Club de Pensadores Universales

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lunes, 6 de septiembre de 2021

Madame Bovary, de Gustavo Flaubert

     Madame Bovary, publicada originalmente como, Madame Bovary: Modales Provinciales, es la primera novela del escritor francés, Gustave Flaubert, publicada en 1856. El personaje epónimo, vive más allá de sus posibilidades, para escapar de las banalidades y el vacío de la vida provinciana.

     Cuando la novela se publicó por primera vez en la, Revue de Paris, entre el 1 de octubre de 1856, y el 15 de diciembre de 1856, los fiscales atacaron la novela por obscenidad. El juicio resultante en enero de 1857, hizo que la historia fuera notoria. Después de la absolución de Flaubert, el 7 de febrero de 1857, Madame Bovary se convirtió en un éxito de ventas, en abril de 1857, cuando se publicó en dos volúmenes. Una obra fundamental del realismo literario, la novela ahora se considera la obra maestra de Flaubert, y una de las obras literarias más influyentes de la historia. El crítico británico, James Wood, escribe: "Flaubert estableció, para bien o para mal, lo que la mayoría de los lectores consideran una narración realista moderna, y su influencia es casi demasiado familiar para ser visible.”

Sinopsis de la Trama

    Madame Bovary, tiene lugar en la provincia del norte de Francia, cerca de la ciudad de Rouen, en Normandía. Carlos Bovary es un adolescente tímido y extrañamente vestido, que llega a una nueva escuela donde sus nuevos compañeros lo ridiculizan. Carlos lucha por abrirse camino hacia un título de médico de segunda categoría, y se convierte en, Officier de Santé, en el Servicio de Salud Pública. Se casa con la mujer que su madre ha elegido para él, la desagradable, pero supuestamente rica viuda, Héloïse Dubuc. Carlos se propone forjar una práctica médica en el pueblo de Tôtes.

    Un día, Carlos visita una granja local para arreglar la pierna rota del propietario, y conoce a la hija de su paciente, Emma Rouault. Emma es una bella joven vestida poéticamente, que ha recibido una, "buena educación," en un convento. Tiene un poderoso anhelo por el lujo y el romance inspirado en la lectura de novelas populares. Carlos se siente inmediatamente atraído por ella, y visita a su paciente con mucha más frecuencia de la necesaria, hasta que los celos de Héloïse, ponen fin a las visitas.

    Cuando Héloïse muere inesperadamente, Carlos espera un intervalo decente antes de cortejar a Emma en serio. Su padre da su consentimiento, y Emma y Carlos se casan.

     El enfoque de la novela se desplaza hacia Emma. Carlos tiene buenas intenciones, pero es laborioso y torpe. Después de que él y Emma asisten a un elegante baile ofrecido por el marqués de Andervilliers, Emma encuentra su vida matrimonial aburrida y apática. Carlos decide que su esposa necesita un cambio de escenario, y traslada su práctica a la ciudad comercial más grande de Yonville, tradicionalmente identificada con la ciudad de Ry.
   Allí, Emma da a luz a una hija, Berthe, pero la maternidad resulta una decepción para Emma. Se enamora de Léon Dupuis, un joven inteligente que conoce en Yonville. Léon es un estudiante de derecho, que comparte el aprecio de Emma por la literatura y la música, y le devuelve su estima. Preocupada por mantener su imagen de sí misma como esposa y madre devota, Emma no reconoce su pasión por Léon, y oculta su desprecio por Carlos, sintiendo consuelo en el pensamiento de su virtud. Léon se desespera por ganarse el cariño de Emma, y se marcha a París para continuar sus estudios.

     Un día, un terrateniente rico y libertino, Rodolfo Boulanger, lleva a un sirviente al consultorio del médico para que lo desangre. Mira a Emma, e imagina que la seducirá fácilmente. La invita a ir a montar con él, por el bien de su salud. Carlos, solícito por la salud de su esposa y nada sospechoso, acepta el plan. Emma y Rodolfo comienzan una aventura. Ella, consumida por su fantasía romántica, corre el riesgo de comprometerse con cartas indiscretas, y visitas a su amante.
    Después de cuatro años, ella insiste en que huyan juntos. Rodolfo no comparte su entusiasmo por este plan, y en la víspera de su partida planificada, termina la relación con una carta de disculpa y modestia, colocada en el fondo de una canasta de albaricoques entregada a Emma. La conmoción es tan grande, que Emma cae gravemente enferma, y vuelve brevemente a la religión.

     Cuando Emma está casi completamente recuperada, ella y Carlos asisten a la ópera, ante la insistencia de Carlos, en la cercana Rouen. La obra que se representó esa noche fue, Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti, basada en la novela histórica de 1819, de Walter Scott, La Novia de Lammermoor.
     La ópera despierta las pasiones de Emma, y se reencuentra con Léon, quien, ahora educado y trabajando en Rouen, también asiste a la ópera. Comienzan una aventura. Mientras Carlos cree que está tomando lecciones de piano, Emma viaja a la ciudad cada semana para encontrarse con Léon, siempre en la misma habitación del mismo hotel, que los dos vienen a ver como su casa.
     La historia de amor es extasiada al principio, pero Léon se aburre con los excesos emocionales de Emma, ​​y ​​Emma se vuelve ambivalente sobre Léon. Emma se entrega a su gusto por los artículos y la ropa de lujo, con compras hechas a crédito del astuto comerciante Lheureux, quien se encarga de que ella obtenga un poder notarial sobre el patrimonio de Carlos. Irónicamente, la ropa que compra ya está pasada de moda en 1857, cuando se publica el libro. De todos modos, la deuda de Emma aumenta constantemente.

     Cuando Lheureux reclama la deuda de Bovary, Emma pide dinero a varias personas, incluidos Léon y Rodolfo, solo para ser rechazada. Desesperada, ingiere arsénico y muere de forma agonizante. Carlos, desconsolado, se abandona al dolor, conservando la habitación de Emma como un santuario, y adopta sus actitudes y gustos para mantener viva su memoria. En sus últimos meses, deja de trabajar y vive vendiendo sus posesiones. Sus posesiones restantes se confiscan para pagar a Lheureux. Cuando encuentra las cartas de amor de Rodolfo y Léon, se derrumba para siempre. Él muere, y su pequeña hija Berthe, se coloca con su abuela, que pronto muere. Berthe vive entonces con una tía empobrecida, que la envía a trabajar en una fábrica de algodón. El libro concluye con el farmacéutico local Homais, que había competido con la práctica médica de Carlos, ganando prominencia entre la gente de Yonville, y siendo recompensado por sus logros médicos.

Personajes

Emma Bovary es la protagonista epónima de la novela, la madre de Carlos y su ex esposa también se conocen como Madame Bovary, mientras que su hija sigue siendo Mademoiselle Bovary. Tiene una visión muy romántica del mundo, y anhela la belleza, la riqueza, la pasión, y la alta sociedad. Es la disparidad entre estos ideales románticos, y las realidades de su vida en el campo, lo que impulsa la mayor parte de la novela, llevándola a dos aventuras, y a acumular una deuda considerable, que finalmente la lleva al suicidio. Vive una vida de la mente, y es su introspección y análisis de sus conflictos internos, lo que marca el crecimiento psicológico de Flaubert como autor.

Carlos Bovary, el marido de Emma, ​​es un hombre muy sencillo y corriente. Es médico rural de profesión pero, como en todo lo demás, no es muy bueno en eso. De hecho, no está lo suficientemente capacitado para ser calificado de médico, sino que es un, “officier de santé”, u "oficial de salud". Sin embargo, es un hombre sano que disfruta de su trabajo, y se dedica a atender a los pacientes. Es extrovertido y amigable, con un don para recordar nombres y rostros, y se le llama principalmente para realizar primeros auxilios. Lo hace con la suficiente competencia para ganarse la lealtad y la amistad de sus pacientes en Tôtes; sin embargo, cuando se traslada a Yonville para ejercer la medicina, es saboteado por el farmacéutico Homais. Carlos adora a su esposa y la encuentra impecable, a pesar de la evidencia obvia de lo contrario. Él nunca sospecha de sus asuntos, y le da el control total sobre sus finanzas, asegurando así su propia ruina. A pesar de la completa devoción de Carlos por Emma, ​​ella lo desprecia porque lo encuentra como el epítome de todo lo aburrido y común.

Rodolfo Boulanger, es un lugareño adinerado, que seduce a Emma como una más en una larga serie de amantes. Aunque ocasionalmente le encanta Emma, ​​Rodolfo siente poca emoción verdadera hacia ella. A medida que Emma se desespera cada vez más, Rodolfo pierde interés, y se preocupa por su falta de precaución. Después de su decisión de escapar con Emma, Rodolfo​​renuncia y se siente incapaz de manejar  la situación, especialmente debido a la existencia de su hija, Berthe.

Léon Dupuis, es un empleado que introduce a Emma en la poesía y que se enamora de ella. Deja Yonville cuando se desespera de que Emma corresponda a sus sentimientos, pero los dos se vuelven a conectar después de que la aventura de Emma con Rodolfo Boulanger colapsa. Comienzan una aventura, que es la segunda de Emma.

Monsieur Lheureux, es un comerciante manipulador y astuto, que continuamente convence a la gente de Yonville, para que compre productos a crédito, y le preste dinero. Después de haber llevado a muchos pequeños empresarios a la ruina financiera, para apoyar sus ambiciones comerciales, Lheureux le presta dinero a Carlos, y manipula a Emma de manera magistral, lo que lleva a los Bovary a endeudarse tanto, que les causa la ruina financiera, y el suicidio de Emma.
Monsieur Homais
, es el farmacéutico de la ciudad. Es vehementemente anticlerical, y practica la medicina sin licencia. Aunque finge hacerse amigo de Carlos, socava activamente la práctica médica de Carlos, atrayendo a sus pacientes y preparando a Carlos para que intente una cirugía difícil, que fracasa y destruye la credibilidad profesional de Carlos, en Yonville.

Justin, es el aprendiz y primo segundo de Monsieur Homais. Lo habían llevado a la casa por caridad, y era útil al mismo tiempo como sirviente. Está enamorado de Emma. En un momento, él roba la llave de la sala de suministros médicos, y Emma lo engaña para que abra un contenedor de arsénico, para que pueda, "matar algunas ratas que la mantienen despierta." Sin embargo, ella misma consume el arsénico, para su horror y remordimiento.

El Escenario

    El escenario de la novela es importante, en primer lugar, ya que se aplica al estilo realista y al comentario social de Flaubert, y, en segundo lugar, en lo que se refiere a la protagonista, Emma.

    Francis Steegmuller, estimó que la novela comienza en octubre de 1827, y termina en agosto de 1846. Esto se corresponde con la Monarquía de Julio, el reinado de Luis Felipe I, quien se paseaba por París con su propio paraguas, como para honrar a una clase media burguesa en ascenso. Gran parte del tiempo y el esfuerzo que Flaubert dedica a detallar las costumbres de los franceses rurales, lo muestra imitando a una clase media urbana emergente.

     Flaubert se esforzó por una descripción precisa de la vida en común. El relato de una feria del condado en Yonville muestra esto, y lo dramatiza al mostrar la feria en tiempo real, contrapuesta con una interacción íntima simultánea, detrás de una ventana que da a la feria. Flaubert conocía el entorno regional, el lugar de su nacimiento y juventud, en y alrededor de la ciudad de Rouen, en Normandía. Su fidelidad a los elementos mundanos de la vida en el campo, le ha valido al libro su reputación como el comienzo del movimiento conocido como, realismo literario.

    La captura de Flaubert de lo común en su entorno, contrasta con los anhelos de su protagonista. Los aspectos prácticos de la vida en común, frustran las fantasías románticas de Emma. Flaubert usa esta yuxtaposición, para reflejar tanto el escenario como el carácter. Emma se vuelve más caprichosa y ridícula a la luz de la realidad cotidiana. Sin embargo, sus anhelos magnifican la banalidad engreída de la gente local. Emma, ​​aunque poco práctica, y con su educación provincial deficiente y sin forma, todavía refleja una esperanza con respecto a la belleza y la grandeza, que parece ausente en la clase burguesa.

Estilo

     El libro se inspiró de alguna manera en la vida de un amigo de la escuela del autor, que se convirtió en médico. El amigo y mentor de Flaubert, Louis Bouilhet, le había sugerido que este podría ser un tema convenientemente, "realista", para una novela, y que Flaubert debería intentar escribir de una manera, "natural", sin digresiones.

     El estilo de escritura era de suma importancia para Flaubert. Mientras escribía la novela, escribió que sería, "un libro sobre nada, un libro dependiente de nada externo, que se mantendría unido por la fuerza interna de su estilo", un objetivo que, para el crítico Jean Rousset, hizo Flaubert, "el primero de los novelistas no figurativos", como James Joyce y Virginia Woolf. Aunque Flaubert reconoció que no le gustaba el estilo de Balzac, la novela que produjo, se convirtió sin duda en un excelente ejemplo, y una mejora del realismo literario en la línea de Balzac. El "realismo" de la novela, iba a ser un elemento importante en el juicio por obscenidad: el fiscal principal argumentó que no solo la novela era inmoral, sino que el realismo en la literatura, también era una ofensa contra el arte y la decencia.

     El movimiento realista fue, en parte, una reacción contra el romanticismo. Se puede decir que Emma es la encarnación de un romántico: en su proceso mental y emocional, no tiene relación con las realidades de su mundo. Aunque de alguna manera parezca identificarse con Emma, Flaubert se burla con frecuencia de su ensoñación romántica, y su gusto por la literatura. Se ha cuestionado la exactitud de la supuesta afirmación de Flaubert de que, "Madame Bovary, c'est moi," ("Madame Bovary soy yo"). En sus cartas se distanció de los sentimientos de la novela.
     A Edma Roger des Genettes, le escribió: "Tout ce que j'aime n'y est pas" ("todo lo que amo no está allí"), y a Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, "je n'y ai rien mis ni de mes sentiments ni de monistence," (" No he utilizado nada de mis sentimientos ni de mi vida"). Para Mario Vargas Llosa, "si Emma Bovary no hubiera leído todas esas novelas, es posible que su destino hubiera sido diferente."

     Madame Bovary ha sido vista como un comentario sobre la burguesía, la locura de las aspiraciones que nunca podrán realizarse, o una creencia en la validez de una cultura personal ilusoria y satisfecha de sí misma, asociada con el período de Flaubert, especialmente durante el reinado de Luis Felipe, cuando la clase media se hizo más identificable en contraste con la clase trabajadora y la nobleza. Flaubert despreciaba a la burguesía. En su Diccionario de ideas recibidas, la burguesía se caracteriza por la superficialidad intelectual y espiritual, la ambición cruda, la cultura superficial, el amor por las cosas materiales, la codicia y, sobre todo, un parloteo sin sentido de sentimientos y creencias.

     Para Vargas Llosa, "el drama de Emma es la brecha entre la ilusión y la realidad, la distancia entre el deseo y su realización," y muestra "los primeros signos de alienación que un siglo después, se apoderará de hombres y mujeres en las sociedades industriales." Sin embargo, la novela no trata simplemente del romanticismo soñador de una mujer. Carlos tampoco puede captar la realidad, o comprender las necesidades y deseos de Emma.

Importancia Literaria y Recepción

    Establecido desde hace mucho tiempo como una de las mayores novelas, el libro ha sido descrito como una obra de ficción "perfecta". Henry James escribió: "Madame Bovary tiene una perfección que no solo la estampa, sino que la hace estar casi sola: se sostiene con una seguridad tan suprema e inaccesible, que excita y desafía el juicio". Marcel Proust elogió la, "pureza gramatical,” del estilo de Flaubert, mientras que Vladimir Nabokov dijo que, "estilísticamente es prosa haciendo lo que se supone que hace la poesía.” Del mismo modo, en el prefacio de su novela, “La Broma,” Milan Kundera escribió, "no fue hasta la obra de Flaubert que la prosa perdió el estigma de la inferioridad estética. Desde Madame Bovary, el arte de la novela se ha considerado igual al arte de la poesía.” Giorgio de Chirico dijo que en su opinión, "desde el punto de vista narrativo, el libro más perfecto es, Madame Bovary, de Flaubert." Julián Barnes, la llamó la mejor novela que se haya escrito.

     La novela ejemplifica la tendencia del realismo, a lo largo del siglo XIX, a volverse cada vez más psicológico, preocupado por la representación precisa de pensamientos y emociones, más que de cosas externas. De esta manera precede al novelista francés, Marcel Proust, a Virginia Woolf, y James Joyce. (Wikipedia en ingles.)

Madame Bovary

de Gustave Flaubert

     Un día, mientras aquel grupo de universitarios comenzaba a aburrirse, algo rompió la rutina diaria, alguien tocó la puerta del salón y el profesor dijo, “¡Pase, aunque me interrumpa la lección!” Un extraño mozalbete asomó con timidez. El profesor dijo, “¡Diablos!¿Quién eres, hijo?¡Luces grotesco! En fin, siéntate, me dijeron que habría un nuevo alumno.” El nuevo alumno dejó caer su sombrero, y el profesor dijo, “¡Oh, eres torpe!¡Mira, se te ha caído este sombrero parecido a…a…a una alcachofa!” La risa general del grupo de alumnos no se hizo esperar. Sin embargo, poco a poco el nuevo alumno fue aceptado ahí, aun cuando solía ser objeto de burlas.

     El joven Carlos Bovary, venido de un humilde lugar de provincia, fue creciendo y estudiaba con gran esfuerzo la carrera de medicina. Sus padres le enviaban dinero para pagar la pequeña pensión en que se alojó, durante aquellos años de estudio. A menudo Carlos solía escribirles a sus padres. “…y estoy bien, los extráño, pronto me recibiré…” No fue un alumno brillante, pero se esforzó y logró graduarse, pese a sus modestas calificaciones. Así, las últimas palabras que el profesor dedico en la ceremonia de graduación fueron, "¡Anatomía, Botánica, Patología, Fisiología, Farmacia, Química, Terapeuta…todo lo saben ya!¡Por el orgullo de estas aulas, sean buenos médicos y alivien los males de la humanidad!¡Que Dios los acompañe!”

     El regreso a la casa natal, fue una alegría. Su madre exclamó al verlo bajar del carruaje, “¡Hijito querido, nuestro doctor, qué orgullo…!” Carlos abrazó a su madre y le dijo, “mamá, papá, solo cumplí con mi deber.” Su padre le dijo, “¡No seas modesto, festejemos, la región entera celebrará a tu salud!” Así, Carlos pronto se ganó una amplia clientela, pues era eficaz, aunque en curas sencillas. Así Carlos, solía recibir como salario, las humildes viandas de sus humildes pacientes.
     Un día, después de que curó a una persona, un cliente le dijo, “Gracias, doctorcito, mi esposa sanará tras esa fea caída…tome…huevos frescos…somos pobres.” Y Carlos le dijo, “Está bien. Me basta. Tráigala nuevamente si hay complicación.” A Carlos le gustaba su profesión, y hasta preparaba medicamentos de uso propio, y todo su tiempo se le iba en ello. Un día que sus padres lo vieron salir a trabajar, ambos viéndolo desde la ventana, su madre dijo, “Va a ver a otro paciente. ¡Un gran doctor!” Su esposo le dijo, “Tratándose de él, ha salido a flote, por cierto, cuando era niño, parecía un poco quedado. ¡Si tú no te hubieras empeñado en obligarlo a estudiar, no lo hubiera hecho, mujer! Luego levantó la cabeza, y hoy…ahí lo ves: ¡Medico!” Su esposa le dijo, “¡Bah, lo formamos entre todos!¡Se lo merece, pobrecito!”

     Muy pronto, Carlos se hizo popular en la comarca. Una mañana, una mujer mayor, era quien lo recibía, en una gran mansión, y le dijo, “Doctor Bovary, adelante, mi esposo se ve muy adolorido.” Mientras lo acompañaba dentro de la casa, la mujer continuó, “Él está viejo para trabajos rudos, ¡Se lo advertí muchas veces, ahora lo tumbó el caballo!” Al acercarse a la habitación, Carlos notó que una bella joven estaba al lado del hombre herido, quien se quejaba.  En su dormitorio Monsieur Rouen sufría, “¡Oh, Ah, Uhhh! Gracias hija…¡Auch! Doc-Doctor…” Aprisa, Bovary trabajó y entablilló al fracturado, y dijo, “Ya está, ¿Se siente mejor? Solo deberá reposar.”
    Mientras guardaba su instrumental, Carlos dijo, “Hay que cuidar que no se infecte. ¡Vendré cada dos días hasta que no haya ese riesgo! Adiós, Monsieur!” Monsieur Rouen dijo, “Vaya, lo has hecho muy bien. ¿Cuánto te debemos?” Carlos dio la espalda y dijo, “Ya le cobraré, por ahora cuidemos esa pierna. ¡Buenos días!” La señora Rouen dijo, “Hija, me quedo con tu padre. Acompaña al doctor.” Carlos Bovary siguió a la callada jovencita que lo guiaba. Ya afuera, cuando ella le habló y la miró, lo invadió el asombro. La joven le dijo, “Doctor, atendió muy bien a papá. Gracias.” Carlos volteó y exclamó, “¿Eh?¡Uh, uh!”
     Carlos pensó, “¡Qué hermosa muchacha! Nunca esperé esto…” Enseguida la joven dijo, “Acepte nuestra humilde amistad. ¡Adiós!” Cuando Carlos subió a su carromato, le dijo, “¿Puedo saber cómo se llama…amiga?” La joven le dijo, “Soy Emma, doctor.” Carlos la miró meterse, sintiendo las resonancias del nombre, pensando, “¡Emma, Emma! tan dulce y bella…¡Emma!” Pasaron lo días, y la joven Emma no perdía de vista el camino por donde pasaría el doctor, y un día que lo vio llegando, dijo a su madre, “¡Por Dios allá viene el doctor! Estoy desaseada, procuraré recibirlo un poco más limpia.” Corrió a su habitación y se cambió apresurada.
     Enseguida, Emma dijo, “¡Rápido, él llega!¡Oh Emma!¿Qué te pasa, estás loca?” Cuando llego el doctor Emma lo recibió, diciendo, “Doctor Bovary, bienvenido una vez más.” Bovary le dijo, “¡Carlos…llámeme así, Emma! Le traje unas flores.” Emma las tomó, y dijo oliéndolas, “¡Ah, qué amable, adoro las flores!¡Mmmm…!” Carlos dijo, “Lo suponía…¡Ejem! Veamos cómo va su padre.”

     Pasaron los años y Carlos y Emma estrecharon sus vínculos, hasta integrar una pareja agradable. Poco tiempo después, en la pequeña iglesia de Tostes, Emma y Carlos unieron sus vidas, y escucharon las palabras de párroco decir, “…hasta que la muerte los separe hijos, ¡Amen!” La felicidad parecía ser segura en el futuro de aquel nuevo hogar, para alegría de sus familiares.
   Cuando los recién casados salieron de la iglesia, alguien del público grito, “¡Miren a los tortolos que dichosos!” Así, los recién casados ocuparon una pequeña casa acogedora, y Emma le dijo, “¡Me gusta! ¿Tendrás buena clientela en este lugar?” Carlos dijo, “Tal vez, ¿Quién sabe? Para empezar instalémonos.” La institutriz les dijo, “Todo está a punto, señores, limpio y en su sitio.”

     Paso el tiempo y mientras el doctor atendía a sus pacientes, Emma y la criada mantenían todo en orden, sin olvidar el adorno siempre grato de las flores. Emma era hacendosa. Hacia ella misma las compras, y de ese modo fue conociendo el mundo que la vida campesina que sus padres le mantuvieran oculto. Emma fue administrándose con muchos objetos bellos e incorporándolos a su casa. Un día, uno de sus vendedores le entregó una vajilla diciendo, “¡Cristal de murano señora! Genuino y barato.” Emma tomo la pieza y llena de emoción exclamó, “¡Esplendido! Me llevaré el juego entero.” El hombre le dijo, “Hace usted una excelente compra.”
     De vuelta en su hogar, Emma dijo a Carlos, “¡Carlos llegas pronto, quería darte una sorpresa con todo esto! Ven, mira es magnífico.” Carlos miró la cristalería y dijo, “¡Hum! Supongo que sí. Soy doctor y nada sé de éstas cosas.” Emma le dijo, “¡Pues es refinado, bello, y genuino, te lo digo yo!” Carlos dijo, “Bueno, me basta con lo que dices. ¡Te amo! Disculpa, sonó la campanilla.” Emma dijo, “Sí, tal vez sea otro paciente.” Por primera vez la simpleza de su esposo la hirió, y pensó, “Me ama, ¡Lo sé! Pero declara su ignorancia de todo lo que no sea enfermedad, males, infecciones, ¿Tendré en él a un verdadero compañero?”

     Con los días, Emma salía a caminar sola, y así conoció a algunas otras damas con las cuales platicaba en paseos públicos. Una mañana, una de ellas le dijo, mostrando una revista, “Querida, mira. ¡Una nueva revista! Es buena para enterarse del mundo de arriba…¿Comprendes?” Emma le dijo, “¿El de abolengo? ¡Tienes razón! Préstamela madame.” Su amiga le dijo, “¡Tómala, es tuya! Tengo muchas…cuando quieras más, ve a mi casa por ellas.” Emma dijo, “Gracias, las leeré con mucha atención.” De esa manera, Emma comenzó a leer las publicaciones donde la alta sociedad, mostraba sus pasiones, sus modas y sus diversiones. De las revistas, pasó a los libros.
    Y así leyó a Walter Scott, y a otros grandes autores. Poco después, se compró a una galguita, y salían juntas a caminar, sin que Emma hablara con nadie, como embebida en algo que empezaba a ser soledad y rebeldía. La suegra que a veces les visitaba, desaprobaba aquellos paseos de su nuera, y decía, “…y una mujer sola siempre corre riesgos. ¡Querida, te debes a mi hijo y a tu casa!” Pero Emma enfurecida le dijo, “¡Señora es nuestra casa. Este asunto no le incumbe!” La suegra le dijo, “¡Oh, eres injusta, solo procuro ayudar!” Carlos intervino, y dijo, “Vamos, mamá no importa; hay que calmarse.” La suegra dijo, “¡Hijo, les quiero a ambos, Emma debería comprenderlo!”

    Más tarde, Carlos entró a la sala y dijo, “Ya se fue mi madre. ¡Te apoyo, Emma, pero…! Intenta ser mas tolerante.” Emma le dijo, “¿Tolerante? ¡Yo no me meto en sus cosas privadas!” En eso, Emma experimentó un ataque de furia, y lanzando un candelabro dijo, “¡Esto no está bien!¡Maldición!”
    Carlos pasmado no entendió que algo más que un candil, acababa de romperse en su querida esposa, y pensó, “¡Por Dios! No importa, ya se le pasará.” Al día siguiente, Emma estuvo fuera de su casa, y regresó al anochecer, dispuesta a hacer de cuenta que no había pasado nada. Transcurrieron unas horas, y Emma pensó, “¡Un coche se acerca! ¿Sera Carlos?” Carlos llegó acompañado diciendo, “¡Hola, mi amor, me trajo el marqués de Andervillers!”
     Emma dijo, “¿Sucedió algo con nuestro vehículo?” Carlos dijo, “Una rueda rota, ya en reparación. ¡Mi esposa Emma!” Mientras tanto, el marques besaba la mano de Emma, diciendo, “Encantado, madame. El doctor tiene una bella consorte.” El marqués agregó, “Me será placentero contar con amigos en la fiesta de mi castillo, este fin de semana, ¡Hasta entonces!” Carlos le dijo, “Bueno…no sé si podremos ir…mi profesión…”
   Pero Emma dijo, “¡Pamplinas! Allí estaremos, se lo prometo.” Cuando el marques se fue, Carlos se quedó pensado, “¡Santo Dios, Mentiría si digo que la entiendo!”

     Llegada aquella fecha, el matrimonio Bovary hizo acto de presencia. Tomados del brazo, Carlos dijo a Emma, “Emma, ¡La aristocracia me confunde!” Enseguida, el marques les dio la bienvenida, “¡Ah, doctor Bovary y su esposa la bella madame Emma! Diviértanse, hay música y bebidas, en fin…” Carlos les dejo diciendo, “Voy a sentarme ahí, me agrada ver como se divierten los demás.”
     El marques aprovechó, para dar un paseo con Emma por su castillo, y dijo, “¡Como quiera! Yo le mostraré éste mundo a su Emma.” Lo que vio, deslumbró a la invitada. El marqués mostraba cuadros diciendo, “¡Vea eso! Oleos auténticos, mis antepasados durante tres siglos pintados por los mejores artistas.” Una palabra, oída al marqués, seguía fija en su mente. Emma se fascinaba de su forma de hablar y pensaba, “Cuando lo conocí, el marques me llamo, ‘Bella Consorte ’¡Consorte! Una palabra cultísima sin duda.”
     Luego de la travesía por el vasto castillo, el marqués dijo, “He ahí a su esposo, ¡Un hombre tímido! Al menos la bebida lo conforta.” Cuando Emma se sentó junto a Carlos, Carlos le dijo, “¡Ah!¿Ya de vuelta? Emma. La fiesta está buena, Ja.” Emma dijo al marqués, “Gracias por todo, marques. Sus atenciones nos honran.” Cuando Emma se sentó junto a Carlos, pensó, “¿Y ahora? Sentada junto a un simple, que además, revela una faceta desconocida: Le gusta beber. ¡Uf!” En eso, Emma percibió el fuego de unos ojos próximos. Emma pensó, “Ese caballero…¡Otro noble, quizás! Y guapo…”
    Enseguida Emma advirtió un movimiento del caballero, y pensó, “¡Ahí viene, no cesa de mirarme! ¿Qué querrá?” El hombre se presentó ante Emma y dijo, “Soy el Vizconde Rodolfo de Boulanger, madame, nóto que no baila.” Carlos ya borracho dijo, “¡Así es!¡Ja!¡Bailen ambos, los miraré y…salud!” Mientras Emma bailaba, se miró al espejo y se dijo a sí misma, pensando, “Bien, Emma, ¿Te ves? ¡Alternas con gente de mundo y este Vizconde te observa…y gozas! ¿O no?”
     Cuando terminó la pieza, el Vizconde mostro un estuche de cigarrillos y dijo, “Gracias, madame, una dama como usted no es para olvidar. ¿Volveré a verla…con o sin su doctorcito?” Emma le dijo, “Es posible, señor. ¿Quién sabe? Volveré con mi esposo.” El Vizconde le dio un cigarrillo y le dijo, “¡No olvide esto! Es la mujer más interesante que he conocido…¡Adieu!” Mientras iba rumbo a Carlos, Emma pensó, “¡Oh Emma, te tiemblan las rodillas! Sea o no un farsante, lo que el Vizconde te dijo, no lo olvidarás.”

     Al rato, el anfitrión acompañó a Emma con su esposo borracho, diciendo, “No se preocupe madame, no importa. Esto es pasajero. ¡Gracias por venir, usted sobre todo adornó mi fiesta!” El noble anfitrión reflexionó para sí, al verles retirarse en su carruaje, “Se evidencia a la legua. ¡Una dama y un patán! Le deseo suerte a Emma Bovary…la necesitará… ¡Uf!” Mientras tanto, mientras iba en el carruaje, Emma pensaba al ver a Carlos, “De vuelta a una vida vacía. ¡Pobre Carlos, incluso queriendo justificarle, vale poco, y ya no lo amo!”
     Al cruzarse con otro carruaje, ella oyó una sonora carcajada. “¡JA, JA, JA!” Emma pensó, “¡Dios reconozco esa voz potente, es la del vizconde! ¡Es la del Vizconde!” En eso, advirtió algo tirado que la alarmó. Emma dijo, “¡Cochero, deténgase, creo haber visto algo…!” Emma se bajó a recoger aquello, y pensó, “¡S-Sí, es eso…que raro obtenerlo de este modo…se le cayó a él mientras pasaba!” Era en efecto, la cigarrera de su compañero de baile. Emma pensó, “¡La guardaré como un recuerdo secreto!”


     Paso el tiempo, pero ella no dejo de mirar a solas aquella cigarrera y soñar con su dueño. Emma pensaba, “Vizconde de Boulanger, como usted dijo: ¿Volvernos a vernos sin mi doctorcito? ¡Dios lo quiera!” Siguieron los paseos solitarios, a medida que la atmosfera se enfriaba poco a poco, cediendo a una nueva estación. Arribó el invierno con grandes nevadas, pero ni ello interrumpió su caminatas, sin rumbo preciso.
     Carlos notaba que ella abandonaba cada vez más los cuidados de la casa, y pensaba, “¡Deja todo por sus libros! No se lo reprocharé, aunque me amargue éste desaseo.” Una noche, cuando cenaban, Emma le dijo, “Carlos, me disgusta tu madre. Ando dispersa. Nada es grato a mis ojos, ¿Qué me ocurrirá?” Carlos le dijo, “No sé, tampoco me siento bien. ¡Han llegado doctores nuevos, yo no soy muy bueno, incluso pierdo clientes!”

 

    Emma dijo, “¿No nos convendría a ambos un cambio de aires?” Carlos la tomó de las manos y le dijo, “¡Eso había pensado, pero no me atrevía a decírtelo!” Emma le dijo, “Sí, Carlos, es lo indicado…y te diré algo más.” Emma le dijo, “Estoy embarazada. ¡Un niño, eso es lo que anhelo!” Carlos dijo lleno de sorpresa, “¡Un hijo, un hijo nuestro, que alegría!¡Mírame, bailo para festejar…!¿Ves cómo también puedo hacerlo?” Emma pensó al verlo, “Pobre tonto, te ves ridículo. ¡Ya no te amo!”

     Un mes más tarde, el matrimonio se trasladó a vivir en Neuchatel, localidad suiza a la orilla del lago. Fueron a una posada de la cual les habían hablado bien. Carlos hablaba con el posadero, “…y estaremos un tiempo, mientras logro hacerme de clientela.” El posadero les dijo, “Les pondré un precio módico. Mi casa les encantara.” Carlos dijo, “¡Perfecto! En breve llegaran nuestros equipajes.” Emma sintió una vez más, una mirada intensa que la auscultaba, y pensó, “¡Ah, un joven galán!¿Quién será él?”
     El joven se adelantó como si acabara de oírla, y le dijo, “¿Madame…vivirá en esta posada? ¡Gusto en conocerla!” El joven extendió su mano y le dijo, “Soy León Dupuis, pasante, leo mucho y…” Emma dijo, “¿Lee mucho? ¡También yo! Si posee buenos libros me gustara frecuentar su biblioteca.” León le dijo, “¡Claro que sí, aquí nadie lee, será delicioso comentar lecturas con alguien!” Emma le dijo, “Pienso igual, Dupuis. Soy Emma. Emma Bovary.” Ambos se atrajeron mutuamente, en apenas unos minutos. Emma pensaba, “Dupuis, eres joven y apuesto. Me simpatizas.”

    Transcurrieron los meses, avanzó el embarazo de ella, y compartió lecturas y aficiones con el estudiante pasante. Por fin el embarazo de la joven maduró. Y un día estando en la cama, Emma exclamó, “¡OHHH! Carlos ayúdame…¡Me duele!” Algo se movió en su interior, y un grito escalofriante invadió la casa. “!AAYYYY!” A los pocos minutos, Carlos dijo, cargando a un bebe, “¡Ya está querida, mira, es…una niña!” Emma dijo, “¿Una niña? Carlos, los dos queríamos un varoncito.”

   Pasaron cuatro años y la pequeña creció, siempre al lado de una madre distante, sumida en sus lecturas. A veces, León Dupuis renovaba esas lecturas, y ambos observaban a la niña, como si fuera un obstáculo interpuesto entre ellos. Sin embargo, en los pocos ratos inactivos de Carlos, ella y Dupuis compartían afinidades. Un día en que paseaban León y Emma, Dupuis le confesó y dijo, “No puedo callar más. ¡Te amo!” Emma acarició su mejilla y le dijo, “También te quiero, eres un niño adorable. ¡León, nos hallamos cercas y es lo que importa!”
     Pero León le dijo, “Sé que tu esposo no te llena. ¿Me rechazarás?” Pero Emma le dijo, “Sigamos así, mi pequeño, es lo único viable.” León le dijo, “¡Me molesta que me llames bebé, no soy un niño, trátame como un adulto!” Emma le dijo, “Somos adultos, pues, veamos la fábrica de hilados como nos proponíamos.” León dijo, “¡De acuerdo!” Al acabar la visita, Emma observó a León y pensó, “¡Pobre niño ofendido! Eres adorable León, no quiero que dudes de mis sentimientos!” Mientras Emma lo vio alejarse, en la distancia, Emma derramó una lágrima, y pensó, “Soy casada. Tengo una hija. ¡Sería muy difícil para ambos! Ah, te vas solo…no quise herirte…”

     Pasaron días sin verse. Ella también sufría, y cierta tarde, su niña le dijo, “¡Mamá, ven a jugar conmigo!¡Ven!” Emma miraba por la ventana melancólica y dijo enojada, “¡Déjame estar sola!¿Lo oyes?” La niña lloró, y dijo, “¡No me quieres, eres mala conmigo!¡Ven!” Emma sintió un enojo incontrolable y en un ataque de ira, golpeó a la niña, y le gritó, “¡Te digo que no molestes, niña tonta!” Golpeada, la niña se desmayó, y ella la miro horrorizada. Emma se arrepintió de lo que había hecho y dijo, “¡Pequeña, mi vida, como pude actuar asi…!” Emma levantó a la niña, y llevándola en brazos, pensó, “¡Carlos, él debe atenderla!”
     Emma dijo cuando vio a Carlos, “¡Ah, ella cayo y perdió el sentido, Carlos!” Carlos dijo, “¡Santo cielo, vayamos, puede ser grave!” Con sales aromáticas, la niña recobró la lucidez. Cuando la niña se recuperó, Carlos le dijo, “Hija querida, ¿Qué paso? ¿Cómo te caíste?” La niña dijo, “Yo-yo-yo…no lo sé…” Sin embargo, padre e hija voltearon hacia Emma. Emma pensó, “Lo saben, saben que fui yo…y lo callan.” Un llanto amargo y arrepentido broto de Emma. “¡OHH!” Carlo tomó a la niña y llevándosela dijo, “Salgamos hijita, respetemos el dolor de mamá.”

     Luego, hubo una calma, y cierta tarde, León visitó a los Bovary. Carlos dijo al verlo, “Dupuis, que gusto verte. ¿Sostendremos una partida de ajedrez?” Dupuis le dijo, “No, tengo poco tiempo. ¡Vengo a despedirme, amigos!” Carlos le dijo, “¿A despedirte? Ignoraba que te ibas.” Dupuis dijo, “Continuaré mi carrera en Paris. Conseguí una beca. Tendré apenas para sobrevivir.” Carlos dijo, “¡Qué bien, te felicito! ¿Qué dices Emma?” Emma dijo, “También te deseo muy buena suerte, León.”

     Durante días enteros, Emma deambuló sin rumbo, pensado que la vida ya no podía ofrecerle nada. A veces, caía en terribles depresiones, y un llanto impotente, incontenible, la ocupaba, pensando, “León, te deje ir…¡Oh…Ohhh…!” Emma perdió peso, figura, y cumplía sus deberes del hogar como si nada le importára. Carlos trató de distraerla. Un día, ambos fueron a Paris, al senado. Carlos le dijo, “¡Acompáñame, hay asuntos políticos que quiero curiosear!”
     Oyeron a los candidatos pero ella se encontraba ausente. Carlos al mirarla, pensó, “Se ve afligida. Ojalá pronto se le páse.” De súbito, al volverse ella distraídamente, tras oír una voz poderosa, pensó, “¿Eh? ¡No puede ser, conozco esa voz!” Al voltear y mirar de dónde provenía, el caballero dijo, “¡Cielos!¿Qué alegra mi vista? ¿Es…Emma Bovary?” Era el Vizconde Rodolfo de Boulanger, quien les dijo, “¡Qué felicidad verles, después de tanto tiempo! Estaba por partir.” Carlos le dijo, “Emma se aburre, pero esto me interesa mucho.” Boulanger extendió su mano y dijo, “¿Acaso la señora aceptaría mi compañía?” Carlos dijo, “¿Por qué no, señor? Distráiganse, más tarde los alcanzaré.”

     Tras la caminata en la que hablaron muy poco, el Vizconde se despidió, “¡Amiga, deme una cita! ¿Cuándo nos veremos?” Emma dijo, “Mañana a las tres en el parque Lírico. ¡Le daré una sorpresa!” Al otro día, a la hora señalada, Rodolfo de Boulanger se presentó con un ramo de flores, diciendo, “Bella dama, ¿Acepta flores de un admirador?” Emma volteó diciendo, “¿Quién…? ¡Oh, eres tú, Rodolfo de Boulanger!” El Vizconde extendió su mano y dijo, “Toma, amiga, a cambio de la sorpresa prometida.” Emma tomó las flores diciendo, “¡Oh, sí, claro, en seguida la recibirás!” Emma mostró algo y dijo, “Mira, ¿Reconoces esta cigarrera?” Boulanger dijo, “¡Qué extraño! La perdí hace mucho, ¿Dónde estaba?”
    Emma le dijo, “La hallé, ¿O crees que te la robé? No importa, lo atractivo es otra cosa.” Boulanger dijo, “¡Habla claro, no entiendo!” Emma dijo, “Desde entonces la he palpado, visto, y olfateado de continuo. ¡Me ha puesto a recordar tu rostro, tus modales, tu forma de bailar…!” Rodolfo de Boulanger acercó su rostro al de Emma y dijo, “¡Eso es…sentir algo por mí! Emma, Emma…” Un torbellino de pasión los envolvió entre besos y abrazos. Más tarde, cuando regresaron, Carlos los recibió, diciendo, “¡Ah, qué bueno que regresan, temí que algo malo les hubiera sucedido!” Rodolfo de Boulanger dijo, “Nos entretuvimos platicando cerca de Tostes.” Carlos dijo, “¡No se excusen, bebamos un trago!”
     Los tres brindaron, y el Vizconde Boulanger dijo, “¡Mmmm…! Delicioso, es Bourbon.” Entonces Carlos dijo, “Emma muestra mejor color, ¿Qué operó ese milagro?” El noble hábil, elaboró un rápido proyecto, y dijo, “La invitación que le hice…a cabalgar juntos. ¿Aprobará usted eso, Bovary?” El alcohol volvió a alegrar al médico, y dijo, “¡Claro que lo apruebo, Vizconde! Bebamos, salud…” Los tres exclamaron “¡Salud!”

     Una semana después, el Vizconde Rodolfo de Boulanger trajo los caballos, y tanto Emma como el Vizconde, ya montaban los caballos, entonces, el Vizconde dijo, “Vea, doctor, la yegua que monta su esposa es mansa y obediente.” Cuando los vio partir, Carlos pensó, “¡Adiós Emma, te deseo Felicidad aun así!” Toda la tarde los jinetes jugaron persiguiéndose, sorteando difíciles tramos. Ambos desmontaron en medio de la floresta, y el Vizconde le dijo, “Aprendiste rápido a bailar y a montar, amiga.”
    Emma dijo, “Con un maestro como tu es fácil. ¡Ja, Ja, Ja!” Emma se acercó a él y le dijo, “Rodolfo, no interprétes mal esto…soy una mujer orgullosa.” Boulanger le dijo, “Lo sé, de otra manera no andaría contigo.” Emma le dijo, “¿No me dejaras sola?” Rodolfo le dijo, “Nunca Emma, te amaré siempre.” Ambos se fundieron en un largo beso, y de los ojos de la mujer, brotaron lágrimas agradecidas. Pasadas unas horas, los amantes llegaron. Carlos los recibió y dijo, “Querida, si te place montar, ¡Te regalaré un caballo!”

    En poco días, su felicidad fue completa, y Emma pensaba al mirarse al espejo, “Muchacha, eres culta y agraciada, ¡Tienes un amante aristócrata! Y él, ¡Te pertenece!” Al verla salir, Caros le preguntó, “Reluces, ¿A dónde vas?” Ella le dijo, “A pasear. Ya sabes que me gusta. ¡Volveré temprano!” Pronto Emma se dirigió al hotel donde el conde Rodolfo se hospedaba. Emma irrumpió en un ámbito de hombres cultos. Y al mirar al conde platicar con otro caballero, Emma pensó, “Allí está. ¡Es apuesto!” Pero el conde Rodolfo la recibió con mucho desagrado, y le dijo, “¿Qué haces aquí? ¡No me parece que hagas esto!” Emma extrañada le dijo, “Simplemente quería verte y te busque.”
     El conde Rodolfo le dijo, “Soy libre, ¿Me oyes? ¡No acepto que alguien venga y me arrastre consigo!” Emma apenada le dijo, “Rodolfo, perdón, no quise… ¿Tanto te molesta?” El vizconde Boulanger la fue alejando del hotel, llevándola consigo mientras decía, “¡Sí, me molesta, debería darte unas nalgadas! Vuelve con tu esposo. Cuando quiera buscarte te buscaré.” Pero Emma le dijo, “Rodolfo, Rodolfo, solo deseaba estar contigo.” Emma se alejó confusa, y el Vizconde pensó, “¡Se ha puesto muy audaz! Santo Dios, debo tener cuidado. Puede enturbiar mi reputación.” Cuando Emma volvió a casa, Carlos iba saliendo y dijo, “¡Tu llegas y yo salgo, mujer! Me han llamado por algo serio unos pacientes!" Emma le dijo, “¿Problemas…puedo ayudarte?” Carlos sin detenerse le dijo en voz alta, “¡No, debo irme, luego te explico!”

    Para distraerse, Emma hizo tareas domésticas, ayudando a la servidumbre. En esas incertidumbres agregadas a sus complejos y afectos, Emma vio anochecer sobre el poblado suizo. Hasta que por fin, más tarde, casi a media noche, un hombre se presentó en su casa, y le dijo, “¡Madame Bovary, venga, su esposo bebe en la taberna y no se ve bien.” Emma corrió de inmediato a aquel lugar, y al encontrarlo le dijo, “¡Carlos, esposo mío, ¿Qué pasa, por Dios?” Carlos comenzó a llorar, diciendo, “Emma, yo…me ha ocurrido…¡Oh, santo cielo!” Emma pensó, “¡Llora de impotencia! Esperaré, le hace falta.” Tras un breve tiempo, Emma le dijo, “Bien, ya estás mejor. Te oigo.”
     Carlos le dijo, “¡Una tragedia! Curé la herida de una pierna a un conocido, pero se le infectó, y no me di cuenta. ¿Comprendes? ¡Cuando lo supe era tarde! Una gangrena atroz, Emma me ha obligado a amputar. ¡De algo sencillo, mis chapucerías causaron algo serio, una mutilación! Y hay más que te oculté.” Emma pensó, “¿Habrá descubierto…mis infidelidades?” Entonces, Emma le dijo, “Afrontémoslo, pues, ¡Habla!” Carlos le dijo, “¡He perdido clientes, tenemos deudas! Ahora con esto último será nuestra ruina, ¿Ves?” Emma se levantó, lo tomó del brazo y le dijo, “¡No desmayes! Vámonos, debes dormir, luego podremos levantar cabeza. ¡Yo te apoyare!” Carlos le dijo, “Emma, si ti no sé lo que haría.”

     Emma lo llevó a casa, lo acostó y lo arropó bien. Y pensó, “¡Ahora duerme como un bendito! Pobre Carlos, no lo ámo, nunca lo amé.” Cuando salió del cuarto pensó, “Por un instante temí que revelara saber algo de lo mío, ¡Pero esto no puede seguir así, tengo que tomar una decisión…! ¡Ahora!” Emma tomó del establo el caballo que recibiera de regalo, y cabalgó por los campos nocturnos. Hasta que llegó a la morada de Rodolfo, y toco la puerta. Rodolfo se levantó con una vela y pensó, “¿Quién vendrá a estas horas?” Cuando abrió la puerta la abrazó, diciendo, “¡Emma!” Emma le dijo, “Disculpa…Rodolfo…debí venir… ¡Ohhh, protégeme!”
     Rodolfo le dijo, “Entra y hablemos, me lo dirás todo, pequeña.” Se sentaron frente una mesa, y viéndose de frente, ella descargó todo lo que la ahogaba. “…Carlos se hunde, y yo ya no quiero tener nada con él. ¡Si eres sincero, hazme tuya, llévame lejos!” Rodolfo, el Vizconde le dijo, “Tienes razón, te adoro y debemos vivir juntos, escucha lo que pienso que haremos.” Rodolfo, le tomó de las manos, y continuó, “Mañana a las doce te espero junto a la fuente de la placita del sur, ¿Me oyes? No traigas equipaje, luego compraremos todo, ¿De acuerdo?”
     Emma le dijo, “A…las doce…sí. ¡Te amo, Rodolfo!” Emma besó su mano y le dijo, “Te haré feliz, lo veras…¡Oh, me haces tan dichosa!” Rodolfo se levantó, y le dijo, “Lo sé, querida, ya basta, ¡Vuélvete a tu casa sin que él se entere! Y mañana a las doce…ya sabes.” Emma salió y él la siguió con la mirada, pensado, “¡Pobre Emma, el destino se ha ensañado contigo! En fin. No seré quien para torcer su designio…” Luego, Rodolfo a solas, tomó papel y pluma, y comenzó a escribir una carta, “Emma, querida mía, pedacito de cielo…”

     Al día siguiente, se abrió una ventana y asomó radiante, el rostro feliz de Emma Bovary. Mirando hacia el exterior, Emma pensó, “¿Qué puedo decir? Las flores, el campo, el cielo, la humanidad…todo palpita de otra forma, y yo puedo apreciarlo, como si recién lo descubriera.” Emma se miró al espejo y se dijo, “¿Hoy vuelves a nacer, querida? ¡Sí, es eso! Por fin has visto un futuro, a partir de esta fecha.” A continuación, Emma y su esposo desayunaron juntos. Y en todo momento, ella sintió sobre si los ojos agradecidos, fascinados, de su esposo, pensando, “¡Pobre compañero, pronto te dejaré! Pero al menos guardara una memoria grata de mis últimas atenciones…” Carlos se levantó de la mesa, tomó su abrigo, y dijo, “Ahora debo irme, me has dado ánimos, gracias.”
   Emma bajó la mirada y dijo, “¡Carlos sería bueno que supieras que…!” Carlos le tocó con su mano su mejilla, y le dijo, “¿Qué? Tontuela, me lo dirás a mi regreso. ¡Adiós!” Emma le dijo, con la mirada hacia abajo, “Adiós…” Jamás imaginó él, que ella lo estaban despidiendo…para siempre. Carlos subió en su carruaje y despidiéndose pensó, “¡Ella es una ángel! Progresaremos nuevamente…” Más tarde, esperando aquel momento, Emma miró jugar a su hija con unas vecinitas, y derramó una lagrima que eliminó de inmediato, pensando, “¡No, mi hija hará que me arrepienta! Todo está decidido, ni un paso atrás. Al menos ella tiene a Carlos, y Carlos tiene a una hija y una profesión. ¡Sí, las cosas serán mejores así para todos!”

     Más tarde, su criada la ayudó a prepararse, y le decía, “¿Irá a un compromiso social, madame?” Emma dijo, “Digamos que sí, querida, pronto lo sabrás mejor, espero que me juzgues con indulgencia.” La criada le dijo, “¿Por qué dice eso? Yo la estímo mucho, lo sabe.” En ese momento, alguien tocó la puerta, y Emma dijo, “¿Quién será? Por favor atiende.” Un hombre se presentó con una carta, diciendo, “Un hombre me pagó por traer esto, para Madame Bovary.” La criada tomó la carta, diciendo, “Bien, yo se lo entregaré.” La criada extendió la carta a Emma, diciendo, “Sírvase, es para usted.”
     Emma le dijo, “¡Qué raro! Déjame sola, veré de qué se trata.” Emma empezó a leer, mientras un temblor le iba ganando. “Emma, querida mía, pedacito de cielo…” Enseguida Emma arrugó la carta, diciendo, “¡Oh, se va, me deja!” Enseguida, Emma citó sus palabras, “No soy quien para destruir un hogar decente…” Y luego exclamó, “¡Oh, ese traidor!” Cuando Emma salió de su habitación, parecía otra, ausente y lejana. La criada le dijo, “¡Señora!¿Qué le pasa…? ¡No entiendo!”

     Inmediatamente después, Emma se encaminó al establo cercano y al entrar, pensó, “¡Caballo mío, también deberíamos irnos lejos de aquí, tú me llevarías…!” Emma abrazó al caballo y le dijo, “¡Pero ni tu podrías llegar a donde quiero ir. Ni tú, caballito…¡Oh, Ohhh, qué horror!” Emma se dirigió al alto henil, y mientras subía las escaleras pensó, “¡Solo yo puedo ir tan lejos como ahora deseo!” Desde la ventana miró hacia el vacío y pensó, “¡Emma Bovary, hazlo, no te queda otra solución!” Afuera alguien notó cosas extrañas en el establo. Un hombre que pasaba por ahí, miró toda la escena que estaba a punto de realizarse, y pensó, “Pero, ¿Qué veo? ¡No es posible!” Trató de evitar aquello, a la desesperada. Y gritó, “¡Señora espere, no haga eso…cielos se arrojó!” El cuerpo desmadejado quedó tendido en la tierra. El hombre se acercó y pensó, “¿Se habrá matado? No, aún respira…¡Su esposo la atenderá!”

    Minutos o días después, al disiparse las sombras de su mente, Emma volvió en sí, diciendo, “¡Oh…!¿Qué paso? ¡Ca-Carlos yo…!” Carlos le dijo, “Toma esto, te hará bien. ¡Un feo golpe! No debiste mirar las lejanías desde aquella altura.” Emma se incorporó, y mientras bebía, pensó, “¿Se supone que yo ‘miraba las lejanías’? Pobre Carlos, es decir, que aún ignora lo ocurrido!” Carlos le dijo, “Solo te golpeaste un poco, estarás bien. ¡Ahora volveré a mi consultorio, discúlpame!” Emma dijo, “S-Sí, fui tonta al meterme en éste establo…”
     Pero apenas pudo ponerse de pie, Emma volvió al establo. Y mientras entraba, Emma pensó, “¡Me miran con asombro! Pero, como mi esposo tampoco comprenden.” Ya dentro del establo, Emma pensó, “¡La carta del Vizconde! Recuerdo haberla traído aquí. ¿Dónde se me cayó?” Superando el miedo de volver al lugar donde intentára matarse, hurgó también en el henil, pensando, “¡Tampoco la veo acá! Desapareció simplemente.” Emma salió del establo, y pensó, “Por un lado, es mejor así. ¡Ese papel probába mis problemas y el intento de suicidio! Perdido, ya no puede perjudicarme…”
     Ella nunca sabría que en ese instante, su esposo leía, con un dolor, el mensaje de quien la abandonára, sin embargo, volvió a su casa con otro plan trazado. Carlos, lleno de ánimo, le dijo al verla llegar, “Emma, nóto que te recuperas….¡Qué bueno! ¡Escúcha lo que se ocurrió!” Carlos le explicó sus mejores planes para distraerla, y dijo, “…y saldrás a distraerte. ¡Yo te llevaré! Iremos a la opera de Paris! Sé que te encantará.” Pero Emma se retiró callada, hacia sus aposentos. Carlos pensó, “¡No dijo ni sí, ni no! Sufre, pobrecita, es mi deber sacarla adelante.”

     En la temporada operística, se anunciaba una obra basada en la vida de cierta heroína trágica. Y cuando los Bovary fueron a presentación, la pobre Emma vio, en el escenario, casi una copia de su vida desdichada, incierta, llena de culpas y de pasiones. Carlos lo entendió así, y respetó su desahógo y llanto, pensando, “No imaginé que una simple opera, provocara esto en ella, ¡Bueno, quizá sea mejor para ambos!” Al acabar, cuando bajaban hacia el vestíbulo, Carlos exclamó, “¡Mira quién esta allí!”
    Un joven se acercó, y Carlos dijo, “¡León Dupuis! Te ves maduro…¿Te recibiste?” León le dijo, “Sí, soy abogado, señor Bovary, n pos de clientes.” Carlos le dijo, “¡Pues yo seré el primero! Mis asuntos están algo descuidados, hay problemas…¡Te contaré todo!” León le dijo, “Bien, vamos a casa y en el camino me pondrá en antecedentes.”

Cuando llegaron a casa, León y Carlos platicaron, se pusieron de acuerdo, mientras la dama permanecía indiferente, como en otra parte, no dando importancia al encuentro. Y así un día, ella que durante su niñez tocara el piano, se sentó y empezó a tocarlo.

     Carlos se acercó a ella y le dijo, “¿Tocas? ¡Te oí, talvez quieras aprender más! ¡Sí, te serviría! Te pagaré clases con una profesora.” Emma le dijo, “Como quieras…me agrada el piano, sí…” Enseguida el medico se arregló con una profesional, quien le dijo, “Bien señor Bovary, hablemos del costo…” A partir de entonces, ella practicaba las difíciles técnicas del teclado con escaso interés.

    Un día que Emma retornaba de sus clases, mientras caminaba, un carruaje la alcanzó, y desde su interior, una voz le dijo, “¡Emma, he estado buscándote, sube!” Emma subió y dijo, “León Dupuis, niño tonto, ¿Qué pretendes?” León le dijo, “¡No resisto más, te amo, ni una sola noche he parado de soñar en ti!” Emma se sentó junto a él, dentro del carruaje, y León le tomó de su mano. Pero Emma le dijo, “¡No te ilusiones…!” León le dijo, “¡Quiero que seas mía para siempre, bésame!” En aquel instante Emma Bovary experimentó su única hora de verdadero amor…pero ya no tenía fuerzas, y también supo que era algo triste, un final.

     Mientras se suponía que ella estudiaba piano, se vieron varias veces y se amaron, pero Emma fue cediendo a aquel cansancio existencial. Un día, que coincidieron los tres, Emma oyó cosas duras, entre Carlos y Dupuis. Eran cuestiones que revelaban las deudas y la insolvencia económica que ambos sufrían. León decía a Carlos, “…y la deuda es cuantiosa. ¡Trato de detener el embargo, pero sus acreedores son demasiados.”
     Al escuchar eso, ella percibió que era la gota que derramaba su vaso. Emma se levantó de la mesa y Carlos dijo, de manera optimista, “Querida, ¿A dónde vas? ¡Oh, está bien! Deseas volver sola a casa!” Posteriormente, León y Carlos se despidieron. León dijo, “Lo siento, de todos modos seguiré en la lucha.” Carlos le dijo, “Sí, León, tal vez aún no estemos perdidos…”

     Horas después, cuando Carlos regresó a su casa, la criada lo recibió gritando, “¡Monsieur doctor, ha acontecido algo terrible!” Corriendo, ambos fueron hacia la habitación de Emma, quien yacía en su cama. La criada dijo, “¡Se encerró. Más tarde entré…y la vi así!” Carlos gritó, “¡Emma! Por favor déjenos solos.” La criada salió y Carlos la revisó, y pensó, “¡Muerta! No hay ya remedio ¡Dios mío!” Carlos estaba desconcertado, y pensó, “¡Pobrecilla, no fui suficientemente hombre para ella!” Enseguida, miró hacia un pomo abierto, y pensó, “¿Y eso? ¡Ingirió arsénico!” Entonces, a Carlos Bovary lo cubrió el inmenso desamparo de llorar a su esposa adorada, “¡Emma, te amé, te amé…Ohhh!”

     El funeral se realizó al día siguiente. Al ver la presencia de León y Rodolfo, Carlos pensó, “Bueno, al menos no la dejan sola en su ingreso a la ultima morada.” Tras una pausa, Carlos pensó, “Dupuis y el Vizconde. ¡Formaron parte de su vida! ¿Cómo culparlos ahora?” Cuando vio partir a ambos caballeros, Carlos pensó para sí, “No se conocen entre sí. ¡Nunca sabrán que la misma mujer los amó, ni que, como yo, tampoco estuvieron a la altura de ella, mi pobre Emma!”

     El final de esta historia, de por si triste, lo fue aún más;  pues luego de una semana, Carlos deambulaba solitario cuando, un dolor se le enquistó en el pecho. Carlos dijo, “¡Ayyy…mi corazón, es mi corazón que falla…!” Una semana después, del funeral, Carlos fue víctima de un infarto. Un transeúnte gritó al verlo tirado en el piso, “¡Miren!¡Auxiliémoslo!¡Pobre hombre…!” Un hombre lo revisó, y dijo, “¡Muerto!” Otro hombre revisó sus identificaciones y dijo, “Según los documentos, se llamaba Carlos Bovary, de profesión médico.”

    La niña quedó a cargo de los padres de Carlos Bovary. Y tal vez en el más allá, Madame Bovary y su esposo hayan logrado unirse por fin.

Tomado de, Novelas Inmortales, Año XI!, No. 605, junio 21 de 1989. Guión: Raúl Prieto Cab. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: Jose Escobar.