Club de Pensadores Universales

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jueves, 23 de abril de 2020

La Venganza de Una Mujer, de Jules Barbey D'Aurevilly

La Venganza de Una Mujer
     Esa noche, de julio de 1852, Robert Tressignies y sus amigos, habían elegido el cabaret, La Place Royal, para celebrar. Alrededor de una mesa, el grupo de amigos bebía, y uno de ellos levantó su copa, diciendo, "¡Marcel. a tu salud! No se cumplen treinta años todos los días." Marcel levantó su copa, junto con sus compañeros, y dijo, "Yo brindo por ustedes, que ya los han cumplido, o están a punto de hacerlo." Enseguida, Robert dijo, "Un poco de compañía femenina no nos vendría mal, ¿No creen?" Otro contestó, "Estoy de acuerdo. He visto más de una mujer digna de nuestra atención." Marcel dijo, "Miren a las del vestido amarillo. Es increíblemente bella." Robert volteó y dijo, "No parece francesa. Tiene aire de española."
     En ese momento un hombre interrumpió e importunaba a la dama. Marcel dijo, "¡Qué aires se da! Cualquiera diría que es una gran dama." Robert dijo, "Esa cara me es conocida. Yo la he visto antes, estoy seguro." Otro de los compañeros dijo, "No sería extraño. Debe rondar por todos los cabarets de París." Robert dijo, "Quizá solo me recuerda a alguien." Tras ver la escena de la pareja, Robert dijo, "Al parecer, la damisela no está muy de acuerdo con su acompañante." El hombre que discutía con la dama, le dijo, "Te vas a sentar conmigo y beberémos unas copas, luego..."
     La mujer intentó zafarse, y le dijo en voz alta, "¡No! Ya te dije anoche que no volverás a acercarte a mi." El hombre le contestó también en voz alta, "¡Qué te has creído! Eres una mujerzuela y yo pago..." La mujer dijo, "¡Suéltame!" El hombre le rompió el vestido y dijo, "¡Vendrás conmigo!"  Robert se levantó y dijo, "¡Déjela!" Pero el hombre lo enfrentó y le dijo, "¿Quién eres tú, para dárme órdenes? Retírate antes que..." Robert insistió, y dijo, "¡Le he dicho que la suelte!" Pero el hombre le dió un golpe, diciendo, "Y yo, que no te metas en lo que no te importa."
     Marcel se abalanzó, tratando de detener a Robert, diciendo, "Robert, vuelve a la mesa..." Pero Robert se reincorporó, diciendo, "¡Esto no se quedará así!"  Y furioso se lanzó contra su agresor, derribándolo. Tuvo que intervenir el dueño del local, diciendo, "¡Señores, basta!¡No quiero escándalos en mi local! Si tienen algo que arreglar, háganlo afuera." El hombre se levantó, y dijo, "Así, será. ¡Usted me ha ofendido gravemente, y tendrá que responder por ello!" El hombre continuó diciendo, "Si es un caballero, las armas son el único medio para limpiar ésta afrenta." Robert dijo, "Mi nombre es Robert de Tressignies. Solo me batiré con quien esté a la altura de mi apellido."
     El hombre contestó, "Soy el barón de Montespair. Le enviaré a mis padrinos. Nos veremos en el campo de honor." Robert volvió a su mesa, y Marcel le dijo, "Robert, ¿Te has vuelto loco? Vas a batirte por una mujerzuela." Robert dijo, "No es por ella, es por la ofensa. Le enseñaré buenos modales a ese barón." Marcel dijo, "Sería mejor llegar a un arreglo. Una disculpa..." Pero Robert dijo, "¿Disculparme yo? El me empujó y lo pagará caro." Marcel agregó, "La causante de todo éste lió, por lo menos debería haberte dado las gracias, pero ha desaparecido." Robert le dijo, "¡Qué importa! Ya les he dicho que no es por ella por quien voy a enfrentarme al barón."
      Dos días después, ambos caballeros se presentaban al duelo. Uno de los padrinos presentó las armas, y dijo, "Señores, si ustedes quisieran, éste asunto podría arreglarse..." Pero el barón le dijo, "¡No! Quien insúlta al barón, de Montespair, paga caro su osadía." Cada uno tomó su pistola, y estando de frente a distancia, el padrino gritó, "¡Dispáren!" BANG BANG. "¡AAAGH!" Se escucharon dos dispararos y un lamento. De inmediato, todos corrieron hacia el barón. Uno de los padrinos dijo, "¿Está muerto?" Otro dijo, "No, solo herido, pero de gravedad."
     Horas después, Robert bebía en su casa con sus amigos. Uno de ellos le dijo, "Debo confesar que temía por ti. Me enteré que el barón es un experto tirador." Marcel agregó, "Ademas, reta a duelo a todo el que le pasa por enfrente, y siempre sale bien librado." Otro de sus amigos le dijo, "Tuvo suerte. Pudiste matarlo." Robert dijo, "No era ésa mi intensión. Confío en que la herida sanará...pero quedará la cicatriz." Enseguida, uno de los amigos dijo, "¿Qué tal si vamos a, La Place Royal? Pero ésta vez sin peleas." Robert dijo, "No es mala idea. ¡Vamos!" 
     No tardaron en llegar al cabaret, y al llegar el mesero, Marcel dijo, "Traiga unas botellas del mejor champaña, la ocasión lo merece." Mientras tanto, Robert buscaba con su mirada en el cabaret, pensando, "No está, tenia la esperanza de que..." Pero, uno de sus amigos lo interrumpió, diciendo, "Robert, ¿A quien buscas? No me dirás que a la mujer de amarillo." Robert dijo, "No, solo miraba." Marcel se levantó, y dijo, "Lo que quieres es compañía. Iré por unas bellas." Otro de sus amigos dijo, "A mi tráeme esa de rojo. Es mi color preferido."
    Poco después, varias mujeres se divertían junto a los caballeros en la mesa, diciendo, "¡Ja, Ja, Ja! ¡Que divertido eres!" Y otra dama decía, "¡Sírveme más champaña, me encanta!" Una de las damas que estaba con Robert dijo, "¿Qué te sucede?¿Acaso no te agrádo?" Robert dijo, "Sí...pero no estoy de humor..." La mujer dijo, "Pues empieza a animarte, por que no me gustan los hombres aburridos." Robert le dijo, "Tienes razón. Ve con otro que te entretenga." Robert se levantó y dijo, "Amigos, yo me retíro. Estoy cansado." Uno de sus amigos le dijo, "Pero si apenas son las doce. La noche recién empieza."

    Ignorando las protestas, Robert salió del cabaret, pensando, "Es extraño pero no he podido olvidar a esa mujer. Estoy seguro de haberla visto antes...pero ¿Dónde?" Ensimismado en sus pensamientos, caminaba sin rumbo, cuando de pronto, dijo en su pensamiento, "Ese traje...¡Es ella!" Apresuró el páso, pensando, "Tiene un porte digno de una dama." Entonces la mujer se detuvo y lo encaró, "¿Me sigues porque quieres venir conmigo?" Robert dijo, "Yo...sí...claro que quiero." La mujer dijo, "Si tienes cinco francos, sígueme, de otra forma, puedes darte la vuelta." Robert contestó, "Por eso no te preocupes. Acostúmbro pagar bien." Avanzaron por una estrecha callejuela hasta detenerse frente a una casa.
     La mujer dijo, "Aquí vivo." Al fondo de un sucio pasillo, se veía una escalera que la mujer subió con ligereza. Robert pensó, "Se mueve como una gran dama. El destino a veces hace malas pasadas. Da aires de reina a una mujer de la calle, y favorece poco a una princesa." Llegaron a un descanso y la mujer abrió una puerta, diciendo, "Siéntate donde puedas, no tardaré." Robert pensó, "¡Qué habitación tan vulgar! Bueno...qué más podía esperar? Quizá sería mejor que me marchára." Se disponía a marcharse cuando la mujer apareció, y Robert dijo en su pensamiento, "¡Dios santo, nunca vi a una mujer más fantástica!"

     La impresionante belleza de la mujer, lo dejó como fulminado. La mujer dijo, "¿Qué te sucede?¿Acaso te has arrepentido?" Antes que pudiera contestar, se sintió rodeado por unos brazos de seda, y unos labios ardientes se posaron en los suyos. Robert se sintió en medio de un torbellino, que lo transportó al cielo y al infierno a la vez. Olvidó quien era ella, y el lugar en que se encontraba, diciendo, "Te amo...eres única...eres..." Sintiéndola inerte entre sus brazos, volvió a la realidad, pensando, "Tiene los ojos fijos en el brazalete que adorna su brazo." Rápidamente observó la alhaja. Robert pensó, "Hay un retrato en él. ¡El retrato de un hombre!"       
     Robert la tomó de la muñeca, y le dijo, "Muéstrame esa pulsera." La mujer dijo, "¿Qué dices?" Robert le dijo, "Quiero ver el retrato que hay en ella, y que no has dejado de mirar." La mujer le dijo, "Parece como si estuvieras celoso...¡Celoso de una mujer como yo!" Ella hablaba con un tono, como si quisiera rebajar aún más su condición. Hasta que la mujer le mostró su brazo, diciendo, "¿Quieres ver la pulsera? Pues bien, mírala cuanto quieras." Robert dijo, "Es una joya muy valiosa. ¿De dónde la sacaste?" La mujer dijo, "El hombre que está en el retrato, me la dio." Entonces Robert le dijo, "El te mantenía, ¿Verdad? Seguro lo engañaste y te dejó. Por eso has caído hasta donde te encuentras ahora." La mujer le dijo, "¡Te equivocas!" Robert le dijo, "Tú amas a ese hombre. Lo he visto en tus ojos." La mujer soltó una sonora carcajada, "!Ja, Ja, Ja!"Robert le dijo, "¿De qué te ríes?" La mujer le dijo, "¡De ti! No se puede decir que sepas mucho sobre el odio y el amor." Robert le dijo, "¿Entonces por que mirabas su retrato?¡Quien es?" La mujer dijo, "Mi marido."
     Robert le dijo, "¿Te burlas de mi?" La mujer dijo, "No. mi marido es uno de los grandes señores de España, tres veces duque, cuatro marques, cinco conde. En cuanto a mi, tal vez le sirva de algo saber que soy la duquesa de Arcos de Sierra Leona." Robert dijo, "¡La duquesa!¡Ahora comprendo!" Si un rayo hubiera caído sobre Robert, su impresión habría sido menor. Entonces Robert dijo, "Por eso en el cabaret...¡Sí, sabía que la había visto antes!" La duquesa dijo, "¿Acaso me conoces?" Robert dijo, "Hace cuatro años, en Saint-Jean-de-Luz, donde fui a pasar ese verano."  Ella dijo, "¡Hace cuatro años! Yo estaba recién casada en ese entonces..."
     Robert le dijo, "Tú...usted era la reina del balneario. Su belleza eclipsó a todas las demás mujeres." Robert continuó recordando, "Yo traté de acercarme a usted, pero fue imposible. Recuerdo que le dije a un caballero, 'Quisiera ser presentado a la duquesa'¿Cómo podría lograrlo?' Y el caballero me dijo, 'Es imposible. El duque de Sierra Leona, solo admite a españoles en su circulo, y de muy alto linaje.' Tuve que conformarme con verla de lejos. Recuerdo haber escuchado a damas hablar de usted, diciendo, '¡Mira qué traje lleva! Su elegancia es digna de envidia.' Y otra decir, 'Viste con tal lujo, que es imposible competir con ella.' Sin que usted se diera cuenta, yo la seguía por el solo placer de contemplarla, pensando, 'No parece real. Es la más perfecta y hermosa de las mujeres.' En el lugar donde usted estuviera, despertaba admiración y envidia.'
     Una de las damas decía al verla, 'Hay mujeres con suerte. Esa tiene todo: Belleza, títulos, y todo el dinero que pueda desear.' Un dia se marchó, pero su imagen quedó en mi recuerdo, e imaginaba verla en todas partes. Estuve viajando, recorrí Grecia y gran parte de Asia, pero jamas olvidé su rostro. Por ello, cuando la vi en el cabaret, me recordó a alguien. Pero cómo podía imaginar que era la misma mujer..." Robert se sentía abrumado. Le parecía que todo era una pesadilla, y pensó, "La duquesa de Sierra Leona, con la que tanto soñé, a la que tal vez he amado...está mancillada, arruinada, perdida...pero a pesar de todo es la duquesa...es como si la otra se hubiera diluído en el aire."
     Entonces, Robert le dijo, "No comprendo. Usted tenia todo...todo lo que una mujer puede desear. Vivía como una reina..." La mujer le dijo, "Ahora solo vivo para la venganza. Pienso hacerla tan grande, como para que llegue más allá de mi muerte. Sé que no puede entenderlo. ¿Quiere saber la razón por la que me he transformado en lo que soy ahora?" Robert le dijo, "Sí...si no le molesta decírmelo." La duquesa dijo, "¡No! Yo desearía contarla a todos los hombres que vienen a ésta habitación. Quisiera que la supiera todo el mundo. Desgraciadamente no es posible. Si consiguiera hacerlo, me sentiría más satisfecha, más vengada. Los pocos que han escuchado mi historia, me llaman embustera, o loca. Ninguno me ha creído. Pero usted me conoció en Saint-Jean-De-Luz, cuando era una mujer respetada y admirada. Entonces llevaba como una diadema el apellido de Sierra Leona, mientras que ahora, lo arrastro por el fango. Y lo haré hasta la muerte, para humillar al hombre que tanto odio, y que se jacta de tener sangre azul en sus venas. No vaya a creer que Don Cristóbal  de Arcos, duque de Sierra Leona hizo un matrimonio desigual al casarse conmigo.
     Yo soy una Turre-Cremata, la última de esa estirpe, descendiente de italianos, que se extinguirá conmigo. Mis antepasados eran dueños de extensos dominios, obtenidos a sangre y hierro. A la menor provocación, atacaban los castillos de los señores que habían osado enfrentarlos. La venganza era la consigna familiar, y nadie escapaba de ella. Tan invencibles como en la guerra, lo eran en los torneos. Con soberbia y altivez, se ensañaban contra el adversario. Creándose así una fama de invencibles y poderosos, que les llenaba de un orgullo que iban heredando, de generación en generación. Eran ambos implacables que no perdonaban la mejor falta. Cuando uno de los sirvientes se equivocaba, uno de mis familiares le decía a los guardias, '¡Dénle 25 azotes! Eso le enseñará a acatar órdenes.' Aunque el hombre se arrodillára y suplicára, diciendo, 'Amo, yo le juro que no he faltado...' Nada conmovía el corazón duro de un Turre-Cremata.
     Para ellos, la compasión era debilidad, y no la tenían ni con sus propios hijos. Una vez, mi abuelo dijo a mi madre, 'Te has atrevido a desobedecerme, al entrevistarte con ese hombre indigno de nuestra familia.' Y ella le dijo, '¿Padre, perdóname! Ten piedad de tu hija...' Mi abuelo le dijo, '¡Ya no te considero mi hija! Irás a un convento donde expiarás tu desobediencia y atrevimiento.' Mi madre dijo, 'Padre, no me castigues así...' Si le cuento esto es para que comprenda el temple y la fuerza que llevo en mi sangre, y sépa como púde convertirme de duquesa, a lo que soy ahora, sin flaquear en mi venganza." Robert dijo, "¡Sí, ya me doy cuenta! No imaginé que usted tuviera sangre italiana, su tipo es muy español."
     La mujer dijo, "Mi padre, hijo segundo, fue enviado a España, para encargarse de las propiedades que allí tenía la familia. Se casó con una noble española, tan orgullosa de su estirpe como los Turre-Cremata. Fui la hija única de aquel matrimonio. Mi madre me decía, 'Sanzia, ¿Cómo te atreves a correr como si fueras una aldeana?¡Ven acá! Nunca debes olvidar que eres la duquesa de Sanzia Florinda Concepción de Turre-Cremata.' Yo decía llorando, 'No, madre.' Y ella me decía, '¿Te atreves a llorar? Una dama no deja traslucir sus sentimientos, jamás debes perder la compostura. ¡Serás castigada, Sanzia!'
     Así, en medio de esa dura etiqueta, fui creciendo y cuando cumplí 19 años, mi padre me dijo, 'Sanzia, ha llegado el momento de que te cases.' Yo asentí, diciendo, 'Sí, padre.' Entonces, él me dijo, 'No tengo necesidad de recordarte, que eres la última Turre-Cremata, y que de ti depende, que no se extinga nuestra estirpe. Desgraciadamente mi hermano mayor, murió antes de casarse, y al no dejar herederos, esa responsabilidad recayó en mi. Pero Dios solo quiso darnos un hijo, tú. Por lo tanto, tienes el honor y el deber de perpetuar nuestro apellido. El título de Turre-Cremata pasará a tu segundo hijo, ya que el primogénito heredará el del padre. Debes tener dos hijos varones. Hemos decidido que te cases con el duque de Sierra Leona, cuya hidalguía y  nobleza es digna de nuestra familia.'
     Yo asentí, diciendo, 'Sí, padre.' Acepté sin la menor rebelión como era mi deber. Recuerdo que mi nana me decía, mientras me peinaba, 'Mi niña, serás la novia más hermosa que se haya visto en toda España.' Juana, mi nana desde que nací, era el único ser que me daba ese cariño tan escaso en mi vida. Recuerdo que mi nana me decía, 'He rogado para que el duque la haga feliz.' Yo le dije, 'Juana, mi única felicidad será cumplir como una Turre-Cremata y dar herederos a nuestro nombre. ' Ella me dijo, '¿Y el amor, mi niña?' Y le dije, 'Es un sentimiento que no conozco, y que solo está permitido a la clase baja, Juana.'
     Convencida de ello, me uní al duque, un hombre sombrío y silencioso, cuya soberbia no tenia limites. Recuerdo que me decía, 'He aquí tu nuevo hogar, Sanzia. Este castillo ha pertenecido por siglos a los Sierra Leona.' Entre esos muros de piedra, se deslizó mi nueva vida, suntuosa, pero tan monótona y triste, que hubiera quebrado a un espíritu mas débil que el mio. Pero yo había sido educada para ser la esposa de un gran señor, y siempre me mostraba digna de mi alcurnia. Lo que menos podía sospechar, era que bajo aquella aparente calma, pudiera dormir un volcán. Un día, mi esposo me dijo, 'Sanzia, vendrá a visitarnos mi primo Esteban, marques de Vasconcelos.' Yo le dije, 'Daré orden de que preparen sus habitaciones.'
     El me dijo, 'Esteban es hijo del hermano menor de mi padre. Vive en Portugal. Tiene grandes posesiones en Cintra. Organizaré algunas partidas de caza en su honor, y daremos una recepción.' Yo le dije, 'Lo que tú dispongas se hará.' Unas semanas después llegó Esteban, y mi esposo me presentó, diciendo, 'Esteban, mi esposa Sanzia Florinda Concepción de Turre-Cremata, duquesa de Arcos de Sierra Leona.' Y Esteban dijo, 'Me siento honrado de conocerla, y poder saludarla, señora.' Sentí como si en el momento me hubiera traspasado un rayo, y pensé, 'Dios mio, ¿Qué me sucede?
     Mi corazón late con una violencia extraña.'Esa noche, antes de bajar a cenar, sin darme cuenta puse especial esmero en mi tocado. Juana me dijo, 'Mi niña, nunca la vi tan hermosa.' Y le dije, 'Juana, soy la misma de siempre...pero quizá tengas razón...me siento...no sé...diferente.' Por primera vez en mi vida, una extraña ansiedad me embargaba, y pensé, 'Nuevamente mi corazón late con demasiada fuerza. Debo controlarme.' Cuando después de cenar pasamos al salón, mi esposo dijo, 'Sanzia, deleitanos con un poco de música.'
    Pasé al piano y mientras tocaba, pensé, 'A pesar de su gran virilidad, su cara refleja una enorme bondad.' Después supe, que en ese mismo momento, él pensó de mi, 'Nunca imaginé que la esposa de mi primo, fuera tal beldad. Tiene algo que atrae como un imán.' En los días siguientes, mi desazón aumentó, y descubrí que, ¡Lo amaba! Que desde el momento en que lo vi lo adoré, y que yo no sabía lo que era el amor, hasta ese momento. También sabía que él me quería, pues me lo decían sus ojos a cada momento.
     Y no me equivocaba porque Esteban padecía como yo, la dicha y el dolor de estar enamorado. Estar cerca de él, era un suplicio, que ya no podía soportar. Entonces pensé. 'Tengo que hacer algo. No puedo permitirme estos sentimientos. Soy la esposa del duque de Sierra Leona, y a él me debo. El tiene que irse, solo así recuperaré la tranquilidad. Sé que no podré olvidarlo, pero aunque yo muera de dolor, debe marcharse. Debe irse hoy mismo.' Con el corazón destrozado, pero firme en mi decisión, fui a hablar con mi esposo, y le dije, 'Cristobal...'
     Me dijo, ¿Qué deseas Sanzia? Sabes que no me gusta ser interrumpido.' Yo le dije, 'Disculpa, pero necesito hablarte urgentemente.' El me dijo, '¿De qué se trata?' Le dije, 'Esteban debe marcharse. Dale un pretexto, cualquiera, dile que...' Pero él me interrumpió, diciendo, 'Sanzia, ¿Quieres explicarme a qué se debe tu actitud?¿Por qué deseas que se vaya?'Yo tuve que explicarle, y le dije, 'El...El se ha enarmonado de mi. Su amor me ofende y...'
     Entonces él me dijo, '¿Te ha dicho algo?' yo le dije, 'No.' Y me dijo, 'Y entonces, ¿Porqué supones que te áma?' Yo le expliqué, y dije, 'Su forma de mirarme, su actitud...' Y él me dijo, 'Estas equivocada. Esteban te admira, como todos los hombres que te conocen, por tu belleza, por tu elegancia, y por tu prestancia. Tú eres mi esposa. La esposa del duque de Sierra leona, que está muy por encima de un Vasconcelos, aunque sea mi primo. Esteban no tiene que marcharse, ¡El no se atreverá!' Yo pensé, 'Dios mio, cuánta soberbia. Se cree omnipotente.'
     Entonces continuó diciéndome, 'No me rebajaré a buscar un pretexto para que se vaya. Sería considerarlo un rival. ¡Y eso, jamás! Aunque te adoraba, ¿Cómo puedes imaginar que se atrevería a pretenderte? No, Sanzia...Nunca osará decirte una palabra. El respeto que me debe se lo impide. ¡No se atreverá! Esteban se queda. Puedes retirarte. Confío en que no volverás a importunarme, con un asunto indigno de nuestra alcurnia.' Su actitud era un reto al destino que casi siempre se venga. Yo pensé, '¡Cuanto me ha ofendido! Dios, tú eres testigo que traté de poner una barrera entre Esteban y yo. Pero mi esposo me ha insultado, y lo ha insultado a él, al hombre que ámo más que a mi vida. Esteban no es un cobarde. Si me áma, no temeré a nadie ni a nada. Seré lo único para él. ¡No lo asustarás, duque de Sierra Leona!'
     Esa noche yo fui a su recámara y le dije, 'Esteban...' El me dijo extrañado, 'Sanzia,¿Sucede algo? Pensé que ya todos dormían.' Me acerqué a él, y le dije, 'Esteban, dime que eres capaz de atreverte a decirme que me amas tanto como yo a ti.' Entonces Esteban me dijo, '¡Sí, te ámo! Ambos sabemos que nuestras almas se unieron para siempre en el momento de conocernos.' Con el corazón desbocado, le escuché decir las palabras mas bellas con que un hombre se puede dirigir a una mujer. 'Si la muerte llegara en éste momento la recibiría feliz. ¿Qué más puedo pedir a la vida?' En los días siguientes, viví en la gloria . Nuestro amor era a la vez ardiente y casto, ideal y místico.
     Y Juana lo notó, diciéndome un día, 'Mi niña, usted ha cambiado. Tiene una expresión diferente. No sé qué es, pero...' Y yo le dije, '¡Juana, estoy enamorada!' Pero ella me dijo, '¡Dios nos asista!' Yo le dije, 'No te asustes. Tenía que decírselo a alguien y tu eres la única a quien puedo confiar mi secreto.' Juana me dijo, '¿Quien es el? acaso...el marques...' Entonces le dije, 'Sí, Juana. Ese hombre maravilloso que me ha hecho conocer lo que es amar. ¡Soy tan feliz!' Pero Juana me dijo, 'Mi niña, ¿Y el duque? El es su marido, no debe faltarle.' Entonces le dije, 'Y no lo haré. Esteban y yo nos amamos mas allá de lo terrenal. No es un sentimiento pecaminoso, no es un amor vulgar.
     Nuestras almas están unidas. Al mirarnos ellas hablan, se dicen mas de los que se puede decir con palabras.' Y así era. Estábamos de tal modo fundidos uno en el otro que nos pasábamos largas horas juntos sin rozar siquiera nuestras manos. El me entregaba una rosa, diciendo, 'Tú eres como ésta delicada flor, que apenas me atrevo a tocar con mis labios para entregártela.' ¿Podía haber un amor más puro, más grande, más hermoso?' Yo le dije, 'Esteban, quisiera que éste instante fuera eterno. Que el tiempo se detuviera y aquí quedáramos para siempre tu y yo.' La dicha que desbordábamos, era imposible ocultarla, y Cristobal no tardó en sospechar.
     No nos dimos cuenta de que estaba celoso. Son los únicos celos de que era capaz: Celos de orgullo. Había acabado de convencerse de que Esteban y yo nos habíamos atrevido a ofenderlo. Una noche, Esteban estaba en mi recamara arrodillado, tomando mi mano, y yo sentada en mi sillón,diciendo, 'Me siento tan feliz al contemplarte. Eres como,,,' cuando las puertas de mi habitación se abrieron violentamente. Todo paso con la rapidez de un rayo. Cristobal, reflejando la crueldad de una bestia, me miraba. Y de pronto, salí de mi estupor. Cristobal era acompañado de dos hombres quienes tomaron a Esteban y yo les grité, '¡Déjenloooo!'
     Quise salvarlo, pero Cristobal dijo, 'Apártala, y luego haz lo que te he dicho.' Luche como fiera, pero fue inútil. Cuando logré soltarme, me abalancé hacia Esteban llorando, 'Esteban, amor...amor mio...' Enseguida, miré a Cristobal y le grité, '¿Mátame!¡Mátame!' Pero él me dijo, 'No, tú vivirás para recordar siempre lo que acaba de pasar.' Yo me levanté, y le dije, '¡Maldito, mátame! Quiero morir como él. Ordena que me ahorquen y luego claven un puñal en mi corazón.' El me dijo, '¿Tanto lo amas?' Yo le dije, '¡Más que a mi vida!'"

     Robert impresionado, miraba a la mujer que estaba lívida. Luego, ésta se levantó, abrió la cómoda, y dijo, "Este vestido está lleno de sangre del hombre que aún ámo. Cuando me siento llena de repugnancia por la vida que levo, lo sáco. Y envolviéndome en él, revívo mi venganza. El ódio aumenta en mi, y así encuentro fuerzas para seguir. ¿Comprende cuál es mi venganza? Matar al duque no habría sido suficiente. No merece un castigo tan dulce. Era preciso algo mas cruel. Era necesario pisotear su orgullo, destruir su nombre. Y yo juré que lo arrastraría por el fango. Con ese fin me he hecho lo que soy: Una mujer pública." Robert le dijo, "¿Y lo sabe el duque?" Sanzia dijo, "No lo sé, pero si aún no está enterado, algún día lo sabrá. No descansaré hasta que eso suceda." Robert le dijo, "¿Por que se vino a París?" 
     Sanzia continuó su relato, y dijo, "Después de la muerte de Esteban, el duque no volvió a dirigirme la palabra , como no fuera para disimular ante la  gente. Yo ahogaba mi dolor gracias a la fortaleza que mis antepasados me legaron, pero a la vez fraguaba mi venganza, pensando, 'Es un hipócrita. ¡Cómo lo odio! Lo único que le importa es que ante los ojos de todos, yo siga siendo la irreprochable duquesa. Tengo que irme de aquí, vengarme. Quiero hacerlo sufrir tanto o mas de lo que sufro yo.' Un día, cuando ya tenia decidida la forma de vengarme,huí, pensando, 'No me quedaré en Madrid.
     El es poderoso y me haría detener. Seguramente me encerraría en un convento. Iré a París. Allí podre descender hasta lo más bajo y arrastrar su apellido por el fango. Solo él pagará. Mis padres han muerto, soy la única que queda de mi familia ¡Esteban será vengado!'" Sanzia concluyó, diciendo, "Hace seis meses que vivo en esta forma, y no me importas cuanto mas pueda durar." Robert le dijo, "Señora, si algo puedo hacer por usted, dígamelo y..." Sanzia dijo, "Nadie puede hacer nada por mi. Tóme, ésta es mi tarjeta y ahora váyase."
    Robert salió llevando la pequeña cartulina en la mano, y leyó en su mente, "Duquesa de Arcos de Sierra Leona" Debajo del nombre estaba escrita la infamante palabra con la que indicaba la profesión a la que se dedicaba. Robert pensó, "Es...es demasiado. ¡Cuánto amor y odio puede abrigar un corazón! Solo alguien con la fuerza, con el valor de esa mujer puede llevar a cabo una venganza tan espantosa."
     Robert llegó a su casa en un estado de turbación y espanto que jamas había experimentado. Y pensó, "Nunca regresaré a ese lugar ni le contaré a nadie de esa mujer. No podría hacerlo, y prefiero olvidarlo.." Pero algo había cambiado en el. Se volvió taciturno, y el que siempre había sido alegre, sorprendió a sus amigos con su actitud. Mientras Robert bebía solo en el cabaret, pensaba, "La veo en todas partes. Todas las cosas me la recuerdan. Tengo que irme de París o enloqueceré." Al día siguiente hizo sus maletas y partió. 
     Un año después, Robert regresaba a París, y fue a ver a sus amigos, quienes como siempre estaban bebiendo. Robert les dijo, "¡Qué tal amigos!" Uno de sus amigos le dijo, "¡Robert, esto si que es una agradable sorpresa! ¿Cuándo regresaste?" Robert le dijo, "Ayer, y ya ven que no tarde en buscarlos." Marcel le dijo, "No deberíamos perdonarte que te marcharas sin despedirte." Robert le dijo, "Perdónenme, la verdad, lo decidí de repente. Pero ya estoy aquí, dispuesto a reanudar mi vida como antes." Marcel le dijo, "Nos parece estupendo. Por lo pronto, esta noche iremos al baile que ofrecen los condes de Savigni."
Robert volvió a frecuentar la sociedad, siendo nuevamente el alma de las fiestas. Una noche que se encontraba en una reunión, Robert escuchó la conversación de dos caballeros. Uno de ellos dijo al otro, "¿Se acostumbra a Francia, señor embajador? A veces a los españoles les cuesta un poco adaptarse en nuestro país." El embajador le dijo, "No en mi caso. Yo ya había pasado largas temporadas aquí." Entonces un caballero llamado Julián se acercó, y dijo, "Acabo de recordar algo. Dígame señor embajador. ¿Quedan en España descendientes de los Sierra Leona?" El embajador le dijo, "Por supuesto, su más insigne representante es el duque Cristobal de Sierra Leona."
     El caballero Julián le dijo, "Entonces, debe ser pariente de él, la duquesa del mismo nombre que acaba de morir aquí en París." El embajador le dijo, "Quizá su esposa. Lo cierto es que hace casi dos años era como si la duquesa hubiera muerto. Desapareció un día...Sin saberse porqué ni cómo. la verdad de lo que pudo suceder es un misterio. La duquesa era una mujer muy especial. Altiva como el duque, quien sin dudas es el mas orgulloso de los grandes de España...como digo, la duquesa desapareció.
     Desde entonces el duque vive en Madrid y jamas nadie se  ha atrevido a preguntarle sobre el particular. Nadie lo ha oído volver a nombrar a su esposa, para él es como si no hubiera existido jamas. La duquesa era la última Turre-Cremata de la rama italiana. Su linaje era tanto o mas que el del duque." Entonces Julián le dijo, "¡Es la misma! Fué enterrada ésta mañana donde nadie podría imaginarlo. ¡En el cementerio de la iglesia de Salpetiere!" Otro de los caballeros que estaba escuchando, dijo, "¡Imposible! Esa es la iglesia del hospital de menesterosos, donde solo acuden mujeres y gente de lo peor."  Y el embajador dijo, "Debe estar equivocado. Es imposible que una dama de alcurnia se encuentre en ese lugar."
     Pero Julián les dijo, "Les aseguro que es verdad. Esta mañana pasaba yo frente a la iglesia cuando escuché una música majestuosa. No pude resistir la tentación de entrar y me quedé como si viera visiones. Pensé, '¿Qué es esto? No es una iglesia propia para celebrar un oficio mortuorio con tanto lujo.' Me acerqué y pensé, 'Tapices con doble escudo, flores caras, un ataúd con adornos de plata. ¿Quién será el muerto?' Me acerqué al ataúd y leí, 'Sanzia Florinda Concepción de Turre-Cremata, duquesa de Sierra Leona. Mujer de la vida muerte arrepentida.'"
     Todos miraban a Julián impresionados y el embajador trataba de ocultar su asombro. Julián sacó una libreta, y dijo, "Lo escribí para no olvidarlo. Es realmente insólito, ¿verdad?" El embajador dijo, "¿No trató de averiguar más detalles?"  Julián dijo, "No, la verdad estaba aturdido y no se me ocurrió." El embajador dijo, "Comprendo, mañana me informaré sobre éste asunto." No se comentó nada más. Nadie notó la palidez de Robert, que se marchó sin despedirse, pensando, "Ella murió...cumplió su venganza hasta el final. Todo París lo sabrá."
     Al día siguiente, Robert era guiado por un sacerdote al cementerio quien le dijo, al llegar a una lapida, "Aquí está enterrada la persona por la que preguntó, señor. Pobrecita, tuvo una muerte con tanto sufrimiento. Llegó al hospital ya muy mal. Antes de morir legó su fortuna, porque era muy rica, a las enfermas que, como ella se dedicaron...a una vida de pecado y dispuso que se le sepultara con solemnes funerales. Ella misma escribió tu epitafio y puso en él, como puede ver, que era una mujer...arrepentida. Antes de expirar en prueba de humildad, pidió que quitaran las palabra, 'Arrepentida', pero no lo hice. ¡Pobre alma!" Robert pensó, "No fue prueba de humildad. Fue el último esfuerzo por prolongar su venganza, más allá de la muerte."
     Dos meses después en Madrid, dos hombres conversaban. Eran el duque Cristobal de Sierra Leona, y un caballero llamado De Montilla, quien dijo al duque, "Por la gran estimación que le tengo, señor duque, sentí que era mi deber venir a decírselo." El duque le dijo, "Se...se lo agradezco, De Montilla. Ahora comprendo muchas cosas. Las miradas irónicas, las risas a mi paso, las insinuaciones..." De Montilla le dijo, "El marqués de Valverde, que llegó hace unas semanas de París, se ha encargado de contarlo por todo Madrid." El duque Cristobal dijo, "El siempre me odió. Ahora se está vengando, porque jamás le consideré entre las personas dignas de mi amistad." De Montilla dijo, "Le aseguro que yo no le creí. El insiste que estuvo en el cementerio, y leyó el epitafio en la tumba. Ademas dice haber hablado con muchos hombres que compraron el amor de su esposa, quien no ocultaba a nadie ser la duquesa." El conde le dijo, "Por favor...déjeme solo...por favor..."
    El conde De Montilla miró al altivo noble que parecía haber envejecido años en pocos momentos, y sintiendo compasión se marchó. Ya en su soledad, con lagrimas en los ojos, el duque pensó, "¿Cómo pudo hacer esto?¡Arrastrar mi nombre por el lodo!¡Olvidar el título que llevaba!" La desesperación y la humillación nublaron su razón, y pareció ver a Sanzia burlarse de él, y el duque dijo, gritando, "¡Maldita!¡Maldita!¡Debí matarte junto con él!¡Estoy desacreditado, destruido, por tu culpa! Todo Madrid se burla de mi. Todo París, todo el mundo sabe lo que has hecho, y pisotean mi nombre, mi estirpe..."
     La risa del fantasma de Sanzia, le parecía que retumbaba en todo el palacio. El duque gritó, "Te mataré...¡Ahhh!" El orgulloso noble cayó como fulminado por un rayo. La muerte no fue piadosa con él, y lo dejó vivir, pero ya jamas podría levantarse de esa cama. El duque pensó, "Quiero morir...Quiero morir...No puedo soportar recordar lo que ella hizo...saber que soy la burla de nobles y canallas." Sanzia ya podía descansar en paz. Su venganza se había consumado hasta las últimas consecuencias. ¡A qué extremos puede llegar la desesperación humana! 
Tomado de Novelas Inmortales. Año XIV. No. 695. Marzo 13 de 1991. Guión: Herwigd Comte. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.