Washington Irving nació el 3 abril de 1783 y murió el 28 noviembre de 1859
a los 76 años. Washington Irving fue
un autor, ensayista, biógrafo, historiador y diplomático de principios del
siglo 19. Él es mejor conocido por sus cuentos, “Rip Van Winkle” (1819) y “La
Leyenda de Sleepy Hollow” (1820), ambos de los cuales aparecen en su libro, “El libro de Apuntes de Geoffrey Crayon,
Caballero.” Sus obras históricas incluyen las biografías de George
Washington, Oliver Goldsmith, y Mahoma, y varias historias de la España del
siglo 15. Se trata de temas tales como, Cristóbal
Colon, los Moros, y la Alhambra. Irving
se desempeñó como embajador de los Estados Unidos en España, de 1842-1846.
Washington Irving hizo su debut literario en 1802, con una serie de
cartas de observación en su libro, Crónica Matutinas, escrio bajo el pseudónimo
de Jonathan Oldstyle. Después de mudarse a Inglaterra, debido al negocio
familiar en 1815, alcanzó la fama internacional con la publicación, “El Libro de Apuntes de Geoffrey Crayon,
Caballero,” en 1819-1820. Además, Irving continuó publicando regularmente,
y casi siempre con éxito, a lo largo de su vida, y a sólo ocho meses antes de su
muerte, a los 76 años, sucedida en Tarrytown, Nueva York, completó una
biografía de cinco volúmenes de George Washington.
Irving, junto con James Fenimore Cooper, fue uno de los primeros escritores
americanos en lograr el reconocimiento en Europa. Por lo tanto, Irving animó autores
norteamericanos, tales como Nathaniel Hawthorne, Herman Melville, Henry
Wadsworth Longfellow, y Edgar Allan Poe. Irving también fue admirado por
algunos escritores europeos, entre ellos Walter Scott, Lord Byron, Thomas
Campbell, Francis Jeffrey, y Charles Dickens. Como el primer autor norteamericano
genuinamente internacional de mayor venta, Irving defendió escritura como una
profesión legítima, y abogó por leyes más fuertes para proteger a los
escritores estadounidenses de infracciones a los derechos de autor.
Biografía
Primeros años
Los padres de
Washington Irving fueron, el señor William Irving, originario de Quholm, Shapinsay,
Orkney, y Sarah, Sanders de soltera, inmigrantes anglo-escoceses. Se casaron en
1761, mientras que William estaba sirviendo como un suboficial de la Armada
británica. Tuvieron once hijos, ocho de los cuales sobrevivieron hasta la edad
adulta. Sus dos primeros hijos, cada uno llamado William, murieron en la
infancia, al igual que su cuarto hijo, John. Sus hijos sobrevivientes fueron:.
William, Jr. (1766), Ann (1770), Pedro (1772), Catherine (1774), Ebenezer
(1776), John Treat (1778), Sarah (1780) y Washington.
La familia de Irving se instaló en Manhattan, Nueva
York, y eran parte de la pequeña y vibrante clase mercantil de la ciudad,
cuando Washington Irving nació el 3
de abril de 1783. En la misma semana, los habitantes de la misma ciudad supieron
del alto al fuego británico, que puso fin a la Revolución Norteamericana. La
madre de Irving le dio el nombre del
héroe de la revolución, George Washington.
A los seis años, con la ayuda de una niñera, Irving conoció a su tocayo, quien entonces vivía en Nueva York, después de su tóma de posesión como presidente en 1789. El presidente bendijo al pequeño Irving, un encuentro que más tarde se conmemoraría en una pequeña pintura de acuarela, que todavía cuelga en su casa hoy. Los Irving vivian en la calle William, no. 131, en el momento del nacimiento de Washington Irving. La familia se mudó al otro lado de la calle al no. 128 de la William St. Varios de los hermanos mayores de Washington Irving se convirtieron en activos comerciantes de Nueva York, y animaron las aspiraciones literarias de su hermano más joven, a menudo aportando para su manutención, mientras perseguía su carrera de escritor.
A los seis años, con la ayuda de una niñera, Irving conoció a su tocayo, quien entonces vivía en Nueva York, después de su tóma de posesión como presidente en 1789. El presidente bendijo al pequeño Irving, un encuentro que más tarde se conmemoraría en una pequeña pintura de acuarela, que todavía cuelga en su casa hoy. Los Irving vivian en la calle William, no. 131, en el momento del nacimiento de Washington Irving. La familia se mudó al otro lado de la calle al no. 128 de la William St. Varios de los hermanos mayores de Washington Irving se convirtieron en activos comerciantes de Nueva York, y animaron las aspiraciones literarias de su hermano más joven, a menudo aportando para su manutención, mientras perseguía su carrera de escritor.
Siendo un
estudiante desinteresado, Irving prefería
las historias de aventura y drama y, a la edad de catorce años, salía a
escondidas fuera de clase, para asistir en la tarde al teatro. El brote de
fiebre amarilla de 1798, en Manhattan, llevó a su familia a enviarlo a climas
más saludables río arriba, e Irving fue
enviado a vivir con su amigo, James Kirke Paulding, en Tarrytown, Nueva York.
Fue en Tarrytown, donde Irving se
familiarizó con la cercana población de Sleepy Hollow, con sus pintorescas
costumbres holandesas y las historias de fantasmas locales. Irving hizo
varios otros viajes por el Hudson, en la adolescencia, incluyendo una visita
prolongada a Johnstown, Nueva York, donde pasó a través de la región de las
Montañas de Catskill, el escenario de su libro, “Rip Van Winkle.” Sobre todo el paisaje del río Hudson, Irving escribió más tarde, “las montañas de Kaatskill, tuvieron el
efecto más embrujante en mi imaginación de niño.”
A la edad de 19
años, Irving comenzó a escribir
cartas a la Crónica Matutina, de
Nueva York en 1802, enviando comentarios de la escena social y teatros de la ciudad,
bajo el pseudónimo de, Jonathan Oldstyle. El nombre, que a propósito evoca las inclinaciones
federalistas del escritor, fue el primero de los muchos seudónimos que Irving emplearía en toda su carrera.
Las cartas trajeron a Irving alguna
fama temprana y moderada notoriedad. Aaron Burr, un co-editor de la Crónica, estaba lo suficientemente
impresionado como para enviar recortes de las piezas de Oldstyle a su hija,
Teodosia, mientras que el escritor Charles Brockden Brown hizo un viaje a Nueva
York para reclutar a Oldstyle para una revista literaria que estaba editando en
Filadelfia .
Preocupados por
su salud, los hermanos de Irving
financiaron una extensa gira por Europa, a partir de 1804 a 1806. Irving omitió la mayoría de los sitios
y lugares que se consideraban esenciales para el desarrollo de un joven en
ascenso, para el disgusto de su hermano William. William escribió que, aunque
se había mostrado satisfecho de la mejoría de la salud de su hermano, no le gustó
la opción de “galopar a través de Italia
... dejando a su izquierda Florencia y Venecia a su derecha.” En cambio, Irving perfeccionó sus habilidades sociales
y de conversación, lo que más tarde lo convertirían en uno de los huéspedes más
importantes que el mundo demandaría. “Me esfuerzo para tomar las cosas como
vienen con alegría,” Irving
escribió, “y cuando no puedo conseguir
una cena para satisfacer mi gusto, me esmero por lograr que mi gusto pueda
satisfacerse en mi cena.” Durante su
visita a Roma, en 1805, Irving
entabló una amistad con el pintor americano Washington Allston, y casi se dejó
convencer para que siguiera a Allston en una carrera como pintor. “Mi suerte en la vida, sin embargo,”
dijo Irving después, “era lanzarme a algo diferente.”
Primeros
Escritos Importantes
Irving regresó de Europa para estudiar Derecho con su mentor de derecho, el
juez Josías Ogden Hoffman, en la ciudad de Nueva York. Por su propia confesión, Irving no era un buen estudiante, y apenas
pasó el examen, en 1806. Irving comenzó socializar activamente con
un grupo de hombres jóvenes letrados, que llamó “Los Muchachos de Kilkenny.” En colaboración con su hermano William
y su joven compañero, James Kirke Paulding, Irving creó la revista literaria Salmagundi, El Salpicón,
en enero de 1807. Escribiendo bajo varios seudónimos, tales como William Mago,
y Lanzarote Langstaff, Irving satirizó
la cultura y la política de Nueva York, de una manera similar a la revista Mad actual. El Salpicón
fue un éxito moderado, difundiendo el nombre y la reputación de Irving más allá de Nueva York. En su
edición XVII, del 11 de noviembre, 1807, Irving otorgó el apodo de “Gotham,” una palabra anglosajona que significa,
“Ciudad de Cabra,” a la ciudad de
Nueva York.
A finales de
1809, mientras vivía el duelo la muerte de su novia, Matilda Hoffman, de
diecisiete años de edad, Irving terminaba los trabajos sobre su primer libro
importante, Historia de Nueva York Desde
el Principio del Mundo Hasta el Fin de la Dinastía Holandesa, por Diedrich
Knickerbocker (1809), una sátira sobre la historia local, y la política
contemporánea propias. Antes de su publicación, Irving comenzó un engaño publicitario, semejante a campañas de mercadeo
viral de hoy; colocó una sección de anuncios de personas desaparecidas, en
periódicos de Nueva York, un anuncio que buscaba información sobre Diedrich
Knickerbocker, un irritable historiador holandés, que supuestamente había desaparecido
de su hotel, en la ciudad de Nueva York. Como parte del ardid, Irving colocó una noticia,
supuestamente del propietario del hotel, informando a los lectores, que si el
Sr. Knickerbocker no regresaba al hotel, a pagar su factura, iba a publicar un manuscrito
que Knickerbocker había dejado abandonado.
Los lectores
desprevenidos siguieron la historia de Knickerbocker y su manuscrito con
interés, y algunos funcionarios de la ciudad de Nueva York, estuvieron lo
suficientemente preocupados sobre el historiador perdido, a tal grado que consideraron
hacer una oferta para ofrecer una recompensa por su regreso seguro. Viajando en
la cresta de la ola del interés público que había creado con su engaño, Irving,
adoptando el seudónimo de su historiador holandes, publicó, Historia de Nueva York, el 6 de
diciembre de 1809, con un inmediato éxito popular de crítico. “Que el público lo tomára,” Irving
comentó, “dándome celebridad, como una
obra original, fue algo extraordinario y poco común en los Estados Unidos.” En
la actualidad, el apellido de Diedrich Knickerbocker, el narrador ficcionalizádo
de ésta y otras obras de Irving, se ha convertido en un apodo, para los
residentes de Manhattan en general.
Tras el éxito
de, “Historia de Nueva York,” Irving buscó un trabajo y, finalmente,
se convirtió en el editor de, La Revista
Analéctica, donde escribió biografías de los héroes navales como James
Lawrence y Oliver Perry. También estuvo entre los primeros editores de revista,
en reimprimir el poema de Francis Scott Key,
“La Defensa del Fuerte McHenry,” que
más tarde sería inmortalizado como "The Star-Spangled Banner,” o, “La Bandera de la Barras y las Estrellas,”
el himno nacional de los Estados Unidos.
Al igual que
muchos comerciantes y neoyorquinos, Irving
se opuso inicialmente a la Guerra Anglo-Estadounidense
de 1812, pero la Quema de Washington,
DC en 1814, lo convenció para alistarse. Irving
sirvió en el personal de Daniel Tompkins, gobernador de Nueva York y comandante
de la Milicia del Estado de Nueva York. Aparte de una misión de reconocimiento
en la región de los Grandes Lagos, no vio acción real. La guerra fue un
desastre para muchos comerciantes americanos, entre ellos la familia de Irving, y a mediados de 1815 se fue a
Inglaterra para tratar de salvar la empresa comercial de la familia. Irving permanecería en Europa durante los próximos diecisiete años. Irving fue elegido
miembro de la Sociedad Anticuaria Norteamericana en 1815.
La Vida en
Europa
El Libro de
Apuntes
Irving pasó los siguientes dos años tratando de rescatar financieramente la empresa familiar, pero finalmente tuvo que declararse en quiebra. Sin perspectivas de empleo, Irving continuó escribiendo durante
todo 1817 y 1818. En el verano de 1817, visitó a Walter Scott, comenzando una amistad
personal y profesional de toda la vida.
Irving continuó escribiendo: compuso el cuento, “Rip Van Winkle,” durante una sola noche, durante su estancia con
su hermana Sarah y su esposo, Henry van Wart, en Birmingham, Inglaterra, un
lugar que también inspiró otras de sus obras.
En octubre de 1818, William, el hermano
de Irving, le garantizó un puesto
como oficial mayor de la Marina de los Estados Unidos, y le instó a regresar a
casa. Irving rechazó la oferta, optando por
quedarse en Inglaterra para seguir una carrera de escritor .
En la primavera
de 1819, Irving envió a su hermano
Ebenezer, quien estaba en Nueva York, una serie de prosas breves que le pidió fueran
publicadas como, “El Libro de Apuntes de
Geoffrey Crayon, Caballero.” La primera entrega, la cual contenía, “Rip Van
Winkle,” fue un enorme éxito, y el resto de la obra también sería igualmente un
éxito. Fue publicada en 1819-1820 en siete entregas en Nueva York, y en dos
volúmenes en Londres. “La Leyenda de
Sleepy Hollow,” aparecería en la sexta entrega de la edición de Nueva York,
y el segundo volumen de la edición de Londres.
Al igual que
muchos autores de éxito de ésta época, Irving
luchó contra los contrabandistas literarios. En Inglaterra, algunos de sus
bocetos fueron reimpresos en periódicos sin su permiso, una práctica legal, ya
que no había ninguna ley internacional de derechos de autor en el momento. Para
evitar más piratería en Gran Bretaña, Irving
pagó para que las primeras cuatro entregas estadounidenses, fueran publicadas
en un solo volumen, por John Miller en Londres. Irving apeló a Walter Scott en busca de ayuda para la adquisición
de un editor de mayor confianza para el resto del libro. Scott le refirió a Irving su propio editor, de la poderosa
casa editora de Londres, John Murray, quien accedió tomando el libro bajo el
nombre de, El Libro de Apuntes. A
partir de entonces, Irving publicaría
simultáneamente en Estados Unidos y Gran Bretaña para proteger sus derechos de
autor, siendo Murray su editor Inglés de elección.
La reputación de
Irving se disparó, y durante los
siguientes dos años, estuvo llevando una vida social activa en París y Gran Bretaña,
donde fue agasajado con frecuencia como una anormalidad de la literatura: Un
americano recién llegado, que se atrevió a escribir buen Inglés.
En agosto de 1824, Irving publicó la colección de ensayos, Cuentos de un Viajero, incluyendo el cuento, “El Diablo y Tom Walker,” bajo su personaje de Geoffrey Crayon. “Creo que allí hay algunas de las mejores cosas que he escrito,” Irving le dijo a su hermana. Sin embargo, mientras que el libro se vendió respetablemente, “Cuentos de un Viajero” fue rechazado por los críticos, quienes criticaron tanto al libro como a su autor. “El público debe ser guiado a esperar cosas mejores,” escribió la, United States Literary Gazette, mientras que el, New York-Mirror, declaró que Irving estaba “sobrevalorado.” Herido y deprimido por la recepción del libro, Irving se retiró a París, donde pasó el siguiente año preocupado por las finanzas, y anotando ideas de proyectos que nunca se materializaron.
Bracebridge Hall
y Cuentos de un Viajero
Mientras que Irving
y su editor John Murray estaban ansiosos por dar seguimiento al éxito de, “El Libro de Apuntes,” Irving pasó gran
parte del año de 1821 viajando por Europa en busca de nuevo material, leyendo
mucho en los cuentos populares de Holanda y Alemania. Obstaculizado por las
trabas a los escritores, y deprimido por la muerte de su hermano William,
Irving trabajó lentamente, y finalmente, entregó un manuscrito completo a
Murray, en marzo de 1822. El libro, Bracebridge
Hall, o Los Humoristas, Un Popurrí, cuya ambientación se ubica
aproximadamente en la mansión, Aston
Hall, ocupada por miembros de la familia Bracebridge, cerca de la casa de su
hermana, en Birmingham, fue publicado en junio 1822.
El formato de este
libro, “Bracebridge,” fue similar al
de, “El Libro de Apuntes,” con Irving, como Crayon, narrando una serie
de más de medio centenar de cuentos y ensayos cortos vagamente conectados. Aunque
algunos críticos pensaron que Bracebridge
era una imitación menor del, “Libro de
Apuntes,” el libro fue bien recibido
por los lectores y críticos. “Hemos recibido
tanto placer de este libro,” escribió el crítico Francis Jeffrey en el Edinburgh Review, “que nos sentimos obligados en agradecimiento ... a hacer un reconocimiento
público del mismo.” Irving se sintió relajado en su recepción, lo que hizo
mucho para cimentar su reputación con los lectores europeos.
Todavía luchando
contra un obstáculo de escritores, Irving viajó
a Alemania, estableciéndose en Dresden, en el invierno de 1822. Aquí Irving deslumbró a la familia real, y
se unió a la señora Amelia Foster, una estadounidense que vivía en Dresden con
sus cinco hijos. Irving se sintió particularmente atraído a Emily, la hija
de 18 años de edad de la señora Foster, y compitió en frustración por la mano
de ella. Emily finalmente rechazó su propuesta de matrimonio, en la primavera
de 1823.
Irving regresó a París
y comenzó a colaborar con el dramaturgo John Howard Payne en las traducciones
de obras francesas para el escenario Inglés, con poco éxito. También aprendió a
través de Payne, que la novelista Mary Wollstonecraft Shelley estaba
románticamente interesada en él, aunque Irving
nunca continuó con la relación.
En agosto de 1824, Irving publicó la colección de ensayos, Cuentos de un Viajero, incluyendo el cuento, “El Diablo y Tom Walker,” bajo su personaje de Geoffrey Crayon. “Creo que allí hay algunas de las mejores cosas que he escrito,” Irving le dijo a su hermana. Sin embargo, mientras que el libro se vendió respetablemente, “Cuentos de un Viajero” fue rechazado por los críticos, quienes criticaron tanto al libro como a su autor. “El público debe ser guiado a esperar cosas mejores,” escribió la, United States Literary Gazette, mientras que el, New York-Mirror, declaró que Irving estaba “sobrevalorado.” Herido y deprimido por la recepción del libro, Irving se retiró a París, donde pasó el siguiente año preocupado por las finanzas, y anotando ideas de proyectos que nunca se materializaron.
Libros Españoles
Mientras estuvo en
París, Irving recibió una carta de Alexander Colina Everett, el 30 de enero de
1826. Everett, quien recientemente había sido nombrado ministro estadounidense
en España, instó a Irving a unirse a él en Madrid, señalando que una serie de manuscritos que
trataban sobre la conquista española de las Américas, recientemente se habían hecho públicos. Irving fue a Madrid y con gran entusiasmo, comenzó recorriendo los
archivos españoles con el fin de ver el material colorido.
Con total acceso
a la masiva biblioteca de historia española del cónsul estadounidense, Irving comenzó a trabajar en varios
libros a la vez. El primer fruto de este arduo trabajo fue, “Una Historia de la Vida y Viajes de
Cristóbal Colón,” publicada en enero de 1828. El libro fue muy popular en
los Estados Unidos y en Europa, y tendría 175 ediciones publicadas hasta antes
del fin de siglo. También fue el primer proyecto de Irving, que se publicaría con su propio nombre, en lugar de un
seudónimo, en la portada. Irving fue
invitado a quedarse en el palacio del duque de Gor, quien le dio acceso sin
restricciones a su biblioteca, la cual contenía muchos manuscritos medievales. “Crónica de la Conquista de Granada,”
se publicó un año más tarde, seguido por,
“Viajes y Descubrimientos de los Compañeros
de Colón,” en 1831.
Los escritos de Irving sobre Colón, son una mezcla de
historia y ficción, un género que es llamado hoy, historia romántica. Irving los basó en una amplia
investigación en los archivos españoles, pero también añade elementos
imaginativos dirigidos a afilar la historia. La primera de estas obras es la
fuente del mito duradero, que los europeos medievales creían que la Tierra era
plana.
En 1829, Irving se mudó a un antiguo palacio de
Granada, La Alhambra, “decidido a
quedarme aquí,” dijo, “hasta que
consiga algunos escritos en curso relacionado con el lugar.” Antes de que pudiera obtener cualquier
escrito significativo, en marcha, sin embargo, fue notificado de su
nombramiento como Secretario de la Legación de Estados Unidos, en Londres.
Preocupado, sintió que iba a decepcionar a sus amigos y familiares si se negaba
la posición, Irving abandonó España,
para irse a Inglaterra en julio 1829.
Secretario de la Legación de Estados Unidos, en Londres.
Al llegar a Londres, Irving se unió al personal del ministro norteamericano
Louis McLane. McLane asigna inmediatamente el trabajo de la secretaria diaria a
otro hombre, y asigna a Irving el papel de ayudante de campo. Los dos
trabajaron durante el próximo año, para negociar un acuerdo comercial entre
Estados Unidos y la Indias Orientales Britanicas, llegando finalmente a un
acuerdo en agosto de 1830. Ese mismo año, Irving
fue galardonado con una medalla de la Real Sociedad de Literatura, seguido de
un honorario doctorado en derecho civil de Oxford en 1831.
Después del retiro de McLane a los Estados Unidos en 1831 para servir como
secretario de Hacienda, Irving se
quedó como encargado de negocios de la legación hasta la llegada de Martin Van
Buren, nominado por el presidente Andrew Jackson por ministro británico. Con
Van Buren en su lugar, Irving
renunció a su cargo para concentrarse en la escritura, completando finalmente Cuentos de la Alhambra, que se publicó
simultáneamente en los Estados Unidos e Inglaterra en 1832.
Irving todavía
estaba en Londres cuando Van Buren recibió la noticia de que el Senado de
Estados Unidos se había negado a confirmarlo como el nuevo ministro. Consolando
a Van Buren, Irving predijo que el
movimiento partisano del Senado sería contraproducente. “No me sorprendería,” dijo Irving, “si esta votación del Senado va más allá, elevándolo a la silla
presidencial.”
Retorno a América
Washington Irving llegó a Nueva York, después de diecisiete años en el extranjero, el 21
de mayo de 1832. Ese septiembre, Irving acompañó al Comisionado de Asuntos
Indígenas de Estados Unidos, Henry Leavitt Ellsworth, junto con los compañeros
de Charles La Trobe y el conde Albert-Alexandre de Pourtales, en una misión de
topografía en lo profundo del territorio indio. A la conclusión de su gira al
oeste, Irving viajó a través de
Washington, DC, y Baltimore, donde entró en contacto con el político y novelista,
John Pendleton Kennedy.
Frustrado por malas inversiones, Irving
volvió a escribir para generar ingresos adicionales, comenzando con, “Un Viaje por las Praderas,” una obra
que relaciona sus recientes viajes en la frontera. El libro fue un éxito popular
más y también el primer libro escrito y publicado por Irving en los Estados Unidos desde “Una Historia de Nueva York,” en 1809. En 1834, se le acercó el
magnate de la piel, John Jacob Astor, quien convenció a Irving para que escribiera una historia de su colonia poblacional de
comercio de pieles, en el noroeste de América, ahora conocida como, Astoria,
Oregon. Irving hizo un trabajo
rápido, del proyecto de Astor, enviando el adulador relato biográfico, titulado,
Astoria en febrero de 1836. En 1835, Irving,
Astor, y algunos otros, fundaron la Sociedad de San Nicolás en la ciudad de
Nueva York.
Durante una estancia prolongada en Astoria, Irving se reunió con el
explorador Benjamin Bonneville, quien intrigó a Irving con sus mapas e historias de los territorios, más allá de
las Montañas Rocosas. Cuando los dos se reunieron, en Washington, DC, varios
meses después, Bonneville optó por vender sus mapas y notas de apuntes a Irving, por $ 1.000. Irving
utilizó estos materiales como base para su libro de 1837, Las Aventuras del Capitán Bonneville.
Estas tres obras componen la serie de libros, “Oeste” de Irving, y
fueron escritas en parte como respuesta a las críticas de que su tiempo en
Inglaterra y España donde lo había considerado más europeo que americano. En la
mente de algunos críticos, en especial James Fenimore Cooper, y Philip Freneau,
Irving había dado la espalda a su
herencia de los Estados Unidos, en favor de la aristocracia Inglésa. Los libros del Oeste de Irving, en particular, “Un
Viaje a las Praderas,” fueron bien recibidos en los Estados Unidos, aunque
los críticos británicos acusaron a Irving de "Un Fabricante de Libros.”
En 1835, Irving compró una “cabaña abandonada” y sus alrededores,
frente al río que rodea en Tarrytown, Nueva York. La casa, que él nombró
Sunnyside en 1841, requeriría reparación
y renovación constante en los próximos veinte años. Con los costos de Sunnyside
escalando, Irving aceptó de mala
gana en 1839, en convertirse en un colaborador habitual de la revista, The Knickerbocker, escribiendo nuevos
ensayos y cuentos bajo los seudónimos Knickerbocker y Craynon.
Fue abordado regularmente por jóvenes aspirantes a autores, en busca de asesoramiento o respaldo, incluyendo a Edgar Allan Poe, quien buscó los comentarios
de Irving en “William Wilson” y “La Caída
de la Casa Usher.” Irving también
defendió la literatura madura de los Estados Unidos, abogando por leyes fuertes de derechos de autor, con el fin de proteger a los escritores de la clase de
piratería que había sido inicialmente infestada, en el, “El Libro de los Apuntes.” Escribiendo en la edición de enero 1840,
de Knickerbocker, Irving apoyó abiertamente la
legislación de derechos de autor en trámite en el Congreso de Estados Unidos. “Tenemos una joven literatura,” escribió,
“que diariamente salta desdoblándose con
maravillosa energía y exuberancia, que ... se merece todo nuestro cuidado de fomentar.”
La legislación no pasó. En 1841, Irving fue elegido en la Academia
Nacional de Diseño, como Académico de Honor.
Irving en esta
época también comenzó una correspondencia amistosa con el escritor Inglés,
Charles Dickens, y fue anfitrión del autor y su esposa en Sunnyside, durante la
gira americana de Dickens, en 1842.
Ministro de España.
En 1842, después su ratificación, por el secretario de Estado, Daniel
Webster, el presidente John Tyler, nombró a Irving como Ministro de España.
Irving estaba sorprendido y honrado, escribiendo, “Va a ser una dura prueba el ausentarme por un tiempo de mi querida
pequeña Sunnyside, pero voy a volver a ella mejor capacitado, para llevarla
cómodamente allí.”
Mientras que Irving esperaba
que su posición como ministro, le permitiera el suficiente tiempo para
escribir, España estuvo en un estado de agitación política perpetua durante la
mayor parte de su mandato, con un número de facciones en guerra que competían
por el control de la monarca de doce años de edad, la Reina Isabel II. Irving mantuvo buenas relaciones con
los diversos generales y políticos, mientras el control de España giró en torno
a Espartero, Bravo, y después Narváez. Sin embargo, la política y la guerra fueron
extenuantes, e Irving, lleno de
nostalgia y con el sufrimiento de una piel inflamada, se fue sintiendo rápidamente
desalentado:
“Me siento abrumado y a veces adolorido de las
políticas miserables de éste país. . . . Los últimos diez o doce años de mi vida, los he pasado entre los sórdidos
especuladores de los Estados Unidos, y aventureros políticos en España, quienes
me han mostrado mucho del lado oscuro de la naturaleza humana, a tal grado que
empiezo a tener dudas dolorosas de mi prójimo; y miro hacia atrás con pesar, al
tranquilo período de mi carrera literaria, cuando, siendo pobre como una rata, sin
embargo era rico en sueños: Yo veía el
mundo a través del tamiz de mi imaginación, y era propenso a creer que los
hombres eran tan buenos como yo deseaba que fueran."
Con la situación política en España relativamente resuelta, Irving siguió vigilando de cerca el
desarrollo del nuevo gobierno y el destino de Isabela. Sus funciones oficiales
como Ministro Español también involucraban el negociar los intereses
comerciales estadounidenses con Cuba, y después debates en el parlamento
español sobre el comercio de esclavos. También Irving fue presionado al servicio, por el Ministro Estadounidense ante
la Corte de St. James en Londres, Louis McLane, para ayudar en las negociaciones
del desacuerdo anglo-estadounidense sobre la frontera de Oregon, que el recién
elegido presidente James K. Polk, se había comprometido a resolver.
Años Finales y Muerte.
Al regresar de España en 1846, Irving fijó su residencia permanente en
Sunnyside, y comenzó a trabajar en, “Edición
Revisada de Autor,” de una de sus obras para el editor, George Palmer
Putnam. Para su publicación, Irving
había hecho un acuerdo que le garantiza el 12 por ciento del precio de venta de
todos los ejemplares vendidos. Tal acuerdo no tenía precedentes en esa época. A
la muerte de John Jacob Astor, en 1848, Irving
fue contratado como albacea de la herencia de Astor y nombrado, por la
voluntad de Astor, como el primer presidente de la biblioteca Astor, un
precursor de la Biblioteca Pública de Nueva York.
Mientras revisaba sus más importantes obras para Putnam, Irving continuó escribiendo con
regularidad, publicando biografías del escritor y poeta, Oliver Goldsmith, en
1849, y en 1850 Irving trabajo sobre el profeta islámico Mahoma. En 1855,
produjo, El Gallinero de Wolfert, una
colección de cuentos y ensayos que había escrito originalmente para, The Knickerbocker y otras publicaciones,
y comenzó a publicar, en intervalos, una biografía de su tocayo, George
Washington, una obra que se esperaba, fuera su obra maestra. Cinco volúmenes de
la biografía de Washington se publicaron entre 1855 y 1859. Irving
viajaba regularmente a Mount Vernon y Washington, DC, para su investigación, y
entabló amistad con los Presidentes, Millard Fillmore, y Franklin Pierce.
Irving continuó
socializando y manteniéndose al día con su correspondencia bien en sus años
setenta, y su fama y popularidad continuó aumentando. “No creo que cualquier hombre, en cualquier país, ha tenido alguna vez
una admiración más cariñosa para él, como la que tuvo usted en los Estados
Unidos,” escribió el senador William C. Preston en una carta a Irving. “Creo que hemos tenido, sin embargo un hombre que está mucho en el
corazón popular.” En 1859, el autor Oliver
Wendell Holmes señaló que Sunnyside, se había convertido, “al lado de Mount Vernon, en la más conocida y más preciada de todas
las viviendas en nuestra tierra.”
En la noche del 28 de noviembre de 1859, a las 9:00 pm, sólo ocho meses
después de completar el volumen final de su biografía de Washington, Washington Irving murió de un ataque al
corazón, en su dormitorio en Sunnyside, a la edad de 76. La leyenda cuenta que
sus últimas palabras fueron: “Bueno,
tengo que arreglar mis almohadas para otra noche más. ¿Cuándo terminará esto?”
Fue enterrado bajo una lápida sencilla en el cementerio de Sleepy Hollow, el 1
de diciembre de 1859.
Irving y su
tumba fueron conmemorados por Henry Wadsworth Longfellow, en su poema de 1876, “En el Cementerio en Tarrytown,” que
concluye con:
“¡Qué dulce era la vida suya; que dulce una muerte!
Remolcar con regocijo las horas cansadas,
O con cuentos románticos, el corazón compartir;
Morir, para dejar una memoria como un aliento
De veranos llenos de sol y de lluvias,
Legado
Reputación Literaria
A Irving se le atribuye, en gran medida, ser el primer hombre norteamericano
de Letras, y el primero en ganarse la vida únicamente con su pluma. Elogiando a
Irving ante, La Sociedad Histórica de Massachusetts, en diciembre de 1859, su
amigo, el poeta Henry Wadsworth Longfellow, reconoció el papel de Irving en la promoción de la
literatura norteamericana: “Sentimos un
justo orgullo por su fama como autor, sin olvidar que, a sus otros derechos
sobre nuestra gratitud, se añade también el de haber sido el primero en ganar,
para nuestro país, un buen nombre y posición en la historia de las letras.”
Irving perfeccionó
el cuento americano, y fue el primer escritor estadounidense en colocar
firmemente sus historias en los Estados Unidos, así como tomar del folclore
alemán y holandés. También se le acredita generalmente como uno de los primeros
en escribir tanto en la lengua vernácula, y sin la obligación moral o didáctica
en sus cuentos, escribiendo historias, simplemente para entretener más que para
educar. Irving también alentó a quienes
serian posiblemente escritores. Tal como George William Curtis señaló, “no hay algún joven aspirante a la
literatura en el país, que, si alguna vez se reunió personalmente con Irving,
no escuchó de él, las palabras más amables de simpatía, respeto, y aliento.”
Algunos críticos, sin embargo, entre ellos Edgar Allan Poe, sentían que,
aunque a Irving se le debía dar crédito
por ser un innovador, su propia escritura era a menudo poco sofisticada. “Irving está muy sobrevalorado,” Poe
escribió en 1838, “y una buena distinción
puede hacerse entre su justo, y su subrepticia y adventicia reputación, entre
lo que es debido al pionero exclusivamente, y lo que es al escritor.” Un crítico para el, New-York Mirror, escribió: “Ningún
hombre en la República de las Letras ha sido más sobrevalorado que el señor
Washington Irving.” Algunos críticos señalaron especialmente que Irving, a pesar de ser un norteamericano,
se ocuparon de alimentar sensibilidad británica y , como un crítico señaló, escribió,
“para y debido a Inglaterra, en lugar de
su propio país.”
Otros críticos se inclinan a ser más tolerantes del estilo de Irving. William Makepeace Thackeray,
fue el primero en referirse a Irving como
el, “embajador del nuevo mundo de las
letras enviado al Viejo Mundo,” una pancarta elegida por escritores y
críticos a lo largo de los siglos 19 y 20.
“Él es el primero de los humoristas estadounidenses, ya que es casi el primero
de los escritores estadounidenses,” escribió el crítico H.R. Hawless, en
1881, “y aún perteneciendo al Nuevo
Mundo, hay un pintoresco sabor del Viejo Mundo acerca de él.”
Los primeros críticos a menudo tenían dificultades para separar a Irving el hombre de Irving el escritor, “La vida de Washington Irving fue uno de los más brillantes jamás liderado
por un autor,” escribió Richard Henry Stoddard, uno de los primeros biógrafos
de Irving, pero con el transcurrir
de los años, y la celebridad y personalidad de Irving desvaneciéndose hasta el
segundo plano, los críticos a menudo comenzaron a revisar sus escritos como puro
estilo, sin sustancia. “El hombre no
tenía un mensaje,” dijo el crítico Barrett Wendell. Sin embargo, los
críticos reconocieron que a pesar de la falta de temas sofisticados en Irving, el biógrafo de Irving, Stanley T. Williams, pudo haber
sido mordaz en su valoración sobre la obra de Irving. La mayoría acordó que escribió elegantemente.
Impacto en la Cultura Norteamericana
Irving popularizó
el apodo de “Gotham,” para la ciudad
de Nueva York, más tarde usado en los cómics y películas de Batman, como el
nombre de la, Ciudad de Gotham, y se
le atribuye la invención de la expresión, “el
todopoderoso dólar.”
El apellido de su historiador holandés, Diedrich Knickerbocker, se
asocia generalmente con Nueva York y los neoyorquinos, y todavía se puede ver a
través de los jerseys del equipo de baloncesto profesional de Nueva York,
aunque en su forma más familiar, abreviado, leyendo simplemente Knicks. En
Bushwick, Brooklyn, un barrio de la ciudad de Nueva York, hay dos calles
paralelas, de nombre Irving Avenue y Knickerbocker Avenue; estas últimas
constituyen el núcleo de la zona comercial de la zona.
Una de las contribuciones más duraderas de Irving a la cultura americana
está en la forma en que los estadounidenses perciben y celebran la Navidad. En
sus revisiones de 1812 de, “Una Historia
de Nueva York,” Irving inserta
una secuencia de ensueño donde aparece San Nicolás de Bari, quien se eleva
sobre las copas de los árboles, en un carruaje volador, una creación que otros
más tarde disfrazarían de Papá Noel.
En sus cinco cuentos de Navidad en el “Libro de Apuntes,” Irving describió una celebración idealizada de costumbres navideñas pasadas de moda en una pintoresca casa solariega Inglesa, donde representó armoniosas y cálidas fiestas inglesas navideñas de buen corazón, que experimentó durante su estancia en Aston Hall, Birmingham, Inglaterra, que habían sido por mucho tiempo abandonadas. Utilizó textos tales como, “La Reivindicación de la Navidad,” (Londres 1652), de antiguas tradiciones Inglesas de Navidad, que había transcrito en su diario como formato para sus historias. El libro contribuyó a la recuperación y reinterpretación de las Fiestas Navideñas en los Estados Unidos.
En sus cinco cuentos de Navidad en el “Libro de Apuntes,” Irving describió una celebración idealizada de costumbres navideñas pasadas de moda en una pintoresca casa solariega Inglesa, donde representó armoniosas y cálidas fiestas inglesas navideñas de buen corazón, que experimentó durante su estancia en Aston Hall, Birmingham, Inglaterra, que habían sido por mucho tiempo abandonadas. Utilizó textos tales como, “La Reivindicación de la Navidad,” (Londres 1652), de antiguas tradiciones Inglesas de Navidad, que había transcrito en su diario como formato para sus historias. El libro contribuyó a la recuperación y reinterpretación de las Fiestas Navideñas en los Estados Unidos.
En su biografía de Cristóbal Colón, Irving introdujo la errónea idea de
que los europeos creían que el mundo era plano antes del descubrimiento del
Nuevo Mundo. Tomado de Irving, el mito de la tierra plana ha sido enseñado como
un hecho a muchas generaciones de norteamericanos.
El pintor norteamericano John Quidor basó muchas de sus pinturas en escenas
de las obras de Irving, sobre el Nueva York Holandés, incluyendo las pinturas
de “Ichabod Crane Huyendo del Jinete Sin
Cabeza,” 1828, “El Regreso de Rip Van
Winkle,” 1849, y “El Jinete Sin
cabeza Persiguiendo a Ichabod Crane,” 1858. (Wikipedia en Ingles.)
Desposado con la Muerte
de Washington Irving
La posada “Al Buen Sediento” estaba totalmente
llena, a pesar de que se había pasado la hora de cerrar. Allí estaban los
inseparables amigos Gottfried Wolfgang, y André Leclerc, discutiendo
acaloradamente: “¡Eres un loco Gottfried!
¡Cásate con mi prima, y lárgate de aquí en cuanto antes con ella!”
Gottfried dijo, “¿Casarme en estos
tiempos? ¡Ni loco amigo!” Eran estudiantes de la Universidad, que en estos
momentos estaba suspendida. André dijo, “Escúcha
muchacho, aquí los estudios se acabaron. ¿Quién va a clases si hay que oír al
ciudadano Robespierre?” La revolución había estallado en su máximo furor, y
el terror había llegado a todo Francia.
André dijo, “¿Quién ahora tiene
segura la cabeza entre sus hombros? ¡Ni tú, Gottfried, que eres alemán!”
Gottfried dijo, “Yo no me meto en
política.” Pero André le dijo, “Ya
sabes que no se necesita que sea verdad. Basta con que alguien diga y te
denuncie al comité de Salud Pública. Por eso para evitarte mayores
complicaciones, ¡Cásate y vete!” Gottfried le dijo, “Pero, ¿Qué no sabes las últimas novedades? ¡No se puede salir de
Francia!¡Ni siquiera de Paris! Quien lo intenta, es tomado por sospechoso, y
sin más, lo remiten a la conserjería. Yo como extranjero, menos puedo ahora
dejar el país. Y bien, en cuanto al asunto del casorio…” André dijo, “No sabía yo que las cosas estuvieran así
para los de afuera.” Gottfried dijo, “Gabrielle
me gusta. Sí la quiero…pero casarme…” André dijo, “La pobre te ama como una loca.” Gottfried dijo, “Atiende, me casaría, pero no como están las
cosas. ¡No hay seguridad de nada!” André dijo, “Es cierto…” Gottfried dijo, “Hasta
ahora me han dejado en paz los ‘Sansculottes’ pero, ¿Mañana será igual?” André
dijo, “Nadie sabe lo que pueda pensar
Robespierre…”
En ese momento, unos golpes
dados a la puerta, hicieron que todos calláran y miráran hacia la puerta. André
dijo, “¡Diablos! Es la contraseña, pero…”
El posadero inmediatamente cubrió las luces con unas telas adecuadas, y dijo, “¡Shiittt!¡No hablen, o estaremos todos
perdidos!¡Pueden ser los ‘Sansculottes!’” Luego, con una sola vela en la
mano, se acercó a la puerta, y dijo, “¿Quién
llama?¡Y ya no es hora de servir a nadie!¡Lárguese a otra parte!” Del otro lado de la puerta, se escuchó, “Papá Niceto, soy yo, Marcel, ‘El Sapo’”
El posadero dijo, “Las asambleas
prohibieron las reuniones, y más aún de noche!” Del otro lado se escuchó, “Yo solo vine a dormir, ¡Me caigo de sueño!”
Aquellas frases contestadas en tono lastimero, era una contraseña, que estaba
convenida entre ellos. El posadero dijo, “Espera,
ahora ábro!” Todos allí eran gente de humilde cuna, gente de pueblo, pero
que ya no se sentía segura entre los suyos. Al abrir la puerta, el posadero
dijo, “Es Marcel. ¡Pero aún no descubran
las luces!” Una ola de terror sacudía a todos. Nadie se sentía seguro. El
posadero lo hizo entrar, diciendo, “¿Estás
seguro que nadie te sigue?” Marcel dijo, “Ya sabes que soy precavido. En la calle no hay nadie, por ahora.”
Cuando se consideraron seguros, descubrieron las luces. Un hombre dijo, “¿Por qué viniste tan tarde, ‘Sapo’?” Marcel dijo, “¡Me persiguieron!¡Tuve que esconderme en las cañerías!” Todos los
presentes lo oían. Sin querer, se estremecieron al pensar que ellos mismos
podían ser los perseguidos. El hombre le dijo, “¿Porqué? ¿Qué hiciste?” Marcel dijo, “Estaba hablando con Tomas de Colette, en su casa.” Marcel
temblaba. En su cara, aún se notaba el pánico sufrido, y dijo, “Cuando llamaron a la puerta…¡Aquel modo de
llamar no me gusto nada! Y fue peor cuando hablaron…”
Marcel empezó a relatar la
escena: “No me cupo la menor duda que mi
amigo estaba perdido, y yo también si llegaban a agarrarme. Le dije, ‘¡No
abras!¡Vámonos de aquí!’ Tomás me dijo, ‘P-pero, ¿Yo que hecho?’De un manotazo
apagamos la vela y nos dirigimos a la ventana, mientras arreciaban los golpes.
‘¡Ciudadano Tomas Durand, abre o derribamos la puerta!’ Yo dije, ‘¡Pronto,
pronto, vámonos!’ Salimos a la cornisa, ¡Dios!¡Pero jamás en mi vida he sentido
tanto miedo como hace rato!¡Aún tiemblo! Yo tenía una vaga idea de huir por los
tejados. Dije a Tomás, ‘Luego caeremos a otra calle…dudo que esos sanculottes
nos sigan por aquí.’ Pero no contamos con las mujeres esas famosas viudas de la
Guillotina que salen de donde menos se espera uno. Una de ellas gritó, ‘¡Ahí
van los aristócratas!¡Los perros traidores!’ Aquellos gritos nos pusieron alas.
El pánico se apoderó de nosotros.’ Entonces le dije, ‘Si seguimos por la azoteas
nos irán denunciando!¡Salta a la calle!’ No puedo explicarles como lo hicimos,
pero del tejado caímos a un balcón. No temimos desbarrancarnos. Temíamos a los
Sansculottes. Pero vino la de malas. Tomás al llegar a la calle, se lastimó el
pie. Lo ayudé a ponerse en pie. El infeliz gemía de dolor. Decía, ‘¡No
puedo!¡Es imposible seguir! Yo le dije, ‘¡Vamos a casa del ‘Ratón!’ ¡Ahí nos
ocultaremos!’No fuimos muy lejos. Los gritos de esas brujas malditas guiando a
nuestros perseguidores, llegaron hasta nosotros.
Escuché sus gritos, ‘¡Por ahí van! ¡Los alcancé a ver a través del balcón!’Tomás me dijo, ‘¡Sálvate Marcel!¡Escapa tú que puedes! Tú con los amigos quizá puedas sacarme de la conserjería. ¡Vete, vete!’ Le dije, ‘Pero no puedo dejarte así!’ Él me dijo, ‘Vete si no quieres que te apresen a ti también, y entonces nada podrá salvarnos!’ Comprendí que tenía razón, además, si íbamos con el ‘Ratón,’ también podríamos comprometerlo. Mientras huía, solamente alcancé a escuchar, ‘¡Ahí está uno!’ ‘¡Y allá va otro!’Me dispararon, pero afortunadamente su puntería no fue tan buena como su voluntad. Oí sus pasos tras de mí, pero ahora al menos sabia que sus armas estaban descargadas. No sé qué ángel bueno me dio la idea de que levantára una losa, y me metiera a una atarjea. Pensé, ‘¡Sólo necesito unos segundos!¡No más!’ Sintiendo que el corazón se me quería escapar por las boca, los oí pasar sobre mi cabeza, diciendo, ‘¡Debe haberse metido en alguna parte!¡No puede haber desaparecido en el aire!’ ‘Busquemos bien!’Casi no me atreví a respirar ¡Y les júro que no me di cuenta de la peste que allí reinaba! Pensé, ‘¿Se habrán ido?¡Cómo me gustaría saberlo!’ No puedo decir cuánto tiempo pasé allí. Para mí que fueron siglos, hasta que dije en mi mente, ‘No oigo nada.’ Al fin salí. La calle estaba solitaria, y ya no se oía ninguna voz. Pensé, ‘¡Se fueron! Con seguridad se cansaron de buscarme inútilmente.’ No me quise arriesgar. Me metí en el callejón que me resultó más próximo. Pensé, ‘¡Pobre Tomás! A ese si que lo agarraron sin mucho esfuerzo.’
Escuché sus gritos, ‘¡Por ahí van! ¡Los alcancé a ver a través del balcón!’Tomás me dijo, ‘¡Sálvate Marcel!¡Escapa tú que puedes! Tú con los amigos quizá puedas sacarme de la conserjería. ¡Vete, vete!’ Le dije, ‘Pero no puedo dejarte así!’ Él me dijo, ‘Vete si no quieres que te apresen a ti también, y entonces nada podrá salvarnos!’ Comprendí que tenía razón, además, si íbamos con el ‘Ratón,’ también podríamos comprometerlo. Mientras huía, solamente alcancé a escuchar, ‘¡Ahí está uno!’ ‘¡Y allá va otro!’Me dispararon, pero afortunadamente su puntería no fue tan buena como su voluntad. Oí sus pasos tras de mí, pero ahora al menos sabia que sus armas estaban descargadas. No sé qué ángel bueno me dio la idea de que levantára una losa, y me metiera a una atarjea. Pensé, ‘¡Sólo necesito unos segundos!¡No más!’ Sintiendo que el corazón se me quería escapar por las boca, los oí pasar sobre mi cabeza, diciendo, ‘¡Debe haberse metido en alguna parte!¡No puede haber desaparecido en el aire!’ ‘Busquemos bien!’Casi no me atreví a respirar ¡Y les júro que no me di cuenta de la peste que allí reinaba! Pensé, ‘¿Se habrán ido?¡Cómo me gustaría saberlo!’ No puedo decir cuánto tiempo pasé allí. Para mí que fueron siglos, hasta que dije en mi mente, ‘No oigo nada.’ Al fin salí. La calle estaba solitaria, y ya no se oía ninguna voz. Pensé, ‘¡Se fueron! Con seguridad se cansaron de buscarme inútilmente.’ No me quise arriesgar. Me metí en el callejón que me resultó más próximo. Pensé, ‘¡Pobre Tomás! A ese si que lo agarraron sin mucho esfuerzo.’
Marcel, “El Sapo,” terminó el relato. Otro estudiante le hizo más
preguntas. “¿Estás seguro de que a Tomás se lo llevaron a la conserjería?”
Marcel dijo, “¿Y a qué otro lugar si no?”
El joven preguntó, “Es cierto que
allí se llena y se vacía casi todos los días.” Marcel dijo, “¡Como que la guillotina no descansa mas que
de noche!¡Y a veces ni eso!” Todos los allí presentes eran estudiantes de
una universidad. Era una hermandad que aún no se rompía. Un estudiante dijo, “¿Quién lo habrá denunciado y de qué?” Marcel
dijo, “Eso, ¿De qué? Lo más fácil es
decir que es enemigo de la Asamblea.” El estudiante dijo, “O que ha jurado matar al ciudadano
Robespierre.” Marcel dijo, “¡Lo que
sea! Sabemos de sobra cuál sería la sentencia, ¡La Guillotina!” Gottfried
dijo, “Perdonen que me meta en sus cosas
pero, ¿Puedo dar una opinión?” El estudiante dijo, “¡Claro! Ya sabes que, aquí entre nosotros, nadie te considera extraño,
ni menos extranjero.” Gottfried no quería herir el orgullo de sus
compañeros, dando una opinión que fuera contraria. Los apreciaba a todos, y
dijo, “Lo de la denuncia debemos
olvidarla. Saber en qué consiste no ayuda en nada.” Un estudiante dijo, “Es cierto. El tudesco tiene razón.”
Gottfried dijo, “Lo que debemos pensar es
cámo salvarlo de la conserjería.” André dijo, “¿Estás soñando compadre? ¡Nadie sale de ahí, si no es para hacer el
último viaje!” André agregó, “Me han
dicho que para salvar al delfín, hijo del difunto Luis XVI, se hicieron fuertes
conjuras.” Marcel dijo, “Eso me han dicho
a mí, pero todas fallaron.” Gottfried dijo, “Tengo una idea, es peligrosa, pero se podría intentar, para salvar a
tomas que confía en nosotros.” André dijo, “Compadre, tu cabeza boluda tiene ideas que no a todos se nos ocurren.
¡Échala Afuera!” Gottfried bajó la voz. Todos se acercaron para no perder
palabra. “Mañana iremos a la asamblea del
comité de salud pública, y oiremos lo que se dice.” André dijo, “Es fácil.” Gottfried dijo, “Con lo que sea, sabremos la hora que lo
sacarán de allí, y es cuando podremos intervenir.”
Al día siguiente se mezclaron
con la gente que se encaminaba al edificio donde se celebraban los juicios. Uno
entre la muchedumbre gritaba, “¡Mueran
los aristócratas!¡Mueran los enemigos del pueblo!” Otro gritaba, “¡A la guillotina con todos ellos!” Los
estudiantes, André y Gottfried entraron agolpadamente entre os hombres y
mujeres que gustaban de aquel espectáculo. Uno de la muchedumbre, gritaba
frenéticamente, “¡Ja, Ja, Ja!¡Cómo me
divierte ver esos cuerpos sin cabeza!¡Parecen pollos listos para ir al
horno!¡Ja, Ja, Ja!” Poco después, Gottfried y André estaban acomodados en
la galería. Gottfried pensó, “Me da la
impresión de que todos estos son como perros rabiosos.” Gottfried había
visto caer la cabeza del que fuera Luis XVI, así como la de María Antonieta.
Gottfried pensaba, “Odiaban el sistema
político…No me gustó que hicieran esas cosas, pero tenían una justificación.”
Aquellas ideas tenía que guardárselas muy adentro, pues de externarlas, corría
el peligro de subir al patíbulo. Gottfried siguió pensando, “Necesitaban cortar de tajo la posibilidad
de que volviera la monarquía. Pero ahora como están las cosas ¡No hay
justificación alguna!¡Ya no hay aristócratas que perseguir!¡Ahora son los de
ellos mismos, sus compañeros de lucha, los iniciadores del movimiento, los que
mueren!”
Al mismo tiempo, allá en la
conserjería, los prisioneros solo esperaban el momento de ser llamados a
juicio. Allí estaba Tomás, atendido por otra prisionera, quien le decía, “Me llamo Claudia Silvester…mi padre llevaba
legumbres al palacio del conde Provenza.” Tomas le dijo, “¿Y eso es delito?” Claudia dijo, “Ahora sí, dicen que éramos traidores a la
causa del pueblo; que alimentábamos a los aristócratas.” La infeliz joven
contaba su historia con voz apagada: “¿Y
a quién podíamos vender lo que sembrábamos? Teníamos un puesto en el mercado…de
allí se llevaron a mi padre.” Claudia ya no lloraba. Había visto morir a su
padre y a su madre, días atrás en la guillotina. “Mi hermano, pero yo deseaba despedirme de mis padres. ¡No me importaba
morir con ellos! Mi hermano se fue…y también eso va en contra mía, pues no sé a
dónde pudo haber ido.” Tomás dijo, “Pero
usted, ¿Qué mal puede hacer a la republica?”
Claudia dijo, “No sé. Allí, cuando estaba viendo subir al patíbulo a mis padres, alguien me reconoció y me denuncio.” Tomás dijo, “¡Los Miserables!” Ella le dijo, “Me detuvieron y me trajeron aquí. Así es mejor. Pronto me reuniré con ellos. No quiero vivir.” Tomás dijo, “¡Lo lamento! No sé qué decirle.” La noche anterior Tomás había sido arrojado sin miramientos, por sus captores, a esa enorme sala prisión. Tomás le dijo, “Ya, ya deje mi pie. Al fin y al cabo pronto dejaré de padecer también.” Ella le dijo, “Quizá hagamos el viaje juntos.” Tomas le preguntó, “Pero, ¿No tiene miedo a morir?” Ella dijo, “No, sé que hay un Dios que pronto castigará tantos y tantos crímenes.” Tenía solo 21 años, pero la vida había sido dura con ella, y no le guardaba ya ninguna ilusión. Claudia dijo, “Quisiera que fuera ahora mismo. Sí, ahora. Tengo miedo de vivir entre tanto canalla.” Tomás dijo, “¡Por favor calle!¡Que pueden oírla!” Ella dijo, “¿Qué más pueden hacerme que quitarme la vida? Si me quieren oír, que me oigan.” Tomás le dijo, “Es cierto, pero, ¡No puedo acostumbrarme a ver la muerte tan de cerca!”
Claudia dijo, “No sé. Allí, cuando estaba viendo subir al patíbulo a mis padres, alguien me reconoció y me denuncio.” Tomás dijo, “¡Los Miserables!” Ella le dijo, “Me detuvieron y me trajeron aquí. Así es mejor. Pronto me reuniré con ellos. No quiero vivir.” Tomás dijo, “¡Lo lamento! No sé qué decirle.” La noche anterior Tomás había sido arrojado sin miramientos, por sus captores, a esa enorme sala prisión. Tomás le dijo, “Ya, ya deje mi pie. Al fin y al cabo pronto dejaré de padecer también.” Ella le dijo, “Quizá hagamos el viaje juntos.” Tomas le preguntó, “Pero, ¿No tiene miedo a morir?” Ella dijo, “No, sé que hay un Dios que pronto castigará tantos y tantos crímenes.” Tenía solo 21 años, pero la vida había sido dura con ella, y no le guardaba ya ninguna ilusión. Claudia dijo, “Quisiera que fuera ahora mismo. Sí, ahora. Tengo miedo de vivir entre tanto canalla.” Tomás dijo, “¡Por favor calle!¡Que pueden oírla!” Ella dijo, “¿Qué más pueden hacerme que quitarme la vida? Si me quieren oír, que me oigan.” Tomás le dijo, “Es cierto, pero, ¡No puedo acostumbrarme a ver la muerte tan de cerca!”
En ese momento, oyeron que la
reja se abría, y un escolta entraba al enorme calabozo. Claudia dijo, “¡Allí están otra vez esos
carniceros!¡Vienen por más!” Efectivamente allí estaba un oficial con su
escolta llamando a unos prisioneros. “Carlos
Bocarat. Nicol Therier.” Todos sabían que iban a esa comedia que todos
llamarían juicio, sin que tuvieran oportunidad de defenderse. “Claudia
Silvester. Tomás Durant. Felipe Courier…” Tomás hacia esfuerzos para poder
caminar. Su pie estaba dislocado, y caminar para él era un gran tormento. Una de
la muchedumbre gritaba, “¡Crimen!¡Los
tribunales del pueblo no tienen su tiempo!” Salieron a la calle donde los
habitantes de Paris trataban de no verlos. No deseaban reconocer a nadie. Una mujer
que iba a un lado de Claudia dijo, “¿Por
qué a mí?¡Yo no he hecho nada!” Claudia le dijo, “¡Valor!¡No se desaníme!” Tomas dijo, “Eso que pregunta ella, nos preguntamos todos. No he cometido ningún
delito, y sin embargo…” Claudia dijo, “Ya
no es tiempo de preguntarse nada, sino lo que será la muerte, y lo que habrá
detrás de ella.”
Ser pariente o conocido de un
prisionero, era suficiente para ser encarcelado inmediatamente. Claudia dijo, “¿Será verdad que hay otra vida después de
la muerte?” Tomas dijo, “Si fuera
así, ¡No quisiera reunirme con estos malditos verdugos!” Como sus palabras
habían sido dichas con voz baja, un soldado intervino, y empujó con su bayoneta
a Tomás, diciendo, “¡Silencio!¡Está
prohibido rezar!¡Dios ha muerto!¡Entiéndanlo!” Al fin llegaron al lugar en
que estaban realizando los juicios. Entonces Tomás dijo en voz alta, “Esta es la antesala de la guillotina. ¿No
sería más fácil terminar cuanto antes llevándonos allá directamente?” Un
soldado gritó, “¡Silencio ciudadanos!”
Aquel tribunal estaba compuesto por la escoria del pueblo de Paris y de hombres
disfrazados como tales. Uno de los jueces gritó, “¡Que éntre Claudia Silvester!” Entre el público estaban Gottfried
y André. Gottfried dijo, “Hemos visto
siete acusaciones…y siente sentencias de muerte.” Pronto la hermosa joven
se vio frente a esos jueces nacidos en los barrios bajos de Paris. Uno de los
jueces dijo en voz alta, “Ciudadana
Silvester, se te acusa de ayudar a alimentar a los malditos aristócratas, y
causar el hambre del pueblo. Pero hay algo más…nos han dicho que eras amante
del marqués de Villelene.” Claudia dijo, “Quien dijo tal cosa, ¡Miente!” El juez dijo, “Tu hermano Michel se ha ido a reunir con los traidores que esperan
imponernos otra vez a un rey.” Claudia dijo, “No sé dónde está mi hermano.” El juez dijo, “Vistos tus delitos y tus disculpas que encontramos sin sentido, vamos
a sentenciarte: Serás llevada a la plaza de la Greve, y allí el verdugo te
arrancará la vida. ¡Que éntre otro!” Unos soldados o guardianes de la
república, se llevaron a la sentenciada. Uno de los soldados le dijo, “¡A ver si eres tan estirada cuando te veas
frente a la guillotina!¡Camina!”
Gottfried y sus amigos,
estando entre la multitud, se quedaron callados cuando oyeron pronunciar el
nombre de su amigo: “¡Que pase Tomas
Durand!” Gottfried dijo, “Ahora
sabremos de qué se le acusa.” Enseguida, Gottfried dijo a André, “Es mejor que vayas a prevenir a los que
están en la plaza esperando. Ya sabes lo que hay que hacer.” André dijo, “Descuida. Haremos todo lo posible.”
Mientras, Tomas era llevado ante los jueces, quienes sin perder tiempo,
iniciaron el interrogatorio: “Tomas
Durand, se te acusa de mantener amistad con un aristócrata, y haber conspirado
con él.” Tomas dijo, “No conozco personalmente
a ningún aristócrata.” El juez dijo, “¡Silencio!¡Hablarás
cuando se te pregúnte algo!¡Ahora solo se te dicen tus delitos contra la
republica!” Tomas dijo, osadamente, “Si nadamas va a acusarme sin escucharme, no es juicio, ¡Es una pantomima!”
Alguien de la multitud gritó, “¡A la guillotina!¡Que muera ese aristócrata disfrazado!” Los gritos desde la galería fueron terribles. No dejaron que los jueces prosiguieran con el juicio. Uno de la multitud gritaba, “¡Acabemos ya!¡Todos son culpables!¡Viva la Republica!¡Viva el ciudadano Robespierre!” Y en medio de aquella alegría, llena de gritos, maldiciones, y expresiones obscenas, el juez dictó la sentencia: “¡Que se lo lleven a la plaza de la Greve, y el verdugo cumpla su deber!” Los gritos arreciaron cuando sacaban al sentenciado. Uno de la multitud gritó, “¡Que lo dejen al último, para que vea a todos sus compañeros de traición, ser descabezados!¡Ja, Ja, Ja!” Otro gritó, “¡Así mueran todos los de su ralea!¡A la Greve!” Gottfried y André, también gritaban como poseídos. Deseaban poder salir sin llamar la atención. Gottfried gritaba, “¡Vamos a la Plaza!¡Quiero ver rodar su cabeza!” André gritaba, “¡Todos a la Greve!¡Quiero ver el final de éste miserable!” Entonces Gottfried gritó, “¡Que se acaben las contemplaciones!¡Abajo todos!”
Alguien de la multitud gritó, “¡A la guillotina!¡Que muera ese aristócrata disfrazado!” Los gritos desde la galería fueron terribles. No dejaron que los jueces prosiguieran con el juicio. Uno de la multitud gritaba, “¡Acabemos ya!¡Todos son culpables!¡Viva la Republica!¡Viva el ciudadano Robespierre!” Y en medio de aquella alegría, llena de gritos, maldiciones, y expresiones obscenas, el juez dictó la sentencia: “¡Que se lo lleven a la plaza de la Greve, y el verdugo cumpla su deber!” Los gritos arreciaron cuando sacaban al sentenciado. Uno de la multitud gritó, “¡Que lo dejen al último, para que vea a todos sus compañeros de traición, ser descabezados!¡Ja, Ja, Ja!” Otro gritó, “¡Así mueran todos los de su ralea!¡A la Greve!” Gottfried y André, también gritaban como poseídos. Deseaban poder salir sin llamar la atención. Gottfried gritaba, “¡Vamos a la Plaza!¡Quiero ver rodar su cabeza!” André gritaba, “¡Todos a la Greve!¡Quiero ver el final de éste miserable!” Entonces Gottfried gritó, “¡Que se acaben las contemplaciones!¡Abajo todos!”
Al fin pudieron salir, pero
afuera los esperaba otra parte de gente que deseaba entrar a la sala de
juicios. Gottfried pensó, “¡Es a todos
estos a los que deberían ajusticiar!¡Estos son los verdaderos asesinos!”
Cuando se encontraron en una calleja casi solitaria, Gottfried lanzó el grito
que los lanzó en plena carrera:
“¡Corre!¡Ellos tienen libre la calle y nosotros no!” André dijo, “¡Así cargue el Diablo con todos esos
miserables!” Allá en la fatídica plaza de la Greve, el espantoso
instrumento de muerte esperaba más víctimas. Instaladas cómodamente, muchas
mujeres sentadas en primera fila, sonreían satisfechas. Una de ellas dijo, “Tengo que decirlo…ninguna me causó tanta
satisfacción al morir, que la austriaca.”
Esas mujeres eran bestias sedientas de sangre que lanzaban gritos de júbilo al ver rodar una nueva cabeza. Una mujer dijo, “¡Tan estirada! Tan orgullosa…¡Y quién la ve ahora!¡Toda llena de gusanos!” Otra dijo, “Ella nos miró como basuras…¡Sí, menos que eso! ¡No éramos nada ante sus ojos azules!¡La muy…!” Otra dijo, “Pues ésta basura, ¡La barrió a ella!¡Ja, Ja, Ja!” Súbitamente un grito las hizo enmudecer y mirar hacia el caminillo por donde llegaban las nuevas víctimas. Las seis personas sacadas de la prisión llegaban al patíbulo. Uno de los prisioneros dijo, “¡Ya, ya!¡Empieza verdugo!¡Que siga la función!” Un grupo grande de estudiantes, gritando rabiosamente contra los prisioneros, se lanzó como para destrozarlos.
Uno de ellos gritó, “¡A muerte!¡Son aristócratas disfrazados! ¡Son conspiradores contra la vida del ciudadano Robespierre!” Se inició una batalla campal. Los guardias trataban de defender a sus prisioneros. Uno de la muchedumbre gritó, “¡A la guillotina!¡Que no escapen!” Y en medio de aquel forcejeo en que intervenía también el pueblo enfurecido, la carreta se volcó. Uno de los del pueblo gritó, “¡Fuera!¡Déjenos hacer justicia!¡Viva el pueblo de París!¡Abajo los opresores!” El zafarrancho era grande. Las grandes pasiones se liberaban, matándose los unos a los otros. Uno de los del pueblo, dijo a un prisionero, “¡Cerdo, asqueroso!¡Serás ejecutado!” El prisionero le dijo, “¡Pero tú no lo veras maldito!”
Esas mujeres eran bestias sedientas de sangre que lanzaban gritos de júbilo al ver rodar una nueva cabeza. Una mujer dijo, “¡Tan estirada! Tan orgullosa…¡Y quién la ve ahora!¡Toda llena de gusanos!” Otra dijo, “Ella nos miró como basuras…¡Sí, menos que eso! ¡No éramos nada ante sus ojos azules!¡La muy…!” Otra dijo, “Pues ésta basura, ¡La barrió a ella!¡Ja, Ja, Ja!” Súbitamente un grito las hizo enmudecer y mirar hacia el caminillo por donde llegaban las nuevas víctimas. Las seis personas sacadas de la prisión llegaban al patíbulo. Uno de los prisioneros dijo, “¡Ya, ya!¡Empieza verdugo!¡Que siga la función!” Un grupo grande de estudiantes, gritando rabiosamente contra los prisioneros, se lanzó como para destrozarlos.
Uno de ellos gritó, “¡A muerte!¡Son aristócratas disfrazados! ¡Son conspiradores contra la vida del ciudadano Robespierre!” Se inició una batalla campal. Los guardias trataban de defender a sus prisioneros. Uno de la muchedumbre gritó, “¡A la guillotina!¡Que no escapen!” Y en medio de aquel forcejeo en que intervenía también el pueblo enfurecido, la carreta se volcó. Uno de los del pueblo gritó, “¡Fuera!¡Déjenos hacer justicia!¡Viva el pueblo de París!¡Abajo los opresores!” El zafarrancho era grande. Las grandes pasiones se liberaban, matándose los unos a los otros. Uno de los del pueblo, dijo a un prisionero, “¡Cerdo, asqueroso!¡Serás ejecutado!” El prisionero le dijo, “¡Pero tú no lo veras maldito!”
Los estudiantes, con una
habilidad hija de una práctica
endemoniada, habían liberado a las víctimas. Uno de ellos gritó, “¡Corran antes de que se den cuenta de lo
que ha sucedido!” Para facilitar los movimientos, cargaron a Tomás, que no
podía correr. Gottfried dijo a quienes
lo cargaban, “¡Al escondite que hemos
fijado!¡Todos juntos!¡No se separen!” Llegaron a las ruinas del palacio que
había sido del desaparecido conde de Lauret. Gottfried dijo, “¡André, guíalos!¡No deben vernos los espías
por aquí!” Levantaron unos escombros para descubrir un hueco. André gritó, “¡Adentro, adentro!¡Todos de prisa!”
Bajaron a los sótanos del que fuera palacio. Adentro reinaba una débil
claridad. André dijo, “Aquí estarán
seguros. Nadie viene por aquí. ¡Ni saben que existen éstos sótanos!” Por
ser el creador del plan, Gottfried se había convertido en el jefe de la
partida, y dijo, “Nosotros les traeremos
alimentos. ¡Pero ustedes no deben de salir de aquí por ningún motivo! Piensen
que uno puede poner el peligro a los demás. ¡No salgan y menos de día!”
Tomás dijo, “No lo haremos…¡Te lo aseguro
Gottfried!” Enseguida Tomás dijo, “Claudia
acércate…quiero que conozcas a mis amigos, a nuestros salvadores.” Claudia
dijo, temerosa, “Yo…yo…” Tomás le
dijo, “¡Por favor Claudia, no pienses en
morir!¡Piensa en vivir, que es lo único que debemos hacer!” Claudia dijo,
llorosa, “Deseo reunirme con mis padres.”
Gottfried le dijo, “Si ellos murieron, ya
se reunirá usted con ellos, cuando sea su tiempo. No trate de adelantarlo.”
Tomás dijo, “¡Claudia! Me gustaría que tú
y yo…” Entonces los exreos, emocionados, llorando dieron las gracias a los
estudiantes. Tomás dijo, “Señores, no hay
palabras para expresar lo que sentimos…¡Estamos vivos, cuando deberíamos estar
muertos!” Gottfried dijo, “Olviden
eso de la muerte. Piensen solo en cuidarse.”
Gottfired se sentía confuso
al oír las expresiones de aquellas personas. Tomás insistía, “¡Gracias señores, gracias a todos!”
Gottfried dijo, “Ahora traten de
descansar…nosotros también tenemos que esperar la noche para salir.” Después del zafarrancho, en donde varios
hombres habían muerto, así como guardias, las patrullas aumentaron. Los
registros domiciliarios abundaron, buscando a los fugitivos. Dos soldados
llevaban detenido a un hombre, quien decía, “¡Somos
fieles a la república!¡No tenemos a ningún maldito aristócrata escondido!”
Uno de los soldados dijo, “¡Vámonos!”
Lo peor era que no sabían quién había
iniciado el motín, ni quién había participado en él. Otro de los soldados de
las patrullas que exploraban París dijo, “¡Deben
estar en algún lado! ¡No han salido de París, de eso estamos seguros! Pero
¿Quiénes?” A pesar de que había toque de queda, los estudiantes abandonaron
las ruinas ya muy entrada la noche. Mientras salían, Gottfired dijo, “¡Cada quien por su lado!¡Mañana nos
reuniremos en la posada, ‘Al Buen Sediento’!” Gottfried, con Marcel y
André, caminaron por algunos momentos juntos. Gottfried dijo, “¡Afortunadamente los compañeros pusieron
esos víveres en los sótanos! Así no necesitamos volver pronto por aquí.” Al
llegar al cruce, se separaron. Era más fácil escapar uno que varios. André dijo al despedirse, “Recuerda a Gabrielle, Gottfried. Allí te
está esperando.” Gottfried dijo, “Está
bién. Iré a visitarla mañana.”
A pesar de que iba por el
antíguo barrio de la universidad, no se sentía seguro. Gottfried pensaba, “Entre nosotros, entre compañeros, hay
algunos que son rabiosos partidarios de Robespierre. Son capaces de
defraudarnos si llegan a saber que hemos librado de la guillotina a estas
gentes.” Gottfried llegó a su casa, y mientras introducía su llave en la
cerradura de la puerta del edificio, pensó, “No
se ve nadie en la calle, ¡Cristo!¡Cómo me siento nervioso desde que hicimos
esta maniobra!” Vivía en una casa de vecindad. Ocupaba el último piso. Al
llegar a la puerta de su habitación, pensó, “Yo
que no quería meterme en su asuntos de política para que no me culparan…¡Ya lo
hice!” Su departamento era su máximo refugio. Pocos sabían donde vivía.
Gottfried pensó, “Pero la verdad es que
no importa a esos jueces, si las víctimas son culpables o inocentes.” En su
interior, y sin confesárselo a nadie, estaba en contra de tanto crimen, que él
juzgaba sin razón. Gottfried pensó, “¡Es
tanta su rabia que se matan entre ellos mismos sin compasión!¿Dónde está
Dantón? Marat fue asesinado. ¿Y los otros dirigentes?¿o han caído bajo la misma
cuchilla?¿Y cuándo irá a parar esto? ¡La sed de sangre del populacho es
insaciable!” Gottfried hacía cálculos y estaba deacuerdo con la Revolución,
pero no con el terror encabezado por Maximilien Robespierre. Gottfried pensó, “Ahora se cumplen venganzas personales, se
cumplen odios y despechos…Basta tan solo una denuncia.” Súbitamente pensó
en sus padres , en su pueblo, allá en Alemania. “¿Cuándo volveré allá?¿Podré hacerlo alguna vez?”
Le entró la nostalgia. Pensó en la novia que había dejado allá. “¡Freda! Ya no recibo tus cartas! No sé si porque tú no me escribes o porque tus escritos quedan en el camino.” Con la mente evocó la imagen de la que un día pensó sería su esposa. “Es posible que nunca más nos volamos a ver…que nunca vuelva a escuchar su voz.” Y pensando en ella, se fue quedando dormido. “Ojalá que te hayas casado…que me hayas olvidado…así no habrá sufrimiento para ti.”
Le entró la nostalgia. Pensó en la novia que había dejado allá. “¡Freda! Ya no recibo tus cartas! No sé si porque tú no me escribes o porque tus escritos quedan en el camino.” Con la mente evocó la imagen de la que un día pensó sería su esposa. “Es posible que nunca más nos volamos a ver…que nunca vuelva a escuchar su voz.” Y pensando en ella, se fue quedando dormido. “Ojalá que te hayas casado…que me hayas olvidado…así no habrá sufrimiento para ti.”
Al día siguiente, Gabrielle
Romerux, prima de André, cosía unas ropas tristemente, pensando, “Antes cosía para la señorita Boret y sus
familiares y yo ganaba bien para vivir.” La muchacha era costurera. Sabía
bordar y hacer vestidos con mucha elegancia. “Pero ellas se fueron a Inglaterra. Ya no hay quien quiera buenos
vestidos…¡Y yo me muerto de hambre!” Ahora cosía para las mujeres de unos
consejeros en la asamblea nacional. “¡Con
lo caro que está ahora todo! Si no fuera por mi primo André, no sé qué haría.”
En ese momento llamaron a la puerta cortando de tajo sus tristes pensamientos.
Gabrielle pensó, “¡Quizá sea él!¡Dios
mío!¡Si viniera más seguido! Si supiera lo que siento por él...” Era
Gottfried, quien sonriente le hizo una observación, “¡No debiste abrir así nada más!¿Y si fuera alguien que tu no quisieras
recibir?” Gabrielle dijo, “¿Te
refieres a…los sansculottes?” Gottfried le dijo, “Tu sabes que pasan cosas…” Gabrielle dijo, “¡No pienses en eso! Entra Gottfried, sabes que eres bienvenido a mi
pobre vivienda.” Gottfried entregó un paquete, diciendo, “Aquí te manda André esto. Me dijo que te
traerá más en cuanto pueda.” Gabrielle dijo, “¿Por qué dices que me lo manda André cuando eres tú quien lo hace?” Gottfried
le dijo, “Te lo aseguro que él te lo
manda.” Gabrielle dijo, “El otro día
que me trajiste el arroz y el queso, al poco tiempo llegó él trayéndome una
botella de vino y pan.” Gottfried le dijo, “Se le había olvidado que me mandó…” Gabrielle dijo, “Me dijo que no me había mandado nada
contigo, pero le complacía que te acordaras de mi. Y ojalá que él se acordara
tanto de mi como yo de él, pero no. Eso no puede ser.” Aquellas palabras
fueron una revelación para el joven, quien dijo, “¡Gabrielle!¿Es que acaso estás enamorada de André?” Gabrielle
dijo, “Desde hace tiempo, pero él no
parece mirarme!” Gottfried dijo, “¡Esto
es lo mejor que he oído en mi vida!” Ella dijo, “¿Por qué dices eso?¡No te entiendo!” Gottfried dijo, “¡Él es mi mejor amigo!¿Lo entiendes? Su
felicidad me es grata.” Gabrielle dijo, titubeante, “Pero él me dijo que tú…” Gottfried le dijo, “¡Te quiero como una hermana!¡Como a la mujercita que debe ser
para amigo André!” Gabrielle dijo, “¡Gottfried!” Ambos no se fijaron que
unos ojos de mujer cargados de odio, los miraba, pensando, “¡La muy puerca!¡Sabe lo mucho que me gusta ese hombre y mírala!” Se
decía amiga de Gabrielle, pero solo era porque ella conocía ‘al alemán,’ que le gustaba mucho, y
pensó, “Pero esto no se va a quedar así.
Ella no sabe quién soy. ¡La mosquita muerta! Fingiéndose mi amiga…¡Y
traicionándome a mis espaldas!”
Ana, la mujer entró a su
vivienda jadeando de rabia, pensando, “¡Gottfried
será mío! Sé que no le caigo mal, y si yo me doy mis mañas…” La mujer tomó
todo lo necesario para escribir, y mientras escribía, pensaba, “Vamos a ver…¿Qué debo decir para que no
culpen a Gottfried?” Con trabajo, lentamente, comenzó a confeccionar el
escrito, “‘Comité de salud pública’” Mientras
tanto, sin sospechar la tormenta que había desatado, Gottfried y Gabrielle se
seguían haciendo confidencias. Gabrielle dijo, “Sé que él me considera como una hermana. ¡Y eso es lo que menos
quiero!” Ella dijo, “Somos primos,
pero terceros. Somos hijos de dos primos segundos. Así que, ¡casi no hay
parentesco! Pero por favor no le vayas a decir nada a André de lo que te he
dicho!” Gottfried dijo, “Atiende
esto, Gabrielle. Si cállo, él jamás qué cerca ha tenido la felicidad, y no la
vió. No hay nada de malo que yo le abra los ojos. ¡Es la felicidad de los
dos!¿Qué eso no cuenta?” Gabrielle lo abrazó, y dijo, “¡Gracias Gottfried!¡Tú si que eres como un hermano para mí!”
Gottfried dijo, “Así será, ya que André
para mí, es como mi más cercano pariente.”
Nuevamente Ana al pasar, miró
por la ventana y su furia aumentó, pensando, “¡Y siguen!¡Cuanto Amor!¿Qué tanto le estará diciendo la sucia?” La
mujer se retiró pensando, “No pensaba
hacerlo. Pero, ¡Ahora sí!¡Eso se pasó de la raya!” Al poco tiempo el alemán
se separaba de la muchacha, diciendo, “Te
lo traeré. ¡Pero por Dios que debes decirle lo que siente!¡No le ocultes nada!”
Gabrielle dijo, “¡No, no lo haré!” Gottfried
se fue y ella se quedó bailando de gusto, pensando, “¡Al fin podre borrar esa impresión que tiene André sobre mi! Si él me
ama como yo, seré la mujer más feliz del mundo.” Habían jugado juntos como
niños, y ya mayores, en ella había nacido el amor, y pensó, “¡Borraremos estos años que hemos pasado
lejos uno del otro!¡Y para él seré la mejor de las mujeres!”
Esa noche, tal como habían
quedado de acuerdo, los estudiantes del zafarrancho estaban reunidos, estaban
reunidos. André dijo a Gottfried, “¿Así
que viste a Gabrielle? ¡Perfecto!” Gottfried dijo, “Pues ni tanto. Me enteré de que no es a mi a quien quiere.” André
dijo, “¡Cascaras!¿Entonces quien es el
escogido?¡Habla ya!” Gottfried dijo, “Otro
estudiantes a quien ha amado desde tiempo atrás.” André dijo, “¡Eso no
puede ser!¿Y ella me ha ocultado eso?¡Es…es el colmo!” Gottfried dijo, “Ella ha cifrado en él toda su felicidad.”
André dijo, “Atiende esto compadre…creí
que tú eras el hombre de sus sueños, y por eso estaba yo conforme. ¡Pero lo que
es con otro, no lo voy a consentir!¡No, qué diablos! ¿Te dijo quién era?¡Quiero
saber su nombre para romperle el físico!” Gottfried le dijo, “Sí, me lo
dijo, es más, estuvimos hablando de él.” André le dijo lleno de ansiedad, “¿Quién?¿Quién es?¡Dímelo ya!” Gottfried
le dijo, “André Leclerc…¿Lo conoces?”
Aquellas palabras lo dejaron atónito. André solo dijo, “¿Y-yoooo?” Gottfried le dijo, “Sí,
tú, que no has sabido ver lo que encerraba su alma para ti.” André no podía
aceptar que Gabrielle, su querida prima, lo amara, y dijo, “Pero si yo…yo…” Gottfried le dijo, “¡Eres un ganso!¡Un tipo más ciego que un toro!¿Qué esperas para ir a
verla?” Al escuchar aquellas palabras, André salió disparado hacia la
puerta de salida, como un loco, diciendo, “¡Papá
Niceto, ábreme!¡Ábreme o derribo la puerta!” Al fin André salió de la
posada y Gottfried se quedó con Marcel, quien dijo, “¡Vaya tipo! Si quiere a Gabrielle de ese modo, no entiendo cómo te
mandaba a ti con ella.” Gottfried dijo, “Porque
él es mi hermano…¡Y eso es todo!”
No tardó mucho en llegar André a la vivienda
de Gabrielle. No habían mediado muchas palabras entre ellos. Con su mirada se
dijeron todo. Pero a él aún no se le borraba la duda de la mente, y le dijo, “¿Luego es…verdad?” Ella dijo, “¿Qué te amo?¡Sí, sí es cierto!¡Lo hago con
todo mi ser!” Mientras tanto en la posada, Marcel dijo, “Gottfried…¡Y yo que pensé que tú la
amabas!” Gottfried le dijo, “Él es
para mí el mejor hombre del mundo, fuera de ti. ¡Es de verdad un amigo!” Mientras
tanto, Gabrielle decía, “¡Tonto!¿Qué no
sabias leer en mis ojos?¿Necesitaba oír mis palabas para comprenderlo?”
Nuevamente unieron sus bocas en un largo beso que trataba de cubrir el tiempo
perdido. Para los amantes la noche fue breve. Su amor por tanto tiempo
contenido había desatado. Al amanecer André dijo, “No quisiera irme…desearía quedarme a tu lado para siempre.” Ella
le dijo, “¿Y quién te obliga a dejarme?” André
dijo, “Es cierto…pero entonces podríamos
ir a buscar a un ciudadano que pueda casarnos.” Ella dijo, “André…Ya no hay sacerdotes, ya no hay
jueces tal como nosotros los conocimos.” André dijo, “Hay otros.” Gabrielle dijo, “Las
leyes que teníamos han sido destruidas. ¡Y aún no se hacen nuevas!” André
dijo, “Nos queremos. Nos hemos casado
ante Dios. ¡Eso es lo único que vale!” Gabrielle lo abrazó y dijo, “Es cierto…Él es testigo de nuestros
juramentos. ¡Y para mí eso es más valido que la palabra de un juez actual!” André
dijo, “Está bien, vida mía, será como tú
dices.”
Y cuando nuevamente la llama
del amor se encendía, llamaron a la puerta: “¿La
ciudadana Gabrielle Romeaux?” Ella dijo, “Sí, un momento. Ahora abro.” Cuando abrió y vió quiénes eran,
palideció espantosamente. El sargento dijo, “¡Ciudadana
Gabrielle Romeaux, queda detenida en el nombre de la República!” Gabrielle
dijo, “¿Y-yo?¿Porqué?¡No he hecho nada!”
Sin más entraron a la habitación, y el sargento que los mandaba dio otra orden,
“¡Detengan a ese hombre!¡Posiblemente es
un conspirador!” André dijo, “¡Déjenla
a ella!¡Es inocente!” Los infelices no sabían que decir. Solo sabían que
sus vidas estaban en eminente peligro. Los tomaron presos y el sargento dijo, “¡Caminen! Tenemos mucho que hacer para
perder tiempo con ustedes.” Ana desde la puerta de su casa, miraba la
escena muy satisfecha, pensando, “¡Y
ahora ese alemancito será para mí!¡Al fin y al cabo a ella ya puedo
considerarla como muerta!” De pronto surgió una pordiosera que generalmente
dormía en el hueco de la escalera de esa casa, y gritó, “¡Si esa mujer es una conspiradora, esa otra que es su amiga, lo es
también!” La mujer apuntaba hacia Ana. Inmediatamente el sargento ordenó, “¡Deténganla!” Ana gritó asustada, “¡No, no!¡A mí no!” La mujer confirmó su
acusación, diciendo, “¡Las he visto
muchas veces juntas, y hasta de noche!¡Ella debe estar en la conjura!” Ana
fue sujetada por un soldado y dijo, “¡No,
yo no he hecho nada!”
Poco después los guardias
llevaban a sus prisioneros a la conserjería. Gabrielle quien iba junto a Ana
detenidas dijo, “Perdóneme Ana…jamás creí
que mi amistad pudiera serle perjudicial.” Ana le dijo, “¡Traidora!¡Conspiradora!¡Amiga de los
traidores!¡Es a ti a quién deben castigar!¡Tú eras servidora de los fugitivos y
conspiradores que están en Inglaterra!” Por las palabras que decía Ana,
Gabrielle supo quien la había denunciado, y dijo, “Así que tú me traicionaste…¡Tú mi amiga!” Ana le dijo, “¡Yo no soy tu amiga!¡Sí, yo te denuncie
porque soy fiel a nuestra revolución!” Gabrielle dijo, “No, no fue por eso. Siempre supiste que cosía para esas señoras.
¡Hasta tú me ayudaste!” Ana dijo, “¡No,
no!¡Mientes!” Gabrielle dijo, “En
fin, el mal ya está ya hecho…tú misma pagarás tu pecado.” Ana dijo
llorando, “¡NOOO!¡NOOO!” Gabrielle
dijo, “André, esposo mío…” Cuando Ana
escuchó eso, dijo, “¿Tú…tú esposo?¡Gran
Dios!¡Estoy maldita!”
Mientras tanto, Gottfried y
su amigo Marcel comían en la vivienda del alemán. Marcel dijo, “Es extraño que no ha vuelto André.” Gottfried
dijo, “Si lo hubiera hecho, le habría
dado de golpes.” Marcel le dijo, “Pero,
¿Crees que se ha quedado con ella?” Gottfried le dijo, “Pon atención Marcel. Estudiemos el caso tal cual es. ¿Hay algo que te
atraiga de la calle?¿Pasear por el Sena o por los Jardines de Versalles?” Marcel
dijo, “Bueno…la verdad…” Gottfried prosiguió sin hacer caso de la
interrupción. “¿Te gusta ver sentenciar a
tanto infeliz inocente, de esos crímenes que les atribuyen? ¿O te agrada
asistir a las ejecuciones que se realizan diariamente en la Grève?” Marcel
dijo, “¡No, Hombre! Me…¡Me sublevan!”
Gottfried dijo,”¿No es más grato estar en compañía de una mujer que te ame?
Soñar…¿hacerse ilusiones de algo mejor? Creo que André ha escogido lo mejor.
¡Yo quisiera estar en su lugar!” Marcel dijo, “Me has convencido Tudesco. Voy a buscar a esa mujer que me hará mejor
pasar el tiempo. ¡Y me hará olvidar toda esta porquería!”
Marcel se fue y Gottfried se
vio solo, y sintiendo vagos deseos, y pensó, “Amar y ser amado. Olvidarse de todo este mundo que se ha vuelto
horrible para todos…¡Sí…una mujer!…¡Sentir su amor cerca de mí! ¡Sentir sus
besos y sus caricias!” De pronto, recordó algo que lo hizo estremecer. “¿Y si ella es una traidora como le sucedió
a Peter Franker, mi compatriota?¡Oh, no, Por Dios!” El comité d salud
pública le había mandado a su amigo esa mujer, para investigarlo. “No sé las razones pero ella lo acusó de que
él estaba de acuerdo con los emigrados, y ¡Lo Guillotinaron!¡Sin embargo sé,
adivino, presiento que aquí en parís esta una mujer que me está
destinada!¿Dónde está? ¿Dónde puedo encontrarla?¿Lo haré algún día?”
Gottfried se metió en la cama y se durmió inquieto. Unos golpes dados a la
puerta lo despertaron. ¡TOC, TOC! Gottfried pensó, “¡Diablos, ya es de día!¡Ufff!¡Qué noche tan pesada!” Al llegar
cerca de la puerta se detuvo. Un vago temor se apoderó de él. Gottfried gritó, “¿Quién es?” Detrás de la puerta se oyó, “¡Abre!¡Soy Louis Saint Firmin!” Uno de
los compañeros mas estimados del grupo, hizo su aparición. Gottfried dijo, “¿Qué te pasa?¿Estás enfermo? Estrás pálido.”
El joven Louis dijo, “Vístete de
prisa. ¡Y vas a tener que pensar más que de prisa esta vez!” Gottfried
inmediatamente obedeció, en esos tiempos no había titubeos. Gottfried dijo, “¿Sobre qué? Dí lo que sea para yo saber a
qué atenerme.” Louis dijo, “Hoy, por
no sé qué impulso, fui a ver los juicios que hace ese panadero del diablo.”
Gottfried dijo, “¿Y qué con eso?¿Alguien
me denuncio?” Louis dijo, “No, a ti
no. ¡Pero si a Gabrielle y a André!” Aquello fue como una bomba para el
estudiante alemán. “¿Qué dices?¡No, no es
cierto!” Louis dijo, “¡Y hay que ver
la forma de librarlos de la guillotina!¡Ya los sentenciaron!”
Aterrorizado, sintiendo que
todo su cuerpo se había helado, Gottfried siguió a su compañero, diciendo, “¡Ya deben ir en camino!¡Ya sabes que esos
malditos no se detienen ante nada!” Ambos corrieron desesperadamente hacia
la plaza sangrienta. Gottfried pensó, “¡Hay
que salvarlos!¡Lo peor es que no lo saben los otros!¿Que podemos hacer?”
Cuando llegaron, ya la multitud rodeaba como siempre la máquina asesina. Ambos
estudiantes usaron toda su fuerza para encajarse como cuñas. Gottfried gritaba,
“¡Paso!¡Dejen paso!” En esos
momentos, André y Gabrielle, subían la escalerilla del patíbulo.
En cuanto los condenados llegaron, un verdugo a rostro descubierto, se acercó al primero que tenía enfrente, diciendo, “Tú serás el que sigue. ¡Vamos!” Pálidos y desencajados, Gottfried y Louis al fin llegaron a la primera fila. Gottfried pensó, “¡Demasiado tarde!¡Ya no se puede intentar nada!¡No por Gabrielle!” Olvidando toda parsimonia, André fue colocado en la báscula. El verdugo le dijo, “No pienses. Todo será muy rápido” Entonces todos pudieron oír el último grito de André, dirigido a la mujer que amaba, “¡Gabrielle!¡Recuerda!¡En vida y muerte te seguiré amando!” El verdugo soltó la cuchilla, mientras la infeliz muchacha, con voz estrangulada, también se despidió de él. “¡Pronto estaré a tu lado, amor mío!” Un par de minutos más tarde, ya se había retirado el cuerpo de André, y ella ocupaba su lugar. Ella gritó, “¡Aprisa, aprisa!¡No quiero retardarme!¡Él ya me está esperando!” Como hipnotizado, sin darse cuenta de que lloraba, Gottfried miraba la guillotina en donde estaba Gabrielle. “¡Adiós hermanos míos! Creo que pronto nos volveremos a reunir, estén donde estén…” Con ruido sordo cayó la cuchilla, pero esta vez, nadie de los espectadores lanzaron comentario alguno. Luego llegó el turno de la culpable de la tragedia. “¡Perdóoon!¡Mentí al denunciarlos!¡Eran inocentes!”
En cuanto los condenados llegaron, un verdugo a rostro descubierto, se acercó al primero que tenía enfrente, diciendo, “Tú serás el que sigue. ¡Vamos!” Pálidos y desencajados, Gottfried y Louis al fin llegaron a la primera fila. Gottfried pensó, “¡Demasiado tarde!¡Ya no se puede intentar nada!¡No por Gabrielle!” Olvidando toda parsimonia, André fue colocado en la báscula. El verdugo le dijo, “No pienses. Todo será muy rápido” Entonces todos pudieron oír el último grito de André, dirigido a la mujer que amaba, “¡Gabrielle!¡Recuerda!¡En vida y muerte te seguiré amando!” El verdugo soltó la cuchilla, mientras la infeliz muchacha, con voz estrangulada, también se despidió de él. “¡Pronto estaré a tu lado, amor mío!” Un par de minutos más tarde, ya se había retirado el cuerpo de André, y ella ocupaba su lugar. Ella gritó, “¡Aprisa, aprisa!¡No quiero retardarme!¡Él ya me está esperando!” Como hipnotizado, sin darse cuenta de que lloraba, Gottfried miraba la guillotina en donde estaba Gabrielle. “¡Adiós hermanos míos! Creo que pronto nos volveremos a reunir, estén donde estén…” Con ruido sordo cayó la cuchilla, pero esta vez, nadie de los espectadores lanzaron comentario alguno. Luego llegó el turno de la culpable de la tragedia. “¡Perdóoon!¡Mentí al denunciarlos!¡Eran inocentes!”
Gottfried y Louis ya no
quisieron estar ahí. Sentían una honda tristeza. Gottfried pensó, “¡Miserables!¡Asesinos! André y Gabrielle no
causaban mal a nadie..¡Solo querían vivir!” Entre Gottfried y Marcel no se
atrevían a comunicarse sus pensamientos. En ellos había dolor y profunda pena. Gottfried
pensó, “Ya sé que él sabía que nadie
tiene la vida segura. ¡Pero no es justo!” Llegaron en un punto en que se
tenían que separar. Marcel le dijo, “¿Vas a ir a la posada? Recuerda lo que te
dije. Es día de que hay que llevar víveres a los que están escondidos.” Gottfried
dijo, “Es verdad. Iré con ustedes a la
noche.” Gottfried se sentía enfermo. André para él no podía haber muerto. A
pesar de haberlo visto, su cerebro no lo admitía. Gottfried pensó, “Pocos amigos como él. Era sincero y capaz
de dar la vida por otro, sin exigir nada a cambio.” Gottfried volvió a su
casa. No encontraba otro lugar mejor para poder pensar. “Hoy fue él. Quizá me toque mañana.
Sí, creo que es preferible morir a vivir en esta zozobra.”
En esos momentos, en el sótano
del viejo palacio, los escapados de la guillotina hacían comentarios. Uno de
ellos era Jean, un joven estudiante quien dijo, “Cambiamos una prisión por otra…” El señor Pierre le dijo, “Sí, pero ahora nadie vendrá por nosotros
para llevarnos al matadero.” Otro joven, Jules, dijo, “No hay que ser inconformes. No siempre estaremos aquí.” Jean le
dijo, “Sí, pero ¿cuánto vamos a estar?” Pierre
dijo, “Uno de los jóvenes que nos
trajeron, me dijo que nos traerían ropas para disfrazarnos.” Jean dijo, “¡Eso está mejor!” Jules dijo, “Entonces podernos irnos a…donde queramos,
lejos de aquí.” Jean dijo, “Lejos de
Francia. ¡Lejos de tanto crimen!” El señor Pierre dijo, “Yo fui de los que entraron en las Tullerías
y luchó contra los aristócratas.” Jules dijo, “¿Entonces porque estás aquí?” Pierre dijo, “¡Fui amigo de Dantón!¡Ese es mi delito!¡Ser iniciador de la
libertad!” Jean dijo, “Olvidemos eso
y veamos a donde podremos irnos sin dinero. ¡Porque eso nos falta a todos.”
Allí mismo, en medio de tanta
tragedia, había nacido un nuevo amor. Tomás cargaba en brazos a Claudia, y
decía, “Claudia, jamás creí que pudiera
sentir por una mujer lo que siento por ti.” Claudia ya no pensaba en morir,
solo estaba pendiente de las palabras del joven. Claudia dijo, “¡Tomás…!” Él le dijo, “Ya sé que puedes creer que es una locura,
que es imposible que te áme como te ámo.” Ella le dijo, “No sé que tienen tus palabras que me hacen
desear la vida, aunque solo sea para ti.” Tomás le dijo, “¡Sí, sí, hazlo para mi, vida mía! ¡Te adoro
Claudia!¡Unamos juntos lo que el cielo nos tenga permitido!” Ella dijo, “Sí, vivamos…” Nos les importaba que los
otros los vieran. Unieron sus bocas en un beso lleno de ardor. Tomás le dijo, “Cuando salgamos de aquí, cuando estemos
lejos, haremos nuestra casita en un rincón apartado. No quiero que vayamos a un
sitio donde alguien nos reconozca y nos denuncie otra vez. Y quizá con el
tiempo, venga un hijo a darnos la máxima alegría.” Ella dijo, “¡Un hijo!¡Dios santo! No había pensado en
eso.” El rostro de Claudia cambió. Ya no vio cerca de ella a la muerte. Vio
la esperanza de la vida. Tomas dijo, “Y
tú y yo estaremos siempre, siempre unidos.” Ella dijo, “Un hijo…¡Sí, sí quiero tenerlo!” Nuevamente unieron sus labios,
pero esta vez había algo más que cariño, había el fuego del amor. Olvidaron que
afuera, en las calles, se les seguía buscando para sacrificarlos.
Esa misma noche, los
estudiantes volvieron a las ruinas del palacio del conde. Gottfried acompañado
de Marcel, Louis y otros dos, entraron a los sótanos llevando grandes bultos.
Gottfried llamó a todos, quienes dóciles, se acercaron. “Aquí hay ropas de campesinos y de la escoria de Paris, que es ahora la
que reina.” Habían tapado bien los respiraderos de los sótanos para que no
se filtrara al exterior ninguna luz. Gottfried dijo, “Pónganselos y…uno a uno, de dos en dos, como máximo, pueden irse de
aquí.” Marcel quiso también hacer algunas recomendaciones. “Solo que si los vuelven a agarrar ¡No digan
donde se escondieron!” Pierre dijo, “¡No,
claro!” Gottfried dijo, “No se diga
uno al otro a dónde piensa ir. ¡No lo diga a nadie!” Louis dijo, “¿Y por qué no? Ahora somos todos los
escapados como hermanos.” Gottfried dijo, “Es que si alguien cae como prisionero, los sansculottes no podrán
obligarlos a decir dónde están los otros.”
Se les hicieron toda clase de
recomendaciones, y al fin Gottfried se despidió de Tomás, quien estaba junto a
Claudia. “Tomás, no sé si alguna vez
volvamos a vernos.” Tomas dijo, “Tudesco,
quiero que sepas que jamás podremos olvidarte. Claudia y yo te debemos la
felicidad. ¡Qué Dios te bendiga hermano!” Claudia dijo, “Si llego a tener un hijo se llamará como
tú.” Emocionada la joven besó a su salvador. Gottfried dijo, “Váyanse lejos a donde nadie los conozca ni
sepa quiénes son.” Tomas dijo, “En
eso hemos pensado, ¡Y ojalá que lo consigamos!” Tras las últimas
recomendaciones los estudiantes se retiraron. Jean dijo, “Quisiera hacer como ellos. Huir de aquí.” Jules dijo, “¿Y a dónde iríamos? Para nosotros lo mismo
da aquí que allá, sin embargo, veremos…” Y como la vez pasada, se separaron
cada quien por su lado para no despertar sospechas. Gottfried pronto se vio
solo. Marcel se había ido con Louis a ver si podían encontrar un medio de salir
de Paris.
Gottfried pensó, “¿Y si vuelvo a Múnich? Allá están mis padres esperándome. Allá hay tranquilidad.” Los últimos informes que tenia no eran tranquilizadores. Aquí ya hasta no contamos con nuestro lugar de reunión. La posada ‘Al Buen Sediento’” Se sospechaba que varios espías andaban rondando el lugar. Gottfried pensaba, “Papá Niceto nos hizo llegar la noticia. Así que no hay que arriesgarse a ir por ahí.” Con cuidado mirando desconfiadamente a todos lados, entró a su casa, y pensó, “¡Qué falta me hace André! Marcel es buen amigo, pero es más alocado, y no piensa igual que él.” Pero al pensar en Gabrielle, su tristeza subió. “¡Tan linda, tan simpática, y ahora muerta!¡Dios!¡Con qué ganas mandaba todo al mismo suplicio!”
Gottfried pensó, “¿Y si vuelvo a Múnich? Allá están mis padres esperándome. Allá hay tranquilidad.” Los últimos informes que tenia no eran tranquilizadores. Aquí ya hasta no contamos con nuestro lugar de reunión. La posada ‘Al Buen Sediento’” Se sospechaba que varios espías andaban rondando el lugar. Gottfried pensaba, “Papá Niceto nos hizo llegar la noticia. Así que no hay que arriesgarse a ir por ahí.” Con cuidado mirando desconfiadamente a todos lados, entró a su casa, y pensó, “¡Qué falta me hace André! Marcel es buen amigo, pero es más alocado, y no piensa igual que él.” Pero al pensar en Gabrielle, su tristeza subió. “¡Tan linda, tan simpática, y ahora muerta!¡Dios!¡Con qué ganas mandaba todo al mismo suplicio!”
Esas noche no durmió. Allí
frente a la ventana lo sorprendió el amanecer. Gottfried pensó, “Es inútil que piense y que busque
soluciones. Lo que tiene que ser será…si mi destino es exponer mi cuello a esa
cuchilla, nadie me salvará.” Pasaron los días, pero ya para Gottfried, las
cosas no eran iguales. Ahora padecía insomnio. Gottfried deambulaba por la
noche pensando, “No puedo olvidar esas
escenas. ¡La muerte de Gabrielle, sobre todo, la tengo aquí grabada en la
mente!” Ideas peregrinas se le ocurrían para salvar a todos los que eran
llevados a la conserjería. “¡No, no, eso
es imposible!¡Se necesitaría un ejército para someter a toda esa canallada!”
Inconscientemente llegó hasta la plaza de la Grève. La siniestra silueta de la
guillotina lo detuvo. “¡Me dan ganas de
destruirla! Aunque de nada serviría, pues armarían otra.” El silencio era
impresionante, y él se estremeció al pensar que aquel sitio era peor que un
cementerio. “¿Cuántas almas de tantos
sacrificados estarán vagando aquí?” En ese momento le pareció oír un
lamento desgarrador. Gottfried pensó,
“¿Ehhh?¿Acaso las he llamado con mis pensamientos?” Tuvo el impulso de huir
al momento.
Aquel quejido le parecía natural. Gottfried pensó, “Es mejor que me vaya más que volando…” Con gran esfuerzo se contuvo. Sus pies le parecían pesados como plomo. “¿Y si es alguien que está en apuros?¡Y yo cobardemente quiero huir!” Avanzó. Sus ojos giraban a los lados, temiendo ver repentinamente a todas esas almas en pena que había evocado. “¡Es alguien que llora!¡Y es una mujer!” Al fin llegó al pie del cadalso, y en medio de la penumbra adivinó la figura de la mujer que lloraba. Cuando Gottfried la vio, pensó, “¡Y yo estaba temblando de miedo, solo porque ésta infeliz lloraba!” La mujer gritó, “¡Dios mío poderoso!¡Aaahhh!” Ya repuesto, decidió acercarse a ella. Gottfried le dijo, “Señora, no debe estar aquí sola. Es mejor que vuelva con sus amigos.” La mujer dijo, “Yo no tengo amigos, ¡No tengo a nadie!” Gottfried dijo, “Si me permite, yo la acompañaré, o la llevaré a donde usted me indique.” Ella dijo, “No tengo a dónde ir…¡Ya todo terminó para mí!¡Mi lugar está en la tumba!” La voz apagada y sumamente dulce de la joven motivó el mayor interés del estudiante, quien dijo, “No soy rico, pero si me permite y puede tener confianza en mi, la llevaré a mi casa que desde ahora es suya.”
Aquel quejido le parecía natural. Gottfried pensó, “Es mejor que me vaya más que volando…” Con gran esfuerzo se contuvo. Sus pies le parecían pesados como plomo. “¿Y si es alguien que está en apuros?¡Y yo cobardemente quiero huir!” Avanzó. Sus ojos giraban a los lados, temiendo ver repentinamente a todas esas almas en pena que había evocado. “¡Es alguien que llora!¡Y es una mujer!” Al fin llegó al pie del cadalso, y en medio de la penumbra adivinó la figura de la mujer que lloraba. Cuando Gottfried la vio, pensó, “¡Y yo estaba temblando de miedo, solo porque ésta infeliz lloraba!” La mujer gritó, “¡Dios mío poderoso!¡Aaahhh!” Ya repuesto, decidió acercarse a ella. Gottfried le dijo, “Señora, no debe estar aquí sola. Es mejor que vuelva con sus amigos.” La mujer dijo, “Yo no tengo amigos, ¡No tengo a nadie!” Gottfried dijo, “Si me permite, yo la acompañaré, o la llevaré a donde usted me indique.” Ella dijo, “No tengo a dónde ir…¡Ya todo terminó para mí!¡Mi lugar está en la tumba!” La voz apagada y sumamente dulce de la joven motivó el mayor interés del estudiante, quien dijo, “No soy rico, pero si me permite y puede tener confianza en mi, la llevaré a mi casa que desde ahora es suya.”
Ella aún sollozaba. Su voz
estaba llena de lagrimas. Gottfried dijo,
“Pues vámonos de aquí. Este lugar está maldito. ¡Es una plaza que por sí sola
causa espanto! Apóyese en mi brazo. La casa no está muy lejos y si no le
importa caminar…” Ella dijo, “No…para
mí ya solo queda eso, caminar y caminar…” Él no se atrevía a preguntarle
nada. No quería otra vez remover su dolor. Gottfried dijo, “La noche es fría. ¿Me permite ponerle mi capa? Así no sentirá el
viento que corre.” Solícito, la abrazó. Ella dijo, “¿Para qué hace usted esto? No sabe quién soy…” Gottfried le dijo, “Eso es lo de menos. Adivino en usted una
mujer en desgracia, y eso es suficiente para mí.” Notó que ella había
dejado de llorar. Ella dijo, “Mi compañía
puede resultarle peligrosa.” Gottfried dijo, “Si por ayudarla me pasa algo, me estará bien empleado. En este tiempo
todos deberíamos ayudarnos unos a los otros, y no vernos como enemigos.”
Ella dijo, “Enemigos…” Al fin
llegaron a su casa, y él la ayudó a subir, pues la notaba débil, casi
desfalleciente. Gottfried dijo, “Aquí
nadie vendrá a buscarla. Nadie sabrá que vive en esta humilde vivienda.”
En cuanto entraron, él
encendió la luz, y dijo, “Por favor,
acomódese. Ahora encenderé el fuego de la chimenea.” Ella dijo, “Ya es muy tarde.” Gottfried dijo, “¿Le importa el paso del tiempo? Si no tiene
a dónde ir…” Ella dijo, “El tiempo
carece de importancia para mí.” Gottfried estaba maravillado. Jamás antes
había visto a una mujer más hermosa que aquella. Gottfried dijo, “Perdone pero si quiere dormir, allí está la
alcoba. Yo dormiré aquí.” Ella dijo, “No,
no tengo sueño.” Cuando el fuego estuvo bien encendido, él le sonrió por
primera vez a la muchacha. “¿Quiere comer
algo? Tengo pan y queso y un poco de jamón, así como vino.” Ella dijo, “Quiero que sepa a quien ha recibido en su
casa, y el peligro que corre al hacerlo.” Gottfried dijo, “Olvide eso, y hablemos de cosas más
gratas.” Ella dijo, “No puedo
olvidar. ¡Es imposible hacerlo!¡Sufro tanto!” Gottfried calló. La mirada de
la joven parecía perderse entre las llamas de la chimenea. “Hace algún tiempo era feliz…vivía con mis padres y ellos pensaban en
casarme. ¡Estaba llena de ilusiones!¡Iba a conocer el amor!¡Iba a tener mi
propia familia!” La voz de la joven se hizo más opaca. “Pero de pronto, todo termino…El rey fue apresado con la reina y los
príncipes.” Ella volvió a sollozar. Gottfried no sabía qué decirle. No
encontraba palabras de consuelo.
“¡Empezaron las persecuciones! Y mis padres con mis hermanos y conmigo tuvimos
que escondernos.”
Ella empezó su relato con voz
estrangulada por sus sollozos. “Uno de
mis hermanos enganchó los caballos a un coche, y él mismo nos llevo a una casa
que estaba abandonada. Era de noche y en la calle no se veía ni una alma.
Mientras ayudaba a mi madre a bajar del carruaje, mi hermano dijo, ‘¡Por favor
mamá, de prisa que pueden descubrirnos!’ Mi hermano Jacobo era impaciente y
autoritario con mi padre, el conde Felipe de Arignon, y dijo, ‘Entren a casa,
¡Y no enciendan por ningún momento la luz!’ Mis hermanos menores, Belinda y
Jaime, estaban muy asustados pero no lloraban. Mientras los bajaba del
carruaje, mi padre dijo, ‘¡Apúrense y sin ruido sigan a su mamá, ahora los
alcanzo!’ Cuando estuvimos en la casa, Jacobo espantó a los caballos. ‘¡Aaaah!’
Mi padre había mandado arreglar un poco la casa, a escondidas de todos los
vecinos.” Seguimos a mi hermano, quien dijo, ‘Síganme…sujétense de las manos.
En la parte de atrás podremos encender luz y preparar algo de comida.’ Todos
teníamos miedo. Habíamos sabido que todos los amigos de mi padre, estaban ya en
la conserjería. Mi hermano dijo, ‘Todo está listo padre. Nadie verá nuestra
luz, ni escuchará aquí nuestras voces.’ Mi padre habló con voz emocionada,
‘Escuchen todos bien lo que voy a decirles. Nos buscan para llevarnos…a la
muerte. No podemos abandonar Paris ahora. ¡Si lo intentamos seremos apresados
al momento por los rebeldes! Aquí no tendremos comodidades, ni libertad…pero al
menos viviremos.’ Mi madre dijo, ‘¡Dios mío!¡Qué situación!’ Mi padre continuó,
‘Esperemos que los grandes señores que han salido de Francia, puedan volver con
un ejército poderoso. ¡Esa es nuestra única esperanza!’ Mi madre dijo, ‘Pero no
podemos vivir por mucho tiempo aquí!’ Mi padre dijo, ‘Aquí hay víveres para
mucho tiempo. Seis meses es un tiempo razonable.’ Mi madre dijo, ‘¿Y si alguien
nos descubre?’ Mi padre dijo, ‘¡Nadie saldrá de ésta casa ni tampoco irá a los
patios de día! Todo se hará pero de noche, ¿Está claro?’ Mi madre dijo, ‘¡Qué
situación!¡Qué situación, Dios mío!’
Para mi
madre, sus últimos hijos eran su tesoro, y temía que cayeran en manos rebeldes.
Los tomó y les dijo, ‘¡Recemos hijos, recemos para que el altísimo se conduela
de nosotros!’ Empezó a pasar el tiempo. Aquella casa convertida en nuestra
prisión nos ahogaba. Yo pensaba, ‘¿Qué será de mis primos y demás
parientes?¿Podrán salvarse o…?’ No conocía el monstruoso aparato, pero mi padre
había hablado de la guillotina. Entonces pensaba, ‘¿Estarán ya muertos?¡Sí, sí
están muertos!’ Aquellos pensamientos me hicieron gemir, y eso hizo que viniera
mi madre: ‘¡Lucille!¿Qué es lo que te pasa?¿Por qué lloras?’ Le dije, ‘¡Vamos a
morir mamá!¡Sé que vamos a caer en manos de esos hombres!’ Ella me dijo, ‘¡No,
no!¡Tu padre no lo permitirá!’ Yo le dije, ‘¿Dónde están nuestros
parientes?¿Por qué no vienen a ayudarnos?; Mi madre dijo, ‘Ellos…’ Mi madre
calló, y yo comprendí. ‘¿Lo ves? Ellos eran poderosos, tenían servidumbre y
modos de huir.’ Mi madre me dijo, ‘Algunos pudieron hacerlo. ¡Eso si es
verdad!’ Le dije, ‘Pero nosotros, sin ya tener coches, ni caballos, ¿Cómo
podremos hacerlo?’ Mi madre me dijo, ‘Tu padre está buscando la manera. Hay que
tener confianza.’ Mi padre salía por las noches a buscar noticias y también
víveres, porque se nos habían terminado. El, que estaba acostumbrado a que todo
se lo hicieran, ahora era el mandadero y el cargador. Una noche mi padre ya no
volvió. Mi madre dijo, ‘¡Deben haberlo apresado!¡Alguien debe haberlo
reconocido!¡Lo traicionaron!’ Mi hermano dijo, ‘No lo creo. Iba muy bien
disfrazado.’
Mi madre
amaba profundamente a mi padre. Llevaban muchos años de casados. Un día dijo,
‘¡Voy a buscarlo!¡No puedo resistir más ésta espera!’ Mi hermano dijo, ‘Tú
mamacita te quedas aquí. Yo iré a buscarlo y te lo traeré, ya verás.’ Poco
después estaba vestido como un revolucionario, y dijo, ‘Por favor ¡No se muevan
de aquí, hasta que vuelva con mi padre!’ Jacobo partió. Me quedé con mi madre,
quien apenas podía contenerse, y llorando dijo, ‘¿Qué le habrá pasado a tu
padre? Nunca se había tardado tanto.’ Le dije, ‘Quizá haya tenido alguna
dificultad, mamá.’ Nos pasamos la noche en vela. Descubrimos una ventana para
saber a qué hora salía el sol. Mi madre dijo, ‘¡Y no vienen!¡Ahora hasta tu
hermano está faltando!’ En esos momentos oímos la voz de Jacobo. ¡Era un grito
horrible de alarma!: ‘¡LOS SANSCULOTTES VIENEN TRAS DE MI, ESCÓNDANSE!’ Fue un
movimiento instintivo. Mi madre cargo a mi hermanito, y yo a mi hermana. Mi
madre dijo, ‘¡Al escondite!¡De pisa!’ Había una habitación secreta, y hacia ella
nos dirigimos. Yo entré pero mi madre entonces pensó en Jacobo, y lanzó un
alarido de terror: ‘¡Mi hijo!¡Lo van a apresar esos hombres!¡Detén a tu
hermano, Lucille!¡Voy por Jacobo!’ Ella apretó el resorte que cerraba la puerta
secreta, y no se fijo que Jaimito iba tras de ella: ‘¡MAMÁ!’
Mi hermanita espantada por los gritos de mamá, quiso también seguirla, gritando, ‘¡Mamá!’ Le grité, ‘¡No, no espera! ¡Espera, déjame correr el ropero!’ Ella gritó, ‘¡Mamá!¡Yo voy con mi mamá!’ Por sujetarla no me fije del pesado mueble que cerraba la habitación secreta, y me golpeé. Cuando desperté no podía imaginar cuanto tiempo había estado inconsciente. Pensé, ‘¿Qué me pasó?’ Bruscamente me acordé de todo, ‘¡Belinda y Jaimito salieron tras de mamá!’ Para mi tan solo habían transcurrido algunos segundos, sin embargo, ya no había luz de día. Pensé, ‘¿Cómo es posible?¡Si apenas acaba de suceder todo!’ De pronto comprendí, ¡Habían pasado muchas horas desde que recibiera el golpe!’ Grité, ‘¿Mamá?¿Dónde estás mamá?’ Cuando menos lo esperaba, tropecé con el cuerpo de mi hermanita. Tenía una espantosa herida en el pecho. ‘¡Belinda!¡Belinda!¡No por dios!’ No podía imaginarme cómo había sido aquello. ¡Belinda si apenas contaba con siete años!’ Tomé su carita y grité, ‘¡Hermanita…!¡Misericordia señor!’
Mi hermanita espantada por los gritos de mamá, quiso también seguirla, gritando, ‘¡Mamá!’ Le grité, ‘¡No, no espera! ¡Espera, déjame correr el ropero!’ Ella gritó, ‘¡Mamá!¡Yo voy con mi mamá!’ Por sujetarla no me fije del pesado mueble que cerraba la habitación secreta, y me golpeé. Cuando desperté no podía imaginar cuanto tiempo había estado inconsciente. Pensé, ‘¿Qué me pasó?’ Bruscamente me acordé de todo, ‘¡Belinda y Jaimito salieron tras de mamá!’ Para mi tan solo habían transcurrido algunos segundos, sin embargo, ya no había luz de día. Pensé, ‘¿Cómo es posible?¡Si apenas acaba de suceder todo!’ De pronto comprendí, ¡Habían pasado muchas horas desde que recibiera el golpe!’ Grité, ‘¿Mamá?¿Dónde estás mamá?’ Cuando menos lo esperaba, tropecé con el cuerpo de mi hermanita. Tenía una espantosa herida en el pecho. ‘¡Belinda!¡Belinda!¡No por dios!’ No podía imaginarme cómo había sido aquello. ¡Belinda si apenas contaba con siete años!’ Tomé su carita y grité, ‘¡Hermanita…!¡Misericordia señor!’
El recuerdo
de mi madre y Jaimito me hizo reaccionar. ‘¡Mamá!¡Contéstame por favor!’ No
encontré a nadie más, vivo en la casa, y no dudé ya en contenerme. Pensé,
‘¡Deben haberlos llevado a la conserjería!¡Allí están todos!’ Corrí, corrí sin
detenerme hasta que casi ya no pude respirar. Pensé, ‘Debo reunirme con ellos.
¡Si han de morir, quiero hacerlo yo también!’ Pero no sabía dónde estaba la
conserjería. Jamás me lo habían dicho. Yo no tenía a dónde ir. Toda esa noche
camine sin poder encontrar el camino a la conserjería. Así llegó el día.
Siguiendo a la gente que corría, súbitamente me encontré en esa plaza
espantosa. Entonces la vi. ¡Allí estaba la máquina infernal!¡La que segaba
tantas vidas!’ Pensé, ‘¡Santo Dios!’Me quedé allí clavada. No podía apartar mis ojos de ese
maldito instrumento. Un grito de triunfo de la multitud me hizo fijarme en los
que subían al patíbulo. ¡Los reconocí! Grite, ‘¡Papá!¡Mamá!¡Gran Dios,
Jacobo!’”
Lucille terminó su relato.
Las lagrimas corrían incontenibles por sus pálidas mejillas. Lucille dijo, “No sé cómo pude ver cuando uno tras otro,
fueron colocados tras esa cuchilla diabólica.” Sus últimas palabras ya casi
Gottfried no pudo oírlas. Lucille se
llevó las manos a la cara y dijo, “Todos…todos
están muertos.” Pero Gottfried, “Perdóname,
me parece que nada me ha dicho sobre su hermanito Jaime.” Ella dijo, “Él…Él estaba muerto casi a la entrada de
la casa que nos sirvió de refugio.” Gottfried dijo, “¡Ohh!” Lucille, bajó la mirada con tristeza, diciendo, “Tenía…tenía la cabeza hundida por un
terrible golpe.” Gottfried le dijo, “Entonces
usted debe reponerse de tanta tragedia. ¡Debe sobreponerse!¡Por algo está usted
hoy conmigo! Yo casi aquí no tengo nada. Mis padres no han podido enviarme
dinero pero lo que tengo es suyo.”
Gottfried la tomó de los hombros y le dijo, “Mis amigos serán sus amigos. ¡Verá que todos la querrán, y encontrará en ellos a sus amistades perdidas!” Lucille dijo, “Gracias…” Gottfried dijo, “Yo seré su familia. Seré para usted lo que quiera, con tal de que se olvide del pasado. Diga que tratará de irse, que estará aquí…Lucille, ¡Dígalo, por favor!” Lucille dijo, “Si usted lo quiere, me quedaré.” Gottfried le besó la mano y dijo, “¡Lo deseo con toda el alma!” Lucille dijo, “Ahora…ahora quisiera descansar un poco, solo un poco. A todo esto, no me ha dicho su nombre, y yo ya acepté su hospitalidad.” Gottfried dijo, “Soy Gottfried Wolfgang, de Múnich, Alemania. Vine aquí a estudiar lenguas muertas.” Lucille dijo, “Gottfried, lo que ha hecho usted por mi, ésta noche, jamás lo olvidaré.” Gottfried dijo, “¡No diga eso!¿Es acaso que piensa dejarme?” Lucille dijo, “No, mientras yo pueda…pero si acaso nos separamos, no será por mi voluntad.”
Gottfried la tomó de los hombros y le dijo, “Mis amigos serán sus amigos. ¡Verá que todos la querrán, y encontrará en ellos a sus amistades perdidas!” Lucille dijo, “Gracias…” Gottfried dijo, “Yo seré su familia. Seré para usted lo que quiera, con tal de que se olvide del pasado. Diga que tratará de irse, que estará aquí…Lucille, ¡Dígalo, por favor!” Lucille dijo, “Si usted lo quiere, me quedaré.” Gottfried le besó la mano y dijo, “¡Lo deseo con toda el alma!” Lucille dijo, “Ahora…ahora quisiera descansar un poco, solo un poco. A todo esto, no me ha dicho su nombre, y yo ya acepté su hospitalidad.” Gottfried dijo, “Soy Gottfried Wolfgang, de Múnich, Alemania. Vine aquí a estudiar lenguas muertas.” Lucille dijo, “Gottfried, lo que ha hecho usted por mi, ésta noche, jamás lo olvidaré.” Gottfried dijo, “¡No diga eso!¿Es acaso que piensa dejarme?” Lucille dijo, “No, mientras yo pueda…pero si acaso nos separamos, no será por mi voluntad.”
Ella entró y cerró la puerta,
y él se quedó allí parado, mirándola como si aún pudiera verla, pensando, “¡Es una auténtica aristócrata!¡La hija del
conde de Arignon! Comprendo que esa chusma haya guillotinado a su familia…pero,
¿Cómo es que ella ha podido salvarse? Ella no se ha ocultado…¡Antes al
contrario, se ha mostrado a todos los vientos, y ellos no la han visto!¡Cómo
sea! Si la han dejado viva, me complace infinitamente.” Súbitamente hizo
recuerdos de algo que tiempo atrás se le había ocurrido. “¿Será la mujer que el destino me tenía reservada? Si fuera así…¡Le doy
las gracias mas cumplidas!” Y pensando en su hermosa hospedada, se fue
quedando dormido, pensando, “Antes de que
le causen daño…estaré muerto…”
Al día siguiente, Marcel se
acercó a la posada, ‘Al Buen Sediento’
pero espantado. Vio allí a los sansculottes. Y pensó, “¿Qué habrá pasado? ‘Papá’ Niceto está bien parado con los del
comité..” Con cuidado, no sabiendo que era lo que buscaban allí los
esbirros, se fue acercando, pensando, “Nunca
se habían metido con ésta posada, que saben es centro de los estudiantes.” Llegó
cerca de una de las criadas, y en voz baja la interrogó. “¿Qué ha pasado Loretta?” Ella le dijo, “Buscan a los fugitivos del
otro día, de la guillotina.” Marcel le dijo, “¿Aquí?” Ella le dijo, “Están
buscando casa por casa…agarraron a uno de ellos, y le hicieron confesar muchas
cosas.” Marcel palideció. Si alguien decía que los estudiantes los habían
salvado, ésta vez ellos estarían perdidos. Loretta dijo, “Y ahora dicen que los otros están escondidos y que van a encontrarlos
sea como sea.” Marcel ya no quiso saber más. Paso a paso, como fingiendo
indiferencia, se fue alejando, pensando, “¿Quién
sería? ¡Maldición!¡Es lo peor que podía sucedernos!¡Ellos saben los nombres de
algunos de nosotros. ¡El mío, por ejemplo, y el de Gottfried!” Pensó en
Louis Saint Firmin, cuya casa le quedaba más cerca. “¡Ya no puedo volver a mi casa!¡No, que diablos!¡Es posible que ya me
estén esperando allí! Hay que ponernos de acuerdo y…¡Volar cuanto antes de
aquí, antes que perdamos la cabeza!”
A esa hora Gottfried
terminaba de poner bajo la mesa un pedazo de tela con mantel, y las viandas,
pensando, “Espero que le guste…que esté
contenta.” Con una sonrisa de felicidad, como no la había tenido en mucho
tiempo, llamó a la puerta de la habitación, diciendo, “¡El desayuno está servido, señorita!” Casi al momento, la puerta
se abrió. Ella dijo, “No salí antes, por
creer que usted dormía todavía.” Gottfried dijo, “Y yo no llamé antes por dejarla dormir un rato más.” El estudiante
al verla tan pálida, tan vaporosa, se sintió atraído hacia ella. Lucille dijo, “Gracias por pensar en mi…” Gottfried dijo,
“No he podido borrarla de mi mente desde
que la vi anoche. Su imagen me acompañó toda la noche…Me pareció tenerla junto
a mi todo el tiempo.” La llevó a la mesa y un poco cohibido, avergonzado,
anunció sus carencias. “No tengo leche,
pero tengo vino y queso…” Ella dijo, “Para
mí está bien.”
Cuando se acomodaron, él empezó a hacer recomendaciones: “Es mejor que no salga de esta vivienda, y
que no se deje ver ni por los vecinos.” Ella dijo, “Gottfried, anoche me dijo que usted deseaba ser toda mi familia, mi
todo.” Gottfried dijo, “¡Lo deseo con
toda mi alma!” Ella dijo, “Para eso
no siendo usted un pariente, solo queda que sea usted mi esposo.” Gottfried
dijo, “No soy…no soy de su categoría.
Usted es noble.” Ella le dijo, “Para
dos seres que se aman, que han sido unidos por el destino, no hay clases
sociales, ¡Solo amor!” Gottfried la tomó y le dijo, “Lucille, no me atrevía a decírselo, pero, ¡Sí te amo con toda el
alma!¡Con todo mi ser!” Y él, sediento de esos labios tan hermosos, los
besó, sintiendo que en la caricia entregaba su alma.
En la noche, Louis y Marcel,
llegaron a la casa donde vivía Gottfried. Poco después cuando se hubieron
identificado, Gottfried les abría. Marcel dijo, “¡Vístete como rayo! Nos vamos de Paris. ¡Ya nos andan buscando los del
comité!” Louis dijo, “¡Agarraron a
uno de los que salvamos!” Gottfried corrió al instante a la alcoba,
diciendo, “No nos iremos solos. Tengo a
alguien aquí, que irá con nosotros.” Marcel dijo, “Pero…”
Gottfried entro a la habitación y encontró a Lucille dormida, y dijo, “¡Lucille, despierta, nos vamos!” Gottfried le sujetó la mano y la sintió helada, sin vida, y entonces gritó, “¡LUCILLE!¡LUCILLE!” Y al tomarla entre sus brazos, la sintió floja y con ese frio tan especial de los muertos. A los gritos de Gottfried acudieron sus amigos. Marcel dijo, “¡Santo Cielo!¿Cómo pudo llegar ésta mujer hasta aquí?” Louis dijo, “¿La conoces?” Marcel dijo, “¡Era la hija del conde de Arignon, que fue guillotinada hace dos días!¡Yo la vi ejecutar!” Marcel quitó la cinta del cuello de la joven, y Gottfried, lanzó un alarido espantoso.
La cabeza de Lucille rodó por la almohada. “¡NOOO!¡LUCILLE!” No pudo resistir la impresión. Se había desposado con la muerte. Cuando Gottfried volvió a tomar conciencia de sí mismo, se vio en un cuarto desconocido junto a sus amigos. Gottfried dijo, “¿Q-que pasó? ¿Cómo llegue aquí?” Marcel le dijo, “Pues te diré, sufriste una impresión, y has pasado dos semanas entre la vida y la muerte. Pero tu mal, nos ayudó a todos para poder salir de Francia en una humilde carreta de paja.” Gottfried dijo, “¿Cómo? No entiendo?”Marcel dijo, “Para salir de Paris, dijimos que estabas enfermo de viruela.” Louis dijo, “¡Y nadie quiso verte!” Marcel dijo, “Así, con la amenaza de la viruela, llegamos a la frontera, y la pasamos.” Gottfried preguntó, “¿Pero de verdad tengo ese mal?” Marcel dijo, “No, pero después de que se fue Tomas con esa extraña muchacha, te pusiste mal.” Gottfried dijo, “Entonces Lucille.” Marcel dijo, “¿Te has vuelto loco? No conocemos a nadie de ese nombre. La muchacha de Tomás se llama Claudia.” Gottfried dijo, “Entonces…entonces creo que tuve un mal sueño.” En ese momento, entro Freda, la prometida de Gottfried, y los padres del estudiante. Freda dijo, “¡Gottfried al fin te vuelvo a ver.” Su madre dijo, “¡Hijo de mi alma!” Marcel había mentido a su amigo. Prefería dejarlo en la creencia de que aquel hecho inexplicable había sido un mal sueño. Frida dijo, “Ahora que has vuelto, nos casaremos, ¡Y ya nunca más nos separaremos!”
Tomado de Novelas Inmortales Año III No. 130. Mayo
14 de 1980. Adaptación: Mario De la Torre Barrón. Segunda Adaptación: José
Escobar.Gottfried entro a la habitación y encontró a Lucille dormida, y dijo, “¡Lucille, despierta, nos vamos!” Gottfried le sujetó la mano y la sintió helada, sin vida, y entonces gritó, “¡LUCILLE!¡LUCILLE!” Y al tomarla entre sus brazos, la sintió floja y con ese frio tan especial de los muertos. A los gritos de Gottfried acudieron sus amigos. Marcel dijo, “¡Santo Cielo!¿Cómo pudo llegar ésta mujer hasta aquí?” Louis dijo, “¿La conoces?” Marcel dijo, “¡Era la hija del conde de Arignon, que fue guillotinada hace dos días!¡Yo la vi ejecutar!” Marcel quitó la cinta del cuello de la joven, y Gottfried, lanzó un alarido espantoso.
La cabeza de Lucille rodó por la almohada. “¡NOOO!¡LUCILLE!” No pudo resistir la impresión. Se había desposado con la muerte. Cuando Gottfried volvió a tomar conciencia de sí mismo, se vio en un cuarto desconocido junto a sus amigos. Gottfried dijo, “¿Q-que pasó? ¿Cómo llegue aquí?” Marcel le dijo, “Pues te diré, sufriste una impresión, y has pasado dos semanas entre la vida y la muerte. Pero tu mal, nos ayudó a todos para poder salir de Francia en una humilde carreta de paja.” Gottfried dijo, “¿Cómo? No entiendo?”Marcel dijo, “Para salir de Paris, dijimos que estabas enfermo de viruela.” Louis dijo, “¡Y nadie quiso verte!” Marcel dijo, “Así, con la amenaza de la viruela, llegamos a la frontera, y la pasamos.” Gottfried preguntó, “¿Pero de verdad tengo ese mal?” Marcel dijo, “No, pero después de que se fue Tomas con esa extraña muchacha, te pusiste mal.” Gottfried dijo, “Entonces Lucille.” Marcel dijo, “¿Te has vuelto loco? No conocemos a nadie de ese nombre. La muchacha de Tomás se llama Claudia.” Gottfried dijo, “Entonces…entonces creo que tuve un mal sueño.” En ese momento, entro Freda, la prometida de Gottfried, y los padres del estudiante. Freda dijo, “¡Gottfried al fin te vuelvo a ver.” Su madre dijo, “¡Hijo de mi alma!” Marcel había mentido a su amigo. Prefería dejarlo en la creencia de que aquel hecho inexplicable había sido un mal sueño. Frida dijo, “Ahora que has vuelto, nos casaremos, ¡Y ya nunca más nos separaremos!”
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