Club de Pensadores Universales

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lunes, 26 de septiembre de 2022

Las Minas del Rey Salomón, de Henry Rider Haggard

     Sir Henry Rider Haggard nació el 22 de junio de 1856, y murió el 14 de mayo de 1925, a la edad de 68 años. Rider Haggard fue un escritor inglés de novelas románticas de aventuras ambientadas en lugares exóticos, predominantemente de África, y un pionero del género literario del mundo perdido. También participó en la reforma agraria en todo el Imperio Británico. Sus historias, situadas en el extremo más ligero de la literatura victoriana, continúan siendo populares e influyentes.

Vida y Carrera

Familia

     Henry Rider Haggard, generalmente conocido como H. Rider Haggard o Rider Haggard, nació en Bradenham, Norfolk, siendo el octavo de diez hijos, hijo de William Meybohm Rider Haggard, abogado, y Ella Doveton, autora y poeta. Su padre nació en San Petersburgo, Rusia, en 1817, de padres británicos.

Haggard era sobrino nieto del abogado eclesiástico John Haggard y tío del oficial naval Sir Vernon Haggard, y del diplomático Sir Godfrey Haggard.

Educación

     Haggard fue enviado inicialmente a la rectoría de Garsington, en Oxfordshire, para estudiar con el reverendo, H. J. Graham, pero, a diferencia de sus hermanos mayores, que se graduaron en varias escuelas privadas, asistió a la Ipswich Grammar School. Esto se debió a que su padre, quien quizás lo consideraba como alguien que no iba a ser muy importante, ya no podía permitirse el lujo de mantener su costosa educación privada.

Después de reprobar su examen de ingreso al ejército, lo enviaron a una escuela de preparacion privada, en Londres, para prepararse para el examen de ingreso al Ministerio de Relaciones Exteriores británico, que nunca se presentó. Durante sus dos años en Londres, entró en contacto con personas interesadas en el estudio de los fenómenos psíquicos.

Sudáfrica 1875-1882

En 1875, el padre de Haggard lo envió a lo que ahora es Sudáfrica, para ocupar un puesto no remunerado como asistente del secretario de Sir Henry Bulwer, teniente gobernador de la Colonia de Natal. En 1876, fue transferido al personal de Sir Theophilus Shepstone, Comisionado Especial para el Transvaal. Fue en este papel, que Haggard estuvo presente en Pretoria, en abril de 1877, para el anuncio oficial de la anexión británica de la República Boer de Transvaal. De hecho, Haggard levantó la bandera de la Unión, y leyó gran parte de la proclamación tras la pérdida de la voz del funcionario, al que originalmente se le confió la tarea.

     Aproximadamente en ese momento, Haggard se enamoró de Mary Elizabeth, "Lilly," Jackson, con quien tenía la intención de casarse, una vez que obtuviera un empleo remunerado en África. En 1878, se convirtió en secretario del Tribunal Superior de Transvaal, y le escribió a su padre informándole que tenía la intención de regresar a Inglaterra, y casarse con ella. Su padre lo prohibió, hasta que Haggard se hiciera una carrera, y en 1879 Mary Jackson se había casado con Frank Archer, un banquero acomodado. Cuando Haggard finalmente regresó a Inglaterra, se casó con una amiga de su hermana, Marianna Louisa Margitson (1859–1943) en 1880, y la pareja viajó juntos a África. Tuvieron un hijo llamado Jack (nacido en 1881, murió de sarampión a los 10 años) y tres hijas, Angela (n. 1883), Dorothy (n. 1884) y Lilias (n. 1892). Lilias Rider Haggard se convirtió en autora, editó The Rabbit Skin Cap y I Walked By Night, y escribió una biografía de su padre, titulada, The Cloak That I Left (publicada en 1951).

En Inglaterra 1882-1925

     Al regresar a Inglaterra en 1882, la pareja se instaló en Ditchingham, Norfolk, el hogar ancestral de Louisa Margitson. Más tarde, vivieron en Kessingland, y tuvieron conexiones con la iglesia en Bungay, Suffolk. Haggard se dedicó al estudio del derecho, y fue llamado al colegio de abogados, en 1884. Su práctica del derecho, fue irregular, y gran parte de su tiempo, lo dedicó a escribir novelas, que consideraba más rentables. Haggard vivió en, 69 Gunterstone Road, en Hammersmith, Londres, desde mediados de 1885, hasta alrededor de abril de 1888. Fue en esta dirección de Hammersmith, donde completó, Las Minas del Rey Salomón, publicado en septiembre de 1885.

     Haggard estuvo fuertemente influenciado por los aventureros más grandes que conoció, mientras vivía en el África colonial, sobre todo Frederick Selous, y Frederick Russell Burnham. Creó sus aventuras de Allan Quatermain, bajo su influencia, en una época en la que se estaban descubriendo grandes riquezas minerales en África, así como las ruinas de antiguas civilizaciones perdidas del continente, como el Gran Zimbabue. Tres de sus libros, El Mago (1896), Corazón Negro, y Corazón Blanco; Un Idilio Zulú (1896) y Elisa; La Perdición de Zimbabue (1898), están dedicados a la hija de Burnham, Nada, la primera niña blanca nacida en Bulawayo; su nombre se debe al libro de Haggard, de 1892 Nada el Lirio.. Haggard pertenecía a los clubes de autores, Ateneo, y Savile.

Ayuda para Lili Archer

      Años más tarde, cuando Haggard era un novelista de éxito, su antiguo amor, Lilly Archer, de soltera Jackson, se puso en contacto con él. Su esposo la había abandonado, quien había malversado los fondos que le habían confiado, y huyó arruinado a África. Haggard la instaló a ella y a sus hijos en una casa, y se ocupó de la educación de los niños. Lilly finalmente siguió a su esposo a África, donde él la infectó con sífilis antes de morir él mismo.

     Lilly regresó a Inglaterra, a fines de 1907, donde Haggard la apoyó nuevamente hasta su muerte, el 22 de abril de 1909. Estos detalles generalmente no se conocían, hasta la publicación de la biografía de Haggard en 1981 por Sydney Higgins. 

Carrera Literaria

     Después de regresar a Inglaterra en 1882, Haggard publicó un libro sobre la situación política en Sudáfrica, así como un puñado de novelas sin éxito, antes de escribir el libro por el que es más famoso, Las Minas del Rey Salomón. Aceptó una regalía del 10 por ciento en lugar de £ 100 por los derechos de autor.

     Pronto siguió una secuela titulada, Allan Quatermain, seguida de She y su secuela Ayesha, novelas de aventuras de capa y espada ambientadas en el contexto de la Revuelta por Africa, aunque la acción de Ayesha ocurre en el Tíbet. El enormemente popular, Las Minas del Rey Salomón, a veces se considera la primer novela del género Mundo Perdido. En general, se la considera uno de los clásicos de la literatura imaginativa y, con 83 millones de copias vendidas en 1965, es uno de los libros más vendidos de la historia.
    También es recordado por, Nada el Lirio, una historia de aventuras entre los zulúes, y el épico romance vikingo,
Eric Brighteyes. Sus novelas retratan muchos de los estereotipos asociados con el colonialismo, pero son inusuales por el grado de simpatía con el que se retrata a las poblaciones nativas. Los africanos suelen desempeñar papeles heroicos en las novelas, aunque los protagonistas son típicamente europeos.
     Ejemplos notables son el heroico guerrero zulú, Umslopogaas, e Ignosi, el legítimo rey de Kukuana, en,
Las Minas del Rey Salomón. Habiendo desarrollado una intensa amistad mutua con los tres ingleses que lo ayudan a recuperar su trono, Ignosi acepta su consejo y logra abolir la caza de brujas, y la pena capital arbitraria.
     Tres de las novelas de
Haggard fueron escritas en colaboración con su amigo Andrew Lang, quien compartía su interés por el reino espiritual y los fenómenos paranormales. Haggard también escribió sobre la reforma agrícola y social, en parte inspirado por sus experiencias en África, pero también basado en lo que vio en Europa. Al final de su vida, fue un acérrimo opositor del bolchevismo, posición que compartió con su amigo Rudyard Kipling. Los dos se habían unido, a la llegada de Kipling a Londres en 1889, en gran parte gracias a sus opiniones compartidas, y siguieron siendo amigos de por vida.

 Asuntos Públicos

      Haggard participó en la reforma de la agricultura, y fue miembro de muchas comisiones sobre el uso de la tierra, y asuntos relacionados, trabajo que involucró varios viajes a las Colonias y Dominios. Eventualmente, condujo a la aprobación del Proyecto de Ley de Desarrollo de 1909. Se presentó sin éxito al Parlamento como candidato conservador de la división Este de Norfolk, en las elecciones de verano de 1895, perdiendo por 197 votos. Fue nombrado Caballero, en 1912, y Caballero Comandante de la Orden del Imperio Británico, en los Honores de Año Nuevo de 1919.

Muerte

    Haggard murió el 14 de mayo de 1925, en Marylebone, Londres, a la edad de 68 años. Sus cenizas fueron enterradas en la iglesia de St Mary, Ditchingham. Sus documentos se encuentran en la Oficina de Registro de Norfolk. Entre sus familiares, se encuentran el escritor Stephen Haggard, sobrino nieto, el director, Piers Haggard, sobrino tataranieto, y la actriz Daisy Haggard, tatara-tatara-sobrina.

Legado

Influencia

     El psicoanalista Carl Jung consideraba a Ayesha, la protagonista femenina de Ella, como una manifestación del ánima. Su epíteto "Ella que debe ser obedecida," es utilizado por el autor británico John Mortimer en su serie, Rumpole of the Bailey como el nombre privado del personaje principal para su esposa, Hilda, ante quien tiembla en casa, a pesar de que es abogado con cierta habilidad en la corte.

     El género Mundo Perdido de Haggard, influyó en escritores de comics estadounidenses populares, tales como como Edgar Rice Burroughs, Robert E. Howard, Talbot Mundy, Philip José Farmer y Abraham Merritt. Allan Quatermain, el héroe de aventuras de, Las Minas del Rey Salomón, y su secuela, Allan Quatermain, fue un modelo para el personaje estadounidense de Indiana Jones. Quatermain, ha ganado popularidad recientemente gracias a ser un personaje principal en la, Liga de los Hombres Extraordinarios.

    Graham Greene, en un ensayo sobre Haggard, afirmó: "El encanto es justo lo que ejerció este escritor; fijó imágenes en nuestras mentes que treinta años no han podido borrar." Haggard fue elogiado en 1965, por Roger Lancelyn Green, uno de los Oxford Inklings, como un escritor de un nivel constantemente alto de "habilidad literaria y puro poder imaginativo" y coautor con Robert Louis Stevenson de, La Era de los Contadores de Historias. 

Sobre el Racismo

     Las obras de Rider Haggard han sido criticadas por sus descripciones de personajes no europeos. En su libro de no ficción, Descolonizando la Mente, el autor keniano, Ngũgĩ wa Thiong'o, se refiere a Haggard, quien dice que fue uno de los autores canónicos en la escuela primaria y secundaria, como uno de los, "genios del racismo".

     La autora y académica, Micere Mugo, escribió en 1973, que leer la descripción de, "una anciana africana en Las Minas del Rey Salomón, de Rider Haggard, le hizo sentir un terror mortal, durante mucho tiempo, cada vez que se encontraba con ancianas africanas.”

Influencia en la Literatura Infantil del Siglo XIX

Durante el siglo XIX, Haggard fue una de las muchas personas que contribuyeron a la literatura infantil. Morton N. Cohen, describió Las Minas del Rey Salomón, como una historia que tiene, "un interés universal, tanto para adultos como para jóvenes". El mismo Haggard quería escribir el libro para niños, pero finalmente tuvo una influencia en niños y adultos de todo el mundo. Cohen explicó: "Las Minas del Rey Salomon, se leía en las escuelas públicas [y] en voz alta en las aulas".

Influencia General y Legado

     Al primer capítulo del libro de Haggard, Gente de la Niebla, se le atribuye haber inspirado el lema de la, Royal Air Force, anteriormente, Royal Flying Corps, Per ardua ad astra.

     En 1925, su hija Lilias encargó una ventana conmemorativa para la iglesia de Ditchingham, en su honor, a James Powell and Sons. El diseño presenta las pirámides, su granja en África, y Bungay visto desde Vineyard Hills cerca de su casa.

     La, Rider Haggard Society, fue fundada en 1985. Publica el, Haggard Journal, tres veces al año. (Wikipedia en Ingles.)

     Las Minas del Rey Salomon (1885) es una novela popular del fabulista y escritor de aventuras victoriano inglés, Sir H. Rider Haggard. Cuenta la búsqueda, en una región inexplorada de África, por parte de un grupo de aventureros liderados por Allan Quatermain, del hermano desaparecido de uno de los miembros del grupo. Es una de las primeras novelas de aventuras inglesas, ambientadas en África, y se considera la génesis del género literario del mundo perdido.

Antecedentes

     El libro se publicó por primera vez en septiembre de 1885, en medio de una fanfarria considerable, con vallas publicitarias y carteles en Londres que anunciaban, "El libro más asombroso jamás escrito". Se convirtió en un éxito de ventas inmediato.

     A fines del siglo XIX, los exploradores estaban descubriendo civilizaciones antiguas en todo el mundo, como el, Valle de los Reyes de Egipto, y el imperio de Asiria. África interior permaneció en gran parte inexplorada, y Las Minas del Rey Salomón, una de las primeras novelas de aventuras africanas, publicadas en inglés, cautivó la imaginación del público.

     El "Rey Salomón" del título del libro, es el rey bíblico famoso tanto por su sabiduría, como por su riqueza. Se han sugerido varios sitios como la ubicación de sus minas, incluidos los trabajos en el valle de Timna cerca de Eilat. La investigación publicada en septiembre de 2013, ha demostrado que este sitio estuvo en uso durante el siglo X a. C. como una mina de cobre, posiblemente por los edomitas, de quienes la Biblia informa que eran rivales, y frecuentemente estaban en guerra con el rey Salomón. La Biblia se refiere a que el rey Salomón envió, en asociación con sus aliados fenicios, expediciones comerciales a lo largo del Mar Rojo, que trajeron mercancías y animales exóticos de África a Jerusalén. Los comerciantes musulmanes en Sofalá, les dijeron a los viajeros portugueses en los siglos XVI y XVII, que las minas de oro de la región pertenecían al rey Salomón, y que él construyó las ruinas del Gran Zimbabue.

     Haggard conocía bien África, ya que viajó a las profundidades del continente, durante la guerra anglo-zulú, y la primera guerra de los bóers, donde quedó impresionado por la vasta riqueza mineral de Sudáfrica, y por las ruinas de antiguas ciudades perdidas que estaban siendo descubiertas, como Gran Zimbabue. Su personaje original, Allan Quatermain, se basó en gran parte en Frederick Selous, el cazador y explorador blanco británico de África. Las experiencias de la vida real de Selous, proporcionaron a Haggard los antecedentes y la inspiración para esta y muchas historias posteriores.

     Haggard también tenía una deuda considerable con Joseph Thomson, el explorador escocés cuyo libro, Through Masai Land, se publicó en 1885. Thomson afirmó que había aterrorizado a los guerreros en Kenia, al sacarse la dentadura postiza y afirmar ser un mago, tal como lo hace el Capitán Good, en, Las Minas del Rey Salomón. El contemporáneo, James Runciman, escribió un artículo titulado, King Plagiarism and His Court, interpretado como acusando a Haggard de plagio por esto. Thomson estaba tan indignado por el presunto plagio de Haggard, que publicó una novela propia, Ulu: Un Romance Africano, que, sin embargo, no se vendió.

Resumen de la Trama

     Allan Quatermain, un aventurero y cazador blanco, con sede en Durban, en lo que ahora es Sudáfrica, es abordado por el aristócrata Sir Henry Curtis, y su amigo el Capitán Good, en busca de su ayuda para encontrar al hermano de Sir Henry, quien fue visto por última vez viajando hacia el norte, en el interior inexplorado. en una búsqueda de las legendarias Minas del Rey Salomón. Quatermain tiene un mapa misterioso que pretende conducir a las minas, pero nunca se lo tomó en serio. Sin embargo, acepta liderar una expedición a cambio de una parte del tesoro, o un estipendio para su hijo si lo matan en el camino. Tiene pocas esperanzas de que regresen con vida, pero razona que ya ha sobrevivido a la mayoría de las personas en su profesión, por lo que morir de esta manera al menos asegura que su hijo estará bien. También llevan consigo a un nativo misterioso, Umbopa, que parece más majestuoso, guapo y bien hablado, que la mayoría de los porteadores de su clase, pero que está muy ansioso por unirse a la fiesta.

     Viajando en una carreta de bueyes, llegan al borde de un desierto, pero no antes de una cacería en la que un elefante herido, cobra la vida de un sirviente. Continúan a pie por el desierto, casi muriendo de sed, antes de encontrar el oasis que se muestra en la mitad del mapa. Al llegar a una cadena montañosa, llamada Suliman Berg, suben a un pico, uno de los, "Pechos de Sheba" y entran en una cueva donde encuentran el cadáver congelado de José Silvestre, también deletreado Silvestra, el explorador portugués del siglo XVI, que dibujó el mapa en su propia sangre.
     Esa noche, un segundo sirviente muere de frío, por lo que dejan su cuerpo junto al de Silvestra, para, "darle un compañero". Cruzan las montañas hacia un valle elevado, exuberante y verde, conocido como Kukuanalandia. Los habitantes tienen un ejército, y una sociedad bien organizados, y hablan un antiguo dialecto de IsiZulu. La capital de Kukuanaland es Loo, el destino de un magnífico camino desde la antigüedad. La ciudad está dominada por un kraal, o asentamiento de chozas, real central.

     Pronto se encuentran con un grupo de guerreros Kukuana, que están a punto de matarlos cuando el Capitán Good juguetea nerviosamente con su dentadura postiza, lo que hace que los Kukuana retrocedan de miedo. A partir de entonces, para protegerse, se llaman a sí mismos "hombres blancos de las estrellas" (dioses hechiceros) y se les exige que den pruebas periódicas de su divinidad, lo que pone a prueba tanto sus nervios como su ingenio.

     Los llevan ante el rey Tuala, que gobierna a su pueblo con una violencia despiadada. Llegó al poder años antes, cuando asesinó a su hermano, el rey anterior, y expulsó a la esposa y al hijo pequeño de su hermano, Ignosi, al desierto para morir. El reinado de Tuala es indiscutible. Una bruja malvada e imposiblemente antigua, llamada Gagool, es su principal asesora. Elimina cualquier oposición potencial, ordenando cacerías de brujas periódicas, y asesinando sin juicio a todos los identificados como traidores. Cuando elige a Umbopa para este destino, se necesita toda la habilidad de Quatermain para salvar su vida.

     Gagool, al parecer, ya ha sentido lo que Umbopa revela poco después: él es Ignosi, el legítimo rey de los Kukuanas. Estalla una rebelión, los ingleses obtienen apoyo para Ignosi, aprovechando su conocimiento previo de un eclipse lunar para afirmar que oscurecerán la luna como prueba de la afirmación de Ignosi. En ediciones anteriores, se trataba de un eclipse solar; Haggard lo cambió después de darse cuenta de que su descripción de un eclipse solar no era realista. Los ingleses se unen al ejército de Ignosi en una furiosa batalla. Aunque superados en número, los rebeldes derrocan a Tuala, y Sir Henry le corta la cabeza en un duelo.

     Los ingleses también capturan a Gagool, quien los lleva a regañadientes a las Minas del Rey Salomón. Ella les muestra una sala del tesoro dentro de una montaña, tallada en lo profundo de la roca viva y llena de oro, diamantes y marfil. Luego, se escapa traidoramente mientras admiran el tesoro, y activa un mecanismo secreto que cierra la gran puerta de piedra de la mina. Sin embargo, una breve pelea con una hermosa mujer kukuana llamada Foulata, que se había encariñado con Good después de cuidarlo de las heridas sufridas en la batalla, hace que Gagool sea aplastada debajo de la puerta de piedra, aunque no antes de apuñalar fatalmente a Foulata. Su escasa reserva de comida y agua disminuye rápidamente, los hombres atrapados se preparan para morir también. Después de unos días de desesperación encerrados en la cámara oscura, encuentran una ruta de escape, trayendo consigo algunos bolsillos llenos de diamantes del inmenso tesoro, suficientes para enriquecerse.

     Los ingleses se despiden de un afligido Ignosi, y regresan al desierto, asegurándole que valoran su amistad, pero que deben regresar para estar con su propia gente. Ignosi a cambio les promete que serán venerados y honrados entre su pueblo para siempre. Tomando una ruta diferente, encuentran al hermano de Sir Henry varado en un oasis por una pierna rota, incapaz de avanzar o retroceder. Regresan a Durban y, finalmente, a Inglaterra, lo suficientemente ricos como para vivir una vida cómoda.

Importancia Literaria y Crítica

    Haggard escribió la novela como resultado de una apuesta de cinco chelines con su hermano, quien dijo que no podía escribir una novela ni la mitad de buena que, La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson (1883). La escribió en poco tiempo, entre seis y dieciséis semanas, entre enero, y el 21 de abril, de 1885. Sin embargo, el libro era una completa novedad, y fue rechazado por una editorial tras otra. Después de seis meses, se publicó, Las Minas del Rey Salomón, y el libro se convirtió en el más vendido del año, y los impresores lucharon por imprimir copias lo suficientemente rápido.

     Andrew Lang, que reseña, Las Minas del Rey Salomón, para Saturday Review, elogió el libro. Lang describió el libro como una, "historia de aventuras particularmente emocionante y vigorosa," y agregó que, "solo tenemos elogios por los poderes muy notables y poco comunes de invención y el don de la 'visión' que muestra el Sr. Haggard".

     En el proceso, Las Minas del Rey Salomón, creó un nuevo género conocido como “Mundo Perdido,” que inspiraría, La Tierra Que el Tiempo Olvidó, de Edgar Rice Burroughs,
El Mundo Perdido, de Arthur Conan Doyle,
El Hombre Que Queria Ser Rey, de Rudyard Kipling,  y
En las Montañas de la Locura de H. P. Lovecraft.
     En, El Regreso de Tarzán (1913), Edgar Rice Burroughs presentó su propia ciudad perdida de Opar, en la que la influencia de, Las Minas del Rey Salomón, es evidente.
     El Opar de Burroughs es supuestamente el mismo que el Ophir bíblico con el que comerciaba el rey Salomón. Opar reapareció en más novelas de Tarzán y luego se retomó en las novelas, Khokarsa de Philip José Farmer y varios trabajos derivados en otros medios.
     Burroughs también presentó otras ciudades perdidas en varios rincones ocultos de África para que Tarzán las visitara, como un valle habitado por cruzados extraviados que aún mantienen una forma de vida medieval.
     Conan the Barbarian,
de Robert E. Howard, también visitó varias ciudades perdidas, y El Fantasma, de Lee Falk se escribió inicialmente en este género.
     Una novela de Mundo Perdido muy posterior es, Congo, de Michael Crichton, que se desarrolla en la década de 1970, y presenta personajes que buscan un tesoro de diamantes en la ciudad perdida de Zinj, para usar en componentes electrónicos en lugar de joyería.

     Al igual que en, La Isla del Tesoro, el narrador de Las Minas del Rey Salomón, cuenta su historia en primera persona, en un estilo de conversación fácil. Falta casi por completo, excepto en el habla de los kukuanas, el lenguaje ornamentado generalmente asociado con las novelas de esta época. El uso de Haggard de la perspectiva subjetiva en primera persona, también contrasta con el punto de vista omnisciente en tercera persona, que entonces estaba de moda, entre escritores influyentes, como Anthony Trollope, Thomas Hardy, y George Eliot.

     El libro tiene valor académico por las actitudes colonialistas que expresa Haggard, y por la forma en que retrata las relaciones entre los personajes blancos y africanos. Haggard retrata a algunos personajes africanos, como Tuala y Gagool, como bárbaros, pero su barbarie tiene más que ver con sus roles como antagonistas en la historia que con su herencia africana. También presenta la otra cara de la moneda, mostrando a algunos negros africanos, como Ignosi, como héroes y heroínas, y muestra respeto por su cultura. El libro expresa mucho menos prejuicio que algunos de los libros posteriores de este género.
     De hecho, Quatermain afirma que se niega a utilizar la palabra "nigger," y que muchos africanos son más dignos del título de "gentleman" que los europeos que se instalan, o se aventuran en el país. Haggard incluso incluye un romance interracial entre una mujer kukuana, Foulata, y el inglés blanco Capitán Good. El narrador trata de desalentar la relación, temiendo el alboroto que causaría tal matrimonio en casa; sin embargo, no tiene objeciones a la dama, a quien considera muy hermosa y noble. Haggard finalmente mata a Foulata, quien muere en los brazos de Good.

     En el libro, se dice que Kukuana está a cuarenta leguas al norte del río Lukanga, en la actual Zambia, lo que la ubicaría en el extremo sureste de la actual República Democrática del Congo. La cultura de los kukuanas comparte muchos atributos con los zulúes, como el idioma zulú que se habla, y el sistema de kraal que se usa.

Adaptaciónes en otros Medios

    La novela ha sido adaptada al cine, al menos siete veces. La primera adaptación cinematográfica, una versión de cine mudo, fue dirigida por Horace Lisle Lucoque en 1919, seguida de la primera versión sonora en 1937, Las Minas del Rey Salomón, dirigida por Robert Stevenson.

     La versión más conocida se estrenó en 1950, Las Minas del Rey Salomón, dirigida por Compton Bennett y Andrew Marton, a la que siguió una secuela, Watusi (1959).
     En 1979, Alvin Rakoff dirigió una versión de bajo presupuesto, El Tesoro del Rey Salomón, que combina, Las Minas del Rey Salomón, y Allan Quatermain, en una sola historia.
     La película de 1985, Las Minas del Rey Salomón, fue una parodia más irónica de la historia, seguida de una secuela en la misma línea: Allan Quatermain and the Lost City of Gold (1987). Alrededor del mismo período, salió una película de televisión animada australiana, Las Minas del Rey Salomón.
     En diciembre de 2006, se estrenó la película, The Librarian: Return to King Solomon's Mines, la segunda de una trilogía que sigue las fantásticas aventuras de un hombre.
     En 2008, Mark Atkins lanzó una adaptación directa a video, Allan Quatermain and the Temple of Skulls, que se parecía más a Indiana Jones que a la novela. (Wikipedia en Ingles)

Las Minas del Rey Salomón

de H. Rider Haggard

“Yo, Allan Quatermain, inglés de cincuenta y cinco años de edad, había vivido gran parte de mi existencia en África del Sur, dedicado a la cacería de leones, elefantes, y otros mamíferos gracias a ello logre reunir el suficiente dinero para retirarme a una vida tranquila aunque modesta. Sin embargo, por asares de a fortuna, me asocié con un grupo de aventureros, y viajé con ellos hacia una región ignota, pasando por incomparables peligros, espantosas experiencias, e incluso un enfrentamiento con el terrible tirano Kakuana, todo ello en pos del más fabuloso tesoro nunca visto, el cual se hallaba en las, Minas del Rey Salomón.”

“Toda aquella extraña aventura comenzó en África del Sur, en un vapor que me conducía en el Cabo a Natal, ciudad esta última donde había decidido fijar mi residencia.”

     Quatermain fumaba una pipa en la cubierta del vapor cuando fue interrumpido por dos pasajeros. “Perdone caballero, ¿Es usted el cazador Allan Quatermain?” Quatermain volteo y dijo, “El mismo, señores, ¿Quién me busca?”  Uno de los pasajeros dijo, “Él es el capitán Good, un viejo amigo mío, y yo Sir Henry Curtis, ex marino. Hacemos este viaje desde Inglaterra en busca de mi hermano menor, George, quien vino hace meses al África haciéndose llamar Neville.”
     Enseguida, el capitán Good dijo, “Estuvimos en un lugar llamado Bamangwato, al norte de Transvaal. Allí nos informaron que solo dos hombres blancos habían acampado en los últimos tiempos: El llamado Neville y otro, un conocido cazador, apellidado Quatermain.” Allan dijo, “Los que les informan es verdad. Conocí a Neville en Bamangwato. Él salio de allí acompañado de un Boyero en dirección a la tierra de los Macabeles.” La voz del rubio desconocido, cuyo nombre era Henry, inquirió ansiosamente. “¿Sabe usted por casualidad a que iba mi hermano a esa región inhóspita y poco explorada?” La respuesta que les dio Allan fue corta y tajante, “Aquel joven se dirigía a las montañas de Transvaal, en busca de las legendarias Minas del Rey Salomón.”

     Como era natural, aquellos dos viajeros lo asediaron con preguntas. Pero antes de que Allan continuára explicándoles, en qué consistía la leyenda que habia traído al África, a aquel joven aventurero, Allan tuvo que asegurarse que decían la verdad. Entonces Henry tuvo que explicarse más, y dijo, “Le mostrare documentos que prueban que George es mi hermano.” Cuando Allan vio una fotografía, que le mostraron, dijo, “Éste es en efecto el viajero que conocí en Bamangwato, como Neville.” Henry dijo, “Al morir mis padres yo, como primogénito, heredé todos sus bienes. George resentido, escapó de la casa, y decidió venir al África, en busca de fortuna. He tratado inútilmente de encontrarlo desde entonces.”
     Allan le dijo, “Pues si ese joven siguió las instrucciones del pequeño mapa, que le di al boyero Jim para él, poco antes de su partida, ustedes podrán tener enseguida una idea de la zona donde se encuentra.” Allan agregó, “Debo, sin embargo, prevenirles, sobre las pocas posibilidades que existen de que un inexperto viajero como él, haya llegado a buen término, empresa tan peregrina. Sería una inmensa suerte que esté vivo.” Henry le dijo, “Si el mapa de usted iba a guiar a mi hermano hacia esas minas, ¿Por qué le parece tan difícil que las haya encontrado, o que, al menos sobreviva?” Allan dijo, “He sabido de varios hombres a quienes la ambición y los sueños llevaron a emprender la búsqueda de las famosas minas de diamantes, que según algunos historiadores, el rey Salomón de la Biblia, encontró en lo que ahora es el Transvaal, y que se dice pudo ser cuna de la ciudad de Ofir.”

     Allan comenzó a narrar su historia. “La primera vez que oí hablar a alguien de aquellas maravillas, fue en una pobrísima aldea del país de los Manicas, a la que llegamos otro cazador y yo para comprar comida hace más de treinta años. Una vieja hechicera fue la única que se animó a vendernos algo. Recuerdo que mi compañero Evans le dijo, ‘Te pagaremos bien si nos informas sobre los animales que se pueden cazar en esta región, anciana, pues nos han dicho que cercas de las montañas de Solimán, hay manadas de elefantes.’ Ella contestó, ‘Desde aquí puedes ver las montañas nevadas, extranjero, pero si vas hacia ellas, hallarás primero esas manadas de elefantes salvajes, luego un enorme desierto, y más allá, la muerte en manos de los señores del silencio.’ Evans dijo, ¿Quiénes son los Señores del Silencio?’
     Ella dijo, ‘¡Ah!¡Son los dueños de las piedras que centellean, y de la ciudad de nuestro padre Solimán, un mago hebreo que vivió allí antes de que nacieran los abuelos de mis abuelos.’ Ni a mi compañero ni a mi, nos interesó mucho aquella historia fantástica. En esa época comenzaba yo como cazador, y mi obsesión era convertirme en traficante de marfil. Evans me dijo, cuando nos fuimos, ‘¿Escuchaste Allan?¡Deben ser cientos de miles de elefantes!’ Y en efecto, la pradera cercana a la aldea, era rica en paquidermos. Pronto nos hicimos con varias toneladas de marfil que llevamos a la ciudad, y vendimos a muy buen precio.
    Me despedí de Evans en Natal, y nunca más volví a verlo. Algunos meses después, supe que un búfalo herido le mató en la sabana, durante otra partida de caza. Pasaron veinte años, y durante una de mis incursiones por esas mismas praderas, tuve que detenerme en otra aldea, llamada Sitanda, pues habia contraído una fiebre, y debía descansar. Un portugués que se llamaba Jose Silvestra, llegó también a Sitanda. Se quedó algunos días conmigo mientras su criado mestizo preparaba los implementos necesarios para atravesar el desierto, y subir las montañas. Yo le pregunté, ‘¿Para que explorará esa zona tan escarpada e inhóspita, Don Jose?’ Aquel portugués fue la segunda persona que me habló de las minas. ‘¡Iré en busca del Tesoro de Salomón! Y si lo encentro seré el hombre más rico del mundo, amigo mío.’
    Al día siguiente partió, y me dijo, ‘Si esa fortuna en diamantes llega a ser mía, y alguna vez llégo a verle, Quartemain, recordaré su hospitalidad.’ Una semana después, yo habia superado la fiebre, y para mi sorpresa, Don Jose Silvestra, volvía medio muerto de su aventura. El pobre hombre estaba sediento y febril. Temblando extrajo un trozo de tela del bolsillo interior de su camisa, diciendo, ‘¡D-Debo entregarle e-esto Quatermain!’ Puso en mis manos aquel inusitado objeto, y explico, ‘Mi antepasado Jose Da Silvestra…descubrió la ciudad de Salomón…y las minas de diamantes.
     Cuando regresaba de allí, murió. Un esclavo suyo, descubrió el cadáver, y recogió éste pedazo de lienzo que entregó a la familia. Eso ocurrió hace t-tres siglos. Solo yo he p-podido descifrarlo. ¡Aquí en este pedazo de tela…está el mapa del tesoro…el camino de las m-minas del rey Salomón! A mí, ese maldito desierto me impidió llegar. El pobre mestizo que me acompañaba, quedó muerto sobre la arena. ¡Pero usted podrá lograrlo, Quartemain! ¡Vaya y conviértase en el hombre más rico del mundo!’ Dicho esto se desplomó. Yo pensé, ¡Pobre Don Jose! Por ir en pos de una quimera, abandonó todo lo que ya tenía, y perdió lo más precioso: la vida.’ Y ante la tumba del portugués, decidí guardar aquel secreto, y no repetir tan absurda hazaña, pensando, ‘La ambición no me arrebatará a la muerte como a ti, pobre iluso amigo mío.’
    Sin embargo, y no sé porque siempre llévo una copia del mapa, que aquel pobre hidalgo trazó en un pedazo de tela, y que es exactamente lo que ahora les muestro.”
Fue entonces cuando Sir Henry dijo, “¡Iré a ese país ignoto, señores! Pero no para intentar hacerme más rico de los que soy, sino para buscar a mi hermano, y compartir con él la fortuna de mis padres.” Allan dijo, “Si ustedes dos acceden a acompañarme, y hallamos esos diamantes, podrán repartírselos por mitad en premio a su valor. Yo no tomaré ni uno solo.” Allan agregó, “Los gastos del viaje correrán por mi cuenta y en caso de no hallar esas joyas, están los elefantes. El marfil que logremos acumular, irá en pago por los riesgos y será únicamente para ustedes.”

     Dos meses después, todo estaba dispuesto para la partida. Incluso, Allan habían comprado una carreta y contratado a dos porteadores llamados respectivamente, Khiva y Ventvógel. De pronto, cuando abandonaron Natal, con el convoy, un hombre altísimo obligó al boyero a detener la marcha, diciendo, “¡Señores blancos, deseo unirme a ustedes!” Desde aquella ocasión, Allan presintió que aquel forzudo y entusiasta desconocido, iba a significar problemas. Allan le dijo, “¿Cómo te llamas?¿De qué tribu eres, y porque quieres viajar con nosotros” El hombre dijo con una inusitada arrogancia, “Soy Umbopa, me crie entre los Zulúes, pero mi origen verdadero se halla en un lugar de las montañas. Estoy dispuesto a ser uno de sus humildes porteadores.”
     Allan le dijo, “No me pareces humilde ni necesitado de dinero…o, al menos no tanto como para un trabajo tan duro.” Umbopa le dijo, “Soy fuerte, sin embargo he servido en el ejército, y deseo conocer las montañas.” Allan consultó con sus compañeros antes de darle al hombre una respuesta. Henry dijo, “Solo conseguimos tres hombres que quisieran acompañarnos a la expedición cuando necesitábamos diez por lo menos. ¡Este nos cae del cielo!” Allan regresó, y dijo a Umbopa, “Está bien. Quedas contratado, Umbopa.” Umbopa dijo, “¡No se arrepentirán! Lejos de eso, algún día se alegrarán en lo más íntimo de sus corazones, por haberme aceptado, hombres  blancos.”
     Poco después, al atravesar una árida llanura, los animales comenzaron a morir. Henry dijo, “¡Dios mío! Ahora nosotros tendremos que llevar la carga.” Allan dijo, “El boyero se ha ido temiendo enfermar también!” Umbopa se echó entonces, la mayor parte de los fardos a la espalda, diciendo, “¡Vamos hombres blancos! Sobre todo el agua y la carne salada, nos serán indispensables!” Allan dijo a Henry, cuando continuaron el viaje, “Creo que éste Zulú tenía razón. Ahora comenzamos a alegrarnos de que viaje con nosotros.” Henry dijo, “¡Es en verdad un hombre fortísimo!”

     Esa noche acamparon en plena pradera. Cuando cenaban alrededor de la hoguera, un espantoso grito los sobresaltó. YIIIIIIJJJJJJ. Allan dijo, “¡Es el macho guía de una manada de elefantes!¡Y por lo que oigo, se trata de un verdadero gigante!” Decidieron dar caza al paquidermo. Tomaron sus armas y Allan dijo, “¡El capitán Good y Khiva irán por ese lado, y nosotros por éste, sir Henry! La bestia no puede andar lejos, y sus colmillos serán nuestro primer trofeo de este viaje.” Por fin, desde una pequeña loma lo divisaron. Good dijo, “¡Allí está!¡Hace señas a la manada, no sé si para que retroceda o para que lo siga!” Enseguida Good pensó, “¡La cara que pondrá Quatermain, cuando vea que un inexperto como yo, cobro tan codiciada presa!¡Je!”
     Pero fue precisamente la inexperiencia de Good, la que hizo que éste fallara el tiro, e hiriera al poderoso animal en la trompa. ¡BANG!¡KIIIIIII! Inmediatamente Good gritó, “¡CORRE KHIVA!¡Ese monstruo viene hacia nosotros!” En solo segundos, el paquidermo enfurecido subía la cuesta aplastándolo todo. Mientras emprendía la huida, en el momento más inoportuno, Good tropezó, exclamando,  “¡AUCH!” Ya en el piso, Good observó como el elefante lo iba a aplastar, y gritó, “¡A-AUXILIOOO!¡Este monstruo va a aplastarme, Khiva!” Khiva le gritaba al elefante, “¡EEEEH!¡EEEH!” El porteador brincó gritando, poniéndose a la vista, para llamar la atención de animal herido, y le arrojó su lanza. El proyectil pasó rosándole apenas la oreja. Aún más furiosos, el elefante se lanzó en persecución de su agresor. Khiva aprovechó para alertar a Good y le gritó, “¡CORRE!¡ESCAPA!¡HUYE!”
    Good que habia creído que iba a morir, saltó para salvar el pellejo. Mientras tanto, Khiva intentaba desesperadamente trepar la copa de un árbol. ¡YIIIIII! Pero antes de que lo lográra, el paquidermo lo levanto por los aires con su trompa. Khiva gritaba, “¡SOCOOOORRROO!” Good se detuvo en la huida al escuchar aquel grito, y pensó, “¡Dios mío!¡Es el pobre africano!” El paquidermo habia tirado a Khiva, quien yacía casi desmayado en el suelo, con una de la enorme pata del animal pronta a descargar todo su peso sobre él.

     Good entre tanto, habia huído por ayuda. Sin embargo, cuando llegaron, Henry exclamó, “¡Dios tenga piedad de su alma!¡Lo ha destrozado!”  Enterraron los restos del joven porteador al pie del árbol, y lo cubrieron de piedras para evitar que las hienas lo devoráran. Good dijo tristemente, “Murió por salvarme.” Allan dijo, “¡Vamos Good! Tenemos que reanudar la marcha.”

     Durante los siguientes días, recorrieron varias aldeas, y en la última de ellas prepararon una abundante provisión de agua fresca para cruzar el desierto. Abandonaron todo lo superfluo, y llevando cada uno la menor carga posible, se internaron en aquel temible mar de arena. Pronto sobre el ánimo del grupo cayó la amenaza, a cada paso más cierta, de una muerte horrible en medio de aquella aridez, si llegaba a acabarse el agua antes de llegar a las montañas. Solían descansar bajo la escasa sombra de las rocas, a la hora más candente del medio día. Allan dijo, “Serán cuarenta leguas hasta el primer pozo de agua que José Da Silvestra señaló en el mapa.” Dos días después, Good quiso tomar agua de la cantimplora y exclamó, “¡AAAAGH!¡No tengo ya ni una gota!”
     Allan dijo, “Desde este momento racionaremos nuestra reserva de líquido, y de carne salada, y viajaremos solo de noche.” Umboda, sereno, se hizo cargo de repartir las mínimas dosis de agua. Él era el único del convoy que no parecía agotado. El hotentote Ventvógel, originario de tierras calientes y secas, cedió amablemente a Allan la parte de su ración de agua, diciendo, “Toma massa, tú eres nuestro guía. Yo estoy acostumbrado a aguantar la sed.” Pasaron días y noches hirvientes, sin que vieran ni un solo animal, ni un solo árbol. Good dijo a Allan. “¡Descansemos un poco, Quartemain!¡No puedo más!” Allan dijo, “Según el plano ya deberíamos haber encontrado el primer pozo de agua.” Allan agregó, “¡Vamos capitán! Sera mejor buscar ahora mismo ese pozo que quedarnos aquí a cocernos bajo el inclemente sol.”
     Pero unas horas después, luego de subir por una ligera cuesta, Allan se dejó caer exhausto, diciendo, “¡Ah!¡Es inútil! Hemos recorrido la zona marcada por el plano, después de trescientos años, el pozo debe haberse secado.” Acunados por el fresco aire de la noche desértica, durmieron agotados temiendo que sus cuerpos no resistieran más aquella tortura. Las provisiones habían empezado a escasear. En la madrugada, un tiro los despertó. ¡BANG! Allan Quartermain dijo, “¿Qué fue eso?” Casi inmediatamente vimos aparecer a Umbopa triunfante con un rifle en una mano, y una corza muerta en la otra, diciendo, “¡Tenemos carne, hombres blancos!¡No moriremos de hambre!”
     Allan dijo, “¡Umbopa! Donde hay corzas hay agua…¡Eso tú lo sabes!” Umbopa dijo, “Si, Macumazahan. Seguí el rastro del animal, y di con una poza abierta. Luego lo maté.” Todos corrieron hacia el lugar señalado por Umbopa. Al mirar la poza, Good dijo, “¡Agua!¡Agua!¡Dios mío!¡Estamos salvados!” Allí comieron la carne fresca de la corza, bebieron agua hasta hartarse, y jugaron como niños, satisfechos de hambre y sed.

     Solo algunas leguas más de camino y el desierto quedo atrás. Comenzaron entonces a escalar las montañas que aquel portugués bautizó como “Senos de Saba.” Conforme iban subiendo por aquellas, cada vez más empinadas, paredes de roca, la temperatura bajaba y bajaba. La lava pétrea de los Senos de Saba horadó muy pronto la dura y resistente piel de sus botas. Ya en la zona nevada, el frio se hizo casi insoportable. Pero sobre uno de los terraplenes, ocurrió el primer encuentro importante. Henry dijo, “¡Una cueva!¡Umbopa ha encontrado una cueva!” Se tratada de una horadación natural abierta en la roca viva. Allan dijo, “Al menos aqui podremos guarecernos para pasar la noche.” Con ayuda de una tea encendida, ateridos se aseguraron que no hubiera algún animal guarecido allí. Henry dijo a Umbopa, “Procura no gastar demasiadas cerillas para encender la tea, Umbopa.”
     Poco después, Good dijo a Allan, “Me preocupa el hotentote Ventvógel, Allan. Su cuerpo es muy resistente al calor, pero no al frio, y he notado que tiene fiebre.” De repente, Ventvóguel señaló con su dedo hacia un bulto en la oscuridad, exclamando, “¡Allí!¡Allí está la muerte!¡Allí está la muerte fría!” Henry acercó la tea encendida hacia donde indicaba Ventvóguel, y Allan exclamó, “¡Dios mío!¡Qué cosa tan horrenda!” Allí, casi endosado en la pared de piedra, se hallaba un cuerpo congelado. Allan dijo, “¡Es increíble! Por sus ropas parece un hombre del siglo XVI, ¡Pero se ha conservado en el hielo como si apenas ayer hubiera muerto!” Henry señaló hacia la tierra y dijo, “¡Miren!¡Aquí hay una astilla de hueso animal, cuya punta está manchada de sangre!” Good dijo, “¡Pobre hombre! Murió seguramente de frio. Y con el mismo frio conservó su cadáver.”
     Henry dijo, “¿Qué le sucede, Quatermain? ¡Ha palidecido intensamente!” Allan dijo, “E-Estoy recordando el relato de Don Jose sobre su antepasado desaparecido, aquel primer portugués. ¿Recuerdan? El autor del mapa.” Good dijo, “¿No querrá usted insinuar que este pobre hombre es…era…?” Allan dijo, “¡Sí, capitán!¡Creo que se trata del cadáver del desdichado Jose Da Silvestra! Y que con ésta astilla, o sea, trazó el plano y escribió la carta a sus descendientes hablando de las minas.” Allan continuó, “Puedo imaginar cómo llegó hasta aquí, Don Jose Da Silvestra, seguido de su criado; como lucho por preservar la vida, y mandó a su compañero en busca de ayuda; y como, sabiendo que se moría, usó ésta astilla de hueso en lugar de pluma, y su propia sangre como tinta, para trazar el mapa y escribir la carta en un girón de su camisa.”
     Good dijo, “Usted nunca nos habló de esa carta, Quatermain, solo del mapa.” Allan dijo, “Poseo ambas cosas, amigos míos. Los originales están ocultos en algún lugar de mi casa de Natal. No juzgué oportuno enseñarles la carta. Pero si les advierto que en ella, Don Jose asegura haber estado en una gran ciudad y haber visitado las minas.” Henry dijo, “¡Absurdo! Aquí no hay ninguna señal de los diamantes, que sin duda habia traído consigo.” Allan dijo, “Ese es un misterio que tal vez nunca podamos resolver. Lo cierto es que él describe en su carta la gran ciudad de Lu, la calzada construida allí por Salomón, y alude a algo terrible que le obligó a huir, perdiendo todo en el camino. Asegura que es posible llegar al tesoro, y señala cómo. Pero añade que para apoderarse de él, hay que matar a una terrible hechicera, una mujer llamada Gagula.”
     Después de revisar el cadáver, Allan dijo, “Aquí está la prueba de que éste hombre es, o fue realmente Don Jose Da Silvestra. ¡En su brazo aún podemos ver la señal de la cortada que se hizo, para extraer la sangre con que mojo la pluma!” Allan agregó, “Pues aun con tan macabra compañía, tendremos que descansar aquí para proseguir mañana el trayecto.” Poco después, Umbopa dijo, “El hotentote se ha convencido desde que vio el cadáver de este hombre antiguo, que hemos llegado a las cercanías del país de los muertos. Solo tiembla y murmura oraciones, porque cree que todos moriremos.”

     Aquella noche, Allan también llegó a creer que quedarían todos congelados, como Jose Da Silvestra, en aquella cueva helada y sombría. En la mañana, Allan se levantó, y se acercó al hotentote, diciendo, “¡Ventvóguel!¡Despierta muchacho!” Pero el cuerpo del hotentote cayó tieso como una tabla, a los pies de Sir Henry Curtis. Allan exclamó, “¡Santo Cielo! ¡Está muerto!” Asi, al partir, dejaron junto al cadáver del explorador portugués, el del porteador que, al decir del capitán Good, quien sabía algo de medicina, habia muerto también de frio.

     Dos días después llegaron a la cumbre. Allan, quien iba enfrente del grupo, gritó, “¡Vamos, Good, Allan!¡Vengan a ver esto!¡Pronto!” Justo donde la montaña declinaba, el clima se volvía amable y la tierra fértil. Era una enorme meseta cruzada de parte a parte por una construcción antiquísima y fantástica. Allan dijo, “¡Dios mío!¡Es la gran calzada de Salomón, tal como aparece en el mapa!” No les costó demasiado esfuerzo para llegar hasta donde comenzaba aquel prodigioso camino, construido sobre un acueducto hacia miles de años. Henry dijo, “¡Vaya! Ahora por lo menos avanzaremos por una senda aplanada.” Umbopa no decía nada. Estaba simplemente fascinado. Henry le dijo, “¿Nunca habías visto algo asi, eh, amigo?” Lo que el zulú dijo entonces dejo a Sir Henry intrigado, “Te equivocas, Incubo. Éste lugar ya existía en algún sitio dentro de mí.” Sir Henry pensó, “Que hombre tan extraño. ¿Qué habrá querido decir?”

     Y asi se internaron en aquel país inmenso y desconocido, siguiendo la antigua y majestuosa vía. Al llegar al final de la vía, Allan dijo, “¡Miren!¡Un túnel! Ojala no haya algún derrumbe que obstruya nuestro paso.” Ingresaron al túnel, y las claraboyas abiertas en la bóveda, iluminaban el interior del pasadizo, cuyas paredes presentaban grandiosos bajorrelieves. Poco más adelante, se apartaron de la gran calzada para bajar a un bosquecillo de álamos, con un pequeño estanque de agua. Sir Henry dijo, “Podremos asearnos y descansar.” Cuando Good entró en el agua, Sir Henry pensó, “La pulcritud del capitán Good, es realmente exagerada. Ha olvidado el hambre y la fatiga, para ponerse a lavar sus pantalones. ¡Je!” Enseguida, mientras estaba aún en el estanque de agua, Good se unto grasa de antílope en la barba, y comenzó a afeitársela, dejando sus pantalones sobre una roca puestos a secar. Instantes después, una azagaya o lanza pasó rosando su nuca. Good exclamó, “¿Eh? ¿Q-Qué ocurre aqui? ¡A-Alguien ha querido segar mi cuello!”
     Un grupo de altísimos nativos apareció entre los álamos. Allan dijo a Good, “¡Mataré a ese jovenzuelo que fue quien le arrojó a usted la lanza, capitán!” Pero un anciano zulú se interpúso y dijo, “¡No te atrevas a hacerlo, extranjero!” Aquel viejo guerrero, habia hablado en una lengua muy parecida al zulú, que Allan conocía bien, asi que Allan pudo entender perfectamente su advertencia , y preguntarle, “¿Qué podría sucederme si castigo a este pequeño guerreo, anciano?” El anciano respondió solemne y enérgicamente, “Él es Scragga, hijo del rey Tuala, el Magnífico, y si le haces daño, tu y tus amigos morirán lenta y espantosamente.” Allan dijo, asombrado, “¿Tuala?¿Y qué país es éste?” El anciano dijo, “Es la tierra Kukuana, de los guardianes de la gran calzada, y de las piedras brillantes del silencio. Ningun extranjero ha logrado atravesar el desierto y las montañas, para internarse aquí, desde hace muchos años.”
     Cuando Allan tradujo a Sir Henry las palabras del anciano guerrero, éste dudó que fueran ciertas, y dijo, “Talvez mi hermano George se haya internado en los bosques sin que los Kukuanas lo descubrieran.” Allan interrogó de nuevo al anciano, “¿Estás seguro de lo que dices, anciano?¿Cuánto tiempo hace que el ultimo extranjero estuvo en tierras Kukuanas?” El anciano dijo, “Ni mi ojos, ni los ojos de mi padre, ni los ojos de mi abuelo lo vieron. Fue un hombre de cabellos de sol, como ustedes según cuenta la leyenda. Llegó hasta el lugar donde descansan los señores del silencio, y quiso saquear su tesoro. Pero luego salio huyendo, perseguido por los espíritus, y se perdió en las montañas.” Mientras el grupo comentaba que aquel legendario forastero blanco habia sido seguramente el desdichado Jose Da Silvestra, sucedió que un zulú tomó los pantalones de Good, que estaban en el agua.
     Good exclamó, “¡Eh, trae acá, muchacho loco!¡Son mis pantalones!” Cuando Good salió del agua, y dejo ver a los nativos sus piernas blancas, estos se mostraron fascinados. “¡Ohhhh! ¡Ibba-sché…infadús…¡Ibba-sché!” Aquello fue realmente muy divertido para todos ellos, excepto para el propio Good, quien dijo, “¿Qué les ocurre?¿Porque me miran asi?” Como Good siempre que quería inspirar respeto, el capitán sacó su monóculo de bolso, y se lo puso en el ojo, exigiendo indignado, “¡Vamos!¡Basta ya de bromas y devuélvanme mi ropa!” Su desconcierto aumentó cuando los nativos se arrodillaron, y le hicieron atemorizadas reverencias. “¡Uka!¡Buguán!¡Uka!¡Buguán!”
     Good pensó extrañado, “¿Y ahora?” Allan dijo, “La blancura de sus piernas, y particularmente el monóculo, les hacen pensar que usted es algo asi como un ser extraño y divino, bajado del cielo. Será algo molesto pero nos conviene que lo sigan creyendo, Good. Asi que tenga paciencia.” Good dijo, “¿Por qué me dicen Buguán? No me suena nada bien esa palabra.” Allan dijo, “Es equivalente a algo asi como el ojo que brilla, y lo dicen en señal de adoración y respeto.” En eso, apareció Umbopa, que habia salido a cazar, entonces, uno de los hombres  zulú dijo, “¡Mira Infadús, un hombre de nuestra raza!¡Pero viene con los extranjeros!” Fijándose bien en el rostro, y en la complexión del que habia viajado hasta allí, como sirviente del grupo, Allan entendió las palabras del guerrero llamado Scragga, referente a que Umbopa era idéntico a los kukuanas.
     El anciano zulú preguntó a Allan, “¿Quién es el hombre de nuestro pueblo que les acompaña, forastero?” Allan dijo, “Se trata de nuestro criado Umbopa, un miembro de la raza zulú, que vive del otro lado de las montañas nevadas.” Scragga, el príncipe zulú, exclamó, “¡Ese traidor es Kukuano, y guió a los forasteros por la senda secreta para entrar a nuestras tierras!” El príncipe iba a arrojar la segunda lanza, sin comprender que lo que Umbopa tenía en sus manos, era un rifle de alto poder con el que defendería su vida. El príncipe zulú levantó la lazan en señal de lanzamiento, y dijo en tono amenazante, “¡Llevaré a mi padre su cabeza!” Allan tuvo que intervenir antes de que Umbopa disparára. Allan detuvo al zulú Scragga, diciendo, “¡Espera principie! Ningun mortal puede arrojar armas contra un protegido de los enviados del cielo.” El anciano zulú dijo, “¿Enviados del cielo has dicho?”
     Allan comprendió que la ocasión era propicia para asegurarse contra futuras agresiones, y dijo, “Hemos venido de las estrellas, y traemos nuestros bastones mágicos que vomitan muerte para castigar a los impíos.” Allan apuntaba hacia un pajado que sobrevolaba el arroyo, cuando el príncipe Scragga se rio de él, diciendo, “¡Ja!¡Enviados del cielo! ¡Yo no voy a creer semejantes embustes!” BANG. El ave fue herida de muerte en pleno vuelo. Uno de los kukuanas fue por el ave, la recogió y gritó, “¡TZIIIMAK!¡LO HA MATADO SIN TOCARLO!¡ES MAGIA; ES MAGIA!” Todo el grupo volvió a arrodillarse, y a cantar alabanzas. “¡IRIAAA BUGUÁN!¡Iriaaa hombres blancos enviados del cielo!¡Sed bienvenidos a la tierra de Kukuana!¡Sois poderosos!¡Sois magos!¡tened piedad de nosotros!”
     Enseguida, el anciano guerrero le propuso respetuosamente a Allan, “Señor, si tú y los demás viajeros de las estrellas tienen la bondad de acompañarnos, los llevaremos ante nuestro soberano, el poderosos Tuala.” El grupo emprendió enseguida el viaje hacia la capital del reino Kukuana, custodiados por los anfitriones nativos. Al llegar a la metrópoli, el grupo de europeos se quedó maravillado ante la magnificencia de aquella ciudad, a la que los Kukuanas llaman Lu. El grupo fue presentado al soberano de aquella nación, un hombre gordísimo y tuerto, que los miró con curiosidad y desconfianza. El anciano kukuana dijo, “Estos son los enviados de las estrellas que nos vigilan.” Tuala dijo, “¿Dioses, eh? ¡Pues a mí me parecen solo hombres pálidos!”
     Scragga se acercó se a su padre, Tuala, y le dijo, “Tienen el poder de matar de lejos, padre, con unos Palos que truenan.” Tuala se dirigió al anciano, y le dijo, “¿Es verdad lo que dice mi hijo?” Allan habló y dijo, “Te lo demostraré, rey Tuala. ¿Ves esa garza posada en el techo del templo?” Para impresionar a los Kukuanas, Allan apuntó con cuidado, y su dispáro derribó al ave. El rey Tuala gritó, “¡Ha caído!¡Pronto!¡Tráiganla!” Tuala examinó el cuerpo del animal, perplejo. Tuala dijo, “¡Está muerta! Pero…¿Cómo pudiste hacerlo desde aquí?” A Henry se le ocurrió que le rifle sería un buen regalo para Tuala, y le dijo, “Toma, Tuala. Mi bastón mágico es tuyo. Un presente del cielo para el rey de los Kukuanas. Pronto te enseñare como usarlo.”
     La hospitalidad sustituyó inmediatamente a la desconfianza. El rey dijo, “Alójalos en las mejores habitaciones del palacio de huéspedes, Infadús. Que coman y beban. Mañana serán mis invitados para la fiesta de la Luna Nueva.” Sir Henry hizo un ademán y dijo, “¡Te lo agradecemos, señor!”

     Se les sirvió en seguida una abundante comida en el interior de una choza. Hermosas nativas nos atendían, e Infadús, en anciano kukuano, les hacia los honores como anfitrión. Sir Henry preguntó al anciano Infadús, “¿En qué consisten las festividades a las que asistiremos mañana?” Infadús respondió a Sir Henry, con aire temeroso y avergonzado, “¡Ah, señor celeste! Año con año se celebra en toda nuestra nación, los días de la Luna dando muerte a numerosos hombres.” Sir Henry dijo, “¡Caramba! ¿Quién ha dispuesto semejante horror?” Infadús dijo, "Nuestro rey Tuala, dignos señores blancos, cuyo poder es tan inmenso, que nadie osa siquiera levantar la voz ante él.” Sir Henry dijo, “¿Los demás soberanos de Kukuana han sido tan crueles?”
     Infadús dijo, “¡Oh no, Buguán! Imotu, mi hermano, el antiguo rey de nuestro pueblo, era un hombre justo y sabio. Pero Tuala, gemelo suyo, lo mandó matar, y usurpó el trono. Trató también de asesinar a la esposa de Imotu, pero ella logró escapar con su hijo, entonces pequeño, a las montañas donde desapareció con el niño.” A continuación se escuchó una voz que dijo, “Esa mujer logró cruzar la región fría, y vivió aún muchos años con los pastores zulúes, Infadús. Pudo criar a su hijo, y contarle la trise historia de la traición de Tuala, y el asesinato de Imotu.” Aquella voz era de Umbopa, al que vieron de pronto en pie, majestuoso soberbio, mostrando un extraño tatuaje grabado en su pecho. Infadús le dijo, “¿Cómo sabes todo eso tú, extranjero?” Umbopa dejo mostrar la figura de una serpiente en su pecho, y dijo, “Porque soy Ingosi, el hijo de Imotu, aquel niño que se salvó milagrosamente del sacrificio que el traidor lo tenía destinado.”
     Infadús observó el tatuaje en el pecho de Umbopa, y exclamó, “Hay en tu pecho la imagen de la serpiente que se muerde la cola…¡El símbolo sagrado de la dinastía Kukuana! ¡Ah joven!¡Si realmente eres Ignosi, heredero legitimo del trono, aún no se ha perdido la esperanza de recuperar la paz y el bienestar para mi pueblo!” Entonces Umbopa mostró a Infadús una extraña y antigua moneda de oro, diciendo, “Tal vez esto te convenza anciano tío!” Infadús dijo, “¡Un disco solar del antiguo mago!” Instantáneamente Infadús reconoció arrodillándose, ante quien habia sido porteador zulú del grupo, al príncipe Kukuana. Infadús dijo, “¡Bendito seas, Ignosi!¡Sobrino mío, hijo de nuestro reverenciado Imotu!¡Los enviados de las estrellas te han traído muy oportunamente, para que recuperes el trono que Tuala usurpó por tantos años!”

     Umbopa extendió sus manos hacia el anciano, y le dijo, “Levántate tío. Un anciano venerable y noble como tú, no debe inclinarse jamás.” Umbopa continuó, “Las contínuas matanzas y el terror en que vivimos bajo el reinado de Tuala, han cultivado el descontento.” Infadús dijo, “¿Me autorizas a comunicar tu llegada a algunos amigos y seguidores míos, que harán cualquier cosa por arrebatar al dictador la corona, y devolvérsela a quien se la merece?” Umbopa le dijo, "Haz lo que consideres justo, tío. Y si algún día ocupo el puesto de mi padre en este reino, siempre estarás a mi lado compartiéndolo todo. ¡Yo te lo juro!”

     Cuando el grupo de europeos se quedó solo con el antiguo Umbopa, quien habia confesado llamarse Ignosi, Good dijo a Ignosi, “¿Puedes mostrarme ese disco de oro?”  Ignosi le dijo, “Claro que sí, Buguán.” Después de examinarla, el capitán Good exclamó, “¡Es una moneda antigua que presenta el sello real de Salomón!” El Capitán Cook hizo una pausa, y enseguida dijo, “¿Sabes si en el país existen más monedas como esa, y de dónde has sido tomadas?” Ignosi le dijo, “Si te refieres al disco sagrado, Macumazahn, nadie que no sea miembro de la nobleza Kukuana ha visto sino este que yo poseo.” En la voz de Ignosi, hubo un nota de temor y misterio al decir, “Según me contó mi madre, fue la mujer inmortal, la señora de las brujas, la eterna y terrible Gagula, quien la dio al primer rey de Kukuana hace cientos de años.”
     Inmediatamente Allan dijo, “¿Se trata de la misma hechicera cuyo nombre figura en la carta de Jose da Silvestra?” Sir Henry dijo, “¡No puede ser! Umbop…digo, Ignosi, habla del primer rey, y este país ya era una nación formada cuando el portugués lo visitó en 1500.” El capitán Good dijo, “Ignosi dice que la tal Gagula vivía aun cuando su madre abandonó éstas tierras, hace unos veinticinco años, ¿Se dan cuenta? Al parecer, esa misteriosa bruja es una mujer sin edad…eterna…¡Indestructible!” Ignosi dijo, “Y sobre todo, ¡malvada! Buguán. Ella custodia el tesoro de los silenciosos y solo ella sabe dónde se hallan esos diamantes que pertenecieron al antiguo rey-mago, y que ustedes buscan.
    Mi madre me lo dijo todo sobre Gagula, porque deseaba que al llegar aquí, estuviera prevenido, y supiera cuidarme de su maligno poder. ¡Pues ella apoyó a Tuala, para que tomára el lugar de mi padre el rey! Ustedes han compartido su agua y su alimento conmigo durante el viaje, cuando me creían solo un humilde porteador. Ahora yo les ofrezco ese antiguo tesoro si me ayudan a derrocar al usurpador, y a vencer la magia negra de Gagula.”
Sir Henry dijo, “Cuenta conmigo para lo que sea, Ignosi. Pero, una vez que seas rey, solo pediré que me auxilies en la búsqueda de mi hermano George, pues encontrarle es el objetivo de mi viaje.” Sin pensarlo mucho, Allan dijo, “¡Lucharé para derrocar al tirano, Ignosi!” Y el capitán Good dijo, “¡Cuenta conmigo también!”

     La noche siguiente, el grupo europeo seria testigo de un macabro espectáculo. Pues como les habia explicado Infadús, todos los guerreros de la ciudad de Lu, se hallaban dispuestos al sacrificio estando formados frente al templo. La tétrica festividad comenzó cuando Tuala se mostró a la multitud, levantando su lanza, y todos gritaron, como una sola voz el saludo dedicado al rey, “¡KUM!¡KUM!” A continuación, el rey dijo a la multitud, “¡Ésta noche haremos justicia, pueblo de Kukuanaaa!¡Yo, en nombre de la luna, seré el supremo juez!” Los europeos lo observaban todo, sobre una especie de grada, junto con Infadús, e Ingosi. El rey continuó con su discurso, diciendo, “¡Ahora cantaremos loas a nuestra madre de la noche, a nuestra mujer eterna!” Allan se levantó, y dijo, “¿Sera posible que se trate de…?”
     Como respuesta a las palabras que Allan susurró a Ignosi, la multitud, e incluso, el rey Tuala, gritaron al unísono, “¡GAGULA!¡GAGULA!¡GAGULA!” Entonces, del templo emergió la figura más horrorosa que se haya visto en vida. ¡Se trataba casi de un cadáver viviente! Era una mujer tan vieja, pero tan vieja, que parecía imposible que se sostuviera en pie. El rey se inclinó ante ella y le dijo, “¡Ésta fiesta se celebra en tu honor, reina de la noche, hija de la luna!” Aquella especie de engendro habló con voz chillona, llamando a sus verdugos del garrote y del hacha, diciendo, “¿Vamos hijos de la muerte, comencemos!” Sin ayuda de nadie, la mujer bajó de la plataforma con inusitada agilidad, y recorrió las filas de guerreros, diciendo, “¡Je, Je, Je!¡Yo puedo oler la traición, la mentira, la indignidad!”
     De pronto, la mujer se detuvo, y comenzó a gritar mientras bailaba una frenética danza, señalando a algunos hombres, diciendo, “¡Tú, tu eres maligno, tú lo sabes bien! ¡Je, Je, Je!¡Puedo oler el pecado!¡Y éste hombre es un gran pecador!” El señalado por la bruja, fue conducido ante el rey. Y el sanguinario Tuala ordenó, “Mátenlo!” Un súbito golpe de hacha, y la cabeza del desdichado, caía a los pies del rey. Y asi, durante horas, la pavorosa Gagula estuvo bailando ante sus víctimas, y condenándolas, al sacrificio y a la ignominia. “¡Tú, tú, y tú también!¡Je, Je, Je!¡Solo la sangre lavará el pecado!” Good susurró entonces a Allan, escandalizado, “¡Quatermain!¡hay que hacer algo para parar esta masacre!”
     Allan dijo, “Tenemos que echar mano de un peligroso truco, capitán.” Allan les mostró su calendario, y les dijo, “Ésta mañana al verificar la fecha, se me ocurrió una idea que podemos poner en practica ahora mismo, y que quizá logre facilitar a Ignosi su llegada al poder.” Hubo que esperar algunos minutos, que significaron más muertes, pero por fin, Allan se levantó y comenzó a gritar, “¡Tuala!¡La luna, nuestra gran madre, te ordena parar éste derramamiento de sangre!¡Nosotros hemos sido enviados del cielo, para hablar en su nombre!” La horrible Gagula reparó entonces en la irritante presencia del grupo de europeos, y chilló, “¡AAAAH TUALA! ¡Pobre de ti si escuchas una palabra de los intrusos blancos!¡Mátalos y no te expongas a perderlo todo!” Un escalofrío recorrió la espalda de Allan, al ver que el rey ordenaba su ejecución. “¡Has insultado a nuestra verdadera madre Gagula, la inmortal, hombre blanco!¡Hombres de negro, ciérrenle la boca para siempre!”
     En un santiamén, el grupo de europeos se vio rodeado de feroces kukuanas. Allan dijo al grupo, “¡No disparen compañeros, o todo será inútil!” Allan miró su reloj de bolsillo, y verificó la hora, pensando, “¡Ha llegado el momento!” Allan gritó, “¡Mira la luna, Tuala!¡Ella nos mostrará su enojo contra ti, desapareciendo si alguno de tus hombres osa tocarnos!” La risa burlona y soberbia de Tuala no se hizo esperar. “¡Jo, Jo, Jo!¡Debes estar loco, hombre blanco, para pensar que creemos en tal embuste, y que vamos a suponer que la luna te protege!¡Ja, Ja, Ja!” Pero justo en ese momento, el anillo brillante de nuestro blanco satélite, comenzó a reducirse. Los kukuanas no tardaron en notarlo. Uno de ellos gritó, “¡Miren!¡Nuestra madre la luna se esconde!”
     Otro kukuana gritó, “¡El hombre blanco tenía razón!¡Ella los protege!” El rostro de Tuala mostró la misma sorpresa temerosa de sus súbditos, exclamando, “¡OOOH!” Y cuando la luna desapareció por completo, la gente comenzó a evacuar la plaza despavorida ante la catástrofe. Mientras huían, uno de los kukuanas dijo, “¡Los magos blancos han hecho morir la luna!” Otro dijo, “¡Oh, si han podido hacer eso, nos destruirán!” Ni siquiera los indignados gritos de Gagula fueron suficientes para contener la desbandada. Gagula gritaba, “¡Esperen insensatos!¡Esto ha sucedido otras veces!¡La luna volverá a salir!¡Esperen!” El grupo de europeos aprovechó la confusión para subir a la plataforma.
     Allan se presentó ante el rey, y le dijo en tono de autoridad, “¡Has sido testigo de nuestro poder, Tuala. Ahora escucha los designios del cielo!” Allan presentó a Umbopa, diciendo, “Este joven es Ignosi, el hijo de tu hermano, y protegido de la luna, la cual no volverá a salir hasta que él no recupére el trono que por derecho le pertenece.” En esos momentos apareció Gagula, diciéndole al hijo del rey, “¡Defiende tu derecho a la sucesión del trono, Scragga!¡Mata a ese impostor!” Pero antes que el príncipe tuviera tiempo de arrojar el arma, el capitán Good disparó sobre él. ¡BANG! “¡AAAGH!” Al caer Scragga, Tuala llamó a su gente. “¡A mí, guardias!¡A mí!¡Los magos blancos han matado a mi hijo!” Los europeos se quedaron paralizados, al ver que los jefes guerreros de Kukuana con Gagula al frente, se aproximaban ataviados para la guerra. Un anciano que hacía las veces de general, dijo, “¡Aquí estamos, oh rey!” Los europeos retrocedieron dispuestos a vender cara sus vidas. Tuala dijo, “¡Den muerte a esos malditos intrusos y al farsante que dice ser Ignosi, mi pequeño sobrino desaparecido!”
     Pero entonces intervino Infadús, diciendo, “¡Muestra a mi gente quien eres en realidad, mancebo!” Umbopa se abrió entonces el camisón para descubrir el pecho, y los jefes retrocedieron llenos de veneración y asombro. Infadús dijo, “¡El signo real de la serpiente!” Uno de los jefes dijo, “¡Solo un hijo de rey y heredero del trono puede tenerlo!” La presentación de la antigua moneda, en manos de Umbopa, que aquellos hombres tomaban por algo sagrado, terminó por convencerlos. Uno de los guerreros exclamó, “¡El disco solar!” Y otro exclamó, “¡El emblema del rey-mago!” Tuala desesperado tomó un hacha y se arrojó sobre Umbopa, diciendo, “¡No te sentarás vivo en el trono de Kukuana, maldito!” Pero Sir Henry indignado, logró atrapar en el aire la muñeca del coloso, diciendo, “¡Solo sabes matar por la espalda, asesino!” Tuala era, sin embargo, un temible adversario, y tumbando a Sir Henry, dijo, “¡Apártate de mí, intruso blanco!” Tuala dijo, “¡Ahora serás tú, quien pruebe el filo de mi hacha!” Infadús, entonces arrojó otra hacha a Sir Henry, diciendo, “¡Toma Incubú! ¡Defiéndete y demuestra a nuestro pueblo el poder guerrero de los celestes hombres blancos!”

     Un primer golpe feroz de Tuala, hirió la mejilla de su oponente con el hacha. Henry exclamó, “¡AAAAH!” El capitán iba a disparar su revólver, cuando Allan lo detuvo, diciendo, “¡No lo haga, o la gente que está dispuesta a secundar nuestra empresa, nos perderá el respeto!¡Y eso podría significar la muerte para todos nosotros!” Las cosas, sin embargo, no iban nada bien para Sir Henry, quien exclamaba, “¡AAAAH” Henry fue herido en su pierna con el hacha, y Tuala exclamó, “¡Ja, Ja, Ja!¡Un enviado celeste que sangra!¡Ja, Ja, Ja!” Y cuando los europeos pensaban que todo estaba perdido, Tuala exclamó, “¡UUUGH!” Dos puñetazos tremendos del inglés, hicieron perder a Tuala el equilibrio y compostura, arrojándolo contra una columna.
     Sin perder un segundo, Henry arrojó fiera y diestramente el hacha hacia Tuala. Instantes después, el cuerpo del tirano se desplomaba exánime, y su cabeza desprendida del tronco, caía a sus propios pies, como las otras tantas de sus súbditos en esa funesta noche. Un guerreo exclamó, “¡Increíble!” Otro dijo, “¡El mago blanco hizo justicia!” Ignosi dijo, “¡La muerte de mi padre ha sido vengada!” Los jefes guerreros clamaron entonces jubilosos, “¡Honor al guerrero de las estrellas que ha matado al tirano!¡Honor al rey Ignosi!” En solo minutos, la plaza volvió a poblarse de una abigarrada multitud que gritaba alabanzas. “¡KUM, REY IGNOSI!” “¡KUM INCUBÚ!¡KUM!” De pronto, una vieja kukuana suplico, “¡Devuélvenos la luna, Ignosi!¡Queremos nuestra luna!” El nuevo rey miró entonces, con aire imponente, a Allan y le dijo, “¿Qué voy a hacer ahora, Macumazahn?” Pero el cielo le respondió casi enseguida, y uno de los guerreros gritó, “¡Miren!¡Allí está la diosa!¡Comienza de nuevo a alumbrar nuestra noche!” Poseída por un tremendo fervor, la multitud paseo en andas a Ignosi por toda la plaza, gritando, “¡Kum!¡Kum poderoso rey protegido del cielo!¡Honor al hijo del sabio Imotu!”

     Poco después, el grupo europeo volvía al alojamiento, dispuestos a curarle las heridas a Sir Henry. Capitán Good dijo a Allan, “¡Ha sido una enorme suerte que usted consultára su calendario, Allan!” Allan dijo, “Menos mal que el eclipse anunciado para esta noche, ocurrió justo a tiempo, capitán. Sino, tal vez Gagula hubiera danzando alrededor de nosotros para haceros matar.”

     Los días que siguieron, el grupo europeo la pasó descansando, y reponiéndose de tantas fatigas. Sir Henry fue atendido por varias enfermeras nativas, mientras Good y Allan comían y bebían a sus anchas. Good dijo a Allan, “Pensar que el único porteador que sobrevivió al viaje ahora es rey.” Allan dijo, “¡Y nuestro mejor amigo!” Por fin, al día siguiente, Ignosi mandó llamar al grupo de europeos, y les dijo, “¡No he olvidado mi promesa, Macumazahn, Incubú, Buguán. Mi corazón les estará siempre reconocido, por haber hecho posible que ahora réine ante mi pueblo, y les concederé lo que me pidan.” Sir Henry le dijo, “Solo queremos suplicarte que ayudes a mis compañeros a encontrar los diamantes que buscan, y a mí a saber de mi hermano.” Ignosi dijo, “¡Concedido! Solo esperaremos a que Gagula vuelva de los funerales secretos de Tuala y Scragga, para interrogarla acerca de las minas. Entretanto, el pueblo celebrará con una gran fiesta, mi coronación como rey de Kukuana.”

     Esa misma noche, comenzaron las fiestas. Tuvieron inacabables banquetes, y un grupo selecto de bailarinas, danzó para nosotros. Ignosi le dijo al capitán Good, “¿Cuál de las doncellas te parece más hermosa y hábil, Buguán?” El capitán respondió sin pensarlo, “¡Oh, aquella de la corona blanca y el manto azul, sin duda!” Para sorpresa de todo el grupo, dos verdugos se dispusieron enseguida a ejecutarla. El capitán Good dijo, “¿P-Pero…qué hacen?” El anciano Infadús dijo, “Cuando un rey toma posesión de su cargo, la más linda bailarina de su corte debe morir, como sacrificio a los dioses. Es una vieja tradición, Buguán.” Good dijo asustado a Ignosi, “¡No irás a permitir tal atrocidad, Ignosi!” Ignosi le dijo, “La tradición es sagrada, Buguán. Solo hay un modo de salvar a la muchacha.”
     Ignosi agregó, “Si un invitado y protector del rey, como tú, la toma por esposa…¡Ella será perdonada!” Good sudaba copiosamente, pensando, “¡Dios mío!¡Yo nunca me he querido casar! Mi libertad…mis principios…” Todo ocurrió al mismo tiempo: Ignosi dio una orden, “¡Sacrifíquenla!” El verdugo levantó el hacha, y el capitán Good gritó, “¡Noooo!¡Me casaré con ella!” La mujer se arrodilló a los pies de Good, diciendo, “¡Gracias Buguán gracias!¡Siempre seré tu esclava!” Ignosi exclamó, “¡Ja, Ja, Ja!¡Buguán tendrá que quedarse con nosotros!¿A dónde iría con una esposa kukuana?” Infadús contestó, “¡A ninguna parte!¡Ja, Ja, Ja!”
     El matrimonio de Good fue la cosa más divertida que les sucedió a los europeos. Al día siguiente, mientras Good se bañaba dentro de un gran cazo de tablones, cubierto con agua, le decía a su esposa, “¡Que salgas de aquí, te digo muchacha!” La mujer le dijo, “Yo, Fulata, estaré donde mi esposa esté, Buguán.” Enseguida Good comenzó a disfrutar de aquella dulce compañía, y mientras le daba un masaje en la espalda, Fulata decía, “Mis hierbas te refrescarán la piel.”

     Por fin llegó el momento, cuando Ignosi dijo a los europeos, “He ordenado a Gagula que les conduzca a la gruta de nuestros antepasados, donde los señores del silencio custodian el viejo tesoro del rey mago.” Mientras Gagula iba enfrente de la caravana siendo cargada en una andarilla por guerreros, el grupo emprendió la caminata hacia las tres montañas que figuraban al final de nuestro mapa, conducido por la viejísima hechicera. No habían avanzado gran cosa cuando, escucharon una mujer gritando, “¡Buguán!¡Buguán!¡Espéra!” Era la bella Fulata. Good dijo orgulloso, “Trae agua y comida para el viaje. ¿No es increíble? Está al tanto de todo.” Good la tomo dulcemente de la mano y, echó de nuevo a andar. Sir Henry dijo, “El capitán comienza a aparecer realmente enamorado.” Allan dijo, “Yo no lo culparía. Ella es hermosa y sigue todos sus pasos, le adivina los deseos…creo que es el mejor regalo que Ignosi pudo hacer a nuestro amigo.”


     Algunas horas después, se detuvieron y Gagula señaló hacia un talud de tierra esculpida, “¡Allí están los señores del silencio!” Allí, ante ellos, se erigían las colosales estatuas antiguas que luego supimos que representaban a tres dioses paganos, adorados entonces por Salomón en su etapa de idolatría: Chemosh, Milcom, y Astaré. Gagula bajó de un salto de la andarilla, y les mostró una pequeña caverna situada detrás de las estatuas. La mujer dijo, señalando a la caverna, “Por aquí se va al reino de la muerte.”
     Entraron en un túnel rocoso, oscuro y tétrico. Entonces Good, quien iba con Fulata atrás de la caravana, dijo a Allan, “Ésta anciana señora no me gusta nada. ¿Y si nos estuviera tendiendo una trampa, para vengar la muerte de Tuala?” Allan dijo, “Es demasiado tarde para retroceder, Good. Sigámosla.” Al salir del túnel, desembocaron en una caverna enorme, donde los aguardaba una estatua enorme, que representaba un gigantesco esqueleto a punto de arrojarles su lanza. Gagula dijo, “¡Je, Je, Je!¡He aquí a la señora de los subterráneos, nuestra reina de la muerte!”
     Pero lo más terrible de todo aquello, es que los cuerpos convertidos en estalagmitas de los reyes kukuanas muertos, se hallaban sentados frente a ella en una larga mesa, como invitado a un tétrico banquete. Sir Henry señaló de pronto al último de ellos, aterrado, exclamando, “¡Santo Dios, es él!” ¡Allí estaba Tuala cubierto con un solemne manto y con su cabeza cercenada en las manos! Una gota de agua le casi constantemente sobre los hombros, dentro de algunos años, comenzaría a adquirir la forma de una estalagmita.
     La vieja bruja kukuana los llevo hasta una enorme puerta de hierro herméticamente cerrada. Gagula dijo, “Por aquí se va al recinto sagrado que guarda el tesoro del Rey Salomón, el rey sabio. Y solo yo, Gagula, sé cómo abrir ésta puerta. ¡Je, Je, Je!” Su risa diabólica pareció hipnotizarlos por uso segundos. A continuación, sin que pudieran saber qué había hecho, para lograrlo, aquella pesadísima cortina de hierro solido comenzó a levantarse chirriando. Una vez que pudieron pasar, Gagula dijo, “¡Ji, Ji, Ji! ¡Vamos, hombres blancos!¡Ahora podrán ver lo que nadie ha podido ver en siglos!” Allí, ante sus desorbitados ojos, se hallaba el tesoro más fascinante y maravilloso que haya existido: Monedas de oro, diamantes tallados y sin tallar, armas, yelmos, joyas. Allan exclamó, “¡Don José Da Silvestra, no los habia engañado!”

     En aquella conmoción, se olvidaron de Gagula. Y ésta, rabiosa contra ellos, accionó de nuevo el secreto mecanismo para bajar la puerta, diciendo, “¡Je, Je, Je!¡Se quedarán aquí con sus diamantes!” Fulata, al ver esto, dio un grito, “¡Buguán!¡La bruja nos encierra!” Furiosa, Gagula le arrojó un cuchillo, y Fulata cayó gravemente herida, al tiempo que Good llegaba junto a ella. Gagula dijo, “¡Traidora, servil a los blancos!” Good exclamó, “¡Querida!” Allan se abalanzó hacia la vieja y tomándola del pie dijo, “¡Atrapé a la vieja, Sir Henry!” la mano del inglés logró capturar el tobillo de Gagula, cuando ésta iba a cruzar el dintel de la puerta. Allan gritó, “¡No te escaparas!” La enorme mole de hierra cayó sobre la bruja, aplastándola. “¡AAAAAAY!” ¡C-CRAAACK!
     La amorosa consorte africana de Good, también habia muerto, en los brazos de Good, quien decía, “¡Pobrecilla!¡Pobrecilla mía, tan joven tan dulce!” Y mientras Good tapaba a Fulata, con su casaca, Allan y Henry palpaban inútilmente las paredes, diciendo Henry, “El mecanismo de la puerta debe de estar en algún sitio.” Allan le contestó, “¡Si no lo hallamos, moriremos aquí, enterrados en vida!” Henry dijo, “¡Temo que Gagula se llevó para siempre el secreto para abrir, Allan!¡Hemos caído en una horrible trampa!”

    La segunda vez que entraron en el recinto del tesoro, alumbrados por una tea encendida, éste ya no les pareció tan extraordinarios. Sentían que aquel lugar iba a ser su tumba, como lo habia sido de Gagula y Fulata. De pronto el desdichado Good cayó en un hoyo oscuro, exclamando, “¡Auxiliooo!” Allan le dijo, “¿Se ha lastimado usted, capitán?” Good respondió, “¡Estoy bien!¡Menos mal que habia una escalera!” Allan se llenó de júbilo, y dijo, “Pero…¿Se dan cuenta? ¡Estamos salvados! Esa debe ser otra salida. ¡Ya no moriremos aquí, enterrados vivos!”
     Estaban a punto de partir, cuando Allan dijo, “¡Esperen!¿No van a llevarse su parte del tesoro?” Sir Henry dijo, “Yo…realmente vine por mi hermano, a quien desgraciadamente no hallé. No deseo nada que no sea George, sano y salvo.” Por su parte, Good dijo, “Nuestra estúpida ambición costó la vida de numerosas personas, Quatermain. Entre ellas, mi amada Fulata. ¡No quiero ver esos diamantes siquiera!” Allan, sin embrago, después de pasar por tantas angustias y peligros, no iba a desperdiciar aquella única oportunidad de convertirse en millonario. Mientras tomaba algunos diamantes, Allan pensó, “¡Son gigantescos!¡Je!¡Con lo que llevo en los bolsillos tengo suficiente dinero para no volver a trabajar en mi vida!” Después de recorrer una complicada red de túneles subterráneos, salieron del otro lado de la montaña cuando aún era de día. Al salir a la superficie, Henry exclamó, “¡Ah! Que descanso siento al respirar aire fresco.”

     Algunos días más tarde, el grupo de europeos se preparaba para dejar Kukuana. Ignosi les dijo antes de partir, “Mis boyeros les conducirán por un camino menos escabroso que les llevará a la más próxima aldea, sin atravesar el desierto.” Ignosi dijo, “Macumazahn, Incubú, Buguán, he decretado que en todo mi país, los nombres de ustedes sean recordados siempre, como los de los bienhechores enviados de las estrellas. ¡Y yo personalmente nunca los olvidaré!” El grupo emprendió el regreso enseguida. Después de despedirse también de Infadús. Pero tras un día de camino, por la ladera de la montaña, les aguardaba aún la última aventura. Un hombre anglosajón y europeo, con barba crecida y vestido en forma primitiva, les salio en el camino, con un rifle, diciendo, “¡Alto ahí, o dispáro!” Al ver al andrajoso asaltante, Sir Henry exclamó, “¡P-Pero si es mi hermano George!” Ambos corrieron enseguida, uno a los brazos de otro.

     En la noche acamparon cercas de allí. Y George Curtis, el extraviado hermano de Sir Henry, nos contó sus peripecias. George les dijo, a la luz de una fogata, “Jim me habló de un mapa que el señor Quatermain le habia dado para mí, pero se le habia caído a un pozo, cuando trataba de sacar agua.” George continuó, “Intentó guiarme de memoria. Nos perdimos. Yo me lastimé la pierna. Y él tuvo que irse para pedir ayuda en la aldea. Nunca más lo he vuelto a ver.” Allan dijo, “Durante el viaje de regreso a natal, le hablaremos de nuestras aventuras, George. Pero creo que, como usted fue el motivo principal para que emprendiéramos este viaje le corresponde la tercera parte de los diamantes. Que hallamos en las minas.”

     Algunos meses después, ya en su casa, en Natal, Allan dijo al grupo, “Acabo de recibir respuesta de Inglaterra, respecto al avalúo de nuestros diamantes, señores. ¡Somos aún más ricos de lo que creía! Y como habíamos acordado, una primera parte, será para George Curtis, ya que Sir Henry se rehúsa a timar la suya, otra para usted, capitán Good, y otra más para mí.”

     Y fue asi como terminó la aventura de Allan Quatermain y sus amigos y él volvieron a Inglaterra donde viven hasta el día de hoy, sin apuraciones económicas, y recordando durante las veladas invernales, a Ignosi, a Gagula, y aquellas misteriosas y terribles, Minas del Rey Salomón.

     Tomado de, Joyas de la Literatura, Año III, No. 32, 15 de febrero de 1986. Adaptación: R. Bastien. Guión: Dolores Plaza. Segunda adaptación: Jose Escobar.