Club de Pensadores Universales

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lunes, 5 de mayo de 2014

El Brazo Marchito de Thomas Hardy

     Thomas Hardy nació en Higher Bockhampton, Stinsford, cerca de Dorchester, el 2 de junio de 1840, y murió en Max Gate, el 11 de enero de 1928, novelista y poeta inglés, superador del naturalismo de su tiempo.

Biografía

Años de Formación (1840-1870)

     Su padre, Thomas Hardy, era un constructor de Higher Bockhampton, localidad inglesa cercana a Dorchester, y su madre, Jemima Hand, trabajó como cocinera y sirvienta. Ambos contrajeron matrimonio en Melbury Osmund, el 22 de diciembre de 1839.
     El novelista, nacido el 2 de junio de 1840, fue el primogénito de la pareja. Su madre, una mujer cultivada, le procuró varias lecturas, como la traducción inglesa de Dryden de las obras completas de Virgilio, y el Rasselas de Samuel Johnson, que leyó con solo ocho años. De 1848 a 1856 asistió a la escuela local en Bockhampton, donde aprendió latín, francés y alemán.
     A los 16 años, en 1856, comenzó su aprendizaje en Dorchester junto al arquitecto y restaurador local James Hicks, a cuyas órdenes trabajó hasta el año 1861. Durante esta etapa estudió a los trágicos griegos, bajo la tutela de Horace Moule. En 1859, leyó, El Origen de las Especies de Charles Darwin. Ese mismo año escribió su primer poema, Domicilium.
     En 1862 se trasladó a Londres como ayudante del arquitecto eclesiástico Arthur Blomfield, especialista en restauraciones de iglesias y constructor de otras nuevas en estilo neogótico. Asistió al teatro y la ópera y visitó casi diariamente la National Gallery.

     En esta etapa leyó a Herbert Spencer, Huxley, John Stuart Mill y los poetas románticos y postrománticos Shelley, Scott, Browning y Swinburne. En 1865 publicó su primer artículo titulado, How I Built Myself a House. Envió varios de sus poemas a periódicos, pero fueron rechazados.

     En 1867 regresó a Dorchester para trabajar con Hicks, y continuará en la construcción a pesar de su mala salud. . Ese mismo año comenzó su primera novela, hoy perdida, que llevaba el título de, The Poor Man and the Lady. Es posible que en este año mantuviera un romance con su prima Tryphena Sparks, modelo de sus personajes Fancy Day y Sue Bridehead. En 1868 concluyó, The Poor Man and the Lady, pero desestimó publicarla siguiendo los consejos de George Meredith. Tras la muerte de Hicks, se trasladó a Weymouth para trabajar con su sucesor, Crickmay. En 1870 Crickmay envió a Hardy a St. Juliot, en Cornualles, para planear la restauración de la iglesia. Allí conoció a su futura esposa, Emma Lavinia Gifford, la cuñada del párroco.



Desarróllo de su Obra Narrativa (1871-1897)


     En 1871 publicó su novela, Remedios Desesperados, que había comenzado a escribir dos años antes. A ella siguieron, Bajo el Árbol del Bosque (1872), Unos Ojos Azules (1873) y Lejos del Mundanal Ruido (1874). Esta última, que había aparecido previamente como folletín en un periódico, alcanzó un éxito considerable. Contrajo matrimonio ese año con Emma Lavinia Gifford en Paddington y, alentado por ella, abandonó la arquitectura para dedicarse profesionalmente a escribir. Su unión duraría hasta la muerte de ella, en 1912, si bien en los últimos años de distanciaron.

     En 1876, tras varios cambios de residencia, la pareja se instaló en Sturminster Newton. Ese mismo año, Hardy publicó otra novela, The Hand of Ethelberta. En 1878 apareció, El Regreso del Nativo, y Hardy se mudó con su esposa a Upper Tooting. En esa época, su reputación como novelista, y su amistad con el biógrafo Leslie Stephen, le abrieron las puertas de los cenáculos literarios de la capital.



     En 1880 publicó, The Trumpet-Major. Ese mismo año cayó seriamente enfermo, y debió guardar cama durante seis meses, que aprovechó para escribir, The Laodicean, publicada en 1881. En 1883 se trasladó a Dorchester para supervisar la construcción de Max Gate, vivienda proyectada por él mismo, y a la que se trasladó con su esposa en 1885.

     En los ochenta Hardy gozó de bastante prestigio y éxito económico, y conoció en Londres a personajes como Matthew Arnold, Henry James, Tennyson y Robert Browning. En 1886 apareció,  El Alcalde de Casterbridge y al año siguiente, Los Habitantes del Bosque, ambas de gran interés.

     En la primavera de 1887, viajó a Italia, donde visitó Génova, Pisa, Florencia, Roma, Venecia y Milán; en 1887 y, en 1888, a París. Ese año publicó su primera colección de relatos breves, Wessex Tales, género en el que volcaría de ahora en adelante.



     En 1891 aparecieron dos nuevas novelas suyas, Tess de d'Urbervilles y A Group of Noble Dames. En 1892 falleció el padre del novelista. Durante los noventa viajó también a Dublín en 1893 y a Bruselas y Waterloo en 1896 para ambientar su poema sobre las guerras napoleónicas, The Dynasts.

     En 1895 apareció una de sus novelas más importantes, Jude el Oscuro. Tras su publicación, recibió duras críticas por ser considerada inmoral (algún crítico habló absurdamente de “Jude el Obsceno”). Por ello, Hardy tomó la resolución de no escribir más novelas, y dedicarse en exclusiva a la poesía. No obstante, publicó aún una novela que tuvo gran resonancia: La Bienamada (escrita diez años antes) en 1897. Ese mismo año hizo un viaje a Suiza.



     Su, Lejos del Mundanal Ruido fue adaptada al cine en 1967; también fue llevada al cine su novela, Tess, de Urberville por Polanski en 1979. La novela "Jude el Oscuro" fue llevada al cine en 1996, con el título de "Jude," siendo dirigida por Michael Winterbottom.



Regreso a la Poesía. Años finales (1898-1928)


     Cansado de que los críticos le reconviniesen por los temas incisivos de sus libros, Hardy se consagró, tras publicar, Jude el Oscuro, a la poesía.

     El primer libro de versos de Hardy, Poemas de Wessex, apareció en 1898, cuando el autor contaba 58 años de edad. En 1902 publicó, Poemas del Pasado y del Presente. Esa fecha comenzó la redacción de su obra más ambiciosa, The Dynasts, cuya primera parte (de tres) vio la luz en 1904, año en que falleció la madre del poeta. Las dos partes siguientes aparecieron, respectivamente, en 1906 y 1908. En 1909 publicó un nuevo libro de poemas, Risas del Tiempo. En el año 1910 el rey Eduardo VII le concedió la Orden del Mérito.

     Su esposa, con la que había compartido su vida durante tres décadas, murió repentinamente en noviembre de 1912. Hardy escribió sobre su historia de amor uno de sus mejores libros poéticos, Lo Que Queda de Una Vieja Llama. En 1913, el poeta realizó un peregrinaje sentimental a St. Juliot, donde había conocido a su esposa, y a Plymouth, donde ella había nacido.


     En febrero de 1914 se casó por segunda vez, ahora con Florence Emily Dugdale, que había sido su secretaria. Thomas Hardy publicó un total de catorce novelas. Recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Cambridge en 1913, y en 1920 de la de Oxford. En 1914 publicó otro libro de poesía, Sátiras de Circunstancias. En 1923 dio a la imprenta una obra de teatro en verso, The Famous Tragedy of the Queen of Cornwall y, en 1925, Fantasías Humanas, la última colección de poemas que publicó en vida.

Síntesis Final

     Por esta época comenzó a redactar su autobiografía, que aparecería póstumamente, en 1928, y de la que se sospecha que fuera en realidad escrita, al menos en parte, por su viuda, Florence Emily Dugdale.
     Su biografía, en gran medida escrita por él mismo pues, apareció bajo el nombre de su segunda esposa en dos volúmenes desde 1928–30, como The Early Life of Thomas Hardy, 1840–91 y The Later Years of Thomas Hardy, 1892–1928; hoy están publicadas en una edición crítica de un solo volumen como The Life and Work of Thomas Hardy, editada por Michael Millgate (1984).
     Falleció en su residencia de Max Gate, en 1928, y recibió sepultura en el llamado Rincón de los Poetas (Poets' Corner), en la abadía de Westminster, pero su corazón fue enterrado en la tumba de su primera esposa, en Stinsford, muy cerca de donde yacen también los padres del autor.
Obra
     A pesar de que publicó su primer libro pasada la treintena, Hardy no fue en realidad un escritor tardío. Su primera vocación fue la poesía lírica. Tras fracasar en sus intentos de publicar poemas, probó fortuna con la novela, aunque despreciaba el género a causa de su carácter excesivamente comercial y ostentoso. La narrativa de Hardy obtuvo cierto éxito, si bien la crítica se encarnizó con él, por la ideología materialista, naturalista y pesimista implícita en sus tristísimas y deprimentes últimas novelas. Desde 1895 abandonó definitivamente la novela para dedicarse con tenacidad al desarrollo de su interesante obra lírica.

Novelas


     La acción de todas sus novelas se desarrolla en el campo inglés, en una región bautizada por el novelista como Wessex y que es en realidad su Dorset natal. Cada ciudad de Wessex tiene su equivalencia real en la toponimia de Dorset; así, Oxford recibe en las novelas de Hardy el simbólico nombre de Christminster. En este mundo se producen todos los acontecimientos de sus obras, si bien la obra de Hardy desborda todo posible costumbrismo en tanto que ese paisaje resulta simbólico de un pensamiento muy definido. Utiliza el dialecto de Dorset como ejemplo de inglés antiguo y noble en trance de desaparición por el destino de la modernidad.

La cosmovisión de Hardy es atea y de un radical y obsesivo pesimismo, de invasora negrura. Sus personajes luchan una y otra vez contra un destino hostil; las mediatizaciones sociales y morales les extravían irremediablemente y, aunque hacen lo que pueden por sobrevivir, se ven envueltos en el ciego determinismo de un universo dominado por la selección natural de Charles Darwin y la social de Herbert Spencer y por la filosofía pesimista de Arthur Schopenhauer

     El destino de los personajes se ve, sin embargo, alterado a veces por una suerte momentánea que simula una ironía, puesto que funciona de anticlímax para una hecatombe dramática en la que la voluntad humana resulta vencida al cabo por una necesidad implacable. Hay intensas descripciones de los campos, montañas, estaciones y clima de Wessex, que reflejan como un espejo el interior sombrío de unos personajes sumidos en la desdicha.(Wikipedia)
Los Cuentos de Wessex
     Los Cuentos de Wessex es una colección de cuentos de 1888 escrito por Thomas Hardy, muchos de los cuales se establecen antes del nacimiento de Hardy en 1840.
     A través de ellos, Thomas Hardy habla sobre el matrimonio del siglo XIX, la gramática, la pertenencia de clase, cómo eran vistos los hombres y las mujeres, las enfermedades médicas y más.
En 1888,Los Cuentos de Wessex contenían sólo cinco relatos: “Los Tres Extraños,” “El Brazo Marchito,” “Conciudadanos,” “Intrusos en el Knap,” y “El Predicador Distraído,” todos ellos publicados por primera vez en publicaciones  periódicas.
     Para la  reimpresión de 1896, Hardy añadió: “Una Mujer Imaginativa,” pero en 1912  trasladó este cuento a otra colección, “Pequeñas Ironías de la Vida,” mientras que al mismo tiempo transfirió dos historias, “Una Tradición de Mil Ochocientos Cuatro” y “El Melancólico Húsar de la Legión Alemana,” de “Pequeñas Ironías de la Vida” a “Cuentos de Wessex”(Wikipedia).
El Brazo Marchito
de Thomas Hardy
      El pueblo de Homstoke, al sur de Inglaterra, era típicamente lechero. Allí preparaban los mejores quesos y deliciosa mantequilla. Esa tarde de 1980, en una de las tantas granjas del lugar, se encontraba trabajando un grupo de ordeñadoras. Una de ellas dijo a la otra, mientras ambas ordeñaban, “Oí decir que el señor Albert Lodge llega mañana con su esposa.” La otra mujer dijo, “¿Cómo será ella?” Su compañera le dijo, “Según escuché muy bonita y mucho más joven que él.” La otra mujer contestó, “El señor Lodge tiene 40 años…ella creo que apenas 20.” Ambas miraron hacia otra compañera que se encontraba como ellas ordeñando a otra vaca. Una de ellas dijo, “Va a ser duro para Rhoda.” La compañera le contestó, “Ni dudarlo. Desde que se supo que él se había casado, está más callada que de costumbre.” Una tercera compañera se les unió y dijo, “Mírenla. Pareciera que no escucha ni le importa lo que sucede a su alrededor.” Otra de ellas contestó, “¡Pobre Rhoda! Aunque ella es la única culpable. Jamás un señor se casa con una servidora.”
     La aludida, sin siquiera mirar a sus compañeras, salió del establo. Una de las ordeñadoras dijo al verla salir, “¡Cómo ha cambiado! Era tan hermosa…Tiene 30 años pero parece mayor.” Otra ordeñadora dijo, “Era considerada la moza más bella del pueblo y los alrededores. No es ni la sombra de lo que fue.” Rhoda entregó la leche y luego se reunió con un muchachito que la aguardaba, a quien le dijo, “Acabo de escuchar, mientras ordeñaba, que tu padre llega mañana con su esposa.” El niño dijo, “Entonces es verdad que se casó.”  Ella le dijo, “Y dicen que la mujer es joven y bonita. Mañana te enviaré al mercado a comprar algunas cosas.” La mujer agregó, “Los encontrarás en el camino. Quiero que te fijes bien en ella, para que me cuentes cómo es.” El niño dijo, “Así lo haré madre.” La mujer le dijo, “Quiero saber si es rubia o morena, alta o baja, si tiene aspecto de haber trabajado para ganarse la vida, o es una niña rica que no ha hecho nunca nada.” El niño dijo, “Todo te lo diré madre.”
     Cuando ambos llegaron a un humilde casa de madera, la mujer dijo, “Voy a preparar una sopa de col con chorizo. Prende el fogón Charles.” Mientras Rhoda cocinaba, una idea no se apartaba de su mente, “Se casa…algún día tenía que ser…no es justo, yo debería ser su esposa. Soy la madre de su hijo, todo el mundo lo sabe. Charles es mío y de él. No lo puede negar.” Después de cenar, el niño se fue a dormir, pero Rhoda se quedó frente al fogón, pensando, “Yo también fui joven y  todos decían que fui muy hermosa. ¡Cuántos hombres pretendieron mi amor! Y a todos lo rechacé por él. ¡Cuánto, cuanto lo amaba!”
     Sus pensamientos retrocedieron junto a la época en que conoció a Albert Lodge. Mientras Rhoda cortaba manzanas, escuchó el retumbar de un caballo. Era un hombre a caballo. Entonces preguntó a su compañera de labores, “¿Quién es?” Ella le dijo, “El hijo del patrón. Ha estado en Londres durante mucho tiempo. Ahora regresa para hacerse cargo de las propiedades de su padre.” Rhoda dijo, “Es muy apuesto.” Ella le dijo, “Lo mismo piensan todas. Claro, tú no lo conocías porque hace solo un año que llegaste al pueblo.” En los días siguientes, Rhoda vio varias veces a Albert y cada vez sentía una punzada en el corazón, pensando, “Soy una tonta. Jamás se fijará en mí. Es el hijo del hombre más rico de este pueblo y sus alrededores. Yo soy una de las tantas servidoras que trabajan aquí. Las hijas de todos los granjeros deben estar esperanzadas en pescarlo.” Pero Rhoda no había pasado desapercibida al joven apuesto, quien pensaba al verla, “Es una moza muy bella. Tiene unos labios que piden ser besados y yo deseo hacerlo.” 
     Una tarde, ambos se conocieron.  Mientras ella trabajaba, Albert llegó y le dijo, “Tú eres Rhoda, ¿verdad?” Ella le dijo, “Sí…sí señor…” Albert tomó su cesto de manzanas y le dijo, “Permíteme que te ayude.” Ella le dijo, “¡Oh, no! Usted es el patrón. Yo estoy acostumbrada…” Él le dijo, “Eres demasiado hermosa para hacer estas labores. Te ves cansada. Siéntate y charlemos un poco.” Ella dijo, “Pero…” Albert dijo, “Vamos, haz lo que te digo. Hace mucho que deseo hablarte. Desde que llegue me fijé en ti.” Rhoda dijo, “¡Señor qué cosas dice!¡Yo no soy digna de su atención!” Albert dijo, “Rhoda, tu mereces ser una señora con esa cara, ese cuerpo, ninguna otra mujer se te puede comprar.” Rhoda pensó, “¿Estaré soñando o es verdad lo que escucho?”
     Ambos se sentaron bajo un árbol. La emoción, la impresión de escuchar tales palabras de un hombre como ese, no le permitían a Rhoda moverse. Albert dijo, “¿Qué edad tienes, Rhoda?” Rhoda dijo, “Dieciocho años señor.” Albert dijo, “Yo acabo de cumplir 25 y en todo lo que llevo de vida no había conocido a una mujer como tú.” Rhoda dijo, “Pero si usted debe tratar a damas elegantes, educadas.” Albert dijo, “Sí, pero no tiene tu frescura, tu sencillez. Son mujeres artificiales, sin belleza natural.” Albert se sentía realmente entusiasmado con la enorme belleza de Rhoda, y dijo, “Quiero verte mañana. Te estaré esperando junto a la cascada a las cinco. No faltarás, ¿verdad?” Ella dijo, “No sé. Tengo que trabajar. Si no cumplo me veré en problemas.” Albert dijo, “¿Olvidas que yo soy el dueño? Si alguien te llama la atención o te molesta, dímelo.” La tentación era demasiado grande y Rhoda acudió al otro día y a los siguientes. 
     Un día Albert le dijo, “¡Rhoda, me tienes loco! No puedo dejar de pensar en ti ningún segundo.” Ella le dijo, “Señor…” Albert le dijo, “Te he dicho que me llames Albert. A ver, dilo…” Rhoda dijo, “Al…Albert…” Albert dijo, “Ves qué fácil. Dime, ¿No sientes nada por mi?¿No crees que podrías quererme?” Rhoda le dijo, “¡Pero si yo lo amo desde el primer día que lo vi! Yo…sé que no debo, pero ¿cómo evitarlo?” Albert la tomó de la cintura y le dijo, “Rhoda, me has embrujado. Te necesito como el agua, el aire…” Sin poder contenerse más, la tomó en sus brazos besándola con desesperación. Ella sorprendida quedo un momento estática, pero luego respondió con una pasión avasalladora. Y allí, junto al rio, la joven entrego lo que se había prometido dar solo al que fuera su esposo.
     Cayó la tarde. Junto con las sombras volvió la calma a los ardientes espíritus. Albert dijo, “Rhoda, me has hecho el hombre más feliz del mundo.” Rhoda dijo, “Yo…me siento mal…no debí…” Albert dijo, “No tienes de que arrepentirte. Tú y yo nos queremos. ¿O ya no me amas?” Rhoda dijo, “Más que a mi vida, pero no está bien lo que hicimos…” Albert dijo, “¿Por qué? Consumamos un amor que a ambos nos quemaba por dentro.” Rhoda dijo, “Que dirá la gente cuando se entere? Tú estás a salvo, eres el patrón, pero yo…Ya me imagino lo que dirán de mí. Moriré de vergüenza.” Albert dijo, “Nadie habla nada porque no se enterarán. Solo tú y yo lo sabemos.” Rhoda dijo, “Ya jamás me podre casar con nadie. Solo contigo y tú…¿Estás dispuesto a hacerme tu esposa?” Albert dijo, “Ya hablaremos de ello. Ahora solo piensa en lo mucho que nos queremos y en la felicidad de volver a estar juntos.”
     Durante varios meses se vieron a escondidas. Mientras el amor de ella aumentaba, la pasión de él declinaba rápidamente. Un día ella le dijo, “Te aguardé toda la semana y no viniste. ¡Ay Albert no puedo vivir sin ti!¿Porqué me dejas esperándote?” Albert le dijo, “Tengo muchas cosas que hacer. Cada día mi padre me da mayores responsabilidades.” Rhoda le dijo, “Últimamente siempre estas ocupado y anoche me entere de que fuiste de cacería con tus amigos.” Albert dijo, “Rhoda, no me gusta que me espíes, ni menos que me presiones. Tampoco me parece que vayas a la casa y pidas hablar conmigo.” Rhoda dijo, “Es que necesitaba decirte algo urgente, y como no habías venido…” Albert le dijo, “¡No vuelvas a hacerlo! La gente puede pensar que entre tú y yo hay algo más que la relación de patrón y servidora.” Ella dijo, “¿Y acaso no es así?” 
     Albert dijo, “Ya te advertí que eso es algo que debe quedar entre tú y yo nada más. Ahora dime, ¿que es eso tan urgente que tenias que comunicarme?” Rhoda dijo, “Estoy esperando un hijo.” Albert dijo, “¿Quéee?” Rhoda dijo, “Vamos a ser padres, Albert, tienes que casarte conmigo.” Albert dijo, “¡Estás loca! ¡Eso es imposible! Yo no puedo casarme con una mujer como tú. Mi padre se moriría de pesar. Él está enfermo y no le daré un disgusto semejante.” Rhoda dijo, “Albert, ¿Qué voy a hacer? Me deshonraste y ahora no quieres cumplir con tus promesas.” Albert dijo, “Exageras. Yo nunca te ofrecí matrimonio. No eres la primera mujer, ni serás la última, que tendrá un hijo sin casarse. Cuídate mucho de no mézclame en este asunto. Lo único que hare por ti es darte algún dinero. Unas cien libras...” Rhoda dijo, “¡No las quiero!” Albert dijo, “¿Qué dices?” Rhoda dijo, “¡Que no necesito tu dinero sino un padre para mi hijo! Yo puedo trabajar y mantenerlo.” Albert dijo, “Si quieres hacerte la digna, no te lo impediré. Pero no te vuelvas a acercar a mí.” Rhoda dijo, “Puede estar tranquilo, señor Lodge, no volveré a mirarlo ni diré nada, pero a pesar de eso todo el mundo lo sabrá.” 
     Albert la tomó del brazo y le dijo, “¿Me estas amenazando?” Ella le dijo, “No, simplemente presiento que así será.” Albert le dijo, “No quieras pasarte de lista. Recuerda que soy un hombre rico y tengo poder en el pueblo.” Ella le dijo, “Si, lo sé. Es usted dueño de todo, hasta de la honra de las mujeres…” La joven se marchó sin volver ni una vez la cabeza. Albert pensó, “Diablo de mujer. Primero me provoca, luego se entrega a mí, y ahora quiere atarme con el cuento de un hijo. Lo último en que he pensado es en casarme y, de hacerlo alguna vez no sería jamás con ella.”
     Al día siguiente, mientras las jornaleras cortaban manzanas, una de ellas dijo, “¿Ya saben que Rhoda se fue a trabajar a otro lugar?” La otra contestó, “Sí, se empleó de ordeñadora en la granja del señor Colbert.” No tardó en mostrarse el embarazo de la joven y empezaron los comentarios: “Rhoda está esperando un hijo. ¿Quién será el padre?” Otra contestó, “Tan remilgosa que se mostraba y mírenla.” Una de ellas dijo, “Un día yo la vi platicando  con el señor Lodge, cerca del rio.” Otra dijo, “Él debe ser el padre. Mientras trabajó en la granja, se mostró muy considerado a ella.” Todas eran especulaciones porque a ella no pudieron sacarle una palabra. Mientras ordeñaban, una le dijo, “¿Quién es el padre de tu hijo? Deberías obligarlo a casarse contigo.” Rhoda les dijo, “Ese es asunto mío. Nadie tiene que meterse en mi vida. ¡Déjenme tranquila!”
     Transcurrieron los nueves meses y Rhoda dió a luz un robusto niño. Mientras lo cargaba en sus brazos, Rhoda le dijo, “Te llamarás Charles, como mi padre. Hijo, yo se que tú, sin decir nada, gritarás la verdad al mundo.” Y no se equivocaba porque a medida que la criatura crecía, y la veían pasar con su hijo, dos mujeres murmuraban. Una de ellas decía,“¿A quién te recuerda el hijo de Rhoda?” La otra contestaba, “Por supuesto que al señor Lodge. Es su vivo retrato.” La primera dijo, “Siempre lo sospeché. Tanto que ella guardó el secreto y ahora todos lo saben.” La segunda dijo, “Algo grande sucedió entre ellos.” La primera dijo, “Lo que pasa es que cuando él consiguió lo que quería, ella ya no le interesó.” La segunda dijo, “Rhoda fue una tonta. Seguro imaginó que el señor Lodge se casaría con ella.” Estos comentarios se hacían lo suficientemente altos como para que Rhoda los escuchara, pero ella permanecía impasible. Y mientras una mujer decía, “¡Qué bonito niño! Claro que tiene a quien salir. Su padre es…” Rhoda interrumpía diciendo, “¡Charles, ven acá! Tenemos que regresar a casa, hijo.”
     Con el páso de los años, la belleza  de Rhoda que tanto había cautivado a tantos, fue desapareciendo. Dos mujeres murmuraban al ver pasar a Rhoda. Un día, una de ellas dijo a su compañera, “¡Pobre Rhoda, cómo ha cambiado! Tiene apenas 25 años y representa muchos más.” La otra dijo, “No es ni la sombra de lo que fue.” Los ojos de Rhoda habían perdido el brillo, su cutis la lozanía, y su cara reflejaba amargura y tristeza. Mientras Rhoda caminaba, dos amigas la veían, y una de ellas decía, “Jamás platica ni se ríe. Parece que lo único que le importa en el mundo es su hijo.” La otra dijo, “A mí me da lástima pensar que pudo haberse casado con un buen hombre.”
     Así transcurrió el tiempo. Rhoda jamás volvió a hablar con Albert y éste actuaba como si ella y su hijo no existieran. Y ahora él se había casado y llevaba a su esposa a vivir al pueblo. Rhoda pensaba, “Algún día tenía que suceder. No debería importarme pero me importa y me duele. Todo lo que a mí me negó se lo dará a ella. Yo pude tener una familia, un marido y todo lo perdí por él.” Su rostro, más que tristeza expresaba odio, frustración, y pensaba, “Su esposa tendrá hijos que llevaran su nombre. Heredaran su fortuna, sus posesiones y el mío nada. Mi pobre Charles sabe, como todos, que él es su padre. ¿Para qué se lo iba a ocultar? Fue mejor decirle la verdad. Si no se lo hubiera dicho yo, otro lo habría hecho. Era preferible que lo supiera por mí. Sé que como yo, está resentido por la indiferencia que le demuestra el hombre que le dio la vida. Jamás ha tenido un gesto amable con él. Lo ignora como si no existiera. ¡Tú y tu mujer pagarán por esto Albert!”
     Casi toda la noche Rhoda estuvo recordando su amargura. Al día siguiente, Rhoda le dijo a su hijo, “Ve y fíjate bien en ella. Si puedes observa sus manos. Quiero saber si son de leche como las mías.” Dos horas después el muchacho aguardaba al pie de una cuesta, sentado bajo un árbol, pensando, “Cuando aparezca la calesa me pondré a su lado. Aquí, por la subida, los caballos tienen que ir al paso. Veré bien a la mujer.” No pasó mucho tiempo cuando Charles la divisó, y pensó, “Allá viene. Es el momento de cargar mi canasto y ponerme a caminar.” Cuando la calesa empezó a subir la cuesta, Charles caminó a su lado, pensando, “Es muy joven y realmente hermosa. Se viste muy elegante.” Charles la miraba de lleno sin el menor disimulo. Charles pensaba al ver a su esposo, “Él está molesto porque camíno junto al coche, pero no se atreve a decirme nada.” Efectivamente, Albert apenas podía disimular su desagrádo pero se contuvo. Charles pensó, Ésta mujer jamás ha trabajado. Se nota que es toda una dama adinerada.” Por fin llegaron a la cima de la cuesta y el caballo empezó a trotar. La mujer dijo, “Que forma de mirarme la de ese muchacho. Imaíno que es del pueblo.” Albert dijo, “Del vecindario, por lo menos. No te extrañe que te observen, mi preciosa Susan. Todos desearán conocerte. Tendrás que acostumbrarte a la idea de que eres la mujer más importante de este lugar por lo que atraerás la curiosidad.” Susan dijo, “Sí. Así tiene que ser…pero, algo extraño en ese muchacho atrajo mi atención…no sé qué…” Albert dijo, “Olvídalo. Piensa solo que nos falta una milla y estarás en tu nuevo hogar.” Susan dijo, “Querido, me siento tan feliz. Aún me parece mentira que soy tu esposa.”
     Esa tarde, cuando Rhoda regresó a su casa, encontró a Charles comiendo pan en el comedor, y le dijo, “¿La viste?” Charles dijo, “Sí, con toda claridad. Es joven, muy hermosa, de cabello claro. Parece una muñeca de porcelana. Tiene los ojos azules, los labios muy rojos y al reír, muestra unos dientes blancos y parejos.” Rhoda le dijo, “¿Cómo iba vestida?” Charles dijo, “Con un traje color rosa y sombrero blanco. Llevaba guantes. El señor Lodge parecía muy satisfecho y orgulloso.” Rhoda dijo, “¡Basta, no quiero saber más! Voy a preparar la cena. Estoy muy cansada y quiero acostarme después.” Los días siguientes, mientras Rhoda trabajaba ordeñando, tuvo que escuchar los comentarios que todas hacían sobre la recién llegada: “Es muy amable y tan bonita.” “Se nota que es una gran dama. ¿Se han fijado en sus manos? Parecen de seda.” Por la descripción que le diera su hijo, y lo dicho por las otras lecheras, Rhoda se formó una imagen exacta de Susan Lodge, y pensó, “Es de estatura media. Su cutis es de terciopelo. Sus ojos son grandes y azules.” Sin haberla visto nunca, podía contemplarla en su imaginación como si la conociera. Rhoda pensaba, “Usa trajes de colores claros. Su pelo reluce con destellos de oro.”
     Una noche que Rhoda se quedó frente al fogón, viendo con los ojos de la mente, una y otra vez, a su odiada rival, pensó, “Es mejor que me vaya a dormir. Ya son más de las doce. ¡Ya no quiero pensar en ella!” Apenas se acostó, Rhoda vio a una mujer de pie a un lado de su cama, y dijo, “¡Eh!¿Qué hace usted aquí? ¡No tiene derecho a entrar a mi casa…!” La mujer trató de tomarla del cuello. Rhoda gritó, “¡Nooo!¡Déjeme!” Antes de que pudiera reaccionar, sintió en su cuello las manos como tenazas.  Rhoda gritó, “¡Agghhh!¡Basta!¡Suélteme!” Rhoda desesperada luchó con todas sus fuerzas, pues estaba a punto de asfixiarse. Rhoda empezó a torcer la mano de su enemiga, quien gritó, “¡Nooo!” Rhoda le dijo, “¡Te maldigo!¡Te odio!¡El resto de tu vida te arrepentirás de esto!¡Te dejare marcada para siempre!¡Nunca serás feliz!” Al grito de su enemiga, Rhoda despertó, pensando, “Era un sueño, pero, ¿Porqué siento la garganta adolorida y me parece que aún estoy apretando el brazo?”
     Rhoda no consiguió volver a dormir, y al día siguiente, al desayunar, Charles le dijo, “Madre, ¿Qué te sucedió anoche? Oí mucho ruido en tu cuarto, tanto que me desperté. Justo en ese momento el reloj daba las dos.” Rhoda le dijo, “Seguro soñaste Charles. Yo me acosté y me dormí. No sucedió nada anormal.” Rhoda prefirió no continuar con el tema, y a media mañana, mientras barría, vio por la ventana a una cales que se aproximaba, y le dijo a Charles, “¡No es posible! ¿Qué viene a hacer aquí?” Charles dijo, “¿A qué te refieres madre?” Como no recibiera respuesta, Charles se acercó a la ventana y observó, diciendo, “¡Ahhh!¡Es la señora Lodge! Ayer me dijo que vendría.” Rhoda le dijo, “¿Has hablado con ella? Te he dicho ml veces que no te acerques a esa casa ni platiques con la gente de allí.” Charles le dijo, “La encontré en el pueblo y ella me detuvo. Me pregunto s era yo el muchacho que la observó el día de su llegada. Luego se fijo en mis botas y dijo que me daría unas nuevas. Regala cosas a todos los pobres.” 
     Rhoda pensó al mirar por la ventana, “Es tal como la vi en mi sueño. Si no la conocia, ¿Cómo puede ser posible esto? Desearía escapar.” Sonaron unos golpecitos en la puerta y Charles se apresuró a abrir. Susan dijo, “Temía haberme equivocado de casa, ¿Puedo pasar?” Su figura, sus gestos eran los del fantasma. Pero su voz era dulce, su mirada suave, su sonrisa cautivadora. Susan dijo, “Buenos días señora. He traído unas botas para su hijo y algunas cosas para usted.” Rhoda pensó, “Qué agradable es. De toda su persona emana una atracción irresistible.” Susan extendió las botas a Charles y le dijo, “Toma, espero que te queden bien.” Charles las tomó, y dijo, “Muchas gracias señora.” Susan se sentó y dijo, “Su hijo es un muchacho muy simpático y apuesto.” Rhoda pensó, “Es una joven bondadosa y amble. No merece mi maldición. Ella nada me ha hecho.”
     Cuando Susan abandonó la casa, pareció como si la luz se hubiera apagado. Charly dijo, “¿Verdad que es una señora hermosa y agradable, madre?” Rhoda dijo, “Sí, aunque uno no quiera, no se puede evitar sentir simpatía por ella.” Dos semanas después, Susan llegó de nuevo a la casa de Rhoda, y dijo, “Buenas tardes. Acostúmbro caminar mucho y al pasar cerca de aquí. Decidí pasar a saludarla.” Rhoda dijo, “Pase, ¿Quiere una taza de té?” Susan aceptó, y poco después, ambas se sentaron a la mesa del comedor, y entonces Susan dijo, “¿Se encuentra bien? La nóto algo demacrada” Rhoda dijo, “Gracias por su preocupación. Estoy perfectamente, solo algo cansada, cuando se tiene que trabajar para poder vivir…” Ambas platicaron de cosas sin importancia, y cuando Susan se disponía a marcharse, Rhoda le dijo, “Espero que el clima de por aquí le siente bien. Generalmente es bastante húmedo y en invierno hace mucho frio.” Susan le dijo, “No creo tener problemas. Mi salud siempre ha sido magnifica, aunque últimamente tengo un pequeño malestar. No es nada importante, pero no consigo explicarme su causa.” Rhoda dijo, “¿De qué se trata?” La joven Susan descubrió si brazo ante Rhoda quien asombrada lo observó, pensando, “¡No es posible! En él se ven marcas que parecen dedos. Es el mismo que yo apreté en mi sueño.” Rhoda preguntó, “¿Cómo le sucedió eso?” Susan dijo, “No podría decirlo. Una noche que estaba profundamente dormida, soñé que me encontraba en un lugar extraño. De pronto sentí un dolor muy agudo en el brazo, tanto que desperté. Era como si alguien me tuviera agarrada fuertemente.” Rhoda dijo, “¡Oh!¿Y eso cuando fue?” Susan dijo, “Hace exactamente quince días. Recuerdo que en el momento de despertar, el reloj daba las dos de la madrugada.”
     Rhoda quedó petrificada y apenas pudo responder a la despedida de la joven señora. Rhoda se quedo sola pensando, “¿Sera posible que yo posea un poder maligno sobre la gente? Hacer daño con solo desear el mal.” En ese momento acudieron a ella una multitud de recuerdos. Era en una  ocasión cuando Rhoda cargaba a su hijo en la calle y una mujer le dijo, “Rhoda, cuídate de Ágatha. Habla pestes de ti y dice que conquistaste con malas artes al señor Lodge y que él es el padre de Charles.” Rhoda dijo, “Cuando dejará de meterse conmigo, siempre me ha odiado. Ojala que se rompa una pierna por chismosa.” Días después, trabajando en el establo, una de sus compañeras de labor le dijo, “Rhoda, supiste que Ágatha se cayó, y se quebró un pie? Se quedara coja.” Rhoda dijo, “¡Oh, no! ¡No es posible!” En otra ocasión tuvo una discusión con otra de las ordeñadoras. Rhoda le dijo, “No me vuelvas a molestar, Sara, o no respondo de mi.” Sara dijo, “¿Qué me vas a hacer?¿Desear que me rompa una pierna como Ágatha?¡Ja, no te tengo miedo!” En su furia Rhoda hablo casi sin pensar, “¡No, no quiero que quedes coja, pero sí que desaparezcas de aquí! Que no te vuelva a ver.” Una semana después, tres compañeras de labores hablaban entre sí, y una de ellas dijo, “Sara está muy enferma. No va a regresar a trabajar.” Otra sus compañeras le preguntó, “¿Qué tiene?” Ella dijo, “No se sabe. Esta con mucha fiebre. Le duele todo el cuerpo. Tose constantemente. No puede estar de pie ningún minuto.” La otra compañera dijo, “¡Es la maldición de Rhoda!” Nadie pensó en la coincidencia. Desde ese día se tacho de bruja a Rhoda. Una de las mujeres dijo, “Es cierto. Todas escuchamos como le deseó a Sara que no regresara.” Otra dijo, “Hay que tener cuidado con ella. Tiene poderes maléficos.”
     Con el tiempo el asunto se fue olvidando, pero ahora Rhoda lo recordaba claramente, y pensaba, “Desde entonces tuve cuidado al hablar y en lo posible he evitado a la gente. Es cierto que yo sentía odio por ella, que le deseaba lo peor…pero ahora, no. Espero que su brazo pronto esté bien.” Los días del veráno fueron transcurriendo. Rhoda hacía lo posible por evitar un encuentro con Susan Lodge. Pero una tarde no pudo evitarla. Susan le dijo al verla, “¿Qué tal Rhoda? Me da gusto verla.” Rhoda dijo, “A mí también señora…se ve usted muy hermosa con ese vestido.” Susan dijo, “Gracias. Es usted muy amable.”Rhoda dijo, “Espero que su brazo este ya curado…” Susan le dijo, “Pues no, no lo tengo muy bien. Ha empeorado. Hay momentos en que me duele terriblemente.” Rhoda dijo, “En ese caso sería conveniente que fuera al médico, señora.” Susan le dijo, “Ya lo hice. No supo a que se debe mi mal. Me recomendó baños de agua caliente que no han servido para nada.” 
     Rhoda le dijo, “¿Me permite verlo?” Y cuando lo vió, “¡Por todos los santos!¡Es un brazo marchito! Y las marcas de los dedos son muy claras.” Susan dijo, “Verdad que parece como si alguien me hubiera agarrado fuertemente dejando en él sus huellas? Mi marido dice que es como si una bruja o el mismo diablo lo hubieran hecho y al apretarlo lo dejaran podrido.” Rhoda dijo, “Señora, no piense eso. Ya verá como pronto se cura. No se preocupe.” Susan empezó a llorar y dijo, “No lo haría pero tengo la impresión de que a mi marido le cáuso una especie de repulsión. O por lo menos ya no me demuestra el amor de antes. Y yo lo adóro. Los hombres tienen muy en cuenta el aspecto externo.” Rhoda dijo, “Sí, alguno. Quizá él es de esos.” Susan dijo, “Lo es. Cuantas veces me dijo que se sentía orgulloso de mi belleza. Que mi físico era perfecto.” Rhoda le dijo, “Lleve el brazo siempre tapado para que él no lo vea.” Susan dijo, “Lo hago pero él sabe que esta desfigurado. No es preciso que lo esté viendo todo el tiempo.” Rhoda dijo, “Siento mucho lo que le sucede. Créame que deseo de todo corazón que se cure.”
     Rhoda se despidió y se alejó con paso presuroso, pensando, “No debo sentirme culpable. Yo no tuve la intención de hacerle daño. No puede estar así por mi culpa. Dijo que él ya no la quiere como antes, y eso me alegró. No pude evitarlo, pero ella no es mala y está sufriendo. Cuando supe que él se iba a casar, desee cosas horribles a su futura esposa, pedí hacerla sufrir con mis propias manos. Y ahora hasta la consuelo. Es que ella no tiene ninguna culpa. El malvado es él. Solo él debe pagar.”
     Pasó el verano, el otoño y llegó el crudo invierno. Ya todo el pueblo se había dado cuenta de que Susan tenía un problema con el brazo. Dos señoras y un señor platicaban sobre el asunto, y una de ellas decía, “Su brazo no se puede mover, me comentó una sirvienta de la casa, que su brazo es como un palo flaco y seco, algo muy desagradable.” El señor dijo, “¿De qué le habrá venido ese mal?” La otra señora dijo, “Yo no dudaría que Rhoda, de envidia y celos, le haya hecho un maleficio.” La otra señora dijo, “Seguro así fue. Esa mujer es una bruja. Acuérdese de Ágatha y Sara. Rhoda amaba al señor Lodge y quizá aún lo quiere…” El comentario se fue extendiendo hasta llegar a oídos de Rhoda, quien pensó, “Me acusan de algo que si yo provoqué fue en forma involuntaria, pero jamás me creerán.”
     Ese mismo día, Rhoda tomó una determinación, y dijo a su hijo, “Charles, mañana nos marcharemos de este lugar.” Charles dijo, “¡Irnos de aquí!¿Porqué, madre?” Ella dijo, “Porque así lo he decidido y no quiero que lo comentes con nadie, ¿Entendido?” Charles dijo, “Sí…en fin, es mejor. Aquí todos me miran raro.” Al amanecer partieron y solo días más tarde, la gente se dio cuenta de la ausencia de ambos. Dos mujeres le pueblo tomaban el té. Una de ellas dijo, “Se fue. Mejor. Nunca me fue simpática. Hasta le tenía miedo.” La otra mujer dijo, “No era mala persona. Cambió desde que tuvo a su hijo. A mí me daba lástima.”
     Al igual que todo el pueblo, Susana no tardó en enterarse, y dijo a su sirvienta, “¿Porqué se habrá marchado? Y así, tan pronto, y sin despedirse de nadie.” La sirvienta le dijo, “Señora, esa mujer esa peligrosa. Usted más que nadie debería estar contenta de que se fuera.” Susan dijo, “¿Yo?¿Porqué? Había algo en ella que me hacia querer ayudarle al igual que a su hijo.” La sirvienta dijo, “¡Ah, señora, qué buena es usted! En cambio Rhoda la odiaba. Ni lo dude.” Susan dijo, “Te equivocas Melania. Siempre que hable con ella se mostro amable. Jamás fue desagradable conmigo.” Melania dijo, “Pura hipocresía, ¿Cómo podría estimarla usted si Charles es el hijo del señor Lodge?” Susan dijo, “¿Qué dices?” Melania dijo, “Lo que escuchó. Rhoda era bellísima. Creyó que podía embaucar al señor. No le importó embarazarse tratando de conseguir sus fines.” Susan dijo, “Ahora comprendo porque algo en el muchacho me parecía familiar. ¡Qué tonta he sido! Cómo no me di cuenta antes.” Melania dijo, “Supimos quien era el padre de Charles porque cuando pequeño era el vivo retrato del señor. Luego fue cambiando un poco.” Susan dijo, “Melania, no quiero volver a escuchar una palabra sobre este asunto. Pertenece al pasado y allí debe quedar.” Melania dijo, “Como usted diga, señora.”
     Trascurrió el tiempo. Seis largos años durante los cuales el matrimonio Lodge cayó en la rutina por no decir en la indiferencia. Un día, Susan pensó, “Es horrible. Hasta a mi me da horror mirar mi brazo. ¿Qué hice para merecer este castigo? Albert cada día se aleja más de mí y no puedo culparlo. Si pudiera volver a ser la misma de cuando nos conocimos.” Por su parte, Albert se veía constantemente silencioso y abatido. Un día que iba a caballo por el monte, Albert pensó, “La mujer de la que me enamore, perfecta belleza y sentido del humor ya no existe. Su alegría ha desaparecido. Siempre esta irritable. Dedica todo su tiempo a tratar de curar a ese espantoso brazo. Ni siquiera ha podido darme un hijo. No habrá un heredero para mi apellido y mi fortuna. Yo seré el último sobreviviente de una familia que ha ocupado estas tierras, durante más de doscientos años. Esto debe ser un castigo del cielo por lo que le hice a Rhoda. ¿Qué habrá sido de ella y de mi hijo?”
     Susan no aceptaba su desgracia pues sabía que Albert se alejaba cada día mas, y pensaba, “Me hablaron de un hechicero que es capaz de curar todos los males. Voy a ir a verle. Él tiene que ayudarme.” Ese mismo día, Susan se dirigió al bosque, y el hombre salió de su humilde cabaña, diciendo, “¿Qué busca aquí, hermosa señora?” Susan dijo, “Necesito su ayuda. Tengo un problema en un brazo, y me he probado todo lo imaginable para curarlo sin el menor resultado.” Susan le explicó lo que sucedía y después de mostrárselo, el hombre dijo, “Señora, esto es obra de un hechizo. No existe ninguna medicina que pueda curarla.” Susan se alarmó y dijo, “¡Por favor no diga eso! Debe haber algo capaz de librarme de este martirio.” El hombre dijo, “Solo una cosa, pero es muy duro llevarlo a cabo, sobre todo para una mujer.” Susan dijo, “¡Dígame qué puedo hacer! Soy capaz de todo, se lo aseguro.” El hombre dijo, “Debe tocar el cuello de un hombre que haya sido ahorcado.” Susan se sobresaltó, pero de inmediato recobró la compostura. El hombre dijo, “Tiene que ser antes de que el cuerpo se enfríe, justo cuando esté recién descolgado.” Susan dijo, “¿Y eso me curará?” El hombre dijo, “Si. Su sangre será regenerada y su brazo recuperará su lozanía. Todo el que ha usado este recurso lo ha logrado.”
     Susan regresó a su casa, llena de dudas y temores, pensando, “Si es verdad que eso puede sanarme, cómo podre llegar junto a un ahorcado y tocarle el cuello. Las ejecuciones se llevan a cabo en Casterbrige, a quince millas de aquí.” En aquella época se ahorcaba a los infractores de la ley con frecuencia, pero eso no simplificaba las dificultades. Susan pensaba, “¿Cómo obtener autorización para acercarme al ahorcado? Necesitaré la ayuda de alguien. No puedo contar con Albert. Se pondría furioso si le digo lo que pretendo hacer.” Pasaron los meses y aunque la idea no la abandonaba, no se atrevía a llevarla a cabo, y pensaba al verse el brazo, “Cada día es más horrible. Debo decidirme. Lo que empezó con un hechizo desaparecerá con otro.” Susan empezó a hacer averiguaciones sobre posibles ejecuciones, tratando de no llamar la atención. Mientras compraba unas cosas, Susan dialogaba con el hombre del mostrador,  diciendo, “Últimamente no se ha sabido que hayan ahorcado a nadie. Eso significa que ha disminuido la delincuencia en esta zona.” El hombre dijo, “Señora, desgraciadamente no es así. Hace un mes colgaron a un hombre acusado de asesinar a una anciana rica.” Susan pensó, “¡Oh, si me hubiera enterado antes! Tendré que esperar otra oportunidad. Permaneceré atenta a los juicios.”
     Susan hizo sus pesquisas con disimúlo. Pero pasaban los meses y no se sabía de ningún candidato a la horca. Susan pensaba, “Ahora que estoy decidida, no condenan a muerte a ningún delincuente.” Transcurrió el tiempo y ella ansiaba ver morir a un semejante. Susan se arrodillaba ante un altar y pensaba, “Señor, que ahorquen pronto a alguien, sea culpable o inocente.” Su desesperación aumentaba, pues de pronto notó que su esposo cada día se tornaba más taciturno y distante. Susan pensaba al verlo, “Recientemente ha hecho dos viajes fuera del pueblo con  pretextos muy vagos. ¿Estará interesado en otra mujer? Si así fuera, creo que moriría. Lo ámo como el primer día. Casi no me habla. Siempre está pensativo. Cuando me mira, es como si no me viera. Antes siempre me llevaba cuando debía ausentarse, pero ahora parte solo y cuando regresa se ve triste y me ignora.” Así estaban las cosas cuando Susan escuchó una conversación entre dos hombres, estando escondida detrás de un árbol. Uno de los hombres dijo, “¿Ya sabes que la próxima semana van a ahorcar a un muchacho?” El otro hombre dijo, “Sí. En una riña mató a otro. Dicen que fue mala suerte.” El otro hombre dijo, “Peleaban a golpes y uno de ellos cayó golpeándose la cabeza en una piedra, muriendo instantáneamente.” El otro hombre dijo, “Y el otro pagará como si lo hubiera asesinado. Yo iré a ver la ejecución. No me lo perdería por nada.” Susan pensó, “Es mi oportunidad. Tendré que buscar un buen pretexto para ausentarme, sin tener que decirle el motivo  Albert.” Pero la suerte parecía haberse puesto de su parte. A la hora de comer, Albert le dijo, “Susan, tendré que marcharme por unos días, pues debo arreglar un negocio en Anglebury.” Susan le dijo, “¿Cuándo vas a partir?” Albert dijo, “El lunes. Espero estar de regreso el jueves.” Susan pensó, “Justo el tiempo que necesito. El hombre será ahorcado el martes. Yo regresaré el antes.” El lunes Albert partió de madrugada. A media mañana Susan hacía los últimos preparativos para salir. Susan pensaba, “Cuando esté sana le explicaré todo a mi esposo. Estoy segura que comprenderá y me perdonará lo que voy a hacer.”
     Por la tarde, Susan llegó a Casterbrige y se instaló en una posada, pensado, “Lo mejor que puedo hacer es ir a hablar con el verdugo y suplicarle que me permita tocar el cuello del ahorcado.” Después de averiguar quién era, se dirigió a buscarlo. Al encontrarlo, Susan dijo, “Buenas tardes. ¿Es usted Davies?” El hombre dijo, “Así es. ¿Qué desea señora?” Ella dijo, “Quiero hablarle de la ejecución de mañana.” El hombre dijo, “¿Es pariente suyo el condenado?...o quizá fue su criado…Es usted toda una dama para ser pariente de ese muchacho.” Susan dijo, “No, no es nada mío. Ni siquiera lo conozco. ¿A qué hora será la ejecución?” El hombre dijo, “A las doce en punto. Justo cuando llega la diligencia de Londres. Se espera el correo por si hay un indulto.” Susan dijo, “¡Oh no! ¡Confío en que no lo habrá!” El hombre dijo, “A mí tampoco me gustaría, pero la verdad es que si hay alguien que merezca el perdón es el condenado. Tiene apenas 18 años y no quiso matar. Él fue agredido por un grupo de pillos y solo se defendía. Pero no lo perdonaran. Quieren que sirva de ejemplo a otros jóvenes, ¿qué desea usted de él?” Susan dijo, “Solo deseo tocar el cuello para deshacer un encantamiento.” Acto seguido Susan le contó lo que le sucedía y lo que le había dicho el hechicero. El hombre dijo, “Comprendo. No voy a negarme a ayudarla, señora. Claro que permitiré que toque el cadáver. Mañana a las once espére junto a la reja del costado de la cárcel. Yo le abriré antes de ir a ahorcar al preso. Le dejaré aguardando en el cuarto donde llevaran el cuerpo una vez que el muchacho este muerto.” Susan dijo, “Lo recompensaré por este gran favor. ¡No se imagina lo que he sufrido por mi brazo! Esta es mi última esperanza.”
     Al día siguiente, mientras el reo era ahorcado, Susan aguardaba temerosa e impaciente, pensando, “Mi brazo sanará y Albert volverá a quererme. Seremos felices como cuando nos casamos.” Los minutos transcurrían lentamente y de pronto, el hombre entró, diciendo, “Prepárese. Ya lo traen.” Temblorosa se quito el guante y empezó a subir la manga de su vestido, pensando, “A pesar del horror que siento, tengo que hacerlo. No voy a flaquear ahora.” Dos hombres entraron cargando a un cuerpo envuelto en sabanas. Mientras el verdugo los guiaba dijo, “Ya está aquí.” Susan pensó, “Es solo tocar su cuello, nada más que tocarlo.” Cuando el cadáver estuvo sobre la mesa, el verdugo dijo, “Ahora es el momento, ¡Hágalo!” Haciendo un esfuerzo, Susan apoyó su mano en el cuello el muerto, dejando exclamar un gemido de espanto, “¡Aaaahhh!” La regeneración de la sangre de la que le había hablado el hechicero, se había efectuado en el instante. En ese momento se escuchó una voz que gritó, “¡Noooo!” Eran Rhoda y Albert, quien dijo, “¡Maldita sea!¿Qué haces aquí?” Rhoda dijo, “¿Cómo te atreves a venir a interponerte en este momento entre nosotros y nuestro hijo?” Susan volvió su mirada al cuerpo cuya cara estaba cubierta por la sabana, y dijo, “No…no es posible…ese muchacho es…” Rhoda levantó la sabana para descubrir su cara y dijo, “¡Charles!¡Mi hijo y el de Albert! ¡Tú vienes a arrebatarle a la paz de la muerte!” Rhoda se abalanzó contra Susan, diciendo, “¡Maldita! No solo tu brazo volverá a estar marchito, toda te secaras, ¡Te odio, te odio!” Rhoda la tomó de las manos con fuerza. Susan dijo, “¡Perdón…! Yo no sabía…”  Albert dijo, “¡Rhoda, déjala…” Rhoda dijo, “¡Maldita, cien veces maldita!” La pobre Susan cayó desmayada a los pies de su esposo. Rhoda dijo, “¡Pagarás…!” Albert dijo, “¡Basta!¿Es que mi castigo no tendrá fin?”
     Una hora después Susan descansaba en cama agotada, y decía a Albert, “Perdóname…Yo solo quería que mi brazo sanara…no podía saber que…” Albert le dijo, “No sigas, yo soy el único culpable. Rhoda me avisó del problema en que estaba Charles. Por ello me ausenté varias veces de casa. Tenía que acudir al juicio, tratar de conseguir el perdón. Era mi hijo…hoy vine a darle cristiana sepultura…Susan… Él era mi hijo, aunque yo nunca lo traté como tal. Ahora está muerto.” Susan dijo, "Albert te comprendo…mira…mi brazo. Está curado pero ya no podría vivir sabiendo a que se debe.” Susan volvió a perder el conocimiento y ya no lo recuperó. Murió dos días después. Ante su tumba, Albert depositó unas flores pensando, “Fuiste la única mujer que amé de verdad, y mi enorme egoísmo no me permitió hacerte feliz.”
     Hundido por el peso del dolor y el remordimiento, Albert vendió todas sus propiedades y se retiró a una casa solitaria. Mientras miraba con tristeza por la ventana Albert pensó, “Mi único hijo murió ahorcado. Mi Susan de dolor. Yo destruí la vida de Rhoda. Merezco este castigo.” Allí Albert vivió dos años, pues la muerte tuvo piedad de él. Su tumba quedó localizada a un lado de la tumba de Susan. Dos mujeres hablaban en el pueblo. Una de ellas dijo, “El señor Lodge legó toda su fortuna a un reformatorio de muchachos.” Las otra mujer dijo, “Pobre, seguramente lo hizo en memoria  su hijo.” La mujer dijo, “La única condición que puso es que se entregue una cantidad anual a Rhoda, si es que aparece.” La otra mujer dijo, “¿Qué habrá sido de ella? Despareció como si se la hubiera tragado la tierra.”
     Todos pensaron que también había muerto pero un día, el propietario de la tienda de abastos dijo a un hombre y una mujer del pueblo, “¿Ya se enteraron que Rhoda regresó?” El hombre dijo, “Seguramente supo de la herencia y viene a reclamarla.” El propietario dijo, “Se equivoca. No quiso aceptar el dinero.” La mujer dijo, “¡Qué tonta! Podría vivir con alguna comodidad con lo que le dejo el señor Lodge!” Con el páso de los años, Rhoda fue encorvándose. Su pelo volvió blanco, y apenas hablaba lo indispensable. Los que conocían su pasado se preguntaban que lóbregos pensamientos guardaba esa mente arrugada e impasible. ¿Realmente era Rhoda una bruja, o la casualidad había intervenido en su vida?  
Tomado de Novelas Inmortales, Año XVI, No. 776, septiembre 30 de 1992.Guión: Herwigo Comte. Segunda adaptación: José Escobar.