Club de Pensadores Universales

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sábado, 19 de octubre de 2019

Los Novios, de Alejandro Manzoni

     Los Novios, es una novela histórica italiana, de Alejandro Manzoni, publicada por primera vez en 1827, en tres volúmenes. Se le ha llamado la novela más famosa y más leída en el idioma italiano.
     Ambientada en el norte de Italia en 1628, durante los opresivos años del dominio español, la novela es vista como un ataque velado en contra el Imperio austríaco, quien controlaba la región en el momento en que se escribió la novela; la versión definitiva se publicó en 1842. También, la novela se destaca por la extraordinaria descripción de la plaga que golpeó a Milán, alrededor de 1630.
     La novela trata una variedad de temas, desde la naturaleza cobarde e hipócrita de un prelado: el párroco don Abundio, y la heroica santidad de otros sacerdotes: el fraile, Padre Cristóbal, el cardenal, Federico Borromeo, hasta la fuerza inquebrantable del amor, o sea, la relación entre Lorenzo y Lucía, y su lucha para finalmente reunirse nuevamente y casarse. Además, la novela ofrece algunas ideas agudas sobre los meandros de la mente humana.
     Los Novios, o I Promessi Sposi, se convirtió en una ópera del mismo nombre, compuesta por Amilcare Ponchielli, en 1856, y por Errico Petrella, en 1869.
     Ha habido muchas versiones cinematográficas de, I Promessi Sposi, incluyendo, I Promessi Sposi (1908), The Betrothed (1941) The Betrothed (1990), y Renzo y Lucía, para televisión en 2004.
     En mayo de 2015, en una audiencia general semanal en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco pidió a las parejas comprometidas que leyeran la novela para edificación, antes del matrimonio.
Escritos y Publicaciones
     Manzoni elaboró ​​la base de su novela en 1821, cuando leyó un edicto italiano de 1627, que especificaba sanciones para cualquier sacerdote que se negara a realizar un casamiento, cuando se le pidiera que lo hiciera. Más material para su historia vino de, Milanese Chronicles, de Giuseppe Ripamonti.
     La primera versión, Fermo e Lucia, fue escrita entre abril de 1821 y septiembre de 1823. Posteriormente Manzoni la revisó profundamente, terminando la novela en agosto de 1825. La novela se publicó el 15 de junio de 1827, después de dos años de correcciones y comprobaciones. El título elegido de Manzoni, Gli Sposi Promessi, fue cambiado en aras de la eufonía, poco antes de su compromiso final con la impresión.
     A principios del siglo XIX, aún existía cierta controversia sobre cual forma debería tomar el lenguaje literario estándar de Italia. Manzoni estaba firmemente a favor del dialecto de Florencia y, después de, “lavar su ropa [vocabulario] en las orillas del Arno” (como él lo expresó), revisó el lenguaje de la novela para su nueva publicación en 1842.
Resumen de la Trama
Capítulos 1-8: La Huída Desde el Pueblo.
    Renzo y Lucía, una pareja que vive en un pueblo de Lombardía, cerca de Lecco, en el lago de Como, planean casarse el 8 de noviembre de 1628.
     El párroco, don Abbondio, camina rumbo a su casa en la víspera de la boda cuando es abordado por dos “bravi” (matones) que le advierten que no realice el matrimonio, porque el barón local, Don Rodrigo, lo ha prohibido.
     Cuando se presenta para la ceremonia de la boda, Renzo se sorprende al escuchar que el matrimonio debe posponerse (el sacerdote no tuvo el coraje de decir la verdad). Se produce una discusión y Renzo logra extraer del sacerdote el nombre de Don Rodrigo. Resulta que Don Rodrigo tiene sus ojos en Lucía, y que había apostado con su primo, el conde Attilio, que al final Lucía sería de él.
     La madre de Lucía, Agnese, aconseja a Renzo que pida el consejo del “Dr. Azzeccagarbugli,” un abogado en la ciudad de Lecco. El Dr. Azzeccagarbugli es comprensivo al principio: al pensar que Renzo es en realidad el autor perpetrador de la injusticia, y le muestra a Renzo un edicto reciente sobre el tema de los sacerdotes que se niegan a realizar un casamiento, pero cuando escucha el nombre de Don Rodrigo, entra en pánico y ahuyenta a Renzo.
    Lucía envía un mensaje a “Fra Cristoforo” o, Fray Cristóbal, un respetado fraile capuchino, en el monasterio de Pescarenico, pidiéndole que venga tan pronto como pueda.
    Cuando Fra Cristoforo llega a la cabaña de Lucía y escucha la historia, inmediatamente va a la mansión de Don Rodrigo, donde encuentra al barón en una comida con su primo, el conde Attilio, junto con cuatro invitados, incluidos el alcalde, y el Dr. Azzeccagarbugli.
   Cuando Don Rodrigo es llevado a un lado por el fraile, explota con ira ante su presunción y lo envía lejos, pero no antes de que un viejo sirviente tenga la oportunidad de ofrecer su ayuda a Cristoforo.
     Mientras tanto, a Lorenzo se le ocurre un plan. En aquellos días, le era posible a dos personas casarse, simplemente con declararse casadas ante un sacerdote, y en presencia de dos testigos responsables. Renzo, o Lorenzo, corre hacia su amigo Tonio y le ofrece 25 liras si acepta ayudar. Cuando Fra Cristoforo regresa con las malas noticias, deciden poner en práctica su plan.
     A la mañana siguiente, Lucía y Agnese son visitados por mendigos, quienes en realidad son los hombres de Don Rodrigo disfrazados. Ellos examinan la casa para planear un asalto. A altas horas de la noche, Agnese distrae a la sirviente de Don Abbondio, Perpetua, mientras Tonio y su hermano Gervaso entran en el estudio de Don Abbondio, aparentemente para pagar una deuda.
     Son seguidos en el interior en secreto por Lucía y Renzo. Cuando intentan llevar a cabo su plan, el sacerdote arroja el mantel a la cara de Lucía y deja caer la lámpara. Luchan en la oscuridad.
     Mientras tanto, los hombres de Don Rodrigo invaden la casa de Lucía, pero no hay nadie allí. Un niño llamado Menico llega con un mensaje de advertencia de Fra Cristoforo y los maleantes lo capturan. Cuando escuchan que el sacristán hace sonar la alarma, que está pidiendo ayuda por parte de Don Abbondio, quien dio la alarma de los invasores en su casa, los hombres de Don Rodrigo asumen que han sido traicionados, y huyen confundidos.
   Menico ve a Agnese, Lucía y Renzo en la calle, y les advierte que no regresen a casa. Los tres van al monasterio, donde Fra Cristoforo le da a Renzo una carta de presentación para cierto fraile en Milán, y otra carta a las dos mujeres, para organizar un refugio en un convento en la cercana ciudad de Monza.
Capítulo 9-10: La Monja de Monza.
     Lucía está encomendada a la monja Gertrude, una mujer noble extraña e impredecible cuya historia se cuenta en estos capítulos.
Como hija de la familia más importante de la zona, su padre decidió enviarla a los claustros por el simple hecho de simplificar sus asuntos: deseaba mantener sus propiedades unidas para su primogénito, heredero del título y las riquezas de la familia. A medida que Gertrude crecía, sintió que sus padres la estaban obligando a una vida que se embonaría muy poco con su personalidad.
     Sin embargo, el miedo al escándalo, así como a las maniobras y amenazas de su padre, indujeron a Gertrude a mentir a sus entrevistadores para ingresar al convento de Monza, donde fue recibida como la Signora, o sea, “la dama,” también conocida como La Monja de Monza. Más tarde, cayó bajo el hechizo de un joven sin escrúpulos, Egidio, asociado con el peor barón de la época, el Innominato, el “Innombrable.” Egidio y Gertrude se hicieron amantes y cuando otra monja descubrió su relación, la mataron a la monja.
Capítulo 11-17: Renzo en Milán.
     Renzo llega a Milán, afectado por la hambruna, y va al monasterio, pero el fraile que busca está ausente, por lo que se adentra en la ciudad. Una panadería en la Corsia de 'Servi,  con el nombre de, “El Prestin di Scansc,” o “Panadería de las Muletas,” es destruida por una muchedumbre, que luego va a la casa del Comisionado de Abastecimiento para lincharlo.
Ferrer, el Gran Canciller, lo salva en el último momento, y llega en una carroza, y anuncia que llevará al Comisionado a prisión. Renzo se vuelve prominente mientras ayuda a Ferrer a abrirse paso entre la multitud.
     Después de presenciar estas escenas, Renzo se une a una discusión animada y revela puntos de vista que atraen la atención de un agente de policía en busca de un chivo expiatorio.
     El agente de policía  trata de llevar a Renzo directamente a “la mejor posada” (es decir, a la prisión), pero Renzo está cansado y se detiene en una posada cercana donde, después de beber alcohol, revela su nombre completo y dirección. A la mañana siguiente, un notario y dos agentes judiciales lo despiertan, lo esposan y comienzan a llevárselo.
     En la calle, Renzo anuncia en voz alta que está siendo castigado por su heroísmo el día anterior y, con la ayuda de un muchedumbre de curiosos, logra escapar. Abandonando la ciudad por la misma puerta por la que entró, se dirige a Bérgamo, sabiendo que su primo Bortolo vive en un pueblo cercano.
     Una vez allí, estará fuera del alcance de las autoridades de Milán, la cual está bajo el dominio español, ya que Bérgamo es territorio de la más serena República de Venecia.
     En una posada en Gorgonzola, escucha una conversación que le deja claro en cuántos problemas se encuentra y, por lo tanto, camina toda la noche hasta llegar al río Adda.
     Después de un breve sueño en una cabaña, cruza el río al amanecer en el bote de un pescador, y se dirige a la casa de su primo, donde es recibido como un tejedor de seda bajo el seudónimo de Antonio Rivolta. El mismo día, las órdenes de arresto de Renzo llegan a la ciudad de Lecco, para deleite de Don Rodrigo.
Capítulo 18-24: Lucía y el Innombrable.
    La noticia de la desgracia de Renzo llega al convento, pero luego se informa a Lucía que Renzo está a salvo con su primo. La tranquilidad de ellas es de corta duración: cuando no reciben noticias de Fra Cristoforo durante mucho tiempo, Agnese viaja a Pescarenico, donde se entera de que Fra Cristoforo fue asignado por un superior a la ciudad de Rimini.
     De hecho, esto ha sido planeado por Don Rodrigo y el Conde Attilio, que se han apoyado en un tío mutuo del Consejo Secreto, que se ha apoyado en el Padre Provincial. Mientras tanto, Don Rodrigo ha organizado un complot para secuestrar a Lucía del convento. Esto involucra a un gran ladrón barón cuyo nombre no ha sido registrado, y que por lo tanto se llama l'Innominato, el Innombrado.
    Gertrude, chantajeada por Egidio, un vecino, conocido como, el l'Innominato y amante de Gertrude, persuade a Lucía para que haga un recado que la llevará fuera del convento en corto tiempo. En la calle, Lucía es capturada y atada a una carroza. Después de un viaje de pesadilla, Lucía llega al castillo del Innombrado, donde está encerrada en una cámara.
     El innombrado está preocupado por verla y pasa una noche horrible en la que los recuerdos de su pasado y la incertidumbre de su futuro casi lo llevan al suicidio. Mientras tanto, Lucía pasa una noche igualmente inquieta, durante la cual se compromete a tomar los votos, si es liberada de su situación.
     Hacia la mañana, al mirar por la ventana, el Innombrado ve multitudes de personas caminando. Van a escuchar al famoso arzobispo de Milán, cardenal Federigo Borromeo. Por impulso, el Innominado abandona su castillo para encontrarse con este hombre.
     Esta reunión provoca una conversión milagrosa que marca el punto de inflexión de la novela. El Innominado anuncia a sus hombres que su reinado de terror ha terminado. Decide llevar a Lucía de regreso a su tierra natal bajo su propia protección, y con la ayuda del arzobispo, se logra la hazaña.
Capítulo 25-27: La Caída de Don Rodrigo.
El sorprendente curso de los acontecimientos conduce a una atmósfera en la que Don Rodrigo puede ser desafiado abiertamente y su fortuna empeora. Don Abbondio es reprendido por el arzobispo.
     Lucía, desdichada por su promesa de renunciar a Renzo, todavía se impacienta por él. Renzo es ahora el objeto de conflicto diplomático entre Milán y Bérgamo. La vida de Lucía no mejora cuando Donna Prassede, una mujer rica y entrometida, insiste en llevarla a su casa y amonestarla, por mezclarse con un bueno para nada como Renzo.
Capítulo 28-30. Hambruna y Guerra.
    El gobierno de Milán no puede mantener bajos los precios del pan por decreto, y la ciudad está inundada de mendigos. El lazzaretto está lleno de hambrientos y enfermos.
Mientras tanto, la Guerra de los Treinta Años trae más calamidades.
     Los últimos tres duques de la casa de Gonzaga mueren sin herederos legítimos, lo que desencadenó una guerra por el control del norte de Italia, con Francia y el Sacro Imperio Romano apoyando a los demandantes rivales.
     En septiembre de 1629, los ejércitos alemanes bajo el conde Rambaldo di Collalto, descienden sobre Italia, saqueando y destruyendo. Agnese, Don Abbondio y Perpetua se refugian en el bien defendido territorio del Innominado. En su ausencia, su pueblo es destruido por los mercenarios.
Capítulos 31-33. La Plaga.
     Estos capítulos están ocupados con un relato de la peste de 1630, basado en gran medida en De Peste Quae Fuit Anno de1630, de Giuseppe Ripamont, publicado en 1640. La versión completa de Manzoni, Storia della Colonna Infame, se terminó en 1829, pero no se publicó hasta que se incluyó como un apéndice de la edición revisada de 1842.
    El fin de agosto de 1630, ve la muerte en Milán de los villanos originales de la historia. Renzo, preocupado por las cartas de Agnese y recuperándose de la peste, regresa a su pueblo natal para descubrir que muchos de los habitantes están muertos, y que su casa y viñedo han sido destruidos. El mandato judicial en su contra, y Don Rodrigo están olvidados. Tonio le dice que Lucía está en Milán.
Capítulos 34-38: Conclusión.
    A su llegada a Milán, Renzo se asombra del estado de la ciudad. Sus ropas de montañés, provocan sospechas de que es un “anoiter,” es decir, un agente extranjero, propagando deliberadamente la plaga de alguna manera. Renzo se entera de que Lucía ahora languidece en el Lazzaretto de Milán, junto con otras 16,000 víctimas de la peste.
     Pero, de hecho, Lucía ya está recuperada. Renzo y Lucía se reúnen con Fra Cristoforo, pero solo después de que Renzo visita por primera vez, y perdona al moribundo Don Rodrigo. El fraile absuelve a Lucía de su voto de celibato. Renzo camina a través de una tormenta para ver a Agnese en el pueblo de Pasturo. Cuando todos regresan a su pueblo natal, Lucía y Renzo finalmente son casados por Don Abbondio, y la pareja comienza de nuevo, en un molino de seda a las puertas de Bérgamo.
Personajes
Lorenzo Tramaglino, o en pocas palabras Renzo, es un joven tejedor de seda de origen humilde, comprometido con Lucía, a quien ama profundamente. Inicialmente bastante ingenuo, se vuelve más astuto durante la historia, ya que se enfrenta a muchas dificultades: es separado de Lucía y luego acusado injustamente de ser un criminal. Renzo es algo malhumorado, pero también gentil y honesto.
Lucia Mondella es una joven piadosa y amable que ama a Renzo, aunque puede ser egoísta y cruel. Se ve obligada a huir de su pueblo para escapar de Don Rodrigo en una de las escenas más famosas de la literatura italiana, Addio ai Monti o “Adiós a las Montañas.”
Don Abbondio es el sacerdote que se niega a casar a Renzo y Lucía, porque ha sido amenazado por los hombres de Don Rodrigo; se encuentra con los dos protagonistas varias veces durante la novela. El cobarde y moralmente mediocre Don Abundio proporciona la mayor parte del alivio cómico del libro; sin embargo, no es simplemente un personaje común, ya que sus defectos morales son retratados por Manzoni con una mezcla de ironía, tristeza y lástima, como lo ha señalado Luigi Pirandello en su ensayo “Sobre el Humor,” Saggio sull'Umorismo.
Fra Cristoforo es un fraile valiente y generoso que ayuda a Renzo y Lucía, actuando como una especie de “figura paterna” para ambos y como la brújula moral de la novela. Fra Cristoforo era hijo de una familia acomodada y se unió a la Orden Capuchina después de matar a un hombre.
Don Rodrigo es un noble español cruel y despreciable, y el villano principal de la novela. Como dominante señor supremo, decide evitar por la fuerza el matrimonio de Renzo y Lucía, amenaza con matar a Don Abbondio si casa a los dos, y trata de secuestrar a Lucía. Don Rodrigo es una referencia clara a la dominación y opresión extranjera en Lombardía, primero dominada por España y luego por el Imperio austríaco.
L'Innominato, literalmente: el Innombrable, es probablemente el personaje más complejo de la novela, un criminal poderoso y temido de una familia muy alta, quien se debate entre su pasado feroz, y el asco creciente que siente por su vida. Basado en el personaje histórico de Francesco Bernardino Visconti, quien realmente se convirtió por una visita de Federigo Borromeo.
Agnese Mondella es la sabia madre de Lucía.
Federico Borromeo, o Federigo en el libro, es un cardenal virtuoso y celoso; Un personaje histórico real, primo menor de San Carlos.
Perpetua es el sirviente locuaz de Don Abbondio.
La Monaca di Monza, o La Monja de Monza, es una figura trágica, una mujer amargada, frustrada, sexualmente privada y ambigua. Se hace amiga de Lucía y se encariña sinceramente con ella, pero su oscuro pasado la persigue. Este personaje está basado en una mujer real, Marianna de Leyva.
Griso es uno de los secuaces de don Rodrigo, un hombre silencioso y traicionero.
El Dr. Azzeccagarbugli, es un abogado corrupto.
El conde Attilio, es el primo malévolo de don Rodrigo.
Nibbio (Kite - el pájaro) es la mano derecha del Innominato, que precede y felizmente sigue el camino de la redención de su maestro.
Don Ferrante es un astuto intelectual y erudito, que cree que la peste es causada por fuerzas astrológicas.
Donna Prassede es la esposa de Don Ferrante, quien está dispuesta a ayudar a Lucía, pero también es una entrometida.
Significado
    La novela se describe comúnmente como, “la obra más leída en el idioma italiano.” Se convirtió en un modelo para la posterior ficción literaria italiana.  El erudito, Sergio Pacifici, afirma que ninguna otra obra literaria italiana, con la excepción de, La Divina Comedia, “ha sido objeto de un escrutinio más intenso o una erudición más intensa.”
     Muchos italianos creen que la novela no es del todo apreciada en el extranjero. En Italia, la novela se considera una verdadera obra maestra de la literatura mundial, y una base para la lengua italiana moderna,  y como tal, se estudia ampliamente en las escuelas secundarias italianas, generalmente en el segundo año, cuando los estudiantes tienen 15 años. Muchas expresiones, citas y nombres de la novela todavía se usan comúnmente en italiano, como Perpetua, que significa trabajadora doméstica de un sacerdote, o “Questo matrimonio non s'ha da fare”, o  “Este matrimonio no se debe realizar.”  usado irónicamente.
    La novela no es solo sobre amor y poder: las grandes preguntas sobre el mal, sobre el sufrimiento de los inocentes, son el tema subyacente del libro. Los capítulos 31-34, sobre el hambre y la peste, son una imagen poderosa de la devastación material y moral. Manzoni no ofrece respuestas simples, pero deja esas preguntas abiertas para que el lector las medite.
     La Peste italiana de 1629 – 1631 fue una serie de brotes de peste bubónica que se produjo desde 1629 hasta 1631 en el norte y el centro de Italia, a menudo se le denomina La Gran Plaga de Milán, que cobró la vida de aproximadamente 280.000 personas, en las ciudades de Lombardía y el Veneto.
     En octubre de 1629, la plaga llegó a Milán y aunque la ciudad inició medidas de salud pública eficaz, incluyendo cuarentena y limitar el acceso de los soldados alemanes y mercancías. Un importante brote surgió en marzo de 1630 debido a las medidas sanitarias relajadas durante el carnaval, con bajas registradas de 60.000 personas de una población de 130.000.
     Al este de Lombardía, la República de Venecia fue infectada entre 1630–31 y la ciudad de Venecia severamente afectada, con bajas registradas de 46.000 personas de una población de 140.000. Algunos historiadores creen que esto dio lugar a la caída de Venecia como una gran potencia político-comercial en Europa.
Evolución de la población de las ciudad tras la epidemia:
Ciudad
Pob. 1628
Pob. 1631
143.000
98.000
130.000
65.000
70.000
63.000
62.000
47.000
40.000
21.000
39.000
10.000
38.000
20.000
11.000
3.000

El Lazzaretto de Milan 
    El Lazzaretto de Milán fue construido entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI fuera de la, Porta Orientale, como refugio para los enfermos durante las epidemias.
     Fue construido en forma de un cuadrilátero, de 378 metros de largo y 370 de ancho, y ocupaba un área limitada por la actual, Vía San Gregorio, Vía Lazzaretto, Vía le Vittorio Veneto, y Corso Buenos Aires.
La Necesidad de un Lazzaretto
     En el capítulo 35 de, “Los Novios” Manzoni escribe, “Imagíne el lector el recinto del Lazzaretto, poblado por dieciséis mil víctimas de la peste; ese espacio todo desordenado, donde hay chozas y barracas, donde hay vagones, donde está la gente; esos dos pasillos interminables de arcadas, a la derecha y a la izquierda, llenas, llenas de cadáveres lánguidos o confusos, sobre sacos, o sobre paja; [...] y aquí y allá, un ir y venir, una parada, una carrera, una curva, un pie, convalecientes, frenéticos, sirvientes."
     Entre 1448 y 1449, durante la República Ambrosiana, se supuso la creación de un lugar para el refugio de los pobres y los enfermos, y se asumió primero en Cusago y luego en un edificio cerca de la iglesia de San Barnaba, en Porta Tosa; en ese momento los enfermos eran hospitalizados cerca del castillo de Porta Giovia.
     En 1468, entre junio y julio, con motivo del matrimonio entre Galeazzo Maria Sforza, y Bona de Saboya, hay noticias de la propagación de la peste, y varios nobles que se mudaron de la ciudad.
     En el mismo año, con una carta fechada el 10 de agosto, el notario Lazzaro Cairati presentó al duque un proyecto para la construcción de un lazaret en Crescenzago, cerca de Martesana; Las aguas del canal habrían rodeado la estructura y habrían permitido que los enfermos fueran llevados por el agua. Se planeó un área de 400 postes cuadrados (26 hectáreas) con 200 habitaciones cuadradas con un lado de 8 brazos.
     Cada habitación habría estado aislada de las demás, y habría tenido dos ventanas, dos orificios de ventilación, una pequeña chimenea, y una letrina; la cama habría sido de paja, de modo que pudiera quemarse en el momento de la desinfección. Un edificio especial habría aceptado los casos sospechosos, manteniéndolos separados de los infectados. También habría dos pequeñas iglesias con espacios funerarios y una gran casa para médicos, barberos y oficiales. En este proyecto, algunos notan una influencia de las ideas de Filarete.
     El duque envió todo al Consejo Secreto de Milán, quien lo aprobó, a pesar de algunas protestas de los habitantes de Crescenzago; Sin embargo, la realización se hizo a un lado, probablemente debido a la falta de fondos.
Un Nuevo Proyecto
     En 1485, la peste volvió a atacar en Milán, y se volvió a la idea de crear un lugar para aislar a los enfermos.
El 23 de enero de 1486, el conde Galeotto Bevilacqua murió, quien, siguiendo lo establecido por su tío paterno Onofrio, dejó al Hospital Maggiore con varias propiedades para ser vendidas con el fin de construir un lugar para las pobres víctimas de la peste; En el testamento también indicó que en la posición de la estructura que la Porta Orientale estuviera ubicada en las cercanías de la iglesia de San Gregorio, (en el sitio y en el terreno de Sancti Gregorii), y estableció que debería completarse dentro de los dos años de su muerte. Probablemente el área fue elegida por Bevilacqua, porque un refugio vinculado a la iglesia de San Gregorio ya estaba presente en el sitio.
     Se resolvieron algunas controversias con los herederos de Bevilacqua, en 1488 el Hospital Maggiore obtuvo 6000 ducados para ser comprometidos para el trabajo,  una comisión confirmó la idoneidad del lugar elegido, y se les negó por el temor de una posible propagación de la plaga por aire, o a través de las aguas que habrían rodeado el hospital.
     También se definió un proyecto de la estructura. En total, habría ocupado un área de 200 perchas cuadradas, y el acceso habría sido posible solo a través de un puente levadizo; Había 280 habitaciones, no separadas como en el primer proyecto, sino una al lado de la otra. Cada habitación, cuadrada y lateral con ocho brazos, habría tenido:
  • Una gran ventana hacia adentro
  • Una gran ventana con baranda hacia el foso para poder comunicarse con el exterior (se hicieron con un ancho de dos brazos y una altura de tres brazos, igual a 1.20 metros por 1.80 metros)
  • Una chimenea francesa hacia el foso
  • Una letrina
  • Una cama de ladrillo.
     Fuera de cada habitación, habría una pintura sagrada. Se construiría una capilla en el centro de la estructura. Finalmente, la estructura se habría dividido en cuatro partes, las tres primeras destinadas, respectivamente, a los enfermos, a los rehabilitados, y a los sospechosos, mientras que la última, ubicada hacia la ciudad, estaría destinada a los médicos, boticarios, barberos y otros empleados. Las insignias ducales y las de las familias Parravicini, Bevilacqua, Borromeo y Trivulzio serían talladas en la entrada.
     El 27 de junio de 1488 comenzó lo que se denominó el, "Edificio de Santa Maria della Sanità" (Edificium Sancte Marie Sanitatis), y el 14 de noviembre, las obras se confiaron oficialmente a Lazzaro Palazzi, con la compensación anual de 50 liras imperiales. El proyecto probablemente fue llevado a cabo principalmente por el notario Lazzaro Cairati, quien se llamó a sí mismo, auctore e inventor del lazaretto.
     La construcción comenzó lentamente: en 1497 se señaló la terminación de los cimientos de la mitad de las habitaciones, mientras que solo en 1505, se inició el suministro de los azulejos. Una buena parte del pórtico se construyó entre 1507 y 1508, año en que comenzó el blanqueamiento de las habitaciones.
Lazzaro Palazzi, enfermo en 1504, murió a fines de 1507, y en 1508 fue reemplazado por Bartolomeo Cozzi.
Entre 1509 y 1513 solo hubo intervenciones mínimas, debido a la falta de fondos y parte de la estructura permaneció incompleta; el terreno interno fue arrendado.
     La estructura, que fue tomada como paradigma para posteriores realizaciones en otras ciudades, constituía un vasto recinto cuadrado con una sola entrada, custodiada por soldados. Todo a su alrededor estaba rodeado por un foso lleno de agua, llamado Fontanile della Sanità, que aumentó la idea de aislamiento y extrañamiento de la cercana Milán.
     El perímetro interno estaba formado por 504 arcos, en los cuales 288 celdas pequeñas pasaban por alto para las víctimas de la peste; 280 eran solo para el internamiento de los enfermos, mientras que las 4 restantes en las esquinas, y 4 en las entradas estaban destinadas a servicios. Cada celda tenía un área de unos veinte metros cuadrados, con dos ventanas, una chimenea, una letrina y colchones de paja en los que dormían los enfermos.
La Peste.
     La aparición de nuevas plagas hizo necesario usar el recinto: entre 1513 y 1516 el lazareto albergaba a más de doscientas personas al año entre los enfermos y los sospechosos. A esto siguió la peste de 1524 y la de 1576 que obligaron a construir cabañas dentro y fuera del recinto, para dar cabida a la gran cantidad de enfermos. Para finales del siglo XVI, ante la ausencia de epidemias, el terreno se volvió a alquilar, y algunas habitaciones se tapiaron.
La Plaga de 1630
     En 1629, debido a la hambruna en el Ducado de Milán, más de 3500 personas pobres fueron recogidas en el hospital para recibir ayuda con alimentos y su número, según Tadino, llegó a 9715; El hacinamiento provocó una epidemia en el hospital que causó entre 70 y 110 muertes por día. El hospital fue cerrado y los pobres que parecían sanos, regresaron a sus hogares, pero la infección se propagó brevemente en la ciudad y antes de septiembre, murieron unas 8500 personas.
     Con la propagación de la peste de 1630 en la ciudad, el lazareto fue reabierto y organizado:
Lado Sur (hacia la ciudad), a la derecha estaban las habitaciones de los sospechosos con cinco cárceles para desobedientes y malhechores; a la izquierda una habitación para el cuidador, una para un agente de pago, y 32 habitaciones para los oficiales.
Lado Este, estaban las habitaciones de los infectados con habitaciones para el barbero y para los malos monatti, quienes se encargaba de los entierros.
Lado Norte, entrando por la puerta norte, a la derecha el purgatorio, los depósitos de bienes a devolver, y las cámaras de mujeres sospechosas; a la izquierda, depósitos de bienes infectados, los malos monatti, y un barbero.
Lado Oeste, las habitaciones no eran utilizables porque se dejaron incompletas en el momento de la construcción (tampoco había parte del porche).
     Un monatto era un funcionario público que, durante los períodos de epidemia pestilencial, los municipios le encargaban transportar a los enfermos o cadáveres al hospital. Por lo general, los monatti eran personas condenadas a muerte, prisioneros, o personas curadas de la enfermedad y por lo tanto, inmunes a ella.
     La aparición del lazaretto durante la peste se informa en una impresión del 29 de enero de 1631 hecha por Giovanni Francesco Brunetti, quien pasó un período en el hospital y sobrevivió. Los subtítulos impresos describen lugares y eventos dentro y fuera del recinto.
     El lazareto en la época de la peste de 1630 también se representa en un lienzo presente en Via Laghetto en Milán; Es un ex voto de Bernardo Catone, superior de los carboneros, por haber sido preservado de la peste. La parte superior representa a la Virgen con un manto abierto sostenido por dos ángeles; frente a San Sebastián, San Carlos y San Roque; el perfil del cliente se muestra en la parte inferior derecha.
     La vista en perspectiva en la parte inferior muestra el lazaretto en el lado occidental, con las paredes de Milán a la derecha y la iglesia de San Gregorio a la izquierda y la fosa del entierro. La vista muestra 36 carpas dentro del recinto.
La inscripción alrededor del cuadro, se divide en cinco partes, cuatro en las decoraciones en las esquinas y la quinta en la parte inferior en el marco falso.
     El uso de carpas para la admisión de las víctimas de la peste también se representa en la pintura, La Comunión de los Contaminados, de Antonio Maria Ruggeri, realizada a fines del siglo XVII.
Privatización y Demolición
     Después de la plaga en 1632, se llevó a cabo una desinfección y el lazzaretto fue devuelto al Hospital Maggiore.
En el período siguiente, la estructura se utilizó principalmente para fines militares y sufrió diversos daños y alteraciones. También comenzó una serie de adaptaciones para diferentes propósitos: en 1780 se convirtió en la sede de la Escuela de Veterinaria y de los guardias de servicio; en 1790 se adaptaron varias habitaciones como casas de trabajo para los pobres.
     En 1797 el lazzaretto fue expropiado por Napoleón, para la Administración General de Lombardía. El 9 de julio del mismo año, con motivo del Día de la República, pasó a llamarse Campo della Federazione, y se realizó una primera manipulación del edificio con la creación de veintidós aberturas al exterior para permitir el acceso de la población durante la fiesta, y con la destrucción de tres habitaciones para el paso de tropas.
“En nuestros días, una abertura grande y una pequeña en una esquina de la fachada, en el lado que corre a lo largo de la carretera principal, se han llevado, no sé cuántas habitaciones.”
(Los Novios, cap. XXVIII)
     El espacio interior se utilizó nuevamente para algunas celebraciones en 1798, pero las decoraciones fueron destruidas en mayo de 1799, cuando las tropas rusas y cosacas acamparon. Con el regreso francés en 1800, el área mantuvo un uso militar.
En 1812 regresó al Hospital Maggiore, que intentó venderlo, pero la subasta quedó desierta. Con el crecimiento de la población de la ciudad, la estructura fue habitada cada vez más y en 1840 se cubrió el foso externo, lo que permitió la creación de tiendas abiertas en la carretera.
     Algunas habitaciones fueron alquiladas por el Hospital Maggiore a trabajadores ferroviarios, jardineros, artesanos, vendedores ambulantes, lavaderos, herreros y fabricantes de hielo.
     En 1861, la parte norte fue cortada del viaducto ferroviario que conducía a la antigua estación central de Milán, y cuya ruta correspondía a la avenida actual de Túnez.
     El 28 de abril de 1881, el complejo fue comprado en una subasta por la Banca di Credito Italiano por 1.803.690 liras, y dividido por el Plan Beruto para la construcción de nuevos edificios populares.
Con la aprobación del plan de zonificación para el área, la demolición comenzó en la primavera de 1882.
Las Partes Sobrevivientes
     Al momento de la venta en 1880, el gobierno solicitó el alivio de la estructura y la conservación de una pequeña porción del edificio.
Inicialmente, se planificó la preservación de la puerta de San Gregorio, puerta norte utilizada para transportar a los muertos a los sitios de entierro. Sin embargo, debido a la falta de la decoración original en la parte externa de la mampostería, se decidió preservar otra sección ya comprada por el municipio, hoy en Via San Gregorio.
     El edificio (en el número 5 de la calle) de 1974 fue otorgado a la Iglesia Ortodoxa Griega del Calendario Antiguo, e incluye una sección correspondiente a poco más de cinco habitaciones originales, con seis ventanas y cinco chimeneas. En el costado del edificio frente a la calle, hay una sección del pórtico con diez arcos en once columnas. También hay una lápida: “Oh caminante, el paso sostienes, pero no el llanto.”
     Otra parte de la mampostería se encuentra dentro del edificio cercano que alberga el Istituto Comprensivo Galvani, que data de 1890.
     La parte del pórtico interno correspondiente de la puerta de San Gregorio fue reconstruida por la familia Bagatti-Valsecchi en su propia villa en Varedo.
     También se informan otras reutilizaciones de piezas de pórtico.
     Milán, Palazzo Luraschi (corso Buenos Aires 1), construido en los antiguos terrenos del lazaretto
     Milán, Palacio Bagatti-Valsecchi (a través de Santo Spirito 10)
     Bellagio, Villa Melzi d'Eril
     Senago, atrio (ya no existe) de la Villa Borromeo
Oreno, tumba de la familia Borromeo
     Varedo, casa parroquial y guardería
Sacro Monte di Varese, hogar de Lodovico Pogliani
     La iglesia de San Carlo al Lazzaretto.
     Desde su construcción, un altar cubierto se encontraba en el centro del complejo, donde se celebraban las celebraciones. La capilla fue inicialmente dedicada a Santa Maria della Sanità.
     Después de la epidemia de 1576, en 1580 el cardenal Carlo Borromeo le pidió a Pellegrino Tibaldi que diseñara un edificio más funcional. El plan octogonal con simetría central, aunque contrario a lo definido por la Contrarreforma, fue aprobado, y la construcción comenzó en 1585. Primero se dedicó a San Gregorio.
En 1797, después de la llegada de Napoleón, Giuseppe Piermarini retiró el altar central, y lo reemplazó por una estatua de la Libertad, transformando el edificio en un “Altar de la Patria”; con motivo de un festival, se colocó un trípode en la parte superior para quemar incienso.
     En 1844, la iglesia desconsagrada, que ya había recibido la mampostería de las paredes, fue utilizada como granero.
Con motivo de la demolición del lazareto, la pequeña iglesia también se conservó intacta. Fue comprado por el párroco de la Iglesia de Santa Francesca Romana a través de una suscripción pública, reestructurado y rededicado; Fue reabierto para el culto en 1884 con el título de San Carlo. (Wikipedia en Italiano)
Los Novios
De Alejandro Manzoni
     Una mañana, Lorenzo platicaba con su madre, diciendo, “¿Ricos y poderosos? En estos contornos hay solo uno. ¡Don Rodrigo!” La mujer dijo, “Sí, es verdad, envió a dos hombres que amenazaron de muerte a mi ámo.” Lorenzo dijo, “¿Por qué? No entiendo.”
    La mujer dijo, “Lorenzo, ten paciencia. No mortifiques al cura Abundo, yo juré no decir nada, Lorenzo.” Pero ya el joven se alejaba a grandes pasos, pensando, “¿Qué razón tiene Don Rodrigo para impedir mi boda?¿Acaso se interesa por Lucía?¿Y ella? ¡No, ella me es fiel! Lucía me ama. ¡Ese malvado a puesto sus ojos en mi novia.” Angustiado y furioso, se dirigió a casa de Lucía. La madre de Lucía, doña Inés lo recibió, diciendo, “Buen día, hijo, ¿A qué hora debemos ir a la iglesia?” Lorenzo le dijo, “No habrá boda, señora Inés. Y quien sabe cuándo podrá efectuarse.”
     En ese momento llegaba Lucía, diciendo, “Lorenzo, ¿Escuché bién? Has dicho que…” Doña Inés dijo, “Sí, hija, dice que no habrá boda.” Enseguida, la señora se dirigió a Lorenzo y dijo, “Por favor, explícanos qué ha pasado.” El joven se apresuró a hacerlo. Entonces Lucía dijo, “¡Dios santo, no imaginé que Don Rodrigo llegára a ese extrémo!”
    Lucía agregó, “Yo…ahora me doy cuenta de la maldad de ese hombre.” Doña Inés dijo, “Hija, ¿Qué ocultas?¿Por qué no me habías dicho nada?¿Qué secreto guardas? ¡Dímelo!” Con voz entrecortada por el llanto, la joven comenzó a hablar. “Hace unas semanas, al regresar del taller de hilados, me quedé un poco atrás de mis compañeras, y dos hombres a caballo se me acercaron.
     Uno de los hombres dijo, ‘¡Mira Rodrigo, que hermosa moza! Nunca vi ojos más negros ni pelo tan lustroso.’ Rodrigo, quien también iba a caballo, dijo, ‘¡Y qué talle, primo!’ Enseguida, el hombre se dirigió a mí, y me dijo, ‘¡Eh, muchacha, ¿Cómo te llamas?’ Yo le dije, ‘Lucía, señor.’ El señor Rodrigo me dijo, ‘Bonito nombre. Me gusta y me gustas tú. Eres digna de ser amada por un señor como yo.’
Avergonzada apresuré el páso para unirme a mis compañeras. Recuerdo que el otro hombre dijo, ‘No te hizo mucho caso la moza, Rodrigo.’  Y Rodrigo rió, y dijo, ‘¡Ja, Ja, Ja! Así son las aldeanas, pero será mía, te lo apuesto, primo. ¡Ja, Ja, Ja!’ En los días siguientes siempre los encontré en mi camino. En una de esas ocasiones, uno de ellos dijo, ‘Ni siquiera levanta la vista. Creo que has perdido.’ Y Rodrigo dijo, “’Lo veremos cuando y quiero algo, siempre lo consigo.’”
     Lucía continuó con su confesión, “Yo no sabía qué hacer. Hace una semana, cuando fuimos a Pescarino, se lo conté al padre Cristóbal en confesión.” Doña Inés le dijo, “Hiciste bien, pero, ¿Por qué no me confiaste a mi?” Lucía se deprimió y dijo, “No quería afligirla, madre. Usted nada podía hacer.” Doña Inés le dijo, “¿Y qué te dijo el Padre Cristóbal?” Lucía le dijo, “Que no me dejára ver, así Don Rodrigo se olvidaría de mi. Por eso no he salido de casa.” Lorenzo se encolerizó, y dijo, “¡Mataré a ese hombre!¡Es un maldito! No cometerá mas fechorías.” Lucia le dijo, “¡No, Lorenzo! Tú no vas a perderte por su culpa.” Pero Lorenzo le dijo, “Temo que te pierdas tú, Lucía. Don Rodrigo es poderoso. Nadie nos ayudará. Nadie se pondrá en su contra.”
     Doña Inés dijo, “El padre Cristóbal es un santo. Él nos ayudará. Le enviaré un recado pidiéndole que venga a vernos. Hay que tener fe. El padre Cristóbal quiere mucho a Lucía. Él sabrá cómo solucionar esto.” Lucía, quien continuaba abrazada de Lorenzo, dijo, “Hay que enviar ahora mismo a alguien a Pescarino. Estoy segura que acudirá a socorrernos.” 
     Lucía no se equivocaba. Al día siguiente, antes del mediodía, el religioso se presentó en la humilde casita. Doña Inés lo recibió, diciendo, “¡Padre Cristóbal, sea usted bienvenido!” El padre Cristóbal dijo, “¿Qué sucede, hijas? Cuénteme qué les preocupa?” El padre se sentó a la mesa, y recibió un tarro de vino. Inés se apresuró a tenerlo al tanto, tras lo cual, el padre Cristóbal dijo, “¡Pobrecillas! Dios quiere probarlas. No se desanimen. Voy a pensar qué hacer.” Las dos mujeres contemplaron ansiosas al religioso, quien pensaba, “Aunque ésta noche se casára, ¿Sería eso un freno para ese hombre?¿Hasta dónde podrá llegar su atrevimiento?” Enseguida el padre dijo, “Quizá lo mejor sea hablar con él y tratar de convencerlo, recordarle los castigos de la otra vida.”
     En ese momento venia llegando Lorenzo, quien dijo, “¡Buenos días, padre!¿Ya le han contado?” El padre Cristóbal dijo, “Sí, Lorenzo, y he decidido ir a hablar con ese caballero. Si Dios le toca el corazón y da fuerzas a mis palabras, todo saldrá bien.” El cura agregó, “De no ser así, el Señor nos dará otra solución. Regresaré hoy mismo, o mañana temprano.” Dicho esto, se despidió y partió rumbo al castillo de Don Rodrigo.
     Al llegar, el padre Cristóbal se presentó con el portero y sirviente, quien se inclinó e incó al recibirlo. El padre Cristóbal le dijo, “Dios te bendiga, hijo, ¿Puedo ver a tu ámo?” El sirviente le dijo, “Pase, padre. Don Rodrigo acaba de regresar de cacería con su primo, el señor Atilio.”
     Minutos después el padre llegaba a una estancia lujosa del castillo. Dos hombres sentados alrededor de una mesa redonda bebían. Uno de ellos dijo, “¡Ajá, tenemos visitas! Adelante, padre, adelante.” Don Rodrigo pensó, “¿Qué querrá éste cura? Nunca me ha agradado su cara de santurrón.”
     Enseguida, Don Rodrigo le dijo, “¿Qué tal, padre Cristóbal?¿Qué asunto lo trajo por aquí?” El padre Cristóbal le dijo, “Deseo hablarle en privado de algo muy importante, Don Rodrigo.” Sin ocultar su molestia, el caballero lo condujo a otra sala.
     Una vez allí, Don Rodrigo le dijo, “¿En qué puedo servirle?” El Padre Cristóbal le dijo, “Vengo por un acto de justicia. Dos de sus hombres han amenazado a un pobre cura para impedir cumplir con su obligación.”  Enseguida, el sacerdote le habló de frente, y dijo, “Señor, por cuestión de honor y de conciencia, usted puede castigar a esos hombres, y permitir que se efectúe la boda de…” Don Rodrigo lo interrumpió, y dijo, “Mire padre, usted me hablará de mi conciencia cuando yo vaya a pedirle consejo. En cuanto a mi honor… es algo que solo a mi me pertenece, y el que pretenda tomar parte en él, es un atrevido que lo ultraja.”
     El Padre Cristóbal dijo, “Yo no he querido ofenderlo. Solo vengo a pedir por una joven virtuosa. Usted puede hacer mucho por ella.” Don Rodrigo dijo, “Estoy de acuerdo, lo haré. Dígale que venga a ponerse bajo mi protección. Nada le faltará aquí.” El padre Cristóbal dijo, “¿Bajo su protección? ¿Lucia venir a esta casa maldita, sobre la que caerá la íra de Dios?” La infame protesta había llenado de cólera al santo hombre que no pudo contenerse. Entonces Don Rodrigo dijo, lleno de cólera, “¿Qué dices cura imprudente? ¡Quítate de mi presencia!¡Vete antes de que ordéne que te azoten!” Fray Cristóbal comprendió que nada lograría de aquel infame hombre, y dijo, “¡Que Dios se apiade de usted!”  Don Rodrigo le dijo, “¡Fuera!¡Vete al Demonio!”
    Presuroso el anciano  salió del castillo, mientras Rodrigo, encendido en cólera, regresaba con Atilio, quien le dijo, “¿Qué quería el cura, Rodrigo?” Don Rodrigo le dijo, “Pedir limosna, es lo único que saben.” Atilio le dijo, “No le habrás dado mucho, supongo. Pronto tendrás un gran pago: el pago de la apuesta.” Pero Don Rodrigo le dijo, “No la voy a perder. Tan seguro estoy que si quieres te dóblo la apuesta.” Atilio dijo, “Como quieras, pero recuerda que el plazo vence pronto.” Don Rodrigo dijo, “Mañana la habré ganado…tengo que ir a dar unas órdenes, no tárdo.”
     Momentos después, un hombre con espada, se presentaba ante Don Rodrigo, quien le decía, “Canoso, a más tardar mañana por la noche, Lucía debes estar aquí.” El hombre le dijo, “Jamás se dirá que he dejado de servirle bien, señor.” Don Rodrigo le dijo, “Dispón las cosas como te parezca, pero ten cuidado en hacerle algún daño a la moza.” Canoso le dijo, “Señor, no es posible arrancar una flor sin ajarla un poquito, pero no se hará sino lo necesario.” Don Rodrigo le dijo, “Está bien, pero no exageres. ¡Ah! Si encuentras al insolente ese que se dice su novio, dale una lección.” Canoso le dijo, “Déjelo a mi cuidado, su señoría. Le aseguro que tendrá el tratamiento que se merece.”   
    Y mientras ellos ideaban la forma de efectuar el siniestro plan, el padre Cristóbal se encontraba sentado a la mesa, con Doña Inés, Lorenzo, y Lucía. El padre Cristóbal dijo, “Hijos, nada podernos esperar de ese hombre de corazón de piedra.” Doña Inés dijo, “¿Qué vamos a hacer, padre?”
     El padre Cristóbal dijo, “Lo único, por el momento es irse de aquí.” Lorenzo, quien abrazaba a Lucía, dijo, “¡Dejar nuestras casas, la tierra donde nacimos, no es justo!” El padre Cristóbal dijo, “Es una prueba que les manda Dios. Solo será por un tiempo, hasta que los ánimos se aquieten. Luego podrán regresar.” Lucía dijo, “¿Y a dónde iremos?” El padre Cristóbal dijo, “Ya lo he pensado. Tú, Lucía, con tu madre, iras a Monza. Allí estarán fuera de peligro.” El padre agregó, “Les daré una carta para el padre Guardián del convento de los capuchinos. Él les buscará un refugio.”
    Lorenzo dijo, “¿Eso significa que tendremos que separarnos?” El padre Cristóbal dijo, “Sí, hijo. Tú tendrás que trabajar, hacer algo de fortuna. Irás a Milán donde acudirás al padre Buenaventura, quien te ayudará.” Lorenzo dijo, “Ese maldito hombre consiguió su propósito, aparatarme de Lucía.” Lucía le dijo, “Hay que resignarse, Lorenzo, es la voluntad de Dios. Si nos quedamos, nuestra vida será un infierno. Temo por ti y por mí.” El padre Cristóbal dijo, “Partirán mañana al atardecer. Una barca los esperará en el río, al otro lado estará aguardando un carruaje.”
    El sacerdote dio las últimas instrucciones, y luego se despidió. Inés, comprendiendo el dolor de los novios, lo dejó a solas. Lorenzo dijo a Lucía, “Solo Dios sabe que nos aguarda en el futuro.” Lucía dijo, “No importa cuán lejos estemos el uno del otro. Yo te amaré siempre, siempre.” Lorenzo le dijo, “Tienes razón. Pasaremos esta prueba. Tu cariño me dará fuerzas para trabajar y poder ir en tu búsqueda.” Lucía dijo, “Volveremos a estar juntos. Sé que así será.” Ambos se fundieron en un abrazo, dándose mutuo valor para resistir la adversidad.
     Al día siguiente, Lorenzo llegó con su bolsa de viaje y dijo a Inés y Lucía, “¿Ya están listas? Ya es hora de partir.” Lucía dijo, “Sí, vámonos. Ya deseo encontrarme lejos de aquí.” Partieron y cuando ya avistaban el río, tres hombres a caballo los divisaron. Uno de ellos dijo, “Oye, Canoso, mira a esos tres. ¿No va allí la moza que debemos llevar al castillo?” Canoso dijo, “¡Por Satanás, tienes razón! Parece que la palomita se dispone a huír con su novio.” Canoso agregó, “La suerte está de nuestra parte. Les caeremos encima y daremos una lección a ese pícaro.” Rápidamente los hombres desmontaron, y Canoso les dijo, “¿A dónde creen que van?” Inés gritó, “¡Estamos perdidas!” Lucía exclamó, “¡Oh, no, Dios mío!” Canoso jaloneó a Lucía y dijo, “¡Tú vendrás con nosotros!”
     Lucía gritó, “¡NOOOOO!” Otro de los hombres detuvo a Lorenzo y Lorenzo dijo, “¡Maldito, suéltala!” Otro hombre detuvo a Inés, quien gritó, “¡Mi Hijaaa!” Mientras era sujetada, Lucía gritaba, “¡Suélteme!¡Déjeme!” Lorenzo seguía luchando contra uno de los hombres. Mientras era llevada al caballo, Lucía seguía forcejeándose y gritaba, “¡Lorenzo ayúdame!” Canoso, quien la sujetaba y la llevaba le gritó, diciendo, “¡Maldita fiera, yo te voy a dar…!”
     Lorenzo seguía luchando. Inesperadamente, un grupo de campesinos con picos y teas  llegó al lugar, lanzando piedras, y gritando, “¡A ellos!¡Ahora verán esos pillos!” Uno de los hombres que luchaba contra Lorenzo, se detuvo y gritó, “Canoso, vienen a ayudarlos!” Antes de que los tres maleantes escapáran, fueron sometidos. Mientras los aldeanos y Lorenzo seguían golpeando a los maleantes, Lorenzo gritó, “¡Lucia, Doña Inés, corran al río!” Canoso y sus hombres nada pudieron hacer contra la furia de los aldeanos.
     Cuando los maleantes fueron derrotados, uno de los aldeanos dijo, “Vete, Lorenzo. Estos ya no podrán hacer nada contra ustedes.” Lorenzo dijo, “Gracias amigos. Jamás olvidaré esto.” Minutos después, Lorenzo empujaba el bote sobre el río, donde iban Doña Inés, Lucía, y un remador. Tras empujar el bote, Lorenzo subió posteriormente con ellos. Lucía dijo al verlo, “¿Lorenzo, estas herido?” Lorenzo le dijo, “No es nada.” Enseguida Lorenzo dijo al remador, “Vamos, buen hombre. Pongámonos en marcha.”
     Ya arriba del bote, Lorenzo dijo, “¿Estás bien, Lucía?¿No te hizo mal ese canalla?” Lucía dijo, “Estoy bien…aún no puedo creer que estemos a salvo.” Mientras era vendado por Lucía, por una herida en la cabeza, Lorenzo dijo, “Tomé mi precauciones. Pedí a esos buenos amigos que nos siguieran, por si necesitábamos ayuda.” Lucía dijo, “Gracias a Dios que se te ocurrió hacer eso. Si no, a estas horas…ni pensarlo…”
     La barca no tardó en cruzar el río, y Lorenzo fue el primero que divisó el carruaje, diciendo, “Allí está el carruaje. Permita el señor que lleguemos con bien a Monza.” Ya en el carruaje, viajaron toda la noche, poco después, al salir el sol, Lorenzo dijo a Lucía, “Déjenme acompañarlas hasta el convento y ver dónde quedarán instaladas.” Pero Lucía le dijo, “No, Lorenzo, el padre Cristóbal aconsejó que siguieras el viaje de inmediato. Debes marcharte ahora mismo.”
    Lucía agregó, “Es mejor así. Separémonos ahora, cuídate mucho y no me olvides.” Lorenzo le dijo, “Jamás podría hacerlo. Vendré por ustedes tan pronto pueda. En el convento preguntaré dónde se encuentran. Lucía, contigo queda mi corazón.” Con lagrimas en los ojos los novios se miraron un instante, y luego el joven dio vuelta y se alejó. Lucía pensó al verlo, “Mi querido y adorado Lorenzo, presiento que nos queda aún mucho que sufrir…y te ámo tanto…”
     Poco después, un sacerdote recibía a ambas mujeres en el convento, diciendo, “En ésta carta el padre Cristóbal me explica la situación y me pide que las proteja. No se preocupen. Yo las llevaré a un lugar seguro.” El sacerdote agregó, “Las llevaré a casa de doña Gertrudis, es una buen acristiana que no les negará asilo.” Mientras tanto, Don Rodrigo enfurecido, gritaba a Canoso por haber fracasado, diciendo, “¡Estúpido!¡Idiota! Se escaparon en tus propias narices.” Canoso le dijo, “Señor ya le he contado como estuvieron las cosas. Si nos hubiéramos imaginado…”
     Don Rodrigo le dijo, “¡No quiero disculpas! Ve a averiguar a donde fueron, y no regreses sin saberlo o te pesará haber nacido.” Canosos inclinó la cabeza, y Atilio dijo, “Querido primo, creo que has perdido.” Don Rodrigo dijo, “He perdido por el momento. Te pagare la apuesta, pero esto no quedará así. La culpa de todo la tiene ese fraile entrometido.” Don Rodrigo agregó, “¡Pero no se saldrá con la suya! Esa muchacha será mía, aunque tenga que ir a buscarla al fin del mundo.” Rumiando su venganza pasó el caballero el resto del día y parte de la noche.
   Al atardecer siguiente, Canosos se presentó ante Don Rodrigo. Don Rodrigo dijo, “¡Ah, por fin apareces!¿Qué noticias me traes?” Canoso dijo, “Espero que le complazcan, mi señor. En la taberna encontré a dos hombres, uno de ellos un cochero. Éste le contaba al otro que acababa de regresar de Monza, donde había dejado a dos mujeres.” Don Rodrigo dijo, “¡Son ellas!¡Tienen que ser ellas!¿Y el pícaro del novio?” Canoso dijo, “Según dijo, siguió el viaje a Milán.” Don Rodrigo dijo, “¡Ajá, están solas en Monza! Pues bien, ya me encargaré de que esos novios no se vuelvan a ver.”
     Ignorantes de lo que tramaba el malvado Don Rodrigo, Lorenzo llegaba a Milán. Al llegar, Lorenzo vio un gran alboroto, y pensó, “Algo grave sucede. La gente esta sublevada.” Enseguida, Lorenzo dijo a un hombre, “¿Qué pasa? ¿Por qué tanto alboroto?” El hombre le dijo, “Es por el pan. Encarecen la harina y falta el pan. Suben el precio y los pobres no pueden comprarlo. Por eso atacan las panaderías.” La gente gritaba, “¡QUEREMOS PAN!¡LADRONES!¡LADRONES!” La gente se fue acercando a las puertas de la panadería, gritando, “¡PAN!¡PAN!¡ABRAN LAS PUERTAS! ¡ASESINOS!” Tras tirar la puerta, los manifestantes irrumpieron impetuosamente. La multitud enfurecida, semejaba fieras rabiosas, gritando, “¡PAN!¡PAN!” Dispuestos al saqueo, entraron en tropel. Uno discutía con otro, tratando de arrebatar un saco de pan, diciendo, “¡Este saco es mío!” Otra señora, llenaba sus brazos con virotes de pan, diciendo, “¡Aquí hay pan!” Otro gritaba, “¡Llevémonos todo!”
    La multitud salió de la panadería con sus brazos llenos, gritando, “¡VIVA LA ABUNDANCIA!” Otro gritaba, “¡MUERAN LOS PANADEROS!” Un hombre se acercó a Lorenzo, y le ofreció un virote, diciendo, “Tome amigo, el pan es para los pobres.” En ese momento, un hombre gritó, “¡La guardia!¡Viene la guardia!” Al llegar, el jefe de la guardia los enfrentó, diciendo, “¡BASTA DE ESCANDALO!¡A SUS CASAS!¡A SUS …AGH!” La guardia fue recibida a pedradas por parte de la gente. Lorenzo permanecía inmóvil pegado a la pared de una esquina de la calle. Ante el ataque los soldados reaccionaron de inmediato, golpeado con sus lanzas a la gente. El jefe de la guardia gritaba, “¡BANDIDOS!¡LADRONES!” La gente seguía arrojando piedras. Lorenzo pensó, “Esto se pone feo. Sera mejor que búsque un lugar donde refugiarme.” Rápidamente Lorenzo se escabulló por una callejuela. Al llegar a una esquina, Lorenzo pensó, “Aquí hay una posada. Me quedaré ésta noche en ella. Ya es tarde para ir al convento.”
    Poco después, Lorenzo se encontraba en el interior de la posada, sentado a la orilla de una banca, de una gran mesa con otros comensales. El posadero le dijo, “¿Qué desea el señor?” Lorenzo le dijo, “Un buen jarro de vino y algo de comer.” No tardó en ser servido, y cuando el posadero llegó con su alimento, le dijo, “¿Dónde consiguió pan? Desde hace dos días yo no he podido obtener ni una migaja.” Lorenzo le dijo, “Me lo dieron en la calle. Me topé con un grupo de gente que asaltaba a una panadería.” Dos comensales que estaban al lado de Lorenzo, comenzaron a platicar. Uno de ellos dijo al otro, “¡Qué cosas pasan en Milán! Malos tiempos están corriendo.” El otro dijo, “La gente tiene razón. Los panaderos especulan, y las autoridades los protegen. El pueblo tiene hambre.” Lorenzo se integró a la conversación, y dijo, “Siempre los pobres somos los perjudicados. Las leyes se hacen para proteger a los poderosos.” El hombre que estaba a su lado dijo, “Así es. La justicia no es para los buenos cristianos.”
     Mientras bebía, Lorenzo fue enardeciéndose y empezó a hablar más de la cuenta. “¡Las autoridades son unos bribones, unos pillos que deberían ser ahorcados!” Lorenzo se levantó de la banca y continuó, “Los jueces, los abogados, todos los poderosos son unos ladrones. Matan al pueblo de hambre, le roban, lo martirizan.” Los demás comensales poco a poco se fueron poniendo de pie de la banca igual que Lorenzo, y uno de ellos dijo, “¡Bravo, así se habla!¿Cómo se llama usted, amigo?” Lorenzo dijo, “Lorenzo Famallino. Acabo de llegar de Leco…¡Eh, posadero! Prepáreme una buena cama, pasaré aquí la noche.” Continuó Lorenzo platicando con los parroquianos, hasta que poco a poco, éstos empezaron a marcharse. Cuando llegó el posadero, Lorenzo ya estaba ebrio. Lorenzo dijo, “Me han dejado solo. Es mejor que me vaya a dormir.”

     El posadero le dijo, “Yo lo llevaré a su habitación. Ha bebido más de la cuenta.” Apenas vio la cama, Lorenzo se dejó caer en ella, quedando de inmediato dormido. El posadero pensó al verlo, “Ahora vera este diablo de forastero. Venir a alborotar a mi posada. A reírse de la justicia.” Sin dudarlo el posadero salió a la calle y se dirigió al palacio de justicia. El juez le dijo, “Has cumplido con tu obligación al denunciar a ese hombre, aunque ya sabíamos de él.” El posadero dijo, “¿Cómo? Pero si…” El juez le dijo, “La justicia tienen ojos y oídos en todas partes. Vete y cuida que ese hombre no abandóne tu posada. Ya nos ocuparemos de él.” El posadero dijo, “Como usted mande, su señoría.”
     Al rayar el alba, Lorenzo estaba en su mejor sueño, cuando fue rodeado por un grupo de soldados. Uno de ellos lo despertó, diciendo, “¡LORENZO FAMALLINO!” Lorenzo despertó, diciendo, “¡Eh!¿Que sucede?” Los soldados presentaron sus lanzas a Lorenzo. El jefe de la guardia le dijo, “¡Levántate y acompáñanos! El capitán de justicia te espera!” Lorenzo dijo, “¿Porqué?¡Yo no he hecho nada malo!” El jefe de la guardia le dijo, “Robaste pan, e injuriaste a las autoridades. ¡Eres un alborotador!” Lorenzo, quien ya se había puesto de pie, les dijo, “¡Yo no he robado nada! No tienen derecho…”
     El jefe de la guardia dijo, “¡Cállate! Es mejor que no hagas escándalo, o empeorarás tu situación. ¡Vamos andando, y cuidado con lo que haces!” Lorenzo, quien ya había sido atado de las manos pensó, “Estoy perdido, tengo que ver la forma de escapar.” Cuando salieron a la calle, Lorenzo notó que había un alboroto. Una muchedumbre gritaba, “¡QUEREMOS PAN!¡TENEMOS HAMBRE!” Entonces Lorenzo gritó, “¡AMIGOS AYUDENMEEE!” La procesión fue interceptada por la muchedumbre, y una de las mujeres dijo, “¿Qué sucede?¿A dónde llevan a ese hombre?” El jefe de la guardia dijo, “Es un ladrón. ¡Retírense, y den paso a la justicia!” Entonces Lorenzo dijo, “Me llevan a la cárcel porque ayer clame por pan. Nada he hecho, solo…¡Agh!” El jefe de la guardia lo apuñeteó, diciendo, “¡Cállate!”
     La mujer dijo, “¡Déjenlo!¡Es de los nuestros!¡No vamos a permitir que se lo lleven!” La gente comenzó a golpear a los soldado, y a arrojarles piedras. El jefe de la guardia gritaba, “¡Atrás!¡Atrás! Todos serán castigados.” Pero nada iba a detener a la enardecida multitud. Hasta que le jefe de la guardia dio la orden , “¡Huyamos que nos matan!”  Ya que la guardia había huido, un hombre lisiado quien había participado tirando piedras, le dijo a Lorenzo, “Vete de Milán, si te encuentran seguro te ahorcarán.” Lorenzo le dio la mano y le dijo, “¡Gracias amigo, gracias!”
     Lorenzo corrió dispuesto a no detenerse hasta encontrarse fuera de peligro, y fuera de todo el ducado. Días después en Monza, dentro del convento, una cocinera dialogaba con Lucía y Doña Inés. “¡Qué mundo en que vivimos! La gente ya no tiene temor a Dios. Han llegado noticia de Milán. El pueblo se ha levantado contra las autoridades. Figúrense, se busca a un joven llamado Lorenzo Famallino, que escapó de la justicia cuando era llevado a la cárcel por alborotador.” Lucía exclamó, “¡LORENZO!¡LORENZO!” La mujer dijo, “¿Acaso lo conocen?” Doña Inés dijo, “Sí…es de nuestro pueblo…pero Lorenzo es un muchacho bueno, honrado, tranquilo…” La mujer dijo, “Pues ya ve. En todo el país hay orden de detenerlo. Ese no se escapa de la horca. Se lo merece por armar escándalo.” Cuando la mujer se fue, Lucía dijo a Doña Inés, “Madre, voy a morir de dolor. No puedo creer que Lorenzo haya cometido algo malo.” Doña Inés dijo, “Yo tampoco, hija. Debe haber un error.”
     Entre tanto, Canoso se presentaba ante Don Rodrigo, diciendo, “Don Rodrigo, le traigo excelentes noticias. Sé donde se encuentra la palomita, y no solo eso, su novio tiene cuentas con la justicia.” No podía el caballero recibir con mayor alegría las nuevas. Don Rodrigo dijo, “Canoso, ahora sí que no se me escapará esa mocita. Casi la puedo sentir entre mis brazos.” Enseguida, Don Rodrigo se dispuso a escribir una misiva y dijo, “Vas a regresar a Monza y llevarás una carta a mi amigo, el caballero Egidio. Él hará el trabajo para mí.” Dos días después, Canoso se presentaba ante Egidio con una carta de Don Rodrigo.
     Antes de abrir la carta, Egidio dijo, “Así que Don Rodrigo me envía saludos y ésta carta, pidiéndome algo muy especial. Veremos de qué se trata…” Después de leerla, Egidio rió, “¡Ja, Ja, Ja! Rodrigo no cambia, cuando se trata de una mujer que le gusta, nada lo detiene. Pues bien, para algo son los amigos.” Enseguida Egidio se dirigió a Canoso, “Dile a tu ámo que haré lo que me pide, y le avisaré cuando tenga en mis manos a la joven.” Canoso dijo, “Muy complacido estará mi señor. Parto ahora mismo a llevarle mi respuesta.” Una semana más tarde, mientras Don Rodrigo se arreglaba el bigote con un espejo de mano, dijo a Griso, uno de sus secuaces, “Entonces la joven solo sale a misa…” Griso le dijo, “Sí, señor, siempre acompañada de una mujer, pero ayer lo hizo sola.”
    Don Rodrigo dijo, “Pues bien, mañana me la traen, pero solo a ella, ¿entendido?” Griso dijo, “Si, señor. No habrá dificultades.”
Al día siguiente, Lucía se Arreglaba para irse a la iglesia. Doña Inés, quien estaba todavía en la cama dijo, “Hija, no me gusta que salgas sola.” Pero Lucía le dijo, “Madre, he prometido a la Virgen visitarla cada día. Tengo que rezar por Lorenzo.” Su madre le dijo, “Espero mejorar pronto de mi reúma, para poder acompañarte.” Lucía le dijo, “No te preocupes. Aquí nadie me conoce. Nada me pasará.” Salió la joven y presurosa se dirigió a la iglesia por las solitarias calles. Enseguida, dos hombres con espada y sombrero se acercaron a Lucía. Eran Griso y otro secuas.
     Entonces Griso dijo, “¡Eh, niña! ¿Puedes decirnos dónde queda el palacete del señor Montella?” Lucía asustada dijo, “No sé señor, yo…” La joven no pudo terminar, porque, Griso la tomó a la fuerza. Lucía dijo, “¿Qué hace?¡Suéltemeee!” Lucía fue subida a la fuerza en un carruaje. Allí entre los dos hombres Lucía exclamó, “¿Quiénes son ustedes?¿A dónde me llevan?” Griso, el secuas de Don Rodrigo, dijo, “Son órdenes de nuestro señor. Quédate quieta y callada si no quieres problemas.”
     Mientras el carruaje arrancaba a toda velocidad, Lucía dijo, “¿Ésto es obra de Don Rodrigo? Por favor déjeme ir, yo nada les he hecho.” Griso dijo, “Deja de lloriquear, niña, y agradece que un poderoso se interese por ti. Muchas quisieran tener tu suerte.” Lucía oró en su pensamiento, y dijo en su mente, “Virgen santa, ayúdame. No me abandones. Te prometo que si me libras de esto, yo…” Con el corazón lleno de agonía, hizo su promesa a la virgen. Lucía seguía orando, “Te lo prometo, madre mía, por piedad compadécete de mí.” La pobre niña, con la muerte en el alma, veía que el coche continuaba avanzando…de pronto…los caballos comenzaron a encabritarse.
     Griso notó que los caballos aceleraban, y dijo, “¿Qué sucede?” El chofer contestó, “¡No lo sé! Estos animales han enloquecido.” En ese instante, el carruaje se volteó. Lucía pensó, “Tengo que huír…Tengo que huír…” Aunque atontada por el golpe, la joven se arrastró alejándose. Mientras tanto, Griso y su secuas se quedaron dentro del carruaje, atontados también por lo sucedido. El secuas dijo, “¡Maldición, ¿Dónde está la muchacha?” Griso dijo, “¡Ahhh!¿Qué pasó?” Ambos villanos salieron del carruaje y una vez fuera, Griso dijo, “Los estúpidos caballo se asustaron y volcaron el coche. Busquemos a la muchacha, no irá muy lejos.”
     Mientras Lucía se refugiaba detrás de un árbol, escuchó cuando Griso dijo, “Por aquí debe estar…” Lucía pensó, “Virgencita, cuídame, ayúdame. Yo cumpliré…yo cumpliré mi promesa, pero no dejes que me encuentren.” Cuando Griso se dio cuenta que Lucía no estaba, pateó una  piedra y dijo, “¿Cómo pudo desaparecer?” Enseguida, Griso dijo, “Vámonos, Me duele mucho la pierna. ¡Que se vaya al diablo esa mujer!” Largo tiempo permaneció la joven escondida, luego, salió con grandes precauciones, pensado, “No están. ¡Gracias virgen, por tu ayuda! Guíame para regresar sana y salva.”
    Tres horas después, Lucía llegaba a su casa. Su madre le dijo al verla, “¡Hija, dónde estabas! ¿Qué te sucedió?” Lucía le dijo al verla, “Ay, madre. Es tan terrible…tan espantoso…” Ente sollozos le contó lo que había pasado. Su madre le dijo, “¡Cuanta maldad hay en este mundo! No volverás a salir. ¡Ni aquí estamos seguras!” Lucía dijo, “Don Rodrigo ha averiguado nuestro paradero. Solo él es capaz de una infámia así.” Doña Inés dijo, “Tendremos que buscar otro refugio. Hablaré con el padre al que nos encargó Fray Cristóbal. Él nos ayudará.” Lucía dijo, “¡Cuánta adversidad para Lorenzo y para mí!¿Qué será de él?¿Dónde estará?”
     Mientras tanto, la joven no podía imaginar cuanto sufría Lorenzo la separación de ambos. Lorenzo trabajaba en un taller de hilados. Mientras hilaba frente a la maquina, pensaba, “Mi adorada Lucía, si supieras como te extraño; y tengo que quedarme aquí en Mantúa, tan lejos de Monza.” En ese momento llegaba el supervisor, diciendo, “¿Ya terminaste Bartolo?” Lorenzo se había cambiado el nombre, pues la justicia no cejaba en su empeño de capturarlo. Lorenzo dijo, “Sí, José, ya empecé otra pieza.” José, el supervisor le dijo, “¡!Que buen trabajador eres! De lo mejor que ha pasado por este taller.”
     Lorenzo pensó, “Y más trabajaré. Tengo que reunir mucho dinero. Cuando lo lógre, iré a buscar a Lucía, aclararé mi situación y…por fin nos casaremos y viviremos juntos para siempre.” Pero nuevamente el destino torcería los proyectos del enamorado. Un día, José el supervisor llegó al taller, diciendo, “¡Dejen de trabajar! Debo darles una terrible noticia.”
     Uno de los trabajadores dijo, “¿Qué sucede?” José les dijo, “¡Francia le ha declarado la guerra a Italia! Ya han puesto sitio a Casal.” José agregó, “Todos tendremos que alistarnos. Hay que defender Italia. Tenemos que matar a los franceses, echarlos de suelo italiano.” Lorenzo pensó, “¡Guerra! Tendré que ir a luchar. Quizá jamás volveré a ver a Lucía.”
     No tardaron en resonar los tambores, a cuyo son, marchaban los soldados. Se iniciaron las batallas sangrientas y despiadadas. Pueblos y ciudades eran víctimas de rapiñas. El enemigo no cejaba en su empeño de apoderarse del territorio que invadía. Lorenzo, como miles de jóvenes italianos, exponía su vida luchando valientemente. Un año duró la guerra, y finalmente los franceses fueron desalojados. Los jóvenes italianos pudieron regresar a sus pueblos.
     En el regreso, Lorenzo ayudaba a caminar a uno de los soldados heridos, quien le dijo, “Gracias a Dios salimos con bien de éste horror, Lorenzo. ¿Qué harás ahora?” Lorenzo le dijo, “Voy a ir a Monza, a buscar a mi novia. Hace 18 meses que nos separamos, y nada he sabido de ella.” Lorenzo continuó, “Pero la encontraré y nos casaremos. Ya no soy perseguido por la justicia. Mi valor en la lucha limpió mi nombre.” El soldado le dijo, “Mereces ser feliz, Lorenzo, has sufrido mucho, pero ya ves, ahora tendrás tu premio.” Poco después Lorenzo se despedía de su amigo. Un mes más tarde, Lorenzo viajaba a Milán, en su caballo.
     Pero al cruzar por un puente, uno de los lugareños, le dijo, “No se acerque a Milán. Toda la ciudad esta atacada por la peste.” Lorenzo dijo, “¡Peste!¿Solo  en Milán se ha desencadenado la enfermedad?” El lugareño le dijo, “No. La epidemia se ha extendido. En Monza las cosas están aun peores.” Lorenzo pensó, “¡Lucía está en Monza!¿Qué habrá sido de ella y de su madre? Tengo que ir por ella.”
     Y mientras él, indiferente al peligro, se dirigía a Monza, en Milán, Don Rodrigo padecía en el lecho, la terrible enfermedad, diciendo, “Canoso, me muero…ésta maldita enfermedad me consume….” Canoso le dijo, “No debió venir a Milán. Ya ve, no encontró a la joven y en cambio, mire lo que obtuvo.” Don Rodrigo dijo, “¡Esa maldita! Es como si se la hubiera tragado la tierra. No la encontré en Monza…tiene que estar en Milán.” Canoso dijo, “Si es así, ya de nada sirve…a lo mejor también se contagio y a estas horas ya está muerta.”
     Don Rodrigo dijo, “¡Ojalá y espero que se pudra en el infierno! Canoso, dame agua, siento un ardor que me devora.” Canoso le dijo, “Señor, lo siento, pero no quiero contagiarme. Los criados se marcharon, y yo haré lo mismo.” Don Rodrigo le dijo, “¡Canoso, no me dejes! Traidor…Infame…Ayúdame…Te haré rico…Te daré lo que quieras.” Canoso le dijo, “Ahora no necesito pedirle nada, me llevaré todo lo que desee. ¡Adiós Don Rodrigo, que el Diablo se apiade de usted!” Don Rodrigo, lleno de pústulas sangrantes y de sudor, le gritó, “¡CANOSOOO, POR PIEDAD, POR PIEDAAAD!” Pero sus gritos no obtuvieron respuesta, y Don Rodrigo, en un gesto de desesperación, apretó sus manos contra las almohadas, diciendo, “¡Ayúdenme…! Que alguien se compadezca de mi…un medico…no quiero morir…”
     Durante horas, Don Rodrigo estuvo clamando socorro y al amanecer, dos hombres llegaron a la residencia de Don Rodrigo. Uno de ellos dijo al otro, “El hombre dijo que el apestado era el caballero Don Rodrigo, y que se estaba muriendo.” El otro hombre dijo, “Pues entonces en algún lado debe estar.” Los hombres entraron a la habitación de Don Rodrigo, y percibieron un olor fétido. Entonces uno de los hombres dijo, “Allí está y bien muerto.” El otro hombre dijo, “Llevémoslo a la carreta. ¡Qué trabajo el nuestro, compañero!” Ambos subieron al difunto en un tablón, para poder cargarlo. Cuando lo aventaron a la carreta junto con otros cadáveres, uno de los hombres dijo “¿Qué te parece? El poderosos señor ahora entre villanos apestados.” El otro hombres dijo, “Y no habrá para él misas especiales, a la fosa común como todos los demás.”
     Y mientras Don Rodrigo pagaba con esa horrible muerte sus maldades, Lorenzo pensaba, “En el convento me dijeron que Lucía vive en la casa de la señora Fornella, y según las señas es por aquí.” Ansioso y esperanzado llegó hasta la casa que le habían indicado, y tocó la puerta, pensando, “¿Saldrá ella a abrir?¿Qué dirá cuando me vea?”
     En ese momento, una mujer abría una ventana desde arriba de la puerta del convento, y decía, “¿Qué busca aquí?” Lorenzo le dijo, gritando desde la calle, “Señora, me dijeron que vive en esta casa una joven llamada Lucía.” La mujer le dijo, “Ya no.” Lorenzo le dijo, “¿Dónde puedo encontrarla?” La mujer le gritó, “Le dio la peste y se la llevaron al lazareto.”
     Lorenzo dijo, “¡Oh, Dios! Mi Lucía con peste, Señor…” La mujer cerró la ventana de un portazo, y Lorenzo pensó, “Señor…Dios, ¿Por qué tanta desgracia para nosotros? Iré al lazareto. Si ella ha muerto, no me importa morir también.” A punto de perder la razón, Lorenzo corrió al lugar donde se encontraban los apestados.
     Al entrar a la edificación, escuchó el lamento de los condenados, diciendo, “¡AYYY!¡AYUDENME!¡AGUA!¡AGUA!” Lorenzo pensó, “Esto es el mismo infierno!” Con espanto recorrió las salas buscando a su amada, pensando, “No está…no está…¿Qué veo? ¡Es el padre Cristóbal!” Frente a él, estaba el padre Cristóbal dando los santos oleos a un próximo a fallecer. Lorenzo dijo, “¡PADRE CRISTÓBAL!¡PADRE CRISTÓBAL!” Padre Cristóbal le dijo, “¡LORENZO, Hijo!¿Qué haces aquí?”
 Lorenzo le dijo, “Padre, busco a Lucía. Me dijeron que le dio la peste y está aquí. ¿Usted no la ha visto?” Padre Cristóbal dijo, “No hijo, desde que nos despedimos, no he sabido de ella. Poco después que ustedes se fueron, fui trasladado a Riga.” El Padre continuó, “Hace unas semanas vine a Monza para ayudar a tantos infelices. Pero tú, dime, ¿Qué has hecho en este tiempo?” Lorenzo le dijo, “¡Ay padre, he tenido tantos padecimientos!”
     En pocas palabras, Lorenzo le contó lo que le había sucedido. El Padre Cristóbal le dijo, “Da gracias al señor de haber salido con bien de tanta tragedia.” Lorenzo dijo, “Nada me importa, si encuentro a Lucía, si está viva.” El Padre Cristóbal le dijo, “Mas de 16 mil almas hay en este lugar. Vamos al pabellón de las mujeres, si vive, tiene que estar allí.”
     Mientras avanzaban, Lorenzo apenas podía ocultar el horror que le embargaba tanta desgracia. Cuando el padre Cristóbal se acercó a unas de las mujeres contagiadas quien yacía en una de las camas, y estaba vendada de los ojos, la mujer dijo, “¡Padre, ayúdeme…!” Padre Cristóbal le dijo, “Valor, hija mía, valor. El señor está contigo.” Mientras avanzaban el fraile se detenía continuamente a dar consuelo a las dolientes. Mientras tanto, Lorenzo pensaba, “¿Dónde está mi Lucia?¿Dónde?”
     Ya habían pasado junto a la mayoría de las enfermeras, cuando Lorenzo descubrió a una de las enfermeras monjas que estaba incada atendiendo a una de las moribundas. Lorenzo pensó, “¡LUCÍA, ES LUCÍA!¡ES ELLA!” Lorenzo le dijo, “Lucía, mi adorada Lucía, por fin te encuentro!”
   Lucía se se levantó y se asombró mucho al verlo, y le dijo, “¡LORENZO, TÚ! ¿Cómo has llegado aquí?” A continuación, Lorenzo la tomó de los hombros y la tocó, diciendo, “¡Mi amor, estas bien, estas viva!” Lucía le dijo, “Sí, estoy viva. El señor así lo ha querido.” Lorenzo la tomó de la mano, y le dijo, “Mi niña, nos iremos de aquí ahora mismo. Nos casaremos y…” Lucía le dio la espalda, y le dijo, “Lorenzo, yo…ya no puedo casarme contigo.”
     Lucía se separó de él, y Lorenzo le dijo, “¿Qué dices?¡Es que has perdido la razón?” Lucía le dijo, con la mirada hacia abajo, “No…yo…yo hice una promesa a la virgen y debo cumplirla.” Con voz trémula le explicó cómo había sido raptada. “…y le juré a nuestra señora no casarme nunca, si me libraba de esos malvados.” Lorenzo le dijo, “Esa promesa no vale. Tú estabas comprometida conmigo.” Lucía le dijo, “Por favor, no puedo romper un juramento. ¡Vete y olvídate de mí!” Lorenzo le dijo, “Dime que ya no me amas y entonces yo…” En ese momento llegó el padre Cristóbal, diciendo, “¡LUCÍA, hija!” Lucía le dijo, “¡Padre, querido padre CRISTÓBAL, usted aquí!” Padre Cristóbal dijo, “Vine a ayudar a los que sufren. Me alegro de presenciar el reencuentro de ustedes, ahora podrán casarse, y…”
     Lorenzo dijo, interrumpiendo, “Padre, Lucía ya no me acepta por esposo.” Padre Cristóbal dijo, dirigiéndose a Lucía, “Hija, ¿Porqué has cambiado de parecer?” Lucía se dirigió hacia él, acercándose , y cubriendo su rostro en su pecho, dijo, “Debo cumplir una promesa que hice a la virgen.” Cuando el fraile se enteró de qué se trataba, dijo, “Hija mía, la Virgen agradece tu intención, pero no quiere tu sacrificio; por mi intermedio te libra de tu juramento.” Mientras el padre, enjugaba su lagrimas, Lucía dijo, “Pero, si no cumplo cometeré pecado.” El padre dijo, “No, la Virgen quiere la felicidad de sus hijos, y la tuya está junto a Lorenzo.” El padre agregó, “Mucho han sufrido ambos. Han aceptado con resignación cuantas pruebas les han sido puestas.” Tras su conclusión, el padre dijo, “Ahora es el momento de que sean felices. Váyanse, cásense y olviden el pasado.”
     Lucía le dijo, “Padre, si usted me dice que no óbro mal, me iré con Lorenzo. ¡Lo ámo más que a mi vida!” El padre dijo, “Ve con Dios, hija, y tu también, Lorenzo.” Lorenzo le dijo, “Padre acompáñenos, se ve usted muy cansado, muy demacrado. Si se queda, enfermará y…” El padre le dijo, “Hijo, ya estoy enfermo. Ya no saldré de aquí, sino para presentarme al Señor.” Lucía se llevó las manos a la boca y dijo, “¡Oh, padre, usted no debe morir!¡Le hace falta a tanta gente, es tan bueno!” El padre le dijo, “Lucía, todos venimos al mundo a cumplir una misión, ésta es la mía. Recen por mí, no me olviden.” Lorenzo dijo, “Nunca, padre, nunca. A usted le debemos la felicidad.”
Ya caía la tarde, cuando Lucía y Lorenzo salieron del lazareto.
     Lorenzo abrazaba a Lucía, mientras iban en la carreta. Lorenzo preguntó a Lucía, “Y doña Inés, dónde está?” Lucía le dijo, “En Lecco. Nos enteramos que Don Rodrigo se había instalado en Milán, y decidió ir a ver cómo estaban las cosas en la aldea.” Lucía agregó, “Fue entonces cuando se disparó la epidemia de peste, y ya no le permitieron salir de Lecco. ¡Pobre madre, debe estar muy angustiada por mi!” Lorenzo le dijo, “Partiremos ahora mismo a reunirnos con ella. ¡Qué gran gusto le dará vernos!”
     Dos meses después, Lucía era arreglada para la boda, por su madre, quien le dijo, “Hija, hoy es un día grande para mí. Por fin te veré casada con Lorenzo, ya nada podrá impedirlo.” Lucía le dijo, “No madre. Don Rodrigo ya no existe. Según nos contaron, murió de la peste en Milán.” Su madre la tomó de las manos y le dijo, “Tuvo el castigo que merecía. Que Dios me perdone, pero sí se lo merecía.” Lucía dijo, “Olvidémoslo. Soy tan dichosa que no puedo sentir rencor por él ni por nadie.”
     Poco después, el padre Abundio bendecía la unión de esos dos seres, que tanto habían tenido que sufrir, para alcanzar la felicidad.
Tomado de Novelas Inmortales Año XIV No. 667,  Agosto 29 del 1990. Guión: Raúl Prieto. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.