúmenes que fue puesta en el Índice romano por decreto del 11-VI-1827. Historia de zorrastrones, o descubrimiento interesante de las finas y diabólicas astucias de los caballeros de industria, rateros y estafadores, Madrid, 1821, dos volúmenes traducidos del francés y refundidos por el autor. La nueva cocinera curiosa y económica y su marido el repostero famoso, amigo de los golosos, Madrid, 1823-1825, tres vols.
       Su obra más conocida es Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas, o sea el historiador trágico de las catástrofes del linaje humano, Madrid, 1831, doce tomos, cuyos seis primeros fueron reeditados por Luis Alberto de Cuenca en Madrid: Editora Nacional, 1977, con láminas calcográficas.
       Se trata de una colección de novelas góticas traducidas, adaptadas y originales. Se han divulgado bastante las tituladas Dompareli Bocanegra y La princesa de Lipno o El retrete del placer criminal, ésta última incluida en el tomo I de la Antología de cuentos de terror, a cargo de Rafael Llopis (Alianza Editorial, 1981). (Wikipedia)
      En el sitio en la Red, www.alohacriticon.com, en la sección de ViajeLiterario, aparece una critica sobre La Princesa de Lipno:

     Este relato corto, cuyo comentario hemos ilustrado en Viaje Literario con una pintura del artista ruso de finales del siglo XIX y comienzos del XX, Viktor Vasnetsov, narra las desventuras de la princesa rusa de Lipno y su sirvienta, la italiana y muy casta Narcisa.
     Dos bellezas inocentes e indefensas ante las terribles maquinaciones e inclinaciones del esposo de la primera, el conde Dourlinski y sus secuaces.
       Bebiendo claramente de la pujante novela gótica y del movimiento romántico tardío, el autor, refugiado en un falso propósito moralizador, escribe una delirante caricatura de obras como “Los Misterios de Udolfo” o “El Monje”.
     Tamaño despropósito se consigue gracias a la inclusión de pasajes en los que se narran pormenorizadamente, ingentes cantidades de detalles morbosos e innecesarios para el desarrollo argumental (Porque siendo magnánimos, hemos considerado, que hay cierto desarrollo argumental.).
     Por otro lado, los personajes, estereotipados hasta niveles jocosamente rocambolescos y los diálogos de un surrealismo sublime, hacen del cuento un delicioso entretenimiento para aquellos que consideramos que si el señor Pérez-Zaragoza hubiera nacido en nuestros días, habría conseguido más de un pelotazo literario. http://www.alohacriticon.com/viajeliterario/article1698.html

       El Blog de Aura, una escritora española, publica un pequeño escrito sobre Agustín Pérez Zaragoza, con fecha martes 6 de Enero de 2009, titulado: Agustín Pérez Zaragoza “Galería Fúnebre de Espectros y Sombras Ensangrentadas”

      
       Jirones de espectros que se confunden con el movimiento de las cortinas, cabezas decapitadas aún burbujeantes de sangre fresca, gemidos y chirridos metálicos bajo la colcha. El pueblo no se alimenta sólo de Pan y Circo, o de la Verdad del Vino. Desde siempre los crímenes más escabrosos y los relatos sobre la bestialidad del ser humano han congregado a la familia alrededor de la mesa, o frente al televisor, para captar con todo lujo de detalles sanguinarios la demencia y furor de los otros.
Agustín Pérez Zaragoza, escritor de oficio nómada, cuyos intereses se movían a la par que los vaivenes de la sociedad que le fue impuesta, no ignoraba los atractivos de tal espectáculo, y siendo un maestro de la impostura, no tardó en hacerse un nombre a partir de la violencia de masacres y sangrías que fue recuperando de diversas fuentes literarias, francesas e italianas en su mayoría. Y cómo lo mismo redactaba un tratado contra los jesuitas, como un compendio filosófico moral o un manual de cocina, no le fue difícil desarrollar esta nueva disciplina al truhán. Y se dedicó a esta literatura con harto entusiasmo, por tal motivo se le conoce como uno de los escasos representantes de la novela gótica en nuestro país, gracias a la asimilación de las novelas de Ann Radcliffe y otros (por cierto, que el mismo alude a la novelista como Rosdeliff, en un alarde de sus amplios conocimientos culturales).
       Del Romanticismo puro y más hiperbólico en el tratamiento de sus ‘topos’ surge como ‘rara avis’ la “Galería Fúnebre de Espectros y Sombras Ensangrentadas” en la primera mitad del siglo XIX, y se convierte en uno de los libros más leídos de su época. Sus relatos truculentos que incluyen amenazadoras cabezas decapitadas, venenos y horcas son consumidos con afición por una población ávida de sensaciones extremas. Los bocados tremebundos de Pérez Zaragoza se convierten en la distracción predilecta de las multitudes, que ven en esta recopilación cómo un discurrimiento sobre la vida y las virtudes de los hombres.
       Ésta es la intención que el autor deja clara en su prólogo a la obra. Y además Pérez Zaragoza decide ampararse en la figura de la reina regente, María Cristina de Borbón, al permitirse el dedicarle la edición. En el mencionado prólogo que sirve para presentar excusas, justifica el recurrir a episodios tan sangrientos y funestos de la historia como medio para prevenir de los pecados a las almas sensibles. Se figura el escritor a una joven, inquieta en el lecho nocturno, que tras la lectura de la obra cree ver espíritus en lugar de sombras y que, aterrorizada, acaba despertando a gritos a los miembros de su familia.
         Por la “Galería Fúnebre” pasa la procesión más infame de criminales, los que cometieron los crímenes más abyectos e inexcusables. Los delitos más horrendos minuciosamente relatados, para que el lector no pierda detalle de las violaciones y homicidios:

       “El carruaje avanzaba lentamente, y esta lentitud le asemejaba a un convoy fúnebre. Miladi fue la primera que percibió por entre la espesura de las sombras pasar detrás del tronco de un árbol un hombre agachado, que, con unas pistolas y un trabuco bajo del brazo, parecía ponerse de acuerdo con otro escondido detrás de un árbol. Entonces ya no pudo menos de estremecerse Miladi, y, hallando una mano de Clarisa, la apretó temblando, aunque involuntariamente. “¿Qué tenéis, madre mía?, exclamó al momento, ¿habéis visto los asesinos?...”
       “No, respondió Miladi, disimulando lo mejor que pudo su turbación. Es que las ruedas han hecho un movimiento, y no he podido evitar el susto.” Durante esta fingida contestación, Clarisa vio también sobre un arbolillo cargado de nieve la refracción de la sombra de un hombre que parecía tomar sus disposiciones; y por una delicadeza filial, Clarisa, temiendo también afectar a su madre, la imitó en el disimulo; sin embargo no pudo menos de decir a Miladi que deberían sin duda llegar ya al punto peligroso que había indicado el maestro de postas. El mesón quedaba ya unos cien pasos atrás, y no se veía más al través de los árboles que una luz que parecía en sus movimientos de inteligencia con el crimen. En fin, el peligro no es sino muy cierto. Los criados que iban en el pescante y trasera del coche, espantados a la repentina aparición de esta cuadrilla de malvados que simultáneamente van cayendo sobre ellos, empiezan a gritar y descargan sus pistolas contra ellos. Al punto se oye el silbato avisando a la otra banda de retaguardia, para que acuda al mismo tiempo. Los postillones caen a trabucazos al suelo, los criados son heridos igualmente, y todos quedan al momento en tierra con un diluvio de balas que descargan sobre ellos tantos asesinos en tropel, y, después, con los puñales acabaron de degollarlos, despreciando sus suplicas y clamores…
       ¡A vosotras, ángeles celestes, es a quienes yo debo ahora consagrar toda la energía y toda la sensibilidad de mi pluma, para pintar vuestra triste y horrorosa situación, vuestras mortales angustias y vuestros penetrantes gritos y clamores en medio de este teatro de carnicería y de dolor!!!! ¿Qué lector no quisiera poder obrar un milagro en vuestro favor y sacaros de ese abismo? Mas ya son inútiles sus votos, y es preciso llorar vuestra pérdida: está jurada, y Dios sólo puede evitarla.
Clarisa, desmelenada, desatinada y sofocada por su dolor, había enlazado sus brazos a la cintura de su tierna madre, y con los ojos elevados al cielo no le pedía más que el favor de morir antes que esta madre adorada. Miladi, por su parte, reuniendo todas sus fuerzas para tratar de salvar aún a su hija en medio de este desastre, la cubría con su cuerpo, y con el seno apoyado sobre el de ella no permitía la entrada al acero de los homicidas.
      El bárbaro Bristol fue quien, con la mayor ferocidad e inhumana acción, sumergió un largo puñal en el vacío de la ilustre viajera, y arrancando de sus brazos desfallecidos a la infeliz Clarisa enteramente accidentada, la mandó llevar a la cueva o cementerio, lugar de despojos y sepultura de las innumerables victimas del bosque. Un hachón clavado en tierra era lo que alumbraba aquella horrible mansión: allí es donde se halla ya sumergida la beldad más interesante…, y su lecho, el sitio donde se encuentra aquella inocente criatura expirante, no es más que un cúmulo infectado de cadáveres mutilados y denegridos por la muerte… Mas cesa, lector mío, de afligirte: Clarisa nada tiene ya que temer, Clarisa duerme en el sueño eterno, en el sueño de los ángeles. Dios le ha dado alas, y, saliendo de las bóvedas tenebrosas de esta cueva de asesinos, se halla ya entre las divinidades del martirio; para colmo de su felicidad, ha vuelto a ver a su adorada madre para estrecharla otra vez en sus brazos y no separarse jamás.
       Bristol, al ver tales atractivos, sintió en su corazón delincuente un impulso criminal causado por la hermosura de Clarisa: trata de volverla a la vida, y en vano le adviertan los demás forajidos que no se debía dejar existir a ninguno, que ésta era la orden que él mismo había dado. Bristol insiste en el designio de hacer salir a Clarisa de aquel sueño eterno, que cree no ser más que un fuerte accidente… Después añadió otros crímenes… Mas, ¿para qué horrorizar más a nuestros lectores? Este monstruo tuvo la barbarie de abrazar a la misma muerte…, pero el alma inocente de Clarisa subió virgen a los cielos, por más que su cadáver fuese profanado por los más horrorosos reptiles...”

http://aura-archangemaudit.blogspot.com/2009/01/agustn-prez-zaragoza-galera-fnebre-de.html

La Princesa de Lipno

de Agustín Pérez Zaragoza

       La historia transcurre en la Rusia de los Zares, a mediados del siglo XIX. El Conde Dourlinski es hijo único y heredero de una fortuna colosal, por parte de una casa poderosa de la Rusia asiática. Contaba con 25 años, era guapo y culto, pero tenía una de las almas más sombrías de que se pueda tener memoria. En los bailes de las casas reales su impresionante figura seducía a mujeres con o sin alcurnia. Sin embargo, los adultos mayores rumoraban su historia negra, que conspiró contra la muerte de su propio padre, quien comandaba una división contra el ejército de Napoleón. También se decía que había envenenado a su esposa y madre, quienes lo acusaban del crimen de su padre. Pero no había pruebas materiales.
     El Conde Dourlinski tenía planes de casarse con Elvira, la princesa de Lipno. El conde vivía solo en su castillo atendiendo asuntos familiares y atendiendo el pago de cuantiosos tributos en la zona. Su relación con la de los lugareños era la de un feudo en épocas medievales. El conde frecuentaba palacios moscovitas e inclusive era informador de guerra del emperador, con quien juagaba ajedrez. Con su galanura enamoró a la hija del emperador, la princesa de Lipno. De hecho, solicitó su mano mientras su padre estaba en el campo de batalla. Su madre aceptó y ambos se casaron, estando el padre ausente en plena guerra. El mismo zar de Rusia asistió a la boda. Cuando terminó la boda, los novios se despidieron para trasladarse al castillo de Sombrouski, propiedad del conde y la ahora residencia de la pareja.
     Mientras iban en el carruaje ambos, Elvira le expresaba su amor al conde, explicándole que ni los chismes destruirían lo que ella sentía. Pero el conde se justificaba diciendo que ello era causa de la envidia. En el viaje los acompañaban Beniski y Narcisa quienes formaban una servidumbre consagrada al bienestar de Elvira. Él era el escudero y ella la criada personal de la princesa. Ellos sentían una gran desconfianza por el conde y por el castillo. De hecho, Narcisa fue quien había mantenido al tanto de los chismes a Elvira sobre su recién esposo. Beniski, el escudero, temía por sus vidas en caso de que el Conde se llegase a enterar de ello. Cuando Beniski y Narcisa llegaron al castillo con los recién casados, ambas servidumbres se miraron recelosas.
     Una vez instalados en el castillo a Elvira se le hizo un lugar extraño y tenebroso, por lo que decidió recorrerlo con ayuda de Narcisa. Ambas notaron cosas extrañas en el castillo. Por ejemplo, ambas encontraron escaleras que terminaban en muro, un foso sin protección en medio del paso, dos puertas idénticas juntas, invitando a escoger, tal vez una al inferno y otra al paraíso. Narcisa empezó a preocuparse, pero Elvira la tranquilizaba diciéndole que solo era su fantasía. De regreso encontraron un hueco en el techo, y al bajar las escaleras notaron una parte del barandal que no estaba, lo cual hacia esa área muy peligrosa en caso de obscuridad. Además, justamente bajo la parte de la escalera donde faltaba un barandal, estaba colocada una armadura sosteniendo una puntiaguda lanza, aumentando el peligro en caso de una caída accidental.
     Cuando regresaron a la habitación de Elvira, el conde les esperaba y molesto, y le llamó la atención a Elvira, argumentando que el castillo estaba en mal estado y era peligroso andar sin guías. Cuando Elvira le comentó sobre el estado mal de una de las barandillas, el conde solo le dijo: “Te prometo que pronto será reparado. Déjame besarte.” Pero Elvira sintió por primera vez fríos los labios de su amado. En ese momento el conde aprovechó para decirle a Elvira que estaría ausente esta noche por lo que tendrían que aplazar la luna de miel. Elvira desconcertada le preguntó, ¿qué haría? Si afuera todo era nieve. El conde le dijo que iría de cacería, pues las noches eran ideales para ello. Elvira le dijo: “Bien, tienes mi bendición. ¡Buena caza querido!” Desde la ventana de su habitación Elvira pudo ver los preparativos y cuando los cazadores abandonaron el castillo.
       La princesa y su acompañante, Narcisa, alimentaron el fuego del hogar para que pasaran la noche juntas. Elvira le preguntó, “¿Dónde está Beniski?” Narcisa le contestó, “No lo he visto. Ni siquiera sé donde se hospeda. Ni loca saldría a buscarlo ahora.” Elvira le dijo, “Estará con otros sirvientes tal vez durmiendo ya.” Narcisa le dijo, “¿No le parece como que se oyen ruidos raros…puertas que se golpean, murmullos, aullidos?”  Elvira le dijo, “Los aullidos son de lobos. Es claro.” Pero los aullidos de hambre de los lobos electrizaban la atmosfera y Elvira empezó a sentir miedo cuando Narcisa la dejo por un momento. “Iré a mi cuarto por un tejido. No tardaré.” Le dijo.
     Al entrar Narcisa en su recamara, notó que estaba fría como si estuviera a la intemperie y era iluminada escasamente solo por una vela. En ese momento, algo rebotó cerca con un ruido seco. Narcisa volteó y había por fuera en la ventana abierta una cabeza colgante ensangrentada. Narcisa corrió espantada hacia la recamara de Elvira creyendo enloquecer, y cuando ambas regresaron para confirmar el incidente, la ventana estaba cerrada y la cabeza había desaparecido. Ambas se encerraron en la habitación de Elvira y pasaron la noche juntas bordando hasta que al llegar el alba, el sueño las venció. 
     En la mañana el conde regresó con sus cazadores. Cuando fue recibido por su esposa Elvira y Narcisa, el conde le dijo, “Vean. Es un oso enorme nuestro trofeo mayor.” El conde agregó, “Era un depredador de reses. ¿Cómo pasaste la noche?” ella le dijo, “Mal, por un momento un poco de temor. Eso es todo.” El conde se complació en secreto con esa respuesta. Esa tarde el matrimonio decidió celebrar con los lugareños la caza del oso, la cual el conde la había dedicado a Elvira. Después del curioso festín, los dueños de la casa se mezclaron para bailar danzas antiguas, llenas de color, ritmo y un poco paganas. Al final, los lugareños invitados se retiraron agradeciendo con un gusto fingido. El conde les dijo. “Vayan en paz amigos. Ya ven que el conde es generoso.” Pero ya a distancia, uno de los lugareños comentaba, “¿Has oído algo más cínico? ¡Él nos explota, y de no haber asistido, nos hubiese mandado azotar!” El otro agregó, “La que me da pena es esa pobre mujer que desposó.”
       Ya en el calor de una buena fogata, Elvira y el conde conversaban. Elvira reconoció que la primera noche se asustó por oír rudos. Además, le comentó al conde que Narcisa, creyó ver algo horrendo en la ventana. El conde le contestó, “¿Acaso te harás eco de la pesadilla de una vieja supersticiosa?” Pero ella le dijo, “Averigüé que era falso. La ventana estaba cerrada…me sentí una tonta.” El conde le dijo, “Hay muchas historias así en la zona. Te aconsejo no tomarlas en serio.” Elvira le dijo, “Leeré una novela. Quiero que terminemos de platicar.” Pero antes de eso, el conde fue y trajo un pequeño cofrecillo con alhajas, diciéndole, “Habrá un baile en Moscú, ofrecido por el Zar, tan grande y fastuoso como no volverá a haberlo.” Ella dijo, “Sera un honor para nosotros.” El conde agregó, “Tu serás la mas agraciada. Cuando entres quiero que se queden sin aliento locos de admiración.” El conde la sedujo al mostrarle las alhajas del cofrecito. Elvira estaba admirada. Después, el conde llamó a sus criados quienes entraron con un adornado baúl de buen peso. Los sirvientes lo colocaron en el piso, y se retiraron. El conde abrió el baúl y le dijo a Elvira, “Todo esto es para ti. Ricos casimires, perfumes, bordados exquisitos, y sedas orientales. ¡Todo es autentico!” Ella dijo, “¡Debe haberte costado una fortuna!” El conde contestó, “¿Y qué? Mis bienes son cuantiosos y no hay nada que no merezca mi esposa. Tu personalidad y cultura me enorgullecen. Ahora ya puedes volver a tu libro.” Ella rió y le contestó, “Tienes razón. Aunque me costará concentrarme.”
    Elvira se sumió en su lectura y pronto cayó la noche. De pronto alguien tocó la puerta de la habitación de la pareja. Era un sirviente quien dejaba una carta. El conde leyó y dijo, “Me llaman de la cancillería de Moscú. Asuntos de mi regimiento. ¡Maldición, debo de comparecer mañana temprano!” Ella dijo, “¿Quiere decir que… viajaras por la noche?” El conde contestó, “No me queda otra. Solo así llegaré a tiempo. Lo siento querida. De nuevo deberás temerme paciencia.” El conde se retiró despidiéndose. Le dijo, “Cierra bien y no hagas caso a esa vieja. ¡Adiós Elvira!”     
       Elvira tenía temor de decírselo pero también compartía los temores de Narcisa. Nuevamente la llamó para pernoctar juntas. Elvira advirtió que Narcisa había escuchado la conversación del conde y se molestó. Narcisa le dijo, “No pude evitarlo. Se que el conde me juzga mal.” Narcisa agregó, “No quiero alarmarla pero en la mañana hallé gotas de sangre en la nieve.” Elvira le dijo, “Debiste haberlo avisado enseguida.” Pero Narcisa le dijo, “¿Para que el conde dijese que las derramó una ave herida? Preferí callar.” Elvira le dijo, “También yo noto cosas raras. Pernoctemos juntas y mientras tanto te mostraré algo.” Elvira le mostro el baúl y las valiosas ropas que el conde le había obsequiado. Por un momento, ambas miraban encantadas, pero enseguida Elvira notó algo extraño: la cerradura estaba forzada y había huellas de sangre en el baúl. Por un momento pensaron que los sirvientes que trajeron el baúl se habían herido accidentalmente o manchado con la sangre del oso. Sin embargo, notaron que algunos tocados estaban también manchados de sangre, inclusive uno que estaba al fondo, por lo que se preguntaron, ¿porqué debieron de hurgar en el baúl? Inclusive hasta un cierre de un vestido estaba roto. Elvira no quería pensar mal del conde. Posteriormente notaron que el baúl tenía letras árabes grabadas. Entonces Elvira se preguntó porqué el conde le dijo que el baúl era de París. Elvira le dijo a Narcisa, “Tengo ideas horribles. No quiero darles crédito. Más vale que guardemos todo aquí, y nos distraigamos.” Elvira fue por su arpa y se dispuso a tocar, mientras Narcisa, después de asegurarse que la habitación estaba bien cerrada, se dispuso a tejer.
       Cuando el hambre les llegó, Narcisa se dispuso a ir a la cocina. Mientras Elvira dejaba su arpa en otra habitación vio a través de la terraza dos cuerpos colgando. Aterrada Elvira regresó a su habitación y se encerró. Los ruidos la ponían más nerviosa, y cuando escuchó un grito de agonía a lo lejos se puso a llorar. Elvira empezó a sentir la necesidad de que regresara Narcisa. Cuando tocaron a su puerta tenía miedo de abrir, pero era Narcisa. Narcisa venia agotada y bastante preocupada. Lo primero que hizo al entrar fue sentarse y pedirle a Elvira que cerrara bien la puerta. Elvira lo hizo y le pidió que se calmara. Después de respirar, Narcisa tuvo que decirlo: “¡Estamos perdidas! Esta es una guardia de asesinos comandados por el conde. ¡Acabo de ver matar al pobre de Beniski!” Elvira le contestó, “¡Y yo acabo de ver dos cadáveres colgando!” Narcisa comprendió que ambas tendrían que sobrevivir en ese encierro. Por su parte, Elvira recordó haber visto algo en el baúl que podría servirles. Ambas fueron hacia el baúl y encontraron pistolas turcas y unos puñales árabes. Narcisa comprobó que estaban cargadas. Elvira le dijo, “Si aguantamos por esta noche, mañana huiremos a Moscú y traeremos a la guardia real.” Ambas pusieron un mueble de armario como puntal contra la puerta. También bloquearon las ventanas con otros muebles. Con más calma Elvira comenzó a comer los víveres que Narcisa había traído. Fue entonces cuando Narcisa le dijo que a su regreso de la cocina, vio al conde, por lo tanto, no había ido a Moscú. Solo se había alejado un poco para hacerles creer que se había ido a Moscú. Elvira expresó, “Es evidente que combino con todos los criados para hacer una comedia ante mí.”
      Durante un rato, ambas estuvieron juntas abrazadas a sus armas. De pronto ambas creyeron oír un lamento. Narcisa creyó que era Beniski quien aun se desangraba después de que lo habían herido en el cuello. No se atrevieron a averiguarlo. Narcisa contó que cuando regresaba de la cocina, sintió que alguien la seguía. Fue  entonces cuando Beniski salió en su defensa. Ella aprovechó para huir, pero alcanzó o ver y escuchar que era el mismo conde quien tomaba a Beniski por el cuello y lo hería de muerte. Después lo empujaron por las escaleras como un saco de papas. Apenas se alejaron ella trató de ayudarlo. Pero fue inútil. Beniski solo le dijo que protegiera a Elvira, su ama, “Son bandidos. Los manda el conde…” le dijo. Cuando creyó que había muerto, Narcisa corrió a la recamara. Ante el relato, Elvira dijo, “tenemos que tener la cabeza fría.”
       De repente la luz de gas de la habitación comenzó a disminuir hasta apagarse. Ambas sintieron miedo y creyeron ver un fantasma tras la ventana. Pensaron que era un truco con sombras chinas. Al mismo tiempo que escucharon una carcajada, vieron la figura de una calavera en el espejo. Elvira disparó. Entonces notaron que era solo una figura de papel. Narcisa le preguntó, ¿Cómo había llegado hasta ahí? Elvira concluyó que cuando se distrajeron con la ventana, alguien en la obscuridad debió de haber entrado y salido. Eso significaba que no estaban seguras en la habitación. Elvira pensó que había trampas y pasajes en el castillo, inclusive hasta una cámara de torturas. Decidieron buscarlas. Afuera del castillo había dejado de nevar y la luna iluminaba la solitaria noche.
       Después de no encontrar nada, la quietud de la luna les atormentaba más. En eso, escucharon el golpe de un bulto pesado. Era una cabeza, la cabeza del padre de Elvira. Narcisa le dijo, “No mire más” Elvira se volteó diciendo, “¡Oh Querida! Lo mataron, lo asesinaron.” Durante unos minutos lloraron abrazadas sintiéndose perdidas. Luego rezaron con fervor pidiendo al altísimo una ayuda desesperada. En plena oración aparecieron dos criminales. Narcisa quiso huir pero fue detenida. Uno de los malhechores le dijo, “Vieja idiota. Firmas tu sentencia de defunción”  y agregó, “Ven bésame. No te ves tan mal.” Narcisa contestó, “Bestia inmunda apártese, me da asco!” A la fuerza el hombre apretó su boca contra los labios de la desventurada, quien sintió algo que le partía el pecho. El asesino tenía un cuchillo ensangrentado en las manos y dijo, “Adiós criadilla…confórmate, tuviste tu beso de la muerte, jajaja” Mientras Elvira siendo sujetada dijo, “¡Asesinos, era una buena mujer, nunca hizo mal a nadie! ¡Merecen la horca!” En ese momento el conde llegó y les dijo, “¡Suéltenla!” Elvira volteó y dijo, “¿Ehhhh? ¡Tú, engendro del demonio!” El conde le contestó, “Si, lo soy Elvira, pero se lo que hago.” Elvira le dijo, “¿Robando y asesinando?” El conde contestó, “Tu padre supo mi secreto, y se lo dijo al mío. ¡Ambos murieron por traidores!” El conde comenzó a justificarse, “¿Porqué tu padre te casó conmigo? ¡No creyó que pudiéramos amarnos. Buscaba la fortuna de los Dourlinski! ¡Y era una fortuna falsa, una mentira de mi padre! ¿De dónde salía la misma? ¡De mis robos, de mis crímenes! Me vi forzado a ello para sostener la mentira de una familia arruinada…¡y me gustó! ¡Me gustó! ¿Lo oyes? ¡Soy cruel y lo gozo! Ahora nada puede cambiarme. Tal vez pudo hacerlo tu amor…pero es tarde, y nuestra boda una estratagema. ¡Mi venganza se saciará por completo en tu persona! ¡Eres mi víctima. Prepárate a morir con crueldad!”  Elvira contestó, “Pues hazlo, báñate de mi sangre si así lo quieres! Yo llegué a amarte  ¿sabes? Te amé, te amé.” Elvira comenzó a llorar y dijo, “¡Ven y hazlo tu mismo, si te atreves! ¡Oh!” El conde pensó, “¡Oh! ¿Qué me pasa? No debo titubear así…” Entonces dijo, “¡Todavía no! Enciérrenla en la otra recamara.” Elvira fue arrojada a una habitación, y cuando se quedó sola pensó, “Fui una tonta. Exageré y lo enternecí. Solo quería que se acercara, que se colocara cerca de mí. Me sacaron la pistola pero tengo la daga. ¡Al tenerlo cerca lo hubiera ensartado! ¡Solo así acabaría con el mal que encarna! Ahora es difícil que pueda tener una oportunidad. Es posible que mande a sus esbirros a degollarme.”
     La princesa de Lipno continuó meditando desesperada, “¡Pero no será fácil! Mataré a varios con esto antes que me echen mano…Pero ¿Qué me pasa? ¡Qué horror!  ¡Tanta sangre derramada ante mi me ha hecho incubar un instinto asesino que ahora detesto profundamente! Debo calmarme. ¡Esa daga es mi defesa. Si! Y él titubeó. No me mató enseguida…¡Una señal de Dios!” Inesperadamente Elvira notó un bulto en la esquina de la habitación. Eran cuerpos mutilados sin sus vestimentas. Elvira concluyó que eran los orientales a quienes les robaron el cofre. Enseguida escuchó un pequeño ruido que la atrajo. Entonces notó un ramito de oro con tres bolitas de marfil y un mensaje entre ellas. Leyó el mensaje: “Bajo el canapé carmesí hay una escalera de caracol que baja a una galería subterránea. La llevara al socorro y a la liberad. ¡Princesa ánimo y buena suerte!”
     Elvira forcejeó con el mueble pensando que tal vez era otra treta del conde, pero no tenía otra alternativa. Encontró la escalera, encendió una vela y descendió. A su paso encontraba ratas y restos humanos. Ansiosa de su liberad, aferrándose a la vida, corrió por el largo pasadizo y luego de unos quinientos metros encontró la salida. Había luna llena y mucho frio. Elvira corrió para mitigar el frio. En aquel pasaje lunar, blanco de nieve, la bella mujer parecía un alma en pena deambulando sin meta. Pero estaba alegre pues ya se vislumbraba su liberación.
     Mientras tanto, en aquella macabra recamara los malhechores bebían a salud de un formidable botín recién obtenido. Pero el conde los hizo entrar en la realidad, “Amigos, el peligro es grande. En Moscú han puesto agentes secretos tras nosotros. ¡He visto algunos rondando el castillo! Hay traidores. Flamenski y Rodoff no están. De seguro buscan redimirse traicionándonos. Tenemos que huir.”   Enseguida el conde se levantó y fue a la recamara donde estaba Elvira, y al no encontrarla comprendió que había huido por el subterráneo. El conde regresó con sus amigos diciendo, “¡Huyó! ¡Tal vez ya estamos rodeados! ¡A las armas a las armas!”
     Al amanecer los bandidos cargaron sus botines logrados y se prepararon para una fuga desesperada. Mientras tanto en el bosque de Sombrouski Elvira se ocultaba tras los árboles al ver un grupo de hombres a caballo. Al darse cuenta que no eran bandidos, encontraba a sus fieles soldados, quienes le dijeron que estaban planeando su liberación. Elvira les dijo, “¡Mamá! ¿Dónde está mi madre?” El soldado le dijo, “Con nosotros. Abríguese. Hace mucho frío.”  Por fín el ansiado reencuentro se produjo y ambas se abrazaron. Elvira contó su larga agonía de horrores. Su madre le dijo, “¡Lo se hijita! Ensució a su padre y al tuyo solo para justificar su bandolerismo, pero esa pesadilla ya terminó. Tenemos a quien nos lo revelaron todo.” “¿Quiénes son?” preguntó Elvira. Su madre contestó, “Flamenski y Rodoff, quienes pertenecieron a esa banda.” Flamenski habló diciendo, “Ibamos a entregarnos. Sabemos que nos colgaran. Pero queremos morir con la conciencia tranquila.” Rodoff agregó, “Nosotros fuimos por el túnel y le dejamos el ramito con el mensaje para ayudarla a huir…” Los soldados los tomaron a ambos mientras Elvira decía, “Mostraron un último rasgo de bondad…” Su madre contestó, “Así es hija. La condición humana siempre puede crecer.”
     Así, la princesa de Lipno y su madre dejaron aquella región macabra, tras horas de horror que la joven nunca describiría ante nadie y que le costaría mucho olvidar. Mientras tanto los prófugos trataban de alejarse. Sin embargo, al ir saliendo del castillo notaron la presencia de soldados. Los prófugos quisieron regresar al castillo pero el mismo ya había sido asaltado por soldados quienes entraron por el pasadizo secreto. El conde se defendió y sus disparos lograron matar a algunos soldados. Pero fue herido de muerte por una bala. Sus últimas palabras fueron, “Elvira…pudimos amarnos…perdóname.”  Un soldado simplemente dijo, “¡Murió! Ni el amor hacia su esposa lo salvará del infierno… ¡Su alma negra carga con decenas de crímenes! Todo acabó ya para él…” Luego, como un exorcismo contra el mal, las dependencias de aquel templo de horrores fueron incendiadas. El fuego destruyó aquel estigma y los aldeanos de los alrededores supieron que su azote por fin se acababa.
     Días más tarde, la princesa de Lipno y su madre viajaron hacia Inglaterra. Sin embargo, sus cicatrices de huérfana y de viuda aún tardarían lustros en borrarse. Bajo la propia supervisión del Zar, muchos de los bienes atesorados por los bandidos, fueron devueltos a las familias, firmas, o países de sus víctimas. Entre todo aquello estaba el baúl en cuyo interior, con vestidos de sangre, seguían los lujos que Elvira hubiera usado para ser, “La más bella y agraciada,” devueltos ahora a unos comerciantes armenios, amigos de las últimas víctimas del conde. Incendiados, pulverizados sus aposentos y conductos macabros, el temible castillo de Dourlinski quedó reducido a ruinas habitadas por hierbas y alimañas, como memoria de uno de los lugares más pérfidos hayan existido.      

Tomado de Novelas Inmortales, Año XI No.571 Octubre 28 de 1988, Novares Editores. Guión: Raúl Prieto. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.