Club de Pensadores Universales

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lunes, 16 de mayo de 2022

El Hombre de la Situación, de Manuel Payno.

      Manuel Payno nació en la Ciudad de México, el 28 de febrero de 1820, y murió, a la edad de 74 años, en​ San Ángel Tenanitla, en el año de 1894. Manuel Payno fue un escritor, militar, periodista, político y diplomático mexicano. Su ideología política era liberal moderada. La obra literaria más notable de Payno incluye, Los Bandidos de Río Frio, una novela costumbrista y narrativa, que se erigió como una pieza importante e icónica, de la literatura mexicana, que ha sido fuente de inspiración para otros escritores y artistas, y también de las que se han realizado varias adaptaciones cinematográficas en México.

Primeros Años y Comienzo de la Carrera Política

     Su padre fue Manuel Payno Bustamante González, fundador de la Aduana de Matamoros, en el norte de Tamaulipas. Poco se sabe de su madre, algunas fuentes citan su nombre como María Josefa Cruzado Pardo, quien pertenecía a una prominente familia de Puebla. Sin embargo, otras fuentes citan el apellido de su madre como, Flores. Payno ingresó a la Aduana de Matamoros como meritorio, junto con Guillermo Prieto. En 1840 se desempeñó como secretario del general Mariano Arista, y cuando alcanzó el rango de teniente coronel, fue jefe de una sección del Ministerio de la Guerra de México. Posteriormente, se ocupó de administrar las rentas del estanco de tabacos.

Guerra con Estados Unidos y Secretaria de Hacienda

     En 1847, Manuel Payno combatió contra los estadounidenses, y como parte de la lucha, estableció el servicio secreto de correos, entre México y Veracruz. Fue ministro de Hacienda, durante la administración de José Joaquín de Herrera (1850-1851), y también durante el gobierno de Ignacio Comonfort.

Guerra de Reforma e Intervención Francesa

    Inculpado como uno de los implicados en el golpe de Estado encabezado por Félix Zuloaga, asestado al gobierno de Ignacio Comonfort,  Payno fue procesado y eliminado de la política. Perseguido durante la Segunda Intervención Francesa en México, Payno terminó reconociendo al gobierno de Maximiliano de Habsburgo. Restablecida la República, con Benito Juárez, fue diputado.

Docente y Diplomático

      Payno impartió clases en la Escuela Nacional Preparatoria, creada por Gabino Barreda. Fue catedrático de la Escuela de Comercio, donde dio Economía Política. Siendo senador, en 1882, el presidente Manuel González, "El Manco," lo envió como agente de colonización a París. En 1886, fue nombrado cónsul en Santander, y posteriormente cónsul general en España, estableciendo su residencia en Barcelona. En 1891, Payno regresó a México, y en 1892 fue nuevamente electo senador, cargo que ocupó hasta su muerte, ocurrida el 5 de noviembre de 1894, en San Ángel, en el Distrito Federal. Payno escribió, "Tratado de la propiedad. Ensayo de un estudio del Derecho Romano y del Derecho Público y Constitucional en lo relativo a la propiedad."

Escritor

     Payno fue un hombre inquieto, inteligente y sobre todo muy activo. Amante de la lectura, combinó sus actividades políticas con las de periodista y escritor. Su obra periodística, abarca artículos históricos, políticos y financieros. Colaboró para los periódicos El Ateneo MexicanoEl Siglo Diez y NueveEl Año NuevoEl Boletín de la Sociedad de Geografía y EstadísticaEl Federalista y Don Simplicio, entre otros. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española.

     Escribió novelas como El Fistol del Diablo (1845-1846), en el que relata los efectos de la Primera intervención norteamericana en México; ​ El Hombre de la Situación (1861), novela de costumbres que cubre los últimos años del virreinato de Nueva España y los primeros del México independiente. En esta obra destaca la narración, los personajes principales son padre e hijo, uno español y el otro criollo. Detalladamente pintados los tipos, abundan los pasajes cómicos en los que destaca una gracia muy mexicana.

     En la novela Los Bandidos de Río Frío (1889-1891), escrita bajo el seudónimo de "Un Ingenio Mexicano" durante su segunda estancia en Europa, Payno realiza una larga descripción del ambiente y escenario, incluyendo los antecedentes de los personajes.

Otras de sus obras son; Compendio de Historia de MéxicoNovelas CortasLa España y la FranciaEl Libro Rojo (con Vicente Riva PalacioJuan A. Mateos y Rafael Martínez de la Torre) y La Convención Española.

Bibliografía

Obras

·         Tardes Nubladas.

1.   El Cura y la Ópera.

2.   María Estuardo.

3.   La Reina de Escocia a la Reina Isabel.

4.   Isabel en Inglaterra.

5.   El Poeta y la Santa.

6.   El Castillo del Baron D'Artal.

7.   La Lámpara.

8.   Pepita.

9.   La Enferma.

10.   Otra Infamia.

11.   La Providencia.

12.   La Cena.

13.   La Escaramuza.

14.   La Fuga.

15.  Verte y Morir.

16.  Granaditas. Recuerdos Históricos.

17.  El Lucro de Málaga.

18. Un Viaje a Veracruz en el Invierno de 1843.     

Novelas cortas.

1.   María.

2.   Un Doctor.

3.   El Mineral de Plateros.

4.   La Víspera y el Día de una Boda.

5.   ¡Loca!

6.   El Monte Virgen.

7.   Pepita.

8.   Alberto y Teresa.

9.   La Esposa del Insurgente.

10.   Aventura de un Veterano.

11.    El Castillo del Barón D'Artal.

12.   La Lámpara.

13.  El Lucero de Málaga.

14.   El Cura y la Ópera.

15.   El Rosario de Concha Nácar.

16.   Trinidad de Juárez.

·         Apuntes para la Historia de la Guerra Entre México y los Estados Unidos.

·         Memoria sobre la Revolución de Diciembre de 1857 y Enero de 1858.

·         El Libro Rojo.

1.   Moctezuma II.

2.   Cuauhtémoc.

3.   El Lic. Vena. La Sevilla.

4.   Alonso y Gil González de Ávila.

5.   Don Martín Cortés.

6.   Fray Marcos de Mena.

7.   El Tumulto de 1624. El Arzobispo Pérez de la Serna.

8.   Don Juan Manuel.

9.   La Familia Dongo.

10.  Allende.

11.  Mina.

12.  Guerrero.

13. Ocampo.

14.  Comonfort.

Novelas

·         El Hombre de la Situación.

·         Los Bandidos de Río Frío.

·         El Fistol del Diablo.

(Wikipedia en Español)

El Hombre de la Situación

de Manuel Payno

    En una mañana de 1769, en España, en el Puerto de Cádiz, dos hombres se saludaban entre sí. “¡Compadre Paco!” “¡Qué gusto de verte, Fulgencio!¡No sabía que andabas por aquí!” Fulgencio dijo, “Vine a enviar a mi hijo a la Nueva España, para que se haga de fortuna en las Américas.” Paco dijo, “Se ve fuerte y decidido. ¡No dudo que la obtenga!” El orgulloso Fulgencio García padre, exclamó de pronto con una inflexión grave. “Pero no quiero que viaje con la plebe…” Fulgencio agregó, “¡Mi hijo y yo descendemos del emperador romano, Julio Cesar, nuestro apellido es noble, y él debe codearse con gente de su estirpe!” Paco dijo, “Yo puedo embarcarlo en el navío del virrey, Don Joaquín de Monserrat, Marques de Cruillas.” Fulgencio dijo, “¿El nuevo virrey de la Nueva España?” Paco dijo, “¡Sí, déjalo conmigo y arreglaré los pormenores de su viaje!” Fulgencio estrechó su mano, y dijo, “¡Gracias Compadre!”

     Al momento inevitable de la despedida, Fulgencio dijo a su hijo, “No tengo más herencia que darte que mi bendición, Fulgencio. Llévatela junto con el nombre García, legado de nuestros antepasados…” El joven Fulgencio dijo, “Me encargaré de honrarlo, padre. ¡Seré el orgullo de nuestra familia!” Su padre dijo, “Eso espero…¡Vive y prospéra!” A la distancia, Fulgencio padre se despidió, “¡Hasta la vista, hijo! ¡Gracias Paco!” Fulgencio ya jamás vería a su padre…pero ni lo sospechaba, ante el futuro dorado que le prometía el nuevo continente. Al acercarse al muelle, Fulgencio hijo y el compadre Paco se acercaron a un marino que desamarraba un bote.  Paco le dijo, “¡Buen día, mi querido ‘Cristóbal Colon’!” El ingenuo de Fulgencio hijo pensó, “¿De-Deveras será el descubridor de América?” Nuestro crédulo protagonista nunca supo que el marino se apellidaba Antúnez, en realidad.
     Paco le dijo, “Le tráigo a éste chico, para que lo lleve a la nave del virrey.” Antúnez dijo, “¿Es buen marino?” Paco dijo, “Él nació para otros menesteres. ¡Quiero que lo embárque, y de páso lo haga hombre!” Antúnez dijo, “Eso no será problema…¡Váyase tranquilo, yo cumpliré su encárgo!” Cuando Paco se retiró, ambos, Antúnez y Fulgencio hijo, zarparon en el bote rumbo al galeón. Mientras remaba, Antúnez dijo, “¡A mi lado serás almirante en un par de meses!” Fulgencio dijo, “¡No!¡Yo voy a las Américas a recoger el oro de sus piedras!” Antúnez dejó de remar, se sentó, rió y dijo, “¡Ja, Ja, Ja!¡Conozco a los ambiciosos de tu ralea, llegarás lejos!” Entonces Antúnez lo azotó con una cuerda, mientras le dijo, “Pero antes debes ser un hombre, hecho y derecho…¡Tóma, éste es el principio de tu aprendizaje!”

     La ración de golpes durante el viaje, sería algo usual para Fulgencio, el distinguido polizón invitado de Cristóbal. Cuando Fulgencio subió al galeón, Cristóbal le dijo, “¡Bienvenido a bordo!” Fulgencio le dijo, “¿Cuál será mi camarote, Don Cristóbal?” Don Cristóbal le dijo, “Ya veras, amiguito.” Tras una breve caminata por las cubiertas interiores, Don Cristóbal abrió la puerta de la bodega, y dijo, “¡Espero que halles confortable tu alojamiento!” Fulgencio aceptó su aposento de buena gana, aunque al principio, la travesía no fue muy placentera. Al poco tiempo de navegar, Fulgencio sintió ganas de vomitar y dijo, “Ayy…¡E-Estoy mareado!” Pero lograría acostumbrarse al vaivén de la nave, tras 76 días de viaje. Llegado el momento, Don Cristóbal bajó a la bodega y dijo, “¡Llegamos a Veracruz!” Ahí en la bodega, Don Cristóbal tomó una maleta y le dijo a Fulgencio, “Te regálo ésta maleta, con algo de ropa limpia, y solo para que no se diga que desatendí al buen Paco…”

     La despedida en la bodega, fue calurosa. La espalda del chico no resintió el ardor de los golpes, y Don Cristóbal le dio dos más reatazos en la espalda de despedida. Cristóbal habia acostumbrado a la espalda de Fulgencio a estos golpes. Entonces, ahí en la bodega, Don Cristóbal dijo, “Ahora ve con Dios, amigo. ¡Que la suerte te sonría!” Fulgencio tomó su maleta y pensó, “Suerte la de ya no tener que aguantarte, burro!” Ya en cubierta, luego de un rápido cambio de indumentaria, Fulgencio miró al Virrey, y pensó, “¡Oh, la comitiva del Virrey, a quien aún no salúdo!” Después de una pausa, Fulgencio fue astuto, e ideando un plan, pensó, “Me mezclaré con la gente…¡Ya habrá tiempo de hablar con él!”

     El grupo bajó a tierra en un gran bote. Nadie se percató del la presencia de Fulgencio, a pesar de que su atavío, carecía del lujo del que alardeaba el sequito. Ya en tierra, el muchacho asistió a las ceremonias de bienvenida para el virrey, como un cortesano más. Peros su primera impresión del territorio mexicano, distaba un poco de sus expectativas, y pensó, “La ciudad no está empedrada con oro…¡Quizá otros pueblos sean mas ricos!” Ya en la tarde, Fulgencio se las arregló para hablar a solas con el virrey. Y una vez que estuvo frente a él, Fulgencio le dijo, “Vine a despedirme, señor mío. ¡Gracias por viajar conmigo en su buque!” El virrey le dijo, “Es la primera vez que te veo. ¿Venías de polizón?” Fulgencio dijo, “Su excelencia podría afirmar tal cosa…¡Digamos que fui un invitado especial!” El virrey rió, y dijo, “¡Ja, Ja!¡Me gustan los chicos impertinentes y osados como tú, te regalaré unas monedas!” Fulgencio hizo una reverencia y dijo, “Gracias, mi señor.”

     El dinero sirvió para que Fulgencio pasára la noche en un mesón. Al otro día, Fulgencio salió con su maleta, diciendo, “¡Voy a ti, Ciudad de México!” El mozalbete procedente de Andalucía, avanzó con su vista fija en el suelo, pensado, “¡Hallaré el oro que dicen tapiza ésta tierra!” De pronto, Fulgencio se topó con una piedra que fulguraba al sol. Fulgencio se lanzó, diciendo, “¡Las historias son ciertas!¡Oro!” Fulgencio metió en su maleta las muchas piedras brillantes que cruzaron en su camino, pensando, “¡A éste, ritmo no tardaré en ser millonario!” El mozo no habría de llegar muy lejos por lo pesado de su carga, pero halló a unos arrieros que lo llevaron hasta Puebla. Uno de ellos le dijo, “Sube a la mula que tenemos descargada.” Tras largo trayecto, uno de los arrieros le dijo, “Hasta aquí llegamos….¡Adiós!” Fulgencio dijo, “¿Y mi paga?” El arriero se sorprendió y le dijo, “¿Cuál? ¡No trabajaste para nosotros!” Fulgencio les dijo, “¡Les hice el favor de montar su mula!” Tras la absurda respuesta de Fulgencio, los arrieros empezaron a apedrearlo, y mientras Fulgencio huía, le gritaban, “¿Te crees muy gracioso?¡Fuera de aquí, bribón!” Mientras Fulgencio pensaba, “¡Plebeyos!¡Deberían pagarme por saludarlos!”

     Días después, el chico llegó a la capital de la Nueva España. Mientras Fulgencio veía a las mujeres pasar, pensaba, “¡Caray! Aquí tampoco hay oro en la calle…” Fulgencio decidió comprar ropa digna del linaje que creía tener. Cuando llegó con el sastre, Fulgencio le dijo, “¡Véndame su mejor traje, paisano!” El sastre le dijo, “¿Traes para pagar?” Fulgencio subió su maleta llena de piedras en el mostrador, enseñando ufano su “oro”. Fulgencio le dijo, “¡Tóme lo necesario, y guárdese el cambio!” La hilaridad del dependiente confundió a Fulgencio, y el sastre exclamó una carcajada, diciendo, “¡Ja, Ja!¿También tu creíste lo que dicen en España de ésta tierra?” Fulgencio dijo, “¿E-Esto no es oro?”
     El dependiente dijo, “¡No!¡Si acaso éstas son piedras de cobre! Lo siento paisano.” Fulgencio le dijo, desconcertado, “N-No tanto como yo…” Tan pronto como Fulgencio se deshizo de su inservible carga, cargando ya su maletín sin piedras, pensó, “¡Ni modo!¡Cuando menos aún tengo algo de dinero que me dio el virrey!” El andaluz dilapidó sus monedas en dulces y otros gustos infantiles…solo entonces consideró en serio el buscar empleo. Se encaminó al desaparecido Parian, centro comercial que se hallaba en donde ahora está el zócalo de la capital mexicana. Fulgencio ni se imaginaba lo que ese día significaría en su vida. Fulgencio entró a una tienda de telas, y dijo, “¡Buenos días!¿Está el dueño?” Un hombre tras un mostrador le dijo, “El dueño soy yo. ¿En qué puedo servirte?” Fulgencio le dijo, “Busco empleo, y…” El propietario dijo a otro hombre más joven que estaba aún lado de él, “¡No sé!¡Necesitamos un mozo, Romero?”
      Romero dijo, “Quizá, señor…” Las palabras del lacónico Romero indicaban una afirmación para su patrón, quien al igual que él, era gallego. El señor le dijo, “¡Bien!¡Estás contratado!” El señor agregó, “Te daré seis pesos al mes, casa, y comida. ¿Sabes leer y hacer cuentas?” Fulgencio le dijo, “Leo lo suficiente como para descifrar el nombre de su tienda.” Fulgencio agregó, “¡Y créame que no es fácil leer de corrido, ‘Aguirrevengurren’ Hermanos” El señor le dijo, “Por eso mis clientes y amigos me llaman tan solo Vengurren.” El señor agregó, “Ahora, en cuanto a las cuentas…” Fulgencio le dijo, “Me disculpará, mi señor, pero de eso y de escribir, no sé nada en absoluto.” El señor Aguirre le dijo, “Entonces te mandaré a la escuela, serás más útil al negocio, si te doy educación.” Fulgencio le dijo, “¡Gracias, señor Vengurren!” Enseguida, el señor Vengurren sacó una moneda de su bolsillo, y se la dio a Fulgencio, diciendo, “Ahora toma ésta peseta, y ve a comprar tu cena, pues nosotros ya comimos; no tardes.” Fulgencio dijo, “Como diga.”

     Fulgencio compró unas frutas que para él eran exóticas. El frutero le puso las frutas en una  bolsa, y dijo, “Una piña, un aguacate, y ciruelas…¿Algo más” Fulgencio le dijo, “No, eso será todo.” Nadie le dijo a Fulgencio cómo comer tales manjares, y los devoró con imprudencia. Fulgencio se sentó en la banqueta y pensó, “¡Ésta piña es sabrosa, pero su cáscara es muy dura!” Comió el hueso del aguacate, y lo mismo hizo con las ciruelas. Al llegar al negocio que era también la casa de su protector, Fulgencio entró andando de rodillas, diciendo, “¡Me…mu-muero, señor Ve-Vengurren!” El señor Vengurren dijo, “¡Vé a buscar a un médico, Romero!” Poco más tarde, el medico revisaba a Fulgencio, quien yacía acostado boca arriba, en el mostrador. Después de revisarlo, el doctor dijo, “Le hizo daño algo que comió, le daré vomitivo.” El medicamento no tardó en hacer efecto. Tras la incorporación de Fulgencio, quien aún estaba mareado, el medico dijo, “¡Con razón estaba mal!¡Comió piña con su cascara y centro, entre otras cosas!”

     El joven andaluz se recuperó a los pocos días. Un día, mientras los tres tendentes comían, el señor Vengurren dijo a Fulgencio, “Te llevaré al convento de los monjes Betlemitas. Soy amigo del director. Verás que bien te trata.” Ya en la escuela convento, el señor Vengurren presentaba a Fulgencio, y besaba la mano del director, quien estaba al frente de una clase, y le decía Vengurren, “¡Gracias por aceptar a mi empleado en su plantel, Fray Rodrigo!” Fray Rodrigo le dijo, “Ni lo mencióne.” Sin embargo, ya con el tiempo, Fulgencio no tardó en descubrir que Fray Rodrigo honraba el lema, “La letra con sangre entra.” Un día, en una clase, después de revisar la escritura de Fulgencio, Fray Rodrigo le dijo, “Tu caligrafía es muy deficiente…” A continuación, Fray Rodrigo tomó un látigo con cuerdas, y dijo, “Aunque mejorará con unos cuantos azotes. ¡Ponte en posición de reprimenda, García!” El método didáctico del clérigo era “humanitario” a ultranza. Fray Rodrigo comenzó a darle azotes en la espalda, diciendo, “Con esto te aplicarás, querido Fulgencio.”

     Los chicos del convento, avanzaban en su aprendizaje más que nada por autodefensa y protección, pues…¡A mayores logros académicos, correspondían menores zurras! El protegido de Vengurren concluyó su instrucción básica, en menos de dos años. Cuando Fulgencio se despidió, y dió la mano al Fraile, pensó, “¡Mis posaderas no hubieran resistido un año más de azotes!” Por fin, de regreso a su casa, ya durmiendo en la tienda, para entonces Fulgencio ganaba la fabulosa cantidad de 20 pesos al mes, aunque no por eso dejaba de dormir en el suelo de la tienda. Vengurren dormía en el lugar más cómodo de su negocio de telas…¡Sobre el baúl donde guardaba sus muchos sacos de oro! “Vengurren Hermanos,” propiedad de Pascasio Jose y Jose Pascasio del mismo apellido, era el más próspero establecimiento de Parian.

     Hacía más de 30 años que Pascasio Jose no veía a su hermano, más aún asi no dejaba de añorarlo. El señor Vengurren comenzó a narrar a sus empleados. “¡Todavía recuerdo cuando mi hermano y yo, salimos de nuestra natal Galicia! Mi hermano se estableció en el puerto de Cavite, en Filipinas, y puso una tienda similar a la mía. Acordamos enviarnos anualmente la mitad de nuestras ganancias, y cuando alguno muera, heredar al otro.” Al escuchar eso, Fulgencio pensó, “¡Pues ojalá viva más que su hermano!” Con el paso de los días, esa plática azuzó la angustia del adolescente, quien mientras trabajaba pensaba, “¡No quisiera quedar desamparado al morir Vengurren!”

     Un día, al cumplir Fulgencio los 20 años, el señor Vengurren les dijo a sus empleados, “Debo hablar seriamente con ambos.” Romero le dijo, “Usted dirá, Don Pascasio Jose.” El señor Vengurren dijo, “Quiero que tú, Romero, ábras una sucursal de la tienda de San Luis, y que tú, Fulgencio,  permanezcas aquí como mi mano derecha.” Fulgencio dijo, “¡Gracias por su confianza!” Romero dijo, “Gracias patrón.” El acenso de Fulgencio no solo repercutió en lo económico, también le ganó un mejor lugar para dormir. Y asi, el muchacho conquistó, poco a poco, la confianza de su patrón. Con el paso de los días, en una ocasión, don Vengurren le dijo a Fulgencio, “Resultaste más capaz que Romero…¡Nuestras ganancias aumentan día con día! ¡Por ello, te ganarás buena parte de mi herencia!”
     Pero Fulgencio no centró sus esperanzas de riqueza en dicho legado aún hipotético. Fulgencio pensó, “¡Vengurren es más sano que yo, no tiene para cuando morirse! Por eso, debo hacerme de mi propio dinero.” Esa noche, Fulgencio y Vengurren dialogaban. Vengurren dijo, “Con que deseas pasar un tiempo fuera de la tienda, y ocuparte como vendedor ambulante en provincias…” Fulgencio le dijo, “Asi es. ¿Usted podría financiarme?” Vengurren le dijo, “¡Claro!¡Tu ambición me recuerda a la mía a tu edad! Te daré cincuenta mil pesos para que logres lo que aspiras.” Vengurren agregó, “Pero solo tenderas seis meses de licencia. ¡Ni un día más! ¿Entendido?” Fulgencio le dijo, “¡Sí, Don Pascasio Jose!”

     Asi Fulgencio peregrinó por la provincia de Nueva Vizcaya, que actualmente conocemos como los estados de, Durango y Chihuahua. Caminando y llevando un burro cargado, Fulgencio anunciaba su mercancía, gritando, “¡Vendo Telas Finas!” Durante su travesía, conoció a Esther, una joven judía. Ambos se enamoraron rápidamente. Ella se hacía llamar, Ana de Gibraltar, para burlar la inquisición, que injustamente perseguía a su raza. Ella le dijo un día, “¡Quisiera casarme contigo!” Fulgencio le dijo, “Yo también, pero debemos esperar a las muertes de tu padre y mi patrón.” Asi, los amantes prometieron esperar hasta a llegada de un momento más propicio para sus nupcias.

    A la vuelta de su aventura como vendedor ambulante, el joven obtuvo 15 mil pesos de ganancia. Pero un día, que Fulgencio estaba barriendo en la tienda, y haciendo sus queahecer, el señor Vengurren llegó con una carta en las manos, y le dijo, “¡Ay, Fulgencio!¡Ésta carta me avisa que murió mi hermano José Pascasio!” Fulgencio paró lo que estaba haciendo, se acercó al señor Vengurren, y le dijo, conmovido, “Reciba mi más sentido pésame!” El señor Vengurren le dijo, “Te lo agradezco. Tus condolencias valen para mi, más que los 600 mil pesos que me heredó mi gemelo.” El joven andaluz hizo un esfuerzo supremo por ocultar su asombro. Esa era una fortuna portentosa en aquél tiempo. Fulgencio le dijo, “Valor, señor. ¡La vida seguirá!” Crease o no, ese fue el principio del fin para el gallego. A los pocos días, un hombre llegó a su tienda. Era un notario. El hombre llegó saludando con unos, “buenos días.” Tras recibirlo, el señor Vengurren le dijo, “¿En qué puedo servirlo, señor notario?” El aspecto de aquel empleado público alarmó a Vengurren. El hombre le dijo, “L-Le traigo malas noticias…” El señor Vengurren le dijo, “No se ande con rodeos, ¿Qué pasa?” La noticia fulminó de tristeza al comerciante. “¡Murió su socio Romero!” El señor Vengurren le dijo, “¿Cómo?¡Si era tan saludable!” El notario le dijo, “Cayó enfermo a partir del disgusto que le causó un hombre, al no pagarle una deuda de tres reales.” Vengurren dijo, “¡Pobre!¡Lo mató su sentido del deber!”

     Días después, una última desgracia aniquiló definitivamente el ánimo de Vengurren. Fulgencio trabajaba acomodando algunos retazos, cuando entró Vengurren muy alarmado, diciendo, “¡Todo está perdido para mí, Fulgencio!” Fulgencio le dijo, “¿Por qué lo dice?” Vengurren explicó, “¡El rey expulsó a los jesuitas de la Nueva España, por considerarlos perniciosos al poder de la nobleza! Entre ellos estaba mi confesor, el padre Francisco Clavijero…¿Qué será ahora de mi alma?” Fulgencio le dijo, “Todo saldrá bien, señor…¡Arriba corazones!” La muerte tomó a Vengurren 15 días después; Fulgencio le organizó unos funerales fastuosos.

     Al concluir el riguroso periodo de rosarios por el alma del gallego, Fulgencio se presentó ante un notario público, quien le dijo, “Lo mandé llamar para leerle el testamento de Don Pascasio Jose Aguirrevengurren.” Fulgencio consideró ociosa tal diligencia. ¿Acaso no le habia prometido el difunto heredarle una fortuna? Conforme avanzaba la relación de las riquezas de Vengurren, asi aumentaba el nerviosismo de Fulgencio. “En total hay un millón 200 mil pesos.” Fulgencio se levantó de su silla y exclamó, “¿Qué?” Fulgencio sintió que se asfixiaba, más la luz brilló en su alma, cuando el notario exclamó, “¡Cálmese, aún no termíno!” Tras una pausa, el notario continuó, “¡El finado le otorgó 949 mil pesos en oro! Felicidades…” Fulgencio dijo, “Gra-Gracias.” El joven andaluz tardó varias horas en asimilar su nueva fortuna. Cuando el notario se fue, Fulgencio salio a la calle, y pensó, “Todo me parece un sueño…¿Sera posible tanta felicidad?”
     Pero sus dudas desaparecieron cuando tuvo el dinero en sus manos. Entonces Fulgencio exclamó, “¡Soy Rico!¡Viva!” Después de pasar su vida inmerso en la frugalidad, Fulgencio Gracia se propuso un cambio radical. Fulgencio pensó, “Ya no trabajaré. ¡Me haré un administrador para la tienda!” Luego consiguió una casa digna de la alcurnia de la que se creía poseedor, en el rumbo más lujoso de la ciudad. Ahí mismo ofreció reuniones y bailes para lo más nutrido de la alta sociedad, que no acabó por aceptarlo del todo. Una vez, en una fiesta ofrecida por Fulgencio, dos de las chicas invitadas,  dialogaban, y una dijo a la otra, “¡Si Vengurren viera esto, volvía a morir de tristeza!”

     Mas como todo caballero bien nacido, Fulgencio no desatendía sus deberes piadosos. Por lo que un día, Fulgencio se presentó a la oficina de la iglesia, dispuesto a donar una honorable cantidad de dinero, diciendo, “Donaré 85 mil pesos para el manto bordado de gemas de San Emigdio.” El sacristán secretario, únicamente exclamó, “¡Gracias!” Pero años después, Fulgencio llegó al colmo del despilfarro. El virrey convocó a una reunión de urgencia a principales, entre ellos Fulgencio y otros hombres acaudalados. Entonces, una vez estando reunidos, el virrey dijo, “Los cité, pues nuestro rey, Carlos III requiere de su generosidad para financiar su guerra contra Inglaterra.” Las donaciones comenzaron moderadamente. Una mujer dijo, “Otórgo 20 mil pesos, virrey Bucareli.” Otro hombre dijo, “Yo daré 40 mil…” De pronto Fulgencio se irritó, y dijo, “¡No seamos díscolos! ¿Cuánto cuesta una buena fragata de 64 cañones?” El virrey dijo, “Como medio millón de pesos.” Fulgencio dijo, “¡Sea, pues!¡Apúnteme con quinientos mil duros!” El virrey dijo, “Este… ¿Oí bien?” Fulgencio dijo, “¡Sí!¡Como dice el blasón de mi apellido, ‘De García, arriba nadie diga!’” Todos aplaudieron diciendo, “¡Bravo Don Fulgencio!”

     Y el fin de su bonanza finalmente llegó, como era de esperarse. Un día, su administrador quiso hablar con él, y le dijo, “Señor Fulgencio García, debo comunicarle sus apuros económicos, señor.” Fulgencio dijo, “No entiendo.” Tras una pausa, Fulgencio dijo, “¡Y-Yo soy millonario!” El administrador le dijo, “Seria más atinado decir que lo fue…” El administrador reviso su cuaderno y papeles y dijo, “Vera, entre la compra, amueblado y mantenimiento de su casa, junto con sus obras filantrópicas, apenas le quedan unos diez mil pesos.” Hubo una pausa, y enseguida el administrador mostro el cuaderno y dijo, “No se quede tan solo con mi palabra; ¡Cerciórese, vea el libro de gastos!” Fulgencio pasó sus ojos rápidamente por sus hojas, las cuales relataban su imprudente camino hacia la ruina. Al concluir la lectura, Fulgencio se levantó, y entregó el cuaderno contable al administrador, y dijo, “Tóme y váyase tranquilo a la tienda. Ya hallaré un medio para salir de ésta.”  El administrador se retiró, diciendo, “E-Eso espero, señor.”

     Las horas siguientes dieron marco a las tribulaciones de Fulgencio, quien pensaba, “No puedo volver a la pobreza…¡Sencillamente moriría!” En eso, la sirvienta lo interrumpió, diciendo, “Le llegó una carta, señor García.” Fulgencio dijo, “Gracias, Lolita.” Fulgencio ahogo un grito de alegría al ver el nombre del remitente, y pensó, “¡Ana de Gibraltar, mi antigua novia!” El júbilo invadió al andaluz, hasta que llegó casi a la demencia. Tras leer la carta, Fulgencio pensó, “¡Dice que murió su padre, que le heredo muchos miles, y que desea casarse conmigo!” Fulgencio exclamó, “¡Bravo!” Lolita, quien hacia el quehacer, al ver la reacción de su patrón, pensó, “¡Pobre! Su nueva pobreza lo enloqueció…” Mas el ambicioso Fulgencio estaba más cuerdo que nunca. Y mientras hacia sus maletas, pensó, “¡Me casaré y alejaré de mi al espectro de la inopia!”

     Fulgencio se apresuró a responder la carta, y tomó el camino hacia Nueva Vizcaya, a donde arribó casi dos meses después. En cuanto salió y descendió del carruaje, Fulgencio exclamó, “¡Sal a verme, Ana querida!” La aludida se asomó por una ventana de su hacienda. Su corazón latía emocionado a partir de su añoranza satisfecha. Tras unos segundos, Ana se abalanzó hacia él, diciendo, “¡Bendito sea Dios que te trajo a mí!” Pero Ana estaba llena de barros y espinillas. Fulgencio exclamó, “¿A-Ana?” Ella le dijo, “¡Sí, Fulgencio soy yo!¡Hace un año sufrí un ataque de viruela que me dejo el rostro un poco estropeado!” Fulgencio pensó, “¿Un poco? ¡Uff!” Ana dijo, “¡Mas no por ello disminuyó mi amor por ti!” Fulgencio dijo, “Qu-Que bien…” Fulgencio la abrazó y pensó, “¡Ni hablar! Me casaré, pues aunque Ana sea fea, su dinero es tan bello como siempre.” Dos años después nació un fruto de aquella relación. Después que Ana dio a luz a una bella criatura, Fulgencio tenía el bebé en sus brazos, y dijo a Ana, “¡Lo llamaré Fulgencio, igual que mi padre hizo conmigo!”

     El tiempo pasó. Ana resultó una  esposa y madre devota, y Fulgencio desarrolló por ella un cariño casi tan grande como le inspiraba el dinero. Por su parte, el heredero recibió en la capital una mejor instrucción que la de su padre, a base de menos azotes. Nueva España se convulsionaba bajo aires de cambios en los tiempos escolares de Fulgencio chico; corría la segunda década del siglo XIX…Tras leer los folletines, el joven Fulgencio pensaba, “Las causas del movimiento insurgente promovido por Hidalgo, son justas….¡Me uniré a los revolucionarios; sus líderes son principalmente criollos como yo!” Asi Fulgencio hijo luchó al lado de quienes deseaban independizar a México, del yugo español. La reacción de su progenitor, fue de lo más radical. Fulgencio dijo a Ana, “¡Nuestro hijo traiciona a nuestro rey, pero yo subsanaré tal afrenta a la corona!” El primer Fulgencio García que alojó la Nueva España se unió al ejército realista.
     Cuando ya le pesaban los 60 años, el andaluz resolvió dejar las armas para volver con su amante esposa. Pero, ¡Su sorpresa fue mayúscula cuando volvió a su hacienda! Al verla destrozada, Fulgencio pensó, “¡L-La saquearon!” Durante su alejamiento Ana murió de tristeza, y los insurgentes devastaron su propiedad. Fulgencio preguntó a un niño vecino, la razón del asalto. “¿Por qué se llevaron a mis animales?” El niño le dijo, “¡Dijeron que eran realistas, y los tomaron como prisioneros de guerra!” Fulgencio dijo, “¡Infames!” Desilusionado, Fulgencio volvió a la ciudad de México, pensando, “¡Los insurgentes nunca han tomado la capital, que aún aloja personas decentes!” El decepcionado español, pasó sus últimos días, rumiando sus desventuras en casa de un recaudador de impuestos amigo suyo. El 27 de septiembre de 1821 Fulgencio recibió un último golpe mortal. Siendo testigo de la entrada triunfal de los insurgentes, en un desfile, Fulgencio vio a su hijo, llegando en un caballo. Fulgencio pensó, “¡Fu-Fulgencio, mi hijo viene con el ejército trigaránte, que entra triunfal a la ciudad!” Ese desfile que enmarcó el fin de la lucha de independencia, también señaló la ocasión en la vida de Fulgencio, a los 67 años de edad. Nuestro andaluz ya no vio el siguiente amanecer. Ante su lecho, su amada Ana pensó, “¡Pobre!¡Murió de coraje al ver a su hijo entre las tropas de las tres garantías!”

     El tiempo siguió su curso; un nuevo capítulo en la saga de los García, se inició cuando Fulgencio chico ya tenía 50 años. Fulgencio pensó, “¡Soy Feliz! Tengo dos hijas, dos hijos, cuatro perros, un perico, y una esposa que me áma…¿Qué más puedo pedirle a la vida?” Mientras Fulgencio meditaba en el patio de su casa, una voz lo interrumpió: “Dice la señora que páse a comer…” Fulgencio dijo, “Ahora voy.” Fulgencio era uno de los hacendados más ricos de la república mexicana. No obstante, habia una detalle que empañaba el ambiente alegre de la casa. Fulgencio notó que su esposa lloraba, y le dijo, “¿Qué tienes Anastasia?” Anastasia dijo, “¡Extáño a nuestro hijo mayor!” Tras una pausa, Anastasia le dijo, “¿Por qué lo enviaste a estudiar a Inglaterra?” Fulgencio le dijo, “¡Porque una buena educación, es el único tesoro que nadie podrá robarle!” Fulgencio agregó, “¡Ahora, vuelve a tus labores, mujer, no dejes que la nostalgia te invada!” Anastasia dijo, “L-Lo intentaré…”

    Los días transcurrirían en medio de la placidez de la vida familiar. Pero todo cambiaría, a partir de una de las visitas dominicales del barbero local, quien le dijo, mientras lo rasuraba, Ya supo de las próximas elecciones, Don Fulgencio le dijo, “Sí, maestro Pimpinela. Pero, ¿Qué tiene que ver conmigo?” Pimpinela le dijo, “¡Pienso que usted sería un excelente diputado!” Fulgencio le dijo, “¡Deveras lo cree?” Pimpinela dijo, “¡Sí!¡Con su vasta cultura representaría muy bien al pueblo!” Fulgencio le dijo, “Quizá…pero carezco del arrastre popular que me garantice la victoria electoral.” Pimpinela le dijo, “¡De eso me encargo yo!” Pimpinela agregó, “Yo puedo asesorarlo para echarse a la gente a la bolsa…por un modesto pago.” Fulgencio dijo, “Usted dirá.” Pimpinela dijo, “Quiero que me lleve con usted, a la Ciudad de México, si consigue su curul de diputado.” Fulgencio dijo, “Cuente con ello.”  Así, Fulgencio inicio su campaña electoral con visitas domiciliarias, que acabaron en la casa del gobernador del estado, quien al recibirlo en su casa, le dijo, “¡Gracias por sus obsequios, señor Fulgencio!” Fue difícil para ambos hombres ocultar la cordial antipatía que se profesaban mutuamente. Al estrecharse la mano entre ambos, el gobernador pensó, “¡Necio!¿Cree que ganó mi voto por una pieza de queso?” Por su parte, Fulgencio pensó al retirarse, “¡Arrogante! No sé a qué vine…este tipo jamás sufragará a mi favor.”

     Cuando estuvo próximo el día de las elecciones, Anastasia se acercó a Fulgencio en su escritorio, y le dijo, “¿A quién le escribes?” Fulgencio le dijo, “¡A nuestro hijo, para que se reúna con nosotros en la capital!” Anastasia le dijo, “¿Tan seguro estas de ganar la diputación?” Fulgencio le dijo, “¡Claro que sí!” Fulgencio agregó, “El domingo cerraré mi campaña, con una fiesta aquí en la casa. ¡Será un evento que me colocará como el candidato del pueblo!” Por fín llegó el día del festéjo, que incluyٌó una corrida de toros en un tablado construido en la hacienda de Fulgencio. La gente gritaba, “¡Ole!” Pero la improvisada construcción, se vino abajo casi al terminar la función de tauromaquia. ¡KRAK! La confusión se apoderó de los invitados…más de uno estuvo a punto de adornar los cuernos del toro.
   Para fortuna de la gente, Fulgencio contaba con hábiles caporales, quienes lazando a los toros, los pudieron calmar. Pero la fiesta continuó, y el candidato no escatimó en gastos, y hubo comida y bebidas en cantidades ilimitadas. Por lo mismo, no faltaron los rijosos que lucharon al calor del alcohol. El punto culminante  fue una función de teatro, escenificada por la familia García y sus criados, en la troje de la hacienda. Mientras la función se desarrollaba, comenzó a sentirse una sensación de extrañeza ante la obra de teatro. Llegó a tal grado la situación que una joven del público, le preguntó a otra, “¡Por que pondrían una pastorela?” La otra joven contestó, “¡Tal vez porque la navidad está cerca!” La primera joven dijo, “¡Pero si estamos en agosto!”
     De repente, las jóvenes se asustaron, cuando en el escenario, salio un peón disfrazado de diablo, diciendo, “¡Temblad pastores!¡Soy el enemigo malo!” El peón-actor pensó, “¡Qué convincente actor soy!¡Espanté a la gente!” Pero no fueron las dotes histriónicas del peón-actor, las causantes de la consternación, sino un incendio, que se empezó a suscitar sobre el escenario. La gente comenzó a gritar, “¡Salgamos de aquí!” “¡Fuego!¡Auxilio!”  De nuevo, fueron los empleados de Fulgencio, quienes salvaron la situación. Pero mientras todo esto sucedía, sin que nadie lo sospechára, un hombre veía todo lo que sucedía a lo lejos, con una mirada maliciosa, cuando tuvo los siguientes pensamientos: “El gobernador me pagó bien por hacer los destrozos…”
     Nadie sospecharía que ese hombre, era el causante del conato de incendio, y de la caída del tableado. Sin embargo, las marrullerías del gobernador fueron inútiles, pues Fulgencio triunfó en las elecciones. Y ya con la diputación ganada, la familia del nuevo legislador, se apresó a dejar el pueblo. Toda la familia de Fulgencio reunió sus maletas y equipaje, y se dispúso a abandonar el pueblo, para ir en busca de la capital. Cuando la familia subía al carruaje, se presentó una pequeña diferencia entre los esposos Garcia. Anastasia cargaba a  un perrito, y dijo a Fulgencio, “¿Por qué no puedo llevar a mi perrita en el carruaje?” Fulgencio le dijo, “¡Porque no cabe!¿Quieres que mis perritos viajen incomodos?” Poco después todo estuvo dispuesto para el viaje. Mientras los pasajeros subían las maletas y el equipaje, el chofer del carruaje pensó, “¡Uf!¡Por Dios que viajan hasta con el perico!”

     La travesía duró 62 días, y estuvo muy lejos de ser cómoda. Los García ya no volvieron al pueblo donde tanto prosperaron, ni volvieron a ver jamás, al responsable de su nueva dicha. El maestro Pimpinela pensó, “¡Ingratos! Se fueron sin despedirse…” y terminó su vida de forma sencilla, siempre dentro de su oficio de barbero. Cuando los García llegaron a la capital, primer alojamiento de la familia del nuevo diputado fue un modesto mesón de la ciudad. Cuando la familia estuvo en su habitación, Fulgencio se acostó, y dijo, “¡Es toda una experiencia volver a dormir en una cama!” Y cuando apenas empezaban todos a ponerse cómodos, alguien tocó la puerta. Anastasia dijo, “¿Quién será?” El recién llegado parecía salido de una revista de modas europeas de la época. El caballero dijo, “Buenas noches, mamá…” Anastasia dijo, “¿Fu-Fulgencito?” Anastasia lo abrazó, diciendo, “¡Hijo querido!” El joven Fulgencio dijo, “¡Buenas noches a todos!” Fulgencio padre dijo, “¡Qué tal!¡Mandé a mi hijo Fulgencio a Inglaterra, y recibí de vuelta a todo un ‘Gentleman!’” Su hermana lo abrazó, y dijo, “¡Qué felicidad nos da verte!” Fulgencio dijo, “La misma que yo siento, hermanita.”
     Fulgencio se quitó su sombrero, y agregó, “Pero debo aclararles que me sentiría más cómodo si dejaran de llamarme Fulgencio. Prefiero el nombre que me dieron en Londres…” Fulgencio padre dijo, “¿Ah, sí? ¿Y cuál era?” Fulgencio dijo, “¡’Fred’!” Fulgencio padre dijo, “¡Puaj!¡Es digno de un perro! Pero si es según la moda inglesa, te lo respetaremos, ‘Fred.’” Fulgencio hijo dijo, “Por lo que veo siguen tan incivilizados como lo estaban en provincia. ¡Poco a poco los educaré!” Su hermana dijo, “¡Qué bueno!” Fulgencio hijo se sentó en un baúl de Ropa, y dijo, “De entrada, no puedo permitir que mis hermanas tengan nombres de tortilleras…” Una de sus hermanas dijo, “¿Qué tiene de malo que nos llamemos Pancha y Marica?” Fulgencio hijo dijo, “¡Todo! Desde hoy serán Sara y Elizabeth.” Pancha dijo, “¡Qué lindos nombres!” Enseguida, el pequeño Juan dijo, “¿Y yo cómo me llamaré?” Fulgencio hijo dijo, “Juan es nombre de rey, hermanito, puedes conservarlo…” Fulgencio padre pensó, “¡Qué bárbaro!¡Cómo cambió mi hijo en el extranjero! Espéro que la transformación, sea para bien…” Finalmente, Fulgencio hijo se dirigió a la puerta y dijo, “Bien, pues ya que los salude, me retiraré y los veré hasta pasado mañana, pues debo hacer unas visitas.” Su madre le dijo, “¡No dejes de venir!” Fulgencio hijo dijo, “No, mamá, ¡Adiós a todos!”    

     Al otro día, la familia García recorrió la capital, que con razón seria llamada por Humboldt, “La Ciudad de los palacios.” Cuando “Fred” se reunió de nuevo con los suyos, procedió a sacarlos del mesón, he hizo que su padre comprára una casa, en una zona de lujo. Fred asesoró también a su madre, en cuanto a la ropa que todos debían usar. Fue una labor titánica, pero pronto los Gracía aprendieron a remedar el supuesto buen gusto de la época. Concurrentemente, Fulgencio inició sus labores como legislador. Huelga decir que el desempéño de García, distaba de ser ejemplar, pues se quedaba dormido en las sesiones de la cámara, hasta que un compañero sentado al lado lo despertaba de un codazo, diciendo, “¡El discurso terminó, Don Fulgencio!” Fulgencio solo decía al despertar, “¿Eh?¿Qué?” Sin embargo, Fulgencio hacia lo posible por estar a la altura de sus compañeros, y aplaudía al final de cada sesión de la cámara. No tardó mucho en ganarse la confianza y el respeto de los demás diputados. Mientras lo veían a distancia, dos diputados hablaban entre sí, diciendo, “¡Gracia es un tipo prudente, habla poco y con aplomo!” “¡Sin duda es la mejor adquisición del congreso en lo que va del siglo XIX!” Ya por esos días, hasta la misma Anastasia, habia cambiado sus modos sencillos, por la pomposidad de una nueva mujer rica.

     El tiempo pasó, hasta que en una ocasión, un hombre acaudalado se presentó en la oficina de Fulgencio, y le dijo, “¡Quiero que sea mi abogado, Don Fulgencio!” Fulgencio le dijo, “¿A-Abogado?¿Y-Yo?” El hombre le dijo, “Sé que sus labores lo agobian, pero un legislador como usted, ganará mis citas judiciales.” Fulgencio le dijo, “Este…no sé qué decir.” El hombre le dijo, “¡Solo responda afirmativamente a mi petición!” Fulgencio le dijo, “Bu-Bueno…” El hombre le dio la mano, y le dijo, “¡Gracias!¡Sabia que su magnanimidad era infinita!”  Fulgencio le dijo, “No tiene nada que agradecer…” Al quedar solo, el diputado en su oficina, pensó, “¡Caray! Ni tiempo me dio decirle que no soy abogado…” Pero ese detalle no le impidió a Fulgencio ser el litigante mejor pagado de México. Su prestigio llegó a tal grado, que un día, al abrir la puerta de su casa, encontró a mucha gente esperándolo, y pensó, “¿Qué hace tanta gente en mi casa?” Una de las personas que lo esperaban le dijo, “¡Qué bueno que llegó, señor diputado! Representamos a la Sociedad Pedagógica Lancasteriana, y queremos hacerlo nuestro vicepresidente.” Fulgencio dijo, “Mucho me honra su ofrecimiento…¡Lo acepto gustoso!” La mujer dijo, “¡Qué bien!”

    Los lancasterianos promovían la educación de las clases menos privilegiadas económicamente. Cuando se retiraron, Anastasia le dijo a Fulgencio, “¿Cuáles serán tus funciones como vicepresidente?” Fulgencio dijo, “Francamente, no sé…¡Pero no podía desairar a todos los que vinieron a visitarme!” Asi empezó un periodo nuevo, en la vida de Fulgencio. Las sesiones lancasterianas, se realizaban nada menos que donde nuestro primer García aprendió a escribir. Aquellas tertulias culturales eran un muestrario de cursilerías: Un poeta aficionado leía, “Como vuela la humareda, solo queda su capuz, asi vamos a la tumba, cuando zumba, zus, puf, uf.” Todo mundo exclamó, “¡BRAVO!” Fulgencio no entendía, pero no podía demostrarlo, y dijo, “¡Felicidades!¡Qué poesía tan sublime!” De pronto, ante el asómbro de todos, el legislador rompió en lágrimas. Ese recurso lo salvó de opinar sobre lo que no le inspiraba nada en absoluto. Si acaso aquel detalle aumentó su popularidad.

     A pesar de todo, aún faltaba que nuestro protagonista alcanzára el pináculo de su carrera política y cultural. Un día, su hija entró a su escritorio, y trayendo una carta dijo, “Te traigo este correo, papá.” Fulgencio dijo, “Gracias Elizabeth.” A partir de su correspondencia y las muchas visitas que recibía, Fulgencio organizaba su apretada agenda de trabajo. No habia hospital ni casa de beneficencia que no visitára, y casi siempre lo hacía en compañía de “Fred,” quien lo asesoraba en cuanto a etiqueta. Incluso, se le llegó a ofrecer a “Fred,” un puesto excelente en la Secretaria de Relaciones Exteriores, mismo que su padre rechazó en su nombre. Cuando ésto sucedió, el enviado le dijo, “¿Pero porque Don Fulgencio?” Fulgencio le dijo, “Mi hijo debe prepararse mejor para servir bien a la nación…” El enviado le dijo, “¡A eso le llámo sentido de responsabilidad!”

   Asi, los días se sucedían uno a otro, en una cadena de éxitos. Un día, mientras Fulgencio comía con su familia, les anunció, “¡Hoy visitaré la Academia de San Carlos!” Aquel recorrido sería definitivo para Fulgencio, pues mientras deambulaba con sus guías, Fulgencio decía, “¡Qué bellas estatuas!¿A quién representan?” Uno de sus guías le dijo, “¡Oh, qué bromista! Nos quiere hacer creer que no reconoce a los próceres, a cuyo lado luchó en la Guerra de Independencia…” Enseguida, Fulgencio dijo, mirando las estatuas, “¡En efecto, son mis compañeros de combate! Pero no los reconocí vestidos con sábanas…” A decir verdad, Fulgencio no entendía un ápice de arte, pero sabía aparentar lo contrario. Por lo tanto, Fulgencio exclamaba, al mirar una pintura en un cuadro, “¡Qué belleza!¡Qué sentido de la composición!” A concluir su recorrido, por aquel museo y centro de instrucción, Fulgencio regresó a su casa, y en cuanto reunió a su familia, les dijo, “¡Prepárense, queridos míos!¡Mañana vendrá un pintor a retratarnos!” La afición al arte se volvió una necesidad para los García, más por vanidad, que por otro motivo. A la larga, solo faltó que los perros de la familia fueran inmortalizados en un lienzo o en mármol. Quizás Fulgencio no pasaría a la historia como político…¡Pero qué tal como objeto artístico!

     Mucho podría contarse del linaje García, pero aquí debemos detener nuestro relato. Éste apellido cobijó a hombres que supieron aprovechar sus oportunidades…¡Fueron todos descendientes de Fulgencio, el hombre de la situación!

Tomado de Novelas Inmortales Año XIV, No. 718, Agosto 21, de 1991. Guión: Martin Arceo. Adaptación: C.M. Lozada. Segunda adaptación: José Escobar.