Club de Pensadores Universales

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viernes, 26 de mayo de 2023

Genoveva de Alfonso de Lamartine

     Alphonse Marie Louis Prat de Lamartine nació en Mâconel 21 de octubre de 1790 y falleció en París28 de febrero de 1869, a la edad de 79 años. Lamartine fue un escritorpoetahistoriador y político francés del período romántico.

Biografía

    Su padre, Pierre de Lamartine, (1752-1840), era un caballero de Prat, capitán en el regimiento de caballería Dauphin, y su madre, Alix des Roys, era hija del intendente general del duque de Orleans. El mismo poeta narró los veinticinco primeros años de su vida en unas, Memorias Inéditas; los primeros diez los pasó en el campo, en Milly, en el sur de Borgoña, rodeado por la naturaleza y junto a su madre y hermanas. Allí recibió una educación muy orientada hacia la religión, por parte del padre Dumont, pastor de Bussières, quien le inculcó una gran fe, reforzada por los años que pasó en el colegio de Belley, durante los cuales leyó a, Chateaubriand, a Virgilio, y a Horacio. Con el tiempo, sin embargo, se volverá deísta, e incluso vegetariano, algo que incluso llegó a justificar por escrito, y algunas de sus obras irán a parar al, Índice de Libros Prohibidos, del Vaticano.

     De familia militar de la pequeña nobleza provinciana francesa, viajó bastante durante su juventud. En 1816, víctima de cierta depresión, se trasladó a tomar las aguas en, Aix-les-Bains (Saboya). Allí el poeta conoció a, Julie Charles, nacida con el nombre de, Hérettes Bouchaud, mujer casada con el físico y aeronauta, Jacques Charles, y seis años mayor que él, que sufre de "consunción", como se conocía entonces a la tuberculosis galopante. Los dos jóvenes comenzaron una desesperada relación romántica, que duró apenas un año, hasta la muerte de Julie, en diciembre de 1817, con solo 33 años.
     El poeta se vio profundamente afectado por esta trágica pérdida, que le inspiró, en parte, sus, Meditaciones Poéticas (1820), pero pronto se consoló con diversas amantes, como, Léna de Larche. Por entonces ya era legitimista, y en ese mismo año, quizá para librarse de la depresión, contrajo matrimonio con la inglesa, Mary Ann Elisa Birch. Y como su defensa de la restauración borbónica en 1814, le valió entrar en la carrera diplomática, ocupó su primer puesto oficial bajo el gobierno de Luis XVIII, como agregado a la secretaria de la embajada francesa de Nápoles, y luego como secretario en la de Florencia, desde 1825 hasta 1828.

     En 1829, fue elegido miembro de la Academia Francesa. En 1832, visita Grecia y el Líbano e, imitando a su maestro, Chateaubriand, peregrina al, Santo Sepulcro en Jerusalén, para fortalecer sus convicciones religiosas, pero en el ínterin, falleció su hija Julia, y escribió en su memoria el poema, Getsemaní o La muerte de Julia, que luego incorporó a su, Viaje al Oriente. En el curso de ese viaje pudo observar lo suficiente como para convertirse, con Víctor Hugo, en un gran defensor y propagandista de la lucha de los serbios contra el Imperio Otomano. Fue elegido diputado en 1833 y 1839. En 1834, estuvo entre los fundadores de la Sociedad Francesa para la Abolición de la Esclavitud.
     Pero entonces empiezan a acuciarle los problemas económicos, y al empezar la década de los cuarenta, se dedicó a redactar, Pane Lucrando, los ocho volúmenes de su monumental, Historia de los Girondinos (1847), publicada el año anterior de la Revolución de 1848, con un éxito editorial inmenso, que le granjeó las simpatías populares, pese a su escaso valor histórico, y le ayudó a disipar sus numerosas deudas. Ocupó brevemente el cargo de gobernador, durante la dicha revolución. Tras la caída de Luis Felipe de Orleans, fue ministro de Asuntos Exteriores, cargo que lo habilitó a presidir un gobierno interino, en la recién proclamada República, desde el 24 de febrero de 1848, hasta el 11 de mayo del mismo año.

    Durante su período como político, en la Segunda República Francesa, realizó esfuerzos que finalmente condujeron a la abolición de la esclavitud, el 27 de abril de 1848, así como de la pena de muerte, y también fomentó la libertad de prensa y reunión, el derecho al trabajo, y los programas cortos de capacitación laboral. Era un político idealista, que apoyó la democracia y el pacifismo, aunque se inclinó más al liberalismo que a los partidarios de la reforma política y social (Louis BlancAlbert, etc.), ya que no admitía que se tocára el derecho de propiedad, pues él mismo poseía grandes propiedades; líder, junto a François Arago, una política moderada en la mayor parte de cuestiones que le hizo ser abandonado por sus seguidores. Tras fracasar en la elección presidencial del 10 de diciembre de 1848, en la que obtuvo solo un 0,26 % de los votos, se retiró de la política, y se dedicó a la literatura.

     Al margen de sus dotes administrativas, criticadas sin piedad por, Alexis de Tocqueville, o el economista, Frédéric Bastiat, Lamartine sobresalió en el panorama literario por la musicalidad de sus versos, y sus excepcionales representaciones de la naturaleza. De su producción poética, muy abundante y con frecuencia meramente de circunstancias, cabe mencionar Meditaciones poéticas (1820); Nuevas Meditaciones Poéticas (1823), Armonías Poéticas y Religiosas (1830), Jocelyn (1836), La Caída de un Angel (1838) y Los Recogimientos (1839). Su labor como historiador, ha sido posteriormente olvidada, cuando no criticada muy severamente.
     Sin embargo, redactó uno de los grandes éxitos editoriales de su época, la célebre pero poco rigurosa, Historia de los Girondinos (1847), en ocho volúmenes, además de una, Historia de la Revolución de 1848 (1849), una, Historia de la Restauración (1851), una, Historia de Turquía (1854), que incluye una, Vida de Mahoma, y una, Historia de Rusia (1855). También escribió tres volúmenes de biografías de grandes hombres, que consideraba civilizadores de los pueblos. Como narrador, escribió, Raphaël, (1849), Graziella, (1852), las cuales recogen sus vivencias personales, así como otros escritos más declaradamente autobiográficos; en general, se admiraba su prosa, pero los caracteres femeninos de sus obras, le parecían a Flaubert meros fantoches. También redactó un, Curso Familiar de Literatura. Su obra tuvo especial influencia entre los integrantes del, Salón Literario de 1837. En torno a él, se formó un grupo de escritores vinculados al romanticismo, entre los cuales y principalmente se hallaba, Esteban Echeverría.

     Es famoso por su poema parcialmente autobiográfico, Le Lac, (El Lago), que describe en retrospectiva el ferviente amor compartido por una pareja, desde el punto de vista del hombre desconsolado. Además su oda, "Les Préludes / Los Preludios", perteneciente a sus, Nouvelles Méditations Poétiques, inspiró en parte el grandioso poema sinfónico homónimo de Franz Liszt; menos conocidas son las adaptaciones musicales de otros poemas suyos, realizadas por, Georges BizetÉdouard LaloHector Berlioz, y Charles Gounod. Lamartine fue un maestro en el uso de las formas poéticas del francés. Fue uno de los muy pocos literatos franceses, en combinar su escritura con su carrera política.

Yo soy el primero que ha hecho descender la poesía del Parnaso, y ha dado a lo que se llamaba la Musa, en vez de una lira de siete cuerdas de convención, las fibras mismas del corazón humano, tocadas y enmudecidas por las innúmeras fricciones del alma y de la naturaleza [...] Esto no era un arte, era un alivio de mi propio corazón, que sacudió sus propios sollozos ("Prefacio" de Primeras Meditaciones)

Pido gracia por las imperfecciones de estilo, que herirán a menudo a los delicados. Lo que se siente fuertemente, se escribe rápido (Prefacio a, Harmonies)

      Define la poesía como, "la encarnación que tiene el hombre de lo más íntimo en su corazón, y de lo más divino en su pensamiento".​ Los temas de su poesía puramente lírica, son cuatro: el amor, la melancolía, la naturaleza, y la fe. El amor, un amor de éxtasis lánguidos, "amorosos silencios" y miradas compenetradas, se eleva cuando canta a Julie Charles; la melancolía (Flaubert hablaba del "lirismo consuntivo" de Lamartine), la naturaleza, que refrena todo su desconsuelo, y la fe, a veces desesperada, pero no tanto como en Alfred de Vigny. Lamartine llega a Dios, a través de la contemplación de la naturaleza, en el espectáculo de los cielos, en la tierra, y es vagamente deísta: quiere librar a la religión de la creencia en los milagros, en el infierno, etc. Su fe en la Providencia, depende de las vicisitudes de su vida, pero el deseo de servir a Dios, es cada vez más fuerte en su obra.

    En cuanto a su poesía épica y filosófica, resulta un poco más impostada que la meramente lírica. En, Jocelyn, poema narrativo ambientado en la época revolucionaria, refleja en nueve épocas la epopeya de la redención por el sacrificio, y tuvo un gran éxito popular; se inspira tal vez en un personaje real, que conoció en su adolescencia, el abate Dumont. La Chut d'un Ange, "La Caída de un Ángel", es de mera ficción. Es una epopeya metafísica en la que el ángel Cédar, es reducido a esclavitud por la hermosa Daïda. El argumento es demasiado complicado, y no tuvo el éxito del anterior. Como poeta social, canta una, "Marsellesa de la Paz" y contempla todos los bienes posibles de la humanidad, a través de la "fraternidad social": la extinción de la pena de muerte, y de la guerra, y una sociedad fundada sobre la libertad en que todos los bienes se repartan con igualdad entre los hombres: "Solo el egoísmo tiene patria. ¡La fraternidad no la tiene!".

    Sin embargo, su lirismo aparecía avejentado, impostado, vacuo, y desigual, ante los escritores franceses de la posteridad. Gustave Flaubert escribió a Louise Colet, el 6 de abril de 1853:

Lamartine se muere, dicen. No lo lloro […]. Ninguna simpatía tengo por este escritor sin ritmo, por este estadista sin iniciativa. A él es a a quien debemos todas las azuladas ñoñeces del lirismo consuntivo, y a quien debemos agradecerle el Imperio, hombre que acude a los mediocres y gusta de ellos. […] No quedarán de Lamartine sino medio volumen de obras destacadas. Es un espíritu eunuco al que le falla la chola y nunca ha meado sino agua clara.

     Terminó su vida en la pobreza, como tantos otros literatos, el 28 de febrero de 1869, en París. Es considerado como el primer romántico francés, y es reconocido por Verlaine y los simbolistas como una importante influencia. (Wikipedia en Español)

Genoveva

de Alfonso de Lamartíne

     Alfonso De Lamartine, (1790-1869) fue un hombre clave de su época, el agitado Siglo 19 francés. De Lamartine era un aristócrata venido a menos, quien había de salir de la pobreza, para brillar en la vida social y política de su país. Pero sobre todo, De Lamartine brillaría en la vida literaria. Se le recuerda mucho por su poesía, que fue altísima expresión del romanticismo francés, rica en imágenes, símbolos, e ideas, pero igualmente nos legó hermosas obras en prosa, como la que hemos preparado para ustedes. Es la historia de una mujer, cuyo destino fue marcado por su bondad suprema. A su manera, ella fue una santa. Estén seguros de que nunca olvidarán la historia de Genoveva, la historia de una criada.

     Una tarde de junio, los habitantes de la aldea de Montegnol, se reunieron en el cementerio del lugar. El cura del lugar había muerto, y ellos le daban el último adiós. Cuando la última palada de tierra cayó sobre la tumba, la gente se fue retirando lentamente. Sólo quedaron en el cementerio dos personas. Era un hombre con una mujer mayor llorando. El hombre le dijo, “Vamos Genoveva, regresemos a casa.” Genoveva dijo, “Sí…sí señor.” Poco después, ambos estaban en casa. Entonces el hombre dijo a Genoveva, “No llore más, Genoveva, debe conformarse.” Genoveva le dijo, “Lo sé señor, pero estuve tantos años a su lado. Fue tan bueno conmigo.”
     
El hombre le tomó los hombros con sus manos, y le dijo, “Yo lamento su muerte tanto como usted. Fue un gran amigo de mi padre.” Genoveva dijo, “El señor cura siempre me hablaba de usted. Se ponía tan feliz cuando venía a verlo.” Hubo una pausa, y luego Genoveva dijo, “¿Se quedará algunos días, señor?” El hombre dijo, “Solo hasta mañana, Genoveva, debo regresar a París.” Genoveva dijo, “Lo comprendo, le prepararé la cena.” El hombre dijo, “Gracias.” Enseguida, el hombre pensó, “¡Pobrecita! ¿Qué va a ser de ella ahora? ¿Querrá tenerla a su servicio el próximo sacerdote? Nunca he sabido cómo llegó aquí. Durante años, la vi en éste lugar, y jamás se me ocurrió preguntárselo. Siempre trabajando sin descanso. Casi no habla, y en su rostro hay una eterna tristeza.”
     Esa noche, después de cenar, el hombre dijo, “Por lo que veo, usted no descansa nunca, Genoveva.” Genoveva le dijo, “Dios no me hizo a mí para el descanso, Señor. Empecé a trabajar desde el día en que pude andar, y trabajaré hasta que muera. Ya tendré tiempo de descansar en la tumba.” El hombre dijo, “¿Cómo? ¿No jugó con los niños de su edad, ni supo lo que era pasear y divertirse?” Genoveva dijo, “No he disfrutado en mi vida, una época que pueda llamar buena, más que aquí, desde que el señor cura me tomó a su servicio.” Genoveva continuó, “Hasta entonces no supe lo que era sentarse y mirar el Sol, el fuego, o la gente que pasaba.” El hombre dijo, “¿Es posible que siempre llevára una vida tan dura?” Genoveva dijo, “Mi vida era penosa, pero no desagradable. Si Dios quisiera resucitar a mi madre, me sentiría feliz y empezaría de nuevo.” El hombre dijo, “Cuéntemela, Genoveva. Hay una enseñanza en la vida de cada persona.” Genoveva dijo, “Lo complaceré señor, si eso le entretiene.” Genoveva comenzó su narración.

“Yo era de Voirón, una aldea de la montaña. Mi padre era carpintero, y mi madre era lavandera. Éramos muy pobres. Cuando yo tenía 5 años, nació mi hermanita, Josefina. Mi madre quedó muy mal, y ya no pudo levantarse. Desde ese momento, yo fui su única ayuda. A pesar de mi corta edad, hacía todas las labores de casa.” Mientras hablaba, Genoveva pareció transportarse al pasado. “Recuerdo que un día, siendo una niña miraba a mi madre amamantar a mi hermanita recién nacida, con una tetera. Mi madre me dijo, “Genoveva, ve a tu hermanita.” Yo le dije, “Sí, mamá.” Mientras yo calentaba la leche, mi madre pensó, “Pobre hija mía. Mientras los demás niños van a la escuela o juegan, ella debe trabajar como una mujer grande.” 
    Así pasaron doce años. Un día, vi a mi madre llorando en la mesa del comedor. Entonces le dije, “¿Madre, qué tienes? ¿Porqué estás llorando?” Mi madre me dijo, “Siento que mi vida se apaga. ¿Qué va a ser de ustedes? ¿De Josefina?” Yo la abracé, y le dije, “Yo siempre cuidaré por ella.” Mi madre me dijo, “Pero tú te casarás algún día, y entonces ella quedará desamparada.” Yo le dije, “No, si encuentro a un hombre que me quiera, me llevaré a Josefina y la trataremos como si fuera nuestra propia hija.” Mi madre me dijo, “¿Me lo prometes, Genoveva? Júrame que le servirás de madre. Júrame qué harás por ella cuántos sacrificios puede hacer una madre por su hija. Júramelo.” Yo le dije, “Sí madre, te lo júro. Nunca podría dejarla desamparada.” Mi madre me dijo, “Gracias hija mía, ahora puedo morir tranquila.”
     Yo le dije  “No digas eso, estarás aún mucho tiempo a nuestro lado. Te necesito, madre.” Pero ella sabía bien lo que decía, y una noche cerró sus ojos para siempre. Yo me derrumbé y exclamé, “¡Madre, que falta me vas a hacer!” Mi padre no pudo resistir su pérdida, y no tardó en entregarse al alcohol. Recuerdo una noche, cuando llegó borracho, yo le dije, “¡Padre mira cómo vienes!” Mi padre me dijo, “¡Déjame tranquilo!” Yo le dije, “Vinieron a buscarte de la carpintería. Dicen que no has ido hace dos días a trabajar.” Mi padre me dijo, “¿Y qué? Soy tu padre, y no tienes derecho a reprocharme nada.” Yo exclamé, “Pero…” Él me interrumpió, y me dijo, “¡Cállate! Me voy a dormir. Tengo sueño.” Al regresar a mi recamara, Josefina me dijo, “Genoveva, papá me da miedo.” Yo le dije, “No digas eso, Josefina. Él se porta y así, porque sufre mucho. No puede conformarse con la muerte de nuestra madre.”
     Josefina me dijo, “¿Tú no me dejarás nunca? Qué sería de mí si lo hicieras.” Yo le dije, “Nunca. Se lo juré a nuestra madre y lo cumpliré. Siempre estarás conmigo.” Un día me avisaron que habían encontrado a mi padre muerto en la nieve. Cuando lo enterramos, estando frente a su tumba, al lado de Josefina, pensé, “Padre, ya estás descansando junto a la que tanto amaste. Me has dejado sola para cuidar de Josefina.” Cuando partimos del cementerio, Josefina me dijo, “Genoveva, ahora que no está papá, ¿De qué vamos a vivir?” Yo le dije, “No te preocupes, yo sé bordar y coser. Ya verás como nos podemos arreglar.”  Vendí unas pocas cosas de mediano valor, y puse una tiendita. Entonces dije a Josefina, “Josefina, tú aprenderás a hacer encajes. Hay una maestra muy buena, cobra caro, pero pagaré tu enseñanza.” Ella me dijo, “Qué buena eres, Genoveva, solo las niñas de recursos pueden tomar clases con ella.” En el verano nos iba bien, pero en invierno, no vendíamos casi nada. Una día le dije, “Josefina, quédate tras el mostrador, yo iré a la casa de la panadera, su hijo está enfermo, y me pagará por cuidarlo.” Ella me dijo, “Trabajas mucho, Genoveva, todas las noches te quedas velando enfermos, y en el día coses y bordas.”
     
Yo le dije, “No te preocupes. Soy fuerte. Esta semana no hemos vendido nada, y no tenemos dinero.” Trabajé sin descanso, y por fin nos empezó a ir mejor. Con el tiempo, conocí a un cliente que siempre venía a comprarnos. Un día, llegó y me dijo, “Buenos días, señorita Genoveva.” Yo le dije, “Buenos días señor Cipriano.” Él me dijo, “Quiero llevar unas pañoletas doradas, son un regalo para mi madre.” Le dije, “Le mostraré las que tengo.” Él me dijo, “Quiero de las que usted hace. Parece que en ellas pusieron sus manos las hadas.” Yo pensé, “Qué amable, es tan caballero correcto. Siempre que viene al pueblo, entra en la tienda con cualquier pretexto.” Me dijo, “Llevaré estas dos. Hasta pronto, señorita Genoveva, pasaré a saludarle el próximo sábado.” Le dije, “Hasta luego.” Entonces pensé, “Siempre que se va, me quédo triste. Será que sí lo ámo. Estoy enamorada de él, y él, ¿Me querrá? Hace un año que viene a la tienda. Nunca me ha dicho nada, pero me mira como si me amára. ¿No serán solo ideas mías? Es tan buen mozo, tan agradable, debe haber muchas jóvenes locas por él. Si él me amára, qué feliz sería. El sábado vendrá, me haré un vestido nuevo. Quiero que me vea bonita.” Pasó la semana, y por fin llegó el sábado.
     
Cuando Josefina entró a mi recamara, me dijo, “¡Genoveva, qué linda te ves! Deberías arreglarte siempre así.” Yo le dije, “Gracias hermanita. Me siento contenta, y tú arréglate, y ve a pasear con tus amigas. Yo atendré la tienda.” A continuación fui a la tienda, y entonces, un hombre mayor llegó a la tienda y me dijo, “Buenos días. Quisiera ver sus pañuelos.” Le dije, “Tengo bordados, y con encajes. Se los mostraré.” Una vez que los vio, el hombre me dijo, “Voy a llevar esto.” Le dije, “Bien señor.” Pero cuando me dió las monedas de su págo, pensé, “El señor se equivocó. Me dió dinero de más.” Entonces le dije, “Señor, me pagó cuatro pañuelos, y usted lleva solo tres.” Entonces me dijo, “Vaya, no mentía mi hijo al decir que usted es incapaz de engañar a una criatura.” Yo le dije, “¿Su hijo? ¿Quién es tu hijo?” El hombre me dijo, “Cipriano.” Yo le dije, “¡Ah! Usted es el padre de Cipriano.”
   
Él me dijo, “Así es. Mi hijo siempre dice que usted es la joven más honrada que existe. Yo le rebáto que él no conoce el mundo.” Entonces escuché que el hombre dijo, “Me pidió que viniera a comprobarlo, y si usted no era como él decía, no volvería a verla, y dejaría de quererla.” Entonces pensé, “¡Me quiere!” El hombre continuó, y me dijo, “Pero por eso pasé a su tienda. Cipriano tiene razón, usted me agrada, y por ello le diré que él la áma. Mi esposa y yo deseamos que nuestro hijo se case, pero él insiste que sólo lo hará con usted, si es que se atreve a cortejarla.” Yo me llené de fe, y pensé, “¡Me ama, me ama!” El hombre me dijo, “Dígame, ¿Lo quiere usted?” Yo le dije, “…señor…yo…yo…” El hombre me dijo, “No se sonrróje, ya veo que le corresponde. ¿Quiere casarse con él, e ir a vivir con nosotros, a la aldea de las montañas?” Yo le dije, “¡Casarme con Cipriano! Eso sería…maravilloso.” El hombre dijo, “Entonces se casarán. Cipriano jamás se habría atrevido a declararse, y por eso decidí tomar la iniciativa.” Yo le dije, “Señor, qué bueno es usted.”
 
Él me dijo, “Para mí es muy importante la felicidad de mi hijo, y sé que contigo será feliz. Eres tal como él te había descrito.” Yo le dije, “Así será, lo quiero mucho, señor.” El sábado siguiente, Cipriano se presentó en la tienda, con un ramo de flores, y dijo, “Genoveva, he sido tan feliz ésta semana. Mi padre me ha dicho que me aceptas.” Yo le dije, “Sí, Cipriano.” Nos abrazamos y él me dijo, “Quiero que la boda se celebre el mes que viene. ¿Estás de acuerdo?” Yo le dije, “Lo que tú digas. Yo haré lo que quieras.” Cipriano me dijo, “Mi adorada Genoveva, qué felices vamos a ser, y ahora vayamos a pasear. Quiero que todos vean que eres mi prometida.” Estuvimos toda la tarde caminando por la orilla del río. Cipriano me dijo, “El próximo sábado vendrán a buscarte mis padres. Harán una fiesta para celebrar nuestro noviazgo.” Yo pensé, “Señor, ¿Será posible tanta dicha?” Cipriano me abrazó, y me dijo, “Te quiero con toda mi alma. Desde que te conocí, supe que eras la mujer que amaría toda mi vida.”
     Yo le dije, “Y yo a ti, Cipriano. Soy tan feliz en solo pensar que seré tu esposa.” Al recibir mi primer beso, creí que mi corazón estallaría de emoción. La semana pasó como un sueño, y el sábado llegó. Entonces, hablando con mi hermana, Josefina me dijo, “¿A dónde vas a ir? ¿Porque tengo que quedarme en casa de la maestra?” Le dije, “A mi regreso te lo explicaré. Te aseguro que será una grata sorpresa.” Después de dejar a mi hermana, regresé a casa a arreglarme. Apenas había terminado cuando llegó Cipriano, y al verme me dijo, “¡Oh, qué linda estás!” Yo le dije, “¡Gracias, me arreglé para ti!”
     Montada en su mula, emprendí el camino hacia la felicidad. Mientras viajábamos, Cipriano me dijo, “Genoveva, le he dicho a mi padre que tienes una hermana que depende de ti.” Yo le dije, “¿Eso no es impedimento para nuestra boda?” Cipriano me dijo, “No, pero no podemos traerla con nosotros, cuando nos casemos. Mi madre solo quiere que vengas tú a casa.” Yo le dije, “No te preocupes por eso. Había pensado dejarla en Voirón, en casa de su maestra. Deseo que continúe su aprendizaje de encajera. Sé que ella estará contenta con mi decisión.” Cipriano me dijo, “Me alegro, porque ya no hay nada que turbe nuestra felicidad.” Cuando legamos al pueblo, pensé, “Sera mejor para Josefina. No sabe lo que es trabajar. Sufriría como aldeana, después de haber sido casi una señorita.”
    Entonces llegó una muchedumbre llena de algarabía a recibirnos. Cipriano me dijo, “No te asustes. Son los parientes y la gente de la aldea que sale a saludarte.” La gente gritaba, “¡Viva, Genoveva!¡Viva la novia de Cipriano!” Genoveva pensó, “Me saludan como a una reina, a mí, que solo soy una pobre muchacha.” Cuando llegamos a casa de Cipriano, su madre salió al patio, y me dijo, “Te bendigo Genoveva. Serás la esposa de mi Cipriano, y eso te convierte en una hija para mí.” Yo le dije, “Espero siempre merecer el cariño que ustedes me dan.” El padre de Cipriano dijo, “Mujer, todos esperan poder brindar por los novios.” La madre de Cipriano dijo, “Pues pasen, y siéntense. Nadie dirá que en mi casa hay miseria.” Una vecina se sentó en la mesa, y dijo a Rosa, la madre de Cipriano, “Qué suerte has tenido Rosa. Genoveva no es orgullosa, de inmediato se puso a ayudar.”
   
Otra vecina dijo, “Será una estupenda colaboradora para ti.” Al atardecer, monté nuevamente en la mula, y emprendimos el camino de regreso. La gente se despidió, gritando, “¡Adiós Genoveva! ¡Vivan los novios!” Yo pensé, “¿Cómo puede existir tanta dicha? Y desde hoy, todos los días que me quedan, serán así.” Durante el camino nos hicimos mil juramentos y promesas de amor. Cuando llegamos a mi casa, Cipriano me dijo, “Mi adorada, se me harán tan largos los días que faltan para que nos casemos.” Yo le dije, “A mí también, pero llegará el día en que no nos separaremos nunca más.” Cuando se despidió, me quedé en la puerta hasta que desapareció tragado por las sombras. Al entrar a mi casa, Josefina dijo, “Genoveva, ¿Eres tú?” Yo le dije, “Sí, Josefina.” Josefina dijo, “Mi maestra me vino a dejar hace como una hora…¡Que linda te ves! ¿Y ese vestido? No te lo conocía.” Yo le dije, “Me lo hice, porque vengo de mi compromiso. Me voy a casar, hermanita.” Josefina me dijo, “¿Te casas? ¿Con quién?”
   
Yo le dije, “Con Cipriano, tú lo conoces, me has dicho que te agrada.” Ella me dijo, “¡Oh sí! ¡Qué alegría! ¿Y va a vivir con nosotros?” Yo le dije, “No, se queda en la montaña.” Josefina me dijo, “Entonces tú te irás con él…y yo también. Eso me gusta. ¿Cuándo nos iremos?” Entonces le dije, “Bueno…tú no vendrás con nosotros. Te quedarás en casa de tu maestra, aprendiendo a hacer encajes. Ella te cuidará como a sus hijos. Vendré a verte seguido, estarás muy contenta, ya verás.” Josefina me dijo, “¡Nooo! ¡Eres mala! Vas a dejarme. Si lo haces, no es necesario que regreses. a verme Me moriré, me enterrarán junto a mamá, y le diré que me has abandonado.” Yo le dije, “Josefina, no digas eso. Estarás bien con la encajera. Ella vive con comodidades, no como nosotros. Tiene buenos modales, y una criada que hace el trabajo pesado.”
   
Josefina me dijo, “¿Qué me importa? Lejos de ti seré desgraciada. ¡Tú no sabes cómo la maestra les pega a sus hijos!” Josefina comenzó a tener un ataque de rabia, y dijo, “¡Quiero morir, ir al lado de mamá! Si tú ya no me quieres, prefiero morir.” Yo le dije, “No digas eso, yo te quiero mucho.” Ella me dijo, “¿Entonces no te irás? Seré obediente, buena. Haré todo lo que digas, pero no me dejes. Dime que no lo harás.” Yo le dije, “Nena, una muchacha honrada debe mantener su palabra. Y yo le he jurado a Cipriano, que seré su esposa.” Josefina dijo, “¡Le juraste! También le juraste a mamá que siempre me cuidarías…¡Está bien, vete cuanto antes! Yo iré al cementerio y le preguntaré a mi madre si te pidió que vieras por mí, o por Cipriano. ¡Ahh!” Yo me enojé, y le dije, “¡Josefina!” Pero Josefina se desvaneció, y dije, “¡Josefina, hermanita! ¡Dios mío, la he matado!”
   
Le eché algunas aguas en las sienes, traté de reanimarla pero fue inútil. Entonces comencé a llorar, y dije, “¡Madre mía, perdóname! Haz que la pequeña vuelva en sí. Te júro que no me casaré, que me dedicaré solo a ella.” Pasaron unos minutos, que me parecieron eternos, y de pronto, volvió. Yo exclamé, “Genoveva…¡Hermanita, al fin!” Nos abrazamos llorando, mientras ella me decía, “No te casarás…no me abandonarás, ¿Verdad?” Yo le dije, “Nunca, nunca! Siempre estaremos juntas. Jamás te separás de a mi lado.” Cuando la dejé dormida, me senté a escribir una carta para Cipriano. Mientras escribía, mis lágrimas se derramaron, y pensé, “Cada palabra que escribo, es un pedazo de mi corazón al decirle que no me casaré con él. Estoy rompiendo mi alma.” Genoveva volvió al presente, y dijo al hombre concluyendo, “Envié la carta con un hombre que vivía en la misma aldea de mi novio.”
     El señor, quien fumaba un puro, le preguntó, “¿Y él no le contestó? ¿No fue a verla para pedirle una explicación?” Genoveva le dijo, “No señor. El golpe debe haber sido demasiado duro. No hubo respuesta, solo silencio.” Genoveva se acercó al fuego de la chimenea y dijo, “La tristeza de terminar mi noviazgo, marchitó mi belleza, enflaquecí. ¡Ah, cómo sufrí, señor!” Genoveva continuó con su relato: Transcurrieron dos años, y una tarde que estaba tras el mostrador de mi tienda, una mujer llegó, y dijo, “¿La señorita Genoveva?” Yo le dije, “Para servirla.” La muchacha me dijo, “Me han dicho que usted cóse vestidos. Quiero que me haga tres y seis blusas.” Yo le dije, “Con mucho gusto. Páse a la recámara para tomarle las medidas.” La muchacha me dijo, “Quiero que muestre también algunas mantillas y pañoletas.” Yo le dije, “Aunque sea mucha curiosidad, ¿Se casa usted, señorita? Se ve tan contenta.”
   
 Ella me dijo, “Sí, estoy comprometida desde la primavera, y me cáso dentro de quince días.” Mientras tomaba sus medidas le dije, “Es bonito estar enamorada, y se nota que usted lo está mucho.” Ella me dijo, “¡Y cómo no! Mi novio es el mejor mozo de la región. Se llama Cipriano y…” Yo pensé, “¡Cipriano!” Entonces ella me dijo, “¿Qué le sucede? Se ha puesto muy pálida.” Yo le dije, “Nada, discúlpeme. Creo que me dió un mareo. Ya pasó.” No sé cómo pude terminar de atenderla. Sentía que el mundo se me había hundido a mis pies. Mientras le acomodaba el vestido, yo pensaba, “Cipriano se casa, y que linda es su novia. Dios mío dame fuerzas…yo lo ámo tanto.” Acepté mi destino, y continué trabajando y cuidando a Josefina. El día de su cumpleaños, le compré un regalo de sorpresa, y le dije, “¡Feliz cumpleaños hermanita! Ya eres casi una señorita. Hoy cumples 16 años.”
   
 Ella me dijo, “Gracias Genoveva, eres tan buena.” Abrí la caja de su regalo, y le mostré un vestido diciendo, “Éste es mi regalo, te lo hice yo misma.” Josefina dijo, “Es precioso, me lo pondré ahora mismo.” Cuando la vi con su vestido, pensé, “Que bella es Josefina, parece mayor. Da la impresión que tuviera ya dieciocho años.” Ella me dijo, “Genoveva, voy a ir a donde mis amigas. Quiero que vean mi vestido nuevo.” Yo pensé, “Mi sacrificio no fue en vano. Se ve radiante y feliz. Madre, he cumplido y lo seguiré haciendo. ¿Y Cipriano? ¿Qué será de él? Debe estar feliz con su esposa. Ya debe tener hijos, seguro que sí.” Un día, unos soldados se acercaron al pueblo, y Josefina llegó a avisar a Genoveva, “¡Genoveva, los militares que están acantonados en Voirón, pasarán desfilando por aquí. ¡Ven a verlos!” Ambas salimos a la calle y Josefina me dijo, “¡Allá vienen! Mira qué bien se ven.”
   
En ese momento, un caballo relinchó, arrojando a un soldado al suelo. Alguien de los presentes, exclamó, “¡Qué horror!” Un general se acercó al soldado caído, y dijo, “¡Está muerto!” Pero un soldado lo revisó, y dijo, “Hay que llamar al médico.” Un hombre se acercó, diciendo, “¡Déjenme pasar!” Un soldado dijo, “Ábran paso. Es el doctor.” Tras revisarlo, el medico dijo, “¡Métanlo a esa casa! Es necesario que lo cure de inmediato.” Llena de asombró, dije a los soldados, “Pasen aquí está la alcoba.” Cuando acomodaron al soldado en la cama, el doctor dijo, “Déjenme solo con él.” El general dijo, “Estaremos afuera por si necesita algo.”
    Josefina me dijo, “¿Se morirá, Genoveva? Es tan joven y apuesto.” Yo le dije, “No lo sé. El golpe fue muy duro.” Cuando el soldado herido volvió en sí, dijo, “¿Dónde estoy?” El doctor le dijo, “En casa de unas mujeres. No se mueva, tiene un hombro dislocado, y varias contusiones en la cabeza. Necesita absoluta inmovilidad. Deberá quedarse aquí unos días. Yo hablaré con la dueña de la casa.” Enseguida, el doctor nos dijo, “Es necesario que el enfermo permanezca aquí. Sería peligroso moverlo. ¿Tiene algún inconveniente?” Yo le dije, “No doctor, podré cuidarlo estoy acostumbrada a ocuparme de enfermos.” El doctor me dijo, “Bien, yo vendré a verlo todos los días. Dentro de dos semanas se podrá ir.”
   
El oficial herido, cuyo nombre era Luis, era un soldado afectuoso y agradecido, que no daba la menor molestia. Una mañana que Josefina observaba al soldado en su cama, me dijo, “Está mucho mejor el señor Luis, Genoveva. Ya ha recobrado los colores.” Yo le dije, “Sí, es un hombre fuerte que se repone con rapidez.” Josefina se levantó y fue por un ramo de flores y dijo, “Voy a poner éstas flores en la alcoba para alegrarlo un poco.” Yo pensé, “No me gusta tanta solicitud de Josefina…pero no debo preocuparme tanto. Esto terminará pronto. Él se marchará, y no se volverán a ver. Josefina es solo una encajera, y él un oficial.” Y mientras yo confiaba en que así sería, un día los vi platicando en una banca, en el campo. Josefina le decía, “¿Está cómodo? ¿No quiere que le ponga otra almohada?”
   
El oficial le dijo, “No gracias. Que amable es usted, tan amable como hermosa.” Josefina le dijo, “No diga eso.” El oficial le dijo, “Es la verdad, usted es de las mujeres que cuando se conocen, no se pueden olvidar.” Entonces Josefina le dijo, “Eso piensa ahora, cuando se vaya, no se volverá a acordar de nosotras.” El oficial le dijo, “Se equivoca, vendré a verlas porque yo…” Entonces le grite, “¡Josefina!” Josefina se levantó, y dijo, “Mi hermana me llama.” El oficial dijo, “Vaya, ya tendré tiempo de decirle muchas cosas.” Cuando llegó Josefina, yo le dije, “Josefina, no me parece bien que platiques constantemente con el enfermo. Puedes molestarlo.” Ella me dijo, “¡Oh no! A él le agrada platicar conmigo.” Y continuaron las miradas y las pláticas, entre mi hermana y el enfermo. Finalmente, éste sanó y tuvo que retirarse. Antes de irse, Luis besó la mano de Josefina, y dijo, “Siempre le estaré agradecido, por lo que ha hecho por mí.” Josefina le dijo, “Nada tiene que agradecer, señor.”
   
 Luego, Luis besó mi mano y dijo, “Vendré a visitarlas. ¿Me lo permite, Genoveva?” Yo le dije, “Sí, considere ésta como su casa.” No bien salió el oficial de la casa, noté que mi hermana tenía un cambio completo. Un día le dije, “Josefina, pareces un cuerpo sin alma. Casi no comes, y te la pasas pensando. ¿Qué te sucede?” Ella me dijo, “Nada.” Entonces yo le dije, “Mira, si te has hecho ilusión, respecto a éste oficial, es mejor que pongas los pies sobre la Tierra. ¿No ves que es hijo de una familia acomodada? ¿Que no se casará sino con una señorita de su clase? Debes ser razonable, y ocuparte de tus encajes. Ya llegará un joven mozo a éste lugar, y…” Ella me dijo, “¡Por favor, no sigas! Yo no pienso en él… y si lo hiciera, ¿Qué te importa?” Josefina lloraba, entonces yo pensé, “Está enamorada. Pero pronto el regimiento se irá de aquí, y ella lo olvidará. Tiene que olvidarlo, o sufrirá mucho.” Entre tanto el guapo oficial iba constantemente a vernos. Cuando nos visitaba, llegaba y nos saludaba, “Buenas tardes.” Y Josefina exclamaba, “¡Oh Luis!” Yo pensaba, “Pobrecita se pone tan feliz cuando lo ve, y él tan correcto, tan amable, que no puedo decir nada.”
 
  Así continuaron las cosas, hasta que una tarde, encontré a Josefina llorando. Entonces le dije, “Josefina, ¿Qué te sucede?” Ella me dijo, “El regimiento se va, y se va mañana a las ocho.” Entonces yo le dije, “Nena, tu sabías que así tenía que ser. Ahora sufres, pero con el tiempo olvidarás.” Ella seguía llorando, y me dijo, “Nunca, lo ámo más que a mi vida.” Yo le dije, “Te estaba esperando, porque tengo que ir a cuidar a una señorita, que está enferma. Me quedaré con ella ésta noche, regresaré mañana temprano. Iremos a ver salir el regimiento, y a despedir a Luis.” Ella me dijo, “Está bien, me quedaré atendiendo, y luego cerraré en la tienda.” Así me fui tranquila, sin saber lo que el destino aún me tenía reservado. Pero Josefina, salio de noche, dejando la tienda, y pensó, “No puedo dejar que se vaya sin verlo por última vez. Me lo pidió tanto. Iré a su encuentro.” Cuando ambos se vieron, Josefina se abalanzó a él, gritando, “¡Luis!”
   
Luis dijo al verla, “Amor mío, te dije que no vinieras.” Josefina lo abrazó, y le dijo, “Te prometí que lo haría. Estoy tan triste, que hubiera querido que éste día, no llegára nunca.” Luis le dijo, “Me voy, solo porque el que el ejército me lo ordena. Pero te ámo tanto, que no quisiera separarme nunca de ti.” Josefina le dijo, “Yo tampoco, por favor, no te vayas.” Luis le dijo, “Volveré, te lo júro. Cuando lo haga, será para no separarnos más.” Josefina le dijo, “Luis, ¿Me lo prometes?” Luis le dijo, “Sí, adorada mía. Nunca he querido a nadie como a ti.” Ambos entraron a la habitación de Luis, y Josefina dijo, “Que el tiempo se detenga. Que éste instante, nunca se acabe.” A la mañana siguiente, desperté a Josefina, diciendo, “Josefina, despierta. Vamos a despedir al regimiento.” Pero ella me dijo, “No, prefiero quedarme.  He llorado mucho, y no quiero que me vean con los ojos hinchados y rojos.” Yo le dije, “Bueno, como quieras, descansa. Yo me encargaré de la tienda.”
     En los dos meses siguientes, Josefina parecía un alma en pena. Al mirarla, yo pensaba, “No lo olvida. Cada semana le escribe largas cartas. Aunque no me lo ha dicho, sé que es así, y él también escribe. Le envía las cartas al correo. Solo puedo confiar que el tiempo borre el recuerdo. Sí, así tiene que ser. Entonces se casará con algún hombre honrado del pueblo.” Pero yo no podía imaginar lo que sucedía en esos momentos. Mientras los soldados viajaban en la nieve, Mario, un soldado dijo a Luis, “El enfrentamiento con el enemigo será duro, Luis.” Luis le dijo, “Sí, y estoy dispuesto a pelear con todas mis fuerzas. Lo haré por la patria y por mi vida. Tengo que vivir.” Mario le dijo, “¿Qué te pasa? Te he notado muy intranquilo últimamente.” Luis le dijo, “Es que temo morir y no poder cumplir mi promesa, Mario. Tengo que regresar al lado de la mujer que ámo.”
    Mario le dijo, “Me habías dicho que estabas enamorado. ¿Quién es ella? Cuéntame.” Luis le dijo, “Lo haré después de la batalla. Ahora vayamos a nuestros puestos. No tardará en iniciarse el combate.” La batalla, como todas las batallas, fue dura, cruel, y sangrienta. Pero Luis fue herido en la batalla. Entonces Luis dijo a Mario, “Mario, me muero, por favor escúchame. Debes hacer lo que voy a pedirte. Prométemelo.”  Mario le dijo, “Te lo prometo.” Luis le dijo, “Escríbele a Genoveva. Es la hermana de la mujer que ámo. Su dirección está en mi bolsillo. Dile que me perdone, que de haber vivido, habría reparado mi falta. Que todo lo que hice, fue por amor. La despedida…la desesperación…nos hicieron perder la cabeza. Yo iba a casarme con Josefina…iba a regresar a su lado…Dile…que mi último pensamiento ha sido…para Josefina. Que pecamos…por amor.”
     
Mario dijo, “¡Luis! ¡Luis! Ha muerto. Pobre amigo mío. Tanto que deseaba vivir. Cumpliré con todo lo que me pidió.” Todo ésto lo supe por una carta que me llegó, un día que Josefina no estaba. Después de leer la carta, pensé, “¡No puede ser! ¿Cómo pudo Josefina engañarme así? ¡Ella es tan buena! ¡Tan obediente! Madre mía, ¿Qué hice para merecer esto? He sacrificado mi vida a ella. Traté de educarla bien, y ahora, ¿Qué va a ser de ella?...Pero nadie lo sabe, y nadie debe saberlo jamás. Yo me encargaré de ello. Pobre hermana mía. Cuanto sufrirá al saberlo.” Todavía yo lloraba, cuando llegó Josefina, y me dijo, “Genoveva, ¿Qué te sucede?” Yo le dije, “Acabo de recibir esta carta…me comunican que Luis ha muerto.”
   Josefina exclamó, “¡Nooo!” Josefina comenzó un ataque de histeria, y dijo, “¡Dime que no es cierto! ¡Él no! Dios mío, que va a ser de mí, de nuestro hijo.” Yo exclamé, “¡Qué estás diciendo! ¡Un hijo!” Josefina dijo, “Sí, voy a tener un hijo. Nos amábamos, y yo…yo…” Yo me enojé, y le dije, “¿Te das cuenta de lo que dices? Te entregaste a ese hombre, olvidando todos los principios que te he enseñado. Él te engañó.” Pero Josefina me dijo, “No, él iba a regresar. Me llevaría a donde su padre. Íbamos a hacer tan felices.” Yo le dije, “¡Loca! ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Cómo ocultar ésta vergüenza?” Josefina me abrazó llorando, y me dijo, “Moriré. Si, voy a morir. Iré a su lado. No tendrás que avergonzarte de mí.” Yo le dije, “No. Yo te protegeré. Ya veré lo que hago. No llores más. Estaré a tu lado siempre.” Desde ese día, ya no fue la misma. En horas, envejeció diez años.
   
Entonces yo le dije, “Josefina, antes de que nazca el bebé, nos iremos a Chairmen. Allí nadie nos conoce. Diremos que eres viuda.” Josefina me dijo, “Haré lo que tú digas.” Estaba tan delgada que no se le notaba el embarázo. Además, permanecía siempre detrás del mostrador. Un día le dije, “Ya has cumplido siete meses. La próxima semana partiremos allá. Abriré otra tienda. Nos irá bien, ya verás.” Josefina me dijo, “Sí, seguramente así será.” Pero esa noche, Josefina comenzó a sufrir dolores. Yo le dije, “¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?” Ella dijo, “Creo que es…el niño.” Yo le dije, “¡Oh, no! Iré a buscar a la partera.” Cuando salí a buscarla pensé “Por suerte la señora Belén es hermética como una tumba. Además, me estima. Ella me ayudará.” Esa buena mujer me comprendió, y juró guardar el secreto. En la madrugada nació el hijo de Josefina. Cuando la partera tuvo al niño en sus brazos, le dije, “¿Qué haré ahora? Si el Niño se queda aquí, todos se enterarán de la desgracia de mi hermana. Quedará deshonrada para siempre.”
   
Entonces la partera me dijo, “Yo me lo llevaré. Lo dejaré en el torno del convento de las hermanas de la caridad. Ellas lo cuidarán.” La partera hizo una pausa, se puso de pie, con el niño en brazos, y dijo, “Si algún día desearán recuperarlo, podrán hacerlo. Le pondremos una señal para que puedan reconocerlo.” Yo le dije, “No tengo otra alternativa. Josefina comprenderá qué es lo mejor. Cuando podamos marcharnos de aquí, iremos por el niño.” Enseguida puse un collar en el niño, y le dije, “En este camafeo puse un rizo del pelo de Josefina, y un papel con sus iniciales y las del padre. Ya puede llevárselo. ¡Que Dios lo proteja!” La partera dijo, “Estará bien. Son ustedes dos buenas muchachas, y no merecen ser pasto de las habladurías.” Llena de temor, pensé, “Madre mía. Ilumina a Josefina para que acepte mi decisión. Tú sabes que no podía hacer otra cosa.”
   
En ese momento, Josefina despertó, y dijo, “¡Genoveva! ¡Mi hijo! ¡Quiero ver a mi hijo!” Yo traté de calmarla, y le dije, “La señora Belén se lo llevó. No podemos tenerlo con nosotros. Lo entiendes, ¿Verdad?  Es solo una separación momentánea. Arreglé todo para que nos vayamos, y lo llevemos con nosotros.” Josefina me dijo, con lágrimas en los ojos, “¿Me lo prometes? Quiero a mi hijo. Es lo único que me queda de Luis.” Yo le dije, “Te lo júro. Ese niño será nuestra razón de vivir. La señora Belén vendrá mañana para decirnos cómo está.” Josefina me dijo, “¡Ay Genoveva, cuánto más tengo que sufrir! Estar separada de mi hijo, aunque sea por unos días.” Pero transcurrieron dos días, y no supe nada de la partera. Entonces, Josefina me dijo, “Genoveva, ¿Por qué no ha venido la señora Belén? Quiero ver a mi hijo.” Yo le dije, “Iré a su casa. Quizás se encuentre enferma. No te preocupes, la traeré conmigo.”
     Mientras caminaba rumbo a su casa, pensé,
“Es extraño que no haya ido a la tienda. Ella me prometió que lo haría.” Al tocar a su puerta, salio un hombre, quien me dijo, “Si busca la señora Belén, no está. Nadie lo creería, se veía tan formal, y está metida en un tremendo lío. La guardia se la llevó anoche, acusada de abandonar un recién nacido en el torno del convento. Dicen que el juez no la dejará libre, hasta que no declare de quién es el niño. Ella se ha negado a hablar.” Desesperada, regresé a la casa. Cuando Josefina me vio llegar sin el niño, me dijo, “Genoveva, ¿Qué ha pasado? ¿Y la señora Belén?” Llena de preocupación, le dije, “Ella…éste…no estaba…” Josefina estalló en llanto, y me dijo, “¡Tú me ocultas algo! Iré en búsqueda de mi hijo.” Yo traté de calmarla y le dije, “Por favor acuéstate. Aun no estás bien. Te hará daño.” Pero
    Josefina me dijo,
“¡Déjame, voy por mi pequeño! Presiento que está en peligro.” Yo le dije, “¡Josefina, no grites! Debes hacer lo que te pido. Solo quiero tu bien y el del niño.” Josefina comenzó a llorar más aún. “¡Mi hijito! ¡Mi hijito! ¡Sniff!” Yo le dije, “No llores, estás muy débil. Te prometo que iré a buscarlo, pero ahora debes descansar.” Durante una semana, la fiebre estuvo consumiéndola. Josefina deliraba, y decía, “Luis…Luis…El Niño…¿Dónde está? ¡Quiero verlo! Luis…mi amor…El Niño.” Yo la cuidaba día y noche, hasta que una tarde, Josefina se desvaneció. Yo grité alarmada, “¡Josefina! ¡Dios mío!...¡No!” Salí corriendo, y llamar al médico, éste la revisó, y dijo, “¡Ha muerto!” Yo exclamé llena de llanto, “¡Oh, nooo! ¡Hermanita adorada! ¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Madre, por qué permitiste esto?”
    Cuando enterré a mi hermana, escuché a dos hombres hablar de mí, diciendo,
“¡Pobre Genoveva! Desde la muerte de su hermana, ha envejecido veinte años.” El otro hombre dijo, “Josefina era para ella como una hija. Que difícil le será conformarse.” Entonces pensé, “La señora Belén no merece estar en la cárcel. Debo hacer que la dejen libre.” Fui a la cárcel, y hablé con Belén, diciendo, “Habría venido antes, pero…Josefina murió…y yo…” Belén me dijo, “Hija mía, la comprendo. Dios le ha puesto demasiadas pruebas tan duras.” Devastada, yo le dije, “Quiero pedirle que me jure que nunca dirá que el niño es de mi hermana.” Belén me dijo, “Se lo júro. Antes moriría que traicionar la confianza de usted puso en mí. Algún día tendrán que dejarme libre.” Yo le dije, “Gracias, le prometo que hoy mismo la dejarán irse de aquí. Iré a hablar con el juez y asumiré toda la culpa.” Asi, me presenté ante el juez, quien me dijo, “¿Cuál es el asunto tan importante que tiene que decirme?”
    Entonces le dije “Señor, la señora Belén es inocente. El niño lo sacó de mi casa. Ella me juró no decirlo, pero toda la culpa es mía.” El juez se encolerizó, y me dijo, “¡Increíble! Tan joven y una madre tan desnaturalizada.” Yo le dije, “Estoy arrepentida. Quiero tener al niño conmigo. Cometí un error, pero estoy dispuesta a repararlo. Dedicaré a él mi vida.” Entonces, el juez dijo, “Ordenaré que pongan en libertad a la partera, pero usted quedará detenida unos días en la cárcel. Será su castigo.” Yo pensé, “Qué importa si después me entregan al hijo de Josefina. Es lo único que me queda en el mundo.” Los días transcurrieron en dos meses, y por fin una tarde, llegó el juez a mi celda y dijo, “Puede irse. El juez confía en que no volverá a rescindir. Si así lo hiciera, todo el peso de la ley caerá sobre usted.” Yo le dije, “¿Y el niño? ¿Cuándo me lo entregarán?”
    El juez me dijo, “¿Entregárselo? Usted no merece tenerlo. Váyase y procure ser honesta. La policía vigilará su conducta.” Cuando pude caminar por el pueblo en libertad, escuche a la gente que me veía pasar, decir, “¡Mira ya salió de la cárcel! ¡Malvada! ¡Abandonar a su hijo! Bien guardado se lo tenía, y siempre haciéndose la santita.  Mejor haría con irse del pueblo. Mujeres como ella, no deben vivir entre gente honrada.” Nadie volvió a entrar en mi tienda, y tuve que ir vendiendo todas mis pertenencias en lo que me dieran, para sus subsistir. Y pensé, “No me dan trabajo. Me tratan como a una apestada, y no tengo ni para comprar un pan. Es mejor que me vaya a otro lugar. Aquí ya no puedo vivir.” Empezó para mí un triste peregrinar. Yo pensaba, “Es como si estuviera marcada. Nadie me acepta ni siquiera de criada.”  Me dije, “La mala suerte me persigue, es como si estuviera pagando todos los pecados del mundo.”
    Comencé a pedir limosna, diciendo, “Una limosna, por el amor de Dios.” Entonces una mujer me dijo, “¡Qué vergüenza! Una mujer todavía joven, pidiendo a la caridad.” Desesperada, día tras día, comencé a pedir al Señor, “Señor, ¿Por qué me no me llevas? ¿Hasta cuándo seguirá esta vida para mí?” Entonces pensé, “Ya no puedo más, ¿Para qué seguir? Es mejor dejarme morir aquí. No tengo dónde pasar la noche.” Caminando, llegue a una granja, y pensé, “Por aquí debe haber un establo. En él podré cobijarme.” A tientas busqué el lugar, y entré en él. Y pensé, dentro de mí, “Dormiré sobre el heno, y mañana antes que alguien éntre, me iré.”  Al amanecer, escuché unas voces decir, “María, anoche dejaste la puerta abierta en el establo.” “No señora, la cerré bien. Quizá el viento la abrió.” Cuando las voces se acercaron a mí, las dos personas me vieron, y una de ellas dijo, “¡Aquí hay una mujer! Ella debe haber abierto la puerta. ¡Es una ladrona!” Yo les dije,
“Perdón,  yo…”
    La mujer insistió, y comenzó a gritar, “¡Una ladrona! ¡Una ladrona!” Yo les dije, “Entré porque hacía frío…me iré ahora mismo…perdón. Señor, le suplico que no se moleste conmigo. Yo no soy una ladrona. Solo quería…” Entonces la mujer de la casa me dijo, “Yo la conozco…usted es…¡Genoveva! ¡La modista de Voirón! ¿Qué le ha sucedido?” La otra mujer dijo, “¡La que iba a ser la esposa de Cipriano!” Yo les dije, “Sí, yo soy." Una de ellas dijo, "Pero, ¿Por qué está aquí?” Yo les dije, “He tenido mala suerte…No sabía dónde estaba. Entré al establo, y pensaba irme al amanecer.” La mujer me dijo, “Venga conmigo. Tienen que tomar algo caliente.” Yo le dije, “No, le suplico que me deje ir. No quiero que nadie vea mi pobreza y mi vergüenza.” Ella me dijo, “Usted no está bien. No puedo permitir que se vaya así.”
    En ese momento llegó un hombre, acompañado de varias personas, quien dijo, “¿Qué sucede? María nos ha dicho que entró aquí una ladrona.” Una de las mujeres, que estaba embarazada, la cual era Catalina, quien se habia casado con Cipriano, dijo, “No, es Genoveva, la modista de Voirón. ¡Pobrecita!” El hombre, quien era Cipriano, dijo, “¡Que se vaya de inmediato! No queremos a una mujer como ella aquí. Hasta en la cárcel ha estado y sabemos por qué.” El padre de Cipriano dijo, “¿Cómo se ha atrevido a venir a nuestra casa? ¡Qué poca vergüenza!” Una mujer mayor, quien era Rosa, la madre de Cipriano, dijo, “Fuera de aquí doy gracias a Dios que no llegó a ser nuestra nuera.” Entonces llegó Belén, quien dijo, “¡Déjenla! Ella no merece el trato que le han dado.” Yo lloraba, y al verla exclamé, “¡Señora Belén!”
    Belén dijo,
“La providencia ha querido que me encontrará aquí. Hija. Usted no se merece el trato que le dan.” Yo le dije, “Por favor, no diga nada. Usted me lo juró.” Belén dijo, “Pues rompo el juramento. No voy a permitir tanta injusticia.” A pesar de cuanto hice para impedirlo, les contó todo. Belén agregó, “Perdóneme, yo sé que su hermana desde el cielo está contenta de que haya dicho la verdad.” Cipriano mostró una expresión que jamás olvidaré. Debió haber pensado, “Pobre Genoveva, ahora comprendo por qué no se casó conmigo. Juró cuidar siempre a su hermana.” Entonces, Catalina, la esposa de Cipriano dijo, “Genoveva, desde hoy tendrá aquí su casa. ¿Estás de acuerdo Cipriano?” Cipriano dijo, “Sí, gracias Catalina, no me atreví a pedírselo.”
    Enseguida, Cipriano dijo a sus padres, “Y ustedes no sé oponen, ¿Verdad?” La madre de Cipriano dijo, “Puede quedarse. El destino ha sido duro con ella.” La señora Rosa, abrazó a Genoveva, y le dijo, “Ven conmigo hija, necesitas descansar y reponerte.” Belén pensó, “Aunque tarde, ha llegado a la justicia para ella.” Genoveva regresó al presente, y concluyó su narración, diciendo, “Así llegué a ser criada en la casa, donde debí ser señora.” El hombre pensó, “Criada.” Genoveva agregó, “Pero en buen grado, señor, todos me querían y consideraban.” El hombre le dijo, “Debe haber sido duro para usted.” Genoveva dijo, “No señor. Me trataban como alguien de la familia, y yo era feliz sirviéndoles.” Tras una pausa, Genoveva agregó, “Cipriano y Catalina tenían dos hijos, los cuide como si fueran míos. Eran tan cariñosos.”
   El hombre preguntó,
“¿Por qué dice eran? Acaso…” Genoveva dijo, “Sí señor, cuando llevaba tres años en la casa, donde me sentía tan feliz, se desató una epidemia.” Genoveva continuó su narración: Catalina se infectó, y en su lecho de muerte, me dijo, “Genoveva, mis hijos…¿Qué va a ser de ellos… si yo muero?” Yo le dije, “Catalina, tranquilícese, usted sanará, y ellos también.” Pero no fue así, y en una semana murieron la madre y sus hijos. Cipriano cayó en una crisis, diciendo, “¡Mi familia, todos muertos!” Yo le dije, “Cipriano debe volver a la cama, tiene mucha fiebre.” La enfermedad y la pena postraron a Cipriano. En su lecho de muerte, Cipriano me dijo, “Genoveva, eres tan buena. Yo quería mucho Catalina, fue una buena esposa.” Yo le dije, “Lo sé, Cipriano, por favor cálmate y descansa.”
    Cipriano dijo,
“Tengo que decírtelo. Después será tarde…Catalina me ayudó a conformarme…cuando tú me dejaste…pero tú…tú siempre has tenido un lugar en mi corazón. Fuiste mi gran amor, eso no se olvida nunca.” Finalmente Cipriano dijo, “Genoveva, quizá alguna vez, en algún lugar tendremos la dicha que se nos negó en la Tierra…yo…amor adorado, adiós para siempre.” Genoveva dijo, “Tuve que amortajarlo y acompañarlo a su última morada. Fue entonces cuando el señor cura me pidió que viniera a ésta casa a servirle, y ya ve señor, él también se ha ido.” El hombre se puso de pie, y le dijo, “Y ahora Genoveva, ¿Qué vas a hacer?” Genoveva se llevó las manos a los ojos, y dijo, “No lo sé, pero ya no me preocupo. Dios sabrá conducirme.” El hombre dijo, “La llevaré a casa de mi madre. Allí estará bien.”
    Al día siguiente, tomé mis pertenencias y pensé, “Y pensar que no regresaré nunca más a éste lugar. Yo que pasé por éste puente, y fui agasajada como una reina.” Cuando cruzamos el puente, un grupo de personas del pueblo nos alcanzó, y nos dijo, “Genoveva, no permitiremos que se vaya usted de éste lugar. Aquí todos la queremos.” Otro de los hombres dijo, “En mi casa tiene una cama preparada. Usted ha sido muy buena con todos nosotros, la queremos a nuestro lado.” El hombre se detuvo, y dijo a Genoveva, “Querida Genoveva, ¿Qué decide?” Genoveva dijo, “Me quedaré, señor. Aquí descansan todos los que he amado. Si me voy, no podré visitar sus tumbas.” El hombre dijo, “Comprendo, la vendré a ver si después de un tiempo quiere ir conmigo a París, la llevaré.”
    La gente gritó,
“¡Viva nuestra querida Genoveva!” Un año después, el hombre regresó al pueblo, y uno de los aldeanos lo recibió, diciendo, “Señor, usted viene a ver a Genoveva.” El hombre dijo, “Así es, ¿Dónde puedo encontrarla?” El aldeano dijo, “Yo le llevaré, señor. Han sucedido tantas cosas, pero ya ella le contará.” Poco después, el hombre llegó en su carruaje, y al ver a Genoveva, exclamó, “¡Genoveva!” Genoveva le dijo, “Señor, qué alegría verlo. No esperaba que volviera por aquí.” El hombre dijo, “Le prometí que lo haría. Me da gusto verla. Se nota que está feliz.” Genoveva dijo, “¡Y cómo no! Encontré a mi sobrino. Ahora vivo con él, y sus padres adoptivos son los dueños de ésta casa.” El hombre le dijo, “¿Cómo fue eso? ¿Dónde lo encontró?”
    Genoveva dijo,
“Llegamos a vivir a éste lugar. Un día, me topé con un niño idéntico a Josefina.” Genoveva narró su encuentro, “Al mirarlo, le dije, '¿Cómo se llama?' Él me dijo, 'Sebastián, ¿Por qué me mira así?' Yo le dije, 'Eres igual a alguien a quien quise mucho. Oh, ¿Qué llevas ahí?' Él me dijo, 'Es un guardapelo. Me lo dio la monja del hospicio, cuando mis padres me adoptaron.' Al mirarlo, pensé, 'Es el mismo que yo puse en su cuello. Es mi sobrino, el hijo de Josefina.' Entonces le dije, 'Por favor, llévame a tu casa. Debo hablar con tus padres.'”
     Genoveva regresó al presente y dijo,
“Y sí, era mi sobrino señor. Los padres de mi sobrino, le pusieron por nombre Sebastián, y son muy buenos.” Genoveva dijo, “Les conté mi historia. Me comprendieron, y me pidieron que viniera con ellos, para que así estuviera cerca de Sebastián. ¿Qué más puedo pedir, señor? La vida que me puso tantas pruebas, me dio una gran recompensa: Sebastián. Me quiere mucho, y yo siento como si tuviera a Josefina nuevamente conmigo.” El hombre la abrazó, y dijo, “¡Genoveva, querida Genoveva! Usted más que nadie merece ésta felicidad.”

Tomado de, Novelas Inmortales, Año IX, No. 464. Octubre 8 de 1996. Adaptación: Remy Bastien. Segunda Adaptación: Jose Escobar.   

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