Club de Pensadores Universales

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lunes, 19 de mayo de 2014

La Bella y la Bestia de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont

     Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, nacida en el año de 1695, y fallecida el 29 de diciembre de 1755, fue una escritora francesa influenciada por Madame d'Aulnoy, Charles Perrault, y varios escritores Preciosistas.
     Barbot de Villeneuve nació en La Rochelle. Ella es conocida sobre todo por su novela, La Bella y la Bestia, que es la variante más antigua conocida del cuento de hadas de, La Bella y la Bestia. Publicada por primera vez en, El Joven Americano y los Cuentos Marinos, es de más de un centenar de páginas, que contienen muchos argumentos secundarios, y que implican una verdadera bestia salvaje, es decir, a un “estúpido,”  o sea, una Bestia que no sólo cambia de apariencia. Su larga versión fue abreviada, reescrita y publicada por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, para producir la versión más comúnmente relatada.
     En 1767 Barbot de Villeneuve escribió una novela, La Jardinera de Vincennes. Ella era un amiga cercana del polémico escritor Claude Jolyot de Crébillon. Murió en París. (Wikipedia Ingles).
     Jeanne-Marie Leprince de Beaumont nació el 26 abril de 1711, y murió el 8 de septiembre de 1780.  Leprince fue una novelista francésa que escribió la versión más conocida de La Bella y la Bestia. Ella tenía una relación con el espía británico Thomas Pichon (1757-1760).
     Ella nació en Rouen en 1711, y murió en 1780. Perdió a su madre cuando sólo tenía once años, pero escribió que ella no lloró su muerte. La familia era muy pobre y varios de sus hermanos tuvieron que ser enviados en adopción. Ella escribió que su madre habría sufrido terriblemente por no poder mantener el contacto con sus hijos, o por establecer qué había sido de ellos. Por consiguiente, sentía intuitivamente que la muerte de su madre fue una bendición.
De 1725 a 1735, enseñó a los niños pequeños en Ernemont, a unos diez kilómetros de Rouen. Posteriormente, obtuvo una posición de prestigio como profesora de cánto para los niños en la corte del duque de Lorena, Stanisław Leszczyński, en Lunéville, Francia.
     Su primer matrimonio, en 1743, fue desastroso y fue anulado después de dos años. El duque de Lorena, pagó personalmente su dote, una suma enorme, para que pudiera casarse bien, pero su marido utilizó la dote para pagar sus deudas, y entonces utilizó el resto para comprar un hotel. Allí, él llevó a cabo fiestas salvajes con entretenidos personajes de dudosa reputación. Después de que su marido contrajo una enfermedad contagiosa, como resultado de su estilo de vida, ella fue capaz de obtener la anulación del matrimonio, pero ella conservó el nombre de su marido.
     En 1746, Leprince salió de Francia para convertirse en institutriz en Londres. Ella escribió, La Bella y la Bestia y Otros Cuentos de Hadas Clásicos Franceses, y después de una carrera editorial exitosa en Inglaterra, se volvió a casar, dio a luz a muchos niños, y dejó Inglaterra para vivir la resto de su vida en Saboya.
Su primera obra, la novela moralista, El Triunfo de la Verdad (Le Triomphe de la Vérité), fue publicada en 1748. Continuó su carrera literaria con la publicación de muchos libros de texto. A continuación, comenzó a publicar colecciones que calificó de “revistas” de cuentos y poemas educativos y morales para los niños. Ella fue uno de los primeros autores en escribir cuentos de hadas para niños.  Leprince también escribió otras obras, sobre la base de los temas tradicionales de cuentos de hadas.
     Otra narrador muy conocida de la época, Gabrielle -Suzanne Barbot de Villeneuve, escribió una historia titulada, La Bella y la Bestia. Leprince de Beaumont revisó y abrevió ésta historia considerablemente, en la forma en la que es más comúnmente conocida, y siempre incluyó la versión revisada en las muchas “revistas” que publicó en los próximos 30 años. El éxito de ésta versión revisada más corta es la razón por la que Leprince de Beaumont es considerada comúnmente como la autora de la historia clásica. (Wikipedia Ingles).
     “La Bella y la Bestia” (en francés: La Belle et la Bête) es un cuento de hadas tradicional. La primera versión publicada fue una interpretación de la autora francésa, Gabrielle -Suzanne Barbot de Villeneuve, publicada en, El Joven Americano y los Cuentos Marinos, en 1740.  La versión escrita más conocida fue un compendio de su obra publicada en 1756 por Jeanne -Marie Le Prince de Beaumont, en Tienda de Niños o los Diálogos Entre una Institutriz y Varios de sus Estudiantes Sabios. La traducción en Inglés apareció en 1757.
     Las variantes de la historia son conocidas en toda Europa. En Francia, por ejemplo, Zémira y Azor, una ópera cómica, es una versión operística de la historia, escrita y compuesta por Marmontel Grétry en 1771, que tuvo un enorme éxito hasta bien entrado el siglo 19, que se basa en la segunda versión de la historia. Amour Pour Amour, por Nivelle de la Chaussée, es una obra de teatro de 1742 sobre la base de la versión de Villeneuve.
Argumento
     Un rico comerciante vive en una mansión con sus tres hijas. Todas ellas son muy hermosas, pero sólo la más joven, de veinte años de edad, Belle, es preciosa y pura de corazón. Sus hermanas, en cambio, son malvadas y egoístas. El comerciante finalmente pierde toda su riqueza en una tempestad en el mar. Él y sus hijas están, en consecuencia, obligadas a vivir en una pequeña casa de campo, y trabajar para ganarse la vida. Después de algunos años de esto, el comerciante se entera de que una de las naves de comercio que había enviado fuera, ha llegado de nuevo en el puerto, después de haber escapado a la destrucción de sus compatriotas. Regresa a la ciudad para descubrir si contiene algo valioso. Antes de irse, les pregunta a sus hijas si les gustaría que él les trajera todos los regalos de vuelta para ellas. Las dos mayores le piden joyas y vestidos finos, creyendo que su riqueza ha regresado. Belle está satisfecha con la promesa de una rosa, ya que ninguna crece en su parte del país. El comerciante, a su pesar, se encuentra que la carga de su nave ha sido tomada para pagar sus deudas, dejándolo sin dinero para comprar a sus hijas sus regalos prometidos.
     Durante su regreso, el comerciante se pierde en un bosque. Buscando refugio, él entra en un palacio deslumbrante. Se encuentra dentro de mesas cargadas de comida y bebida, que parecen haber sido dejadas para él, por el propietario invisible del palacio. El comerciante acepta éste regalo y pasa la noche allí. A la mañana siguiente, cuando el comerciante está a punto de irse, él ve un jardín de rosas y recuerda que Bella había deseado una rosa. Al escoger la rosa más bella que pueda encontrar, el comerciante se enfrenta a una horrible “Bestia,” que le dice que por tomar su posesión más preciada, después de aceptar su hospitalidad, el comerciante debe morir. El comerciante le suplica ser puesto en libertad, con el argumento de que sólo había recogido la rosa como un regalo para su hija menor. La bestia está de acuerdo en que le dé la rosa a Belle, pero sólo si el comerciante vuelve.
     El comerciante se siente mal, pero acepta ésta condición. La Bestia lo envía en su camino, con joyas y ropa fina para sus hijas, y hace hincapié en que Belle nunca debe saber acerca de su trato. El comerciante, al llegar a casa, trata de esconder el secreto ante Bella, pero ella curiosea con su padre y voluntariamente va al castillo de la Bestia. La Bestia la recibe amablemente y le informa que ella es ahora dueña del castillo, y él es su siervo. Él le da su ropa de lujo y alimentos, y lleva a cabo largas conversaciones con ella. Cada noche, la Bestia le pide a Belle se case con él, sólo para ser rechazado cada vez. Después de cada rechazo, Belle sueña con un apuesto príncipe que le ruega a ella le responda por qué ella sigue negándose, a lo que ella responde que ella no puede casarse con la Bestia, porque ella lo ama sólo como un amigo. Belle no hace la conexión entre el apuesto príncipe y la bestia y se convence de que la bestia está sosteniendo el príncipe cautivo en alguna parte en el castillo. Ella busca y descubre varias habitaciones encantadas, pero nunca al príncipe de sus sueños.
     Durante varios meses, Bella vive una vida de lujo en el palacio de la Bestia, logrando todos sus caprichos provistos por sirvientes, con un sinfín de riquezas para divertir a ella, y un suministro interminable de exquisitas galas que vestir. Eventualmente, ella se llena de nostalgia, y le pide a la Bestia que le permita ir a ver a su familia. Él se lo permite, con la condición de que vuelva exactamente una semana después. Bella está de acuerdo en esto, y se le permite visitar su hogar, llevándose como ayuda, un espejo encantado y un anillo. El espejo le permitirá ver lo que está pasando en el castillo de la Bestia, y el anillo le permitirá regresar al castillo en un instante, cuando lo gire tres veces alrededor de su dedo. Sus hermanas mayores se sorprenden al encontrarla bien alimentada y vestida con sus mejores galas. Ellas sienten envidia cuando se enteran de su vida feliz en el castillo, y, al oír que ella debe regresar a la Bestia en un día determinado, le ruegan que se quéde un día más, hasta el grado de ponerse cebolla en sus ojos para que parezca como si fuera llanto. Ellas tienen la esperanza de que la Bestia se enfade con Bella, por romper su promesa, y se la coma viva. El corazón de Bella es movido por una falsa muestra de amor de sus hermanas, y ella está de acuerdo en quedarse.
     Bella comienza a sentirse culpable por romper su promesa a la Bestia, y utiliza el espejo para verlo de nuevo en el castillo. Ella se horroriza al descubrir que la Bestia está yaciendo medio muerto de angustia, cerca de los rosales que su padre había robado, por lo tanto, inmediatamente utiliza el anillo para volver a la Bestia.
Bella llora sobre la bestia, diciendo que ella lo ama. Cuando las lágrimas le golpean, la Bestia se transforma en el apuesto príncipe de los sueños de Bella. El príncipe le informa que desde hace mucho tiempo, un hada lo convirtió en una horrible bestia, después de que él se negó a dejarla entrar por la lluvia, y que sólo al encontrar el verdadero amor, a pesar de su fealdad, se podría romper la maldición. Él y Bella se casan y viven felices para siempre, juntos.
La Versión de Villeneuve
     El cuento de Villeneuve incluye varios elementos que omite el de Beaumont. Principalmente, se da la historia de fondo de ambos, la Bella y la Bestia. La Bestia era un príncipe que perdió a su padre a temprana edad, y cuya madre tuvo que librar una guerra para defender su reino. La reina lo dejó al cuidado de una hada malvada, que intentó seducirlo cuando se convirtió en un adulto; cuando se negó, ella lo transformó en una bestia. La historia de Bella revela que ella no es realmente la hija de un comerciante, sino la hija de un rey y un hada buena. El hada malvada había intentado asesinar a Bella para que pudiera casarse con su padre el rey, y Belle fue puesto en el lugar de la hija muerta del comerciante para protegerla. También dio al castillo una magia elaborada, que oscureció las piezas más vitales de la misma.  Beaumont recortó considerablemente el elenco de personajes, y simplificó la historia a una simplicidad casi arquetípica. 
La Bella y la Bestia
de Leprince de Beaumont
     Bagdad, ciudad con características muy singulares, de hermosas terrazas y grandes torres, donde el medio de vida es el comercio, surgió desordenadamente a lo largo de los siglos, sin importar a nadie la diferencia en el estilo de sus casas. Muchos palacios ostentaban frisos de mármol, fachadas esculpidas y bellas ventanas que se abrían en muros de rústicos ladrillos. Éstos palacios, evidenciaban las riquezas rápidamente obtenidas por sus propietarios. La población estaba compuesta en su mayoría, por mercaderes. En el mercado, un hombre que vendía telas mostraba una y decía, “Es la mejor tela que pueden encontrar en el mundo.” El tráfico comercial de este lugar con los países de ultramar, era activo e intenso. El comprador dijo, “Me parece estupenda, pero es muy cara.”
     Del puerto partían muchas naves cargadas de mercancía, y otras llegaban de tierras lejanas con variados productos. A cada llegada de una flota, o a cada partida, los barcos mercantes siempre eran esperados con ansiedad por todos. La gente se reunía en la plaza principal, cercana al puerto, para recibir a los navegantes. Uno de los que esperaba, gritaba, “¡Ya llegó el barco esperado!” El arríbo de una flota, era siempre anuncio de prósperos negocios para la ciudad. Los habitantes se entregaban a demostraciones de alegría. Uno de los presentes en el muelle, decía, “Por fin llegó la mercancía que encargamos.” Otro dijo, “¡A beber todos! Yo invíto.” Las familias de los mercaderes, invertían parte de las ganancias en el embellecimiento de sus casas. Otros, gastaban en la elevación de sus torres alemandas. Por eso las construcciones ofrecían esa serie de agregados y adornos postizos, que tanto llamaban la atención de los visitantes extranjeros. 
     El mercader más rico y respetado de aquella ciudad era Alibán, un caballero viudo, padre de tres hijas y tres hijos. Al ver a sus hijos, Alibán pensaba, “Ahh, ¡Qué orgulloso me siento de mis hijos! A pesar de su juventud, han demostrado tener grandes aptitudes para el comercio.” Vidarbi era el mayor de los hermanos y como tal sostenía la mayor responsabilidad después de su padre. Mientras consultaba el inventario de la bodega, Vidarbi pensaba, “No hay nada como el perfecto control del almacén.” Cuando Alibán no se encontraba en la tienda, él era quien tomaba las riendas del negocio. Vidarbi pensaba, “Nuestra tienda es la más grande y mejor surtida de la ciudad.”
     Agni le seguía en edad y responsabilidad. Él, se encargaba de tener en perfecto orden la tienda, pensando, “De esta manera las telas lucirán mejor.” Agni era un experto conocedor de todo el material que llegaba y se vendía en aquel lugar. Agni pensaba, “Los colores y texturas atraerán a los compradores.” Damaianti era el menor de los hombres, él se encargaba de atender al público, y era un excelente vendedor. Su carácter amable y servicial, le procuraba la simpatía de los clientes de la tienda. Los tres estaban casados y tenían hijos, por lo que vivían felices con sus respectivas familias. Un día, su padre les dijo a los tres, “Los negocios marchan viento en popa, y me alégro. Todo es debido al empeño y dedicación de ustedes, así que es justo que reciban lo que se merecen.” Vidarbi dijo, “Padre, tus consejos han dado frutos. Si nosotros hemos funcionado es porque nos has enseñado a seguir tu ejemplo.” Su padre les dijo, “De cualquier manera, todo trabajo merece recompensa.” Su padre le extendió una bolsa de dinero, diciendo, “Con esto no tendrás necesidad de nada.” Vidarbi dijo, “Gracias señor padre, el señor te dé más.”
     Las hijas de Alibán eran bellísimas y muy cultas. Educadas con esmero por ilustres maestros. Sabían música, danza, pintura, idiomas, literatura. La mayor de ellas, Nala, era arrogante y altiva, y pensaba, “El hombre que se case conmigo, debe ser guapo, poseer riqueza, y un título nobiliario.” Las bellas hijas eran muy delicadas y hacían buen papel en las reuniones sociales, a las que acudían con frecuencia. Indra era la segunda de las mujeres y, al igual que su hermana mayor, era déspota y prepotente. Mientras Indra pintaba, pensaba, “Este cuadro de un paisaje es digno de un gran palacio. El marido que me tóque, debe apreciar todo mi arte.” Las dos hijas mayores, conscientes de su riqueza y de la importancia de su hogar, anhelaban grandes cosas. Mientras las dos arreglaban el mobiliario del castillo, una de ellas decía, “Creo que nos hace falta un adorno en el jardín.” No pasaba un año sin que pidieran a su padre que agregára un adorno al palacio o a su fachada. Su hermana le contestó, “Si, tienes toda la razón, falta una gran fuente.” Lo mismo era un zócalo de mármol que una nueva puerta, una estatua o un friso. Así el castillo adquiría la fisionomía de un mueso en crecimiento, en el que se podía ver el lujo por doquier.
     La hija menor de toda la familia, era completamente diferente a sus hermanas. Tenía el nombre de Bella. Era muy modesta. A pesar de ser tan culta como sus hermanas mayores, no hacia alarde de sus dotes. Bella solía tomar un jilguero en su mano y le decía, “Canta, canta, que tus bellos trinos endulzan mi alma. Eso es, cántame así todas las mañanas.” Además de recibir cultura, ella pasaba algunas horas en la cocina para aprender a ser una ama de casa, pensando, “Este platillo le va a gustar mucho a mi padre.” Su carácter tierno y romántico, le ganaba la simpatía de todo aquel que la tratára. Bella pensaba, “Ojalá a mis hermanas también les gúste.” No era raro que Bella se mezclara con las chicas del pueblo en la plaza, adonde acudían a recibir a los jóvenes navegantes que llegaban de los barcos. Un día, una de esas chicas le dijo a Bella, “Deberías esperarte a que llegue la flota.” Bella dijo, “Me gustaría pero no puedo.” Otra de las chicas dijo, “Pues no sabes de lo que te pierdes.” Ora le dijo, “Es verdad. Vienen unos marinos guapísimos.” Bella dijo, “Eso no me atrae mucho. No gáno nada viéndolos.” Una de las chicas le dijo, “¿No piensas casarte alguna vez?” Otra le dijo, “Son muchos los jóvenes que te pretenden.” Bella dijo, “Me casaré cuando me llégue la hora. Antes han de casarse mis hermanas mayores.” Una de las chicas le dijo, “Tienes razón, esa es la costumbre.” Bella dijo, “Pero creo que ellas no tienen apuro por hacerlo.” Una chica le dijo, “A ti te tocará un hombre guapo y galante.” Otra dijo, “Talves un príncipe que al verte, se enamóre perdidamente.” Otra dijo, “Si, te mereces lo mejor.” Bella dijo, “Será lo que tenga que ser. Me confórmo con que me áme tanto como yo a él. Y ahora me voy, porque tengo cosas que hacer.” Una de las chicas le dijo, “Esta bien, pero te esperamos a la fiesta de noche.”
     Era cierto que varios jóvenes de la ciudad le habían propuesto matrimonio a Bella, pero ella los rechazaba con amable donaire, pensando, “El amor ha de llegar a mi, cuando menos lo espére.” Bella siempre alejaba a los pretendientes sin ninguna demostración de orgullo o desdén, pensando, “Por lo pronto esperaré a ver felices a mis hermanas.” Pero sus hermanas desdeñaban a los partidos que se les presentaban, tachándolos de vulgares mercaderes. Sin embargo, esa noche Bella se arreglaba, y al verla, una de sus hermanas le dijo, “¿Porqué te estás arreglando, Bella?” Bella dijo, “Hay fiesta en la plaza y voy a ir.” Nala le dijo, “¿Cómo te atreves a rozarte con esos plebeyos?” Indra dijo, “Sí, son unos corrientes sin cultura.” Bella dijo, “Son mercaderes como nuestro padre. Entre ellos podría encontrar un buen marido.” Nala dijo, “¿Estás loca? Nosotras estamos destinadas a ser marquesas o duquesas. Nuestros maridos deben de ser aristócratas.” Indra dijo, “Claro, no podemos rebajarnos a casarnos con mercaderes.” Estas expresiones de recházo, alejaban a los pretendientes, y solo insistían los cazadores de fortuna. Bella dijo, “Bueno, pues yo voy a divertirme un poco con ellos.” Indra dijo, “Eres la vergüenza de la familia. Por tu culpa es que muchos de ellos nos consideran sus iguales.” Nala dijo, “Te deberías de casar ya con alguno de ellos y alejarte de la familia.”  
     Sin embargo, Bella no prestaba atención a los conceptos de sus hermanas y se divertía a su manera, pensando, “Es muy bonito ver a toda la gente alegre y feliz.” Por eso Bella era tan apreciada por compartir juegos y alegrías con toda la gente humilde. Bella pensaba, “Me siento dichosa entre ellos. Son muy buenos.” Y mientras Bella se divertía, sus vanidosas hermanas pasaban muchas horas en sus ensayos sociales. Nala le decía a Indra, “Eso es. Mueve un poco mas tus hombros.” Lo mismo ambas practicaban pasos de danza que inclinaciones cortesanas en su nobleza futura. Indra decía, “Eso es. Cuando seas duquesa no quedarás mal.” Ambas estaban convencidas de que algún día tendrían por marido a un hombre con título nobiliario. Indra decía a su hermana, “Te falta un poco. Fíjate en mi para que lo hagas mejor.” En especial, ambas leían sobre costumbres e historias de aristócratas, con el fin de conocerlos mejor. Indra decía a su hermana, “¿Te fijas en el estilo, en la gracia y en la sencillez?”
     El viejo Aliban seguía haciendo buenos negocios que aumentaban constantemente su fortuna, pensando, “La fortuna me favorece de manera generosa.” Aunque desconocía la manera de pensar de sus hijas, Bella era la que estaba más cerca de él. En una ocasión, se le ofreció la oportunidad de llevar a cabo una compra de géneros preciosos en un país lejano. Las ganancias iban a ser fabulosas, pero para ello era necesario invertir grandes sumas de dinero. El comerciante le dijo a Aliban, “Te digo que vale la pena realizar ese negocio.” Aliban dijo, “Parece que es una buena oportunidad. Lo pensaré bien.” El hombre le dijo, “No tardes mucho en darme una respuesta, ya que hay que partir de inmediato, y otro puede querer el negocio.” Aliban dijo, “Lo sé, pero hay que estudiar algunas cosas.” El comerciante le dijo, “Siempre has sido audaz y valeroso. Por eso la fortuna está contigo. No le des la espalda ahora.” Aliban dijo, “Aunque aceptára, no tengo todo el dinero necesario.” El hombre dijo, “En eso solamente tú puedes decidir lo que harás.” Aliban dijo, “Por eso te pido unos días de plazo.” El hombre dijo, “Hemos hecho muchos negocios juntos y conozco tu generosidad, así que esperaré que resuelvas.” Aliban dijo, “Pronto tendrás noticias mías.”
     El rico mercader vendió casi todas sus posesiones, y contrajo deudas con varios de sus amigos. Con esas maniobras reunió un gran capital, pensando, “Tengo el dinero listo y realzare el negocio. Mi fortuna se multiplicará varias veces.” Decidido, Aliban fleteó muchas naves para traer la mercadería adquirida. Aliban dio la mano al mercader y le dijo, “En tus manos están mi fortuna y mi suerte.” El comerciante dijo, “Lo sé, así que te prometo estar de vuelta tan rápido como sea posible, no temas.” Aliban le dijo, “Que la suerte te lleve y te traiga  con bien.” Aliban pensó, “Tengo plena confianza en que todo va a salir bien, y que muy pronto incrementaré mi fortuna.” Lleno de esperanza e ilusiones, Aliban vio partir a la flota, pensando, “Ahora solo me resta aguardar el regreso.”
     Durante varios meses Aliban esperó ilusionado, pensando, “Ya está cercano el día. Falta muy poco.” La llegada de la flota señalaría el día en que él y su familia se verían en la cumbre de la riqueza. Aliban pensaba, “Con lo que ganemos, mis hijos se podrán independizar.” Pero el tiempo pasaba y no se recibían noticias del cargamento. Un día, Vidarbi le dijo a su padre, “Pare mío, casi no tenemos mercancía en nuestra bodega.” Aliban dijo, “No pierdas la paciencia, pronto la volveremos a llenar.” Vidarbi dijo, “Pero es que pronto nos quedaremos sin clientes, mientras otros aumentan sus ventas.” Aliban dijo, “Hay que saber esperar hijo mío, no lo olvides.” Sin embargo, por todos lados Aliban recibía presiones. Vidarbi le dijo, “Padre mío, no quisiera decírtelo, pero al no tener ventas no ganamos dinero y yo lo necesito.” Aliban dijo, “Lo comprendo, tus hermanos y tu necesitan mantener a sus familias, pero hay que sostenerlos.” Vidarbi dijo, “No creo que podamos hacer eso por mucho tiempo.”
     Aunque trataba de confortar a sus hijos, Aliban mismo comenzaba a sentirse desesperado por la situación. Aliban encontró a Vidarbi dormido, y pensó, “Pobre hijo mío. Se aburre notablemente.” Aliban sabía que todo aquello no iba a poder sostenerse por mucho tiempo, y temía que llegara ese día. Aliban pensaba, “Al no haber clientes, no tiene nada que hacer.” Pero no solo era en su negocio, donde Aliban recibía presiones, sino también en su propio hogar. Un día llegó Nala y le dijo, “Padre, necesito comprarme un vestido nuevo.” Indra dijo, “Sí, queremos que nos digas si es un castigo que nos impones al no darnos dinero para nuestros gustos.” Nala dijo, “Y si es un castigo, dinos ¿Cuál es el motivo?” Aliban dijo, “No, hijas mías. No les he impuesto ningún castigo. Simplemente que aún espero mi carga del mar.” Nala dijo, “Pues haz algo para que llegue pronto. Tú sabes que no podemos estar sin estrenar algo casa semana.” Indra dijo, “Si nos quieres, debes hacer algo por nosotras.”
     Realmente se Aliban se encontraba en un callejón sin salida, pensando, “Todo esto ya empieza a preocuparme seriamente. Nunca había pasado tanto tiempo para recibir un embarque.” Solo su hija Bella entendía la situación, y decía, “Padre, no debes preocuparte. Tú me has enseñado que las cosas llegan cuando deben hacerlo.” Su hija lo abrazó, y Aliban dijo, “Tienes razón, hija mía. Nadie puede adelantar el tiempo.” Bella le dijo, “Tu fe y tu entereza son los que te han dado el triunfo siempre, y tal vez ahora éste se acerque ya.” En ese preciso instante, al fín recibía un mensaje sobre su embarque. Nala llegó diciendo, “¡Padre! Te han traído una misiva con urgencia.” Aliban dijo, “¡Al fin!” Con ansiedad incontenible el mercader tomó el mensaje y lo leyó presuroso. Era un triste mensaje para Aliban y su familia. Bella dijo, “¿Y bien?¿Cuando llegan los barcos?” Nala dijo, “¿Ya nos podrás comprar los vestidos nuevos?” Aliban levantó su mirada, llena de asombro y dijo, “Mi amigo, el capitán de un barco me da una mala noticia. Una furiosa tempestad azotó a la flota que traía mi embarque. Y las naves se dispersaron y no hay noticias de ellas. Tal vez naufragaron. Eso quiere decir que… ¡Estoy completamente arruinado!”
     Todos los cálculos e ilusiones del rico mercader se habían venido abajo como un castillo de naipes. Nala dijo, “¿Cómo es posible que haya sucedido esto?” Indra dijo, “¡No, no puedo creerlo! Esto debe ser una broma. Padre, tiene que solucionar el problema.” Nala dijo, “Claro, para eso eres nuestro padre. ¡Haz algo!” Para pagar parte de las grandes deudas contraídas, Aliban vendió su palacio y todos los objetos de su patrimonio. Reducido a la pobreza Aliban reunió a su familia y les dijo, “Hijos míos, ha llegado el momento de hablarles claro. No tengo nada que ofrecerles y ustedes tienen obligaciones con sus familias. Así que les pido que comiencen por su cuenta, tal y como yo lo hice en mi juventud.” Vidarbi dijo, “Así lo haremos padre mío.” Agni dijo, “Quisiéramos ayudarte, pero no nos es posible.” Damaianti dijo, “No obstante, estaremos al pendiente de ti.” Aliban dijo, “Lo sé, pero no se preocupen. Sabré salir adelante.”
     En medio de todo aquello, las hijas continuaban con sus ideas absurdas y ambiciosas. Indra dijo a su hermana, “Antes de que vengan por todos los muebles, tomaré una decisión. ¡Me casaré con Yaseth! Es guapo, rico y según me ha contado es heredero de un marquesado.” Nala dijo, “Pues yo me casare con Said, aunque solo es un conde, podré ingresar a la corte.” A ellas las pretendían dos nobles hundidos en la miseria que las veían como su posible salvación. Y aunque ellas les habían dado largas, ahora era diferente. Mientras abrazaba a Nala, Yaseth dijo, “En el pueblo he oído una noticia que no he querido creer. Se dice que tu padre esta arruinado.” Nala le dijo, “Por desgracia es cierto, pero, nos casaremos y nos iremos a vivir a tu palacio, ¿No es eso lo que tú querías?” Yaseth dijo, “Nala, ahora las cosas han cambiado.” Nala dijo, “¿Qué quieres decir con eso Yaseth?” Yaseth dijo, “Que una persona de mi abolengo no puede casar con la hija de un miserable mercader.” Nala dijo, “Pero…tú me dijiste que me amabas por mis encantos y mi cultura. Me suplicaste matrimonio.” Yaseth dijo, “Eso era antes, ahora ya no me interesa en lo mas mínimo.” Nala dijo, “Pero es que…yo sí te amo.” Yaseth dijo, “Es inútil. Busca a uno de tu clase.”
     Ahora las dos hermanas tenían que enfrentar el momento de la verdad, por dura y cruel que ésta fuera. Indra dijo a Said, “Said, ¡Mi padre esta arruinado!” Said dijo, “¡Queee! ¿Cómo podremos casarnos? ¿Aún quieres que nos casemos?” Nala dijo, “Sí, como me lo habías propuesto.” Said dijo desconcertado, “Imposible, eso era antes.” Nala dijo, “Entonces solo me buscabas por el dinero de mi padre? ¿No era verdad que me amabas?” Said dijo, “Si, pero tu dinero te hacía más interesante. Pero ahora ya no tiene caso que sigamos con esta relación, así que es mejor que nos digamos adiós.” Nala dijo, “¡Es lo mejor! Nunca debí creerte.” Al tremendo revés económico, ahora tenían que agregarle aquella desilusión sentimental. Nala pensó, “Ya no seré condesa.” Mientras tanto, un apuesto joven decía a Bella, “No me importa otra cosa que hacerte mi esposa.” Solo Bella seguía recibiendo ofrecimientos matrimoniales que rechazaba con mayor firmeza, diciendo, “Te lo agradezco que te fijes en mí, pero no me puedo casar.” El joven le dijo, “Bien sabes que a mi lado nada te faltará y podrás vivir como estabas acostumbrada.” Bella dijo, “Sí, pero ahora mi padre me necesita más que nunca.” El joven dijo, “Lo traeremos a vivir con nosotros y te prometo que…” Bella lo interrumpió y dijo, “Es inútil que insistas. Mejor sigamos con nuestra amistad como hasta ahora.”
     Con aquello, Aliban decidió hablar con sus hijas, pensando, “Esto será un duro golpe para mis niñas.” Una vez estando frente a ellas Aliban les dijo, “Mañana debemos entregar el palacio y todo lo que en él hay, así que nos iremos al campo.” Indra dijo, “Era lo único que nos faltaba.” Aliban dijo, “He comprado una modesta casita y en su huerta que yo cultivaré, obtendremos para el diario sustento.” Nala dijo, “¿Viviremos como campesinos?” Bella dijo, “¿Y por qué no? Es una vida decorosa como cualquier otra.” Indra dijo, “Tú lo dices porque no tienes aspiraciones.” Nala dijo, “Siempre serás una conformista.” Con ésta y otras actitudes, Bella demostraba que el golpe económico sufrido por su padre, no le afectaba a ella. Su padre le decía, “Gracias hija mía. Tú me das fuerzas para continuar.” El espíritu gentil y bondadoso de Bella aceptaba aquel momento como una prueba más de la vida. Bella decía a su padre, “Yo siempre estar a tu lado padre mío.”
     Con empeño y decisión, Bella se puso a la tarea de dirigir la vida familiar en la nueva vivienda. Bella no se conformaba con realizar la limpieza general, sino que cocinaba todo lo que sabía, pensando, “Este platillo es el favorito de mi padre.” También Bella ayudaba a su padre en lo quehaceres de la huerta, siempre con cariño y dedicación. Al verla trabajar en el jardín, Aliban le decía, “Vas a resultar mejor que yo en estos menesteres.” Bella le decía, “Todo lo he aprendido de ti. Además, cuando se da amor a la tierra, ella te responde con frutos.” Aliban le dijo, “Y a ti te entrega los mejores frutos de su seno.” Y por si aquello fuera poco, Bella se daba tiempo para dedicarse a finas labores de agujas, y bordando bajo un árbol, escuchaba el cánto de los jilgueros, diciendo, “Eso es, canten, sus trinos me inspiran. Ustedes son mis mejores compañeros de labor.” Los tejidos y bordados que salían de sus manos, eran vendidos a buen precio. El producto de esas ventas bastaba para cubrir los gastos menores de la casa. Bella decía a su padre, cuando entregaba el dinero de las ventas, “Toma, padre. Esto es lo de los bordados que hice.” Aliban dijo, “El señor me premió al tenerte como hija.” Bella dijo, “Simplemente no deseo verte preocupado ni triste.”
     Por otra parte, las hermanas mayores no aportaban nada positivo. Indra decía a su padre, “Nunca debiste invertir todo nuestro capital.” Nala decía, “Ahora vivimos como infelices campesinos.” Indra dijo, “Ya se sabe que el mar es traicionero, y a sus profundidades van a parar las ilusiones de los improvisados.” Nala dijo, “Por tu culpa estamos en esta miseria.” Aliban se deprimió y dijo, “Tienen razón. ¡Yo soy el culpable!” Más de una vez, Aliban pidió a sus ingratas hijas mayores por la vida de privaciones que llevaban, diciendo, “¡Perdónenme hijas! Nunca creí hacerles tanto daño.” Bella hacia todo lo posible por aliviar la congoja del comerciante. Trabajaba en todo momento, cantando, “La vida es hermosa ♪ si se sabe vivir. El sol y la lluvia ♫ la flor y el trigal ♪” Sus armoniosas y alegres melodias, ponían un toque de dicha en aquella humilde casita. Pasaron los meses y un crudo invierno pronto llegó, pero nada venía a cambiar la triste situación de Aliban y sus hijas.
     Un día le llevaba un mensaje importante. Su hijo Vidarbi dijo cuando recibió la misiva, “¡Padre!¡Padre! Venga pronto.” Aliban leyó el mensaje y dijo, “Una de las naves de la flota dispersa, se salvó y está por llegar a la ciudad con todo su cargamento. No todo está perdido como yo creía. Magnífico.” Vidarbi y Agni corrieron en sus caballos a dar la noticia a su tercer hermano, Damaianti. Aquello era un rayo de luz en su oscura tristeza. Las hijas mayores, Indra y Nala, comenzaron a nombrar los vestidos y las joyas que deseaban que su padre les comprára. Indra dijo, “Tenemos que lucir bien al reanudar nuestra nueva vida.” Y mientras Alibán se disponía a partir a la ciudad, Bella fue a preparar el almuerzo. Hasta ahí fue a buscarla su padre, el comerciante, diciendo, “Tus hermanas me han pedido muchas cosas, perfumes, vestidos y joyas, pero ¿Tú no pides nada?” Bella dijo, “Es que yo no necesito nada, padre.” Alibán dijo, “Eres la más sensata de todos y sabes que aún no hemos resuelto nuestra situación.. Un barco con todo su cargamento nos ayudará bastante, así que dime, ¿Qué quieres que te traiga de la ciudad?” Bella dijo, “Te lo agradezco pero no necesito nada padre.”
     Poco después del mediodía, Alibán se dispuso a montar para partir y al despedirse, Indra le dijo, “No olvides nada de lo que te encargué.” Albión dijo, “Descuida hija.” Enseguida, Alibán miró hacia Bella y le dijo, “Bella, ¿Aún no…?” Bella dijo, “Solo una rama florida, padre; una rama de rosal con capullos en botón.” Cuando Alibán llegó a la ciudad, una muchedumbre de acreedores lo rodeó. El cargamento cubrió sus deudas y apenas le quedó dinero para la paga de la tripulación. Alibán tomó una bolsa de dinero y la dio al capitán del barco sobreviviente, y dijo, “Con esto quedamos en paz. Laménto lo sucedido.” Al ir de regréso con su caballo, Alibán dijo, “He quedado libre de deudas. Ahora a casa.” Alibán llevaba ciertas congojas, al pensar en las agrias protestas que seguramente le harían sus hijas mayores, y pensó, “No debí haberles dado todo desde el principio.” Sumido en sus tristes pensamientos, no espoleó a su caballo. El animal avanzaba a paso lento, pensando, “No pude comprarles un simple regalo tan solo.” No llevaba ni la mitad del camino cuando el rumor del trueno lejano lo hizo reaccionar, pensando, “Viene una tormenta y me va a agarrar en medio del bosque.” El cruce de Alibán con su caballo a través de la maraña, resultaba muy peligroso de noche. Alibán pensaba, “Ojalá logre llegar con bien a mi casa.” Cuando Alibán se encontraba en el corazón del bosque, la terrible tormenta se desencadenó y Alibán pensó, “Santo Dios, qué oscuridad, ¡No sé dónde me encuentro ahora!” Los aullidos de los lobos se mezclaban con el fragor de las ramas golpeadas por la lluvia torrencial, y los silbidos del furioso viento.
     Aunque la lluvia no le permitía ver bien, de pronto descubrió una elevada construcción. Alibán pensó, “Ojalá no sea una alucinación mía.” Como pudo avanzó, y llegó a una avenida bordeada de estatuas que lo llevó ante un importante castillo. Alibán bajó de su caballo, entró pensando, “Pediré posada esta noche.” Llegó hasta una amplia escalinata de mármol que conducía a un portón de cedro ricamente tallado. Alibán pensó, “Nunca había oído hablar de este sitio.” La puerta estaba abierta. No se veía centinelas, ni sirvientes, así que Alibán recorrió el silencioso lugar. Alibán pensó, “Todo está fastuosamente amueblado con un excelente gusto.” Alibán recorrió todo el lugar sin encontrar un solo ser viviente, y de esa manera llegó hasta la terraza del jardín, pensando, “¡Qué paz y que tranquilidad se respiran aquí!” De pronto, sus ojos descubrieron un soberbio rosal, y recordó lo que le pidiera Bella. Caminó hasta el rosal con la idea de cortar una rama cuajada de capullos. Alibán pensó, “Por lo menos a una de mis hijas, sí podré hacerla feliz.” En el momento en que la deseada ramita era arrancada, se oyó un estruendo infernal, “¡NOOOOO!” De un macizo de madreselva, salió una figura humana con rostro bestial, increpando al intruso, diciendo, “¿Quién te ha dado permiso de entrar a mi propiedad?” Alibán pensó, “Di-dios mío, ¿Qué es eso?” Con la rosa en la mano, Alibán le dijo, “Me perdí en el bosque, señor, y…” 
     La Bestia le dijo, “¿Cómo llegaste a aquí?” Alibán dijo, “En mi caballo. Pensaba pedir permiso para pasar la noche en un rincón del castillo.” La Bestia dijo, “¿Porqué arrancaste una rama de mi rosal?” Alibán dijo, “Es un regalo que le prometí a una hija mía.” La Bestia dijo, “¿Una rama de regalo?¿Tu hija no será bruja?” Alibán dijo, “No, Bella jamás podría ser bruja. Te lo asegúro.” La Bestia le dijo, “No me fio de la palabra de un intruso.” Alibán dijo, “Te devuelvo la rama, perdóname y me marcharé.” La Bestia dejó escapar una sonora carcajada, “¡Ja, Ja, Ja!” La risa del monstruo heló la sangre de Alibán. La Bestia dijo, “Nadie sale con vida de este castillo, si comete el más pequeño daño a mis propiedades.” Alibán dijo, “Si conocieras a mi hija, comprenderías porque me atreví a cometer tal acción.” La Bestia dijo, “Si no es una bruja, ¿Puedes traerla aquí?” Alibán dijo, “Si me dejas ir por ella, lo haré.” La Bestia dijo, “Te perdóno la vida si la traes al castillo.” Alibán dijo, “Te lo juro por lo más sagrado.” La Bestia dijo, “Permanecerá conmigo todo el tiempo que sea necesario, para asegurarme de que no has intentado un maleficio. Debes prometerme que no la forzarás con ruegos ni amenazas. Ella debe venir por su propio gusto.” Alibán dijo, “No se opondrá si se trata de salvar mi vida.” La Bestia le dijo, “¿Tanto confías en tus hijas?” Alibán dijo, “En dos de ellas no, pero en Bella si.” La Bestia dijo, “Bien, llévale un vestido y unas joyas, quiero que tu hija venga  a mi palacio ricamente ataviada.” Alibán dijo, “Ten la seguridad que así lo haré, señor.”
     La Bestia fue por el vestido y las joyas, y luego le dijo, “Te espéro mañana en la noche, con ella, veremos qué resulta del encuentro de…¡La Bella y la Bestia!” Alibán le dijo, “Señor, de qué Bestia hablas?” Él le dijo, “¡De mí! Yo soy la Bestia, ¿No has visto mi rostro tan bestial? Como mi cara es, así es todo en éste castillo. La apariencia es engañosa, en medio de las bellezas de éste parque, suceden cosas espantosas.” Alibán dijo, “Mañana vendré con mi hija, lo júro.” Con un sinfín de temores internos, se puso en marcha en su caballo, pensando, “Oh, pobre hija. Sufrirá por mi culpa.”Y al alba llegó a su casa. Entonces narró a sus hijas los pormenores de su aventura. Indra le dijo, “Tú tienes la culpa por arrancar la rama del rosal.” Nala le dijo, “Sí, todo por complacer a Bella. Siempre todo para ella.” Indra le dijo, “Pues ahora cumple tu promesa, o morirás por necio.” Nala le dijo, “Lo bueno es que no mencionaste a Indra, o a mí. Así que nosotras podremos estar tranquilas.” Las hermanas se retiraron y Bella le dijo a su padre, “No te aflijas Padre. Procura descansar. Mañana nos pondremos en camino. Estoy segura de que convenceré a la Bestia de tus limpias intenciones.” Alibán le dijo, “Pero es que…¡Tienes que vivir con él!” Bella le dijo, “Si es para salvar tu vida, lo haré con gusto. No creo que sea tan horrible vivir en compañía de un ser así.” Alibán le dijo, “Y todo por la tontería de arrancar una rama.”
     Al día siguiente, Bella dejo todo ordenado en su casa, y dijo a sus hermanas, “Cuiden mucho a mi padre. Que nada le falte. Les dejaré dinero y las joyas que me mando la Bestia.” Pero Bella no sabía lo que pensaban ellas. Indra dijo a su hermana, “Ni loca le daré una parte de esto a mi padre.” Nala le dijo, “No, sería capaz de malgastarlo como todo.” El vestido que la Bestia le mandára, era del color de la noche, con tonos plateados y dorados. Mientras viajaba en el caballo con su padre, Bella pensó, “Todo lo que haga por mi padre estará bien.” Bella parecía una princesa que marchaba serenamente a su boda. Solo sus oscuros cabellos parecían presagiar la vida terrible que le esperaba con la Bestia. Al llegar ambos, el castillo estaba iluminado como si estuviera preparado para recibir a un personaje importante. Bella dijo, “Padre, el sitio no es tan aterrador como imaginé.” Pero ni en el parque, ni en los largos corredores, ni en los amplios salones, se veía persona alguna. Su padre le dijo, “No te dejes guiar por su engañosa apariencia.”
     Entraron en el vasto y suntuoso comedor. La mesa estaba preparada de manera exquisita y elegante. Padre e hija permanecieron callados, expectantes, y la Bestia apareció, diciendo, “¿Has venido espontáneamente, o alguien te ha obligado?” Bella pensó, “¡Cielos! Su rostro es horrible…” La voz de la Bestia se había escuchado doliente. Bella dijo, “Estoy aquí porque así yo lo he decidido.” La Bestia dijo, “Perfecto. En el piso superior encontrarás tu cuarto. Tu padre puede irse mañana. Al anochecer te veré en este mismo lugar. ¡Hasta mañana!” Bella dijo, “Será como tú digas.” Y al quedarse a solas, su padre le dijo a Bella, “Hija, realmente es horrible su aspecto.” Ella dijo, “Sí, pero, ¡Qué modos más gentiles! Además, en su voz se nota que no es feliz.” Alibán dijo, “Cierto, su acento es el de una persona con el corazón acongojado. Grande ha de ser su sufrir.”
     Esa noche durmieron con tranquilidad, y al día siguiente, Alibán le dijo desde su caballo a Bella, “No podré vivir en paz mientras estés aquí.” Bella dijo, “No te preocupes, padre mío. Estaré bien, te lo aseguro.” Después de que su padre se fue, ella recorrió el lugar, pensando, “Ya que estaré viviendo aquí, quiero disfrutar de toda esta quietud y bellezas tan naturales.” Por la tarde, fue a la biblioteca y se encontró con libros ricamente encuadernados. Hojeó algunos volúmenes, pensando, “¡Cuánta riqueza cultural hay en este lugar!” Junto a un grueso libro encuadernado con pergamino, vio un letrero que decía, “Aquí eres la reina, ¡Ordena!”  Bella pensó, “¿Será para mí esto? ¡Ah, me gustaría saber de mi padre!” Como si le hubiera leído el pensamiento, el espejo de la pared se empañó. Bella pudo ver con claridad a su padre llegar a su casa, y a sus hermanas derramar fingidas lágrimas al verlo. Bella pensó, “Mi pobre padre está desconsolado. Me duele verlo así.” Después de aquella visión sobre su familia, sintió gratitud hacia la Bestia. Por la noche, Bella pensó, “¿Iré a cena sola, o vendrá él?” No bien se sentó, se abrió la puerta y entró La Bestia, diciendo, “¿Me permites acompañarte mientras cenas?” Bella dijo, “Eres el dueño y no requieres de mi permiso.” La bestia dijo, “No. Tú aquí eres la reina. Si te disgusta mi presencia, me retiraré de inmediato.” Bella dijo, “Quédate, no me molestas.” En el horrible rostro de la Bestia se reflejo una gran alegría, y en silencio manifestó su agradecimiento.
     Por un momento estuvieron en silencio, y entonces la Bestia le dijo, “Me encuentras repulsivo, ¿verdad? Debe ser penoso para ti fijar tu mirada en mi rostro.” Bella no respondió enseguida. No quería mentir, pero tampoco quería herir a aquel hombre de cara bestial, pensando, “Sufre mucho, y no lo puede ocultar.” Al cabo de unos instantes, Bella respondió, “A pesar de tu apariencia, sé que dentro de ti hay una gran bondad, y eso despierta en mi una profunda simpatía.” La Bestia dijo, “Mi rostro debe reflejar crueldad y estupidez.” Bella dijo, “Tus palabras y tus actos son los de un ser sensato y generoso.” La Bestia dijo, “Gracias Bella, tus palabras me llegan al corazón. ¡Pobre corazón mío!¡Atormentado por la fealdad de mi rostro!” Bella dijo, “Tu manera de ser, te hace diferente. Sé que eres un hombre bueno y de bellos sentimientos.” La Bestia, con voz insegura, preguntó, “¿Podrías aceptar para siempre mi compañía?” Bella dijo, “Aceptaría, si eso te hiciera menos desgraciado.” La Bestia dijo, “Te casarías conmigo?” Al oír ésta pregunta, ella bajó la cabeza. No quería mortificar a aquel ser infeliz, martirizado por su fealdad. La Bestia comprendió, y en medio de un gran silencio, se levantó lentamente y se retiró arrastrando los pies. Bella pensó, “¡Dios mío! ¡Lo herí!” Bella lo siguió con una mirada triste, que revelaba la congoja de su alma, pensando, “¡Oh¡ No quise hacerlo sufrir.”
     La muchacha se retiró a dormir, y durante la noche despertó varias veces pensando en la pena de la Bestia. Aquella pesadilla, de que él sufrió, no la dejaba dormir tranquilamente, pensando, “Siento su sufrimiento. Sé que le hice daño. Piensa que me es repulsivo.” A la noche siguiente, la Bestia se presentó a la cena y Bella ya lo esperaba con ansiedad.  La Bestia dijo, “No sabes qué placer me causa platicar contigo.” Más tarde continuaron su charla en la sala. Bella dijo, “También para mí es grato estar a su lado.” La Bestia dijo, “Tú haces que me sienta diferente.” Noche a noche hablaban de diversas cosas, y cuando él hacía alusión a su fealdad, ella lo consolaba, diciendo, “Un castillo no se puede comprar solo por su fachada.” La Bestia dijo, “Pero eso es lo que llama la atención de la gente.” Bella dijo, “Gente ignorante, que puede encontrarse con un castillo en ruinas por dentro. Lo importante esta en el interior.”
     Día a día, ellos encontraban más grato el acercamiento que sostenían por las noches. Durante el día, Bella preguntaba al espejo por su familia. Así supo que Nala se había casado. Bella dijo, “Es un rico comerciante que le dará todo lo que desea.” Nala se había casado deseando salir de la pobreza en la que vivía con su padre, pero no por amor. Ella decía a su marido, “Ya te dije. Quiero muebles nuevos.” Su marido si la amaba, y deseaba tenerla contenta. Nala también le decía, “Además debo comprarme ropa y joyas.”  Su esposo decía, “Como tú quieras, mi vida.”  Gracias al ejemplo de su hermana, y para no cargar con la responsabilidad de su padre, Indra se casó. Mientras el esposo la besaba, Indra pensó, “Ahora si podré hacer todo lo que yo quiera.” Bella se enteró por el espejo, que Indra se había casado con un rico mercader que siempre la pretendió. Bella vio a través del espejo, como el hombre le dijo a Indra, “Me has hecho el hombre más feliz del mundo.”
     De aquella manera, Bella sabia sobre su familia y se sentía más tranquila del cauce de las cosas. Pero le dolía saber que su padre estaba solo. Bella pensó, “Mi padre se ha quedado solo y eso no me gusta, pero yo prometí algo, y tengo que cumplir." Tanto Bella como la Bestia se encontraban en las noches. La Bestia decía, “He notado que tu simpatía hacia mí, es cada vez mas profúnda.” Bella dijo, “Me alegra que lo hayas advertido, porque es cierto.” La Bestia dijo, “¿Puedo aspirar a que llegues a quererme?” Bella dijo, “El hecho de que esté a gusto en tu compañía, significa que siento un profúndo afecto por ti.” La Bestia dijo, “¿Puedo esperar que un día te unas a mi?” Bella dijo, “Ya lo estoy, y me siento feliz.” La Bestia dijo, “Solo espero que algún día sientas un poco de amor por mí. Pero sé que jamás me aceptarás como esposo.” Ella bajó la cabeza en silencio, como total respuesta.
     Una noche, la Bestia dijo, “Te nóto triste, ¿Qué te sucede?” Bella dijo, “Mi padre está enférmo y solo. Nadie lo atiende.” Bella le preguntó, “¿Puedo ir a cuidarlo mientras le dúre la enfermedad?” La Bestia le dijo, “Lo que más me importa en el mundo es tu felicidad. Mañana mismo estarás en tu casa. Yo me encargaré de ello.” La Bestia agregó, “Bella, yo no puedo vivir sin ti. Prométeme que volverás.” Bella dijo, “Lo haré en cuanto mi padre sáne. Debe ser muy horrible su soledad.” La Bestia le dijo, “Y será peor para él, después de haberte conocido.” Bella dijo, “Yo también me he acostumbrado a ti, y me gusta estar en este lugar. Ten por seguro que volveré.” La Bestia dijo, “Tus palabras me hacen feliz.” Enseguida, la Bestia sacó un anillo, y se lo entregó, diciendo, “Toma, cuando quieras volver, colócalo junto a tu lecho, y amanecerás aquí. Mañana estarás en tu casa.” Bella dijo, “No cabe duda que eres muy gentil.”
     Al día siguiente, Bella despertó en la casa de su padre, y junto a ella un baúl con vestidos y joyas. Bella pensó, “No olvidó un solo detalle. Es un gran hombre.” Enseguida, Bella buscó a su padre y lo encontró postrado, enfermo y desalentado. Sin embargo, cuando vio a su hija se alegró, diciendo, “¡Hija, qué felicidad verte de nuevo!” Bella dijo, “A mí también me llena de gozo verte padre mío, y espero que te recuperes pronto de tu enfermedad.” Alibán le dijo, “Contigo a mi lado no será difícil.” Cuando Bella se encontró con sus hermanas y ellas la vieron elegante y radiante de felicidad, enfurecieron. Indra le dijo, “Por lo que se ve estas feliz con un monstruo.”  Bella dijo, “Sí, él es un hombre maravilloso.” Indra le dijo, “Aún así no me gustaría conocerlo por nada del mundo.” Nala dijo, “Ni a mí. Tal vez me devoraría.” Y mientras Bella cuidaba a su padre, ellas comentaban. Indra dijo, “No sé porque ese monstruo no se la ha tragado entera.” Nala dijo, “Tal vez la está engordando para ese fin.”
     El tiempo trascurrió, y Alibán se restableció por completo, por lo que Bella se sentía feliz. Alibán le dijo a Bella, “Espero que me den un crédito para volver a la ciudad.” Bella le dijo, “Padre, me dará mucho gusto que vuelvas al comercio.” Alibán dijo, “Si, estoy seguro que recobraré mi fortuna, y todo volverá a ser como antes, tú y yo juntos.” En medio de su felicidad, Bella se había olvidado de la Bestia y de la promesa que le hiciera de volver. Una noche, Bella soñó que se hallaba en un inmenso jardín. Negras enredaderas le impedían el paso al castillo. En el sueño, Bella gritaba, “¡Bestia!¡Bestia! ven por mí.” Su despertar fue violento y dramático, pensando, “Soy una egoísta. He pensado solo en mí. Él no merece que le haga esto. No lo merece.” Con determinación, Bella colocó el anillo en su lecho, pensado, “Me ha dado tanta ternura, que no puedo pagarle con una traición.”
    Al amanecer Bella despertó en el castillo. Se vistió cuidadosamente para ir a su encuentro, pensando, “Sé que le dará tanto gusto como a mí, que nos volvamos a encontrar.”  Pero al ir a buscarlo al comedor, al salón, y a la biblioteca, no lo encontró, y pensó, “Nunca le pregunté dónde estaba en el día.” Bella no sabía a dónde ir. Quería verlo pero todos sus esfuerzos habían sido inútiles. Bella pensó, “Ya falta poco para que amanezca, no lo veré hasta en la noche.” Bella se sentía triste y culpable de no estar al lado de él, pensando, “Debí de haber regresado cuando se lo prometí. Le fallé y tal vez él me perdóne.” 
     De pronto, sus ojos lo encontraron. Estaba ahí, tirado junto a un gran árbol del jardín. Bella pensó, “¡Oh, No!¡Está…muerto!” La Bestia estaba inmóvil, y por un momento, no supo qué hacer. Bella pensó, “¡Yo lo he matado!” Corrió a su lado, y le dijo, “¡No te mueras! No puedo vivir sin ti.” La Bestia dijo al despertar, “Bella…Bella, ¿Has vuelto por fin?” Bella dijo, “Sí, he vuelto para quedarme por siempre a tu lado. Te amo. Nos casaremos cuando quieras.” La Bestia dijo, “¿Estás segura de lo que dices?” Por toda respuesta, ella le dio un beso con todo el amor que sentía por él, y con el cual quería darle nuevos bríos de vivir. En ese momento, se transformó todo a su alrededor, y entonces, un joven caballero dijo, “Tu amor ha roto el maleficio al que estaba sometido. Una bruja, por no quererme casar con su hija, me maldijo, y me condenó a ser un monstro, hasta que una mujer me amara limpiamente tal y como era.”
     Bella, con la grandeza de su amor, logró romper la cadena del mal, a la cual la Bestia estuvo sometida por largos años. 
     Tomado de Novelas Inmortales, Año XV No. 721, Septiembre 11 de 1991. Guión: José Núnez. Adaptación: C.M. Lozada. Segunda adaptación: José Escobar.