Club de Pensadores Universales

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viernes, 20 de junio de 2025

Clemencia, de Ignacio Manuel Altamirano.

     Clemencia es una novela mexicana escrita en 1869, por el periodista, maestro y político, Ignacio Manuel Altamirano.

Resumen

     Ésta novela está ambientada en Guadalajara, México, en el siglo XIX, en 1863, durante la Segunda Intervención Francesa (1862-1867).

     Durante una reunión en la casa del doctor Hipólito, a sus invitados les llama la atención un cuadro en su estudio, donde se encuentra enmarcado un papel, en el que se leen dos citas de, Los Cuentos de Hoffmann, escritas por un hombre llamado Fernando Valle.
    El doctor narra entonces una serie de sucesos, que ocurrieron mientras servía como médico en el ejército liberal, durante la guerra.

     El comandante Enrique Flores, era un joven de buena familia, guapo, con un físico impresionante, y tenía la cualidad de ser muy simpático, era el favorito de su jefe, y muy querido por sus soldados. Asimismo, era irresistible a las mujeres, era un seductor natural, y tenía una buena suerte como nadie.

    El comandante Fernando Valle, era notoriamente todo lo contrario a Flores.  De buena familia, pero despreciado por ésta, debido a sus ideas liberales y republicanas. Era reservado, frío, y le parecía antipático a todo el mundo, sobre todo a las mujeres.

   Cuando llegó el batallón a Guadalajara, Valle fue a visitar a una tía y prima que tenía en la ciudad, y regresó de allá visiblemente emocionado, lo que era raro en él. Enrique le preguntó la razón de su felicidad, a lo cual Fernando contestó que había visto a su prima, quien era una bella señorita rubia y angelical, la cual claramente le atraía. Enrique inmediatamente le preguntó, cuándo la podría conocer, y Fernando, quien sentía un tanto de agrado hacía Enrique, accedió a llevarlo.

    Ya en la casa de su prima, se encontraron a la tía de Fernando, Mariana, quien estaba acompañada por una amiga de Isabel, una bella muchacha morena de cabellos negros. Posteriormente, Fernando presentó a su prima Isabel, a Enrique, e Isabel hizo lo mismo con su amiga, Clemencia. Las jóvenes cautivadas por la belleza de Enrique, no podían contener sus miradas hacia él, mientras que Fernando se encontraba conversando con su tía, pero no dejó de observar el interés de las señoritas por Enrique. Al fin, se retiraron.

    Después, las mujeres conversaban sobre Fernando y Enrique, señalando la apariencia enfermiza de Fernando, sobre la cual Clemencia argumentó que no le parecía tan repulsiva, como a Isabel. Y pasando a Enrique, ambas halagaban su elegancia, su presencia y caballerosidad. De esto, surgieron las sospechas que ambas encontraban encantador a Enrique, y tal vez podría surgir alguna rivalidad amorosa entre ellas.

   Mientras tanto, al caminar los dos amigos comentaban sobre la visita a aquella casa. Fernando escuchaba, cómo su amigo se expresaba diciendo que él no tenía corazón, y que las mujeres por naturaleza acaban con la fuerza del hombre. Fernando, siendo profundamente romántico, se encontraba espantado, al escuchar las insensibles ideas de su amigo. Al oír Fernando hablar a Enrique sobre la hermosura de su prima, y de cómo le gustaría conquistarle, Valle palideció, lo que delató sus sentimientos hacía su prima. Sin embargo, Enrique comprendió esto, y le dijo que tenía el camino libre para conquistarla, y que él se conformaría con la linda morena, Clemencia. Fernando comprendía que sólo así libraría a su virtuosa prima, de las garras del libertino conquistador que era Enrique.

    A la tarde del día siguiente, al llegar de nuevo Fernando y su amigo a la casa de Isabel, ésta los recibió con una timidez que no había mostrado el día anterior. Más tarde llegó Clemencia, quien saludó a todos en la sala, y Enrique comenzó una plática sobre la sociedad de la Ciudad de México, que las tenía atentas. Fernando sintió que quedaba olvidado. Clemencia sugirió que Isabel tocara el piano, asegurando que lo hacía excepcionalmente, Isabel se sintió avergonzada, pero Clemencia se ofreció a tocar primero, si estaba bien con ella. Enrique acompañó a Clemencia, y ante la melodía que la morena tocaba, Enrique se encontraba extrañamente dominado, pues la melodía expresaba los sentimientos de Clemencia. Fernando no tardó en mirar la expresión de celos y angustia de su prima que claramente estaba enamorada.

    Al finalizar Clemencia, Isabel se dirigió al piano a tocar una melodía también. Mientras tocaba, Enrique se inclinó hacia ella, y le dijo algo al oído, lo que la hizo turbarse e interrumpir la melodía por un momento, pero luego continuó, y finalizó la pieza. Fernando escuchaba la música, y pensó en su desdicha, y que la vida sin amor, no valía nada, pues él jamás se había sentido amado. Esto lo hizo derramar una lágrima que rápidamente se limpió. Enrique no cesaba de halagar el don de Isabel, quien se negaba a aceptar el cumplido. Clemencia señaló que Isabel tocaba tan maravillosamente, que había provocado una lágrima en Fernando, a lo cual él se ruborizó, pues creyó que nadie lo había notado.

   Al momento de despedirse, se notaba la afinidad que había entre Enrique e Isabel, y no hubo para Fernando más que una mirada fría de Isabel. Clemencia, por el contrario, se despidió de Enrique amablemente, pero con indiferencia, mientras que a Fernando le extendió la mano. Clemencia lo miró tan poderosamente, que el pobre joven se turbó, además le dijo dulcemente, “Hasta mañana, Fernando”.

   Al salir, Enrique comentó lo equivocados que estaban al haber hecho el acuerdo, y le dijo a Fernando que Isabel claramente no estaba interesada en él, y que debía poner su atención en Clemencia. Fernando pasó la noche pensando en Clemencia, y el recuerdo del amor que sentía por Isabel, se fue desvaneciendo.

    Al día siguiente, en casa de Clemencia hubo una reunión. Durante ésta, Clemencia buscaba tema de conversación con Fernando, a quien le era nueva la experiencia de una conversación amena, con una mujer joven y bella. A la hora de sentarse a la mesa, quedaron de frente las dos parejas. Estaban sirviendo el vino, cuando de repente, Fernando vio una mirada de celos que Clemencia dirigía a su amiga Isabel, tan rápida como un rayo. Pero inmediatamente, Clemencia habló a Valle sobre las flores de su jardín, y ofreció regalarle una como recuerdo. Clemencia llevó a Fernando al corredor, para darle la flor, y la puso en ojal de su levita. Fernando le confesó, que al principio creía que él era sólo un medio para acercarse a Enrique, pero Clemencia desmintió tal cosa.

   Al terminar la reunión, el coche de Clemencia llevó a Mariana e Isabel a su casa, e Isabel le confesó que era muy feliz. En su casa, Clemencia desesperada se preguntaba cómo podía Isabel haberle ganado la atención de Flores, y luego pensó con remordimiento en el mal que había hecho al jugar con el corazón de Fernando, arrepentida de haberle ilusionado diciéndole tantas cosas falsas. Entonces se propuso conseguir el amor de Enrique.

Isabel fue a visitar a su amiga Clemencia, y le dijo lo feliz que estába, pues Enrique quería hacerla su esposa, pero Clemencia, ya sea por conveniencia, o por buena amiga, le dijo que no se confiára de las promesas que hacen los hombres. Isabel se asustó al oír a su amiga hablarle así, pues se encontraba profundamente enamorada de Enrique. Isabel, por su parte, le preguntó cómo iban las cosas con su primo, y Clemencia respondió que él se encontraba enamorado de ella, y que lo encontraba como un alma generosa y elevada, que le agradaba.

Dos semanas después Isabel llamó a Clemencia para que fuera a su casa, ésta la encontró llorando en la más profunda tristeza, y le confesó que Enrique le había dicho que faltaba poco para dejar la ciudad, y le pidió que se fuera con él, y abandonára a su madre, o que le diera la prueba más grande de su amor, para irse tranquilo. Sabiendo a lo que se refería, Isabel lo corrió de su casa, y sintió morir en ese instante. Clemencia le dijo que había hecho lo correcto, pero Isabel admitió que aún así, lo seguía amando.

La fiesta de Navidad sería en la casa de Clemencia. A la hora del baile, Enrique llevó a Clemencia, quedando Fernando solo, pero éste tenía miedo de que algo ocurriera entre su amigo y su amada, pues Enrique le había prestado visitas a Clemencia en las últimas semanas. Se quedó junto a una puerta, que daba al corredor. De repente, escuchó que dos personas se acercaban, eran Clemencia y Enrique, y escuchó como Clemencia le daba a Enrique un retrato y un mechón de cabello, que éste le había pedido. Fernando sintió desfallecer, pues lo más horroroso le había sucedido. Al notar su ausencia, fueron a buscarlo, y lo encontraron exaltado. Fernando pudo controlar su rabia, y al retirarse, le cogió a Flores por el brazo y le dijo, “Mañana”, en señal de desafío. Clemencia se encontraba alterada, pues sabía que lo que iba pasar, había sido provocado por ella.

Sin embargo, Enrique acusó a Valle con el general, quien lo reprendió por tal desafío en tiempo de guerra. Fue hecho prisionero, hasta que el batallón salió de Guadalajara. Pensaba que no le quedaba otra opción más que el suicidio, pero el Doctor le convenció de que existían mejores formas. Así que decidió dejarse morir, en la primera batalla.

Al aproximarse los franceses a Guadalajara, algunas familias se fueron, hacia Colima, que estaba defendida. Iba pues, el carruaje de la familia de Clemencia, junto con Mariana e Isabel, camino allá, cuando un bache en el camino, terminó por voltear el carruaje, y rompió una de las ruedas, al no poder seguir a pie, mandaron a un sirviente por ayuda, o un carruaje nuevo, o un carpintero.

El sirviente fue detenido más adelante por una tropa que venía, lo llevaron con el comandante, a quien explicó la situación, era Fernando Valle. Así pues, Valle dejó su tropa para dirigirse a la ciudad, a pedir un carruaje a un amigo suyo para que la familia de Clemencia pudiera continuar. Ya consiguió el carruaje, y le dijo al cochero que no recibiera gratificación de la familia, ni dijera quién le había enviado, y le pagó con tres onzas, y un reloj de oro. Como su caballo estaba desfalleciendo, le dijo al sirviente que le vendiera el caballo de su amo, éste accedió y se fue en el carruaje. Fernando regresó a su tropa, y siguió su trayecto.

Vio el padre de Clemencia el carruaje, y el mozo le dijo que un comandante lo había conseguido, y que no le pagára al conductor. Clemencia afirmaba que tenía que haber sido Enrique, que no había duda. Vieron pasar una tropa a lo lejos, y asumiendo que era Enrique, se preguntaban por qué no habría querido que lo vieran.

Flores fue ascendido, y pidió ser mandado a Guadalajara, y se le concedió, pasando a ser jefe de Valle. Éste se disgustó al enterarse, pero se presentó a disponer de sus órdenes. Cuando Flores se enteró de que Fernando había dejado su tropa, y se fue con un correo de Guadalajara, quiso sacar ventaja, y lo acusó de traición, pues le estorbaba para sus futuros planes. Al recibir la noticia, Valle, fue escoltado hasta Zapotlán, donde se vería con el general.

Camino a Zapotlán, vio a unos mozos que iban con unos caballos de parte del señor R... (padre de Clemencia), y preguntaban por el coronel Flores. Les respondió, y cada cual continuo por su camino. Llegaron los mozos donde Flores, y le entregaron los caballos, y junto con éstos, una carta de agradecimiento, Enrique comprendió entonces porque Fernando había dejado sus tropas. Ahora, temía que su falsa acusación se descubriera, y que aquella familia le descubriera, y que Clemencia sintiera simpatía por aquel pobre diablo.

Valle se presentó ante el jefe del ejército, y fue cuestionado por las acciones de que se le acusaba, Fernando negó que fuera un traidor, y explicó lo que en realidad había sucedido, el jefe del ejército. comprendió que había sido Valle, y no Flores, quien había conseguido el carruaje para el señor R...

Terminando de explicar sus acciones, Fernando dio informe a su superior, de que había encontrado a un correo de Flores, llevando un pliego al enemigo, el general M... Valle le entregó el pliego, y en éste, venían las órdenes reservadas del ejército liberal. Acusando a Flores de traidor, el correo confirmó todo, y mandaron arrestar a Flores, y fue llevado a Colima para ser enjuiciado. Las pruebas lo declaraban claramente culpable, y fue sentenciado a muerte por traidor. Desafortunadamente, Fernando quedó a cargo de custodiar al reo Flores, y casi se le obligaba a vengarse de su enemigo. Al acusarlo, Valle hizo lo correcto pues era un traidor, pero no quería ser el verdugo que lo llevara a su muerte.

Al enterarse, la familia de Clemencia se volvió desesperada, y hacía lo que podía, para evitar la ejecución, el señor R... ofrecía la mitad de su fortuna, por los deseos de su hija, pues sabía que si no lo hacía, ella era capaz de darse a la muerte.

Clemencia no concebía la idea de que Enrique fuera un traidor, esto tendría que ser una calumnia, y al enterarse de que fue Valle, quien lo acusó, ella asumió que su amor era la causa de la desgracia de Flores, pues la rivalidad amorosa entre ellos, había llevado a esto. Así, pensó lo más malvado y vil de Fernando, lo llamaba infame, y calumniador, lo despreciaba con toda su alma. Todo el asunto de la próxima muerte de Enrique, revivió la llama en el corazón de Isabel, a quien no le importó que no fuera amada, pero sufría con tanta pena su desgracia.

Clemencia fue a ver su amado Flores, acompañada por su madre, e Isabel, les dijeron que Valle estaba a cargo, y éste otorgó el permiso para que pasáran. Enrique, desesperado, le pedía por un veneno, para evitar la vergüenza de ser fusilado, mientras que Clemencia le prometía que su padre conseguiría el indulto. Al salir de la celda, Clemencia se dirigió hacia Valle, y le reclamó con un desprecio supremo, el haber calumniado a su amado, le llamó infame, y cobarde. Al salir las mujeres, Fernando vacilaba en desplomarse, porque aquellas palabras le habían herido en lo más hondo.

Enrique velaba en su celda, asustado, abatido pues no era de esos hombres que no le temen a la muerte, y no tenía rasgo alguno de valor. De repente alguien se acercaba a su celda, era Fernando Valle. Venía Fernando a librarle de su prisión, no sin antes aclararle que no era él, sino su traición, la que lo había llevado hasta ahí. Quería que viviera, para que Clemencia no sufriera, que ella lo amára, y fueran felices. Él sabía que después de ayudarle a escapar, tomaría su lugar en la ejecución. Le dio indicaciones, se intercambiaron ropas, y Enrique huyó a la casa de Clemencia.

En casa de Clemencia, lo oyeron llegar, y Clemencia e Isabel se emocionaron al verlo. Enrique les dijo que Fernando era quien lo había ayudado a escapar. Pidió que le ensillaran un caballo, y dijo que se dirigiría a Guadalajara, pues solo ahí estaría seguro. Enrique les confesó la verdad, que había colaborado con los franceses. Al despedirse, Enrique iba a abrazar a Clemencia, pero ésta le rechazó por traidor y farsante. Todo el amor que alguna vez sintió por él, se convirtió en odio y desprecio. Pensó en el pobre Fernando, a quien había maltratado injustamente, y se dio cuenta de que a Enrique lo condenaba su crimen, pero a Fernando, quien lo mataba era ella.

Más tarde, llegó una carta de su padre, donde decía que había logrado cambiar la mitad de su fortuna, por la vida de Enrique, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó el padre de Clemencia, le dijeron lo que había sucedido, además el señor R.. se había enterado de que no fue Flores, sino Valle, quien había conseguido el carruaje. Así, dijo que ofrecería la mitad de fortuna que le quedaba, por salvar la vida del noble muchacho.

La orden del general había llegado, era la sentencia de muerte para Valle. También liberaba al señor R... de su compromiso, y le regresaba la mitad de su fortuna ofrecida por la vida de Flores.

Antes de morir, Valle llamó al doctor Hipólito, y le contó la historia de su vida, pues quería que después de morir, alguien le recordara. Le pidió que le entregara una carta a su padre, y le dejó el caballo que había comprado del mozo del señor R.. También, le dejó el papel con las dos citas de Hoffman que, según Valle, resumían su vida.

Al día siguiente, iban las columnas de militares que guiaban la carroza donde Fernando venía al lugar donde sería fusilado, pero se encontraba tranquilo. Al mismo tiempo, otra carroza llegaba, era la de Clemencia. Había intentado inútilmente entrar en la celda de Fernando, para pedirle perdón de rodillas por todo, pero al no encontrarlo, decidió hacerlo en la ejecución. Clemencia intentaba pasar entre la multitud, pero todos parecían impedirle el paso. Gritó, y la muchedumbre le abrió pasó, pero faltando una fila de soldados por pasar, se encontró de frente a él. Lo vio heroicamente hermoso y sereno, y quiso gritar para llamar la atención de su última mirada, pero no pudo, pues se encontraba paralizada. Se oyó la descarga, y Fernando cayó muerto. Clemencia se desmayó, y su padre la cargó hasta el carruaje, después se dirigió al cadáver, y le cortó un mechón de cabellos que guardó. Cuando Clemencia despertó, ya en su casa, y su padre le entregó los cabellos. Ella los tomó, besándolos, y dijo que era a Fernando a quien debería haber amado, y soltó el llanto. La familia del señor R.. dio sepultura al cuerpo de Fernando Valle, con la adoración de un mártir.

El Doctor cumpliendo los deseos de Fernando, llevó a la familia de éste, la carta del difunto mientras celebraban el cumpleaños de su padre. Había un desfile en la calle del ejército francés, y entre sus filas, se podía ver a Enrique Flores sonriendo coquetamente a las hermanas de Fernando, que miraban desde el balcón. El padre abrió la carta, y dio un grito de dolor, “Han matado a Fernando”, su padre desfalleció, su madre se desmayó, y las hermanas corrieron, aquella celebración se había convertido en sollozos, y desesperación.

En cuanto a Clemencia, ingresó a un convento, y se hizo hermana de la Caridad. Lo único que le quedaba, eran los cabellos de Fernando, que atesoraba en un relicario bajo su hábito, esperando que él la hubiera perdonado desde el cielo.

Clemencia

de Ignacio Manuel Altamirano

El año de 1863 fue fatídico para nuestro país, pues durante sus últimos meses las tropas del invasor francés y sus aliados imperialistas mexicanos lograron apoderarse de Toluca, Querétaro, Morelia, Guanajuato y San Luis Potosí. Eran los días aciagos en el que Maximiliano de Habsburgo regia los destinos de Mexico desde el Castillo de Chapultepec. Para aplacar la rebeldía de los nacionalistas, que los rechazaban como emperador, tuvo que aceptar que el ejército invasor de Napoleón III ocupara el país. Los generales Douay, Berthier, y Mají, salieron de la Ciudad de Mexico en octubre y noviembre. Y lograron avanzar sin estorbos, pues los ejércitos nacionalistas inferiores en armamento, retrocedieron. Un destacamento nacionalista se dirigió, por entonces, a la ciudad de Guadalajara. Uno de los comandantes de dicho destacamento, era un joven llamado Enrique Flores. Flores y un doctor, avanzaban en sus caballos, cuando Flores, encendiendo un cigarrillo, dijo, “¿Un cigarrillo? Doctor.” El doctor no contestó. A continuación, Flores dijo, “Me informaron que va a Guadalajara, a reponerse de una enfermedad. ¿Fue herido en la batalla?” El doctor dijo, “No, comandante. Es un mal crónico que arrástro desde joven.  En las campañas en que estuve, casi nadie resultó herido, ya que nuestra gente tuvo que dejar paso al invasor.” Flores exclamó, “¡Cómo! ¿Así que la tropa no se ha batido con el enemigo?” El doctor dijo, “Solo en algunas escaramuzas. Pero los destacamentos se repliegan, para unirse y formar una sola fuerza.” Flores dijo, “Pues, no creo que Guadalajara tarde mucho en caer en manos francesas, doctor. Y nosotros tambien debemos relegarnos.” Otro de los oficiales al mando, era Fernando Valle, quien se unió a la conversación en la cabalgata nocturna, y dijo, “Solo nos replegaremos si asi lo ordena el alto mando, Enrique. Si no, daremos la batalla y la vida si es preciso para defender la ciudad.” Aquellos dos jovenes eran completamente distintos. Enrique Flores era un tanto cínico y tomaba todo con buen humor. Fernando Valle era enérgico y sombrío. Enrique dijo, “No creo que tenga caso morir para que de todas formas el enemigo avance.” Valle dijo, “Seria al menos un acto de suprema dignidad.”

Alboreaba cuando Valle dijo, “¡Ya estamos en Guadalajara!” En el cuartel, ya avanzada la mañana, los oficiales disfrutaban de su primera licencia. Enrique dijo, “¡Miren! Incluso nuestro serio amigo Valle, se prepara a gozar de la ciudad.” Enrique dijo, “¿No quiere ir con nosotros a la plaza, comandante? Las tapatías más bellas estará ahí al alcance de nuestras manos. Las tapatías tiene fama de ser las más hermosas mujeres de la república. Dicen que sus ojos son irresistibles.” Uno de los cabos dijo, “Por lo que hemos visto es cierto.” Cuando vieron retirarse a Valle, Enrique gritó, “¡Eh, Valle! ¿Por qué se va tan apresuradamente? ¿No dará el paseo con nosotros?” Valle dijo, “Lo siento. Tengo un compromiso esta tarde.” Enrique dijo a los soldados, “¿Lo vieron? Generalmente se queda en el cuartel, inclusive en días libres, leyendo poemas o novelas románticas. Si no me equivoco, alguna tapatía es el motivo para que se arreglara tanto y haya abandonado su encierro habitual.” Esa noche tras el regreso de Valle, Enrique dijo, “Viene usted con una sonrisa radiante, Valle. ¿Podría yo conocer el resultado de su escapatoria de ésta tarde?” Valle dijo, “Visité a una tía lejana y a su hija Isabel, a quien no veía desde que era niño.” Enrique dijo, “¿Y es bella su prima, amigo?” Valle dijo, “Sí, bellísima, parece un ángel.” Enrique dijo, “En cambio, yo me aburrí en la plaza. Todas las jovenes iban acompañadas de sus ayas, y eso las hacía inabordables.” Enrique agregó, “¿Sería usted tan gentil de introducirme en los ambientes familiares que visita? Ahí podría conocer a alguna joven que alegrára mi corazón.” Valle dijo, “Usted es más diestro para alternar con gente acomodada, Enrique. Quizá mañana, cuando visite de nuevo la casa de mi tía, le agradaría acompañarme.” Enrique contestó, “¡Claro! Así tendré el gusto de conocer a su linda primita, Fernando, a ese ángel que le ha impresionado a usted tanto.” Al día siguiente, que era domingo, acudieron ambos oficiales a la catedral. Terminaba la misa y salían los feligreses, saludándose unos a otros. Dos hermosísimas tapatías que venían juntas, se detuvieron un poco y murmuraron descubriendo entre los jovenes al apuesto comandante Flores. Clemencia, una de ellas, murmuró, “¿Quién será ese oficial? ¿Es guapísimo!” La otra, quien era Isabel, le dijo, tambien en voz baja, “No sé, pero puedo averiguarlo, porque quien está junto a él, es mi primo.” Las dos mujeres procuraron pasar los suficientemente cerca. Isabel rompió el silencio, y dijo, “Buenos días, primo Fernando.” Fernando Valle titubeó, y dijo, “Mu…muy buenos días, Isabelita.” Las mujeres continuaron su paso. Entonces Enrique dijo a Fernando, “¡Vamos Fernando!” Fernando le dijo, “¿A…a dónde?” Enrique dijo, “¡A casa de su prima, por supuesto! Le haremos una visita.” Cuando los dos soldados estaban frente al portón de la casa, Fernando dijo, “¿Cree usted que seamos oportunos?” Enrique dijo, “Lo seremos, despreocúpese.” Isabel en persona salió a recibirlos como si los esperára, diciendo, “Pasen, mi madre y Clemencia estan en nuestra sala de musica.” Una vez dentro de la casa, Fernando dijo, “Celebro verla de nuevo, querida tía.” La señora le dijo, “Y yo verte a ti, muchacho. ¿Quién es este joven que te acompaña?” Poco después, al ver de cerca la belleza intensa y poco común de la joven trigueña, Enrique Flores quedó como suspendido y ausente. Entonces Fernando dijo, “Le presénto a usted a Enrique Flores, comandante de mi guarnición, tía Mariana.” La tía Mariana le dijo, “Y yo les presento a ustedes a Clemencia, íntima amiga de mi hija, y una de las damitas más distinguidas de Guadalajara.” Fernando Valle tuvo un mal presentimiento ante la mirada intensa y radiante de la muchacha. Enrique, sin embargo, no perdió ni un momento la compostura., y besando la mano de Clemencia dijo, “Es un placer, señorita Clemencia.” La tía Mariana sirvió cuatro copas en la mesa y dijo, “Tomen unos aperitivos y algunos dulces con nosotras. Entre tanto, podrán contarnos cosas sobre la guerra.” Enrique no desaprovechó la ocasión, y se apoderó de la femenina concurrencia y encantó a las tres damas con su charla frívola y divertida. Enrique narraba, “Entonces…¡Salí corriendo antes de que aquel furioso francés disparara!” Clemencia dijo, incrédula, “¡Ay, eso es una mentira de usted!¡Ja, Ja, Ja!¡No puede haber sucedido!” Isabel dijo, “Lo ha inventado en este momento, Clemencia.” Clemencia dijo, “¡Claro que lo ha inventado! Ninguna de nosotras le creerá jamás que un hombre cabal como usted le tuvo miedo a nadie, y menos a un francés invasor.” Enrique dijo, “No se confíe demasiado señorita Clemencia. Los militares somo s a menudo personas muy distintas de las que parecemos. Aunque confieso que esa historia del francés si la invente. Pero, ¿Sabían que se dice que la emperatriz Carlota empieza a enloquecer, y que guarda gallinas vivas debajo de su cama, en el Palacio de Chapultepec?” La tía Mariana dijo, “¡Ay, eso ya es demasiado!¡Ja, Ja, Ja!¡Por Dios, qué imaginación!” Isabel dijo, “Gallinas vivas!¡Ja, Ja, Ja!” Fernando dijo, “Perdonen, pero Enrique y yo nos retiramos. Es la hora del pase de lista y tenemos que volver al cuartel.” La señora Mariana dijo, “¡Oh, qué lástima, tan divertidos que estábamos!” En cuanto los oficiales salieron, la señora Mariana dijo, “¡Ese pobre de Fernando no cambiará nunca, es desabrido de nascimiento!” Clemencia dijo, “Sí, la verdad es que su sobrino muestra poco chiste, doña Mariana.” Isabel dijo, “Pero, ¿Qué tal el otro, eh? ¡Es simpático, rico, gallardo! ¡Lo tiene todo!” Tras una pausa, Isabela dijo, “Siempre que he leído novelas románticas me imaginé como Enrique Flores a los oficiales que se batían por la libertad y la causa de los débiles. ¡Nunca crei que enco0ntraria uno en la vida real! ¡Pero Enrique Flores es tan perfecto como cualquier héroe de novela!” Doña Mariana dijo, “¡Vaya entusiasmo, Isabelita!¡Nunca te habia oído hablar asi!” Clemencia dijo, “No la regañe, doña Mariana. Lo que sucede es que nuestra niña se ha enamorado, como dicen los poetas, a primera vista.” Isabel exclamó, “¡Oh, no!¡Yo…!” Clemencia dijo, “No lo niegues muchacha. ¡Si se te ve en los ojos!” Doña Mariana dijo, “¡Basta de juegos y vayamos al comedor! Mi marido no tarda, revisemos que las criadas hayan puesto correctamente el servicio de mesa.” Por su parte los oficiales hacían sus comentarios camino al cuartel. Fernando dijo, “¿Qué le ha parecido mi prima, Flores?” Enrique dijo, “¡Un ángel como usted habia dicho, Fernando, un verdadero ángel!” La voz de Enrique tomó de pronto un tinte apasionado, y dijo, “Sin embargo, quien me ha hechizado ha sido la amiga, Clemencia. ¡Qué maravilla de mujer! Hay algo que subyuga terrible, quizá hasta siniestro en su mirada!” Fernando dijo, “Sí, esa señorita posee algo…su manera de hablar, de mover las manos y de mirar, expresan que hay en su interior como un volcán a punto de hacer erupción.” Enrique dijo, “¿Lo ha notado tambien? Pues querido Fernando, espero ser yo la causa de semejante catástrofe. Usted, por su parte, tiene para alegrarse la vida, la presencia casi eterna de su primita Isabel.” Y en casa de Isabel, Isabel se arreglaba el pelo frente al espejo de su recamara, y le decía a Clemencia, “¡Es bello como un adonis! Le quiero, Clemencia, tienes razón, Clemencia. Me enamoré de Enrique Flores en cuanto lo vi en la Iglesia.” Clemencia, quien le ayudaba a peinarse, le dijo, “Sé prudente, Isabel. Apenas lo conoces. No vaya a resultar un don Juan de esos que conquistan a las mujeres solo por vanidad.” Isabel el dijo, “¡Ay no, Clemencia! ¡No me digas eso, o me amargaras este día, el más feliz que he vivido en mucho tiempo! ¡Enrique debe ser tan claro y hermoso de alma, como es apuesto y amable en su exterior!” Enseguida Clemencia le dijo, “No me hagas caso. Por un instante me preocupé demasiado, y temí verte lastimada. Pero no hay motivos para pensar mal de ese joven.” Las dos amigas no volvieron a tocar el tema. Pero, dentro de ella, Clemencia pensaba, “¡Oh, Isabel! ¿Por qué habías de fijarte precisamente en Enrique? Tu primo serias más adecuado para ti, que eres una criatura delicada y soñadora. Enrique requiere de alguien como yo, que lo conduzca por las sendas de la pasión y le haga conocer la intensidad de los más oscuros sentimientos. Él, tarde o temprano, vendrá a mi porque somos iguales y nos atraemos. ¡Será mío!” Al día siguiente, el grupo acordó reunirse de nuevo. Y estando en la sala de musica, Clemencia dijo a Isabela, “¡Vamos Isabel, no seas niña y toca el piano! Enrique es un conocedor y valorará tu talento.” Isabel dijo, tímidamente, “Yo…no estoy preparada.” Luego de muchos ruegos, Isabel consintió en tocar algo, para complacer a los invitados. Clemencia dijo, “Ya verá lo que ésta jovencita es capaz de crear, flores. Quedará encantado.” Las manos blanquísimas de Isabel, recorrieron el teclado, al principio con alguna indecisión, pero al fín, como si voláran, arrancándole dulcísimos acordes. Poco a poco, el tumultuoso corazón de Enrique Flores fue dejandose penetrar por la musica y llenándose de una todopoderosa dulzura. Enrique Flores exclamó, “¡Isabel, es maravilloso!” No pudo resistir la tentación de atrapar entre las suyas una mano de la hermosa y delicada concertista. Enrique exclamó, “¡Usted ha colmado mi alma y la ha impregnado de algo maravilloso!” Enrique llevó la mano de ella a sus labios ardientes, e Isabel murmuro, sin querer, “¡Oh, Enrique…su alma! ¡Su alma es lo que yo deseaba tocar, ahí quiero cobijarme!” Entonces Clemencia, se llenó de celos, y pensó, “No creí que Isabel fuera capaz de conmoverlo. ¡Ahora Enrique se ha prendado de ella! Está bien…reprimiré mis celos por la amistad que nos une, a Isabel y a mí, desde niñas.” Clemencia se dirigió a Valle, y le dijo, “Está usted muy callado, Fernando. Vamos, cuénteme dónde transcurrió su infancia y como fue, que entró al ejercito federal. Quiero saber más de su vida.” Fernando le dijo, “Nací en el puerto de Veracruz, y desde muy niño, defraudé las esperanzas que mi padre habia cifrado en mí, señorita Clemencia. Pero no creo que esas cosas le interesen realmente.” Clemencia le dijo, “¡Claro que me interesan! Siga, por favor.” Fernando continuó, “Mi padre es un hombre muy rico, que no consciente que nadie lo contraríe sus deseos. Yo, sin embargo, desde muy pequeño comencé a apartarme del camino que él deseaba para mí. Para disciplinarme, me envió a estudiar a un colegio de la capital. Al despedirme, mi madre me dijo, “¡Ay, Fernandito, cuídate mucho, hijo!” Pase lejos de mi casa y de mi madre, a quien adoraba, el resto de mi infancia. Solo un muchacho de mi edad que estaba interno, en el mismo colegio que yo, me mostró afecto. Recuerdo que le decía, “Al principio, yo tambien extrañaba a mi mamá, y eso me ponía triste.” Y él me dijo, “¿Y ahora, ya no la extrañas?” Yo le dije, “La extraño, pero ya no dejo que eso me entristezca. Tambien aquí podemos pasar buenos momentos, sobre todo si hacemos amigos.” Aquel muchacho de carácter afable y sencillo, me ayudó a adaptarme, y a convivir con los demás compañeros. Crecimos juntos, y a mi buen amigo que siempre fue muy estudioso, le apasionaron cada vez mas los libros. Gracias a él, fui comprendiendo las teorías universales del liberalismo. Recuerdo al profesor decirme, “Nuestro país puede construir su propia historia, si logra mantenerse independiente, Fernando.” Mi tutor, hombre mediocre y conservador, veía con disgusto nuestras relaciones. Comunicó por escrito a mi padre sus quejas sobre las malas compañías, que, según él, estaban modificando su carácter y confundiendo sus ideas. Y, una tarde, el maestro me dijo, “Fernando, el señor Valle me autoriza en su última carta a prohibirte la amistad de ese jovencito.” Yo le dije, “Lo siento, señor tutor, pero la amistad de Alfonso es sagrada para mí, y nadie ni usted ni mi padre lograrán que siga tratándolo como a un hermano.” Por entonces, la madre de mi amigo enfermó gravemente. Era viuda y carecí a de bienes. Todo lo que poseía lo habia ido gastando en la educación de su hijo. Vendí todo lo que tuve para poder reunir algún dinero y asistirla. Mi tutor observaba con todo profundo disgusto. Nuestros esfuerzos fueron inútiles, La desdichada mujer murió dejando a mi amigo huérfano y desconsolado. Entre tanto, mi tutor habia viajado solo a Veracruz, donde mi familia me aguardaba para celebrar las fiestas decembrinas. Al enterarse de mi ausencia, mi padre dijo a mi tutor, “¿Cómo que se quedó con ese muchacho y con su madre? ¿Acaso no le prohibí su amistad?” Mi tutor le dijo, “Fernando se negó a acatar sus órdenes, señor Valle, y por el contrario, vendió y empeñó todo lo que usted le ha ido comprando, para regresarlo a esa familia.” Mi padre se encolerizó, y dijo, “¡Es el colmo! En cuanto llegue, vamos a ajustar cuentas. Estoy harto ya de ese muchacho.” Mi padre despidió al tutor. A mí me recluyó en mi habitación y me impidió participar en las fiesta s navideñas. Pero lo pero fue cuando decidió no mandarme más al colegio. Entonces mi padre me dijo, “Aprenderás un oficio.” Durante un año fui aprendiz de armero. Aquello era muy duro para mí, que no estaba acostumbrado al trabajo físico y tenía un organismo poco resistente. Mi m adre me dijo, “¡Pobrecito!¡Mira como tienes las manos!” Al mismo tiempo, mis hermanos que nunca habían contrariado las ordenes de mi padre, ni discutido sus ideas conservadoras, estudiaban y se divertían en Pris. Procuré entonces reconciliarme con mi progenitor, y forjé una espada especialmente para regalársela en su cumpleaños. El armero me dijo, “Quedó perfecta, Fernando. Has aprendido bien el oficio. Tu padre se sentirá orgulloso de ti.” Llegó la fecha esperada. Toda la familia y todos los amigos nos reunimos a festejarlo. Sus amigos exclamaban, “¡Por la salud y la alegría!¡Y porque tengas muchos días tan felices como este!” Mis hermanos, primos, tíos, y demás parientes habían gastado fortunas en pequeños y variados obsequios. De pronto, mi padre vio mi espada y otros objetos de forja que yo habia hecho con mis propias manos, especialmente para él, y exclamó, “¿Qué son estos fierros?” Mi madre le dijo, “Los hizo Fernando para demostrarte que ha trabajado muy duro y merece que lo trates mejor.” Pero mi padre dijo, “¡Ja! Lo que yo espero de un hijo mío, es que sea ambicioso, y capaz de conquistar fama y fortuna, no que se convierta en un pobre trabajador.” Abandoné aquel lugar con lágrimas en los ojos. Mi madre exclamó, “¡Fernando, hijo, espera!” Enseguida mi madre dijo a mi padre, “Eres demasiado duro con Fernando. Es necesario que tenga una ocupación menos desgastante para su salud.” Me pusieron entonces como dependiente de un comercio en el mismo puerto. Por aquellos días, supe que mi amigo Alfonso, había muerto en la ciudad de México a causa del tifo. Yo pensé, “¡Mi único afecto se ha ido! ¡Mi vida es un desastre! No tiene directiva ni ilusión alguna.” Fue en esos días cuando el gobierno republicano nacionalista, se apoderó de la ciudad, y la convirtió en su centro de operaciones. Opté por unirme a aquella causa que era lo único en que creía y por lo que me hallaba dispuesto a dar la vida. Mientras me enrolaba, pensé, “Seguiré la carrera militar, y lucharé en pos de tus ideales y de los míos, Alfonso.” Fernando terminó de narrar su relato, y entonces Clemencia dijo, “Asi que está usted en el ejército para rendir honor al recuerdo de su amigo. Su historia es en verdad conmovedora, Fernando. Cuenta usted con un gran corazón.” Al rato, los dos oficiales volvían al cuartel comentando Enrique, “Estábamos equivocados, Fernando. Yo amo a su primita Isabel. Mi corazón le pertenece por su encanto y dulzura. Y usted, por lo visto, le interesa a la hermosa Clemencia más de lo que imagina. Observé cómo lo miraba, y con qué atención escuchaba sus palabras. Siga por ahí, amigo mío. Esa mujer será suya.” Por la noche, Fernando no podía dormir. Las palabras de Enrique Flores resonaban en su cabeza, pensando, “¿Será cierto que le intereso a Clemencia?” La imagen de Clemencia comenzó a fijarse en él y a conmoverlo profundamente. Repasó cada segundo de los recién vividos con ella, sus gestos, su sonrisa, el roe de su mano en el saludo. Aquellas nimiedades adquirieron de súbito una gran intensidad. La siguiente reunión fue en la elegante casa de Clemencia, quien hablaba con sus padres, diciendo, “Ven papó. Los oficiales Valle y Flores son mis invitados de honor. Quiero presentártelos.” Enrique acaparó enseguida a la linda Isabel, pero Valle tímido, se aisló de la concurrencia hasta que se acercó a él, y le dijo, “Venga a bailar éste vals vienés conmigo, Fernando. Es una orden.” Fernando accedió, pero dijo, “Soy muy torpe para éstas cosas señorita Clemencia.” Pero Clemencia le dijo, “Déjese de timideces y humildades conmigo. Disfrúte de la fiesta y tutéeme.” Fernando pensó, “No se equivocaba Enrique. Ella me mira de cierta manera…” El joven comenzó a ilusionarse. Después de bailar, Clemencia dijo, “Estoy sofocada, Fernando. Salgamos un poco al jardin.” Entonces Fernando notó un rosal que se encontraba en la terraza y dijo, “¡Qué hermosas flores, Clemencia!” Clemencia dijo, “Éste rosal es mi preferido, yo misma lo podo y lo riego. Cada una de sus rosas es como una parte de mí.” Hubo una pausa y Clemencia dijo, “¡Mira esa flor es la más bella de todo Guadalajara, te lo aseguro!” Enseguida Fernando dijo, “Pero…¿Que haces?” Clemencia le entregó la flor y dijo, “La he cortado para ti. Portándola siempre junto a tu corazón, me harás muy feliz, Fernando.” Clemencia habia logrado seducir, por completo al oficial que exclamó apasionado, “¡Clemencia! ¡Siempre! ¡Siempre estará esa flor viva en mí! Porque yo…” La llegada de Enrique les interrumpió, quien dijo, “¡Vaya con usted, Valle! No es justo que acapáre asi a la anfitriona. Permítame bailar con Clemencia siquiera una pieza.” Ella volvió ٌal salón, del barco de Flores. Y Fernando Valle se quedó a solas en el jardín, inundado de una íntima dulzura, pensando, “Si me ha obsequiado su rosa preferida, es que me quiere.” Pero más adelante, cuando Clemencia estuvo sola, recostada en su cama, pensaba, “No debí tratar así a Fernando Valle. Lo hice por despecho, al ver a Enrique dedicado por entero a Isabel. ¡Mi pasión por Enrique crece a cada momento, sin que yo alcance a evitarlo! Lo amo, a pesar de mis buenos propósitos de apartarme y dejar que Isabel sea feliz con él.” Isabel era muy feliz, y no lo disimulaba. Y mientras se arreglaba frente al espejo, Isabel decía a Clemencia, “¡Enrique dice que me ama con locura, Clemencia! Y yo he tenido que le correspondo.” Los celos mordieron el corazón de Clemencia, quien hizo un esfuerzo sobrehumano para ocultarlo. Clemencia le dijo, “Y…¿Piensan casarse?” Isabel dijo, “Supongo que sí…¡Ay Clemencia! ¿Es verdad que Enrique es el hombre mas guapo, valiente, cabal, y caballeroso del mundo? ¡Dime que sí porque lo adoro!” El cariño que Clemencia profesaba por su amiga, acabó por imponerse, y le dijo, “Espero que el amor sea siempre una bendición para ti, Isabel.” Pero Isabel y Enrique solían pasear por el parque acompañados por Clemencia y Fernando. Sentados en una banca del parque, Enrique leía a Isabel, “Esa rosa de pureza inmaculada, es símbolo de la pasión, pero tu alma, alberga rosas que, como ésta, no admiten ninguna comparación.” Una mañana, mientras Clemencia regaba sus flores, notó la presencia de Isabel, y exclamó, “¡Isabel! ¿Qué te pasa? ¿Porque lloras?” Isabel exclamó, “¡Oh, qué desdichada soy!” Tras una pausa, Isabel exclamó, “¡Fue Enrique, Clemencia! Desde el principio cuando háblo de matrimonio, desvía la conversación o dice cosas ambiguas, como si no quisiera comprometerse. Yo pensé que era la natural reticencia de los hombres solteros, que temen perder su libertad…pero hoy ha sido el colmo, me he percatado de que no me ama, y que no es el caballero que imaginé.” Clemencia le dijo, “Pero, ¿Por qué dices eso?” Isabel dijo, “Me pidió que me entregára a él, como prueba de mi amor. Si yo accedía, se casaría conmigo. Me negué, y se puso molesto, hasta grosero, entonces…discutimos, y, finalmente, di por terminada nuestra relación.” Clemencia exclamó, “¡Isabel! ¿Es verdad lo que oigo? ¿Ya no estas comprometida con Enrique?” Isabel dijo, “Ni volveré a estarlo jamás. Es únicamente un sinvergüenza que pretendió divertirse conmigo.” A la vez en el cuartel, un general daba instrucciones, diciendo, “Comandántes Flores y Valle, estén preparados para evacuar esta plaza cuando se les indique. Las tropas de francés Bazaine avanzan hacia acá tras tomar Guanajuato. El gobernador Arteaga ordena abandonar Guadalajara en los últimos días del mes de diciembre.” En casa de Clemencia, cuyo padre era un nacionalista irreductible, la noticia fue recibida con consternación. Y su padre exclamó, “¡Nosotros tambien nos iremos de la ciudad!¡No quiero ver a esos malditos franchutes marchando por el centro de la ciudad de Guadalajara!” La noche del 24 de diciembre, de ese año de 1863, se celebró la cena tradicional de navidad en casa de la familia de Clemencia, y fueron invitados varios oficiales de alto rango de ejercito nacionalista, entre ellos, Fernando y Enrique. Al sonar las doce, todos pasaron al salón del arbol navideño, y sacaron sus números para la rifa de regalos. Entonces Enrique dijo, “¡Vamos Fernando, di que numero te tocó, hombre! ¿Por qué te has puesto tan pálido?” A Valle le habia tocado el peor de los números, el que simboliza la muerta o la mala fortuna.” Clemencia fingió no notar el detalle, y bajó un hermoso pañuelo bordado de las ramas del árbol. Clemencia lo dio a Fernando, y dijo, “Lo bordamos entre Isabel y yo. Llévalo contigo siempre. Y si te hieren en combate, enjuga en él tu sangre valiente, amigo mío.” Fernando lo tomó, y dijo, “Asi será, Clemencia.” Terminando el reparto de regalos, comenzó el baile. Enrique invitó a bailar a Clemencia, y dijo, “¡Ésta tiene que ser la noche más alegre de nuestras vidas! ¿Me ayudará a que lo sea, bailando conmigo, Clemencia?” Clemencia dijo, “Encantada, Enrique.” Mientras ellos bailaban, Fernando los veía, pensando, “Ella ha cambiado, ya no charla conmigo en las reuniones. Y, al menos pretexto, Enrique se le acerca. ¿Será que Clemencia ha mudado de sentimientos? ¡No, no! ¡Ella no puede hacerme esto! Yo…yo la amo.” Sumido en sus temores y dudas, Fernando salió al jardin, y pensó, “¡Qué extraño! No he visto juntos a Enrique e Isabel últimamente. Y, encima Clemencia no hace sino atenderlo a él.” De repente, Fernando pensó, “¡Oh! Ahí vienen. No quiero que me vean aqui solitario.” Clemencia y Enrique dialogaban en el jardin. Clemencia dijo, “Pero, ¿De qué te quejas? ¿No te gusto la joya que te tocó de regalo?” Enrique dijo, “Hubiera preferido ese pañuelo bordado por ti.” Entonces, Clemencia dijo, “Toma mi mano y olvida el pañuelo.” Enrique tomó su mano y la besó, y enseguida dijo, “¡Te amo, Clemencia! Y…¿Solo me permitirás besar tu mano, adorada mía? Mira que me marcharé muy pronto a la guerra, y quizá...” Clemencia puso su mano en la boca de Enrique, y dijo, “¡Calla! No me atormente, por Dios. Tengo aquí, escondido, algo que me pediste.” Clemencia entregó a Enrique, un retrato y un mechón de sus cabellos, y dijo, “¿Contento?” Poco después, Clemencia dijo, “Regresemos al salón, Enrique, o notarán nuestra ausencia.” Aquella tierna escena que Fernando observó sin ser visto, era clara y elocuente. La decepción lo dejó quieto y mudo. Habia conservado la rosa que Clemencia le regalara, aún seca e invariablemente cerca de su corazón. Pero, viendo la burla de que habia sido objeto, la tiró al suelo y puso con furia su bota militar sobre ella. Trató de alejarse sin que nadie lo advirtiera, pero, Clemencia y Enrique lo abordaron. Clemencia dijo, “¿Qué haces Fernando?” Fernando exclamó, “M…Me siento un poco mal. Prefiero retirarme temprano.” Tras una pausa, Fernando agregó, “Además, conmigo ausente, no tendrán ustedes a nadie que estorbe su dicha.” Enrique dijo, “¿Esta usted celoso, comandante?” Fernando le dijo, “Estoy indignado por el engaño de que he sido víctima, y será a usted, Flores, a quien le pida cuentas. Mañana temprano recibirá la visita de mi padrino y acordará con él el lugar y la hora para celebrar un duelo y lavar la ofensa que acaba de inferirme. Uno de los dos, sobra en el mundo.”  Cuando Fernando se retiró, Clemencia dijo, “No aceptarás el reto, ¿Verdad? ¡Ay, Dios mío! ¡Me siento culpable de todo esto!” A la mañana siguiente, Valle acudió al llamado de su coronel, quien le dijo, “Me ha informado el comandante Flores, que usted le retó a duelo. Estamos en guerra y los duelos estan prohibidos, Valle. Asi que le decláro en arresto, hasta que abandonemos la ciudad.” El doctor del regimiento, habia sido designado por Valle como su padrino en el reto. Cuando el doctor se enteró, fue a hablar con Valle, y le dijo, “¿Qué paso?” Fernando le dijo, “No habrá duelo. El cobarde de Flores me denunció, y permaneceré arrestado.” El primero de enero, Enrique Flores recibió los galones del teniente coronel, por recomendaciones del alto mando. El teniente coronel dijo, “Espero que Espero que honre usted estos galones, como ha honrado los de comandante.” Enrique dijo, “Lo haré, coronel.” El tres de enero, la tropa desalojó Guadalajara y avanzó en dirección a Sayula. El día cinco del mismo mes, mientras los franceses ocupaban la capital de Jalisco, un carruaje se apartaba de la ciudad en dirección al poblado de Zacoalco. El cochero apuraba a los animales de tiro, para llegar cuanto antes, pero…bastó aquel obstáculo para que el carruaje volcara aparatosamente. Los viajeros eran Clemencia, sus padres, Isabel y doña Mariana, todos los cuales salieron ilesos del percance. Cuando salieron del carruaje, el padre de Clemencia dijo, “Con cuidado, doña Mariana.” Doña Mariana dijo, “¡Ay, qué susto!” Clemencia dijo, “¿Y ahora qué haremos? El eje del carro está roto.” Enviaron a Zacoalco a un postillón, para conseguir otro carruaje, pero, ante de que aquel accediera al pueblo, dos soldados lo detuvieron. “¡Alto ahí! ¿Quién vive?” Lo llevaron ante su jefe inmediato, el comandante Fernando Valle, quien retornaba con su escuadrón a la hacienda de Santa Ana para observar dese ahí al enemigo. Cuando Fernando supo quiénes eran los pasajeros del carro volcado, puso su mano en el hombro del muchacho, y dijo, “¡Iré contigo a Zacoalco, muchacho!” Ambos partieron en un caballo, dejando Fernando la tropa en el bosque. Dos horas mas tarde, en Zacoalco, el muchacho recibía un nuevo carruaje, con caballos. Antes de que Fernando se fuera, el muchacho preguntó, “¿De parte de quien le digo a mi amo que recibe este carruaje?” Fernando dijo, “De un oficial que lucha por la libertad. Dile eso, tan solo.” En el camino, cuando la familia de Isabel y la de Clemencia tuvieron el carro, el padre de Clemencia dijo, “¿Quién será ese gentil oficial que nos ha ayudado sin dar su nombre?” Clemencia dijo, “¡Fue Enrique Flores, papá! ¿Quién otro podría hacernos tal favor?” Pocos días después, en el poblado de Santa Anita, Enrique Flores leía una carta, pensando, “¡Es de Clemencia y de su padre! Me agradecen el carruaje que es envié. Sin duda fuer Fernando Valle, en uno de sus característicos gestos caballerescos. Esto me servirá para hundirlo, ya verá.” Unos días adelante, Fernando llegaba a Zapotlán, y se presentaba ante el general a cargo, quien lo recibió con inusitada hosquedad, diciendo, “Comandante Fernando Valle, queda usted arrestado por sospechas de traición a la causa.” Fernando exclamó, “¿Yo?” El general explicó, “El coronel Flores me ha comunicado que usted contravino las ordenes que se le dieron de encaminarse a la hacienda de Santa Ana, y tiró la tropa en el bosque para efectuar una sospechosa incursión por Zacoalco con un correo.” Fernando pensó, “¡Ese maldito Flores! No contento con quitarme a la mujer que ámo, ahora quiere acabar con mi carrera y mi prestigio militar.” Entonces Fernando dijo, “Creo que es oportuno entregar a usted, general, este documento lacrado que recogí a uno de los correos del coronel Flores hace poco, y que iba destinado a un general al mando de la tropa francesa afincada en Guadalajara.” Cuando el general revisó el documento, exclamó, “¡Son mis órdenes, mi línea estratégica, el plan de batalla...¡Flores es el traidor!” El mensajero de Flores compareció dispuesto a decir la verdad. El general lo interrogó, “¿Cuantas veces has llevado mensajes secretos a los franceses, de parte de tus jefes?” El mensajero dijo, “Varias, ge…general…El coronel Flores me prometió que cuando concluyera la guerra, y ellos tuvieran el poder, me asignaría un puesto en el alto mando y mucho dinero, si lo ayudaba.” El 16 de diciembre, un cuerpo de caballería entró en la ciudad de Colima, entonces el mas importante reducto de la república. El cuerpo de caballería, custodiaba a un oficial traidor a la causa, al cual se sometería a juicio. Clemencia habia acudido con su familia a Colima, con la esperanza de ver a Flores, su amor. Y, al verlo en tan tristes condiciones, exclamó, “¡Oh, no, no puede ser!” Pasadas las diez de la noche, ya en casa de sus familiares, el padre de Clemencia dijo, “El consejo militar de la republica ha condenado a Enrique Flores a muerte, hija.” Nadie consiguió impedir que Clemencia fuera al cuartel. Fernando al verla exclamó, “¡Clemencia!” Un odio intenso y un no menos intenso dolor fulguraban en las pupilas de la hermosa mujer, quien exclamó, “¡Tu fuiste quien tendió ésta trampa ominosa a Enrique! Y todo por despecho.” Fernando dijo, “No Clemencia, estas equivocada, yo…” Clemencia exclamó, “¡Enrique no es un traidor! Mas mi amor lo ha condenado a desatar tu odio, ¡Te felicito, Fernando! Lograste liquidar a tu rival. Pero, con ello, solo has conquistado mi desprécio y mi aborrecimiénto más feroces. Me has convertido en una mujer muy desdichada.” Ella se rehusó a escucharle, ciega, como estaba, por el dolor. Mientras veía como se retiraba, Fernando pensó, “¡No, no si odio!¡Eso no puedo resistirlo!” A la media noche, Fernando vie a visitar a Enrique en su celda. Enrique dijo al verlo, “¡Valle! ¿Qué hace aquí? ¿Viene a reírse de mí, y de mi mala suerte?” Fernando le dijo, “Déjese de tonterías. Apenas hay tiempo para hablar, Enrique. Póngase mi uniforme, rápido.” Minutos después, Enrique llegaba a casa de los familiares de Clemencia. Clemencia exclamó al verlo, “Valle me ayudó a escapar, y se quedó en la celda. Creo que ha enloquecido. Ahora, necesito un caballo y algo de dinero para marchar a la capital. Allá me protegerán las tropas del imperio.” Clemencia se tornó triste, decepcionada, tras aquello. Clemencia exclamó, “¡Salva a Fernando, papá, te lo suplico! Ofrece lo que sea al gobernador o al general. ¡Pero evita que lo fusilen o moriré de pena y de remordimiento!” Mientras se preparaba para salir, el padre de Clemencia dijo, “Ofrecí la mitad de mi fortuna para salvar a Enrique, y tendré que ceder lo que resta para liberar al otro. ¡Qué ironía!” Dos horas después, Isabel leía una carta delo padre de Clemencia, “Tu padre manda decir que el indulto para Enrique estaba logrado; pero que el alto mando de la república se encuentra furioso contra Valle y le fusilarán al amanecer, sin remedio.” Las primeras luces del alba, coloreaban el cielo de un pintoresco rincón de Colima llamado la albarradita, cuando un coche jalado por caballos apresuraba su marcha, llegando. Pero Fernando Valle se erigía ya ante el pelotón de fusilamiento. “¡Preparen!¡Apunten!¡Fuego!” Clemencia exclamó, “¡NOOOO!” Una mano femenina y temblorosa, cotró un mechón de pelo al oficial, ya muerto, y lo guardó como reliquia de aquel desdichado amor. El médico del regimiento viajó a la ciudad de Mexico, y narró al padre de Fernando Valle, el trágico fin de éste. En aquel instante, desfilaban triunfales las tropas franco imperialistas por la capital, y Enrique Flores con ellas. Clemencia habia ingresado a la orden de las hermanas de la caridad.       

Tomado de, Joyas de la Literatura, Año 7, No. 112, agosto 15 de 1889. Adaptación: Remy Bastien. Guión: Dolores Plaza. Segunda Adaptación: José Escobar.                                        

viernes, 2 de mayo de 2025

Los Empeños de una Casa, de Sor Juana Inés de la Cruz

     Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana​, nació en San Miguel NepantlaTepetlixpa, el 12 de noviembre de 1648 o 1651, y murió  en la  Ciudad de México, 17 de abril de 1695, a la edad de 46 o 47 años.

   Más conocida como sor Juana Inés de la Cruz, o Juana de Asbaje, Inés fue una religiosa jerónima y escritora novohispana, ​considerada mexicana para muchos autores,​ exponente del Siglo de Oro de la literatura en español. También incorporó el náhuatl clásico a su creación poética.

    Considerada por muchos como la, décima musa, Inés cultivó la lírica, el auto sacramental, y el teatro, así como la prosa. A muy temprana edad, Inés aprendió a leer y a escribir.
   Perteneció a la corte de Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazarmarqués de Mancera, y 25.º virrey novohispano. En 1669, por anhelo de conocimiento, Inés ingresó a la vida monástica.
   Sus más importantes mecenas fueron los virreyes De Mancera, el arzobispo virrey Payo Enríquez de Rivera y los... 
   ...marqueses de la Laguna de Camero Viejo, virreyes también de la Nueva España, quienes publicaron los dos primeros tomos de sus obras en la España peninsular.
    Gracias a Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche, obispo de Yucatán, se conoce la obra que sor Juana tenía inédita cuando fue condenada a destruir sus escritos. Él la publicó en España.
   Sor Juana murió a causa de una epidemia el 17 de abril de 1695, en el Convento de San Jerónimo.

    Sor Juana Inés de la Cruz ocupó, junto con Bernardo de BalbuenaJuan Ruiz de Alarcón, y Carlos de Sigüenza y Góngora, un destacado lugar en la literatura novohispana. En el campo de la lírica, su trabajo se adscribe a los lineamientos del barroco español, en su etapa tardía.
   La producción lírica de Sor Juana, que supone la mitad de su obra, es un crisol donde convergen la cultura de una Nueva España en apogeo, el culteranismo de Góngora, y la obra conceptista de Quevedo y Calderón.

   La obra dramática de sor Juana, va de lo religioso a lo profano. Sus obras más destacables en este género, son, Amor es Más LaberintoLos Empeños de una Casa, y una serie de autos sacramentales concebidos para representarse en la corte.

    Inés escribió obras de teatro, como, Los Empeños de una Casa (1683) y, Amor es Más Laberinto (1689); autos sacramentales como El Divino Narciso (1689) y abundante poesía

Biografía

Polémica de su Nascimiento

   Hasta casi mediados del siglo XX, la crítica sorjuanista aceptaba como válido el testimonio de Diego Calleja, primer biógrafo de la monja, sobre su fecha de nacimiento. Según Calleja, Sor Juana habría nacido el 13 de noviembre de 1651, en San Miguel Nepantla. ​

    En 1952, el descubrimiento de un acta de bautismo que supuestamente pertenecería a Sor Juana, adelantó la fecha de nacimiento de la poetisa a 1648. Según dicho documento, Juana Inés habría sido bautizada el 5 de diciembre de 1648.
   Varios críticos, como Octavio Paz, Antonio Alatorre,  Guillermo Schmidhuber, aceptan la validez del acta de bautismo, y así como Alberto G. Salceda, aunque la estudiosa cubana, Georgina Sabat de Rivers, considera insuficientes las pruebas que aporta esta acta.
   Así, según Sabat, la partida de bautismo correspondería a una pariente, o a una francesa.
   De acuerdo con Alejandro Soriano Vallés, la fecha más aceptable, es la de 1651, porque una de las hermanas de sor Juana, supuestamente fue dada a luz, el 19 de marzo de 1649, resultando imposible que Juana Inés naciera en noviembre de 1648.
   Esta suposición de 1651, no está fundamentada en documentos probatorios, sino en suposiciones que parten de la fecha informada por Diego Calleja en 1700.
   Sin embargo, el hallazgo de Guillermo Schmidhuber, de la Fe de bautizo de, "María hija de la Iglesia" en Chimalhuacán, fechada el 23 de julio de 1651, perteneciente a la hermana menor de sor Juana, imposibilita el nacimiento de la Décima Musa en 1651, porque el vientre de la madre estaba ocupado por otra niña, es decir, su hermana María.

    La doctora investigadora, Lourdes Aguilar Salas, en la biografía que comparte para la Universidad del Claustro de Sor Juana, señala 1651 como la más correcta. De hecho, lo que sostiene Alejandro Soriano, ya lo había manifestado previamente Georgina Sabat de Rivers, y él solamente retoma con posterioridad, el argumento de la reputada sorjuanista...
   ...quien personalmente se inclina por el año de 1651 porque, al saberse la fecha de bautismo de la hermana de sor Juana de nombre Josefa María, 29 de marzo de 1649, la proximidad de fechas impedía pensar en dos partos con una diferencia tan breve. Nunca ha sido localizada la Fe de Bautismo de Josefa María, la fecha del nacimiento de esta niña es una suposición que no ha sido fundamentada en un documento.

     Sin embargo, éste argumento también se relativiza inevitablemente, cuando sabemos que el término entre el nacimiento y el bautizo, frecuentemente distaba no solo de días, sino de meses y hasta años, así como sabemos por el historiador, Robert McCaa...
   ...quien parte de un estudio directo de las fuentes escritas de la época, que las actas de bautismo en las zonas rurales, se registraban en los libros habiendo cumplido los infantes desde varios meses hasta uno o varios años de haber sido presentados para su bautismo.
    El hallazgo del acta de Chimalhuacán, por el historiador, Guillermo Ramírez España, fue publicado por Alberto G. Salceda, en 1952; ​ en ella aparecen los tíos de sor Juana como padrinos de una niña anotada como, “hija de la Iglesia”, esto es, ilegítima.
     Anteriormente, solo se tenía como referencia la biografía de sor Juana escrita por el jesuita Diego Calleja, y publicada en el tercer volumen de las 
obras de sor Juana: Fama y obras póstumas (Madrid, 1700).
     No obstante, los documentos existentes, no son definitivos al respecto. Por un lado, la biografía de Calleja, adolece de inexactitudes típicas de la tendencia hagiográfica de la época, en torno a los personajes eclesiásticos destacados; es decir, los datos se modifican posiblemente con intenciones ulteriores.  
    Por dar solo un ejemplo, Calleja fija terminantemente en viernes, el día del supuesto nacimiento de sor Juana, cuando el 12 de noviembre de 1651, la fecha anotada por él, no fue viernes.
   
Por otro lado, el acta de Chimalhuacán, hallada en el siglo XX, presenta escasos datos acerca de la bautizada; si, como se acepta actualmente, la fecha de diciembre de 1648, es solo la de bautismo, la de nacimiento pudo haber sido varios meses o un año antes.
 
 Schmidhuber ha descubierto una segunda partida de bautismo de la parroquia de Chimalhuacán que dice: “María hija de la Iglesia”, está fechada el 23 de julio de 1651, y el nombre concuerda con la hermana menor de sor Juana; imposible resulta que otra niña naciera el mismo año.

    Hasta el día de hoy, lo más riguroso desde el punto de vista historiográfico, es mantenerse en la disyuntiva entre 1648 a 1651, tal como sucede con un sinnúmero de personajes históricos, de cuyas fechas de nacimiento, o muerte, no se tiene absoluta certeza con los documentos habidos en ese momento. Adoptar tal disyuntiva como regla general, no afecta los estudios sobre sor Juana ni en su biografía, ni en la valoración de su obra.

Primeros Años

  Aunque se tienen pocos datos de sus padres, Juana Inés fue la segunda de las tres hijas de Pedro de Asuaje y Vargas Machuca, así los escribió Sor Juana en el Libro de Profesiones del Convento de San Jerónimo. Se sabe que los padres nunca se unieron en matrimonio eclesiástico.

   Schmidhuber ha probado documentalmente, que el padre llegó a la Nueva España cuando niño, como lo prueba el Permiso de Paso de 1598, en compañía de su abuela viuda, María Ramírez de Vargas, su madre Antonia Laura Majuelo, y un hermano menor, Francisco de Asuaje, que llegó a ser fraile dominico.
   Su madre, Isabel Ramírez de Santillana, era hija de Pedro Ramírez de Santillana y de Beatriz Ramírez Rendón, residentes en el pueblo de Huichapan, perteneciente al marquesado del Valle.
  Hacia 1635, toda la familia emigraría a San Miguel Nepantla, a una hacienda de labor llamada “La Celda”, que Pedro Ramírez de Santillana, arrendaría a los dominicos.

   En San Miguel Nepantla, de la región de Chalco, nació su hija Juana Inés, en la hacienda, “La Celda”. Su madre, al poco tiempo, se separó de Pedro de Asuaje y, posteriormente, procreó otros tres hijos con Diego Ruiz Lozano, a quien tampoco desposó.

  Muchos críticos han manifestado su sorpresa, ante la situación civil de los padres de sor Juana. Paz apunta que ello se debió a una, “laxitud de la moral sexual en la colonia”.​ Se desconoce también el efecto que tuvo en sor Juana, el saberse hija ilegítima, aunque se conoce que trató de ocultarlo.
     Así lo revela su testamento de 1669: “hija legítima de don Pedro de Asuaje y Vargas, difunto, y de doña Isabel Ramírez”. El padre Calleja lo ignoraba, pues no hace mención de ello en su estudio biográfico. Su madre, en su testamento fechado en 1687, reconoce que todos sus hijos, incluyendo a sor Juana, fueron concebidos fuera del matrimonio.

    La niña pasó su infancia entre AmecamecaYecapixtlaPanoaya, donde su abuelo tenía una hacienda, y Nepantla. Allí Inés aprendió náhuatl, con los habitantes de las haciendas de su abuelo, donde se sembraba trigo y maíz.
   El abuelo de sor Juana, murió en 1656, por lo que su madre tomó las riendas de las fincas. ​ Asimismo, Inés aprendió a leer y escribir a los tres años, al tomar las lecciones con su hermana mayor, a escondidas de su madre.

    Pronto inició su gusto por la lectura, gracias a que Inés descubrió la biblioteca de su abuelo, y se aficionó a los libros. Aprendió todo cuanto era conocido en su época, es decir, leyó a los clásicos griegos y romanos, y la teología del momento.
    Su afán por saber era tal, que intentó convencer a su madre de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre, puesto que las mujeres no podían acceder a ésta. ​Se dice que al estudiar una lección, cortaba un pedazo de su propio cabello, si no la había aprendido correctamente, pues no le parecía bien que la cabeza estuviese cubierta de hermosuras, si carecía de ideas.
​    A los ocho años, entre 1657 y 1659, ganó un libro por una loa compuesta en honor al Santísimo Sacramento, según cuenta su biógrafo y amigo, Diego Calleja. ​ Éste señala que Juana Inés radicó en la Ciudad de México desde los ocho años, aunque se tienen noticias más veraces, de que no se asentó allí, sino hasta los trece o quince.

Adolescencia

   Juana Inés vivió con María Ramírez, hermana de su madre, y con su esposo, Juan de Mata. Posiblemente haya sido alejada de las haciendas de su madre, a causa de la muerte de su abuelo materno. Aproximadamente vivió en casa de los Mata, unos ocho años, desde 1656 hasta 1664. Entonces comienza su periodo en la corte, que terminará con su ingreso a la vida religiosa.

     Entre 1664 y 1665, Inés ingresó a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledomarqués de Mancera. La virreina, Leonor de Carreto, se convirtió en una de sus más importantes mecenas. El medio ambiente, y la protección de los virreyes, marcarán decisivamente la producción literaria de Juana Inés.
   Por entonces, ya era conocida su inteligencia y su sagacidad, pues se cuenta que, por instrucciones del virrey, un grupo de sabios humanistas la evaluaron, y la joven superó el examen en excelentes condiciones.

    La corte virreinal era uno de los lugares más cultos e ilustrados del virreinato. Solían celebrarse fastuosas tertulias, a las que acudían teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores y todo tipo de humanistas, en su mayoría egresados o profesores de la Real y Pontificia Universidad de México.
   Allí, como dama de compañía de la virreina, la adolescente Juana desarrolló su intelecto y sus capacidades literarias. En repetidas ocasiones, escribía sonetos, poemas, y elegías fúnebres, que eran bien recibidas en la corte.
   Chávez señala que a Juana Inés se le conocía como, “la muy querida de la virreina”, y que el virrey también le tenía un especial aprecio. Leonor de Carreto, fue la primera protectora de la niña poetisa.

   Poco se conoce de ésta etapa en la vida de sor Juana, aunque uno de los testimonios más valiosos para estudiar dicho periodoé ha sido la, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. ​ Esta ausencia de datos, ha contribuido a que varios autores hayan querido recrear de manera casi novelesca, la vida adolescente de sor Juana, suponiendo muchas veces la existencia de amores no correspondidos.

Periodo de Madurez

A finales de 1666, Inés llamó la atención del padre Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, quien, al saber que la jovencita no deseaba casarse, le propuso entrar en una orden religiosa.

     Aprendió latín en veinte lecciones impartidas por Martín de Olivas, y probablemente pagadas por Núñez de Miranda. Después de un intento fallido con las carmelitas, cuya regla era de una rigidez extrema que la llevó a enfermarse, ingresó en la Orden de San Jerónimo, donde la disciplina era algo más relajada, y tenía una celda de dos pisos y sirvientas.  
   Allí permaneció el resto de su vida, pues los estatutos de la orden, le permitían estudiar, escribir, celebrar tertulias, y recibir visitas, como las de Leonor de Carreto, que nunca dejó su amistad con la poetisa.

   Muchos críticos y biógrafos atribuyeron su salida de la corte, a una decepción amorosa, aunque ella muchas veces expresó no sentirse atraída por el amor, y que solo la vida monástica podría permitirle dedicarse a estudios intelectuales. Se sabe que sor Juana recibía un pago de la Iglesia por sus villancicos, como también lo obtenía de la Corte, al preparar loas u otros espectáculos.

    En 1673, sufre otro golpe: el virrey de Mancera y su esposa son relevados de su cargo, y en Tepeaca, durante el trayecto a Veracruz, fallece Leonor de Carreto.
   A ella dedicó sor Juana varias elegías, entre las que destaca, “De la beldad de Laura enamorados”, seudónimo de la virreina. En este soneto demuestra su conocimiento y dominio de las pautas y tópicos petrarquistas imperantes.

    En 1680, se produce la sustitución de fray Payo Enríquez de Rivera, por Tomás de la Cerda y Aragón al frente del virreinato. A sor Juana se le encomendó la confección del arco triunfal que adornaría la entrada de los virreyes a la capital, para lo que escribió su famoso, Neptuno Alegórico.
   Impresionó gratamente a los virreyes, quienes le ofrecieron su protección y amistad, especialmente la virreina, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, quien fue muy cercana a ella:
    la virreina poseía un retrato de la monja, y un anillo que ésta le había regalado, y a su partida llevó los textos de sor Juana a España, para que se imprimieran.

     Su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, le reprochaba que se ocupara tanto de temas mundanos, lo que junto con el frecuente contacto con las más altas personalidades de la época, debido a su gran fama intelectual, desencadenó las iras de éste. Bajo la protección de la marquesa de la Laguna, decidió rechazarlo como confesor.

    El gobierno virreinal del marqués de la Laguna, (1680-1686), coincide con la época dorada de la producción de sor Juana. Escribió versos sacros y profanos, villancicos para festividades religiosas, autos sacramentales (El Divino NarcisoEl Cetro de José y El Mártir del Sacramento) y dos comedias, (Los Empeños de una Casa, y Amor es Más Laberinto). También Inés sirvió como administradora del convento, con buen tino, y realizó experimentos científicos. ​

    Entre 1690 y 1691, se vio involucrada en una disputa teológica, a raíz de una crítica privada que realizó sobre un sermón del muy conocido predicador jesuita, António Vieira, que fue publicada por el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz bajo el título de Carta Atenagórica.
    Él la prologó con el seudónimo de sor Filotea, recomendando a sor Juana que dejara de dedicarse a las “humanas letras” y se dedicase en cambio a las divinas, de las cuales, según el obispo de Puebla, sacaría mayor provecho. ​
   Esto provocó la reacción de la poetisa a través del escrito, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde hace una encendida defensa de su labor intelectual, y en la que reclamaba los derechos de la mujer a la educación.

Ultima Etapa

    Para 1692 y 1693, comienza el último período de la vida de sor Juana. Sus amigos y protectores han muerto: el conde de Paredes, Juan de Guevara y diez monjas del Convento de San Jerónimo.

   Las fechas coinciden con una agitación de la Nueva España; se producen rebeliones en el norte del virreinato, la muchedumbre asalta el Real Palacio, y las epidemias se ceban con la población novohispana.

   En la poetisa ocurrió un extraño cambio: hacia 1693, dejó de escribir, y pareció dedicarse más a labores religiosas. Hasta la fecha, no se conoce con precisión el motivo de tal cambio; los críticos católicos han visto en sor Juana una mayor dedicación a las cuestiones sobrenaturales, y una entrega mística a Jesucristo, sobre todo a partir de la renovación de sus votos religiosos, en 1694.​
   Otros, en cambio, adivinan una conspiración misógina tramada en su contra, tras la cual, fue condenada a dejar de escribir, y se le obligó a cumplir lo que las autoridades eclesiásticas consideraban las tareas apropiadas de una monja.
   No han existido datos concluyentes, pero sí se ha avanzado en investigaciones, donde se ha descubierto la polémica que causó la, Carta Atenagórica. Su propia penitencia queda expresada en la firma que estampó en el libro del convento: “yo, la peor del mundo”, que se ha convertido en una de sus frases más célebres.
    Algunos afirmaban, hasta hace poco, que antes de su muerte fue obligada por su confesor, Núñez de Miranda, con quien se había reconciliado, a deshacerse de su biblioteca y su colección de instrumentos musicales y científicos.
    Sin embargo, se descubrió en el testamento del padre José de Lombeyda, antiguo amigo de sor Juana, una cláusula donde se refiere el cómo ella misma, le encargó vender los libros para, dando el dinero al arzobispo Francisco de Aguiar, ayudar a los pobres.

   A principios de 1695, se desató una epidemia​ que causó estragos en toda la capital de la Nueva España, pero especialmente en el Convento de San Jerónimo. De cada diez religiosas enfermas, nueve morían.
   El 17 de febrero, falleció Núñez de Miranda. Sor Juana cae enferma poco tiempo más tarde, pues colaboraba cuidando a las monjas enfermas. Fallece a las cuatro de la mañana del 17 de abril.
    Según un documento, ​ Inés dejó 180 volúmenes de obras selectas, muebles, una imagen de la Santísima Trinidad y un Niño Jesús. Todo fue entregado a su familia, con excepción de las imágenes, que ella misma, antes de fallecer, había dejado al arzobispo.
   Fue enterrada el día de su muerte, con asistencia del cabildo de la catedral. El funeral fue presidido por el canónigo, Francisco de Aguilar, y la oración fúnebre fue realizada por Carlos de Sigüenza y Góngora. En la lápida, se colocó la siguiente inscripción:

En este recinto que es el coro bajo y entierro de las monjas de San Jerónimo, fue sepultada Sor Juana Inés de la Cruz, el 17 de abril de 1695.

   En 1978, durante unas excavaciones rutinarias en el centro de la Ciudad de México, se hallaron sus supuestos restos, a los que se dio gran publicidad.
   Se realizaron varios eventos en torno al descubrimiento, aunque nunca pudo corroborarse su autenticidad. Actualmente, se encuentran en el centro histórico de la Ciudad de México, entre las calles de Isabel la Católica e Izazaga.

Características de su Obra

   Inés compuso gran variedad de obras teatrales. Su comedia más célebre es, Los Empeños de una Casa, ​que en algunas de sus escenas, recuerda a la obra de Lope de Vega. Otra de sus conocidas obras teatrales es, Amor es Más Laberinto, donde fue estimada por su creación de caracteres, como Teseo, el héroe principal.

   Sus tres autos sacramentales, revelan el lado teológico de su obra: El Mártir del Sacramento, donde mitifica a San HermenegildoEl Cetro de José y El divino Narciso, escritas para ser representadas en la corte de Madrid.

    También destaca su lírica, que aproximadamente suma la mitad de su producción; poemas amorosos en los que la decepción, es un recurso muy socorrido, poemas de vestíbulo y composiciones ocasionales en honor a personajes de la época. Otras obras destacadas, son sus villancicos y el tocotín, especie de derivación de ese género, que intercala pasajes en lenguas originarias.
   También escribió un tratado de música llamado, El Caracol, que no ha sido hallado, sin embargo, ella lo consideraba una mala obra, y puede ser que debido a ello, no hubiese permitido su difusión. ​

   Según ella, casi todo lo que había escrito lo hacía por encargo, y la única cosa que redactó por gusto propio, fue, Primero sueño.
     Realizó, por encargo de la condesa de Paredes, unos poemas que probaban el ingenio de sus lectores, conocidos como, “enigmas”, para un grupo de monjas portuguesas aficionadas a la lectura, y grandes admiradoras de su obra, que intercambiaban cartas, y formaban una sociedad a la que dieron el nombre de, Casa del placer.
   Las copias manuscritas que hicieron estas monjas, de la obra de Sor Juana, fueron descubiertas en 1968, por Enrique Martínez López, en la Biblioteca de Lisboa.

Temas

    En el terreno de la comedia, Inés parte sobre todo del desarrollo minucioso de una intriga compleja, de un enredo inteligente, basado en equívocos, malentendidos, y virajes en la peripecia que, no obstante, son solucionados como premio a la virtud de los protagonistas.

   Insiste en el planteamiento de los problemas privados de las familias, (Los Empeños de una Casa), cuyos antecedentes en el teatro barroco español, van desde Guillén de Castro, hasta comedias calderonianas, como, La Dama DuendeCasa con Dos Puertas Mala es de Guardar, y otras obras que abordan la misma temática que, Los Empeños.

   Uno de sus grandes temas, es el análisis del amor verdadero, y la integridad del valor y la virtud, todo ello, reflejado en una de sus obras maestras, Amor es Más Laberinto.
    También destaca, y lo ejemplifican todas sus obras, el tratamiento de la mujer como personaje fuerte, que es capaz de manejar las voluntades de los personajes circundantes, y los hilos del propio destino.

   Se observa también, confesada por ella misma, una imitación permanente de la poesía de Luis de Góngora, y de sus, Soledades, aunque en una atmósfera distinta a la de él, conocido como, Apolo Andaluz.
   El ambiente en Sor Juana, siempre es visto como nocturno, onírico, y por momentos hasta complejo y difícil. En éste sentido, Primero Sueño, y toda su obra lírica, abordan la vasta mayoría de las formas de expresión, formas clásicas e ideales que se advierten en toda la producción lírica de la monja de San Jerónimo. ​

En su, Carta Atenagórica, rebate punto por punto lo que consideraba tesis erróneas del jesuita Vieira, en consonancia con el espíritu de los pensadores del Siglo de Oro, especialmente Francisco Suárez. Llama la atención su uso de silogismos y de la casuística, empleada en una prosa enérgica y precisa, pero a la vez tan elocuente como en los primeros clásicos del Siglo de Oro español.

   Ante la recriminación hecha por el obispo de Puebla, a raíz de su crítica a Vieira, Inés no se abstiene de contestar al jerarca. En la, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, se adivina la libertad de los criterios de la monja poetisa, su agudeza, y su obsesión por lograr un estilo personal, dinámico, y sin imposiciones.

Estilo

    El estilo predominante de sus obras es el barroco; Sor Juana era muy dada a hacer retruécanos, a verbalizar sustantivos, y a sustantivar verbos, a acumular tres adjetivos sobre un mismo sustantivo, y repartirlos por toda la oración, y otras libertades gramáticas, que estaban de moda en su tiempo. Asimismo, Inés es una maestra en el arte del soneto, y en el concepto barroco.

    Su lírica, testigo del final del barroco hispano, tiene al alcance todos los recursos que los grandes poetas del Siglo de Oro, emplearon en sus composiciones.
   A fin de darle un aire de renovación a su poesía, Inés introduce algunas innovaciones técnicas, y le imprime su muy particular sello. La poesía sorjuanesca tiene tres grandes pilares: la versificaciónalusiones mitológicas, y el hipérbaton.

   Varios eruditos, especialmente Tomás Navarro Tomás, han concluido que ella consigue un innovador dominio del verso que recuerda a Lope de Vega, o a Quevedo. La perfección de su métrica entraña, sin embargo, un problema de cronología: no es posible determinar qué poemas fueron escritos primero, sobre la base de cuestiones estilísticas.​
    En el campo de la poesía, Sor Juana también recurrió a la mitología como fuente, al igual que muchos poetas renacentistas y barrocos. El conocimiento profundo que poseía la escritora, de algunos mitos, provoca que algunos de sus poemas, se inunden de referencias a estos temas. En algunas de sus más culteranas composiciones, se nota más éste aspecto, pues la mitología era una de las vías que todo poeta erudito, al estilo de Góngora, debía mostrar.

    Por otro lado, el hipérbaton, recurso muy socorrido en la época, alcanza su esplendor en, El Sueño, obra repleta de sintaxis forzadas, y de formulaciones combinatorias. Rosa Perelmuter, apunta que en Nueva España, la monja de San Jerónimo fue quien llevó a la cumbre la literatura barroca.
    La obra sorjuanesca, es expresión característica de la ideología barroca: plantea problemas existenciales, con una manifiesta intención aleccionadora, los tópicos son bien conocidos, y forman parte del, “desengaño” barroco. Se presentan, además, elementos como el, carpe diem, el triunfo de la razón, frente a la hermosura física, y la limitación intelectual del ser humano.

   La prosa sorjuanesca, está conformada por oraciones independientes y breves, separadas por signos de puntuación, coma, punto y punto, y coma, y no por nexos de subordinación. Predomina, pues, la yuxtaposición y la coordinación. ​ La escasa presencia de oraciones subordinadas en periodos complejos, lejos de facilitar la comprensión, la hace árdua, se hace necesario suplir la lógica de las relaciones entre las sentencias, deduciéndola del sentido, de la idea que se expresa, lo que no siempre es fácil. Su profundidad, pues, está en el concepto, a la vez que en la sintaxis.

Fuentes

   Destaca su habilidad para cultivar, tanto la comedia de enredos (Los Empeños de una Casa), como los autos sacramentales. Sin embargo, sus obras casi no tocan temas del romancero popular, limitándose a la comedia, y a asuntos mitológicos o religiosos. Es bien conocida la emulación que realizaba de autores señeros del Siglo de Oro.

   Uno de sus poemas, presenta a la Virgen como, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, salvando a las personas en aprietos. Su admiración por Góngora, se manifiesta en la mayoría de sus sonetos y, sobre todo, en Primero Sueño, mientras que la enorme influencia de Calderón de la Barca, puede resumirse en los títulos de dos obras sorjuanescas: 
  Los Empeños de una Casa, emulación de Los Empeños de un Acaso, y El Divino Narciso, título similar a El Divino Orfeo, de Calderón.

   Su formación y apetencias, son las de una teóloga, como Calderón, o las de un fraile, como Tirso, o un especialista en la historia sagrada, como Lope de Vega.
   Su concepción sacra de la dramaturgia, la llevó a defender el mundo indígena, al que recurrió a través de sus autos sacramentales.
    Toma sus asuntos de fuentes muy diversas: de la mitología griega, de las leyendas religiosas prehispánicas, y de la Biblia. También se ha señalado la importancia de la observación de costumbres contemporáneas, presente en obras como, Los Empeños de una Casa.

Personajes

    La mayoría de sus personajes pertenecen a la mitología, y escasean burgueses o labradores. Ello se aleja de la intención moralizante, en consonancia con los presupuestos didácticos de la tragedia religiosa.

    En su obra destaca la caracterización psicológica de los personajes femeninos, muchas veces protagonistas, siempre inteligentes, y finalmente, capaces de conducir su destino, pese a las dificultades con que la condición de la mujer, en la estructura de la sociedad barroca, lastra sus posibilidades de actuación y decisión.
      Ezequiel A. Chávez, en su, Ensayo de Psicología, señala que en su producción dramática, los personajes masculinos están caracterizados por su fuerza, llegando incluso a extremos de brutalidad...
     ...en tanto que las mujeres, que comienzan personificando las cualidades de belleza y la capacidad de amar y ser amadas, acaban siendo ejemplos de virtud, firmeza, y valor.

    Los autos sacramentales de Sor Juana, especialmente, El Cetro de José, incluyen gran cantidad de personajes reales, José y sus hermanos, e imaginarios, como la personificación de diversas virtudes.
    El patriarca José aparece como la prefiguración de Cristo en Egipto. El pasaje alegorizado del auto, donde se realiza la transposición de la historia bíblica de José, permite equiparar los sueños del héroe bíblico, con el conocimiento dado por Dios.

Lectura Feminista

   Desde ópticas críticas modernas, se enmarca la figura y la obra de sor Juana, en el feminismo.

   La académica, Dorothy Schons, que recupera a mediados de los años 20 y 30 del siglo XX en EE. UU. la figura olvidada de sor Juana, la considera, "la primera feminista en el Nuevo Mundo".

   Destacan especialmente dos textos: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde defiende el derecho de la mujer a la educación y al acceso al conocimiento, y la redondillaHombres Necios, donde cuestiona la hipocresía masculina de la época.

    Para el académico mexicano, Antonio Alatorre, la redondilla satírica en cuestión, carece de rastros feministas, y ofrece, más bien, un ataque moral, señalando la hipocresía de los hombres seductores, cuyos precedentes pueden encontrarse en autores como, Juan Ruiz de Alarcón: no era nada nuevo atacar la hipocresía moral de los hombres, con respecto a las mujeres.
   La, Respuesta, solo se limita a exigir el derecho a la educación de la mujer, pero restringiéndose a las costumbres de la época. Se trata de una crítica directa, y una defensa personal, a su derecho al saber, al conocimiento, a la natural inclinación por el saber que le otorgó Dios.

    Una autora que niega el feminismo en dicha obra, es, Stephanie Marrim, quien señala que no puede hablarse de feminismo en la obra de la monja, pues solo se limitó a defenderse: las alusiones feministas de su obra, son estrictamente personales, no colectivas. ​
  Según Alatorre, Sor Juana decidió neutralizar simbólicamente su sexualidad, a través del hábito de monja. ​Sobre el matrimonio y su ingreso al convento, la Respuesta, afirma:

  Aunque conocía que tenía el estado cosas […] muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado, y lo más decente que podía elegir, en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación.

   De acuerdo con la mayoría de los filólogos, Sor Juana abogó por la igualdad de los sexos, y por el derecho de la mujer a adquirir conocimientos. Alatorre lo reconoce: “Sor Juana, la pionera indiscutible, (por lo menos en el mundo hispanohablante) del movimiento moderno de liberación femenina”.​
   En esta misma línea, la estudiosa, Rosa Perelmuter, analiza diversos rasgos de la poesía sorjuanesca: la defensa de los derechos de la mujer, sus experiencias personales, y un relativo rechazo por los varones. Perelmuter concluye que, Sor Juana privilegió siempre el uso de la voz neutra en su poesía, a fin de lograr una mejor recepción, y crítica.

   Según Patricia SaldarriagaPrimero Sueño, la obra lírica más famosa de Sor Juana, incluye sendas alusiones a fluidos corporales femeninos, como la menstruación o la lactancia.
   En la tradición literaria medieval, se creía que el flujo menstrual, alimentaba al feto, y luego se convertía en leche materna; esta coyuntura es aprovechada por la poetisa, para recalcar el importantísimo papel de la mujer en el ciclo de la vida, creando una simbiosis que permita identificar el proceso con un don divino.

    Marcelino Menéndez Pelayo, y Octavio Paz, consideran que la obra de Sor Juana rompe con todos los cánones de la literatura femenina.
   Desafía el conocimiento, se sumerge por completo en cuestiones epistemológicas, ajenas a la mujer de esa época, y muchas veces, escribe en términos científicos, no religiosos. 

   De acuerdo con Electa Arenal, toda la producción de Sor Juana, especialmente, El Sueño y varios sonetos, reflejan la intención de la poetisa por crear un universo, al menos literario, donde la mujer reinará por encima de todas las cosas.
   El carácter filosófico de éstas obras, le confiere a la monja la oportunidad invaluable de disertar sobre el papel de las mujeres, pero apegándose a su realidad social, y a su momento histórico

Obras

Dramática

    Además de las dos comedias aquí reseñadas, (LosEmpeños de una Casa y Amor es Más Laberinto, escrita junto con Juan de Guevara), se ha atribuido a Sor Juana la autoría de un posible final de la comedia de Agustín de SalazarLa Segunda Celestina.

    En la década de 1990, Guillermo Schmidhuber, encontró una suelta que contenía un final diferente, al que se conocía, y propuso que esas mil líneas, eran de Sor Juana.
Algunos sorjuanistas, han aceptado la coautoría de sor Juana, entre ellos Octavio Paz, Georgina Sabat-Rivers​, y Luis Leal.
Otros, como, Antonio Alatorre,​ y José Pascual Buxó, la han refutado.

La Segunda Celestina

    Ésta comedia fue escrita para ser representada en el natalicio de la reina, Mariana de Habsburgo, (22 de diciembre de 1675), pero su autor, Agustín de Salazar y Torres, murió el 29 de noviembre del mismo año, dejando la comedia inconclusa.

    Schmidhuber presentó en 1989, la hipótesis de que un final hasta ese momento considerado anónimo de la comedia de Salazar, que había sido publicado en una suelta con el título de, "La Segunda Celestina", pudiera ser obra de sor Juana.
    La comedia fue editada en 1990, por Octavio Paz, con un prólogo suyo, adjudicando la autoría a sor Juana. En la Nueva España, se tiene noticia de una representación de ésta pieza en el Coliseo de Comedias, en 1679, como lo cita Armando de María y Campos.
   En 2016, ésta comedia fue representada en, Palacio Nacional, por la, Compañía de Teatro Clásico, bajo la dirección de Francisco Hernández Ramos.
   La comedia ha sido publicada varias veces, sobresale la edición de la Universidad de Guadalajara, y la del Instituto Mexiquense de Cultura, del Estado de México.

Los Empeños de una Casa.

   Se representó por primera vez el 4 de octubre de 1683, durante los festejos por el nacimiento del primogénito del virrey, conde de Paredes.

   Sin embargo, algunos sectores de la crítica, sostienen que pudo haberse montado para la entrada a la capital del arzobispo, Francisco de Aguiar y Seijas, aunque, ésta teoría, no se considera del todo viable.

    La historia gira en torno a dos parejas que se aman, pero, por azares del destino, no pueden estar juntos aún.
   Ésta comedia de enredos, es una de las obras más destacadas de la literatura hispanoamericana tardobarroca, y una de sus características más peculiares, es la mujer como eje conductor de la historia: un personaje fuerte y decidido, que expresa los anhelos, muchas veces frustrados, de la monja. Doña Leonor, la protagonista, encaja perfectamente en este arquetipo.

   Es considerada, a menudo, como la cumbre de la obra de Sor Juana, e incluso, de toda la literatura novohispana. El manejo de la intriga, la representación del complicado sistema de relaciones conyugales, y las vicisitudes de la vida urbana, constituyen a, Los Empeños de una Casa, como una obra poco común, dentro del teatro en la Hispanoamérica colonia.

Amor es Más Laberinto.

   Fue estrenada el 11 de febrero de 1689, durante las celebraciones por la asunción al virreinato de Gaspar de la Cerda y Mendoza.

   Fue escrita en colaboración con fray Juan de Guevara, amigo de la poetisa, quien solamente escribió la segunda jornada del festejo teatral.​ 
   Ezequiel A. Chávez, en su, Ensayo de Psicología, menciona, sin embargo, a Francisco Fernández del Castillo, como coautor de esta comedia.

   El argumento retoma un tema muy conocido de la mitología griegaTeseo, héroe de la isla de Creta, lucha contra el Minotauro, y despierta el amor de Ariadna y Fedra.
   Teseo, es concebido por Sor Juana, como el arquetipo del héroe barroco, modelo empleado también por su compatriota, Juan Ruiz de Alarcón. Al triunfar sobre el Minotauro, no se ensoberbece, sino que reconoce su humildad.

Auto Sacramentales

   Desde finales del siglo XVIII, hasta mediados del siglo XIX, el género del auto sacramental permaneció casi en el olvido. La prohibición de representarlos, en 1765, condujo a que la crítica lo señalara como, una deformación del gusto, y a un atentado contra los principios del catolicismo.

   Al romanticismo alemán, se debe la revaloración del auto sacramental, y el interés por estudiar el tema, lo que llevó a señalar su importancia en la historia de la literatura española.

   En la Nueva España, el auto sacramental comenzó a representarse inmediatamente después de la Conquista, pues era un medio útil para lograr la evangelización de los indígenas.
    Sor Juana escribió, por encargo de la corte de Madrid, tres autos, a saber, El Divino NarcisoEl Cetro de José, y El mártir del Sacramento, cuyos temas abordan la colonización europea de América.
   Aquí, Sor Juana retoma recursos del teatro de Pedro Calderón de la Barca, y las usa para crear pasajes líricos de gran belleza.

El Divino Narciso

    Es el más conocido, original y perfecto de los autos sacramentales de Sor Juana. ​ Fue publicado en 1689. El Divino Narciso representa la culminación de la tradición del auto sacramental, llevada a su punto más alto, por Pedro Calderón de la Barca, de quien Sor Juana toma la mayoría de los elementos del auto, y los lleva aún más lejos, creando gran auto sacramental.

    En, El Divino Narciso, Sor Juana usa un conjunto lírico-dramático, para dar vida a los personajes creados.
   El divino Narciso, personificación de Jesucristo, vive enamorado de Su imagen, y a partir de ese planteamiento, se narra toda la historia.
    Marcelino Menéndez y Pelayo, Julio Jiménez Rueda, y Amado Nervo, han coincidido en que, El Divino Narciso, es el más logrado de los autos sorjuanescos.

    Alude al tema de la conquista de América, y a las tradiciones de los pueblos nativos del continente, aunque éste tema, no era popular en la literatura de su tiempo.
   Sor Juana se aprovecha de un rito azteca, representado por un tocotín, en honor a Huitzilopochtli, para introducir la veneración a la Eucaristía, y ligar las creencias precolombinas con el catolicismo hispánico.
   Es una de las obras pioneras, en representar la conversión colectiva al cristianismo, pues, el teatro europeo estaba acostumbrado a representar solo la conversión individual.

    La obra cuenta con la participación de personajes alegóricos, basados principalmente en la mitología grecolatina, y en menor medida, en la Biblia. Naturaleza Humana, la protagonista, dialoga con Sinagoga y Gentilidad, y se enfrenta a Eco y Soberbia.
   Al mismo tiempo, Narciso, el divino pastor hijo de la ninfa Liríope y del río Cefiso, personifica a Cristo.

El Divino Narciso, es en muchos sentidos más que teatro calderoniano, pues su reflexión abarca la relación entre dos mundos.
    De las diversas fuentes posibles de la concepción de Narciso como Cristo pueden, mencionarse desde Plotino, hasta Marsilio Ficino.
    La dimensión teológica y metafísica de la obra, también remite a los textos de Nicolás de Cusa, cuya filosofía inspira muchas de las mejores páginas de Sor Juana.
    En, El Divino Narciso, el sentido de la exposición teatral de la autora novohispana, sobre el sacramento de la Eucaristía, puede rastrearse desde la literatura apologética.
    Considerando que la loa, rige una sutil línea argumental sobre cómo los dioses paganos, son reverberaciones de la verdad cristiana, sea en el Viejo o en el Nuevo Mundo, podemos encontrar en el auto, diversos paralelos míticos, que expresan distintas facetas de la religión cristiana, bajo los principios ofrecidos por los apologetas, que catequizaron el mundo antiguo.
    El eco de la literatura apologética, de principios de la era cristiana, repercute, pues, en ésta obra de Sor Juana, en la medida en que en ella son múltiples los vislumbres de los antiguos dioses paganos como versiones inacabadas o imperfectas de la historia de Cristo.
   La delicadeza de los versos, la variedad estrófica, y la resolución dramática y argumental, hacen además de, El Divino Narciso, una de las obras más perfectas de la literatura novohispana.
   Su propuesta, a más de pacifista mediante un cúmulo de referencias órfico-pitagóricas, cumple también la misión del auto de sincretizar, en favor del cristianismo, la antigua religión de los mexicas, y ofrece al lector una tesis poética, y ecuménica, de la religión cristiana.

El Centro de Jose.

     Se ignora la fecha de su composición, pero fue publicado, junto con, El Mártir del Sacramento, en el segundo tomo de, Inundación Castálida, en 1692, en Madrid.

   Al igual que, El Divino NarcisoEl Cetro de José, utiliza a la América precolombina, como vehículo para relatar una historia con tintes bíblicos y mitológicos.
   El tema de los sacrificios humanos, aparece nuevamente en la obra sorjuanesca, como imitación diabólica de la Eucaristía. Aun así, Sor Juana siente cariño y aprecio por los indígenas, y por los frailes misioneros que llevaron el cristianismo a América, como puede verse en varias secciones del auto.
  Además, el auto es pionero en representar conversiones colectivas al cristianismo, hecho insólito hasta entonces en la literatura religiosa.

     El Cetro de José, pertenece a los autos vétero-testamentarios, y es el único de esta clase compuesto por Sor Juana.
   Calderón de la Barca escribió varios autos vétero-testamentarios, de los que destaca, Sueños Hay que Verdad Son, también inspirado por la figura del patriarca José.
    Es habitual considerar que Sor Juana escribió sus autos con la firme convicción, alentada por la condesa de Paredes, de que se representarían en Madrid.
  Por ello, los temas y el estilo de estas obras, fueron dirigidas hacia el público peninsular, aunque no existe constancia escrita de que se hayan montado fuera de Nueva España.

El Martir del Sacramento

    Aborda el tema del martirio de San Hermenegildo, príncipe visigodo hijo de Leovigildo, muerto por negarse a adorar una hostia arriana.

     Podría catalogarse como auto alegórico-historial, como, La Gran Casa de Austria, de Agustín Moreto, o El Santo Rey don Fernando, de Calderón de la Barca. ​
    El lenguaje es muy llano y simple, con excepción de algunos tecnicismos de cátedra. Es una obra costumbrista, al estilo de los entremeses del siglo XVI, y de algunas obras calderonianas. ​
   Sor Juana trata un tema que es, al mismo tiempo, hagiográfico e histórico. Por un lado, intenta robustecer la figura de San Hermenegildo, como modelo de virtudes cristianas; por otro, su fuente es la magna, Historia General de España, de Juan de Mariana, la obra más reputada de aquella época.
   La autora juega con, “El General”, especie de auditorio del Colegio de San Ildefonso, y con la compañía de actores que representarán su auto. La obra empieza al abrirse el primer carro, y existen dos más en el resto de la puesta en escena.

Lirica

Amorosa

     En algunos de sus sonetos, Sor Juana ofrece una visión maniquea del amor: personifica al ser amado, como virtuoso, y al amante aborrecido, le otorga todos los defectos.

   Varios de sus críticos, han querido ver en ello un amor frustrado de sus tiempos de la corte, aunque no es una tesis respaldada por la comunidad de estudiosos.
   Paz, por ejemplo, señala que de haber reflejado su obra algún trauma amoroso, se hubiera descubierto, y habría provocado un escándalo.

    La poesía amorosa de Sor Juana, asume la larga tradición de modelos medievales fijados en el Renacimiento español, que evolucionaron sin rupturas al Barroco.
   Así, en su producción podrán encontrarse las típicas antítesis petrarquistas, los lamentos y quejas del amor cortés, la tradición neoplatónica de León Hebreo y Baltasar Castiglione, o el neoestoicismo barroco de Quevedo.

   Puede clasificarse en tres grupos de poemas: de amistad, ​de índole personal y de casuística amorosa. En la obra lírica de Sor Juana, por primera vez, la mujer deja de ser el elemento pasivo de la relación amorosa, y recupera su derecho, que la poetisa consideraba usurpado, a expresar la variada gama de situaciones amorosas.

   Los denominados poemas de amistad o cortesanos, se dedican, en la vasta mayoría de los casos, a ensalzar a la gran amiga y mecenas de Sor Juana: la marquesa de la Laguna, a quien ella motejaba como, "Lisi".
   Son poemas de carácter neoplatónico, donde el amor es despojado de toda vinculación sexual, para afirmarse en una hermandad de las almas a nivel espiritual. Por otro lado, la idealización de la mujer, que el neoplatonismo toma del amor cortés medieval, se hace presente en estos poemas en una alabanza continua de la hermosura de la marquesa.

   En los otros dos grupos de poema, se analiza una variada serie de situaciones amorosas: algunas muy personales, herencia del petrarquismo imperante en la época. En buena parte de sus poemas, Sor Juana confronta a la pasión, impulso íntimo que no debe rechazarse, y a la razón, que para Sor Juana, representa el aspecto puro y desinteresado del amor verdadero.

Primer Sueño

   Es su poema más importante, según la crítica. De acuerdo al testimonio de la poetisa, fue la única obra que escribió por gusto. Fue publicado en 1692. Apareció editado con el título de, Primero Sueño. Como la titulación no es obra de Sor Juana, buena parte de la crítica duda de la autenticidad del acierto del mismo.

   En la, Respuesta a Sor Filotea de la CruzSor Juana se refirió únicamente al, Sueño. Como quiera que sea, y como la misma poeta afirmaba, el título de la obra es un homenaje a Góngora y a sus dos Soledades.

    Es el más largo de los poemas sorjuaninos, 975 versos, y su tema es sencillo, aunque presentado con gran complejidad. Se trata de un tema recurrente en la obra de Sor Juana: el potencial intelectual del ser humano.
   Para transformar en poesía, dicha temática acude a dos recursos literarios: el alma abandona el cuerpo, a lo que otorga un marco onírico.

    Las fuentes literarias del, Primero Sueño son diversas: el, Somnium Scipionis, de Cicerón
   ...La Locura de Hércules, de Séneca...
   ...el poema de Francisco de Trillo y FigueroaPintura de la Noche desde un Crepúsculo a Otro...
   ...el Itinerario hacia Dios, de San Buenaventura...
   ...y varias obras herméticas, de Atanasio Kircher, además de las obras de Góngora, principalmente el, Polifemo y las, Soledades, de donde toma el lenguaje con que está escrito.

    El poema comienza con el anochecer del ser humano, y el sueño de la naturaleza y del hombre. Luego, se describen las funciones fisiológicas del ser humano, y el fracaso del alma al intentar una intuición universal.
    Ante ello, el alma recurre al método deductivo, y Sor Juana alude excesivamente al conocimiento que posee la humanidad. Se mantiene el ansia de conocimiento, aunque se reconoce la escasa capacidad humana para comprender la creación. La parte final, relata el despertar de los sentidos, y el triunfo del día sobre la noche.

   Es la obra que mejor refleja el carácter de Sor Juana: apasionada por las ciencias y las humanidades, rasgo heterodoxo que podría presagiar la Ilustración. ​
   El juicio de Paz sobre el, Primero Sueño, es tajante: “hay que subrayar la absoluta originalidad de Sor Juana, por lo que toca al asunto y al fondo de su poema: no hay en toda la literatura y la poesía españolas de los siglos XVI y XVII nada que se parezca al, Primero Sueño”.

    El, “Primero Sueño”, como bien señala Octavio Paz, es un poema único en la poesía del Siglo de Oro, puesto que hermana la poesía y pensamiento, en sus expresiones más complejas, sutiles, y filosóficas, algo no frecuente en su tiempo.
    Se alimenta de la mejor tradición mística y contemplativa de su tiempo, para decir al lector que el hombre, pese a sus muchas limitaciones, tiene en sí la chispa, la “centella”, según Sor Juana, del intelecto, que participa de la divinidad.
   Esta tradición del pensamiento cristiano, la Patrística, el Pseudo Dionisio Areopagita, Nicolás de Cusa, etc., considera la noche como el espacio idóneo para el acercamiento del alma con la divinidad.
    Las aves nocturnas, como atributos de la diosa Minerva, asociada con la luna triforme, por sus tres rostros visibles, y símbolo de la sabiduría circunspecta, representan la sabiduría como atributo de la noche...
   ...(In nocte consilium), uno de los temas más caros al pensamiento humanista, presente en Erasmo de Róterdam y en todo un conjunto de exponentes de esta idea en el Renacimiento y el Barroco.
   Es por ello que las aves nocturnas, son los símbolos que presiden, lo que será el sueño del alma, en busca del conocimiento del mundo creado por la divinidad.
     Esto explica que la noche aparezca en el poema de Sor Juana, como sinónimo de Harpócrates, ​ el dios del silencio prudente, quien, como aspecto de la noche, acompaña tácitamente la trayectoria del sueño del alma hasta el final.
   La noche, por tanto, es una aliada, y no una enemiga, pues es el espacio que dará lugar a la revelación del sueño del alma.
   Las figuras del venado, (Acteón), el león, y el águila aparecen, primero, como los animales diurnos que se contraponen a las aves nocturnas para representar el acto del dormir vigilante.
     Es decir, representan la idea que le interesa a Sor Juana destacar: el descanso no debe ausentarse por entero de la conciencia intelectual, sino ser un sueño vigilante y atento a las revelaciones de la sabiduría divina.
    Estos animales diurnos, simbolizan también los tres sentidos exteriores más importantes: la vista, el oído, y el olfato, que permanecen inactivos durante el sueño.
    Así se enlazan en el poema armónicamente las aves nocturnas en su sabia vigilia, los animales diurnos en su sueño vigilante, y el ser humano, cuyo cuerpo (miembros corporales y sentidos exteriores), duerme físicamente mientras su alma, consciente, es liberada temporalmente para lanzarse a la aventura del conocimiento, el cual se da por dos vías: la intuitiva y la racional. ​
    En la primera, el alma es fascinada por la contemplación instantánea de la totalidad de lo creado, pero es incapaz de formar un concepto de esa totalidad fugazmente contemplada.
     En la vía racional, el alma recupera el uso de su facultad razonante después de haber sido deslumbrada por el sol, pero encuentra ineficaz el método humano, que es el aristotélico de las diez categorías, para comprender los incontables misterios de la creación.
   En ambas vías, el alma fracasa en su intento, que, no obstante, se ve siempre renovado. Solo el despertar aparenta dar una tregua a este sueño del deseo de conocimiento, que siempre tiende a alcanzar el misterio de Dios, de la naturaleza que él creó y del hombre mismo como, “bisagra engarzadora” entre Dios y el mundo creado.

La Intuición

    La primera manera de tratar de acceder a esa, “Causa primera” de la que habla Sor Juana, (“Y a la Causa primera siempre aspira,”) es aquella en la que la totalidad de las cosas se presentan, “en un solo golpe de vista”.​

     Esta comunión de las cosas, han de aparecer en el sueño, una vez que se está dentro del mismo, pues, como veremos en la sección dedicada al sueño, como lugar de la fantasía...
   ...el sueño es el lugar en donde el contenido que se resguarda en la memoria, que es la materia prima, con la que habrá de discurrir el entendimiento, puede ser liberado de las exigencias del cuerpo, como señala Sor Juana:

“El alma, pues, suspensa/ del exterior gobierno —en que, ocupada/ en material empleo,/ o bien o mal— da el día por gastado”.

    Por la vía de la intuición, las cosas particulares nos son aún desconocidas, por lo que no podríamos decir que conocemos cabalmente, pues dentro de ese conocimiento cabal, estaría el conocimiento de las propias esencias de las cosas:
"Ella misma reconocía la insuficiencia de una intuición que pretendiera abarcar todas las cosas, sin llegar a conocer la esencia íntima de cada una. El camino que se ha de seguir, es precisamente el contrario: empezar por las cosas particulares, para elevarse después a la visión total".

    Sor Juana buscaba un conocimiento cabal de las cosas, por lo que una vez que notó la insuficiencia que tiene la vía de la intuición para su propósito, habrá de trazar un nuevo método, más bien, retomar el proyecto aristotélico, más tarde escolástico, de partir de diez categorías en las cuales han de ser pensadas la totalidad de las cosas, ascendiendo cada vez más, de lo más bajo, hasta lo más elevado, dice:

   “más juzgó conveniente/ a singular asunto reducirse,/ o separadamente/ una por una discurrir las cosas/ que vienen a ceñirse/ en las que, artificiosas,/ dos veces cinco son Categorías:/ reducción metafísica que enseña/ (los entes concibiendo generales/ en solo unas mentales fantasías/ donde de la materia se desdeña/ el discurso abstraído)/ ciencia a formar de los Universales,/ reparando, advertido,/...
   ...con el arte el defecto/ de no poder con un intuitivo/ conocer acto todo lo criado,/ sino que, haciendo escala, de un concepto/ en otro va ascendiendo grado a grado,/ y el de comprender orden relativo/ sigue, necesitado/ del del entendimiento/ limitado vigor, que a sucesivo/ discurso fía su aprovechamiento:/ cuyas débiles fuerzas, la doctrina/ con doctos alimentos va esforzando,/ y el prolijo, si blando,/ continuo curso de la disciplina/ robustos le va alientos infundiendo… la honrosa cumbre mira,/ término dulce de su afán pesado”

    Sor Juana comienza a seguir el método aristotélico de partir de las cosas mismas para elevarse, mediante el entendimiento hacia la Causa Primera.

La Fantasía a Partir del Anima de Aristóteles

El material con el que opera el entendimiento, no son las cosas mismas, son algo más que permite resguardar imágenes en la memoria que se graban en nosotros.

   La operación aristotélica parte de ésta materia prima, que es lo que tenemos de los objetos, por lo que la abstracción sólo opera en nosotros mismos, nada nos garantiza que de éste conocimiento, podamos acceder a otro más elevado.

   Ioan P. Culianu, un autor reconocido por su obra: "Eros y Magia en el Renacimiento," nos dice lo siguiente:
   “Aristóteles no pone en duda la existencia de la dicotomía platónica entre cuerpo y alma. Sin embargo, estudiando los secretos de la naturaleza, siente la necesidad de definir empíricamente las relaciones entre estas dos entidades aisladas, cuya unión casi imposible, desde el punto de vista metafísico, constituye uno de los misterios más profundos del universo”.

   En el libro 3 de, De Anima, Aristóteles nota que entre el alma y el cuerpo, debe existir un intermedio que los comunique, dice: “Imaginar viene a ser, pues, opinar acerca del objeto sensible percibido no accidentalmente. Ahora bien, ciertos objetos sensibles producen una imagen falsa a los sentidos y, sin embargo, son enjuiciados de acuerdo con la verdad”.
   Y más adelante dice: “...cuando se contempla intelectualmente, se contempla a la vez y necesariamente alguna imagen: es que las imágenes son como sensaciones sólo que sin materia. La imaginación es, por lo demás, algo distinto de la afirmación y de la negación, ya que la verdad y la falsedad consisten en una composición de conceptos… ¿No cabría decir que ni éstos ni los demás conceptos son imágenes, si bien nunca se dan sin imágenes?”

   Es de aquí de donde surgirá la interpretación de Culianu, de la fantasía, y de cómo se van resguardando esos fantasmas, o imágenes de acuerdo con la traducción, dentro de la memoria, y se opera con ellos en el entendimiento, dice:

“En resumen, el alma sólo puede transmitir al cuerpo todas las actividades vitales, así como la movilidad, mediante el, proton organon, el aparato pneumático situado en el corazón. Por otro lado, el cuerpo abre al alma una ventana hacia el mundo, a través de los cinco órganos de los sentidos, cuyos mensajes llegan al mismo dispositivo cardíaco, que se ocupa entonces de codificarlos de forma que sean comprensibles.
  Bajo el nombre de phantasia, o sentido interno, el espíritu sideral transforma los mensajes de los cinco sentidos, en fantasmas perceptibles por el alma. Es así porque ésta no puede captar nada que no sea convertido en una secuencia de fantasmas; en pocas palabras, no puede comprender nada sin fantasmas, (aneu plzantasmatos).”

Otros

    Buena parte de la obra lírica de Sor Juana, la forman poemas de situación, creados para eventos sociales donde se elogiaba desmesuradamente a los anfitriones. Son poemas festivos, donde muchas situaciones triviales se engrandecían. Hasta cierto punto, son fiel reflejo de una sociedad consolidada en dos fortísimos pilares: la Iglesia y la Corte.

   En ellos, Sor Juana emplea los más variados recursos poéticos que ha aprendido a lo largo de su vida: la imagen sorprendente, el cultismo léxico, la omnipresente alusión religiosa, juego de conceptos, recursos sintácticos que recuerdan a Góngora, y referencias personales que sirven de contrapeso a los desmesurados elogios que contienen la mayoría de ellos.

    También escribió poesía jocosa y satírica. No era nueva en la retórica barroca, la burla de uno mismo, corriente de la que Sor Juana participa al escribir una amplia gama de poemas burlescos. Su sátira a los, “hombres necios” es el más conocido de sus poemas.

Paz señala:

El poema fue una ruptura histórica, y un comienzo, por primera vez en la historia de nuestra literatura una mujer habla en nombre propio, defiende a su sexo y, gracias a su inteligencia, usando las mismas armas que sus detractores, acusa a los hombres de los mismos vicios que ellos achacan a las mujeres. En esto Sor Juana se adelanta a su tiempo: no hay nada parecido, en el siglo XVII, en la literatura femenina de Francia, Italia e Inglaterra.

Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe. México: FCE, 1982, págs. 399-400.

   Durante su vida, Sor Juana compuso dieciséis poemas religiosos, una cantidad extraordinariamente pequeña, que sorprende por el poco interés que la monja tenía por cuestiones religiosas. La mayoría de ellos, son obras de ocasión, pero existen tres sonetos en los que la poetisa plantea la relación del alma con Dios, en términos más humanos y amorosos.

Prosa

Neptuno Alegórico

  Fue escrito para conmemorar la entrada del virrey marqués de la Laguna, en la capital, el 30 de noviembre de 1680. A la vez, Sor Juana publicó un larguísimo poema a manera de explicación del arco. Consta de tres partes principales: la “Dedicatoria”, “Razón de la fábrica,” y “Explicación del arco”.

   En los lienzos y estatuas de este arco de triunfo, se representaron las virtudes del nuevo virrey, personificadas por la figura de Neptuno.
   La obra se adscribe en una larguísima tradición clásica, que vincula las bondades de héroes o gobernantes, con arcos triunfales, y a un contexto alegórico específico.
   Aunque se vincula al marqués solo con el dios del mar, su divinización abarca todos los reinos naturales. Fue muy bien recibida en la sociedad novohispana, tanto por los virreyes entrantes, como por buena parte del clero.

   Para Paz, la obra, además de estar influida por Atanasio Kircher, establece una conexión entre la veneración religiosa del antiguo Egipto, y el cristianismo de la época. ​
   Esta obra fue, además, causa de la ofuscación de Antonio Núñez de Miranda, confesor y amigo de la poetisa. Varios autores conjeturan que el prelado estaba celoso del prestigio que su amiga iba adquiriendo en la corte, al tiempo que el suyo decaía, lo que resquebrajó su relación. Poco después, sintiéndose con el apoyo de los virreyes, Sor Juana se permite despedirlo como conféso.

Carta Atenagórica

     Fue publicada en noviembre de 1690, en Puebla de Zaragoza, por el obispo, Manuel Fernández de Santa Cruz.

    Atenagórica significa, “digna de la sabiduría de Atenea”. La carta es una crítica al, Sermón de Mandato, del portugués António Vieira, sobre las finezas de Cristo.

   Marca el inicio del fin de la producción literaria sorjuanina. Poco tiempo después, en 1693, sor Juana emprenderá una serie de obritas llamadas de superogación, en las que pretendía agradecer a Dios por las muchas mercedes recibidas.

   A través de sus principales conclusiones, sor Juana sostiene que los dogmas y las doctrinas, son producto de la interpretación humana, la cual nunca es infalible.
   Como en la vastísima mayoría de sus textos, tanto dramáticos como filosóficos, la interpretación de tópicos teológicos, se convierte en un juego conceptista plagado de ingenio.

   En marzo de 1691, a modo de continuación de esta carta, Sor Juana redactará la, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde se defiende argumentando que el vasto conocimiento que posee de varias áreas, es suficiente para que se le permita discurrir en temas teológicos, que no deben circunscribirse únicamente a los varones.

    Es uno de los textos más difíciles de Sor Juana. Originalmente fue titulado, Crisis de un Sermón, pero al publicarse en 1690, Fernández de Santa Cruz le dio el nombre de Carta Atenagórica. ​

    Para Elías Trabulse, el verdadero destinatario de la, Carta Atenagórica, es Núñez de Miranda, quien celebra en sus sermones y escritos, el tema de la Eucaristía, central en la Carta, aunque Antonio Alatorre, y Martha Lilia Tenorio, han refutado esta hipótesis.

    Siguiendo una hipótesis formulada por Darío Puccini​, y ampliada por Octavio Paz, Schuller piensa que, aunque fuera dirigida a Núñez, no es improbable que Aguilar se haya sentido atacado por la publicación.
    Según la hipótesis de Paz y Puccini, Santa Cruz hace circular la carta entre la comunidad teológica del virreinato, a fin de restarle influencia al arzobispo.
    Es conocida la admiración que el obispo de Puebla sentía por Sor Juana, lo que lo lleva a olvidar la actitud misógina predominante en el siglo XVII.

     Una de las preguntas que se hace Paz, es a quién va dirigida la crítica en la, Carta Atenagórica. Entre 1680 y 1681, se da en Madrid una disyuntiva por la elección del importantísimo puesto de arzobispo de México, a la salida de Fray Payo Enríquez de Rivera.
    Fernández de Santa Cruz, era uno de las opciones contempladas, junto con Francisco de Aguiar y Seijas.
    Éste era fiel admirador de Vieira. Al atacar a Vieira, en un sermón escrito 40 años antes, Sor Juana se involucra en una disputa por el poder entre ambos clérigos, desafiando a Aguiar y Seijas, conocido por misógino, por censurar el teatro, la poesía y la comedia.

   La, Carta Atenagórica es publicada por el prelado poblano, bajo el seudónimo de, Sor Filotea de la Cruz, con un prólogo en el que este elogia y crítica a la monja, por sus atribuciones hacia las letras sagradas.

    Frente a esta hipótesis, Antonio Alatorre, y Martha Lilia Tenorio, creen que en alguna de las muchas tertulias que sostenía Sor Juana, se haya hablado del, Sermón del Mandato, de Vieira, y el interlocutor de Sor Juana, al escucharla, le haya pedido que pusiera sus opiniones por escrito.
   Este interlocutor de Sor Juana, sea quien sea, decidió sacar copias del escrito de Sor Juana, y una de ellas llegó a manos del obispo de Puebla, quien la publicó con el nombre de, Carta Atenagórica.
    Todo ello en contraposición a las elaboradas hipótesis conspiratorias, muy populares entre los sorjuanistas, como señalan.

  Con lo anterior, queremos decir que, así como el romance de los celos, fue resultado de una conversación con la Condesa de Paredes, acerca de la poesía, la Crisis lo fue, de una conversación con cierto visitante de San Jerónimo, quizá fray Antonio Gutiérrez, y si no él, cualquier otro docto teólogo. A Sor Juana le gustaban tanto los encargos, que los disfrazaba de, “preceptos”, para que el cumplimiento fuera, “obediencia”.
   Lo que dice en la, Respuesta a Sor Filotea sobre la génesis de la, Crisis no podía ser más claro. Pero en los últimos tiempos, según verá el lector en varios lugares del presente libro, se ha puesto de moda dudar programáticamente de la sinceridad de Sor Juana y, peor aún, descubrir tras sus palabras, toda clase de intenciones segundas, cálculos astutos e intrigas complicadas. Nosotros sentimos que esas conjeturas son ociosas e innecesarias. La génesis de la, Crisis es como la génesis de casi todo lo que escribió Sor Juana. No le vemos misterio alguno
.

  Antonio Alatorre y Martha Lilia Tenorio, Serafina y Sor Juana. México: El Colegio de México, 1998, pág. 16

Carta a Sor Filotea de la Cruz

    Fue redactada en marzo de 1691, como contestación a todas las recriminaciones que le hizo Fernández de Santa Cruz, bajo el seudónimo de, Sor Filotea de la Cruz. El obispo advierte que ninguna mujer debió afanarse por aprender de ciertos temas filosóficos.

   En su defensa, Sor Juana señala a varias mujeres doctas, como Hipatia, una filósofa neoplatónica asesinada por cristianos, en el año 415. Escribe sobre su intento fallido, y el constante dolor que su pasión al conocimiento le trajo, pero exponiendo un conformismo, ya que aclara que es mejor tener un vicio a las letras, que a algo peor. También justifica el vasto conocimiento que tiene de todas las materias de educación: lógicaretóricafísica e historia, como complemento necesario para entender y aprender de las Sagradas Escrituras.

     La, Carta de Sor Filotea, expresa la admiración que el obispo de Puebla siente por Sor Juana, pero al mismo le recrimina que no debe emplear su enorme talento en cuestiones profanas, sino en temas divinos.
   Aunque no se declara en contra de la educación de la mujer, sí manifiesta su inconformidad con la falta de obediencia que podrían demostrar algunas mujeres ya educadas.
   Por último, le recomienda a la monja seguir el ejemplo de otros escritores místicos que se dedicaron a la literatura teológica, como Santa Teresa de Jesús, o Gregorio Nacianceno.

    Sor Juana concuerda con Sor Filotea, en que debe mostrar obediencia, y que nada justifica la prohibición de hacer versos, al tiempo que afirma que no ha escrito mucho sobre la Escritura, pues no se considera digna de hacerlo.
    También reta, a Sor Filotea y a todos sus enemigos, a que le presenten una copla suya que peque de indecencia. No puede calificarse la suya de poesía lasciva o erótica, por lo que muchos críticos consideran que el afecto que mostraba por las virreinas, era filial, no carnal.

Protesta de Fe

   Protesta de la Fe y Renovación de los Votos Religiosos que Hizo, y Dejó Escrita con su Sangre la Madre Juana Inés de la Cruz Monja Profesa en San Gerónimo de México, es una obra de 1695 en la que Sor Juana Inés de la Cruz reafirma su fe en Cristo, en la cual insta a amarlo sobre todas las cosas, e incluso derramar hasta la última gota de sangre por él. En ésta obra, se plasma la importancia del fervor por Jesucristo en su vida.

Loas

     Sor Juana publicó doce loas, de las cuales nueve aparecieron en la, Inundación Castálida, y el resto en el tomo II de sus obras. Tres loas sorjuanescas precedían, a manera de prólogo, a sus autos sacramentales, aunque todas ellas tienen identidad literaria propia.

   Obras de tono culto, rondando los 500 versos, incluían alabanzas a los personajes de la época, a Carlos II y a su familia dedica seis loas, dos a la familia virreinal y una al padre Diego Velázquez de la Cadena. Solían representarse con toda fastuosidad, y poseían un tono excesivamente adulador y temas artificiosos, como lo exigía la poética culta del siglo XVII.
     La mayoría de las loas, de Sor Juana, principalmente las de tipo religioso, son composiciones de estilo florido y conceptuoso, con gran variedad de formas métricas, y firme claridad de pensamiento. En este aspecto destaca la, Loa de la Concepción.

     Cinco loas fueron compuestas, “a los años del rey don Carlos II”, es decir, para sus cumpleaños. En cada una de ellas, Sor Juana celebra al imperio español en décimas de vivaz esplendor rítmico y cuadrático. Aun así, la segunda loa de ésta clase, presenta un estilo llano, un largo romance, y cierta sobriedad estrófica.
     Otra de las loas, más sencilla, realiza muchas alusiones mitológicas de enorme agudeza, para celebrar el 6 de noviembre, fecha del natalicio del rey. El resto de éstas loas, de enorme alarde decorativo, celebran a Carlos, usando alegorías fabulescas, trozos líricos de excepcional musicalidad y color. Éstas loas son obra representativa del barroquísimo, estilo de Sor Juana.

     Inés también escribió una loa a la reina consorte, María Luisa de Orleans, repleta de agudos retruécanos, y de una impronta calderoniana, que resalta sobre todo en las metáforas. ​
    Otra de las loas, fue dedicada a la reina madre, Mariana de Austria. Es una composición muy similar a las escritas en honor de Carlos II, aunque con menos majestuosidad. Destacan en ella, los decasílabos de arranque esdrújulo, y la alegoría mitológica para ensalzar a la reina.

   A sus amigos y protectores, los marqueses de la Laguna, y los condes de Gelves, Inés también les dedicó varias loas. Nuevamente emplea recursos mitológicos para cantar las virtudes de sus gobernantes. Lo que realza su estilo es la agilidad para crear símbolos y símiles, a través de un juego muy calderoniano, tejido por los anagramas, o iniciales de los personajes a los que Sor Juana pretende ponderar.

Villancicos

   Los villancicos de Sor Juana, al contrario que sus loas, son composiciones sencillas y populares que se cantaban en los maitines de las fiestas religiosas. ​

    Cada juego de villancicos, obedece a un formato fijo de nueve composiciones, ocho alguna vez, pues la última era fácilmente sustituible por el, Te Deum, lo que les otorgaba una considerable extensión. ​

    Temáticamente, los villancicos celebran algún acontecimiento religioso, en una variada gama de tonos poéticos, que abarcan desde lo culto, hasta lo popular. ​ Aunque los villancicos solían incluir composiciones en latín, lo cierto es que, toda la pieza se desviaba hacia lo popular, a fin de atraer la atención del pueblo, y generar alegría.
    Sor Juana, como otros creadores barrocos, tiene pleno dominio de la poesía popular, y sus villancicos son una muestra de ello, pues acertó a captar y a transmitir la alegre comicidad, y los gustos sencillos del pueblo. Cantados en los maitines, los villancicos tienen una clara configuración dramática, gracias a los distintos personajes que intervienen en ellos.

    En, Los Villancicos al Glorioso San Pedro, Sor Juana presenta al apóstol como adalid de la justicia verdadera, el arrepentimiento, y la conmiseración. Otro de ellos vindica a la Virgen María, como patrona de la paz y defensora del bien, y a Pedro Nolasco, como libertador de los negros, a la vez que realiza una disertación sobre el estado de dicho grupo social.
     Otros villancicos destacados de Sor Juana, son los, Villancicos del Nacimiento, cantados en la Catedral de Puebla la Nochebuena de 1689, y los realizados en 1690 para honrar a San José, también estrenados en la catedral poblana.

    En 2008, Alberto Pérez-Amador Adam, considerando las investigaciones musicológicas correspondientes realizadas hasta ese momento, demostró que once de los villancicos acreditados a sor Juana, no son de ella, porque fueron puestos en metro músico por maestros de capilla en España e Hispanoamérica, mucho antes de su empleo por Sor Juana.
     No obstante, deben considerarse como parte de su obra, por el hecho de que ella los retocaba para incorporarlos a los ciclos de villancicos que le eran encargados por las diferentes catedrales novohispanas. El mismo investigador, estableció una lista de villancicos conservados de sor Juana puestos en metro músico por compositores de diversas catedrales, no solo novohispanas, sino también sudamericanas y peninsulares.

Documentos Biográficos

   Diferentes documentos, de índole jurídico, han sido rescatados. Estos revisten una importancia particular, para la reconstrucción de diferentes aspectos de su biografía.

1.    Solicitud de Juana Inés de la Cruz, novicia del convento de San Jerónimo, para otorgar su testamento y renuncia de bienes. 15 de febrero de 1669 (en Enrique A. Cervantes 1949).

2.    Testamento y renuncia de bienes de Juana Inés de la Cruz, novicia del convento de San Jerònimo. 23 de febrero de 1669 (en Enrique A. Cervantes 1949).

3.    Sor Juana Inés de la Cruz, vende a su hermana, doña Josefa María de Asbaje, una esclava. 6 de junio de 1684 (en Enrique A. Cervantes 1949).

4.    Petición de Juana Inés de la Cruz, religiosa del convento de San Jerónimo, para imponer a censo asegurado en fincas de dicho convento, la cantidad de $1400.00 pesos de oro común, propiedad de la solicitante. 12 de marzo de 1691 (en Enrique A. Cervantes 1949).

5.    Censo sobre $1400.00, asegurado en fincas del convento de San Jerónimo, que se establece a favor de Sor Juana Inés de la Cruz. 24 de marzo de 1691 (en Enrique A. Cervantes 1949).

6.    Imposición de $600 más sobre bienes y rentas del Convento de San Jerónimo, por Sor Juana Inés de la Cruz. 18 de agosto de 1691 (en Enrique A. Cervantes 1949).

7.    Sor Juana Inés de la Cruz solicita licencia del Arzobispo de México, para comprar la celda que fue de la Madre Catalina de San Jerónimo. 20 de enero de 1692 (en Enrique A. Cervantes 1949).

8.    Venta de la celda que fue de la madre Catalina de San Jerónimo a Sor Juana INés de la Cruz, 9 de febrero de 1692 (en Enrique A. Cervantes 1949).

9.    Voto y juramento de la Inmaculada Concepción, en el Convento de San Jerónimo de la Ciudad de México 1686 (en Manuel Ramos Medina 2011).

10.                      Tres Documentos en el Libro de Profesiones del Convento de San Jerónimo (24 de febrero de 1669 / 8 de febrero de 1694 / sin fecha) (en el cuarto volumen de las Obras completas México 1957: 522-523. Guillermo Schmidhuber, con la colaboración de Olga Martha Peña Doria, publicó un facsímil del, Libro de la Profesiones del convento de San Jerónimo, actualmente guardado en la Biblioteca Benson de la Universidad de Texas en Austin.

11.                      Guillermo Schmidhuber, y Olga Martha Peña Doria, editaron la imagen, y la paleografía de 64 documentos en, Familias paterna y materna de Sor Juana Inés de la Cruz, Hallazgos documentales, y 58 documentos en, Las redes sociales de Sor Juana Inés de la Cruz...
   ...la mayoría anteriormente desconocidos, o carentes de imagen publicada; con un total de 122 documentos, entre ellos, la fe de bautismo de Pedro de Asuaje, padre de sor Juana, y los Permisos de paso de Canarias, a Nueva España, en 1598, de la familia paterna de sor Juana (abuela, madre y del niño Pedrito de Asuaje).
   Así como los árboles genealógicos paterno y materno, de Juana Inés con cinco generaciones, y varios documentos de Canarias, que prueban el origen inmediato de la familia proveniente de Génova.

Obras Perdidas

   Por diversas fuentes, se sabe de obras que se mantienen inéditas, o que se han perdido irremediablemente.

   Alfonso Méndez Plancarte (en el volumen primero de las, Obras Completas, México 1951: XLIV) hace al respecto la siguiente relación:

1.    Una Loa al Santísimo Sacramento, escrita a los ocho años y de la cual da noticia Diego Calleja en su biografía.

2.    El Caracol, un tratado de música al que se refiere en su romance Después de estimar mir amor.

3.    El Equilibrio Moral. Direcciones prácticas morales en la Segura Probabilidad de las Acciones Humanas. El manuscrito lo conservaba Carlos de Sigüenza y Góngora.

4.    Las Súmulas, una lógica menor, que conservaba el P., M. Joseph de Porras de la Compañía de Jesús en el Colegio Máximo de S. Pedro y S. Pablo de México.

5.    Otros Discursos a las Finezas de Cristo Señor Nuestro.

6.    Otro Papel Sobre el siervo de Dios, Carlos de Santa María (un hijo espiritual del P. Núñez).

7.    Una, "glosa en décimas a la inédita religiosa acción de nuestro Católico Monarca".

8.    El final del Romance Gratulatorio a los Cisnes de la España.

9.    Un poema (¿dramático?) que dejó sin acabar Agustín de Salazar y TorresLa Segunda Celestina, una comedia iniciada por Agustín de Salazar y Torres, quien murió en 1675 mientras la escribía y la terminó sor juana (Octavio Paz y Guillermo Schmidhuber propusieron una suelta localizada en 1989 como la obra de sor Juana, Editorial Vuelta, 1990).

10.                      “Otros muchos discretos papeles y cartas”, algunos en poder de D. Juan de Orve y Arbieto.

11.                      Epistolario con Diego Calleja.

12.                      Epistolario con la Marquesa de la Laguna. Recientemente Beatriz Colombi y Hortensia Calvo publicaron una colección de cartas de María Luisa que están conservadas en la biblioteca de la Universidad de Tulaine, en Nueva Orleans.

Critica y Legado

    Sor Juana aparece hoy como una dramaturga importantísima, en el ambiente hispanoamericano del siglo XVII. En su época, sin embargo, es posible que su actividad teatral ocupase un lugar secundario.

    Aunque sus obras se publicaron en el Tomo II (1692), el hecho de que las representaciones estuvieran restringidas al ambiente palaciego, dificultaba su difusión, al contrario de lo que sucedió con su poesía. ​
   La literatura del siglo XVIII, principalmente, alabó la obra de Sor Juana, e instantáneamente la incluyó entre los grandes clásicos de la lengua española. Dos ediciones de sus obras, y numerosas polémicas, avalan su fama.

   En el siglo XIX, la popularidad de Sor Juana fue diluyéndose, como lo prueban varias expresiones de intelectuales decimonónicos. Joaquín García Icazbalceta, habla de una, “absoluta depravación del lenguaje”;
Marcelino Menéndez Pelayo, de la pedantería arrogante de su estilo barroco, y ...
   ...José María Vigil, de un, “enmarañado e insufrible gongorismo”.

   A partir del interés, que la Generación del 27 suscitó por Góngora, literatos de América y España, comenzaron la revaloración de la poetisa. Desde Amado Nervo, hasta Octavio Paz, pasando por Alfonso ReyesPedro Henríquez UreñaErmilo Abreu Gómez...
   ...Xavier VillaurrutiaJosé GorostizaEzequiel A. Chávez
   ...Karl Vossler...
   ... Ludwig Pfandl y Robert Ricard,​ diversos intelectuales han escrito sobre la vasta obra de Sor Juana.
   Todos estos aportes, han permitido reconstruir, más o menos bien, la vida de Sor Juana, y formular algunas hipótesis, hasta entonces no planteadas, sobre los rasgos característicos de su producción.

   A fines del siglo XX, se descubrió lo que se considera una aportación sorjuanesca a, La Segunda Celestina, propuesta por Paz, y Guillermo Schmidhuber, al mismo tiempo que, Elías Trabulse, daba a conocer la, Carta de Serafina de Cristo, atribuida a Sor Juana.
   Ambos documentos han desatado una acre polémica, aún sin resolución, entre los expertos en Sor Juana. Tiempo después se difundió el proceso del clérigo, Javier Palavicino, quien elogió a Sor Juana, en 1691, y defendió el sermón de Vieira.
  Para 2004, el peruano José Antonio Rodríguez Garrido, dio cuenta de dos documentos fundamentales para el estudio de Sor JuanaDefensa del Sermón del Mandato del padre Antonio Vieira, de Pedro Muñoz de Castro, y el anónimo, DiscursoAapologético en Respuesta a la Fe de Erratas que Sacó un Soldado sobre la Carta Atenagórica de la Madre Juana Inés de la Cruz.

   En 1992, en reconocimiento a su figura, se crea el, Premio Sor Juana Inés de la Cruz, para distinguir la excelencia del trabajo literario de mujeres en idioma español, de América Latina y el Caribe

En El Cine

   La figura de Sor Juana Inés de la Cruz, ha inspirado varias obras cinematográficas dentro y fuera de México. La más conocida, probablemente, es, Yo, la Peor de Todas, película argentina de 1990, dirigida por María Luisa Bemberg, protagonizada por Assumpta Serna, y cuyo guion está basado en, Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe. Otros filmes que retoman la figura de la monja de San Jerónimo, son el documental, Sor Juana Inés de la Cruz entre el cielo y la razón (1996), ​ y Las Pasiones de sor Juana (2004). ​

  Asimismo, también ha inspirado la miniserie, Juana Inés, producida por Canal Once, y Bravo Films, con Arantza Ruiz, y Arcelia Ramírez, en el papel de Sor Juana de joven, y de adulta respectivamente.. (Wikipedia en Español).

    Los Empeños de Una Casa, es una de las piezas dramáticas de la producción literaria de sor Juana Inés de la Cruz. Se representó por primera vez, el 4 de octubre de 1683, durante los festejos por el nacimiento del primogénito del virrey, conde de Paredes; coincidió con la entrada a la Ciudad de México, del nuevo arzobispo don Francisco de Aguiar y Seijas.

  La historia gira en torno a dos parejas que se aman, pero, por azares del destino, no pueden estar juntos aún. Ésta comedia de enredos, es una de las obras más destacadas de la literatura hispanoamericana tardobarroca, y una de sus características más peculiares, es la mujer como eje conductor de la historia: un personaje fuerte y decidido que expresa los anhelos, muchas veces frustrados, de la monja. Doña Leonor, la protagonista, encaja perfectamente en éste arquetipo. ​

   Ésta obra dramática, es considerada, a menudo, como la cumbre de la obra en verso de, Sor Juana, e incluso, de toda la literatura novohispana. El manejo de la intriga, la representación del complicado sistema de relaciones conyugales, y las vicisitudes de la vida urbana, constituyen a, Los Empeños de Una Casa, como una obra poco común, dentro del teatro en la Hispanoamérica colonial.

Sinopsis

   Doña Ana de Arellano, y su hermano don Pedro, residen en Madrid, pero deben trasladarse a Toledo, por razones de negocios. En Madrid, Juan de Vargas conoció a doña Ana, y la sigue hasta Toledo, donde se desarrolla toda la acción de la comedia.

   ​En Toledo, sin embargo, doña Ana cree enamorarse de Carlos de Olmedo, quien no le corresponde, pues mantiene un romance con doña Leonor de Castro, a quien don Pedro pretende. Don Rodrigo, padre de Leonor, desaprueba la boda de su hija con Carlos, por lo que éste y su amada, planean escapar a fin de forzar el enlace.

  Ana se entera de que Leonor y ella, aman al mismo hombre, y poco tiempo después, llegan a casa de los Arellano, don Carlos y su criado Castaño, en calidad de prófugos de la justicia. Ana les da asilo, y el enredo aumenta, cuando Celia, la fiel criada de doña Ana, aloja en la misma casa, a Juan de Vargas. ​
  A oscuras, Juan increpa a Ana por su desamor, aunque en realidad, quien lo escucha es Leonor. Carlos oye su voz y sale, pero en realidad, cada uno habla con personas distintas a las que cree. Al salir la luz, portada por Celia, todos se desconciertan, y Juan y Leonor suponen que Ana es amante de Carlos. Sin embargo, la caballerosidad de Carlos, le impide dudar de Leonor, lo que será una constante a lo largo de toda la obra.

   Carlos envía a su criado Castaño, bajo amenazas, a explicar la penosa situación al padre de Leonor. Para no ser reconocido, se viste con las ropas de Leonor, lo que aumenta los enredos. Vestido como Leonor, se encuentra con Pedro, quien queda desconcertado ante la necedad, que él cree fingida, de su amada. Entonces, el criado cambia su actitud, y le promete que esa misma noche, será su mujer.
    Al final todos los enredos se resuelven felizmente: Carlos queda con Leonor, Ana con Juan, y Castaño con Celia. Don Pedro queda solo, principalmente por haber urdido todo el engaño, para conseguir a una mujer que él sabía era un imposible.

Festejo Teatral

   Sor Juana compuso, Los Empeños de Una Casa para celebrar el nacimiento de José, hijo de Tomás de la Cerda y Aragón, y su esposa, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, llamada, “Lysi” por la monja, marqueses de la Laguna, y virreyes de Nueva España, quienes también fueron grandes mecenas de la poetisa.  

   En palabras de Francisco Monterde, la obra constituye, “un programa completo de teatro barroco mexicano”. Las obras cortas del montaje escénico, mantienen una estrecha relación estilística y temática con el drama en sí, por lo que resulta casi imposible separar una de otra.

   El programa, escrito para un público culto, y acostumbrado a representaciones fastuosas, como las de Pedro Calderón de la Barca, se abre con una loa. ​Sus personajes son, la Fortuna, la Diligencia, el Mérito, el Acaso, y la Dicha, quien protagoniza toda la loa.
   Aunque su objetivo es, como se plantea desde un principio, celebrar el nacimiento del hijo de los virreyes. En los últimos versos, los festejos se hacen extensivos al arzobispo Aguiar, con quien después, Sor Juana tuvo varias dificultades.

    A lo largo de la obra, Sor Juana intercaló tres canciones para halagar a doña María Luisa Manrique, por quien sentía una especial estima.​ Estas letras se titulan, “Divina Lysi, permite”, “Bellísima María,” y “Tierno pimpollo hermoso”. Todas fueron compuestas en coplas de octosílabos, lo que da como resultado, treinta y dos versos.

   El, Sainete Primero de Palacio, cantado al final de la primera jornada, y antes de la segunda, retrata, a través de 202 versos, la vida en la corte virreinal, de acuerdo a la peculiar óptica de Sor Juana, quien la había vivido muy de cerca, durante el gobierno de Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar.
    El Segundo Sainete, no difiere mucho del primero, pero el valor literario de ambos, reside en que son un excelente testimonio de la vida palaciega, e introducen un recurso desconocido hasta entonces en el teatro hispanoamericano: sustituir los comentarios del público, por murmuraciones simuladas.
   El Sainete Segundo, utiliza la conocida técnica de, “el teatro dentro del teatro”, a la vez que alude a la enorme duración y fatiga de las jornadas.
   Además, realiza varias alusiones a la literatura clásica española, por ejemplo, menciona a, La Celestina, no la de Fernando de Rojas que estaba proscrita, sino la de Agustín de Salazar y Torres, que la misma sor Juana, perfeccionó, y le escribió el final, y se burla afectuosamente de otro dramaturgo contemporáneo de la monja, Francisco de Acevedo. Ambos sainetes son una magnífica muestra de ironía literaria, y de la admiración sorjuanina por los grandes del teatro español.

   Los Empeños de Una Casa, cierra con el, Sarao de Cuatro Naciones, trescientos versos totalmente cantados en los que españolesitalianosmexicanos, y negros, danzan y alaban a los festejados, con lo que se concluye el festejo.
   La estudiosa italiana, Alexandra Riccio, plantea que Sor Juana, indirectamente, critica varios aspectos sociopolíticos del sistema colonial, lo que finalmente, le granjeó reproches y órdenes de sus superiores para que dejara de escribir.
   Ello puede observarse en este sarao, ​que para la italiana, se critica veladamente el orden de castas en la Nueva España.  
     La misma Riccio, sugiere también un paralelismo entre Sor Juana y el sacerdote insurgente, Fray Servando Teresa de Mier, quien fue censurado, al igual que la monja, tras un polémico sermón sobre los orígenes de la Virgen de Guadalupe, en 1794.

Análisis y Estilo

A pesar de ser una comedia, en varias secciones de la obra puede adivinarse una verdad amarga: el fracaso amoroso de la poetisa de San Jerónimo. Mucho se ha conjeturado sobre los desamores de Sor Juana, que supuestamente plasmó en obras como, Los Empeños, aunque no existe una base sólida para tales afirmaciones.

   La escena de Castaño travestido, es una de las más originales de toda la comedia de capa y espada, aunque no rompe con las normas impuestas implícitamente por Pedro Calderón de la Barca, y recuerda el carácter juguetón y cómico de la escena. En el teatro barroco, era frecuente que un personaje adoptara modales, maneras, e incluso ropajes del otro sexo.

    Ésta comedia de capa y espada, se basa en dos temas principales: las diferentes formas del amor, y los enredos que ocasionan las parejas. Pedro y Ana de Arellano, son los causantes de toda la intriga dramática, contra el amor sincero de Carlos y Leonor, el amor inmaduro, pero noble de Ana hacia Juan de Vargas.
   Estas dos parejas contrastan con la actitud egoísta y déspota de don Pedro, cuyo supuesto amor por Leonor, mira más por su propio beneficio. La estructura pentagonal de las parejas, cinco protagonistas, está diseñada para remarcar la soledad y el castigo de Pedro, quien queda como, “galán suelto.”

    Los criados, Celia, y Castaño, son parte fundamental en la creación y resolución de las intrigas y el enredo. Aunque generalmente actúan por órdenes de sus amos, en ocasiones, por ejemplo, cuando Castaño se traviste con las ropas de Leonor, lo hacen por cuenta propia.
   Son también ellos quienes se encargan de escandalizar, y de mantener al espectador, al tanto de la trama. ​Sor Juana aprovecha la figura de Castaño, para criticar a las conocidas como, “damas tapadas”, costumbre que permitía a las mujeres ocultarse bajo un manto, para decir cosas que no osarían decir descubiertas. ​

   El escenario principal de la obra, es la casa de los Arellano, cuya disposición laberíntica, contribuye en gran medida a la confusión cómica y dramática de la pieza. El eje central de, Los Empeños de Una Casa, es la entrada y salida de los personajes, en medio de un ambiente oscuro.
​   A diferencia de otras comedias, como, La Verdad Sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón, Sor Juana presta más atención, al desarrollo de la comedia, que a la psicología de sus personajes.

    Se han señalado varias influencias que pudo haber tenido la monja para componer, Los Empeños, aunque las principales corresponden a Calderón de la Barca, y a Lope de Vega.
    En, La Discreta Enamorada, de Lope, el criado Hernando se disfraza de mujer, de la misma manera en que lo hace Castaño.
    El título alude a, Los Empeños de Un Acaso, de Calderón, lo que para algunos críticos, constituye un, “anzuelo para pescar espectadores desprevenidos, que acudirían creyendo que se trataba de una obra de Calderón”.
    Por otro lado, el tratamiento del honor, y el prestigio familiar, en Sor Juana, es muy parecido al que se observa en, La Desdicha de la Voz, otro drama calderoniano, aunque la monja introduce variaciones muy acordes a su estilo. ​

   Para Alberto Pérez Amador, Leonor es un reflejo inequívoco de la personalidad de la monja, decepcionada del amor, y recluida a sus quehaceres intelectuales.
    En la loa, y en la primera jornada, la poetisa plantea una interesante cuestión, relacionada con dicho tema: ¿Cuál es la mayor pena, y la mayor dicha, del enamorado? Las posibles respuestas se ofrecen a lo largo de la comedia. ​Se ha sugerido también, la muerte del primer amor de Sor Juana, lo que la llevó a considerarse incapaz de amar a alguien más, y a recluirse en el convento.

    En el lenguaje empleado por Sor Juana, destacan varios neologismos, como, “encuñadado”, herencia de, Los Sueños de Francisco de Quevedo, y locuciones latinas horacianas.
   En la construcción gramatical, predomina el romance y la redondilla, y en el metro, el octosílabo. Sor Juana juega un poco con la rima, y el cómputo silábico, pues en varios versos, utiliza las formas alargadas de algunos vocablos.

Ediciones

Ediciones Antiguas

  • Segundo Tomo de las obras de sóror Juana Inés de la Cruz, Monja Profesa en el Monasterio del señor San Jeronimo de la Ciudad de México, dedicado por la autora a D. Juan de Orúe y Orbieto, Caballero de la Orden de Santiago. Sevilla, Tomás López de Haro, 1692. Reimpreso en Barcelona, 1693 (tres ediciones). Con el título de Obras poéticas, Madrid: 1715 y 1725. Incluye los autos sacramentales, la Carta AtenagóricaAmor es Más LaberintoLos Empeños de Una Casa, y setenta poemas más.
  • COMEDIA FAMOSA / LOS EMPEÑOS DE VNA CASA / POR / IVANA INES / DE LA CRUZ / MONJA PROFESSA EN EL MONASTERIO / del Señor San Gerónimo en la Ciudad de Mixico. Barcelona, Josep Llopis, 1725.
  • LOS EMPEÑOS DE VNA CASA / COMEDIA FAMOSA / DEL FENIX DE LA NVEVA ESPAÑA / SORORJUANA INES DE LA CRUZ. Sevilla, Tomás López de Haro, circa 1730.
  • O COMEDIA FAMOSA / LOS EMPEÑOS / DE UNA CASA / DE SOR JVANA INES DE LA CRVZ, / Phenix de la Nueva España. Sevilla, Imprenta de José Padrino, 1740.
  • LOS EMPEÑOS DE VNA CASA / COMEDIA FAMOSA / DEL FENIX DE LA NVEVA ESPAÑA / SORORJUANA INES DE LA CRUZ. Sevilla, Imprenta de la viuda de Francisco de Leefdael, 1750

Ediciones Modernas

Ediciones en Obras Completas y Compilaciones

  • Obras Completas, cuatro tomos, edición y notas de Alfonso Méndez Plancarte, México, Fondo de Cultura Económica, 1951-1957. Reedición del primer tomo, Lírica Personal, a cargo de Antonio Alatorre, 2009. Los empeños de una se incluye en el tomo IV “Lírica y fama”.
  • Obra Selecta: Romances y otros Poemas, Villancicos, Neptuno Alegórico, El Sueño, Los Empeños de Una Casa, El Divino Narciso, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz
    , edición de Luis Sáinz de Medrano, Barcelona, Planeta, 1987.
  • Obras Completas
    , prólogo y edición de Francisco Monterde, México, Porrúa, 1989.

         Ediciones Sueltas                                   

  • Los Empeños de Una Casa
    , edición de Roberto Oropeza Martínez, México, Ateneo, 1962.
  • Los Empeños de Una Casa, edición de Eva Lydia Oseguera de Chávez, México, Fernández, 1991.
  • Festejo de Los Empeños de Una Casa
    , México, Editores Mexicanos Unidos, 1998.
  • Los Empeños de Una Casa
    , Alexander Street Press, 2007.​
  • Los Empeños de Una Casa / Amor es más laberinto
    , edición crítica, introducción y notas de Celsa Carmen García Valdés, Madrid, Cátedra, 2010. (Wikipedia en Español).

Los Empeños de Una Casa

de Sor Juana Inés de la Cruz

    Aquella tarde de 1650, en Toledo España, Leonor de Castro, una bella y talentosa joven, leía ante un grupo de admiradores, su último poema. “Vence el amor, y vencida la obligación, se confiesa que rendirse de un cariño, es muy airosa bajeza.” Al terminar la lectura, los presentes expresaron su beneplácito. “¡Bravo!” “¡Qué maravilla!”

   Leonor dijo, “Son demasiado indulgentes conmigo.” Don Pedro de Arellano, uno de los más ricos y nobles pretendientes de Leonor, habló con excedido entusiasmo, “¡Nada de eso! ¡Usted es un ser privilegiado lleno de gracias y dones!” Sin embargo, el más apuesto de todos era don Carlos de Olmedo, quien acercándose a Leonor, dijo, “¿Me permite su manuscrito?” Leonor dijo, “Con gusto.”
     Don Carlos lo examinó, y pensó, “Como lo sospeché, están dedicados a mí.” Otro de los presentes, don Pedro, se acercó a Don Carlos, y le dijo, “¿Puedo verlos yo también?” Don Carlos dijo, “Le pertenecen sólo a Leonor.” Don Pedro se encolerizó, y le dijo, “Y quién eres tú, para hablar en nombre de ella?” Don Carlos le dijo, “Por lo pronto, el depositario de estos versos.” Don Pedro se encolerizó, y dijo, “¡Eso no lo permitiré! ¡Entrégame los manuscritos, o te batirás conmigo!”
   Don Carlos empuñó su espada, y dijo, “Tendrás primero sepultada mi espada en tu pecho, que estas letras de Leonor!” Leonor intervino, y dijo, “¡Basta ya de tonterías, caballeros! Don Carlos, sírvase devolverme esas cuartetas, y usted don Pedro, confórmese con haberlas escuchado a través de mi voz.”
  Poco después, Leonor despedía al último de sus invitados que se estaba retirando, a don Carlos a quien dijo, “Esta noche…” Leonor le dijo, “Te espero.” A distancia prudente, desde la calle don Pedro los observó y pensó, “No escuché lo que se dijeron, pero sospecho que hay algo más de amistad entre Carlos y Leonor.” Mientras se retiraba, don Pedro pensó, “¡No puedo perder esa mujer! ¡La amo localmente!” De pronto, una mujer lo saludó, “Buenas tardes tenga usted, señor don Pedro.” Don Pedro pensó al verla, “¡Es la criada de Leonor!”
   Don Pedro le llamó, diciendo, “¡Eh, muchacha!” La mujer dijo, “¡Mándeme usted, señor!” Don Pedro le dijo, “Si quieres ganarte unos cequíes, dime con quién tiene amores tu ama.” La mujer dijo asustada, “Su amante es don Carlos de Olmedo, señor. La visita casi todas las noches.”
   Don Pedro entregó una bolsa de dinero, y la mujer dijo ya tranquila, “Gracias por su generosidad, aunque si quieres saber algo realmente importante, tendrá que aumentarla.” Cuando Don Pedro entregó más monedas, la mujer agregó, “Están planeando fugarse, y quizá la cosa sea esta misma noche.” Don Pedro exclamó, “¡Qué locura!” La mujer le dijo, “Sí, mi señor, la honra de mi ama quedará por los suelos. Ojalá alguien pueda impedirlo.” Don Pedro dijo, “Pero…¿tanto lo ama?”
   Don Pedro se retiró encolerizado, pensando, “¡Yo mismo lo impediré! ¡Y daré muerte de una vez a ese truhán de don Carlos y Olmedo!” Unas horas después, cuando ya había anochecido, un hombre entregaba una carta a la aya de Leonor, diciendo, “Mi amo envía esto a doña Leonor.” La mujer dijo, “Se la entregaré con discreción, descuida.” Cuando Leonor la leyó, pensó, “Dice que está dispuesto a todo, con tal de evitar que mi padre me case con otro. Propone que esta noche huyamos. No puede esperar más.”
   Enseguida, Leonor dio la orden a su haya, “Empaca algunos vestidos y ropa interior, en un atado que no haga mucho bulto, Flora.” Flora dijo, “¿Se va de viaje la señorita?” Leonor dijo, “Si, al viaje más maravilloso de todos, Flora. ¡Ah, qué feliz estoy!” Flora dijo, “¿Va a huír con el señor don Carlos?” Leonor dijo, “Así es, y hallaré en sus brazos el Paraíso.”
   Flora dijo, “Déjeme decirle que esto es indigno de usted. Podría elegir entre todos los pretendientes, al más rico, o al más galante, y su padre aceptaría que se uniéra a él, con una boda bendita por la iglesia.” Leonor dijo, “Guárdate tus opiniones, y ayúdame a meter aquí algún dinero y mis afeites, muchacha.” Cerca de la medianoche, se escuchó un silbido. Leonor exclamó, “¡Es la señal! ¡Haz lo que te he dicho, Flora!”
   Un segundo después, Castaño, el ayudante de don Carlos de Olmedo, recibía desde el segundo piso de la casa de Leonor, una gigantesca sabana atada con ropa, y exclamaba, “¡Aaaaaay! ¡Me ha caído el mundo encima! ¡Por la virgen!” Don Carlos, embozado, cubriendo  su cara con su capa, apareció oportunamente, y dijo, “¿Qué haces ahí tirado? Levántate y vamos a la portada trasera de la casa enseguida, Castaño.” Castaño dijo, “¡Creo que me rompí todas las costillas! ¡Ay! ¡Que batacazo!” Castaño agregó, “¿No vendrá la dama en cuestión en este atado? Por lo que pesa…” Don Carlos dijo, “Deja de decir tonterías, échatelo al hombro, y sígueme.”
   Mientras avanzaba con su carga, Castaño dijo, “Ésta noche por poco me descalabra, y ahora tengo que llevarla a cuestas. ¡Vida de perros!” Cuando llegaron al portón posterior, don Carlos dijo, “¡Vamos, da la señal!” Castaño silbó, “¡Fiuuu! ¡Fiuuu!” Don Carlos dijo, “¿No puedes silbar más fuerte? Seguramente no nos oyeron.” Castaño dijo, “Con el golpe me debilité, señor.” Momentos más tarde, el pesado portón se abría, y Leonor aparecía. Don Carlos exclamó, “¡Leonor querida!”
    Los jóvenes no pudieron resistir la tentación de besarse. Castaño pensó al verlos, “¡Y pensar que llevo meses soportando este tipo de arrumacos!” Tras un momento, don Carlos dijo, “No te quedes ahí como un tonto. ¡Ve enseguida por el carruaje que tenemos arreglado!” Castaño dijo, “¡Voy corriendo!”
   Don Carlo acaricio la mejilla de Leonor, y le dijo, “No tienes miedo, ¿Verdad?” Leonor dijo, “A tu lado, solo siento amor.” Alguien se aproximaba al lugar, sin que los amantes lo advirtieran. El hombre al ver a los amantes, pensó, “¡Qué veo! Es doña Leonor, ¡Mi prima!” De pronto, llegó Castaño, y dijo, “¡Amo, amo! ¡Viene la justicia! Ni siquiera pude llegar hasta el carruaje.” Entonces don Carlos dijo a Leonor, “Quizás sería mejor que regreses a tus aposentos, y aplacemos la fuga, querida.”
   Pero Leonor le dijo, “¡No! ¡Compartiré tu destino!” Iban a escapar corriendo en dirección contraria, al sitio por donde venía la guardia, pero, se escuchó una voz, que dijo, “¡Alto! ¿Quién eres, que pretendes mancillar así el honor de nuestra casa, raptando al Leonor, mi prima?” Leonor exclamó, “¡Diego!” Diego se acercó, y desenvainando su espada, dijo, “La oscuridad de la calle, no me permite reconocerte, pero seas quien seas, devolverás a esta joven a su casa.” Don Carlos dijo, cubriéndose la cara con su capa, “¡De ninguna manera!”
   La pelea fue violenta y rápida. Un caballero más, apareció entre las sombras de la calle. Diego estando herido en el suelo, dijo, “¡Don Juan! ¡Ve trás ellos! Q˗Que no escapen!” Don Juan le dijo, “Pero…está herido, Diego!” El herido no pudo decir más. Don Juan lo asistió y dijo, “¡Se desmayó! Debo llevarlo enseguida a su casa.” En ese momento, la guardia nocturna, varios espadachines se acercaron. Don Juan dijo, “¡Auxilio! Mi amigo se desangra. Tuvo un duelo. El otro escapó con una mujer embozada.”
   Manteniéndose a distancia de don Juan, para no ser reconocido, don Pedro ordenó, “Dos de ustedes lleven a Diego a la casa de sus padres.” Uno de ellos dijo, “¿Por dónde se fueron?” Don Pedro dijo, “Por allá.” Mientras tanto, en la huída de los amantes, Castaño se fue quedando atrás, hasta que gritó, “¡Espere señor! ¡No puedo más!” Don Carlos le dijo, “¡Nos atraparán por tu culpa!” Entonces, a la distancia Castaño gritó, cuando vió venir a los hombres, “¡Ahí están, patrón!” Don Pedro dijo, “Apodérense de la mujer, y llévenla a donde les dije! Yo me encargaré de este canalla.”  
   Pero Castaño se les escabulló, y saltó a un zaguán con el pesado atado, y dijo, “¡Uff! ¡Éste es el fin de mi amo!” Los esbirros de don Pedro, no tardaron en dar alcance a los amantes. Y cuando los alcanzaron, detuvieron a Leonor, quien gritó, “¡Carloooos!” Don Carlos tambien era detenido, y gritó, “Déjenla en paz, malditos!” Don Carlos golpeó a uno de los hombres y dijo, “¡Quita tus manos de mí, bastardo!”  Don Carlos desenvainó su espada, y dijo, “¡Los haré pedazos, solo por haberla tocado!” Entonces, don Pedro, cubriéndose la cara con su capa, dijo, “¡Alto, señor de Olmedo! Está perdido. ¡O se entrega, o muere!”
     Don Carlos empuñó su espada, y dijo, “Moriré, pero honrosamente!” Don Carlos supo enseguida que tenía el pleito perdido. Don Pedro dijo, “Como quiera, es su elección.”  Leonor gritó, “¡Carlos, te lo suplíco! Entrégate y conserva la vida. Hazlo por mí.” Don Carlos arrojó su espada, y dijo, “Solo lo haré por ti, amada mía.” Don Carlos fue escoltado y llevado preso. Leonor pensó al verlo, “¡Mi adorado Carlos, irá a la cárcel! ¡Qué caro estamos pagando los momentos de felicidad que hemos tenido!” A una señal de don Pedro, procedieron a llevar presa a Leonor, quien dijo, “¿A dónde me llevan? ¿Iré presa yo tambien? Hagan que esté cerca de mi amado y comparta su suerte, sea la que sea.”
     Entre tanto, en casa de don Pedro, Dos mujeres descansaban cerca de la chimenea frente a un fuego. Eran doña Ana, y su aya. Su aya le dijo, “Debería retirarse a dormir, señora doña Ana. Yo esperaré a su hermano, y le daré de cenar.” Doña Ana dijo, “Me pidió que le aguardara personalmente, Celia. Dijo que envía con sus hombres, a una joven que él ama, y a la que salvaría de una acción deshonrosa.” En ese momento, alguien tocó a la puerta. Doña Ana dijo, “¡Deben ser ellos!” Minutos después, Celia llegaba con Leonor.
   Celia dijo, “Dos hombres dejaron aquí a esta dama, señora.” Leonor dijo, “¡Ay, desdichada de mí! Tenga piedad, permita que permanezca en la seguridad de su casa, mientras me tranquilizo.” Doña Ana la recibió y le dijo, “Siéntese cerca del fuego y descanse. Haré que Celia le traiga un poco de chocolate.” Leonor dijo, “Es usted muy buena.” Aquel líquido dulce y caliente, reconfortó a la angustiada fugitiva.
   Doña Ana se sentó junto a ella, y le dijo, “Cuénteme, ¿De qué, o quiénes huyen usted, hermosa joven?” Leonor dijo, “Tendré que hablar con la verdad. Huí de mi casa con don Carlos de Olmedo.” Al oír aquellas palabras, las manos de doña Ana, temblaron, y dejó caer al suelo la taza de chocolate. Leonor dijo, “¿L˗Le sucede algo, señora?” Doña Ana dijo, “No, no. Estoy bien.” Doña Ana continuó, “Me decía que. Usted…y don Carlos…”
     Leonor continuó, “Nos fugamos, sí. Estamos muy enamorados. Temíamos que mi padre, decidiera casarme con otro. De pronto, apareció un primo, Diego de Castro. Luchó con Juan Carlos y cayó herido. Luego, vino la justicia y se llevó a mi amado, que se rindió ante mis ruegos. Yo creí que me llevarían también. Pero dos guardias me trajeron aquí, sin decir una palabra. No lo entiendo. ¿Usted sabe por qué eligieron precisamente su casa?”
    Doña Ana eludió la mirada interrogante de Leonor, y dijo, “Me imagino que esta casa le quedaría cerca, y conocen la intachable fama de mi hermano Pedro.” Leonor dijo, “¿Esta es la casa de don Pedro? ¡Oh Dios! ¡Qué vergüenza! No quisiera que se enterará de nada de lo ocurrido.” Doña Ana dijo, “No se lo diremos, querida. Descuide.” Doña Ana pensó, “Así que ésta joven es la amada de mi hermano, y fue de los brazos de don Carlos de Olmedo, de donde la arrancó para encomendármela. ¿Qué ironía!”
    Enseguida, Doña Ana dijo, “Celia, lleva a esta dama a mi aposento para que descanse.” Poco después, Celia dialogaba con doña Ana, “¿Qué le pasa, señora mía? ¿Por qué tan triste y abrumada?” Doña Leonor dijo, “¡Ay Celia! Es que desde hace algún tiempo, me enamoré de don Carlos de Olmedo. Y él es el amante de nuestra invitada.” Celia dijo, desconcertada, “¡Pero usted está comprometida con don Juan! ¿Cómo…?”  Doña Ana se levantó, y dando la espalda dijo, “No he tenido el valor de romper ese compromiso. Pero el destino venga a don Juan; pues me atormentan los celos al contemplar a la amada de Carlos. Ve y llévale a ella algo de comer y de beber. Ocúpate de que esté cómoda y tranquila. Yo esperaré a mi hermano.”
    En estos momentos, don Carlos y Castaño, llegaban al portón de la casa de doña Ana. Cuando don Carlos empujó la puerta del portón, dijo, “Está abierto! Entremos.” Poco después, ambos llegaban a la casa. Al verlos llegar, doña Ana exclamó, “¡Usted aquí! ¿Có˗cómo entró?” Don Carlos dijo, “No corrieron el cerrojo del portón. Mi criado y yo hemos logrado escapar de unos guardias que me perseguían, debido a un duelo.”
    Tras una pausa, don Carlos agregó, “Le suplico nos esconda. Mañana temprano buscaremos un lugar donde ir.” Doña Anna le dio la espalda, y pensó, “¡Si supieras cuanto te amo, Carlos no tendrías que explicar!” Enseguida doña Ana dijo, “Síganme y los subiré a un cuarto de trebejos que nunca pisa mi hermano. Allí estarán seguros.” Don Carlos dijo, “¡Cuanto agradezco su bondad, señora!” Ya estando ahí entre los toneles de vino, y un candelabro encendido, Castaño dijo, “¡Hermosa es ésta dama, señor! ¡Y te mira de una manera…! Me parece que le gustas.” Don Carlos dijo, “¡No digas tonterías, Castaño!”
   Mientras acomodaba una sábana en el piso, Castaño dijo, “Mejor harías en enamorar a ésta que es rica, y no la otra, que no tiene dote, y cuyo querer a punto estuvo de costarte la vida.” Don Carlos dijo, “Nunca dejaré de amar a Leonor. Me siento el hombre más afortunado de la Tierra, por ser el elegido de su corazón.” Entretanto, el padre de Leonor y un amigo, salían en busca de la fugitiva.
   Yendo por los oscuros callejones, el padre de Leonor dijo, “Acabo de advertir la fuga. ¡Nunca creí a mi hija, tan inteligente y tan culta, capaz de semejante absurdo!” Su amigo le dijo, “Por lo que he oído, fue don Pedro Arellano quien la llevó.” El padre de Leonor le dijo, “Pero, ¿Por qué no me la pidió? Yo le hubiera concedido su mano gustoso.” El padre de Leonor agregó, “Yo creo que lo inteligente sería hablar con él mañana, y por la buena, conminarlo a casarse. Solo así se evitaría el escándalo.” Leonor no podía probar bocado ni descansar. Y estando nerviosa, miraba hacia la calle de noche, desde su propio balcón, pensando, “¿Qué habrá sido de Carlos? ¡Oh Dios! ¡Cuídalo!”
    Mientras tanto, un hombre subía trepado en una arbol, hasta el balcón, donde estaba Leonor, y al aparecer ante ella, le dijo, “De pronto te vi desde la calle, hermosa mía, y no pude resistir el deseo de subir a abrazarte.” Leonor pensó, “¡Oh Dios! ¿Quién será este hombre?” Enseguida Leonor le dió la espalda, y le dijo, “Me confunde caballero, le ruego que abandone éste lugar.”
   El hombre le dijo, quitándose el sombrero, “¿Por qué me escondes el rostro? Desde hace días te noto esquiva, algo rara. Dime de frente, ¿Qué pasa? ¡Mírame a los ojos!” El hombre estaba tan confundido como ella. El hombre insistió, y levantando la voz, dijo, “¡Requiero una explicación! ¡Yo te amo!” Leonor gritó, “¡Déjeme! ¡Auxilioooo!”
   En otra parte de la casa, don Carlos de Olmedo decía a doña Ana, “¡Esa voz parece la de Leonor!” Doña Ana lo contenía y dijo, “¡Quieto caballero, permanezca escondido que yo averiguaré qué pasa!” Doña Ana subió enseguida a su aposento, pensando, “¡Es la voz de don Juan de Vargas! Y está requebrando de amores a Leonor.” Cuando doña Ana llegó hasta la recamara y el balcón, Leonor decía, “¡Basta ya de tonterías, caballero! ¡Váyase o llámo a los criados de ésta casa!”
    Don Juan se sentía evidentemente ofendido, pensando, “¿Por qué me trata así? ¡No entiendo!” Don Carlos impaciente, no pudo evitar la tentación de confirmar si en aquella casa se hallaba su amada, y entrando tambien a la habitación, dijo, “¿Está usted bien, doña Ana?” Leonor le dio la espalda, y se cubrió la cara, pensando, “¡Es Carlos!” Carlos dijo, “Me da usted la espalda por haberla seguido hasta aquí. Siento haberla desobedecido. Pero, temí que algún mal le ocurriera.”
    Leonor pensó con tristeza, enojo, y desilusión, “¡El hombre que amo, está hablándome como si yo fuera doña Ana!” Don Juan decidió aclarar la situación, y entrando a la habitación, desde el balcón, dijo, “¡Tienes que explicarme por qué me desprecias ahora, cuando antes amabas, ingrata!” En ese instante, llegaba Celia, la aya, con un candelabro en su mano, entrando en la oscura habitación, diciendo, “Traigo una luz, mi señora. ¡Oh! Pero…¿Qué ocurre?”
   Por fin los tres se vieron las caras. Don Juan exclamó, “¡Un hombre escondido aquí!” Don Carlos exclamó, “¡Leonor!” Entonces llegó doña Ana, y trató de poner en paz. Don Carlos le dijo, “¿Así que me desdéñas porque tienes un amante, de doña Ana?” Doña Ana dijo, “Por favor calma, don Juan, no es lo que piensas.” Don Juan empuñó su espada, y dijo, “Sea o no, vengaré la afrenta.” Don Carlos empuñó la suya, y dijo, “¡Lucharemos cuando quieras!”
     Entonces, Celia dijo a doña Ana, “Señora, el amo don Pedro acaba de llegar. La está esperando en la sala.” Doña Ana intervino con los espadachines, y dijo, “¡Por Dios, no me comprometan, caballeros! Celia les llevará a distintos sitios, donde deben permanecer escondidos, para que mi hermano no los vea.” Don Juan dijo, “Proseguiremos el pleito mañana.” Don Carlos dijo, “Cuando usted quiera.”
    Momentos después, disimulando su azoro, doña Ana bajaba, diciendo, “¡Hermano!” Don Pedro dijo, “Está Leonor en casa?” Doña Ana le dijo, “Instalada en mi propio aposento. ¿Quieres que la llame?” Don Pedro dijo, “No, no. Déjala. Tenerla bajo mi techo quería, y ya la tengo. Sobra tiempo para hablarle de mi devoción. ¡Ay hermana! ¡Estoy lleno de esperanza!” Cuando se retiró don Pedro, doña Ana subió a su recamara.
    Alumbrándose con una vela, doña Ana pensó al verla dormida, “¡Pobrecilla! Está agotada. Dormiré en el cuarto de huéspedes. ¡Qué enredo! ¡Ojalá mi hermano la haga su mujer! Así, Carlos quedaría libre para convertirse en mi futuro marido.” Tras una pausa, doña Ana pensó, “¿Qué voy a hacer con don Juan? Ya veremos lo que ocurre mañana. Por hoy hemos tenido suficientes líos. Quizá el destino se encargue de poner por sí solo a cada uno en su sitio.”
  A la mañana siguiente, Celia bajó al cuarto de trebejos, donde estaban don Juan y Castaño. Entrando con una charrola, Celia dijo, “Mi ama les envía éste refrigerio, y le ruega a usted, don Carlos, que en cuanto lo haya tomado, salga al jardín, pués mi amo está en casa, y no sea que le debo venir.” Unas dos horas después, Leonor dialogaba con doña Ana, diciendo, “¿Así que su hermano ya sabe que estoy en casa?” Doña Leonor dijo, “Creí que era mejor decírselo. Él la protegerá.”
    Al poco tiempo, llegó don Pedro, y estando a solas con Leonor, le dijo, “Celebro tenerla tan cerca, Leonor.” Leonor le dijo, “Por las circunstancias que me ha traído aquí, siento vergüenza, don Pedro.” Don Pedro le dijo, “Sentémonos para disfrutar de los cantos que entonarán para nosotros unas lindas jóvenes que mi hermana ha mandado traer.” Leonor dijo, “Mi ánimo no está para cantos.” Don Pedro dijo, “Lo hace precisamente para distraerla y mejorar su ánimo.”
   Celia entretanto ejecutaba las órdenes de su ama. Celia decía a Don Carlos en el jardín, fuera de la casa, “Desde aquí podrá usted observar un espectáculo musical. Así no se aburrirá, don Carlos.” Don Carlos dijo, “Gracias.” Don Carlos pensó, al mirar hacia la habitación y el balcón de Leonor, “¡No fue una ilusión lo de anoche! En realidad Leonor está también en esta casa; y la veo sentada precisamente junto a don Pedro de Arellano.”
    En el interior, dos niñas cantaban, “♪ Y es que la pena más grave ♪ que en las penas de amor cabe ♫ Es carecer del favor del amado ♫ No lo creo ♪ son los desvelos ♪ a que ocasionan los celos ♫ que es un dolor sin igual ♪” Al escuchar la música, don Pedro pensó, “En efecto, el mayor dolor es que no nos amen.” Doña Ana pensó, “Don Carlos, a quien amo, no me ama.” Por su parte, don Carlos pensó, “¿Será que Leonor ama ahora a don Pedro? ¡Muero!”
    En eso, llegaron don Juan y el padre de Leonor, diciendo, “Y pido a usted, don Juan, que hable con don Pedro de Arellano, y aclare en mi nombre la situación de mi hija en su mansión.”  Entonces el padre de Leonor exclamó, “¡Don Carlos de Olmedo! ¿Qué hace usted aquí y espiando por la ventana?” Don Carlos volteó, y pensó, “¡Sí es el padre de Leonor! ¡Cristo me valga!” Don Juan pensó al verlo, “¡Aún está aquí este maldito! Si no fuera por don Rodrigo…”
    Don Carlos dijo, “Me explicaré.” Don Carlos dijo, “Señor de Castro, doña Ana me esconde aquí por un asunto privado que no debo comentar. Le suplico no diga a don Pedro que me ha visto.” Don Rodrigo de Castro le dijo, “No se preocupe, don Carlos. El asunto no me atañe. Por tanto, no lo comentaré.” Don Carlos dijo, “¡Oh, gracias!” Don Juan disimulaba a duras penas la angustia, pensando, “¡Un volcán de celos estálla en mí!”
   Momentos después, en el despacho privado de don Pedro, don Pedro recibía a don Rodrigo y don Juan, diciendo, “¿A qué debo el honor de su visita, señor de Castro? Don Juan. ¿En qué puedo servirte?” Don Juan dijo, “Don Rodrigo sabe que ha sido tú, quien se robó a Leonor. No te reclamará ya nada, si accedes a casarte de inmediato con ella. ¿Aceptas?” Don Carlos, quien escuchaba todo desde una ventana de afuera, pensó, “¡Así que don Rodrigo piensa que fue don Pedro el de la fuga! ¡Cielos! ¡Debo algo por aclarar esto!”
    Don Pedro aprovechó aquella oportunidad, y dijo, “Aceptaré con gusto el casamiento, siempre que Leonor esté de acuerdo. Porque, debo aclararle don Rodrigo, que yo no me la robé. Leonor vino a cuidar de mi hermana, que se sentía enferma. Lo hizo sin su permiso, don Rodrigo. Yo iba a llevarla de nuevo a su casa. Como ya era muy tarde, se quedó aquí.”
    Don Carlos regresó al cuarto de los Trebejos, y al entrar dijo, “¡Castaño! Voy a pedir a Celia papel y pluma, para escribir una carta con Rodrigo de Castro. Ahí le aclararé que fui yo el que se llevó a su hija anoche, y el que debe, por lo tanto, casarse con ella.” En cuanto la escribió, don Carlos dijo, “Dejaré la carta sobre una maceta a la entrada del jardín. Recogerladentro de media hora, y vuela a llevársela.”
   En cuanto don Carlos se fue, Castaño pensó, preocupado, “¡Claro, Claro! ¡Castaño, ve vuela! ¿Y si don Pedro me atrapa y me rompe todos los huesos al advertir lo de la famosa carta?” Después de una pausa de tiempo, Castaño pensó, “¡Acaba de ocurrírseme, algo genial!”
    Castaño encontró un baúl de ropa de doña Ana, y se vistió de mujer. Media hora después, Castaño se cubría la cara con una manta, y llegaba al jardín, pensando, “¡Santa María! ¡Ahí viene el interfecto! ¿Qué tal si no se me puede disfrazarme de mujer?”
   El interfecto exclamó, “¡Leonor? ¿Qué hace aquí en los en los patios?” Castaño vestido de mujer, pensó, “¡Me mira con ojos enamorados el muy torpe!”
    Castaño se cubría la cara con el manto, entonces el interfecto dijo, “¿Por qué no me hablas, señora? ¿Acaso te cubres el rostro aún por vergüenza de lo ocurrido? Olvídalo, pues yo te amo, y el amor cubre la pena.” Castaño, vestido de mujer, le dio la espalda, y dijo, “No es vergüenza, sino falta de comida lo que me tiene molesta, don Perico mío. Me voy a otra casa donde en realidad se almuerza y no se manducan sobras.”
    El interfecto pensó, “¡Esa no es la manera fina de hablar de que tiene Leonor! Y su voz…suena muy rara. Pero, ha dicho que se vá. ¡No lo permitiré!” El interfecto la tomó del brazo, y dijo, “No te irás, amada mía, sin que me prometas aceptar mi mano. Tu padre mismo quiere que te cases conmigo.” Castaño vestido de mujer dijo, “¡Ay, por los santos niñitos!”
   A continuación, el interfecto cargo en brazos a Castaño vestido de mujer, para ingresarlo a la casa, pensando, “¡Cómo pesa ésta mujer! ¡Y parece tan esbelta!” Castaño, continuando con su engaño, dijo, “¡Cuidado o me caigo, y te quedas sin esposa, Perico!” El interfecto la dejo en una habitación oscura, diciendo, “No puedo más. ¡Uff! mandaré traer las velas.” Una vez que la habitación estuvo iluminada, el interfecto se retiró. Por otra puerta entraron dos caballeros en plena discordia.
   Doña Ana los seguía, diciendo, “¡Don Juan, don Carlos! ¡Por Cristo! ¡No quiero en mi casa escándalos!” Pero don Juan decía, “¡Pagarás muy caro haberte acercado a doña Ana, don Carlos!” Entonces, Castaño, vestido de mujer, se acercó a la vela, pensando, “!Es momento de ahuecar el ala.” Y sopló la vela. Entonces, don Juan exclamó, “¡Nos han dejado en tinieblas!” Así mismo, don Carlos dijo, “Ya no sé con quién peleo, y temo herirte, doña Ana.”
     Mientras tanto, Castaño vestido de mujer, trataba de huir de su perseguidor, diciendo, “Esta debe ser la puerta de pasillo. ¡Aaaah! ¡Caigo al vacío!” Castaño abrió una puerta que daba al vacio. El golpazo fue tremendo. Castaño cayó sobre unos costales, y alcanzó a escuchar la voz de su perseguidor, “¡Leonooooor! ¿Dónde estás? Es preciso que hoy mismo se haga realidad el sueño de nuestro matrimonio.”  Castaño solo dijo, “Las narices quisiera yo tener hechas.”
    Entre tanto Castaño vestido de mujer, se acercaba a la habitación de Leonor que aún estan en oscuro, y dijo, “¿Qué ocurrirá en este sitio? Creí oír ruido de espadas, luego gritos.” Entonces, don Juan se acercó a Castaño, disfrazado de mujer, y le dijo, “Doña Ana, por un momento se hizo la luz, y alcancé a ver la puerta, sígame y la pondré a salvo.” Castaño pensó, “¡Me cree doña Ana, el maldito!” En el pasillo estaba don Rodrigo, buscando a su hija y a don Pedro, para ajustar los detalles de la boda.
   Entonces llegó don Juan con Castaño, vestido como mujer, y creyéndola doña Ana, le dijo a don Rodrigo, “Señor, le encomiendo a doña Ana! Es mejor que su hermano la encuentre con usted, y no conmigo.” Castaño con ropa de mujer, quien se cubría la cara con un manto, pensó, “¡El muy tonto me entrega a mi padre ahora!” Entonces llegó don Pedro, diciendo, “¿Usted por aquí, señor de Castro?” Don Rodrigo de Castro le dijo, “Le entrégo a su hermana, don Pedro, y le pido que la cáse con don Carlos de Olmedo, pues se aman.”
    Entre tanto, don Carlos recorría la mansión desesperado, pensando, “¡Tengo que hallar a Leonor, y llevarla de éste sitio, o moriré en el intento.” Don Pedro, desconcertado, se dirigió a Castaño, vestido de mujer, pensando que era Leonor, y le dijo, “Si te querías casar con don Carlos, ¿Por qué no me lo dijiste, o por qué él no vino a pedirme tu mano?” Castaño vestido de mujer le dijo, “Él iba a hacerlo.” Don Pedro se desilusionó, y tomando a Castaño de los hombros le dijo, “¿Entonces, le amas?” Castaño, disfrazado de Leonor, le dijo, “Con todo mi corazón.”
   En el interior del aposento oscuro, doña Ana habia escuchado las palabras de su hermano. Entonces tomando la mano de don Juan, creyendo ella que era don Carlos, dijo, “Ven conmigo, lo que acabo de escuchar de mi hermano, nos concierne.” Saliendo a la luz, afuera del cuarto oscuro, sin voltear a ver a quien habia tomado de la mano, doña Ana dijo, “No tienes que responder en mi nombre. Sea quien sea, quiero casarme con éste caballero, hermano.” Entonces don Pedro, quien si podía ver a quien llevaba de la mano su hermana, exclamó, “¡Don Juan!”
     Entonces, doña Ana volteó, y pensó, “¡Oh, Dios no, yo creí que era don Carlos!” Don Juan dijo, “Pido formalmente la mano de Ana, don Pedro.” En ese momento apareció don Carlos de Olmedo, diciendo, “¡Pedro de Arellano, dime enseguida dónde ocultas a mi amada Leonor!” Don Rodrigo dijo, “¿Su amada Leonor, ha dicho? ¿Estará acaso chiflado?” Don Pedro enfrentó a don Carlos, y le dijo, “¡Sal de aquí, canalla! Ella es ya mi prometida. Su propia palabra me dio de casamiento.” Entonces, apareció Castaño, vestido de mujer, y cubriéndose el rostro con un manto, se descubrió el rostro, y dijo, “Es cierto, cuenta con mi palabra, aunque no es la de Leonor.” Don Pedro exclamó, “¡Es la del criado Castaño!”
   Celia se volteó para ocultar su risa, y pensó, “¡Ji, Ji, Ji! ¡Qué chasco para el desdichado don Pedro!” Celia dijo, “Entonces… ¿Dónde está la verdadera Leonor?” Don Pedro dijo, “¡N˗no lo sé! ¡Lo juro!”
   La verdadera Leonor, se descubrió el rostro, y retirando su manto, exclamó, “Aquí estoy, Carlos amado. Tú mismo me sacaste de la oscuridad, creyendo que era Doña Ana, a quien ponías a salvo.” Enseguida, Leonor se dirigió a su padre, y dijo, “Padre, perdona la ofensa que te hicimos al fugarnos. Pero es don Carlos de Olmedo a quien quiero por esposo.” Don Rodrigo dijo, “Siendo asi, el penoso asunto queda para siempre arreglado, y todos felices.”
    Poco después, se llevaron a cabo las bodas de don Carlos y Leonor. Tambien doña Ana, casó por fin con don Juan, y don Pedro de Arellano, quedó solo en su mansión, pensando, “¡Quise forzar el amor de mi dama, y la perdí! Ahora, tambien pierdo a mi querida hermana. Eso me enseñará a no luchar contra el destino.”

Tomado de, Joyas de la Literatura. Año XVIII. No. 150. Marzo 15, de 1991. Adaptación: Remy Bastien. Guión: Dolores Plaza. Segunda Adaptación: José Escobar.